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Alfonso Canales (España, 1923)


Las siete

" Cuando uno sale a la calle, cuando uno se deja ir por la


calle, en una tarde de domingo, cuando uno ve a estos
hombres, a estas mujeres, a estos niños, que van y vienen
interminablemente por el cauce de la calle, cuando uno
borra la humanidad y piensa y ve sólo a los ángeles de la
guarda de estas gentes, paseándose solícitos, calle arriba,
calle abajo, cuando uno mira la inmensa población de un
futuro cementerio.
Qué indefinible tristeza, cuando uno escucha las palabras
casi sin sentido que surten de miles de labios y que se van,
sin orden, amontonando en el aire, las palabras como
insectos que liban en miles de orejas ambulantes, las
palabras que se disuelven, como olas, sobre la playa de la
tarde, adelgazando, trocándose en espuma, en humedad,
en nada. Y qué tristeza finísima, qué sombra, qué aire de
tristeza, cuando uno piensa que es imposible comparar a
estos seres que se agitan con las nubes que circulan por las
calles del cielo, o con el ir y venir del viento entre las hojas
de los árboles. Y sobre todo, qué inmenso desconsuelo
cuando uno se da cuenta de que estas tristes reflexiones en
torno a estas criaturas que giran en la tarde lo han
convertido a uno en alguien infinitamente abandonando, en
alguien que, desde el otro lado del tiempo, escucha, lleno
de soledad, el fragor de éste monótono rebaño de
corazones."

Elias Canetti (Gran Bretaña, 1905-1994)


Aforismos
" Una sociedad en la que los hombres ríen en vez de comer.
Una sociedad en la que no hay más de dos hombres juntos,
todo lo demás es imposible e insoportable. Si un tercero se
acerca, los dos se separan asqueados.
Una sociedad en la que cada persona le enseña a hablar a
un animal; luego el animal habla por todas ellas, y cada uno
enmudece.
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Una sociedad en la que los hombres lloran sólo una vez en
la vida. Ahorran sus lágrimas, y cuando la vida ha pasado
se alegran de nada. Y están cansados y viejos.
Una sociedad en la que cada individuo pinta su imagen y la
adora.
Una sociedad en la que los hombres desaparecen de
pronto, pero nadie sabe que han muerto:
Una sociedad en la que no existe la muerte, porque no hay
para ella una palabra, y todos están satisfechos.
Una sociedad en la que hay sólo viejos que procrean
ciegamente a otros viejos.
Una sociedad en la que no hay mierda: todo se diluye en
sus cuerpos. Son gente sin sentimientos de culpa, sonriente
y voraz.
Una sociedad en la que los buenos apestan y todos se
evitan. Sin embargo, se les admira desde la lejanía.
Una sociedad en la que nadie muere a solas. Hay miles de
hombres que se juntan espontáneamente, y son ejecutados
en público: su verdadera fiesta.
Una sociedad en la que todos hablan sólo al otro sexo:
hombres a mujeres, mujeres a hombres; pero nunca un
hombre a otro hombre, ni una mujer a otra, o sólo
clandestinamente.
Una sociedad en la que los niños sean verdugos, para que
ningún adulto se manche las manos de sangre.
Una sociedad en la que uno respira sólo una veAforismos
" ¿Qué quiere decir esto realmente? Quiere decir que deseo
salir de la piel de mi obra, que he llevado mis ideas
demasiado tiempo conmigo y que ahora se han convertido
en mis huesos. Soy un chamán o una roca en el paisaje
australiano. Sin embargo, estoy vivo y mi deseo más
ardiente es transformarme. "

Aforismos
" Aprender otra vez a hablar. A los cincuenta y siete años
aprender no un idioma nuevo, sino aprender de nuevo a
hablar. Tirar por la borda los prejuicios, aunque al final no
nos quede nada. Leer otra vez los grandes libros, no
importa si los leímos o nunca los leímos. Escuchar a la
gente sin dar consejos, sobre todo a la que nada tiene que
enseñarnos. No reconocer jamás a la angustia como un
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medio para la realización. Combatir a la muerte sin
proclamar el combate. En una palabra: valor y justicia. " z al
año. "

Alejo Carpentier (Cuba, 1904-1980)


Los pasos perdidos (fragmento)
" Había grandes lagunas de semanas y semanas en la
crónica de mi propio existir; temporadas que no me
dejaban un recuerdo válido, la huella de una sensación
excepcional, una emoción duradera; días en que todo gesto
me producía la obsesionante impresión de haberlo hecho
antes en circunstancias idénticas -de haberme sentado en
el mismo rincón, de haber contado la misma historia,
mirando al velero preso en el cristal de un pisa papel.
Cuando se festejaba mi cumpleaños en medio de las
mismas caras, en los mismos lugares, con la misma canción
repetida en coro, me asaltaba invariablemente la idea de
que esto sólo difería del cumpleaños anterior en la
aparición de una vela más sobre un pastel cuyo saber era
idénticos al de la vez pasada. Subiendo y bajando la cuesta
de los días, con la misma piedra en el hombro, me sostenía
por obra de un impulso adquirido a fuerza de paroxismos
-impulso que cedería tarde o temprano, en una fecha que
acaso figuraba en el calendario del año en curso-. Pero
evadirse de esto, en el mundo que me hubiera tocado en
suerte, era tan imposible como tratar de revivir, en estos
tiempos, ciertas gestas de heroísmo o de santidad.
(...)
Encuentro trivial, en cierto modo, como son,
aparentemente todos los encuentros cuyo verdadero
significado sólo se revelará más tarde, en el tejido de sus
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implicaciones... Debemos buscar el comienzo de todo, de
seguro, en la nube que reventó en lluvia aquella tarde, con
tan inesperada violencia que sus truenos parecían truenos
de otra latitud.
Era como si estuviera cumpliendo la atroz condena de
andar por una eternidad entre cifras, tablas de un gran
calendario empotradas en las paredes -cronología de
laberinto, que podía ser la de mi existencia, con su perenne
obsesión de la hora, dentro de una prisa que sólo servía
para devolverme cada mañana, al punto de partida de la
víspera.
Silencio es palabra de mi vocabulario. Habiendo trabajado
la música, la he usado más que los hombres de otros
oficios. Sé cómo puede especularse con el silencio; cómo se
le mide y encuadra. Pero ahora, sentado en esta piedra,
vivo el silencio; un silencio venido de tan lejos, espeso de
tantos silencios, que en él cobraría la palabra un fragor de
creación. Si yo dijera algo, si yo hablara a solas, como a
menudo hago, me asustaría a mí mismo.
(...)
Llego a preguntarme a veces si las formas superiores de la
emoción estética no consistirán, simplemente, en un
supremo entendimiento de lo creado. Un día, los hombres
descubrirán un alfabeto en los ojos de las calcedonias, en
los pardos terciopelos de la falena, y entonces se sabrá con
asombro que cada caracol manchado era, desde siempre,
un poema."

El siglo de las luces (fragmento)


" Detrás de él, en acongojado diapasón, volvía el Albacea a
su recuento de responsos, crucero, ofrendas, vestuario,
blandones, bayetas y flores, obituario y réquiem —y había
venido éste de gran uniforme, y había llorado aquél, y
había dicho el otro que no éramos nada...— sin que la idea
de la muerte acabara de hacerse lúgubre a bordo de
aquella barca que cruzaba la bahía bajo un tórrido sol de
media tarde, cuya luz rebrillaba en todas las olas,
encandilando por la espuma y la burbuja, quemante en
descubierto, quemante bajo el toldo, metido en los ojos, en
los poros, intolerable para las manos que buscaban un
descanso en las bordas. Envuelto en sus improvisados lutos
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que olían a tintas de ayer, el adolescente miraba la ciudad,
extrañamente parecida, a esta hora de reverberaciones y
sombras largas, a un gigantesco lampadario barroco, cuyas
cristalerías verdes, rojas, anaranjadas, colorearan una
confusa rocalla de balcones, arcadas, cimborrios,
belvederes y galerías de persianas —siempre erizada de
andamios, maderas aspadas, horcas y cucañas de
albañilería, desde que la fiebre de la construcción se había
apoderado de sus habitantes enriquecidos por la última
guerra de Europa. "

Rosario Ferré (Puerto Rico, 1938)


Has Perdido, Me Dicen, La Cordura, de Papeles
de Pandora
" Has perdido, me dicen, la cordura , óyeme bien
cuando vas por la calle
todos apuntan con el dedo a tu cabeza ladeada
como si te la quisieran tumbar
solo apretar gatillo y plaf!
la frente se te hunde como una lata de cerveza
no saludes a nadie
no te peines, no brilles tus zapatos
cruza la calle de tu propio brazo
date la mano, ciérrate el cuello
mantente atento
ahí va el loco, dicen
tú pasas bamboleando la cabeza polvorienta
como un santo de madera sacado en procesión
los pies clavados a la tarima carcomida
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mirando más allá
no dejes que tu carne florezca
déjate apedrear , has perdido
escucha bien
amárrate fuerte al mástil
átate a la polar
no desgonces ahora los tablones antiguos
no alces los remos de sus pivotes
clava a la estrella tu mejor ojo , mantente fiel
no pestañees sino de hora en hora
duerme tranquilo sobre tus puños
no tengas miedo de recordar
cierra tus dientes cristal-cortantes
jaula tu lengua , no tragues más
has perdido la cordura, amigo, ya es ahora súbete al viento
endura tu corazón. "

Gabriel García Márquez (Colombia, 1928)


Cien años de soledad (fragmento)
" Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento,
el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella
tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y
cañabrava construida a la orilla de un río de aguas diáfanas
que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas,
blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo
era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y
para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.
(...)
José Arcadio Buendía, que era el hombre más emprendedor
que se vería jamás en la aldea, había dispuesto de tal modo
la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al
río y abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las
calles con tan buen sentido que ninguna casa recibía más
sol que otra a la hora del calor. En pocos años, Macondo fue
una aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de las
conocidas hasta entonces por sus trescientos habitantes.
Era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de
treinta años y donde nadie había muerto.
(...)
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Vio una mujer vestida de oro en el cogote de un elefante.
Vio un dromedario triste. Vio un oso vestido de holandesa
que marcaba el compás de la música con un cucharón y una
cacerola. Vio a los payasos haciendo maromas en la cola del
desfile, y le vio otra vez la cara a su soledad miserable
cuando todo acabó de pasar, y no quedó sino el luminoso
espacio en la calle, y el aire lleno de hormigas voladoras, y
unos cuantos curiosos asomados al precipicio de la
incertidumbre. Entonces fue el castaño, pensando en el
circo, y mientras orinaba trató de seguir pensando en el
circo, pero ya no encontró el recuerdo. Metió la cabeza
entre los hombros, como un pollito, y se quedó inmóvil con
la frente apoyada en el tronco del castaño.
(...)
En aquél Macondo olvidado hasta por los pájaros, dónde el
polvo y el calor se habían hecho tan tenaces que costaba
trabajo respirar, recluidos por la soledad y el amor y por la
soledad del amor en una casa dónde era casi imposible
dormir por el estruendo de las hormigas coloradas,
Aureliano y Amaranta Ursula eran los únicos seres felices, y
los más felices sobre la tierra. "

Eugene Ionesco (Rumania, 1912-1994)


La cantante calva (fragmento)

" BOMBERO-El resfriado: Mi cuñado tenía, por el lado


paterno, un primo carnal uno de cuyos tíos maternos
tenía un suegro cuyo abuelo paterno se había casado
en segundas nupcias con un joven indígena cuyo
hermano había conocido, en uno de sus viajes, a una
muchacha de la que se enamoró y con la cual tuvo un
hijo que se casó con una farmacéutica intrépida que
no era otra que la sobrina de un contramaestre
desconocido de la marina británica y cuyo padre
adoptivo tenía una tía que hablaba de corrido el
español y que era, quizás, una de las nietas de un
ingeniero, muerto joven, nieto a su vez de un
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propietario de viñedos de los que obtenían un vino
mediocre, pero que tenía un primo segundo, casero y
ayudante, cuyo hijo se había casado con una joven
muy guapa, divorciada, cuyo primer marido era hijo
de un patriota sincero que había sabido educar en el
deseo de hacer fortuna a una de sus hijas, que pudo
casarse con un cazador que había conocido a
Rothschild y cuyo hermano, después de haber
cambiado muchas veces de oficio, se casó y tuvo una
hija, cuyo bisabuelo, mezquino, llevaba unas gafas
que le había regalado un primo suyo, cuñado de un
portugués, hijo natural de un molinero, no
demasiado pobre, cuyo hermano de leche tomó por
esposa a la hija de un ex médico rural, hermano de
leche del hijo de un lechero, hijo natural a su vez de
otro médico rural casado tres veces seguidas, cuya
tercera mujer...
SR. MARTIN-Conocí a esa tercera mujer, si no me
engaño. Comía pollo en un avispero.
EL BOMBERO-No era la misma. "

Christopher Isherwood (Gran Bretaña, 1904-


1986
) Violeta del Prater (fragmento)
" Después de J. vendrían K. y L. y M., siguiendo el alfabeto.
De nada sirve ser sentimentalmente cínico o cínicamente
sentimental sobre esto. Porque J. no es realmente lo que yo
quiero. J. sólo tiene el valor de existir ahora. J. pasará, la
necesidad persistirá. La necesidad de volver a la oscuridad,
a la cama, al cálido, desnudo abrazo en que J. no es más J.
que K., L. o M., en que no hay nada más que la proximidad
y la penosa inutilidad de ceñir con los brazos el cuerpo
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desnudo. El dolor del hambre substancial. Y el fin de todo
acto de amor, el sueño sin sueños posterior al orgasmo y
semejante a la muerte. La muerte, la deseada, la temida. El
anhelado sueño. El terror del sueño que se aproxima. La
muerte. La guerra. La vasta ciudad dormida, predestinada a
las bombas. El rugir de los motores que se acercan. La
ametralladora. Los gritos. Las casas derribadas. La muerte
universal. Mi propia muerte. La muerte del mundo visto,
conocido, gustado y tangible. La muerte con su ejército de
miedos. No los miedos reconocidos, los miedos que se
proclaman. Otros más terribles: los miedos privados de la
infancia. El miedo a la zambullida desde lo alto, al perro del
granjero y al caballo del vicario; el miedo a los roperos; el
miedo al pasillo oscuro; el miedo a partirse la uña del dedo
con el escoplo. Y detrás de ellos, el más indeciblemente
horrible de todos, el archimiedo: el miedo de tener miedo.
No se puede escapar. Nunca, nunca. Ni aunque uno corra
hacia el confín del mundo, ni aunque uno llame a Mamá a
gritos, apriete los labios, o se dé a la bebida o a las drogas.
Ese miedo está entronizado en mi corazón. Siempre lo llevo
conmigo. Pero si es mío, si realmente está dentro de mí...
Entonces... Entonces... Y, en ese momento, infinitamente
desvaído y lejano, como la visión a la distancia de un
sendero de cabras en la montaña, entre las nubes, veo otra
cosa: el camino que lleva a la seguridad, adonde no hay
miedo, soledad ni necesidad de J., K., L., ni M. Durante un
segundo lo vislumbro. Durante un instante, hasta lo veo
claramente. Luego las nubes se cierran, y el viento del
glaciar, con la inhumana frialdad de los picos, toca mi
mejilla. "

Jerome K. Jerome (Gran Bretaña, 1858-1927)

Tres hombres en una barca (fragmento)


" En mi caso lo que no funcionaba era el hígado. Sabía que el
hígado no me funcionaba porque acababa de leer un prospecto
de píldoras hepáticas donde se detallaban los diversos
síntomas que permiten apercibirse del mal funcionamiento del
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hígado. Yo los tenía todos. Aunque parezca realmente
extraordinario, jamás he leído un prospecto farmacéutico sin
llegar inevitablemente a la conclusión de que padezco la
enfermedad allí descrita, y en su forma más virulenta. El
diagnóstico parece coincidir, sin excepción y exactamente, con
todas las sensaciones que he sentido alguna vez en la vida.
Recuerdo que un día fui al Museo Británico para leer algo sobre
el tratamiento de un ligero achaque que me afectaba... creo
que era fiebre del heno. Bajé el libro y leí cuanto tenía que leer;
y después, irreflexivamente, lo hojeé descuidado y empecé a
estudiar con indolencia las enfermedades en general. No
recuerdo cual fue la primera dolencia donde me sumergí. -sin
duda algún temible y devastador azote- pero, antes de haber
llegado a la mitad de la lista de "síntomas premonitorios", supe
sin lugar a dudas que la había contraído. Me quedé unos
instantes paralizado de horror. Después, con la indiferencia
propia de la desesperación, seguí pasando páginas. Llegué a la
fiebre tifoidea, leí los síntomas, descubrí que tenía fiebre
tifoidea, que debía tenerla desde hacía meses sin saberlo. Me
pregunté que más tendría. Llegué al baile de San Vito;
descubrí, como ya esperaba, que también lo tenía. Empecé a
interesarme por mi caso y, decidido a investigarlo a fondo,
inicié un estudio por orden alfabético. Observé que estaba
contrayendo la malaria, cuyo estado crítico sobrevendría en un
par de semanas. Constaté aliviado que padecía la enfermedad
de Bright sólo en forma benévola y que, en lo que a ello tocaba,
me quedaban muchos años de vida. Tenía el cólera, con
complicaciones graves, y parece que había nacido con difteria.
Recorrí concienzudamente las veintiséis letras para llegar a la
conclusión de que la única enfermedad que no padecía era la
rodilla de fregona . Esto me irritó en un primer momento.
Parecía, en cierto modo, una especie de menosprecio. ¿Por qué
no tenía rodilla de fregona? ¿Por qué tan odiosa salvedad? Al
rato, sin embargo, se impusieron sentimientos menos egoístas.
Recordé que tenía todas las demás enfermedades conocidas
por la farmacología, mi egoísmo cedió y decidí arreglármelas
sin rodilla de fregona. Parecía que la gota, en su estadio más
maligno se había apoderado de mí sin que yo me diera cuenta,
y era evidente que sufría zimosis desde la temprana infancia.
Después de zimosis no había más enfermedades, por lo que
concluí que ya no me ocurría nada más. "
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Milan Kundera (Checoslovaquia, 1929)
La insoportable levedad del ser (fragmento)
" Sintió en su boca el suave olor de la fiebre y lo aspiro como si quisiera
llenarse de las intimidades de su cuerpo. Y en ese momento se imaginó que ya
llevaba muchos años en su casa y que se estaba muriendo. De pronto tuvo la
clara sensación que no podría sobrevivir a la muerte de ella. Se acostaría a su
lado y querría morir con ella. Conmovido por esa imagen hundió en ese
momento la cara en la almohada junto a la cabeza de ella y permaneció así
durante mucho tiempo.....Y le dio pena que en una situación como aquella, en
la que un hombre de verdad sería capaz de tomar inmediatamente una
decisión, él dudase, privando así de su significado al momento mas hermoso
que había vivido jamás (estaba arrodillado junto a su cama y pensaba que no
podría sobrevivir a su muerte). Se enfadó consigo mismo, pero luego se le
ocurrió que en realidad era bastante natural que no supiera que quería: El
hombre nunca puede saber que debe querer, porque vive solo una vida y no
tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus
vidas posteriores. No existe posibilidad alguna de comprobar cual de las
decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive
todo a la primera y sin preparación. Como si un actor representase su obra sin
ningún tipo de ensayo. Pero que valor puede tener la vida si el primer ensayo
para vivir es ya la vida misma? Por eso la vida parece un boceto. Pero ni un
boceto es la palabra precisa, porque un boceto es siempre un borrador de algo,
la preparación para un cuadro, mientras que el boceto que es nuestra vida es
un boceto para nada, un borrador sin cuadro.
(...)
Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces,
estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es
terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de
una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a
la idea del eterno retorno la carga más pesada. Pero si el eterno retorno es la
carga más pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecer, sobre ese telón
de fondo, en toda su maravillosa levedad.
(...)
La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta
contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea
cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por lo tanto,
a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada
sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será.
Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva
más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser
terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como
insignificantes. "

La broma (fragmento)
" Niños, vosotros sois el futuro, dijo y yo sé ahora que aquello tenía un sentido
distinto de lo que pudiera parecer a primera vista. Los niños no son el futuro
porque algún día vayan a ser mayores, sino porque la humanidad se va a
aproximar cada vez más al niño, porque la infancia es la imagen del futuro.
Niños, no miréis nunca hacía atrás, decía y quería decir que no debemos
permitir nunca que el futuro se hunda bajo el peso de la memoria. Tampoco los
niños tienen pasado y ese es el secreto de la encantadora inocencia de su
sonrisa.
(…)
A pesar de mi escepticismo me ha quedado algo de superstición. Por ejemplo
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esta extraña convicción de que todas las historias que en la vida ocurren tienen
además un sentido, significan algo. Que la vida, con su propia historia dice algo
sobre sí misma, que nos devela gradualmente alguno de sus secretos, que está
ante nosotros como un acertijo que es necesario resolver. Que las historias que
en nuestra vida vivimos son la mitología de esa vida, y que en esa mitología
está la clave de la verdad y del secreto. Que es una ficción? Es posible, es
incluso probable, pero no soy capaz de librarme de esta necesidad de descifrar
permanentemente mi propia vida. "

Octavio Paz (México, 1914-1998) Piedra de sol


(fragmento)
" un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre:
                      un caminar tranquilo
de estrella o primavera sin premura,
agua que con los párpados cerrados
mana toda la noche profecías,
unánime presencia en oleaje,
ola tras ola hasta cubrirlo todo,
verde soberanía sin ocaso
como el deslumbramiento de las alas
cuando se abren en mitad del cielo,
(...)
voy por tu cuerpo como por el mundo,
tu vientre es una plaza soleada,
tus pechos dos iglesias donde oficia
la sangre sus misterios paralelos,
mis miradas te cubren como yedra,
eres una ciudad que el mar asedia,
una muralla que la luz divide
en dos mitades de color durazno,
un paraje de sal, rocas y pájaros
bajo la ley del mediodía absorto,

vestida del color de mis deseos


como mi pensamiento vas desnuda,
voy por tus ojos como por el agua,
los tigres beben sueño en esos ojos,
el colibrí se quema en esas llamas,
voy por tu frente como por la luna,
como la nube por tu pensamiento,
voy por tu vientre como por tus sueños,

tu falda de maíz ondula y canta,


tu falda de cristal, tu falda de agua,
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tus labios, tus cabellos, tus miradas,
toda la noche llueves, todo el día
abres mi pecho con tus dedos de agua,
cierras mis ojos con tu boca de agua,
sobre mis huesos llueves, en mi pecho
hunde raíces de agua un árbol líquido,

voy por tu talle como por un río,


voy por tu cuerpo como por un bosque,
como por un sendero en la montaña
que en un abismo brusco se termina,
voy por tus pensamientos afilados
y a la salida de tu blanca frente
mi sombra despeñada se destroza,
recojo mis fragmentos uno a uno
y prosigo sin cuerpo, busco a tientas,
(...)
porque las desnudeces enlazadas
saltan el tiempo y son invulnerables,
nada las toca, vuelven al principio,
no hay tú ni yo, mañana, ayer ni nombres,
verdad de dos en sólo un cuerpo y alma,
oh ser total...
(...)
amar es combatir, si dos se besan
el mundo cambia, encarnan los deseos,
el pensamiento encarna, brotan alas
en las espaldas del esclavo, el mundo
es real y tangible, el vino es vino,
el pan vuelve a saber, el agua es agua,
amar es combatir, es abrir puertas,
dejar de ser fantasma con un número
a perpetua cadena condenado
por un amo sin rostro;
                                el mundo cambia
si dos se miran y se reconocen
(...)
sigo mi desvarío, cuartos, calles,
camino a tientas por los corredores
del tiempo y subo y bajo sus peldaños
y sus paredes palpo y no me muevo,
vuelvo adonde empecé, busco tu rostro,
camino por las calles de mí mismo
bajo un sol sin edad, y tú a mi lado
caminas como un árbol, como un río
caminas y me hablas como un río,
creces como una espiga entre mis manos,
lates como una ardilla entre mis manos,
vuelas como mil pájaros, tu risa
me ha cubierto de espumas, tu cabeza
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es un astro pequeño entre mis manos,
el mundo reverdece si sonríes
comiendo una naranja,
                                el mundo cambia
si dos, vertiginosos y enlazados,
caen sobre la yerba: el cielo baja,
los árboles ascienden, el espacio
sólo es luz y silencio, sólo espacio
abierto para el águila del ojo,
pasa la blanca tribu de las nubes,
rompe amarras el cuerpo, zarpa el alma,
perdemos nuestros nombres y flotamos
a la deriva entre el azul y el verde,
tiempo total donde no pasa nada
sino su propio transcurrir dichoso
(...)
—¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?,
¿cuándo somos de veras lo que somos?,
bien mirado no somos, nunca somos
a solas sino vértigo y vacío,
muecas en el espejo, horror y vómito,
nunca la vida es nuestra, es de los otros,
la vida no es de nadie, todos somos
la vida —pan de sol para los otros,
los otros todos que nosotros somos—,
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,
la vida es otra, siempre allá, más lejos,
fuera de ti, de mí, siempre horizonte,
vida que nos desvive y enajena,
que nos inventa un rostro y lo desgasta,
hambre de ser, oh muerte, pan de todos "

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