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El viejo y el mar

Historia de un viejo (Santiago) que era pescador, duró 84 días en un lago y ni un pez cogió. Lo
acompaña un muchacho los primeros 40 días.

El viejo era flaco y desgarbado. Muy arrugado y tenía cáncer benigno en la piel, causado por el sol,
son muchas manchas, como pequeñas pecas. Todo en el era muy viejo, a excepción de sus ojos.

El muchacho, por orden de sus padres se había ido a acompañar otro bote, que si tenía suerte.

Se entristecía de ver al viejo sin coger un pez y luego de los 40 días, siguió aun ayudándole, le tenía
cariño; Santiago le enseñó a pescar.

Todos parecen buenos pescadores a excepción del viejo, que solo cogía peces con aquel chico.

El muchacho le ofrece una cerveza y se ponen a contar anécdotas como la primera vez que
navegaron juntos. Le pide que si lo deja buscar sardinas y acepta. Santiago lo trata como a un hijo.

El muchacho sigue trabajando para su otro patrón, pero añora ayudar a Santiago y de hecho busca
formas para hacerlo.

Luego, se van juntos a la cabaña del viejo. Allí hay cuadros religiosos que eran de su esposa, no
cuelga su foto porque le haría sentirse demasiado.

El viejo le dice que el día 85, es el día y el número de la suerte. Y deciden ir a comprar la lotería.

Era septiembre, el mes de los peces grandes, dice el viejo.

El viejo era aficionado al béisbol, hincha de los Yankees, y el muchacho también era fanático.

El gran Di Maggio, es a quien admira Santiago.

Una terraza era cierto punto de reunión, de donde el muchacho observaba más joven pescar al
viejo y donde solían ir personajes famosos relacionados con béisbol.

El muchacho realmente admira al viejo:

–El mejor pescador es usted. –No. Conozco otros mejores. –Que va –dijo el muchacho–. Hay
muchos buenos pescadores y algunos grandes pescadores. Pero como usted ninguno.

–Gracias. Me haces feliz. Ojalá no se presente un pez tan grande que nos haga quedar mal. –No
existe tal pez, si está usted tan fuerte como dice. –Quizá no este tan fuerte como creo –dijo el
viejo–. Pero conozco muchos trucos y tengo voluntad.

Parece ser que el viejo es o creció en África; sueña con ese país y algunas cosas de pesca de
cuando era niño.

Siguen contando historias de pesca de cuando el muchacho era un niño.

Mientras zarpa, el viejo mira con cariño a los animales marinos, especialmente a las aves
pequeñas.
El viejo hacía la analogía del mar como si fuera una mujer y por tanto le decía “la mar”, al igual
que la luna: Pero el viejo lo concebía siempre como perteneciente al genero femenino y como algo
que concedía o negaba grandes favores, y si hacía cosas perversas y terribles era porque no podía
remediarlo.

Quiso ir muy adentro del mar y hacer ese día el mayor esfuerzo porque haría cosas grandes]; se
había preparado con buena carnada.

Vio a los demás botes tratando de pescar pero eran mucho más descuidados que él.

“Pero –pensó el viejo– yo los mantengo con precisión. Lo que pasa es que ya no tengo suerte. Pero
¿quien sabe? Acaso hoy. Cada día es un nuevo día. Es mejor tener suerte. Pero yo prefiero ser
exacto. Luego, cuando venga la suerte, estaré dispuesto.”

Al perseguir el trayecto de una ave grande, llegó a todo un cardumen de peces dorados grandes.
Pero van demasiado rápido, sin embargo el no pierde sus esperanzas.

Ve también algunos peces cerca, pero el agua está “mala”; una medusa ha expulsado su veneno
por allí, que no afectaba a los peces pero a el si le hacía gran daño al intentar atrapar cualquier pez

Luego ve a tortugas alimentarse en esa agua mala y le divierte mucho, le agradan mucho las
tortugas.

Se sentía mal cuando mataban alguna tortuga indiscriminadamente: “También yo tengo un


corazón así y mis pies y mis manos son como los suyos”.

Comía de sus huevos para tener fuerzas en mayo, junto a una taza de hígado de tiburón
diariamente, los otros pescadores los odiaban, pero para Santiago, era muy positivo para su salud.

Luego, vio el pájaro grande otra vez, como signo de peces. Efectivamente, pescó un “bonito”.
Apenas para ser una carnada. Y recordó sus tiempos de joven navegante.

Antes, cuando lo acompañaba el muchacho, no hablaban durante la pesca, solo a la final, ahora el
viejo habla solo y en voz alta.

Ahora hay que pensar en una sola cosa. Aquella para la que he nacido

EL viejo siguió de pesca en busca de algo mejor. Empezó a apartarse mucho de la costa.

“Pudiera dejarme ir a la deriva –pensó–, y dormir y echar un lazo al dedo gordo del pie para
despertar si pican. Pero hoy hace ochenta y cinco días y tengo que aprovechar el tiempo.”

Habla muy graciosamente mientras al parecer tiene cerca un pez más grande: Cómelas, pez.
Cómelas. Por favor, cómelas, están de lo más frescas; y tu, ahí, a seiscientos pies en el agua fría y a
oscuras. Da otra vuelta en la oscuridad y vuelve a comértelas.”

Por fin, después de incluso creer haberlo perdido, ha cogido uno grande.

“Luego virara y se lo tragará” pensó. No dijo esto porque sabía que cuando uno dice una buena
cosa posiblemente no sucede
Pero nada, el pez no sale del agua, incluso, empieza a tironear el barco. 4 horas, y aún el pez no
cedía a salir. Tenía sed, calor, pero trataba de no pensar, solo aguantar. Se sentía fuerte.

Cuando menos pensó ya no habia tierra a la vista.

Él es quien tiene el anzuelo en la boca. Pero para tirar así, tiene que ser un pez de marca mayor.
Debe de llevar la boca fuertemente cerrada contra el alambre. Me gustaría verlo. Me gustaría
verlo aunque sólo fuera una vez, para saber con quién tengo que vérmelas.”

Llegó la noche y aún lo mismo. Extrañaba MUCHO al muchacho. –Ojalá estuviera aquí el
muchacho. Para ayudarme y para que viera esto. “Nadie debiera estar solo en su vejez –pensó–.
Pero es inevitable.

Siguió haciendo pregunta sobre qué extraño era ese pez, tanto tiempo así inmóvil. Sigue el
también inmóvil y sigue extrañando al muchacho. No quería soltarlo por lo grande que era y lo que
podían darle.

En voz alta dijo: –Me gustaría que el muchacho estuviera aquí. “Pero el muchacho no está
contigo”, pensó.

Se dejaba llevar por la corriente, se había golpeado, buscaba herramientas para seguir
sosteniéndolo pero no lo iba a soltar. No estaba tan profundo, pero no se cansaba, así que decidió
sujetarlo con más fuerza para que saliera a la superficie.

–Pez –dijo–, yo te quiero y te respeto muchísimo. Pero acabaré con tu vida antes de que termine
este día. “Ojalá”, pensó.

Ahora está exhausto. Llegó un pajarito a la barca y empezó a hablarle como a una persona. Luego,
el pez se movió bruscamente. Se habría lastimado; el viejo le empezó a sangrar la mano. El pájaro
se ha ido.

Cada vez que se le escapa algo, inmediatamente piensa en el muchacho.

Empezó a comerse el bonito que había atrapado antes, con mucha lentitud para disfrutarlo bien y
sigue hablando y solo sin parar. Le preguntó a su propia mano como se sentía después de tanto
tiempo haciendo fuerza con sus calambres. Pensó si comerse todo el bonito, y seguía hablando
con su mano

Sigue en posiciones teriblemente incomodas y que ponen al limite todo su cuerpo por lograr su
objetivo.

Su mano izquierda estaba todavía presa del calambre, pero la iba soltando poco a poco. “Detesto
el calambre, pensó. Es una traición del propio cuerpo. Es humillante ante los demás tener diarrea
producida por envenenamiento de ptomaínas o vomitar por lo mismo. Pero el calambre lo humilla
a uno, especialmente cuando está solo.” “Si el muchacho estuviera aquí podría frotarme la mano y
soltarla, desde el antebrazo –pensó–. Pero ya se soltará.”

Por fin salio el pez! Surgió interminablemente y manaba agua por sus costados. Brillaba al sol y su
cabeza y lomo eran de un púrpura oscuro y al sol las franjas de sus costados lucían anchas y de un
tenue color azul rojizo. Su espada era tan larga como un palo de béisbol, yendo de mayor a menor
como un estoque

Pero, a Dios gracias, los peces no son tan inteligentes como los que los matamos, aunque son
más nobles y más hábiles.”

“Me pregunto por qué habrá salido a la superficie –pensó el viejo–. Brincó para mostrarme lo
grande que era. Ahora ya lo sé –pensó–. Me gustaría demostrarle que clase de hombre soy. Pero
entonces vería la mano con calambre. Que piense que soy más hombre de lo que soy, y lo seré.
Quisiera ser el pez –pensó– con todo lo que tiene frente a mi voluntad y mi inteligencia
solamente.”

Ya no tiene el calambre después de ver el pez y ser medio día, pero estaba sufriendo mucho su
cuerpo en general.

–No soy religioso –dijo–. Pero rezaría diez padrenuestros y diez avemarías por pescar este pez y
prometo hacer una peregrinación a la Virgen del Cobre si lo pesco. Lo prometo.

Empezó a orar padrenuestros y avemarías. 

El pez siguió su camino y el implacable sol sigue consumiendo la piel del viejo junto con algo de
hambre.

Estaba fundido y pensaba en béisbol para no pensar en nada más.

Y sigue hable que hable consigo mismo… Peleando consigo mismo.

El viejo era un conocido pulseador en sus épocas de juventud, era diestro y no confiaba en su
mano izquierda (la cual le estaba resultado de mucha necesidad en ese momento, a pesar del
calambre que sufrió)

Llega la noche y al intentar pescar su cena, fue muy lento pero pescó un pez dorado.

Como cargaba el sedal del pez grande en la espalda, ahora si siente mucho dolor y cierto
entumecimiento. Sin embargo el no deja de automotivarse y no ve sus dolores ni preocupaciones
sino su meta: “Pero he pasado cosas peores –pensó–. Mi mano sólo está un poco rozada y el
calambre ha desaparecido de la otra. Mis piernas están perfectamente. Y además ahora te llevo
ventaja en la cuestión del sustento.”

Consideraba el pez como su amigo, lo admiraba e incluso quería darle comida, pero sin duda
quería matarlo.

Lleva 2 dias sin dormir en esas.

El dorado eran en realidad 2 peces voladores y se los comió felizmente en vez de dormir. Se lo
comio crudo, sin “sal y limones”

Luego, el pez tuvo una momentánea parada y el aprovechó para dormir, después de hacer un
esfuerzo físico muy grande para poder hacerlo.

Se despertó por el peso del pez que empezó a brincar y brincar y el viejo hizo la mayor fuerza que
pudo pero ya su mano izquierda estaba competamente inmóvil y el no podía moverse. Sin
embargo, este no veía esto como ningún tipo de infortunio “Esto es lo que esperábamos –pensó–.
Así, pues, vamos a aguantarlo.” “Que tenga que pagar por el sedal –pensó–. Que tenga que
pagarlo bien.”

El sedal empezó a resbalársele lentamente. Temía que empezara a dar vueltas el pez por el
cansancio. Se comió lo que quedaba del dorado y que “empiece la pelea”

Sigue hablando con sus manos y aunque la izquierda lo haya decepcionado antes, parece estar
sirviéndole otra vez.

El pez lo desgastó mucho en sus fuerzas al girar y girar. Empezó a sangrar, tener problemas de la
vista y a marearse.

–No puedo fallarme a mí mismo y morir frente a un pez como éste

–dijo–. Ahora que lo estoy acercando tan lindamente, Dios me ayude a resistir. Rezaré cien
padrenuestros y cien avemarías. Pero no puedo rezarlos ahora. “Considéralos rezados –pensó–. Los
rezaré más tarde.”

El pez quiso salir ahora de su anzuelo con fuerza y el sedal siguió cediendo. “Tengo que evitar que
aumente su dolor –pensó–. El mío no importa. Yo puedo controlarlo. Pero su dolor pudiera
exasperarlo.”

Lo esperó que saliera del agua, mientras seguía haciendo círculos. Empezó a recoger el sedal para
así matarlo, dice que nunca se había sentido tan cansado.

Al acercarse el pez al bote quedó impactado: Fue en la tercera vuelta cuando primero vio el pez. Lo
vio primero como una sombra oscura que tardó tanto tiempo en pasar bajo el bote que el viejo no
podía creer su longitud. –No –dijo–. No puede ser tan grande.

el viejo iba ganando sedal y estaba seguro de que en dos vueltas más tendría ocasión de clavarle el
arpón. “Pero tengo que acercarlo, acercarlo, acercarlo –pensó–. No debo apuntar a la cabeza.
Tengo que metérselo en el corazón.” –Calma y fuerza, viejo –dijo.

Era toda una confrontación entre el viejo tratando de arrimarlo para matarlo y el pez para alejarse.
Lo hacía con todas sus fuerzas.

Qué gran admiración: “Me estás matando, pez –pensó el viejo–. Pero tienes derecho. Hermano,
jamás en mi vida he visto cosa más grande, ni más hermosa, ni más tranquila, ni más noble que tú.
Vamos, ven a matarme. No me importa quién mate a quién.”

Hasta qye al fin le clavó el arpón en la plateada espalda con todas las fuerzas que le quedaban. El
pez cayó panza arriba, dejando un rastro enorme de sangre en el mar.

La lucha ha terminado.

–Tengo que mantener clara la mente –dijo contra la madera de la proa–. Soy un hombre viejo y
cansado. Pero he matado a este pez que es mi hermano y ahora tengo que terminar la faena.

Empezó a amarrarlo como pudo al bote.

El pez era realmente enorme, hermoso y plateado.


“Tal como está, pesa mil quinientas libras –pensó–. Quizá más. ¿Si quedaran en limpio dos tercios
de eso, a treinta centavos la libra?”

Emprendió su viaje de regreso a casa, mientras pensaba en el muchacho, el cansancio de su


cuerpo y su mente y su gran logro al capturar el pez.

Podía ver el pez y no tenía más que mirar a sus manos y sentir el contacto de su espalda con la
popa para saber que esto había sucedido realmente y que no era un sueño. Una vez, cuando se
sentía mal, hacia el final de la pelea, había pensado que quizá fuera un sueño. Luego, cuando vio
había visto saltar el pez del agua y permanecer inmóvil contra el cielo antes de caer, tuvo la
seguridad de que era algo grandemente extraño y no podía creerlo

Empezó a costarle tener la mente despejada: El viejo miraba al pez constantemente para
cerciorarse de que era cierto

Cuando de repente lo acometió un tiborón que siguió el rastro de sangre del gran pez y comenzó a
perseguirlos. Era un tiburón grande, hermoso y muy veloz. Era realmente atemorizante.

El viejo alistó su desgastado arpón y no le tenía miedo al pez.

El tiburón atacó y el viejo le clavó el arpón justo en el hocico y lo mató. Le pegó con sus manos
pulposas y ensangrentadas, empujando el arpón con toda su fuerza. Le pegó sin esperanza, pero
con resolución y furia.

Si bien el tiburón murió, su gran pez perdió una buena parte y con la sangre atraería más animales.
Al lamentarse por las heridas de su pez, siguió su camino a la orilla, con menos peso y una mente
más tranquila, aunque cansada.

No se veía nada ni nadie a pesar que estuviera avanzando. Luego, otros 2 tiburones aparecieron.
Eran realmente feroces, más que el anterior. El viejo cogió su chuchillo y lo clavó fuertemente en
el cráneo y ojos de uno, aunque se llevó parte de su gran pez. El otro, que recibía multiples
cuchillazos del viejo, no se despegada del pez.

Cuando mata al último tiburó, se da cuenta que su gran pez ya se encuentra muy desmembrado.
Sus manos también están muy heridas por los tiburones.

“¿En qué puedo pensar ahora? –pensó–. En nada. No debo pensar en nada y esperar a los
siguientes. Ojalá hubiera sido realmente un sueño –pensó–. Pero ¿quién sabe? Hubiera podido salir
bien.”

Ahora, otro tiburón más. El viejo clavó su cuchillo, pero el tiburón lo rompió.

“Ahora me han derrotado –pensó–. Soy demasiado viejo para matar los tiburones a garrotazos.
Pero lo intentaré mientras tenga los remos y la porra y la caña.”

Más y más tiburones se acercaron, a la par del bote. Luchó con otro par y ahora de su gran pez
queda escasamente la mitad. Mientras llegó la noche y se siguió acercando a la orilla.

–Medio pez –dijo–. El pez que has sido. Siento haberme alejado tanto. Nos hemos arruinado los
dos. Pero hemos matado muchos tiburones, tú y yo, y hemos arruinado a muchos otros. ¿Cuántos
has matado tú en tu vida, viejo pez? Por algo debes de tener esa espada en la cabeza.
“Tengo la mitad del pez –pensó–. Quizá tenga la suerte de llegar a tierra con la mitad delantera.
Debiera quedarme alguna suerte. No –dijo–. Has violado tu suerte cuando te alejaste demasiado
de la costa.”

Se preguntaba constantemente si ya había muerto, pero se tocaba sus heridas manos y sabía que
aún vivía.

Una manada de tiburones atocó en la noche y el viejo no podía ver nada. El gran pez estaba siendo
totalmente comido y el había sido herido por los tiburones, hasta ensangrantado.

Se ajustó el saco a los hombros y puso el bote sobre su derrota. Navegó ahora livianamente y no
tenía pensamientos ni sentimientos de ninguna clase. Ahora estaba más allá de todo y gobernó el
bote para llegar a puerto lo mejor y más inteligentemente posible. De noche los tiburones atacan
las carroñas como pudiera uno recoger migajas de una mesa. El viejo no les hacía caso. No hacía
caso de nada, salvo del gobierno del bote. Sólo notaba lo bien y ligeramente que navegaba el bote
ahora que no llevaba un gran peso amarrado al costado

¿Y qué es lo que te ha derrotado, viejo?”, pensó. –Nada –dijo en voz alta–. Me alejé demasiado

Llegó finalmente a la ciudad. El se desplomo de su cansancio en su bote al llegar. Se echó a dormir


en su cama.

A la mañana, apareció el muchacho. Empezó a llorar al ver las heridas del viejo y la curiosidad de
los otros pescadores por saber con lo que veía amarrado su bote aumentaba.

Lo midieron, tenía 18 pies. El muchacho cuidó de el, casi que no despierta y le da un café.

–¿Me han estado buscando? –Desde luego. Con los guardacostas y con aeroplanos. –El mar es
muy grande y un bote es pequeño y difícil de ver –dijo el viejo. Notó lo agradable que era tener
alguien con quien hablar en vez de hablar sólo consigo mismo y con el mar–. Te he echado de
menos –dijo.

–Ahora pescaremos juntos otra vez. –No. No tengo suerte. Yo ya no tengo suerte. –Al diablo con la
suerte –dijo el muchacho–. Yo llevaré la suerte conmigo. –¿Qué va a decir tu familia? –No me
importa. Ayer pesqué dos. Pero ahora pescaremos juntos porque todavía tengo mucho que
aprender.

A la final el viejo se queda dormido, mientras la gente, al ver solo el esqueleto del gran pez, piensa
que era tan solo un tiburón más…

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