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25 de marzo de 2020

La ciudad vacía, silencio. Esos horribles embotellamientos que todos los días
encontraba en la Avenida Ciudad de Cali, cerca de mi casa, ya no están. Su
insoportable ruido de motores y su asfixiante humo, el afán de la gente por subirse
a los buses atiborrados de personas en una desesperada carrera por llegar a sus
trabajos. Mis padres también hacen parte de esta carrera, cada día deben
levantarse a las 4 o 4:30 turnarse para usar el baño y vestirse. Mi mamá, como
ocurre en la mayoría de hogares, es la que más trabaja, debe hacerle de comer a
mi papá, que no sabe cocinar (o se hace el que no sabe) y a mi hermana
adolescente. Ella se levanta más temprano. Por fortuna pude darme cuenta de
esto hace ya unos años y hago mi comida cada vez que puedo, pero la mayoría
de las madres en los hogares no puede darse ese lujo de cocinar cada vez que
“pueden”. 

Así empieza un día “normal” en esta ciudad: un corre corre de gentes que siempre
van contra el tiempo, nunca les alcanza el tiempo. Recuerdo que muchas veces
me desperté con gritos de mis padres, peleando debido a este delirante torbellino
de queseares matutinos. Que apúrele que necesito el baño, que por qué no tiene
plata para el bus si usted trabaja y le pagan, que por qué no está el desayuno.
Entre sueños les grito ¡dejen de pelear! En ocasiones, cuando el sueño no me
gana, me levanto a tratar de mediar entre ellos y hago el desayuno o alguna otra
tarea que les ayude a agilizar su frenética mañana. Debería hacerlo todos los días,
lo sé.

Gracias a la temida cuarentena, esto ya no ocurre. El nivel de estrés de mis


padres ha bajado considerablemente, al igual que las peleas. Mi mamá ayer me
dijo: “estoy descansando de madrugar, de los tacones, de maquillarme, del
transporte público, de los empujones de la gente en los buses, de los regaños de
mi jefe por llegar tarde… y lo decía con una sonrisa en la cara.

Tal será la tranquilidad que ya ni los vecinos no ponen música a todo volumen. No
entiendo por qué, si la cuarentena es para las gentes y no para la música.

No me asusta permanecer encerrado en casa, he sido un poco ermitaño toda mi


vida. Además de esto, quienes me conocen sabrán que estuve en la cárcel y que
aprendía lidiar con el encierro, el hacinamiento, la monotonía, la desesperación,
etc. Les llevo algo de ventaja a mis conciudadanos. ¿Pero qué hay de esas
personas que estando encerradas deben someterse a la cuarentena? ¿Qué hay
de las personas privadas de la libertad?

Esta tranquilidad que percibo, pareciera ser la calma antes de la tormenta. El día
21 de marzo los internos de la cárcel la Modelo y otras en el se amotinaron no
aguantando más histórico abandono del gobierno hacia las cárceles. Allá adentro
también le temen a ser contagiados por el virus y el gobierno, como siempre, los
deja a su suerte. Este tema de virus con corona fue la chispa que hizo estallar el
polvorín.
Cientos de personas no pueden quedarse en sus casas guardando este
aislamiento, debe salir conseguirse lo de la comida, a rebuscarse porque si no
trabajan no comen. Otros cientos, ni si quiera tiene casa. Ayer estas personas
rebuscadoras salieron a protestar multitudinariamente a la Plaza de Bolívar. Qué
distanciamiento, ni qué cuarentena si lo que necesitan es q comer. “Preferimos
morir de ‘gripa’ que morir de hambre” decía una pancarta de una de estas
personas. Al parecer los gobiernos acomodan esta coyuntura a su beneficio
salvando a unos y dejando morir a otros.

Mientras tanto, me encuentro en mi habitación frente a un computador


destartalado, dándomelas de analista social y viendo cómo, poco a poco,
empiezan a debilitarse las bases de este castillo de naipes llamado “País- Estado”.
Siempre quise verlo arder y derrumbarse, disfrutarlo un poco, antes de que se
desmorone encima de nosotros.

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