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CLÁSICOS IMPERECEDEROS VERSUS MUERTOS

VIVIENTES
Federico Corriente
Junio 2017

La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el


cerebro de los vivos. Y cuando éstos se disponen precisamente a revolucionarse y a
revolucionar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis
revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los
espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su
ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado,
representar la nueva escena de la historia universal.

Karl Marx, El 18 de Brumario de Luis Bonaparte

[…] el choque de mayo había resucitado y sacado de nuevo a la superficie


corrientes del movimiento obrero enterradas por el olvido bajo el desprecio de los
partidos establecidos: el movimiento de los consejos en todas sus variantes, el
KAPD, o individualidades como Lukàcs, Korsch, etc. Esta resurrección del pasado
era indicio al mismo tiempo de la imposibilidad de aprehender directamente la
realidad y de la incapacidad de ésta para engendrar otras formas de lucha y otros
enfoques teóricos.

Jacques Camatte «Contra la domesticación» (1973)

Corría el año 1962 cuando la Internacional situacionista apeló a «reemprender el


estudio del movimiento obrero clásico de una forma desengañada, y desengañada
ante todo en lo que se refiere a sus diversos herederos políticos o pseudoteóricos, que
no poseen más que la herencia de su fracaso». Cabría imaginar, por tanto, que a estas
alturas, de las legiones de incondicionales contemporáneos de la I.S. hubieran
surgido unos cuantos estudios exhaustivos y desengañados en torno a las
turbulencias del período 1968-1978 que ayudaran a discriminar con claridad entre lo
vivo y lo muerto de esa etapa concreta del pasado reciente. Entre otros objetivos, esa
hipotética investigación debería haberse dado como meta distinguir al puñado de
grupos e individuos excepcionales que, despojándose de toda veneración
supersticiosa por el pasado, se entregaron por aquel entonces a la tarea de reactivar y
transformar críticamente el legado de las izquierdas comunistas heréticas del
período 1917-1936, de quienes optaron más bien por reciclar dicho legado para poner
al día su ideología y seguir moviéndose dentro de parámetros tan «clásicos» como
fuera posible.
El texto del grupo francés Négation, «El proletariado como destructor del
trabajo» (1972) es un documento excepcional que pertenece claramente a la primera
de esas dos categorías. De ahí que no sólo consiga separarse serenamente de su
pasado, sino que siga siendo a día de hoy un extraordinario ajuste de cuentas con
toda clase de candidatos presentes y futuros a prolongarlo. La excepción, sin
embargo, confirma la regla, y es regla general de la (pre)historia que excepciones de
este calibre no queden impunes, lo que explica la paradoja de que apenas publicado,
un texto tan visionario y vigoroso quedara sepultado bajo un espeso y duradero
manto de silencio.
Que ni Négation ni las aportaciones teóricas más generales del medio al que
pertenecía pasaron completamente desapercibidos en su día lo atestigua la
traducción y publicación de otro extraordinario texto de este grupo, Lip and the self-
managed counterrevolution [«Lip y la contrarrevolución autogestionaria»], por las
ediciones Black & Red (Detroit) en 1975. A dicha edición le precedió en 1974 la de
Eclipse and Re-emergence of the Communist Movement [«Declive y resurgimiento
de la perspectiva comunista»] (Gilles Dauvé y François Martin) y la de The
Wandering of Humanity [«Errancia de la humanidad1»], de Jacques Camatte, en ese
mismo año. Y podría considerarse como corroboración de lo dicho, la aparición,
algunos años más tarde, de dos artículos («The Remaking of the American Working
Class» [1981] y «Communism is the Material Human Community: Amadeo Bordiga
Today2» [1991]) en los que Loren Goldner se detiene momentáneamente en dicho
texto y congratula a sus autores.
En efecto, en el primero de ellos, Goldner, tras relatar que

[…] el fecundísimo debate entre las corrientes de ultraizquierda francesas durante el


período 1968-1973 […] también resucitó el valor para insistir, con razón, en que el
comunismo no era ni la «propiedad nacionalizada» ni el «control obrero de la
producción», sino la superación positiva de la producción de mercancías y de todas sus
categorías: el valor, el trabajo asalariado, el capital, y el proletariado como relación social,
todo ello entendido como un todo integral. Ahora bien, por fecundo que fuera este debate
(pensamos en los textos de Invariance del período 1968-1972, en Mouvement
Communiste, Négation, la Corriente Comunista Internacional durante la misma época)
se fue disipando poco a poco en largas disertaciones acerca del Valor y la Autodisolución
del Proletariado sin —salvo en unos pocos casos— abordar la problemática del capital
total/reproducción ampliada/crédito o plantearla […]

termina el párrafo remitiendo a una nota a pie en la que cita expresamente como
«excepción a esta tendencia», el «excelente panfleto del grupo francés Négation
titulado “Lip and the self-managed counterrevolution”».
En el segundo artículo —y llegamos ahora al meollo de los elogios que dedica a
los «neo-bordiguistas»— Goldner destaca que «todas las corrientes francesas
pusieron en primer plano un texto de Marx que, a la larga, quizá tenga mayor
importancia que todo el material nuevo que comenzó a salir a la luz durante las
décadas de 1950 y 1960: el llamado Capítulo VI inédito del Libro I de El capital». Y
de nuevo, apenas unas líneas más allá cita a Négation, subrayando que según este
grupo, el capitalismo, al pasar de su etapa de dominación formal a la de su

1http://colectivogerminal.org/525-2/
2http://breaktheirhaughtypower.org/the-remaking-of-the-american-working-class-the-restructuring-
of-global-capital-and-the-recomposition-of-class-terrain/ y
http://breaktheirhaughtypower.org/communism-is-the-material-human-community-amadeo-
bordiga-today/ .
dominación real «hace desaparecer al obrero, dejando tras de sí, en esencia, sólo al
proletario» (Distinción que acarrea una multitud de repercusiones, entre las que «El
proletariado como destructor del trabajo» cita un enorme incremento del número de
parados permanentes —en su mayoría pertenecientes a la población negra— en
Estados Unidos como consecuencia de la aplicación generalizada de la
automatización en la industria.)
Es bien sabido que el artífice de esta nueva periodización del capitalismo y de la
historia del movimiento obrero fue Jacques Camatte. Según relata Goldner, «por
primera vez, se hizo posible, en mi experiencia, vincular la historia de la clase obrera
durante el siglo XX, no sólo a la burocracia, sino a la naturaleza cambiante de la
acumulación capitalista, que producía y requería a la burocracia 3». Nada tan natural,
pues, como que Loren Goldner —teniendo en cuenta el amplio y provechoso uso que
ha hecho de esta aportación concreta del «neobordiguismo francés» en su extensa y
variada obra— reconociera su deuda con éste.
Ahora bien, en los ambientes de la «izquierda comunista» (neoortodoxa) pos-
sesentayochista, no todo el mundo se ha mostrado tan proclive a reconocer
francamente la contribución de Camatte y de otros «neobordiguistas» —etiqueta esta
que, por cierto, Négation habría rechazado de plano— al «fecundísimo debate» del
período 1968-1973. Todo lo contrario. Es más, en las raras ocasiones en las que dicho
medio rompe su silencio sepulcral al respecto, prefiere esgrimir motivos de hostilidad
secundarios y sobrevenidos antes que evocar los que de verdad le duelen 4. Cabe
señalar que el propio Goldner no ha hecho suyas, ni mucho menos, las tesis más
controvertidas que tanto Camatte como Négation dedujeron de la nueva
periodización, ni tampoco se ha aventurado nunca a refutar los presuntos «errores»
que contendrían. Es muy revelador, por lo demás, que su moderada defensa de la
«obra temprana» de Camatte5 no logre aplacar la indignación de cierta militancia,
que sospecha —confusamente, pero con razón— que por temprana que sea, dicha
obra no deja de socavar en profundidad postulados fundamentales de la «ideología
revolucionaria dominante».
Veamos, pues, algunos de los corolarios —tan incómodos e inaceptables para
determinados sectores— contenidos en el nuevo paradigma impulsado por Camatte y
cía.
El primero de ellos es que el vector fundamental de la transición del predominio
de la extracción de plusvalor absoluto en la acumulación capitalista (dominación
formal) al predominio del plusvalor relativo (dominación real) no fue otro que la
actividad de la clase trabajadora en defensa de sus intereses. En otras palabras, a
despecho de lo que creyeran sus protagonistas y de los tintes rosados (intensos) bajo
los que la ideología revolucionaria acostumbra a pintar al movimiento obrero clásico
—incluidos ahí sus momentos más «gloriosos» y más ricos en «lecciones»—, éste

3“Left Communism and Trotskyism: A Round Table” (http://bthp23.com/LeftCommTrot.pdf).


4Así pues, a Camatte se le suele reprochar —no sin razón— el abandono de la teoría del valor y la
deriva teórica consiguiente, mientras que a Gilles Dauvé y a otros «neobordiguistas» (sic) se les acusa
de tibieza (cuando no de complicidad directa) con el negacionismo del ex miembro de Socialisme ou
Barbarie y animador de la librería La Vielle Taupe, Philippe Guillaume.
5“Left Communism and Trotskyism: A Round Table”.
resultó ser, a la postre, un momento interno del propio desarrollo capitalista, lo que
asesta un golpe irreparable al mito según el cual éste habría «traicionado» su
verdadera vocación por causas ajenas a su propia dinámica intrínseca.
La transición de una fase a otra no sólo supuso un gigantesco aumento de la
composición orgánica del capital y la consiguiente necesidad de una «organización
científica del trabajo»; el salto tecnológico y la intensificación del trabajo resultantes
también requirieron medios de disciplina más sofisticados y más interiorizados, así
como la necesidad concomitante de producir en masa y de forma íntegramente
capitalista todo lo relacionado con la reproducción de la fuerza de trabajo (bienes de
consumo masivo, trabajo doméstico, servicios médicos, actividades de ocio). Se trató,
por consiguiente, de una transformación social de conjunto, que habría de acarrear a
su vez la integración o la eliminación progresiva de los sectores de producción
precapitalistas.
Este primer corolario es el más fácil de aceptar —y el más difícil de negar— por
parte de una fracción de la nueva «izquierda comunista» surgida a comienzos de la
década de 1970 (caso de Loren Goldner o de Internationalist Perspective). Ahora
bien, suscita el rechazo —explícito o no— del sector más nutrido y más militante de la
misma, que intuye que tras la desmitificación del papel histórico del movimiento
obrero sólo pueden acechar catástrofes ulteriores. Para muestra un botón:

Aquello de lo que adolece el concepto de la transición de la dominación formal a la


dominación real es de una visión política apremiante, de una perspectiva clara de la
necesidad de la revolución y del comunismo ahora. (Mac Intosh, The Political Need for a
Conception of Decadence, Internationalist Perspective 44)

Y en efecto, el corolario siguiente, en lugar de dar paso a algún nuevo


prolegómeno en torno a la «crisis mortal» del capitalismo, anuncia más bien la del
movimiento obrero —tanto «clásico» como «nuevo»—, que ya apuntaba por aquel
entonces. La configuración plenamente capitalista del proceso laboral y la
integración de la reproducción de la fuerza de trabajo hacen desaparecer todo aquello
que bajo la dominación formal había hecho de la condición obrera algo a
«emancipar» del capital (lo que no significa —al menos en la concepción de Négation
— que el carácter antagónico de la relación social capitalista desaparezca ni se
atenúe, antes al contrario). Por consiguiente, y dado que bajo la dominación real la
negación de la condición proletaria es la única superación posible del capitalismo,
entran en crisis todas las concepciones de esa superación del capitalismo basadas en
la afirmación de una «comunidad obrera» frente a una clase «parásita» y la
consiguiente reapropiación de los medios de producción por parte de los
productores. A finales de los años ’60 y comienzos de la década de 1970, la difusión
del «rechazo del trabajo» y de las formas de lucha correspondientes confirmaron con
creces la inviabilidad de seguir concibiendo el proceso revolucionario como una
oposición unilateral entre «nosotros» y «ellos» (de lo que dieron fe, si bien se mira,
tanto el desenlace de mayo del ’68 como el movimiento italiano del ’77) 6.

6Tanto el «rechazo del trabajo» como la crítica camattiana de la «organización» dieron lugar a
ásperos —pero muy escasamente publicitados— debates a ambos lados del Atlántico. Además de «
El tercer y último corolario de la penetración de la ley del valor en todos los
ámbitos de la existencia es la crisis de la política. Bajo la dominación formal, los
antagonismos entre clases representativas de modos de producción rivales, así como
la presencia de gran número de pequeños propietarios independientes, convertía a la
política en una forma de mediación necesaria de los conflictos de clase. Para la clase
trabajadora, débilmente desarrollada, era a la vez posible y necesario intervenir en
ese ámbito para formar alianzas y salvaguardar sus intereses, y el asociacionismo
político y sindical «obrero» llegó a constituir una auténtica «sociedad paralela»
autónoma en el interior de la sociedad capitalista.
Una vez consumado el tránsito a la dominación real, el movimiento del valor en
proceso, capaz de organizar la existencia de la «comunidad material» por su cuenta,
desplaza a la política como fuente de cohesión social; ésta subsiste
fundamentalmente como forma superficial de integración social y alternancia en el
poder, a la vez que el consumo de ideología va perdiendo terreno ante la ideología del
consumo. Durante el «período de transición», el movimiento obrero pierde su
antigua autonomía y sus organizaciones se integran en la maquinaria estatal,
mientras el peso de la esfera política disminuye progresivamente ante la expansión
continua del deporte de masas, la industria cinematográfica, el ocio programado, la
música «popular», etc.
A partir de 1968 y el «retorno de la revolución social», la crisis de la política
situará a la «izquierda comunista» pos-sesentayochista ante dos problemas
íntimamente relacionados que ni siquiera puede plantear correctamente sin
comenzar a renunciar a sí misma.
Por una parte, dado que sigue concibiendo la revolución comunista en la óptica
de la dominación formal —como un proceso de unificación política del proletariado
que desemboca en la toma del poder y la aplicación de un programa 7— sigue
creyendo en la necesidad de un «estrato militante programáticamente pertrechado»
que tendría como misión, cuando no constituirse en una organización política
hegemónica a tiempo para su cita con la «revolución», por lo menos convertir su
«conciencia» en la conciencia revolucionaria dominante. Esto la conduce a comulgar
periódicamente con la ilusión de que movimientos que no llegan a desbordar (pese a
los muchos momentos «radicales» que puedan contener) los cauces de la política
desemboquen en la revolución comunista, lo que se salda con estrepitosos batacazos
que la «teoría revolucionaria» no logra explicar satisfactoriamente y de los que sólo
parece extraer la conclusión de que la próxima vez habrá que hacerlo mejor.

Refus du travail, faits et discussions », de Échanges et Mouvement (editado en 1979 en el Reino Unido
bajo el título “The Refusal of Work” [https://libcom.org/library/echanges-movement-refusal-work]),
habría que mencionar «The Illusions of ‘Solidarity’» (http://libcom.org/library/illusion-solidarity-
david-brown), así como « On Organisation: Two Reviews of the Camatte/Collu Pamphlet»
(https://www.fifthestate.org/archive/279-december-1976/on-organization/)
y «Camatte, Collu & On Organisation» (https://www.fifthestate.org/archive/280-february-
1977/camatte-collu-on-organization/).
7La crisis de la política acarrea la crisis del «programa comunista» desde que cesa de ser posible
concebir la comunización de la sociedad como la aplicación de un «programa» conforme a las
necesidades históricas del proletariado, que requeriría la ratificación o aprobación de éste por ser al
mismo tiempo exterior a su ser y a su actividad real.
Por otra, bajo la dominación real toda organización que no contribuye directa o
indirectamente al proceso de valorización se ve rápidamente ante la disyuntiva de
adoptar prácticas que le permitan mantenerse y prosperar (llegando, si es preciso,
hasta la fusión con las empresas más exitosas de su sector), o vegetar en la
irrelevancia hasta desaparecer. En caso de que una crisis política del sistema lo
requiera —como se ha podido comprobar en años recientes— la demanda de mayor
«radicalidad» se cubre rápidamente, sea mediante la aparición de organizaciones
nuevas o la radicalización de las ya existentes. Los grupúsculos políticos y sindicales
realmente superfluos, sin embargo, sólo pueden perpetuarse en calidad de rackets,
aplicando las mismas técnicas generales que los que «triunfan» pero con matices
más específicamente sectarios, como los relatos míticos y los programas mesiánicos
destinados a mantener el entusiasmo ideológico de las bases, la competencia a
ultranza con otros grupos del «medio», el aislamiento de «su» público de influencias
nocivas del exterior, la designación de chivos expiatorios y las purgas esporádicas.
Ahora bien, en el caso concreto de la «izquierda comunista» pos-
sesentayochista, la completa incapacidad de abordar seriamente estos dos «puntos
ciegos» de su ser sin firmar su propia sentencia de muerte, no es más que el anverso
de su negativa a adoptar en su momento determinadas tesis, expuestas con diáfana
claridad, entre otros, por Jacques Camatte y el grupo Négation:

Hay que decir de inmediato que cuando el ser del proletariado se manifiesta
en su dimensión inmediatamente destructiva, constituye la negación positiva de
la comunidad material y de todas sus formas de organización. […] El momento
más importante de esta manifestación es […] el rechazo […] a aceptar cualquier
separación entre decisión y acción, y por tanto la separación entre ser y
pensamiento sobre la que en el pasado se erigió la posibilidad de una dirección
política basada en el mecanismo de la democracia directa o, más en general, sobre
la que se fundó el mecanismo de representación democrático-despótica en tanto
viejo arte de organizar la sociedad desde el exterior: la política. […]
Todo partido formal no es más que una organización rápidamente
reabsorbida en forma de racket. El partido histórico no puede ser realizado más
que por el movimiento del proletariado constituyéndose en clase. […] Cualquier
otra concepción de la formación del partido descansa sobre la negación implícita
de la proposición: el proletariado será el realizador de la teoría. (Jacques
Camatte, «Transición», 1969)
EL PROLETARIADO COMO DESTRUCTOR DEL
TRABAJO

NÉGATION
París – mayo de 1972

Traducción: Federico Corriente

Hemos pensado que sería útil definir por adelantado algunos de los términos
empleados en este texto, porque son muy poco frecuentes en los análisis económicos
al uso, aunque por suerte, cada vez menos. Han sido extraídos de las obras
económicas menos conocidas de Marx (menos conocidas por ser las más
escamoteadas, censuradas o incluso difamadas por los diversos marxismos oficiales o
académicos). Se trata principalmente de los Grundrisse o Fundamentos de la
Crítica…, también conocidos como Elementos Fundamentales para la Crítica…
(1857) y del Capítulo VI Inédito de El Capital, que Marx redactó durante los años
1863-1866.

PROCESO DE TRABAJO

Proceso de producción de valores de uso.

PROCESO DE VALORIZACIÓN

Proceso de producción de plusvalor y, por tanto, de valor de cambio. Dentro del


proceso de producción capitalista ambos son inseparables. En el Capítulo VI, Marx
ofrece esta definición general: «Así como la mercancía es la unidad inmediata de
valor de uso y valor de cambio, el proceso de producción que es proceso de
producción de mercancías es la unidad inmediata del proceso de trabajo y del de
valorización. Del mismo modo que las mercancías, esto es, las unidades inmediatas
de valor de uso y valor de cambio, salen del proceso como resultado, como producto,
del mismo modo ingresan en él en calidad de elementos constitutivos. De un proceso
productivo no puede salir nunca jamás algo que no haya entrado en él bajo la forma
de condiciones de producción.» (p. 7, Siglo XXI).

DOMINACIÓN FORMAL DEL CAPITAL SOBRE EL TRABAJO (o


Sumisión Formal del Trabajo…)

Primera fase histórica de la capital, en la que el proceso de valorización aún no


domina real y totalmente el proceso de trabajo, y en la que el modo de producción
capitalista aún no se ha implementado a escala universal en forma alguna y permite
subsistir a sectores precapitalistas de producción (artesanía, agricultura, en los que
deja subsistir la servidumbre e incluso la esclavitud).

DOMINACIÓN REAL DEL CAPITAL (o Sumisión Real del Trabajo…)

Segunda fase histórica del capital, en la que esta dominación se ha hecho efectiva
y real bajo diversas formas (tanto industriales como agrícolas).
COMUNIDAD MATERIAL DEL CAPITAL

Estado de sociedad en el cual esta última ha sido real y totalmente sometida al


capital y en el que los productos de esta dominación aparecen visiblemente,
invadiendo la sociedad en su conjunto bajo sus diversas materializaciones:
mercancías, dinero, el propio proceso productivo, relaciones entre personas, etc.

COMUNIDAD HUMANA

Estado de sociedad que ha roto con el capital destruyéndolo, también


generalmente conocido como sociedad comunista.

Por lo demás, todos estos términos quedan definidos en el contenido y el curso


del propio texto.

Por último, la sociedad capitalista de la que hablamos es, en cada etapa histórica,
la de los países más avanzados y, por lo tanto, más industrializados, salvo cuando
aclaramos explícitamente una situación histórica concreta: Rusia 1917.
1ª Parte

HACIA LAS CIMAS DE LA PREHISTORIA DE LA


HUMANIDAD

I. EL CAPITALISMO COMO MODO DE PRODUCCIÓN ESPECÍFICO

1) - Para que aparezca el modo de producción capitalista, hace falta que el


intercambio de mercancías esté suficientemente desarrollado y, por consiguiente,
que los modos de producción de mercancías domésticos se hayan convertido en
trabas para este desarrollo y, por tanto, tengan que dar paso a un modo superior: la
producción capitalista.

2) - Todo proceso de producción regulado por el valor de cambio implica una


división del trabajo (para convertirse en mercancías intercambiadas de acuerdo con
su valor de cambio, los bienes de consumo han de poseer valores de uso diferentes).

Todo proceso de producción regulado por el valor implica (para una mejor
comprensión) su desdoblamiento en un proceso de trabajo (que produce valores de
uso) y un proceso de valorización (que produce valores de cambio). Sin embargo, el
proceso de producción capitalista tiende a generalizar e intensificar la división del
trabajo agrupando a los productores en unidades de producción cada vez más
importantes y, en el transcurso de este proceso, el proceso de valorización tiende a
dominar cada vez más, y de forma más rápida, al proceso de trabajo.

Para afianzar esta dominación, el capitalismo introduce en su esfera productiva


los dos factores esenciales del intercambio: la mercancía y el dinero, que en la
producción doméstica de mercancías sólo afectan a la esfera de la circulación. La
fuerza de trabajo es una mercancía que, como cualquier otra, circula en un mercado
específico —el mercado de trabajo— en el que se intercambia por un salario que le
permita reconstituirse. Esta mercancía crea valor al ser empleada en el proceso de
producción y producir el plusvalor correspondiente al plustrabajo.

Así pues, el capitalismo erige al tiempo de trabajo en medida exclusiva de la


riqueza social.

3) - De las dos características principales del modo de producción capitalista


definidas hasta ahora —la intensificación de la división del trabajo y el tiempo como
medida exclusiva de la riqueza social— se deduce que el fundamento del trabajo
asalariado es el trabajo individual (o, para ser más exactos, lo que se desprende de
ello es que, bajo el trabajo asalariado, los seres humanos poseen una «sociabilidad»
individual, mientras que en un modo de producción comunista —como veremos en la
2ª Parte— poseen una individualidad social) agrupado en unidades productivas, es
decir, fábricas: en el desempeño de su función para el capital, el proletariado no es
más que una suma de individualidades abstractas (mercancías), cuyo número, así
como el tiempo durante el que están empleadas, lo determina el capital.
4) - Para que exista una mercancía como la fuerza de trabajo, el productor debe
ser totalmente desposeído y carecer tanto de medios de subsistencia (reservas
sociales) como de medios de producción.

Tres rasgos sucesivos distinguen la condición proletaria:

a) Negativamente, el proletariado se presenta despojado de medios de


producción y de subsistencia y como mero poseedor de su fuerza de trabajo como
mercancía potencial.

b) Establece su relación efectiva con el modo de producción capitalista


propiamente dicho vendiendo su fuerza de trabajo a tal o cual capitalista en el
mercado, donde ésta se realiza como mercancía circulando como cualquier otra.

c) Adquiere toda su positividad para el capital al emplear esta fuerza de trabajo


en el proceso de producción, donde se convierte en una mercancía concreta que
produce plusvalía.

d) Así, bajo el trabajo asalariado, el trabajo se erige en precondición de todo. Las


vidas de los esclavos y de los siervos estaban legalmente subordinadas a sus amos y
señores y, por consiguiente, su trabajo también lo estaba, en tanto obligación legal.
El proletariado recobra su vida, su libertad y su igualdad ante la ley, y luego las
pierde de hecho e inmediatamente en el trabajo del que depende por completo su
existencia.

En lo que respecta al proletariado, el trabajo asalariado es el ejercicio de un


chantaje perpetuo que convierte al trabajo en una obligación de hecho en lugar de
convertirlo en una obligación legal.

II - DOMINACIÓN FORMAL DEL CAPITAL SOBRE EL TRABAJO

1) – En los inicios del capitalismo y durante toda una primera fase de su


desarrollo, sus efectos sobre el proceso de producción siguen siendo meramente
formales y potenciales.

En efecto, por una parte, en esta fase, el modo de producción capitalista aún no
penetrado sino en ámbitos relativamente limitados de la sociedad.

Por otra, durante su aparición inicial, el capitalismo subordina a sí mismo el


proceso de trabajo tal como existía en los modos de producción anteriores, es decir,
como un proceso de trabajo inmediato e individual en el que cada obrero ejecuta la
totalidad —o la mayor parte— del proceso productivo, de ahí la denominación de
«obrero», que se originó en la producción artesanal, en la que el obrero producía —
creaba— una obra*. En resumidas cuentas, el proceso de trabajo continúa
dominando al proceso de valorización, o, al menos, todavía no ha sido dominado por
éste. (En los ejemplos que ofrece Marx, el tiempo de trabajo necesario suele ser igual
al del tiempo de plustrabajo: 6h y 6h). Así, durante la etapa de dominación formal
del capital, existe una «dicotomía» entre la especificidad del modo de producción

** Respectivamente, ouvrier y oeuvre en el texto original. (N. del t.)


capitalista —el trabajo asalariado— y la semejanza del proceso de producción
capitalista con sus antecesores: en esta etapa, el proceso de trabajo es, si no
dominante, al menos muy importante, y tiene por fundamento al ser humano.

2) - Por tanto, dentro del proceso productivo, el proletario está dotado —en la
misma medida, digamos— del doble carácter de productor de valores de uso (obrero)
por un lado, y del de productor de valor de cambio (proletario) por otro. De ahí que
también exista una «dicotomía» en el seno del propio proletariado: como mercancía
en potencia (potencialmente desposeída), es plenamente proletario.

- Como mercancía que circula y se intercambia a sí misma —en tanto trabajador


asalariado—, es plenamente proletario.

- Como mercancía específica que opera dentro del proceso de producción, es a la


vez proletario y obrero, y ante todo obrero.

3) - Por tanto, así como en esta etapa el dominio del capital sobre el trabajo y la
sociedad es meramente formal, también la condición proletaria domina sólo
formalmente. Asimismo, dentro del proceso de producción, igual que el proceso de
valorización tiende a dominar cada vez más al proceso de producción, también el
proletario tiende a dominar cada vez más al obrero.

III- REPRESENTACIONES SOCIALES DEL CAPITAL Y DEL TRABAJO

1) - Como hemos visto, la dinámica del valor (de cambio) materializada en el


capital comercial y financiero engendró modos y relaciones de producción
capitalistas. Junto a ellos surgieron, de un lado, el proletario, desposeído de los
medios de producción y, del otro, el capitalista, propietario jurídico de estos medios.

Uno y otro se originaron dentro de la dinámica del valor y el propietario real de


los medios de producción —de los que ambos dependen— es el capital personificado
por el capitalista en tanto mero gestor de las relaciones de producción jurídicamente
ascendido a propietario de esos medios. Como podremos comprobar más adelante,
históricamente, y una vez desaparecido el capitalista tradicional, el capital no deja
por eso de subsistir engendrando nuevos propietarios-gerentes legales.

2) - Bajo la dominación formal, el proletariado se presenta como la clase obrera


—la clase del trabajo— porque esta clase sigue constituyendo el fundamento de la
producción de riqueza social y del proceso de trabajo.

El proletariado es, por tanto, el principal portador de la ideología del trabajo, y


la oposición Capital-Trabajo adopta la forma de una oposición entre miembros
productivos e improductivos de la sociedad («¡Gloria a los primeros, vergüenza a los
segundos!», según la ideología obrera.)

En esta etapa, la conciencia de clase del proletariado se formula y se expresa en


términos de su desposesión de los medios de producción, donde el proletariado es
plenamente proletario. En el seno del proceso de producción, por el contrario, la
conciencia del productor de plusvalor está dominada por la conciencia del productor
de riqueza social, y las luchas obreras más radicales tienden a la expropiación de los
medios de producción y la autogestión de las relaciones de producción. Podemos
calificar a esta conciencia como una conciencia de clase inmediata del proletariado,
una conciencia de productor.
3) - Fue en esta época cuando la clase obrera creó los órganos para la defensa de
sus intereses inmediatos —el precio de su fuerza de trabajo—, a saber, los sindicatos.
Estos representantes de la fuerza de trabajo también surgieron como representantes
del proceso de trabajo humano frente al proceso de trabajo científico y mecanizado,
así como frente al proceso de valorización. (El movimiento obrero luchó contra la
mecanización del proceso de trabajo que, obedeciendo a la lógica del sistema,
acarreaba el desempleo y una separación intensificada entre el productor y su
producto; a finales del siglo XIX, la mecanización interna fue acompañada de la
destrucción de maquinaria.)
Ahora bien, en la misma medida en que defienden los intereses de la fuerza de
trabajo, los sindicatos tienden a hacer triunfar el proceso de valorización. En efecto,
tarde o temprano, unos aumentos salariales de cierta magnitud obligan al capital a
mecanizarse y a hacerlo en un grado cada vez mayor; lo mismo cabe decir de la
reducción de la jornada laboral. Así se produce el paso de un modo de explotación
extensivo a un modo de explotación intensivo, el paso del plusvalor absoluto al
plusvalor relativo.

De hecho, forma parte de la naturaleza del movimiento obrero hacer desaparecer


al obrero del proceso productivo, y a dejar tras de sí, en esencia, sólo al proletario,
propiciando así el advenimiento de la dominación real del capital.

En este contexto y en la etapa de la dominación formal, los sindicatos adquieren


una dimensión «revolucionaria» en tanto producto de la conciencia inmediata del
proletariado, que tiende hacia la gestión de los medios y las relaciones de
producción: de ahí el anarcosindicalismo.

IV- EL PROLETARIADO COMO CLASE DE LA CONCIENCIA Y DE LA


IDEOLOGÍA

1) - Todas las clases revolucionarias que precedieron al proletariado fueron el


producto del desarrollo del valor y, en consecuencia, de las fuerzas productivas que
hicieron surgir dentro del antiguo sistema el modo de producción del que eran
portadoras. El desarrollo de este modo de producción, a su vez, hizo necesaria la
dominación política de estas clases que, en consecuencia, se hacían revolucionarias.
Todas las revoluciones pasadas fueron esencialmente políticas, y era así cómo
generalizaban la dominación de una clase social. El proletariado, por su parte, surge
y generaliza su existencia dentro del mismo sistema que lo domina. Esta
generalización del proletariado presupone, a su vez, el desarrollo previo y sin
precedentes de las fuerzas productivas y del valor hasta acceder a la dominación real
y total de éste sobre el trabajo y la sociedad. Este desarrollo y esta generalización
ponen los cimientos de la emancipación del proletariado, que es también la
emancipación de la humanidad.

Sin embargo, por esta misma razón, y a diferencia de las clases revolucionarias
del pasado, el proletariado no puede establecer sectores proletarios o socialistas de
producción bajo el capitalismo, pues el modo de producción socialista es el de la
humanidad socializada, no el del proletariado, que no tiene futuro político ni
económico alguno. Su único papel histórico y revolucionario consiste en abolirse a sí
mismo para dar paso a este modo de producción social en el que la humanidad
produce a la humanidad.

El proletariado es revolucionario en este sentido, o no es nada.

2) – Engendrado por la dinámica económica y social del valor, el proletariado ha


de dominar esta dinámica destruyendo el valor. Por tanto, es la única clase
revolucionaria de la historia que tiene que acceder a la conciencia histórica de su
tarea abrazando la causa de la revolución social, es decir, su propia abolición.

3) - Bajo la dominación formal, el valor permite subsistir a la ideología política


para complementar su dominación y salvaguardarla.
Lo mismo cabe decir del proletariado, que compensa su débil desarrollo y la
dicotomía de su ser mediante la ideología «revolucionaria», que sustituye a la
conciencia histórica del proletariado y vive de esta última, que sigue siendo
meramente potencial.

Así surgieron los llamados partidos «revolucionarios», primero los


socialdemócratas y luego los «comunistas», que se presentan como la conciencia
histórica del proletariado y abrazan la causa de la «revolución comunista».

Ahora bien, la forma partido fue originada por la burguesía y sus necesidades de
organización democrática. El partido es la forma organizativa de aquellas clases que
tienen intereses que defender dentro del sistema y sólo dentro de él: los partidos
burgueses apoyaban a la burguesía (industrial, comercial, financiera) y los partidos
obreros, declarándose reformistas, defendían los intereses inmediatos de la clase
obrera, en una época en que el Estado aún no había sido conquistado realmente por
la burguesía industrial y en la que la clase obrera podía intervenir en el debate
democrático entre las distintas fracciones de la burguesía y los residuos feudales para
promover sus intereses. (Por ejemplo, cuando el cartismo obtuvo la reducción de la
jornada laboral en Inglaterra, obviamente en relación con las luchas de la época).

La contradicción que desgarraba a los partidos revolucionarios o comunistas


proletarios era declararse partidarios simultáneamente del proletariado y de la
revolución. Obviamente, abrazar la causa del proletariado es lo contrario de abrazar
la causa de su abolición. Por sí solo, esto constituye ya una clara demostración de que
sólo el proletariado —constituyéndose como clase sobre la base de su generalización
a la humanidad en conjunto— puede abrazar la causa de su abolición.

En consecuencia, la forma partido, indisolublemente ligada a la democracia


burguesa, no tiene nada de proletaria ni de revolucionaria.

Así pues, bajo la dominación formal los llamados partidos «revolucionarios»


destilan, a partir de la conciencia histórica del proletariado, un contenido que
transforman en una forma organizativa producida por la democracia misma.
Esto muestra claramente el futuro de clase que aguarda a los partidos
«revolucionarios» llevados al poder por movimientos sociales.

En efecto, la segunda característica del partido como representación política del


proletariado es que la fuente de su poder reside en los movimientos sociales de este
último, que tiende a generalizar su existencia apropiándose de los medios de
producción sobre la base de su conciencia inmediata.

Marx dedujo de esta conciencia inmediata el concepto de la «dictadura del


proletariado». Ahora bien, como hemos visto, históricamente el proletariado no
puede ser un dictador político; más bien, a través de sus luchas inmediatas, tiende a
generalizar su existencia y a convertirse así en una clase socialmente dominante.

En tanto sustituto de la conciencia histórica del proletariado, el partido tiende,


por tanto, a dotar ideológicamente a estas luchas, de las que vive, de un significado
histórico y político.

En consonancia con su carácter fundamental y por medio de estas luchas —en


cierto grado de su desarrollo—, el partido puede llegar a realizarse como sustituto
histórico convirtiéndose en un verdadero dictador político.

En ausencia de la revolución mundial, el poder de los soviets en Rusia —la


llamada dictadura del proletariado— no podía ser otra cosa que el poder del Partido
Bolchevique sobre los soviets, los cuales, limitados por su conciencia inmediata —
fruto del débil desarrollo del proletariado— engendraron una nueva clase dominante,
la burocracia, nueva gestora de los medios y relaciones de producción, sobre la que
recayó la tarea de desarrollar el capital en aquel país.

Lo que estaba en juego en los soviets —que no surgieron en oposición a los


sindicatos sino en su ausencia— era la generalización (mediante el desarrollo
industrial de las fuerzas productivas) de un proletariado muy pequeño; se trataba,
por tanto, de una generalización larga y difícil que la clase obrera no podía asumir
prácticamente —dada la fuerza potencial de la reacción, sobre todo del campesinado,
que pese a ser muy pobre estaba muy ligado a su tierra— y que el partido
bolchevique, tras destruir la a los soviets como organización de clase, tendía a llevar a
término (de forma pobre y contradictoria, dada la inadecuación al desarrollo del
capital bajo la dominación formal de la nueva clase dominante burocrática y que el
poder de ésta se apoyaba tanto en el campesinado pobre como en el proletariado).

Dada su esencia y su naturaleza, la burocracia llevó a término este penoso


desarrollo mediante una feroz dictadura sobre el proletariado, ¡y recurriendo sin
cesar a la mentira contenida en el corazón de su propia existencia como partido que
reemplazaba tanto la dimensión inmediata como la dimensión histórica de la
conciencia proletaria!

V- LA TRANSICIÓN

Al mismo tiempo que se desarrollaba la revolución rusa, se estaban produciendo


importantes luchas, tanto para aquella época como para la nuestra, en Europa
Occidental, y en Alemania en particular. Este país, a diferencia de Rusia, se estaba
aproximando al final de un período transitorio en la dominación del capital, como
consecuencia de un desarrollo masivo de las fuerzas productivas que había tenido
lugar a finales del siglo XIX. Iba a pasar de la dominación formal a la dominación real
del capital sobre el trabajo y la sociedad.

Podría decirse, pues, que los sindicatos se vieron integrados en el capital antes de
la integración efectiva en éste del proceso de trabajo del que eran los representantes.
Esto se debió principalmente a la Primera Guerra Mundial y a la necesidad que tenía
el capital alemán de asegurar la paz social. Los sindicatos, por así decirlo, se pusieron
políticamente y de manera deliberada del lado del capital, anticipándose a la
absorción del proceso de trabajo por el proceso de valorización, y de hecho tendieron
de forma consciente y política a provocar esta absorción. El vacío creado por esta
integración hizo aparecer órganos de defensa de los intereses de los trabajadores: los
consejos, que pronto transformaron su contenido en un potencial de revolución
inmediata, es decir, de generalización del proletariado y acceso a la comunidad
material del capital (dominación real). Así pues, lo que estaba potencialmente en
juego en los consejos alemanes era:

• La autonomía efectiva del proletariado respecto a su representación


económica y política, así como las bases de la reapropiación de su conciencia
histórica.
• La unificación entre la dimensión de trabajador asalariado del ser
proletario y su posición en el proceso de producción, donde el proletario había
de liquidar completamente al obrero e instaurar un proceso de trabajo
puramente científico y social (advenimiento de la condición proletaria total)
• De forma paralela, la generalización de la condición proletaria total a la
humanidad en su conjunto. Este último punto quedó claramente de manifiesto
en la congregación de los parados en torno a las organizaciones de fábrica.

Por consiguiente, la dominación real del valor puede ser establecida bajo el
impulso consciente del proletariado, que sienta así las bases de su propia abolición y,
por tanto, las de la revolución comunista: el movimiento ininterrumpido de luchas
del proletariado, que contiene el desarrollo ininterrumpido de su conciencia de clase,
y que puede evolucionar de inmediata a histórica, puede desembocar, en un período
relativamente corto de tiempo, en el acceso a la comunidad humana.

Sin embargo, no sucedió nada semejante, pues el movimiento se topó con la


ausencia de luchas y perspectivas más allá de la fábrica contra el Estado, que
permanecía al margen, pero que no por ello había sido destruido. De hecho, esta
situación fue en gran medida una consecuencia de la separación economía-política,
que aún subsistía —aunque a duras penas— en el capitalismo alemán de los años
1918-1920.

De resultas, la ideología política y los partidos «revolucionarios» todavía poseían


una existencia real como representaciones de la conciencia histórica, de ahí la
dramática imposibilidad para el proletariado de reapropiarse esa conciencia.

Por otra parte, el importante desarrollo del proletariado y la clara pérdida de


influencia de la ideología política hicieron que los partidos «revolucionarios» se
vieran en la imposibilidad de cumplir su papel sustitutivo tomando el poder en
nombre del proletariado.
De ahí la victoria final de la burguesía alemana, que no resolvió sus problemas
económicos, pero sí derrotó en gran medida al movimiento obrero, que no pudo de
llevar a cabo su tarea específica, la tarea inmediata del proletariado contenida en los
consejos obreros.

La confusión, la incertidumbre y la opacidad de este período se plasmaron en un


partido como el KAPD*, que quiso ser un partido sin serlo realmente —una
«vanguardia» que había de disolverse en el movimiento de «masas»— así como en
las diversas organizaciones fabriles (AAUD, AAUD-E), que fueron auténticos
partidos «informales». También se reflejaron en las controversias teóricas y en los
intentos de articulación teórica entre las distintas componentes en lucha (consejos-
partidos, partido-clase). Todos los teóricos del momento —en Alemania, pero
también en otras partes, como Holanda e Italia— trataron de comprender la
situación y se dejaron la piel intentándolo, cosa que en la época fue algo bastante
lógico.

En lugar de ver en los consejos la generalización del proletariado, los consejeros


—Pannekoek y Rühle, en particular— quisieron ver en ellos la realización del
comunismo.

Los partidistas —véase en particular Bordiga y el análisis basado en Bordiga de


Invariance nº 1 (nueva serie)— vieron en los consejos un repliegue de la clase hacia
la fábrica, cuando tal cosa era imposible, ya que, a diferencia de los partidos y las
organizaciones, la clase nunca se había manifestado en otros ámbitos; de lo que se
trata aquí es de la clásica sustitución de la clase por el partido, pero en esta ocasión
en forma puramente ideológica debido a la imposibilidad de plasmación práctica.

2) – Muy al contrario, el problema radicaba en la extensión de las luchas más allá


de las fábricas, lo cual no ocurrió, a excepción de algunas erupciones menores, como
la «Acción del 23 de marzo», provocada en realidad por el KAPD, que ya presentía la
derrota del movimiento obrero y quiso paliarla mediante la voluntad revolucionaria.
El KAPD transmutaba así su impotencia y su desesperación en una especie de
«última batalla de honor».

Finalmente, la comunidad material del capital, la transición efectiva a la


dominación real, fue llevada a cabo por el nazismo. Y lo hizo contra el movimiento
obrero alemán, sellando la derrota de éste mediante su completa destrucción e
integrando al proletariado en el capital mediante su fijación a la fábrica. La Segunda
Guerra Mundial intensificó y remató esta derrota, de la que el proletariado alemán
salió dividido en dos partes: las dos Alemanias ilusoriamente opuestas por la
ideología, una triste confirmación de la verdad de ésta.

Por su parte, el capital emergió doblemente victorioso, rejuvenecido y ejerciendo


la dominación real y total sobre el trabajo y la sociedad.

** Siglas de Kommunistischen Arbeiter-Partei Deutschlands (Partido Comunista Obrero de


Alemania). Partido escindido del KPD (Partido Comunista de Alemania) y fundado el 3 de
abril de 1920. El objetivo principal del KAPD era la abolición inmediata del sistema parlamentario y el
establecimiento de la dictadura del proletariado, pero rechazando la «dictadura del Partido» a favor
del «sistema de los Consejos». También rechazaba la participación electoral y el sindicalismo. (N. del
t.)
El nazismo convirtió al proletariado en «clase socialmente dominante» bajo una
forma mistificada: acelerando cualitativa y cuantitativamente la proletarización de
las clases medias a la vez que las mantenía al margen de la esfera productiva —dentro
de la esfera de circulación desarrollada por el capital para satisfacer sus necesidades
—, conservándolas así como clases medias, proletarizadas pero sin integrarlas en el
proletariado fabril. Este último, por su parte, vio cómo su papel en el proceso de
trabajo disminuía constantemente en términos cuantitativos en relación con el
proceso productivo global, a la vez que se hacía cada vez más decisivo a raíz de la
dominación del proceso de valorización y por tanto, aumentando cualitativamente.
De ahí en adelante, la mayoría de los hombres se convirtieron en trabajadores
asalariados y una minoría de ellos en productores de plusvalor.
2ª Parte

HACIA EL FIN DE LA PREHISTORIA DE LA HUMANIDAD… O


HACIA EL FIN DE LA HUMANIDAD
I- EL PROCESO DE PRODUCCIÓN ESPECÍFICAMENTE CAPITALISTA

1) - Una vez que el capital accede a la dominación real, el proceso de trabajo


(humano) es absorbido por el proceso de valorización, en el sentido de que el proceso
de producción se vuelve cada vez más social y científico y el trabajo (humano) sólo
subsiste, en lo fundamental, como fuente de valorización del capital, es decir, como
fuente de producción de plusvalor. En otras palabras, el trabajo excedente domina
cada vez más al trabajo necesario, el cual es asumido cada vez más por la maquinaria
y la tecnología, que reemplazan al ser humano, quien en lo fundamental permanece
dentro del proceso sólo como trabajador excedente.

El proceso de producción, por tanto, se vuelve específicamente capitalista


cuando el trabajo abstracto y el materializado se unen para dominar al trabajo
concreto y humano. Llegan a su perfección y a su límite cuando los medios de
producción se transforman en un proceso automático.

2) - Este proceso de producción es plenamente social sólo porque el proceso de


valorización absorbe al proceso de trabajo. Por tanto, es social sólo para el capital y
por mediación de éste. Esto se refleja en su organización por medio de una división
del trabajo que alcanza un grado cuyo máximo ejemplo es la cadena de montaje
semiautomática.

Los trabajadores, sometidos a ritmos de trabajo cada vez más acelerados, acusan
los efectos del carácter humanamente asocial de semejante organización. A través de
ella, son los efectos del capital los que acusan: el trabajo abstracto productor de valor
de cambio cobra existencia y se concreta para ellos, por así decirlo, en la misma
organización del trabajo; éste es uno de los aspectos de la unificación del ser
proletario, cuya plena existencia como trabajador excedente en el seno del proceso
de producción se suma ahora a la plena existencia de su condición de desposeído en
tanto trabajador asalariado.

3) - El capitalista tradicional tiende a desaparecer. Ahora procede de las filas de


los organizadores y administradores del proceso de producción, como los gerentes y
los tecnócratas. Por otra parte, como consecuencia de la automatización, el capital
financiero tiende cada vez más a apropiarse de los medios de producción por medio
del crédito. Así, partiendo del capital financiero (y comercial) del que surgió, el modo
de producción capitalista plenamente desarrollado tiende a volver a éste; sólo que
ahora él es el productor y el capital financiero es el producto: el círculo se ha
cerrado.

4) - Para los obreros de la fábrica, la conciencia transformadora en relación con


su situación sólo puede ser destructiva y negativa en lo que concierne a la
organización del trabajo; y por consiguiente, sólo puede ser destructiva en relación
con las relaciones de producción, porque estas relaciones se presentan directamente
en la organización del trabajo.

Esta conciencia ya resulta aparente de manera inmediata en los numerosos


actos de sabotaje organizados que afectan a la mayoría de las fábricas más
modernas de Europa (Fiat, Turín, 1969), y sobre todo en Estados Unidos, donde
estos actos se presentan cada vez más como movimientos de lucha organizados por
los trabajadores que los sindicatos no pueden asumir. Entre otros objetivos, los
saboteadores tratan de asignarse algo de tiempo libre para descansar desorganizando
totalmente la cadena de montaje8. Se trata de una crítica del trabajo excedente, que
es un elemento de las relaciones de producción capitalistas, de su existencia como
trabajadores excedentes y de un deseo de vida. Estos movimientos no se ocupan de
reorganizar la producción a través de o dentro del proceso de producción existente;
no tienen pretensión gestora alguna, porque las bases materiales de la autogestión
obrera desaparecieron con el productor inmediato. Es más, dado el extremo al que ha
llegado la división del trabajo, la destrucción de dicha división pasa por la
destrucción del trabajo y la reapropiación de los medios de producción implica su
transformación en un proceso plenamente automático. La humanidad dominando el
proceso de producción a través de su actividad social de supervisión y control: en eso
consiste la transformación del carácter social del trabajo para el capital en su carácter
social para la humanidad.

5) - Los sindicatos se han ido integrando en el capital a la vez que el proceso de


trabajo. Cada vez defienden menos el precio de la fuerza de trabajo de los proletarios
y cada vez defienden más los intereses del capital; de ahí las políticas de consenso y
los llamados contratos «progresistas» para evitar huelgas costosas; en efecto, cuando
la maquinaria se convierte en la base del proceso de producción, «a partir de ese
momento toda interrupción del proceso productivo opera directamente como merma
del capital mismo, de su valor previamente puesto. El valor del capital fijo sólo se
reproduce en la medida en que se le consume en el proceso de producción. Si no se le
utiliza pierde su valor de uso sin que su valor se transfiera al producto. Por
consiguiente, cuanto mayor sea la escala en que se desarrolla el capital fixe —en la
acepción con que aquí lo analizamos— tanto más la continuidad del proceso de
producción o el flujo constante de la reproducción se vuelve una condición
extrínsecamente forzosa del modo de producción fundado sobre el capital.» (Marx,
Grundrisse: Cuaderno VII, «Fragmento sobre las máquinas»). El sabotaje
organizado y el absentismo masivo tienen el mismo efecto sobre el proceso de
producción que las huelgas, pero no pueden evitarse con una buena política
contractual.

La integración de los sindicatos acarreó muchas huelgas salvajes durante el


período de la posguerra (las primeras se produjeron en Alemania durante los años
20). Las huelgas salvajes constituyen una crítica inmediata de los sindicatos como
presuntos representantes de los intereses de los trabajadores, pero no suponen, ni
pueden suponer, la superación del sindicalismo, porque eso requeriría ni más ni
menos que una crítica del papel de los sindicatos como verdaderos representantes
de los intereses del capital, y equivaldría a su destrucción: la integración de los
sindicatos en el capital sólo puede ser destruida mediante la destrucción del capital
8Véase ICO, n° 115-116, « Le contre-planning dans l’atelier », pese a la propensión del autor a
interpretaciones autogestionarias pagadas al precio de muchas contradicciones risibles contenidas en
el texto. Dirección: P. Blachier, 13 bis, rue Labois-Rouillon, París 19 ème.
y de sus relaciones de producción. Una y otra (destrucciones) van de la mano, pero,
en contra de lo que creen o fantasean muchos consejistas, la destrucción de los
sindicatos no puede preceder a la destrucción del capital.

Los sindicatos se revelan cada vez más como lo que son a ojos del proletariado,
pero pese a ello este último no pone fin a su existencia, porque en la práctica sólo
podría abolirlos aboliéndose prácticamente a sí mismo.

El interés de los sindicatos tiende «naturalmente» hacia la gestión de las


relaciones de producción capitalistas, bautizada por algunos, como la CFDT *, con el
nombre de «autogestión». Los gerentes más progresistas, es decir, los más
visionarios en materia de luchas de clases, apoyan esta reivindicación abogando por
la cogestión (véase el diálogo entre Petri, presidente del holding estatal italiano IRI, y
Trentin, líder de la CGIL, publicado en el número de Le Monde del 14-12-71).

II- LA COMUNIDAD MATERIAL DEL CAPITAL

1) - Cuando el valor accede a la autonomía y domina totalmente al trabajo y a la


sociedad, se deshace de sus viejas presuposiciones ideológicas, como la política, pero
también de la religión y la filosofía... que ya no necesita para mantener su
dominación, dado que organiza directamente la existencia del conjunto de los
proletarios y de los seres humanos proletarizados, y constituye por sí solo una
ideología materializada en la mercancía (lo que los situacionistas llamaban el
«espectáculo»). El valor organiza directamente la existencia del proletariado a través
de los productos constituidos tanto por la masa de mercancías que la fuerza de
trabajo consume para reproducirse, como por el capital-mercancía (maquinaria) que
esa fuerza de trabajo consume en el proceso de producción de esa masa de
mercancías. Así, el valor produce y reproduce sus propias necesidades específicas de
valorización. La ideología del valor tiende a presentar los productos del desarrollo
del modo de producción devenido específicamente capitalista —ciencia, maquinaria y
actividades de ocio— como el patrimonio de la «sociedad-de-todas-las-clases-
reunidas», como si ya perteneciera a la comunidad humana, cuando es el mero
patrimonio del capital.

El Estado no es más que el regulador de la economía, es decir, de la vida del


capital; por consiguiente, está en todas partes y tiende a presentarse como
conciencia histórica del capitalismo.

2) - La verdad y la realización de la ideología del trabajo productivo residen en la


ideología del producto mercantil, el producto ideológico final de un sistema basado
en el trabajo y la producción.

El chantaje ejercido sobre el proletariado para trabajar a fin de satisfacer sus


necesidades vitales se perpetúa en el chantaje ejercido sobre éste para satisfacer sus
deseos enajenados, las pseudo-necesidades de la acumulación de mercancías, que
son, de hecho, las necesidades vitales del capital.
** La CFDT fue fundada en 1964, cuando la mayoría de los miembros del sindicato cristiano
Confédération Française des Travailleurs Chrétiens (CFTC) decidió formar un sindicato laico. En
1974, gran parte de sus miembros se afilió al Partido Socialista de François Mitterrand, abandonó el
proyecto autogestionario y abogó por alinearse con el modelo socialdemócrata europeo. (N. del t.)
En pocas palabras, cuando el trabajo y el capital se fusionan, la comunidad
material del capital se presenta ante la sociedad como la comunidad humana: allí
donde uno cree estar tratando con el hombre, sólo se topa con el valor y su
materialización en forma de mercancías.

No obstante, bajo la comunidad material del capital vive y se desarrolla la


comunidad humana; bajo los deseos alienados viven los deseos, y el sistema produce
su propia subversión.

III- LA CRÍTICA DEL TRABAJO Y EL MOVIMIENTO DEL PRODUCTO


(SOBRE EL MOVIMIENTO EXTRA-LABORAL)

1) – En cuanto la ciencia reemplaza al hombre dentro del proceso de trabajo, éste


tiende a ser excluido cada vez más del proceso de producción y, por consiguiente, el
desempleo pasa de ser coyuntural a estructural, adquiriendo así un carácter más o
menos permanente (en particular en Estados Unidos, cfr.: James Boggs, The
American Revolution: Pages from a Negro Worker’s Notebook*); Por otra parte, los
proletarios tienden a excluirse cada vez más a sí mismos de este proceso cuya
existencia dominante en tanto proceso de valorización destruye la base material de
la ideología del trabajo. Los jóvenes proletarios, que nacieron con la dominación real
del capital o ya bajo ella, articulan la crítica del trabajo rechazándolo de diversas
maneras, que van del absentismo laboral regular al rechazo categórico de éste
mediante el recurso a los expedientes como forma de subsistencia; de ahí el
desarrollo de la delincuencia juvenil.

2) - Los proletarios así situados de nuevo al margen del proceso productivo,


vuelven a descubrir la existencia de mercancía potencial que en otro tiempo fue la
base de la creación del trabajo asalariado. Sin embargo, a diferencia de los parados y
del lumpenproletariado decimonónicos, no constituyen un «sector» atrasado del
capital: en el siglo XIX, los parados, víctimas de la destrucción de los sectores pre-
capitalistas, constituían, en lo que se refiere a la posibilidad de su empleo en el
proceso de producción, las mercancías potenciales del futuro: un futuro que
pertenecía al naciente modo de producción capitalista, que aún estaba por
desarrollarse.
Hoy en día, los parados son el producto mismo de este desarrollo tocando a su
fin en las naciones industrializadas. De ahora en adelante constituyen mercancías
sin futuro, que ya no pueden o no quieren ser empleados en el proceso de
producción capitalista. Constituyen, en cierto modo, la avanzadilla extrema de un
sistema cuyas posibilidades han explorado históricamente en su totalidad, y en
consecuencia, se convierten en mercancías aún más potenciales.

3) - En términos inmediatos, dado que ya no circulan en el mercado de trabajo,


estas mercancías circulan en el mercado común a todos los productos: el espacio-
tiempo de la distribución-consumo, donde se hacen frente y se consumen entre sí del
mismo modo que todos los demás productos: a través de la rivalidad, la emulación y
la eliminación. Sobre esta base, entre los años 1956 y 1960 aparecieron grupos

** http://www.historyisaweapon.com/defcon1/amreboggs.html (N. del t.)


jerarquizados de jóvenes proletarios —«blousons noirs *», «rockers», etc...— que se
enfrentaban unos a otros, y cuyos miembros enfrentaban entre sí por el derecho al
liderazgo dentro de cada pandilla, pues cada mercancía y cada comunidad de la
mercancía existen sólo por diferenciación (las primeras bandas de este tipo
aparecieron en Alemania durante la década de 1930). Este terreno de circulación y de
consumo también es aquel en el que se despliega el discurso ideológico del valor
materializado en las mercancías. Estas comunidades de jóvenes proletarios se rigen
completamente por esta ideología, y sólo por ella. Entre ellos, el rechazo del trabajo
va de la mano con la glorificación de las mercancías y de su auto-glorificación como
mercancías y productos del sistema (exhiben sus actitudes, no las del proceso de
producción). También ellos existen como una comunidad del capital, y su
peculiaridad consiste en hacerlo visiblemente.

4) – No obstante, cuando estas comunidades de proletarios no trabajadores o


que sólo trabajan esporádicamente se rebelan contra el orden capitalista, dan
muestras de un potencial destructivo que pone en cuestión toda la racionalidad del
sistema. De hecho, dada la posición extrema que ocupan, estas comunidades en
lucha ponen en evidencia a todo el sistema y la organización misma de su existencia
como mercancías.

A través del saqueo critican esta existencia, más allá de la cual sólo podría
encontrarse la comunidad humana desembarazada del capital. Tales fueron los
disturbios negros del año 1965 en Estados Unidos, que mostraron un poderoso
potencial comunista. A raíz de mayo de 1968, el saqueo se volvió insurreccional
(sobre todo en Lyon), así como en el Barrio Latino de París —en una hermosa tarde
de sábado de junio de 1971— como una de las primeras manifestaciones prácticas y
masivas del proletariado europeo luchando en los lugares de consumo. Dos
fenómenos extraordinarios tuvieron lugar entonces: la constitución inmediata de los
izquierdistas en «milicia pública» para la defensa del capital «del pueblo» y «sus»
mercancías, y la fusión real y semi-consciente de estas comunidades no trabajadoras
con otros sectores del proletariado y de la clase media proletarizada (estudiantes,
trabajadores migrantes y proletarios «adultos y sensatos»).

Por lo tanto, al destruir los fundamentos materiales del trabajo y su ideología y


crear comunidades de intereses situadas más allá del trabajo y, por tanto,
potencialmente más allá del capital, este último crea a su adversario y también los
fundamentos mismos de su abolición: el producto y su ideología no son nada cuando
la posibilidad y la conciencia del trabajo productivo se han disuelto en gran medida.

Debido a su carácter puramente destructivo, estas luchas, negación potencial del


orden capitalista, son políticamente inorganizables desde el exterior. Pues aquí de lo
que se trata —contenida en el rechazo del trabajo o en la imposibilidad de acceder a
él— es de la conciencia histórica del proletariado, nacida y desarrollada a partir de la
disolución de la ideología del trabajo y de la ideología política. La conciencia histórica
se ha emancipado de su usurpación ideológica: el rechazo del trabajo va de la mano
con el rechazo de la política.

** Homólogos franceses de los greasers estadounidenses, una subcultura de clase trabajadora de la


década de 1950 integrada por bandas de jóvenes del sur y de la Costa Este de Estados Unidos, de
extracción mayoritariamente italoamericana e hispana. (N. del t.)
En estas luchas, la conciencia revolucionaria se presenta bajo la forma inmediata
de una conciencia de la destrucción del producto, de todos los productos del sistema.
Esta conciencia no puede consumarse en el marco de estas luchas o en su terreno, el
del espacio-tiempo extra-laboral; debe penetrar en los puntos de producción donde
tiene lugar la producción y reproducción de la mísera existencia mercantil de estas
comunidades.

5) - A este respecto se imponen dos observaciones importantes. La primera es


que cuanto más se rebelan contra el sistema y se enfrentan a él estas comunidades de
proletarios semi o no-trabajadores, más lo ponen en evidencia y, por tanto, más se
enfrentan prácticamente a la organización de su propia existencia y se transforman
irreversiblemente a sí mismas. En un texto titulado « Naissance du mouvement
radical », publicado en el n° 93 de ICO *, un compañero escribió lo siguiente: «Estos
últimos (los blousons noirs) formaban pandillas extremadamente jerarquizadas, con
líderes probados, que tenían el derecho de golpear a «sus» hombres, el derecho
exclusivo a follar... con su favorita, etc.... La rivalidad entre bandas (riñas
sangrientas) era el medio de emulación y supervivencia para cada uno de ellos, y para
los miembros de cada una de ellas en su seno. Ahora quedan pocas bandas, al menos
en su forma anterior; han sido reemplazadas por grupos no organizados cuya
composición fluctúa según los encuentros del día. Existen líderes más o menos
asertivos, por supuesto, pero rara vez son indiscutibles. Cada vez luchan menos
contra otros grupos, y cada vez lo hacen más contra un poder que empieza a mostrar
su verdadera faz. La revuelta de la juventud «marginada» ha pasado de la era
prehistórica a los primeros años de su historia, fusionándose con el movimiento
obrero —del que sin duda forman parte— al ponerlo en evidencia.

Aparte del empleo equívoco del término «marginal», eso es exactamente lo que
está sucediendo.

La segunda observación se refiere a la comparación entre las comunidades de


mercancías constituidas por estas bandas y los grupúsculos izquierdistas, sectas y
capillas varias de la extrema izquierda estudiantil e intelectual. Su modo de
existencia es el mismo —la rivalidad, la emulación, la eliminación, el liderismo, las
escisiones, etc.— y también se rige por la diferenciación. (Véase el texto « Pour une
théorie des chapelles » [«Para una teoría de las capillas»], publicado en el n° 44 de «
Noir et Rouge* », que representa un notable intento de describir este fenómeno). El
motivo es muy sencillo: una gran masa de estudiantes (y por tanto de intelectuales)
aún no ha comenzado a trabajar, y quizá no lo hagan nunca; están condenados al
paro, no como resultado de una crisis o de una «reestructuración», sino porque, al
igual que los trabajadores jóvenes, ese es su destino; por tanto, son mercancías más
potenciales todavía. La proletarización de estos estratos de clase media no los integra
en las filas de los trabajadores productivos o improductivos, sino en las de quienes no
trabajan, lo que intensifica relativamente su grado de proletarización. Al convertirse
en proletarios, se vuelven inmediatamente proletarios del todo. Sin embargo —y
hasta ahí llega la comparación y la unificación— debido a su posición social,
rezuman, respiran y se nutren de ideología política. Mientras que el joven blouson
noir se rige exclusivamente por la ideología del valor materializado en la mercancía,
ellos siguen rigiéndose con retraso por la ideología de la organización del valor bajo
** Este texto no se publicó sólo en el nº 93 de ICO, sino también en el nº1 de Négation. (N. del t.)
** http://archivesautonomies.org/IMG/pdf/anarchismes/apres-1944/noiretrouge/NR-n44.pdf (N.
del t.)
la dominación formal, la ideología de la ideología, la política, el espacio-tiempo
donde siempre han hecho de las suyas. En consecuencia, pese a que sus luchas se
desarrollan al mismo nivel que las del proletariado no trabajador (luchas en el
espacio-tiempo no laboral: calles, lugares de consumo, universidades, etc.), debido a
su naturaleza «política», tienden a ir en la dirección opuesta, es decir, a apoyar al
capital y su proceso de reproducción de las relaciones sociales hablando el lenguaje
de la organización y la conciencia procedentes del exterior: la «política». En
consecuencia, terminan chocando con las pandillas juveniles como resultado de sus
intentos de recuperarlas, organizarlas o canalizarlas (véase el saqueo del Barrio
Latino) constituyéndose en sindicatos extra-laborales.

Así pues, su lucha contra los sindicatos es una competencia por el reparto del
poder: los sindicatos y los partidos mantienen el control sobre los lugares de
producción y ellos controlan la realidad social extra-laboral (crítica de las
instituciones, manifas, universidades, «juicios populares», festivales pop, etc.). Sin
embargo, esta lucha es ilusoria y cada vez más ineficaz, porque es la lucha de la
última conciencia política de la historia, el izquierdismo, contra el capital y sus
productos históricamente sociales.

Es la lucha de las clases medias para detener el asalto del tiempo en el mismo
momento histórico en que el tiempo social las está exterminando. Al reafirmar la
política, también reafirman el trabajo y exaltan al proletario en tanto trabajador
inmediato, al igual que la conciencia inmediata de éste, en calidad de equivalente
general.

A diferencia del joven blouson noir, en el que nace la conciencia de la destrucción


del producto (de todos los productos) —una conciencia que, para poder realizarse,
tiene que volver a entrar en los lugares de producción en el transcurso de un
movimiento unificador— la conciencia del joven intelectual izquierdista se presenta
como una conciencia organizadora y apologética, como conciencia del trabajo y del
trabajador mediada por una persona social interpuesta, y que, para poder fingir que
se corresponde con la realidad, debe mantenerse al margen de los lugares de
producción, donde la realidad social es la materialización del discurso al que sigue
aferrado. Al mismo tiempo, su existencia de proletario o de ser en vías de
proletarización contradice cada día un poco más su conciencia política, lo que la lleva
a reafirmar de manera aún más descarada su carácter ideológico. O bien el proceso
de proletarización hace saltar en añicos la ideología del trabajo y de la política, y
termina uniéndose a las luchas del proletariado o, por el contrario, la ideología del
trabajo y de la política le situará en las filas de la contrarrevolución organizada.

IV- NACIMIENTO DEL MOVIMIENTO COMUNISTA

1) - Desde hace varios años en Estados Unidos y recientemente en Europa, la


crítica del trabajo se ha difundido masivamente entre los proletarios que permanecen
en el proceso de producción. Esta crítica tiene muchas facetas: el sabotaje
organizado, como hemos visto antes; un absentismo masivo en la mayoría de las
empresas más importantes y modernas (cada día, el 12% de los trabajadores de
General Motors faltan al trabajo sin dar explicación alguna —según el nº 115-116 de
ICO—, casi la misma proporción que en la Fiat de Turín, ¡y en muchas fábricas de
Gran Bretaña los lunes por la mañana no hay casi nadie!; cambios frecuentes de
fábricas por parte de la mayoría de jóvenes proletarios, con períodos más o menos
largos ausencia completa de trabajo entre los cambios.

Todas las facetas de esta crítica se encuentran reunidas en los mismos


proletarios, que sabotean, se ausentan del trabajo, cogen la baja por enfermedad,
sabotean, etc.…

Esta práctica se presenta como una crítica de las relaciones de producción


capitalistas, y en particular del plustrabajo dominante, luego es sin duda una crítica
de la condición proletaria.

A través de esta práctica, los jóvenes proletarios reafirman su opción por el


tiempo de ocio (no-trabajo) como medida de la riqueza social.

En el ocio (no-trabajo) ya existe una posibilidad de afinidad electiva entre los


seres (incluso si bajo capital esta elección sigue estando mistificada) con los que uno
quiere vivir, mientras que en la fábrica esta elección pertenece sólo al capital. Esta
elección es la afirmación consciente de la comunidad humana dominando a las
cosas, la racionalidad apasionada y fascinante de la humanidad social frente a la
racionalidad helada y glacial del capital: los proletarios de Detroit, Estados Unidos,
que abandonan su taller para unirse a sus amigos en otros talleres, reafirman su
contra-opción. (Cfr. el nº de ICO ya citado: « Le contre-planning dans l’atelier »).

La comunidad humana optará por sí misma porque no puede producirse


conscientemente más que a sí misma/para producirse conscientemente no dispone
más que de sí misma.

Por tanto, tanto la elección de comunidad como la elección de «ocio» como


medida de la riqueza social ya son una afirmación inmediata del comunismo.

2) – Ahora bien, el modo de producción capitalista sólo admite el tiempo de


trabajo como forma de medida y produce ocio sólo en relación con el trabajo: se
presenta una contradicción directa entre el mantenimiento de este modo de
producción y las prácticas sociales de los jóvenes proletarios. Además del sabotaje y
como su complemento, en lo que se refiere a las luchas esta contradicción se sitúa en
dos planos:

• Luchas en los espacios de «ocio», de la calle a las salas de fiestas, donde los
jóvenes proletarios descubren cada vez más al capital como organizador del
espacio-tiempo del no-trabajo.

• Intensificación de las luchas en los lugares de producción durante el tiempo en


que están presentes en ellos debido a la necesidad de reunir el máximo de pasta
posible para satisfacer sus necesidades durante el tiempo en que no trabajan
(constitución de una especie de reserva social). Se convierten así en la punta de
lanza de las huelgas salvajes.

Por lo tanto, cada vez más jóvenes proletarios poseen una práctica de lucha que
abarca la realidad social en su conjunto. Se reafirman como poseedores de una
práctica dialéctica que no deja nada de lado. Dondequiera que esté el capital, en sus
diversas materializaciones, ellos se afirman como el sujeto de su destrucción.
El movimiento de crítica del trabajo dota de todo su significado al movimiento
de las huelgas salvajes.

3) - Era normal que el movimiento proletario comenzara a manifestarse de nuevo


y de manera global en los espacios en los que se vio inhibido durante las décadas de
1920 y 1930 —las fábricas— y con un contenido que, tras su derrota, lo había
transformado en mero objeto del capital: las ocupaciones.

Fue Francia, donde esta inhibición había tenido un carácter más democrático (el
movimiento de las ocupaciones de 1936), la que heredó esta clase de repetición
(mayo-junio de 1968), y donde, cuando reapareció, el movimiento dejó de aceptar la
inhibición y comenzó a superarla: negativamente, mediante la ausencia de tentativas
de reorganizar la producción capitalista, y positivamente, mediante la huida de las
fábricas por parte de muchos jóvenes proletarios que, cuando pudieron, trasladaron
sus luchas a las calles y a las barricadas.

No menos normal fue que el movimiento proletario fuese precedido y


«catalizado» por el movimiento estudiantil, que era a la vez el movimiento de la clase
media «proletarizada» que exigía «democracia» y el movimiento de la población que
aún no trabaja.

Esto fue lo que mistificó todo el movimiento de mayo de 1968, que fue incapaz
de reconocerse debido a su incoherencia, fruto de sus múltiples componentes de
clase y dimensiones históricas (características del pasado y características del
futuro). El movimiento estudiantil no fue superado por el movimiento proletario, lo
que muestra claramente todas las limitaciones de mayo del 68 y explica que el debate
se mantuviera, en ese momento y posteriormente, a nivel democrático y
autogestionario.

4) - El movimiento de negación del proletariado debe volver a emprender el


camino seguido por el fascismo, pero invirtiendo el rumbo: allí donde el proletariado
«clásico» (productor de plusvalor) se había vuelto objeto, ahora tiende a convertirse
de nuevo en sujeto. Mediante su práctica dialéctica, constituye la dirección práctica
de las luchas de la clase en proceso de universalizarse: la totalidad de la humanidad
proletarizada que comienza a enfrentarse al capital. A través de su práctica —que es
revolucionaria sólo si es negadora— el proletariado «clásico» da todo su sentido a
esta confrontación: la lucha por la liberación de la humanidad. Además de las luchas
del proletariado no productivo, parado o inactivo, debe integrar en su movimiento de
negación las luchas de los estratos de la clase media proletarizada, destruyendo
aquellas que no pueda integrar para no ser destruido y/o integrado por ellas.

Así, lo que una ideología marxista vinculada a la etapa capitalista de la


dominación formal había fijado y petrificado en el concepto de una «dictadura
política del proletariado» vuelve a ponerse prácticamente en movimiento.

El movimiento comunista nace sobre las ruinas de la ideología comunista y


contra ella.
V- LOS VIEJOS RACKETS POLÍTICOS

1) - Cuando el capital domina de manera real y total, los partidos


«revolucionarios» se transforman en organización para el partido. (¡El partido del
partido!)
Así no hacen más que poner de manifiesto su incapacidad para situarse en el
verdadero terreno de la vida del proletariado; de ahí su existencia sectaria y su
impotencia para organizar las rupturas con el sistema representadas por las luchas
más radicales.

En lo sucesivo ya sólo pueden tomar partido por la existencia del proletariado, ya


que éste último es ahora capaz de abrazar él mismo y de manera inmediata la causa
de su propia negación. En consecuencia, los grupúsculos se ven reducidos a simular
que organizan al proletariado en tanto comunidad del capital y en el seno de éste; de
ahí el carácter positivo que confieren al proletariado, pero también, de resultas, al
propio capital (¡obreros al poder!).

Los distintos grupúsculos de ideología «clásica» son otros tantos rackets que
hacen la apología del trabajo y que compiten entre sí siguiendo las directrices del
modo de existencia del capital.

La forma racket es la verdad de la forma partido.


2) - En consecuencia, la verdad de los viejos partidos dirigidos por intelectuales
reside en los rackets actuales, compuestos fundamentalmente de intelectuales,
fenómeno que concuerda con el surgimiento de éstos como estrato social tras el final
de la guerra. Mientras que antes los intelectuales, pequeños o medianos, se
presentaban como una «capa ideológica desprovista de intereses sociales
específicos», capaz de ponerse al servicio tanto del proletariado como de la
burguesía, en la Rusia soviética de 1917 lograron materializarse por primera vez no
sólo como clase social, sino como clase de la mentira. Una mentira que ahora se ven
obligados a repetir indefinidamente no sólo al proletariado —cosa que les cuesta cada
vez más— sino sobre todo a su propia clase, disimulándole a ésta su proletarización
(y disimulándosela así a sí mismos), de manera que se desenvuelva exclusivamente
en la esfera de la ideología política. De hecho, los grupúsculos ejercen su racket
mucho más sobre los intelectuales (profes, estudiantes) que sobre el proletariado
«clásico», pero en consecuencia tienden a constituirse en rackets sobre la clase
universal que tiende a formarse abarcando a los estratos proletarizados.

No obstante, la actitud y la práctica de estos estratos determinan el futuro de la


lucha de clases y, en parte, su desenlace. Mientras la clase universal aún no se haya
formado de manera efectiva, y estos estratos de clase media proletarizados no hayan
optado prácticamente y socialmente por enfrentarse al capital para destruirlo (y ese
es el caso cuando continúan desenvolviéndose en gran medida en el ámbito político),
pueden oscilar entre la revolución y la contrarrevolución. Esta última alternativa es,
en la actualidad, la más plausible, pues los estratos de clase media se congregan cada
vez más en torno a la ideología del proletariado y su conciencia inmediata (y aún no
en torno a su práctica social y su conciencia negadora), aglomeración que fue la base
del nacimiento del fascismo, el nazismo y el estalinismo.
Ya mismo, incluso, cabe interpretar ciertas expresiones de la práctica maoísta —
que examinaremos en el próximo número de Négation— como el inicio de la
contrarrevolución.

Lo que llamamos «maoísmo» no se refiere simplemente a las organizaciones


maoístas, que en Francia, efectivamente, se están descomponiendo en menor o
mayor grado, sino al conjunto de determinaciones sociales y de conciencia de clase
que comportan una práctica en torno a la cual se aglutina la mayoría de la clase
media proletarizada, y en la que se reconocen. La descomposición del maoísmo en
forma de organizaciones «clásicas» es, por lo demás, un signo de que estas clases
comienzan a enfrentarse a dificultades de una manera mucho más directamente
social; de ahí el envite que se vislumbra en esta situación: integración en las luchas
del proletariado o luchas contra el proletariado.

Para nosotros, por tanto, la crítica del izquierdismo como racket político no
consiste tanto en criticar el carácter anacrónico de la existencia política e ideológica
de estas sectas, como en comprender la práctica social que su existencia pone de
manifiesto.

VI- LOS NUEVOS RACKETS POLÍTICOS


(Potere Operaio)
1) - Mientras que en lo fundamental, Francia se ha atenido al izquierdismo
clásico, en Italia ha surgido un nuevo tipo de racket en forma de grupos como Potere
Operaio, que tratan de organizar el movimiento del rechazo del trabajo. La estrategia
europea de este grupúsculo se resume en su lema: «salario político», es decir,
salarios para todo el proletariado, tanto el que trabaja como el que no,
independientemente de cualquier consideración económica con respecto al capital, e
independientemente de la productividad en particular.
En una palabra, se trata de la generalidad del trabajo asalariado
pretendiendo declararse en contradicción con el trabajo asalariado. La
contradicción fundamental que afecta a un racket como PO salta a la vista: la política
como actividad especializada surgió a la vez que el trabajo en tanto doble productor
de valor de uso y de valor de cambio. En el seno del desarrollo histórico del valor, la
ideología política está estrechamente ligada a la ideología del trabajo. Cuando el
valor ejerce la dominación real y total, los fundamentos materiales de la ideología del
trabajo y de la ideología política se derrumban simultáneamente, como hemos visto
anteriormente.
Y entonces aparece PO para intentar organizar políticamente lo que es una
crítica tanto del trabajo como de la política.
Su razonamiento «teórico» es el siguiente: dado que el rechazo del trabajo va
más allá del marco de la economía (que PO considera limitada a la esfera
productiva), este movimiento es directamente político, de ahí la posibilidad de
organizarlo. Ahora bien, si bien es cierto que el proletariado, constituido en clase y
aboliéndose, realizará la política poniéndole fin de una vez por todas como actividad
especializada, todas sus luchas tendientes a esta auto-organización y supresión
tienen lugar sobre el terreno de la vida del capital, que se ha infiltrado en todas
partes auto-organizando la vida de los proletarios. La economía lo domina todo hasta
el extremo de que parece haber desaparecido, de ahí la frase «todo es político»
acuñada por este fetichismo.

2) - En consecuencia, varias características determinan y limitan


simultáneamente la existencia de un racket como PO:
a) El movimiento extra-laboral es considerado en su realidad inmediata, según la
posición que ocupa en el sistema, es decir, como el elemento negativo de esta
sociedad (al igual que los partidistas y consejistas tradicionales consideran la fábrica
sólo en su realidad inmediata, como el elemento positivo de esta sociedad). Ahora
bien, sólo la dialéctica del movimiento, entrelazando las luchas que tienen lugar en el
espacio-tiempo extra-laboral y en las luchas fabriles, puede transformar a la
comunidad extra-laboral de elemento negativo de esta sociedad en negación de esta
sociedad y viceversa, conferirle un carácter negador a la comunidad de la fábrica. PO
se ve reducido a considerar indefinidamente a la comunidad no trabajadora como el
elemento negativo dentro del sistema, dotándola así de una positividad política,
condición imperativa para la existencia de cualquier racket. Como resultado, PO no
puede asumir la organización de las luchas destructivas de esta comunidad; sólo
puede organizar manifestaciones a favor del salario político que se oponen
espectacularmente a las manifestaciones de los rackets clásicos por el derecho al
trabajo. En la estrategia de PO, se supone que el movimiento fabril se vincula con el
movimiento extra-laboral sobre el terreno de este último, convirtiéndose así mismo
en político: una caricatura adialéctica de la constitución en clase del proletariado,
pero debido a las necesidades de mantener el racket.
Por tanto, PO también resta importancia al movimiento de absentismo por el
que, puesto que ya está presente como en Estados Unidos, el movimiento dialéctico
de las luchas expresa un contenido comunista, resulta completamente inorganizable
desde una perspectiva política.
b) Las separaciones —incluso las oposiciones— entre las diferentes comunidades
del proletariado también las considera a partir de su realidad inmediata, como base
estratégica para la intervención europea sobre los migrantes.
Criticando a los grupúsculos tradicionales que querrían unir piadosamente a
proletarios migrantes e indígenas, la intención de PO es, por el contrario, intensificar
estas separaciones, ampliar la brecha en la realidad producida por el capital «para
llevarla a un punto de desintegración que haga posible la reunificación». Aquí vemos
de nuevo la cómica gimnasia que hace las veces de dialéctica para este grupúsculo y
que disimula, pero de hecho revela, la contradicción que desgarra a PO: su base
racket, que reside en la separación misma de las diferentes comunidades del
proletariado. Para un racket, la unificación de las luchas a través de la lucha y en su
seno equivale a la muerte (porque supone la constitución de la clase mediante la
reapropiación de su conciencia histórica), de ahí la estrategia combinada de
exacerbar las separaciones, a la vez que se promueve la unificación ideológica a
través de la esfera política y en su seno, donde PO, en tanto Conciencia, se
impondría.
Pese a sus esfuerzos para intentar disociarse de ellos, este lamentable racket no
puede hacer las cosas mejor que los grupúsculos izquierdistas tradicionales: tratar de
organizar al proletariado como una comunidad de capital.
3) - Considerando que, debido a la imposibilidad actual de reaparición de la
conciencia inmediata del proletariado —la conciencia de los productores de valor de
uso—, los rackets clásicos no encuentran nada a lo que hincarle el diente y se ven
reducidos así a la impotencia, PO, el fruto de esta imposibilidad, saca las
conclusiones para configurar una crítica racketista de los consejos obreros9, a fin de
situarse en el terreno de la aparición de la conciencia histórica del proletariado: la
crítica y el rechazo del trabajo.
¡Esto equivale a pretender sustituirse directamente a esta conciencia —en una
palabra, a ser la conciencia de la conciencia, al igual que los otros grupúsculos
izquierdistas quieren ser el partido del partido— y a pretender organizar su propia
negación en tanto racket! De hecho, como hemos visto, no pueden asumir la
realización de esta conciencia histórica, porque se niegan simultáneamente a
reconocer que los lugares de producción son la esfera de realización de la misma y se
niegan a reconocer la unificación real de las diversas comunidades en lucha del
proletariado, lo cual resume su contradicción y su limitación.
4) - Sin embargo, al intervenir en el terreno real e inmediato de la existencia del
proletariado y del nacimiento de su conciencia negativa, tales rackets pueden no
presentarse inmediatamente como tales, porque han de atenerse a la realidad para
intentar confundirse con ella. Por tanto, desempeñan un papel mistificador y son un
verdadero obstáculo para las luchas; de ahí la importancia de desmitificarlos por
medio de una crítica implacable.
Dado que dependen más estrictamente de otros grupos izquierdistas de la
evolución del sistema y de las luchas de clase, tales grupúsculos surgen en aquellos
países en los que la situación económica y las luchas se encuentran entre las más
avanzadas, y lo hacen bajo formas diferentes según el grado de esta evolución. Así, en
Italia, donde nació PO, este grupo político surgió casi inmediatamente como tal, y
ahora busca una segunda juventud, y recuperar su virginidad inicial, extendiéndose a
otros países europeos.
En Gran Bretaña, donde el estado de las luchas del proletariado —tanto en
términos de luchas fabriles como en la crítica práctica proletaria del trabajo— parece
más avanzado que en cualquier otro lugar de Europa, aparecen inmediatamente en
movimientos extra-laborales como las Claimants Unions (organizaciones que
defienden los intereses de los parados y de los no-trabajadores), y en el momento
mismo en que aparecen, ya no pueden presentarse en la forma tradicional de los
grupúsculos izquierdistas, a la vez que llaman, no obstante a apoyar al despreciable
IRA nacional-socialista junto con todos los demás cretinos de los grupúsculos
tradicionales.
En cuanto a Estados Unidos, allí nunca han aparecido, y de ahora en adelante la
situación en ese país parece haber dejado atrás cualquier posibilidad de que lleguen a
existir. Las luchas en Estados Unidos parecen excluir ya cualquier posibilidad
reformista. Allí la revolución comunista está a la orden del día, lo que significa que de
ahora en adelante ninguna organización externa a la clase y a sus luchas tiene
posibilidades de arraigar.
En Francia, uno de los países más rezagados tanto en términos de desarrollo
económico como de luchas, podría dar la impresión de que un grupo como PO tiene
9Que tiene más posibilidades de realizarse como conciencia histórica sustituta a través de los consejos
(cfr. el texto de PO sobre los consejos en Alemania y Lenin, que no sabemos de qué folleto o libro
sacaron).
un futuro brillante por delante, y ha creado un compinche balbuceante allí en la
persona del grupo « Matériaux pour l’intervention » (Martin Adler, BP 42-06, París).
Sin embargo, esto es meramente hipotético, porque Francia forma parte del mundo
capitalista; una rápida evolución e intensificación de las luchas en los países más
avanzados tendría repercusiones en la propia Francia y la conduciría directamente al
nivel de estas luchas. Esta podría ser una de las consecuencias, entre otras, de la
entrada de Gran Bretaña en el Mercado Común.
Grupos como PO parecen ser la expresión de una proletarización creciente de los
intelectuales y su conciencia. En lo que respecta al grupo francés « Matériaux pour
l’intervention » —compuesto principalmente de profesores—, parece estar en
consonancia con la desintegración ideológica de este medio, que en los dos últimos
años se ha vuelto descaradamente evidente: una vez desechada la pompa ideológica
del trabajo docente —el «conocimiento»—, este tiende a revelarse cada vez más como
lo que es: «trabajo asalariado». De ahí su crítica a manos de docentes cada vez más
jóvenes, muchos de los cuales trasladan este poder ideológico a la política, a la
organización política del proletariado, y erigirse así en los últimos ideólogos y
últimos políticos.

5) - En conclusión, podríamos decir que toda la contradicción de PO está


contenida en su propio nombre: llamarse a sí mismo «Poder Obrero» revela —
además de la sustitución, pero explicándola al mismo tiempo— que para este racket
el proletariado no debe llegar hasta el extremo de abolirse a sí mismo, sino que más
bien debe tomar el poder y, además de eso, volver a convertirse en trabajador
colectivo, ¡¡lo que significa que el proceso de valorización y el proletariado deberían
dar marcha atrás y volver a la fase histórica en que eran muy poquita cosa, y el
trabajo humano y el productor de valor de uso lo eran todo!!

Por lo demás, PO, que tiene la pretensión de reescribir la historia desde la


perspectiva de un marxismo puro depurado de toda la mierda socialdemócrata,
leninista10 y estalinista, aspira a una continua marcha atrás de la historia.

Por lo demás, no son los únicos en estrenarse en este pequeño juego de mesa: ¡el
verdadero marxismo, el único, el integral, el no distorsionado, el no revisado, está en
cartel, como Jesús*!

10De hecho, PO nunca emprende una crítica real del leninismo; en ocasiones parece estar a punto de
iniciarla, pero luego acaba justificándolo plenamente. ¡Por lo demás, este también es el caso de
muchos grupos diferentes que han «superado el leninismo» sin haberlo criticado nunca!
** Alusión a Jesucristo Superstar, ópera rock estrenada en París por aquel entonces. (N. del t.)
ALGUNAS CONCLUSIONES

1) - El marxismo fue una ideologización de la teoría de Marx. Él mismo participó


en esta fijación, particularmente en sus escritos y sus posicionamientos «políticos».

La contradicción de Marx fue la describir la vida de un ser, el Capital, desde su


nacimiento hasta su muerte, a la vez que vivía en una época en que este ser aún
estaba poco desarrollado; de ahí la glorificación de la política cuando trató de
plasmar su análisis de las relaciones de producción capitalista en la realidad
inmediata y activa.
Existía una contradicción terrible entre las posibilidades prácticas del
movimiento —que en aquel entonces era exclusivamente el movimiento «obrero»— y
que tenía sobre todo tareas eminentemente «políticas» que cumplir (el
establecimiento de la democracia burguesa republicana y/o de democracias
«populares» entre 1830 y 1879, así como la generalización del trabajo asalariado y el
proletariado por parte de la Segunda Internacional). Así pues, existía contradicción
entre todo esto, y las conclusiones que Marx extrajo de su análisis del capitalismo,
que iba más allá de los límites de su época precisa. Y sin embargo, y pese a ello, este
análisis estuvo ligado a las luchas fundamentalmente comunistas del proletariado de
la época. Lo que Marx dijo fue una crítica radical de lo que sólo en parte pudo lograr.
Era muy consciente de ello y en su correspondencia venía a declararlo más o menos.
Pero en el movimiento inmediato, por otra parte, Marx sólo podía limitar
cualitativamente la aportación de su obra teórica radical. (Véase el aislamiento casi
completo de Marx y Engels en el plano doctrinal, y cómo fueron incomprendidos
incluso por sus discípulos: cfr. la crítica de los programas de Erfurt y Gotha).
Así, Marx y Engels también fueron, a su pesar, los primeros burócratas e
ideólogos del movimiento obrero. Sus escritos fundamentales (los Manuscritos
económico-filosóficos de 1844, los Grundrisse, la Introducción a la Contribución a
la crítica, El capital, etc.) no pueden adquirir todo su sentido y su veracidad sino
ahora, porque sólo ahora el capitalismo descrito por Marx se ha realizado por
completo, y consecuentemente el comunismo está a la orden del día.
Las obras de Marx no podían servir sino a la formación ideológica de la
burocracia socialista, constituida por intelectuales especializados en el manejo de la
dialéctica y la economía —pero en tanto esferas separadas— así como de una fracción
de la aristocracia obrera. La teoría marxista no servía para nada más que para
demostrar la necesidad del capitalismo mediante el conocimiento de sus «leyes» (cfr.
Althusser) y, por tanto, para perpetuar las relaciones capitalistas en el poder de los
jefes, los dirigentes sindicales y los políticos. El hecho de que Marx se centrara en la
crítica de la economía no es donde estaba el quid de la cuestión: el quid de la cuestión
es que esta crítica de la economía se considerara como una ciencia, y no como el
núcleo de la teoría de la praxis comunista del proletariado.
El fundamento de este economismo era la necesidad de comprender la economía
capitalista para defender el trabajo asalariado contra el capital (socialdemocracia) o
para crearlo desde cero (leninismo).
Por otra parte, esta terrible dicotomía traduce la dicotomía intelectual/manual
que ambos bandos de la lucha entre la burocracia manipuladora marxista y la
burocracia conspirativa bakuninista, enarbolaron como bandera irrisoria y espejo
deformante en el seno de la Primera Internacional.
Cada una de las etapas que condujeron de Marx al estalinismo constituye la
verdad de la anterior: marxismo blanquista y con prejuicios políticos - marxismo
socialdemócrata determinista y economista - leninismo - estalinismo. El trotskismo
es un percance arcaizante; en cuanto al bordiguismo, es la falsa realidad del
marxismo de la burocracia, además de ser su expresión «más científica».
Hoy en día el marxismo es el discurso de la clase dominante del capitalismo «del
Este», y el discurso académico que tiende a dominar en Occidente. La existencia de
estos dos discursos implica obviamente, que se censure o se reste importancia a
determinados escritos de Marx, que se distorsionen o se mutilen otros, y que se sitúe
a otros en primer plano.
2) - Durante el siglo XIX, los anarquistas tenían razón al afirmar que no podía
haber un Estado realmente proletario. Esta afirmación, sin embargo, no estaba
desprovista de contradicción: entre los anarquistas, la ideología del trabajo estaba
igual de exacerbada que en el movimiento «obrero» en su conjunto.
De hecho, lo justo de su concepción se reducía en aquel entonces a ser una sub-
utopía11 humanista poco menos que religiosa. La ideología anarquista no se ha
librado —y no podía librarse— del destino habitual de los ideólogos bajo la
dominación formal: expresar y mistificar al mismo tiempo la realidad del capital y de
las luchas de clases.
La verdad de la ideología anarquista (veinte años después de que se viera
comprometida, como toda la flor y nata socialista de la época —Kropotkin en
particular— por la Primera Guerra Mundial) quedó de manifiesto en la España de
1936, donde el escándalo no residió en la participación de anarquistas en el gobierno
contrarrevolucionario republicano, sino en el motivo de esta participación: a pesar
de las prometedoras premisas creadas por la magnífica lucha de clases del
proletariado español, también allí y desde muy pronto, las «colectividades»,
consideradas por los anarquistas como la destrucción de las relaciones de producción
capitalistas, no dejaron de ser sino el potencial de generalización y de
racionalización.
Es obvio que el federalismo anarquista no tiene nada de comunista ni de
destructor del Estado. Esta es una concepción vinculada al nacimiento del
capitalismo, una utopía que no sería más que una regresión histórica (en la que
grupos de productores competirían entre sí en un mercado convertido en «justo» por
la regularización del anti-Estado).
La comunidad humana es anárquica y centralizada a la vez y su fundamento es
la conciencia del hombre social.
La contribución de los escritos anarquistas en este último aspecto es
considerable, incluso si en aquel entonces no podía tratarse más que de
declaraciones humanistas que rozaban el misticismo y, por consiguiente,
mistificadoras.
Hoy en día, cuando lo que está en juego en las luchas del proletariado es la
destrucción del Estado y el establecimiento de la Anarquía Práctica, con la ideología
anarquista trapichean —además de la vajilla sucia de antaño (FA *)— sectas-
organizaciones cuya existencia está calcada de la de las organizaciones leninistas: la
confusión de las ideologías y su oposición espectacular se produce a nivel de rackets.

11La corriente utópica (Fourier en particular) tenía una comprensión mucho más racional de la
sociedad, que cabe considerar incluso intuitivamente genial, pero por otra parte, completamente
desprovista de incidencia práctica sobre las luchas proletarias. Lo que resulta notable es la confluencia
entre la corriente utópica de Fourier, el movimiento obrero anarquista y las luchas radicales entre
1830 y 1870, que Joseph Déjacques captó mejor que nadie, y que constituye ya una visión clara y
luminosa de los fines y los medios del comunismo.
** Federación anarquista franco-belga perteneciente a la Federación Internacional de Federaciones
Anarquistas fundada en 1968 durante una conferencia anarquista internacional en Carrara). (N. del t.)
También trapichean con esta ideología «comunas» artesanales o agrícolas que
querrían regresar ilusoriamente a los cimientos de la producción precapitalista, y que
creen escapar así a su triple miseria de proletarios (¡pues claro!), ideólogos e
«ideologizados» (el tufo de la religión).
El carácter radicalmente negador de la literatura anarquista revolucionaria —
Bakunin, Coeur de Roy, Eric Mühsam, Malatesta, Camillo Berneri, etc.— en relación
con el sistema capitalista y la exigencia de la liberación total de la humanidad a todos
los niveles que se puede encontrar en ella es un bofetón en plena cara para los
anarquistas, al igual que la obra de Marx es una patada en el culo para los marxistas.

3) - En los medios que han dejado atrás al leninismo, la crítica de los consejos
obreros está ahora en a la orden del día, pero dicha crítica suele escamotear el
verdadero problema al no ver en los consejos alemanes otra cosa que una expresión
superficial de la clase obrera 12, o afirmar que la oposición entre los soviets y el
partido bolchevique sólo existe en las cabezas de los consejistas 13. Los consejistas, por
su parte, convierten la relación del consejo-partido en una oposición rígida, poco
menos que moral: la existencia de los partidos y su realización como conciencia
histórica sustitutiva no parecen haber tenido fundamento material alguno.

En realidad sí hubo una oposición real entre los consejos obreros y los partidos,
que no fue otra que el potencial de autonomía de la clase respecto de sus
representaciones políticas; pero esta oposición no era rígida; lo que oponía a ambos
términos de la misma era un vínculo, y lo que los vinculaba entre sí era una
oposición.
Para el consejista alemán de los años 20, Otto Rülhe, el proletario sólo lo es en la
fábrica; en otras partes se comporta como un pequeño burgués, etc.... Ya hemos visto
que el proletario lo era de entrada porque no tenía ningún medio —de producción y
de subsistencia— de evitarlo. Hoy en día, esta concepción consejista, que en aquel
entonces tenía fundamentos reales debido a los límites de las luchas —si
prescindimos de los matices ideológicos del calificativo «pequeñoburgués»— supone
una incomprensión total de las luchas y una traba ideológica para la comprensión del
movimiento revolucionario que vuelve a tomar forma. Todos los neo-consejistas (por
no mencionar a los cretinos para-situs del tipo GRCA *, cuya reciente desaparición es
su única contribución significativa) se ven reducidos a formar organizaciones
políticas para el advenimiento del poder de los consejos obreros (cfr. la reciente
fusión consejista entre los «Cahiers du Communisme de Conseils» de Marsella y
«Révolution Internationale» de Toulouse y París, con la inenarrable «Organisation

12Invariance nº 1, nueva serie. J. Camatte. B.P. 133 (83) Brignolles. (Un texto fundamental, por
cierto, que debe completarse con la lectura del folleto «Fondements de l’économie communiste» de
Information Correspondance Ouvrière). * Ambos textos se pueden encontrar en
http://revueinvariance.pagesperso-orange.fr/serieI.html y http://aaap.be/Pdf/Transition/Transition-
fr-Foundations-ICO-1971.pdf (N. del t.)
13Leninismo y ultra-izquierda, de Jean Barrot, disponible en La Vieille Taupe, 1, rue des Fossés, St.
Jacques. * http://blog.vela-do.net/wp-content/uds/2013/10/74189056-Dauve-Gilles-Jean-Barrot-
Leninismo-y-ultraizquierda-1969.pdf (N. del t.)
** Groupe Révolutionnaire Conseilliste d’Agitations. Grupo pro-situ francés. (N. del t.)
conseilliste» de Clermont-Ferrand*): en resumidas cuentas, se trata del racket
partidista invertido y bajo una forma aún más risible.
Ahora bien, si es preciso afirmar con firmeza que el proletario sólo lo es en la
fábrica, también hay que reafirmar que su existencia en el proceso de producción es
cada vez más decisiva.
La destrucción efectiva de las relaciones capitalistas de producción depende en
última instancia y fundamentalmente de la abolición del proletariado en el seno del
proceso y del espacio en el que se desarrolla: la fábrica. En consecuencia, los
Consejos pueden reaparecer como organizaciones de lucha, pero su contenido tendrá
que ser completamente distinto e incluso opuesto al de los consejos obreros
alemanes e italianos y los soviets rusos. Tendrán que formar parte de un movimiento
de lucha destructiva que abarque la realidad social en su conjunto (la totalidad del
espacio y el conjunto de los seres humanos proletarizados —incluidos los proletarios
no productivos y en particular los proletarios que no trabajan—, de la que el Estado
no es más que el regulador policial. No podrán ser nada menos que consejos
proletarios —y no se trata de una mera cuestión de palabras, dada la unificación del
ser proletario— que comiencen a negar inmediatamente el proceso de producción-
valorización.
Como dice el compañero que escribió «Capitalismo y comunismo 14»:

«… para revolucionar la producción, para liquidar la empresa, la revolución comunista se


ve obligada naturalmente a servirse de ella. Ahí está su palanca esencial, al menos durante
una fase. No se trata de poner pie en la empresa para quedarse encerrado en ella y
gestionarla, sino para salir de ella y unir entre sí las empresas sin intercambio, lo cual las
destruye como empresas.»

Los consejos sólo pueden aparecer para abolirse.


En otras palabras, como última afirmación de la dirección práctica del
proletariado fundamental en el transcurso del movimiento, pueden realizar la
democracia económica y social con el fin de destruirla de una vez por todas,
destruyendo cualquier separación entre ser y pensamiento, pues la delegación de
poderes humanos en los que se basa toda democracia —directa o indirecta— no
podrá sobrevivir al advenimiento de la comunidad humana.
4) - La teoría no tiene otro papel que el de ser la expresión global y la
clarificación de la conciencia que los proletarios poseen de su situación y de sus
luchas, conciencia indisolublemente ligada a su práctica, así como explicar y poner
al día simultáneamente el desarrollo del movimiento revolucionario. Combatir todas
las ideologías sustitutivas que pretendan ocupar el lugar de esta conciencia
(autogestión, organización, etc.) forma parte de esta clarificación.
Esto implica que los «teóricos» no tengan intereses de clase inmediatos e
históricos opuestos a los del proletariado en vías de universalizarse, dentro del cual

** «Bajo la influencia de la “Révolution Internationale”, grupo originalmente comunista consejista y


próximo a ICO en 1968-1970, y de su líder Marc Chirik, ex-trotskista y luego militante bordiguista,
que regresó de Venezuela a Francia en 1968, estos dos últimos grupos [‘Organisation conseilliste de
Clermont-Ferrand’, Pouvoir international des conseils ouvriers (PICO)] se fusionaron éste (1972) para
formar finalmente un grupo internacional (la CCI) en 1975.» (Philippe Bourrinet, La Gauche
communiste germano-hollandaise (des origines à 1968). (N. del t.)
14Le Mouvement Communiste nº2, G. Dauvé, B.P. No. 24, 93 Bondy. (* En
http://grupgerminal.org/?q=system/files/Declive.pdf (N. del t.)
ya deben estar práctica y socialmente incluidos; y esto implica, a su vez, que ya no
sean más que «teóricos».
5) – De hecho, es el propio modo de producción capitalista el que destruye el
trabajo, el intercambio orgánico entre «el hombre-individuo» y la naturaleza, porque
al socializarlo de manera gradual, lo transforma en una sola función productora de
beneficios, y por tanto en alienación para la humanidad y la naturaleza en conjunto.
El proletariado debe destruir esta función aboliéndose a sí mismo. Al hacerlo,
consuma la destrucción del trabajo humano individual en un sentido humanamente
social; libera a la humanidad y a la naturaleza reconciliándolas y pone los cimientos
de una actividad social productiva que puede definirse como el intercambio orgánico
entre el hombre socializado y la naturaleza.
Las cimas de la prehistoria se alcanzan cuando el capital accede a la dominación
real y total sobre el trabajo y la sociedad, y tiende a destruir el entorno natural del
hombre. Entonces el movimiento inherente a las relaciones sociales de los hombres
parece desaparecer, y sólo aparece el carácter fijo de las cosas. Sin embargo, el
movimiento vive y se desarrolla bajo el capital-mercancía: todo acto productivo es un
movimiento social, y el modo de producción capitalista es un antagonismo en actos,
el desarrollo de una contradicción. Y en el mismo momento en que el movimiento
desaparece espectacularmente, vive anónimamente, invisible a ojos de aquello que le
es ajeno. Se desarrolla hasta convertirse en la negación de la fijación de las cosas y
del capital, hasta que vuelve a hacerse generalmente visible de nuevo invadiendo
ámbitos que habían permanecido ciegas ante él hasta ahora. A través de él, y en su
seno, todo vuelve a ponerse lentamente en movimiento.
El punto de ruptura con el capital es el punto en el que el carácter móvil del
hombre redescubre domina el carácter fijo de las cosas; cuando el trabajo toca a su
fin, también toca a su fin la prehistoria humana.

«Así como el sistema de la economía burguesa para nosotros se ha desarrollado tan sólo poco a
poco, otro tanto ocurre con la negación del sistema mismo, negación que es el resultado último de esa
economía. Todavía tenemos que seguir ocupándonos del proceso inmediato de producción. Si
consideramos la sociedad burguesa en su conjunto, aparece siempre, como último resultado del
proceso de producción social, la sociedad misma, vale decir el hombre mismo en sus relaciones
sociales. Todo lo que tiene forma definida, como producto, etc., se presenta sólo como momento,
momento evanescente en ese movimiento. El mismo proceso inmediato de producción se presenta
aquí sólo como momento. Las mismas condiciones y objetivaciones del proceso son uniformemente
momentos del mismo, y como sujetos del proceso aparecen sólo los individuos, pero los individuos en
relaciones recíprocas a las que tanto reproducen como producen por vez primera. Tanto su propio
proceso constante de movimiento, en el que asimismo se renuevan, como el mundo de la riqueza
creada por ellos.»
Karl Marx (Grundrisse)

«Lo que la Crítica crítica combate aquí no es solamente el amor, sino todo lo vivo, todo lo
inmediato, toda experiencia sensible y, en general, toda experiencia real, de la que nunca se sabe de
antemano “de dónde” viene ni “adonde” va.»

Karl Marx (La Sagrada Familia)

6) - Para nosotros, evidentemente, la revolución no es inevitable; pero lo que sí lo


es de antemano es el doble enfrentamiento del proletariado fundamental con el
capital y las capas de clase media proletarizadas o en vías de proletarización. Si el
proletariado incorpora a estas capas a sus luchas destructivas, entonces la gran
mayoría de la humanidad proletarizada se enfrentará al capital para destruirlo. Si,
por el contrario, los proletarios se dejan absorber por las luchas inmediatas de estos
estratos de clase media a favor de la democracia y, por tanto, del capital, los
antagonismos que la propia existencia de éste suscitan entre las distintas
componentes del proletariado universal —e incluso en el seno del mismo
proletariado fundamental— sólo podrán exacerbarse y resultarán en la
autodestrucción física de la humanidad, en su negación por el capital triunfante, sin
otra perspectiva que esta destrucción parcial o integral.

Lo que está en juego en las luchas de clases de hoy es la negación del proletariado
o la negación de la especie humana. De ahí la importancia de detectar el surgimiento
de la contrarrevolución por adelantado.
Desarrollaremos estas conclusiones y los demás puntos fundamentales de este
texto en publicaciones posteriores.

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