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Matrimonio

– Don Vicente Fontestad Pastor


NÉSTOR RUBÉN-MORALES GUTIÉRREZ
8-05-2020
TRABAJOS DE CLASE

Resumen de la Amoris Laetitia. La Alegría del amor.


La exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia, “La alegría del
amor:” trata sobre el amor en la familia”. En ella el Papa Francisco cierra
el recorrido fruto de los Sínodos celebrados en octubre de 2014 y 2015.
La novedad de esta exhortación es la “actitud de acompañamiento”. El
Papa Francisco, al igual que sus predecesores, reconoce la complejidad de
la vida familiar moderna, pero acentúa mucho más la necesidad de que la
Iglesia y sus ministros estén cerca de las personas sin importar la situación
en que se encuentren o lo alejados que se puedan sentir de la Iglesia. Las
cuestiones a cerca de la preparación de los novios al matrimonio, transmi-
sión de la vida, el acompañamiento pastoral de las familias, el acceso a los
sacramentos de las personas divorciadas y vueltas a casar o la acogida de
las personas homosexuales. El documento también recuerda la belleza de
la vida familiar, a pesar de todos los problemas que conlleva. Francisco,
escribe sobre cómo formar una familia pasa a significar parte del sueño de
Dios, uniéndose a Él en la construcción de un mundo “donde nadie se
sienta solo”.

Capítulo primero: “A la luz de la Palabra”.


La Biblia, escribe: “está poblada de familias, de generaciones, de his-
torias de amor y de crisis familiares” (nº 8). Y a partir de este dato se
puede meditar cómo la familia no es un ideal abstracto, sino que son ex-
presiones simbólicas de tantos contextos, creados por libertad, que dan
lugar a situaciones familiares concretas: la familia es creada a imagen de
Dios, para la fecundidad y la comunión (nº11), tus hijos como brotes de
olivo (nº 14) y esos mismos hijos significa construir (nº 14). El dolor, el
mal y la violencia “rompen” la familia (nº 19). Y a lo que está llamada la
familia es a ser ternura: la ternura madre-hijo, es la imagen de la ternura
Dios-hombre (nº 28), ésta familia está llamada a la unión con Dios (nº 29).
En este recorrido por la Sagrada Escritura se le da una fuerza vital a la
Palabra de Dios “no se muestra como una secuencia de tesis abstractas,
sino como una compañera de viaje también para las familias que están en
crisis o en medio de algún dolor, y les muestra la meta del camino”. (nº
22).

Capítulo segundo: “realidad y desafíos de las familias”.


Es fundamental prestar atención a la realidad concreta, porque “las
exigencias y llamadas del Espíritu resuenan también en los acontecimien-
tos mismos de la historia” (nº 31). El Papa nota que el individualismo exa-
gerado hace difícil hoy la entrega a otra persona de manera generosa: “Se
teme la soledad, se desea un espacio de protección y de fidelidad, pero al
mismo tiempo crece el temor de ser atrapado por una relación que pueda
postergar el logro de las aspiraciones personales” (nº 34). Tenemos que
ser humildes y realistas y no presentar: “un ideal teológico del matrimonio
demasiado abstracto, casi artificialmente construido, lejano de la situación
concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales” (nº 36).
Falta de acompañamiento: no se ha hecho “un buen acompañamiento
a los nuevos matrimonios en sus primeros años, con propuestas que se
adapten a sus horarios, a sus lenguajes, a sus inquietudes más concretas”
(nº 36). Las familias no se sostienen “solamente insistiendo sobre cuestio-
nes doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia”
(nº 37).
Francisco insiste en la necesidad de dar espacio a la formación de la
conciencia de los fieles: “Estamos llamados a formar las conciencias, pero
no a pretender sustituirlas” (nº 37). Estamos llamados a la predicación y a
tomar las actitudes de Jesús qué proponía: “un ideal exigente, nunca perdía
la cercanía compasiva con los frágiles, como la samaritana o la mujer adul-
tera” (nº 38).
Hay una serie de desafíos que afrontar: el incremento de fenómenos
como la drogadicción, alcoholismo, y la hostilidad (nº 51). Defender la
dignidad de la mujer frente al maltrato, degradación, esclavitud, mutila-
ción genital, desigualdad en el acceso al trabajo y la instrumentalización
mediática del cuerpo femenino (nº 54). Afrontar el fenómeno de la ausen-
cia del padre marca severamente la vida familiar, su ausencia por motivos:
físicos, afectivos, cognitivos y espirituales, provoca una carencia para una
educación e integración social (nº 55).

Capítulo tercero: “La mirada puesta en Jesús: vocación de la familia”.


La enseñanza sobre el matrimonio y la familia se inspira en el anuncio
del amor y la ternura, para que así, no se convierta en una doctrina fría y
sin vida. Ya que, la familia cristiana se entiende a la luz del infinito amor
del Padre manifestado en Cristo (nº 59). Hay que entender la indisolubili-
dad del matrimonio como un don: “lo que ha unido Dios que no lo separe
el hombre”1. no se entiende como un yugo impuesto al hombre sino como
un don hecho a las personas unidas en el matrimonio (nº 62). El Concilio
Ecuménico Vaticano II, en la Constitución pastoral Gaudium et Spes de-
finió el matrimonio como: “comunidad de vida y amor”2 (nº 67). Bene-
dicto XVI en la Encíclica “Deus caritas est”: recalca que “el matrimonio
basado en el amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la

1 2
MT 19,6
2
GAUDIUM ET SPES nº 48
relación de Dios con su pueblo y viceversa”3 (nº 70). La vocación al ma-
trimonio: “la decisión de casarse y de crear una familia debe ser fruto de
un discernimiento vocacional” (nº 72). Se dan situaciones imperfectas:
“frente a situaciones difíciles y a familias heridas, siempre es necesario
recordar un principio general: los pastores, por amor a la verdad, están
obligados a discernir bien las situaciones”4. Por lo que, hay que evitar los
juicios que no toman en cuanto la complejidad de las diversas situaciones
(nº 79). La Iglesia doméstica: “aquí se aprende la paciencia y el gozo del
trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre-
todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida”5
(nº 86). La Iglesia es familia de familias, la Iglesia es un bien para la fa-
milia y la familia es un bien para la Iglesia (nº 87).

Capítulo cuatro: “El amor en el matrimonio”.


Para manifestar la grandeza del Evangelio del matrimonio y de la fa-
milia, incide en que es necesario alentar un camino de fidelidad y entrega
recíproca, para que así, se produzca un crecimiento, consolidación y pro-
fundización del amor conyugal y familiar. Este amor lo equipara “al
himno del amor”6 de San Pablo (nº 89).
El amor no tiene envidia: “el verdadero amor valora los logros ajenos,
no los siente como una amenaza” (nº 95). El amor no hace alarde ni es
arrogante: “para poder comprender, disculpar o servir a los demás de co-
razón, es indispensable sanar el orgullo y cultivar la humildad” (nº 98). El
amor no obra con dureza: “entra en la vida del otro incluso cuando forma
parte de nuestra vida, pide la delicadeza de una actitud no invasora, que
renueve la confianza y el respeto” (nº 99). El amor no busca su propio
interés: “Tomás de Aquino ha explicado que pertenece más a la caridad
querer amar que ser amado”7 (nº 102).
El amor todo lo cree: “el amor confía, deja en libertad, renuncia a con-
trolarlo todo, a poseer, a dominar”. “Alguien que sabe que siempre sospe-
chan de él, que lo juzgan sin compasión, que no lo aman de manera incon-
dicional, preferirá guardar sus secretos, esconder sus caídas y debilidades,
fingir lo que no es” (nº 115). Todo lo espera: “siempre espera que sea
posible una maduración, un sorpresivo brote de belleza, que las potencia-
lidades más ocultas de su ser germinen algún día” (nº 116). La contempla-
ción es importante: “el amor al otro implica ese gusto por contemplar y

3
DEUS CARITAS EST nº 11
4
FAMILIARIS CONSORTIO nº 84
5
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA nº 1657 3
6
1 COR 13,2-3
7
SUMMA THEOLOGIAE II-II, q. 27, a. 1, ad 2.
valorar lo bello y sagrado de su ser personal, que existe más allá de sus
necesidades” (nº 127). Hay tres palabras clave en el crecimiento del amor:
“permiso, gracias y perdón” (nº 133). Valorar al otro: “desarrollar el há-
bito de dar importancia real al otro. Se trata de valorar su persona, de re-
conocer que tiene derecho a existir, a pensar de manera autónoma y a ser
feliz” (º 138). Mientras la virginidad es un signo escatológico de Cristo
resucitado, el matrimonio es un signo histórico para los que caminamos
en la tierra, un signo de Cristo terreno que aceptó unirse a nosotros y se
entregó hasta darnos su sangre. La virginidad y el matrimonio son, y deben
ser formas diferentes de amar, porque el hombre no puede vivir sin amor
(nº 164).

Capitulo quinto: “amor que se vuelve fecundo”.


El amor siempre da vida. “La familia es el ámbito no sólo de la gene-
ración sino de la acogida de la vida que llega como regalo de Dios”. A los
padres: “les ha concedido Dios elegir el nombre con el que él llamará a
cada uno de sus hijos por toda la eternidad” (nº 166). El valor infinito:
“cada niño está en el corazón de Dios desde siempre, y en el momento en
que es concebido se cumple el sueño eterno del Creador. Pensemos cuánto
vale ese embrión desde el instante en que es concebido. Hay que mirarlo
con esos ojos de amor de Padre, que mira más allá de toda apariencia” (nº
168).

Capítulo sexto: “Algunas perspectivas pastorales”.


Anunciar el Evangelio de la familia tiene hoy como fin: “acompañar a
cada una y a todas las familias para que puedan descubrir la mejor manera
de superar las dificultades que se encuentran en el camino”, para lo que se
requiere: “un esfuerzo evangelizador y catequético dirigido a la familia”
(nº 200). Debe de haber una reconciliación sacramental: “que permita co-
locar los pecados y los errores de la vida pasada, y de la misma relación,
bajo el influjo del perdón misericordioso de Dios y de su fuerza sanadora”
(nº 211). Se debe proporcionar un acompañamiento en los primeros años
de la vida matrimonial, debe de haber un proyecto: “el sí que se dieron es
el inicio de un itinerario, suele ayudar el que se sienten a dialogar para
elaborar su proyecto concreto en sus objetivos, instrumentos y detalles”
(nº 218). Dedicar tiempo para dialogar, compartir, escucharse, mirarse,
valorarse... (nº 224). “No se convive para ser cada vez menos felices, sino
para aprender a ser felices de un modo nuevo” (nº 233). Por más que pa-
rezca evidente que toda la culpa es del otro, nunca es posible superar una
crisis esperando que solo cambie el otro (nº 240).
4
Capítulo séptimo: “fortalecer la educación de los hijos”.
Los padres deben ser dignos de confianza: “el desarrollo afectivo y
ético de una persona requiere de una experiencia fundamental: creer que
los propios padres son signo de confianza” (nº 263). Hay que trabajar un
modo inductivo: “de tal manera que el hijo pueda llegar a descubrir por sí
mismo la importancia de determinados valores, principios y normas en
lugar de imponérselos como verdades irrefutables” (nº 264). Se debe de
educar en la libertad: “la educación moral es un cultivo de la libertad a
través de propuestas, motivaciones, símbolos, reflexiones, exhortaciones,
revisiones del modo de actuar y diálogos que ayuden a las personas a desa-
rrollar esos principios interiores estables que mueven a obrar espontánea-
mente el bien” (nº 267). La sensibilidad ecológica: “en el hogar se pueden
replantear los hábitos de consumo para cuidar de la casa común; la familia
es sujeto protagonista de una ecología integral” (nº 277). El acoger el su-
frimiento: "los momentos difíciles y duros de la vida familiar pueden ser
muy educativos. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando llega la enferme-
dad” (nº 277). La catequesis: “las comunidades cristianas están llamadas
a ofrecer su apoyo a la misión educativa de la familia, de manera particular
a través de la catequesis de iniciación” (nº 279). La educación sexual con-
siste en: “enseñarles un camino en torno a las diversas expresiones del
amor, al cuidado mutuo, a la ternura respetuosa, a la comunicación rica de
sentido. Porque todo eso prepara para un don de sí íntegro y generoso que
se expresará, luego un compromiso público, en la entrega de los cuerpos”
(nº 283). Los momentos de oración en familia y las expresiones de piedad
popular pueden tener mayor fuerza evangelizadora que todas las cateque-
sis y todos los discursos" (nº 288).

Capítulo octavo: “Acompañar, discernir e integrar la fragilidad”.


La Iglesia iluminada por la mirada de Jesucristo: “debe de acompañar
con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor
herido y extraviado, dándoles de nuevo confianza y esperanza, como la
luz del faro de un puerto o de una antorcha llevada en medio de la gente
para iluminar a quienes han perdido el rumbo o se encuentran en medio
de la tempestad” (nº 291). El objetivo principal es la mayor integración
posible: “se trata de integrar a todos. Nadie puede ser condenado para
siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio. No me refiero solo a
los divorciados en nueva unión sino a todos, en cualquier situación en que
se encuentren” (nº 297). La Iglesia es una madre “que, al mismo tiempo
que expresa claramente su enseñanza objetiva, no renuncia al bien posible,
aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino. Los pas-
tores, que propone a los fieles el ideal pleno del Evangelio y la doctrina 5
de la Iglesia, deben ayudarles a asumir la lógica de la compasión con los
frágiles y a evitar persecuciones o juicios demasiado duros o impacientes”
(nº 308). La Iglesia no es una aduana: “a veces nos comportamos como
controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es
una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida
a cuestas” (nº 310).

Capítulo noveno: “Espiritualidad matrimonial y familiar”.


El Concilio Vaticano II se refiere al apostolado de los laicos y destaca
que la espiritualidad brota de la vida familiar. “La espiritualidad de los
laicos debe asumir características peculiares por razón del estado de ma-
trimonio y de la familia”8 (nº 313). Se produce un camino místico: “la
comunión familiar es un verdadero camino de santificación en la vida or-
dinaria y de crecimiento místico. Quienes tienen hondos deseos espiritua-
les no deben sentir que la familia los aleja del crecimiento en la vida del
Espíritu, sino que es un camino que el Señor utiliza para llevarles a las
cumbres de la unión mística” (nº 316). Hay una elección diaria libre:
“quien no se decide a querer para siempre es difícil que pueda amar de
veras un solo día. Cada mañana, al levantarse, se vuelve a tomar ante Dios
esta decisión de fidelidad, pase lo que pase a lo largo de la jornada. Y cada
uno, cuando va a dormir, espera levantarse para continuar esta aventura,
confiando en la ayuda del Señor” (nº 319). Se debe de experimentar una
sana desilusión: “es preciso que el camino espiritual de cada uno le ayude
a desilusionarse del otro, a dejar de esperar de esa persona lo que sólo es
propio del amor de Dios”9 (nº 320).
Nace así una espiritualidad del cuidado, consuelo y estímulo. El hos-
pital más cercano: “la familia ha sido siempre el hospital más cercano,
curémonos, contengámonos y estimulémonos unos a otros, y vivamos
como parte de nuestra espiritualidad familiar” (nº 321). La familia es parte
del sueño de Dios: “querer formar una familia es animarse a ser parte del
sueño de Dios, es animarse a soñar con él, es animarse a construir con él,
es animarse a jugarse con él esta historia de construir un mundo donde
nadie se sienta solo” (nº 321). La familia debe de estar marcada por un
carácter hospitalario: “Cuando la familia acoge y sale hacia los demás,
especialmente hacia los pobres y abandonados, es símbolo, testimonio y
participación de la maternidad de la Iglesia. La familia vive su espiritua-
lidad propia siendo al mismo tiempo una Iglesia doméstica y una célula
vital para transformar el mundo” (nº 324). El Papa Francisco invita a las
familias a seguir caminando: “lo que se nos promete es siempre más. No

8 6
Decr. Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos, 4.
9
Dietrich Bonhoeffer
desesperemos por nuestros límites, pero tampoco renunciemos a buscar la
plenitud del amor y de comunión que se nos ha prometido” (nº 325).

Conclusión
La Amoris Laetitia es un documento solemne del magisterio ordinario,
escrito con un lenguaje pastoral, suficientemente claro, que debe ser reci-
bido con todo respeto y en su totalidad. Fijarse solo en aquellos pocos
párrafos que se refieren a situaciones particulares, que exigen un discerni-
miento caso por caso (como siempre se ha hecho en la Iglesia) es no hacer
justicia al documento y olvidar sus muchas riquezas. El escrito del Papa
habla fundamentalmente de los aspectos más positivos, alentadores y lu-
minosos del amor conyugal; y cuando es oportuno proyecta la luz de la
misericordia sobre las situaciones más dolorosas, que requieren un trata-
miento personal y diferenciado.

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