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TEXTOS ESCOGIDOS DE SAN AGUSTÍN

CONTROVERSIA PELAGIANA

-De peccatorum meritis et remissione et baptismo parvulorum (año 412)

-De spiritu et littera (año 412)

29,51 […] Por la ley tememos a Dios, por la fe esperamos en Él: mas para los que temen
el castigo permanece escondida la gracia. Y así, el alma atormentada bajo el peso de este
temor, en tanto que, impotente, no lograre vencer la concupiscencia del mal ni disipar aquel
temor, que la cerca como severo vigilante, acójase por medio de la fe a la misericordia de Dios,
a fin de que le otorgue lo que Él manda y con la dulce suavidad de la gracia en ella infundida
por el Espíritu Santo consiga que le deleite más lo que Dios manda que lo que prohíbe. Así es
cómo la abundancia de su dulcedumbre, esto es, la ley de la fe, la caridad escrita y derramada
en los corazones, se hace perfecta en los que esperan en él, a fin de que el alma obre
santamente, redimida no por el temor del castigo, sino por el amor de la justicia.

30,52. ¿Acaso el libre albedrío es destruido por la gracia? De ningún modo; antes bien,
con ella le fortalecemos. Pues así como la ley es establecida por la fe (Rm 3,31), así el libre
albedrío no es aniquilado, sino fortalecido por la gracia. Puesto que ni aun la misma ley se
puede cumplir si no es mediante el libre albedrío, sino que por la ley se verifica el
conocimiento del pecado; por la gracia, la curación del alma de las heridas del pecado; por la
curación del alma, la libertad del albedrío; por el libre albedrío, el amor de la justicia, y por el
amor de la justicia, el cumplimiento de la ley. Por eso, así como la ley no es aniquilada, sino
restablecida por la fe, puesto que la fe alcanza la gracia, por la cual se cumple la ley; del mismo
modo, el libre albedrío no es aniquilado, sino antes bien fortalecido por la gracia, pues la gracia
sana la voluntad para conseguir que la justicia sea amada libremente. […]

¿Por qué, pues, los hombres miserables osadamente se engríen, ora de su libre
albedrío, ora de sus propias fuerzas, después que ya han sido libertados? No paran mientes en
que el mismo nombre de libre albedrío significa, sin duda, libertad. Porque donde está el
espíritu del Señor, allí hay libertad (2Co 3,17). Mas si son esclavos del pecado, ¿por qué se
jactan del libre albedrío? Pues quien de otro es vencido, por lo mismo, queda esclavo de quien
le venció (2P 2,19). Y si ya han sido libertados, ¿por qué se jactan de sus obras como si fueran
propias y se glorían como si nada hubieran recibido? ¿Acaso son libres de tal suerte que no
quieren tener por Señor a quien les dice: Sin mí nada podéis hacer (Jn 15,5); y también: Si el
Hijo os diere la libertad, entonces seréis verdaderamente libres (Jn 8,36)?

-De fide et operibus (año 413)

-De natura et gratia (año 415)

2,2 […] Mas antes de comenzar a cumplirse esto, o hasta que la predicación del
Evangelio llegue a las extremidades del mundo —pues aún no faltan gentes postreras, aunque
al parecer poquísimas, a quienes no ha llegado el pregón evangélico—, ¿qué hará la naturaleza
humana o qué hizo cuando ni siquiera llegó a su noticia lo que había de venir ni vio cumplidas
las promesas divinas? ¿Tal vez por la fe en Dios, autor del cielo y de la tierra, a quien reconoce
naturalmente por su Creador, logró una vida santa, cumpliendo su voluntad aun sin estar
instruida en la fe de la pasión y resurrección de Cristo? Pero si esto fue un hecho o pudo
haberlo sido, yo también repito lo que respecto de la ley dijo el Apóstol: Luego inútilmente
murió Cristo. Pues si san Pablo hablaba de la ley, que únicamente recibieron los judíos, ¿con
cuánta más razón se dirá de la ley natural, grabada en el corazón del hombre? Si la justicia se
logra con los esfuerzos de la naturaleza, luego Cristo murió en vano. Pero si no murió en vano,
luego nadie puede justificarse y ser redimido de la justísima ira de Dios, esto es, de su
venganza, sino por la fe y sacramento de la sangre de Cristo (cf. también 9,10).

4,4. Mas esta gracia de Cristo, sin la cual ni los niños ni los adultos pueden salvarse, no
se da por méritos, sino gratis, de donde recibe el nombre de gracia. Fuimos justificados, dice,
gratuitamente por su sangre. Luego los que no se salvan por ella, ora porque no han podido oír
la predicación, ora porque no han querido someterse a ella, o también cuando, siendo por la
edad incapaces de oírla, no recibieron el sacramento de la regeneración, que podían haber
recibido y con él salvarse, se condenan muy justamente, porque no se hallan libres de pecado o
por haberlo contraído de origen o por los que personalmente han cometido. Pues todos
pecaron, sea en Adán, sea en sí mismos, y están privados de la gloria de Dios.

53,62. Cuando, pues, muy bien preguntamos a nuestros adversarios: “Por qué admitís
que sin el socorro (adiutorio) de la gracia de Dios puede guardarse el hombre sin pecado?”, no
se trata de los dones naturales con que fue hecho el hombre, sino del don de la gracia con que
se salva por mediación de Jesucristo, Señor nuestro. En efecto, los fieles dicen al orar: No nos
dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal (Mt 6,13). Si ellos pueden librarse por sí
mismos, ¿para qué oran? […] No se impida, pues, el orar para que se consiga la salud. ¿A qué
lisonjearse tanto de las posibilidades de la naturaleza? Está vulnerada, herida, desgarrada,
arruinada. Le hace falta verdadera confesión, no ***falsa defensa. Búsquese, pues, la gracia de
Dios; no aquella que constituye el conjunto de bienes de la creación, sino la que obra su
reparación, que Pelagio la da como innecesaria (cf. también 58,68; 60,70)

64,77. Conocidas son igualmente entre los cristianos las palabras que recuerda haber
dicho muy bien Sixto, obispo de la iglesia romana y mártir de Cristo, conviene a saber: “Dios
concedió el uso del libre albedrío a los hombres para que, viviendo en la pureza y santidad, se
hagan semejantes a él”. Pero también pertenece al libre albedrío oír y creer al que le llama y
pedir a aquel en quien cree el socorro [adiutorium] necesario para evitar el pecado. Pues
ciertamente, al decir “para que se hagan semejantes a él” admite que por la caridad divina han
de asemejársele; por la caridad divina derramada en sus corazones, no por la potencia de la
naturaleza ni por la fuerza del libre albedrío, que está en nosotros, sino por el Espíritu Santo
que nos fue dado (cf. también 70,84).

-De pefectione iustitiae hominis (año 415)

-In Ioannis evangelium tractatus (hacia 416)

5,1. Cuando lo que se dice tiene de él [el Señor] su origen, es útil para mí y para
vosotros. Lo contrario, cuando viene del hombre, entonces es mentira. Lo dice así nuestro
señor Jesucristo: Quien dice mentira habla de lo suyo (Jn 8,44). El hombre no tiene suyo propio
sino mentira y pecado. Lo que hay en el hombre de verdad y de justicia tiene su origen en
aquella fuente que se debe en este destierro con ansia desear… (cf. también Sermo 21,4)

26,2. ¿Cuál es, pues, la respuesta de Jesús a estos murmuradores? No sigáis


murmurando entre vosotros. Como si dijera: Ya sé yo por qué no tenéis hambre y por qué no
tenéis la inteligencia de este pan ni la buscáis. No sigan esas murmuraciones entre vosotros.
Nadie puede venir a mí si mi Padre, que me envió, no le atrae (Jn 6,44). ¡Qué recomendación de
la gracia tan grande! Nadie puede venir si no es atraído. A quien atrae y a quién no atrae y por
qué atrae a uno y a otro no, no te atrevas a sentenciar sobre eso, si es que no quieres caer en
el error. ¿No eres atraído aún? No ceses de orar para que logres ser atraído. Oye primero lo
que sigue y entiéndelo. Si somos atraídos a Cristo, ***¿estamos diciendo que creemos a pesar
nuestro? Entonces se emplea la violencia, no se estimula la voluntad. Alguien puede entrar en
la iglesia a despecho suyo y puede acercarse al altar y recibir el sacramento muy a pesar suyo;
lo que no puede es creer no queriendo. Si fuese el acto de fe función corporal, podría tener
lugar en los que no quisiesen; pero el acto de fe no es función del cuerpo. Oído atento a las
palabras del Apóstol: Se cree con el corazón para la justicia (Rm 10,10) ¿Y qué es lo que sigue?
Y con la boca se hace la confesión para la salud. Esta confesión tiene su raíz en el corazón. A
veces oyes tú a alguien que confiesa la fe, y no sabes si tiene fe. Y no debes llamar confesor de
la fe al que tengas tú como no creyente. Confesar es expresar lo que tienes en el corazón; y si
en el corazón tienes una cosa y con la boca dices tú otra, entonces lo que haces es hablar, no
confesar. Luego, siendo así que en Cristo se cree con el corazón (lo que ciertamente nadie hace
a la fuerza), y, por otra parte, el que es atraído parece que es obligado por la fuerza, ¿cómo se
resuelve el siguiente problema: Nadie viene a mí si no lo atrae el Padre, que me envió?

26,3. Si es atraído, dirá alguien, va a Él muy a pesar suyo. Si va a Él a despecho suyo, no


cree; y si no cree, no va a Él. No vamos a Cristo corriendo, sino creyendo; no se acerca uno a
Cristo por el movimiento del cuerpo, sino por el afecto del corazón […].

26,4. Si de una parte y de otra lo miras, nadie viene a mí sino quien es traído por el
Padre. No vayas a creer que eres atraído a pesar tuyo. Al alma le atrae el amor. Ni hay que
temer el reproche que, tal vez, por estas palabras evangélicas de la Sagrada Escritura, nos
hagan quienes solo se fijan en las palabras y están muy lejos de la inteligencia de las cosas en
grado sumo divinas, diciéndonos: ¿Cómo puedo yo creer voluntariamente si soy atraído? Digo
yo: Es poco decir que eres atraído voluntariamente; eres atraído también con mucho agrado y
placer. ¿Qué es ser atraído por el placer? Pon tus delicias en el Señor y él te dará lo que pide tu
corazón (Sal 36,4). Hay un apetito en el corazón al que le sabe dulcísimo este pan celestial. Si,
pues, el poeta pudo decir: “Cada uno va en pos de su afición” (VIRGILIO, Eglog., 2), no con
necesidad, sino con placer; no con violencia, sino con delectación, ¿con cuánta mayor razón se
debe decir que es atraído a Cristo el hombre, cuyo deleite es la verdad y la felicidad, y la
justicia, y la vida sempiterna, todo lo cual es Cristo? ¿Los sentidos tienen sus delectaciones y el
alma no tendrá las suyas? […]

26,5. […] Muestras nueces a un niño, y se le atrae y va corriendo allí mismo adonde se
le atrae; es atraído por la afición y sin lesión alguna corporal; es atraído por los vínculos del
amor. Si, pues, estas cosas que entre las delicias y delectaciones terrenas se muestran a los
amantes, ejercen en ellos atractivo fuerte, ¿cómo no va a atraer Cristo, puesto al descubierto
por el Padre? ¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad? ¿Para qué el hambre
devoradora? ¿Para qué el deseo de tener sano el paladar interior, capaz de descubrir la verdad,
sino para comer y beber la sabiduría, y la justicia, y la verdad, y la eternidad?
26,6. […]

26,7. Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios (Jn 6,45). ¿Por qué
me he expresado así, oh judíos? No os ha enseñado a vosotros el Padre; ¿cómo vais a poder
conocerme a mí? Los hombres todos de aquel reino serán adoctrinados por Dios, no por los
hombres. Y si lo oyen de los hombres, sin embargo, lo que entienden se les comunica
interiormente, e interiormente brilla, e interiormente se les descubre. ¿Qué hacen los hombres
cuando hablan exteriormente? ¿Qué estoy haciendo, pues, yo ahora cuando hablo? No logro
más que introducir en vuestros oídos ruido de palabras. Luego, si no lo descubre el que está
dentro, ¿qué vale mi discurso y qué valen mis palabras? El que cultiva el árbol está por de
fuera; es el Creador el que está dentro. El que planta y el que riega trabajan por de fuera; es lo
que hacemos nosotros. Pero ni el que planta es algo ni el que riega tampoco; es Dios, que es el
que da el crecimiento (1Co 3,7). Este es el sentido de estas palabras: Todos serán enseñados
por Dios. ¿Quiénes son esos todos? Todo el que oye al Padre y aprende de Él, viene a mí. Mirad
la manera de atraer que tiene el Padre; es por el atractivo de su enseñanza, llena de
delectación, y no por imposición violenta alguna; ése es el modo de su atracción […].

-De gestis Pelagii (año 417)

14,34. Por más que se enaltezcan las obras de los infieles, conocemos la sentencia
verdadera e irrebatible del Apóstol: Todo lo que no procede de la fe es pecado (Rm 14,23)"

-De gratia Christi et peccato originali (año 418)

I,13,14. Si esta gracia debe llamarse doctrina, llámese así en buena hora, con tal que se
crea que Dios con inefable suavidad la infunde más profunda e íntimamente no solo por medio
de aquellos que plantan y riegan exteriormente, sino también por sí mismo, que calladamente
suministra el incremento (1Co 2,14), de tal modo que no solo manifiesta la verdad, sino
también comunica la caridad. Pues de este modo enseña Dios a los que según su designio han
sido llamados, concediéndoles juntamente conocer lo que deben obrar y obrar lo que conocen
[…].

Mas quien conoce lo que se debe hacer y no lo hace, ese tal aún no ha aprendido de
Dios según la gracia, sino según la ley; no según el espíritu, sino según la letra. Pero muchos
parece que ejecutan lo que ordena la ley por temor de la pena, no por amor de la justicia […].

Tanta es pues la distancia entre la ley y la gracia, que, aun no dudando que la ley viene
de Dios, no obstante, la justicia que procede de la ley no viene de Dios, sino la justicia que se
consuma por la caridad ésta sí viene de Dios. Porque se llama justicia legal la que resulta a
causa de la maldición de la ley, mas se llama justicia de Dios la que se da por beneficio de la
gracia, para que el precepto no sea terrible, sino suave […]; esto es, de tal modo que no me vea
forzado a estar servilmente bajo la ley por temor del castigo, sino que me deleite de estar
abrazado a la ley por la libre caridad. Pues libremente cumple el precepto quien de grado lo
cumple; y todo aquel que aprende de este modo, ejecuta absolutamente todo lo que ha
aprendido que debe obrar.
I,23,24. Y prosigue [Pelagio] diciendo: “Quien usa bien de ella —esto es, de la libertad
del albedrío— de tal modo, dice, se entrega totalmente a Dios y mortifica su voluntad, que
puede decir con el Apóstol: Y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Ga 2,20); y
pone su corazón en las manos de Dios, para que, a donde quisiere, Dios lo incline”. Gran ayuda
por cierto de la divina gracia es el que Dios incline nuestro corazón hacia donde él quisiere.
Mas esta tan grande ayuda la merecemos, como este delira, cuando sin ninguna ayuda, sino
exclusivamente por la libertad del albedrío, corremos hacia el Señor, cuando deseamos ser
dirigidos por él, cuando subordinamos nuestra voluntad a la voluntad divina y, finalmente,
cuando, estando constantemente unidos con Dios, nos hacemos juntamente con él un solo
espíritu. Y estos tan extraordinarios bienes los obtenemos, según Pelagio, exclusivamente por
la libertad del albedrío, de tal suerte que por estos méritos precedentes alcanzamos la gracia
de que Dios incline nuestro corazón hacia donde él mismo quisiere.

Más, ¿cómo será gracia, si no se concede gratuitamente? ¿Cómo será gracia, si se paga
por deuda? ¿Cómo será verdadero lo que dice el Apóstol: Esto no procede de vosotros, sino
que es un don de Dios; tampoco las obras, para que nadie se engría (Ef 2,8-9); y en otro lugar:
Mas si por gracia, ya no es por las obras; de lo contrario, ya no sería gracia (Rm 11,6)? ¿Cómo,
digo, sería esto verdad, si preceden obras tan excelsas, las cuales nos dan el mérito de
conseguir la gracia, con lo cual no se nos concede gratuitamente, sino que se paga por deuda?
¿Luego para llegar al auxilio de Dios se corre hacia él sin su auxilio; y para ser ayudados por
Dios, por estar unidos con él, llegaremos a unirnos con él sin su ayuda? ¿Qué don mayor o qué
cosa semejante podrá obtenernos la gracia misma, si ya sin ella hemos podido llegar a ser un
solo espíritu con el Señor tan solo por la libertad del albedrío? (cf. también 31,34)

-De anima et eius origine (año 419-42)

-De nuptiis et concupiscetia (año 419)

-Contra duas epístolas pelagianorum (año 420)

III, 5,14 (PL 44,597-598). Nuestra fe, la fe católica, distingue los justos de los injustos,
no por la ley de las obras, sino por la misma ley de la fe, pues el justo vive de la fe [Rm 1,17]. En
virtud de esta distinción sucede que un hombre que vive sin cometer homicidio, sin hurtar, sin
proferir falso testimonio, sin apetecer los bienes ajenos, dando a los padres el debido honor,
casto hasta la continencia de toda relación sexual, incluso conyugal, espléndido en las
limosnas, pacientísimo en las injurias, que no sólo no usurpa lo ajeno, sino que ni reclama lo
que le han quitado, o también que, vendido cuanto tiene y dado a los pobres, nada posee
propio; este hombre, a pesar de estas sus costumbres tan laudables, si no profesa la fe recta y
católica en Dios, dejará esta vida para condenarse", porque sin la fe "las obras que parecen
buenas se convierten en pecados, pues todo lo que no procede de la fe es pecado [Rm 14,23],
citado en Capdevila 381.

-Contra Iulianum haeresis pelagianae defensorem libri sex (año 421)

-Contra Iulianum Operis imperfecti libri sex (año 429-430)


CONTROVERSIA SEMIPELAGIANA

-De gratia et libero arbitrio (año 426)

6,15. Mas porque los pelagianos dicen que solo la gracia por la que se perdonan los
pecados no es según nuestros méritos, pero que, en cambio, aquella gracia final, la vida eterna,
se nos da por nuestros méritos, fuerza es que les contestemos. Si nuestros méritos los
entendiesen de manera que vieran en ellos dones también de Dios, no habría por qué rechazar
tal sentir; pero como entienden los méritos humanos de modo que el hombre por sí mismo los
adquiera, con toda razón responde el Apóstol: ¿Quién es el que a ti te hace preferible? ¿Qué
tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías como si no lo hubieras
recibido? (1Co 4,7) A quien tal piensa, con suma razón se le dice: “Dios corona sus dones y no
tus méritos, si estos por ti y no por él son méritos”. Si tales son, malos son y Dios no los corona;
pero si son buenos, dones son de Dios […]. Si por consiguiente, dones de Dios son tus buenos
méritos, no corona el Señor tus méritos en cuanto méritos tuyos, sino en cuanto dones suyos.

8,19. […] Si la vida eterna se da a las buenas obras, como con toda claridad lo dice la
Escritura: Porque Dios dará a cada uno según sus obras (Mt 16,27), ¿cómo puede ser gracia la
vida eterna, si a gracia no se da por obras, sino gratis, de acuerdo con el Apóstol: Al que
trabaja no se le computa el salario como gracia, sino como deuda (Rm 4,4)? […] ¿Cómo, pues,
será gracia la vida eterna, si a las obras responde? […]

8,20. Este problema, a mi parecer, solo puede resolverse entendiendo que nuestras
buenas obras, a las que se da la vida eterna, pertenecen también a la gracia de Dios, toda vez
que nuestro Señor Jesucristo dice: Sin mi nada podéis hacer (Jn 15,5) […]. Así pues, carísimos, si
nuestra vida buena no es más que gracia de Dios, sin duda alguna que la vida eterna, que se da
a la vida buena, don es de Dios, ***y esta [la eterna] se da gratis porque gratis se da aquella [la
buena] por la que esta es dada. Aunque solamente aquella [la buena] por la que es dada, es
gracia; la que se da allí [la eterna], ya que es premio de la vida buena, es gracia que
recompensa a otra gracia, como retribución por justicia, para que sea cierto, pues es cierto,
que Dios dará a cada uno según sus obras.

9,21. […] Dios nos lleva a la vida eterna no por nuestros méritos, sino por su
misericordia. De acuerdo con esta verdad, dice el hombre a su alma: Quien te corona con
misericordia y gracia (Sal 102,4). Mas ¿acaso no se da la corona a las obras buenas? Pero como
es él quien en los buenos ejecuta las buenas obras, por lo que fue escrito: Dios es el que obra
en vosotros el querer y el obrar, según su beneplácito (Flp 2,13), por eso dijo el salmista: quien
te corona con misericordia y gracia, pues por su misericordia obramos el bien que con corona
es premiado. Y no porque diga que Dios obra en vosotros el querer y el obrar hemos de
concluir a la negación del libre albedrío, porque si así fuese, no hubiera dicho poco antes: Con
temor y temblor trabajad por vuestra salud (Flp 2,12). Cuando se manda trabajar, al libre
albedrío se manda, y por ello con temor y temblor, no sea que, atribuyéndose a sí mismo las
buenas obras, de ellas se enorgullezca. Viene todo a ser cual si al Apóstol se le preguntara:
“¿Por qué dijiste con temor y temblor?” Él, dando la razón de tales palabras, diría: “Dios es
quien obra en vosotros. Si teméis y tembláis, no os exaltaréis por vuestras buenas obras, como
si vuestras fuesen, porque es Dios quien en vosotros obra”.

-De correptione et gratia (año 426)


7,12. Por consiguiente, ora se trate de los que no oyeron la predicación evangélica, ora
de los que, habiéndola oído y practicado sus enseñanzas, no perseveraron en ellas; ora de los
que, después de haber oído el Evangelio, no quisieron adherirse y creer en Cristo, porque él
dijo: Nadie viene a mí, si no le fuere dado ese don por el padre (Jn 6,65); ora de los que por ser
párvulos eran incapaces de creer, pero sí podían ser purificados de la mancha original por la
ablución del bautismo, si bien perecieron sin recibirlo, todos ellos están incluidos en la masa de
condenación a que dio origen el primer hombre. Y de allí son separados no por méritos
propios, sino por la gracia del Mediador, esto es, son justificados gratuitamente por la virtud de
la sangre del segundo Adán. Al oír pues lo del Apóstol: ¿Quién te distingue? Pues, ¿qué tienes
que no hayas recibido? Y si todo lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieses
recibido? (1Co 4,7), debemos confesar que nadie es segregado de aquella masa de reprobación
que viene de primer Adán sino el que tuviere ese don, sea quien sea, por haberlo recibido por
gracia del Salvador (cf. supra, De natura et gratia 4,4).

12,33. Conviene pues investigar con atención y cautela la diferencia entre estas dos
cosas: el poder no pecar y el no poder pecar, el poder no morir y el no poder morir, el poder no
dejar el bien y el no poder dejarlo […]. La primera libertad de la voluntad [la de Adán] fue la de
poder no pecar; la última será mucho más excelente, conviene a saber, no poder pecar. La
primera inmortalidad consistió en poder no morir, la última consistirá en no poder morir. La
primera potestad de la perseverancia fue la de poder no dejar el bien, la postrera felicidad de la
perseverancia será no poder dejar el bien […].

12,34. Conviene también distinguir los auxilios [adiutoria]. Porque uno es el auxilio sin
el cual no se hace una obra, y el otro el auxilio con el que se hace algo […]. Al primer hombre,
quien creado en la justicia original, había recibido la facultad de poder no pecar, poder no
morir, poder no abandonar el bien, se le concedió no el auxilio que le haría perseverar, sino el
auxilio sin el cual no podía perseverar usando de su libre albedrío. Mas ahora a los santos,
predestinados para el reino de Dios, por la divina gracia no solo se da la ayuda para perseverar,
sino también la misma gracia de la perseverancia; no solo se les concede el don sin el cual no
pueden perseverar, sino el don por el cual perseveran realmente.

14,44. Y lo que está escrito, conviene a saber, que Dios quiere que todos los hombres
sean salvos (1Tm 2,4), sin embargo de no salvarse todos, admite diversas interpretaciones que
ya he mencionado en otros libros [por ejemplo, que se refiera a “muchos” o que quiera decir
que todos los que se salvan se salvan por voluntad de Dios]; aquí me limitaré a una. Se dijo:
Dios quiere que todos los hombres sean salvos, para incluir a todos los predestinados, pues
toda clase de hombres hay entre ellos. De igual modo, se dijo a los fariseos: Pagáis el diemo de
todas las legumbres (Lc 11,42), donde no se ha de entender sino de las que ellos recogían, pues
no pagaban el diezmo de todas las legumbres que se producían en la tierra […].

15,46. Corrijan, pues, los superiores a sus súbditos hermanos con correcciones
caritativas proporcionadas a la gravedad de sus culpas. Pues aun la misma excomunión que
fulmina el obispo, siendo la mayor pena eclesiástica, puede por voluntad divina trocarse en
salubérrima y provechosa corrección. Porque no sabemos lo que puede suceder de un día para
otro, ni se ha de desesperar de la salvación de nadie mientras viva en este mundo, ni podemos
impedir a Dios que derrame una mirada compasiva sobre el culpable y le dé la gracia del
arrepentimiento, y, recibiendo el sacrificio del espíritu atribulado y del corazón contrito, lo
absuelva del reato de la justa condenación y suspenda la sentencia fulminada contra el
condenado. Sin embargo, es propio del oficio pastoral el evitar que el contagio pestífero se
extienda y separar de las sanas a la oveja enferma, la cual tal vez se salvará con la separación.
Para el todopoderoso nada es imposible. Ignorando, pues, quién pertenece al número de los
predestinados y quién no, debemos sentirnos movidos con afecto de caridad hacia todos,
trabajando por que todos se salven […].

-De praedestinatione sanctorum (año 428-430)

3,7. […] Yo mismo me persuadí del error en que me encontraba, semejante al de estos
hermanos, juzgando que la fe, por la cual creemos en Dios, no era un don divino, sino que
procedía de nosotros, como una conquista nuestra mediante la cual alcanzábamos los demás
dones divinos por los que vivimos sobre, recta y piadosamente en este mundo. No consideraba
que la fe fuera prevenida por la gracia, de suerte que por esta nos fuese otorgado todo lo que
convenientemente pedimos, sino en cuanto que no podríamos creer sin la predicación previa
de la verdad; mas en cuanto al asentimiento o creencia en ella, una vez anunciado el Evangelio,
juzgaba yo que era obra nuestra y mérito que procedía de nosotros. Este error mío está
bastante manifiesto en algunos opúsculos que escribí antes de mi episcopado […].

10,19 […]. Entre la gracia y la predestinación existe únicamente esta diferencia: que la
predestinación es una preparación para la gracia, y la gracia es ya la donación efectiva de la
predestinación. […] [La predestinación] no puede darse sin la presciencia, por más que la
presciencia sí que puede existir sin la predestinación. Por la predestinación tuvo Dios
presciencia de las cosas que él había de hacer, por lo cual fue dicho: Él hizo lo que debía ser
hecho (Is 45, sec. LXX). Mas la presciencia puede ser también acerca de las cosas que Dios no
hace, como es el pecado, de cualquier especie que sea; y aunque hay algunos pecados que son
castigo de otros pecados, por lo cual fue dicho: Entrególos Dios en manos de una mentalidad
réproba, de modo que hiciesen lo que no convenía (Rm 1,28), en esto no hay pecado de parte
de Dios, sino justo juicio. Por tanto, la predestinación divina que consiste en obrar el bien es,
como he dicho, una preparación para la gracia; mas la gracia es efecto de la misma
predestinación.

-De dono perseverantiae (año 428-429)

8,16. Pero se objeta: “¿Por qué la gracia de Dios no se da según los méritos de los
hombres?” Respondo: Porque Dios es misericordioso. “¿Y por qué no a todos?” Porque Dios es
Juez justo; y por esto justamente, precisamente, da su gracia gratis y por justo juicio de Dios se
manifiesta en otros qué es lo que confiere la gracia a aquellos a quienes se la concede. No
seamos, por ende, ingratos si, según su beneplácito y para la gloriosa alabanza de su gracia,
quiere Dios misericordioso librar de bien merecida perdición a tantos, cuando, aunque no
librase a nadie, no por eso sería injusto, ya que por uno fueron condenados todos, no por
injusta, sino por justa y equitativa sentencia. Consecuentemente, el indultado ame la gracia y la
agradezca; y el que no es indultado, reconozca su deuda y que merecidamente sufre la
condena. Si la bondad se manifiesta perdonando la deuda, la equidad resplandece al exigirla;
pero nunca puede verse injusticia alguna en Dios nuestro Señor.

8,19. Supongamos que aún insiste: “¿Y por qué a algunos servidores suyos de buena fe
no les concede el perseverar hasta el fin?” ¿Por qué crees tú que es sino porque no miente el
que dijo: De entre nosotros salieron, pero no eran de nosotros; porque si de nosotros fueran,
hubieran permanecido con nosotros (1Jn 2,19)? ¿Pero acaso hay dos naturalezas de hombres?
De ninguna manera. Si existieran dos naturalezas no habría gracia, puesto que nadie sería
gratuitamente liberado si se le daba lo que se le debía. Creen los hombres que todos los que
parecen buenos y fieles deben recibir la perseverancia final; pero Dios ha juzgado mejor
mezclar con sus santos a algunos que no han de perseverar, a fin de que no se crean seguros
aquellos a quienes no les conviene la seguridad en las tentaciones de esta vida. De esta
perniciosa soberbia retrae a muchos lo que dice el Apóstol: Por ende, el que piensa estar firme,
mire no caiga (1Co 10,12) […].

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