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Escuela Nueva para Nuestro Tiempo
Escuela Nueva para Nuestro Tiempo
Por razones obvias esas primeras etapas de educación van a ser objeto
privilegiado de atención por razones fundamentales: 1) Afectan a la mayoría de la
población. 2) En ellas está el germen del éxito posterior en otros niveles educativos. 3)
En ellas se fraguan las actitudes de los alumnos ante el saber y su apropiación. Pero
en ningún caso pensamos que la problemática que sugiere la educación elemental
que conocemos no sea en el fondo la misma ,que afecta a los niveles medios y
superiores, si bien con una sintomatología peculiar en cada caso. Al fin y al cabo
reconocemos que el proceso educativo debe ser uno, progresivo pero sin saltos.
El hombre, una vez liberado de sus trabas, podría mejorarse y mejorar el mundo.
El espíritu ilustrado preconizaría la necesidad de apoderarse del saber como el
camino racional que conduciría a la humanidad a elevadas cotas de progreso material
y moral. La realización más inmediata de la aplicación de este principio sería la
progresiva extensión de la enseñanza a ámbitos cada vez más amplios de población.
Pronto se intuyó que la enseñanza elemental debía ser un bien extensible a la
humanidad entera. La escuela adquiría la gran responsabilidad de llevar el saber a
todos y en todas las partes.
Esta necesidad que surgía de planteamientos éticos y políticos, sería apremiante
mucho más tarde, cuando la escolarización se ligase al sistema económico en un
maridaje que hoy en día es totalmente indisoluble. El paso de un sistema agrícola y
artesanal a otro industrial ha requerido un cierto grado de instrucción en el elemento
humano. La enseñanza no es sólo la forma de elevación de la especie humana en un
plano ético-, sino la necesidad ineludible de los sistemas económicos.
A la masa analfabeta hay que redimirla y no sólo por acercarla unos pasos al
mundo sofisticado de la cultura, sino porque también sólo si están instruidos pueden
ser más útiles a la producción. De tal suerte que la industria de la enseñanza es la que
se come una buena parte de los presupuestos de todos los países desarrollados, en la
misma proporción que los gastos militares, y es la cuestión más urgente que acucia a
los pueblos que quieren salir de la miseria y de la dependencia.
Hoy ya, desde la perspectiva que nos brinda la cultura occidental, cuando la
mayor parte de nuestros niños disponen de un puesto en la senda sin fin de la
enseñanza, cuando asistimos a conflictos y conmociones entre pueblos, podríamos
reexaminar lo que se ha hecho y lo que se quiere hacer, para, quizá, reorientar
nuestros esfuerzos.
El saber es hoy la nueva palanca del poder. Los privilegios de casta y de sangre
han cedido el puesto a los privilegios del saber y de cultura. Conocer, saber utilizar el
conocimiento, es la clave para modificar el mundo y para situarse entre los demás.
Llega un momento en el desarrollo de los sistemas económicos en que la mano
de obra analfabeta no rinde debido a la complicación de esos sistemas, a su alto nivel
de especialización. La producción especializada necesita una serie de profesionales
que se hagan cargo de puestos cada vez más especializados dentro de un sistema
muy diferenciado en el que surgen cantidad de puestos intermedios. Esta evolución
del sistema de producción requiere profesionales competentes y diestros que no
tienen que verse siquiera en muchas ocasiones con el proceso de transformación de
los materiales. La escolarización a escala universal se convierte en la columna
maestra donde se apoya todo el tinglado económico: la casi totalidad de puestos de
trabajo requieren la manipulación de una serie de lenguajes simbólicos que no se
pueden adquirir sino en forma sistemática para no restar eficacia a la adquisición de
esta cultura "utilitaria".
Con todo esto no quiero más que llamar la atención sobre el simple hecho de
que la enseñanza muestra una indudable interdependencia con el mundo de la
producción económica; que estar más o menos "educado" es estar en mejores o
peores condiciones de insertarse en ese sistema económico; que la educación es una
forma de poder, el más eficaz hoy para situarse en la escala social. Esta
interdependencia es de una gran trascendencia para la educación, desde el momento
en que tal ayuntamiento le marca unas exigencias que condicionarán lo que en
enseñanza se puede hacer. La escuela, todos lo admitimos, tiene otras funciones, o
debería tenerlas, que no son la mera preparación de profesionales útiles en la
producción. El problema está en ver si esta función no se ha apoderado de todas las
demás o al menos las condiciona inevitablemente y las subordina a ella.
Esta asociación entre saber y emancipación material está muy bien asimilada
por todos: pueblos e individuos. La permanencia en la escuela es condición sine qua
non para acceder a los bienes que tan apetecibles se nos muestran.
Los datos estadísticos que poseemos nos hablan muy claramente: los pueblos
instruidos son los pueblos desarrollados. Basta echar una ojeada a nuestro propio
mapa nacional y comprobar que las provincias que poseen una renta per capita más
elevada son las que poseen tasas de escolarización más elevadas: "Con la sola
excepción de Salamanca, las 26 provincias que alcanzaron en 1967 una
renta per capita inferior al promedio nacional tienen un porcentaje de población de
once a diecisiete años escolarizado en centros no estatales de enseñanza media
menor al 17,1, promedio nacional" (1).
A nivel de naciones puede uno encontrarse el mismo resultado. Así, por ejemplo,
la renta per capita y la tasa de escolarización general de 5 a 24 años guardan una
correlación positiva y elevada (r = 0,82), considerando los datos correspondientes a
44 países de todo el mundo (2). Es indudable que estas asociaciones entre desarrollo
económico e instrucción de la población son interdependientes en el sentido de que
sólo sobre una población instruida se puede montar un sistema económico rentable, y
también solamente una población con recursos económicos puede mantener los
elevados costos del sistema educativo capaz de acoger a la totalidad de la población y
por el máximo tiempo posible.
Otra frustración proviene del hecho de que las aspiraciones educativas de los
grupos sociales caminan por encima de sus propias posibilidades. El deseo de
movilidad social va por encima de la posibilidad de alcanzarlo. De la encuesta que en
1966 se realizó para el informe FOESSA, se desprenden una serie de resultados
importantes: el nivel deseado para sus hijos por las amas de casa era siempre
superior a lo que en realidad podían alcanzar para ellos.
Tanto el nivel de aspiración como el de realización a lograr era superior para los
hijos que para las hijas. La familia distribuye sus recursos de acuerdo con la prioridad
que concede a los sexos en su papel fundamentador de la vida económica de la
familia. Los mismos deseos de movilidad social están en función de la clase social a la
que los encuestados pertenecían (4). Esta aspiración diferenciada supone una toma
de conciencia de las propias posibilidades, de su propia imagen social, y esa misma
concienciación es conciencia de inferioridad cuando llegue el fracaso inevitable:
fracaso por no alcanzar lo aspirado y fracaso dentro del sistema escolar mismo,
puesto que éste no favorece a las distintas clases por igual, como veremos en otro
momento.
Hoy, los motivos para el pesimismo creo que están fundados. A pesar del
ingente desarrollo de los sistemas escolares, la escolarización no ha podido llegar a
todos. Si bien el porcentaje de población analfabeta de los distintos países ha
disminuido considerablemente, las cifras absolutas han aumentado sensiblemente.
Entre los países miembros de la UNESCO, se calcula que un 60 % de la población
activa es analfabeta (5).
Los fracasos: Pero quizá resulte paradójico que un sistema escolar que se ha
desarrollado fundamentalmente a instancias de las necesidades de preparación de
mano de obra debidamente especializada hoy sea criticado por ser rémora para el
mismo sistema económico. Los reproches de ineficacia están ampliamente
extendidos. El sistema de producción debe ser lo más flexible en cuanto a la
asimilación de cualquier técnica o método de producción y organización que garantice
una mayor rentabilidad. La eficacia es el valor clave por el que se guía. Aparte de que
la prioridad de este valor es discutible e incluso rechazable si es el único criterio para
juzgar la rentabilidad de una actividad que debe estar al servicio de otros valores
éticos, resulta que la escuela actual es incapaz de proporcionar los profesionales
adecuados, capaces de adaptarse en un mundo cambiante, que asimilen los rápidos
progresos de la ciencia y de la técnica.
Cada vez son más frecuentes los rechazos que los profesionales salidos de
diferentes áreas de especialización reciben de las empresas por su inadecuada
preparación. En muchos casos las mismas empresas se encargan de la formación de
sus técnicos y obreros. La "experiencia" es solicitada constantemente,
reconociéndose implícitamente que la formación profesional recibida ha estado
desligada de la actividad real. El sistema educativo transmite unas destrezas al
margen totalmente de la vida, de la actividad de los hombres.
Una ojeada a los libros de texto nos deja estupefactos al comprobar que de
ellos están ausentes los temas que más preocupan en el presente. Cualquier materia
histórica se comienza por el origen de los orígenes y raramente conduce el saber de
los alumnos a los tiempos presentes, cuando el alumno podría encontrar un
significado personal a lo que estudia.
Con este elemento humano, con unos locales inadecuados, con carencia casi
absoluta de material didáctico, y mal o nada utilizado el existente, los métodos
vigentes de enseñanza han promovido la misma inactividad que dimanaba del saber
estático e inactual que ofrecían los programas.
En Aprueban el examen
de grado elemental
1956-57 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57,8
1965-66 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50,3
En Aprueban el examen
de grado superior
1956-57 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70,3
1965-66 . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56,9
En Aprueban la prueba
de madurez
1956-57 .. .. .... ... .... .... 66,1
1965-66 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42,5
El grado de participación que las distintas clases sociales tienen en los niveles
de enseñanza del sistema educativo, es muy desfavorable para las clases
trabajadoras. Por ejemplo: En el curso 1962-63 los hijos de obreros que estudiaban en
primero de bachillerato era el 32 %. Entre los alumnos que superaban el examen de
grado elemental, el 21 % era de esa procedencia social, porcentaje que descendía al
14 % para el examen de grado superior, y al 6 % para los cursos superiores
(12). Queda claro que a medida que se asciende en nivel escolar es menor la
participación de la clase trabajadora: los productos inacabados del sistema escolar
son fundamentalmente los hijos de familias sin medios económicos para mantenerse
escolarizados y con substrato psico-social menos propicio para tener éxito aunque
hubiese ayudas económicas.
Si los hijos incorporan el mundo exterior a través del tamiz familiar, resultan
marcados por ese ambiente; llegarán ante las exigencias que plantea la escuela en
una flagrante desigualdad de oportunidades. La escuela acentuará la discriminación
de entrada porque su propia actividad favorece a los que llegan a ella mejor dotados.
El sistema escolar no es, pues, el primer responsable de esta discriminación. "Bloom.
(1964) ha demostrado que más de la mitad de las diferencias de rendimiento
registradas durante los tests de inteligencia tradicionales que han tenido lugar al final
de la enseñanza secundaria se explican por diferencias comprobadas a la edad de
seis años, es decir, al principio de la escolaridad normal" (16). La escuela se limita a
sancionar lo que le llega sin corregir casi nada, tal como ahora funciona. Al calificar a
los escolares los clasifica en una dimensión tal como la sociedad se lo exige, y en
clara correspondencia con la procedencia familiar.
Si bien sus funciones van más allá de una mera propagación del conocimiento,
centrémonos ahora en esta misión que es la que le dio razón de ser.
El curriculum escolar que tienen que aprender los alumnos les obliga a realizar
una serie de aprendizajes en el momento que el programa y el profesor así lo indican,
sin tener en cuenta para nada el estado de ánimo y las inquietudes presentes del
alumno. El método tradicional obliga, además, a que todos estudien la misma materia
en el mismo momento. Que cada cual aprenda un mismo contenido, cuando quiera,
dentro de un margen de tiempo prudencial, es considerado como un desorden e
indisciplina intolerable. Todos a la vez y cuando se diga ¡ya! Esta uniformidad da una
falsa sensación de seguridad al profesor incapaz de organizar la enseñanza con un
método más personalizado. Suprimida la opción a elegir lo que el alumno puede
aprender, dará también lo mismo quitarle la opción del momento de aprenderlo.
Las materias de estudio son abstractas sin relaciones concretas con el mundo
que el alumno conoce. Son impuestas desde arriba por el "experto" correspondiente,
que es el que asigna valor y sentido a lo que se debe estudiar.
Cuando algo no se hace por lo que en sí significa, sino por las consecuencias
que produce, hemos dado el primer paso en la enseñanza de la hipocresía y la
alienación.
En esta situación, la escuela es poco más que el cuartel donde el alumno pasa
su niñez. De hecho, con la situación que he dibujado, el profesor se tiene que
preocupar ante todo en guardar el orden y la disciplina. El tiempo de enseñanza, por
esa misma razón, se reduce considerablemente. A. LAURIA demuestra que menos
del 20 % del tiempo del maestro se utiliza realmente en instruir (18).El resto lo dedica
a poner orden, controlar y tareas administrativas. Y es lógico que así sea. En el
método tradicional la batuta la lleva el profesor y no puede dirigir mientras toda la
orquesta no esté atenta. La atención frontal del alumno es el prerrequisito cuando el
alumno no tiene un plan de trabajo para él. El aprendizaje cognoscitivo del alumno es
posible a partir de su "domesticación", pero no antes; el "aprendizaje" moral precede
al intelectual. Como vemos, es un buen principio para conseguir ciudadanos
igualmente sometidos a cualquier autoridad que les indique el camino a seguir.
¿Qué ocurre cuando un alumno que habla es penado? Quien se asuste del
desprecio de los jóvenes, de su horror a los centros de enseñanza, de su alegría por
la vacación, de su afán de burlar las exigencias académicas, de acabar cuanto antes,
es que no sabe lo que hace ni dónde vive.
La escuela, enseñe poco o mucho, fija muy bien en los alumnos los siguientes
aprendizajes:
El libro de texto y la autoridad del profesor son dos pilares básicos sobre los
que se montan las funciones señaladas. La Filosofía es el libro de texto de filosofía, lo
mismo que las Matemáticas o la Formación Religiosa. El contenido científico lo marca
el texto, que para el alumno primario y medio no tiene siquiera autor, y representa por
antonomasia lo que "dicen merece la pena aprenderse". La confrontación de ideas,
métodos y enfoques es prácticamente imposible de esta forma, y le quita al alumno la
posibilidad misma de pensar por sí mismo.
El alumno toma pronto conciencia de que cualquier cosa que haga está
pendiente de ser sancionada positiva o negativamente. Aprende a estar alerta ante
estas calificaciones, que por su misma naturaleza, y por el modo de darlas y por la
trascendencia social que tienen, son calificaciones a su persona; se sentirá todo él
analizado.
Pero como el éxito no es la vivencia más corriente, al menos el éxito que más
brillo da al alumno, resulta que el mismo hecho de aprender adquiere motivaciones
penosas, cuando no desagradables, para buena parte de los alumnos. Esto aplica
buena parte del fracaso de la escuela en la creación del gusto por aprender cosas
nuevas a través de la experiencia humana concentrada en los libros. No debemos
asustarnos, pues, de que una vez acabada la escolaridad obligatoria las deserciones
vengan en masa. Y una razón importante creo que está en que la escuela emplea
estímulos negativos, aversivos que diría SKINNER, para que los alumnos cubran los
objetivos que la escuela les propone. Es difícil tener éxito cuando se asocian
sensaciones desagradables a las tareas que conducen a la superación de metas. Se
puede tener a corto plazo, pero no más.
El aprendizaje valioso para el alumno es el bien valorado, y éste es el fielmente
repetido, anticreativo, acrítico e impersonal.
Las motivaciones en este contexto escolar tienen que ser por fuerza
motivaciones extrínsecas o indirectas, no ligadas al hecho mismo de aprender. Al
alumno es difícil que le produzca satisfacción aprender algo cuando no lo entiende
vitalmente, cuando su persona no se implica de alguna manera en la elección y
realización del quehacer escolar; cuando difícilmente se hace relación a su propia
vida, al ambiente que le rodea, a sus intereses, inquietudes y pensamientos fuera de
la escuela, desvinculado de otros aprendizajes, no es válido para resolver problemas,
cuando no usamanual o intelectualmente lo que aprende.
Son los menos los que quieren aprender y estudiar por el mero hecho de saber
y conocer. Las tareas que la escuela plantea a los alumnos pueden tener utilidad a
largo plazo, como es el interés económico, profesional, de prestigio social, de
identificación con determinados modelos personales o sociales que sean prestigiosos.
Pero el problema es que, aunque su valía se aceptase, son ventajas a largo plazo,
"tienen lugar al término de la educación y no se pueden utilizar como refuerzos en el
curso del camino" (21). Por esto la enseñanza tiene que valerse de estímulos o
refuerzos inmediatos. Estos refuerzos en el sistema pedagógico actual no pueden ser
otros que el ser aceptado por los demás (padres, maestros, compañeros, etc.), la
búsqueda del éxito que prestigie, el evitar el fracaso, la crítica, el ridículo, el sarcasmo,
los trabajos escolares de castigo, las malas notas, el ostracismo entre iguales y
adultos, la pérdida de libertad hasta física e incluso los castigos físicos, que aún son
bastante frecuentes. Por mencionar datos precisos daré un dato foráneo: En Gran
Bretaña, los vendedores de palmetas se anuncian en las revistas pedagógicas, y uno
dice vender al año unos 3.000 instrumentos de éstos (22). Y que nadie se horrorice de
pecado ajeno.
Sin esta puesta en cuestión puede lograrse una "suavización del engranaje",
pero ya he indicado los peligros de este proceder. No podemos estar de acuerdo con
SKINNER cuando afirma que "El profesor es libre de usar de todos los refuerzos
disponibles con tal de que no vayan acompañados de subproductos nefastos y que los
comportamientos adquiridos gracias a ellos puedan pasar bajo el control de los
refuerzos que el alumno encontrará en la vida real" (23). Y no porque es difícil
discernir qué son subproductos nefastos. Para SKINNER son fundamentalmente los
refuerzos aversivos, aquellas experiencias desagradables que se unen a la respuesta
no deseada con el fin de evitarla. Pero ya he insinuado otros subproductos nada
halagüeños que pueden seguir también a refuerzos positivos agradables para el que
los recibe. No creo sea el mejor camino para fundamentar la enseñanza el basarse en
los mecanismos reforzadores del aprendizaje operante .
Admito que actualmente por este esquema podríamos explicar buena parte de
cualquier aprendizaje en el aula. Pero es distinto querer basarse en él para montar la
pedagogía. Una educación que necesite apoyarse en sistemas de castigos (refuerzos
negativos o aversivos) y recompensas (refuerzos positivos), sean del tipo que fueren,
es una pedagogía que quiere imponerse a toda costa; es la pedagogía del absurdo
que necesita de un apoyo porque es incapaz de interesar al alumno por sí misma.
Cuando los alumnos necesitan otros estímulos es porque la tarea no es en sí
estimulante, y no creo que proceda, aunque sea eficaz, utilizar este recurso en espera
de que el interés intrínseco surja. Es en la comprensión del sentido de lo que se hace
donde radica la mejor fuerza de motivación.
Creo que ahora tendremos unos pocos más elementos de juicio para
comprender la misión socializadora de la institución escolar, y qué tipo de
socialización es capaz de proporcionar. Resulta evidente que un alumno que
permanezca por varios años en ella salga marcado en toda su persona. La escuela,
como dije, enseña muchas cosas y al enseñarlas como lo hace "enseña" mucho más
todavía. En realidad fomenta un tipo determinado de personalidad porque es una
institución total que marca una serie de patrones de comportamiento. Lo grave es que
para este moldeamiento no todos están igualmente dotados.
No es necesario tomar estos resultados como dogma; baste tomar breve nota
de lo que insinúan: El alumno que mejor rendimiento escolar obtiene es un tipo de
personalidad que parece poseer favorablemente, respecto de sus compañeros menos
afortunados, los siguientes rasgos de personalidad: Un ser cuasi adulto, reflexivo,
organizado, planificador, mejor motivado por frutos no inmediatos, serio y
comprensivo, no demasiado ansioso, aceptando la autoridad y los valores dominantes
(conformista? ), de conducta controlada, con autodominio de sí mismo, con el grado
de introversión-extroversión apropiado al nivel educativo en el que está bien aceptado
por sus compañeros (sintetiza en su persona las normas y valores del grupo), con
buena opinión de sí mismo y una "personalidad ajustada".
Sin haber agotado todo lo que aún podría añadirse, ya se puede ver cuál es
el cliché de persona que mejor se ajusta a las exigencias de la institución escolar. La
escuela misma es untratamiento educativo que fomenta o forma ese tipo, a la vez que
acoge favorablemente a aquellos que a ella llegan con esas características. La
escuela selecciona los tipos de personas que mejor se acomodan a sus patrones, y
expulsa, o al menos no premia con tanta generosidad, a los que poseen otras
características o a los que tienen las contrarias. No es que sólo los mejor dotados en
inteligencia abstracta y verbal sean los más favorecidos, sino que se muestra como un
agente socializador muy particular al fomentar y seleccionar un modelo especial de
hombre. Modelo que es clarísimamente el prototipo vigente de la cultura dominante.
Las clases bajas parecen menos predispuestas que las medias a persistir en
ocupaciones que no proporcionan la gratificación de sus necesidades de forma
inmediata (28). Es claro que el actualcurriculum escolar promete frutos a medio y largo
plazo, por lo que las recompensas que por sí mismo ofrece resbalan con más facilidad
en los estratos sociales poco favorecidos, al exigir a los alumnos pertenecientes a
ellos su dedicación a algo carente de sentido. Más aún si consideramos que las
presiones familiares, que podrían ser refuerzos secundarios o extrínsecos, son menos
fuertes, como vimos, en estas clases bajas. El premio que pueda suponer una buena
nota o una mención honorífica o el correctivo a base de sanciones negativas, pueden
ser recursos ineficaces para alguien cuyas motivaciones personales y expectativas de
vida discurren por otros caminos. Las clases sociales bajas saben que no podrán
permanecer mucho tiempo escolarizadas. Con esta expectativa es más difícil
mantener la esperanza de un premio lejano. Los motivos que mantienen el interés por
tener éxito en la escuela tienen su fuente principal en el ambiente hogareño, y
sabemos bien que la cultura escolar es una cultura bastante extraña e indiferente para
muchos hogares; mal, por tanto, podrá la familia plantear expectativas exigentes a sus
hijos que fundamenten algún tipo de motivaciones en ellos.
La cultura particular que cada alumno lleva a la escuela, es la que puede dar
significación a la cultura que la escuela quiere transmitir. Bien claro es que el apoyo
que el curriculum escolar encuentre en la cultura que el alumno lleva a la escuela va a
ser bastante deficiente en el caso de los alumnos de clases bajas. Aquel hiato que se
señalaba entre la vida del alumno fuera y dentro de la clase es más profundo y
desfavorable para los que más necesitarían de la misma escuela. El propio profesor
se convierte en un agravante cuando su idiosincrasia cultural choca con la de los
alumnos.
Urge, pues, analizar los fines de las escuelas y apoyar aquellos cambios que
conduzcan a la creación de un sistema educativo que, aprovechando las conquistas
de la humanidad, lleve al hombre a un estado más justo en el que mejor se pueda
realizar.
Pero ha quedado igualmente claro que la escuela, con ser una institución
poderosa, comparte sus funciones educativas con otros medios de socialización
(familia, otras instituciones de la sociedad y ambiente cultural en general) que
condicionan fuertemente al alumno antes de entrar en las aulas y que podrían
contrarrestar incluso la acción de una escuela reformista progresista. La
responsabilidad de conquistar un nuevo hombre y una nueva sociedad no es
exclusiva, pues, de la escuela, si bien sería difícil hacerlo sin ella, sino que es una
misión del poder político que rige la sociedad y la misma escuela; la reforma de ésta
es incluso imposible sin la aquiescencia de ese poder.
La función del profesor: Nos hemos dedicado a analizar la experiencia que las
escuelas actuales proporcionan a sus alumnos y algunos de los efectos que ese
proceder causa en los alumnos. Si bien parte de las insuficiencias que los alumnos
reciben proceden de la institución como tal, creo que las exigencias institucionales se
concretan en cada aula de una forma particular, de acuerdo con el profesor encargado
de gobernar la actividad de los alumnos dentro de clase. Aunque la actuación del
profesorado es muy distinta según el estilo docente que impera en los diversos niveles
educativos, creo que puede admitirse en todo caso el hecho fundamental de que son
los profesores los encargados de hacer cumplir a los alumnos las exigencias
institucionales y toda aquella otra normativa que por ellos mismos pudieran imponer.
Veamos algunos ejemplos concretos respecto del tema que ahora nos ocupa
de cerca.
N. FLANDERS es quizás hoy uno de los investigadores de la relación profesor-
alumnos que más difusión está teniendo. Su esquema de observación de las
conductas en clase permite con cierta facilidad y precisión clasificar las conductas de
profesores y alumnos en diez categorías. Empleando este esquema de clasificación
se puede estudiar la relación entre los patrones de conducta del profesor y la
conducta que éste permite a los alumnos, con los resultados académicos y actitudes
de los alumnos. Las investigaciones coinciden en la conclusión de que un
profesor indirecto (que acepta los sentimientos del alumno, alaba y estimula su
conducta; que aclara, acepta y usa las ideas dadas por los alumnos a la vez que
estimula las preguntas de éstos) tiene más probabilidad de fomentar el buen
rendimiento de sus alumnos y el que se encuentren en las aulas satisfactoriamente
(36).
ROSENSHINE (37), ROGERS (38), BROOKOVER (39), WHITE (40) y
PERKINS (41), por citar algunos, ponen de manifiesto que la figura del profesor que
crea un clima agradable hacia sus alumnos, eliminando las conductas agresivas, en
una atmósfera donde el alumno se encuentra personalmente bien acogido, logra de
sus alumnos un mejor rendimiento académico y unas actitudes más positivas hacia el
estudio, la escuela, el profesor y hacia el grupo de compañeros. El alumno responde
mejor cuando es mejor tratado. La figura contraria de profesor produce también los
efectos contrarios.
Ni que decir tiene que apelar a la opinión de los alumnos para la búsqueda del
nuevo modelo de actuación puede ser útil para saber las resistencias que les produce
la práctica escolar vigente y las necesidades que no les satisface. Pero -me refiero
fundamentalmente a niveles primarios y medios de enseñanza- el alumno es difícil
que pueda echar de menos esquemas que no conoce. Sus deseos son
insatisfacciones personales ante el sistema que padece. De ahí la inutilidad que hasta
el momento han mostrado estas investigaciones, que no sea el aportar un dato más
para la dirección de lo vigente.
2. A la búsqueda de soluciones:
La hipótesis de la desescolarización: Si la escuela actual no sirve, no hay que
molestarse en cambiarla, hay que suprimirla. El monstruo es el mismo por muchas
variaciones que adopte, dado que el origen del mal está en la institucionalización del
saber. Esta es la solución que los desescolarizadores (43) preconizan para los males
que acucian a nuestras escuelas.
Las razones por las que se llega a negar la oportunidad de la escuela son más
o menos las mismas que atendimos nosotros en un principio:
Una utopía, como es la sociedad sin escuelas, puede ser un bello ideal a
conseguir que nos plantee un objetivo interesante. Pero el medio de conseguirlo en un
momento dado, y la educación es precisamente una vía, puede requerir una estrategia
distinta al objetivo final perseguido. Esa estrategia tiene que dar opciones reales
posibles en una situación para mejorarla. En ese camino una escuela reformista
puede ser un medio privilegiado para el conocimiento de la sociedad, para la crítica
asimilación del saber y de los modos y medios de hacer, que propague, reviviéndola,
lo mejor de la cultura asimilada. Lo cual no significa, e incluso lo pide urgentemente,
que la escuela no deba abrirse a personas, instrumentos, fuentes de información, a la
comunidad entera, para que un "aula sin muros" sea el punto de partida de los
alumnos que quieren conocer el mundo en el que viven, el centro reposado de una
sociedad dedicado a la transmisión del saber.
Dos reformas creo que son prioritarias para la remodelación de las escuelas en
su nueva función: 1) El acercamiento a la realidad, olvidándose de servirse a sí
mismas al dar un curriculum a los alumnos desligados de la vida, que no tiene más
sentido que el de autocomplacer las propias exigencias escolares. 2) La pérdida del
carácter eminentemente controlador que hoy poseen, pues es esta función la que
impide que sean medios de promoción para todos y que desnaturalice el sentido del
aprender y el gusto por hacerlo.
Para que sirve la escuela permisiva: Las críticas al sistema escolar vigente y a
los procedimientos de enseñanza que utiliza no son recientes, aunque en nuestros
días se hayan acentuado y los motivos que las sustentan se tornen cada vez más
evidentes. A la vez que las insatisfacciones surgían han ido apareciendo ideas y
realizaciones concretas como alternativa de recambio a la escuela contestada. Estas
realizaciones, generalmente aisladas, han tenido mejor o peor fortuna; algunas han
sido valientes intentos en medio de un clima adverso que resistieron hasta hoy. Pero
aun a pesar de la innovación que han supuesto en el campo de ideas educativas, el
sistema, escolar, con sus procedimientos de trato de los alumnos y de enseñanza, ha
continuado prácticamente imperturbable, o al menos ha sido menos afectado de lo
que debiera.
Es indudable que los seres humanos tienen una capacidad natural para
aprender comprobada en aprendizajes no escolares, y que no tiene razón de no
funcionar en los aprendizajes escolares, puesto que éstos deben ser continuación de
los vitales de alguna forma. La cultura escolar no tiene que estar necesariamente
divorciada de la cultura antropológica del alumno adquirida de una forma incidental.
Que un aprendizaje es más eficaz si se adquiere de forma activa, en la acción, si hace
relación a motivaciones y proyectos del alumno, si el alumno lo elige, así como la
forma de hacerlo, y si todo esto se lleva a cabo en un clima humano, libre de
amenazas, temores y ansiedades, es ciertamente verdad. Pero sacar de estas
comprobaciones experienciales y científicas la oportunidad de la abstención
pedagógica (la actitud no directiva en su acepción más radical) es una conclusión no
necesaria, que tampoco se justifica por los graves defectos constatados en la práctica
pedagógica vigente.
Desde luego que nadie dudará merece la pena conocer la cultura que el
hombre ha conquistado, sus conocimientos sobre el cosmos, la naturaleza en la que
despliega su vida y a la que se encuentra ligado de infinitas maneras, su propio ser
físico y espiritual, así como la sociedad en que vive. Este conocimiento le permite un
saber técnico para modificar la realidad a medida de sus necesidades y tomar
conciencia de su puesto en el cosmos. Dicho saber se encuentra normalmente
compilado en fuentes diversas a las que acceder para apoderarse del mismo. La
misma vida cotidiana le enseñará una parte en la interacción que mantiene con sus
semejantes.
Pero una cultura tan compleja como la nuestra, tan codificada, un saber
científico-técnico tan complejo como el nuestro, requiere una labor de preparación
sistemática que exige cierta dedicación y alguna forma de transmisión específica. Esta
misión la cumplen en buena parte las instituciones escolares. Y podría pensarse en la
posibilidad de una escuela con amplios recursos de información, de suerte que los
jóvenes pudiesen adueñarse de la ciencia de forma espontánea y voluntaria en el
contacto directo con las fuentes informativas. Pero ocurre que esos conocimientos
codificados no hacen relación directa en muchas ocasiones a las propias actividades
vitales, de suerte que no pueden aprovecharse de las motivaciones que el sujeto
tendría de forma natural para aprender. Se trata de un mundo por descubrir, un
mundo que a ese presunto alumno hay que descubrírselo, mostrándole las razones de
su existencia, así como su utilidad en la vida de los humanos. Alguien que conecte
sus vivencias y preocupaciones cotidianas con la experiencia codificada que la
humanidad entera y sus hombres preclaros han tenido. Teóricamente esta función
podría hacerse por procedimientos técnicos, pero en la práctica es imposible porque
cada ser es distinto. de los demás, tiene un substrato de personalidad peculiar que
exige un tratamiento individualizado.
Ante este panorama complejo y discutible hay que tomar posiciones. Aquellas
opciones que más de acuerdo estén con los conocimientos actuales y que supongan
una ética individual y social justa. Esta pedagogía necesita de la comunicación entre
docente y alumnos, necesita intervenciones muy directas de aquél y no limitarse a que
los alumnos lleguen a pedírselas, pues ellos pueden no sentir su necesidad. Se
admite que el profesor esté en mejores condiciones que el alumno, si es que merece
tal nombre, para acercarles al mundo complejo y polémico de la cultura, cuyo trato con
- alumnos está precisamente al servicio de la comunicación de esa cultura y por tanto
dista de cualquier relación de poder, ya que su función no se justifica por eso. Para
ROGERS "el profesor, el 'facilitador', se asigna como tarea el olvidarse, el abandonar
todo punto de vista y juicio personal para no ser más que receptividad a lo que
expresen los demás: ahí está el sentido de la aceptación" (54).
Son muchas las posibilidades que la escuela puede ofrecer al alumno para
incrementar su experiencia en forma indirecta, ya que es una experiencia ajena, pero
de suerte que exista un nexo prolongador entre una y otra. Y esto requiere una acción
pedagógica muy bien planeada, así como una constante dirección por parte del
profesor, que no tiene que ser necesariamente autoritaria y coactiva, sino estimulante.
"Quien razona por esquemas y confunde el no autoritarismo en la enseñanza con el
vacío de la enseñanza, no se da cuenta de que su actitud es siempre autoritaria. El
niño que no tenga posibilidad en la escuela de aprender muchas cosas es un niño
violentado obligado a la inercia, a repetir, a la pobreza intelectual y cultural de una
estructura que no ha cumplido sus reales exigencias" (55).
La evolución de los procesos de producción reclama cada día con más fuerza
la unión de contenidos intelectuales al desempeño de la mayoría de actividades
profesionales. No sólo son razones de justicia las que piden una mayor equiparación
económica entre actividades manuales e intelectuales, sino que dicha conjunción
viene exigida por los mismos ideales de formación humana. Y será difícil que la
formación general que desemboca en las profesiones no intelectuales, con lógica
continuidad, deje de estar separada de la preparación profesional, a la que debería
fecundar más que serle un simple añadido, mientras esta división sea estimulada por
una sociedad dividida en la que resulta difícil la realización humana porque muchos
hombres están sometidos a sus semejantes y porque su misma personalidad está
disociada. Es el propio informe de la UNESCO quien explícitamente reconoce que en
la mayoría de las sociedades de tipo moderno "Todo concurre a disociarle -al ser
humano- tanto si se trata de la división de la sociedad en clases, como de la
parcelación y alienación del trabajo, o de la contraposición fáctica entre trabajo
manual y trabajo intelectual ... o de las dicotomías entre el cuerpo y el espíritu o entre
los valores materiales y los valores espirituales."
"La educación tal como ella funciona, la enseñanza tal como se imparte a los
adolescentes, la formación que los jóvenes reciben, la información a la cual el hombre
no puede sustraerse, todo contribuye, quiérase o no, a esta obra de disociación de los
elementos de la personalidad" (60).
Creo, pues, evidente que la división entre trabajo manual e intelectual es la que
ha dado lugar a la separación no sólo entre educación escolarizada y trabajo, sino
también entre educación intelectual y manual, porque la escuela viene sirviendo
fundamentalmente a los estamentos que desempeñan la actividad intelectual
preferentemente.
Por eso creo que, cuando se pide la alternativa del trabajo en la educación,
debemos pensar en que estamos pidiendo una alternativa de sociedad, que queremos
superar esa formación humana unilateral en una sociedad que la haga posible. Y en
este aspecto ya dije existe una convergencia entre los bloques ideológicos. Como
ejemplo sirva que son ya varios centenares de instituciones universitarias
estadounidenses y canadienses las que ofrecen a sus alumnos una educación
cooperativa que une el trabajo productivo a la educación (61).
Creo que la solución iría en este último sentido: Primero, elegir algunos
trabajos más adecuados y, después, buscar los métodos oportunos para desarrollar la
enseñanza sobre la actividad laboral, más o menos directamente conectada con ella,
pero nunca independiente, de suerte que no exista una yuxtaposición de mera
coexistencia entre trabajo y educación, sino compenetración y enriquecimiento mutuo.
Las soluciones que hasta el momento han surgido entre nosotros son
claramente insuficientes. El trabajo que se ha realizado en las experiencias
pedagógicas conectadas con la corriente de Escuelas Nuevas no ha sido otra cosa
que un simple añadido complementario a la educación intelectualista. Una granja o
colonia de verano no es una experiencia incardinada en la vida escolar, sino algo
yuxtapuesto.
Hice más arriba mención al hecho de que el niño pudiera pensarse que está
naturalmente abocado al juego, y someterlo a tareas "serias" de trabajo pudiese
parecer una violentación de la naturaleza infantil. La preocupación por la salud
psicológica de la infancia es reciente, y es posible que pasemos por un momento en el
que la euforia por nuestros niños pudiera impedir la visión de otras vertientes del
problema. Creo necesario dedicar una especial atención a esa etapa privilegiada del
desarrollo, pero no olvidemos que en cierta medida la educación dada puede hacer
que ese desarrollo sea de formas muy distintas, aun en el caso de que se acepte una
sucesión de fases que es evidente sean universales.
Los enfoques que el juego infantil ha tenido, tan variados, hasta el punto de
que resulta difícil tener una coherente explicación de este fenómeno tan propio, no
sólo del niño, sino del adulto. La actividad por la actividad, que es una de las
características del juego, está presente en todo ser humano, si bien en el adulto está
mitigada por otras actividades más urgentes, como son las de su trabajo.
Por eso creo que FREINET tiene razón a l no establecer diferencias cualitativas
entre el juego y lo que podía ser el trabajo-juego de los adultos, y que el trabajo-juego
que la escuela debiera proporcionar sea el auténtico centro de la actividad educativa
que satisface las necesidades psicofísicas del alumno y además es un excelente
medio de preparación a la vida adulta: "Colocar al niño en el centro de las
preocupaciones pedagógicas, colocar el trabajo-juego en el centro de la actividad
infantil, ceder el paso a la acción fecunda con preferencia al pensamiento puramente
especulativo. Tal es la revolución coperniqueana que hay que realizar urgentemente
en materia de educación" (68).
Habría que hacer de la escuela algo muy distinto de un recinto cerrado sobre sí
mismo, apartando a la infancia del mismo mundo al que pretende introducirla, y
volviendo a ser lo que nunca debió dejar de hacer: la institución que en el estado
actual de la evolución humana elabora un ambiente apropiado a las necesidades de la
infancia, que no son sino las necesidades más puras del ser humano.
Escuelas sí, pero diferentes: Las aulas, como centros de cultura, tienen
ante sí una gran labor que realizar en el momento presente y en el futuro. Una
en cada ocasión parezca más propicio, de acuerdo con los nuevos papeles que a la
cada momento.
1) El sistema escolar debe contar con la ayuda económica necesaria para que
en él tengan cabida todos los alumnos en edad de frecuentarlo. Asimismo la sociedad
debe evitar que sus alumnos, en los grados medios y en los elementales, por
supuesto, tengan que dejar las escuelas porque su aportación económica sea
indispensable a la familia. La escolaridad primaria y media debe ser un bien al que
todo ciudadano debe acceder. Mantener la escuela es costoso, pero posible es
hacerlo en nuestra sociedad, y además es rentable desde todo punto de vista.
En la medida que el alumno se ponga en contacto con las cosas, opere con
ellas, y que la palabra hablada o escrita no sea el único vehículo de conocimiento,
estamos trabajando por un conocimiento más significativo y por unas personalidades
más creadoras, eliminando al tiempo una de las razones más palpables de la
desigualdad de oportunidades, al dar una cultura menos unilateral.
10) Una enseñanza colectiva que impone el qué enseñar, cómo hacerlo y
cuándo, es un estilo docente que condena a la total pasividad al alumno, sintiéndose
incapaz éste de tomar por sí mismo las riendas de su destino. Y sin elección personal
por parte del alumno, sin iniciativa que responda a motivaciones personales, no cabe
otra enseñanza que no sea la que necesita de apoyos ajenos al propio aprendizaje y
que fomentan más aún el inevitable enfrentamiento con una autoridad que tiene que
imponerse por las buenas o por las malas.
14) El quehacer escolar no puede ser la labor de cada alumno por separado.
La formación de la personalidad del alumno, el nuevo estilo que hay que dar a la
escuela exige que los alumnos, como grupo, tomen las riendas de su destino y, por
medio de nuevos procedimientos de trabajo, instalen un clima de cooperación y acción
conjunta dentro del aula. Sólo una auténtica sociedad a nivel escolar permite el
ejercicio de los hábitos necesarios para vivir en la sociedad adulta. Si en algún
aspecto es totalmente imprescindible "el aprender por el hacer", es en la educación
social y moral.
El profesorado debe ser algo más que el ser pasivo que acepta el destino
marcado por las expectativas y tradiciones de la institución en la que ejerce su
función. Debe cobrar conciencia de su misión y recuperar la iniciativa que le convierta
en un instrumento de cambio y transformación.