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EL CRISTO Y LA ROCA
D
igamos que usted le pide a doscientos cincuenta personas que formen
un círculo y respondan estas preguntas: ¿A quién me parezco? ¿Cuáles
son los rasgos distintivos de mi carácter?
¿Le gusta esa idea, doscientos cincuenta personas hablando de usted?
¿Qué piensa que dirían? ¿Se sentiría animado o desanimado? ¿Encantado o
desolado?
Ahora tratemos una actividad diferente. Conéctese a Internet y busque las
palabras “arena magnificada doscientas cincuenta veces”. Luego haga clic en
las “imágenes”.
¿Qué le parece? Bastante bien, ¿eh? ¿Quién habría pensado que tales teso-
ros estuvieran escondidos en la arena, que cuando uno recogía un puñado
de arena, estaba recogiendo miles de diminutas conchas preciosas? Todo lo
que necesitábamos es la capacidad de verlas.
Cuando Dios nos mira, él ve mucho más de lo que todo el mundo ve. Él
ve un tesoro escondido que nada más necesita ser expuesto. Veamos un
hermoso ejemplo de esto en la relación de Jesús con un discípulo y amigo.
62 MATEO – SÁLVANOS AHORA, HIJO DE DAVID
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todo para ser sus discípulos, sentían profundamente la influencia del racio-
cinio de los fariseos. Con frecuencia vacilaban entre la fe y la incredulidad, y
no discernían los tesoros de sabiduría escondidos en Cristo. Los mismos dis-
cípulos, aunque exteriormente lo habían abandonado todo por amor a Jesús,
no habían cesado en su corazón de desear grandes cosas para sí”. 1
ESTRELLARSE DURO
Ser un instrumento de Cristo, sin embargo, no significa que Cristo de-
penda de nosotros. Dios no depende de nadie para llevar a cabo sus pla-
nes.
Siglos antes, en una zarza ardiente, el Señor le entregó a Moisés las “lla-
ves” para sacar a su pueblo de Egipto. Pocos días más tarde, mientras Moi-
sés se dirigía a Egipto con su esposa e hijos, el Señor estuvo a punto de po-
ner fin a la vida de Moisés. “Aconteció que, en el camino, Jehová le salió al
encuentro en una posada y quiso matarlo. Entonces Séfora tomó un peder-
nal afilado, cortó el prepucio de su hijo y lo echó a los pies de Moisés, di-
ciendo: A la verdad, tú eres mi esposo de sangre’ ” (Éxodo 4:24, 25).
¿Qué pasó? La respuesta simple es que Moisés ya estaba confiando en la
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EXALTADOS
Lo mejor de ser humillado es que nada más nos queda ir hacia arriba. Je-
sús estaba a punto de exaltar a Pedro, a Santiago y a Juan, más alto de lo que
podrían haber imaginado.
“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a su hermano Juan, y
los llevó aparte a un monte alto. Allí se transfiguró delante de ellos, y res-
plandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la
luz. Y se les aparecieron Moisés y Elias, que hablaban con él” (Mateo 17:1-3).
La palabra griega traducida como “transfiguró” es metamorfous, de donde
proviene nuestra palabra “metamorfosis”.
La respuesta de Pedro a la escena fue un divagar nervioso: “Si quieres, ha-
remos aquí tres enramadas”, tal vez porque se acercaba la fiesta de los Taber-
náculos, en la que los judíos conmemoraban el éxodo morando en tiendas.
Mientras Pedro “aún hablaba, una nube de luz los cubrió y se oyó una voz
desde la nube, que decía: ‘Este es mi Hijo amado, en quien tengo com-
placencia; a él oíd’ ” (versículo 5).
La declaración de Pedro, que Jesús era “Hijo del Dios viviente”, ahora la
confirmó el mismísimo Dios viviente. La “nube de luz” desde la que Dios
habló encierra un gran significado. Tan solo pregúntele a Moisés, que él lo
habría recordado.
Éxodo 13 describe una misteriosa “nube” en la que se hallaba la presencia
de Dios. “Jehová iba delante de ellos, de día en una columna de nube para
guiarlos por el camino” (Éxodo 13:21). Más tarde, en Levítico, esta nube vino
a descansar no solo encima del recién edificado tabernáculo, sino en su inte-
rior: “Y Jehová dijo a Moisés: ‘Di a Aarón, tu hermano, que no entre en todo
tiempo en el santuario detrás del velo, delante del propiciatorio que está
sobre el Arca, para que no muera, pues yo apareceré en la nube sobre el
propiciatorio’ ” (Levítico 16:2).
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DE REGRESO A LA NORMALIDAD
Después de su experiencia en la cima de la montaña, Jesús, Pedro, San-
tiago y Juan descendieron al valle. Allá se encontraron con el resto de los
discípulos, los que habían fracasado en su intento de curar a un muchacho
que se hallaba bajo los efectos de una posesión demoníaca. Cuán frustrados
deben de haber estado los nueve que quedaron al pie de la montaña. No
solo no subieron al monte, tampoco fueron capaces de resolver el problema
de ese muchacho. Estaban desalentados y avergonzados.
Mientras que Mateo explica que los discípulos no tuvieron suficiente fe
para exorcizar los demonios del muchacho, Marcos añade esta declaración
de Jesús: “Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno” (Mar-
cos 9:29). Como Pedro, estos discípulos, también, habían llegado a confiar
demasiado en sí mismos.
Al llegar de nuevo a Capernaúm, Jesús y los discípulos entraron en la casa
de Pedro. Los que cobraban el impuesto del templo detuvieron a Pedro y le
preguntaron: “¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas?”.
1
Elena de White, El Deseado de todas las gentes (Bs. As.: ACES, 2008), cap. 44, p. 376.
2
(Más referencias a la “nube” de la presencia de Dios se encuentran en estos textos: Ezequiel
30:3; Mateo 24:30; Hechos 1:9-11; 1 Tes.4:16,17; Apocalipsis 14:14-16.)
3
White, El Deseado de todas las gentes, cap. 48, pp. 400, 401.
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