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La belleza
Sobre la alegría de vivir
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SAL TERRAE
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Título original:
Schönheit.
Eine neue Spiritualität der Lebensfreude
Traducción:
Melecio Agúndez, SJ
Imprimatur:
† Manuel Sánchez Monge
Obispo de Santander
30-06-2016
Diseño de cubierta:
Vicente Aznar
3 Mengual, SJ
Edición Digital
ISBN: 978-84-293-2606-2
La belleza es clave para una vida plena y nos regala gratuitamente alegría y momentos
de felicidad donde menos lo esperamos.
No podemos «hacer» la belleza. No podemos comprarla ni adueñarnos de ella. Pero
cuando desplegamos nuestra mirada, nos sale al paso en otras personas, en la naturaleza,
en el arte y la música, y también en nosotros mismos.
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Índice
Portada
Créditos
Introducción
1. Lo bello en Dostoyevski
2. Entre el ser y el percibir: ¿Platón o Kant?
3. La belleza de Jesucristo en el Evangelio de Lucas
4. La paradójica belleza de la Cruz en el Evangelio de Juan
5. La belleza de la Creación
6. La belleza del lenguaje
El bello lenguaje de Friedrich Hölderlin
La sensibilidad lingüística de Peter Handke
Lenguaje literario y lenguaje homilético
7. La belleza de la música
8. La belleza del arte representativo
La belleza en la arquitectura
La fuerza transformadora de imágenes bellas
Estilos de belleza
9. La belleza de la liturgia
10. La belleza del cuerpo
11. La vida es bella
12. En camino hacia una espiritualidad de la belleza
Estética y espiritualidad: Dorothee Sölle
La belleza como la tierna sonrisa de Jesús: Simone Weil
Belleza y espiritualidad moralizante: Carlo Maria Martini
La belleza en el interior del ser humano: Evagrio Póntico
La belleza como la patria del corazón: John O’Donohue
13. Siete actitudes de una espiritualidad de la belleza
Mirar
Gustar
Recibir con agradecimiento
Dejarse sanar por la belleza
Descubrir la propia belleza
Contemplación y unificación con lo bello
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Configurar bellamente el mundo y la vida
Conclusión
Bibliografía citada y referencias para seguir leyendo
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Introducción
Dos aspectos han marcado hasta ahora mi espiritualidad: en primer lugar, la idea de
que el encuentro con Dios presupone siempre también el encuentro con uno mismo. Con
mucha frecuencia he escrito –siguiendo las huellas de los monjes primitivos– sobre el
modo en que observa uno sus propios sentimientos, ideas, pasiones y emociones, y cómo
los presenta a Dios en la oración para que se transformen.
El otro aspecto ha sido la dimensión terapéutica de la espiritualidad. Jesús envió a
sus discípulos a curar enfermos y a expulsar demonios. En esa clave he meditado y
descrito la fuerza curativa de textos bíblicos, de ritos eclesiales y de ejercicios
espirituales. Para mí era importante que en mis libros se trasluciera algo de esa fuerza
vivificadora de Jesús.
Sobre el tema de la belleza no había escrito nunca. Tal vez se extrañen mis lectoras y
lectores de que me ocupe ahora de ese tema. En primer lugar, entrar en él fue más bien
una casualidad. Tuve que pronunciar un sermón de cuaresma sobre el tema «Belleza y
encanto de la fe». Al preparar mi charla, me asaltó una idea: ¿En qué medida me sanea a
mí mismo este tema?; ¿hasta qué punto enriquece mi espiritualidad? Porque cuando
reflexiono sobre la belleza y siento la fascinación de lo bello, esta actitud sintoniza con
la espiritualidad contemplativa y mística. Contemplo lo que está-ahí. Me dejo fascinar
por lo bello que me sale al encuentro en la naturaleza, en el arte, en lo humano. Acojo lo
bello que me ha acontecido. Y en eso bello atisbo la belleza-fuente de Dios, de la que
escriben los místicos.
Es, pues, una espiritualidad en la que el centro lo ocupa la gracia y no la propia
actividad. Percibo lo bello y siento cómo me gratifica, cómo actúa sobre mí,
saneándome. Así pues, la meditación sobre lo bello sintoniza también con mi
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espiritualidad terapéutica. Lo bello que yo admiro, que me sobrecoge, me pone en
contacto con mi propia belleza, con la belleza que anida en el fondo de mi alma.
Lo bello agrada, deleita. Y lo bello provoca amor. Pero lo bello no es una llamada
moral –que nos amemos los unos a los otros, por ejemplo–. Más bien, despierta en
nosotros un amor gratuito, un amor aún no volcado sobre ningún «ob-jeto». En lo bello –
leemos en Simone Weil– nos sale al paso la tierna sonrisa de Jesús.
Pero no solo nos admiramos y nos extasiamos ante lo bello que nos viene de fuera,
ante aquello en lo que, en último término, nos sonríe la belleza-fuente de Dios. Es que
también podemos producir lo bello. Podemos embellecer la mesa, organizar bellamente
el salón para nuestros encuentros, vestirnos elegantemente y, en la técnica o en el arte,
producir cosas bellas. Podemos hacer la vida más bella. No solo nos topamos con una
creación bella. Nosotros mismos somos también creadores de lo bello. Podemos hacer
bello este mundo, imprimir en él una huella de belleza. Y con ello podemos prestar una
contribución esencial a la humanización del mundo, así como también proveer a la salud
de la humanidad. Porque lo bello pone al ser humano en contacto con lo sano y lo bello
que anida en su alma. Lo bello es saludable para nuestra alma.
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Me topé con esta frase en un libro sobre Dostoyevski que la autora lituana Zenta
Maurina escribió antes de la Segunda Guerra Mundial y en el que dedica un capítulo
especial a la belleza en Dostoyevski. Esta idea me ha acompañado en la lectura de
muchos libros, pero también en la búsqueda personal del sentido y la importancia
espiritual de la belleza. Una y otra vez me he preguntado qué efecto produce en mí lo
bello, qué hace con mi alma y con mi cuerpo. Y he constatado que lo bello es como un
lugar de refugio del alma en el que esta puede descansar en medio de las turbulencias de
la existencia.
Al escribir sobre lo bello, no querría refugiarme en un puro esteticismo. Querría
contemplar lo bello en medio de la realidad de este mundo. Para mí, adentrarme en lo
bello supone recuperar el bienestar interior en nuestra existencia terrena, con todas las
amenazas y peligros a que estamos expuestos. Precisamente cuando me entrego en alma
y cuerpo al trabajo en este mundo, necesito lo bello como refugio del alma y como
holgura interior en medio de toda la tristura que muchas veces me embarga al conversar
con las personas.
Al escribir este libro, siempre estuve abierto a todo lo bello con lo que me topaba, pero
también a lo que otros autores han escrito acerca de lo bello. En este proceso he caído en
la cuenta de que hasta ahora yo mismo he tenido abandonado este tema. Tampoco en la
espiritualidad cristiana está este asunto en el candelero. Por supuesto que hay algunos
teólogos que han escrito sobre ello, como es el caso, por ejemplo, de Hans Urs von
Balthasar en su gran obra Herrlichkeit (Gloria). Pero su lenguaje no logra entusiasmar a
las muchas personas que andan en busca de lo bello. Es un lenguaje teológico que, en
último término, solo teólogos cultos lo entienden. Karl Rahner, sobre el que yo escribí
mi tesis de doctorado y por el que siento una profunda estima como teólogo, no ha
escrito nada sobre la belleza. El tema quedaba fuera de su horizonte, como durante tanto
tiempo ha quedado fuera de mi propio pensamiento. Hay algunos teólogos protestantes
que han escrito sobre lo bello: Rudolf Bohren, Karl Barth y Matthias Zeindler. Pero en
sus escritos echo de menos la visión optimista con que los filósofos de la antigüedad, por
ejemplo, y los teólogos medievales miraban lo bello. Los teólogos protestantes tienen
una fijación muy fuerte en la culpa, que falsea nuestra relación con lo bello.
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Cuando estoy ocupado con un tema, me siento especialmente sensible cuando el tema en
cuestión aflora en la conversación o cuando leo algo a propósito del mismo en los
periódicos o en las revistas. Cuando, a la pregunta acerca del tema sobre el que estoy
escribiendo actualmente, respondía yo que estaba escribiendo sobre la belleza, brotaba
enseguida un diálogo sumamente vivo. Y yo percibía que es un tema que impacta a
muchos (por supuesto, a distintos niveles). Para muchos que, por otra parte, tienen más
bien problemas con la Iglesia y con la fe cristiana, lo bello es el lugar en el que
experimentan a Dios o, al menos, en el que están abiertos a percibir la huella que Dios ha
dejado impresa en el mundo. De este modo, lo bello es hoy, en nuestro mundo
secularizado, el lugar en el que podemos hablar sobre creencia e increencia. Para muchos
puede ser una puerta de acceso mundano a la espiritualidad. Otros se han enfrentado ya
con el tema desde puntos de vista teológicos y filosóficos. Me admiraba ver cuántos se
han ocupado del tema especulativamente. A otros, a su vez, les mueve el tema de la
belleza en relación con su propia apariencia. Y me cuentan las experiencias que han
vivido en el círculo de sus conocidos: del afán por la belleza, de cómo la querencia de lo
bello lleva muchas veces a comportamientos enfermizos...
«... que apenas alguien, por naturaleza, encaja ópticamente en él de forma acabada y
perfecta» [1] .
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riesgos de una operación estética. Y, después de la operación, muchos se sienten
insatisfechos porque, a fin de cuentas, el resultado no responde a sus expectativas.
Esto puede afirmarse, sobre todo, de las operaciones del rostro. Con la operación,
muchas veces la cara se torna rígida, como una máscara. Y un rostro así de rígido no lo
percibe como atractivo el entorno social. El rostro bello vive, muestra emociones,
reacciones, tonalidades interiores. Y así, las operaciones estéticas consiguen muchas
veces precisamente lo contrario de lo que se esperaba. No llevan a una mayor
aceptación, sino a un rechazo: una situación casi trágica.
El artículo de la revista sobre la salud, de la Caja de Compensación muestra lo
fuerte e intenso que es hoy el afán de belleza. Pero, al mismo tiempo, en ese afán se hace
patente que demasiado a menudo se vincula la belleza con la apariencia exterior, con
unos cánones precisos de cómo tiene que ser el aspecto de un cuerpo bello. La belleza,
sin embargo, es algo más que la apariencia exterior. Un cuerpo es bello cuando es la
expresión de un alma bella. Y, en último término, un ser humano es bello cuando se
contempla a sí mismo con amor. Porque la palabra «schön» (bello) tiene relación
también con la palabra «schauen» (contemplar, mirar). La belleza también tiene que ver
siempre con el amor. Solo quien se mira a sí mismo con amor es bello. Quien se odia a sí
mismo es odioso.
Esto vale también para la relación con otros. Quien odia a otros los hace odiosos y,
con ello, él mismo se hace igualmente odioso. Y quien mira a otros amablemente
descubre su belleza. La belleza está en el otro. Pero necesita al mismo tiempo una
disposición por nuestra parte para percibir esa belleza. Y la auténtica condición para
detectar la belleza en el otro es el amor, la amabilidad con que lo miramos.
En este libro querría invitar al lector a hacer conmigo este viaje de búsqueda. Y le deseo
que lo bello que ya percibe constantemente y con lo que se topa continuamente lo
perciba aún más conscientemente. Deseo que la reflexión sobre lo bello se convierta para
él en un camino de espiritualidad. Porque, en último término, en lo bello nos topamos
con la belleza de Dios. En lo bello nos habla Dios, Aquel que, al concluir la creación, vio
que...
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Con frecuencia, esta expresión se traduce: «todo era muy bueno». Sin embargo, la
palabra hebrea «tob» puede significar también «bello». Y los griegos la tradujeron por
«kalós» (bello). Así pues, deseo que, en lo bello, se deje el lector impactar por el propio
Dios. En lo bello nos toca siempre un Dios que es Amor. Pero la belleza puede también
estremecer. Es un Dios que nos sobresalta, que mediante lo bello nos sacude hasta la
médula y nos abre a algo que es mayor que nosotros, algo que nos lanza por encima y
fuera de nosotros mismos. De este modo, lo bello es un lugar de experiencia de Dios,
pero también, al mismo tiempo, de impulso y aliento para la vida, un lugar de consuelo y
de curación de nuestras heridas.
1 . BEK 3/2012, 28
2 . Gn 1,31
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1. Lo bello en Dostoyevski
«Una vez al año, al menos, tengo que poder mirar a un ser humano para no
desesperar de mí mismo y de los demás».
Mirar a la Madonna que pintó Rafael como mujer bella era para el poeta algo casi
medicinal. Dejarse invadir por la belleza de María constituía para él una intensa
necesidad. Porque concentrarse en la bella Señora le hacía posible aceptarse a sí mismo y
no desesperar ante lo quebradizo de su propio ser. Y lo bello en María le daba también
confianza en los seres humanos.
Dostoyevski se encontró en su vida con muchas personas malas y dañinas, y las
describió también en sus novelas en toda su abisal maldad y desesperación. Aceptar lo
bello en sí trasforma su mirada sobre esas «malas» personas. Todavía podía ver en ellas
lo bello que existía en el fondo de su alma. De lo bello sacaba la esperanza de que
incluso esas personas se dejarían impactar por lo bello y, de ese modo, podrían vencer en
sí el mal.
El tema de la belleza aparece en Dostoyevski, sobre todo, en su novela El idiota.
Heinrich Böll califica esta novela como la mejor novela crística que él conoce. En
el enfermo príncipe Myschkin aparece algo de la pureza y hermosura de Cristo entre los
hombres. Lo trágico es que –piensa Dostoyevski–, en nuestro tiempo, esa claridad
interior resplandece precisamente en la figura de una persona enferma. En esa novela
cuenta el poeta ruso la conversación entre el ateo Hipólito y el príncipe Myschkin.
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Hipólito le dice al príncipe:
«“Príncipe: ¿ha afirmado Vd. realmente en algún momento que el mundo se habría
de salvar por la belleza?”
Yo, por mi parte, creo que el príncipe tiene estos frívolos pensamientos
únicamente porque está enamorado.
“Damas y caballeros –dice dirigiéndose en alta voz a la concurrencia–: el
Príncipe está enamorado. Ya a su llegada lo he notado.
Príncipe, no se ruborice Vd. Lo sentiría mucho. ¿Qué belleza va a redimir al
mundo?... ¿Es Vd. un ferviente cristiano?”» [1] .
A pesar de la burla que se detecta en las palabras de Hipólito, este aborda, por un
lado, el importante tema del efecto salvador, curativo y redentor de la belleza; y, por
otro, dos condiciones para creer en el efecto curativo de la belleza: el amor y el ser
cristiano. Solo quien ama descubre lo bello en el rostro humano y en la naturaleza. Y se
necesita precisamente la espiritualidad cristiana, la que en efecto cree en la encarnación
de Dios.
Lo bello es una encarnación de Dios. Dios se hace visible en la materia, en el
mundo. La Encarnación de Dios en Jesucristo es exactamente el punto culminante de la
encarnación. En el Hombre-Jesús (así nos lo dice el Evangelio de Juan) contemplamos la
gloria, la belleza de Dios, que se hace visible. Pero desde Cristo desciende también la luz
de la belleza sobre todo lo bello que nos es dado contemplar en el ser humano y en la
naturaleza.
A mí, esta afirmación –«la belleza redimirá al mundo, la belleza salvará al
mundo»– ya no me ha abandonado. He vuelto a leer a Dostoyevski, he leído libros sobre
él, sobre todo de Romano Guardini y de Zenta Maurina. He reflexionado sobre la belleza
que ha de salvar al mundo. Belleza, para Dostoyevski, es lo contrario de utilidad. Lo
bello está-simplemente-ahí... Si todo está sometido a la utilidad, es que entonces al ser
humano se le ha robado su dignidad. Sin belleza –dice Dostoyevski– el ser humano se
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hunde en la melancolía. Y entiende la obra redentora de Jesús en el sentido de que este
trasplanta la belleza a las almas de los humanos:
En sus excursos sobre lo bello, Dostoyevski cita la palabra de Jesús: «No solo de pan
vive el hombre». Y saca de ella la siguiente consecuencia:
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Sin embargo, se le ha amputado esta perspectiva. Cuando no hay ninguna grandeza
de alma, tampoco existe ningún sentido para vivir. Escribe Dostoyevski:
«El suicidio de esta comadrona es una prueba del origen espiritual del ser humano.
Con solo pan no se puede vivir; sin belleza no se puede existir» [6] .
«... no los rostros apacibles y equilibrados, sino aquellos en los que Dios y el diablo
luchan y las orillas opuestas se tocan. Bellas son aquellas personas a las que
consume la nostalgia de lo bueno, incluso cuando han sucumbido al pecado. Cuanto
más vivo es este deseo, tanto más bello es el rostro humano» [7] .
Esto se deja ver en el rostro de Nastassja Philippowna, que tanto fascina al príncipe.
Él ve la belleza en ese rostro. Y al mismo tiempo cae en la cuenta de que ella ha tenido
que sufrir increíblemente. Ve en ella un rostro orgulloso. Y el príncipe se pregunta:
«Su esplendorosa belleza era insoportable: esa belleza del rostro pálido con las
mejillas casi caídas y los ojos ardientes. Era una belleza singular. El príncipe no
podía apartar la mirada de esa imagen. De repente, sin embargo, se sobresaltó, miró
en torno, se llevó entonces rápidamente la imagen a los labios y la besó» [9] .
«Son una belleza extraordinaria... Son tan bellos que uno siente miedo de mirarlos».
Y después:
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«Una belleza es difícil de juzgar. No me he preparado par ello. La belleza es un
enigma» [10] .
«Belleza es la forma en que el ser cobra rostro para el corazón y se hace parlante.
En ella el ser se hace avasallador por el amor y, por el hecho de que agita
corazón y sangre, toca el espíritu.
Por eso la belleza es tan fuerte. Impera y reina, sin cansancio y
estremecedoramente.
Pero desde que el pecado existe, tiene poder de seducción. Parece subyugar
como en el juego, porque la imagen del ser bello agita y enciende inmediatamente
lo más íntimo» [11] .
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medicina para el alma humana. Pero la Carta a los Colosenses nos dice que en la
creación nos topamos con Jesucristo y su belleza. Él es...
«Así se cumplió lo anunciado por el profeta Isaías: “Él tomó sobre sí nuestras
debilidades y cargó con nuestras enfermedades”» [15] .
Y también en otros pasajes del Nuevo Testamento se cita una y otra vez a Isaías 53,
pero nunca el versículo 2. Es claro que, a pesar de la muerte cruel de Jesús en la cruz, los
evangelistas han visto siempre en Él al hombre perfecto.
La Iglesia primitiva les siguió en este aspecto. Así dice Clemente de Alejandría:
«Nuestro Salvador es bello, por lo que es amado por quienes anhelan la verdadera
belleza, pues él era “la luz verdadera”» [16] .
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La belleza de Jesús le hace atractivo a los hombres y mujeres. Clemente escribía
entonces para los griegos cultos que tenían un especial sentido de lo bello. De este modo,
nos muestra a nosotros todavía hoy un camino para esbozar, para los hombres en
búsqueda, una imagen de Cristo que sintonice con su pasión de belleza, sin dejar de lado
la pasión y la cruz de Jesús.
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rehúsa destruirnos».
Lo bello nos arranca de nuestra experiencia cotidiana. Solo por un instante podemos
ver lo bello. Lo bello tiene algo de la estremecedora cualidad de Dios. Solo podemos
soportarlo tocándolo fugazmente. No podemos avistar lo absolutamente bello, sino
únicamente las huellas de lo bello en el mundo. Cuando algo nos fascina realmente en el
alma, también nos estremece, porque nos arranca de la superficialidad cotidiana y nos
sobrecoge con una experiencia que agita el hondón de nuestra alma.
La pasión por lo que salva y cura, pero también la pasión por el estremecimiento
que produce la belleza, deseo rastrearlas en lo que sigue. Quiero mostrar en la filosofía,
en la Biblia y en la tradición espiritual aspectos de esa belleza que cura y estremece. No
tengo la pretensión de desarrollar una teología de la estética, ni tampoco esbozar (lo que
ya hizo sobresalientemente Hans Urs von Balthasar) una Dogmática teológica propia
desde la perspectiva de la belleza. Solo quiero llamar la atención sobre algunos aspectos
de nuestra fe cristiana y de nuestra experiencia de fe a los que en la literatura se presta
escasa atención.
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4 . Ibidem.
5 . Ibid., 281.
6 . Ibid., 282.
7 . MAURINA, 283.
8 . El idiota, II, 66.
9 . Ibid .,II 155s.
10 . Ibid., II 150.
11 . GUARDINI, Religiöse Gestalten, 280.
12 . Col 1,15.
13 . Sal 45,3.
14 . Is 53,2.
15 . Mt 8,17.
16 . GESTRICH, 1219.
17 . MAURINA, 282.
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2. Entre el ser y el percibir:
¿Platón o Kant?
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mística no es para Evagrio una huida del mundo, sino la visión contemplativa del
mundo. Conduce, según Evagrio, a la salud del alma. Evagrio, pues, suscribiría la
sentencia de Dostoyevski: «la belleza salvará al mundo». La verdadera salud del alma,
según Evagrio, no se puede conseguir únicamente a través de la ascesis, sino solo
mediante la contemplación.
Con su filosofía de lo bello, Platón no nos ha puesto ante los ojos un mundo sano. Cinco
veces se lee en Platón:
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«El que en algún momento se aventura en lo bello, a ese le resulta también bello
soportar cuanto de sufrimiento le corresponde».
Los dioses contemplan este orden maravilloso. Sin embargo, las almas están
lastradas por su atadura a lo terreno. Solo lanzan una mirada fugaz a esta verdadera
belleza y luego vuelven a su terrestre trajín. La experiencia del amor y de lo bello,
también del amor por lo bello, pone a las almas en contacto con la mirada al verdadero
orden del mundo.
«Gracias a lo bello, logra a la larga recordar otra vez el verdadero mundo» [2] .
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belleza exterior que a la belleza interior de una persona y al orden interior [5] . En él, la
belleza se acerca a la justicia.
Platón subraya que lo bello irrumpe desde el mundo de Dios en nuestro mundo
terrestre. Así pues, cuando hoy contemplamos lo bello, eso nos remite en ese momento a
nuestra alma, que antes de encarnarse en nuestro cuerpo contempló lo bello en su forma
original. El amor, dice Platón, nació de la belleza al comienzo, y desde entonces...
«... del amor por lo bello se desplegó todo bien para los dioses y los humanos» [6] .
Según Sócrates, maestro de Platón, es sobre todo el Eros el que nos capacita para
ver lo bello. De este modo, lo bello de este mundo nos recuerda la belleza-fuente de Dios
y hace que nuestra alma se adentre en su verdadero ser y se revista de su capacidad de
mirar a Dios y hacerse-uno con Él.
El neoplatónico y místico Plotino desarrolló la filosofía de la belleza de Platón, y
con ello influyó en muchos Padres de la Iglesia. Platón habla de lo bello-fuente: en
último término, de lo divino, que se manifiesta en lo bello del mundo. Y piensa: cuando
contemplamos lo bello, nunca vemos únicamente lo bello exterior, sino que, en último
término, nos vemos a nosotros mismos, nuestra propia imagen, nuestra belleza
interior [8] .
La contemplación de lo bello nos espolea a tender a nuestra verdadera imagen
interior. Esa imagen no es algo puramente exterior; más bien, es una incitante luz interior
en la que el alma percibe lo bello en todas las cosas. Por eso se precisa el cultivo del
sentido de lo bello, que significa al mismo tiempo una purificación del corazón. Solo con
un corazón limpio podemos percibir la belleza en todas las cosas. Este motivo de la
limpieza del alma que en su propio interior percibe la gloria divina (la cual al mismo
tiempo, es siempre amor), lo retoman los Padres de la Iglesia, sobre todo Gregorio de
Nisa. En la contemplación de lo bello entro en contacto con el ilimitado amor de Dios
que anida en el hondón de mi alma.
La visión de lo bello no es, por tanto, un acto estético, sino expresión de una
profunda espiritualidad. Es encuentro con Dios como origen radical de la creación y con
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el Dios que habita en mí. Es una imagen optimista de Dios que nos impacta en la belleza,
un Dios que nos fascina, que nos gusta. Pues bello es aquello que agrada. Es un Dios que
colma nuestra más honda pasión por la belleza. Y es un Dios al que podemos
«saborear». «Fruitio Dei», el gustar de Dios, es para la teología católica la meta de
nuestro itinerario espiritual. Podemos ya aquí gustar de Dios en todas las cosas bellas, y
luego, en su plenitud, en la vida eterna.
También Agustín estuvo influenciado por Plotino. Él era una persona sensible, con un
fino sentido de lo bello. Una y otra vez habla Agustín de lo bello:
Cuando preguntaba a todas las creaturas por Dios, ellas le respondían que no eran
Dios, que estaban creadas por Dios. Y concluía ese interrogatorio con la indicación de
que la respuesta de las cosas está en su belleza. Su belleza le remite a Dios:
«¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que Tú
estabas dentro de mí, y yo fuera; y por fuera Te buscaba; y deforme como era, me
lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no
estaba contigo. Reteníanme lejos de Ti aquellas cosas que, si no estuvieran en Ti,
no serían. Llamaste y clamaste y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste y
fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por Ti; gusté de Ti y
siento hambre y sed; me tocaste y me abrasé en tu paz» [11] .
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«... buen y bello Dios, en el cual y del cual y por el cual todo es bueno y bello» [12] .
A quien Dios le concede un ojo limpio, ese puede ascender de la belleza del mundo
a la belleza de Dios. Y ve la belleza del mundo a la luz de la belleza de Dios.
Isidoro de Sevilla desarrolla esta doctrina. Piensa que la persona ha sido cegada por la
belleza del mundo y se ha apartado de Dios. Sin embargo, de la misma manera, puede,
por la hermosura del mundo, ser conducida otra vez a Dios:
Aquí resulta palpable la paradoja de la belleza. La belleza de los seres humanos nos
puede cegar. La belleza del mundo nos puede llevar a apartarnos de Dios. Pero la belleza
puede también convertirse en el camino que nos lleve de nuevo a Dios. Todo depende de
con qué ojos miremos la belleza: con ojos que en la belleza contemplan la gloria de Dios
o, por el contrario, con ojos que se quedan clavados en la belleza del mundo y ya no lo
ven como espejo de la belleza de Dios,
La Edad Media, con sus grandes teólogos –Anselmo de Canterbury, Tomás de Aquino y
Buenaventura–, desarrolló la teología de la belleza. Para Anselmo de Canterbury, en la
belleza del orden del mundo se muestra la belleza de Dios. Es una belleza amable que, al
mismo tiempo, provoca en nosotros el amor. La razón tiene el cometido de reconocer en
el mundo la belleza de Dios. Por lo tanto, la belleza para Anselmo no es asunto de
sentimiento, sino de razón; no del sentir, sino del contemplar. Con nuestra inteligencia
podemos ver más profundamente, podemos ver y reconocer en las cosas la belleza de
Dios.
Tomás de Aquino, en su teoría de la belleza, sigue menos a Platón que a
Aristóteles: Dios es cimiento y raíz de toda belleza, por cuanto es «consonantia» y
«claritas», es decir, produce melodía y claridad. «Claridad» produce Dios por el hecho
de hacer que las cosas participen de su luz-primordial. «Claritas» significa lo refulgente,
lo radiante de la belleza. De una persona bella decimos que es deslumbrante.
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«Consonantia» significa que todo suena melódico y todo es armonioso. Dios ordena
todas las cosas a sí mismas e íntimamente las está llamando hacia sí mismas y hacia su
verdadera esencia.
Tomás de Aquino entiende la relación entre «kalós» y «kalein» [«bello» y
«llamar»] de manera diferente de como la entiende Agustín. En Agustín, Dios nos llama
a nosotros mediante la belleza. En Tomás, las cosas son bellas porque Dios las llama a
ellas a la existencia y porque Él las ordena y reúne en conjunción armónica. Que Dios
cree algo no es expresión de indigencia, sino que...
«... tiene que consistir en el amor a la propia belleza, porque el que tiene belleza
propia quiere multiplicarla del único modo posible, es decir, mediante la
participación en la semejanza consigo mismo... Así, todo es creado para imitar, en
la medida de lo posible, la belleza divina» [14] .
La belleza del mundo es, por tanto, en último término, desbordamiento del amor de
Dios, que quiere entregarse por nosotros y hacernos felices. Desde el punto de vista de la
experiencia humana, asienta Tomás de Aquino su conocida y ya citada definición de lo
bello:
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belleza... Su belleza interior, allí donde la plenitud toda de la divinidad habita en él,
¿quién podrá expresarla ? Ojalá también nosotros nos des-figuremos exteriormente,
en el cuerpo, con el Jesús des-figurado, para con-figurarnos de nuevo interiormente
con el Jesús, belleza en plenitud» [16] .
Buenaventura relaciona en este texto las dos afirmaciones sobre Jesús, que he
citado en la introducción:
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Todas estas reflexiones filosóficas y teológicas no se me quedan en pura teoría. Al
contrario, modifican mi actitud frente a la realidad. Hay una diferencia entre decir:
«percibo esto como bello» o decir: «esto es bello». Hay, en efecto, algo objetivamente
bello. Para Platón, todo lo que le corresponde al ser, lo que pertenece al orden interior de
las cosas y de las personas, es bello. Lo bello es lo bien ordenado, lo estructurado. No es
simplemente apariencia, sino ser. Pero pide de mí otra mirada: la disposición a
contemplar lo que es, de modo que lo deje ser. Este era en todo, para Martin Heidegger,
un aspecto importante de su filosofía, que tradujo la metafísica griega vertiéndola en el
interior de nuestro tiempo: la verdad se manifiesta, para Heidegger. Se des-vela. Y este
des-velarse de la verdad es la belleza [19] .
La belleza es suceso («Ereignis»). «Ereignis» viene de «Eräugnis», por tanto, de
«Auge» (ojo). Lo bello se convierte en visión. Lo bello se revela, y en ello se muestra
todo: Dios y hombre, cielo y tierra. La respuesta del ser humano a la aparición de la
verdad es el «habitar poético» y el «pensamiento-recuerdo». No pensamos y hablamos
sobre las cosas: más bien, hacemos que las cosas, en el pensar y en el hablar, se hagan
presentes. En el «habitar poético» acontece para nosotros lo bello, y es ahí también
donde, para Heidegger, está siempre lo salvador [20] . Para percibir lo bello se precisa la
actitud interior del «dejar», del «abandono», como dice el Maestro Eckhardt. Dejamos
las cosas como son. Las miramos sin juzgarlas, sin prejuicios, en «abandono». Dejamos
que las cosas sean como son. Intentamos pensarlas, recordarlas, verbalizarlas. No
hablamos sobre las cosas. Dejamos más bien que las cosas se revelen en la palabra. Por
eso, lo bello pide un pensar contemplativo: un pensar que deja a las cosas lucir en su
belleza.
32
una y otra vez vislumbrarlo y experimentarlo. En lo bello se muestra Dios. En el ser
humano se precisa apertura para percibir lo bello. La filosofía y la teología de lo bello
conducen, así, en último término, a una espiritualidad contemplativa y mística. Se trata
de la transformación del ser humano a través de la contemplación de lo bello.
1 . GADAMER, 19.
2 . Ibidem.
3 . Ibid., 20.
4 . VON BALTHASAR, III, 1, 184.
5 . Cf. GRUNDMANN, 542s.
6 . O’DONOHUE, Schönheit, 278.
7 . Ibidem.
8 . H. U. VON BALTHASAR, III, 1, 264s.
9 . Confesiones, VII 17.
10 . Ibid., X, 6.
11 . Ibid., X 27.
12 . VON BALTHASAR, II, 101.
13 . Ibid., III, 1, 308.
14 . Ibid., III, 1, 369.
15 . VON BALTHASAR, II, 300.
16 . Ibid., II 355.
17 . Sal 45,3.
18 . Is 53,2.
19 . MANN, 22.
20 . MANN, 23.
33
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34
3. La belleza de Jesucristo
en el Evangelio de Lucas
«El estupor se apoderó de todos, y daban gloria a Dios; sobrecogidos, decían: “Hoy
hemos visto cosas increíbles”» [1] .
Lucas tiene ante sus ojos el ideal griego de belleza cuando describe el crecimiento
de Jesús niño:
En Jesús niño se hace visible la límpida belleza de Dios (esto es lo que se significa
con la palabra Charis = «gracia, donaire, belleza, encanto»), que se desarrolla cada vez
más en él. Esto mismo se pone de manifiesto también en la segunda descripción del
crecimiento de Jesús:
35
Jesús no era solo el muchacho listo, sino también alguien querido por Dios y por los
hombres y que, gracias a su donaire y encanto, era visto con agrado por Dios y por los
hombres:
«... y a secárselos con el cabello; le besaba los pies y se los ungía con la mirra» [7] .
36
Lo hacía por amor. Jesús le otorga el perdón de los pecados y sentencia: «al que
mucho ama, mucho se le perdona». Podría decirse igualmente: «el que ama la belleza
experimenta al mismo tiempo, en su amor, cómo su culpa se va alejando de él.
Experimenta simultáneamente en la belleza de Jesús su amor perdonador».
Jesús aparece en toda su belleza en la Transfiguración. Con los otros sinópticos –
Mateo y Marcos–, también Lucas hace reaccionar a Pedro ante la belleza de Jesús, que se
manifiesta en su rostro rutilante, con las siguientes palabras:
«Maestro, ¡qué bien se está aquí! Montemos tres tiendas: una para ti, otra para
Moisés y otra para Elías» [8] .
Moisés y Elías participan de la belleza de Jesús. Pedro quiere eternizar ese bello
momento. Pero Jesús se lo impide. Debe bastarle con haber contemplado la belleza de
Jesús. Tiene que bajar otra vez al valle a través de la nube oscura. Allí le quedará el
recuerdo de la hermosura de Jesús.
Lucas describe a Jesús en sus hechos, en sus palabras, en sus encuentros personales y,
finalmente, en su pasión y muerte como el hombre verdaderamente justo, aquel por
quien suspiraba la filosofía griega. La justicia tiene que ver con la belleza. Porque justa
es la persona que se ajusta a su esencia más íntima, que está a la altura de su dignidad
divina. Jesús no deja que le expulse de esta justicia precisamente la injusticia de sus
asesinos. Por eso el soldado romano glorifica a Dios al pie de la cruz diciendo que aquel
Jesús era verdaderamente un hombre justo (Lc 23,47). La gloria, la hermosura de Dios,
se hace visible, pues, en este hombre justo, en este prototipo de verdadera humanidad. La
reacción ante la hermosura de Jesús es la trasformación de los discípulos. Se adentran en
su propia belleza, en su núcleo divino. Esto lo aclara Lucas mediante la imagen del
espectáculo, de la representación escénica. Lucas entiende la vida de Jesús como
espectáculo que pretende hacernos entrar en íntimo contacto con la belleza divina que
hay en nosotros. El espectáculo, la representación escénica, dice el filósofo griego
Aristóteles, conduce a la catarsis, a la purificación de las emociones, a fin de que la
esencia del ser humano brille en toda su puridad. Lucas dice de la crucifixión de Jesús:
37
En este espectáculo vieron la belleza del amor de Dios y, de ese modo, palparon lo
bello que había en ellos mismos. Esto les llevó a la conversión. No fue ninguna llamada
a la penitencia lo que les movió a convertirse, sino la contemplación (theorein) del
acontecimiento. Al contemplar al hombre verdaderamente justo, palpan su propia justicia
y su propia belleza. Y así vuelven a casa transformados. Quien contempla
verdaderamente la belleza y se abisma plenamente en la contemplación –ese contemplar
es lo que significa «theorein»– sale de la experiencia transformado.
«Es que nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído» [10] .
Esteban está tan lleno del espíritu de Jesús que incluso perdona a sus asesinos. Este
espíritu hace que su rostro parezca el semblante de un ángel. Es decir, que el que está
lleno del espíritu de Jesús refleja en este mundo la belleza tanto de Jesús como de los
ángeles. Tanto el Evangelio de Lucas como los Hechos de los Apóstoles están llenos de
hermosas narraciones. Por eso, Lucas es para mí la invitación a contar «bellamente»
aquello que experimentamos. Muchas veces, hablando de una persona que cuenta
experiencias propias o ajenas, decimos: «¡Qué bellamente lo ha contado!» Sus
narraciones nos gustan. Contar algo bellamente es algo distinto de disertar bellamente
38
sobre algo. Quien diserta bellamente sobre algo no pretende necesariamente justificar la
realidad. Un relato bello –también nos lo muestra Lucas– no es siempre el relato de un
mundo sano. Se relata también el sufrimiento y la peligrosidad de la vida. Pero el mismo
lenguaje con el que contamos nuestras experiencias de enfermedad, de penuria y de
sufrimiento transforma esa experiencia, la eleva a otro nivel. Al escuchar un bello relato,
nos sentimos sumergidos en él. Algo cambia en nosotros. El relato bello no es una
llamada moralista a transformarnos. Es más bien una forma suave de ver nuestra propia
verdad a otra luz y de transformar nuestro decir y hacer desde dentro.
El Evangelio de Lucas y los Hechos de los Apóstoles nos invitan hoy a anunciar a Jesús
de una forma bella. En este empeño, no se trata de decirlo todo a base de bellos discursos
o de disolverlo en una bella armonía. Al contrario, debemos aprender de Lucas el arte de
hablar de nuestra vida, de nuestras penurias y sufrimientos... de tal manera que no nos
quedemos estancados en quejas y lamentos, sino que, en medio de la pena, brille algo de
la belleza del ser humano y de la posibilidad de transformación. Lucas escribió para sus
lectores griegos un bestseller que –sin falsificar a Jesús– sintonizó con su gusto por la
historia bellamente relatada.
Muchas veces me horroriza la manera en que algunos predicadores hablan de Jesús,
al que describen o bien como un encantador que soluciona todos los problemas o bien,
por el contrario, como el moralista que nos arrolla con sus exigencias. El lenguaje
eufórico que no hace más que acalorarse con la belleza de Jesús tiene miedo de la
realidad y no hace justicia a la verdadera belleza de Jesús. Y el sermón moralizante
proyecta en último término en el corazón de los humanos la angustia ante el mal. Ambas
formas de hablar de Jesús no se ajustan a la imagen de Jesús en Lucas. Lucas nos
muestra otro camino. Debemos unir nuestra realidad tal como es, también en su
desesperanza y descorazonamiento (como se manifiesta, por ejemplo, en los discípulos
de Emaús), con el destino Jesús. Entonces, a la luz de Jesús, vemos nuestra vida con
otros ojos. Entonces descubrimos, incluso en los embrollos de nuestra vida, la bella
Gestalt (Doxa/figura, gloria) que Dios tiene pensada para nuestra vida. Y reconocemos a
Jesús como aquel que nos está provocando sin contemplaciones, que sufre la tragedia de
una vida fracasada y que, como el hombre verdaderamente justo, no permite que le
arrebaten a la fuerza su belleza interior.
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Tampoco las tragedias griegas nos describen un mundo sano. Pero, a pesar de todo
el sufrimiento, de toda la infelicidad y de todas las catástrofes, brilla en ellas un rayo de
luz de la belleza interior del ser humano, como se nos muestra en la conocida expresión
de Antígona, la tragedia de Sófocles:
1 . Lc 5,26.
2 . Lc 2,40.
3 . Lc 2,52.
4 . Ibidem.
5 . Cf. BERTRAM, 556.
6 . Gn 1,31.
7 . Lc 7,38.
8 . Lc 9,33.
9 . Lc 23,48.
10 . Hch 4,20.
11 . Hch 2,46.
12 . Hch 6,15.
40
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41
4. La paradójica belleza de la Cruz
en el Evangelio de Juan
Ningún otro evangelista habla con tanta frecuencia de la «doxa» (gloria, esplendor,
lustre, belleza) como Juan. Lo paradójico es, con todo, que esta gloria y belleza de Dios,
donde brilla de la manera más clara es en la cruz; es decir, precisamente allí donde
nosotros ni la sospechábamos: en la pasión y muerte de Jesús. El tema de la gloria
recorre el evangelio de Juan desde el primero hasta el último capítulo. En el Prólogo
vincula Juan las dos palabras: gracia y belleza, gracia y gloria:
«Y nosotros contemplamos su gloria, gloria como de Hijo único del Padre, lleno de
gracia y de verdad» [1] .
42
significa lo intempestivo, lo que rompe el ritmo, lo que no encaja en el momento.
«Kalós», lo bello, es también y siempre lo ordenado, lo apropiado. «Aorós» perturba el
orden. Sale fuera del orden del tiempo y es, por eso, feo-odioso. Lo bello es lo Uno, la
Totalidad. Cuando somos uno con Dios, entonces somos bellos.
«Belleza» tiene que ver con «gracia». «Charis», palabra griega que traducimos como
«gracia», significa regalo, don, pero también encanto, atractivo, el deleite que brota de la
belleza. El poeta alemán Friedrich Hölderling traduce «Charis» por «la amabilidad del
ser»; y el filósofo Martin Heidegger, por «la merced del ser» o «la galanura del ser».
«Charis», como lo agradable y atrayente, tiene también relación con «Charme-Encanto».
Sin embargo, la palabra «Charme» se deriva de «carmen» (canto, fórmula
mágica/conjuro) y de «canere» (cantar, hechizar/en-cantar). La fe, pues, no es solo el
arte de contemplar lo bello, sino que «en-canta» también mediante lo que nos muestra.
Nos muestra la hermosura y el amor de Dios.
Este es otro concepto de fe con el que nos encontramos aquí, en Juan, tal como con
frecuencia lo sentimos en nosotros. Pensamos: «tendríamos que creer» o «tendríamos
que confiar»... Creer es para Juan la visión de lo bello. Y quien contempla lo bello confía
en la bondad del ser, en la galanura del ser. Ve lo bello en medio de un mundo que
frecuentemente aparece infecto y repugnante.
Para Juan, la belleza de Dios brilla en la Palabra (Logos) hecha carne. La carne
menesterosa (Sarx) es caduca, débil y enferma, y deforme por la enfermedad. Esta es la
paradoja del concepto joánico de belleza: la gloria de Dios brilla precisamente en la
debilidad de la carne. Y esta debilidad de la carne se despliega en otras dos imágenes: en
la imagen del cordero y en la de la cruz. Juan, el Bautista, dirige la mirada de sus
discípulos hacia Jesús diciendo: «He ahí el Cordero de Dios» [2] .
El Cordero no es el cordero del sacrificio o el chivo expiatorio («arnion»), sino el
indefenso, el vulnerable cordero («amnos»). Jesús no es el héroe, sino que es vulnerable
como un cordero. Será entregado a los poderosos. Pero precisamente en esa persona
débil, entregada al poderío del mundo, brilla la belleza de Dios. Y esa belleza es ya por
siempre amor.
43
En la otra palabra referida al cordero (Jn 1,29) habla Juan del Cordero que quita el
pecado del mundo. En ella se hace patente el amor de Dios que «carga con el pecado del
mundo», del que habló el Éxodo (34,6s). Quitar los pecados no tiene nada que ver con
expiación, sino que es –de acuerdo con la afirmación de Ex 34– signo del amor de Dios.
El amor de Dios se caracteriza porque no nos pone encima, como si de un fardo se
tratara, nuestros pecados, sino que los echa fuera del mundo, de manera que ya no tengan
más poder sobre nosotros.
Jesús se califica a sí mismo como el «buen pastor». Nosotros traducimos
ordinariamente la palabra griega «kalós» por «bueno». Pero en realidad significa
«bello». De ahí que Carlo Martini traduzca las palabras de Jesús sobre el «buen pastor»
de la siguiente manera:
«Yo soy el Pastor bello (cabal). El Pastor cabal da su vida por las ovejas... Yo soy
el Pastor cabal; conozco a las mías, y las mías me conocen a mí, como el Padre me
conoce y yo conozco al Padre; y yo entrego mi vida por mis ovejas» [3] .
«La belleza del Pastor es el amor con que se entrega a la muerte por cada una de sus
ovejas y traba con cada una, desde el amor más profundo, una relación inmediata,
personal. Esto quiere decir que su belleza la experimenta quien se deja amar por él
y le entrega todo su corazón para que lo empape de su presencia» [4] .
Jesús habla también como el Pastor cabal de las obras bellas que, por encargo de su
Padre, realiza ante los hombres (Jn 10,32).
Son sus obras de amor. Juan muestra aquí la unión entre belleza y amor, como ya la
vieron los griegos y como también Dostoyevski la vio en su novela El idiota. Bello es el
ser humano que ama y, en su amor, se entrega por otros. La primitiva Iglesia cristiana
representó a Jesús como el juvenil y bello zagal que con su belleza atrae a los humanos
y, por eso, puede guiarlos y conducirlos sin violencia.
La indefensión de la carne se consuma en la cruz. En ella, Jesús es entregado al
poder arbitrario del mundo. Hacia fuera, Jesús es impotente y está desamparado. Pero
precisamente en la cruz es glorificado por Dios. Y esa glorificación es, en último
término, amor que se ha hecho visible: amor hasta el extremo. En la cruz brilla la belleza
de Dios de la manera más clara. Es una paradoja. Nosotros unimos la cruz con el
44
sufrimiento cruel de Jesús. Sin embargo, Juan ve en ella la plenitud del amor. Cuando un
amigo da su vida por sus amigos, esa es la cumbre del amor:
«Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos» [5] .
La belleza del amor de amigo nos da en el rostro desde la cruz. Y resplandece una
gloria que es algo distinto de la belleza terrena. Jesús ora en su última oración:
«Ahora tú, Padre, dame gloria junto a ti, la gloria que tenía junto a ti antes de que
hubiera mundo» [6] .
Juan utiliza otras dos imágenes del amor que se consuma en la cruz: la imagen de la
entrega y la imagen del abrazo. Aunque la muerte en cruz es una muerte violenta que le
viene a Jesús desde fuera, él habla de su entrega activa:
Jesús trasforma lo que le acontece desde fuera en un acto de amor y de entrega. Con
ello arrebata a lo exterior su poder. La entrega transforma en amor la crueldad que nos
golpea desde fuera.
La segunda imagen es la del abrazo. Dice Jesús:
45
frontis de nuestra iglesia abacial en Münsterschwarzach, ha querido también, con su
representación, transformar el sufrimiento en belleza. Ha representado al Cristo
resucitado que, en la cruz, abraza a todo el mundo y abraza también, con todo lo que es,
a cualquiera que mira a la cruz.
Porque cruz significa precisamente abrazo de los contrarios. No nos sentimos bellos
porque mucho de lo que percibimos en nosotros no nos gusta, y lo rechazamos. Ahora
bien, lo que rechazamos es lo que le falta a nuestra belleza. La cruz une todo en
nosotros: lo luminoso y lo oscuro, lo fuerte y lo débil, lo sano y lo enfermizo, lo que ha
quedado sano y lo mutilado, lo vivido y lo no vivido, lo vivo y lo anquilosado, lo logrado
y lo fracasado, lo consciente y lo inconsciente.
El evangelio de Juan es una escuela de fe. En este contexto, «fe» no quiere decir
que cierro mis ojos ante lo negativo y miro únicamente lo bello. La fe de la que habla
Juan es el arte de lograr ver todavía, en la carne caduca, deforme, enfermiza, incluso
asesinada, la gloria de Dios. La belleza siempre tiene algo que ver con el amor. Al
reconocer en las personas, aun cuando de puertas afuera sean deformes, el amor que las
mueve, veo en ellas también la gloria y la hermosura de Dios. La escuela de la fe
culmina en la cruz. Pero Juan, en todo su evangelio, nos exhorta a ver bien. Esto
comienza con la llamada de los discípulos. A los dos primeros discípulos que quieren ver
dónde vive Jesús, los llama con estas palabras:
«Jesús no necesitaba informes de nadie, porque él sabía lo que hay dentro del
hombre» [10] .
No solo Jesús incita a ver; también los discípulos se exhortan mutuamente a mirar a
Jesús. Así, Felipe dice a Natanael –que piensa que de Nazaret no puede salir nada
bueno–: «Ven y verás» [11] .
Natanael se siente movido a creer porque Jesús le ha mirado en su más íntima
intimidad. Aun así, Jesús le promete:
46
«“Cosas más grandes que estas verás”. Y añadió: “Os aseguro que veréis el cielo
abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando por este Hombre”» [12] .
Jesús mismo nos invita a ver las cosas de este mundo con ojos nuevos. Si así lo
hacemos, reconocemos en todo un símbolo de nuestra relación con Dios y con
Jesucristo. Esto se hace patente cuando Jesús se califica a sí mismo como puerta y como
vid verdadera. Si miramos con ojos bien abiertos la vid, reconocemos que estamos
unidos a Jesús del mismo modo que los sarmiento están unidos a la cepa. Y si miramos
una puerta con los ojos bien abiertos, reconocemos en ella el misterio de que Jesús nos
abre la puerta a su propio corazón y a Dios. Si miramos con ojos de fe el agua,
reconocemos en ella algo del misterio del Espíritu Santo.
Juan comienza el relato de la pasión con unos peregrinos griegos que se acercan a
Felipe y dicen:
«Os aseguro: si el grano de trigo caído en tierra no muere, queda solo; pero si
muere, da mucho fruto» [14] .
Los griegos querían ver a Jesús porque habían oído hablar de él. Jesús les muestra
que pueden ver su misterio si miran con ojos atentos el grano de trigo. En él reconocen
que la cruz de Jesús no es nada opuesto a su gloria, sino que precisamente en el morir
brilla la gloria de la nueva vida. El relato de la pasión termina con estas palabras:
47
También aquí se manifiesta otra vez la paradoja de la idea joánica de la belleza.
Porque mirar a un hombre traspasado no se aviene con nuestro ideal de belleza. En él
vemos más bien algo cruel. Pero precisamente en ese hombre traspasado tienen que ver
los humanos la fuente del amor que fluye hacia nosotros del corazón abierto. Y en ese
corazón amante ven la verdadera belleza, la belleza del amor de Dios, que incluso
trasforma el sufrimiento en belleza.
La visión de la gloria del crucificado se consuma entonces en la resurrección. María
de Magdala anuncia a los discípulos, tras su encuentro con el Resucitado:
Los discípulos a los que Jesús se aparece al atardecer del día de Pascua transmiten
su experiencia a Tomás, el discípulo que, en el primer encuentro con el Resucitado, no
estaba presente, con las mismas palabras:
Sin embargo, el discípulo Tomás no queda satisfecho con el ver de los otros. Él
quiere ver a Jesús por sí mismo y tocar sus heridas. Y Jesús satisface la petición de
Tomás. Le muestra sus heridas y le invita a tocarlas con sus propios dedos. Pero
entonces concluye la historia de Pascua con la sentencia:
Cuando medito el Evangelio de Juan como un desafío a mi espiritualidad, veo ante todo
el cometido de descubrir la gloria y la belleza de Dios también en mi propia debilidad y
endeblez, en la fragilidad y en la cruz que una y otra vez pasa a través de mí y de mis
imágenes de la vida. Precisamente la cruz quiere abrirme a una más honda belleza, la
belleza de mi alma. Y la cruz es para mí la invitación a reconocer, también en el sino de
los humanos a quienes yo acompaño y que tan frecuentemente me muestran los sueños
48
rotos de su vida y su propia fragilidad, algo de la gloria que se manifiesta en un amor
que es más fuerte que la muerte.
Cuando descubro en una persona algo del amor que ni siquiera por la muerte se deja
avasallar, entonces contemplo el misterio de la belleza de la que habla Juan. No me
refugio en un mundo estéticamente bello. Miro la realidad de mi mundo tal como es y
reconozco en él, a pesar de todo, la gloria de Dios, sobre la que la fuerza bruta y la
crueldad humana no tienen poder alguno.
1 . Jn 1,14.
2 . Jn 1,36.
3 . MARTINI, 51.
4 . Ibid., 52.
5 . Jn 15,13.
6 . Jn 17,5.
7 . Jn 15.18.
8 . Jn 12,32.
9 . Jn 1,39.
10 . Jn 2,25.
11 . Jn 1,46.
12 . Jn 1,50.
13 . Jn 12,21.
14 . Jn 12,24.
15 . Jn 19,37.
16 . Zac 12,10.
17 . Zac 13,1.
18 . Jn 20,18.
19 . Jn 20,25.
20 . Jn 20,29.
49
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50
5. La belleza de la Creación
La Biblia nos cuenta que Dios hizo la Creación, bella. Y una y otra vez se ensalza en
los salmos tal belleza, en la que brilla el fulgor de Dios. El salmo 104 celebra la
Creación y al Creador, verbalizando todo lo que el ojo humano ve en la Creación.
El salmo comienza con los siguientes versos:
La belleza de la Creación es como el vestido que Dios se pone para presentarse ante
los humanos. Y a continuación, el salmo describe simplemente lo que existe:
51
Los griegos tienen para «creación» y «poetización» la misma palabra: «poiesis». Lo
que Dios ha creado tiene que ser reconfigurado de nuevo en la palabra humana. Los
salmos e himnos con que alabamos a Dios son creaciones de artistas que se sienten
conmocionados por la belleza de Dios. Para los griegos, los artistas tenían que estar
poseídos por la presencia de un dios para poder crear. Para Píndaro, la composición de
un himno es...
Condición para componer himnos es estar poseído por Dios, «estar-en-Dios» (En-
thou-siasmos). Para Platón, propio del poeta es...
El ser humano responde a la belleza de la Creación con la alabanza del Creador. Pero su
respuesta consiste también en que él mismo puede crear algo bello, no solo en himnos y
canciones, sino también en el arte y en su quehacer cotidiano. Nosotros mismos
participamos del poder creador de Dios. Podemos producir lo bello. Podemos configurar
más bellamente el mundo. Esto vale no solo para el arte, sino también para nuestro
quehacer diario. Embellecemos nuestras casas; decoramos bellamente nuestra
habitación; cubrimos la mesa con fantasía, de manera que no solo saboreamos las
comidas, sino también la bella atmósfera en la que comemos... Si nos sentamos juntos
para celebrar una fiesta, adornamos la habitación con gusto.
52
Una vez di un curso para empleadas de hotel. A ellas les competía una importante
tarea: la de complacer a los huéspedes mediante la bella ordenación de los salones, pero
también mediante el modo de tratarlos. Cada uno de nosotros no solo se encuentra con la
bella Creación de Dios. Nosotros mismos nos convertimos diariamente en creadores que
crean algo bello para sí mismos y para otros.
Y reflexiona al respecto:
Jesús nos incitó a dirigir nuestra mirada a los pájaros y a los lirios del campo:
«Ni Salomón, con todo su fasto, se vistió como uno de ellos» [10] .
En los lirios no solo vemos la belleza de la Creación, sino que aprendemos de ellos
la ingravidez del ser. Aprendemos de ellos lo que es gracia, donaire, belleza. En la
belleza de los lirios reconocemos también nuestra propia belleza [11] .
53
Alguien que continuamente vierte en palabras esta maravillosa meditación de la
belleza de la Creación es el teólogo Fridolin Stier, que creció en un caserío de labradores
en Allgäu por lo que ya desde la niñez estuvo muy unido a la naturaleza. En su diario
cuenta, el 28 de junio de 1968:
Para Fridolin Stier, la belleza del mundo no es una belleza romántica, estética, sino
también, con excesiva frecuencia, una «terrible belleza» de la que habla Rilke. A pesar
de todas las catástrofes naturales, esta belleza de la Creación aguanta. Así lo muestra un
fragmento de las anotaciones en su diario, del 30 de junio de 1970:
54
el sol, el brillante rocío en la hierba, los pájaros cantando, el cielo y el bosque...:
¡ahí es donde habría podido dar saltos de alegría!” [Y] “Ahí es donde he sentido
que hay algo más...”» [13] .
«En el campesino Ambros Diem está retratado todo el pasado de Fridolin Stier: su
patria, su amor a los animales y a los paisajes. En la cita, escrita en dialecto (¡cosa
rara en Stier!), se pone a salvo una porción de calor hogareño, un trozo de cobijo,
de familiaridad con la tierra y con el paisaje. Aquí, a Stier –camuflado tras el
campesino de la Suabia Superior– se le ha escapado el misterio de su fe: una
confianza en el ser, a pesar de todas las experiencias de crisis; -un enamoramiento
de la Creación, a pesar de todas las catástrofes; una experiencia del “más”, a pesar y
en medio de toda la negatividad» [14] .
Si se comparan estas experiencias de Fridolin Stier con las tesis de la teología protestante
sobre la belleza de la Creación, se percibe la diferencia. La mayoría de los teólogos
protestantes le dan a uno la impresión de que la belleza de la Creación solo se puede
percibir correctamente en la fe en Jesucristo. No se puede hablar de la belleza de la
Creación sin pensar inmediatamente en la culpa que fue expiada por Cristo. Se pone en
guardia sobre el regusto de la bella Creación, porque podría llevar al olvido de
Jesucristo.
A mí, la relación originaria con la naturaleza, que se expresa en los pensamientos de
Stier, me cae interiormente más cercana. También Stier habla en sus apuntes una y otra
vez del sufrimiento, de la oscuridad y la ausencia de Dios, de la incomprensibilidad de
Dios. Pero cuando está en la naturaleza y contempla las praderas por las que pasea, en
ese momento él está seguro de su Dios. Es claro: él no comprende a ese Dios que, por un
lado, ha creado ese maravilloso paisaje y, por otro, deja morir de cáncer al joven padre
de familia. Pero no piensa en pecado y en culpa cuando se queda absorto ante una
margarita, admirando su belleza.
Muchas personas experimentan hoy la belleza de Dios en la naturaleza y se sienten
profundamente impactadas por esa experiencia. Como ejemplo, baste citar al compositor
francés Claude Debussy, que no se considera cristiano practicante, pero que sí tiene en la
naturaleza experiencias que solo se pueden calificar de religiosas:
55
«Ante un cielo revuelto, cuyas bellezas maravillosas e incesantemente cambiantes
contemplo durante horas y horas, me domina una indescriptible marejada de
sentimientos. La inconmensurable naturaleza irradia sobre mi pobre alma,
hambrienta de verdad. Aquí están los árboles que extienden sus ramas hacia el
cielo, aquí las flores olorosas que sonríen en la pradera, aquí está la tierra
deliciosamente engalanada con abundante herbaje. Y, sin darse uno cuenta, se
juntan las manos en oración. Sentir a qué excitantes e imponentes espectáculos
invita la naturaleza a sus caducas y estremecidas creaturas: a eso lo llamo orar» [15] .
56
Tras un paseo apacible a través de la naturaleza, en un día soleado de mayo, me siento
interiormente renovado. Siento que la belleza es saludable para mí. Cuando en
vacaciones hago una excursión por los Alpes con mi familia, disfruto del panorama, del
paisaje inmenso, de la vista de los montes maravillosos. Puedo gustar esa visión en
calma absoluta. Dejo que el paisaje penetre en mí como un cuadro que se pinta en mi
interior. Y siento que las bellas imágenes se hacen imagen en mí y me hacen entrar en
contacto con la belleza que ya existe en mí, en el hondón de mi alma, aun cuando con
frecuencia estén soterradas y deformadas por imágenes negativas.
1 . Sal. 104,1.
2 . Sal 10–12.
3 . Sal 31,33.s.
4 . LÖHR, 42.
5 . Ibid., 37.
6 . BOHREN, 94.
7 . Ibid., 97.
8 . Mt 5,14.
9 . BOHREN, 98.
10 . Mt 6,29.
11 . Cf. Mt 5,26-30.
12 . STIER, 116.
13 . Ibid., 121.
14 . Ibid., 121.
15 . DEBUSSY, 304.
57
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58
6. La belleza del lenguaje
Cuando leo los escritos de Romano Guardini o del anterior Papa, Benedicto XVI, me
asalta un sentimiento: ¡qué lenguaje tan bello! En los escritos teológicos de Karl Rahner
tengo más bien la impresión de que se trata de un lenguaje complicado. En sus
meditaciones, por el contrario, admiro de nuevo un bello lenguaje.
¿Qué es lo que hace bello el lenguaje? ¿Es solo cuestión de impresión personal o
hay criterios objetivos al respecto? Yo creo que un lenguaje es bello cuando es diáfano y
sencillo sin ser banal, cuando deja abierto el misterio, cuando no es demasiado cargante,
demasiado ampuloso, demasiado arrebatado, sino que, a lo que está-ahí, al ser, le ayuda
a expresarse.
Philipp Harnoncourt, Profesor de Liturgia en Graz, en su Laudatio para la
concesión del Premio-Guardini a su hermano Nikolaus, el gran dirigente, contaba cuánto
había admirado de estudiante el lenguaje de Guardini. El problema era: ¿qué había de tan
bello en ese lenguaje? Según Harnoncourt,
Así pues, el lenguaje es bello cuado es sencillo, cuando tiene sentido del misterio,
cuando está a la altura de las cosas de las que habla... y cuando sale del corazón.
59
El bello lenguaje de Friedrich Hölderlin
De entre los poetas alemanes se dice que el más bello lenguaje es el que ha empleado
Friedrich J. C. Hölderlin. Yo no pretendo analizar aquí el lenguaje de Hölderlin desde el
punto de vista de su belleza, sino contemplar su personal actitud ante la belleza, su
empeño por facilitar expresión a lo bello del ser mediante su lenguaje.
Porque característico de la comprensión que tiene Hölderlin de lo bello es la
conexión entre lo sagrado y lo bello. Lo sagrado es también siempre lo bello: esto lo ha
subrayado constantemente Hölderlin. Para él, la gloria es la unidad de lo sagrado y de lo
bello. La religión es para él el amor de la belleza. Sagrado, santo, es para Hölderlin no
solo Dios, sino todo lo que refleja su santidad: por tanto, la naturaleza, el sol, la luz, las
estrellas, el valle, la vid. Y es sagrado el ser humano...
El ser humano contempla eso tan sagrado y bello cuando entra en profunda
intimidad consigo mismo. En la intimidad se abandona el ser humano al milagro y al
misterio del ser: allí experimenta el impacto de Dios.
Hölderlin habla de...
60
del amor se calma,
merece el esfuerzo del corazón
el presentimiento de la paz,
y resuena en melodías musicales
el arpa del alma»
Son cuatro las afirmaciones que hace aquí Hölderlin sobre la belleza:
Primera: Dios se oculta en lo bello. Lo bello es, pues, el lugar de la presencia de
Dios en este mundo. Pero se necesita la fe para poder reconocer y contemplar a Dios en
todo lo bello. Lo bello se convierte para Hölderlin en lugar de experiencia de Dios.
Segunda: en lo bello se calma nuestro profundo deseo de amor. Lo bello no solo
despierta nuestro deseo de amor. También lo calma. En lo bello experimentamos el
amor. Allí nos topamos con el amor de Dios. Pero todo lo bello está también lleno de
amor. Una persona bella irradia amor. También el paisaje bello, la flor hermosa están
impregnados de amor. Teilhard de Chardin habla de amorización: toda la materia está
impregnada de amor. En la belleza del mundo me sale al paso el amor como una fuerza
que es más fuerte que la muerte, que colma mi más profunda pasión de felicidad y de
hogar.
Tercera: la hermosura nos regala paz interior. En lo bello podemos descansar.
Contemplamos lo bello y olvidamos cualquier desasosiego. Lo bello es un lugar de
refugio del alma, al que esta puede retirarse una y otra vez para descansar del ruido del
mundo y del ajetreo y desasosiego en que la belleza se pierde.
Cuarta y última: lo bello hace sonar el arpa del alma. Esto quiere decir, sin duda,
que la belleza que percibimos fuera nos remite a la belleza que anida en nuestro interior.
Lo bello no solo se deposita en nuestra alma, sino que también resuena en ella y la hace
vibrar.
En sus poemas, Hölderlin pretende despertar en nosotros la pasión por lo bello y el deseo
profundo del amor, para encontrar en todo lo que contemplamos a Dios mismo. Este es,
en resumidas cuentas, el secreto de su bello lenguaje: que mediante él no solo nos
transmite belleza, sino también amor. Al fin y al cabo, solo tiene un lenguaje bello el
escritor que ama a las personas.
61
En el lenguaje de Hölderlin percibo su profundo amor a la vida y a los seres
humanos y su asombro ante la belleza de Dios, tal como se expresa en la naturaleza. Por
la belleza de la naturaleza, que se experimenta en el lenguaje de Hölderlin, entramos en
contacto con el amor que burbujea como una fuente en lo hondo de nuestra alma. En su
poema «A la naturaleza», Hölderlin lo expresa así:
62
La sensibilidad lingüística de Peter Handke
En un estilo algo más profano, el poeta Peter Handke (Carinthia, Austria) ha escrito en
nuestros días sobre la belleza del lenguaje. Siendo joven poeta de 24 años y fan de los
Beatles, asistió invitado a un encuentro del Grupo 47, que tuvo lugar en 1966 en
Princeton, USA.
El joven y desconocido poeta pidió la palabra y fulminó con su crítica, sobre todo, a
los autores neorrealistas, como, por ejemplo, Günter Grass o Marcel Reich-Ranicki, «el
pontífice de la literatura alemana».
Él pensaba que...
«... que la literatura se haga mediante el lenguaje, y no con las cosas que se
describen con el lenguaje» [5] .
«Esforzándome por encontrar las formas para mi verdad, ando en pos de la belleza
–de la belleza estremecedora, del estremecimiento a través de la belleza–. Sí: tras lo
clásico, lo universal» [6] .
63
Handke escribe de tal modo que la belleza que hay en las cosas impacte a los
lectores: no que los arrulle o los distraiga, sino que les produzca una sacudida. La belleza
agita nuestra ordinaria manera de pensar. Crea una conmoción en nuestra alma para que
abramos los ojos y contemplemos el mundo como es en realidad, en su abismal belleza.
Para Handke, de lo que se trata no es solo de describir correctamente las cosas, sino de
ligar la realidad del mundo a las imágenes interiores de la persona, a sus sueños. Por eso,
él habla de la intra-imagen que hay en él y que él vincula con la realidad, para de ese
modo descubrir la realidad en su verdad. Su tarea como escritor la describe así:
64
Lenguaje literario y lenguaje homilético
Echo de menos hoy, en muchas predicaciones y en la organización de los actos
litúrgicos, el esmero en el lenguaje. En esos actos, a menudo ya no se percibe el afán por
la belleza. Pero si el lenguaje no es bello, si no está impregnado de amor y si no tiene
sentido del trasfondo de todas las cosas, en ese lenguaje Dios no puede hacerse oír. En
ese lenguaje no se transmite la belleza, sino que se la deforma. Dios queda ensombrecido
por un lenguaje excesivamente pío y recargado, pero también por un lenguaje banal que
habla de Dios como si se tratara de un objeto sobre el que los medios de comunicación
fueran a difundir una noticia. El lenguaje eufórico que se exalta constantemente con la
belleza de Dios deforma la verdadera belleza de ese Dios exactamente igual que un
lenguaje puramente racional e intelectual.
Nadie nace con un lenguaje bello. Es preciso esforzarse constantemente por
conseguir un lenguaje que sea bello y sencillo, claro y desinteresado. Un lenguaje que
haga resonar lo que está-ahí, un lenguaje empapado en amor y no dominado por el afán
de hacerse el interesante, de situarse en el candelero.
Bello es el lenguaje, según Hölderlin, solo cuando colma el deseo de amor. Y,
según Handke, gana en belleza el lenguaje cuando deja resonar el trasfondo que hay en
todas las cosas que describimos.
El lenguaje en el culto litúrgico, en la predicación, necesita el sentido del misterio.
No debe hablar de Dios como si lo conociese al dedillo. El arte consiste más bien en
mantener abierto el misterio a través de nuestro decir, y llevar a las personas a entrar en
contacto con el misterio que habita su propia alma. Se trata de hablar un lenguaje que
ponga en contacto a las personas con la belleza y el amor que ya hay en el fondo de su
alma, pero que una y otra vez, mediante las palabras, tienen que ser sacadas a la
conciencia.
65
4 . H. HÖLLER, 42.
5 . Ibid., 43.
6 . Ibid., 82.
7 . P. HANDKE, Aber ich lebe nur..., 31.
66
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67
7. La belleza de la música
«Todas las cosas existen porque tienen un orden, y están ordenadas porque se
verifican en ellas reglas matemáticas que al mismo tiempo son condición de la
existencia de la belleza» [1] .
«Pitágoras, con una melodía en tono hipofrigio y ritmo espondeo, había calmado a
un joven borracho y le había hecho entrar en sí (porque la tonalidad frigia le
sobreexcitaba). Los pitagóricos se hacían arrullar en el sueño por determinadas
melodías sostenidas, para calmar la inquietud del día; al despertar, se sacudían la
modorra con otras modulaciones» [2] .
Boecio opina que nadie puede sustraerse al embrujo de una dulce melodía. Y
confirma el punto de vista de Platón afirmando que...
Por eso, para Platón, la educación mediante la música es saludable para el joven...
68
formal» [4] .
Lo que los griegos y la Edad Media escribieron sobre la belleza de la música, que
reproduce las proporciones de este mundo, es lo que Johann Sebastian Bach realiza en su
música. Bach busca dar expresión, mediante su música, al orden preexistente de la
creación y, de esa manera, poner en contacto al ser humano con su modelo originario, el
vivo retrato de Dios. Esto produce un efecto saludable sobre la persona. Aleja su
pesadumbre y le llena de alegría. Bach tradujo a sonidos bellos la cruel pasión de
Jesucristo. Mediante la belleza de la música de la Pasión, convierte lo cruel en saludable,
lo feo en bello. A través de la música, la Pasión de Jesús se convierte en expresión de su
amor, tal como lo canta la soprano en la Pasión según San Mateo: «por amor quiere
morir mi Salvador». También por eso, la Pasión según San Mateo puede concluir con
una coral que se asemeja a una canción de cuna.
69
el amor entre el Padre y el Hijo. La música de Haydn trasforma la crueldad de la muerte
en algo bello. Es bello entregarse con Jesús en las tiernas manos de Dios.
Hoy percibimos la música de Mozart como bella. Karl Barth, el gran teólogo
protestante, pensaba que la música de Mozart tenía su sitio en la teología, concretamente
en la teología de la Creación. Porque en su música resuena algo de la Creación, de su
bondad y belleza. Hans Urs von Balthasar ve en Mozart...
«Mozart era puro como un ángel, y su música es rica en belleza divina» [7] .
«... pero porque las pasiones, violentas o no, nunca hay que expresarlas hasta la
náusea, y la música, incluso en la situación más horripilante, jamás debe ofender al
oído sino que aun en esa situación tiene que deleitarle –en resumen, que la música
tiene que seguir siendo música siempre–, por eso no elegí un tono extraño para F
(para el tono del aria), sino uno más apropiado para ello, pero no el próximo D
menor, sino el ulterior A menor» [8] .
70
En el coche, en los largos viajes que hago para dar mis conferencias, me gusta oír
música. Oigo con frecuencia las cantatas de Bach, pero también escucho de vez en
cuando la música instrumental de Mozart, incluso sus óperas. Siento entonces cómo la
música despeja mis pensamientos y sentimientos negativos y me envuelve en un clima
interior alegre y confiado.
Me gusta también escuchar la música sacra de Mozart. Cuando, por ejemplo, oigo
la Misa de la Coronación, me siento profundamente conmovido por la belleza del
«Benedictus qui venit» (Bendito el que viene). En ese momento percibo cómo la llegada
de Jesús en la Eucaristía es para el compositor algo bello que colma su más honda
querencia de vida y amor.
Para el Agnus Dei utilizó Mozart la misma melodía que para el aria de la Condesa
en Las bodas de Fígaro. La condesa, en ese aria, canta su amor con tal intensidad
interior que no es solo el amor a su marido, sino el amor mismo en su pura esencia, lo
que expresa. En el Agnus Dei, Mozart ha experimentado el amor de Jesús, que quita
nuestros pecados y nos colma de una profunda paz. En él se hacen oír belleza y amor.
Muchos creen que Mozart habría compuesto música sacra solo por obligación,
como por encargo de sus empleadores eclesiales que estaban en situación de ejercer
sobre él una presión financiera. Sin embargo, cuando escucho las Misas que compuso,
siento lo profundamente impactado que estaba por aquello a lo que ponía música. Y me
encuentro, en esa hermosa música, con una espiritualidad que ha captado la esencia de lo
cristiano, es decir: que en Jesús se nos ha hecho visible y experimentable el amor de
Dios, que la Eucaristía es la llegada de ese amor a nuestros corazones y que ese amor es
a la vez belleza: embellece nuestra alma. Con esto, Mozart muestra una profunda
espiritualidad. Mucho más profunda que todos los comentarios sobre la Eucaristía con
palabras piadosas, a las cuales, sin embargo, les falta lo esencial. Mozart entiende y hace
inteligible que, en la Eucaristía, el amor de Jesús llega a nosotros una y otra vez para
llenar nuestros corazones de su amor y transformarlos: aquel amor que ha brillado con la
máxima claridad en su entrega por nosotros en la cruz.
La belleza de la Encarnación se manifiesta de forma perfecta, para mí, en el «et
incarnatus est» de la Misa en Do menor. Es una belleza que une cielo y tierra, Dios y
hombre entre sí.
71
El poeta irlandés John O’Donohue califica la música como...
«... uno de los más bellos regalos que el ser humano ha traído a la tierra. En la
música verdaderamente grande, la archisecular nostalgia de la tierra encuentra una
voz... Es tal vez esa clase de arte que más nos acerca a lo eterno, porque transforma
inmediata e irreversiblemente nuestra experiencia del tiempo. Al escuchar música
bella, entramos en la dimensión de lo eterno» [10] .
La música nos ata a la tierra, hace –como ya pensaba Pitágoras– que la vieja música
de las esferas, que desde siempre resonó en la tierra, suene de manera nueva. Pero, al
mismo tiempo, la música es una puerta para el cielo. No en vano hablamos de música
celestial, de música que nos encanta, que nos fascina con su belleza y nos ofrece un
atisbo del cielo.
O’Donohue expresa esto de la siguiente manera:
Que la música bella es saludable no solo para nuestros oídos, sino también para
nuestra alma y nuestro cuerpo, lo confirman actualmente muchas investigaciones
psicológicas. Pero en esto a mí no me ayuda demasiado la investigación. Cuando me
sumerjo de lleno en la música de una Cantata de Bach o de una Sinfonía de Mozart,
entonces me olvido de todas las fundamentaciones del efecto saludable de una música
bella. Me entrego simplemente a la música. Me sumerjo en ella y, al mismo tiempo, dejo
que la música me empape. Entonces experimento cómo me gratifica. Me libera de todos
los círculos que se cierran en torno a mí y a mis problemas. Al oír música bella puedo
olvidarme de mí mismo, y mi alma emerge a la belleza. Ella es la promesa de que mi
vida toda, por muy resquebrajada y fragmentada que pueda estar momentáneamente, se
unifica, abismada en la belleza divina.
1 . U. ECO, 61.
2 . Ibid., 63.
3 . Ibid., 62
72
4 . J. O’DONOHUE, Landschaft der Seele [Paisaje del alma], 90.
5 . U. ECO, 83.
6 . O. ZSOK, 129s.
7 . Ibid., 298.
8 . Ibid., 150.
9 . M. WALTER, 42.
10 . J. O’DONOHUE, op. cit., 93.
11 . Ibid., 90.
73
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74
8. La belleza del arte representativo
Platón entiende el arte como imitación de la naturaleza. En esta línea, el arte pretende
crear como Idea perfecta las ideas de Dios que a veces solo de manera imperfecta han
logrado tomar forma en la naturaleza. Aristóteles ve el arte de manera algo diferente.
Para él, el arte perfecciona lo que en la naturaleza ha quedado todavía imperfecto. La
palabra alemana «Kunst» [arte] proviene de «können» [poder]. Apunta, pues, a la
destreza que Dios ha otorgado a los humanos. En la tradición filosófica se distingue lo
bello natural de lo bello artístico. El arte tiene la misión de crear algo bello. Dios lo ha
dado como facultad de participar de su fuerza creadora y expresar, en la obra de arte, su
belleza.
No solo admiramos la belleza de la creación. El ser humano es capaz, por sí mismo,
de crear lo bello. Su creación no va dirigida contra la naturaleza, sino que toma
elementos de ella para dar mejor y más clara expresión a su verdadera belleza. Esto
puede afirmarse no solo de la belleza del ser humano, sino también de la belleza de un
paisaje o de un bodegón en el que resalta la belleza de un jarrón o de una manzana.
75
La belleza en la arquitectura
En nuestro monasterio siempre estamos en trance de construir o de reformar. Para mí,
como ecónomo, como responsable de la administración del monasterio, es importante no
construir demasiado caro, no dar la nota con ostentosas edificaciones. Pero se precisa
una cultura de la construcción. Yo estoy muy contento con dos arquitectos que colaboran
con nosotros y que tienen el sentido de lo bello. Cuando los espacios están embellecidos,
gratifican a las personas. Esto lo percibo cuando recorro monasterios que, o bien se han
venido abajo, o bien se preocupan muy poco por el estilo. La atmósfera que crea un
edificio puede tener sobre nosotros un efecto saludable o perjudicial, deprimente o
euforizante. Con frecuencia no vemos la irradiación que tienen nuestros recintos. A
veces los recargamos y no nos damos cuenta de cómo con ello nos estrechamos nosotros
mismos. A veces no hay claridad alguna en las formas.
Sin embargo, las ciudades de hoy son inhóspitas y no tienen corazón. Esto repercute
en sus habitantes, que se vuelven depresivos y aparecen cortados por un mismo patrón.
No les envuelven la belleza y el sentido, sino el vacío y la funcionalidad. Y ello
repercute sobre las personas, que adquieren el sentimiento de que lo más importante en
la persona es que ella funcione. Mitscherlich lamenta la forma de construir en los
Estados Unidos y habla de una homogeneización de los bloques de viviendas, a la vez
que de las personas...
76
Si las ciudades se construyen sin fantasía y solo funcionalmente, se van a pique
cultura, techo y calor hogareño. La manera en como planificamos y construimos las
ciudades repercute sobre las personas.
Este toque de atención de Mitscherlich no ha caído en el vacío. Hoy muchas
personas desarrollan más fantasía para devolver de nuevo un corazón a sus ciudades.
La pregunta, sin embargo, es: ¿qué es bello en la arquitectura? Por supuesto, tampoco
aquí es la belleza únicamente un juicio subjetivo. Si un recinto está trazado de acuerdo,
por ejemplo, con la sectio aurea, entonces es –llamativamente– bello. Hay,
efectivamente estructuras y formas objetivas que confieren belleza a un edificio. En todo
caso, hacen falta también arquitectos que tengan sentido de lo bello, con olfato para
detectar cómo la claridad, la belleza y la sencillez pueden hacerse patentes.
En las conversaciones con nuestros arquitectos del monasterio me resultó evidente
que la belleza no es simplemente un sentimiento subjetivo. Al contrario, la belleza surge
cuando una idea se hace visible en la forma exterior de un edificio. Es preciso
reflexionar y meditar acerca de lo que queremos representar en la arquitectura.
77
La belleza es algo espiritual. Y se necesita espíritu y sensibilidad para que Dios nos
hable a través de las cosas exteriores. Dios mismo es un artista que ha configurado el
mundo artísticamente. Los maestros constructores de la Edad Media quisieron
representar el mundo de Dios de una forma nueva. Para ello utilizaron los materiales que
Dios les había regalado: piedra, madera, oro y los más diversos colores para, con todo
ello, sentar afirmaciones sobre nuestra relación con Dios. El románico representó las
iglesias como un seno materno que no es otro que Dios, en quien nos invita a sentirnos
cobijados la sobria belleza de dichas iglesias. El gótico representó la excelsitud de Dios
y la anchura del corazón humano, que quiere verse elevado hacia Dios para atisbar Su
misterio. El barroco expresó en sus iglesias la exhuberancia de la vida. La belleza se
hace visible en la arquitectura y en el juego de colores de las iglesias.
Toda iglesia que sea en sí misma armoniosa, que exprese adecuadamente una idea,
es bella. Y si es bella, ejerce sobre nosotros un efecto curativo. En una iglesia bella nos
sentimos como en nuestro hogar. Gustosamente tomamos asiento en ella y nos
sumergimos en la belleza de nuestra alma y en la belleza de nuestro cuerpo.
78
La fuerza transformadora de imágenes bellas
Lo que se dice de la arquitectura puede afirmarse igualmente de la pintura. Yo,
personalmente, apenas puedo reconocer las leyes que hacen que un cuadro sea bello. En
la pintura moderna seguramente existen también otras leyes y tendencias distintas de las
antiguas. Pero cuando miro los cuadros de Fra Angelico, entonces, sencillamente, se me
viene encima como un torrente de belleza. O cuando contemplo las imágenes de María,
de Martin Schongauer, me siento fascinado por la belleza de esos cuadros. Podría
quedarme horas y horas delante de esas imágenes y percibo el bien que me hace el
permitir que actúen sobre mí.
Conozco a personas sensibles para las que constituye una profunda experiencia
espiritual sentarse ante un cuadro hermoso. Un sacerdote me contaba lo saludable que es
para él estar dos horas sentado delante de la Madonna de Matthias Grünewald, en
Stuppach, simplemente saboreando su belleza. En medio de su rutina diaria, necesita
estos momentos de belleza para adentrarse en sí mismo y no dejarse arrollar por el jaleo
de una parroquia.
Cuando el pintor alcanza esa forma pura, entonces sus cuadros transmiten «Sein im
Frieden» (estar en paz) [8] . Ante un cuadro de Cézanne reacciona Handke con estas
palabras:
«El cuadro empieza a temblar... una liberación, de modo que yo pueda alabar y
ensalzar a alguien» [9] .
79
Cuando estamos tan fascinados por un cuadro como el autor de este libro, entonces
el cuadro obra en nosotros una liberación interior. Y sentimos en nosotros el apremio de
alabar y encomiar a alguien. En último término, es a Dios a quien se dirige nuestra
alabanza. Pero esto no llegaría Handke a decirlo tan explícitamente.
Otro efecto de los cuadros bellos es que, en esa tesitura, «el yo bueno» es capaz de
ponerse en pie [10] . El mismo Handke no se define a sí mismo como creyente, ni de niño
ni de mayor. Sin embargo, ve en sí algo parecido a la fe:
«Pero ¿no había habido ya muy pronto para mí una imagen de imágenes?» [11] .
«Aquel cuadro era una cosa en un receptáculo, dentro de un gran recinto. El recinto
era la iglesia parroquial; la cosa era el copón con las obleas blancas que, una vez
consagradas, se llaman hostias, y su receptáculo era un tabernáculo dorado
incrustado en el altar como una puerta giratoria que abrir y cerrar. Este llamado
“Santísimo” era para mí en aquel tiempo lo más importante de todo» [12] .
Una vez distribuida la comunión, se volvía a reponer el copón con las hostias en el
tabernáculo. Y entonces el párroco giraba y cerraba el tabernáculo. Este proceso se
convierte para Handke en una imagen de las imágenes de Cézanne:
«Y así es como veo también ahora las “Realizaciones” de Cézanne (solo que ante
ellas me pongo en pie, en vez de arrodillarme): transformación y guarda de las
cosas en peligro –no en una ceremonia religiosa, sino en la forma de fe que era el
secreto del pintor» [13] .
La tarea del pintor –tal podría ser la conclusión de este texto– es la transformación
de la realidad. Así como se pronuncian las palabras de la consagración sobre el pan, y
este se convierte en el Cuerpo de Cristo, así también las cosas que representa el pintor
tienen que transformarse entre sus manos y hacer brillar lo auténtico, la realidad más
profunda, el misterio que hay detrás de todas las cosas. La tarea del artista es proteger las
cosas en peligro. Si solo tratamos las cosas con descuido, entonces corren el peligro de
convertirse en simples utensilios. Perdemos la visión de la belleza de las cosas. Esto
supone un daño no solo para nosotros, sino también para las cosas.
Aquí, Peter Handke ha interpretado de una manera completamente peculiar la
sentencia de Dostoyevski: «la belleza salvará el mundo». La belleza salva las cosas que
80
están en peligro de ser desatendidas, pisoteadas o banalizadas. La belleza protege a las
cosas de quedar subordinadas a la pura utilidad.
Si acontece la salvación de las cosas mediante el arte, también tiene un efecto
transformador sobre las personas. Pero este efecto no consiste aquí en arrodillarse, sino
en ponerse de pie. En la contemplación de la belleza de las cosas descubre la persona su
personal dignidad. Y por eso se yergue, se pone en pie. No necesita una orden. Se
levanta por sí sola.
Rainer María Rilke considera no tanto el aspecto transformador del arte cuanto, más
bien, la llamada a la persona a transformarse. Cuando vio el torso de Apolo, sintió la
llamada a cambiar de vida. Pensaba que aquel torso llameaba como un candelabro y
centelleaba como la piel de un animal de presa. Una estrella se enciende ante él. Y
termina así el poema:
El poeta no contempla el torso como espectador. Más bien, es el torso el que lo mira
a él. Y esa mirada, que desde la estatua se topa con la persona, incita a esta a cambiar su
vida. Si existe esa belleza del cuerpo tal como el escultor griego la representó, tenemos
que cambiar nuestra vida. No nos es lícito preocuparnos únicamente de nuestros
problemas. Se requiere una nueva atención en el trato con la belleza y una nueva actitud
de agradecimiento.
El filósofo Hans-Georg Gadamer entiende el efecto del arte a partir del mito griego
que narra Aristófanes en la obra de Platón El Banquete. Al principio, el ser humano era
un ser esférico. Los dioses partieron a los hombres en dos mitades cuando no se
comportaron como era debido:
«Ahora, cada una de esas dos mitades de una completa esfera de vida y de ser busca
su complemento. Este es el “symbolon tou anthropou” [el símbolo del ser humano]:
que cada ser humano es como una mitad; y este es el amor: que la expectativa de
que haya algo que complete esa mitad para sanarla se realiza en el encuentro
personal» [15] .
El mito trata del amor. En el amor vamos en pos de la unidad originaria. Pero
Gadamer interpreta ese mito refiriéndolo al arte. El arte es la fracción (la mitad) que
81
remite a lo otro originariamente completo y sano:
Desde esta perspectiva, el arte para Gadamer tiene también siempre un efecto
medicinal sobre el ser humano. Le acerca más a su integridad, a su totalidad. Y hace su
vida más clara y luminosa:
82
Estilos de belleza
Umberto Eco, en su libro Die Geschichte der Schönheit (Historia de la belleza), ha
descrito las distintas teorías de la belleza en el arte representativo.
La plástica griega busca...
«... una belleza ideal mediante la síntesis de cuerpos vivos, en la que la belleza
psicofísica se expresa como armonía de alma y cuerpo, es decir, belleza de las
formas exteriores y de lo anímicamente bueno» [18+ .
La belleza, para los griegos, siempre tiene que ver también con el amor. Las musas
–así lo cuenta Hesíodo– cantan en las bodas:
La Edad Media, opina Umberto Eco, redescubrió los colores como expresión de la
belleza. Por eso, para Tomás de Aquino la «claritas», el esplendor de las cosas, forma
parte esencial de la belleza. Este esplendor se crea mediante los colores. La Edad Media
juega con los colores básicos, y en su juego de conjunto genera una luz propia [21] . En
esa luz se hace visible algo de Dios, que es la luz, sin más. El mismo Jesús se calificó a
sí mismo de «luz del mundo», tal como dice la Biblia en diversos pasajes. Por él, el
mundo adquiere también un nuevo esplendor. Para Buenaventura, la luz es el principio
de toda belleza. Es agradable y placentera y nos hace percibir el mundo como algo
igualmente bello y placentero [22] .
Pero la Edad Media representa no solo personajes santos, sino también el mal. En
las catedrales, en los capiteles de las columnas, se representan monstruos. Los teólogos y
místicos medievales creen que, en la gran sinfonía de la armonía cósmica, también los
83
monstruos «contribuyen a la belleza del todo» [23] . Por eso se representa lo feo y lo
malo para hacer resplandecer con más claridad lo bello. El teólogo medieval Alexander
von Hales lo fundamenta de la siguiente manera:
«Eso que se designa como malo es, en la misma medida, feo... Sin embargo, se
puede válidamente afirmar que, en cuanto de lo malo se produce lo bueno, se
designa como bueno, porque está ordenado al bien: y por eso, en ese orden, es
caracterizado como bello. No se caracteriza, pues, como bello absolutamente, sino
como bello dentro de un orden. Sí, tal vez fuera mejor decir: ese mismo orden es
bello» [24] .
La Edad Media tenía, pues, una visión muy realista de la belleza. La belleza no es
un segmento del mundo. Más bien, en ella tenía cabida el mundo todo, incluido lo feo y
lo malo. Pero cuando se representa, lo feo pierde su fuerza. Se representa a los
monstruos en la iglesia, dentro del recinto sacro, para confesar que ellos son abrazados y
santificados por lo sagrado.
En el siglo XV cambia la idea de belleza. Por un lado, la belleza se entiende en ese
momento como imitación de la naturaleza, con sus regularidades. Este ideal de belleza se
puede observar sobre todo en Leonardo da Vinci. Por otra parte, la belleza se ve como
«contemplación de la perfección sobrenatural» [25] .
Así el pintor flamenco Jan van Eyck expresa la belleza suprasensible orlando sus
figuras con una luz sobrenatural [27] .
Se podría continuar este recorrido a través de los siglos de arte occidental y
encontrar en todas partes otro ideal algo distinto de belleza. Sin embargo, más
importante que los conocimientos en la historia del arte es para mí la idea de que cada
tiempo entiende la belleza de manera distinta. La belleza no es, pues, algo fijo, sino que
el ideal está también prisionero de las corrientes del tiempo. Con todo, en nuestro
tiempo, estudios biológicos han concluido que en todas las culturas existen determinados
criterios que hacen aparecer como bello un rostro humano y activar en el cerebro el
circuito de recompensa [28] .
84
asombrosamente poco» [29] .
1 . A. MITSCHERLICH, 19.
2 . Ibid., 31.
3 . Ibid., 34.
4 . J. O’DONOHUE, Schönheit, 164.
5 . Ibid., 165.
6 . Ibid., 68.
7 . P. HANDKE, Saint-Victoire, 21.
8 . Ibid., 21.
9 . Ibid., 36.
10 . Ibid., 80.
11 . Ibid., 83.
12 . Ibidem.
13 . Ibid., 84.
14 . R. M. RILKE, Archaïscher Torso Apollos.
15 . H.-G. GADAMER, 42.
16 . Ibid., 43.
17 . Ibid., 34.
18 . U. ECO, 45.
19 . Ibid., 37.
20 . Ibid., 149.
21 . Ibid., 100.
22 . Ibid., 1.216.
23 . Ibid., 147.
85
24 . Ibid., 184.
25 . Ibid., 176.
26 . E. KANDEL, 444.
27 . Cf. ibid., 438ss.
28 . U. ECO, 183.
29 . E. KANDEL, 444.
86
Ir al índice
87
9. La belleza de la liturgia
«La gloria de Dios no puede acaecer únicamente en la palabra, sino que tiene que
realizarse también en el- poner-música a la creación y en su transformación
espiritual mediante la persona creyente y contemplativa» [3] .
88
Ratzinger ve el cometido de la liturgia en...
El arte –así cree Ratzinger poder interpretar las ideas del libro del Éxodo 35–40–
consiste en...
La belleza está en el mundo. Pero tiene que ser expresada siempre. Esto sucede en
la liturgia.
Así pues, la belleza pertenece también esencialmente –según su esencia– a la
Liturgia. Esto puede afirmarse no solo de la belleza de la música, sino también de la
belleza tanto del recinto eclesial como de la celebración litúrgica. La liturgia es una
fiesta. Y la fiesta necesita ceremonial y belleza. La Iglesia primitiva, de acuerdo con la
filosofía griega y también con el evangelio de Lucas, consideró siempre la liturgia como
espectáculo sacro. Un espectáculo transforma. En el espectáculo de la liturgia entramos
como actores en la salvación que Cristo realizó para nosotros en su muerte y
resurrección. La salvación es la obra de Dios. Pero la obra de Dios es también siempre
gloria de Dios. Por eso, el espectáculo tiene que representar la obra de Dios como una
obra bella. Por la belleza de los ornamentos, la belleza de las formas y la belleza de los
ritos, se hace visible entre nosotros algo de la gloria de Dios. Y cuando la gloria de Dios
irrumpe en lo grisáceo de nuestra vida cotidiana, lleva consigo algo de redención y
santificación.
La Iglesia oriental ha comprendido la belleza de la liturgia más profundamente que
la Iglesia occidental. En Occidente, la liturgia ha perdido el rumbo con demasiada
frecuencia. Se celebra la liturgia para instruir al pueblo, para proclamar a la gente las
89
enseñanzas más importantes de la Iglesia. O se celebra la Eucaristía para educar y
santificar al pueblo. En la Iglesia oriental, la primera finalidad de la liturgia es hacer
visible para nosotros la gloria de Dios. Y precisamente al hacerse visible la gloria de
Dios, se abre para nosotros el cielo y participamos de la belleza de la liturgia celestial.
Esto nos libera de toda fijación en nuestros problemas cotidianos. Esto nos libera de
la esclavitud del pecado. La gloria de Dios tiene siempre un efecto saludable sobre la
persona. Nos muestra la propia dignidad y belleza y, de este modo, nos aleja de la
fealdad del pecado. «La belleza salvará el mundo»: esta sentencia de Dostoyevski se
acredita precisamente en la belleza de la liturgia.
Romano Guardini, en sus numerosos escritos sobre la liturgia y el espíritu de la
liturgia, ha acentuado una y otra vez la forma en que se representa la liturgia. En la
liturgia, la Iglesia ha desarrollado una cultura propia. Guardini encara la objeción de que
la Religión no es cultura; que la cultura puede pasar factura a la Religión y, de este
modo, desvirtuarla. Él percibe ese peligro. Pero la auténtica Religión necesita también,
sin embargo, la cultura. Escribe Guardini:
«Una piedad vitalmente vivida olvida con demasiada facilidad que necesita la
cultura. La pura cultura banaliza, anula la tensión esencial y la seriedad de la
decisión; pero sin ella, sin la cultura, toda tensión se convierte en una peligrosa
presión que puede destruir el alma. La cultura auténtica proporciona a la Religión
los medios para expresarse, para captar la totalidad de la vida, para crear y para
darle figura y forma» [7] .
90
expresa en el cuerpo. Es el alma que impregna nuestro cuerpo y, a través de él, se hace
visible en este mundo. Guardini habla de que...
«... es su belleza [la del alma] la que se revela en cada relación de su conjunto, en
cada línea, en cada gesto» [8] .
«... porque también cada cosa lleva dentro de sí una imagen de Dios, del mismo
Dios del que procede el ser humano. En Dios, todas las cosas están emparentadas, y
el ser humano está destinado a resumir en sí las características de todas ellas y
mantener con todas una relación viva» [9] .
Por eso se requiere una especial sensibilidad para que el recinto eclesial, el ornato
de las flores, los instrumentos del altar, los manteles de la misa y la indumentaria de los
celebrantes muestren la belleza de la liturgia, estén en sintonía con ella y no se les añada
como algo extraño. La liturgia es una obra de arte unitaria, en la que el rito, la forma de
la celebración, la ordenación del espacio, la vestimenta, los gestos, el canto y la
proclamación de la Palabra de Dios reproducen algo de la belleza de Dios. La
celebración tiene que ser en sí misma armoniosa; entonces es también bella.
91
litúrgicos. Escribe:
Muchos de los que hoy ya no son capaces de sentir la belleza de la liturgia tienen, sin
embargo, sentido de la belleza del recinto eclesial. Esto es especialmente aplicable a las
iglesias románicas, góticas y barrocas. El teólogo protestante Christian Möller ha
observado que, con frecuencia, en estas iglesias, en una hora oyen el sermón de las
piedras más turistas que los que asistían antes, en un acto litúrgico, a la homilía del
pastor. Y lo explica de la siguiente manera:
«Aquí pronuncian un sermón las piedras, pero también los símbolos y las imágenes.
Este sermón de las piedras, de los símbolos y de las imágenes lo pueden escuchar
hoy muchas personas mejor que el sermón nuestro, el de los teólogos... Piedras y
símbolos predican a su manera, recordando lo extraordinario, lo misterioso. En
ellos, hablan al mismo tiempo, historia y eternidad, es decir, aquello de donde
vengo y adonde voy» [12] .
A menudo, las personas se quedan sentadas mucho tiempo en una iglesia para
escuchar este sermón de las piedras. Sentados en un banco o paseando despacio a través
del recinto, dejan que el espacio actúe sobre ellos.
92
Möller continúa escribiendo:
«La experiencia del espacio es, en verdad, lo que muchas personas, consciente o
inconscientemente, buscan en la iglesia para, contra todo lo desmedido y caótico de
allá fuera, del mundo, sentir aquí los límites y proporciones de un espacio que
resulta gratificante, porque sus medidas proporcionan cobijo y amplitud, al mismo
tiempo que ofrecen a la persona una medida que la hace mesurada, sin
cohibirla» [13] .
«... la dimensión humana se atenúa, y aunque lo que se diga suene muy bonito, se
acaba suprimiendo lo esencial» [14] .
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«... siempre ha tenido en la historia de las religiones un carácter cósmico y
universal. Intenta dar respuesta a tal pregunta [el problema de la muerte] haciendo
referencia al poder de vida del cosmos» [15] .
1 . Ef 5,19.
2 . J. RATZINGER, Fest des Glaubens, 101.
3 . Ibidem.
4 . J. RATZINGER, Gesammelte Schriften, 11, 583.
5 . Ibid., 11, 597.
6 . Ibidem.
7 . R. GUARDINI, Liturgie, 109.
8 . Ibid., 32.
9 . Ibid., 57.
10 . Th. HALIK, 86.
11 . Ibid., 87.
12 . Ch. MÖLLER, 174.
13 . Ibid., 176.
14 . J. RATZINGER, Fest des Glaubens, 58.
15 . Ibid., 58.
94
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95
10. La belleza del cuerpo
96
La belleza es siempre seductora. Un rostro frío, negativo, no puede irradiar belleza
alguna, por más que pueda acomodarse a los criterios objetivos de belleza. No irradia
ningún amor.
Porque, en último término, la belleza siempre tiene que ver con el amor, en ambas
direcciones: la mujer bella despierta el amor en el varón, de la misma manera que un
guapo galán puede despertar el amor en la mujer.
Así lo canta Tamino en la ópera La flauta mágica, cuando tiene en sus manos el
retrato de Pamina:
Y más tarde:
El retrato de esa bella mujer despierta en él el amor hacia ella, por lo que promete a
su madre liberar a la hija del poder del supuesto bribón Sarastro.
La belleza puede provocar amor. Pero, a la inversa, también el amor hace bello al
otro. Cuando amo a una persona, se me hace él/ella la más bella criatura que conozco.
Da lo mismo que esa persona sea varón o mujer: a mí me resulta bella. El amor crea la
belleza o, por mejor decir, el amor hace que la belleza que hay en cada ser humano
irradie al exterior.
A impulso del amor, la belleza oculta sale a la luz. El amor transfigura al otro. O,
dicho de otra manera, la persona a la que quiero se transfigura. En ella acontece lo que le
aconteció a Jesús en el monte Tabor: de pronto resplandece su rostro irradiando luz. Lo
propio, lo auténtico, irrumpe hacia fuera. La belleza originaria se hace visible.
La verdadera belleza del cuerpo procede del alma. Si el cuerpo está animado por un alma
bella y buena, entonces también el cuerpo es bello. Romano Guardini está convencido de
que el ser humano no solo es bello, sino que él mismo puede hacer algo por su belleza,
no solo mediante el cuidado exterior del cuerpo, no solo con vestidos elegantes, sino
también mediante el «cuidado del cuerpo», mediante la auténtica «animación del
cuerpo»:
97
«El alma de buenos sentimientos debe, lisa y llanamente, con-figurar el cuerpo. Ella
misma debe ser pura, fuerte y tierna y convertir todo el cuerpo en expresión
viviente de semejante ser» [1] .
Muchas personas cuidan su cuerpo, pero no guardan ninguna relación viva con él.
Su cuerpo es como un objeto que se complacen en embellecer. Pero ellos mismos no
habitan ni «animan» el cuerpo. En este orden de cosas, nuestro cometido humano
primordial es «in-formar, animar» realmente nuestro cuerpo, percibirlo, amarlo, habitarlo
con gusto. Entonces, también él irradia algo. Esto es lo que tiene Jesús en mente cuando
dice:
«Tu ojo suministra luz a todo el cuerpo: por tanto, si tu ojo está sano [si es simple =
haplous], todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si está enfermo, también tu cuerpo
estará lleno de oscuridad. Procura, pues, que tu fuente de luz no quede oscura. Si el
cuerpo entero está en la luz, sin nada de sombra, tendrá tanta luz como cuando un
candil te ilumina con su resplandor» [2] .
98
el antiguo ideal de belleza impregna las imágenes de María. La añoranza que los griegos
y romanos vincularon con Afrodita o con Venus, respectivamente, se cumplía en María.
Martin Schongauer, sobre todo, representó a María como la mujer bella. Por eso se
le llamó a él mismo «Martín el bello». Es una belleza serena la que encontramos en los
cuadros de María. Schongauer se ha dejado guiar, en sus pinturas de María, por la
palabra del Cantar de los Cantares: «Tota pulcra es, Maria»: que se puede traducir como
«eres completamente hermosa, María». Pero que significa también: como un todo, eres
bella. En tu totalidad eres hermosa. Todo en ti es bello. Todo tu cuerpo es bello.
Si contemplamos en los cuadros de María a la mujer bella, apenas existe el peligro
de compararnos, como sucede frecuentemente en los medios de comunicación con las
fotos de mujeres hermosas. Más bien, María es como un espejo en el que percibimos
nuestra propia belleza. En su rostro y en su figura percibimos una belleza que sale de
dentro. Nos anima a confiar en nuestra belleza. Si nuestro cuerpo es expresión de nuestra
alma, entonces somos bellos. En todo caso, solo cuando tenemos un alma bella.
Y la belleza del alma podemos trabajarla. El alma es bella cuando refleja el
resplandor de Dios y cuando se libera de todas las malas segundas intenciones. El
camino espiritual es siempre también un camino de purificación. El corazón limpio fue
para los primitivos monjes la meta de su ascesis. Solo quien tiene un corazón limpio
reflejará también en su cuerpo esa limpieza, claridad y hermosura interior. Por eso habla
con tanta frecuencia Tomás de Aquino de «claritas» en el sentido de belleza.
«Claritas» significa la claridad, la pureza. Corresponde a aquello que Jesús
significaba con «haplous»: ser sencillo, ser claro, ser transparente, ser permeable al
Espíritu de Dios, ser permeable al amor. Por eso, la belleza siempre irradia también
amor. Y la persona que está llena de amor es también siempre bella.
Esto es lo que Dostoyevski expresó, por ejemplo, en la figura del Starets Sosima.
Hacia fuera, el Starets no daba la impresión de ser una persona bella. En su rostro había
algo que no resultaba grato. Sin embargo, de él brotaba una belleza que sugestionaba a
las personas. Era un hombre llena de amor. Y esto le hacía bello.
La unión de belleza y amor la canta la Biblia en el Cantar de los Cantares. Son canciones
de amor que nos transmite el Antiguo Testamento. La misma novia se dice a sí «bella»:
99
«Tengo la tez morena, pero hermosa» [3] .
Entonces el amante alaba la belleza de su amada: sus bellos ojos, su cabello, sus
dientes, su cuello, su pecho:
Orígenes interpretó estas canciones de amor en sentido espiritual y místico. Para él,
el esposo es Cristo, y la esposa es el alma humana. E interpreta el verso 4,1 del Cantar de
los Cantares de la siguiente manera:
«Cuando la novia está separada largo tiempo del novio, no es bella. Se vuelve bella
cuando se une a la palabra de Dios» [7] .
Podemos, sin duda alguna, unir la interpretación espiritual con la literal. La belleza
provoca amor, y el amor nos da ocasión de celebrar la belleza del cuerpo. Sin embargo,
esa belleza también surge en nuestro cuerpo cuando estamos llenos del amor de Dios y
de su palabra. La palabra de Dios transforma también el cuerpo. Le hace ser bello.
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101
11. La vida es bella
El profesor budista de Bellas Artes en Taipeh, Chiang Shing, ha escrito un libro sobre
la belleza. Sin embargo, aunque estudió Bellas Artes en París, no se ocupa en ese libro
de las obras de arte sino de la vida. Quiere descubrir la belleza de la vida. En su obra
trata cuatro ámbitos de la vida: el comer, el vestido, la vivienda y el movimiento.
En el comer se requiere mucha atención para percibir la belleza, que se hace perceptible
cuando nos acordamos de los olores maternales, de su aroma y de su gusto. Una comida
festiva quiere también estar bien organizada. No cocinamos simplemente comidas;
cocinamos con el corazón. Y de lo que se trata es de que lo que hemos preparado con el
corazón lo saboreemos también con el corazón: darse tiempo para percibir la belleza de
las viandas, para gustarlas detenidamente. Chiang Shing piensa que muchos no perciben
al comer ninguna belleza, porque su corazón está lleno de problemas y preocupaciones.
Si somos conscientes al comer, percibimos que también en nuestra vida diaria y a lo
largo de toda nuestra existencia nos encontramos con los diferentes tipos de sabor.
Reconocemos también el sabor ácido o el gusto amargo de la vida cuando un dolor
percibido nos hace amargos. Pero también conocemos la dulzura. Decimos de una
persona a la que queremos que es dulce. Pero la belleza del comer se refiere no solo a lo
dulce, sino igualmente a lo áspero, a lo amargo, a lo ácido. Todo se vuelve bello cuando
se gusta cuidadosamente y con todos los sentidos.
Los vestidos bellos forman parte de la cultura de las personas. Desde siempre, el ser
humano se ha esforzado por vestirse bellamente y por profundizar y hacer patente su
belleza personal mediante el arte de vestir. Pero no se trata de alardear de ropa de marca,
sino de elegir las prendas que a uno le van mejor. En este empeño hay que tener en
102
cuenta la propia cultura y el clima. El recuerdo de aquel que me ha regalado el vestido, o
de la situación en que lo compré, incrementa su belleza.
Muchos no tienen sentido alguno para la ropa que mejor les va. Se precisa una
sensibilidad para la propia belleza y para lo que esa belleza hace visible a los demás.
Hace ya muchos años que existen empresas que aconsejan colores y estilos. La gente ha
reconocido que es importante el modo de vestirse, que tiene que sintonizar con la propia
personalidad. Se nota en una persona si lo que pretende es alardear con su ropa, porque
quiere mostrar a todo el mundo el mucho dinero que tiene y lo que puede permitirse
gastar, o si escoge sus prendas de manera que le caigan bien y realcen su porte hacia
fuera. Vestidos bellos realzan la belleza del cuerpo. Embellecen a una persona.
103
La lengua alemana relaciona «Heim» (hogar) y «Geheimnis» (misterio). Uno puede
encontrarse «como en su casa» solo allí donde «habita el misterio».
El movimiento tiene algo que ver con el cuerpo. Por eso Chiang Shing ha escrito un libro
expresamente sobre la belleza del cuerpo. El autor se califica a sí mismo como un
«misionero de la belleza» que quiere predicar a los humanos la belleza que reside en
ellos mismos y en su derredor. Todo cuerpo es bello. Lo que importa es que cada cual
descubra su propia belleza y la disfrute. Belleza corporal y anímica forman un todo.
Nuestra tarea es, por así decirlo, despertar el propio cuerpo, percibirlo y sentirlo
despierta y atentamente. Entonces es cuando experimentamos su belleza.
Chiang Shing fue invitado en cierta ocasión a un concurso de belleza para, como
experto en el tema de la belleza, calificar a las damas que se presentaban a concurso.
104
Pero él rechazó la invitación. Creía que para él no existían notas para la belleza. Todo
cuerpo es bello. Él entiende que su tarea es despertar en las personas el sentido de la
belleza de su cuerpo, pero no valorar y calificar la belleza.
Lo que describe el autor taiwanés, vale también para nosotros, los occidentales. Las
ideas de este autor budista nos indican en qué deberíamos fijar nuestra atención cuando
hablamos de belleza. Hay belleza en nuestros movimientos, en nuestros vestidos, en
nuestras viviendas y en nuestro comer. Solo se trata de desarrollar una atención para
percibir lo bello. Desarrollar un sentido de lo bello es saludable para nosotros. De la
belleza brota una fuerza benéfica y clarificadora. Por eso, la educación en la belleza es
también siempre algo benéfico y saludable. Es parte de una espiritualidad terapéutica.
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106
12. En camino hacia
una espiritualidad de la belleza
Me gustaría que todos los pensamientos que hasta ahora he expuesto y analizado en
este libro fuesen, a fin de cuentas, fecundos para la espiritualidad. Me interesa esbozar
una espiritualidad cuyo principio-guía sea lo bello. Para ello deseo dar la palabra a
algunos autores de espiritualidad y acoger sus incentivos para acercarme al misterio de
una espiritualidad de la belleza.
En mi búsqueda de una espiritualidad que establezca lo bello como lugar esencial
de nuestra experiencia de Dios, he constatado que la mayoría de los actuales libros de
espiritualidad no prestan atención a este tema. Fuera de Hans Urs von Balthasar y Josef
Ratzinger, por parte católica, y Rudolf Bohren, Matthias Zeindler y Paul Tillich, del lado
protestante, muy pocos teólogos se interesan por el tema de la belleza. Ni siquiera Karl
Rahner, a quien yo tengo en gran estima y sobre cuya teoría de la salvación escribí mi
tesis, le prestó la menor atención.
Con pena he tomado conciencia, en cambio, de que nuestra espiritualidad cristiana
en los últimos doscientos años ha estado muy fuertemente marcada por la moral y luego,
posteriormente, por la psicología. A nosotros –a mí, personalmente, también– nos ha
importado, sobre todo, que el cristiano luche consigo mismo en la ascética, que venza
sus faltas y debilidades y se convierta en una persona madura, con dominio de sí, que sea
cada vez más permeable al Espíritu de Jesús.
Cuando considero mis propios libros, lo importante para mí ha sido siempre que la
persona se adentre en su verdad y libertad interior; que mediante un conocimiento
sincero de sí mismo descubra el misterio de Dios en el fondo de su alma. Pero que Dios
no es solo verdadero y bueno, sino también bello, yo mismo lo he pasado por alto hasta
ahora en mi espiritualidad.
107
En esta línea, me resulta obvio que siempre hemos entendido la espiritualidad como
un camino que vamos recorriendo por nosotros mismos. Hemos acentuado, pues, la cara
activa de la espiritualidad. Pero el tema de la belleza nos conduce a una dimensión
contemplativa y mística de la espiritualidad cristiana. «Espiritualidad» es percepción
atenta del Espíritu, percepción atenta de la belleza en la que el Espíritu de Dios se refleja
para nosotros, en la que el amor de Dios se hace para nosotros experiencia, visión,
sonido. La mística griega es, sobre todo, una mística de contemplación. Al contemplar la
belleza de la creación, me identifico con lo contemplado, me hago-uno-con Dios,
Prototipo de lo bello y Creador de toda belleza.
Una espiritualidad que deja espacio a lo bello es, además, una espiritualidad
terapéutica, que cura. Que hace bien al alma y al cuerpo. Que nos pone en contacto con
las fuerzas curativas de nuestra alma. Lo bello es también lo que está ordenado. De
modo que lo bello pone orden en nuestro caos interior. Y la salud, para los antiguos,
siempre tiene que ver con el orden. Quien vive en consonancia con su ser, quien está en
sintonía con su orden interior, ese vive sano.
Además de todo esto, la espiritualidad de la belleza es una espiritualidad optimista.
Arranca de la belleza que encuentra en todas las cosas: en la naturaleza, en el arte, en
cada persona y en la propia alma. Durante mucho tiempo, la espiritualidad giró
excesivamente en torno a la culpa personal, creando en la persona una mala conciencia
cuyo objetivo era inducirla a apartarse del mal y hacer el bien. Sin embargo, la mayoría
de las veces una mala conciencia paraliza y no es impulso motivador para transformar
realmente a alguien. La espiritualidad de lo bello alienta. Nos hace entrar en contacto
con nuestro gusto por lo bello y por lo bueno. De esa manera, experimentamos realmente
una trasformación interior, mientras que una espiritualidad de la mala conciencia no es
verdaderamente capaz de transformarnos.
***
108
Estética y espiritualidad: DOROTHEE SÖLLE
Dorothee Sölle ve una estrecha relación entre una espiritualidad viva y el sentido de la
belleza:
«Existe una relación profunda, todavía poco reflexionada, entre mística y estética,
entre el goce de Dios y la belleza» [1] .
Una espiritualidad que acentúa lo bello es, por lo mismo, optimista; es una
espiritualidad de la alegría. Mira a la vida con una mirada distinta de aquella
espiritualidad cuyo campo de visión lo constituyen, sobre todo, lo malo y las tendencias
negativas del corazón humano. Está contra el «estado tristón, antimístico», contra...
«... una inactividad que bien puede estar inmersa en todo el trajín del mundo; un
hastío de vivir que consiste en el mórbido arte de quedarse, de entre todo lo que
existe, con sola la caducidad y la destrucción; una pereza vital en la que somos
109
demasiado holgazanes para buscar el esplendor de Dios en la creación o para
engalanarlo de nuevo» [4] .
Dorothee Sölle cita a san Francisco de Asís, quien considera como el mayor triunfo
del demonio el poder arrebatarnos la alegría del espíritu. Francisco dice del demonio:
«Lleva consigo un finísimo polvo que difunde en pequeñas dosis a través de las
rendijas de la conciencia para enturbiar el sentir puro y el resplandor del alma. Pero
la alegría que llena el corazón de la persona espiritual aniquila cualquier veneno
mortal de la serpiente» [5] .
Francisco de Asís tenía un sexto sentido para percibir la belleza de la Creación, que
cantó en sus himnos. Cuando estaba a punto de morir...
«... quiso que [sus hermanos] cantaran, porque así se vería libre de las acometidas
del dolor» [6] .
Una espiritualidad que para Dorothee Sölle sea verdaderamente mística es una
espiritualidad sensible a la belleza del mundo. Quien solo gira en torno a su propio
itinerario espiritual, pero no tiene mirada alguna para percibir la belleza de la Creación,
al final sucumbe a una piedad narcisista que fácilmente se convierte en melancolía.
110
A muchos que poseen un especial sentido de lo bello les sucede lo mismo que a san
Francisco. Sus hermanos pensaban que un moribundo tenía que permanecer sereno y
serio. Y así sigue pensando hoy más de uno: que la espiritualidad es algo serio y
circunspecto. Que, ante todo, tendríamos que enfrentarnos a la culpa y esforzarnos por la
reconciliación. Sin embargo, la espiritualidad de la belleza lleva en sí algo de placentero.
Lo bello agrada. La espiritualidad de la belleza vive de la complacencia, no del rechazo;
de la percepción de la creación y de mí mismo, no del transformarse y cambiar. No es
algo mortalmente serio, sino algo alegre, porque lo bello provoca en nosotros alegría.
Dorothee Sölle desarrolló estas ideas en su libro Mystik und Widerstand (Mística y
Resistencia). El sentido de lo bello no nos exonera de la responsabilidad de este mundo.
Más bien nos da, en medio de este mundo, consistencia. Incluso en tiempos
políticamente difíciles, el sentido de lo bello es a menudo un ancla de salvación que nos
da fuerzas para no desesperar, sino luchar por el bien. La espiritualidad de la belleza no
es, pues, una huida a un mundo estético, sino la búsqueda de un refugio en medio de este
mundo. Lo bello nos permite descansar en nuestro espíritu para afrontar luego, una y otra
vez, los problemas de este mundo. La inclinación a lo bello sale al paso de las
necesidades de nuestra alma:
***
111
La belleza como la tierna sonrisa de Jesús: SIMONE WEIL
En mi búsqueda de una espiritualidad de la belleza, me encontré con Simone Weil, una
judía francesa, extraordinariamente culta, que se quedó en el dintel de la Iglesia, sin
llegar a bautizarse. Nació en 1909 y, debido a su compromiso en favor de los pobres y de
la gente privada de sus derechos, hizo huelga de hambre hasta la muerte, de tal modo que
murió en 1943, con tan solo treinta y cuatro años. A ella apenas se le podrá reprochar un
esteticismo puramente exterior, pues no solo se interesó por los problemas sociales y
sociopolíticos, sino que además pidió la excedencia como profesora de una escuela para
trabajar como empleada en una fábrica. Quiso averiguar en su propia carne si, en los
embrutecidos procesos laborales, alguien era capaz de poner a salvo su dignidad
humana.
Simone Weil fue una mujer muy sensible, abierta a las necesidades de las personas
y a los problemas filosófico-teológicos que traen por la calle de la amargura al ser
humano. En su compromiso en favor de los jóvenes del ámbito laboral, el problema de la
belleza es importante para ella. Su deseo es transmitir a esas personas un sentido de lo
bello. Tener sentido de lo bello significa para ella, en primer lugar, tener sensibilidad
para percibir la dimensión religiosa de la creación. Y ella tiene la confianza en que lo
bello dice algo a todo el mundo. Ahí no existe diferencia alguna entre personas cultas e
incultas, religiosas y no religiosas. Precisamente a los trabajadores, con sus condiciones
laborales muchas veces impropias de la dignidad humana, la belleza que perciben en la
naturaleza y en sí mismos les devuelve su dignidad. Y les concede un punto de descanso
en medio del trajín de la vida.
Me gustaría meditar tan solo algunos de sus pensamientos sobre lo bello.
Y la belleza es...
112
«... la prueba de que la encarnación es posible» [10] .
«el amor ha bajado a este mundo, por amor, en forma de belleza» [11] .
Así es como ella ve la belleza encarnada, sobre todo, en Jesucristo. Simone llama a
la belleza:
Lo bello no está reservado en exclusiva a algunos estetas, sino que todas las
personas perciben lo bello:
«Lo esencial es que la palabra “belleza” habla a todas las personas» [14] .
113
para hablar de Dios y de la experiencia de Dios sin tener que demostrar a nadie
proposiciones dogmáticas. En el sentimiento de lo bello, estamos en el camino común
hacia Dios, fuente y raíz de la belleza, que se nos muestra a todos nosotros en lo bello.
Pero es preciso también adoptar la actitud correcta frente a lo bello. Está, en primer
lugar, la capacidad de percibirlo, de admirarlo. Además, se precisa la actitud de
«dejar»...
«... belleza: una fruta que se mira sin tender la mano hacia ella» [16] .
«Es la misma aptitud del alma, es decir, el amor sobrenatural, la que está en
contacto con lo bello y con Dios. El amor sobrenatural es, en nosotros, el órgano de
unión a lo bello, y el sentido de la realidad del universo es en nosotros idéntico al
sentido de su belleza. La existencia en su plenitud y la belleza se funden la una con
la otra» [17] .
«Una ley misteriosa hace que una persona que toca a Dios, en ese instante parezca
bella... Algo tira de la carne hacia lo divino; de lo contrario, ¿cómo podríamos ser
salvados?» [18] .
Así pues, lo bello tira de nosotros hacia Dios. De esta manera, Simone Weil
confirma el punto de vista de Dostoyevski: «la belleza salvará al mundo». La belleza nos
atrae hacia Dios. Y para Simone Weil...
«... no hay prueba más patente de Dios que la belleza del mundo» [19] .
«uno tiene razón para amar la belleza del mundo, pues ella es el signo de un
intercambio de amor entre el Creador y la criatura. La belleza es para las cosas lo
114
que la santidad es para el alma» [20] .
Otto Betz, que ha reunido los pensamientos de Simone Weil sobre la belleza, cree
que la pensadora francesa tuvo ya desde niña un sentido de lo bello. Sin embargo, para
ella fue decisivo su viaje a Italia, donde pasó horas y horas ante los cuadros del Giotto,
de Leonardo da Vinci y de Fra Angelico. Betz interpreta de la siguiente manera la idea
que tiene Simone de lo bello:
Para Simone Weil, lo bello es una prueba de Dios. En lo bello nos topamos con
Dios. También en su trabajo manual quiso Weil abrir a las personas el sentido de lo bello
y, de este modo, de Dios. El sentido de lo bello nos da, en nuestro compromiso por la
humanidad, fuerza para no ceder. Lo bello es como un punto de reposo en el que
podemos descansar. Y es la condición para que no renunciemos a la esperanza en favor
de los seres humanos, sino que, a pesar de todos los desengaños, nos comprometamos de
nuevo por ellos una y otra vez.
Para Simone Weil, lo bello es como un sacramento. En lo visible de la belleza se
muestra el Dios invisible. Lo bello nos comunica al Dios invisible. Ella misma escribe:
«La belleza del mundo es la tierna sonrisa de Jesús a nosotros a través de la materia.
Él está presente realmente en la belleza del Universo. El amor a esa belleza brota
del Dios que se ha abajado a nuestra alma y va hacia el Dios presente en el
Universo. La belleza es también algo así como un sacramento» [22] .
115
nos transmite el amor de Jesucristo de manera parecida a como lo hace la celebración de
la Eucaristía.
Las ideas de Simone Weil apenas si se han incorporado a la espiritualidad católica
de post-guerra. Para mí, sin embargo, son una guía. En primer lugar, me muestran un
camino para mi espiritualidad personal: en lo bello me es posible experimentar a Dios.
Pero, al mismo tiempo, se me abre también un camino para mi predicación. Si despierto
en los demás el sentido de lo bello, estoy abriéndolos, en definitiva, a Dios. Pues en la
belleza del mundo, en la belleza de una persona y en la belleza de una obra de arte brilla
la belleza de Dios para nosotros. Quien se deja fascinar por la belleza, en último término
se está dejando fascinar por Dios. De este modo, la común contemplación de lo bello en
el mundo es un punto de arranque para mi predicación. Al llamar la atención de los
demás sobre lo bello, al entusiasmarlos con ello, estoy abriéndolos a Dios. Y a la
inversa: a quienes se sienten fascinados por lo bello puedo asegurarles que en esa
fascinación están percibiendo a Dios mismo, que están siendo impactados y
entusiasmados por el mismo Dios.
***
116
Belleza y espiritualidad moralizante: CARLO MARIA MARTINI
Uno de los pocos escritores sobre espiritualidad, que muestran sensibilidad por el tema
«belleza y espiritualidad» es Carlo Maria Martini, el anterior Cardenal de Milán, que
escribe:
«No se consigue nada con lamentar y denunciar todo lo malo y feo que hay en
nuestro mundo. Tampoco se ha logrado nada en nuestra época desencantada con
hablar de justicia, de deberes, de bien común, de programas de pastoral, de
exigencias del evangelio... Si queremos hablar de esto, hagámoslo con un corazón
lleno de amor apasionado. Tenemos que experimentar aquel amor que da
alegremente y con entusiasmo; tenemos que irradiar la belleza de lo que es
verdadero y recto en la vida; porque solo esa belleza puede conmover interiormente
a los humanos y orientarlos hacia Dios» [23] .
Hay una espiritualidad que lo único que hace es exigir siempre. Nos desafía a
vencer al mal. Muy a menudo, esa espiritualidad tiene una excesiva fijación en el mal, en
el pecado y en la culpa. O, en otro orden de cosas, nos desafía a adoptar un compromiso
social. Pretende transformar el mundo. Este es, ciertamente, un aspecto de la
espiritualidad cristiana. Sin embargo, si el transformar se convierte con exceso en una
exigencia, la espiritualidad pierde muchas veces la sensibilidad para con lo que ya existe,
117
para con lo que encontramos en el mundo. Lo bello existe. Nos fascina y nos impulsa,
por sí mismo, a cuidar y cultivar este mundo, a salvaguardar y proteger lo bello y a
configurar el mundo en consonancia con la idea de Dios. Una espiritualidad que percibe
lo bello lleva a otra idea de Dios. Ya no se trata del dios-contable controlador, ni del
Dios juez y sancionador, sino del Dios que, por su misma esencia, es creatividad, que
siente pasión por crear lo bello. Dios aparece entonces como luz que nos ilumina y nos
irradia en la creación. Y Dios es el que colma nuestra más profunda pasión por gustar.
Dios es la verdadera belleza, al que nos es dado gustar con asombro y en adoración.
Una espiritualidad que pasa de largo ante la belleza del mundo, fácilmente se
convierte en una espiritualidad ascética o, en su caso, moralizante. Su punto de partida es
continuamente lo que el ser humano debería. En cambio, si nos volvemos a lo bello,
entonces no partimos de los déficits del ser humano. Al contrario, percibimos la plenitud
y la belleza de la vida tal como Dios nos la ha regalado. Es una espiritualidad receptiva.
Y es una espiritualidad del agradecimiento por lo que a diario recibimos. La persona
espiritual no es la que cierra los ojos y tiene los oídos vueltos únicamente hacia dentro.
Este es, desde luego, un aspecto de la espiritualidad. Pero exactamente igual de
importante es que abramos los ojos y contemplemos lo que Dios nos pone diariamente
ante la vista: la belleza del paisaje, el encanto de las flores, el poderío señorial de los
montes, el resplandor del sol, el canto de los pájaros, el jugueteo de los peces en el
agua...
La contemplación tiene relación con ver-mirar. Belleza es aquello que vemos. Se
precisa una espiritualidad vidente, que perciba cuanto de bello hay a nuestro alrededor y
cuanta belleza hay dentro de nosotros y de las personas con las que nos encontramos. Y
se requiere una espiritualidad que haga-ver y haga-oír la belleza. El hacer-oír acontece
en el canto, en la alabanza a Dios. El hacer-ver se verifica, ante todo, en la liturgia, pero
también en la configuración concreta de la vida, en la ordenación de la vivienda, en la
manera en que nos movemos. Cuando camina una persona espiritual, en su paso se
percibe algo de la belleza del caminar; en sus gestos, la belleza del cuerpo; en su rostro,
la belleza de la luz que procede de Dios y nos ilumina.
Una espiritualidad así, que pone la belleza en el centro, pierde todo lo duro, fúnebre
y tenebroso que frecuentemente ha caracterizado la espiritualidad cristiana de los últimos
siglos. Es una espiritualidad de la alegría, de la vitalidad, de la libertad. Una
118
espiritualidad que se regocija con las obras de Dios, con la belleza del cuerpo y de la
vida. Y exterioriza esa belleza en el canto y en el arte, pero también en la configuración
concreta del día a día. La belleza se muestra también en una vida bella, en una vida que
encierra en sí un ritmo bello y bueno.
119
La espiritualidad de la belleza no se limita a pura estética. Más bien, reconoce en
todo cuanto existe el reflejo de la gloria de Dios. Ve el esplendor de Dios incluso en los
extenuados ojos de un moribundo. Reconoce la luz de Dios que resplandece en medio de
la oscuridad. E incluso en una persona a la que, a primera vista, calificaríamos de
hundida y degradada ve todavía una belleza que podría transformarla.
Ver lo bello que hay en toda persona está en consonancia con la exigencia de
Benito de Nursia de ver a Cristo en todo ser humano. Hasta ahora, yo había interpretado
siempre esta palabra de san Benito en el sentido de que en todo ser humano tenemos que
ver siempre su fondo bueno. Pero desde que estoy centrado en el tema de la belleza, he
intentado mirar a las personas con ojos nuevos. Me he imaginado que en toda persona
hay algo bello, un resplandor que tiende a abrirse camino a través de las oscuridades y
deformidades.
***
120
La belleza en el interior del ser humano: EVAGRIO PÓNTICO
Sin embargo, antes de ver lo bello en el otro, tengo que empezar por verlo en mí mismo.
Algo de esta espiritualidad de la belleza reconozco en Evagrio Póntico y en los místicos
de la tradición cristiana. Evagrio observó cómo las pasiones tienen en un puño al ser
humano. La vía espiritual pasa por la lucha con las pasiones. Pero la meta es el espacio
interior del silencio que existe en el fondo del alma de toda persona. Este recinto del
silencio lo denomina Evagrio como el «lugar de Dios». Y habla de la luz interior. Bajo
todas las pasiones hay, pues, en todo ser humano, un espacio de belleza interior, un lugar
de la claritas, del esplendor, de la gloria. Evagrio llama a este lugar interior de la belleza
en el ser humano:
«“Visión de paz”, por la que uno percibe en sí aquella “paz” que es más alta que
toda inteligencia y que protege nuestros corazones» [25] .
Lo bello es también lo que nos eleva, lo grandioso, lo que nos fascina. Y lo bello
nos transmite una profunda paz interior. En lo bello llegamos interiormente al descanso.
Sin embargo, el camino hacia esa belleza interior, con la que debemos regocijarnos,
pasa por la propia verdad. Y la propia verdad no siempre es agradable. Ahí nos
encontramos con los abismos insondables de nuestra alma: la agresividad, los instintos
de venganza, la depresión, la desesperanza, la oscuridad interior, la maldad... Sin
embargo, «espiritualidad» no significa, luchar contra lo tenebroso, sino pasar a través de
ello hasta el fondo del alma, donde resplandece la belleza de Dios en la imagen singular
y única que Él se ha forjado de nosotros. Y de esa imagen única que somos cada uno de
nosotros puede afirmarse aquello que dijo Dios en el sexto día de la creación: «era muy
bueno; era muy bello» [26] .
Evagrio Póntico nos invita, pues, a mirar, a través de todo lo caótico y lóbrego, a la
luz interior, a la claridad y la belleza interiores. También en mí está esa bella imagen
que, innegablemente, muchas veces se encuentra deformada por mis facetas oscuras,
pero que en el fondo de mi alma reluce en toda su belleza original. «Espiritualidad»
significa, recorrer el camino hacia dentro y percibir agradecidamente esa belleza interior
que Dios me ha regalado también a mí.
121
Lo que Evagrio describe como lugar interior de Dios y visión de la paz, lo
expresaron los místicos con muchas imágenes. El Maestro Eckhart habla de la scintilla
animae, la chispa del alma; Taulero, del fondo del alma; Catalina de Siena, de la celda
interior; y Teresa de Jesús, de la morada más íntima del castillo del alma. También el
castillo del alma –con sus muchas moradas, en la más íntima de las cuales habita Cristo,
lleva la marca de la belleza. Y los místicos hablan una y otra vez de la luz interior, del
fulgor de Dios, de la belleza de Dios, que resplandece en el fondo de mi alma. Los
místicos, como personas contemplativas que eran, tenían un sexto sentido para la belleza
de Dios en la naturaleza, pero también en su alma. Ellos hablan de luz e iluminación.
Juan de la Cruz experimenta a Dios en su corazón como llama de amor que tiernamente
le hiere. Precisamente Juan de la Cruz tenía un sentido maravilloso para percibir la
belleza de la Creación y del alma humana.
***
122
La belleza como la patria del corazón: JOHN O’DONOHUE
A mi entender, el teólogo y escritor irlandés John O’Donohue desarrolla en un lenguaje
moderno lo que Evagrio expuso 1.600 años atrás. O’Donohue nació en 1955 en una
pequeña aldea de Irlanda, se hizo sacerdote católico y se doctoró en 1990 en Tubinga,
con una tesis sobre Hegel. Abandonó el sacerdocio y se convirtió en un autor cultivador
de la espiritualidad celta, que desembocó en la espiritualidad cristiana de Irlanda. En
2008 murió repentinamente durante unas vacaciones en Francia. O’Donohue habla de la
belleza que nos visita:
Y opina que...
«... la belleza es la patria del corazón. Cuando puede hacer un alto en la belleza, el
corazón está como en casa. El corazón humano es la obra maestra del primero de
todos los Artistas. Dios creó el corazón para la afinidad eterna con la belleza» [28] .
La belleza que hay en nuestro corazón nos preserva de que las diversas penurias y
las diferentes apetencias de nuestro corazón nos desgarren interiormente y...
Estos pensamientos del poeta irlandés me han fascinado, a la vez que me han
incitado a seguir reflexionando sobre ellos. Nuestro corazón ansía un lugar en el que
pueda encontrar su hogar. Hasta ahora, yo siempre he dicho: como en su casa, solo
puede uno encontrarse allí donde habita el misterio. Así ha sido siempre, y sigue
siéndolo, para mí. Pero ¿qué es el misterio? ¿Dónde me encuentro como en mi casa?
Únicamente allí donde el misterio de Dios sintoniza con el misterio de mi propia alma.
Pero el misterio de Dios siempre es también un misterio de belleza. Allí donde percibo
algo bello, atisbo algo de la belleza-fuente, Dios; del misterio de la Belleza, sin más. Y
123
entonces me siento como en casa. Me siento envuelto en el misterio de la belleza. Ahora
bien, la belleza no está solamente en Dios, sino también en mi corazón. Nuestro corazón
conoce la radical pasión por la belleza.
124
la culpa que haya podido cargar sobre sí, siempre conserva en lo más íntimo algo de la
belleza radical, originaria.
Evagrio Póntico describe, como fin y meta del itinerario espiritual, la «apatheia», la
imperturbabilidad, el vernos libres del zarandeo de las pasiones. Si las pasiones ya no
nos arrastran más, somos capaces de vivir plenamente en el instante presente. Esta es la
condición para la oración contemplativa: estoy totalmente en el momento presente,
envuelto en la presencia de Dios. Y estoy presente en mi interior, en el fondo de mi
alma. Esa presencia, que es la meta del itinerario espiritual, es la condición para percibir
lo bello. Al mismo tiempo, sin embargo, esa misma presencia es efecto de la belleza.
O’Donohue escribe:
Para el poeta irlandés, la presencia se realiza cuando nos dejamos encontrar por
Dios en lo bello. O’Donohue cree que Dios ha equipado a todo hombre con la fuerza
luminosa de la belleza divina:
«... impregna nuestra alma y transforma toda pequeñez, limitación y ruptura» [36] .
125
nuestra «fragilidad, pequeñez y tiniebla». Sin embargo, no quedamos encallados en
nuestra fragilidad, en nuestras heridas y lesiones.
«Cuando dejamos fuera de combate nuestras defensas naturales, no hay nada que
pueda impedir a nuestras preocupaciones penetrar en nosotros e instalarse en
diversos ángulos y recovecos de nuestro espíritu. Y cuanto más tiempo las dejamos
habitar allí, tanto más difícil se nos hará, al final, expulsarlas» [38] .
Miramos a una persona para ver si se deja dominar por los cuidados y
preocupaciones. Si es así, en su rostro se refleja a menudo el descontento. No nos gusta
mirarle a la cara. Algo nos repele. Todo lo contrario, sin embargo, ocurre con una
persona que, pese a todas las preocupaciones y situaciones de sufrimiento, ha conservado
lo bello en su corazón.
«Es hermoso encontrarse con una persona mayor cuyo rostro rugoso atestigua
pruebas, preocupaciones y cuidados pasados, mirarle a los ojos y ver en ellos una
luz tierna. Esa luz es inocente, pero no por inexperiencia, sino por una fe llena de
confianza en lo bueno, verdadero y bello. Una mirada así, salida de un rostro
avejentado, es como una bendición. Cuando nos toca, nos sentimos bien y
sanos» [39] .
126
casa. Entramos dentro de nosotros mismos, en nuestro propio ser. Y la meditación de lo
bello nos transforma, nos hace a nosotros mismos bellos, tal como O’Donohue lo
observaba en personas mayores que, a pesar de todos los inconvenientes de la edad, han
conservado el sentido de lo bello.
De este modo se comprueba también aquí la sentencia de Dostoyevski: «la belleza
salvará al mundo». La belleza sana nuestra alma desgarrada. Y la belleza que entonces
irradie de nosotros tiene un efecto saludable sobre las personas. Depende de nosotros –
sin esquivar las amenazas de nuestra vida, sin negar lo malo que también existe en el
mundo– optar una y otra vez por lo bello, tomarnos tiempo para contemplar lo bello que
hay en este mundo, oírlo, verlo, gustarlo, palparlo... De este modo, en lo bello puede
tocarnos Dios mismo, quien para Plotino es el hontanar de lo bello, lo bello-fuente. La
belleza siempre tiene algo que ver con Dios.
Esto es lo que reconoció el dramaturgo francés Jean Anouilh cuando escribía:
«La belleza es uno de esos raros milagros que acallan nuestras dudas sobre
Dios» [40] .
Lo bello puede ser precisamente hoy, cuando son muchos los que padecen la lejanía
de Dios, una puerta de acceso a Dios, el lugar en el que esas personas reconocen otra vez
la huella de Dios en este mundo y en su corazón.
1 . D. SÖLLE, 235.
2 . Ibid., 235.
3 . Ibidem.
4 . Ibid., 236.
5 . Ibid., 237.
6 . Ibid., 238.
7 . Ibid., 236.
8 . Ibid., 236.
9 . S. WEIL, 143.
10 . Ibid., 140.
11 . Ibid., 143.
12 . Ibid., 34.
13 . Ibid., 143.
14 . Ibid., 131.
127
15 . Ibid., 136.
16 . Ibid., 137.
17 . Ibidem.
18 . Ibid., 139.
19 . Ibid., 139.
20 . Ibid., 143s.
21 . O. BETZ, 33.
22 . Ibid., 34.
23 . C. M. MARTINI, 13.
24 . Ibid., 58.
25 . EVAGRIO PÓNTICO, Carta 39.
26 . Gn 1,31.
27 . J. O’DONOHUE, Schönheit, 272.
28 . Ibid., 273s.
29 . Ibid., 277.
30 . Ibidem.
31 . Ibid., 280.
32 . J. O’DONOHUE, Landschaft der Seele, 61.
33 . J. O’DONOHUE, Schönheit, 282.
34 . J. O’DONOHUE, Anam Cara, 121.
35 . J. O’DONOHUE, Schönheit, 296.
36 . Ibidem.
37 . Ibid., 302.
38 . J. O’DONOHUE, Anam Cara, 206.
39 . Ibidem.
40 . R. GESTRICH, 47.
128
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129
13. Siete actitudes de
una espiritualidad de la belleza
130
Mirar
Para el poeta ruso Dostoyevski, la belleza tiene relación con la sexta bienaventuranza:
No voy a reconocer lo bello si miro a las personas, a la naturaleza y al arte con ojos
codiciosos. Se precisan unos ojos limpios que permitan a la naturaleza ser como es, que
dejen a las personas ser lo que son. Nuestros ojos juzgan frecuentemente todo lo que
vemos. Juzgamos a las personas en función de cualquier tipo de ideal externo de belleza.
Es necesario un corazón limpio que contemple al otro sin pretender nada de él, sin
pasarle factura, sin evaluarlo. Que lo deje, simplemente, ser tal como es. Entonces
reconoceré en él la belleza. También podría decirse: son los ojos de fe los que ven lo
bello en la persona y se extasían ante lo bello en la naturaleza.
Quien mira al otro a través del cristal de sus proyecciones no logrará reconocer en
él lo bello. Quien percibe la naturaleza con los anteojos del beneficio pasa ante su
belleza sin enterarse. Únicamente ve utilidad en todo. Para Dostoyevski, este es un rasgo
esencial del corazón limpio: renunciar a toda utilidad o ventaja, dejar a las cosas ser
como son con corazón limpio. La espiritualidad de la belleza nos invita a la escuela de la
contemplación. Tenemos que aprender de nuevo a mirar sin segundas intenciones, a
meditar y admirar, en vez de referirlo todo a la propia utilidad. Es un mirar en el que nos
olvidamos de nosotros mismos. Y al olvidarnos de nosotros mismos, somos totalmente
nosotros mismos, estamos totalmente en el instante presente.
131
Gustar
La espiritualidad de la belleza es una espiritualidad del «saboreo». Saborear se refiere
tanto al ver como al oír y al gustar. La mística femenina de la Edad Media era una
mística del gustar. Las mujeres, en los conventos y en las comunidades laicas de las
Beguinas, gustaron y saborearon en la Eucaristía la dulzura de Jesús.
La belleza busca también ser gustada. Pero aquí el gusto pasa, sobre todo, por el ver
y el oír. Al gustar, decimos: sabe bien, sabe formidable. Al ver y oír, decimos: la
naturaleza es bella, la música es bella. Pero, en último término, lo que aquí se quiere
decir es lo mismo. Lo que gustamos, oímos y miramos es hermoso. Nos encanta, nos
transforma.
En el cristianismo, el gusto estuvo mal visto durante mucho tiempo. Los Padres de la
Iglesia repudiaron y ridiculizaron al filósofo griego Epicuro, que había desarrollado una
filosofía del gusto. En su afán por la ascesis, evidentemente reconocieron en él las
propias zonas oscuras y lo combatieron.
Solo Clemente de Alejandría juzgó positivamente el placer. Él era griego y entendió
la ascesis como iniciación en la libertad interior. Y de esta ascesis forma parte también la
práctica del gustar verdadero. Porque gustar solo puede hacerlo quien es capaz también
de renunciar. La capacidad de gustar depende de que yo establezca fronteras, de que no
acepte en mí algo desmedido, sino que me detenga en una mirada, en un sorbo de vino,
en ese sonido que ahora penetra en mí... Muchas veces la ascesis cristiana estuvo
marcada por una negación de la vida.
Jesús está a favor de esta espiritualidad del gusto. Sin embargo, en su vida experimenta
dolorosamente que su espiritualidad no es comprendida. La gente no se avino con ella,
como tampoco lo había hecho con la espiritualidad de Juan el Bautista:
«Vino Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y dicen: “Está
endemoniado”. Vino este Hombre, que come y bebe, y decís: “Mirad qué comilón y
132
bebedor, amigo de recaudadores y pecadores”. Pero la sabiduría se acredita por sus
discípulos» [2] .
Jesús bebe, lleno de gratitud, el vino que Dios ha regalado a los hombres. Y de ese
modo, a los pecadores y recaudadores que gozan con estos dones de Dios y los saborean,
les muestra un camino de conversión: el camino de recibir de Dios con reconocimiento
esos buenos dones. Gustar es para Jesús el camino hacia Dios, el camino que conduce
hasta dentro del amor de Dios. Los fariseos que rechazan tanto a Juan como a Jesús, con
su espiritualidad ellos mismos se cierran el paso a la vida. La espiritualidad de Jesús –la
espiritualidad del gusto– abre también a Dios a la persona menos piadosa y le permite
barruntar el misterio de Dios. La mística comprendió esto, al poner la «fruitio Dei», el
disfrute de Dios, como nuestro destino eterno en el cielo. Dios es, por su esencia, el que
satisface nuestra pasión por el verdadero goce.
133
Recibir con agradecimiento
La espiritualidad de la belleza acentúa, por encima de toda actividad humana, la
capacidad de recibir que tienen los humanos. La belleza nos viene dada de antemano.
Está-ahí ya antes de que nosotros hagamos algo. Nuestra tarea es recibir agradecidos lo
que Dios nos ha regalado en la belleza. Debemos recibir la belleza como a un huésped
que nos visita.
Etimológicamente, recibir («empfangen») no es nada pasivo, sino que apunta a una
acogida activa de algo que me sale al paso. Pero, por otra parte, recibir se entiende
también como la aceptación pasiva de un favor que se nos hace. Y hablamos de recibir
en el sentido de «concebir», quedar embarazada una persona [3] .
Estos tres significados afirman algo sobre la espiritualidad de la belleza. Recibimos
activamente dentro de nosotros, acogemos en el interior de la casa de nuestra alma lo que
nos sale al encuentro en la belleza del ser, en la belleza de la naturaleza o del arte.
Acogemos en la belleza los beneficios de Dios. Abrimos nuestras manos para poder
acoger la belleza. Y acogiendo en nosotros la belleza, la concebimos: la belleza
transforma nuestro cuerpo y nuestra alma. Algo nuevo germina en nosotros. Nos
volvemos fecundos.
Con este triple sentido del recibir tiene relación también el agradecimiento. Danken
(agradecer) proviene de denken (pensar). Cuando pensamos bien, cuando reflexionamos
atinadamente sobre el mundo, nos sentimos agradecidos por la belleza que encontramos
en todas las cosas. Lo bello nos es dado recibirlo a diario. Constantemente estamos
viendo con los ojos lo bello que anida oculto en todo. Oímos bellas palabras y bella
música. Nos sentimos agradecidos por todo lo bello con lo que nos topamos y que se nos
regala diariamente. El agradecimiento es una actitud esencial de la espiritualidad
cristiana. El punto culminante de la liturgia cristiana es la Eucaristía, la acción de gracias
por las hermosas obras de Dios, por lo bello y bueno, por la obra oportuna y
santificadora de Dios en Cristo Jesús.
134
Dejarse sanar por la belleza
La percepción de lo bello es saludable para el ser humano. Por eso, la espiritualidad de la
belleza está en consonancia con mi aspiración a una espiritualidad terapéutica. Pero
contemplar lo bello es un camino de curación distinto del de mirar mis problemas y
procesarlos. No paso por alto las heridas de la historia de mi vida, sino que las tengo
presentes. Pero paso, a través de ellas, hacia el fondo de mi alma, donde no solo me
encuentro con el silencio y el misterio, sino también con la belleza de mi alma y la
belleza de Dios, que se refleja en la luz interior, de la que escribe Evagrio Póntico.
Para Evagrio, la meta del itinerario espiritual es percibir en sí esa luz interior. En
último término, es un percibir la belleza interior. Y esto, dice Evagrio, es saludable para
el ser humano. Porque, según él, el ser humano se cura no solo mediante el manejo de
sus pasiones –esto es para él la vía ascética–, sino mediante la contemplación, que
consistiría en ver la belleza en torno a nosotros y dentro mismo de nosotros.
135
Los mismos efectos curativos se producen sobre nosotros cuando nos volvemos a lo
bello que nos sale al encuentro desde fuera, lo recibimos abiertamente, lo acogemos y,
por así decirlo, nos sentimos «fecundados» por ello. Lo bello, para santo Tomás, es lo
que está ordenado y es armonioso. Acoger en sí lo bello pone al alma en orden y produce
en ella armonía consigo misma. Y en esto consiste la esencia de la salud.
Una y otra vez me encuentro con personas que me cuentan cómo, de vez en cuando, se
permiten algo bello: se dan una vuelta por una ciudad, por sus iglesias y museos, y tienen
la impresión de que eso le hace bien a su espíritu. Se sienten interiormente renovados.
Algo saludable sale de la belleza de los edificios y de las imágenes.
Un compañero mío de monasterio disfruta con los jardines bellos. Cuando pasea
por un jardín bien cuidado, algo verdea en su espíritu. El alma se purifica y se vuelve
transparente. Muchos creen que esto es pura estética. Pero cuando mi alma abre de par
en par las puertas a la belleza, ahí está la espiritualidad. Porque entonces me toca y me
purifica y me sana Dios mismo, como la belleza fontal en todo lo bello.
136
Descubrir la propia belleza
Lo bello que percibimos en la creación y en el arte es un espejo para la propia alma. En
la belleza que nos adviene de fuera reconocemos también nuestra propia belleza. Nos
sentimos fascinados por una bella imagen de la Virgen porque en ella descubrimos la
huella de la belleza divina, al mismo tiempo que nuestra propia belleza.
De ahí que la belleza tenga que ver con la fe y la esperanza. Miro al mundo con
ojos de fe para ver en todo lo bello la belleza-fuente, lo divino. Y miro con ojos de
esperanza todo lo bello que me sale al encuentro. Los ojos de la fe me transmiten la
confianza en que lo bello también reside en mí.
Según Pablo, es cuestión de esperanza: esperar lo que no vemos (Rom 8,25).
Muchas veces no vemos en nosotros lo bello, porque nuestros ojos están cegados, porque
estamos bloqueados por lo que nos desagrada. Sin embargo, para Pablo es esencial en
nuestra experiencia de fe poder «estar orgullosos esperando la gloria de Dios» (Rom
5,2). La traducción latina ha referido la gloria de Dios a nosotros mismos. Habla de la
esperanza en la gloria de los hijos e hijas de Dios: «spes gloriae filiorum Dei» (la
esperanza de la gloria de los hijos de Dios).
137
No tengo que analizar lo bello que hay en mí. Me siento bello cuando contemplo
algo bello. Soy bello. Y esto lo saboreo al contemplar lo bello
138
Contemplación y unificación con lo bello
«Contemplación» quiere decir «meditación y visión». Los griegos hablan de «theoría», y
con este término indican la pura visión. No es un ver con juicio y valoración. En este
mirar se trata más bien de hacerse-uno con lo mirado. La vista era para los griegos el
principal de los sentidos. Theos (Dios) se deriva de thestai (ser contemplado, ser visto).
En la visión de la belleza veo a Dios mismo. Y al hacerme-uno con Dios en la visión, me
hago-uno también con la belleza de Dios. No solo reconozco la propia belleza. Más bien,
me hago-uno con lo bello que hay en torno a mí.
La mística griega fue siempre una mística de la visión. En el ver, me hago-uno con
lo visto. Por eso, la mística griega fue también siempre mística-de-unidad, una mística de
la unificación. El llegar-a-ser-uno acontece sobre todo a través del ver.
La contemplación, entendida como visión de Dios, tiene para Evagrio Póntico dos
escalones. El primer escalón es la «theoría physiké», la contemplación de la naturaleza.
En la creación ve la esencia de todas las cosas, el principio originario divino. En la
belleza de la Creación reconoce lo bello-radical de Dios. El segundo escalón es la
contemplación del Dios Trinitario. En ese escalón, la persona que se ha vaciado de sus
pasiones y de sus propios pensamientos se-hace-una con Dios, que está más allá de todos
los pensamientos.
Quien en la contemplación se-hace-uno con Dios puede ver a Dios no como algo
especial, sino que ve a Dios en todo. Y lo ve en sí mismo. Porque la contemplación va
unida a la visión de una luz interior. Dios brilla como en un espejo, pues, en el alma
humana. En el tiempo de la oración, dice Evagrio, se le aparece a la persona...
139
Configurar bellamente el mundo y la vida
Pero hay todavía otro aspecto que me ha venido a la mente al reflexionar sobre lo bello.
No se trata solamente de percibir lo bello, sino también de crear lo bello. Dios nos ha
otorgado gratuitamente la participación en su poder creador. Por eso, es tarea nuestra
configurar bellamente este mundo y hacernos bella la vida a nosotros mismos. También
podemos hacer más bella la vida a otras personas, conformando bellos espacios,
celebrando hermosas fiestas, pintando un bello cuadro, ejecutando una música hermosa.
Es responsabilidad nuestra con-formar este mundo en el sentido de Dios y no esconder
con nuestras obras la hermosura que Dios ha puesto en el mundo, sino darle valor.
Una educadora me contaba que, siendo niña, siempre estaba jugando con muñecas. Para
ella era importante que las muñecas estuvieran bien vestidas. El sueño de su vida era
transmitir belleza, configurar y crear algo bello. Ordenaba hermosamente el recinto en el
que los niños se reunían por la mañana. Organizaba bellamente el grupo y hacía que los
niños percibieran lo bello. Cantaba con ellos bonitas canciones. Hacía bello bricolaje.
Los niños estaban con esta cuidadora mucho más tranquilos que con otros, de los que
estaban continuamente echando pestes: ¡a ver si les dejaban de una vez en paz! Al
dejarse impactar por lo bello y sentir gusto por hacer cosas bonitas, los niños tomaban
conciencia de la belleza que había en sus corazones. Tomaban conciencia de sí mismos.
Llegaban «a casa».
Por eso, para mí, la espiritualidad consiste también en crear algo bello. Para mí es
también importante escribir sobre lo bello en un bello lenguaje. Otros construyen
bellamente su vivienda o su jardín. Otros aderezan bellamente cada día la mesa y así
gustan el sabor de la comida. O crean un bonito ambiente a los huéspedes y, de ese
modo, les proporcionan un poco de hogar. Crear y configurar lo bello en torno a uno
mismo no es cuestión de estética, sino de espiritualidad. En último término, es tarea
sacerdotal que nosotros, como sacerdotes o sacerdotisas, no solo preservemos lo sagrado
140
y lo bello, sino que también lo representemos, que hagamos más bello este mundo,
difundiendo belleza allí donde nos encontremos.
Un sacerdote que tiene su vivienda tan desordenada que apenas si puede subir la
escalera, no puede celebrar una liturgia bella. Y no va tener sentido, olfato, para reunir al
consejo parroquial en un lugar bien dispuesto. Cuando la secretaria ordena
agradablemente el despacho del jefe, se trata siempre de un acto espiritual: está creando
una atmósfera agradable, contribuyendo con ello de forma importante a un buen trabajo.
Nuestra dignidad de seres humanos consiste en participar del poder creador de Dios. Por
eso, la espiritualidad consiste también en que nos volquemos agradecidamente sobre las
aptitudes creadoras que poseemos. En nosotros hay una fuente de creatividad; en
nosotros hay una fuente de belleza. Y es tarea nuestra hacer que esa fuente de belleza y
de creatividad mane, para bendición nuestra y de todos los hombres y mujeres, a fin de
que, por medio de nosotros, surja lo bello que cura a los humanos. De esta manera,
nosotros mismos podemos contribuir a que «la belleza salve al mundo».
1 . Mt 5,8.
2 . Lc 7,33-35.
3 . El lector familiarizado con el alemán verá enseguida que este tercer significado no encaja bien en el
castellano. En alemán, en cambio, resulta claro, por cuanto «empfangen» se puede traducir tanto por «recibir»
como por «concebir». Y esta palabra sí puede referirse al acto de la generación al que alude el autor para
caracterizar el carácter activo-pasivo del recibir (N. del T.)
4 . EVAGRIO PÓNTICO, Praktikos, 56.
5 . EVAGRIO PÓNTICO, Carta 39.
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Conclusión
A la hora de escribir este libro, partí de la idea del poeta ruso Dostoyevski: «la belleza
salvará al mundo». A lo largo de su redacción, me he topado una y otra vez en nuestra
biblioteca con nuevos libros que tratan del misterio de lo bello. La lectura y la reflexión
sobre los pensamientos que en ellos he encontrado me han transformado a mí y han
transformado mi espiritualidad.
Mi espiritualidad fue siempre una espiritualidad terapéutica. Siempre me he
preguntado cómo podríamos realizar concretamente el encargo de curar que Jesús dio a
sus discípulos; cómo podríamos expulsar demonios, liberar a las personas de espíritus
turbios, de imágenes falsas de sí mismas y de Dios, de ilusiones acerca de sí mismas y de
su vida, y cómo podríamos experimentar hoy la fuerza curativa de Jesús. En este
cometido, la Liturgia era ya para mí un lugar importante en el que nos encontramos con
las palabras que sanan y la mano que cura de Jesús. Y la tradición espiritual de la ascesis
y la mística cristianas –comenzando por los monjes primitivos, siguiendo por los Padres
de la Iglesia, hasta llegar a los místicos Maestro Eckhart y Teresa de Jesús– han dejado
en mí su impronta.
La reflexión sobre lo bello no ha desvirtuado esta espiritualidad. Pero me ha abierto
nuevos aspectos de la espiritualidad cristiana que hasta ahora no había percibido todavía
tan conscientemente. He redescubierto la fuerza curativa de lo bello.
Por eso, confío y espero que los lectores y lectoras se han de sentir estimulados por
las ideas de este libro –las cuales, obviamente, recogen la rica tradición cristiana– para
desarrollar un nuevo sentido por lo bello en la naturaleza, en el arte, en la liturgia, y para
descubrir lo bello en su propio corazón, el cual encuentra en la belleza su patria, su
hogar. Ojalá que la lectura sobre lo bello sea saludable para los lectores y lectoras,
apacigüe sus turbulencias interiores y ponga orden en el caos dentro de su propio
corazón, creando de ese modo belleza en el corazón. Deseo a todos los lectores y lectoras
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que adquieran gusto en hacerse la vida más bella para sí mismos y para otros, concederse
a sí mismos belleza y hacer que este mundo sea más bello.
Nuestro ser es siempre y al mismo tiempo verdadero, bueno y bello. Sobre la
verdad y la bondad del ser, sobre el Dios que me lleva a la verdad, sobre el buen Dios
que nos cura con su amor y cuyo amor se ha manifestado en Jesucristo, he escrito muy a
menudo. En este libro se trataba de la tercera dimensión del ser: el ser es también y
siempre bello. Dios es la belleza-fuente que nos fascina, que irradia en todo lo bello que
percibimos en este mundo y que brilla en nuestra alma bella.
Así pues, les deseo que se dejen fascinar por lo bello –por la música bella, por un
paisaje bello, por el arte bello y por la liturgia bella y el bello lenguaje– y, de ese modo,
penetren cada vez más a fondo en el misterio de la belleza divina y en el misterio de su
propia bella alma.
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Bibliografía citada
y referencias para seguir leyendo
146
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MATTHIAS ZEINDLER, Gott und das Schöne. Studien zur Theologie der Schönheit,
Göttingen 1993.
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Índice
Portada 2
Créditos 3
Índice 5
Introducción 7
1. Lo bello en Dostoyevski 13
2. Entre el ser y el percibir: ¿Platón o Kant? 23
3. La belleza de Jesucristo en el Evangelio de Lucas 34
4. La paradójica belleza de la Cruz en el Evangelio de Juan 41
5. La belleza de la Creación 50
6. La belleza del lenguaje 58
El bello lenguaje de Friedrich Hölderlin 60
La sensibilidad lingüística de Peter Handke 63
Lenguaje literario y lenguaje homilético 65
7. La belleza de la música 67
8. La belleza del arte representativo 74
La belleza en la arquitectura 76
La fuerza transformadora de imágenes bellas 79
Estilos de belleza 83
9. La belleza de la liturgia 87
10. La belleza del cuerpo 95
11. La vida es bella 101
12. En camino hacia una espiritualidad de la belleza 106
Estética y espiritualidad: Dorothee Sölle 109
La belleza como la tierna sonrisa de Jesús: Simone Weil 112
Belleza y espiritualidad moralizante: Carlo Maria Martini 117
La belleza en el interior del ser humano: Evagrio Póntico 121
La belleza como la patria del corazón: John O’Donohue 123
13. Siete actitudes de una espiritualidad de la belleza 129
Mirar 131
Gustar 132
Recibir con agradecimiento 134
151
Dejarse sanar por la belleza 135
Descubrir la propia belleza 137
Contemplación y unificación con lo bello 139
Configurar bellamente el mundo y la vida 140
Conclusión 142
Bibliografía citada y referencias para seguir leyendo 145
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