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teoría y análisis
2 CÉSAR GONZÁLEZ OCHOA
Directores de la Revista
FERNANDO CASTAÑOS
Instituto de Investigaciones Sociales
Universidad Nacional Autónoma de México
RAÚL QUESADA
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad Nacional Autónoma de México
Comité Editorial
FERNANDO CASTAÑOS
Instituto de Investigaciones Sociales
Universidad Nacional Autónoma de México
CÉSAR GONZÁLEZ OCHOA
Instituto de Investigaciones Filológicas
Universidad Nacional Autónoma de México
RAÚL QUESADA
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad Nacional Autónoma de México
DANIELLE ZASLAVSKY
El Colegio de México
Discurso,
teoría y análisis
Núm. 31 Año 2011
México, 2011
CD 410 / D3
LC P302/ D3
ISSN: 0188-1825
Impreso y hecho en México por Editorial Color, S.A. de C.V., Naranjo núm. 96 bis,
colonia Santa María la Ribera, delegación Cuauhtémoc, C.P. 06400, México D.F.
El tiraje consta de 750 ejemplares. Se terminó de imprimir en marzo de 2011.
Contenido
Presentación
MARISA BELAUSTEGUIGOITIA Y RAÚL QUESADA . . . . . . . . . . . 7
Pensamiento en resistencia
ANA MARÍA MARTÍNEZ DE LA ESCALERA . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
Presentación
Martínez de la Escalera nos encara con la palabra que nos ocupa, fe-
minismo; una palabra molesta, dice, también para muchas mujeres.
Feminismo como proceso de significación que se resiste a ser aplanado
y vaciado. ¿Cómo se forja una palabra, cómo circula? ¿Cómo se regulan
sus excesos? ¿Cómo interrogar la noción de feminismo? ¿Qué fines políticos
pueden perseguirse al esencializar aún más a la mujer? Martínez también
llama a declarar al feminismo. Nos ofrece una definición de crítica vinculada
a la forma de rellenar o reactualizar el contenido de esta noción. Nos
propone un mecanismo deconstructivo, una genealogía, como trabajo
de descubrimiento del porqué algo se convierte en invisible o inaudible.
Llama a declarar a otra palabra: resistencia. Ambas, feminismo y resisten-
cia, producen el efecto crítico que buscamos.
Márgara Millán releva las aportaciones centrales del feminismo y
los estudios de género a partir de una clave epistemológica: la com-
prensión de las implicaciones de la construcción histórica y simbólica
de la diferencia. Entrelaza los trabajos de Scott y Rubin al remarcar la
producción de lo social a partir de la construcción y el reforzamiento del
sistema sexo/género y de la categoría de género. Recorre, de esta manera,
escenarios constitutivos de los feminismos contemporáneos, a los que
llama derivas epistémicas. Así, muestra cómo la aportación que encierra
la categoría de género (pensar y comprender su construcción histórica y
simbólica) ilustra procesos de construcción de la semiosis social.
Lucía Rayas plantea preguntas que resuenan con las de Scott y su
impulso reconstructor: ¿Cómo se genera un texto clásico en estudios
como los de género, que no son hegemónicos? Un clásico, nos dice Ra-
yas, adquiere tal carácter a partir de la propia comunidad de estudiosos
y estudiosas que fortalecen una comunidad epistémica. Su formación es
un asunto aparte. Este contingente crítico enfrenta muchas dificultades;
Scott misma narra la hostilidad ante su teorización postestructural de la
historia, una historia desde abajo. Rayas nos ofrece un debate con los
autores clásicos en el que se subraya el concepto de experiencia desde
las elaboraciones de Scott como un conjunto de mediaciones. Aquí
aborda una de las deudas conceptuales de Scott al perfilar el uso de
este concepto desde las elaboraciones de Thompson y su definición del
concepto de experiencia como “puente”, aludiendo al acto de cruzar y
a su construcción simbólica. Rayas muestra cómo cava Thompson la
trinchera y cómo es útil la categoría de experiencia para la construcción
de un sujeto social. Lo hace problematizando la noción de experiencia
en vivida y percibida, con lo que critica las expresiones acartonadas del
materialismo histórico. Muestra cómo se aleja Scott del empirismo y
busca un pilar postestructural para entender la experiencia no reducida
desde el quehacer histórico.
Marisa Belausteguigoitia comenta los artículos de Scott y Rubin
en tres dimensiones: la primera aborda las tesis de las autoras enfocán-
dose a un efecto central, el narrativo y discursivo, es decir, la manera
distinta de hacer sentido, su particular contribución discursiva para
hacer que el género “cuente” (de forma esencializada al hacer el género
y desconstructiva al mostrar cómo puede ser deshecho) y así posibilitar
que hablen sus distintos sujetos. La segunda apunta a la forma en que
entendieron la diferencia, no sólo como un atentado a “la mujer” sino
como un elemento estructural que, desde luego, atraviesa a las mujeres,
pero que va más allá del género. Es este “más allá del género”, entendido
deconstructivamente, lo que ha permitido generar el valor interpretati-
vo y teórico estratégico de los estudios de género, lugar de enunciación
de ambos ensayos. La tercera pretende acercarse a la elaboración del
término queer desde estas dos autoras, no con el fin de sentar un
“origen” sino con el objetivo de localizar algunas de las reflexiones
fundacionales de esta categoría.
Con estos textos esperamos favorecer la posición académica y crí-
tica de los estudios de género y la forma en que se han transformado
durante este último cuarto de siglo.
RESUMEN
El género fue creado en los años cincuenta y sesenta por psicólogos estado-
unidenses para medicalizar la intersexualidad y la transexualidad. En los
años setenta, las feministas se apropiaron el término para desnaturalizar la
feminidad, transformando esta categoría normativa en herramienta crítica.
En los años ochenta, mientras los estudios feministas gozan en Estados Uni-
dos de un reconocimiento institucional, en Francia no son aceptados por las
académicas feministas en el campo universitario. Cuando estas cuestiones
vuelven a debatirse a partir de 1989, esta politización se ve rechazada en nom-
bre de la República: el concepto de género se convierte en un reto nacional.
A finales de los años noventa los debates públicos se reactivan alrededor de
las cuestiones sexuales, y después del 11 de septiembre la nueva legitimidad
del género es tomada como un imperialismo nuevo de la democracia sexual.
La naturaleza ambigua del género, a la vez normativo y crítico, es hoy en día
una tensión que define los estudios feministas.
Palabras clave: género, transexualidad, feminismo, cultura nacional, imperialismo.
ABSTRACT
“Gender” was created in the 1950s and 60s by American psychologists in
order to medicalize intersexuality and transsexuality. In the 1970s, feminists
in the U.S. appropriated the term to denaturalize femininity, while trans-
forming this normative category into a critical tool. In the 1980s, while
in the U.S. women’s studies benefited from an institutional recognition,
feminists were not welcomed in French academia. When feminist issues got
a new start after 1989, this politicization was rejected in the name of the
Republic: the concept of gender became a matter of national culture. In
the late 1990s, public debates about sexual issues were rekindled, and since
* École Normale Supérieure (París), Institut de Recherche Interdisciplinaire sur les Enjeux
Sociaux (Iris, Centre National de la Recherche Scientifique/L’École des Hautes Études en
Sciences Sociales). La traducción de este texto es de Karine Tinat.
12 ÉRIC FASSIN
9/11, the newfound legitimacy of gender has become entangled in the new
imperialism of sexual democracy. Gender’s ambiguous nature, both norma-
tive and critical, is today a defining tension in feminist studies.
Key words: gender, transsexuality, feminism, national culture, imperialism.
un arma de doble filo. Es lo que nunca hay que perder de vista para
entender la historia de su circulación, como lo vemos cuando pasamos
de la transferencia disciplinaria entre discurso médico y feminista a la
transferencia nacional, de una orilla a otra del Atlántico.
political correctness y de los prejuicios del feminismo del otro lado del
Atlántico en la sociedad y la universidad”. De hecho, si la tercera parte,
sobre “El tiempo del gender”, conservaba el término en inglés, al lado
de una historiografía estadounidense, los volúmenes de Historia de las
mujeres fueron presentados como “El gender a la francesa”. Françoise
Thébaud terminaba su introducción confesando haber vacilado mu-
cho sobre la elección del título, con variantes en particular sobre una
versión “cronológica: ‘De la historia de las mujeres a la historia de las
relaciones entre los sexos’, o: ‘De la historia de las mujeres a una lectura
sexuada de la historia’, o incluso: ‘De la historia de las mujeres a una
historia del género’” (Thébaud, 1997: 22). La historiadora había op-
tado finalmente por Ecrire l’ histoire des femmes, pero en 2007, para la
reedición, esta solución más neutra se ve completada por et du genre.
Diez años antes todavía había que disculparse por hablar de género: el
mismo historiador Alain Corbin, ¿no evocaba en el prefacio “el debate
que opone una historia anglosajona dominante a una historia nacio-
nal que clama su diferencia”, para preocuparse de la eventual “desapa-
rición de la especificidad francesa”? (1997: 11).
De la ocultación al alarde: éste es el itinerario del género en Francia
durante el último decenio, que resume este ejemplo editorial. Al con-
trario de lo que sucedía ayer, hoy en día la palabra se escribe fácilmente
en francés y sin comillas: desde los años 2000, se le encuentra, cada día
más, en el campo universitario en títulos de artículos y libros, así como
en los de revistas y colecciones editoriales; incluso en categorías insti-
tucionales del mundo de la investigación. Las traducciones constituyen
un buen indicador. Después de su artículo inaugural sobre el género,
publicado en 1988, la historiadora Joan W. Scott no fue muy traducida
al francés, hasta la aparición, en 1998, de La citoyenne paradoxale, en
donde, en tanto respuesta a Mona Ozouf, establece un vínculo entre la
crítica feminista a la Revolución francesa y la actualidad de la reivin-
dicación paritaria (Scott, 1998, 2005). En cuanto a Gender Trouble, la
obra que la filósofa Judith Butler publica en Estados Unidos en 1990,
hubo que esperar hasta 2005 para contar con una traducción al francés,
aun cuando esta obra ya había sido traducida a otras dieciséis lenguas
(Butler, 2005).
Encuesta sobre las violencias hacia las mujeres que publican el Institut
National d’Études Démographiques (INED) y el Institut National de
la Statistique et des Études Économiques (INSEE) en 2003— revela,
de paso, un problema que contribuye también a cuestionar la visión
conciliadora de un “suave comercio” entre los sexos. Es necesario,
entonces, invertir la perspectiva: la nacionalización del género no
debe interpretarse como el signo de una armonía preestablecida que
la amenaza extranjera de una americanización vendría a perturbar; es,
al contrario, en reacción contra un malestar en “el orden simbólico”
—cuyos síntomas empiezan a aparecer en la sociedad— que la cultura
nacional es invocada con la esperanza de conjurarlo. El culturalismo
tiene como objetivo prevenir la politización de las cuestiones sexuales
en el momento mismo que ésta emerge, remitiéndola fuera de Francia,
hacia la extrañeza o singularidad de “América”. En otros términos, se
trata otra vez de hacer política.
Lo que cambia a finales de los años noventa no es, entonces, la poli-
tización, ya inscrita en el paisaje francés a principios del decenio, sino
la legitimidad de esta politización. Una vez más, el contexto político
viene a aclarar las condiciones sociales de la conceptualización. En
efecto, es debido a que las cuestiones sexuales se vuelven de actualidad
en el debate público que la cuestión del género se convierte en “buena
para pensar”, incluso en el campo universitario. En 1997, la inespera-
da llegada al poder de la “izquierda plural” lanza un doble debate, a la
vez, sobre lo que será en 1999 el PaCS —o pacto civil de solidaridad
destinado a las parejas, del mismo sexo o no— y sobre la paridad en los
mandatos electorales y las funciones electivas, lo que da lugar el mismo
año a una revisión de la Constitución. Mientras que, anteriormente,
y como lo vimos, desde 1989 las políticas minoritarias eran recusadas
para evitar toda americanización de la cultura francesa, actualmente
son las cuestiones de sexualidad y género las que irrumpen en el de-
bate público, con la prostitución y la pornografía, el acoso sexual y la
violencia hacia las mujeres. Luego, entonces, es el turno de Francia: lo
que se veía como extraño para su cultura ahora define el debate público.
La politización de las cuestiones sexuales se convierte en un asunto de
actualidad (Fassin, 2006c).
BIBLIOGRAFÍA
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RESUMEN
En este texto se presenta una breve recapitulación acerca de cómo, en las
teorías literarias feministas que más influencia han tenido en los estudios
literarios académicos, las categorías mujeres y mujer han dejado de ser
conceptos esencialistas y se han convertido en signos que adquieren sen-
tido en contextos discursivos específicos. Para realizar este recorrido, primero
se traza esta trayectoria como se ha hecho convencionalmente, una historia
lineal que va del reduccionismo esencialista al postestructuralismo, para
proponer después una interpretación distinta que destaca la ubicación y el
papel de la lectora feminista. En el ensayo se propone que esta lectora es
una entidad nómada y un locus de enunciación producto de la teorización
feminista en general, una lectora que transita libre pero intencionadamente
entre muchas perspectivas interpretativas, que incluyen al lector implícito en
el texto y a la lectora situada contextualmente.
Palabras clave: teoría literaria feminista, esencialismo, locus de enunciación, interpretación
feminista.
ABSTRACT
This paper revisits two foundational essays that have reshaped the field of
feminism, gender and literary studies. I show how the category of woman has
been unpacked and the ways it has shifted to become a contested sign that
acquires meaning in specific discursive contexts. The essay maps a conven-
tional trajectory that begins with essentialist reductionism, ends with posts-
tructuralism, and continues to offer another interpretation of this history,
which underlines the role of the feminist reader. This essay proposes that this
reader is a nomadic entity and a locus of enunciation, a product of feminist
theory in general, a reader that freely though intentionally moves between
many interpretive perspectives that include that of the reader implicit in the
text as well as that of the contextually situated reader.
Key words: feminist literary theory, essentialism, locus of enunciation, feminist interpretation.
1
Por esencialismo entiendo “el modo de pensar que supone que todas las manifestaciones
de la diferencia de género son innatas, transculturales y ahistóricas. En esta formulación el esen-
cialismo constantemente hace referencia a las diferencias biológicas entre los sexos, empleando
esta lógica para explicar las manifestaciones más amplias de la diferencia sexual. Este tipo
de esencialismo biológico fue rechazado por la mayoría de las feministas a favor de una pers-
pectiva socio-constructivista de las relaciones de género. Más recientemente, las feministas
han cuestionado la naturaleza de la relación entre sexo y género y la prudencia de replicar
implícitamente la oposición binaria entre naturaleza y cultura. También se han preguntado si
la manera en que comprendemos a la naturaleza ha sido suficientemente investigada. Desde
el punto de vista del posmodernismo, algunas feministas han cuestionado la validez de las
categorías de género argumentando que sólo pueden definirse en relación unas con otras sin
hacer referencia a una verdad exterior” (Pilcher y Whelehan, 2004: 41). Diana Fuss ha señalado
que el esencialismo en sí mismo no es “ni malo ni bueno, progresivo o reaccionario, benéfico o
peligroso”, el problema es su uso. Además, la idea del esencialismo como “creencia en la esencia
real y verdadera de las cosas” (Fuss, 1989: xi) puede utilizarse en contextos muy diversos y con
distintos propósitos. De lo que se ocupa una lectora feminista es de analizar y explicar estos
usos de las categorías, los procesos de significación.
2
Véase, por ejemplo, Ambiguous Discourse: Feminist Narratology and British Women Writers,
de Kathy Mezei; Feminism, Bakhtin, and the Dialogic, de Dale Bauer y Susan McKinstry; las
obras neohistoricistas de Catherine Gallagher, como Nobody’s Story: The Vanishing Acts of Women
Writers in the Maerketplace, 1670-1820, y Feminism and Deconstruction, de Diane Elam; Colo-
nial Fantasies: Towards a Reading of Orientalism, de Meyda Yegenoglu, entre muchos otras.
3
Todas las citas que en el original están en inglés han sido traducidas por mí.
2001: 154). Entre otras cosas, esto implica que los discursos producen
activamente lugares de enunciación y posiciones subjetivas que tienen
consecuencias materiales y simbólicas, individuales y colectivas. Las
teorías literarias feministas están atentas en un primer momento a las
formas androcéntricas (por ejemplo, en el uso del género masculino
como neutro) de la propia lengua y las consecuencias que esto tiene en
los procesos de significación, pero sobre todo analizan las condiciones
histórico-sociales de la producción y las condiciones histórico-sociales
de la interpretación de los discursos, entendidos como sistemas de
representación, y su relación con las prácticas sociales no discursivas,
considerando que los textos literarios participan activamente en estos
procesos de interacción social. A raíz de la reciente revisión del concepto
de cultura en los estudios culturales, las teorías literarias feministas han
ampliado su campo de acción para abarcar otros fenómenos culturales
(el cine, la moda, la comida, la corporalidad), sin perder de vista que
los productos culturales tienen una lógica y un funcionamiento pro-
pios, que no pueden ser reducidos a otros fenómenos (como el modo
de producción o el patriarcado) y que algunas dimensiones sociales o
económicas que anteriormente se pensaban independientes de la cultura
tienen aspectos culturales (Barker y Galasinski, 2001: 1).
4. La cuarta y última propuesta es quizá la más importante: lo que
comparten todas las teorías literarias feministas es su preocupación por
las mujeres como escritoras, lectoras y objetos de representación. El
marxismo argumenta que la subjetividad es resultado de las relaciones
sociales de producción y el psicoanálisis sugiere que es producto del
lenguaje; a estos procesos estructurantes de la subjetividad el feminismo
añade otros, las “tecnologías del género”, para usar la frase de Teresa de
Lauretis, que “tienen el poder para controlar el campo del significado
social y, por ello, para producir, promover e ‘implantar’ representaciones
del género” (1991a: 259). De Lauretis retoma el término “tecnología”
de Michel Foucault para mostrar cómo las representaciones del género
se construyen por medio de todo tipo de prácticas discursivas y no-
discursivas (desde los medios de comunicación hasta lo que Althusser
llamó los aparatos ideológicos del Estado, y el propio feminismo, por
supuesto) que organizan las maneras de “hacer” género, con el propósito
de transformarlas.
Dado que el feminismo está siempre atento a las formas en que las
circunstancias sociales y culturales, políticas y económicas sujetan/subje-
tivan a las mujeres, y que, por tanto, la crítica literaria feminista atiende
específicamente a las prácticas significantes que producen a “la mujer” en
textos específicos, la lectora feminista ocupa una posición frente al texto
literario que podría describirse como nómada, incómoda, distinta de
lo que podríamos denominar una lectora femenina o una mujer lectora,
porque supone una autoconciencia y una actividad reflexiva que exige
una postura móvil ante el texto literario y un exilio metafórico con
respecto a la literaturidad. Si pensamos en la teoría literaria feminista
como una forma de “toma de conciencia del carácter discursivo, es
decir, histórico-político, de lo que llamamos realidad” (Colaizzi, 1990:
20), que en la práctica constantemente se enfrenta a la necesidad de
reemplazar las representaciones dominantes y preferentes de “la mujer”
—un sujeto colectivo esencializado y homogéneo— para reemplazarlas
con “las mujeres” —sujetos materialmente engendrados con identi-
dades múltiples, cambiantes y contradictorias—, la lectora feminista
no sería simplemente una “lectora resistente” (Schweickart, 1986: 42),
atrincherada en una posición ideológica, sino un lugar de enunciación
necesariamente inestable que coopera irreverentemente con el texto.
Quizá, como sugiere Ruth Robbins, sería más atinado describir los
muchos análisis textuales feministas como una serie continua de inter-
venciones en aquellas prácticas de lectura que no contemplan el género
como elemento constitutivo de los discursos literarios y no literarios,
intervenciones orientadas a politizar la lectura (2001: 47).
Como señalé anteriormente, las teorías literarias feministas, al igual
que aquello conocido simplemente como teoría feminista, se resisten a
toda generalización, debido, en parte, a que ha sido una empresa inte-
lectual exitosa y prolífica de gran diversidad —metodológica, temática,
ideológica— que ha transformado radicalmente el estudio académico
de la literatura porque ha demostrado que la escritura, publicación,
circulación y recepción de las obras literarias están inevitablemente mar-
cadas por el género. Sin embargo, a juzgar por el volumen de artículos,
libros y antologías revisionistas publicados en años recientes, parecería
que esta empresa colectiva ha llegado a su fin, puesto que ha cumplido
con el objetivo de revisar los criterios con que se constituyó el canon
4
Véanse Guerra, LeBihan y Gallop como ejemplos de esta tendencia revisionista.
más conocido de todos, Política sexual, de Kate Millett (1970), que son
clasificados por su análisis crítico del “patriarcado”, el deseo masculino y
el cuerpo objetivado y cosificado de las mujeres. Suponían que las mu-
jeres eran condicionadas para cumplir con las normas internalizadas de
una feminidad pasiva, dependiente, sumisa, cuyo deseo está orientado
exclusivamente a satisfacer el deseo masculino. Basta una cita de Millett
para ejemplificar el tono y la actitud de esta perspectiva:
Millett, como las demás críticas de esta época, suponía una relación
transparente entre las imágenes literarias de las mujeres y la realidad, y
entre el género del autor y el narrador, además de que se pasaron por
alto las particularidades de la literaturidad y la textualidad. En términos
del feminismo, tampoco fue muy útil este tipo de lectura porque no se
formularon propuestas alternativas a los estereotipos negativos que
se identificaron y que tanto se criticaron.
Sin embargo, la idea de que el proceso de lectura puede ser diferente
para hombres y mujeres fue revolucionaria porque denunció el supuesto
tácito subyacente a toda crítica y teoría de la época de que los lectores
eran hombres. Por ejemplo, Judith Fetterley postuló en The Resisting
Reader (1978) que, como el lector implícito de los textos literarios es
varón, las obras “cooptan” a la lectora mujer, produciendo “un reconoci-
miento contrario a ella misma” (Littau, 2006: 201). Según Littau, esto
significó que era de importancia política para una mujer “encarar esos
textos ‘como lectora resistente en lugar de aquiescente’” a fin de inver-
tir el proceso de “inmasculación de las mujeres que llevan a cabo los
hombres” (2006: 201). Este enfoque supone dos cosas: que todas las
5
Como señala Judith Butler, una amplia y muy diversa gama de posiciones se reúnen
—equivocadamente— bajo el rubro del posmodernismo, o el postestructuralismo, “como
si fuera el tipo de cosa que pudiera ser la portadora de un conjunto de posiciones”, “que son
mezclados entre sí y a veces mezclados con la deconstrucción, y a veces entendidos como
un ensamblaje indiscriminado del feminismo francés, la deconstrucción, el psicoanálisis
lacaniano, el análisis foucaultiano, el conversacionalismo de Rorty y los estudios culturales”
(2001: 10). Comparto la preocupación de Butler, por lo que únicamente retomo del postes-
tructuralismo la noción de que, en palabras de Seyla Benhabib, “una subjetividad que no
estuviera estructurada por un lenguaje, por una narración y por las estructuras simbólicas
del relato disponible en una cultura, sería impensable. Hablamos de quienes somos, del ‘yo’
que somos, por medio de una narración” (Benhabib, 1).
minismo de los años setenta: “¿Quién o qué es una mujer? ¿Qué o quién
soy yo?” Como se partía del supuesto de que el lenguaje era el lenguaje
de otro, androcéntrico, ¿cómo se pueden decir las mujeres mediante lo
que estructuralmente no las dice? Las mujeres, según Cavarero, no son
sujetos de su lenguaje, la mujer “se dice y se representa en un lenguaje
ajeno, es decir, mediante las categorías de lenguaje del otro. Se piensa
en tanto es pensada por el otro” (1995: 157). Al buscar respuesta a estas
preguntas, dice de Lauretis, se develó:
BIBLIOGRAFÍA
RESUMEN
El problema de la catacresis, de las expresiones que pierden su precisión refe-
rencial y comunicativa, es ampliamente conocido. Este impulso, sin embargo,
no es natural, y debe ser integrado a nuestro esfuerzo colectivo para analizar
el discurso. En este artículo se examina la palabra feminismo a través de sus
usos por la academia y el activismo.
Palabras clave: análisis del discurso, feminismo, crítica, resistencia.
ABSTRACT
The problem of catachresis, of expressions losing their referential precision
and communicative force, is widely known. This impulse, however, is not
natural, and it must be integrated in our collective effort to analyze the ex-
perience of discourse. This article examines the word feminism through its
use by academia and activism.
Key words: discourse analysis, feminism, critical, resistance.
2
Lo que Saussure comentaba a los asistentes a sus cursos no parece haber interesado a sus
discípulos. Hoy, sin embargo, podría ser útil para legitimar una lectura crítica del libro saussu-
riano en función precisamente de la “naturalización” de la esfera de producción del discurso.
Lévi-Strauss lo comenta en Antropología estructural, México, Siglo XXI Editores, 1981.
3
La catacresis es una figura retórica que ha dejado de serlo al perder originalidad por su
uso excesivo, lo que a su vez hace olvidar su eficacia y su historia semántica. Es un cliché.
4
El shock fue trabajado por Walter Benjamin a partir de ciertas intuiciones tomadas de
la traducción de las vanguardias surrealistas, de manera particularmente interesante en su
presentación en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica.
5
Para acercarse al problema de la práctica crítica, a la importancia que concede a la
contingencia y a la oportunidad, así como a su fuerza política desujetante, véase Foucault
(1995); para los procedimientos retóricos como parte fundamental del accionar de la puesta en
cuestión crítica, véase Judith Butler (2007). Además, habrá que relacionar los procedimientos
de la crítica con la idea kantiana del “uso público” de la razón en ¿Qué es la Ilustración? (Kant,
1987: 25-38).
establecer los elementos de una discusión, siempre que esto se haga con
brevedad y puntualidad. El examen no debe ser confundido con una
práctica cuyo sentido pudiera ser la interpretación de una palabra o
discurso, lo que por regla general implica postular una finalidad cau-
sal de la expresión (ya sea referencial o comunicativa) y una función
privilegiada del lenguaje. Brevemente diremos que el examen es un
ejercicio de lectura que está atento tanto al discurso analizado filológica
y retóricamente como a la tecnología que lo hace posible. Esta tecno-
logía no es sólo instrumental: tiene efectos de aplicación y de sentido
que son contingentes pero decisivos. Significado no debe entenderse
simplemente como lo que puede predicarse de algo, es decir, como
un discurso sobre un término, que en principio progresa hacia una
meta o función preestablecida. Es importante recordar que distinguir
la dimensión del significado de una palabra en uso y luego dotarla de
existencia autónoma propia crea confusiones más que resolverlas. Una
vez establecida la relación entre significado y significante su separación
sólo consigue deificar la noción en cuestión, provocando excesos me-
tafísicos. Las palabras —como el ejemplo propuesto de “feminismo”, y
la discusión que ocultó los efectos pragmáticos de su uso en contextos
académicos, jurídicos y del activismo— son ante todo palabras, no es-
pejos de cosas o relaciones, sino, por encima de todo lo demás, pasajes
a la acción propios del discurso. En efecto, las palabras actúan sobre los
seres humanos, con ellos y mediante ellos. Se hacen cosas con palabras,
cosas sociales, políticas, éticas, singulares o colectivas (Austin, 1990;
Butler, 2006: 281-282, 296, 308). Son prácticas de apropiación del
sentido, de las fuerzas de la contingencia y de los individuos, que de
ser simples usuarios de la lengua se tornan agentes. Esto es así porque
la palabra no es el elemento de una función semántica, comunicativa o
referencial, o, más bien, no lo es exclusivamente: la palabra dicha, es-
cuchada o leída sucede como un evento, como algo que tiene lugar y
acarrea efectos. Es pronunciamiento, acontecimiento y acto. Se diría que
tiene relación con una secuencia de procesos vinculados más o menos
estrechamente por contigüidad en el tiempo y el espacio. La palabra
es, después de todo, actividad, proceso de lo sensible; es la conmoción
que provoca, por ejemplo, el uso de “feminismo” en un contexto
conservador y reaccionario. Este proceso de lo sensible no responde
genealógico (Nietzsche, 1983) puede dar cuenta del pasado uso distri-
butivo de una palabra, mientras que la crítica aspira a pasar a la acción.
Los dos son recursos estratégicos imprescindibles para los ejercicios
de resistencia ante la eficacia de las máquinas discursivas que dotan de
sentido a nuestras experiencias. Máquinas u operaciones que constituyen
aquello de lo que dicen ser prolongación o simple reproducción, como
el género, la etnia, la diferencia de clases, las jerarquías, las asimetrías;
en fin, las exclusiones que capitalizan las diferencias, afiliándolas a un
régimen supuestamente natural e inevitablemente ahistórico de domi-
nación. Y la capitalización, como sabemos, siempre produce excesos.
Son los excesos aquello que las prácticas en resistencia evitan y tienen
como función desarmar. La resistencia en el mundo de las palabras y
los discursos toma la figura de la crítica feminista, que transforma, en
primerísima instancia, el sentido de la noción de crítica, luego el del
feminismo, en cuyo nombre opera la anterior, y después el de política,
que, a su manera, subvierte los anteriores.
En esta perspectiva, las palabras de un vocabulario para el debate
político en clave feminista son el enclave resistente y, a la vez, la ocasión
(kairós) donde se entabla el conflicto de interpretaciones y donde las
artes genealógicas y críticas rinden sus mejores frutos al tomar la for-
ma de problematizaciones. Una problematización pone en relación las
descripciones con las relaciones de fuerza de postulación y pronun-
ciamiento, lo mismo que las relaciones de poder (jerarquías) que las
trabajan, sin olvidar las formas de subjetividad que producen. No debe
confundirse con el término problema, cuya función sería ir en busca de
solución o de clarificación. La anterior expresión “feminista” en aquel
contexto es un ejemplo preciso de cómo ha sido redescrita su polisemia
mediante una problematización de carácter crítico, como un conflicto
de interpretación. Todo conflicto demanda una política de la interpre-
tación y una responsabilidad con el porvenir. Esta responsabilidad es
para con las generaciones y el mundo futuros, para evitar cancelarles
la posibilidad de redescripción del feminismo; una palabra molesta
—incluso para las mujeres— cuya fuerza crítica aún habrá de ser ex-
plotada hasta sus últimas consecuencias. Para el conflicto interpretativo
no precisamos de un vigilante que regule y administre el uso y el abuso
del sentido, sino del oficio del debate público, plural y argumentado,
BIBLIOGRAFÍA
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NIETZSCHE, Friedrich. La genealogía de la moral. Madrid, Alianza Editorial,
1983.
RESUMEN
Este ensayo propone una lectura de intervenciones canónicas en el femi-
nismo contemporáneo, la de Gayle Rubin y Joan W. Scott, con el objetivo
de mostrar el potencial crítico y heurístico del género como un concepto que
enfatiza la producción de sentido que el mundo de lo humano realiza a través
de la significación de la diferencia. Estas intervenciones teóricas hacen visible
que lo que ocurre en y a través del género es semiosis social, revelando siempre
algo más de lo que está en juego en la producción propia del género.
Palabras clave: género, semiosis, discurso crítico, epistemología feminista.
ABSTRACT
This essay proposes a “reading” of canonical interventions on contemporary
feminisms, those of Gayle Rubin and Joan W. Scott, with the aim to expose
the critical and heuristic potential of gender as a concept that enhances the
human production of meaning through the elaboration of difference. These
feminisms make social semiosis in general visible, and not only reveal that
which is at work in the production of gender.
Key words: gender, semiotics, critical discourse, feminist epistemology.
SISTEMA SEXO-GÉNERO
Press, 1975, y en español en la revista Nueva Antropología (1986) y en Marta Lamas (comp.), El
género: la construcción cultural de la diferencia sexual, México, Universidad Nacional Autónoma
de México-PUEG/M.Á. Porrúa, 1996.
2
Por feminismo entiendo un movimiento multidimensional (político y epistémico) que
ocurre tanto en la acción como en el pensamiento social, que se constituye en las luchas de
las mujeres por reivindicaciones en el ámbito del reconocimiento, pero también, y de manera
simultánea, en el terreno heurístico y epistémico, que funda las representaciones sociales y el
conocimiento en general. Como movimiento político y epistémico es parte también de tradi-
ciones teóricas y culturales locales.
3
Gayle Rubin, “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía política’ del sexo”, en El
género: la construcción cultural de la diferencia sexual, p. 45.
4
Idem. El concepto de género es usado con anterioridad en el contexto médico psicológico.
Marta Lamas señala, siguiendo el trabajo de H.A. Katchadourian, que John Money (1955) es
el primero en usar el término “papel genérico” y Robert Stoller (1968) en proponerlo como
“identidad genérica”. Véase “La antropología feminista y la categoría de ‘género’”, en El género:
la construcción cultural de la diferencia sexual, compilado por Marta Lamas, México, UNAM-
PUEG/M.Á. Porrúa, 1996, p. 112.
5
Gayle Rubin, op. cit., p. 44.
6
Ibidem, p. 59.
7
Françoise Héritier, Masculin/Féminin: La pensée de la difference, París, Editions Odile
Jacob, 1996, y Masculin/Féminin II: Dissoudre la hiérarchie, París, Editions Odile Jacob, 2002.
8
Véase Pierre Bourdieu, La dominación masculina, Barcelona, Anagrama, 2000.
9
Françoise Héritier, Masculino/Femenino II: Disolver la jerarquía, México, Fondo de
Cultura Económica, 2007, p. 16.
pensamiento humano. “No hay sociedad alguna que haya sido capaz de
constituir un discurso coherente sin haber recurrido a las clasificaciones
dualistas”.10 Pero la clasificación dualista no deviene naturalmente en
la jerarquización, y menos aún en la jerarquización positiva sistemática
de lo masculino.
El parentesco y la filiación no son hechos “naturales”, salidos entera-
mente de los lazos biológicos. En los grupos humanos la consanguinidad
es una cuestión de elección, manipulación y reconocimiento social. La
filiación es la regla social que define la pertenencia a un grupo. “No se
encuentra ningún sistema de parentesco que en su lógica interna y en
los detalles de sus reglas de derivaciones pudiera ser establecido como
una relación que va de mujeres a hombres, de hermanas a hermanos,
que fuese traducible en relaciones donde las mujeres serían las mayores
o pertenecieran estructuralmente a la generación superior”.11
Es esta ausencia la que reafirma que todo sistema de parentesco
es una manipulación simbólica, una lógica de lo social. Para Héritier,
como para Rubin, resulta evidente que a partir del entramado arcaico
del parentesco y las reglas del matrimonio se instaura una experiencia
subjetiva distinta para hombres y mujeres, donde el derecho que tiene el
primero sobre su prójimo mujer (hija o hermana) es diferente al derecho
que tiene la mujer sobre su prójimo varón (hijo o hermano).
Pero lo que inquieta a Rubin, más que mostrar la imparidad de la
“lógica de lo social” y la construcción distinta de las subjetividades entre
hombres y mujeres, es la idea de la construcción de la diferencia como
mandato cultural. Nuevamente Lévi-Strauss proporciona el análisis de
las condiciones previas para que funcionen los sistemas de matrimonio
mediante el análisis de la división sexual del trabajo, concluyendo que
10
Ibidem, p. 130.
11
Traducción mía del texto Masculin/Féminin. La pensée de la différence, París, Editions
Odile Jacob, 1996, p. 67. Héritier se interesa en los sistemas matrilineales crow, que deberían
mostrar la figura inversa al sistema patrilineal omaha (ambos de los indios de Norteamérica),
donde hermano/hermana se vuelve padre/hermana. La lógica de la apelación inversa que tra-
duciría hermana/hermano como madre/hijo no llega a formularse plenamente. Interviene el
orden generacional. Un hermano mayor no puede ser considerado como hijo de la hermana.
Entre los iroqueses el derecho matrilineal le da a las matronas (mujeres maduras ya en la me-
nopausia), poderes considerables, sobre todo ante las mujeres jóvenes. Pero esto no las lleva al
ejercicio de la igualdad en los procesos de decisión.
12
Gayle Rubin, op. cit., p. 57. Rubin se refiere en esta parte al trabajo “The family”,
de Lévi-Strauss, publicado en H. Shapiro (ed.), Man, Culture and Society, Londres, Oxford
University Press, 1971.
13
Gayle Rubin, op. cit., p. 58.
14
Judith Butler, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, México,
Universidad Nacional Autónoma de México-Programa Universitario de Estudios de Género/
Paidós, 2001, y Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”, Buenos
Aires, Paidós, 2005.
15
Gayle Rubin, op. cit., p. 68.
16
Ibidem, p. 85. Las cursivas son mías.
17
Gayle Rubin, “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexuali-
dad”, publicado en Carole S. Vance (comp.), Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina,
Madrid, Ediciones Revolución, 1989.
18
Michel Foucault, La arqueología del saber, México, Siglo XXI Editores, 1985, p. 81,
citado por July Cháneton en Género, poder y discursos sociales, Buenos Aires, Eudeba, 2007,
p. 50.
19
July Cháneton, Género, poder y discursos sociales, p. 50. En este extraordinario volumen
la autora explicita la idea de la semiosis de género, retomando los estudios de Eliseo Verón, La
semiosis social, Buenos Aires, Gedisa, 1987, concepto particularmente atinado al enfatizar el
carácter procesual y abierto del género.
20
Gayle Rubin, “Reflexionando sobre el sexo…”, pp. 142 y 143.
21
Este acercamiento antropológico, fresco y franco, de Rubin a la sexualidad humana
recupera estudios como los de Alfred Kinsley, Guardell Pomeroy, Clyde Martin y Paul Gebhard,
Conducta sexual del hombre, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 1967, y Conducta sexual de la
mujer, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 1967, entre otros.
22
Gayle Rubin, “Reflexionando sobre el sexo…”, p. 171.
23
Ibidem, pp. 182 y ss.
24
Joan W. Scott, “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, en Marta Lamas
(comp.), El género: la construcción cultural de la diferencia sexual, México, Universidad Nacional
Autónoma de México-Programa Universitario de Estudios de Género/M.Á. Porrúa, 1996.
25
Joan W. Scott, op. cit., 271.
26
Idem.
27
Ibidem, p. 283. Scott establece un posicionamiento crítico al horizonte explicativo laca-
niano al implicar que en esta teoría “El falo es el único significante: el proceso de construcción
del sujeto genérico es predecible, en definitiva, porque siempre es el mismo. Si como sugiere…
Teresa de Lauretis necesitamos pensar en términos de construcción de la subjetividad en con-
textos sociales e históricos, no hay forma de especificar estos contextos dentro de los términos
propuestos por Lacan”, p. 284.
28
Joan W. Scott, op. cit., p. 286. Acá Scott toma la idea de Jacques Derrida de decon-
strucción, entendiéndola como “el análisis contextualizado de la forma en que opera cualquier
oposición binaria. Invirtiendo y desplazando su construcción jerárquica, en lugar de aceptarla
como real o palmaria, o propia de la naturaleza de las cosas”, p. 286. Ese movimiento decons-
tructivo estaría ausente en la teoría freudiana y levistraussiana regresando a la lectura “exegética”
de Gayle Rubin, y bajo esta mirada de Scott también en la teoría lacaniana.
29
Joan W. Scott, op. cit. p. 294.
30
Teresa de Lauretis, Technologies of Gender. Essays on Theory, Film and Fiction, Blooming-
ton, Indiana, University Press, 1987.
31
Scott recupera esta noción de agencia presente en la obra de Michel Foucault y Pierre
Bourdieu.
32
Joan W. Scott, op. cit., p. 289.
33
Como es desarrollado en los trabajos de Michel de Certeau, véase La invención de lo coti-
diano 1. Artes de hacer, México, Universidad Iberoamericana/Instituto Tecnológico y de Estudios
Superiores de Occidente/Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, 1996.
34
Joan W. Scott, “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, op. cit., p. 289.
35
Ibidem, p. 299.
36
Ibidem, pp. 299-300.
37
Saba Mahmood, “Teoría feminista y el agente dócil: algunas reflexiones sobre el renaci-
miento islámico en Egipto”, en Liliana Suárez y Rosalva Aída Hernández (eds.), Descolonizando
el feminismo. Teorías y prácticas desde los márgenes, Valencia, Cátedra, 2008.
38
Como los trabajos de Vandana Shiva y Maria Mies, conocidos como el ecofeminismo,
Ecofeminism, Australia/Nueva Zelandia, Zed Books, 1993; Uma Narayan en Dislocating Cul-
tures: Identities, Traditions, and Third World Feminism, Nueva York/Londres, Routledge, 1997,
y la compilación editada por Sylvia Marcos y Marguerite Waller, Diálogo y diferencia. Retos
feministas a la globalización, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Centro de
Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, 2008.
39
Chandra T. Mohanty, “Bajo los ojos de Occidente: academia feminista y discursos
coloniales”, en Liliana Suárez y Rosalva Aída Hernández (eds.), Descolonizando el feminismo.
Teorías y prácticas desde los márgenes, Valencia, Cátedra, 2008.
40
Aída Hernández, “Feminismos poscoloniales: reflexiones desde el sur del río Bravo”, en
Liliana Suárez y Rosalva Aída Hernández (eds.), Descolonizando el feminismo. Teorías y prácticas
desde los márgenes, Valencia, Cátedra, 2008.
41
Joan W. Scott, “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, op. cit., p. 301.
BIBLIOGRAFÍA
RESUMEN
En este artículo se analizan las importantes contribuciones de Gayle Rubin
y Joan Scott a los estudios de género y por qué se han vuelto clásicos. Se ex-
ploran también algunas coincidencias en cuanto a la integración del género
y la historia social a los estudios académicos. Asimismo, se analiza la forma
en que Joan Scott y E.P. Thompson utilizan “experiencia”, como categoría de
análisis y estrategia para hacer otro tipo de historia, de género o clase, como
evidencia para cuestionar las viejas narrativas de la historia normativa.
Palabras clave: género, canon, experiencia, clase.
ABSTRACT
This article discusses how and why seminal contributions by Joan Scott
and Gayle Rubin became gender studies classics. Some coincidences in the
reception of work by E.P. Thompson and Joan Scott within the academic
community of historians are explored. An analysis of the use of “experience”
as a category serving the purpose of expanding the range of historically rele-
vant subjects in Thompson and Scott is presented. Finally, the article argues
that the inclusion of gender perspective as a legitimate academic approach is
indebted to the avenues opened, a few decades prior, by social history.
Key words: gender, canon, experience, class.
1
En Carol Vance (comp.), Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina, Madrid,
Editorial Revolución, 1989, pp. 113-190 (colección Hablan las Mujeres).
2
En Marta Lamas (comp.), El género. La construcción cultural de la diferencia sexual,
México, Universidad Nacional Autónoma de México-Programa Universitario de Estudios de
Género/M.Á. Porrúa, 1996, pp. 265-302.
3
Me refiero a la IV Conferencia Mundial sobre las Mujeres, cuya plataforma de acción
dedica un apartado a la defensa de los derechos sexuales en el tema general “Salud de las mu-
jeres”. Véase el inciso C de la plataforma de acción en <http://www.un.org/womenwatch/daw/
beijing/pdf/BDPfA%20E.pdf>.
4
Diccionario de la Real Academia Española, versión electrónica, 1997.
5
Jeffrey C. Alexander, “La centralidad de los clásicos”, en Anthony Giddens et al., La
teoría social hoy, Madrid, Alianza, 1990 [1987].
6
Una comunidad epistémica se define como un grupo de personas que comparten un
conjunto de definiciones de problemas, dispositivos y vocabularios (el término episteme remite
al de conocimiento), en UNED, Glosario de ecología humana y sociología del medio ambiente
<http://www.uned.es/122049/p207-glosario-a-l.htm#comunidad%20epistemica> [Consulta:
enero del 2010].
7
Sí, en masculino. Hay en la lista algunas mujeres, poquísimas, y también muy pocas per-
sonas distintas de “los hombres blancos”. Sin entrar en una discusión pormenorizada, sólo quie-
ro decir que las razones de algo así tienen su origen, todas, en la discriminación y la exclusión
tanto histórico-social (invisibilidad de los sujetos que producen las obras) como estructural
(condiciones de posibilidad para la creación).
8
Italo Calvino, postulado III en la sección de definiciones.
9
Postulado VI en la sección de definiciones de Italo Calvino.
Una de las disciplinas fortalecidas por los esfuerzos de una de las autoras
que nos reclaman, Joan Scott, es la historia. Ella misma recuerda, en
“Unanswered questions”, el artículo que escribió para el último número
de la American Historical Review —la revista académica de la Asociación
de Historiadores Estadounidenses, del 2009—, la recepción que tuvo su
clásico “El género: una categoría útil para el análisis histórico” en 1985.
Habla de una respuesta fría, descalificadora, de una audiencia com-
puesta sólo por varones que interpretaron su intervención como algo
“que no era historia”. Tanto el planteamiento sobre el tema como la
teoría postestructuralista que sirve de base para las reflexiones de Scott
les parecían filosofía y no historia a los integrantes del Instituto de Es-
tudios Avanzados de Princeton, probablemente con algo de razón en
ese momento, pues una buena parte de la academia de los años ochenta
aún no entendía del todo la idea de la interdisciplinariedad y la histo-
ria social11 era poco aceptada aún en muchos círculos tradicionales. No
sólo eso, sino que incluso hubo, en algunos medios de profesionales
de la historia, hostilidad ante la teoría como parte constitutiva de la
disciplina,12 y una cómoda aceptación de que “existe un cuerpo de
10
En adelante me referiré sólo a los aportes de Joan Scott.
11
Adjudico la obra de Scott a la historia social por oposición a la historia “tradicional”,
de grandes narrativas, aunque sé que no es la única forma de catalogar sus contribuciones (por
ejemplo, podría también tratarse de historia de las ideas). Sin embargo, sus preocupaciones
coinciden más con las academias comprometidas políticamente, como la historia social.
12
Véanse las discusiones en torno al estructuralismo francés representado por Althusser
en Raphael Samuel (ed.), People’s History and Socialist Theory, en especial las contribuciones de
Stuart Hall y E.P. Thompson, entre otras.
13
Raphael Samuel, “History and theory”, en People’s History and Socialist Theory, Londres/
Boston/Henley, Routledge & Kegan Paul, pp. XL-LVI. La traducción es mía.
14
E.P. Thompson, “The politics of theory”, en Raphael Samuel (ed.), People’s History
and Socialist Theory, Londres/Boston/Henley, Routledge & Kegan Paul, 1981, pp. 396-408,
passim. La traducción es mía.
Sobre la “experiencia”
15
Idem.
16
Joan Scott, “The evidence of experience”, Critical Inquiry, vol. 17, núm. 4 (verano de
1991), Chicago, University of Chicago Press, pp. 773-797.
17
Ibid., p. 776.
18
El estatus de la evidencia en la historia es, por lo demás, ambiguo, pero ésta es una
discusión a la que no entraré.
19
Scott critica que parta de una experiencia unificada, dada por la relación de los obreros
con los medios de producción, sin prever distinciones de otra naturaleza, como, por ejemplo,
étnicas, religiosas, de origen geográfico… lo que excluye, tácitamente, aspectos completos de la
organización social que producen experiencias, luego subjetividades, no uniformes. Concluye
su crítica al observar que, debido a la manera en que Thompson esencializa las experiencias
de la clase obrera, el uso de “experiencia” se vuelve la fundación ontológica de la identidad, la
política y la historia de la clase (p. 786, véanse también las páginas 784-785).
20
E.P. Thompson, Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la
sociedad preindustrial, Barcelona, Editorial Crítica, 1979, p. 38.
la cual tiene que ver con las pruebas materiales; un empirismo que se
obstina en dejar las discusiones teóricas lejos del quehacer historiador.
A tono con los diferentes momentos en que ambos autores producen
su obra, Scott anota rápidamente tanto la fortaleza como la debilidad
del uso de la experiencia como evidencia. Por un lado, su fortaleza al
aceptarla —por su naturaleza individual, subjetiva— como evidencia
y como punto de partida para cualquier explicación y, por el otro, su
debilidad cuando se trata de sujetos “diferentes” (léase “el otro”: sabe-
mos que siempre es el otro aunque se trate de minorías femeninas),
lo que mella el filo crítico de los estudios sobre la diferencia, al tomar
como dadas las identidades de aquéllas y aquéllos cuyas experiencias
se documentan, naturalizando de este modo su diferencia.23 Es nece-
sario desestabilizar los términos —lingüísticos y del análisis— como
condición para hacer frente a la ideología —o historia— hegemónica
y normativa, pero también hay que preguntarse, sugiere Scott, sobre la
constitución de los sujetos “diferentes”, sobre cómo se llega a tener un
punto de vista diferenciado(o posición de sujeto) y sobre la naturaleza
construida de las experiencias de dichos sujetos, antes de correr el ries-
go de reificar tanto la diferencia como la experiencia. Hay que prestar
atención, entonces, a los proceso históricos que mediante el discurso
dan un lugar a los sujetos (producen subjetividad) y originan sus ex-
periencias, y, con esto, también generan identidad(es). De este modo,
Scott no tiene que justificar, a diferencia de Thompson, lo válido del
uso de “experiencia”, sino que advierte de qué maneras puede invalidar
o hacer superfluas las indagaciones históricas.
No debe sorprendernos, me parece, que ambos encuentren en la
experiencia —como fenomenología— un elemento detonador de la ac-
ción política. Sin decirlo de esta manera, pareciera que E.P. Thomp-
son intuye —o sabe— que la experiencia vivida forma subjetividades
(o posiciones de sujeto) y sugiere que éstas son capaces de producir
respuestas contra las condiciones que padecen; en este caso los obreros
ingleses al despegar el capitalismo. Parece afirmar que experimentar estas
condiciones de vida conduce a una percepción de experiencia (colectiva)
23
Véase Scott, “The evidence of experience”, Critical Inquiry, vol. 17, núm. 4 (verano de
1991), Chicago, University of Chicago Press, pp. 773-797, y passim.
La historia social permite este paso. La experiencia vale siempre que las
fuentes y las “evidencias” se expliquen y se haga una presentación del
punto de vista desde el que parte el análisis, incluyendo la experiencia
que parte de las representaciones (de las mujeres, los indígenas, las
minorías políticas). Y como se supone que la experiencia compartida
de las mujeres encauza la resistencia contra la opresión, esto es, el femi-
nismo, la posibilidad de una acción política descansa o se sigue de una
experiencia común preexistente.25
La experiencia, como categoría de análisis y como herramienta
metodológica de la historia, es algo que también defienden ambos autores.
Scott desde una trinchera más probada, y señalando la cautela que
24
Ibidem, p. 786.
25
Siempre historizada, esto es, cuestionada, relativizada y matizada por el contexto en que
se ubique. Aquí, me parece, viene al caso recordar que independientemente de las formas
que asuma en diferentes momentos y lugares, la condición subordinada de las mujeres (por
hablar de ellas) ha sido y es común.
CODA
26
Tanto una interpretación como algo que requiere ser interpretado.
27
Véase Thompson, Miseria de la teoría.
28
“Unanswered questions”.
29
José Ortega y Gasset, “Tercera conferencia”, en Meditación de nuestro tiempo, México,
Fondo de Cultura Económica, 2006, p. 6.
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[Consulta: enero de 2010].
RESUMEN
En este texto se comentan dos artículos que constituyen un punto de inflexión
para los estudios de género y el feminismo: “El género: una categoría útil para
el análisis histórico” (de Joan Scott) y “Reflexionando sobre el sexo: notas
para una teoría radical de la sexualidad” (de Gayle Rubin). El potencial
deconstructivo de éstos se subraya en tres dimensiones: la primera aborda
las tesis de las autoras, enfocándose en sus efectos narrativos y discursivos; la
segunda apunta a su forma de entender la diferencia, no sólo como un aten-
tado a “la mujer” sino como elemento estructural que atraviesa a las mujeres
pero va más allá del género, y la tercera busca acercarse a la elaboración del
término queer con el objetivo de localizar algunas reflexiones fundacionales
de esta categoría.
Palabras clave: género, diferencia, discurso, mujer, mujeres, queer.
ABSTRACT
This text discusses two articles which constitute a turning point for gender
studies and feminism: "Gender: a useful category of historical analysis" (Joan
Scott) and “Thinking sex: notes for a radical theory of the politics of sexuality”
(Gayle Rubin). It stresses their deconstructive potential in three dimensions:
the first deals with the authors’ theses, focusing on narrative and discursive
effects; the second points to their understanding of difference, not only as an
assail on “woman” but as a structural element that runs through women and
goes beyond gender; and the third seeks to approach the development of the
term queer in order to locate some foundational ideas in this category.
Key words: gender, difference, discourse, woman, women, queer.
1
En este número proponemos que la contribución de ambas autoras es de carácter
deconstructivo, y aunque estamos atentas a las diferencias entre posmodernidad y decons-
trucción, no es un objetivo de nuestro análisis marcar con detalle dichas diferencias. Diremos
que la operación que queremos hacer resaltar en ambas autoras es deconstructiva y se asienta
“la mujer”? ¿Cómo moviliza este “más allá” los terrenos académicos,
teóricos y políticos?2
No es evidente ya que los sujetos del feminismo y los estudios de
género sean sólo las mujeres, aun en su diversidad; con ellas y en ellas
nos sigue arrobando la pregunta tan antigua y tan vigente: ¿qué es una
mujer? Una pregunta que hoy no es sólo de carácter retórico, poético
o psicoanalítico, sino material, jurídico y pedagógico. Pensemos en
el juicio que se le siguió a la deportista sudafricana Mokgadi Caster
Semenya, pues se pensaba que, siendo mujer, era hombre… sólo para
empezar.
2
Para profundizar en la noción de esencialismo estratégico, véase Gayatri Ch. Spivak,
“Can the subaltern speak?” (1988).
como una fuerza causal, un efecto del voluntarismo político, para con-
siderarla una propuesta teórica.
Por su parte, Rubin obliga a dimensionar en “Thinking sex: notes
for a radical theory of the politics of sexuality” los horizontes estériles
y escandalizados que el Estado y las sociedades conservadoras imponen
a los reclamos de libertad sexual, ya sea en cuanto al debate sobre el
supuesto carácter “vicioso” de toda pornografía, de la prostitución o
el deseo sexual liberado del cuerpo heterosexual. Rubin analiza en su
ensayo las cruzadas de la moralidad de un Estado que controla a sus
ciudadanos a partir de restricciones a su libertad sexual (leyes antimas-
turbación, la homosexualidad como delincuencia, penalización de la
sodomía como delito más grave que el asesinato, leyes antipornografía,
entre una lista verdaderamente abrumadora de fobias a todo lo que no
es sexualidad dentro del matrimonio).
Con su ensayo Rubin nos reta, anunciando: “Ha llegado el mo-
mento de pensar en el sexo”. Con esta frase inicia sus notas para una
teoría radical de la sexualidad. ¿Cómo podemos pensar en el sexo?
Sólo desde una posición radical. Otras posturas las considera formas
de control y compulsión hacia la sexualidad. ¿Qué significa pensar en
el sexo desde la radicalidad? Por lo pronto la única manera de hacerlo;
sin esta localización la crítica y el pensamiento quedan sepultados en
medidas coercitivas, legislaciones, interdicciones, culpas y desbordantes
pedagogías del control. La radicalidad estaría perfilada, justamente, en
el recuento histórico de las censuras, restricciones, fobias, ansiedades (a
los besos, a las caricias, al cuerpo); en la reducción de todas las libertades
del deseo sexual, en la conducta “indecente”, las fobias al cuerpo (des-
nudo y vestido), las leyes antiobscenidad, en la homosexualidad como
delincuencia, que se han llevado a cabo en Estados Unidos y algunas
otras partes del mundo, sobre todo desde el siglo XIX hasta nuestros
días. Rubin narra la historia de la fobia al cuerpo, de la ansiedad frente
al deseo por parte del Estado, y las estrategias, formas de lucha y resis-
tencia a que dieron lugar las demandas de libertad, y particularmente
las demandas de libertad sexual; en una palabra, a la radicalidad de la
sexualidad.3
3
Un ejemplo de esto es la definición de homosexual en los estados de Nueva York y
Michigan, entre otros, como delincuente sexual. Los delincuentes sexuales eran los pederas-
tas y los violadores. Los homosexuales, además de haber sido definidos como delincuentes
sexuales, fueron objeto de purgas y cacerías de brujas, junto con los comunistas. Señala Rubin:
“miles de ellos perdieron sus trabajos y las restricciones a la contratación estatal de homosexuales
perdura hasta hoy día”. Véase “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de
la sexualidad” (Rubin, 1990: 5).
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Rubin describe cómo, durante el macarthismo, el Instituto de Investigaciones sobre el
Sexo (Institute for Sex Research) fue “atacado por debilitar la fibra moral de los norteamerica-
nos, haciéndolos así más vulnerables a la influencia comunista” (Rubin, 1990: 10).
6
Slavoj Zizek ha sido uno de los teóricos que han producido ampliamente desde las
intersecciones entre deseo, política, materialidad y discurso. Véase The Sublime Object of
Ideology (1997).
7
La experiencia y su estatus originario en la explicación histórica, y de esta manera la
defensa de lo “visto” como evidencia suficiente, que no es otra cosa que una forma de no ver,
debe ser puesta en cuestión. Esto, según Scott, ocurrirá cuando los historiadores tengan como
proyecto no la reproducción y transmisión del conocimiento al que, se dice, se llegó a través de
la experiencia, sino el análisis de la producción de ese conocimiento. Así, es posible interrogar,
más que la experiencia, los procesos de creación de los sujetos.
8
En español “El tráfico de mujeres: notas sobre una ‘economía política’ del sexo”, en Marta
Lamas (comp.), El género. La construcción cultural de la diferencia sexual (1996).
10
Para conocer más sobre las penurias y dificultades que las organizaciones no guberna-
mentales (ONG), la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y las “buenas conciencias” han
causado a las trabajadoras sexuales migrantes, véase Laura Agustín, “New research directions:
the cultural study of commercial sex” (2005).
BIBLIOGRAFÍA