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NO HAY VIDA CRISTIANA NI VIDA ECLESIAL

SIN VIDA EUCARÍSTICA


Homilía pronunciado por el Señor Obispo Mons. Gustavo Montini en la Catedral “Inmaculada Concepción”, durante la celebración
diocesana de Corpus Christi, donde instituyó los Ministros Extraordinarios de la Comunión, ciudad de Santo Tomé, 22 de junio 2019

1. La pedagogía de la Iglesia nos introduce progresivamente a los grandes


misterios de nuestra fe. Hemos celebrado la Pascua cuyo tiempo se extiende
hasta la fiesta de Pentecostés. Ella, nos ha permitido profesar nuestra fe
trinitaria en el Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, para que finalmente
la liturgia nos encuentre celebrando hoy la solemnidad del Santísimo Cuerpo
y Sangre de Cristo: el gran y único misterio de nuestra fe.
2. Lo hacemos en este especial y bendecido contexto diocesano donde estamos
viviendo el Jubileo por los 40 años de la creación de nuestra diócesis de Santo
Tomé. Muestra de ello es que por pura providencia de Dios, en esta
celebración del Corpus Christi ha querido estar presente y acompañarnos
como buena Madre, la imagen peregrina de Nuestra Señora de Itatí. Imagen
que como bien sabemos está visitando durante este tiempo jubilar a todas las
comunidades de la diócesis. En este mes de junio –sin haberlo programado
para nada-,
1 Ella está en Santo Tomé. La Iglesia diocesana nos abraza y nos
pone frente a su Madre, su Madre nos da su corazón mostrándonos a su Hijo
Jesús, y Jesús se nos ofrece lavándonos los pies y haciéndose alimento en la
Eucaristía.
3. La Iglesia que se “edifica –crece- con la rocío cotidiano de la Palabra de
Dios y de los Sacramentos (Cfr. prefacio ordenaciones II), encuentra en la
Eucaristía, todo bien, es decir, encuentra a Cristo mismo (Cfr. Catic 1324)
presente en su cuerpo, alma y divinidad (Catic 1374). Sin la Eucaristía no se
puede ser Iglesia. Lo decía de modo espléndido el padre Henri De Lubac en el
contexto del Concilio Vaticano II: “la Iglesia hace la Eucaristía y la
Eucaristía hace a la Iglesia”. Por tanto, no hay vida cristiana ni vida eclesial
sin vida Eucarística.
4. Amparados bajo este bellísimo contexto que hemos intentado describir e
iluminados por los textos bíblicos que acabamos de escuchar, se nos presenta
y se nos ofrece –podríamos decir como pan caliente- la vocación a la que está
llamada la Iglesia que nace de la Eucaristía. Aparece así un modo Eucarístico
de ser Iglesia, y un modelo Eucarístico de vida cristiana. ¡Qué providencial
este llamado que Dios nos hace en este contexto Jubilar!
5. La Iglesia Diocesana que nace de la Eucaristía esta llamada a ser “albergue y
alimento” para todos los que caminando por la vida, se encuentran en
situación de desierto. Somos testigos –como nos cuenta el Evangelio- de
cuánta gente tenemos alrededor que sufre algún tipo de necesidad: hay
hambre de pan ante tanta pobreza y miseria. Hay hambre de trabajo, pero
también hay hambre de recuperar el valor dignificante del trabajo. Hay
hambre de luz y verdad frente a tanta mentira y frivolidad. Hay necesidad de
referentes frente a tanta verborragia y corrupción. Hay hambre de hogar –de
familia- ante tanta orfandad. Hay hambre de paz ante tanta crispación y
violencia. Ante tantas ofertas falsas de diversión nos encontramos con
corazones hambrientos de alegría y de auténtica felicidad. Hay hambre de
instituciones sólidas, que cuiden y organicen a las personas para que puedan
gestar transformaciones en nuestros contextos sociales y culturales. Hay
hambre de dirigentes nobles, pero también, hambre de ciudadanos
comprometidos y responsables. La sociedad tiene hambre de personas
magnánimas, con grandeza de corazón. Hay necesidad de volver a nuestras
raíces humanas y cristianas frente a propuestas ideológicas venidas de fuera
que quieren volvernos a colonizar y esclavizar. Hay hambre de una dirigencia
renovada2 y de líderes cualificados frente a tantos cambios e incertidumbres.
Hay hambre de misericordia frente a tantos golpes y tantas heridas. Hay
hambre en los que no tienen nada, y hambre en los que aparentemente tienen
todo. Hay hambre en los niños, en los adolescentes y jóvenes, como así
también en los adultos y ancianos.
6. Esta multitud hambrienta tiene necesidad de techo seguro y de comida
sustanciosa. La Iglesia –es decir nosotros- es y siempre más, debe convertirse
en albergue y alimento para tantos hambrientos maltratados por la necesidad.
Nuestra Iglesia diocesana no puede ser una oficina con horarios de atención,
ni puede quedarse tranquila con lo que hizo hasta ahora, ni tampoco puede
tener la mirada selectiva de atender algunos –los de siempre- para dejar a
otros. La Iglesia tiene vocación de madre. Madre buena y generosa, donde en
Ella todos encontremos luz y calor. La imagen de Iglesia Eucarística que nos
ha querido regalar el Papa Francisco para esta coyuntura temporal, es la de un
“hospital de campo” donde todos los heridos –los hambrientos según el relato
bíblico- encuentren un lugar y una persona para ser curados . Una linda tarea 1

1
ANTONIO SPADARO, director de Civiltà Católica, entrevista al Papa Francisco, 27 de septiembre 2013.
http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2013/september/documents/papa-francesco_20130921_intervista-spadaro.html «Yo veo claramente
qué es lo que más necesita la Iglesia hoy: la capacidad de curar las heridas y de calentar los corazones de los fieles, la cercanía y la proximidad.
Yo veo a la Iglesia como un hospital de campo después de una batalla . ¡Es inútil preguntarle a un herido grave si tiene alto el colesterol o el
azúcar! Hay que curar sus heridas. Después podremos hablar de lo demás. Curar las heridas, curar las heridas…Y hay que comenzar por lo
elemental».
para nuestros hogares, sería poder conversar y reflexionar en nuestros ámbitos
eclesiales qué significa para nosotros hacer que nuestras comunidades
eclesiales –parroquias, instituciones educativas, instituciones diocesanas- se
conviertan en un hospital de campo donde todos los heridos y agobiados
encuentren en ellas, compasión y lugar.
7. A la vez, esta celebración nos ofrece un modelo eucarístico de ser cristiano.
Todos nosotros como los apóstoles en el evangelio estamos tentados por
comodidad, por los propios problemas que nos agobian o por la cultura de la
indiferencia en las que estamos inmersos, a desentendernos y despedir a la
multitud hambrienta. Siempre se encuentran justificativos para no realizar
aquello que se necesita hacer. Jesús quiere romper con ese círculo vicioso
invitándonos a comprometernos con la situación presente y con los rostros
presentes en ella. Un cristiano no puede hacerse el distraído, mirar para otro
lado o cruzarse de vereda. Es una contradicción en los términos ser creyentes
y desentendemos del que tenemos a nuestro lado. “Quien dice que ama a
Dios y no ama –o socorre- al hermano, es un mentiroso” dice San Juan en su
primera carta (1Jn 4,20).
8. Jesús, en un gesto eminentemente eucarístico tomó los “cinco panes y dos
3
pescados… levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y los
fue entregando a sus discípulos para que se los sirvan a la multitud” (Lc
9,16). Es para destacar como el Señor hace que estos temerosos apóstoles se
conviertan en hombres de corazón eucarístico. Los llevó casi sin que ellos lo
percibieran, a no desentenderse de la multitud hambrienta sino hacerse cargo.
A no ser mezquinos, sino generosos dando lo poco que contaban. A no
esperar a que la multitud venga, sino salir a su encuentro para ser comidos y
hasta devorados como eucaristías vivientes por esa muchedumbre hambrienta.
Jesús, especialmente en este tiempo jubilar, sueña e imagina hacer lo mismo
en nosotros.
9. María de Itatí, Reina y Patrona de nuestra diócesis. Tu paso peregrino por
nuestras comunidades nos está haciendo mucho bien. Nos sentimos
custodiados por tu calor de Madre y por tu mirada cargada de misericordia.
¡Ayudános! Queremos ser una Iglesia Eucarística, hogar y albergue para
todos. Queremos ser hombres y mujeres eucarísticos. Deseamos con todo el
corazón comprometernos, poner en las manos de tu Hijo lo poco que
tenemos, para finalmente compartir a nuestros diocesanos las riquezas
inagotables que nacen del corazón amante y de las manos generosas de Jesús,
nuestro Dios y Señor. Que así sea.

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