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VIVIENTES
Federico Corriente
Junio 2017
termina el párrafo remitiendo a una nota a pie en la que cita expresamente como
«excepción a esta tendencia», el «excelente panfleto del grupo francés Négation
titulado “Lip and the self-managed counterrevolution”».
En el segundo artículo —y llegamos ahora al meollo de los elogios que dedica a
los «neo-bordiguistas»— Goldner destaca que «todas las corrientes francesas
pusieron en primer plano un texto de Marx que, a la larga, quizá tenga mayor
importancia que todo el material nuevo que comenzó a salir a la luz durante las
décadas de 1950 y 1960: el llamado Capítulo VI inédito del Libro I de El capital». Y
de nuevo, apenas unas líneas más allá cita a Négation, subrayando que según este
grupo, el capitalismo, al pasar de su etapa de dominación formal a la de su
1http://colectivogerminal.org/525-2/
2http://breaktheirhaughtypower.org/the-remaking-of-the-american-working-class-the-restructuring-
of-global-capital-and-the-recomposition-of-class-terrain/ y
http://breaktheirhaughtypower.org/communism-is-the-material-human-community-amadeo-
bordiga-today/ .
dominación real «hace desaparecer al obrero, dejando tras de sí, en esencia, sólo al
proletario» (Distinción que acarrea una multitud de repercusiones, entre las que «El
proletariado como destructor del trabajo» cita un enorme incremento del número de
parados permanentes —en su mayoría pertenecientes a la población negra— en
Estados Unidos como consecuencia de la aplicación generalizada de la
automatización en la industria.)
Es bien sabido que el artífice de esta nueva periodización del capitalismo y de la
historia del movimiento obrero fue Jacques Camatte. Según relata Goldner, «por
primera vez, se hizo posible, en mi experiencia, vincular la historia de la clase obrera
durante el siglo XX, no sólo a la burocracia, sino a la naturaleza cambiante de la
acumulación capitalista, que producía y requería a la burocracia 3». Nada tan natural,
pues, como que Loren Goldner —teniendo en cuenta el amplio y provechoso uso que
ha hecho de esta aportación concreta del «neobordiguismo francés» en su extensa y
variada obra— reconociera su deuda con éste.
Ahora bien, en los ambientes de la «izquierda comunista» (neoortodoxa) pos-
sesentayochista, no todo el mundo se ha mostrado tan proclive a reconocer
francamente la contribución de Camatte y de otros «neobordiguistas» —etiqueta esta
que, por cierto, Négation habría rechazado de plano— al «fecundísimo debate» del
período 1968-1973. Todo lo contrario. Es más, en las raras ocasiones en las que dicho
medio rompe su silencio sepulcral al respecto, prefiere esgrimir motivos de hostilidad
secundarios y sobrevenidos antes que evocar los que de verdad le duelen 4. Cabe
señalar que el propio Goldner no ha hecho suyas, ni mucho menos, las tesis más
controvertidas que tanto Camatte como Négation dedujeron de la nueva
periodización, ni tampoco se ha aventurado nunca a refutar los presuntos «errores»
que contendrían. Es muy revelador, por lo demás, que su moderada defensa de la
«obra temprana» de Camatte5 no logre aplacar la indignación de cierta militancia,
que sospecha —confusamente, pero con razón— que por temprana que sea, dicha
obra no deja de socavar en profundidad postulados fundamentales de la «ideología
revolucionaria dominante».
Veamos, pues, algunos de los corolarios —tan incómodos e inaceptables para
determinados sectores— contenidos en el nuevo paradigma impulsado por Camatte y
cía.
El primero de ellos es que el vector fundamental de la transición del predominio
de la extracción de plusvalor absoluto en la acumulación capitalista (dominación
formal) al predominio del plusvalor relativo (dominación real) no fue otro que la
actividad de la clase trabajadora en defensa de sus intereses. En otras palabras, a
despecho de lo que creyeran sus protagonistas y de los tintes rosados (intensos) bajo
los que la ideología revolucionaria acostumbra a pintar al movimiento obrero clásico
—incluidos ahí sus momentos más «gloriosos» y más ricos en «lecciones»—, éste
6Tanto el «rechazo del trabajo» como la crítica camattiana de la «organización» dieron lugar a
ásperos —pero muy escasamente publicitados— debates a ambos lados del Atlántico. Además de «
El tercer y último corolario de la penetración de la ley del valor en todos los
ámbitos de la existencia es la crisis de la política. Bajo la dominación formal, los
antagonismos entre clases representativas de modos de producción rivales, así como
la presencia de gran número de pequeños propietarios independientes, convertía a la
política en una forma de mediación necesaria de los conflictos de clase. Para la clase
trabajadora, débilmente desarrollada, era a la vez posible y necesario intervenir en
ese ámbito para formar alianzas y salvaguardar sus intereses, y el asociacionismo
político y sindical «obrero» llegó a constituir una auténtica «sociedad paralela»
autónoma en el interior de la sociedad capitalista.
Una vez consumado el tránsito a la dominación real, el movimiento del valor en
proceso, capaz de organizar la existencia de la «comunidad material» por su cuenta,
desplaza a la política como fuente de cohesión social; ésta subsiste
fundamentalmente como forma superficial de integración social y alternancia en el
poder, a la vez que el consumo de ideología va perdiendo terreno ante la ideología del
consumo. Durante el «período de transición», el movimiento obrero pierde su
antigua autonomía y sus organizaciones se integran en la maquinaria estatal,
mientras el peso de la esfera política disminuye progresivamente ante la expansión
continua del deporte de masas, la industria cinematográfica, el ocio programado, la
música «popular», etc.
A partir de 1968 y el «retorno de la revolución social», la crisis de la política
situará a la «izquierda comunista» pos-sesentayochista ante dos problemas
íntimamente relacionados que ni siquiera puede plantear correctamente sin
comenzar a renunciar a sí misma.
Por una parte, dado que sigue concibiendo la revolución comunista en la óptica
de la dominación formal —como un proceso de unificación política del proletariado
que desemboca en la toma del poder y la aplicación de un programa 7— sigue
creyendo en la necesidad de un «estrato militante programáticamente pertrechado»
que tendría como misión, cuando no constituirse en una organización política
hegemónica a tiempo para su cita con la «revolución», por lo menos convertir su
«conciencia» en la conciencia revolucionaria dominante. Esto la conduce a comulgar
periódicamente con la ilusión de que movimientos que no llegan a desbordar (pese a
los muchos momentos «radicales» que puedan contener) los cauces de la política
desemboquen en la revolución comunista, lo que se salda con estrepitosos batacazos
que la «teoría revolucionaria» no logra explicar satisfactoriamente y de los que sólo
parece extraer la conclusión de que la próxima vez habrá que hacerlo mejor.
Refus du travail, faits et discussions », de Échanges et Mouvement (editado en 1979 en el Reino Unido
bajo el título “The Refusal of Work” [https://libcom.org/library/echanges-movement-refusal-work]),
habría que mencionar «The Illusions of ‘Solidarity’» (http://libcom.org/library/illusion-solidarity-
david-brown), así como « On Organisation: Two Reviews of the Camatte/Collu Pamphlet»
(https://www.fifthestate.org/archive/279-december-1976/on-organization/)
y «Camatte, Collu & On Organisation» (https://www.fifthestate.org/archive/280-february-
1977/camatte-collu-on-organization/).
7La crisis de la política acarrea la crisis del «programa comunista» desde que cesa de ser posible
concebir la comunización de la sociedad como la aplicación de un «programa» conforme a las
necesidades históricas del proletariado, que requeriría la ratificación o aprobación de éste por ser al
mismo tiempo exterior a su ser y a su actividad real.
Por otra, bajo la dominación real toda organización que no contribuye directa o
indirectamente al proceso de valorización se ve rápidamente ante la disyuntiva de
adoptar prácticas que le permitan mantenerse y prosperar (llegando, si es preciso,
hasta la fusión con las empresas más exitosas de su sector), o vegetar en la
irrelevancia hasta desaparecer. En caso de que una crisis política del sistema lo
requiera —como se ha podido comprobar en años recientes— la demanda de mayor
«radicalidad» se cubre rápidamente, sea mediante la aparición de organizaciones
nuevas o la radicalización de las ya existentes. Los grupúsculos políticos y sindicales
realmente superfluos, sin embargo, sólo pueden perpetuarse en calidad de rackets,
aplicando las mismas técnicas generales que los que «triunfan» pero con matices
más específicamente sectarios, como los relatos míticos y los programas mesiánicos
destinados a mantener el entusiasmo ideológico de las bases, la competencia a
ultranza con otros grupos del «medio», el aislamiento de «su» público de influencias
nocivas del exterior, la designación de chivos expiatorios y las purgas esporádicas.
Ahora bien, en el caso concreto de la «izquierda comunista» pos-
sesentayochista, la completa incapacidad de abordar seriamente estos dos «puntos
ciegos» de su ser sin firmar su propia sentencia de muerte, no es más que el anverso
de su negativa a adoptar en su momento determinadas tesis, expuestas con diáfana
claridad, entre otros, por Jacques Camatte y el grupo Négation:
Hay que decir de inmediato que cuando el ser del proletariado se manifiesta
en su dimensión inmediatamente destructiva, constituye la negación positiva de
la comunidad material y de todas sus formas de organización. […] El momento
más importante de esta manifestación es […] el rechazo […] a aceptar cualquier
separación entre decisión y acción, y por tanto la separación entre ser y
pensamiento sobre la que en el pasado se erigió la posibilidad de una dirección
política basada en el mecanismo de la democracia directa o, más en general, sobre
la que se fundó el mecanismo de representación democrático-despótica en tanto
viejo arte de organizar la sociedad desde el exterior: la política. […]
Todo partido formal no es más que una organización rápidamente
reabsorbida en forma de racket. El partido histórico no puede ser realizado más
que por el movimiento del proletariado constituyéndose en clase. […] Cualquier
otra concepción de la formación del partido descansa sobre la negación implícita
de la proposición: el proletariado será el realizador de la teoría. (Jacques
Camatte, «Transición», 1969)
EL PROLETARIADO COMO DESTRUCTOR DEL
TRABAJO
NÉGATION
París – mayo de 1972
Hemos pensado que sería útil definir por adelantado algunos de los términos
empleados en este texto, porque son muy poco frecuentes en los análisis económicos
al uso, aunque por suerte, cada vez menos. Han sido extraídos de las obras
económicas menos conocidas de Marx (menos conocidas por ser las más
escamoteadas, censuradas o incluso difamadas por los diversos marxismos oficiales o
académicos). Se trata principalmente de los Grundrisse o Fundamentos de la
Crítica…, también conocidos como Elementos Fundamentales para la Crítica…
(1857) y del Capítulo VI Inédito de El Capital, que Marx redactó durante los años
1863-1866.
PROCESO DE TRABAJO
PROCESO DE VALORIZACIÓN
Segunda fase histórica del capital, en la que esta dominación se ha hecho efectiva
y real bajo diversas formas (tanto industriales como agrícolas).
COMUNIDAD MATERIAL DEL CAPITAL
COMUNIDAD HUMANA
Por último, la sociedad capitalista de la que hablamos es, en cada etapa histórica,
la de los países más avanzados y, por lo tanto, más industrializados, salvo cuando
aclaramos explícitamente una situación histórica concreta: Rusia 1917.
1ª Parte
Todo proceso de producción regulado por el valor implica (para una mejor
comprensión) su desdoblamiento en un proceso de trabajo (que produce valores de
uso) y un proceso de valorización (que produce valores de cambio). Sin embargo, el
proceso de producción capitalista tiende a generalizar e intensificar la división del
trabajo agrupando a los productores en unidades de producción cada vez más
importantes y, en el transcurso de este proceso, el proceso de valorización tiende a
dominar cada vez más, y de forma más rápida, al proceso de trabajo.
En efecto, por una parte, en esta fase, el modo de producción capitalista aún no
penetrado sino en ámbitos relativamente limitados de la sociedad.
2) - Por tanto, dentro del proceso productivo, el proletario está dotado —en la
misma medida, digamos— del doble carácter de productor de valores de uso (obrero)
por un lado, y del de productor de valor de cambio (proletario) por otro. De ahí que
también exista una «dicotomía» en el seno del propio proletariado: como mercancía
en potencia (potencialmente desposeída), es plenamente proletario.
3) - Por tanto, así como en esta etapa el dominio del capital sobre el trabajo y la
sociedad es meramente formal, también la condición proletaria domina sólo
formalmente. Asimismo, dentro del proceso de producción, igual que el proceso de
valorización tiende a dominar cada vez más al proceso de producción, también el
proletario tiende a dominar cada vez más al obrero.
Sin embargo, por esta misma razón, y a diferencia de las clases revolucionarias
del pasado, el proletariado no puede establecer sectores proletarios o socialistas de
producción bajo el capitalismo, pues el modo de producción socialista es el de la
humanidad socializada, no el del proletariado, que no tiene futuro político ni
económico alguno. Su único papel histórico y revolucionario consiste en abolirse a sí
mismo para dar paso a este modo de producción social en el que la humanidad
produce a la humanidad.
Ahora bien, la forma partido fue originada por la burguesía y sus necesidades de
organización democrática. El partido es la forma organizativa de aquellas clases que
tienen intereses que defender dentro del sistema y sólo dentro de él: los partidos
burgueses apoyaban a la burguesía (industrial, comercial, financiera) y los partidos
obreros, declarándose reformistas, defendían los intereses inmediatos de la clase
obrera, en una época en que el Estado aún no había sido conquistado realmente por
la burguesía industrial y en la que la clase obrera podía intervenir en el debate
democrático entre las distintas fracciones de la burguesía y los residuos feudales para
promover sus intereses. (Por ejemplo, cuando el cartismo obtuvo la reducción de la
jornada laboral en Inglaterra, obviamente en relación con las luchas de la época).
V- LA TRANSICIÓN
Podría decirse, pues, que los sindicatos se vieron integrados en el capital antes de
la integración efectiva en éste del proceso de trabajo del que eran los representantes.
Esto se debió principalmente a la Primera Guerra Mundial y a la necesidad que tenía
el capital alemán de asegurar la paz social. Los sindicatos, por así decirlo, se pusieron
políticamente y de manera deliberada del lado del capital, anticipándose a la
absorción del proceso de trabajo por el proceso de valorización, y de hecho tendieron
de forma consciente y política a provocar esta absorción. El vacío creado por esta
integración hizo aparecer órganos de defensa de los intereses de los trabajadores: los
consejos, que pronto transformaron su contenido en un potencial de revolución
inmediata, es decir, de generalización del proletariado y acceso a la comunidad
material del capital (dominación real). Así pues, lo que estaba potencialmente en
juego en los consejos alemanes era:
Por consiguiente, la dominación real del valor puede ser establecida bajo el
impulso consciente del proletariado, que sienta así las bases de su propia abolición y,
por tanto, las de la revolución comunista: el movimiento ininterrumpido de luchas
del proletariado, que contiene el desarrollo ininterrumpido de su conciencia de clase,
y que puede evolucionar de inmediata a histórica, puede desembocar, en un período
relativamente corto de tiempo, en el acceso a la comunidad humana.
Los trabajadores, sometidos a ritmos de trabajo cada vez más acelerados, acusan
los efectos del carácter humanamente asocial de semejante organización. A través de
ella, son los efectos del capital los que acusan: el trabajo abstracto productor de valor
de cambio cobra existencia y se concreta para ellos, por así decirlo, en la misma
organización del trabajo; éste es uno de los aspectos de la unificación del ser
proletario, cuya plena existencia como trabajador excedente en el seno del proceso
de producción se suma ahora a la plena existencia de su condición de desposeído en
tanto trabajador asalariado.
Los sindicatos se revelan cada vez más como lo que son a ojos del proletariado,
pero pese a ello este último no pone fin a su existencia, porque en la práctica sólo
podría abolirlos aboliéndose prácticamente a sí mismo.
A través del saqueo critican esta existencia, más allá de la cual sólo podría
encontrarse la comunidad humana desembarazada del capital. Tales fueron los
disturbios negros del año 1965 en Estados Unidos, que mostraron un poderoso
potencial comunista. A raíz de mayo de 1968, el saqueo se volvió insurreccional
(sobre todo en Lyon), así como en el Barrio Latino de París —en una hermosa tarde
de sábado de junio de 1971— como una de las primeras manifestaciones prácticas y
masivas del proletariado europeo luchando en los lugares de consumo. Dos
fenómenos extraordinarios tuvieron lugar entonces: la constitución inmediata de los
izquierdistas en «milicia pública» para la defensa del capital «del pueblo» y «sus»
mercancías, y la fusión real y semi-consciente de estas comunidades no trabajadoras
con otros sectores del proletariado y de la clase media proletarizada (estudiantes,
trabajadores migrantes y proletarios «adultos y sensatos»).
Aparte del empleo equívoco del término «marginal», eso es exactamente lo que
está sucediendo.
Así pues, su lucha contra los sindicatos es una competencia por el reparto del
poder: los sindicatos y los partidos mantienen el control sobre los lugares de
producción y ellos controlan la realidad social extra-laboral (crítica de las
instituciones, manifas, universidades, «juicios populares», festivales pop, etc.). Sin
embargo, esta lucha es ilusoria y cada vez más ineficaz, porque es la lucha de la
última conciencia política de la historia, el izquierdismo, contra el capital y sus
productos históricamente sociales.
Es la lucha de las clases medias para detener el asalto del tiempo en el mismo
momento histórico en que el tiempo social las está exterminando. Al reafirmar la
política, también reafirman el trabajo y exaltan al proletario en tanto trabajador
inmediato, al igual que la conciencia inmediata de éste, en calidad de equivalente
general.
• Luchas en los espacios de «ocio», de la calle a las salas de fiestas, donde los
jóvenes proletarios descubren cada vez más al capital como organizador del
espacio-tiempo del no-trabajo.
Por lo tanto, cada vez más jóvenes proletarios poseen una práctica de lucha que
abarca la realidad social en su conjunto. Se reafirman como poseedores de una
práctica dialéctica que no deja nada de lado. Dondequiera que esté el capital, en sus
diversas materializaciones, ellos se afirman como el sujeto de su destrucción.
El movimiento de crítica del trabajo dota de todo su significado al movimiento
de las huelgas salvajes.
Fue Francia, donde esta inhibición había tenido un carácter más democrático (el
movimiento de las ocupaciones de 1936), la que heredó esta clase de repetición
(mayo-junio de 1968), y donde, cuando reapareció, el movimiento dejó de aceptar la
inhibición y comenzó a superarla: negativamente, mediante la ausencia de tentativas
de reorganizar la producción capitalista, y positivamente, mediante la huida de las
fábricas por parte de muchos jóvenes proletarios que, cuando pudieron, trasladaron
sus luchas a las calles y a las barricadas.
Esto fue lo que mistificó todo el movimiento de mayo de 1968, que fue incapaz
de reconocerse debido a su incoherencia, fruto de sus múltiples componentes de
clase y dimensiones históricas (características del pasado y características del
futuro). El movimiento estudiantil no fue superado por el movimiento proletario, lo
que muestra claramente todas las limitaciones de mayo del 68 y explica que el debate
se mantuviera, en ese momento y posteriormente, a nivel democrático y
autogestionario.
Los distintos grupúsculos de ideología «clásica» son otros tantos rackets que
hacen la apología del trabajo y que compiten entre sí siguiendo las directrices del
modo de existencia del capital.
Para nosotros, por tanto, la crítica del izquierdismo como racket político no
consiste tanto en criticar el carácter anacrónico de la existencia política e ideológica
de estas sectas, como en comprender la práctica social que su existencia pone de
manifiesto.
Por lo demás, no son los únicos en estrenarse en este pequeño juego de mesa: ¡el
verdadero marxismo, el único, el integral, el no distorsionado, el no revisado, está en
cartel, como Jesús*!
10De hecho, PO nunca emprende una crítica real del leninismo; en ocasiones parece estar a punto de
iniciarla, pero luego acaba justificándolo plenamente. ¡Por lo demás, este también es el caso de
muchos grupos diferentes que han «superado el leninismo» sin haberlo criticado nunca!
** Alusión a Jesucristo Superstar, ópera rock estrenada en París por aquel entonces. (N. del t.)
ALGUNAS CONCLUSIONES
11La corriente utópica (Fourier en particular) tenía una comprensión mucho más racional de la
sociedad, que cabe considerar incluso intuitivamente genial, pero por otra parte, completamente
desprovista de incidencia práctica sobre las luchas proletarias. Lo que resulta notable es la confluencia
entre la corriente utópica de Fourier, el movimiento obrero anarquista y las luchas radicales entre
1830 y 1870, que Joseph Déjacques captó mejor que nadie, y que constituye ya una visión clara y
luminosa de los fines y los medios del comunismo.
** Federación anarquista franco-belga perteneciente a la Federación Internacional de Federaciones
Anarquistas fundada en 1968 durante una conferencia anarquista internacional en Carrara). (N. del t.)
También trapichean con esta ideología «comunas» artesanales o agrícolas que
querrían regresar ilusoriamente a los cimientos de la producción precapitalista, y que
creen escapar así a su triple miseria de proletarios (¡pues claro!), ideólogos e
«ideologizados» (el tufo de la religión).
El carácter radicalmente negador de la literatura anarquista revolucionaria —
Bakunin, Coeur de Roy, Eric Mühsam, Malatesta, Camillo Berneri, etc.— en relación
con el sistema capitalista y la exigencia de la liberación total de la humanidad a todos
los niveles que se puede encontrar en ella es un bofetón en plena cara para los
anarquistas, al igual que la obra de Marx es una patada en el culo para los marxistas.
3) - En los medios que han dejado atrás al leninismo, la crítica de los consejos
obreros está ahora en a la orden del día, pero dicha crítica suele escamotear el
verdadero problema al no ver en los consejos alemanes otra cosa que una expresión
superficial de la clase obrera 12, o afirmar que la oposición entre los soviets y el
partido bolchevique sólo existe en las cabezas de los consejistas 13. Los consejistas, por
su parte, convierten la relación del consejo-partido en una oposición rígida, poco
menos que moral: la existencia de los partidos y su realización como conciencia
histórica sustitutiva no parecen haber tenido fundamento material alguno.
En realidad sí hubo una oposición real entre los consejos obreros y los partidos,
que no fue otra que el potencial de autonomía de la clase respecto de sus
representaciones políticas; pero esta oposición no era rígida; lo que oponía a ambos
términos de la misma era un vínculo, y lo que los vinculaba entre sí era una
oposición.
Para el consejista alemán de los años 20, Otto Rülhe, el proletario sólo lo es en la
fábrica; en otras partes se comporta como un pequeño burgués, etc.... Ya hemos visto
que el proletario lo era de entrada porque no tenía ningún medio —de producción y
de subsistencia— de evitarlo. Hoy en día, esta concepción consejista, que en aquel
entonces tenía fundamentos reales debido a los límites de las luchas —si
prescindimos de los matices ideológicos del calificativo «pequeñoburgués»— supone
una incomprensión total de las luchas y una traba ideológica para la comprensión del
movimiento revolucionario que vuelve a tomar forma. Todos los neo-consejistas (por
no mencionar a los cretinos para-situs del tipo GRCA *, cuya reciente desaparición es
su única contribución significativa) se ven reducidos a formar organizaciones
políticas para el advenimiento del poder de los consejos obreros (cfr. la reciente
fusión consejista entre los «Cahiers du Communisme de Conseils» de Marsella y
«Révolution Internationale» de Toulouse y París, con la inenarrable «Organisation
12Invariance nº 1, nueva serie. J. Camatte. B.P. 133 (83) Brignolles. (Un texto fundamental, por
cierto, que debe completarse con la lectura del folleto «Fondements de l’économie communiste» de
Information Correspondance Ouvrière). * Ambos textos se pueden encontrar en
http://revueinvariance.pagesperso-orange.fr/serieI.html y http://aaap.be/Pdf/Transition/Transition-
fr-Foundations-ICO-1971.pdf (N. del t.)
13Leninismo y ultra-izquierda, de Jean Barrot, disponible en La Vieille Taupe, 1, rue des Fossés, St.
Jacques. * http://blog.vela-do.net/wp-content/uds/2013/10/74189056-Dauve-Gilles-Jean-Barrot-
Leninismo-y-ultraizquierda-1969.pdf (N. del t.)
** Groupe Révolutionnaire Conseilliste d’Agitations. Grupo pro-situ francés. (N. del t.)
conseilliste» de Clermont-Ferrand*): en resumidas cuentas, se trata del racket
partidista invertido y bajo una forma aún más risible.
Ahora bien, si es preciso afirmar con firmeza que el proletario sólo lo es en la
fábrica, también hay que reafirmar que su existencia en el proceso de producción es
cada vez más decisiva.
La destrucción efectiva de las relaciones capitalistas de producción depende en
última instancia y fundamentalmente de la abolición del proletariado en el seno del
proceso y del espacio en el que se desarrolla: la fábrica. En consecuencia, los
Consejos pueden reaparecer como organizaciones de lucha, pero su contenido tendrá
que ser completamente distinto e incluso opuesto al de los consejos obreros
alemanes e italianos y los soviets rusos. Tendrán que formar parte de un movimiento
de lucha destructiva que abarque la realidad social en su conjunto (la totalidad del
espacio y el conjunto de los seres humanos proletarizados —incluidos los proletarios
no productivos y en particular los proletarios que no trabajan—, de la que el Estado
no es más que el regulador policial. No podrán ser nada menos que consejos
proletarios —y no se trata de una mera cuestión de palabras, dada la unificación del
ser proletario— que comiencen a negar inmediatamente el proceso de producción-
valorización.
Como dice el compañero que escribió «Capitalismo y comunismo 14»:
«Así como el sistema de la economía burguesa para nosotros se ha desarrollado tan sólo poco a
poco, otro tanto ocurre con la negación del sistema mismo, negación que es el resultado último de esa
economía. Todavía tenemos que seguir ocupándonos del proceso inmediato de producción. Si
consideramos la sociedad burguesa en su conjunto, aparece siempre, como último resultado del
proceso de producción social, la sociedad misma, vale decir el hombre mismo en sus relaciones
sociales. Todo lo que tiene forma definida, como producto, etc., se presenta sólo como momento,
momento evanescente en ese movimiento. El mismo proceso inmediato de producción se presenta
aquí sólo como momento. Las mismas condiciones y objetivaciones del proceso son uniformemente
momentos del mismo, y como sujetos del proceso aparecen sólo los individuos, pero los individuos en
relaciones recíprocas a las que tanto reproducen como producen por vez primera. Tanto su propio
proceso constante de movimiento, en el que asimismo se renuevan, como el mundo de la riqueza
creada por ellos.»
Karl Marx (Grundrisse)
«Lo que la Crítica crítica combate aquí no es solamente el amor, sino todo lo vivo, todo lo
inmediato, toda experiencia sensible y, en general, toda experiencia real, de la que nunca se sabe de
antemano “de dónde” viene ni “adonde” va.»
Lo que está en juego en las luchas de clases de hoy es la negación del proletariado
o la negación de la especie humana. De ahí la importancia de detectar el surgimiento
de la contrarrevolución por adelantado.
Desarrollaremos estas conclusiones y los demás puntos fundamentales de este
texto en publicaciones posteriores.