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Alicia Abal
Sandra Leopold
Fernando Miranda
Encarna Medel
Segundo Moyano
Diseño de la colección: Editorial UOC
© Paola Fryd (coord.), Alicia Abal, Sandra Leopold, Fernando Miranda, Encarna Medel, Segundo
Moyano, del texto.
© Imagen de la cubierta: Sandra Marroig
© Editorial UOC, de esta edición, 2011
Rambla del Poblenou 156, 08018 Barcelona
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Autores
Índice
Prefacio ........................................................................................................ 9
Segundo Moyano, Paola Fryd
Capítulo I
Pensar la infancia en tiempos de incremento de los riesgos sociales ...... 13
Sandra Leopold
Capítulo II
Crecer y madurar en condiciones de dificultad social .............................. 39
Alicia Abal
Capítulo III
Procesos de socialización: cultura y educación ......................................... 57
Fernando Miranda
Capítulo IV
El trabajo educativo: el lugar de la educación social .............................. 117
Paola Fryd
Capítulo V
Los sistemas de protección a las infancias ............................................... 143
Encarna Medel
Capítulo VI
Instituciones de protección a las infancias .............................................. 185
Segundo Moyano
© Editorial UOC 9 Prefacio
Prefacio
A dos bandas…
Hablar del que no habla1. Sin duda, una tarea compleja y que requiere de la
prudencia necesaria para abordar alguna de las cuestiones que bordean la cons-
trucción de las prácticas socioeducativas con la infancia, teniendo en cuenta
las particularidades del momento histórico y la profusión de textos, documen-
tos e investigaciones sobre el trabajo con aquel que no habla.
El objetivo, por tanto, de estas palabras y de las que recorren el resto del
libro, reside en el intento de aportar algunas miradas, desde diferentes lugares
geográficos y disciplinares, para construir esa acción socioeducativa.
Los escritos que el lector tiene entre manos son el resultado del encuentro a
dos bandas entre profesionales con formaciones diversas, de acá y de allá. Un
encuentro buscado —producto surgido de pequeñas coincidencias sucesivas a
lo largo de los años— de personas que, de un modo u otro, han dedicado parte
de su formación, de sus recorridos profesionales, de su estudio y de su reflexión
al trabajo educativo y social con niños, niñas y adolescentes.
Las diferentes miradas nos brindan la oportunidad de enriquecer y comple-
jizar la reflexión acerca de la acción socioeducativa. Y, a su vez, el intercambio
de esos puntos de vista nos permite compartir nuestras preocupaciones por las
nuevas generaciones, que en definitiva son una responsabilidad para todos.
En estas páginas se encontrará que desde la pedagogía, el trabajo social, la
psicología y la educación social se desarrollan conceptos que permiten ampliar
las perspectivas desde donde pensar acerca de las infancias y de la acción so-
cioeducativa.
1. La palabra infancia proviene del latín infans, el que no habla, e infantia, incapacidad de hablar.
© Editorial UOC 10 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
2. Carli, S., 1999, «La infancia como construcción social.» En: Carli, S. (comp.), De la familia a la
escuela. Infancia, socialización y subjetividad. Buenos Aires: Santillana.
© Editorial UOC 11 Prefacio
condiciones de vida del sujeto y al riesgo potencial que éste representaría para
la sociedad.»5 (Tizio, 1997, 97).
Vamos, entonces, a pluralizar los nombres, para hacer presente la diversidad
de recorridos y para reclamar que las infancias sean albergadas en las prácticas
educativas en particular y culturales en general.
5. Tizio, H., 1997, «La categoría “Inadaptación social”.» En: Petrus, A. (coord.), Pedagogía social.
Barcelona: Ariel.
© Editorial UOC 13 Pensar la infancia en tiempos de incremento...
Capítulo I
Pensar la infancia en tiempos de incremento de los
riesgos sociales
Beatriz Sandra Leopold Costábile
Introducción
El mundo «se volvió mundo» y el globo «ha dejado de ser una figura as-
tronómica» escribe O. Ianni (1998, 3) refiriéndose a la globalización. La tierra,
agrega, es el territorio en el que todos los sujetos de encuentran «relacionados
y remolcados, diferenciados y antagónicos». El mundo se ha «mundializado»
y comienza a nominarse como «aldea global», «fábrica global», «tierra patria»,
«nave espacial» o «nueva Babel».
Ianni señala que la actual mundialización del capitalismo como modo de
producción se caracteriza fundamentalmente por la dinámica y la versatilidad
del capital como fuerza productiva, que rebasa, como nunca antes, las fronte-
ras geográficas, los regímenes políticos y las culturas.
También Harvey (2005) afirma que la palabra globalización constituye un
término clave para ordenar las ideas respecto a cómo funciona el mundo en el
que vivimos.
Para Harvey (2005, 79-82), al momento de significar la globalización, sobre-
salen cuatro fenómenos fundamentales que se observan en interacción sinér-
gica : la desregulación financiera, que ya se había iniciado en la década de los
años setenta de siglo pasado en los Estados Unidos, las oleadas de profundos
6. Se recuperan en el desarrollo del texto, particularmente en lo que refiere a la idea de riesgo como
dispositivo de responsabilización individual en el contexto de la modernidad reflexiva, algunas
de las elaboraciones expuestas en Leopold, S. y González, C., 2009, «Responsabilidad y riesgo:
las prácticas diagnósticas en el sistema de protección social uruguayo”, en: Infancia, adolescencia
y familia (Infamilia). Ministerio de Desarrollo Social (org.). Estudios de la edición 2008 del Fondo
Concursable Carlos Filgueira. Montevideo: Tradinco, pp 5–36.
© Editorial UOC 15 Pensar la infancia en tiempos de incremento...
7. No se pretende igualar ambas crisis, que se observan de diferente naturaleza y cuyo análisis
trasciende este texto, si se procura reconocer la centralidad que ambas conformaciones societarias
alcanzaron en el siglo XX y su coincidente crítico desenlace.
8. Se retoman aquí algunos elementos del análisis de Anderson, P, 1998, Qué es el neoliberalismo.
Bogotá: Tiempo Presente. Citado por Valencia Sarria, L. C., 2005, «Neoliberalismo y Gobernabili-
dad Democrática en América Latina.» Ponencia presentada en el Foro Inequidad, democracia e ingo-
bernabilidad en América Latina, organizado en Bogotá por la Universidad Externado de Colombia,
pp 3–4.
© Editorial UOC 17 Pensar la infancia en tiempos de incremento...
9. Como explica Giddens, el cálculo de riesgos y oportunidades en la vida del sujeto moderno, lo
coloca frente a la posibilidad de adoptar una decisión informada y en pleno conocimiento de las
consecuencias de su acción como centro de la posibilidad de colonización del futuro. «En la so-
ciedades modernas, cuanto mayores sean los esfuerzos del individuo por forjarse reflejamente una
identidad de su yo, tanto más consciente será de que su práctica habitual configura los resultados
futuros.» (Giddens, 1995, 166).
© Editorial UOC 19 Pensar la infancia en tiempos de incremento...
10. Esta objeción se encuentra explicitada en la introducción de Modernidad e identidad del yo. «Po-
dría pensarse que con la expresión “estilo de vida” nos referimos sólo a los logros de grupos o clases
más favorecidas, que […] los pobres quedarán “más o menos excluidos de la posibilidad de realizar
elecciones de estilo de vida”.» Sin embargo, Giddens sostiene que su reflexión abarca a todas las
clases sociales, incluyendo contextos de privación social. (Giddens, 1995, 14).
© Editorial UOC 21 Pensar la infancia en tiempos de incremento...
11. Robert Castel (2004) distingue dos grandes tipos de protecciones. Las protecciones civiles son
las que garantizan las libertades fundamentales y la seguridad de los bienes y de las personas en el
marco de un Estado de Derecho. Las protecciones sociales «cubren» a los sujetos de los principales
riesgos que puedan suponer una degradación de su situación vital: accidentes, enfermedad, vejez,
pobreza.
© Editorial UOC 22 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
de la conducción de sus vidas, con recursos muy escasos» (Castel, 2004, 86), se
está ante un individuo en sentido negativo.
Por ello, afirma Castel, la «cultura del riesgo» —tal cual la refiere Giddens—
fabrica peligro, al igual que cuando Beck (1998) enuncia la sociedad del riesgo,
está colocando a la incertidumbre y a la inseguridad como principios rectores
del porvenir de la civilización.
Se trata, desde su perspectiva, de desarrollar los medios apropiados para re-
ducir los riesgos. ¿De qué manera? Clarificando la dimensión social de los nue-
vos factores de incertidumbre, a la vez que formulando interrogantes acerca de
las posibilidades de que los mismos puedan ser enfrentados colectivamente.
Castel reconoce esta tarea como inmensamente difícil en la actualidad, pero
a la vez insoslayable, en virtud de su convencimiento de que «la necesidad de
protección forma parte de la “naturaleza” social del hombre contemporáneo,
como si el estado de seguridad se hubiera vuelto una segunda naturaleza, e
incluso el estado natural del hombre social.» (2004, 85).
12. Escribe Lloyd de Mause: «la historia de la infancia es una pesadilla de la que hemos empezado
a despertar hace muy poco. Cuanto más se retrocede en el pasado, más bajo es el nivel de la pue-
ricultura y más expuestos están los niños a la muerte violenta, el abandono, los golpes, el terror y
los abusos sexuales.» (1982, 15).
© Editorial UOC 28 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
15. El Movimiento de los Reformadores, originario de los Estados Unidos, bregaba por un trato
legal diferenciado de niños y adultos y por ende, por una normatividad y lugares específicos de
internación para los primeros. En 1889, en Illinois, conforman el primer Tribunal de Menores. Para
un análisis detallado y crítico ver Platt (op. cit.).
© Editorial UOC 33 Pensar la infancia en tiempos de incremento...
16. El texto de referencia es de Postman, N., 1994, The Disappearance of Childhood. New York: Vin-
tage Books.
© Editorial UOC 35 Pensar la infancia en tiempos de incremento...
Latina, el autor identifica en las figuras del niño de la calle y del niño consu-
midor, las dos experiencias vitales que operan como caras contrastantes de la
polarización social creciente. Bien puede observarse en ellas, a los polos de fuga
de la infancia moderna que han sido expuestos por Narodowski.
De esta manera, como sintetiza Sandra Carli (2006, 29), «deterioro social,
consumo ampliado y acceso desigual al consumo se combinaron de modos
paradójicos.»
Al amparo de las orientaciones emanadas de la Convención Internacional
de los Derecho del Niño, Emilio García Méndez, señaló la posibilidad de que
la década de los pasados noventa se transformara en una década ganada para
la infancia. Era la última posibilidad que le restaba al siglo XX para saldar la
antigua profecía de Claparéde, mencionada anteriormente.
Pero esto no solo no sucedió sino que tal como lo ha enunciado Carli (1999),
«la paradoja central de los noventa» caracterizada por la convivencia de demo-
cracia política, exclusión y empobrecimiento, —y que aún muestra sus líneas
de continuidad— asumió en relación a la niñez singulares manifestaciones: de-
rechos enunciados, infantilización de la pobreza y creciente mercantilización
de los bienes y servicios para la infancia.
Por una parte, desde una visible primacía del discurso jurídico se volvió he-
gemónica una representación de infancia desde la perspectiva de los derechos
de los niños, instalándose una retórica que los concibe en términos de «sujetos
de derecho» o alude al «interés superior del niño» como principio rector para
la dilucidación de conflictos que refieran a la infancia.
Al mismo tiempo, el campo de la niñez desarrolló signos de regresión en
el plano social, económico y cultural que ubicó a los niños como el segmento
etario más desfavorecido de la población a escala mundial.
La pobreza instalada en niños y jóvenes no es exclusivamente una consta-
tación estadística. Constituye diversas formas de habitar el mundo, signadas
por el sufrimiento y tránsitos sociales preestablecidos; es, en términos de Naro-
dowski, la concreción de la existencia de la infancia desrealizada.
Nacer y crecer —o «salvar el cuerpo» como señala Baudry (2003)— no alcan-
za para garantizar la vida ni para asegurarle a niños y jóvenes un lugar de ple-
no derecho dentro del vínculo social. Máxime cuando la existencia parecería
transitar dolorosamente y el futuro no ofrece horizontes variados y posibles de
ser alcanzados.
En estos tránsitos, como afirma Michel (2003), la vida «se usa [pero] no se goza.»
¿Qué irrumpe hoy de novedoso se pregunta Narodowski, si la pobreza es in-
herente al capitalismo y la infancia no es indemne a ella? Sucede que la moder-
© Editorial UOC 36 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
nidad había construido un relato político, que suponía que la niñez pobre iba
ser «salvada» por las instituciones dispuestas para su cuidado y reproducción:
la familia, el estado y la escuela.
Hoy todas ellas se presentan como instituciones estalladas.17 La novedad,
concluye Narodowski (2004, 132) es «que comienza a aceptarse la idea de que
no va a haber realización propiamente infantil de esos chicos, y que a lo sumo,
el Estado, o las organizaciones no gubernamentales tienen que efectuar polí-
ticas de compensación. Ya no hay filántropo ni educador que los integre a la
posibilidad de hacerlos dependientes y heterónomos.» Por eso ya no es posible
volver tras los pasos de Oliver Twist.
Los portadores de los sueños por venir, ven así jaqueada su realización pre-
sente —no va a haber realización propiamente infantil de esos chicos— y por tanto
también resulta invalidada su proyección futura. Interrogado acerca de cómo
le gustaría vivir, un adolescente formulaba su futuro en términos regresivos, es
decir, negando su posibilidad de realización: «no sé, me gustaría seguir como
estaba antes, en la escuela, y no pensar en nada, nada más en ir a la escuela.
No hacer más nada.»18
Por otra parte, la otra figura que se introduce en este universo paradójico
como resultado de la creciente mercantilización de los bienes y servicios dis-
puestos para la infancia —en el marco de una sociedad mcdonalizada19— es la
figura del niño consumidor.
A partir de una investigación realizada recientemente por Viviana Minzi
(2006) en la Argentina, acerca de las representaciones del niño o niña en los
spots televisivos de productos de circulación masiva destinados a la niñez, la
autora no duda en afirmar que en tanto los medios de comunicación y el mer-
cado se consolidan como nuevos agentes de socialización, “aportan una nueva
acepción a la definición de infancia: el niño como cliente”.
Desde su perspectiva, la publicidad al tiempo que promociona productos,
moldea al niño que consume. Esta infancia resultante, agrega Bernal (2006),
parecería alejarse de los arquetipos infantiles propios de la modernidad, obser-
vándose entre sus nuevos rasgos: la adultización en sus hábitos, vestimenta y
17. Esta expresión corresponde a Fernández, A. M. quién en relación a las instituciones (la escuela,
la universidad, la familia, la fábrica, el Estado) expresa que «no estallaron ni están estalladas. Son
estalladas. Funcionan de un modo particular. Presentan una suerte de desfondamiento institucio-
nal que es difícil de teorizar.» (1999, 16).
18. Ver Abal, Cheroni y Leopold (2005, 148).
19. La expresión corresponde a Ritzer, G., 2002, La Mcdonalización de la sociedad. Un análisis de la
racionalización en la vida cotidiana. Barcelona: Ariel Sociedad Económica.
© Editorial UOC 37 Pensar la infancia en tiempos de incremento...
Capítulo II
Crecer y madurar en condiciones de dificultad social
Alicia Abal Orguet
Introducción
20. Fundamentalmente esto es válido para los estados nación de Europa occidental.
© Editorial UOC 42 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
21. «La época está deshonrada» es la manera en que el escritor francés André Gide traduce o inter-
preta la frase que Shakespeare pone en boca de Hamlet «The time is out of joint».
© Editorial UOC 43 Crecer y madurar en condiciones...
«[…] algunos elementos parecen ser cruciales en los nuevos modos de organi-
zarse: redes de apoyo, concentración creciente en torno a la mujer, sucesión de
parejas y modelos a lo largo del ciclo vital.» (Castells, 1999, 254).
«Puesto que el apoyo del estado de bienestar está disminuyendo, se deja a los
hombres y mujeres la solución de los problemas de sus hijos, mientras pierden el
control de sus propias vidas […] Al expresarme así, no abrazo en absoluto el ar-
gumento neoconservador que culpa al feminismo, o a la liberación sexual, de los
problemas de los niños. Estoy llamando la atención sobre un tema fundamen-
tal de nuestra sociedad[…] La solución no es el regreso imposible a una familia
© Editorial UOC 45 Crecer y madurar en condiciones...
diferenciación entre sujeto y objeto, sea éste otro sujeto o un objeto pensable.
(Bleichmar, 2009).
Esta materialidad no reflexiva ha sido el aporte revolucionario del psicoaná-
lisis que, con el descubrimiento del Inconsciente, descentra al sujeto de la con-
ciencia y acaba con una psicología que identificaba la conciencia con lo psíqui-
co. De allí en más habrá que contar con el sujetamiento al Inconsciente.
De modo que subjetividad y psiquismo (o vida anímica para Freud) no se
superponen. Freud ha formulado que la vida anímica es la función de un apa-
rato —ficcional— «compuesto por varias piezas», aparato que a partir de la
segunda tópica queda conformado por tres instancias a las que llamará Ello,
Yo y Superyó y para cuya constitución se requiere de la presencia de un «otro».
Acerca de las funciones que este «otro» significativo está llamado a sostener
nos ocuparemos en lo que sigue.
se establece con un «otro auxiliador», «otro» que tendrá como función produ-
cir una intervención que altere el mundo exterior (provisión de alimento, acer-
camiento al objeto de amor) para reducir o hacer cesar las sensaciones no pla-
centeras que invaden al pequeño humano y que éste no puede resolver por sí
mismo. Esta alteración será designada por Freud en el «Proyecto de psicología»
(1992a) como acción específica y en tanto tal debe cumplir ciertas condiciones.
Freud dirá que esta acción que se ejerce como «auxilio ajeno» deberá pro-
ducirse «por caminos definidos». Se trata de una acción que conduce a la re-
ducción de las tensiones en el niño y a la producción de una vivencia de satis-
facción a condición de que el «otro» auxiliador adopte una posición singular.
Dicha posición está dada por la posibilidad de interpretar la demanda que el
niño le dirige mediante los modos de expresión que posee. Tenemos allí una
experiencia de carácter estructurante que se conforma a partir de la respuesta
sensible del adulto a las expresiones de tensión del niño (llanto, manifesta-
ciones motoras, emocionales) otorgándole a éstas y a posteriori el valor de
comunicaciones.
Lo que en estos inicios se juega en términos subjetivos llevará a Freud a
afirmar que el desvalimiento inicial del ser humano constituye la fuente pri-
mordial de todos los motivos morales (Freud, 1992a). En consonancia con la
conceptualización freudiana, Bleichmar (2008) postulará que la ética surge con
anterioridad a la inscripción de la renuncia edípica que da origen al Superyó,
identificando los antecedentes en los cuidados tempranos que se despliegan en
el marco de la relación dual con el otro y antes que la terceridad se instale.
«Esta primera etapa de la que pretendo dar cuenta se sostiene en el deseo recí-
proco de protección ilimitada del objeto amado y en el sufrimiento que su dolor
le implica. Se trata de un complejo juego de narcisismo y altruismo, en el cual
la identificación al otro permite, al mismo tiempo, la instauración de las bases
de toda legislación futura como resguardo de reglas que impidan la destrucción
mutua.» (Bleichmar, 2008, 19).
22. Recordemos que según el Diccionario de la Real Academia Española función significa «tarea
que corresponde realizar a una institución o entidad, o a sus órganos o personas; representación
o realización de un espectáculo; (ling.) relación que los elementos de una estructura gramatical
mantienen entre sí.»
© Editorial UOC 48 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
cott (1991) ha insistido en que dicha función puede ser cumplida por la figura
del padre tanto como de la madre e incluso de otros adultos significativos. La
misma comprende para este autor los cuidados del bebé, sin restringirlos a la
atención de sus funciones biológicas y en esto sigue la perspectiva freudiana.
Ve en ella un conjunto de aspectos sutiles que él engloba dentro del concepto
de sostén, en el que incluye la crianza, la protección respecto del entorno, la
nutrición física y afectiva, la educación.
Su ejercicio y eficacia se sostienen para Winnicott (1991) en dos aspectos o
condiciones relevantes: la capacidad de la madre de acoger el gesto del niño y
construir un saber acerca de cómo responderle (el autor señala cómo los sabe-
res previos tomados por universalmente válidos y transmitidos por los profe-
sionales pueden obstruir más que ayudar) y las apoyaturas con que cuenta ella
en las redes sociales en las que está inserta.
Este modo del desamparo constituye un momento estructural a partir del
cual cada uno transita, con luces y sombras, una peripecia humanizadora sos-
tenido en el «otro». Pero también el desamparo subjetivo puede pensarse como
un estado en el que un sujeto (no importa la edad) puede entrar cuando se ve
confrontado a una situación que irrumpe y frente a la cual queda sin respuesta.
En estas circunstancias, lo que se ausenta no es solamente el relato de lo vivi-
do sino la experiencia como suceso comprensible (Viñar, 2009). «Desligadura»
que se produce en lo simbólico, como nos decía Autès, y que deja aquello que
resulta inabordable fuera del acto de narración para sí mismo y para los otros.
Nos preguntamos si en estas circunstancias estaríamos frente a la puesta en
juego de un deseo de no saber, tal como lo plantea Charlot (2008).
Esto resulta una pista interesante para las prácticas socioeducativas. Operar
contra el empobrecimiento de la experiencia, contribuir a construir el pasaje
de lo vivido a la experiencia de sí, promover el sentimiento de continuidad de
la existencia propia produciendo trama entre pasado, presente y porvenir para
que el sujeto no quede atrapado en un presente continuo, constituyen desafíos
para los profesionales.
En sus obras «El porvenir de una ilusión» (1992b) y «El malestar en la cul-
tura» Freud (1992c) asigna un lugar relevante a la cultura tanto en la protección
del ser humano frente a la naturaleza como en la regulación de los vínculos so-
ciales que entablan los hombres, formulando el conflicto estructural existente
© Editorial UOC 49 Crecer y madurar en condiciones...
¿Cómo pensar algunas de las escenas que se nos presentan con relación a las
familias y las instituciones escolares? ¿Podría plantearse que la caída de la do-
minancia de la sociedad patriarcal se conjuga con la precarización o pérdida de
las protecciones sociales para sobre determinar la pérdida de solidez del suelo
en el cual los sujetos construyen sentidos y trayectos vitales?
Lo que resulta evidente es que dichas instituciones no cesan de acusar los
efectos de las transformaciones de las que venimos hablando.
Hemos mencionado anteriormente algunos de los cambios procesados en
la familia desde la perspectiva que propone Castells. Ubicaremos ahora ciertos
elementos de las actuales configuraciones familiares cuando operan en ellas
condiciones de «dificultad social». Una investigación en la que hemos parti-
cipado y que indagó la construcción subjetiva en adolescentes uruguayos que
cometieron infracciones a la ley penal (Abal, Cheroni y Leopold, 2005) arroja
algunas pistas en este sentido.
Muchos de los testimonios que se recogen de los adolescentes parecen con-
firmar lo que Duschatzky y Corea (2002) señalan en cuanto a que estamos ante
configuraciones familiares transformadas. Transformadas en lo que podríamos
llamar su «núcleo duro», la lógica de la autoridad simbólica tradicional (pa-
triarcal) como eje estructurador de la relación paterno–filial.
Las autoras mencionadas toman del psicoanálisis la idea de que no hay suje-
to desde los orígenes sino que su devenir constituye una posibilidad que se ma-
terializa bajo ciertas condiciones en donde resulta clave la presencia del «otro».
A partir de allí afirmarán que en la actualidad las condiciones de subjetivación
ya no se sostienen en las figuras paterna y materna tal como lo enunciara el
psicoanálisis en sus inicios y sostendrán que:
(O) «Mi padre vive a una cuadra y tiene todo […] porque en el trabajo ahí cada
día le dan una caja así con todo […] y tiene abundantes cajas de esas… y no es
capaz de llevarle una… a mi madre o a mi hermano […] imagínate vive a una
cuadra y no se acuerda de mi hermano […] pero padre mío no es… para mí él
me hizo… padre mío no es… porque él sabe que yo no lo quiero […].» (Abal,
Cheroni y Leopold, 2005, 38).
(G) «Porque mi padrastro se abusaba de nosotras y ta, […] De chica no podía ha-
cer nada. Ahora ya soy bastante grande […] además que me pegaba… se abusaba
de nosotras […].» (Ibíd., 40).
«En las ruinas de esa experiencia histórica vemos emerger nuevas relaciones que
no solo ponen de relieve la simetrización o indiferenciación de lugares sino más
bien la pérdida de toda referencia en la cual anclar. Quizás haya que pensar que
lo propio de nuestras circunstancias es la ausencia de referentes y anclajes y que,
por lo tanto, cualquier sistema de referencias que se arme conlleva la oportuni-
dad de un proceso subjetivante.» (Duschatzky y Corea, 2002, 74)
Desde esta perspectiva, importaría considerar cómo desde las prácticas socio
educativas los profesionales generan la oportunidad, mediante el armado de
referencias simbólicas, de habitar lugares de enunciación para niños y adoles-
centes, apostando a una posibilidad pues como sugiere un adolescente:
(F) «Siempre hay que creer en alguien, yo pienso, y creo más en mi padre que en
Dios.» (Abal, Cheroni y Leopold, 2005, 39).
que podrían ser pensados como actos de resistencia. Algo del consentimiento
del sujeto a «dejarse educar» no tiene lugar.
Con frecuencia se hace referencia al «fracaso» escolar en función de las po-
sibilidades que el niño o adolescente tienen de responder a los requerimientos
escolares, sin incluirse suficientemente en el análisis de lo que «no anda» la di-
versidad de elementos que juegan en el dispositivo educativo. La depositación
de las fallas en los sujetos (que en ocasiones se hace extensiva a las familias)
suele ser asumido por el niño o el adolescente como un fracaso propio, vincu-
lado a su «naturaleza.» De ello dan cuenta algunos de los adolescentes entrevis-
tados en el marco de la investigación a la que hicimos referencia antes, cuando
se les pregunta acerca de la «caída» del espacio escolar:
(H) «[…] no me acuerdo. Es como todo, porque mirá que todos mis hermanos
repitieron primero, mi padre también, como siete veces. Casi todos mis familia-
res siempre en primero repetían. No sé por qué, todos mis hermanos también.»
(Ibíd., 2005, 53).
(D) «Y sí, a mis hermanos los educaron bien, el único que salí torcido fui yo. Por-
que me juntaba con… gente así y eso, que se drogaban y eso.» (Ibíd., 2005, 54).
(L) «Yo qué sé… bien, porque si me portaba mal me suspendían… me pasaban
suspendiendo en la escuela […] y una vez me echaron… me llevaron para otra
escuela […].»(Ibíd., 2005, 57).
(P) «Fui a la escuela hasta tercer año, cuando era chico y dejé la escuela por una
aventura […] se rompió un vidrio y me echaron la culpa a mí. Yo no había sido.
Me suspendieron de la escuela y me mandaron a otra. De esa otra escuela no me
adapté, me mandaron a otra […] Después que me echaron de la primera escuela,
se me fueron las ganas de estudiar.» (Ibíd.)
activadas ante al dolor que acarrea el pensar. Esto nos evoca lo expresado por
Walter Benjamín (1936) en El narrador cuando nos dice que de ciertas experien-
cias se vuelve sin palabras, que hay circunstancias en las que el horror anula la
capacidad de construir un relato.
La imposibilidad de apalabrar lo vivido, de construir narrativas a partir de
las cuales reconocerse y vincularse, deja al sujeto desprovisto de recursos sim-
bólicos necesarios para transitar canales de comunicación e intercambio so-
cialmente viables. Dicha imposibilidad, lejos de evitar que lo vivido se mani-
fieste, contribuye a que lo haga crudamente, sin que esté al alcance del sujeto
reconocerlo como propio. En este sentido entendemos la puesta en acto o en
el cuerpo, frecuente en los niños y adolescentes, como un indicio que requiere
de un otro dispuesto, más que a una asignación de sentidos prefabricados, a un
creativo trabajo de construcción de significados.
A modo de cierre
«Debe quedar claro que el sujeto al cual nos referimos aquí tiene una historia y
vive en un mundo humano, esto es, tiene acceso al orden de lo simbólico, al de la
© Editorial UOC 56 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
Capítulo III
Procesos de socialización: cultura y educación
Fernando Miranda
Introducción
1. La cultura
tructura social es la forma que toma esa acción, la red existente de relaciones
humanas.» (Ibíd., 133)
A esta altura, podemos aún sumar otros puntos de enfoque a la conside-
ración de nuestro tema que son relevantes para la construcción de nuestro
asunto.
A finales de los años ochenta y especialmente principios de los noventa, el
debate académico que vinculaba los estudios de época, la cultura y la educa-
ción, estuvo centrado en la comprensión de la llamada posmodernidad.
Muchos teóricos comenzaron a recoger el desafío de discutir estos tópicos y,
en lo que a nosotros nos ocupa, muchos de ellos realizaron distintos esfuerzos
por vincular la condición posmoderna y sus consecuencias sobre la cultura y
la educación.
En otros pasajes de este capítulo nos iremos deteniendo sobre muchas de
estas aportaciones, de las que en este momento nos interesa tomar una en par-
ticular, que conjuga aspectos filosóficos, antropológicos y educativos respecto
al tema cultural.
Este primer ejemplo es el texto de Antonio J. Colom y Joan-Carles Mèlich
(1994) titulado Después de la modernidad. Nuevas filosofías de la educación, donde
se establece parte de la preocupación por la definición de época y sus relaciones
con la cultura y la educación. Así, los autores a su vez remiten a Fredric Jame-
son, uno de los principales teóricos norteamericanos y de los más influyentes
en la comprensión de la posmodernidad, respecto de las condiciones de época
de las últimas dos décadas del siglo veinte. Condiciones estas que, aunque se
han profundizado y en algunos casos, definitivamente instaladas, han perdido
su carácter «novedoso», tienen la vigencia de permitirnos comprender las defi-
niciones en torno a la cultura y la educación.
Se afirmará entonces:
bienes simbólicos que produce un determinado grupo social y las formas prác-
ticas en que ese grupo genera, a su vez, interpretaciones y conductas que son
adoptadas por sus miembros, puede presentar una perspectiva estanca sobre la
complejidad que contiene este término.
Es por tanto razonable pensar que esas realidades se tornan artificiales hoy,
cuando nuestras sociedades no son ya nacionales sino globalizadas, formando
parte de procesos que trascienden ampliamente fronteras físicas y culturales.
Tal como sostiene Giroux, por ejemplo,
Así, se debe tener en cuenta que en este principio del siglo XXI presen-
ciamos procesos que, a su vez, generan transformaciones sociales profundas
y provocan cuestionarse cómo operar en esta nueva realidad, es decir, «nos
preguntamos cómo encajar en algo que parezca real… Setenta canales de tele-
visión contratado por cable, acuerdos de libre comercio que nuestro presiden-
tes firman aquí y allá, migrantes y turistas cada vez más multiculturales que
llegan a nuestra ciudad, millones de argentinos, colombianos, ecuatorianos y
mexicanos que ahora viven en los Estados Unidos o [en] Europa, programas de
información, virus multilingües y publicidades no pedidas que aparecen en el
ordenador: donde encontrar la teoría que organice las nuevas diversidades.»
(García Canclini, 2004,13).
Cualquier abordaje que el educador realice del tema de la cultura deberá
centrarse en cómo se desarrollan determinados movimientos entre individuos
que forman parte, ya no de diferentes sociedades nacionales sino de múltiples
colectivos de grupos unidos o separados real o artificialmente.
En muchos textos y aulas universitarias hemos leído o escuchado acerca de
las condiciones contemporáneas, de la posmodernidad, de la sobremoderni-
dad, el posestructuralismo y tantas otras definiciones que implican la necesi-
dad teórica de comprender y explicar las condiciones culturales de la actuali-
dad, luego de un par de décadas de debates intensos acerca de esto.
Pero, en cualquier sentido que pudiéramos definir nuestra época, y en este
capítulo ensayamos alguno de ellos, nos encontramos con características pro-
pias de un período histórico que sin duda marca el contexto de nacimiento de
la producción cultural actual.
Por esto, la contemporaneidad es una condición de época en todos los terre-
© Editorial UOC 66 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
nos, condición que altera las maneras en que se suceden las relaciones sociales
y personales tanto como las situaciones en que éstas acontecen y las cualidades
de las mismas. En apariencia al menos, se despersonalizan las relaciones coti-
dianas, las que se vuelven mediadas, como dijimos, por nuevos instrumentos
y modalidades de comunicación que interponen la tecnología como elemento
dominante del intercambio social.
Desde las primeras construcciones de François Lyotard (1991) —o del propio
Fredric Jameson ya referenciado—, la reflexión sobre la época contemporánea
y la condición posmoderna ha pautado el pensamiento filosófico, cultural y
político acerca del último tramo del siglo XX y de los primeros años del nuevo
siglo.
Es importante marcar ahora que lo contemporáneo tiene además una con-
dición de exceso, que está expuesta de manera muy interesante en los textos
principales de Marc Augé (2005). Allí se marcan los excesos de tiempo, de espa-
cios, de protagonismo individual, de exaltación personal que identifican y pau-
tan nuestras relaciones habituales. Relaciones que, en el cruce de la tecnología
y los medios, se multiplican espacios muchas veces virtuales donde situar a las
personas, de manera de marcar una suerte de presencia más allá de la materia-
lidad propia del ser humano.
Zygmunt Bauman realiza una descripción también importante —y habi-
tualmente constatable— de este fenómeno:
«Todos hemos visto, oído, y aún escuchado a pesar nuestro, a pasajeros del tren
que, a nuestro lado, hablan sin parar por sus teléfonos. [… ] Si uno viaja en se-
gunda clase, se trata sobre todo de adolescentes de ambos sexos y jóvenes que
informar a sus hogares por cuál estación acaban de pasar y hacia cuál se dirigen.
Uno diría [… ] que no ven la hora de poder mantener esas conversaciones cara
a cara. Pero quizás no haya pensado que muchas de esas charlas por celular que
usted escuchó por azar no eran el prolegómeno de una conversación más sustan-
cial a producirse al llegar, sino un sustituto de ella.» (Bauman, 2005, 89).
una identidad distinta a la propia (parte de juego o engaño) que hacerlo direc-
tamente. Bauman dirá: «la proximidad virtual puede ser interrumpida, literal y
metafóricamente a la vez, con solo apretar un botón.» (Ibíd., 88).
Pero es igual de cierto que las tecnologías permiten unos intercambios que
la presencia material limita:
de las diferencias que se generan entre los diversos grupos que integran nues-
tras sociedades, cómo se generan sus vínculos, cómo se intercambian e incor-
poran, repelen y mixturan sus significados culturales.
Insistiremos en la importancia de pensar nuestra situación reflexionando
acerca de las condiciones de la sociedad contemporánea y los desafíos del pre-
sente. La educación social, en su relación con la reflexión cultural, no puede
creerse fuera de este contexto, no solamente por los propios desafíos del de-
sarrollo de su campo de acción sino por las propias marcas de época que nos
influencian y construyen subjetivamente como jóvenes, niños, niñas, adoles-
cente, educadores, educadoras, docentes, estudiantes, hombres, mujeres, etc.
En esta era de nuevas hegemonías económicas, políticas y culturales, entre
crisis globales y acomodamientos provisorios, es también momento de tenta-
ción de construir un gran relato contra los grandes relatos de la historia; salvo
que el actual parece traer consigo solo la noticia del hecho consumado de la
fragmentación, el individualismo y la pérdida de la utopía, todo basado en una
suerte de ineludible realidad.
La reflexión sobre la contemporaneidad ha de ser una posibilidad para es-
tructurar nuevas referencias y puntos de contacto con alternativas que contri-
buyan al desarrollo de la experiencia educativa y la educación social.
Lo que proponemos, por el contrario, es contribuir a mantener vigente la
posibilidad del ser y del hacer, de la ética y de la estética, puesto en diálogo con
la vida y las experiencias locales y diversas.
Si no estamos a favor de un ser que haga, piense, actúe, cree y se emocione
de acuerdo a patrones universales de idea, moral y belleza, también debemos
protegernos de una sustitución que haga tabla rasa de los viejos ideales uni-
versales de la Modernidad por unas nuevas creencias que impongan actuales
orientaciones únicas y hegemónicas. La diversidad ha de ser reconocimiento
de la experiencia diferente y también posibilidad de diálogo y construcción
común.
El sujeto de la educación en su carácter singular, y en su potencialidad, no
puede hacer perder la perspectiva del colectivo en el que se desarrolla como
sujeto único e insustituible. El sentido de nuestras existencias vitales se consti-
tuye, o debería ser así, por nuestros propios intereses y deseos, los que, a su vez,
se comprenden en el marco de nuestras referencias culturales.
© Editorial UOC 70 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
En este apartado seguiremos los textos de Néstor García Canclini para orien-
tar el análisis entre las definiciones de cultura así comprendidas como sustanti-
vo y la forma de comprender de manera adjetiva la idea sobre lo cultural.
Existen en la reflexión contemporánea, según este autor, cuatro maneras de
concebir la cultura, consideradas a su vez respecto de las bases sociales y mate-
riales que las sostienen.
Estas acepciones, al mismo tiempo, delimitan las respectivas formas en que
puedan ponerse en consideración las distintas relaciones entre las producciones
culturales y los grupos sociales que las realizan o que con ellas se identifican. Es
decir, nos permiten pensar luego las relaciones entre las distintas culturas tal y
como las definamos inicialmente.24
Una primera tendencia que se identifica, según el autor es la que establece
que la cultura «es la instancia en la que cada grupo organiza su identidad.»
(García Canclini, 2004, 35).
Esta definición es quizás la que más se aproxima a las nociones habituales
que tenemos sobre la cultura, tal y como hemos mostrado en este texto, y la
que menos nos aporte acerca de las condiciones que tengan que ver con el
intercambio cultural.
De alguna manera, una definición de esta naturaleza pone en situación de
particularidad tal a un grupo social que es difícil encontrar las maneras de ne-
gociación e interrelación con otras formas culturales.
Si es verdad que «lo local suele estar en otra parte» (García Canclini, 2007,
87) entonces una definición de cultura que solo atienda lo que se ha desarro-
llado en un grupo o una nación resulta insuficiente para la necesidad del inter-
cambio y la negociación.
Una segunda definición a tener en consideración sería aquella que refiere
a la cultura como el ámbito de la «producción simbólica de la producción y
reproducción de la sociedad.» (García Canclini, 2004, 37).
En esta orientación es claro que solo una consideración analítica «artificial»
podría separar lo social de lo cultural, en el entendido de que cualquier acto
humano tiene una posibilidad de análisis de su significación.
«The first risk of dialogue is that the other party may not understand what you
mean. The risk of being misunderstood is inherent to all human communication
and we have developed many ways to reduce it. We try to choose our words and
actions carefully, to pay attention to language and translations, to foresee any
assumptions another party might make. In short, we try to be as intersubjective
as possible and to find the best ways to cross the boundary that separates speaker
and listener.» (Appadurai, 2006, 33).
25. Puede ampliarse este enfoque de análisis en Clarke, J., Hall, S., Jefferson, T. y Roberts, B.,
«Subcultures, cultures and class.» En: Stuart Hall, S. y Jefferson, T., 2006 (1975), Resistance through
rituals. Youth subcultures & post–war. Britain Abingdon: Routledge, pp 3–59.
© Editorial UOC 75 Procesos de socialización: cultura y educación
Por esto, el autor afirma además que «de un mundo multicultural —yuxta-
posición de etnias o grupos en una ciudad o nación— vamos a otro intercul-
tural globalizado. Bajo concepciones multiculturales se admite la diversidad
de las culturas […] En cambio, interculturalidad remite a la confrontación y
el entrelazamiento, a lo que sucede cuando los grupos entran en relaciones e
intercambios.» (Ibíd., 14–15).
Y agrega que «es difícil estudiar este vértigo de con–fusiones con los ins-
trumentos que usábamos para conocer un mundo sin satélites ni tantas rutas
interculturales. [… ] en el actual horizonte se entrecruzan otras conexiones
nacionales e internacionales: de niveles educativos y edades, mediáticas y ur-
banas.» (Ibíd., 15).
¿Son estas dos posibilidades de concebir la cultura, y por tanto el sentido de
la educación, excluyentes? Coincidimos en que efectivamente lo son, en tanto
implican dos maneras de concebir los procesos de socialización, dos formas de
hacer la sociedad en sus relaciones:
Y estas dos maneras de pensar acerca de las relaciones culturales (multi o in-
terculturales) establecen, además de las relaciones entre los grupos y colectivos,
la articulación del sujeto con lo social.
Esta idea es principal en la conceptualización de la construcción de la iden-
tidad individual, en tanto ésta no es mero desarrollo de condiciones de subje-
tividad sino articulación de la individualidad del sujeto con un colectivo social
en función de la adopción de un conjunto de representaciones de significado
acerca de cómo se concibe el mundo cotidianamente.
Entonces, «precisamente porque las identidades se construyen dentro del
discurso y no fuera de él, debemos considerarlas producidas en ámbitos his-
tóricos e institucionales específicos en el interior de formaciones y prácticas
discursivas específicas, mediante estrategias enunciativas específicas. Por otra
parte, emergen en el juego de modalidades específicas de poder y, por ello, son
más un producto de la marcación de la diferencia y la exclusión que signo de
una unidad idéntica y naturalmente constituida» (Stuart Hall, 2003, 18).
Ya no es posible sostener la idea de la identidad como mera pertenencia
cultural de origen, como un desarrollo de la subjetividad exclusivamente rela-
© Editorial UOC 77 Procesos de socialización: cultura y educación
Lo que muchas veces ocurre es que esto es más fácil de describir en otros
que en aquellas situaciones en las que personalmente entramos en juego. Y
© Editorial UOC 78 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
Debería ser evidente que las relaciones de los sujetos con su entorno no son
meramente racionales. Por tanto, las representaciones simbólicas, estéticas, ar-
tísticas, han de poder contribuir a instaurar nuevas formas de existencia que
tomen en consideración las posibilidades de confrontar la experiencia fuera de
la exclusiva conciencia «cartesiana», racional, de las personas.
La experiencia estética, puesta en evidencia en la acción cultural, integra una
dimensión de posibilidades individuales no solo racionales, sino emocionales,
afectivas, sensibles que constituyen la complejidad subjetiva del individuo.
Para Guattari, un asunto fundamental se coloca en que «ya sea en nombre
de la primacía de las infraestructuras, de las estructuras o de los sistemas, la
subjetividad no tiene buena prensa, y los que se interesan por ella, […] en ge-
neral solo la abordan con pinzas, con infinitas precauciones, cuidando mucho
de no alejarla nunca demasiado de paradigmas pseudocientíficos, tomados,
preferentemente de las ciencias duras. » (Guattari, 2000, 22).
Si algo no debería dejar de considerar la educación es la finalidad social de
mantener los ideales de defensa de la cultura con la vida común de los suje-
tos. La ruptura con las visiones elitistas y separadas de lo vital por las que las
representaciones simbólicas y la producción cultural y artística se han visto
muchas veces seducidas, o definitivamente dominadas, es un ideal sucesiva-
mente señalado en la historia de la educación que no debería perder vigencia
en la actualidad. Esta restitución de lo cultural a la vida común de las personas
debe ser parte del programa vigente de las prácticas educativo sociales, de los
programas de las instituciones de la educación y de los planes de la formación.
Más que inducir un sentido homogéneo o único, es volver a colocar los bienes
culturales en el centro de la práctica educativa como derecho de acceso de la
comunidad toda más allá de (y más aún desde) las pertenencias particulares de
los sujetos.
Nuestra posición es que éstas no han de ser preguntas merecedoras de res-
puestas tajantes sino parte del repertorio de cuestiones permanente para la re-
flexión y acción educativas. Muchos de los recursos de las prácticas educativas,
así como muchas de las acciones de producción simbólica a nivel social llevan
al posicionamiento ético respecto de valores que tienen por objetivo no solo la
denuncia sino la actuación consciente y crítica sobre la actualidad.
Esto no lleva en sí la creencia de que solo la interpretación y el desvela-
miento de la realidad nos conduce definitivamente a su transformación, sino la
convicción de que ha de corresponder a los educadores también la posibilidad
de la acción en este sentido.
Volvamos por un momento a la posición de Guattari, quien recomienda
© Editorial UOC 81 Procesos de socialización: cultura y educación
poner en relación las prácticas culturales, artísticas, estéticas, con nuevas prác-
ticas sociales:
«Me parece esencial que se organicen así nuevas prácticas micropolíticas y micro-
sociales, nuevas solidaridades, un nuevo bienestar conjuntamente con nuevas
prácticas estéticas (que) trabajen por la humanidad y no por un simple reequili-
brio permanente del Universo de las semióticas capitalistas.» (Ibíd., 48).
por cómo el sujeto se constituye en una forma activa, a través de las prácti-
cas de sí, estas prácticas no son sin embargo algo que se invente el individuo
mismo. Constituyen esquemas que él encuentra en su cultura y que le son
propuestos, sugeridos, impuestos por su cultura, su sociedad y su grupo social.»
(Foucault, 2002, 109-110).
Esta recuperación de la idea del sujeto, es para nosotros importante acerca
de pensar la relación entre lo cultural y lo educativo. El sentido de esta centra-
lidad de lo subjetivo, mayor quizás en importancia que las propias condiciones
en las que se producen los mecanismos que han de incidir en las formas de
experiencia y práctica de sí, tiene que ver con el rol que esta idea juega en la
construcción de otros conceptos que interesan a este análisis. Es por ello que
coincidimos con Larrosa en la afirmación siguiente:
«Una cultura incluye los dispositivos para la formación de sus miembros como
sujetos o, en el sentido que le hemos venido dando a la palabra “sujeto” como
seres dotados de ciertas modalidades de experiencia de sí. En cualquier caso, es
como si la educación, además de construir y transmitir una experiencia “objeti-
va” del mundo exterior, construyera y transmitiera también la experiencia que
las personas tienen de sí mismas y de los otros como “sujetos”.» (Larrosa, 1995,
273).
Estas condiciones de que habla Rorty son mucho más que aquello que po-
damos efectivamente observar y configuran la densidad del sistema cultural, al
© Editorial UOC 85 Procesos de socialización: cultura y educación
«Para tocar el violín es necesario poseer cierta inclinación, cierta destreza, cono-
cimientos, talento, hallarse en disposición de tocar y tener un violín. Pero tocar
el violín, no es ni la destreza, ni el conocimiento, ni el estado anímico, ni (idea
que aparentemente abrazan los que creen en la “cultura material”) el violín.»
Geertz, 1994, 25–26).
Las nuevas realidades que configuran las ciudades y sus barrios, alteran las
relaciones sociales establecidas y conecta (desconecta) a las personas, a sus ha-
bitantes de manera diferente a las que habitualmente conocíamos.27
Por eso, la ciudad y los espacios públicos, comunes, son importantes para
la educación. Son lugares privilegiados en la proliferación de intervenciones
culturales y manifestaciones visuales que reconocen lo mercantil y lo estético,
lo comunicacional y lo publicitario. Para acercarse a esto como posibilidad hay
que abrir las puertas (físicas y mentales) de las instituciones y pensar en propo-
ner el encuentro con lo cultural.
A esta altura, parece importante pensar algunas de las relaciones que pode-
mos ir construyendo. Así, la idea de cultura, tal y como la hemos venido de-
sarrollando, trasciende la noción de realización material exclusivamente, para
ubicarla en la conformación de los sentidos e imaginarios subjetivos, indivi-
duales y colectivos, que representan para las personas esas cuestiones materia-
les pero también el conjunto de las relaciones sociales en que participan.
En el mismo sentido, es importante tener en cuenta la noción de identidad,
como construcción de lo propio, del self, de la posibilidad de ser uno mismo
con relación a un otro no excluido y diferente a la vez.
Además, es interesante incorporar el concepto de filiación como derecho a
las señas propias que hacen a las personas pertenecientes a un colectivo con
relación a un patrimonio cultural al que les corresponde y tienen derecho a
acceder como fin educativo.
La opción por una mirada pedagógica crítica incluye el reconocimiento de
nuevos actores y nuevas voces y formas de manifestación de opiniones, juicios,
creencias y representaciones que deben enriquecer la vida en común de los
ciudadanos.
Por cierto, y desde el punto de vista de la formación del educador, esta mira-
da crítica debe favorecer y consolidar espacios de acción educativa de carácter
interdisciplinario que permitan la comprensión y el abordaje de lo cultural
desde formas donde, además, se construyan nuevos objetos de estudio e in-
tervención social definidos por la pluralidad, la participación y la solidaridad,
como principios de la práctica educativo social.
Naturalmente, este proceso de transformación educativa, por su comple-
27. Unas ciudades donde «las dinámicas urbanas más perversas, que disuelven la urbe–ciudad,
agravan la ruptura de la relación social» donde «el derecho al espacio público y a la belleza, el de-
recho a la identidad colectiva […] constituyen (entre otros) nuevos —y no tan nuevos— derecho
para ser desarrollados y legitimados…» para lograr que «el espacio público constituya un desafío y
una oportunidad para la justicia urbana.» (Borja, 1999).
© Editorial UOC 88 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
gía de los límites» para enfatizar el lugar de oposición como lugar de contradic-
ción pero también de actividad, de producción cultural.
Una posible línea de abordaje es aproximarse a la noción de campo, que
fuera elaborada por el sociólogo francés Pierre Bourdieu, ya referido en este
capítulo respecto a algunas otras nociones importantes que legara al análisis
educativo y cultural.
Bourdieu también es, por esto, un teórico conocido para educadoras y edu-
cadores de todo nivel, tanto por sus enunciados teóricos sobre la reproducción
cultural, así como por su influencia en el análisis y la comprensión acerca del
funcionamiento del sistema educativo, todo lo cual marcó la formación de
generaciones de educadores en las últimas tres décadas.
La noción de habitus, como conjunto de disposiciones estructuradas y, a la
vez, estructurantes, con las que el sujeto se mueve en el espacio social ha sido
también de un valor básico en la reflexión sobre la educación y ya fue citada en
este texto. Del mismo modo, sus ideas acerca del capital cultural nos acercan a
la importancia de la ubicación de las personas en el espacio social en función
de la formación del gusto en los distintos sectores, asociado a consecuencias de
distinción entre los mismos.
Recordemos, entonces, la idea de campo en Bourdieu:
«La estructura del campo es una estado de relaciones de fuerza entre los agentes
o las instituciones relacionadas en la lucha o, si se prefiere, en la distribución de
capital específico que, acumulado en el curso de luchas anteriores, orienta las
estrategias ulteriores [… ] las luchas en el campo [son] en definitiva, la conser-
vación o la subversión de la estructura de la distribución del capital específico.»
Bourdieu, 1986, 87; traducción libre del autor).
Hemos visto a Zygmunt Bauman como uno de los autores que más nos inte-
resa destacar en este sentido, por sus agudos comentarios acerca del fenómeno
que estas nuevas formas de proximidad generan, aunque a veces resulten una
manera lejana de estar aparentemente cerca.
Volviendo desde este punto de vista sobre aquello que tratamos, Bauman
sostiene que «los espasmos de la proximidad virtual terminan, idealmente, sin
dejar sobras ni sedimentos duraderos. La proximidad virtual puede ser inte-
rrumpida, literal y metafóricamente a la vez, con solo apretar un botón. Parecie-
ra ser que el logro fundamental de la proximidad virtual es haber diferenciado
a las comunicaciones de las relaciones. A diferencia de la antigua proximidad
topográfica, no requiere lazos preestablecidos ni los genera necesariamente.
«“Estar conectado” es más económico que “estar relacionado”, pero también
bastante menos provechoso en la construcción de vínculos y su conservación.»
(Bauman, 2005: 88).
Como educadores, siempre debemos preguntarnos en qué puede contribuir
la educación a la posibilidad de restaurar una búsqueda de sentido colectivo,
heterogéneo pero compartido, en términos colectivos y sociales. Una postura
posible tiene que ver con el papel del arte y la cultura, tal como lo problema-
tiza Jacques Rancière en términos de sensibilizar acerca de problemas comu-
nes, «hacer conscientes los mecanismos de la dominación para transformar al
espectador en actor consciente de la transformación del mundo. Sabemos de
sobra el dilema en que se encuentra este proyecto. Por un lado, la comprensión
puede por sí misma hacer poco por la transformación de las consciencias y de
las situaciones. [… ] Ahora bien, el sentimiento positivo [de una capacidad de
transformación] supone que se esté ya comprometido en el proceso político
que cambia la configuración de los datos sensibles y construye las formas de un
mundo futuro en el interior del mundo existente.» (Rancière, 2005, 38).
La situación de lo actual —que describimos paradójica respecto a las orien-
taciones de consumo y distinción— no puede analizarse sin pensar que la plu-
ralidad no es una condición natural de la democracia salvo que contribuya
a los logros colectivos sin perjuicio de las identidades particulares. Y esto es
básico para lo cultural y para lo educativo.
El camino educativo hacia el acceso a la cultura, a las manifestaciones artís-
ticas, a la dimensión de la producción simbólica de una sociedad o de un grupo
debe ser una posibilidad real para todos los sectores e identidades, tanto como
que la reivindicación particular de estas últimas no puede excluir el acceso de
un otro por su condición de diferencia.
Por esto debemos realizar, y buscar respuesta, la pregunta permanente de
© Editorial UOC 92 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
«El centro en los “significados compartidos” (shared meanings) puede hacer a ve-
ces que la cultura suene demasiado unitaria y demasiado cognitiva. En cualquier
cultura hay siempre una gran diversidad de significados acerca de un mismo
tema y más de una manera de interpretar y representarlo. Además, la cultura tie-
ne que ver con los sentimientos, apegos, y emociones tanto como con conceptos
e ideas.» (Ibíd.,2)
«La cultura juvenil, como cultura universal y tribal al mismo tiempo, se constru-
ye en el marco de una institución, tradicionalmente consagrada a los jóvenes,
que está en crisis: la escuela, cuyo prestigio se ha debilitado tanto por la quiebra
de las autoridades tradicionales como por la conversión de los medios masivos
en espacio de una abundancia simbólica que la escuela no ofrece.» (Ibíd., 16).
2. La educación
Queremos establecer con estas aportaciones que una acción educativa que
se desarrolla en un lugar determinado, por un profesional legitimado para el
desempeño de tales acciones y pensando en la formación de uno o varios suje-
tos, está contribuyendo de hecho a la construcción de un cierto orden cultural
donde ese sujeto de la educación es el protagonista principal.
De esta manera, los logros que puedan plantearse desde la acción educativa
tienen que contemplar que las propias características de la propuesta, del espa-
cio creado para el despliegue de tal acción, modela la manera en que los sujetos
intervendrán en su propia formación.
Tal dispositivo encierra en sí una doble condición: tiene la promesa libe-
radora, respetuosa de la diferencia y promotora de la igualdad de derechos y
accesos, al mismo tiempo que tiene también la posibilidad de la reproducción,
la permanencia y la inhibición del cambio social.
Como ha sostenido Jorge Larrosa:
«Se aprende lo que no se sabe: esta idea simple obliga a pensar otras. En primer
lugar, que la fuente de un patrimonio simbólico no está solo en aquello que los
sujetos han recibido y consideran propio (a través de la cultura vivida, familiar,
étnica o social) sino en aquello que van a convertir en material conocido a través
de un proceso que implica, en la misma apropiación, una dificultad y un distan-
ciamiento”.» (Sarlo, 2004, 123).
«Existe una cuota de no saber acerca de los contenidos a transmitir y, sobre todo,
acerca del sujeto. Una postura, ésta, en clara oposición a la presentación del edu-
cador como un modelo a seguir que lo sabe “todo” acerca de “todo”, incluido
sobre lo que le pasa al sujeto. [Debemos, en cualquier caso] deshacer las certezas
para abordar el enigma de lo humano, a incorporar la incertidumbre que todo
acto educativo comporta.» (Ibíd., 31).
Por otra parte, la educación social guarda siempre una suerte de doble aten-
ción entre las necesidades del sujeto particular y el entramado de situaciones y
prácticas sociales en que éste se relaciona, manifiesta y circula.
Es así que los procesos de socialización se vinculan con lo cultural como
representaciones del sujeto acerca del mundo, representaciones que habrán
de negociarse desde la diferencia que no resigne el objetivo de la posibilidad
personal.
No deja de ser ésta una alerta para el trabajo de los educadores sociales
entendiendo que «los educadores sociales trabajan bordeando las contradic-
ciones que, en lo social, dibuja cada momento histórico. En el actual, la contra-
dicción mundialización-fragmentación parece perfilar la entrada en el nuevo
siglo. El reto que ello plantea a la educación social es si ésta podrá participar
en propuestas de gestión social respetuosas con la diversidad cultural, con las
opciones de vida… pero que promueva el derecho y el deber a la participación
en actividades económicas y sociales y a la articulación de los sujetos en la ac-
tualidad histórica.» (Núñez, 2002, 40)
En tal orientación, no consideramos que el educador social sea alguien que
deba suturar una realidad fragmentada, en la ilusión de restaurar un todo social
añorado e ideal. Más bien creemos que ha de ser un intérprete de las diferen-
cias, para producir negociaciones fundadas en contenidos culturales valiosos,
en aprendizajes necesarios, que logren articular la pertenencia vivida colectiva-
mente con la participación del sujeto en la construcción de su identidad.
Si la identidad parte de una articulación del individuo con el colectivo en
base al reconocimiento de unas representaciones que se comparten entonces
podríamos acceder a pensar que «la discontinuidad entre las culturas enseña-
das y las culturas vividas, lejos de representarse traumáticamente, lo que crea
es una nueva identidad fruto de las relaciones dialógicas con los demás. El
descubrimiento de la identidad propia no se produce aisladamente, sino que se
negocia a través del diálogo, en parte abierto, en parte interno con los otros.»
(Guerra, 2001)
En la medida en que la educación social participe de este reconocimiento
verá mayores posibilidades de una acción consciente y reflexiva que trabaje
sobre los nuevos desafíos que están por venir.
«Las concepciones democráticas de las culturas —entre ellas las teorías liberales
de la educación— suponen que las diversas acciones pedagógicas colaboran ar-
moniosamente para reproducir un capital cultural que se imagina como propie-
dad común. Sin embargo, los bienes culturales acumulados en la historia de cada
sociedad no pertenecen realmente a todos (aunque formalmente sean ofrecidos
a todos). No basta que los museos sean gratuitos y las escuelas se propongan tras-
mitir a cada nueva generación la cultura heredada. Solo accederán a ese capital
artístico o científico quienes cuenten con los medios, económicos y simbólicos,
para hacerlo suyo.» (García Canclini, 2004: 64)
Clifford Geertz, podríamos compartir que «toda reflexión sobre el arte (y diría-
mos sobre las diversas manifestaciones de la creación humana que condensan
alto contenido estético) que no sea simplemente técnica o bien una mera es-
piritualización de la técnica pretende básicamente situar el arte en el contexto
de otras expresiones de la iniciativa humana, y en el modelo de experiencia
que éstas sostienen colectivamente. Al igual que la pasión sexual o el contacto
con lo sagrado […] no podemos permitir que la confrontación con los objetos
estéticos, opacos y herméticos, quede al margen del curso general de la vida
social.» (Geertz, 1994: 119).
Quizás debamos pensar cómo podemos avanzar en la búsqueda de formas
de acción educativa en las que el sentido no es lograr tal o cual aprendizaje fi-
nal sino que el propio proceso de trabajo se convierte en parte del aprendizaje
necesario en que los sujetos, progresivamente, desde sus condiciones, iden-
tidades y pertenencias, eligen y establecen sus propias decisiones, y generan
relaciones nuevas con quienes son, en principio, extraños a ellas.
Conclusión
en lo social no son excusa para olvidar que los asuntos de cualquier modalidad
educativa son también asuntos pedagógicos generales.
En cualquier caso, en ocasiones pretendemos definir más explícitamente un
dominio de lo socioeducativo con una evidente finalidad explícita respecto a
asuntos sobre los que creemos que la educación social ha de prestar particular
atención en términos de lo cultural: la construcción de la subjetividad, las
condiciones de diversidad y diferencia, la articulación de las identidades, la
selección de contenidos valiosos y el fortalecimiento de la profesionalidad.
© Editorial UOC 117 El trabajo educativo: el lugar de la educación social
Capítulo IV
El trabajo educativo: el lugar de la educación social
Paola Fryd Schapira
Introducción
Los niños y los adolescentes son aquellos a los que tenemos la responsabi-
lidad de trasmitir lo que la humanidad les ha dejado como herencia. Como
educadores tenemos como finalidad aportar en la mejora de sus situaciones
concretas de vida teniendo en cuenta las situaciones de dificultad social en la
que por algún motivo están transitando.
Nos referimos a los niños y adolescentes que por diversos motivos llega-
mos a encontrar en las instituciones. Llegan allí por dificultades en el ámbito
familiar ( y aquí se abriría la variedad de situaciones por las cuales necesitan
protección), por haber cometido un delito, por presentar dificultades de inte-
gración en los espacios escolares, por permanecer tiempos prolongados junto a
otros en la calle, por problemas en el consumo de sustancias, etc. Como verán,
las situaciones no parecen ser todas de la misma complejidad o riesgo para los
niños.
Para dar respuesta a esa diversidad existe un abanico de instituciones, de
programas y de proyectos con sus particularidades de acuerdo con la función
central que están cumpliendo y con los destinatarios de sus acciones.
Más allá de lo qué esté sucediendo con ese niño, con ese adolescente, hay
que brindarle cuidados, ofrecerle espacios seguros, regulados y donde pueda
acontecer el trabajo educativo.
Durante este capítulo nos detendremos especialmente en la postura del
educador en tanto adulto y profesional. Nos interesa la responsabilidad del
educador por generar condiciones que habiliten el trabajo educativo y den
© Editorial UOC 118 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
paso a que algo nuevo suceda en la vida de esos niños. La perspectiva desde la
cual decidimos encarar este material fue desde la práctica profesional. En las
siguientes páginas los protagonistas son los educadores sociales y los niños y
adolescentes con los que trabajan.
«Para nosotros la educación trata de la vida. No cualquier vida —no la vida en-
tendida como un presente biológico— sino de la vida como aquello que remite
al vivir entre otros, con otros y a la construcción de una vida igualmente digna
para todos.» (Frigerio, 2007, 34)
Comenzaremos por ubicar algunas ideas generales que nos den un marco
para el desarrollo y la reflexión de los temas que nos ocupan en este capítulo.
Partimos de la idea que educar nos encarga la transmisión del patrimonio
cultural de la época (Núñez, 1999), abriendo una senda para que el sujeto de la
educación pueda apropiarse de la herencia cultural de la sociedad, ejerciendo
el derecho a usufructuar esos legados.
Nos afiliamos a la consideración de la educación como antidestino, pues
se trata de una práctica que viabiliza la redistribución social de las herencias
culturales. Pensar la educación social sin destinos predeterminados tiene, en
diversos planos, profundas implicaciones en la medida que nos remite a los
efectos de la educación, a un proceso incierto acerca de lo que suceda con cada
sujeto luego de transitar por la experiencia educativa. Nos referimos a la incer-
tidumbre de la actuación educativa que se opone a la fabricación de productos
prediseñados.
Nos interesa rescatar la idea de transmisión en educación. Como plantea
Jacques Hassoun, «[… ] lo propio de la transmisión es que ofrece a la vez una
herencia y la habilitación para transformarla, introducir las variaciones que
permitan reconocer en lo que se ha recibido como herencia, no un depósito
sagrado e inalienable, sino una melodía que le es propia.» (Hassoun ,1996, 17).
Esta tarea de transmisión encierra un ejercicio complejo dado que el edu-
cador, o los equipos de educadores, deben optar, tomar parte de una decisión
clave en el proceso de filiación simbólica por parte de los sujetos. La realización
de la educación social requiere de operaciones constantes de reafirmación de
su contenido educativo, de sostener una oferta educativa diversificada y de
delimitación de sus funciones.
© Editorial UOC 119 El trabajo educativo: el lugar de la educación social
que se modifique con el aporte de cada uno en interacción con otros y con un
contexto.
De acuerdo al referido pedagogo francés Philipe Meirieu, «educar es, pre-
cisamente, promover lo humano y construir humanidad… ello en los dos
sentidos del término, de manera indisociable: la humanidad en cada uno de
nosotros como acceso a lo que el hombre ha elaborado de más humano, y la
humanidad entre todos nosotros como comunidad en la que se comparte el
conjunto de lo que nos hace más humanos.» (Meirieu, 2001: 30).
Se trata de la universalidad de la cultura, del derecho de todo individuo a
participar del patrimonio que la humanidad ha construido por siglos y que
llega hasta la actualidad. Esta idea de transmisión de lo común, de lo que es
de todos, nos enfrenta como educadores a una tarea crucial: la responsabilidad
profesional de revisar nuestros posicionamientos respecto al valor social de lo
que enseñamos. En este sentido, el hacer del educador estará centrado en la
búsqueda de una oferta educativa que le permita al sujeto trazar posibles rutas.
Sin agotar nuestra oferta en lo conocido o lo probado, sino apostando a que los
niños y adolescentes puedan transitar otros espacios, tener variadas experien-
cias, abrir nuevas posibilidades y alternativas.
Permitiendo la fluctuación, el cambio de ideas o intereses, sin pretender
«proyectos de vida» acabados, proponemos pensar las propuestas como trayec-
tos de desarrollo y aprendizaje. El hacer del educador, entonces, estará orien-
tado a la búsqueda de esa propuesta educativa que le permita al niño, al ado-
lescente, armar trayectorias no estereotipadas u homogéneas y otorgando el
tiempo que necesitan para desarrollarlas.
Y es en este punto en el que se hace presente el deseo de dar, entendido
como una apertura al otro y al futuro, sin saber de los efectos ni de los tiempos
de dicha acción, pero con certeza y esperanza de que algo se moverá, algo pa-
sará, sin que, seguramente nosotros, los educadores, lleguemos a ver o recibir
dichos efectos.
Es el deseo de educar el que hace referencia al deseo de mostrar el mundo a
los que se van incorporando a él, a los que nacen; deseo de que el mundo siga
girando y los humanos habitándolo.
«Sin la acción, sin la capacidad de comenzar algo nuevo y de ese modo articular
el nuevo comienzo que entra en el mundo con el nacimiento de cada ser huma-
no, la vida del hombre, que se extiende desde el nacimiento a la muerte, sería
condenada sin salvación. El propio lapso de vida, en su carrera hacia la muerte,
llevaría inevitablemente a todo lo humano a la ruina y a la destrucción. La ac-
ción, con todas sus incertezas, es como un recordatorio siempre presente de que
los hombres, aunque han de morir, no han nacido para eso, sino para comenzar
algo nuevo.» (Arendt, 1995, 107).
La acción significa tomar una iniciativa, realizar algo. Todo comienzo nos
ubica frente a la incertidumbre de lo que puede ocurrir, aquello que comienza
será diferente a lo que ha ocurrido antes. Pensar la educación como acción nos
sitúa frente a la necesidad de reconocer al otro en tanto humano, con capa-
cidad de acción de emprender algo novedoso. La dignidad humana de todos
los individuos por su sola existencia, su potencial enigmático de producir un
cambio en su (y en el) mundo producto de su capacidad de acción nos coloca
frente a un (re)conocimiento previo del sujeto de la educación, que preexiste
al conocimiento personal.
Retomando la idea de transmisión que desarrollamos antes, decimos que no
hay novedad sin herencia. La novedad será creada a partir de aquello que me
fue dado, que recibí como legado. Fernando Bárcena en su libro La experiencia
reflexiva en educación lo expresa de esta forma:
Otro aspecto que habilta esta forma de entender la acción educativa es que
© Editorial UOC 122 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
la situación actual no es definitiva. Los niños y adolescentes con los que tra-
bajamos están viviendo situaciones dolorosas, con dificultades varias pero te-
nemos que estar convencidos que algo de ese presente se puede modificar. No
desde una postura idealista donde la educación lo puede todo. No puede con
todo, porque no con todo le corresponde poder. Desarmemos este trabalen-
guas. Partimos de la idea que no todo es un problema educativo, no todo lo que
sucede con ese sujeto lo toma la educación social.
Hay aspectos de la vida del sujeto que no somos los educadores quienes va-
mos a tomarlos para realizar una propuesta educativa. Nos referimos a aspectos
médicos, psicológicos, judiciales, sociales, etc. Tendrán que intervenir otros pro-
fesionales del mismo centro, de otras instituciones o dependencias que no tie-
nen que ver directamente con la finalidad educativa, pero que sí tienen que ver
con una situación concreta de un niño o de un adolescente en dificultad social.
La tarea educativa consistiría en palabras de Philippe Meirieu (1998) «hacer
sitio al que llega» pero no decidir por él qué trayectorias va a tomar y a dónde
va a llegar. Implica pensar el futuro como algo diferente al presente, otorgar al
sujeto la posibilidad de ocupar un lugar diferente es entender que, de acuerdo
con el pedagogo francés, «enseñar es tratar de comunicar lo más grande y lo
más hermoso que los hombres han elaborado pero también es, por definición,
tratar de comunicarlo a todos.» (Meirieu, 1998, 135-136).
La acción educativa es una apuesta y para eso es esencial no perder la esen-
cia del verbo que como educadores nos convoca a nuestro trabajo. Corremos el
riesgo, muchas veces, de hacer otras cosas: asistir, prevenir o controlar en vez
de educar. No quiere decir que los educadores estemos siempre en «posición de
educar». En nuestros trabajos realizamos una diversidad de tareas que si bien
operan de sostén de la acción educativa no son estrictamente pedagógicas.
Ahora bien, los educadores sociales, ¿dónde nos encontramos con niños y ado-
lescentes para dar espacio a un trabajo educativo?
Los espacios laborales de los educadores se han ampliado mucho en los úl-
timos tiempos, nos están convocando de varias instituciones que no eran las
habituales del trabajo socioeducativo.
Podríamos pensar que esto ha implicado un reconocimiento mayor de la
profesión. Si bien algo de esto es real también hay que decir que en algunas so-
mos convocados como «el educador bombero». Allí donde hay problemas con
niños o con adolescentes, donde los adultos se ven amenazados por presencias
y conductas, donde no se sabe muy bien qué hacer con ellos… se convoca al
educador como para «apagar el incendio».
Es interesante reflexionar acerca de la diversificación de los espacios labora-
© Editorial UOC 123 El trabajo educativo: el lugar de la educación social
ñala en qué aspectos hacer hincapié durante el proceso educativo. Es una guía
de la tarea, marca la dirección y orientación del trabajo con un determinado
sujeto, muestra el sentido de aquel proceso.
Es un proyecto educativo, por lo tanto se deben ofrecer determinados conteni-
dos culturales, intentando prever los efectos educativos que se quieren generar
en el sujeto.
Es individualizado, por ende, se piensan los objetivos, las áreas de contenidos,
la metodología y las estrategias a implementar con un sujeto, considerando sus
características singulares que lo hacen un ser único y diferente, contemplando
sus tiempos, potencialidades y necesidades.
Que sea individual no quiere decir que el niño o adolescente realizará todas
las acciones solo, en algunos casos habrá una propuesta solo para él y en otros
compartirá con todos o con algunos la actividad. Seguramente habrá objetivos
que sean válidos para más de una persona y cambien las estrategias o en una
misma actividad se hagan diferentes énfasis de acuerdo a los participantes.
En su diseño, implementación y utilización, se intentan conjugar los obje-
tivos del proyecto educativo, con los diferentes tiempos e intereses de los su-
jetos con los cuales se desarrolla la tarea educativa, teniendo como referencia,
además, los fines institucionales. A través del PEI se contempla el momento
en el que se encuentra el niño o adolescente como base para su formulación,
desarrollo y evaluaciones periódicas.
Organización de un PEI
Contenidos educativos
Los contenidos educativos son los que median en la relación educativa, nos
acercan y a su vez ejercen de distancia, le dan sentido al acto educativo. Son
contenidos de valor social adaptados a las exigencias de la época actual. Según
García Molina, «la educación transmite el conocimiento o habilidad que va
posibilitar el uso y disfrute que en tanto se hace propio, puede tener un efecto:
el de querer tener cuidado de las producciones culturales, ampliarlas y tener la
esperanza de mejorarlas.» (García Molina, 2003, 129).
Los niños y adolescentes serán participantes de propuestas que garanticen,
© Editorial UOC 126 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
• Conocer los elementos espacio temporales que regulan la vida social (me-
ses del año, estaciones, hora, etc.).
• Aceptar el establecimiento de normas y pautas como necesarias para la
regulación de la vida en común.
• Reconocer los recursos comunitarios de salud, educación, recreativos, la-
borales.
• Ubicar barrios en la ciudad, calles y direcciones.
• Conocer los recorridos de líneas de transporte y su uso que lo vinculen
con sus actividades en general.
• Conocer los espacios públicos de su ciudad.
Ejemplos de actividades:
Ejemplos de actividades:
Área de arte y cultura. Este área persigue la finalidad de que los niños y
adolescentes puedan acceder a los contenidos culturales de su época, adqui-
riendo las habilidades necesarias para circular por dichos espacios. Esperando
despertar en el sujeto intereses, análisis y nuevas formas de expresión.
Ejemplos de actividades:
Ejemplos de actividades:
Ejemplos de actividades:
Áreas de Soporte
Estas áreas están relacionadas con el proceso educativo del sujeto, pero no
son directamente abordables por el educador social mediante objetivos educa-
tivos. Permiten la acción educativa y la apoyan. Un proyecto que tenga como
finalidad lo educativo no puede basar su trabajo únicamente en las áreas de
soporte.
Otros integrantes del equipo son protagonistas en estas áreas y la sintonía
en el trabajo del equipo es fundamental para asegurar un proceso coherente.
Este trabajo implica coordinaciones permanentes con otros profesionales de
servicios públicos o privados. Nos referimos al personal de los centros de salud,
colegios, centros barriales, etc.
3. Práctica profesional
Esta reflexión que debe ser parte de la práctica profesional de los educado-
res conlleva una dirección, una intencionalidad. Para eso hay que saber hacia
dónde dirigimos nuestro trabajo, hacia dónde enfocamos nuestra práctica. Una
práctica que no es meramente voluntarista ni militante sino con una capaci-
dad profesional que se afirma en la convicción de querer un mundo más justo,
donde todos tengan un lugar. Es nuestro interés convocar a los educadores a
tomar parte. ¿En qué sentido? Tomar parte implica posicionarse, conocer qué
© Editorial UOC 132 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
sucede en este mundo y por qué. Crearnos una opinión y conocer la de otros.
En lo específico del trabajo educativo no todo es lo mismo, no todo da igual.
Hay que tomar partido.
¿Qué educador quiero ser? ¿Hacia dónde está orientado mi trabajo? ¿Cómo
considero a los niños y adolescentes con los que trabajo? ¿Cómo conjugo las
exigencias institucionales con mis propias ideas respecto al trabajo educativo?
¿Sobre qué principios éticos apoyo mi práctica? Éstas y muchas preguntas más
podremos formularnos toda nuestra vida de trabajo. No se trata de responder-
nos una vez y para siempre estas preguntas sino tenerlas presentes para que
nos guíen, para volver a realizarlas en diferentes momentos, para compartirlas
con otros profesionales. Y para cambiar de opinión cuando consideramos que
lo amerita. Proponemos un posicionamiento contra lo inexorable, como dice
Frigerio, «es contra la inexorabilidad que la educación se rebela cuando expresa
que no se volverá cómplice de transformar diferencias en desigualdades; que
no se excusará aduciendo condiciones (faltantes) de educabilidad o escudándo-
se detrás del concepto de resiliencia.» (Frigerio, 2004, 3).
La práctica educativa con niños y adolescentes en situación de dificultad
social implica tomar postura. Tenemos que conocer los derechos de la infancia
y generar condiciones para que se ejerzan. Tenemos que estar convencidos que
en algo tiene que cambiar la situación de estos niños. Y ahí es donde nuestro
trabajo cobra sentido:
«Lejos de convertirse en detector de problemáticas, categorizador de estig-
mas o sancionador de itinerarios personales o sociales, el educador da cuenta
de la ética y responsabilidad profesional cuando logra, mediante su acción edu-
cativa, multiplicar las posibilidades de adquisición y disfrute de la cultura, a la
vez que enriquece los contextos sociales de manera que la educación pueda de-
sarrollar sus potencialidades como transformadora de realidades individuales y
sociales». (García Molina, 2004).
debemos hacer por los otros. No se trata de una obligación de «buena moral»,
por el contrario, el tipo de responsabilidad a la que hacemos referencia tiene
que ver con la elección, con el ejercicio de una decisión, con el despliegue de
una libertad.
El ejercicio de la responsabilidad se confronta con los mandatos institucio-
nales, requiere en una formulación tautológica: saber un saber para ubicar, en
las condiciones de los diferentes contextos institucionales, los intersticios que
posibiliten la acción educativa.
Requiere la asunción de la responsabilidad profesional que implica el ejer-
cicio de autonomía a pesar de los marcos institucionales y los contextos en los
que se inscriben nuestras prácticas profesionales. Enlaza una ética de la respon-
sabilidad, caracterizada por el ejercicio de la decisión frente a alternativas que
se presentan. Y a su vez conlleva una estética, en el sentido de la configuración
de un estilo, de una forma de hacer.
Desarrollaremos el tema de la responsabilidad del educador desde tres as-
pectos:
• Por un lado, ubicar la autoridad del educador desde su saber técnico. Este
saber lo obtiene en su formación de grado, en otros estudios que haya realiza-
© Editorial UOC 137 El trabajo educativo: el lugar de la educación social
La propuesta educativa
Tiempo
Comenzaremos este tema con una cita de Bárcena y Mèlich que nos intro-
duce a la idea del tiempo en la educación:
«Pero el tiempo es tiempo pasado, tiempo presente y tiempo futuro. Y lo
que ocurre, o nos ocurre, o les ocurre a otros a menudo da que pensar. Nos re-
gala la oportunidad de pensar. Porque el tiempo con el que contamos y a partir
del cual podemos contar, narrar o relatar algo es un tiempo transformado en
memoria: la crónica de lo extraordinario. Así podemos pensar el tiempo y so-
bre el tiempo. El tiempo nos da que pensar y pensamos el tiempo como vivido,
como presente, como posibilidad o como porvenir. Pensar lo pasado es traducir
el pensar en la memoria. Aquí pensar es recordar, recordar nuestro pasado y lo
que a otros les ha pasado. Tanto en el recuerdo como en la esperanza, el tiempo
es el otro. El otro es el que nos permite recordar no solamente lo que hemos
experimentado personalmente, sino también lo que los otros han vivido… El
otro es el que permite pensar la educación como creación de novedad, como
futuro implanificable, como utopía y finalmente, como natalidad.» (Bárcena y
Mèlich, 2000, 154).
La convocatoria que se les hace a los educadores es a mantener la apuesta
educativa en el tiempo. Y aquí es donde volvemos a retomar el tema de la
responsabilidad. Los educadores sociales responsables de mantener esa apues-
© Editorial UOC 141 El trabajo educativo: el lugar de la educación social
ta, de dar tiempo… En educación hay que tomarse tiempo, hace falta. En el
mundo de la prisa es el educador quien tiene que abrir el paréntesis del tiempo,
funcionar con otros relojes. Violeta Núñez (2003) lo explica de esta forma:
«La educación social, si trabaja bien, sostiene al sujeto en sus búsquedas dándole
el tiempo, los tiempos, que requiera. La imposición continuada de un tiempo
único, la presión para que se aprenda según el ideal del educador, acaban agotan-
do las búsquedas, es decir, yugulando los procesos educativos… Me animaría a
arriesgar que la primera responsabilidad del educador social es admitir el enigma
que cada sujeto representa, dando tiempo al tiempo, tiempo a los tiempos de la
educación de cada sujeto.»
Cómo dar y darse ese tiempo queda en la esfera del saber del educador, del
arte de educar. Saber esperar es un acto de confianza en que el educador apues-
ta a un tiempo por-venir. Se trata, entonces, de dar el tiempo, de tener el deseo
de esperar la ocasión.
«A orillas de otro mar, otro alfarero se retira en sus años tardíos. Se le nublan los
ojos, las manos le tiemblan, ha llegado la hora del adiós. Entonces ocurre la ce-
remonia de la iniciación: el alfarero viejo ofrece al alfarero joven su pieza mejor.
Así manda la tradición. Entre los indios del noroeste de América: el artista que se
va entrega su obra maestra al artista que se inicia. Y el alfarero joven no guarda
esa vasija perfecta para contemplarla y admirarla, sino que la estrella contra el
suelo, recoge los pedacitos y los incorpora a su arcilla.»
© Editorial UOC 143 Los sistemas de protección a las infancias
Capítulo V
Los sistemas de protección a las infancias
Encarna Medel García
Introducción
29. Ariès, Ph., 1987, El niño y la vida familiar en el antiguo régimen. Madrid: Taurus.
30. Santamaría, U., 1981, «El pilluelo de París.» El viejo topo 58.
31. Donzelot (1979) desarrolla el concepto de peligrosidad social, asociado a la infancia en peligro
en La Policía de las familias. Valencia: Pre-textos.
© Editorial UOC 145 Los sistemas de protección a las infancias
El encargo social
32. Platt, A., 1982, Los Salvadores del niño o la invención de la delincuencia. Mexico: Siglo XXI.
© Editorial UOC 146 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
Vemos como a partir del encargo social (recluir y cambiar a los niños vícti-
mas de una situación familiar patológica), nace un discurso que ampara teórica
y prácticamente un tipo de actuaciones que someten al sujeto a un dominio
totalizador de su vida (sistemas de salas, rutinas, espacios34…)
En nombre de la protección del niño se le recluye para modificar su con-
ducta. Estas prácticas justifican todos los tratamientos correctores necesa-
33. Para ampliar la investigación respecto recomendamos la lectura de Bentham, J., 1984, El pa-
nóptico. Madrid: La Piqueta.
34. Goffman, E., 1984, Internados. Madrid: Amorrortu–Murgía.
© Editorial UOC 147 Los sistemas de protección a las infancias
El programa social de los ilustrados del siglo XVIII consistió además de las
medidas represivas contra los gandules y la asistencia a los pobres a través de
un plan de policía de pobreza, en el fomento por todo el país de una red de
hospicios. Los objetivos de estos hospicios eran la asistencia, la reeducación y
la simple represión (Pié, 2009). Estas instituciones representan un espacio para
regular la mendicidad libre, que quedará prohibida. Se trata de un dispositivo
de control eficaz que instituye la pobreza. Otro modo de ejercicio del poder
sobre las dinámicas sociales difíciles de controlar. Es así, como siendo de carác-
ter reeducativo constituían un recurso intermedio entre las medidas represivas
de carácter penal y las medidas asistenciales de carácter social. Los usuarios de
estas instituciones constituyen un grupo heterogéneo compuesto por vagos,
delincuentes, huérfanos, desamparados (Pié, 2009).
A principios del siglo XIX se produce un cambio en la orientación de estas
instituciones y su consecuente función social, progresivamente se renuncia a la
dimensión asistencial de la pobreza para dar atención prioritaria a la infancia y
adolescencia en situación de abandono.
En el año 1912 se instaura el Tribunal de Menores que tiene la función de
distribuir las penas selectivamente. Su función consiste en administrar la jus-
ticia entre los niños, estableciendo medidas educativas en un espacio abierto,
constituyendo la prisión una medida excepcional.
Evalúa a los individuos, examinado tanto al menor como su medio. Para
ello se abren expedientes y se realiza el informe social (de máxima vigencia en
nuestros días) a través de un acercamiento circular a la familia, un interroga-
torio, y una verificación de su modo de vida. Se concreta con una valoración
psicológica del niño y las capacidades educativas de la familia.
En este trabajo adquiere una importancia relevante la psiquiatría como dis-
ciplina que permitía completar el informe. En la expansión de la psiquiatría
© Editorial UOC 148 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
que establecen las formas de integración moderna, que dan a nuestras socieda-
des su carácter particularmente policíaco.35 Y así, la famosa crisis de la familia
debida a su liberación aparecerá no como algo intrínsecamente contrario al
orden social sino como una condición de posibilidad de su emergencia. Ni des-
truida, ni conservada, la familia es una instancia en la que la heterogeneidad
de las exigencias sociales puede ser reducida o funcionarizada, estableciendo
una práctica que pone en flotación las normas sociales y los valores familiares,
creando al mismo tiempo una circularidad funcional entre lo social y lo econó-
mico. Es decir, la intervención con la familia empieza justamente cuando ésta
cobra vida propia. Discretamente y desde la periferia se ha legislado su vida
cotidiana; salud, educación, vivienda… (Rey, 1994).
35. Donzelot define el concepto de polícia desde una acepción de mucho amplia que la actual, en-
globando todos los métodos de desarrollo de la calidad de la población y del poder de la nación.
36. Consideradas aquellas familias que tienen dificultades para cumplir con sus funciones parenta-
les y que son objeto de intervención por parte de los múltiples servicios sociales.
37. Diferencia entre asistencial y asistencialista. El asistencialismo coloca al destinatario en una
posición de dependencia, la ayuda es imprescindible pero las condiciones en las que se presta im-
piden al sujeto la adquisición de autonomía.
© Editorial UOC 150 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
El marco de época
Los cambios sociales de las últimas décadas (mundo marcado por la globali-
zación, la sociedad de consumo y el neoliberalismo…) han comportado impor-
tantes modificaciones en el lazo social de los sujetos, en el papel que juegan los
adultos, el valor de la cultura…
Los procesos de mundialización han tenido consecuencias importantes en
la fracturación de tejidos sociales que habían sostenido históricamente a los su-
jetos. La relaciones estatales con el mercado desregulan el marco que garantiza
al sujeto unos derechos y deberes, y esta falta de garantía produce el desamparo
de muchos sujetos. Se produce una dinámica de relación entre estado y sujeto
ausente de reglas.
Los vínculos sociales se transforman en algo muy laxo, y se desdibuja la re-
lación entre las elecciones individuales y los proyectos colectivos. El peso de la
construcción de pautas y la responsabilidad del fracaso recaen directamente so-
bre el individuo (Bauman, 2002)38. Los valores de la modernidad están presen-
tes pero ninguno dispone de prestigio ni autoridad suficiente para instituirse, y
esta caída de toda «narrativa en la que anclar es la que modifica las condiciones
de un posible encuentro.» (Duschatzky, 2001, 133).
El sujeto no se define a partir de la relación con otros, sino a partir de sí mis-
mo. Inscrito en la inercia de un empuje voraz al consumo. El sujeto consumi-
dor ha sustituido al sujeto ciudadano. El consumidor, a diferencia del ciudada-
no, no se inscribe en las coordenadas del tiempo, es un sujeto de lo inmediato,
de la satisfacción que le ofrece como ilusión permanente el mercado. Lo vemos
en diversos espacios educativos en los que los sujetos aparecen saturados de es-
tímulos, de objetos, ¿cómo se puede desear cuando se tiene todo? Es un sujeto
que se construye fuera de las coordenadas de la ley, del tiempo histórico y del
vínculo.
Touraine (2005) nos enseña una nueva clave interpretativa a partir del aná-
lisis del nuevo paradigma; el paradigma cultural.
Plantea el autor que en el paradigma cultural es el propio actor social quien
se legitima y tiende a desaparecer toda referencia a la sociedad como principio
de legitimidad. En el paradigma cultural, el sujeto se construye a partir de una
identidad hacia sí mismo, a partir de sus elecciones. No existen referencias
38. Para ampliar las hipótesis de Bauman, recomendamos sus lecturas: Modernidad líquida (2002),
Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias (2005) y Els reptes de l’educació en la modernitat lí-
quida. (2007).
© Editorial UOC 151 Los sistemas de protección a las infancias
Esto conlleva sus riesgos, puesto que el sujeto pierde las referencias que le
orientaban en un rumbo y queda librado a sí mismo. La contradicción de la
modernidad fluida es que la caída de las figuras de autoridad y la consecuente
desregulación, tiene como consecuencia el ejercicio de una libertad individual
sin límites, que produce en algunos dispositivos el retorno a procesos basados
en fórmulas de control radical39.
En la familia, la caída de la función paterna40 como función que posibilita la
incorporación del individuo en el mundo simbólico, conlleva diversas formas
de desregulación y protección, como veremos más adelante.
Los lugares sociales no están claramente definidos, no se pueden predecir
claramente las posibilidades de ocuparlo y lo que es más importante, las con-
secuencias de ocupar un lugar no son para toda la vida. En términos de Augé
(1992), vemos como proliferan los no lugares (en contraposición al lugar como
espacio identitario) y los define como espacios con fines de pasaje, donde los
individuos transitan, más que establecer una relación con otros sujetos o hacer
de este pasaje una experiencia, un anclaje… reciben un mensaje homogéneo,
igual para todos, sin más efectos de subjetivación (García Molina, 2003).
En este escenario de caída de autoridad, de liquidez e inconsistencia de los
vínculos sociales, de imprecisión de lugares, de falta de ideales que indiquen
el camino a seguir… se inscribe la familia contemporánea. Cada uno debe di-
bujar su propio trayecto, no se puede bajar la guardia y se debe estar de forma
39. Tizio, H., 2010, El control social. En VV.AA., Encrucijadas de la Educación Social. Barcelona: UOC.
40. Función paterna, concepto del psicoanálisis que hace referencia a una función que no necesa-
riamente tiene que estar encarnada en la figura del padre.
© Editorial UOC 152 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
41. Intervención: remite a las operaciones consistentes en actuar sobre las personas (opuesto a
actuar con las personas).
© Editorial UOC 153 Los sistemas de protección a las infancias
«Hay palabras que acogen, hay palabras que protegen y hay palabras que empu-
jan a lo peor. Las soluciones del que intenta frenar estos impulsos pueden ir por
la vía de una multiplicación: represión, normas, más violencia o bien pueden
ir por la vía de intentar restituir algo del circuito que ha quedado amputado.»
(Brignoni, 2005).
Tal y como plantea Saül Karsz (2007) las definiciones están atravesadas de
algunas marcas que podemos considerar como:
zan y acaban en cada uno. Hay una construcción colectiva que lleva a que cada
sujeto tenga una vivencia personal.
• Relatividad social: los valores que acompañan las diversas formas de in-
terpretación de la realidad tienen un carácter ligado a las creencias, posiciona-
mientos ideológicos y diversas construcciones religiosas…
Kant definía los cuidados como «las precauciones de los padres para que los
niños no hagan un uso perjudicial de sus fuerzas.» (1808, 29). En esta afirma-
ción, Kant hace referencia a la vigilancia que un niño necesita por parte de un
adulto, para garantizar su protección. Para Kant, la disciplina tanto como el go-
bierno para Herbart, hacen referencia al mantenimiento del orden. Orden que
los hombres no encuentran en la naturaleza y remite al proceso de civilización.
La disciplina persigue la entrada de la infancia en el universo de las reglas, en un
orden simbólico que va a permitir al sujeto incorporarse al mundo y residir en el.
Entendemos que acompañar al sujeto en su entrada en el mundo de lo sim-
bólico es una de las funciones fundamentales de la familia y que a menudo se
vulnera o no se cumple en las condiciones que van a posibilitar que tales ac-
cesos sean posibles con una mínimas garantías. Lo podemos constatar cuando
numerosas familias no garantizan el acompañamiento y los límites necesarios
para que los niños puedan comprender las reglas del juego y participen de for-
ma activa; niños que sufren accidentes, que no asisten a la escuela… Cuando
© Editorial UOC 156 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
los síntomas de robo, que es su intento inconsciente de privar al otro que pre-
viamente lo había privado. Es decir que cuando un sujeto es tutelado se intro-
duce una nueva dimensión de vulnerabilidad: la que implica que se produzcan
momentos de desenganche y de desafiliación. Entenderlo de este modo modifica
el encargo de protección en tanto y en cuanto, más allá de garantizar que las
necesidades básicas estén cubiertas de lo que principalmente hay que proteger
al sujeto es del desenganche y de la desafiliación.»
Recuerdo el caso de una niña de catorce años que ingresó en un centro resi-
dencial para jóvenes tutelados después de sufrir el rechazo reiterado por parte
de sus progenitores. Las manifestaciones en forma de conducta descontrolada,
fugas, absentismo escolar… significaban una dificultad importante para que la
institución pudiera cumplir, desde la lógica del amparo social, con el encargo
de protección. Aún así, la vinculación a nivel tutorial se iba consolidando hasta
el punto de significar una referencia en las situaciones donde para la adolescen-
te era necesaria la presencia de un adulto. La tensión en el equipo basculaba en
dos posiciones opuestas, algunos miembros pensaban que ante el desamparo
y la desprotección debía ingresar en un centro de educación intensiva. Otra
parte del equipo consideraba el cambio un gran riesgo para el desenganche de
cualquier referencia adulta. A través del caso podemos situar la diferenciación
de los dos tipos de desamparo y el riesgo de basar nuestras valoraciones única-
mente en la consideración del desamparo social. Ciertamente, desde el centro
no estábamos cumpliendo el encargo de protección, pero se estaba establecien-
do un vínculo que tenía que ver con un proceso de trabajo, incierto y disarmó-
nico desde el punto de vista del ideal de protección, pero que armaba un marco
de referencia posible. Realizar la derivación a otro centro hubiera podido signi-
ficar la posibilidad de la pérdida de todo vínculo, es decir, el desenganche que
deriva en desamparo subjetivo, como forma de desamparo que deja al sujeto
solo, sin poder armar respuestas desde un marco simbólico.
Es muy difícil para los profesionales sostener el nivel de incomodidad (fu-
gas, delitos, consumo de tóxicos…) para ello es necesario confiar en el trabajo
educativo como un trabajo que apunta hacia el futuro, que implica no referirse
a lo inmediato y sostener la incertidumbre de lo que tomará el sujeto de esto
que estamos ofertando (esto hoy en día implica ir a contracorriente de las ten-
dencias a marcar objetivos medibles y temporalizables).
Con el tiempo, la apuesta educativa posibilitó que la adolescente dispusiera
de un lugar en el que articular una demanda, condición para su vínculo con
otros referentes, con otros espacios sociales. La apuesta desde el trabajo tutorial
tuvo un efecto estabilizador, le sirvió para afianzarse, para confiar en que los
© Editorial UOC 159 Los sistemas de protección a las infancias
adultos se mantenían para sostenerla a pesar de sus intentos por hacerse recha-
zar, por hacerse expulsar. Recordemos en este sentido el lugar que le otorga la
familia.
Para salir de una situación de desamparo, el sujeto necesita de otro que le
proteja. Desde el psicoanálisis se señala la necesidad de que éste otro no sea
anónimo. Es aquí donde reside el verdadero riesgo para el niño, en la falta de
otro que le sostenga en el paso por las instituciones.
Tomar al niño como sujeto desde un lugar no anónimo implica tener en
cuenta su familia, su historia. La separación del niño de su familia viene en
muchos casos acompañada de la negación de los vínculos familiares, conside-
rados patológicos. Veamos aquí las marcas fundacionales tratadas en el primer
punto de este capítulo.
Estas consideraciones vienen a señalar la importancia de las figuras adultas
y del trabajo en relación a la historia del niño, incluso cuando la separación
es necesaria e indispensable. Las instituciones que atienden a la infancia en si-
tuación de desamparo, con frecuencia ponen obstáculos para que los sujetos se
hagan cargo de su historia personal, produciéndose una situación paradójica,
«ante la ruptura del vínculo familiar el niño cristaliza conductas como forma
de enlace en la distancia. La institución pone un límite que permite proteger,
pero que también puede abocar al niño a vivir en el peligro que para el supone
una ruptura no articulada por la palabra.» (Sazberg, 1995, 125).
Tal y como define Frigerio (2008, 63), el sujeto queda rehén de una historia;
poder narrarse de una forma diferente a la que construyó el discurso oficial.
Cuando el lugar ofertado conlleva en primer lugar una desafiliación obligada,
no voluntaria,…
el parque son niños… están los chicos de los servicios sociales, de los centros
especializados y los Centros de Atención a la Infancia, residencias llamadas
Centros Residenciales de Acción Educativa en Cataluña.
El niño nombrado como menor carga con las representaciones de una in-
fancia adjetivada, que se ha podido leer a los largo de los tiempos, bajo distin-
tos nombres que responden a un orden clasificador (Frigerio, 2008). Este orden
procede a una operación particular, dado que unifica las dos vertientes inter-
pretativas de la ley: la de protección y la de sanción. En el marco de las teorías
de la minoridad, protección y castigo son dos caras de la misma moneda; se
castiga o se encierra para proteger la infancia en peligro material o moral. Con
la característica particular de que lo que se sanciona no sería un delito, una fal-
ta o un crimen, sino un origen social, un estado de situación, una presunción
de potencial delictivo (asignación de peligrosidad predelictual), en los cuales
la gestión punitiva de la pobreza hizo y hace de punto de partida y horizonte
(Frigerio, 2008).
En este sentido, podemos recordar las marcas fundacionales de los sistemas
de protección, ligadas a prácticas de control de los pobres por su potencial de pe-
ligrosidad. En los sistemas jurídicos de Cataluña, hace escasamente dos décadas,
se separa definitivamente la función protectora de la correctora, concretamen-
te con la entrada de la Ley 37/1991.
Cuando nos acercamos al trabajo con chicos tutelados vemos de manera
habitual que se produce la asimilación del niño como objeto de protección, al
que hay que proponerle un marco de vida diferente y el niño potencialmente
peligroso, en la medida en que puede ser perturbador del orden institucional.
Es un niño que convoca a la vigilancia y a la anticipación de medidas de con-
trol. Algunos ejemplos los ilustran chicos que son rechazados por los equipos
de los centros residenciales porque consideran que su perfil no se adapta a la
oferta que desde la institución pueden realizar. También lo vemos a través de
los llamados trastornos de comportamiento, que implican prácticas de conten-
ción farmacológica o física para ser tratados. Retorna de de forma recurrente la
asimilación del término niño en peligro al niño peligroso.
El paso por circuitos o instituciones de protección no conlleva necesaria-
mente la minorización de las infancias. Las prácticas en las que se reconoce al
sujeto como portador de una historia particular y los profesionales se ubican
en una función que va más allá de la asistencia y control, es decir, pueden ar-
mar un discurso educativo habilitador de nuevas oportunidades.
Llamaremos «practicas de minorización a las que niegan la inscripción de los
sujetos en el tejido social, a las que constituyen en las infancias un resto y a las
© Editorial UOC 161 Los sistemas de protección a las infancias
Las leyes constituyen los marcos reguladores que orientan las diversas obli-
gaciones y funciones de los estados, instituciones, servicios y profesionales en
materia de protección a las infancias. Es así como las podemos considerar el
marco de referencia para el despliegue de las diversas actuaciones que se llevan
a cabo con las infancias en situación de vulnerabilidad o malos tratos. Pode-
mos considerar como de máxima importancia la Convención de los Derechos
de la Infancia de las Naciones Unidas del 1989. Los diversos países han adopta-
do sus postulados en sus marcos legales y administrativos.
Desde los marcos legales se realiza un encargo a los profesionales implicados
en los circuitos de protección que consiste en llevar a cabo las funciones de
prevención, detección, evaluación e intervención en las situaciones que vulneren
los derechos básicos de la atención a las infancias y exista el riesgo de malos
tratos.
La OMS define los malos tratos a la infancia como «toda forma de perjuicio,
o abuso físico o mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explota-
ción, incluido el abuso sexual, al niño por parte de los padres, o representantes
legales, o a cualquier otra persona que lo tenga a su cargo.»
los tratos. Los protocolos constituyen una referencia para los profesionales por-
que ofrecen una serie de pautas y criterios a seguir ante situaciones diversas a
las que las infancias pueden estar expuestas. Se hace necesario tomarlos en la
consideración de guía orientativa que requiere la interpretación del profesional
y la adaptación de éste a cada contexto y cada caso particular. La angustia y el
horror del profesional ante situaciones que vulneran los derechos de la infan-
cia nos conducen a buscar las máximas garantías actuando de la forma más
diligente, inmediata y eficaz posible y en consecuencia, buscando el resguardo
del protocolo.
Se hace difícil aceptar que existe un punto de imprecisión, que un acto no
siempre es un acto con garantías y que hay que sostener en cierta medida la
incertidumbre y el vacio de no tener la justa respuesta o la solución inmediata.
El protocolo puede constituir un recurso útil si se utiliza como guía y no como
objetivo, como medio y no como fin, para no hacer obstáculo para la produc-
ción de pensamiento de los profesionales implicados en el proceso.
Violeta Núñez (2003) en un artículo referido a la tecnociencia, investiga
sobre la relación existente entre las dificultades de los profesionales de las cien-
cias sociales en la producción epistemológica, y las tecnociencias y sostiene
como éstas introducen la lógica del mercado en la definición misma del dispo-
sitivo de saber. Nos encontramos en un momento histórico donde se impone
el monopolio de la tecnificación:
«Se hace necesario hoy más que nunca la reivindicación de una ética que permita
al pensamiento y la praxis de la educación no ceder el triunfo al utilitarismo y
pragmatismo que vienen siendo reforzados por la hegemonía de los discursos
del exceso del nuevo sociologismo y el psicologismo educativo. Discursos hege-
mónicos y homogeneizantes que amenazan con hacer de la educación social un
nuevo campo técnico-pragmático de formas de pensamiento y vida, al amparo
de una casual coincidencia con intereses y valores propios del neoliberalismo
socio-económico o dominante en el mundo de lo políticamente correcto.» (Gar-
cia Molina, 2003, 22).
43. El informe social tienen sus orígenes en el s. XIX y se inscribe en un marco en el que el Trabajo
social y su función de retirar niños y reeducar familias, se generaliza al mismo tiempo que la jus-
ticia de menores. Su elaboración no pertenece a una disciplina y función profesional específicas,
sino que los diversos profesionales de Servicios sociales y Protección de menores (Educadores socia-
les, Trabajadores sociales, Psicólogos y Pedagogos) serán los encargados de su elaboración.
© Editorial UOC 165 Los sistemas de protección a las infancias
que deja caer numerosos niños a pesar de ser multiatendidos. El caso salta a los
medios como el Caso Alba y adquiere mayor trascendencia, aparte de la grave-
dad de las lesiones, porque Alba y su familia estaban siendo atendidos por mul-
titud de servicios que habían anticipado el alto riesgo, tal y como se demuestra
en el informe elaborado por el Síndic de Greuges44. Entre otros, Servicios So-
ciales de Atención Primaria, CDIAP45, Centro de Salud Mental Infanto-Juvenil,
Servicios hospitalarios, Dirección General de Atención a la Infancia.46»
¿Cuál es entonces la apuesta? Una posible vía es la de armar modelos de aten-
ción que permitan una orientación al profesional para dar respuesta a la com-
plejidad y multicausalidad de los fenómenos que atendemos, no reducibles
a técnicas y procedimientos probados. Se trata de permitir la incorporación
de la técnica como medio que va posibilitar la planificación y la transmisión
pero que al mismo tiempo permita poner en juego el saber del profesional. El
saber interpretativo como alternativa (Ubieto, 2009) permite la sustitución de
la lógica descriptiva (de diversos fenómenos, características, indicadores…) por
una lógica explicativa que incorpore la lógica de cada caso, construida desde
un trabajo interdisciplinar y desde la formulación de hipótesis en relación a los
fenómenos observados y que proponga orientaciones para las propuestas de
trabajo. «Los hechos, se convierten así en datos interpretativos al servicio de
una hipótesis que ordena la mirada y la interpretación, otorgando al sujeto un
lugar de centralidad. No es un saber que acumula datos, sino que los interpreta.
Es un saber que aspira a la transmisión y no a la conclusión.» (Ubieto, 2009).
44. El Síndic de Greuges es una entidad que tiene la función de atender las quejas de todas las per-
sonas que se encuentran desprotegidas ante la actuación, o falta de actuación, de las administracio-
nes. Vela por el buen funcionamiento de la Administración de la Generalitat y de los entes locales
de Cataluña, como los ayuntamientos, diputaciones o consejos comarcales. Por tanto, actúa como
supervisor y colaborador de la Administración catalana, con el objetivo de ayudar a mejorar su
funcionamiento.
45. El CDIAP es un equipo de profesionales especializados en el desarrollo infantil y en la atención
precoz de los trastornos de la pequeña infancia.
46. La Dirección General de Atención a la Infancia y a la Adolescencia es el organismo que tiene la
competencia en materia de protección de menores en Cataluña.
47. El Parlamento de Cataluña aprobó el 12 de mayo del 2009 la Ley de los derechos y las oportu-
nidades de la infancia y la adolescencia, impulsada por el Departamento de Acción Social y Ciuda-
danía. Esta norma, entre otras cosas, propone mejoras en el sistema de protección ante situaciones
de maltratos a la infancia.
© Editorial UOC 166 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
La prevención del riesgo social tiene por objeto las situaciones que afectan
a conjuntos de personas de forma global, sean situaciones de carácter territo-
rial, cultural o social, y en las cuales hay indicadores o factores de riesgo que
pueden comportar un perjuicio en el desarrollo o bienestar de los niños y ado-
lescentes en un futuro.
La prevención de la desprotección infantil se dirige a situaciones en las
cuales concurren indicadores o factores de riesgo que muestran la probabilidad
de que el niño o el adolescente pueda quedar en situación de desatención de
sus necesidades básicas en un futuro.
Podemos considerar algunas cuestiones en relación al concepto de preven-
ción y la posición que los profesionales tomamos ante el término. Prevenir
significa incidir respecto acontecimientos futuros, aconteciomientos futuros
que estan por venir pero que suponemos que pueden afectar de un modo ne-
gativo a la población infantil. Por tanto, a no ser que tengamos la capacidad de
precedir el futuro, nos encontramos ante situaciones que en el momento de ser
interpretadas ya hacen referencia a algun orden de dificultades. Por ejemplo, si
en un barrio pobre creamos un espacio de apoyo escolar a los niños podemos
prevenir ciertas situaciones futuras de fracaso escolar, pero, ¿sería correcta la
relación causa-efecto entre pobreza y fracaso escolar? ¿No estaríamos supo-
niendo unas atribuciones a las familias pobres que desacreditaría a priori sus
capacidades educativas? Hemos de ser prudentes con el uso del término y la
posición en la que nos colocamos cuando hablamos de prácticas preventivas. El
exceso de intervencionismo sobre las familias en muchas ocasiones multiplica
los efectos de aquello que pretendiamos evitar, puesto que en la medida que
definimos los problemas y los contruimos desde una trama discursiva les otor-
gamos un cierto lugar y, en consecuencia, un cierto efecto de realidad. Cuando
se usa el término prevención se ponen en marcha una serie de operaciones, que
catalogan a las personas y las asimilan a una categoria. El verdadero riesgo para
estas infancias, reside en el efecto de identificación que estas producen, quedan-
do fijada la categoría de riesgo como algo estático. Niños llamados en riesgo,
asimilados por la categoría que les representa, les coloca en un lugar social que
anticipa la emergencia de acontecimientos indeseables (Núñez, 2003). Redu-
cir a un universo concentracionario (Agamben, 1998) grupos poblacionales
que deben ser vigilados. Se produce una operación de simplificación, basada
en la relación causa-efecto, reduciendo los problemas a una causa única. Es
frecuente que los profesionales del trabajo social establezcan el tipo de analo-
gías; padre alcohólico-posible riesgo en la infancia; madre maltratada– posible
maltratadora…
© Editorial UOC 167 Los sistemas de protección a las infancias
La prevención está dirigida a los sectores poblacionales más pobres. Así es-
tamos en la misma circunstancia de los inicios del liberalismo, la relación de la
economía con el control de los más pobres. Una marca funcional del higienis-
mo remite a la asociación de pobreza con «malas prácticas», «degradación». De
aquí que la mayorías de las familias de los circuitos sean pobres.
La prevención puede constituir la base de unas prácticas pensadas para
identificar e intervenir sobre grupos homogéneos de población o la podemos
plantear como el conjunto de procesos que permitan la habilitación de los su-
jetos para mejorar sus condiciones de vida y de vínculo social. En este sentido
podemos entender las prácticas educativas, en tanto posibilitadoras de nuevas
oportunidades, como acciones preventivas de futuras situaciones de dificul-
tad o desventaja social. Dirigidas a la población infantil en general, para ello,
la importancia de crear programas transversales, que como su nombre indica
atraviesan los diversos espacios en los que habitan los sujetos y huyen de la
especificad de grupos de población.
La detección y la evaluación
48. Según el Protocolo comarcal para la intervención en red en situaciones de riesgo y/o malos tratos a la in-
fancia y a la adolescencia. Consell comarcal del Vallès Occidental. (selección de algunos indicadores).
© Editorial UOC 168 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
Maltrato psicológico
- Retraso en el crecimiento «no orgánico».
- Retraso en el desarrollo psicomotor.
-…
49. Íbid.
© Editorial UOC 169 Los sistemas de protección a las infancias
Maltrato prenatal
- Sufrimiento fetal.
- Prematuridad.
- Retraso en el crecimiento intrauterino.
-…
Maltrato psicológico
- Muestra desconfianza del adulto.
- Muestra apatía en la relación con sus progenitores.
- Presenta una paradojal reacción de fácil adaptación con los desconocidos.
- Es excesivamente complaciente y pasivo.
- Falta de respuesta ante los estímulos sociales.
- Puede mostrar inhibición.
- Puede mostrar trastornos en las funciones relacionadas con la alimentación, el
sueño o el control de esfínteres.
- Puede pasar al acto (vandalismo, robos, agresiones…)
- Puede practicar conductas de riesgo.
-…
© Editorial UOC 170 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
Maltrato prenatal
- Trastornos de conducta y de comportamiento.
- Problemas y dificultades en el aprendizaje.
• Tipo de maltrato.
• Cronicidad y frecuencia.
• Accesibilidad del perpetrador al niño.
• Características comportamentales del menor. El desorden conductual en
los niños es considerado como un factor que puede precipitar conductas extre-
mas en los cuidadores.
• Tipo de relación del cuidador principal con el niño.
• Características de los padres o cuidadores principales, como las capacida-
des físicas o mentales limitadas, abuso de drogas, adopción de una conducta
violenta o anti-social, etc.
© Editorial UOC 171 Los sistemas de protección a las infancias
• Características del entorno familiar. Altos niveles de estrés son menos pro-
tectores.
En los procesos de valoración del posible riesgo los indicadores nos dan
pistas de algunas situaciones que indudablemente hablan de prácticas inade-
cuadas que requieren la atención de los servicios públicos. No obstante, para
iniciar un proceso evaluativo nos encontramos frente a una batería de indi-
cadores que nos dirigen a la valoración de una situación, y por consiguiente,
podemos abordar desde dos perspectivas diferentes (Ubieto, 2009).
En el primer supuesto, el indicador toma vida propia, de tal manera que más
allá de la realidad de cada sujeto sometido a control y observación, será la com-
binación de indicadores la que decidirá el resultado de la valoración.
Los indicadores pueden ser determinantes a pesar de:
profesional puede valorar según su lógica personal que una padre tenga o no
los recursos y habilidades suficientes para cuidar a su hijo.
Si basamos valoración de las situaciones familiares en los indicadores que es-
tablecen los protocolos, vemos la resonancia en el objetivismo del siglo XVIII.
Recordemos sus fundamentos:
• La observación del menor para identificar las marcas conductuales que ex-
plicitaban la «patología familiar». En este sentido, el control de la conducta era
fundamental, dado que la causa de la intervención remite a la necesidad de
control social.
• El saber sobre el sujeto se construye a partir de la sumatoria de observa-
ciones individuales, desde una lógica empírica que no requiere de constructos
teóricos.
• Se parte de una relación causa-efecto.
• La posibilidad de especificar todos los procedimientos de recogida de datos.
• La total exterioridad de los datos conducirá a prácticas basadas en la vigi-
lancia y en la transparencia.
En el segundo supuesto nos referimos a la lógica de cada caso pero que solo
puede ser elaborada desde:
En esta faceta toma sentido la evaluación como parte del proceso y total-
mente articulada a la detección.
Según los protocolos «la evaluación consiste en analizar y estudiar las carac-
terísticas del incidente, del niño, de su familia y de su entorno. Entorno con
la finalidad de determinar la situación en la cual se encuentra el niño (riesgo o
desamparo) y, en consecuencia, planificar la actuación que es necesario llevar
© Editorial UOC 173 Los sistemas de protección a las infancias
El paradigma de la evaluación
Jean Claude Milner, en las conversaciones que mantiene con J. Alain Miller
y recogidas en el libro ¿Desea usted ser evaluado?, plantea como en el univer-
so moderno los temas que dependen de la soberanía del estado llevan a las
prácticas sociales a estar inmersas en la lógica de dos paradigmas, el paradigma
problema-solución y el paradigma de la evaluación. Se pide al estado que asuma
su responsabilidad de proponer una solución por cada problema que es de-
terminado de su competencia; «la solución sustituye una cosa que supone un
problema por otra cosa que hace que el problema ya no exista… se reemplaza
pieza por pieza, una pieza que no funciona, que causa problemas, por una
pieza que funciona. La forma de la pieza sustituida puede retomar o no la
forma de la pieza anterior. En realidad, el paradigma problema–solución es un
esquema de sustitución por equivalencia.» (Milner, 2004, 16). En los servicios
sociales, el profesional queda atrapado en el paradigma de la evaluación en el
que el mismo acto de evaluar constituye las claves de la solución.50 El profesio-
nal no se da el tiempo para comprender la lógica de lo que está en juego, en el
sentido que plantea Lacan51 un «tiempo para ver, un tiempo para comprender
y un tiempo para concluir.»
50. Miller, J.A y Milner, J.C, 2004, ¿Desea usted ser evaluado? Miguel Gómez Ediciones.
51. Lacan, J., 1971, «El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma.»
En: Escritos I. Madrid: Siglo XXI.
© Editorial UOC 174 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
Tomar estas orientaciones nos sitúa ante el trabajo evaluativo desde una po-
sición y una responsabilidad que va más allá de las propuestas protocolarizadas
a partir de baterías de indicadores y factores de riesgo.
Principios de actuación
Contextualizar la intervención
Más allá del contexto que marcan las políticas familiares en la actualidad,
que sin duda crean oportunidades y dificultades para el desarrollo familiar,
otros cambios se han dado en la constitución de los núcleos familiares: las exi-
gencias del mercado, las restricciones del sistema laboral, la progresiva equipa-
ración de los derechos de hombres y mujeres, la baja natalidad, las necesidades
crecientes de la enseñanza y de la socialización de las infancias, la inmigración
procedente de países empobrecidos… Estos y otros factores han llevado al re-
conocimiento de diversos tipos de familias en las que sus miembros se vinculan
de forma tradicional o de forma más adaptada a la realidad actual. Trabajar con
familias diversas y complejas implica tomar en cuenta diversas lógicas que se
articulan entre sí. Por ejemplo, si nos referimos a familias de diverso origen cul-
tural, corremos el peligro de valorar su realidad en función de nuestras propias
metas, valores, creencias y preferencias, las cuales operan como un trasfondo
percibido como neutro o natural, pero que en realidad suponen un importante
sesgo que puede hacer derivar el trabajo por orientaciones inadecuadas.
Es necesario, por tanto, contextualizar las prácticas familiares para así en-
tender su sentido y, por tanto, adaptar la intervención al entorno sociocultural
en que se producen. Pero esta relatividad inevitable no lleva necesariamente a
entender que cualquier práctica es aceptable si responde a una tradición cul-
tural, o que nadie puede intervenir en una familia de una cultura ajena. Puede
llegar a ser tan problemática una intervención ciega a la cultura, como la pos-
© Editorial UOC 178 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
El trabajo en red
La red de protección infantil es una responsabilidad compartida por to-
dos los elementos que la integran (personas, instituciones y organizaciones), la
cual se articula para garantizar los derechos de la infancia. La red de protección
se estructura en diferentes niveles de competencia y responsabilidad52:
Primer nivel:
a) Padres o tutores, como principales responsables de cubrir las necesidades
de sus hijos.
b) El conjunto de ciudadanos y ciudadanas, que pueden actuar:
- Formando redes naturales e informales de soporte a los padres.
- Poniendo en conocimiento de la administración pública aquellas situa-
ciones de malos tratos que vulneren los derechos básicos del niño.
El principio de responsabilidad
El principio de responsabilidad, según el cual todos los agentes implicados
en los procesos de atención a las infancias asumen la obligación de dar respues-
ta a las situaciones que lo requieran, así como de sostener las propuestas que en
el proceso de valoración se consideren oportunas.
«El educador no elige la realidad en la que le toca actuar pero si elige la po-
sición que decide tomar frente a ella. Un elemento central es la implicación.
La implicación no piensa una situación como mera exterioridad en la que debe
actuar, sino invita a dejarse alterar por el problema y por lo tanto moverse de
lugar, desbordar las medidas usuales para analizarlo.»53
53. Duschatzky, S., 2001, ¿Dónde está la escuela? Buenos Aires: FLACSO y Manantial,
© Editorial UOC 181 Los sistemas de protección a las infancias
representación. Aportar las claves que van a abrir la posibilidad de otros futuros
posibles.
Meirieu analiza el simple «intercambio instrumentalizado» que hoy vin-
cula a las generaciones, y en consecuencia la necesidad de hacerse cargo de la
educación de las infancias poniendo en juego «todos los saberes y los saberes
más elaborados», equipar al niño para encararse solo al mundo y que pueda
asumir lo mejor posible las opciones personales, profesionales y políticas que
tendrá que tomar. La propuesta de Meirieu no centra la pedagogía en el niño
sino en la relación interactiva que desarrolla éste con el mundo. Relación que
le va a permitir habitar el mundo de un modo particular y construir así su
subjetividad. Para orientarse hacia esta propuesta, la educación debe movilizar
«todo lo necesario para que el sujeto entre en el mundo y se sostenga en él, se
apropie de los interrogantes que han constituido la cultura humana, incorpo-
re los saberes elaborados por los hombres en respuesta a esos interrogantes…
los subvierta con respuestas propias. La función de la educación es permitir al
sujeto construirse al sujeto a sí mismo como sujeto en el mundo, heredero de
una historia, capaz de comprender el presente e inventar el futuro». (Meirieu,
1998, 70).
Dejando de lado el sentido social mercantilizado de hoy, el adulto debe po-
ner a disposición todo para que el otro lo signifique, de forma tal que vincule
al sujeto con la posibilidad de conocer.
El trabajo educativo debe orientarse en propuestas de apropiación cultural
como vía de apertura del sujeto a otras maneras de entender y situarse en el
mundo. Hablar de elementos culturales de mediación significa dar al sujeto la
oportunidad de reescribir su propia historia. Los elementos de la cultura (cine,
literatura,…) ofrecen una cierta distancia con estos hechos que el control social
no está dispuesto a procesar ni a permitir que el sujeto pueda procesar. (Núñez,
2010).
Hemos visto como el verdadero riesgo para el sujeto es quedar asimilado a la
dificultad social que le da identidad, que sella una marca para siempre: «José es
un niño abusado-es un niño traumatizado.» La educación requiere partir de la
consideración del otro como un sujeto cuyo destino es imprevisible pues está
abierto a la contingencia, a los encuentros, a la invención de nuevas narrati-
vas,… teniendo en la cultura plural las posibilidades de cambio. Es aquí donde
radica la clave del trabajo educativo, en la oferta de nuevas oportunidades,
nuevas sujeciones, nuevas plataformas… En definitiva, nuevos futuros en los
que proyectarse cultural y socialmente.
El trabajo social y educativo constituirá la oportunidad de nuevos anclajes
que permitan simultáneamente un lugar para que el niño pueda construir su
novela familiar y un vínculo con lo plural cultural amplio.
© Editorial UOC 185 Instituciones de protección a las infancias
Capítulo VI
Instituciones de protección a las infancias
Segundo Moyano
Introducción
54. Esta enumeración pretende dar cuenta de los numerosos avatares de la protección a la infancia.
Así, no es una ordenación temporal, sino tan sólo una selección de aquellos conceptos y deno-
minaciones que, a lo largo de la historia, se han sucedido (y suceden) en el campo de la atención
social de las infancias, las políticas sociales que las definen y las diferentes instituciones que se han
hecho cargo.
© Editorial UOC 186 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
« […] la institución educativa […] como lugar de encuentro con los objetos de
conocimiento, lugar de despliegue de saberes, lugar del pensar.» (Frigerio y Poggi,
1996, 165).
El presente apartado pretende dar cuenta de aquello que define a las institu-
ciones encargadas de albergar prácticas de protección a las infancias. Para ello,
abrimos con algunos interrogantes que acompañarán el recorrido que aquí ini-
© Editorial UOC 187 Instituciones de protección a las infancias
ciamos: ¿por qué y para qué existen las instituciones de protección?, ¿qué son,
actualmente, estos establecimientos dedicados a la atención y a la educación
de niños?, ¿a qué educación nos referimos en centros de estas características?
Muy probablemente no demos más que con otras preguntas, aunque el acerca-
miento a sus fundamentos y a las relaciones establecidas con lo social nos per-
mita abrir perspectivas que orienten el trabajo educativo en las instituciones.
Así pues, el análisis comienza, en un primer momento, con el trabajo sobre
los ejes que, a nuestro entender, vertebran el marco institucional en las prácti-
cas educativas de protección a la infancia. Y en tanto articuladores del funcio-
nar de una institución, estos ejes nos van a permitir, en un segundo momento,
una aproximación a sus elementos pedagógicos, organizativos y sociales.
Sin embargo, repesquemos un instante la cuestión acerca del por qué de
este tipo de instituciones. Unas palabras de Tizio nos aportan argumentos para
iniciar:
2. El marco institucional
El primero de los ejes que dan cuenta del marco institucional se refiere a
las marcas históricas. Éstas se han ido conformando en relación al estatuto de
infancia vigente y a las respuestas sociales, políticas y legales surgidas de lo que
en cada época se ha considerado como desprotección de la infancia. En efecto,
son numerosos los ejemplos históricos de estructuras, mandatos y prácticas di-
versas acerca de instituciones encargadas del cuidado de niños desprotegidos.
Así pues, al abordar las marcas históricas y sus efectos lo hacemos en base a
dos propósitos principales. En primer lugar, tratar de ubicar aquellos elemen-
tos que subyacen en el surgimiento y establecimiento de las instituciones de
protección a la infancia, puesto que la visión histórica de su acontecer y su
devenir colabora, sin duda, a analizar su presente y, por supuesto, a favorecer
sus posibles futuros. Y en segundo lugar, esos elementos aportan claves que
posibilitan el distanciamiento de posiciones naturalizadoras y arbitrarias sobre
los procesos de construcción (de-construcción y re-construcción) de los marcos
institucionales de atención a las infancias desprotegidas.
Las respuestas que se dan ante la situación de las infancias en diferentes
épocas históricas en nuestro país «explican el surgimiento de instituciones que
tomaron a su cargo la satisfacción de algunas de estas necesidades, establecien-
do con el todo social, acuerdos o contratos respecto a sus funciones y ámbitos
de desempeño» (Frigerio et al., 1992, 19). Esos acuerdos padecen transforma-
ciones, redefiniciones y diversas adecuaciones; sin embargo, «las modificacio-
nes dan cuenta de las adaptaciones, pero los cambios llevan la marca de los
orígenes» (Ibíd., 18).
Es decir, para entender la actualidad de las instituciones de protección en
© Editorial UOC 189 Instituciones de protección a las infancias
a) La caridad
En España la institución pionera en la atención a la infancia desprotegida
fue la iglesia católica. Si bien vamos a dedicar a esta cuestión un apartado espe-
cífico como una de las marcas principales a tener en cuenta en la configuración
de los marcos institucionales, valga detenernos, brevemente, en uno de los pun-
tales que han acompañado a la protección a la infancia durante muchos siglos.
La caridad, con sus connotaciones de auxilio, compasión, misericordia, pie-
dad y, también, filantropía (el alter ego laico de la charitas cristiana), se ha en-
contrado en el centro de cualquier aproximación a la cuestión de la atención a
la infancia, ya sea para ejercerla o bien para denostarla, siendo, durante mucho
tiempo, la piedra angular de las prácticas llevadas a cabo en numerosas insti-
tuciones y el motivo que justificaba una intervención de instancias o personas
particulares.
En efecto, la caridad descansa en «la concepción evangélica de la pobreza
como virtud» (Ruiz y Palacio, 1995, 11), con un marcado carácter positivo, y
entendida como un «paliativo legítimo y exclusivo de la desigualdad social»
(Ibíd.,10). Así pues, la caridad actuó como único timón de la atención social
hasta las primeras tentativas estatales del XVIII español. Esto no significó más
que la reconversión caritativa en objetivos benéfico-asistenciales, aunque su-
puso la entrada de cierta dimensión política en la atención de la infancia des-
protegida.
Por último, señalar que si bien la modalidad caritativa se desvirtúa en las ac-
tuales políticas sociales, ciertas miradas aposentadas en la compasión hacia los
niños atendidos y en actuaciones moralizadoras recuerdan momentos donde
la caridad individual y la oportunidad de ayudar al necesitado emergen como
guías de las prácticas.
c) La Iglesia católica
Una constante, desde sus inicios, en las instituciones de protección a la
infancia es su vinculación con diferentes congregaciones religiosas. Regida por
la caridad, la iglesia se hace cargo de propulsar y mantener instituciones dedi-
cadas al recogimiento, el cuidado y la educación de niños pobres, huérfanos o
abandonados.
A partir de la mitad del siglo XIX se va generalizando en Europa la necesidad
de que sea el Estado el encargado de velar por la asistencia benéfico–social de la
población. En España, el proceso de secularización de la beneficencia encuen-
tra ciertos impedimentos. Por un lado, el lento traspaso se produce no tanto
por la convicción de estatalizar la preocupación y la atención a las dificultades
sociales de la población, sino que también existe un retroceso económico de la
iglesia para hacerse cargo de la red de instituciones dedicadas al recogimiento
55. Conviene señalar, tal y como hacen Ruiz y Palacio (1995), que en el momento en el que se
produce un aumento de la preocupación del Estado por la cuestión social, el ministerio encargado
de la beneficencia pública es el de Gobernación, que tiene bajo su supervisión las cuestiones de
orden público, seguridad y policía.
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d) El encierro
La infancia, tal y como hemos venido describiendo, « […] ha estado some-
tida, con ciertas diferencias, a un proceso muy similar al que han seguido las
prácticas de recogimiento y encierro en el mundo adulto prácticamente hasta
el siglo XX» (García Molina, 2002, 337). Esta lógica del encierro, pues, esconde
dos de las cuestiones que hemos trazado con anterioridad: la caridad y el con-
trol social. La equiparación, en su momento, de la protección con la necesidad
del encierro, supone la instauración de la práctica de internamiento «como
medida protectora, socializadora, controladora y educativa.» (Ibíd.).
Ciertamente, el siglo XX supone, en las políticas de encierro, la separación
entre los adultos y los niños en lugares diferentes aunque con prácticas simi-
lares y objetivos coincidentes. La especialización real en la atención a la infan-
cia comienza con el desmantelamiento de las macroinstituciones que, si bien
existen tímidos intentos en los años sesenta y setenta del pasado siglo, no es
hasta la década de los ochenta cuando se hace definitivamente realidad. Sin
embargo, nos llaman la atención algunas tendencias actuales a promover la
adultización temprana de los adolescentes ingresados en instituciones. A título
de ejemplo, sirva la demanda de planes de autonomía, de independencia eco-
nómica… ¡a los dieciocho años! Una cuestión tildada de razonable y necesaria
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si estos chicos y chicas dejan de estar tutelados por el Estado, pero que no de-
mandamos a cualquier otro chico o chica de esa edad que no haya pasado por
una institución protectora.
Paradojalmente, se ha pasado del encierro como «la» medida institucional
a considerar el internamiento en instituciones de protección como la última
medida recomendable en situaciones de desamparo de la infancia (¿un paso de
la única medida a la no-medida?). Posiblemente, este aspecto tiene mucho que
ver con la marca original respecto de la idea de encierro. La propia infraestruc-
tura, diseño, normativa y funcionamiento de muchas instituciones actuales
alimentan esa idea, en tanto que más se pueden asemejar a una prisión que a
una institución que pretende ser educativa.
e) La reeducación
Ésta es una de las marcas del devenir de la protección de la infancia que ha
causado verdaderos efectos devastadores en el camino hacia la introducción de
lo pedagógico. La reeducación, precisamente, sostiene su aparato epistemoló-
gico en la lógica de la no-educación, de la fabricación de un sujeto (Meirieu,
1998). Debe ser la educación la propulsora de nuevos trayectos, no así la ree-
ducación que parte de un sujeto con taras que conviene moldear de nuevo.
El concepto sigue utilizándose para referirse a las prácticas de la educación
social, sosteniéndose, pues, en discursos pedagógicos de corte analógico donde
la comparación a un modelo supuestamente ejemplar genera un gran número
de tablas, clasificaciones, perfiles e ítems que permiten la puesta en marcha de
las técnicas precisas para cada tipología. Las prácticas reeducadoras suponen
una regresión del concepto mismo de educación, puesto que si entendemos
ésta como la transmisión cultural del legado humano que permite la apropia-
ción de esa herencia, la reeducación constriñe las posibilidades, confinando
al sujeto a un bucle de sus propias dificultades, anclándole a ellas y marcando
destinos allí donde la educación pretende romperlos.
f) El trabajo
La estancia en las instituciones de protección de la infancia ha estado acom-
pañada a lo largo de la historia del trabajo entendido como una función útil
para con la sociedad. Un tiempo, el de la infancia, dedicado al trabajo con el
objetivo de encauzar la vida ociosa de los niños: una suerte de posibilidad de
redención del niño mediante el trabajo. Nos llama poderosamente la atención
la actual preocupación por considerar el trabajo como medida terapéutica en
adolescentes, o la urgencia de que ciertos adolescentes (aquellos con más difi-
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g) La medicalización de la infancia
A partir del surgimiento de la preocupación por la mortalidad infantil, la
ciencia médica irrumpe en la cuestión social desde mediados del siglo XIX y
comienzos del XX. Esto, añadido a la nueva dimensión de la infancia como
inversión de futuro acrecienta la instauración de medidas sanitarias, profilácti-
cas, higiénicas, nutricionales y de cuidados para atajar el incesante número de
muertes a cortas edades y la profusión de numerosas enfermedades.
La protección a la infancia, pues, se centra en el terreno físico, y las medidas
protectoras son, en muchos casos, asistencias médicas y hospitalarias, o bien
la oferta de instituciones subsidiarias de la familia. Aunque las disposiciones
se inician frente al abandono físico de los niños, éste va dejando paso a una
preocupación por la «mejora moral» de los sujetos que atiende, apareciendo
conceptos como «organismo social», «patologías sociales» o «enfermedad so-
cial» (Santolaria, 1997, 258).
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j) Otras marcas
Este apartado tan solo nombrará otras marcas históricas que, en muchos
casos, hay que poder tener en cuenta para entender las prácticas en las institu-
ciones de protección. Entre ellas destacamos:
56. Si bien estos números se refieren a los extremos, las medias se sitúan entre las 14-18 plazas
hasta las 40-50.
57. Salvo algunas excepciones en las que han funcionado un sistema de becas para algunos niños
internos. Sin embargo, insistimos, el objetivo de partida no contemplaba un recorrido educativo
similar al de los «otros» niños.
58. A este respecto Lorenzo Luzuriaga escribe refiriéndose a la corrección y a la reeducación: « […]
lo que sí afirmamos es que esa misión es esencialmente pedagógica, y que hasta ahora la represen-
tación más auténtica de aquélla es la del magisterio nacional primario, no sólo oficialmente, sino
en realidad.» Luzuriaga, L., 1927, «La protección a la infancia, una función pedagógica.» Revista de
Pedagogía 69, 427-428.
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59. Aquí se ha de contemplar desde los tiempos institucionales hasta los tiempos sociales, pasando
por los tiempos de los sujetos y los tiempos de los agentes.
© Editorial UOC 197 Instituciones de protección a las infancias
tección a la infancia, tal y como hoy las conocemos, son herederas directas de
finales del siglo XIX y principios del siglo XX60. Así lo entendemos si partimos
de dos observaciones que suponen un punto y aparte en las prácticas aconte-
cidas hasta ese momento:
60. Señalar que este punto histórico inicial para el contrato fundacional de las instituciones de
protección a la infancia no menoscaba en absoluto la importancia de las prácticas e instituciones
anteriores para entender este momento inaugural.
© Editorial UOC 198 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
El encargo social
La cultura institucional
En relación a las cuestiones teóricas, por último, hay que señalar que existen
condicionantes que confluyen en las lógicas institucionales. Con esto quere-
mos referirnos a la necesidad de que en el seno de las instituciones se sometan
a análisis aspectos como las relaciones teoría-práctica; el papel de las diferentes
disciplinas que trabajan en el seno de la protección, la atención y la educación
de las infancias, el ejercicio de consenso y negociación en torno a ejes comunes
delineados en un modelo educativo; la construcción y el mantenimiento de es-
pacios de supervisión, el lugar de la formación dentro y fuera de la institución
y la reflexión teórica como herramienta de mejora de las prácticas.
De este elemento fundamental de la cultura institucional emanan otros
que, a modo tan solo de presentación valga señalar:
© Editorial UOC 202 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
Como hemos venido indicando, éstos son tan solo algunos de los elementos
que configuran lo que hemos convenido en llamar cultura institucional. Como
integrantes de estos grandes bloques podemos señalar el lugar del conflicto, la
utilización de la norma o los modos de participación. Todos ellos nos llevan,
de nuevo, a un ejercicio de construcción teórica de las prácticas institucionales,
poniendo de manifiesto que se definan o no, se conceptualicen o no, todos
esos elementos producen efectos.
62. Aquí nos referimos a la Ley 8/2002 de la Generalitat de Cataluña que, en su artículo 41, define
que «la organización de los Centros se llevará a cabo de manera que reproduzca el máximo posible
las condiciones de vida de una familia que permita al menor un crecimiento armónico y estable.»
© Editorial UOC 203 Instituciones de protección a las infancias
A partir de los ejes que dan cuenta del marco institucional concreto de los
centros de protección a la infancia, nos proponemos una aproximación a las
dimensiones que los inscriben en el campo de las prácticas de protección a la
infancia. A tal efecto, las siguientes dimensiones suponen el esquema estructu-
rante del funcionamiento de una institución (Frigerio et al., 1992, 27):
El marco pedagógico
• El ideario pedagógico.
• El modelo educativo.
• La línea educativa.
El ideario pedagógico
• El concepto de educación.
• Los principios pedagógicos.
El modelo educativo
La línea educativa
La organización institucional
En la ya referenciada ley, Ley 8/2002, en el Cap. III Art. 39: «De los centros
residenciales de acción educativa», se define a éstos como «aquellas institucio-
nes donde residen temporalmente los menores a los cuales se aplica la medida
de acogimiento simple en institución, de acuerdo con la propuesta de medida
que conste en el informe previo de los equipos técnicos competentes.» Por lo
tanto, estas instituciones se piensan como lugares de residencia temporal para
aquellas infancias definidas como desamparadas.
Hemos convenido que el encargo social de las instituciones es la protección
y amparo de estas infancias, derivando de ahí la finalidad que se establece: su
atención y su educación. La organización, entonces, aparece como el elemento
al que se le encomienda el ordenamiento de la institución para conseguir esa
finalidad.
Desde este punto de vista, contemplamos la organización como el conjun-
to de elementos, disposiciones y consideraciones que posibilitan el funciona-
miento de la institución con la pretensión de alcanzar su finalidad y responder
al encargo social del que es depositaria. No obstante, a la hora de diseñar el
marco organizativo, debe contemplarse lo suficientemente flexible para posi-
bilitar los cambios, pero también lo oportunamente restringido para que opere
un ordenamiento necesario. Bajo estas coordenadas, la dimensión organizativa
recoge tanto los aspectos estructurales (espacios y recursos) como los funciona-
les (gestión y funcionamiento).
Para finalizar, señalar un punto siempre controvertido: el lugar de los niños
en el funcionamiento institucional. Este lugar se ha venido conformando desde
diferentes puntos de vista, otorgando a los niños que allí residen cierto papel
en el engranaje organizativo. Sobre todo, estas cuestiones se han planteado en
torno a la idea de participación en el funcionamiento diario de la institución
y fundamentadas, en algunas ocasiones, en preceptos pedagógicos de aprendi-
zajes vitales. Esto es, ciertas tareas estipuladas en el marco organizativo (sobre
© Editorial UOC 208 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
• Hay que considerar si realmente existe interés por ese aprendizaje o res-
ponde, más bien, a dificultades de planificación organizativa, o a una insufi-
ciente dotación económica de la institución (falta de personal de limpieza, por
ejemplo).
• Hay que considerar bajo que marco pedagógico se están fundamentando
las tareas domésticas como actividad educativa.
• Y, por último, hay que considerar el uso de los tiempos de la infancia en el
marco del encargo social referido a su atención y su educación.
La institución en lo social
realizar diferentes trayectos, que otros lugares sociales den respuesta a nuevas
inquietudes, y que la circulación social no sea tan solo la asistencia continua-
da de un niño a otras instituciones, sino que implique nuevas posibilidades
en otros lugares de contenido cultural. Deberían pasar los tiempos en que los
niños hacían de todo en la institución (recordad el concepto de «institución
total» de Goffman).
La apuesta institucional por los elementos de promoción y circulación cul-
tural en la actualidad de época no se puede circunscribir a un solo lugar. Es de-
cir, la amplitud de recorridos requiere una diversificación de las posibilidades y
de los lugares. Se trataría, pues, de alejarse de la consideración de la institución
como la única oferta posible y necesaria. Por consiguiente, «destotalizar» la
institución permitiría pensar nuevas maneras de situarse en lo social.
Del mismo modo, la institución de protección en lo social hace referencia,
también, al lugar que ocupa esa institución en las redes sociales encargadas
del trabajo con las infancias y adolescencias. Es decir, un trabajo de visibiliza-
ción de las prácticas profesionales que acontecen en este marco institucional.
En efecto, aquí cobra gran importancia la instauración de trabajos en red con
otros dispositivos, entidades e instituciones sociales y educativas, pero también
la producción teórica de los equipos educativos, los escritos, las comunicacio-
nes a congresos, la participación en grupos de investigación. Todo esto tiende
a la socialización, la inscripción y la proyección de la institución.
A modo de conclusión, pero también para ayudar a clarificar la información
creemos conveniente delinear las propuestas realizadas a través del siguiente
mapa acerca del marco institucional:
© Editorial UOC 210 Acción socioeducativa con infancias y adolescencias
© Editorial UOC 211 Bibliografía
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