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En la primera parte del ensayo se abordaron algunos desafíos y oportunidades para el cambio
universitario en el contexto de la globalización y la transición hacia la sociedad del conocimiento.
En la segunda, se hizo un recuento de algunas transformaciones universitarias que han tenido
lugar en países del mundo desarrollado, así como una breve revisión de la política de educación
superior seguida en México en los últimos años. Toca en esta ocasión formular algunas
conclusiones sobre la revisión planteada.
Aunque la reforma de la educación superior es un tema de la mayor importancia para el país, los
resultados de las últimas tres décadas son altamente inconsistentes en términos políticos y
sociales. A partir de los ochenta, las sucesivas gestiones presidenciales han dado forma a una
suerte de modernización que no siempre ha resultado coherente y con rumbo definido. Se ha
carecido de un planteamiento rector que articule las diferentes políticas gubernamentales en una
dimensión de largo aliento y que atienda -desde una perspectiva de Estado- a las demandas y
necesidades de la sociedad mexicana. Las reformas impulsadas han privilegiado el corto plazo y
una visión técnica de los complejos componentes del sistema educativo superior. En tal sentido,
se han ignorado las dimensiones sociales del problema universitario en México y, temas
fundamentales de la educación superior nacional -como la democracia, la igualdad y la
compensación de las diferencias sociales en México- han quedado subsumidos en la retórica de la
modernización y de la funcionalidad técnica.
Como es sabido las instituciones sociales están articuladas a su tiempo y a su espacio. En tal
sentido, las transformaciones que se han vivido en las instituciones de educación superior de
México responden a las dinámicas específicas de nuestro país. Sin embargo, existen algunos
factores y tendencias con un amplio rango de impacto. Es el caso de la educación superior de
nuestro tiempo, la cual vive una multiplicidad de tensiones que rebasan por mucho las fronteras
nacionales. Algunas de las tensiones más relevantes, aunque no necesariamente las más visibles
para la agenda de política educativa superior en curso, pueden resumirse en los siguientes
enunciados:
a) Tradición e innovación. Una de las tensiones más reiteradas en la educación superior es la que
alude a las tradiciones históricas de las instituciones universitarias frente a los necesarios cambios
que requieren para responder a los retos actuales. ¿Cómo transformar a las instituciones sin
vulnerar su esencia y su compromiso ante el saber?.
e) Educación superior y hacer. La educación superior vive una de sus principales tensiones en su
papel frente a los mercados. Se discute sobre la pertinencia de que las instituciones "produzcan"
"recursos humanos" o "capital humano" para el trabajo productivo, o si su responsabilidad ha de
responder a la necesidad de formar sujetos sociales para integrarse a una sociedad de trabajo y
conocimiento cada vez más compleja ¿Se puede encontrar un acuerdo?.
f) Educación superior funcional o educación superior "sin condición". Se vive una tensión que
enfrenta el sentido mismo de la educación superior y que se sintetiza en la idea de una educación
superior funcional y pragmática, frente a otra crítica o "sin condición" cuyo mayor compromiso
está centrado en la búsqueda de la verdad y en el derecho a cuestionarlo todo. ¿Es posible
construir una educación superior que atienda las necesidades de su entorno sin renunciar a su
esencia académica? ¿Es posible conciliar en la educación superior las demandas del ámbito laboral
con la amplitud de demandas que plantea una sociedad en transición como la mexicana?.
Cambio complicado
Por otra parte, la lógica de "competitividad" que se sobrepone al discurso y a las prácticas
derivadas de las políticas y programas gubernamentales conlleva otro riesgo importante: la
segmentación del sistema público en unidades de calidad diferenciada conforme a estándares y
criterios determinados en un ámbito central, lo que tienden a desplazar el lugar que corresponde
a los propósitos de calidad y pertinencia emanados de la identidad y misión de cada institución en
su entorno, o a los acordados entre instituciones autónomas del Estado. El punto crítico en este
aspecto no es, obviamente, si las instituciones debieran renunciar a metas de calidad o
relativizarlas, sino en quiénes y cómo definen, en cada caso, cuáles son los estándares que sirven
como referencia a dichas metas.
A la postre, es previsible que las instituciones recobren márgenes de autonomía, ya sea porque,
en efecto, los programas de fortalecimiento académico en curso alcancen los propósitos de
consolidación institucional enunciados, bien porque la propia SEP pierda capacidad de penetración
al ver limitados los recursos que le otorga la Federación para sus programas. Ambos escenarios
están a la vista, lo que quiere decir que el juego vuelve a quedar, principalmente, del lado de las
instituciones y que, en buena medida, la capacidad que en ellas se despliegue para resolver sus
problemas y avanzar, así como los esquemas de cooperación interinstitucionales que se alcancen,
habrán de determinar el rumbo de la universidad pública del país.