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Camino Neocatecumenal - Emiliano Jimenez Hernandez PDF
Camino Neocatecumenal - Emiliano Jimenez Hernandez PDF
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SIGLAS USADAS
AA Apostolicam Actuositatem
AAS Acta Apostolicae Sedis, Roma 1909s.
AG Ad Gentes
CD Christus Dominus
CEC Catechismus Ecclesiae Catolicae
DSch H. Denzinger - A. Schonmetzer, Barcelona 1976.
DV Dei Verbum
FC Familiaris Consortio
GS Gaudium et Spes
MR Misal Romano
LG Lumen Gentium
OICA Ordo Initiationis Christianae Adultorum
OT Optatam Totius
PG Patrologia Greca (Migne)
PL Patrologia Latina (Migne)
PO Presbyterorum Ordinis
QL Questions Liturgiques, Lovaina
SC Sacrosanctum Concilium
Schr Sources Chrétienne, París 1941s.
Sth Santo Tomás, Summa Theologica
UR Unitatis Redintegratio
PRESENTACION
d) PALABRA-LITURGIA-COMUNIDAD
e) TEOLOGIA CELEBRATIVA
f) LENGUAJE SIMBOLICO
El hombre, al romper con Dios por el pecado, siente miedo y se descubre desnudo.
En esta situación trata de cubrirse con lo que el mundo, el demonio y la carne le ofrecen.
Son las tentaciones del Pueblo de Israel en el desierto y las tentaciones de todo hombre: el
hedonismo, el deseo de autonomía y el afán de dinero, como fuente de poder y gloria.
La primera tentación es la tentación del pan, de la seguridad. El hombre sin Dios,
sin confiar en la providencia de Dios, busca asegurarse por sí mismo la vida. Ante el
hambre, la sed, la incomodidad, el sufrimiento, el hombre murmura en su corazón contra
Dios, renuncia a toda promesa de libertad, añorando las cebollas de Egipto. De este modo el
hombre reduce su vida a su estómago. Es la tentación de la sensualidad, que empuja al
hombre a la búsqueda del placer, viviendo bajo el impulso del hedonismo como ley de vida:
es bueno lo que produce placer, es malo lo que conlleva sufrimiento. La vida así reducida
queda privada de valor y sentido. Esta es una tentación típica del hombre de nuestra época
tecnológica y de la sociedad de consumo, que multiplica sus productos y con ellos las
necesidades artificiales y su deseo de posesión. La publicidad ofrece la vida y la felicidad,
sembrando el deseo de poseer cosas. Con cosas el hombre intenta llenar el vacío interior,
que crece en él de día en día. El ser se pierde en el tener. Al final, la insatisfacción y la
depresión son el fruto de esta idolatría de las cosas, como huida del sufrimiento.
La publicidad con su carga erótica, la pornografía, la droga, como ofrecimiento de
felicidad o evasión de la vida real, seducen al hombre y le llevan a la degeneración. Bajo la
ley del placer, de lo que me gusta, el hedonismo, que niega el espíritu en función del
cuerpo, termina por degradar al cuerpo. El cuerpo termina siendo reducido a una posesión
más de la que se dispone según el propio capricho...
"El apetito sensible nos impulsa a desear las cosas agradables que no poseemos"
(CEC 2535). "La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una
tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el
momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de
poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero... (CEC 2113).
La tentación del hedonismo está enlazada y es consecuencia de la tentación de
autonomía. El hombre quiere ser Dios, prescindiendo del Dios que le da la vida. De aquí
que la independencia de Dios, que el hombre busca, se traduzca en esclavitud, en pérdida
de la libertad, que sólo se vive en la verdad (Jn 8,32-44). La tentación de rebelión contra
Dios tiene una doble manifestación: tentar a Dios o negarle.42 Ante la historia concreta del
hombre, en su condición de criatura con sus limitaciones, el hombre tienta a Dios para que
le cambie la historia, le quite la cruz. Es la tentación de utilizar a Dios para los propios
fines, poner a Dios al propio servicio. Y la segunda forma es su negación o ateísmo. El
hombre ante la pregunta del desierto "¿está Dios en medio de nosotros o no?", al no
entender ni aceptar la vida con sus limitaciones, responde con la negación. Es el fenómeno
que describe la Gaudium et spes con estas palabras:
"Con frecuencia, el ateísmo moderno reviste la forma sistemática, que lleva el afán
de autonomía humana hasta negar toda dependencia del hombre respecto de Dios. Los que
profesan este ateísmo afirman que la esencia de la libertad consiste en que el hombre es el
fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia. Lo cual no puede
conciliarse, según ellos, con el conocimiento del Señor, autor y fin de todo" (n.20).
Pero cuando el hombre niega al único Dios, el vacío y desnudez que experimenta le
llevan a venderse a los poderes del señor del mundo. Por eso, el hombre sin Dios se
construye sus dioses, su becerro de oro, haciéndose esclavo de la obra de sus manos. Se
vende al dinero, al poder, a la gloria, a la ciencia... Por eso, a pesar de todo el progreso de la
ciencia y la técnica, el hombre de hoy, como el de todos los siglos, se siente oprimido por la
angustia y la inseguridad, dominado por los demonios de la codicia, la lujuria obsesiva y la
violencia, es decir, "esclavo de por vida por el temor a la muerte".
"La bienaventuranza prometida, invitándonos a buscar el amor de Dios por encima
de todo, nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en
la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las
ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo
bien y de todo amor" (1723).43
"Los evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto
inmediatamente después de su bautismo por Juan: Impulsado por el Espíritu al desierto,
Jesús permanece allí sin comer cuarenta días. Al final de este tiempo, Satanás le tienta tres
veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques
que recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto" (538).
"Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento misterioso. Jesús es el
nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación. Jesús
cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que anteriormente
provocaron a Dios durante cuarenta años por el desierto, Cristo se revela como el Siervo de
Dios totalmente obediente a la voluntad divina. La victoria de Jesús en el desierto es un
anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre" (539).
"Cristo venció al Tentador en favor nuestro" (540).
Hoy, en nuestro mundo actual, estamos pasando por una fuerte crisis de fe. "El
hombre ha huido de Dios en todos los tiempos. Pero lo que distingue la huida de hoy de
cualquier otra época es que antiguamente la fe era predominante. Había un mundo objetivo
de la fe y la huida tenía lugar en el individuo. Este, por un acto de decisión, se desligaba del
mundo de la fe...Hoy acontece al revés. La fe, como mundo circundante, se ha derruido. El
individuo tiene que crearse la fe a cada instante con un acto libre, desligándose al mismo
tiempo del mundo de la huida. Pues es la huida y no la fe el mundo circundante".45
El siglo XVIII suele ponerse como momento decisivo de la quiebra histórica, que
desencadena la serie de revoluciones que llenan el siglo XIX y llegan hasta nuestros días.
Todas las tradiciones religiosas y culturales se conmueven desde los cimientos. En síntesis:
del cristianismo se pasa a una religión natural; del espiritualismo al materialismo; de la
metafísica a la ciencia empírica, al positivismo; del estaticismo social a la dinámica de la
lucha de clases y cambios revolucionarios; de la religión y la cultura, como claves de la
historia, a la programación económica; de la atención a la conciencia al análisis del
subconsciente, como clave de la conducta humana; de unas civilizaciones agrarias,
contemplativas y estáticas a unas sociedades urbanas, tecnificadas y dinámicas; de una
cosmovisión inmutable a una cosmogénesis en devenir temporal e histórica; de unos
regímenes autoritarios a la búsqueda de formas organizativas de la libertad...
En este contexto de ruptura, la fe ha perdido todas las condiciones ambientales,
sociales y culturales que la apoyaban. La visión sacral del cosmos ha quedado
desmantelada en la civilización moderna, superada por obra de la investigación científico-
técnica. Ha entrado en crisis igualmente la religiosidad sociológica, que antes daba
respaldo sagrado a las instituciones del poder político.
La visión sacral del mundo es propia de la religiosidad natural. Esta acentúa, en
su vivencia de lo sagrado, la separación y el terror. Dentro del mundo separa una zona
sagrada, intocable, para Dios. Es el lugar sobrecogedor y terrible. De aquí que sacral hoy
sea casi sinónimo de "tabú", algo que no puede tocarse. La vida religiosa, según esta visión,
se organiza según estas dos zonas separadas entre sí: por un lado está lo sagrado del culto,
separado de la vida, y por otro, lo profano fuera de la esfera religiosa. Este divorcio implica
espacios y tiempos sagrados y profanos, y personas sagradas y profanas. La religiosidad
natural tiene además un interés egoísta, un intento de ganarse a Dios para estar mejor en
este mundo, para que se ponga a nuestro servicio y nos resuelva los problemas inmediatos.
Por esto no resiste cuando la ciencia y la técnica con su inmediatez los resuelven.
En realidad el proceso actual de desacralización lleva a la culminación y a la
radicalización algo que ya comienza en la fe bíblica. Es Dios quien confía el mundo al
hombre para que lo domine y lleve a plenitud su obra creadora. No hay en el cosmos un
solo rincón oculto reservado a Dios.
Pero si es verdad que Dios ha puesto todas las cosas en manos del hombre, el
hombre mismo, creado a imagen y semejanza de Dios, lleva en sí mismo la impronta de
Dios, pertenece a Dios y a El debe orientar su vida: "Todo es vuestro; y vosotros, de Cristo
y Cristo de Dios" (1Cor 3,22-23). Por ello con la desacralización va unido el proceso de
secularización o secularismo, que implica la dominación científica de la naturaleza, la
voluntad de cambiar radicalmente la condición humana y la transformación de la sociedad
confesional en profana o laica. La secularización abarca, pues, junto a la desacralización
cósmica, los aspectos de liberación y autonomía del hombre y las sociedades frente a la
tutela religiosa.
El fenómeno cultural de la Ilustración, endiosando la razón, rompe con los valores
anteriores, dando lugar a la aparición de la modernidad, que se define por el gusto por lo
individual (individualismo), por la vuelta a la naturaleza (naturalismo), por la búsqueda del
riesgo y la aventura (nuevos descubrimientos), por el deseo de devolver al hombre el
centro perdido con los descubrimientos de Copérnico y Galileo, por el interés de la
observación (experimentación)...La Ilustración hereda del Racionalismo científico-
filosófico el culto de la Razón...
Se da, pues, en la secularización el paso de unas concepciones o experiencias
nacidas de la fe al dominio de la razón humana. En este proceso desaparece el mundo
metafísico o trascendente y no queda más que el mundo histórico, social, humano, finito.
La secularización, en su radicalidad, se hace secularismo, como ideología tendenciosa y
cerrada que, para afirmar la absoluta autonomía del hombre y la ciencia, excluye toda
referencia o vinculación a Dios en las diversas esferas de la vida.
De estas raíces brota el ateísmo actual. La afirmación de sí mismo del hombre
moderno, llevada hasta el extremo, ha desembocado en la negación de Dios. Con Feuerbach
y Marx y, más tarde, con Nietzsche y Freud, el ateísmo se convierte en una visión del
mundo, que penetra en todos los estratos de la población y alcanza dimensiones
universales. Este ateísmo del hombre actual se manifiesta, no sólo en el ateísmo declarado,
sino en la indiferencia o alejamiento práctico de la vida de fe. Son muchos los que
anagráficamente son considerados creyentes o cristianos, pero su vida no tiene nada que ver
con Dios. Dios es completamente irrelevante para su existencia. Viven en un divorcio total
entre "fe" y vida. La fe no tiene nada que ver con la vida. Una fe inmadura, apoyada en el
ambiente social, no resiste los embates de la secularización, la urbanización, el anonimato,
las relaciones funcionales despersonalizadoras o movilidad de la sociedad actual. El éxodo
del campo a la ciudad, la emigración a un país extranjero como refugiado o exilado o por
razones de trabajo...han quitado el apoyo sociológico de la fe, y el aislamiento o el nuevo
ambiente adverso o indiferente a la fe han provocado el abandono o el alejamiento de la
propia creencia. El bombardeo de ideas, costumbres y valores del nuevo ambiente sacuden
la fe del hombre, sumiéndolo en el indiferentismo. El hombre actual es víctima constante de
los medios de comunicación que le inoculan un nuevo estilo de vida, en el que la fe en Dios
se sustituye por otros valores como el consumismo "el afán de poseer", "el poder", "el
placer". Los ídolos de la riqueza, el dominio y el sexo se levantan hasta sustituir a Dios que
no admite que "se sirva a dos señores".
Hoy el ateísmo se ha impuesto en la sociedad. Ha invadido todos los sectores de la
cultura: filosofía, moral, ciencias naturales, artes, literatura, cine, política, sociología,
historia, que se cultivan prescindiendo o negando a Dios. No es que hayan aparecido
nuevas razones para dejar de creer. Pero hoy son más los altavoces del ateísmo, de forma
que ha cobrado una mayor vigencia social y hasta se presenta con un cierto prestigio de
independencia de criterios, de autonomía de pensamiento, de modernidad y progresismo. El
Vaticano II es consciente de esta realidad, que considera "como uno de los fenómenos más
graves de nuestro tiempo" y que, por ello, "debe ser examinado con toda atención". Dice
así:
"La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la
unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios.
Existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó, y por el amor de Dios que lo
conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce
libremente ese amor y se confía por entero a su Creador. Muchos son, sin embargo, los que
hoy día se desentienden del todo de esta íntima y vital unión con Dios o la niegan en forma
explícita. Es este ateísmo uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo. Y debe ser
examinado con toda atención.
La palabra ateísmo designa realidades muy diversas. Unos niegan a Dios
expresamente. Otros afirman que nada puede decirse acerca de Dios. Los hay que someten
la cuestión teológica a un análisis metodológico tal que reputan como inútil el propio
planteamiento de la cuestión. Muchos, rebasando indebidamente los límites de las ciencias
positivas, pretenden explicarlo todo sobre la base puramente científica o, por el contrario,
rechazan sin excepción toda verdad absoluta. Hay quienes exaltan tanto al hombre que
dejan sin contenido la fe en Dios. Hay quienes se imaginan un Dios por ellos rechazado
que nada tiene que ver con el Dios del Evangelio. Otros ni siquiera se plantean la cuestión
de la existencia de Dios, porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no
perciben el motivo de preocuparse por el hecho religioso. Además el ateísmo nace a veces
como violenta protesta contra la existencia del mal en el mundo o como adjudicación
indebida del carácter absoluto de ciertos bienes humanos que son considerados
prácticamente como sucedáneos de Dios. La misma civilización actual, no en sí misma,
pero sí por la sobrecarga de apego a la tierra, puede dificultar en grado notable el acceso
del hombre a Dios" (GS 19).
"Con frecuencia, el ateísmo moderno reviste también la forma sistemática, la cual
lleva el afán de autonomía humana hasta negar toda dependencia del hombre respecto de
Dios. Los que profesan este ateísmo afirman que la esencia de la libertad consiste en que el
hombre es el fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia. Lo cual no
puede conciliarse, según ellos, con el conocimiento del Señor, autor y fin de todo, o, por lo
menos, tal afirmación de Dios es completamente superflua. El sentido de poder que el
progreso técnico actual da al hombre puede favorecer esta doctrina" (GS 20).
El ateísmo actual aparece, pues, íntimamente ligado a la cultura actual. La evolución
del pensamiento, al convertir al hombre en el centro del conocer y del ser, ha desembocado
en el ateísmo, desplazando a Dios, fundamento del ser. El progreso de las ciencias exactas
ha llevado al hombre a no admitir más que aquello que se puede probar empíricamente y a
negar, por tanto, a Dios. El avance de la tecnología, al suministrar al hombre poder sobre la
naturaleza y aún sobre los mecanismos psicológicos y sociales, persuade al hombre de su
omnímoda capacidad de reemplazar o sustituir a Dios para organizar su vida. Dios es una
hipótesis inútil e innecesaria. La creciente independencia o autonomía a todos los niveles ha
confirmado en el hombre actual el sentimiento de autosuficiencia. El hombre se basta a sí
mismo, sin necesidad de recurrir infantilmente a un Dios, que está en el cielo. Así el
hombre autónomo niega, porque no necesita o le molesta, toda religación con Dios. El
protagonismo del hombre en el acontecer histórico le lleva a su autoexaltación, hasta
endiosarse, sustituyendo a Dios. Este ateísmo moderno se manifiesta, pues, como un
humanismo cerrado, que niega a Dios para afirmar al hombre.
Pero todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy sorprendentes y útiles que
sean, no pueden calmar la ansiedad del hombre. La técnica, con sus avances, está
transformando la faz de la tierra e intenta la conquista de los espacios interplanetarios. La
medicina curativa y preventiva, puede alargar la vida del hombre, pero la prórroga de la
longevidad no puede satisfacer ese deseo de vida sin fin que surge ineluctablemente en el
corazón del hombre.
La Iglesia hoy, en su evangelización, se enfrenta con este hombre moderno, racional
y secularizado, técnico y hedonista, pero que no ha resuelto el problema de su vida, pues no
sabe cuál es el sentido de su existencia. ¿Cómo salvar a este hombre? ¿Cómo anunciarle el
amor de Dios? Hoy, más que nunca, cobran valor las palabras de Orígenes: "Siempre es
peligroso hablar de Dios. Ciertamente que todo lo que decimos de El nos parece
inmediatamente despreciable en comparación con lo que es en realidad. Y nos asalta en
seguida el temor de que lo que decimos, en lugar de descubrirlo, lo oculta, y que, más que
ser una ayuda, sea un obstáculo".46
Con frecuencia, al hablar de Dios con un lenguaje muerto, en lugar de revelar a
Dios, se le silencia, se le vela. Pero Dios, en su deseo de acercarse al hombre, ha entrado en
la historia del hombre. La encarnación del Hijo de Dios es la culminación de la historia del
amor de Dios a los hombres. Por ello, como cualquier historia de amor, está pidiendo ser
narrada. Como dice Paul Gerhardt, "quiero contar, mientras viva, delante de tu pueblo y de
todo el mundo, desde un alma llena de alegría, tu obrar".
Esta teología narrativa es la teología de las comunidades neocatecumenales que,
desde su experiencia de salvación, no se cansan de contarla, testimoniarla ante los
hermanos y ante el mundo entero. La fe es el encuentro con una persona que viene a
buscarnos y nos llama a través de evangelizadores. La fe, por ello, es vocación a la
comunión con Dios y la comunicación de Dios. El núcleo de la fe es la convicción
existencial de que Dios es amor y nos ha buscado por amor. De aquí la respuesta humana
como un fiarse totalmente de Dios, que quiere ser reconocido y amado libremente. En un
mundo cargado de sospechas acerca de Dios, la nueva Evangelización, que hacen las
Comunidades, levanta la luz de la fe en el Dios amor, manifestado en la cruz de Jesucristo y
presente en su cuerpo eclesial en medio del mundo.
En esta situación existencial del hombre, esclavo por el temor a la muerte, resuena
el kerigma de la resurrección de Jesucristo como Buena Noticia. Jesucristo, entrando en la
muerte, ha roto el círculo de la muerte con su resurrección. Ha abierto al hombre un camino
hacia la vida y la libertad. Sin el miedo a la muerte por el don del Espíritu Santo, habiendo
quedado "vencido el señor de la muerte", el hombre puede pasar libremente la barrera que
le separa del otro y amarlo. "La muerte ha sido devorada en la victoria" (1Cor 15,54-57).
En el hombre liberado del temor a la muerte nace el amor cristiano: amor hasta la muerte,
amor en la dimensión de la cruz, amor al enemigo (Cf. Jn 15,12-13; Mt 5,43-48).48
Hay una relación íntima entre el amor y la vida. El que ama a su hermano es un
hombre regenerado por el perdón de los pecados. El perdonado puede perdonar; el amado
en su pecado puede amar al enemigo. En la capacidad de perdonar al enemigo se revela el
perdón de los pecados otorgado por Dios. Este amor gratuito de Dios desencadena el amor,
la compresión, la compasión, la renuncia al juicio, a hacerse justicia por sí mismo,
remitiendo el juicio a Dios. Nace el hombre nuevo, la vida nueva del Sermón del Monte
(Cf. Mt 6,9-15).
Dios nos ha amado cuando éramos pecadores (Rm 5,6-11). En Jesucristo, vencedor
de la muerte por la resurrección, ha sido superado todo lo que lleva el sello de la muerte.
No se trata sólo de la garantía de la resurrección final para el más allá, sino también del
poder de la vida nueva en medio de nuestra existencia marcada por la precariedad, por el
dolor, por la cruz...En virtud del Espíritu, que resucitó a Jesús de entre los muertos, se
produce en el cristiano la transformación gozosa de la muerte en vida. La cruz se hace
gloriosa: la luz radiante del rostro del Padre, como cantaba a la cruz la Iglesia primitiva.
"Dios es quien primero llama al hombre. Olvide el hombre a su Creador o se
esconda lejos de su Faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo
abandonado, el Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro
(con El)" (CEC 2567). "Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su
designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por
nuestra parte: 'En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados' (1Jn
4,10). 'La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores,
murió por nosotros' (Rm 5,8)" (604).
Exultantes por la experiencia de libertad, de triunfo, de alegría y de agradecimiento,
las comunidades neocatecumenales cantan con San Pablo:
"¿Donde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El
aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado es la ley. Pero, ¡gracias sean
dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!" (1Cor 15,55-57).
El hombre, creado a imagen de Dios, habiendo experimentado en su incapacidad de
amar la desfiguración dolorosa de dicha imagen, puede finalmente, gracias al Espíritu de
Cristo Resucitado, reproducir en su vida de amor la imagen del Hijo Unico de Dios, hecho
Primogénito entre muchos hermanos (Cf. Rm 8,29).
"Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor,
manifiesta plenamente el hombre al hombre y le descubre la grandeza de su vocación. En
Cristo, 'imagen del Dios invisible' (Col 1,15), el hombre ha sido creado a 'imagen y
semejanza' del Creador. En Cristo, redentor y salvador, la imagen divina, alterada en el
hombre por el primer pecado, ha sido restaurada en su belleza original y ennoblecida con
la gracia de Dios" (CEC 1701).
Con la liberación del pecado, que el hombre experimenta en Jesucristo, son
liberadas de su vanidad (de su calidad de ídolos) todas las cosas, "sometidas no
espontáneamente, sino por aquel que las sometió" (Rm 8,20). Con el poder de Dios, que
regenera al hombre y lo hace hijo suyo, quedan también exorcizadas todas las realidades en
las que antes el hombre se apoyaba idolátricamente. Por la conversión del hombre a Dios,
las cosas pasan de ser ídolos, a los que se pide la vida, a ser criaturas de Dios, por las que el
hombre bendice a Dios. La creación es buena; todo lo que ha salido de las manos de Dios
es bueno. El hombre, al pecar, las degradó a la condición de ídolos (de cosa vana). El
hombre redimido las rescata de esta condición, devolviéndolas a su condición original,
motivo de bendición. Así el neocatecúmeno comienza a ver realizada su vocación:
"llamado a heredar la bendición" (Cf. 1P 3,9), a decir-bien de Dios ante su vida y ante todas
las cosas de la historia y de la creación.
Por eso, del segundo escrutinio, como renuncia a los ídolos, el Neocatecúmeno pasa
a la iniciación a la Oración, a la alabanza a Dios con los salmos. Paso a paso, la comunidad
es el ámbito en que la Palabra de Dios resuena y actúa con poder. Dentro de la Iglesia, cuya
fe como Esposa de Cristo está garantizada y cuya comprensión está prometida por la unción
del Espíritu Santo, cobra vida la Escritura que se proclama, llamando a la fe y a la
conversión al hombre. Y, al aparecer Jesucristo, vencedor de la muerte, libera al hombre del
pecado y de sus esclavitudes o idolatrías.
f) FAMILIA Y SEXUALIDAD49
En el cuadro de la Virgen del Camino, como inspiradora de él, hay una frase: "Hay
que hacer comunidades como la Sagrada Familia de Nazaret que vivan en humildad,
sencillez y alabanza, donde el otro es Cristo". La antropología del Camino no ve al hombre
en solitario. El hombre -y el cristiano- vive con el otro y para el otro. Como dice la
Familiaris consortio:
"Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza: llamándolo a la existencia
por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor. Dios es amor (1Jn 4,8) y vive en sí
mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola
continuamente en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la
vocación del amor y de la comunión. El amor es por tanto la vocación fundamental e
innata de todo ser humano" (n.11).50
Y el 30 de Diciembre de 1988, fiesta de la Sagrada Familia, el Papa Juan Pablo II
decía a las familias del Camino Neocatecumenal: "No hay en este mundo otra imagen más
perfecta, más completa de lo que es Dios que la familia: unidad y comunión. No hay otra
realidad humana que corresponda mejor a ese misterio divino".51 La imagen de Dios uno y
trino, unidad y comunión, se manifiesta en la diferencia y comunión del hombre y la mujer
que en el matrimonio se hacen una sola carne, engendrando la vida. "La familia cristiana
es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el
Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios"
(CEC 2205).
No cabe vivir de manera solitaria la semejanza con el Dios-Amor. Sólo es posible
en la comunión humana. Dios es Amor y como Dios-Amor crea al hombre a su imagen: "A
imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó" (Gn 1,27). El hombre y la mujer, en su
diferencia y mutua referencia, en el don mutuo del uno al otro, son imagen de Dios. Pero
hay que afirmar, hoy que se banaliza frecuentemente la sexualidad, que se trata de la
sexualidad humana, en la que está implicada toda la persona:
"En el contexto de una cultura que deforma gravemente o incluso pierde el
verdadero significado de la sexualidad humana, porque la desarraiga de su referencia a la
persona, la Iglesia siente más urgente e insustituible su misión de presentar la sexualidad
como valor y función de toda la persona creada, varón y mujer, a imagen de Dios" (FC
32).
A esta luz se vive y expresa la teología en las comunidades neocatecumenales. Así
como Dios es un ser personal en la comunidad amorosa de tres personas, así también el
hombre es imagen personal de Dios en su referencia esencial al "otro", a vivir
personalmente con él y para él, tal como se pone de manifiesto en la relación matrimonial
del hombre y la mujer. El matrimonio aparece de este modo en la comunidad como un
carisma: es el sacramento, que hace visible a todos aquello a lo que Dios nos llama en
relación a Cristo y en la relación de unos con otros. El Matrimonio aparece como el "signo
visible del amor de Cristo a la Iglesia" y como signo de la relación de los hermanos entre sí,
donde cada uno conserva su personalidad propia y singular, pero no "vive para sí", sino
para Cristo y para los demás.
"Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia.
Ya el bautismo, entrada en el Pueblo de Dios, es un misterio nupcial. Es, por así decirlo,
como el baño de bodas que precede al banquete de bodas, la Eucaristía. El matrimonio
cristiano viene a ser por su parte signo eficaz, sacramento de la alianza de Cristo y de la
Iglesia" (CEC 1617).
El hombre, al abrirse a otra persona, hace el descubrimiento del "tú" y, al mismo
tiempo, se descubre a sí mismo como "yo". En esta apertura del "yo al tú" que crea la
unidad entre ellos, formando un "nosotros", nace también la apertura al "vosotros". En el
matrimonio, el "una sola carne" de los esposos les abrirá a la vida, a la aceptación del hijo;
en la comunidad la comunión de los hermanos les abrirá a la misión. Dios es amor y vida;
su imagen completa se manifestará en el amor que engendra hijos para el mundo y para
Dios. "La familia en misión es la cosa más fundamental y más importante en la misión de la
Iglesia: es la misión del amor y de la vida", decía Juan Pablo II en la homilía citada. La
concepción neocatecumenal, que no es otra que la que la Iglesia ha expresado en sus
documentos,52 se puede resumir, por no alargarnos más en un tema que podría llenar
páginas, en este texto de la Familiaris consortio:
"Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza: Dios es amor y vive en sí
mismo un misterio de comunión personal de amor. En cuanto espíritu encarnado, es decir,
alma que se expresa en el cuerpo informado por el espíritu, el hombre está llamado al
amor en esta su totalidad unificada. El amor abarca también el cuerpo humano y el cuerpo
se hace partícipe del amor espiritual.
En consecuencia la sexualidad, en la que el hombre y la mujer se dan el uno al otro
con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que
afecta al núcleo íntimo de la persona en cuanto tal. Ella se realiza de modo
verdaderamente humano, solamente cuando es parte integral del amor con el que el
hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte. La donación física
total sería un engaño si no fuese signo y fruto de una donación en la que está presente toda
la persona, incluso en su dimensión temporal; si la persona se reservase algo o la
posibilidad de decidir de otra manera en orden al futuro, ya no se donaría totalmente. Esta
totalidad, exigida por el amor conyugal, corresponde también con las exigencias de una
fecundidad responsable, la cual, orientada a engendrar una persona humana, supera por
su naturaleza el orden puramente biológico y toca una serie de valores personales, para
cuyo crecimiento armonioso es necesaria la contribución durable y concorde de los
padres. El único 'lugar' que hace posible esta donación total es el matrimonio, es decir, el
pacto de amor conyugal o elección consciente y libre, con la que el hombre y la mujer
aceptan la comunidad íntima de vida y amor, querida por Dios mismo, que sólo bajo esta
luz manifiesta su verdadero significado" (n.11).
De esta visión teológica del Matrimonio y la familia, el Camino saca todas las
consecuencia morales que inculca y ayuda a vivir a sus miembros: el valor esponsal del
cuerpo, que queda negado en el autoerotismo; el valor sacramental del matrimonio, como
carisma para la comunidad, que excluye toda relación prematrimonial, es decir, antes de
sellar el amor públicamente ante la Iglesia; la indisolubilidad del matrimonio, como signo
del amor irrompible de Cristo a la Iglesia, que sería negado con el divorcio; la unión
inseparable de los dos significados -unitivo y procreador- del acto sexual, que excluye el
uso de anticonceptivos y los recursos a la fecundación artificial; y si el hijo es don de Dios,
llamado a la vida eterna, ningún motivo puede justificar el aborto...Un aspecto particular,
que vive la familia cristiana, -frente al aborto o la fecundación artificial, en los que el
hombre se coloca como árbitro y señor de la vida-, es el de la adopción. Son muchas las
familias de las comunidades neocatecumenales que han adoptado hijos. La adopción la
viven desde la fe. Así como su vida conyugal es reflejo del amor nupcial de Cristo y la
Iglesia, la adopción se hace espejo del amor adoptivo de Dios Padre; en Cristo nos ha
adoptado como hijos suyos.
La sexualidad, en el plan original de Dios, era la expresión del amor trinitario. Pero
el pecado, al romper la relación del hombre con Dios, introdujo también la ruptura entre el
hombre y la mujer. En una misma frase el hombre acusa a la mujer y a Dios: "La mujer que
Tú me diste..." (Gn 3,12). Todo pecado ofende a Dios, al destruir su plan de amor, y ofende
al pecador mismo y a los demás. Por ello tiene tan graves consecuencias en el campo de la
sexualidad. La atracción mutua entre el hombre y la mujer, desde el pecado, se carga de
miedo, vergüenza, concupiscencia, dominio del uno sobre el otro...
Pero, frente a la realidad de desorden que introduce el pecado en la sexualidad,
aparece luminosa la esperanza del protoevangelio: "La descendencia de la mujer aplastará
la cabeza de la serpiente". Jesucristo viene a devolver al hombre y a la mujer a la situación
del "principio", al designio original de Dios (Cf. Mt 19,8). Cristo, en su obra redentora,
asume la sexualidad, la sana y la restituye a su bondad original de gracia y santidad. En las
comunidades neocatecumenales se enseñará a vivir a las familias su sacramento como un
carisma, como una vocación de Dios, como camino da santidad, es decir, como fuente de
gracia. A través del matrimonio, engendrando hijos y transmitiéndoles la fe, las familias
edifican la Iglesia, viviendo en su casa como "Iglesia doméstica", donde se celebra la
liturgia en el tálamo nupcial, se bendice a Dios en la mesa por los alimentos y se transmite
la fe a la siguiente generación con el testimonio de fe y con las celebraciones y catequesis
de los padres...
"La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la
comunión eclesial; por eso puede y debe decirse iglesia doméstica. Es una comunidad de
fe, esperanza y caridad, posee en la Iglesia una importancia singular como aparece en el
Nuevo Testamento" (CEC 2204). "La familia cristiana es llamada a participar en la
oración y sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios
fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera" (2205).
"La fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los hijos" (2221).
"Por la gracia del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la responsabilidad
y el privilegio de evangelizar a sus hijos. Desde la primera edad deberán iniciarlos en los
misterios de la fe de los que ellos son para sus hijos los 'primeros heraldos de la fe' (LG
11)" (2225). "La catequesis familiar precede, acompaña y enriquece las otras formas de
enseñanza de la fe. Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir
su vocación de hijos de Dios" (2226).
Para concluir, en relación a la sexualidad, como en otros campos de la moral, el
Camino aplica la ley de la gradualidad, según es presentada en la Familiaris consortio:
"Se pide una conversión continua, permanente que, aunque exija el alejamiento
interior de todo mal y la adhesión al bien en su plenitud, se actúa sin embargo
concretamente con pasos que conducen cada vez más lejos. Se desarrolla así un proceso
dinámico, que avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios y
de las exigencias de su amor definitivo y absoluto en toda la vida personal y social del
hombre. Por esto es necesario un camino pedagógico de crecimiento con el fin de que los
fieles, las familias y los pueblos, es más, la misma civilización, partiendo de lo que han
recibido ya del misterio de Cristo sean conducidos pacientemente más allá hasta llegar a
un conocimiento más rico y a una integración más plena de este misterio en su vida" (n.9).
Esta "ley de gradualidad o camino gradual, como la comenta el Papa Juan Pablo
II, no puede identificarse con la gradualidad de la ley, como si hubiera varios grados o
formas de preceptos en la ley divina para los diversos hombres o situaciones".53 Fiel a este
principio, el Camino Neocatecumenal propone, desde el principio, la vida moral en toda su
plenitud y grandeza, sin rebajas minimalistas que suponen un menosprecio del hombre y
una desconfianza del poder de Dios. La Iglesia, como Madre y Maestra, ofrece la vida en
plenitud a sus hijos, presentando la verdad moral en su radicalidad. Pero, al mismo tiempo,
en el Camino se acoge al pecador y se le conduce, con paciencia y sin escándalos, paso a
paso hasta esa vida plena.54
Jesús es el Siervo de Yahveh, que según los cantos de Isaías es sostenido por Dios,
ha recibido una lengua de discípulo, no tiene aspecto humano, ha cargado con los pecados
del mundo...Jesús, como Siervo de Yahveh, es la piedra de escándalo, rechazada por los
constructores, pero preciosa a los ojos de Dios y constituida en piedra angular. Para unos es
piedra de tropiezo y caída y para otros es levantamiento salvador. Este Siervo de Yahveh
fue presentado desde el principio en las catequesis bautismales (Cf. 1P 2,21-25) y es
presentado repetidamente en las catequesis del Neocatecumenado.
"Los rasgos del Mesías se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo (Isaías).
Estos Cantos anuncian el sentido de la Pasión de Jesús. Tomando sobre sí nuestra muerte,
puede comunicarnos su propio Espíritu de Vida" (713). "La muerte redentora de Jesús
cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente. Jesús mismo presentó el sentido de
su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (Mt 20,28). Después de su Resurrección
dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús y luego a los propios
apóstoles" (601). "Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los
pecadores, vio y señaló a Jesús como el 'Cordero de Dios que quita los pecados del mundo'
(Jn 1,29). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en
silencio al matadero y carga con el pecado de las multitudes y el cordero pascual símbolo
de la redención de Israel cuando celebró la primera pascua. Toda la vida de Cristo
expresa su misión: 'Servir y dar su vida en rescate por muchos' (Mc 10,45)" (608).
Jesús, como Siervo de Yahveh e Hijo de Dios (pais), dijo amén incondicionalmente
a la voluntad del Padre, haciendo de ella su alimento. En obediencia al Padre consumará la
redención en la cruz, cargando con nuestros pecados. Murió como un cordero llevado al
matadero sin resistencia. Por ello agradó a Dios y salvó a los hombres. El Padre,
resucitándolo de la muerte, acreditó el camino de su Siervo como el camino de la vida y de
la resurrección de la muerte.
En el Siervo de Yahveh encuentra el cristiano cumplido el Sermón del Monte,
fotografía del verdadero cristiano:
"Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo: No
resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la
otra...Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan" (Mt 5,38ss).
c) LA CRUZ GLORIOSA72
es el árbol de la salvación;
De él yo me nutro, en él me deleito,
Su rocío me da fuerza,
En el hambre es la comida,
en la sed es agua viva,
en la desnudez es mi vestido
En el temor es mi defensa,
en el tropiezo me da fuerzas,
en la victoria la corona,
columna de la tierra,
En todos estos textos aparecen las palabras "por vosotros", "por muchos", que
expresan la entrega de Cristo a la pasión en rescate nuestro. El es el Siervo de Yahveh, que
carga sobre sí nuestros sufrimientos y dolores, azotado y herido de Dios y humillado.
Herido, ciertamente, por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas, soportando Él el
castigo que nos trae la paz, pues con sus cardenales hemos sido nosotros curados. El tomó,
pues, el pecado de muchos e intercedió por los pecadores (Cf. Is 52,13-53,12). Pedro,
además, presenta la pasión de Cristo a los cristianos, como huellas luminosas por donde
caminar:
"Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por nosotros,
dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. El no cometió pecado ni
encontraron engaño en su boca; cuando le insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión
no profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que juzga con justicia. Cargado
con nuestros pecados subió al madero, para que, muertos al pecado, vivamos para la
justicia. Sus heridas nos han curado" (1p 2,21-24).
La hora de la pasión es la hora de Cristo, la hora señalada por el Padre para la
salvación de los hombres: "Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único,
para que no perezca ninguno de los que creen en El, sino que tengan vida eterna" (Jn 3,16).
Siendo, pues, la hora señalada por el Padre, la pasión es la hora de la glorificación del Hijo
y de la salvación de los hombres (Cf Jn 12,23-28). La pasión es la hora de pasar de este
mundo al Padre y la hora del amor a los hombres hasta el extremo (Jn 13,1). Por ello
también la hora de la glorificación del Padre en el Hijo (Jn 17,1). Con la entrega de su Hijo
a la humanidad, Dios se manifiesta plenamente como Dios: Amor en plenitud. No cabe un
amor mayor, como dice San Agustín en un bello texto:
"Cree, pues, que bajo Poncio Pilato fue crucificado y sepultado el Hijo de Dios.
'Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por los amigos' (Jn 15,13). ¿De
veras es el amor más grande? Si preguntamos al Apóstol, nos responderá: 'Cristo murió
por los impíos' y añade: 'Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la
muerte de su Hijo' (Cf Rm 5,6-10). Luego en Cristo hallamos un amor mayor, pues dio la
vida por sus enemigos, no por sus amigos".80
Dios no se ha dejado vencer en su amor por el pecado del hombre. Su amor se ha
manifestado en la resurrección de Jesús, -hecho pecado-, más fuerte que todos nuestros
pecados. En realidad Dios no nos ha visto como malvados, a pesar de nuestros pecados.
Dios nos ha amado porque nos ha visto esclavos del pecado, sufriendo bajo el pecado. El
hombre, más que pecador, es un cautivo del pecado.
"Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía enemigos. El Señor nos
pide que amemos como El hasta a nuestros enemigos, que nos hagamos prójimos del más
lejano, que amemos a los niños y a los pobres como a El mismo" (1825). "Jesús invita a los
pecadores al banquete del Reino: 'No he venido a llamar a justos sino a pecadores' (Mc
2,17). Les invita a conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra
de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos y la inmensa
'alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta' (Lc 15,7). La prueba suprema de
este amor será el sacrificio de su propia vida 'para remisión de los pecados' (Mt 26,28)"
(545).
Esta es una de las intuiciones teológicas del Camino Neocatecumenal. A veces en la
Teología Moral, una concepción exclusivamente ética del pecado ha impedido ver la
dimensión teológica y existencial del pecado. Jesús reprochará a los fariseos el
cumplimiento de la Ley como pretensión de autojustificación ante Dios y defenderá, en
cambio, a los pecadores que están agobiados por el peso de la Ley y del pecado. Dios en
Cristo nos ha manifestado su amor al pecador. Este es el verdadero rostro de Dios y no el
que el tentador insinúa, ni el que el hombre pretendidamente justo se forja.
Lo que en Rm 5,6-11 confiesa Pablo sobre la bondad radical de Dios hacia nosotros,
siendo aún pecadores, aparece en la actuación de Jesucristo. El trato de Jesús con los
pecadores, con los pobres, con los ignorantes -los am-ha-aretz, que ni conocen la Ley-
suscitó la conversión de la primera comunidad de Palomeras y sigue llamando a la
conversión gozosa a tantos otros destruidos por la droga, alcoholismo o situaciones
angustiosas de destrucción y pecado.
La muerte en cruz era una maldición. Cristo se hizo maldito para librarnos de la
maldición a nosotros, a quienes la Ley condenaba a muerte: "Cristo nos rescató de la
maldición de la Ley, haciéndose El mismo maldición por nosotros, pues dice la Escritura:
Maldito el que es colgado de un madero. Así, en Cristo Jesús, pudo llegar a los gentiles la
bendición de Abraham" (Ga 3,13-14).
En fidelidad al Evangelio, para el Camino Neocatecumenal, la conversión brota de
la gracia y no al revés. El Dios de la misericordia, que ofrece el Reino a los pobres, es la
esperanza de todos los oprimidos por el mal. Dios nos ha amado primero (1Jn 4,19). Por
ello la teología del Camino es Evangelio, anuncio del Reino de Dios conquistado para
nosotros no con oro ni nada corruptible, sino con la sangre de Jesucristo. "Dios nos acoge
como somos sin escandalizarse de nosotros", se repite en las Comunidades. Este núcleo del
cristianismo está fuertemente acentuado en la Teología y praxis del Camino. Borrachos,
drogadictos, asesinos, prostitutas, ladrones... encuentran en las comunidades la esperanza
de su regeneración, al ser acogidos sin sentirse acusados. Allí se les "acoge porque todos
nos hemos sentido acogidos por Cristo Jesús para gloria de Dios" (Cf Rm 15,7). Este
sentirse acogido, que transparenta el amor de Dios, es el gran impulso regenerador. Dios
ama al pecador y ese amor lleva a la obediencia y fidelidad a Dios.
Este anuncio de la muerte y resurrección de Jesucristo, como camino abierto al
Reino de Dios para los pecadores y pobres de la tierra, es la base del Camino
Neocatecumenal. Con este anuncio se inicia la formación de la Comunidad y la
reconstrucción de la Iglesia. Frente al mundo secularizado, impregnado de ateísmo, es
preciso potenciar este primer anuncio kerigmático, que ya no se puede presuponer como en
épocas pasadas de cristiandad. El kerigma de Jesucristo, vencedor de la muerte, que ni la
técnica ni el progreso puede vencer, es imprescindible en esta hora de Nueva
Evangelización.
Como buen Pastor, Cristo "da su vida por las ovejas" (Jn 10,15). "Se entrega a sí
mismo como rescate por todos" (1Tim 2,6), "entregándose El por nuestros pecados, para
librarnos de este mundo perverso" (Ga 1,4), que "yace en poder del Maligno" (1Jn 5,19).
El, que no conoció pecado, se hizo por nosotros pecado, para que en El fuéramos justicia de
Dios (2Cor 5,21). En resumen, "El, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para
enriquecernos con su pobreza" (2Cor 8,9). Este intercambio admirable suscitó la
admiración constante de los Santos Padres: "Por su infinito amor, El se hizo lo que somos,
para transformarnos en lo que El es".81
Y no sólo buen Pastor, Jesús es también nuestro Cordero pascual inmolado (1Cor
5,7), "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29), "rescatándonos de la
conducta necia heredada de nuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con la
sangre preciosa de Cristo, Cordero sin defecto ni mancha" (1p 1,18-19). Por ello, en las
Comunidades se repite en tantas formas el icono de Cristo Buen Pastor y de Cristo Cordero
de Dios y se canta, con el texto del Apocalipsis:
"Digno eres, Cordero degollado, de tomar el libro y abrir sus sellos porque fuiste
degollado y compraste para Dios con tu sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y
nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes sobre la tierra"
(5,9-10).
e) CRISTO KYRIOS82
Con el anuncio de Cristo muerto y sepultado, que descendió a los infiernos y fue
resucitado, de quien la cruz gloriosa es signo permanente en la vida del cristiano, se
comienza a iluminar la historia como historia del amor de Dios, manifestado en su mismo
Hijo. De aquí se pasa a reconocer con agradecimiento a Cristo como Kyrios, Señor a quien
todo está sometido.83 Desde la experiencia soteriológica se pasa a la confesión de Jesucristo
como Dios. En el poder del resucitado se reconoce su divinidad.
La resurrección de Jesús de entre los muertos, expresada en la fórmula pasiva -"fue
resucitado"-, es obra de la acción misteriosa de Dios Padre, que no deja a su Hijo
abandonado a la corrupción del sepulcro, sino que lo levanta y lo exalta a la gloria,
sentándolo a su derecha (Rm 1,3-4; Flp 2,6-11; 1Tim 3,16...). Cristo, por su resurrección,
no volvió a su vida terrena anterior, como lo hizo el hijo de la viuda de Naím o la hija de
Jairo o Lázaro. Cristo resucitó a la vida que está más allá de la muerte, fuera, pues, de la
posibilidad de volver a morir. En sus apariciones se muestra el mismo que vivió, comió,
habló a los Apóstoles y murió, pero no lo mismo. Por eso no lo reconocen hasta que El
mismo les hace ver; sólo cuando El "les abre los ojos" y "mueve el corazón" le reconocen.
En el resucitado reconocen la identidad del crucificado y, simultáneamente, su
transformación: "Es el Señor" (Jn 21,7).
La fe en Cristo resucitado no nació del corazón de los discípulos. Ellos no pudieron
inventarse la resurrección. Es el Resucitado quien les busca, quien les sale al encuentro,
quien rompe el miedo y atraviesa las puertas cerradas. La fe en la resurrección de Cristo les
vino a los Apóstoles de fuera y contra sus dudas y desesperanza. Con la transformación de
su vida gracias al don del Espíritu Santo, despreciando la muerte, testimoniaron la
resurrección de Jesucristo confesándole como Señor: "Nadie puede decir Jesús es Señor
sino con el Espíritu Santo" (1Cor 12,3).
Esta nueva situación, que viven los Apóstoles con el Resucitado, es idéntica a la
nuestra. No le vemos más que en el ámbito de la fe. Con la Escritura enciende el corazón de
los caminantes y al partir el pan abre los ojos para reconocerlo, como a los discípulos de
Emaús. Y la vida transformada testimonia su resurrección como se repite en las
Comunidades y confesaba ya San Atanasio:
"Que la muerte fue destruida y la cruz es una victoria sobre ella, que aquella no
tiene ya fuerza sino que está ya realmente muerta, lo prueba un testimonio evidente:
¡Todos los discípulos de Cristo desprecian la muerte y marchan hacia ella sin temerla,
pisándola como a un muerto gracias al signo de la cruz y a la fe en Cristo!...Después que
el Salvador resucitó, la muerte ya no es temible: ¡Todos los que creen en Cristo la pisan
como si fuera nada y prefieren morir antes que renegar de la fe en Cristo! Así se hacen
testigos de la victoria conseguida sobre ella por el Salvador, mediante su resurrección.
Dando testimonio de Cristo, se burlan de la muerte y la insultan con las palabras:
"¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh infierno, tu aguijón? (1Cor 15,55;
Os 13,14). Todo esto prueba que la muerte ha sido anulada y que sobre ella triunfó la cruz
del Señor. ¡Cristo el Salvador de todos y la verdadera Vida resucitó!...
La demostración por los hechos es más clara que todos los discursos. Los hechos
son visibles: Un muerto no puede hacer nada; solamente los vivos actúan. Entonces, puesto
que el Señor obra de tal modo en los hombres, que cada día y en todas partes persuade a
una multitud a creer en El y a escuchar su palabra, ¿cómo se puede aún dudar e
interrogarse si resucitó el Salvador, si Cristo está vivo o, más bien, si El es la Vida? ¿Es
acaso un muerto capaz de entrar en el corazón de los hombres, haciéndoles renegar de las
leyes de sus padres y abrazar la doctrina de Cristo? Si no está vivo, ¿cómo puede hacer
que el adúltero abandone sus adulterios, el homicida sus crímenes, el injusto sus
injusticias, y que el impío se convierta en piadoso?...¡Todo eso no es obra de un muerto,
sino de un Viviente!".84
Ser cristiano es experimentar y reconocer a Jesucristo como Señor, vivir sólo de Él
y para Él, caminar tras sus huellas, en unión con Él, en obediencia al Padre y en entrega al
servicio de los hombres, en primer lugar anunciándoles a Cristo como Señor. Ser en Cristo,
vivir con Cristo, por Cristo y para Cristo es amar en la dimensión de la cruz, como El nos
amó y nos posibilitó con su Espíritu.
Los cristianos -que han repetido millones de veces la oración del corazón: "Señor
Jesús, ten piedad de mí que soy un pecador"-, reconocen y confiesan que "para nosotros no
hay más que un solo Señor, Jesucristo" (1Cor 8,6; Ef 4,5). Con la confesión de Cristo como
Señor excluyen, por tanto, toda servidumbre a los ídolos y señores de este mundo, viviendo
la renuncia a ellos que hicieron en su bautismo y confesando el poder de Cristo sobre ellos.
"Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de Jesús
sobre el mundo y sobre la historia significa también reconocer que el hombre no debe
someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal sino sólo a Dios
Padre y al Señor Jesucristo: César no es el 'Señor'. La Iglesia cree que la clave, el centro y
el fin de toda historia humana se encuentra en su Señor y Maestro" (450).
En efecto, quienes antes de creer en el Señor Jesús sirvieron a los ídolos (Ga 4,8;
1Ts 1,9; 1Cor 12,2; 1P 4,3) y fueron esclavos de la ley (Rm 7,23.35; Ga 4,5), del pecado
(Rm 6,6.16-20; Jn 8,34) y del miedo a la muerte (Hb 2,14), por el poder de Cristo fueron
liberados de ellos, haciéndose "siervos de Dios" y "siervos de Cristo" (Rm 6,22-23; 1Co
7,22), "sirviendo al Señor" (Rm 12,11) en la libertad de los hijos de Dios, que "cumplen de
corazón la voluntad de Dios" (Ef 6,6), "conscientes de que el Señor los hará herederos con
El" (Col 3,24; Rm 8,17).
El Resucitado se presenta como vencedor de la muerte y así se revela como Kyrios,
como el Señor, cuya glorificación sanciona definitivamente el mensaje de la venida del
Reino de Dios con El. Con la Ascensión, sentándolo a su derecha, el Padre selló toda la
obra del Hijo:
"El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino
que se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los
hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo
hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está
sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la
tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo es SEÑOR para gloria de Dios
Padre" (Flp 2,6-11)
El Salvador, habiendo aniquilado a los enemigos con su pasión, sube victorioso a
sentarse a la derecha del Padre, como canta San Ireneo (y tantos otros Padres):
"Esto mismo anunció David: 'Alzaos, puertas eternas, que va a entrar el Rey de la
gloria' (Sal 24, 7). Las 'puertas eternas' son los cielos. Y, porque maravillados, los
príncipes celestiales preguntaban: '¿Quién es el Rey de la gloria?', los ángeles dieron
testimonio de Él, respondiendo: 'El Señor fuerte y potente: Él es el Rey de la gloria'.
Sabemos, por lo demás que, resucitado, está a la derecha del Padre, pues en Él se ha
cumplido lo otro que dijo el profeta David: 'Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi
derecha hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies'".85
A la derecha del Padre está Cristo "sentado en el trono de la gloria" como Señor (Cf.
Mt 19,28;25,3) o "en pie", como Sumo Sacerdote, que ha entrado en el Santuario del cielo,
donde intercede por nosotros en la presencia de Dios (Hb 9,24; 10,12ss...). San Ambrosio
lo comentará, diciendo:
"Esteban vio a Jesús, que 'estaba en pie a la derecha de Dios' (Hch 7,55). Esta
sentado como Juez de vivos y muertos, y esta en pie como abogado de los suyos (1Jn 2,1;
Hb 7,25). Está en pie, por tanto, como Sacerdote, ofreciendo al Padre la víctima del mártir
bueno, lleno del Espíritu Santo. Recibe también tú el Espíritu Santo, como lo recibió
Esteban, para que distingas estas cosas y puedas decir como dijo el mártir: ¡Veo los cielos
abiertos y al Hijo del Hombre en pie a la derecha de Dios! Quien tiene los ojos abiertos,
mira a Jesús a la derecha de Dios, no pudiendo verle quien tiene los ojos cerrados:
¡Confesemos, pues, a Jesús a la derecha de Dios, para que también a nosotros se nos abra
el cielo! ¡Se cierra el cielo a quienes lo confiesan de otro modo".86
Con la resurrección y exaltación de Jesucristo a la derecha del Padre, se inaugura el
mundo nuevo: somos ya hombres celestes, porque Cristo, Cabeza de la Iglesia está en el
cielo. Pero el Reino de Dios se halla todavía en camino hacia su plenitud. La Iglesia
peregrina en la tierra, esperando anhelante la consumación final, confesando y deseando la
Parusía del Señor, la segunda venida de Jesucristo: ¡Maranathá, ven, Señor Jesús!, cantan
con fervor las Comunidades Neocatecumenales.
3. ECLESIOLOGIA
a) LA IGLESIA ES COMUNION87
c) MISION DE LA IGLESIA107
El bautismo y el "sello del Espíritu" o "unción con el crisma" son dos momentos de
un mismo proceso sacramental. En la Iglesia antigua, los dos sacramentos se realizaban en
una sola celebración. Hoy, en cambio, en la Iglesia latina, están separados.142 Pero tanto en
la invitación a la oración, como en la oración que acompaña la imposición de manos en el
sacramento de la confirmación aparece la unión entre los dos sacramentos:
Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso y pidámosle que derrame el
Espíritu Santo sobre estos hijos de adopción, que renacieron ya a la vida eterna en el
Bautismo, para que los fortalezca con la abundancia de sus dones, los consagre con su
unción espiritual y haga de ellos imagen perfecta de Jesucristo.
Y, a continuación, el Obispo, imponiendo las manos sobre los confirmandos, ora:
Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que regeneraste, por el
agua y el Espíritu Santo, a estos siervos tuyos y los libraste del pecado: escucha nuestra
oración y envía sobre ellos el Espíritu Santo Paráclito; llénalos de espíritu de sabiduría y
de inteligencia, de espíritu de consejo y de fortaleza, de espíritu de ciencia y de piedad; y
cólmalos del espíritu de tu santo temor.143
Y, luego, mientras reciben la unción del crisma, que se hace con la imposición de
las manos, dice a cada uno: "Recibe el sello del don del Espíritu Santo".144
El bautismo cristiano es bautismo en el Espíritu Santo; confiere la regeneración,
introduce en la vida de Cristo, en su cuerpo eclesial.145 ¿Qué añade la confirmación? La
confirmación sella el bautismo con el don del Espíritu Santo. Con el bautismo y la
Eucaristía, el sacramento de la Confirmación constituye el conjunto de los "sacramentos de
la iniciación cristiana", cuya unidad debe ser salvaguardada:
En efecto, a los bautizados "el sacramento de la confirmación los une más
íntimamente a la Iglesia y los enriquecen con una fortaleza especial del Espíritu
Santo...para difundir y defender la fe con sus palabras y su vida" (LG 11), como
verdaderos testigos de Cristo (Cf CEC 1285).
La Confirmación, como el Bautismo del que es la plenitud, sólo se da una vez. La
Confirmación, en efecto, imprime en el alma una marca espiritual indeleble, el "carácter",
que es el signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano con el sello de su Espíritu
revistiéndolo de la fuerza de lo alto para que sea su testigo (CEC 1304).
Esta unidad de la iniciación cristiana se subraya en las Comunidades con la
renovación del sacramento de la Confirmación inmediatamente después de la renovación de
la última etapa del Bautismo, es decir, la renovación de las promesas bautismales.146 A
partir de este momento, además de las catequesis mistagógicas, los hermanos de las
Comunidades comienzan a celebrar los diversos temas sobre el Espíritu Santo: unción,
sello, crisma, imposición de manos, dones, frutos...147
El sacramento de la Confirmación es visto en el Camino como la plena efusión del
Espíritu Santo. Esta efusión del Espíritu Santo confiere crecimiento y profundidad a la
gracia bautismal, como es descrito en el CEC:
-nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace decir "Abba,
Padre" (Rm 8,15);
-nos une más firmemente a Cristo;
-aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo;
-hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia (Cf LG 11);
-nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe
mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar
valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz.148
Recuerda, pues, que has recibido el signo espiritual, el Espíritu de Sabiduría e
inteligencia, el Espíritu de consejo y de fortaleza, el Espíritu de conocimiento y de piedad,
el Espíritu de temor santo, y guarda lo que has recibido. Dios Padre te ha marcado con su
signo, Cristo Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón la prenda del Espíritu.149
En las catequesis mistagógicas y en las celebraciones los hermanos de las
Comunidades descubren y son ayudados a vivir las riquezas del sacramento de la
Confirmación. Pentecostés es la culminación de la pascua, su consumación. El bautismo
nos asemeja a la muerte y resurrección de Jesús (Rm 6,3-11). La confirmación da plenitud a
esa nueva vida con el don del Espíritu del Señor, fruto maduro de su pascua. En Cristo se
dio un primer envío del Espíritu Santo, que hizo que existiera en el seno de María, y
después recibió la unción del mismo Espíritu en el bautismo para su misión de Mesías. La
venida del Espíritu sobre María hace que nazca en nuestra carne el Hijo de Dios; al salir del
agua en el Jordán desciende de nuevo el Espíritu y permanece en El, consagrándolo para su
Misión de revelador del Padre, como Siervo suyo. Así el bautismo hace que seamos
concebidos en el seno de la Iglesia y nazcamos como hijos de Dios. Y la confirmación nos
consagra para la misión como testigos de Cristo y su Evangelio. Es lo que desde el
principio hizo Dios: primero crea un cuerpo y luego le dio el soplo, el espíritu (Gn 2,7; Ez
37).150 Cristo significa ungido. Los padres y la liturgia nos dicen que no podemos ser
plenamente cristianos sin que se exprese sacramentalmente la unción del Espíritu.151
En el sacramento de la confirmación, con el sello del don del Espíritu, el bautizado
queda plenamente acogido en la Iglesia. Por ello la confirmación está reservada al Obispo:
se trata de la inserción plena en la comunidad apostólica de la Iglesia. El Obispo,
representante de la apostolicidad de la Iglesia, marca al bautizado con el sello del Espíritu.
Es lo que ya hicieron Pedro y Juan con los samaritanos; evangelizados y bautizados por
Felipe, los apóstoles les imponen las manos (He 8,14-17). Lo mismo Pablo, en Efeso, hace
bautizar en el nombre del Señor a los discípulos de Juan y él les impone las manos (He
19,1-6). La iniciación cristiana es eclesial y la realiza el didáskalo o maestro, pero la sella el
Obispo, que preside la Iglesia como portador de la apostolicidad de la Iglesia y
representante de su unidad y catolicidad.152
EUCARISTÍA153
Jesús dirá: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios
y la cumplen" (Lc 8,21). La experiencia de ser, por una parte, madre de Cristo y, por otra,
hermano de Cristo, es decir, hijo de María, es intrínseca al proceso de gestación de la fe
que se produce en cada hombre que es evangelizado por la Iglesia. La maduración cristiana
en el neocatecúmeno implica ya esta realidad de "maternidad" que experimenta el hombre
llamado por Dios a convertirse en cristiano, hijo de Dios, en el seno de la Iglesia. El
cristiano es hijo de Dios, hijo de la Iglesia, hijo de María, es decir, hermano de Cristo, lo
que supone ser hijos de la misma madre de Cristo, del mismo Padre, por obra del Espíritu
Santo.192
El cristiano es gestado por la Iglesia en un útero celeste, en un seno divino, el
Bautismo: "A todos los que le recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios...nacidos no
de sangre ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios" (Cf. Jn 1,12-13). Todo
hombre, que acoge la Buena Nueva del Kerigma, que la Iglesia le anuncia, escucha como la
Virgen María: "Alégrate, el Señor está contigo. No temas, porque has hallado gracia a los
ojos de Dios. Concebirás en el seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre
Jesús" (Cf. Lc 1,28ss).
Como María, este hombre se sentirá sorprendido por semejante Anuncio y se
preguntará: "¿Cómo es posible?, no conozco varón". El Angel, como el Apóstol, enviado
de Dios, dará siempre la misma respuesta: "No será obra de varón, de la carne ni de la
sangre. Será obra del Espíritu Santo, que te cubrirá con su sombra, de modo que el que ha
de nacer será Santo, Hijo de Dios". Añadiendo: "Mira, también Isabel, a la que todos
llamaban la estéril, ha concebido un hijo en su vejez porque nada es imposible para
Dios". En Dios lo imposible para el hombre se hace posible. El hombre, en su pequeñez,
puede responder con María: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra".
El mismo mensajero acompaña su Anuncio con el testimonio de su vida y de los millares
de testimonios, de mártires y santos, que eran estériles del verdadero amor y, sin embargo,
han dado a luz el amor mismo de Dios en su vida.
De este modo, acogiendo el kerigma, comienza la gestación de un hijo, del Hijo de
Dios. De la Iglesia, es decir, de todos aquellos que constituyen la Iglesia, de cada cristiano
que se ha creído la Buena Noticia podemos decir: "Bendita tú que has creído la Palabra del
Señor". Dichoso porque realmente se cumplirán en él las cosas que le han sido dichas de
parte del Señor. La Palabra, fecundada por el poder del Espíritu Santo, comenzará la
gestación de la nueva creatura. Realmente comienza a ser "madre de Jesús": en él se
formará el hijo de Dios e hijo de la Iglesia. "El misterio de Navidad se realiza en nosotros
cuando Cristo 'toma forma' en nosotros (Ga 4,19). Navidad es el Misterio de este 'admirable
intercambio'" (CEC 526). "La Iglesia es una con Cristo. Felicitémonos -dice San Agustín- y
demos gracias por lo que hemos llegado a ser no solamente cristianos sino el propio Cristo"
(795).
"La fe de María es la que la hace llegar a ser madre del Salvador: Más
bienaventurada es María al recibir a Cristo por la fe que al concebir en su seno la carne
de Cristo" (CEC 506). "Jesús, el nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el
nuevo nacimiento de los hijos de adopción en el Espíritu Santo por la fe. '¿Cómo será
esto?' (Lc 1,34). La participación en la vida divina no nace 'de la sangre, ni de deseo de
carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios' (Jn 1,13). La acogida de esta vida es virginal
porque toda ella es dada al hombre por el Espíritu. El sentido esponsal de la vocación
humana con relación a Dios se lleva a cabo perfectamente en la maternidad de María"
(505).
Aparece cumplida la bienaventuranza de Jesús: "El que escucha la Palabra y la
guarda es mi madre y mi hermano". Es madre de Cristo y hermano de Cristo. Es madre,
porque en él se gesta Cristo, su vida será un "ser en Cristo", un "vivir en Cristo" hasta poder
decir con San Pablo: "No soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí". Y es hermano, en
cuanto que es engendrado por la misma madre: la Virgen-Madre, María, la Iglesia. Así, el
que descendió del Padre como Unigénito podrá volver a Él como primogénito de muchos
hermanos.
En Cristo, el Hijo, Dios se nos ha mostrado como Padre y, al mismo tiempo, nos ha
permitido conocer su designio sobre el hombre: llegar a ser hijos suyos acogiendo su
Palabra, es decir, a su Hijo. Cierto que Cristo dirá "mi Padre y vuestro Padre". Pues El es
por naturaleza lo que nosotros somos por adopción. Pero hermanos, ya que El no se
avergüenza de llamarnos ante el Padre "sus hermanos". Es lo que ya San Cirilo de Jerusalén
explicaba a los catecúmenos en sus catequesis:
"Cristo es Hijo natural. No como vosotros, los que vais a ser iluminados, sois
hechos ahora hijos, pero en adopción por gracia, según lo que está escrito: 'A todos los
que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Ellos no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, sino que nacieron de Dios' (Jn 1,12-13).
Y nosotros nacemos ciertamente del agua y del Espíritu (Jn 3,5), pero no es así como
Cristo ha nacido del Padre".193
Esta es la gran novedad del cristianismo, que se anuncia desde el comienzo en el
Camino y que se va haciendo realidad progresivamente en los neocatecúmenos hasta llegar
a su explicitación plena en la etapa de la entrega del Padrenuestro. Dios se nos revela
como Padre en su Hijo Unigénito, que se dirige a Dios con la palabra inaudita antes de Él,
la más familiar de las expresiones: "Abba, Padre"; pero lo más inaudito, la buena y
sorprendente noticia es que Jesús "nos amaestró" para que también nosotros "nos
atreviéramos" a dirigirnos a Dios de la misma manera, con la misma familiaridad e
intimidad, llamándole: ¡Abba!.
Esto es lo que hace exclamar a San Juan: "¡Mirad que amor nos ha tenido el Padre
para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos!" (1Jn 3,1). En efecto, "cuando llegó la
plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para
rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiéramos la filiación adoptiva por
medio de El" (Ga 4,1-5). Pues a todos los elegidos, el Padre, antes de todos los siglos, "los
conoció de antemano y los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que El fuera
el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8,28-30).
Este hijo de Dios, hermano de Jesucristo, es gestado por la madre Iglesia. En el seno
de la Iglesia se va formando y creciendo. Será, primero, una criatura pequeña, balbuciente,
que gime con gemidos inenarrables: ¡Abba!; que tiene necesidad de grandes cuidados, que
se le puede matar fácilmente, que se consume y muere si no se le alimenta, tanto con la
leche materna, que la Iglesia le da con la Palabra y los Sacramentos, cuanto con la
interiorización que de estos debe hacer, poniendo en práctica la Palabra, respondiendo con
la oración y con un cambio progresivo de vida, hasta llegar "a la plenitud adulta de Cristo".
Es lo que enseña San Cipriano comentando el Padrenuestro:
"Padre, dice en primer lugar el hombre nuevo, regenerado y restituido a su Dios
por la gracia, porque ya ha empezado a ser hijo...Luego, el que ha creído en su nombre y
se ha hecho hijo de Dios, debe empezar por eso a dar gracias y hacer profesión de hijo de
Dios, puesto que llama Padre a Dios, que está en los cielos; debe testificar también que
desde sus primeras palabras en su nacimiento espiritual ha renunciado al padre terreno y
carnal, y que no reconoce ni tiene otro padre que el del cielo (Mt 23,9)...No pueden
invocarle como Padre quienes tienen por padre al diablo: 'Vosotros habéis nacido del
padre diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. El fue homicida desde el
principio y no hay verdad en él' (Jn 8,44).¡Cuan grande es la clemencia del Señor e
inmensa su gracia y bondad, pues quiso que orásemos frecuentemente en presencia de
Dios y le llamásemos Padre; y así como Cristo es Hijo de Dios, así nos llamemos nosotros
hijos de Dios! Ninguno de nosotros osaría pronunciar tal nombre en la oración, si no nos
lo hubiera permitido El mismo...Hemos, pues, de pensar que cuando llamamos Padre a
Dios es lógico que obremos como hijos de Dios, con el fin de que, así como nosotros nos
honramos con tenerlo por Padre, El pueda honrarse de nosotros".194
Cristo, nuevo Adán, nace "de Dios", en el seno virginal de María. La promesa de
Isaías se cumple concretamente en María. Israel impotente, estéril, ha dado fruto. En el
seno virginal de María, Dios ha puesto en medio de la humanidad estéril e impotente de
salvarse por sí misma un comienzo nuevo, una nueva creación, que no es fruto de la
historia, sino don que viene de lo alto. Sara, Raquel, Ana, Isabel, las mujeres estériles de la
historia de la salvación, figuras de María, muestran la gratuidad de la vida, don de la
potencia creadora de Dios.
San Juan ve en María la nueva Eva, la mujer, como la llama significativamente en
las bodas de Caná, anticipo del misterio del nacimiento de la Iglesia como esposa de Cristo
en la cruz, donde volverá a llamarla mujer.
La mujer, alegría y ayuda adecuada del hombre, se convirtió en tentación para el
hombre, pero siguió siendo "madre de todo viviente": Eva, como es llamada después del
pecado. Ella conserva el misterio de la vida, la fuerza antagonista de la muerte, que ha
introducido el pecado, como poder de la nada opuesto al Dios Creador de la vida. La mujer,
que ofrece al hombre el fruto de la muerte, es también el seno de la vida; de este modo, la
mujer, que lleva en sí la llave de la vida, toca directamente el misterio de Dios, de quien en
definitiva proviene toda vida, pues El es el Viviente, la misma Vida.199
Los profetas, en su teología simbólica, presentarán a Israel como mujer, como
virgen, esposa y madre. Dios, en su alianza de amor esponsal, ha amado a la hija de Sión
con un amor indestructible, eterno. Israel es la virgen esposa del Señor, madre de todos los
pueblos (Sal 86). En la fecunda esterilidad de Israel brilla la gracia creadora de Dios. En la
plenitud de los tiempos, la profecía se cumple, las figuras se hacen realidad en la mujer,
que aparece como el verdadero resto de Israel, la verdadera hija de Sión (Cf. So 3,14-17), la
Virgen Madre: María. En María, la llena de gracia, aparece plenamente la fecundidad
creadora de la gracia de Dios.
En medio de una civilización que trivializa el carácter específico de la sexualidad,
haciendo intercambiable todo tipo de función entre hombre y mujer, despojando al sexo del
vínculo con la fecundidad, que es su orientación radical y originaria; en esta sociedad
hedonista, sin capacidad para sufrir y dar la vida, en la que la maternidad, la virginidad y la
fidelidad esponsal aparecen como irrelevantes o son ridiculizadas...la Iglesia -así lo viven
las Comunidades Neocatecumenales- mira a María Virgen, Esposa y Madre como su figura
e imagen de realización plena. María es tipo escatológico de la Iglesia. En ella la Iglesia
contempla el misterio de la maternidad, de la gratuidad, de la contemplación, de la belleza,
de la virginidad, de la fidelidad, del anuncio escatológico del Reino de los cielos, en una
palabra, de todo lo que a los ojos del mundo aparece como inútil.
La virginidad, la fidelidad esponsal y la maternidad, contempladas en María,
arraigan en su tipo y figura.
En María se cumple la profecía de Oseas, cuando anuncia que Israel, la mujer
adúltera, volvería a ser un día una esposa inmaculada, aquella esposa fiel a Dios a la que
Dios dice en el Cantar de los Cantares: "Toda hermosa eres tú y en ti no hay mancha" (4,7).
"María -dirá K. Rahner- es la plenamente redimida por la gracia, la que realiza y representa
con mayor plenitud lo que la gracia de Dios opera en la humanidad y en la Iglesia".200
El primer fruto mariológico de la predicación patrística es el paralelo entre Eva y
María, frecuente a partir del s. II y muy citado en las Comunidades Neocatecumenales. Eva
abrió a la serpiente el camino hacia la humanidad y trajo de esa manera la muerte. María
dio a luz a Cristo, que aplastó la cabeza a la serpiente, trayendo de ese modo la vida. La
actitud interior de Eva era de falta de fe y, consecuentemente, de desobediencia a Dios. La
actitud interior de María era una actitud de fe en Dios y, por consiguiente, de obediencia.
La acción de Eva comenzó con la escucha de las palabras malignas de un ángel malo.
María comenzó oyendo las palabras buenas de un ángel bueno.201
Y el más antiguo dogma mariano une en modo admirable los dos títulos
fundamentales: María es virgen y madre. La fe de la Iglesia, apoyada en el testimonio de
Mateo y Lucas, ha visto en la unión de la virginidad y la maternidad en María la
culminación de la historia de la salvación. María, la doncella de Nazaret, hija de Sión, es la
madre del Redentor. Así, toda la historia de la salvación desemboca en Cristo, "nacido de
mujer".
"María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta
realización de la Iglesia. La Iglesia se convierte en Madre por la Palabra de Dios acogida
con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal
a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que
guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo" (CEC 507).
En María se unen inseparablemente la antigua y la nueva alianza: Israel y la Iglesia.
Ella es el "pueblo de Dios", que da el "fruto bendito" a los hombres por la acción del
Espíritu Santo. Es el Espíritu de Dios, que aleteaba en la creación sobre las aguas, el que
desciende sobre María y la cubre con su sombra, haciendo de ella la tienda de la presencia
de Dios, la tienda del Emmanuel: Dios con nosotros.
San Juan, en el prólogo de su Evangelio, nos presenta a Cristo, la Palabra, existente
en Dios, creando todos los seres, "y la Palabra se hizo carne y puso su tienda entre
nosotros". Pero Cristo no sólo se hizo hombre, sino que nos dio la posibilidad de renacer
"como hijos de Dios, no de la sangre, ni de deseo de la carne, ni de deseo de hombre, sino
nacidos de Dios, creyendo en su Nombre".
Ser cristiano significa entrar en el misterio del nacimiento virginal de Cristo, nacer
de la madre-virgen, la Iglesia, que tiene su tipo y figura en María. María es, además, madre
de la Iglesia. A la hora de perder a su Hijo vuelve a ser de nuevo madre, madre de los
discípulos. La Madre del Mesías da a luz a un nuevo pueblo (Is 66,7ss). Lo mismo que Eva
recibió otro hijo (Gn 4,25) en "lugar de Abel", asesinado por Caín, a María se le entrega, en
lugar de Cristo muerto por los pecados de los hombres, la familia de los discípulos en la
persona de Juan. María asume la maternidad de la Iglesia, en la que seguirán naciendo
nuevos hijos del agua y del Espíritu (Cf. Jn 19,34).
Los padres de la Iglesia han relacionado la fuente bautismal de la que salen los
regenerados por el agua y el Espíritu Santo con el seno virginal de María fecundada por el
Espíritu Santo. María Virgen está junto a toda piscina bautismal. Así dirá san León Magno:
"Para todo hombre que renace, el agua bautismal es una imagen del seno virginal, en la cual
fecunda a la fuente del bautismo el mismo Espíritu Santo que fecundó también a la
Virgen".203
Frente a una sociedad que se degrada con el número cada vez más creciente de
divorcios, con la plaga del aborto y el desprecio de la virginidad, el Camino
Neocatecumenal presenta a sus miembros a María, fiel esposa, virgen casta y madre
fecunda, para que "de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y en alma
es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en la
tierra, hasta que llegue el día del Señor, anteceda con su luz al pueblo peregrinante como
signo de esperanza segura" (LG 68).
Así el Camino Neocatecumenal, con su inspiración en la Iglesia primitiva, mira,
celebra, canta y vive el paralelismo entre María, la Iglesia -comunidad- y cada cristiano.
Vive así lo que dice el clásico texto del beato Isaac de Stella:
"Uno y único es Cristo: cabeza y cuerpo. Es único, Hijo del único Dios en el cielo,
Hijo de la única Madre en la tierra. Hay muchos hijos y, sin embargo, un solo Hijo. Como
la cabeza y los miembros juntamente son muchos hijos y, sin embargo, un solo Hijo, así
María y la Iglesia son una sola madre y, sin embargo, dos; una sola virgen y, sin embargo,
dos. Una y otra es madre, una y otra es virgen. Ambas han concebido del mismo Espíritu.
Ambas sin falta han engendrado para Dios Padre un niño. Aquella sin pecado ha
engendrado al cuerpo la Cabeza; ésta, con el poder de perdonar todos los pecados, ha
regalado a la Cabeza el cuerpo. Cada una es Madre de Cristo, pero ninguna sin la otra le
engendra totalmente. Por eso, en las Escrituras se entiende con razón como dicho en
singular de la Virgen María lo que en términos universales se dice de la virgen madre
Iglesia y se entiende como dicho de la virgen madre Iglesia en general lo que en especial
se dice de la Virgen Madre María. También se considera con razón a cada alma fiel como
esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda. Todo
lo cual la misma sabiduría de Dios, que es el Verbo del Padre, lo dice universalmente de la
Iglesia, especialmente de María y singularmente de cada alma fiel".204
Con estas pinceladas sobre la Mariología del Camino Neocatecumenal quizás se
comprenda la unidad estrecha que existe entre el cristiano y María y el porqué en las
Comunidades existe un amor tan grande a la Iglesia -expresada de un modo particular en el
amor al Papa- y a la Virgen María. Durante el recorrido de la iniciación cristiana, como es
el Neocatecumenado, después de haber hecho la experiencia de la Iglesia como madre que
te gesta, te ayuda, cuida de ti, te da leche, te enseña a hablar, a caminar, te enseña quién es
tu padre y a decir "Abba, papá"..., al Neocatecúmeno se le presenta en un rito específico a
María, la madre de Jesús, como madre suya, que Cristo le ha entregado desde la cruz, y
desde aquel día la acoge en su casa (en su espíritu) como San Juan y establece con ella una
verdadera relación de hijo con su madre.
Acoger a María es abrirse a ella, introducirla en la propia vida, considerándose hijo
de María. Este amor a María es considerado en las Comunidades como signo de
pertenencia a la Iglesia. Quien ama a María se halla vinculado a la Iglesia. En cambio quien
rechaza o desprecia a la Iglesia, como quien no ama a María, se endurece en su corazón: no
es hijo de una madre. Este amor a María se expresa en la riqueza de los iconos y cantos
marianos. A partir de ellos se podría presentar toda la Mariología del Camino. María es
cantada con textos bíblicos y patrísticos. Así es vista como "arca de la alianza", lugar
privilegiado de la epifanía de Dios; María embarazada es la "shekinah" de Dios; cubierta
por la sombra del Espíritu Santo es la morada del Altísimo, cuya presencia irradia gozo y
alegría. Cada día, además de la plegaria del "Angelus" y del Rosario, los neocatecúmenos
(después de algunos años de camino), en las Vísperas se unen al canto de María,
bendiciendo a Dios que ha elegido, para realizar su designio de salvación, a los pequeños y
sencillos, en vez de los potentes, sabios y orgullosos.
Como en Caná, María, movida a compasión por la indigencia humana, sin vino,
dispone el corazón de los catecúmenos a la fe, llevándoles a Cristo -"haced lo que El os
diga"-, y con su intercesión mueve a Cristo a darles el vino "nuevo y mejor" de la fiesta
nupcial. María, Madre de Jesús, en medio de los discípulos concordes y constantes en la
oración es la última imagen que nos ofrece la Escritura de su vida terrena (Cf He 1,14). Es
como la imagen perenne de María: su presencia orante en el corazón de la Iglesia naciente y
de todos los siglos, invitándonos a orar con ella y a cobijarnos bajo su amparo.
"María es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos
adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los
hombres. Como el discípulo amado acogemos a la Madre de Jesús, hecha madre de todos
los vivientes. Podemos orar con ella y a ella. La oración de la Iglesia está sostenida por la
oración de María. La Iglesia se une a María en la esperanza" (2679). "Esta maternidad de
María perdura sin cesar en la economía de la gracia... hasta la realización plena y
definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su
misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones
de la salvación eterna" (CEC 969).
Del costado de Cristo, muerto en la cruz, nace la Iglesia, nueva Eva, como del
costado de Adán, dormido en el paraíso, nació la primera Eva, "madre de todos los
vivientes". Y desde la cruz, Cristo nos da a su madre, como Madre nuestra, para que nos
engendre en la nueva vida.
"Al término de esta Misión del Espíritu, María se convierte en la Mujer, nueva Eva
'madre de los vivientes', Madre del Cristo total" (CEC 726). "Jesús es el Hijo único de
María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende a todos los hombres a los cuales
El vino a salvar: Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó el mayor de muchos hermanos
(Rm 8,29), es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor de
madre" (501). "Desde el sí dado por la fe en la anunciación y mantenido sin vacilar al pie
de la cruz, la maternidad de María se extiende desde entonces a los hermanos y hermanas
de su Hijo, 'que son peregrinos todavía y que están ante los peligros y las miserias' (LG
62)" (2674).
Con razón Pablo VI la llamó Madre de Cristo y Madre de la Iglesia: madre de la
Cabeza y del Cuerpo de Cristo. Su seno virginal fue como "el tálamo nupcial, donde el
Esposo Cristo se hizo Cabeza de la Iglesia, uniéndose a ésta para hacerse así el Cristo total,
Cabeza y Cuerpo".205 Esta maternidad eclesial de María se consumará "junto a la cruz de
Jesús", cuando El "consigne a su Madre por hijo al discípulo amado y dé a éste por madre a
la suya" (Jn 19,25-27).
Como Madre nuestra, María, la primera creyente, nos acompaña en nuestro
peregrinar y en nuestra profesión de fe en Jesucristo, concebido por obra y gracia del
Espíritu Santo y nacido de ella, santa María Virgen. En nuestra vida, que sin El no es vida,
pues sin El la fiesta no es fiesta, "al faltarnos el vino", Jesús transforma nuestras carencias
diarias, nuestra cruz, en fuerza y sabiduría de Dios, en camino de salvación. María,
creyendo al anuncio del ángel, nos dio el Salvador, desató el nudo del pecado y nos abrió la
esperanza de la Vida eterna:
"Como Eva por su desobediencia fue para sí y para todo el género humano causa
de muerte, así María -nueva Eva- con su obediencia fue para sí y para nosotros causa de
salvación. Por la obediencia de María se desató el nudo de la desobediencia de Eva: ¡Lo
que por su incredulidad había atado Eva, lo soltó María con su fe!206. María es la primera
criatura en quien se ha realizado, ya ahora, la esperanza escatológica. En ella la Iglesia
aparece ya 'resplandeciente, sin mancha ni arruga, santa e inmaculada' (Cf. Ef 5,27),
presente con Cristo glorioso 'cual casta virgen' (2Cor 11,2). Y así, podemos dirigirla
nuestra plegaria: 'Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en
la hora de nuestra muerte'. De este modo 'con su luz precede la peregrinación del Pueblo
de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo, hasta que llegue el día del Señor'"
(LG 68).
"El Evangelio nos revela cómo María ora e intercede en la fe: en Caná la madre de
Jesús ruega a su Hijo por las necesidades de un banquete de bodas, signo de otro
banquete, el de las bodas del Cordero que da su Cuerpo y su Sangre a petición de la
Iglesia, su Esposa. Y en la hora de la nueva Alianza, al pie de la Cruz, María es escuchada
como la Mujer, la nueva Eva, la verdadera 'madre de los que viven'" (CEC 2618). "Por
eso, el cántico de María... es a la vez el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia,
cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios, cántico de la acción de gracias por
la plenitud de gracias derramadas en la Economía de la salvación, cántico de los 'pobres'
cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas hechas a nuestros
padres 'en favor de Abraham y su descendencia por siempre'" (2619).
6. PNEUMATOLOGIA
a) DE LA CRISTOLOGIA A LA PNEUMATOLOGIA207
El día de Pentecostés, sobre los Apóstoles reunidos en oración junto con María,
Madre de Jesús, bajó el Espíritu Santo prometido y "quedaron llenos del Espíritu Santo y se
pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse" (He 2,4),
"volviendo a conducir de este modo a la unidad las razas dispersas, ofreciendo al Padre las
primicias de todas las naciones".222
"Esta es la Iglesia de Cristo, de la que profesamos en el Credo que es una, santa,
católica y apostólica. Estos cuatro atributos, inseparablemente unidos entre sí, indican
rasgos esenciales de la Iglesia y de su misión. La Iglesia no los tiene por ella misma; es
Cristo, quien, por el Espíritu Santo, da a la Iglesia el ser una, santa, católica y apostólica"
(CEC 811).
El Espíritu Santo crea la koinonía de la Iglesia, une los fieles a Cristo y entre sí.
Pues el Espíritu distribuye la variedad de sus dones en la unidad de la Iglesia. El Espíritu
Santo es el vínculo de unión del misterio de la Trinidad, modelo y fuente de la unidad de la
Iglesia. Así lo expresa el Papa Juan Pablo II:
"La unidad de comunión eclesial tiene una semejanza con la comunión trinitaria,
cumbre de altura infinita, a la que se ha de mirar siempre. Es el saludo y el deseo que en la
liturgia se dirige a los fieles al comienzo de la Eucaristía, con las mismas palabras de San
Pablo: 'La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del
Espíritu Santo estén con todos vosotros' (2Cor 13,13). Estas palabras encierran la verdad
de la unidad en el Espíritu Santo como unidad de la Iglesia".223
Y citando a San Agustín añade:
"La comunión de la Iglesia es casi una obra propia del Espíritu Santo con la
participación del Padre y del Hijo, pues el Espíritu mismo es en cierto modo la comunión
del Padre y del Hijo. El Padre y el Hijo poseen en común el Espíritu Santo, porque es el
Espíritu de ambos".224
El Espíritu Santo, como principio de unidad de la Iglesia, es quien forma el Cuerpo
del que Cristo es la Cabeza. La Cabeza es la primera en tener el Espíritu y la única que lo
posee en plenitud. De ella desciende a los miembros. Y como Espíritu de Cristo, con la
diversidad de sus dones, hace que los miembros sean muchos y distintos, pero que no haya
más que un solo Cuerpo, que es el Cuerpo de Cristo (1Cor 12,12-13). Así en la Iglesia se
armoniza la singularidad de cada miembro y la unidad de todos en el único Cuerpo de
Cristo. El Espíritu crea la unidad en la multiplicidad. De aquí la exhortación de San Pablo a
"conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" (Ef 4,3). En la comunidad
neocatecumenal cada uno es conocido por su nombre, tiene su carisma propio, aunque
nunca para él, sino para la edificación de la Iglesia. En ella se rompe el individualismo y el
colectivismo, se vive personalmente la comunión eclesial, fruto del Espíritu.225
El Espíritu Santo, creando la unidad en la diversidad, hace a la Iglesia católica. El
Espíritu Santo hace que la Iglesia sea una tanto en el espacio del ancho mundo como a lo
largo del tiempo de la historia. La unidad de la Iglesia católica es fruto del único Espíritu,
que hace de ella el único Cuerpo de Cristo. La unidad del Espíritu crea el vínculo entre
todos los cristianos dispersos por el mundo, por encima de sus diferencias de edad, sexo,
condición social e ideas. El Espíritu Santo hace de la Iglesia el signo e instrumento de la
unidad que supera todas las divisiones y diferencias culturales y generacionales y une
naciones y razas diversas. San Agustín, citando a San Pablo, dice con fuerza:
"Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con
amor, esforzándoos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo
cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis
sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un bautismo, un Dios, Padre de todos, que lo
transforma todo y lo invade todo (Ef 4,2-6)...¡Que formen parte del Cuerpo de Cristo, si
quieren vivir del Espíritu de Cristo! Hemos recibido el Espíritu Santo, si amamos a la
Iglesia, si estamos unidos por la caridad, si nos alegramos del nombre y fe católica.
¡Creámoslo, hermanos: se tiene el Espíritu Santo en la medida en que se ama a la Iglesia!
¡Nada debe temer tanto un cristiano como el ser separado del Cuerpo de Cristo! Pues, si lo
fuese, ya no sería su miembro ni sería vivificado por su Espíritu: 'Quien no tiene el Espíritu
de Cristo no le pertenece' (Rm 8,9)".226
El Espíritu, en Pentecostés, restaura lo que destruyó el pecado de Babel, la
comunión de los hombres y la comunión de las naciones. La Iglesia, por obra del Espíritu
Santo, nace misionera y desde entonces permanece "en estado de misión" en todas las
épocas y en todos los lugares de la tierra. El Espíritu es el que da fuerza y poder a la palabra
débil del apóstol y el que la sella en los oyentes. Con convicción plena repiten los
catequistas de las Comunidades Neocatecumenales lo que dice San Pablo:
"Conocemos, hermanos queridos de Dios, vuestra elección; porque nuestro
Evangelio no llegó a vosotros sólo con palabras, sino también con poder y con el Espíritu
Santo...y vosotros acogisteis la palabra, en medio de tantas tribulaciones, con alegría del
Espíritu Santo" (1Ts 1,4-6).
"Mi palabra y mi predicación no consistían en hábiles discursos de sabiduría, sino
que fueron una demostración del Espíritu y del poder...Nuestro lenguaje no consiste en
palabras enseñadas por humana sabiduría, sino en palabras enseñadas por el Espíritu,
expresando las cosas del Espíritu con lenguaje espiritual" (1Cor 2,4-5.13).
Y así como el Espíritu acompaña a los apóstoles y potencia su palabra, irrumpe
igualmente sobre los oyentes, sellando la palabra oída en sus corazones (Cf He 10,44;19,6):
"Con razón se dice que el Espíritu Santo 'os enseñará todo', porque si el Espíritu no
asiste interiormente al corazón del que oye, de nada sirve la palabra del que le enseña. Por
tanto, nadie atribuya al hombre que enseña lo que de sus labios entiende, porque si no
acude el que habla al interior, en vano trabaja el que habla por fuera".227
Pentecostés hizo, en conclusión, nacer a la Iglesia universal, abierta a todas las
naciones, haciendo que en todas las lenguas se proclamen las maravillas de Dios (He 2,6-
11), como se testimonia en todas las convivencias anuales de los Itinerantes del Camino,
viendo realizado lo que el Concilio expresó en su Documento Ad gentes:
"Lo que el Señor había predicado una vez o lo que en El se ha obrado para la
salvación del género humano, hay que proclamarlo y difundirlo hasta las extremidades de
la tierra (He 1,8), comenzando por Jerusalén (Lc 24,47), de suerte que lo que se ha
efectuado una vez para la salvación de todos, consiga su efecto en todos a lo largo de la
sucesión de los tiempo. Y para conseguir esto, envió Cristo al Espíritu Santo de parte del
Padre, para que realizara interiormente su obra salvadora e impulsara a la Iglesia a su
propia dilatación. Sin duda alguna, El Espíritu Santo obraba ya en el mundo antes de la
glorificación de Cristo. Sin embargo, descendió sobre los discípulos en el día de
Pentecostés, para permanecer con ellos eternamente (Jn 14,16); la Iglesia se manifestó
públicamente delante de la multitud, empezó la difusión del Evangelio entre las gentes por
la predicación y, por fin, quedó presignificada la unión de los pueblos en la catolicidad de
la fe por la Iglesia de la Nueva Alianza, que habla en todas las lenguas, entiende y abarca
todas las lenguas en la caridad y supera de esta forma la dispersión de Babel" (n.3 y 4).
El Espíritu Santo, principio de la catolicidad de la Iglesia, es el mismo Espíritu de
Cristo, el mismo Espíritu que recibieron los Apóstoles y que mantiene por los siglos la
apostolicidad de la Iglesia. La apostolicidad de la Iglesia es la expresión de la unidad de la
Iglesia con Cristo a través de los tiempos. La Iglesia, edificada por el Espíritu de Cristo, se
mantiene una, en continuidad con la Iglesia "edificada sobre el fundamento de los apóstoles
y los profetas" (Ef 2,20). A esta Iglesia ha sido dado el Espíritu de Cristo. Sólo en ella
actúa, suscitando carismas para mantener su edificación a lo largo de los siglos; en ella,
junto con los apóstoles, el Espíritu da testimonio de Cristo como Señor, y en ella ora con
gemidos inenarrables, testificando al espíritu de los fieles que Dios es Padre. Con esta
Iglesia, el Espíritu implora la venida gloriosa de Cristo, el Esposo, que introducirá a la
Iglesia, como Esposa, en las bodas del Reino.
"Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra, fue
enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés para que santificara constantemente a la
Iglesia. Es entonces cuando la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se inició
la difusión del Evangelio entre los pueblos mediante la predicación. Como ella es
'convocatoria' de salvación para todos los hombres, la Iglesia es, por su misma naturaleza,
misionera enviada por Cristo a todas las naciones para hacer de ellas discípulos suyos"
(CEC 767). "El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial. Él es
quien conduce a la Iglesia por los caminos de la misión" (852).228
Hoy, frente a tantos peligros de ciertas teologías sobre la Iglesia popular o nacional,
sobre la inculturación, democracia, religiosidad natural...en el Camino Neocatecumenal se
insiste en la unidad de la fe en comunión con Pedro de un extremo a otro del universo. Esta
unidad de fe lleva en su corazón la impronta del Espíritu Santo, que crea la catolicidad de la
Iglesia sobre la apostolicidad. Con San Ireneo se cree y confiesa que:
"La predicación del kerigma, que la Iglesia ha recibido, ella, esparcida por todo el
mundo, la conserva con esmero, como si morase en una sola casa; cree de tal modo en lo
mismo como si tuviera un solo corazón y una sola alma. En una perfecta comunión
predica, enseña y transmite en todas partes lo mismo, como si tuviera una sola boca. En
efecto, aun siendo diversos los idiomas a lo ancho del mundo, la fuerza de la tradición es
la misma e idéntica en todas partes. De este modo, las Iglesias fundadas en Germania no
creen de un modo distinto de como creen las Iglesias Celtas, o las Iberas, o las del Oriente,
de Egipto o de Libia o las fundadas en el centro del mundo. Sino que, como el sol, criatura
de Dios, es único y el mismo en todo el mundo, así el kerigma de la verdad resplandece en
todas partes e ilumina a todos los hombres que quieren llegar al conocimiento de la
verdad".229
La Iglesia se confiesa en el Credo apostólica, es decir, en continuidad y comunión
con los Apóstoles. Esta comunión apostólica en torno a Pedro, que "preside en la caridad a
todos los congregados",230 goza de la promesa del Señor: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra
edificaré la Iglesia y los poderes del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16,18). Quien
construye fuera de esta comunión con Pedro, sin "ser confirmado por él" (Lc 22,32), "corre
en vano" (Ga 1,18;2,2-10). La Iglesia se apoya sobre la piedra de la fe de Pedro:
"Simón Pedro proclama: 'Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo' (Mt 16,16-18).
Esta fe es la base sobre la que descansa la Iglesia. En virtud de esa fe 'las puertas del
infierno no prevalecerán contra ella'; esta es la fe que tiene 'las llaves del Reino de los
cielos'. Pedro es 'bienaventurado' porque confesó a Cristo 'Hijo de Dios vivo': en esta
verdad está la revelación del Padre; en esta verdad está la base de la Iglesia, en ella está
la certeza de la eternidad; por esta verdad se confirma en el cielo lo que ella decide en la
tierra".231
Esta Iglesia es confesada en el Símbolo de la fe santa. La santidad de la Iglesia es la
expresión de su unidad con Cristo en un mismo Espíritu. El Espíritu de Cristo, presente en
la Iglesia, su Cuerpo, libera a la Iglesia del espíritu del mundo. El Espíritu suscita en la
Iglesia y en cada uno de sus miembros la santidad, uniéndolos a Cristo crucificado y
resucitado. Es la santidad que no viene de nosotros, de las obras de la carne, sino del Padre,
que en su Hijo nos hace partícipes de su santidad, infundiéndonos su Espíritu. El Vaticano
II puso de relieve la relación que existe en la Iglesia entre el don del Espíritu Santo y la
vocación y aspiración de todos los fieles a la santidad:
"Pues Cristo, el Hijo de Dios, que con el Padre y el Espíritu Santo, es proclamado
el 'único santo', amó a la Iglesia como a su Esposa, entregándose a sí mismo por ella para
santificarla (Ef 5,25-26), la unió a sí como su propio Cuerpo y la enriqueció con el don del
Espíritu Santo para gloria de Dios. Por ello en la Iglesia, todos están llamados a la
santidad. Esta santidad de la Iglesia se manifiesta y sin cesar debe manifestarse en los
frutos de la gracia que el Espíritu Santo produce en los fieles. Se expresa multiformemente
en cada uno de los que, con edificación de los demás, se acercan a la perfección de la
caridad en su propio género de vida" (LG 39).
La santidad de la Iglesia tiene su inicio y fuente en Jesucristo. Pero la santidad de
Jesús en su misma concepción y en su nacimiento por obra del Espíritu Santo está en
profunda comunión con la santidad de aquella que Dios eligió para ser su Madre, María, "la
llena de gracia", "totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y
hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo" (LG 56). María es la primera y más alta
realización de santidad en la Iglesia, por obra del Espíritu, que es Santo y Santificador.232
Y María, la santa Madre de Dios, es figura de la Iglesia. Lo que se dice
especialmente de María, se dice en general de la Iglesia y en particular de cada fiel.233
"Jesús, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su
resurrección de entre los muertos" (Rm 1,4), hace partícipe a la Iglesia de su mismo
Espíritu de Santidad.
San Pablo presenta a la Iglesia como Esposa de Cristo, que "la amó y se entregó a sí
mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la
palabra, y presentándosela resplandeciente a sí mismo, sin mancha ni arruga ni cosa
parecida, sino santa e inmaculada" (Ef 5,26-27), y también como Templo santo de Dios (Cf
1Cor 3,16-17). Y, siendo la Iglesia santa, a sus miembros se les llama "santos", "sacerdocio
santo, nación santa", "templo santo".234
En realidad sólo Dios es santo. Pero el Dios Santo nos santifica derramando su
Espíritu en nuestros corazones: "Dios os ha escogido como primicias para la salvación por
la santificación del Espíritu y por la fe en la verdad" (2Ts 2,13). "Fuisteis santificados,
fuisteis justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios"
(1Cor 6,11; Rm 15,16; Hb 2,11). El Espíritu de nuestro Dios es Santo y, como fuente de
santidad, es Santificador.
La acción santificadora del Espíritu comienza en el bautismo, donde crea nuestro ser
en Cristo (1Cor 6,11; Tt 3,5), haciéndonos hijos de Dios (Ga 4,6-8; Rm 8,14,16). Después
del bautismo permanece en nosotros como don del Padre (Ga 3,5): habita establemente en
los fieles (Rm 8,11-14), enriqueciéndoles con sus dones y frutos de santidad (Ga 5,22), el
primero de los cuales es el amor. Con esta presencia, el Espíritu Santo nos transforma en
Templo de Dios (1Cor 6,16-19), impulsándonos a ofrecer "nuestro cuerpo como víctima
viva" en culto espiritual (Rm 6,19;12,1-2). Nos santifica siendo en nosotros fuerza interior
que lucha contra los deseos de nuestra carne (Ga 5,17; Rm 5,8), sosteniendo nuestra
debilidad en la oración, intercediendo en y por nosotros "según la voluntad de Dios" (Rm
8,26-27). El Espíritu nos hace libres: del pecado (2Cor 3,17; Ga 5,13; Rm 8,2), de la
muerte, siendo principio de resurrección (Rm 8,11), de la carne, llevándonos a suspirar por
las cosas del Espíritu (Rm 8,5-6); incluso nos libera de la ley, pasándonos a la economía de
la gracia, que es economía del Espíritu (2Cor 3,6)...
Toda la vida litúrgico-sacramental se realiza en la Comunidad bajo la acción del
Espíritu Santo. Sin la acción del Espíritu Santo, la liturgia sería una simple evocación y no
la actualización en el memorial de los misterios de la salvación. El misterio pascual de
Cristo nos llega a través del Espíritu Santo, que es el don pascual de Cristo muerto y
resucitado a su Iglesia. En el bautismo "en el agua y el Espíritu" entramos en comunión con
la muerte y resurrección de Cristo. En la Eucaristía, por las palabras de la consagración y la
invocación del Espíritu Santo sobre el pan y el vino y luego, en la segunda epíclesis, sobre
la asamblea, se hace presente entre nosotros Cristo "entregado por nuestros pecados" y
"resucitado para nuestra justificación", de modo que "fortalecidos con el Cuerpo y la
Sangre de Cristo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un
solo espíritu" (IIIª Plegaria Eucarística). Por el Espíritu Santo, "derramado para la remisión
de los pecados", mediante el ministerio de la Iglesia recibimos el perdón de los pecados en
el Sacramento de la Penitencia (Cf. Fórmula de la absolución)...
Esta es la vida de la Comunidad a lo largo del Camino en sus celebraciones de la
Palabra y de los Sacramentos y como renovación de toda la vida cristiana. Pero este don de
la santidad de Dios le llevamos siempre en vasos de barro, "para que se manifieste que
este tesoro tan extraordinario viene de Dios y no de nosotros" (2Cor 4,7). Como miembros
de la Iglesia, todos somos invitados a vivir lo que somos: "sed santos" (Lv 11,44).235 Pero
la Iglesia santa comprende también a los pecadores y los acoge en su seno; todos los días
tenemos que rogar a Dios: "perdónanos nuestras deudas" (Mt 6,12): "La Iglesia encierra en
su propio seno a los pecadores y, siendo al mismo tiempo santa y necesitada de
purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (LG
8).
"Ahora bien, esta vida la llevamos en 'vasos de barro' (2Co 4,7). (Pero) el Señor
Jesucristo... quiso que su Iglesia continuase, con la fuerza del Espíritu Santo, su obra de
curación y de salvación, incluso de sus propios miembros" (CEC 1421). "La Iglesia, unida
a Cristo, está santificada por El; por El y con El, ella también ha sido hecha santificadora"
(824).
Hablando de la oración, Lucas dice: "Porque si vosotros, siendo malos, sabéis dar a
vuestros hijos cosas buenas, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes
se lo pidan!" (11,12-13). El Espíritu Santo es el Don del Padre, compendio de todos los
dones o "cosas buenas" que el cristiano puede recibir de Dios. El Espíritu Santo es el
verdadero Don, que no hay que olvidar, mirando sólo a los dones o manifestaciones de su
acción en nosotros.243
Los siete dones del Espíritu Santo, que recoge la teología y la vida espiritual de la
Iglesia, aparecen en el texto mesiánico de Isaías:
"Saldrá un renuevo del tronco de Jesé,
un retoño brotará de sus raíces.
Reposará sobre él el Espíritu de Yahveh:
espíritu de sabiduría y de inteligencia,
espíritu de consejo y de fortaleza,
espíritu de ciencia y de piedad,
y lo llenará el espíritu de temor del Señor" (11,1-3).244
El Espíritu que, desde antes de la creación, se cernía sobre el caos (Gn 1,2), da vida
a todos los seres,245 suscita a los Jueces246 y a Saúl (1S 11,6), da la habilidad a los artesanos
(Ex 31,3;35,31), discernimiento a los Jueces (Nm 11,17), la sabiduría a José (Gn 41,38) y,
sobre todo, inspira a los profetas,247... este mismo Espíritu será dado al Mesías,
confiriéndole la plenitud de sus dones: la sabiduría e inteligencia de Salomón, la prudencia
y fortaleza de David, la ciencia, piedad y temor de Yahveh de los Patriarcas y Profetas...
Pero el mismo Isaías no separa los siete dones del Espíritu mismo. No habla del don
de sabiduría o del don de inteligencia, sino del Espíritu de sabiduría o Espíritu de consejo.
Así nos invita a ver en los dones la presencia y actuación personal del Espíritu Santo. Es el
Espíritu mismo quien, en cada caso, en las innumerables situaciones, se comunica, dando
sabiduría, inteligencia, piedad o santo temor de Dios.248
El único Espíritu enriquece a la Iglesia con la diversidad de sus dones249: "El
Espíritu Santo habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo...Guía a
la Iglesia y la provee con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus
frutos" (LG 4). La acción vivificante del Espíritu inspira con la multiforme variedad de su
dones toda la vida del cristiano. El es el inicio de la justificación, moviendo al pecador a
conversión:250
"También el inicio de la fe, más aún, la misma disposición a creer tiene lugar en
nosotros por un don de la gracia, es decir, de la inspiración del Espíritu Santo, quien lleva
nuestra voluntad de la incredulidad a la fe".251
"Nadie puede acoger la predicación evangélica sin la iluminación y la inspiración
del Espíritu Santo, que da a todos la docilidad necesaria para aceptar y creer en la
verdad".252
"Con este sentido de la fe, que el Espíritu de verdad suscita y mantiene, el pueblo de
Dios se adhiere indefectiblemente a la fe...y penetra más profundamente en ella con juicio
certero" (LG 12).
"El Espíritu predicó acerca de Cristo en los profetas. Actuó en los Apóstoles. El,
hasta el día de hoy, sella las almas en el bautismo. Y el Padre da al Hijo y el Hijo
comunica al Espíritu Santo. Y el Padre por medio del Hijo, con el Espíritu Santo, da todos
los dones. No son unos los dones del Padre y otros los del Hijo y otros los del Espíritu
Santo, pues una es la salvación, uno el poder, una la fe (Ef 4,5). Un solo Dios, el Padre; un
solo Señor, su Hijo unigénito; un solo Espíritu Santo, el Paráclito".253
Entre los dones del Espíritu Santo cabe destacar en el Camino el don de la parresía
que hace a los apóstoles anunciar con fuerza el Evangelio.254 El es el Paráclito, que
defiende en la persecución e inspira el testimonio ante jueces y magistrados (Mt 10,20). El
Espíritu Santo, con el don de fortaleza, otorga al cristiano la fidelidad, la paciencia y la
perseverancia en el camino del Evangelio (Ga 5,22).
Y también se resalta, con Orígenes, el don del discernimiento como el más
necesario y permanente en la Iglesia.255 Este discernimiento se basa, no en criterios de
sabiduría humana, que es necedad ante Dios, sino en la sabiduría que viene de Dios. Y
Novaciano, antes de su cisma de la Iglesia, escribió esta bella página:
"El Espíritu que dio a los discípulos el don de no temer, por el nombre del Señor, ni
los poderes del mundo ni los tormentos, este mismo Espíritu hace regalos similares, como
joyas, a la esposa de Cristo, la Iglesia. El suscita profetas en la Iglesia, instruye a los
doctores, anima las lenguas, procura fuerzas y salud, realiza maravillas, otorga el
discernimiento de los espíritus, asiste a los que dirigen, inspira los consejos, dispone los
restantes dones de la gracia. De esta manera perfecciona y consuma la Iglesia del Señor
por doquier y en todo".256
Pero conviene insistir, con San Pablo, en que la riqueza de los dones del Espíritu
Santo, al ser suscitados por el único Espíritu, hace que todos ellos converjan en "la
edificación del único Cuerpo" de Cristo, que es la Iglesia (1Cor 12,13): "Ya que aspiráis a
los dones espirituales, procurad abundar en ellos para la edificación de la asamblea" (1Cor
14,12).
Por ello, es evidente que el don más excelente del Espíritu Santo es el amor (1Cor
14,1), al que Pablo eleva el himno del capítulo 13 de esta carta, "himno a la caridad que
puede considerarse un himno a la influencia del Espíritu Santo en la vida del cristiano".257
En el cristiano hay un amor nuevo, participación del amor de Dios: "El amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rm 5,5).
El Espíritu Santo hace al cristiano partícipe del amor de Dios Padre y del amor filial
del Hijo al Padre. Amor que lleva al cristiano a amar, no sólo a Dios, sino también al
prójimo como Cristo le ama a él. Es el amor signo y distintivo de los cristianos (Jn 13,34-
35).
"Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que
nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos 'el fruto del Espíritu...' (Ga 5,22s)"
(736). "La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo.
Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos
del Espíritu Santo" (1830).
Los dones, que el Espíritu siembra en el cristiano, producen su fruto, que es "la
cosecha del Espíritu".258 Frente a las obras de la carne, San Pablo enumera los frutos del
Espíritu: "Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría,
hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias,
embriagueces, orgías y cosas semejantes. En cambio el fruto del Espíritu es: amor, alegría,
paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza" (Ga 5,19-23).259
Entre todos estos frutos, San Pablo coloca como fruto primero del Espíritu el amor.
Este fruto no es el primero de una lista, sino el generador de los demás, que engloba y da
sentido a los otros. El que ama, cumple la totalidad de la ley (Rm 13,8). Pero no se trata de
un amor cualquiera, sino del amor de Dios "que ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rm 5,5). Este Espíritu nos constituye hijos de
Dios, hace que nuestra vida sea santa, como participación de la santidad de Dios.
Este amor se manifiesta en la alegría, fruto genuino del Espíritu (Ga 5,22); es la
alegría profunda, plena, a la que aspira el corazón de todo hombre. Es la alegría del saludo
del ángel a María, la alegría que el Espíritu suscita en la visitación de María a Isabel (Lc
1,44);la alegría que canta María en el Magnificat: "mi espíritu se alegra en Dios, mi
Salvador" (Lc 1,47);es la alegría de Simeón, al contemplar al Mesías (Lc 2,26,32). Es la
alegría en el Espíritu que experimenta Jesús hasta exclamar en exultación al Padre: "Jesús,
en aquel momento, se estremeció de gozo en el Espíritu Santo y exclamó: Yo te bendigo,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes
y las has revelado a los sencillos" (Lc 10,21).
Esta es la alegría, "gozo colmado", que desea Jesús para sus discípulos (Jn
15,11;17,13). Esta alegría, la misma alegría de Jesús, el Espíritu Santo la da a los
discípulos, la alegría de la fidelidad al amor que viene de Dios: "Los discípulos quedaron
llenos de gozo y de Espíritu Santo" (He 13, 52).260
San Cirilo de Jerusalén eleva un bello canto al Espíritu, describiendo con riqueza de
imágenes la acción del Espíritu en el cristiano. En su catequesis XVI, podemos leer:
"La acción del Espíritu Santo penetra en los fieles y en la vida de la Iglesia. Es la
gran luz que se esparce por doquier y rodea con su fulgor a todas las almas y las enriquece
con sus dones. Enseña el pudor a unos, convence a otros a mantenerse vírgenes, a los de
más allá les comunica la fuerza para ser misericordiosos, pobres, fuertes contra los asaltos
del demonio. Ilumina las mentes, fortalece las voluntades, purifica los corazones, nos hace
estables en el bien, libra las almas del demonio, nos somete a todos a la caridad de Dios.
Es verdaderamente bueno y comunica al alma la salvación; se acerca con suavidad y
ligereza; su presencia es dulce y fragante. Viene para salvar, sanar, enseñar, advertir,
reforzar, consolar, iluminar la mente de quien lo recibe en primer lugar y, luego, por
medio de éste, de los demás. La docilidad al Espíritu eleva al alma a contemplar, como en
un espejo, los cielos y a ser revestida con toda su potencia del mismo Espíritu Santo.261
Concluyamos la presentación de la pneumatología del Camino, que no es otra que la
de la Iglesia, con las palabras con que termina San Cirilo sus catequesis sobre el Espíritu
Santo:
"Que el mismo Dios de todas las cosas, que habló en el Espíritu Santo por medio de
los profetas, que lo envió sobre los Apóstoles el día de Pentecostés, que ese mismo os lo
envíe a vosotros y que por El nos guarde, concediéndonos a todos nosotros su común
benignidad, para que demos siempre los frutos (Ga 5,22) del Espíritu Santo: amor, alegría,
paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia, en Cristo Jesús Señor
nuestro, por quien y con quien juntamente con el Espíritu Santo sea la gloria al Padre
ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén".262
7. VIDA TRINITARIA
b) DIOS UNO269
c) COMBATE ESPIRITUAL274
De este modo la vida del cristiano es un combate entre la carne y el Espíritu. Para
este combate en el Camino se entregan las armas, que posee la Iglesia. Contra la tentación
de la comodidad y sensualidad la Iglesia ofrece el arma del ayuno, de la mortificación,
como un negarse a sí mismo, dar muerte a las apetencias del hombre de pecado. Contra la
tentación de la autonomía frente a Dios, está el arma de la oración, el reconocimiento en
adoración de Dios como Dios. Y frente a los ídolos, que hallan su síntesis en el dinero, la
limosna. La esperanza en Dios en medio del sufrimiento y de las privaciones, la fe en Dios
ante lo absurdo de la historia para la razón humana y el amor a Dios por encima de todas
las cosas es el triunfo de Cristo hecho vida en el cristiano. Es el Shemá cumplido: "Amar a
Dios con el corazón, con la mente y con las fuerzas", como Cristo con el corazón
atravesado por la lanza, con la mente coronada de espinas y manos y pies -las fuerzas del
hombre- clavados en la cruz.
"En el hombre existe, porque es un compuesto de espíritu y cuerpo, existe cierta
tensión, y se desarrolla una lucha de tendencias entre el 'espíritu' y la 'carne'. Pero, en
realidad, esta lucha pertenece a la herencia del pecado. Es una consecuencia de él, y, al
mismo tiempo confirma su existencia. Forma parte de la experiencia cotidiana del combate
espiritual" (CEC 2516). "Para poder poseer y contemplar a Dios, los fieles cristianos
mortifican sus concupiscencias y, con la ayuda de Dios, vencen las seducciones del placer
y del poder" (2549). "El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin
renuncia y sin combate espiritual" (2015). "Este combate y esta victoria sólo son posible
con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el
principio y en el último combate de su agonía. En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos
une a su combate y a su agonía" (2849). "Orar es una necesidad vital: si no nos dejamos
llevar por el Espíritu caemos en la esclavitud del pecado" (2744).
Este es el combate de todos los días en la vida del discípulo de Cristo. El cristiano,
renacido del agua y del Espíritu, tiene ya el Espíritu, es hijo de Dios, pero se encuentra aún
en la carne; experimenta dentro de sí una resistencia al Espíritu, a la vida filial de
obediencia al Padre. Esta lucha no termina nunca en esta vida. El amor de Dios no suprime
la libertad del hombre. Es más, con la manifestación del Espíritu en el cristiano, es cuando
comienza realmente la lucha. Espíritu y carne son antagónicos, enemigos irreconciliables
(Cf. Ga 5,16-17). El Espíritu, derramado en el cristiano en su bautismo, es el germen de la
vida nueva. Por ello, el Espíritu está en lucha con la vida pasada de pecado y de muerte. Es
el drama del cristiano con la carne en tensión contra el Espíritu. La carne habita en nosotros
lo mismo que habita el Espíritu. Y, por el pecado, la carne, la situación existencial del
hombre, se ve poseída por una inclinación contraria a la vocación de hijo de Dios, miembro
del cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo. El Camino Neocatecumenal es el tiempo
de entrenamiento para esta lucha que dura toda la vida.
El hombre sabe que su vida es don de Dios. Sabe que su vida es, desde su origen,
vida teologal, de diálogo con Dios. En soledad el hombre no es hombre. El pecado, que
corta el diálogo, lleva siempre al hombre a la desnudez, a la necesidad de esconderse, de
aislarse, al miedo, a la soledad, a la muerte (Cf Gn 3;Os 1-3).
El pecado se origina en lo más íntimo del hombre, donde el Maligno le insinúa e
infunde el ansia de ser como Dios, de robar a Dios "el fuego sagrado", en su deseo de
autonomía. El pecado para Jesús no es una simple transgresión de las "tradiciones
humanas" (Mc 7,8) sobre purificaciones (Mt 15,2-8), ayunos (Mc 2,18-20) o reposo
sabático (Mc 2,23-28;3,1-5). El pecado no es algo exterior al hombre. Tiene sus raíces en
el corazón: en el corazón del hombre es ahogada la Palabra de Dios (Mc 4,18-19) y "del
corazón del hombre provienen todos los pecados que manchan al hombre: intenciones
malas, fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraudes, libertinaje,
envidias, injurias, insolencias, insensateces. Todas estas perversiones salen de dentro y
contaminan al hombre" (Mc 7,20-23).
Por ello, Jesús sabe que el origen último del pecado no está en el hombre. Los
pecadores son, en realidad, "hijos del maligno".275 El es el "malvado".276 El diablo es quien
esclaviza al hombre (Lc 13,16) y le enfrenta a Dios (Mt 12,28; Lc 11,20); él arrebata la
Palabra sembrada en el corazón (Mc 4,4.15) y engaña siendo "mentiroso y padre de la
mentira" (Jn 8,44), llevando al hombre a la muerte, pues es "homicida desde el principio":
"No eres tú el único autor del pecado; también lo es el pésimo consejero: el Diablo.
El es su autor y padre del mal, pues 'el Diablo peca desde el principio' (Jn 3,8). Antes de él
nadie pecaba. Así recibió el nombre por lo que hizo, pues siendo arcángel, por haber
'calumniado' (diaballein) fue llamado Diablo (Calumniador).277 De ministro bueno de
Dios, se hizo Satanás, que significa adversario, que fomenta las pasiones. Por su causa fue
arrojado del Paraíso nuestro padre Adán...".278
En definitiva la lucha del Diablo –diaballein = separar, dividir- es el combate por
alejar al hombre de Dios. Así lo ve Jesús, que concibe su misión como llamada y oferta de
la conversión, vuelta a Dios (Mc 1,15). Jesús ha venido a "reunir a los hijos dispersos de
Israel" (Mt 23,37). Los pecadores son como una "dracma perdida", una "oveja descarriada"
o un "hijo perdido" en un país lejano, "lejos de la casa del Padre", a quien Jesús busca y
acoge (Lc 15,1-32).
El pecado cobra toda su profundidad ante la vivencia del amor grandioso de Dios,
manifestado en su Hijo Jesucristo. Por ello, desde nuestra miseria, exultantes por la
misericordia de Dios, podemos cantar en la Pascua, "Oh feliz culpa, que mereció tan gran
Redentor". La reconciliación del perdón llena de alegría a Dios y al pecador: "alegraos
conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido. De igual modo habrá más
alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que
no tengan necesidad de conversión". Se alegran Dios y los ángeles. Nada extraño que, al
encontrar al hijo perdido, "celebre una fiesta con danzas y flautas" (Lc 15,25)
El Espíritu Santo, el Paráclito que Jesús promete, tiene como misión "convencer al
mundo de pecado". Como abogado del Padre, al revisar el proceso injusto hecho por los
hombres al Hijo querido, condenándolo como malhechor y blasfemo y sentenciándolo a la
ignominiosa muerte de cruz, el Espíritu convence a los hombres de su injusticia,
declarándoles culpables, declarando igualmente a Jesús inocente, acogido por el Padre. De
este modo el Paráclito manifestará el sentido de la muerte de Jesús, derrota y condenación,
no del hombre, sino del Príncipe de este mundo:
"Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré, convencerá al mundo de pecado,
por no haber creído en mí, y de injusticia porque voy al Padre y hará el juicio del Príncipe
de este mundo, que ya está condenado" (Jn 16,7-11).
El mismo día de Pentecostés halló cumplimiento esta promesa de Cristo. Pedro,
"lleno del Espíritu Santo", convence a sus oyentes de pecado, por no haber creído en Cristo,
condenándolo a muerte de cruz. Les anuncia la justicia que ha hecho el Padre, resucitando a
su Hijo y exaltándolo a su derecha como Señor. Y les anuncia la condena de Satanás,
llamándoles a acoger el perdón de Cristo.
Esto sigue haciéndolo hasta hoy en la Iglesia. Actuando en el interior del hombre, el
Espíritu Santo, nos descubre los engaños de nuestra vida. Iluminándonos la cruz de Cristo
nos hace sentirnos juzgados y, al mismo tiempo, perdonados por el amor de Dios, que es
más grande que nuestro pecado. Ante la luz penetrante del Espíritu, caen todas nuestras
falsas excusas; se derrumba todo intento de autojustificación. El fariseo, que no quiere
reconocerse pecador, tendrá siempre la tentación de "apagar el Espíritu", para no "dar
gracias en todo, que es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de nosotros" (1Ts 5,18-19). La
conversión comienza por el reconocimiento del propio pecado.
Nuestra sociedad es fruto de los tres "maestros de la sospecha", los tres falsos
profetas de nuestro tiempo, Marx, Freud y Nietzsche, que nos han cerrado con compuertas
de plomo el cielo y la esperanza. El hombre actual recoge, amalgama o confunde las
críticas de estos espíritus, eliminando a Dios de nuestro mundo y, con El, la esperanza del
mundo futuro. El hombre del ocio, engendrado por la civilización de los mass media -
prensa, radio, televisión, cine- exige "panem et circenses", que le divierten y distraen de sí
mismo y más aún de Dios y de la aspiración al "pan del cielo". El hombre del progreso y
de la técnica, perdido en el laberinto de la gran ciudad tecnopolita, es absorbido por los
ordenadores, que le codifican, haciendo de él una computadora de horarios y funciones,
sometido a la esclavitud del consumo de lo que la publicidad le presenta como
imprescindible para vivir el paraíso en la tierra, sin tiempo ni posibilidad de alzar los ojos al
cielo. Reducido a la tierra, a este hombre sólo le queda la posibilidad de dar culto al
cuerpo o a la ecología.
Sin embargo "el deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el
hombre ha sido creado por Dios y para Dios" (CEC 27). "Pero esta 'unión íntima y vital
con Dios' (GS 19) puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por
el hombre" (29). Pero "los hombres de todos los tiempos se han formulado la pregunta
básica: ¿Dé dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Cuál es nuestro origen? ¿Cuál es nuestro
fin?...La fe cristiana explicita la respuesta" (282). "Las bienaventuranzas descubren la
meta de la existencia humana: Dios nos llama a su propia bienaventuranza" (1719). "Esta
bienaventuranza... nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el
bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea,
como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios"
(1723).
Hoy, ¿quién habla o piensa siquiera en la vida eterna? En nuestro mundo
secularizado, angustiado por lo inmediato, ¿quién piensa en algo más allá de lo que tocan
sus manos o la prolongación de ellas: la técnica? En nuestro mundo científico, ¿quién se
atreve a hablar de lo que se sustrae a la verificación de los laboratorios humanos? A
muchos, incluso en ciertos ambientes de la teología, les parece una fábula del pasado hablar
del cielo y del infierno. ¿No ha sustituido la ciencia a la fe, la seguridad social a la
esperanza y la organización estatal a la caridad? ¿Qué predicador se atreve hoy a
escandalizar nombrando las verdades escatológicas? Hoy hablar de la resurrección causa,
en vez de la risa del Areópago de Atenas (He 17,32), la sonrisa, que es una burla mayor,
por el sarcasmo y conmiseración que encierran.
Y, sin embargo, hoy como entonces, sigue siendo verdad la palabra de San Pablo:
"Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo,
vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe...Si nuestra esperanza en Cristo acaba
con esta vida, somos los hombres mas desgraciados" (1Cor 15,16-19). Si no hay vida
eterna, toda la fe cristiana es falsa. Se derrumba la teología entera y, lo que es más grave, la
vida cristiana pierde todo sentido. El martirio, la virginidad, el amor indisoluble de los
esposos, la entrega de la vida al servicio de los otros, el amor al enemigo, dar los bienes a
los pobres, la liturgia...¿no se vacía todo de contenido? Pero si no hay vida eterna y todo
acaba con la muerte, ¿qué es el hombre? Y, podemos preguntar también, sin vida eterna,
¿Dios es Dios?
Si Cristo no ha resucitado y, por tanto, no existe para los hombres ninguna
esperanza de resurrección y de vida eterna, los cristianos son los más desgraciados de todos
los hombres, dice San Pablo. Pero la verdad es que si el hombre no resucita a una vida
eterna, el hombre es el ser más desgraciado de todos los seres. ¿Qué sentido tiene afirmar
que la grandeza del hombre consiste en ser el único que sabe que muere? ¿Qué valor tiene
ese privilegio de la inteligencia, si no es para descalificar de antemano la vida con la
constante amenaza de su aniquilación? Todos los demás seres están perfectamente
adaptados al proceso natural de nacimiento, reproducción y muerte. Todos menos el
hombre, que se resiste a morir, que posee una misteriosa aspiración a perdurar, a superar
sus límites. Si fracasa en esta aspiración, si muere completamente cuando muere, aunque
con los adelantos de la ciencia prolongue unos años más la vida, habrá que decir que es el
más desdichado de todos los mortales.287
Frente a este mundo actual, pragmático y materialista, dividido entre una confianza
ilimitada en el progreso técnico y la angustiosa decepción de todos los valores humanos,
frente a este hombre angustiado por el deseo de vivir y el terror a la muerte, el cristiano está
llamado a "dar razón de su esperanza" (1P 3,15). El cristiano está llamado a ser testigo, con
su palabra y con su vida, de la resurrección y de la vida eterna.
"La resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y
vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como
fundamental por la Tradición y predicada como parte esencial del Misterio Pascual al
mismo tiempo que la Cruz" (CEC 638). "Creer en la resurrección de los muertos ha sido
desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana...Somos cristianos por creer en
ella (Tertuliano)" (991). Y llamados a proclamarlo "con el anuncio de Cristo comunicado
con el testimonio de la vida y de la palabra" (905).
Cuando Jesús fue levantado a los cielos, en presencia de sus Apóstoles, y una nube
lo ocultó a sus ojos, estando ellos mirando fijamente al cielo mientras El se iba, se les
aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Galileos, ¿qué hacéis ahí
mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así como le habéis
visto subir al cielo" (He 1,10-11). Estamos en la hora en que es preciso mirar fijamente al
cielo para ver a Cristo Resucitado como Kyrios, Señor de la muerte, y, luego, bajar del
monte y recorrer la tierra entera como "testigos suyos", anunciando con la fuerza del
Espíritu Santo la vida eterna (He 1,8). Esta es la fe que mantiene a los catequistas e
itinerantes del Camino Neocatecumenal en la misión.
Esta fe carga de sentido escatológico la vida presente. El futuro ya está en el
presente de la vida personal y comunitaria, en el correr actual de la historia. Sólo el futuro
de vida eterna da sentido al tiempo presente con todas sus vicisitudes de embarazo, de
espera gozosa, de privaciones, de conflictos, de actividad y fracasos. El tiempo presente es
ya tiempo escatológico. Sólo espera el alumbramiento del hijo quien siente en su vientre su
presencia. Esta fe hace del presente un kairós. Para el cristiano el momento presente,
grávido de la gracia de Cristo muerto y resucitado y que viene con gloria y potencia, es
fecundo de frutos de vida para el mundo. La escatología no aliena al cristiano del presente y
del mundo, sino que le sumerge en el mundo como fermento que transforma todas sus
realidades, como sal que da sentido y sabor a toda su vida.
Creer en Dios Padre, como origen de la vida; creer en Jesucristo, como vencedor de
la muerte; creer en el Espíritu Santo, como Espíritu vivificante en la Iglesia, donde
experimentamos la comunión de los santos y el perdón de los pecados, causa de la muerte,
nos da la certeza de la resurrección y de la vida eterna. La vida surgida del amor de Dios,
manifestado en Jesucristo e infundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo, es vida
eterna, pues "su amor es más fuerte que la muerte":
"El Señor ora al Padre: 'Quiero que donde estoy yo, estén también ellos, para que
vean mi gloria' (Jn 17,24), deseando que a quienes plasmó y formó, estando con El,
participen de su gloria. Así plasmó Dios al hombre, en el principio, en vistas de su gloria;
eligió a los patriarcas en vistas de la salvación; formó y llamó a los profetas para habituar
al hombre sobre la tierra a llevar su Espíritu y poseer la comunión con Dios...Para quienes
le eran gratos diseñaba como arquitecto el edificio de la salvación; guiaba en Egipto a
quienes no le veían; a los rebeldes en el desierto les dio una ley adecuada; a los que
entraron en la tierra les procuró una propiedad apropiada; para quienes retornaron al
Padre mató un 'novillo cebado' y les dio el 'mejor vestido', disponiendo así, de muchos
modos, al género humano a la música (Lc 15,22-23.25) de la salvación...Pues Dios es
poderoso en todo: fue visto antes proféticamente, luego fue visto adoptivamente en el Hijo,
y será visto paternalmente en el Reino de los cielos (1Jn 3,2; 1Co 13,12); pues el Espíritu
prepara al hombre para el Hijo de Dios, el Hijo lo conduce al Padre, y el Padre le da la
incorrupción para la vida eterna, que consiste en ver a Dios".288
La muerte es consecuencia del pecado. El hombre, llamado a la vida por Dios,
quiere alcanzar por sí mismo, contra Dios, el árbol de la vida. Al intentarlo halla la muerte.
Así "por un hombre entró el pecado en el mundo y, por el pecado, la muerte" (Rm 5,12). En
esta muerte entra Cristo, como nuevo Adán, y sale vencedor de la muerte. "Se humillo
hasta la muerte y muerte de cruz" (Flp 2,8); por esta kenosis, en obediencia al Padre, Jesús
venció el poder de la muerte (Cf. 2Tm 1,10; Hb 2,14); la muerte, de esta manera, ha
perdido su aguijón (1Cor 15,55). El que cree en Cristo "ha pasado de la muerte a la vida"
(Jn 5,24) pues "el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en
mí, no gustará la muerte por siempre" (Jn 11,25-26), siendo el mismo Cristo "la
resurrección y la vida" (Jn 11,25;14,6).
"Si es verdad que Cristo nos resucitará 'el último día', también lo es, en cierto
modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En efecto, gracias al Espíritu Santo,
la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte y resurrección
de Cristo" (CEC 1002). "Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participan ya
realmente de la vida celestial de Cristo resucitado... Alimentados en la Eucaristía con su
Cuerpo, nosotros pertenecemos ya al Cuerpo de Cristo" (1003).289
Cristo ha venido en nuestra carne, se ha manifestado vencedor de la muerte en su
resurrección y ha derramado su Espíritu sobre la Iglesia, como el don de bodas a su Esposa.
Y la Iglesia, gozosa y exultante canta el Aleluya pascual. Pero el Espíritu y la Esposa, en su
espera anhelante de la consumación de las bodas, gritan: ¡Maranathá! La Iglesia, en su
peregrinación, vive continuamente la tensión entre el Aleluya y el Maranathá. Ahora ya
vemos al Señor entre nosotros, pero le "vemos como en un espejo" y anhelamos "verle cara
a cara" (1Cor 13,12). Ahora "ya somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado lo que
seremos. Sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a El, porque le veremos
tal cual es" (1Jn 3,1-2). Como escribe Pablo:
"En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.
Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis
un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: ¡Aba, Padre! El Espíritu mismo se
une a nuestro espíritu para testimoniarnos que somos hijos de Dios y coherederos de
Cristo, ya que sufrimos con El, para ser también con El glorificados. Porque estimo que
los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de
manifestar en nosotros. Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la
revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no
espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la
servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no
sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos
gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. Porque hemos sido
salvados en esperanza" (Rm 8,14-24).
Con Cristo se ha puesto en marcha la nueva era de la historia de la salvación: la
plenitud de los tiempos. En Cristo, don del Padre al hombre y al mundo, el hombre y la
creación entera encuentran su plenitud escatológica. Por su unión a Cristo muerto y
resucitado, el cristiano, por su bautismo, no vive ya en la condición de la "carne", sino bajo
el régimen nuevo del Espíritu de Cristo (Cf. Rm 7,1-6). Por ello, la Iglesia, en su fase
actual, es sacramento de salvación, es decir, encarna la salvación de Cristo, que se derrama
de ella sobre toda la humanidad y sobre toda la creación. Pero aún la Iglesia, y con ella la
humanidad y la creación, espera la manifestación de la gloria de los hijos de Dios en el final
de los tiempos. El "hombre nuevo" y la "nueva creación", inaugurada en el misterio pascual
de Cristo, mientras canta el aleluya, vive los dolores de parto y grita ¡maranathá!,
anhelando la consumación de la "nueva humanidad" en la resurrección de los muertos en la
Parusía del Señor de la gloria. Esta es la tensión de la Iglesia, nuestra tensión: gozar y
cantar lo que ya somos y sufrir y anhelar por aquello que seremos, a lo que estamos
destinados: "Por tanto, mientras habitamos en este cuerpo, vivimos peregrinando lejos del
Señor" (2Cor 5,6) y, aunque poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro
interior y ansiamos estar con Cristo (Cf. Flp 1,23).
"En la liturgia terrena pregustamos y participamos en aquella liturgia celestial que
se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos,
donde Cristo está sentado a la derecha del Padre, como ministro del santuario y del
tabernáculo verdadero; cantamos un himno de gloria al Señor con todo el ejército
celestial" (CEC 1090). "En esta liturgia eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar
cuando celebramos el Misterio de la salvación en los sacramentos" (1139).
"La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de
nuestro caminar aquí abajo" (163). "Ahora, sin embargo, 'caminamos en la fe y no en la
visión' (2Cor 5,7), y conocemos a Dios 'como en un espejo, de una manera...imperfecta'
(1Cor 13,12). Luminosa por aquel en quien cree, la fe es vivida con frecuencia en la
oscuridad" (164). "Cuando la Iglesia ora diciendo 'Padre nuestro que estás en el cielo,
profesa que somos el Pueblo de Dios 'sentado en el cielo, en Cristo Jesús' (Ef 2,6), 'ocultos
con Cristo en Dios' (Col 3,3), y, al mismo tiempo, 'gemimos en este estado, deseando
ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celestial' (2Cor 5,2)" (2796).
La existencia del cristiano, -se confiesa en el Camino Neocatecumenal-, es
escatológica; está transida por la Vida Eterna y desemboca en la plenitud de ella. Rasgos de
la existencia escatológica son todos aquellos que no encajan en los criterios de quien
prescinde de Dios y reduce su vida y esperanzas a este mundo. A la luz de la fe en la
escatología se iluminan tantas experiencias de las Comunidades, como la aceptación de la
cruz y el dolor, como camino de salvación y encuentro con la luz radiante del rostro de
Dios, la renuncia a los bienes como seguridad de la vida, la apertura a la vida, la no
resistencia al mal, remitiendo la justicia a Dios, el dejar "familia y patria" para vivir como
itinerantes, "viviendo sin patria propia y sintiéndose en cualquier lugar en su propia
patria",290 es decir, estando en este mundo como peregrinos, al sentirse ciudadanos del
cielo...
d) JUICIO
Pero una condenación rigurosa aguarda a los hipócritas (Mc 12,40p), a quienes se
han negado a escuchar la predicación de Jesús (Mt 11,20-24), a los incrédulos que,
escuchando, no se han convertido (Mt 12,39-42), a quienes no acojan a sus enviados (Mt
10,14s), que son enviados a las naciones "sin oro, ni plata, ni alforja, ni dos túnicas, ni
sandalias, ni bastón" (Mt 10,9s), "como los hermanos más pequeños de Jesús", con quienes
El se identifica (Mt 25,35-46):
"Cristo es formado, por la fe, en el hombre interior del creyente, el cual es llamado
a la libertad de la gracia, es manso y humilde de corazón, y no se jacta del mérito de sus
obras, que es nulo, sino que reconoce que la gracia es el principio de sus méritos; a éste
puede Cristo llamar su humilde hermano, lo que equivale a identificarlo consigo mismo,
ya que dice: 'cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo
hicisteis'. Cristo es formado en aquel que recibe la forma de Cristo, y recibe la forma de
Cristo el que vive unido a El con un amor espiritual".317
El infierno, siempre posible para todos, da seriedad a la vida y es garantía de
libertad. Su existencia además da fuerza e impulso misionero a quien se ha visto merecedor
de él por sus pecados y se siente alcanzado por la gracia de Cristo. Quisiera que lo mismo
llegara a todos los hombres. Sin el infierno, todo se convierte en apariencia, juego; nada es
real. Ya San Justino decía:
"Y no se nos objete lo que suelen decir los que se tienen por filósofos: que cuanto
afirmamos sobre el castigo reservado a los impíos en el fuego eterno no es más que ruido y
fantasmagorías; a estos respondemos que si no es como nosotros decimos, o Dios no existe
o, si existe, no se cuida para nada de los hombres; y ni la virtud ni el vicio serían nada".318
El que cree tiene vida eterna, "pero el que no cree, ya está condenado, porque no ha
creído en el Nombre del Hijo de Dios. Y el juicio está en que vino la luz al mundo y los
hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas" (Jn 3,18-21).
Dios, en Cristo, ofrece la luz y la vida al hombre. Pero el amor y la salvación no se
imponen. Dios respeta absolutamente la libertad del hombre. Le ofrece gratuitamente, en
Cristo, su amor y salvación, pero deja al hombre la libertad de acogerlo o rechazarlo.319 Es
más, el amor de Dios capacita al hombre para acoger el don, pero sin anularle la libertad y,
por ello, dejándole la posibilidad de rechazar el amor. La idea del infierno, como
condenación eterna, puede chocar con la lógica sentimental del hombre, pero es necesario
para comprender a Dios, a Cristo, al Espíritu Santo, a la Iglesia y al hombre. El infierno
existe y es eterno, como aparece en el Evangelio320 y en los escritos apostólicos.321
"La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad" (CEC
1035). "Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del
infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar su
libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento
apremiante a la conversión" (1036). "Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión
sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea
ininterrumpida para toda la Iglesia que 'recibe en su propio seno a los pecadores' y que
siendo 'santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la
penitencia y la renovación' (LG 8)" (CEC 1428).
El infierno es la negación de Dios, que constituye la bienaventuranza del hombre.
Por ello, el infierno es la imagen invertida de la gloria. Al "ser en Cristo", se opone el ser
apartado de Cristo, "no ser conocido por Él" (Mt 7,23), sin comunión con Él; al "entrar en
el Reino" se opone el "quedar fuera" (Lc 13,23-27); al "sentarse en el banquete"
corresponde el ser excluido de él, "no participar en el banquete" (Lc 13,28-29; Mt 22,13); el
novio "no conoce a las vírgenes necias y se quedan fuera, se les cierra la puerta"; el infierno
es "perder la herencia del Reino" (1Cor 6,9-10; Ga 5,21), "no ver la vida" (Jn 3,36)...Si el
cielo es "vida eterna", el infierno es "muerte eterna" o "segunda muerte". San Ireneo así lo
dice en su tan citado libro contra la herejías de su tiempo y de todos los tiempos:
"Quienes hayan huido de la luz (Jn 3,19-21;12,46-48; 1Jn 1,5-6) tendrán un lugar
digno de su fuga. En efecto, hallándose en Dios todos los bienes, quienes por propia
decisión huyen de Dios se privan de todos los bienes. Quienes huyen del reposo vivirán
justamente en la pena y quienes hayan huido de la luz vivirán justamente en las tinieblas
eternas, por haberse procurado tal morada. La separación de Dios es la muerte; la
separación de la Luz es la tiniebla...Y como eternos y sin fin son los bienes de Dios, por
eso su privación es eterna y sin fin (Jn 12,18; 3,18; Mt 25,34.41 .46). Por eso dice el
Apóstol: 'Porque no acogieron el amor de Dios, para ser salvados, Dios les enviará un
poder seductor que les hará creer en la mentira, para que sean condenados todos los que
no creyeron en la verdad y prefirieron la iniquidad' (2ts 2,10-12)".322
El infierno es la "segunda muerte" (Ap 20,14-15), es decir, el voluntario encerrarse
en sí mismo, rechazando a Cristo, amor del Padre. De este modo el hombre pecador
extravía la llave que podría abrirle las puertas del infierno (Ap 1,18; 3,7). La muerte eterna
brota, pues, da la profundidad del pecado del hombre. No vale decir "Dios es demasiado
bueno para que exista el infierno", pues para que "exista el infierno" no es preciso que Dios
lo haya querido o creado; basta que el hombre, siendo libre, realice su vida al margen de
Dios, quien respeta esa libertad y la ratifica una vez terminado el tiempo de la misericordia
de Dios, que es plazo de la vida terrena para cada persona. Y como Dios es vida, lo que
nace del rechazo de Dios es la muerte eterna.323
El juicio final, para el Evangelio de Juan, no hará más que manifestar en plena luz la
discriminación operada ante Cristo desde ahora en el secreto de los corazones.
"Los espejos limpios reflejan la imagen de los rostros tal como son: imágenes
alegres de rostros alegres, imágenes tristes de rostros sombríos, sin que nadie pueda
reprochar al espejo reflejar una imagen sombría si su rostro lo está. De modo análogo, el
justo juicio de Dios se acomoda a nuestro estado. ¡Se comporta con nosotros como
nosotros nos hemos comportado! Dice: '¡Venid, benditos!' o '¡Apartaos, malditos!' (Mt
25,34.41). Obtienen misericordia por haber sido misericordiosos; y los otros reciben la
maldición por haber sido ellos duros con su prójimo. El rico Epulón, al no tener piedad del
pobre, que yacía junto a su puerta lleno de aflicciones, se privó a sí mismo de la
misericordia al tener necesidad de ella (Lc 16,19-31). Una gota de misericordia no puede
mezclarse con la crueldad. Pues, '¿qué unión cabe entre la luz y las tinieblas?' (2Cor 1,14).
Por ello se dijo asimismo que 'el hombre cosechará lo que siembre: quien siembra en la
carne cosechará la corrupción, mientras que quien siembra en el Espíritu cosechará la
vida eterna' (Ga 6,7-8)".324
El juicio del último día significa, por tanto, que al final de los tiempos se hará
patente la verdad definitiva sobre Dios y los hombres, la verdad que es Jesucristo.
Mirando "al que traspasaron" aparecerá quien "está con Cristo y quien está contra El" (Mt
7,21; 12,30; 21,28p).
"Qué significa la amenaza del fuego eterno (Mt 25,41) lo insinúa el profeta Isaías,
al decir: 'Id a la lumbre de vuestro propio fuego y a las brasas que habéis encendido' (Is
50,11). Creo que estas palabras indican que cada uno de los pecadores enciende la llama
del propio fuego, no siendo echado a un fuego encendido por otros: Yesca y alimento de
este fuego son nuestros pecados, designados por el Apóstol 'madera, heno, paja' (1Cor
3,12), de modo que cuando el pecador ha reunido en sí gran número de obras malas y
abundancia de pecados, toda esta cosecha de males al tiempo debido hierve para el
suplicio y arde para la pena".325
"¡Pues ningún otro acusador tendrás ante ti aquel día, fuera de tus mismas
acciones! Cada una de ellas se presentará con su peculiar cualidad: adulterio, hurto,
fornicación..., apareciendo cada pecado con su inconfundible característica, con su tácita
acusación. 'Bienaventurados, en cambio, los misericordiosos, porque alcanzarán
misericordia'(Mt 5,7)".326
g) VISION DE DIOS
La fe cristiana llama justamente "vida eterna" a la victoria del amor sobre la muerte.
Esta vida eterna consiste en la visión de Dios, incoada en el tiempo de la fe y consumada
en el "cara a cara" del Reino. Pero visión, -"ver a Dios", "conocer a Dios cara a cara"-,
recoge toda la fuerza del verbo conocer en la Escritura. No se trata del conocer intelectual,
sino de convivir, de entrar en comunión personal, gozar de la intimidad, compartiendo la
vida de Dios, participando de la divinidad:"seremos semejantes a El porque le veremos tal
cual es" (1Jn 3,2). Conocer a Dios es recibir su vida, que nos deifica:"Esta es la vida eterna:
que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo" (Jn
17,3).331
El estar con Cristo, vivir en Cristo, que nos da la fe y el bautismo, es el comienzo de
la resurrección, como superación de la muerte.332 Este diálogo de la fe es vida que no puede
destruir ni la muerte: "Pues estoy seguro que ni la muerte...podrá separarnos del amor de
Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rm 8,38-39). San Policarpo puede
bendecir a Dios en la hora de su martirio:
"¡Señor, Dios omnipotente, Padre de tu amado y bendito siervo Jesucristo, por
quien hemos nacido de ti, yo te bendigo por haberme considerado digno de esta hora y
poder ser contado entre tus mártires, tomando parte en el cáliz de Cristo (Mt 20,22-
23;26,39) para resurrección de vida eterna, mediante la incorrupción del Espíritu Santo!
(Rm 8,11). Sea yo recibido hoy con ellos en tu presencia, como sacrificio aceptable,
conforme previamente me lo preparaste y me lo revelaste, cumpliéndolo ahora Tú, el
infalible y verdadero Dios".333
La visión de Dios es el cumplimiento del deseo que Jesús expresa en su oración:
"Padre, los que Tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que
contemplen mi gloria, la que me has dado porque me has amado antes de la creación del
mundo" (Jn 17,24). Más aún, que lleguen a "ser uno como nosotros", "como Tú, Padre, en
mí y yo en Ti, que ellos también sean uno en nosotros...,para que el mundo sepa que los has
amado a ellos como me has amado a mí" (Jn 17,11. 21-23).
"¿Qué nos dio aquí?¿Qué recibisteis? Nos dio la exhortación, nos dio su palabra,
nos dio la remisión de los pecados; recibió insultos, la muerte, la cruz. Nos trajo de
aquella parte bienes y, de nuestra parte, soportó pacientemente males. No obstante nos
prometió estar allí de donde El vino, diciendo: 'Padre, quiero que donde voy a estar, estén
también conmigo los que me has dado' (Jn 17,24) ¡Tanto ha sido el amor que nos ha
precedido!. Porque donde estábamos nosotros El también estuvo, dónde El está tenemos
que estar también nosotros. ¿Qué te ha prometido Dios, oh hombre mortal? Que vivas
eternamente. ¿No lo crees? Créelo, créelo. Es más lo que ya ha hecho que lo que ha
prometido. ¿Qué ha hecho? Ha muerto por ti. ¿Qué ha prometido? Que vivirás con El. Es
más increíble que haya muerto el eterno que el que un mortal viva eternamente. Tenemos
ya en mano lo que es más increíble. Si Dios ha muerto por el hombre, ¿no ha de vivir el
hombre con Dios? ¿No ha de vivir el mortal eternamente, si por él ha muerto Aquel que
vive eternamente? Pero, ¿cómo ha muerto Dios y por qué medio ha muerto? ¿Y puede
morir Dios? Ha tomado de ti aquello que le permitiera morir por ti. No hubiera podido
morir sin ser carne, sin un cuerpo mortal: se revistió de una sustancia con la que poder
morir por ti, te revestirá de una sustancia con la que podrás vivir con El. ¿Dónde se
revistió de muerte? En la virginidad de la madre. ¿Dónde te revestirá de vida? En la
igualdad con el Padre. Aquí eligió para sí un tálamo casto, donde el esposo pudiera unirse
a la esposa (2Cor 11,2; Ef 5,22-23...). El Verbo se hizo carne (Jn 1,14) para convertirse en
cabeza de la Iglesia (Ef 1,22-23; Col 1,18). Algo nuestro está ya allá arriba, lo que El
tomó, aquello con lo que murió, con lo que fue crucificado: ya hay primicias tuyas que te
han precedido, ¿y tú dudas de que las seguirás?".334
El Hijo entregará al Padre los elegidos salvados por El (1Cor 15,24), pasándoles de
su Reino al Reino del Padre (Mt 25,35). "Entonces los justos brillarán como el sol en el
Reino de su Padre" (Mt 13,43):
"El justo recibirá un 'cuerpo celeste' (1Cor 15,40), capaz de estar en compañía de
los ángeles con el 'vestido' limpio de su cuerpo, recibido en el bautismo, al ser inscrito en
el libro de la vida (Ap 3,4-5). La otra vida es una espiritual cámara nupcial".335
Esta es la esperanza cristiana: "vivir con Cristo eternamente" (Flp 1,23). Esta es la
fe que profesamos: "los muertos en Cristo resucitarán...yendo al encuentro del Señor...y así
estaremos siempre con el Señor" (1Ts 4,16-17). "Porque Cristo murió y resucitó para ser
Señor de vivos y muertos" (Rm 14,9). Estar en Cristo con el Padre en la comunión del
Espíritu Santo con todos los santos es la victoria plena del Amor de Dios sobre el pecado y
la muerte: es la vida eterna:
"Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo. El que
se sienta en el trono acampará entre ellos. Ya no pasarán hambre ni sed, ni les hará daño
el sol ni el bochorno. Porque el Cordero, que está delante del trono, será su Pastor, y los
conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos (Ap 7,15-
17).
'¿Quién es el hombre, que apetece la vida y anhela ver días felices?' (Sal 34,13). El
profeta se refiere, no a esta vida, sino a la verdadera vida, que no puede ser cortada por la
muerte. Pues 'ahora -dice el Apóstol- vosotros estáis muertos y vuestra vida está escondida
con Cristo en Dios; pero cuando Cristo, vuestra Vida, se manifieste, también vosotros
apareceréis con El en la gloria' (Col 3,3-4). Cristo es, pues, nuestra verdadera vida,
siendo ésta vivir en El...De aquí que cuando oyes hablar de 'días felices' no debes pensar
en la vida presente, sino en los sábados alegres, santos, hechos de días eternos...Ya desde
ahora, el justo bebe 'agua viva' (Jn 4,11;7,37-39), pero beberá más abundantemente de
ella, cuando sea ciudadano de la Ciudad de Dios (Ap 7,17;21,6;22, 1.17), es decir, de la
asamblea de quienes viven en los cielos, constituyendo todos la ciudad alegrada por la
inundación del Espíritu Santo, estando 'Dios en medio de ella para que no vacile' (Sal
45,6)...Allí, encontrará el hombre 'su reposo' (Sal 114,7), al terminar su carrera de la fe y
recibir la 'corona de justicia' (2Tm 4,7-8). Un reposo, por lo demás, dado por Dios no
como recompensa de nuestras acciones, sino gratuitamente concedido a quienes esperaron
en El".336
"Esta será la meta de nuestros deseos, amaremos sin hastío, alabaremos sin
cansancio. Este será el don, la ocupación común a todos, la vida eterna. Pues, como dice el
salmo, 'cantarán eternamente las misericordias del Señor' (Sal 88,2). Por cierto, aquella
Ciudad no tendrá otro cántico más agradable que éste, para glorificación del don gratuito
de Cristo, por cuya sangre hemos sido liberados. Allí se cumplirá aquel 'descansad y ved
que yo soy el Señor' (Sal 45,11). Este será el sábado máximo, que no tiene ocaso;
descansaremos, pues, para siempre, viendo que El es Dios, de quien nos llenaremos
cuando 'El sea todo en todos'. En aquel sábado nuestro, el término no será la tarde sino el
Día del Señor, como octavo día eterno, que ha sido consagrado por la Resurrección de
Cristo, santificando el eterno descanso. Allí descansaremos y contemplaremos,
contemplaremos y amaremos, amaremos y alabaremos".337
Un solo amor de Dios, un solo Espíritu unirá a todos los bienaventurados en un solo
Cuerpo de Jesucristo, en la gloria de Dios y de sus obras, el cielo nuevo y la tierra nueva (Is
65,17; 66,22; 2P 3,13):
"Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra
han pasado, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía
del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y
escuché una voz potente que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios con los
hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos y será su
Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte ni luto ni dolor. Porque lo de
antes ha pasado. Y el que estaba sentado en el trono dijo: Todo lo hago nuevo" (Ap 21,2-
5).
1
Alocución al VI Simposio del Consejo de las Conferencia Episcopales de Europa,
L'Osservatore Romano, 12 de octubre de 1985.
2
R. Blázquez, Las Comunidades Neocatecumenales. Discernimiento teológico,
Bilbao 1988, p. 15..
3
Prueba de ello Catecismo), dos años después pidió que se añadiesen al volumen
las citas del CEC que confirman las catequesis.es el hecho de que la Congregación para la
Doctrina de la Fe, que había recibido la primera redacción de estas Líneas teológicas
fundamentales del Camino Neocatecumenal el 10 de diciembre de 1992 (por tanto antes de
la publicación del Catecismo), dos años después pidió que se añadiesen al volumen las
citas del CEC que confirman las catequesis.
4
Pablo VI, audiencia general del 12 de enero de 1977 (Insegnamenti di Paolo VI,
15, 1977). El texto lleva como título "Después del bautismo" y el Papa lo dedicó "ex
profeso" a las Comunidades neocatecumenales presentes (citamos el texto de la
transcripción original de Radio Vaticana).
5
Francisco Argüello (Kiko) y Carmen Hernández son los iniciadores del Camino
Neocatecumenal..
6
R. BLAZQUEZ, Las comunidades neocatecumenales. Discernimiento teológico,
Bilbao 1988, p.15.
7
Juan Pablo II, carta "Ogniqualvolta" al venerado hermano Mons. Paul Josef
Cordes, encargado "ad personam" para el apostolado de las Comunidades
neocatecumenales, vicepresidente del Pontificio Consejo de Laicos, del 30 de agosto de
1990 (AAS 82 (1990) 1513. También en el Catecismo se afirma: "El ministerio de la
catequesis saca energía siempre nuevas de los concilios" (CEC 9). "No es extraño, por
ello, que, en el dinamismo del Concilio Vaticano II, la catequesis de la Iglesia haya atraído
de nuevo la atención" (CEC 10).
8
Así leemos en el CEC: "En el lenguaje cristiano, la palabra Iglesia designa no
sólo la asamblea litúrgica, sino también la comunidad local o toda la comunidad universal
de los creyentes. Estas tres significaciones son inseparables de hecho. La Iglesia es el
pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades
locales y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la
Palabra y del Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo"
(752).
9
Cf Catecumenato postbattesimale, en Notitiae 95-96 (1974)229s.
10
AAS 55(1963)848-849.
11
Juan Pablo II, Catechesi tradendae, 5.
12
Cf Rm 5,12. El Concilio de Trento (DSch 1512), citado por CEC 403, habla de la
"muerte del alma": "Siguiendo a San Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa
miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte son
incomprensibles sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha
transmitido un pecado con que todos nacemos afectados y que es 'muerte del alma'".
13
Como existe una "pedagogía divina" en la revelación de sí mismo (Cf, por
ejemplo, CEC 53,122,684,708,1950,2339...), un camino de "avances y progresos" (S.
Gregorio Nacianceno, Or. theol. 5,26; CEC 684), así también se hay una pedagogía en la
Iglesia en la Iniciación cristiana, que introduce gradualmente al catecúmeno en la plenitud
de la vida de gracia.
14
Cf también la Institutio Generalis Missalis Romani, 9 y el Ordo Lectionum
Missae, 3,12.
15
A. GREA, La saint liturgie, París 1909, p.2.;Cf. SC, n.84)..
16
Inst.. de la S. Congregación de la Educación Católica, In ecclesiasticam
futurorum, 44, sobre la formación litúrgica en los Seminarios del 3-6-79.
17
Juan Pablo II, Christifideles, 33..
18
R. BLAZQUEZ, o.c.,p. 79.
19
La fe como actitud creyente ("fides qua"), que lleva al Neocatecúmeno a apoyar
confiadamente su vida en Dios, es al mismo tiempo fe objetiva ("fides que), creencia y
asentimiento a los contenidos de la fe confesados en el Credo.
20
Cf. Catechesi tradendae, n. 31. Esto mismo hizo ya San Agustín en su época "con
su famosa obra De catechizandis rudibus" (Cf. Catechesi tradendae, n. 59).
21
Esto explica algunas expresiones de las Catequesis iniciales, que fuera de este
contexto pudieran parecer chocantes, pero que responden a lo que el Papa Pablo VI decía
precisamente a las Comunidades Neocatecumenales en la audiencia del 12-1-1977: "El
mundo está sordo y es necesario elevar la voz, es necesario encontrar la manera de
hacerse entender, es necesario insistir, es necesario convocar a todos a una nueva
escuela".
22
El Papa Pablo VI, en la audiencia a las Comunidades el 12-1-1977, les habló
elogiosamente del "método de evangelización gradual e intensivo", y El Papa Juan Pablo
II se lo ha repetido en otras muchas ocasiones: "os dedicáis a una tarea a la que la Iglesia
atribuye una gran importancia: la edificación en la fe de la comunidad eclesial a través de
una catequesis sistemática, sólida, progresiva" (16-10-1980).
23
Cf. Evangelii nuntiandi, n.54; Catechesi tradendae, n.44.
24
S. Atanasio, Cartas pascuales 5,1..
25
Cf DSch 246.
26
Audiencia concedida a Dom B. Capelle, abad del monasterio de Mont Cesar,
quien la publica en La Saint-Siège et le moviment liturgique, Lovaina 1936, p.22.
27
C. KERN, citado por I.H. DALMAIS, en A.G. MARTIMORT, La Iglesia en
oración, Barcelona 1988, p.251.
28
Cf también CEC 88,89,1074,1124,2652.
29
Cf LG 6ss; CEC 751-757..
30
Cf además CEC 1150-1152;1101,1127..
31
B. CAPELLE, Travaux liturgiques de doctrine d'histoire I, Lovaina 1955, p.40..
32
In Rm, c.8, let. L.
33
Cf CEC 343,356,635,1989-1992.
34
"Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo
llama y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal" (CEC 410). "Dios, en un
designio de pura bondad, ha creado libremente al hombre para que tenga parte en su vida
bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre. Le llama y
le ayuda a buscarlo, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los
hombres, que el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. Lo hace mediante su
Hijo que envió como Redentor y Salvador al llegar la plenitud de los tiempos. En El y por
El, llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción y, por tanto, los
herederos de su vida bienaventurada".
35
Cf. Col 3,10; 1Cor 15,49; Ef 1,3-14; 2Cor 3,18; flp 3,21.
36
La realidad del hombre esclavo del pecado se explicita en todos los Kerigmas,
Cf. Catequesis iniciales 6ª y 7ª y Kerigmas de toda convivencia..
37
Cf Concilio de Trento: DS 1511.
38
Ibíd. DS 1512.
39
Cf. el encuentro con las Comunidades de la Parroquia de N.S. del SS.
Sacramento e Santi Martiri Canadesi el 2-XI-1980: L'Osservatore Romano 3-4-XI-1980..
40
Cf CEC 1432,1851 y 2839..
41 Sobre este punto pueden verse las catequesis de la Convivencia del 2º Escrutinio
y Los Anuncios de Cuaresma..
42
"Con frecuencia el ateísmo se funda en una concepción falsa de la autonomía
humana, llevada hasta el rechazo de toda dependencia respecto a Dios" (CEC 2126). "En
este pecado, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios y, por ello, despreció a
Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios...Por la seducción del diablo quiso ser como
Dios, pero sin Dios, antes que Dios y no según Dios" (398). "La acción de tentar a Dios
consiste en poner a prueba, de palabra o de abra, su bondad y su omnipotencia" (2119)..
43
A continuación el CEC cita estas palabras de Newman: "El dinero es el ídolo de
nuestro tiempo. A él rinde homenaje 'instintivo la multitud, la masa de los hombres. Estos
miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad...
Todo esto se debe a la convicción de que con la riqueza se puede todo. La riqueza por
tanto es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro... La notoriedad, el
hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de
prensa), ha llegado a ser considerada como un bien en sí mismo, un bien soberano, un
objeto de veneración" (J.H. NEWMAN, Discourses to mixes congregations, 5, sobre la
santidad)..
44
Cf Catequesis iniciales 3ª, Convivencia de Santo Domingo de enero de 1992 y
Anuncio de Cuaresma de 1992...
45
M. PICARD, La huida de Dios, Madrid 1962, p.17.
46
Citado por J. DANIELOU, en Dios y nosotros, Madrid 1966, p.9.
47
Cf Los Kerigmas de todos los pasos y convivencias, donde nunca falta.
48
"Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira, Satanás, el
seductor del mundo entero, es aquel por medio del cual el pecado y la muerte entraron en
el mundo y, por cuya definitiva derrota, toda la creación entera será liberada del pecado y
de la muerte" (CEC 2852). "Cristo bajó a la profundidad de la muerte..., 'aniquiló
mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo y libertó a cuantos, por el
temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud' (Hb 2,14-15)" (635). "Por
su Pasión, Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció la vida nueva en el Espíritu
Santo. Su gracia restaura en nosotros lo que el pecado había deteriorado" (1708).
49
Cf, entre otras, la catequesis sobre la familia en la etapa de la Traditio y las
catequesis del "Itinerario de preparación al matrimonio". Ver, particularmente,
Convivencia de principio de curso de 1984 y la de 1991..
50
Cf CEC 272,371,1604.
51
JUAN PABLO II, Homilía durante la misa con las Comunidades
neocatecumenales, L'Osservatore Romano del 31-12-1988.
52
Cf Humanae vitae, Familiaris consortio, Mulieris dignitatem....
53
Homilía para la clausura del VI Sínodo de los obispos, AAS 72(1980)1083.
54
Cf Familiaris consortio 33.
55
Sobre la virginidad pueden verse las catequesis vocacionales de las
peregrinaciones de jóvenes a Zaragoza (España), a Czestochowa (Polonia) y a Denver
(USA).
56
Contra gentiles IV, 58..
57
A las Comunidades Neocatecumenales en la Parroquia de Santa María Goretti,
el 31-1-1988. Y el CEC afirma: "La virginidad por el Reino de los cielos es un desarrollo
de la gracia bautismal, un signo poderoso de la preeminencia del vínculo con Cristo, de la
ardiente espera de su retorno, un signo que recuerda también que el matrimonio es una
realidad que manifiesta el carácter pasajero de este mundo" (1619).
58
De virginitate VI, 34.
59
SAN AGUSTIN, Sermón 304,3.
60
"Cristo es el centro de toda vida cristiana. El vínculo con El ocupa el primer
lugar entre todos los demás vínculos, familiares o sociales. Desde los comienzos de la
Iglesia ha habido hombres y mujeres que han renunciado al gran bien del matrimonio para
seguir al Cordero dondequiera que vaya, para ocuparse de las cosas del Señor, para tratar
de agradarle, para ir al encuentro del Esposo que viene. Cristo mismo invitó a algunos a
seguirle en este modo de vida" (CEC 1618).
61
Mulieris Dignitatem 20.
62
CEC 924.
63
1Sent 11,2,2.
64
Cf Catequesis iniciales 1ª,2ª y 7ª y Catequesis sobre el Credo en la Traditio y
Convivencia de Itinerantes en Israel de septiembre de 1979.
65
Cf CEC 458,516,604,609.
66
SAN AMBROSIO, Exp. Evangelii secondum Lucam, II, 41.
67
Cf los números siguientes del CEC sobre las diversas herejías cristológicas.
68
ORIGENES, De Princ. II,6,2; Contra Celso IV,19; In Joan. II,26,21..
69
Las moradas, VI,10,7.
70
Cf. Catequesis sobre el Siervo de Yahveh de la 1ª Convivencia, que se repetirá, en
múltiples formas en las convivencias de comienzo de curso de cada año.
71
Cf. Mc 210.27;8,31;9,31; 10,33.45; 13,26; Lc 7,34;9,58;12,8-9; Mt 25,32.....
72
Cf. Catequesis del primer Escrutinio, repetida en múltiples ocasiones del Camino,
por ejemplo, ver Convivencia de Catequistas de principio de curso de 1991.
73
CEC 542,550,555,617,1741,
74
S. JUSTINO, 40,1-5;94,1-2..
75
Catequesis XIII, 1,2.36..
76
SAN AMBROSIO, Expositio Ev. secumdum Lucam X , 107.
77
Imposible dar referencias sobre este punto, pues se halla en todas las catequesis.
78
S. IRENEO, Adv. haereses IV,20,7.
79
Cf CEC 599-602;613-615.
80
Sermón 215,5..
81
Cf S. IRENEO, Adv. haereses V,16,2; V,36,3..
82
Cf todos los Kerigmas y en las Catequesis de la Iniciación a la Oración.
83
Cf CEC 446-451.
84
SAN ATANASIO, De Incarnatione Verbi 27.30.
85
S. IRENEO, Expositiones, 84-85.
86
SAN AMBROSIO, De fide III 17,137-138.
87
Cf. Catequesis Iniciales 2ª y en toda presentación del Camino como, por ejemplo,
a la Asamblea Plenaria de la Sagrada Congregación para la Evangelización de los
Pueblos o a la Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre "Penitencia y Reconciliación o la
hecha a los Obispos de América en Santo Domingo en 1992.
88
Cf Rm 10,12; 1Co 12,13; Ga 3,28.
89
Cf CEC 772,775,2790.
90
"Extraordinarios o sencillos y humildes, los carismas son gracias del Espíritu
Santo, que tienen directa o indirectamente una utilidad eclesial; los carismas están
ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del
mundo" (CEC 799).
91
Cf LG 4,8,13-15,18,21,24-25.
92
Algunos aspectos de la Iglesia como comunión. Carta a los Obispos de la Iglesia
Católica de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1992) 7.
93
Como afirmaba ya Pablo VI en Evangelii nuntiandi, 62, citado en CEC:
"Guardémonos bien de concebir la Iglesia universal como la suma o, si se puede decir, la
federación más o menos anómala de Iglesias particulares esencialmente diversas. En el
pensamiento del Señor es la Iglesia, universal por vocación y misión, la que echando sus
raíces en la variedad de terrenos culturales, sociales, humanos, toma en cada parte del
mundo aspectos, expresiones externas diversas" (835).
94
Algunos aspectos..., 9.
95
Ibíd., 10.
96
"Hacéis apostolodo siendo lo que sois", dijo ya Pablo VI en uno de los primeros
encuentros con las Comunidades neocatecumenales..
97
S. IGNACIO DE ANTIOQUIA, Ad Rm 1,1..
98
Cf. Catequesis de la Redditio al respecto y Moniciones a los Laudes del Domingo
y a la Eucaristía en diversas convivencias.
99
Cf Algunos aspectos..., 6.
100
Cf CEC 948,1474-1475,2658.
101
SAN IRENEO, Adv.haer. III, 24,1..
102
Cf 1Jn 1,3; Jn 10,30; 16,15;17 ,11. 21-23..
103
Cf Misal Romano, Anáfora I.
104
Ibíd., Anáfora II
105
Ibíd., Anáfora I.
106
Ibíd., Anáfora IV. Cf nº 49 y 50 de la Lumen Gentium.
107
Cf Catequesis Iniciales 4ª y Convivencias de catequistas, de Itinerantes o con las
Familias en misión.
108
"Hay una palabra que siempre se repite en los encuentros con los grupos
neocatecumenales, es la palabra 'itinerante'. 'Iter', como se sabe, quiere decir camino.
Pero aquí se trata de un camino apostólico. Itinerantes son aquellos que emprenden un
camino, comienzan un camino para llevar su descubrimiento... El cristiano que ha
descubierto el valor de su ser cristiano, de su fe, de su filiación divina, de su semejanza con
Cristo, en fin, ha descubierto la realidad de Cristo en sí, ha descubierto su Bautismo.
Entonces uno es capaz de transmitir, no sólo es capaz, sino que se siente empujado, no
puede quedarse callado, sino que debe caminar, debe caminar, es un movimiento, podemos
decir, natural" (Visita a la parroquia de la Inmacolata Concezione en la "Cervetella",
Roma.
109
Algunos aspectos..., 4.
110
Seminarios Diocesanos-Misioneros, cuyos seminaristas provienen da las
Comunidades neocatecumenales de todo el mundo. Ya han sido erigidos más de veinte..
111
No hay una catequesis específica sobre las imágenes de la Iglesia, pero de todas
ellas se habla en múltiples ocasiones.
112
LG 6ss.
113
Cf CEC 753-757.
114
"La comparación de la Iglesia con el cuerpo arroja un rayo de luz sobre la
relación íntima entre la Iglesia y Cristo. No está solamente reunida en torno a El: siempre
está unificada en El, en su Cuerpo. Tres aspectos de la Iglesia 'Cuerpo de Cristo' se han de
resaltar más específicamente: la unidad de todos los miembros entre sí por su unión con
Cristo; Cristo Cabeza del Cuerpo; la Iglesia, Esposa de Cristo" (CEC 789; Cf n. ss.).
115
Catequesis después de cada etapa del Camino, antes de la elección de los
distintos ministerios de la Comunidad.
116
Conjugando la dimensión cristológica y eclesiológica del sacerdocio la
exhortación Pastores dabo vobis se expresa con precisión: "El sacerdote, en cuanto que
representa a Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, se sitúa no sólo en la Iglesia,
sino también al frente a la Iglesia...,totalmente al servicio de la Iglesia para la promoción
del ejercicio del sacerdocio común de todo el Pueblo de Dios...,prolongando en la Iglesia
la oración, la palabra, el sacrificio y la acción salvadora de Cristo" (n.16).
117
Misal Romano, Prefacio de la Solemnidad de Cristo, Rey del universo.
118
Cf LG 48; GS 45; AG 1 y 5; DH 5...
119
Cf S. Agustín, Epistulae, 187,11,34...
120
S. LEON MAGNO, Sermones, 74,2.
121
Este es el moralismo de tantas sectas, que anuncian el kerigma y luego todo se
reduce a un sinfín de normas y prohibiciones, sin la gracia sacramental para vivir la
alegría de la salvación.
122
ORÍGENES, Com. al Evangelio de san Juan XX, 293.
123
Cf LG 50; PO 5.
124
Cf Principios y normas generales de la Liturgia de las horas, 8.
125
Cf también CEC 1088-1089.
126
Cf CEC 1120.
127
Esto se hace presente en la vida de las comunidades neocatecumenales, que se
inician siempre con el Obispo y el Párroco, cuya presencia es siempre pedida sobre todo
en los ritos de las diversas etapas del Camino. Las comunidades se inician siempre con el
párroco que, cuando no puede estar personalmente presente, delega a otro presbítero.
128
Cf DSch 1605 y 1606.
129
Cf DSch 1604.
130
Cf también Ritual de la Penitencia, Prenotandos, n. 2.
131
El Concilio de Trento, en el Decreto sobre la justificación (Sesión VI, cap. VII),
afirma: "... iustitiam in nobis recipientes unusquisque suam, secundum mensuram, quam
Spiritus Sanctus partitur singulis prout vult (Cf 1Co 12,11), el secundum propiam cuiusque
dispositionem et cooperationem" (Dsch 1529).
132
Conjugando la dimensión cristológica y eclesiológica del sacerdocio la
exhortación Pastores dabo vobis se expresa con precisión: "El sacerdote, en cuanto que
representa a Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, se sitúa no sólo en la Iglesia, sino
también al frente a la Iglesia...,totalmente al servicio de la Iglesia para la promoción del
ejercicio del sacerdocio común de todo el Pueblo de Dios...,prolongando en la Iglesia la
oración, la palabra, el sacrificio y la acción salvadora de Cristo" (n.16)..
133
Cf CEC 1303.
134
Cf Catecumenato postbattesimale, en Notitiae 95-96 (1974)229s.
135
Expresión de esta teología son también los edificio de la Iglesias renovadas por
el Camino neocatecumenal, construyendo la piscina bautismal con siete gradas para
descender y siete para ascender.
136
Sth, III, q. 66, a. 7, ad 2: "Dicendum quod in immersione expressius
repraesentatur figura sepulturae Christi: et ideo hic modus baptizandi est... laudabilior.
Sed in aliis modis baptizandi repraesentatur aliquo modo, licet, non ita expresse: nam,
quoqumque modo fiat ablutio, corpus hominis, vel aliqua pars eius, acquae supponitur,
sicut corpus Christi fuit positum sub terra".
137
SAN LEON MAGNO, Sermo XXV,5: PL 54,211c.
138
Misal Romano, Bendición del agua en la Vigilia Pascual.
139
Cf también CEC 1231 y Catechesi tradendae, n. 41.
140
Ritual del Bautismo de niños, Notas pastorales, n. 37.
141
PABLO VI, Audiencia del 8-5-1974, Notitiae 95-96(1974)230.
142
Cf CEC 1290-1293.
143
Rito de la Confirmación.
144
Cf Constitución apostólica Divinae consortium naturae del 15-8-1971 en AAS
63(1971)657-664, que dice: "El sacramento de la confirmación se confiere mediante la
unción del crisma, que se hace con la imposición de las manos, y con las siguientes
palabras: Accipe signaculum doni Spiritus Sancti". Es la fórmula del rito bizantino.
145
Mc 1,8; Jn 1,33; 1Co 6,11; 12,13; Tt 3,5; Rm 6,4s; Ga 3,27.
146
Cf CEC 1321.
147
Cf CEC 1293ss.
148
CEC 1303.
149
SAN AMBROSIO, De mysteriis 7,42: PL 16,402-403.
150
SAN CIPRIANO, Epist. 74,5.
151
SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis mistagógicas III,1.
152
Cf. SAN HIPOLITO, Tradición apostólica 22,23; SAN CIPRIANO, Ep. 73,9,2;
VATICANO II, LG .26.; AA 3.
153
Cf Catequesis de la Convivencia inicial, Catequesis mistagógicas al final del
Camino y Convivencias de comienzo de curso sobre el "Culto espiritual" y sobre la
"Liturgia de santidad".
154
SAN LEON MAGNO, Sermo 63; Cf CEC 1396.
155
"La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido
elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más
profundamente con Cristo por la confirmación, participan por medio de la Eucaristía con
toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor" (CEC 1322).
156
Cf Doctrina y cánones sobre el sacrificio de la misa, Sesión 22 (DSch 1741).
157
Breviario Romano, Solemnidad del SS. Cuerpo y Sangre de Cristo, II Vísperas,
antífona del Magnificat.
158
S. Marsili, Anammesis, 3/2. La Liturgia, Eucaristia, Casale Monferrato 1983, p.
154.
159
Ya la Eucharisticum mysterium había afirmado: "En la Misa el sacrificio y el
sagrado convite pertenecen al mismo misterio hasta el punto de estar unidos el uno al otro
por un estrechísimo vínculo" (n. 3b).
160
De aquí la importancia que el gesto de la fracción del pan tiene dentro de la
celebración de la Eucaristía y en el Camino neocatecumenal. En los principios y normas
para el uso del Misal Romano (n. 283) se afirma con claridad: "La naturaleza del signo
exige que la materia de la celebración eucarística se presente realmente como alimento.
Conviene, pues, que el pan eucarístico, si bien ázimo y confeccionado en la forma
tradicional, sea hecho de tal modo que el sacerdote en la Misa celebrada con el pueblo
pueda partir realmente la hostia en varias partes y distribuirla al menos a algunos de los
fieles... El gesto de la fracción del pan, con el que simplemente era designada la Eucaristía
en el tiempo apostólico, manifestará siempre mejor la fuerza y la importancia del signo de
la unidad de todos en un único pan, y del signo de la caridad por el hecho que un único
pan es distribuido entre los hermanos".
161
Cf Concilio de Trento, Doctrina y cánones sobre la comunión bajo las dos
especies y la comunión de los niños (DSch 1729 y 1733).
162
Principios y normas para el uso del Misal Romano, 240.
163
Ibíd, 241.
164
CEC 1385; Cf también 1415.
165
Cf Concilio de Trento, Doctrina y cánones sobre el sacrificio de la Misa, Sesión
22 (DSch 1751).
166
Cf Ibíd. (DSch 1740).
167
Cf Ibíd. (DSch 1741).
168
Cf CEC 1169.
169
Cf CEC 1074-1075.
170
Lucas, partiendo del calendario judío, llama al domingo "primer día de la
semana" (Hch 20,7-12). Por eso considera que este día comienza desde la tarde del
sábado, a la caída del sol. Mientras los romanos contaban los días de medianoche a
medianoche, los judíos lo hacían desde la caída del sol hasta la caída del sol (Cf 1Co 16,2;
Ap 1,10). Los Padres de la Iglesia, como San Agustín y San León Magno, insistirán en este
hecho ante los fieles de Africa y de Roma, acostumbrados a otra forma de contar la
sucesión de los días. Los libros litúrgicos subrayan que el domingo empieza con las I
Vísperas del sábado al anochecer; estas horas son ya del Domingo (Cf Eucasisticum
mysterium, 28). Las normas generales para el ordenamiento del Año Litúrgico y el
Calendario afirman: "El día litúrgico va de una media noche a otra. Sin embargo, la
celebración del domingo y de las solemnidades comienza con las vísperas del día
precedente" (n 3). Y el Código de Derecho Canónico de 1983 (c. 1248,2) contempla sin
ninguna restricción la posibilidad de la celebración eucarística en las vigilias de los
domingos y de las fiestas.
171
Cf n. 283. Texto citado antes en la nota 43.
172
"Al distribuir el pan pascual, 'pan de aflicción', Cristo no se detiene a la escasa
narración midrásica, en la que el pan ázimo es signo de los dolores y de los sufrimientos
de los padres, sino que, insiriéndose totalmente en la antigua historia sagrada, anuncia a
los discípulos que aquel pan es ya signo de su sufrimiento, que culmina en la muerte que él
afronta para su liberación. El pan que los discípulos comerán les comunicará aquella
liberación a que él ha venido a realizar definitivamente en el mundo. Igualmente, al final
de la cena, al orar sobre el cáliz del vino, la acción de gracias de Cristo se dirige a Dios
no tanto porque ha mantenido la alianza conduciendo su pueblo a la bella tierra, buena y
espaciosa, donde crece el fruto de la vid, cuanto porque ha hecho de la humanidad de
Cristo la santa vid (crecida sobre la raíz) de David, para sellar en su vino-sangre
exprimida en la pasión la alianza nueva y eterna" (S. Marsili, Anammesis, 3/2. La Liturgia,
Eucaristía, Casale Monferrato 1983, p. 154).
173
H.U. von BALTHASAR, Verbum caro, Einsiedeln 1960, p.1979.
174
Eucharisticum mysterium, 50.
175
Ap 7,9ss; 15,2ss; 19,1ss.
176
PIO X, Divino afflatu, AAS 3 (1911)633.
180
Rm 6,1-2; Jn 3,3-5; Tt 3,5; 1P 1,3.23.
181
TERTULIANO, De Poenitentia VIII, 2-8.
182
El Concilio de Trento, acerca de la Doctrina sobre el sacramento de la
Penitencia (Sesión 14), recuerda: "Es necesario que los penitentes enumeren en la
confesión todos los pecados mortales de que tengan conciencia después de un diligente
examen de conciencia" (DSch 1680).
183
Cf CEC 1422,1440.
184
Aspectos que subraya el CEC en los nn. 1430,1441,1443,1469...
185
Catequesis II,1.5; III,16.
186
SAN BASILIO, Homilía sobre la penitencia: PG 31,1475-1488.
187
Cf Catequesis iniciales 2ª y última y en las diversas exposiciones del Camino.
188
"A lo largo de toda la Antigua Alianza, la misión de María es preparada por la
misión de algunas mujeres. Al principio de todo está Eva: a pesar de su desobediencia,
recibe la promesa de una descendencia que será vencedora del Maligno. En virtud de la
promesa, Sara concibe un hijo a pesar de su edad avanzada. Contra toda expectativa
humana, Dios escoge lo que era tenido por impotente y débil para mostrar la fidelidad a la
promesa: Ana, Débora, Rut, Judit y Ester... María sobresale entre los humildes y los
pobres del Señor, que esperan de él con confianza la salvación y la acogen" (CEC 489).
189
Cf S. AGUSTIN, Sermo 215: PL 38,1074; De sancta virginitate, 3,3: PL 40, 398.
190
"Dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de
Jesús y, aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, se entregó a sí misma
por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con él, por
la gracia de Dios, al Misterio de la Redención" (CEC 494).
191
Cf. Catequesis sobre la Virgen en la Convivencia de Catequistas de Septiembre
de 1986.
192
Cf CEC 495.
193
Catequesis XI,9.
194
S. CIPRIANO, De oratione dominica 9.10.11.
196
En la historia del cristianismo una negación o afirmación mariana suponía
siempre una negación o afirmación de algo acerca de Cristo. La afirmación del "natus ex
María Virgine" suponía la negación de todo docetismo en la encarnación de
Cristo...Cuando Nestorio se niega a llamar a María "Theotokos", lo que está haciendo es
negar la unión en la persona de Cristo de la naturaleza humana y la divina, que es lo que
afirmará el concilio de Efeso...
197
Cf. CEC 2040.
198
Cf. Catequesis vocacionales y catequesis sobre la familia ya citadas.
199
Cf CEC 757,2619.
200
K. RAHNER, La Inmaculada concepción, en Escritos de Teología I, Madrid
1961, p.229-230.
201
Cf S. IRENEO, Adv. haereses V, 19,1.
202
Cf. particularmente las Catequesis de la peregrinación al Santuario de Loreto, a
la que se une el canto del Credo en la tumba de San Pedro y ante el Papa, con sus
respectivas catequesis sobre el primado de Pedro.
203
Sermo 25,5.
204
BEATO ISAAC DE STELLA, Sermo 51,7-9.
205
SAN AGUSTIN, De sancta virginitate 6.
206
SAN IRENEO, Adv. haereses III,22,4: PG 7,959.
207
El Espíritu Santo es invocado desde el principio en toda celebración y se habla
de El, Cf. Convivencia y Catequesis de la Iniciación a la Oración, Catequesis a los
Seminaristas del Redemptoris Mater de Roma en 1990, repetida en varias convivencias
después.
208
"El Espíritu Santo con su gracia es el 'primero' que nos despierta a la fe y nos
inicia en la vida nueva... No obstante, es el 'último' en la revelación de las personas de la
Santísima Trinidad" (CEC 684). "Cuando Cristo es glorificado puede a su vez, de junto al
Padre, enviar el Espíritu a los que creen en él" (690).
209
Orationes XXXI,26.
210
SAN IRENEO, Demostración de la Predicación apostólica, 7.
211
Cf. SAN CIRILO DE Jerusalén, Catequesis XVI-XVII.
212
Significativos al respecto son los dos iconos de Kiko sobre la Ascensión en la
parroquia de Santa Francesca Cabrini, Roma (comentado por J. CABALLERO CERVERA)
y el de la Parroquia de La Paloma, Madrid, sobre Pentecostés.
213
Cf CEC 683.
214
SAN AGUSTIN, Epist.CLXXXV, 11,50.
215
Cf He 16,6-7;19,1; 20,3.22-23;21,4.11.
216
SAN ATANASIO, De incarnatione 8.
217
JUAN PABLO II, Catequesis del 6-9-1989.
218
JUAN PABLO II, Catequesis del 3-9-1989.
219
SAN IRENEO, Adversus haereses, III,24,1.
220
J. CABALLERO CERVERA, Comentario ya citado.
221
Cf. Catequesis iniciales 2ª y 4ª y Catequesis de las convivencias de formación de
los Catequistas y también de preparación a la celebración de Pentecostés.
222
SAN IRENEO, Adv.haer. III,17,2.
223
JUAN PABLO II, Catequesis del 5-12-1990. El Concilio lo expresó también
admirablemente en el Decreto sobre el Ecumenismo, n. 2: "Una vez que el Señor Jesús fue
exaltado en la cruz y glorificado, derramó el Espíritu que había prometido, por el cual
llamó y congregó en unidad de fe, esperanza y caridad al pueblo del Nuevo Testamento,
que es la Iglesia (Ef 4,4-5; Ga 3,27-28). El Espíritu Santo, que habita en los creyentes y
llena y gobierna toda la Iglesia, efectúa esa admirable unión de los fieles y los congrega
tan íntimamente a todos en Cristo, que El mismo es el principio de la unidad de la
Iglesia...Este es el gran misterio de la unidad de la Iglesia en Cristo y por medio de Cristo,
comunicando el Espíritu Santo la variedad de sus dones. El modelo supremo y el principio
de este misterio es la unidad de un solo Dios en la Trinidad de personas: Padre, Hijo y
Espíritu Santo".
224
SAN AGUSTIN, Sermón LXXI,20,33.
225
Cf CEC 791,813.
226
SAN AGUSTIN, Epístola 185,11,50; In Joan Ev.Tract. 32,8;27,6.
227
SAN GREGORIO MAGNO, In Evangelium Homilia XXX,3.
228
Cf CEC 424,552,768,849,850.
229
SAN IRENEO, Adversus haereses I,10,2. Cf CEC 172-174.
230
SAN IGNACIO DE ANTIOQUIA, A los romanos 1,1.
231
SAN HILARIO, De Trinitate VI 36-38. Todos los Neocatecúmenos, en un
momento del Camino, confiesan esta fe de la Iglesia, ante la tumba de Pedro y, luego, ante
el Papa, sucesor de Pedro.
232
CEC 823.
233
Cf. BEATO ISAAC DE STELLA, Sermón 51.
234
Cf He 9,13;Rom 1,7; 1Co 1,2;3,17...;1P 2,5.
235
1p 1,16; 1Jn 3,3; Rm 6,6-11...
236
Lo mismo con otras palabras dicen otros muchos Padres, que se citan en las
catequesis del Camino sobre el PADRENUESTRO, que se entrega a los neocatecúmenos al
final de un largo camino de conversión.
237
SAN CIPRIANO, De oratione dominica IX,X,XI
238
Cf TEODORO DE MOPSUESTIA, Homilía II 10-8.
239
SAN HILARIO, De Trinitate VI, 44.
240
SAN LEON MAGNO, Homilía XXVI,4.
241
Cf también CEC 735-736,1824-1825.
242
Cf. el Himno de Kiko al Espíritu Santo y Catequesis de la etapa de la Iniciación
a la Oración y de la Elección.
243
Cf SANTO TOMAS, Summa Theol. I,38,1; Cf también CEC 733,2672.
244
Los LXX y la Vulgata, añaden el don de piedad, desdoblando el don de temor y
así da la clásica lista de los "siete dones del Espíritu Santo", tan repetida por los Padres:
SAN IRENEO, Adv.Haer.,III,17,3.
245
Sal 104,29-30; Gn 2,7; Ez 37,5-6.9-10.
246
Ju 3,10;6,34;11,29.
247
Nm 11,17: a Moisés; 11,25-26;24,2; 1S 10,6.10; 19,20; 2S 23,2: a David; 2R
2,9: a Elías; Mi 3,8; Is 48,16; 61,1; Za 7,12; 2Cro 15,1;20,14;24,20...
248
Cuando el Nuevo Testamento habla del "don del Espíritu Santo" usa casi
siempre el genitivo epexegético o explicativo, con el sentido: don que es el Espíritu Santo.
249
1Cor 3,10;12,4-10; Rm 15,20.
250
DSch 1525.
251
Concilio de Orange (529), can. 5:DSch 375. Ya San Pablo dice: "A vosotros se
os ha dado la gracia de que creáis en Cristo" (Flp 1,29); esta fe en Cristo es suscitada por
el Espíritu Santo: 1Cor 12,3.
252
Concilio Vaticano I, Const. Dei Filius, c.3:DSch 3010.
253
SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Cat. XVI 24.
254
He 1,8;2,29;4,13.29;4,31;1 4,3; Lc 24,49; Ef 3,16-17.
255
In Nm, homilía XXVII,11.
256
NOVACIANO, De Trinitate, XXIX,9-10.
257
JUAN PABLO II, Catequesis del 22-5-1991.
258
"Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu
Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce:
caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad,
modestia, continencia, castidad" (CEC 1832).
259
Pentecostés ya era en la tradición de Israel la fiesta de la siega. Ahora ha
adquirido el significado nuevo de fiesta de la cosecha del Espíritu: Cf JUAN PABLO II,
Catequesis del 5-7-1989.
260
La alegría en el Espíritu llena la vida de la comunidad primitiva: He 2,46-
47;5,41-42; Lc 24, 52-53; 1Ts 1,6. Es la alegría de la bienaventuranzas: Mt 5,4.10-12; Col
1,24; 1P 4,13. Juan Pablo ha visto en la alegría de las comunidades neocatecumenales un
signo del Espíritu Santo y una llamada para quienes la ven a iniciar el camino.(Cf
L'Osservatore Romano, 3-4 de noviembre de 1980.
261
CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis 16,2. Las cat XVI y XVII recorren la
acción del Espíritu Santo en el Antiguo y Nuevo Testamento y en la evangelización de los
Apóstoles.
262
SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Cat. XVII 38.
263
Cf de un modo particular las Catequesis de la Etapa de la entrega del
Padrenuestro.
264
"Por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en comunión con
Cristo a los hombres 'objeto del amor benevolente de Dios' (Lc 2,14)" (CEC 725).
265
De todos modos, dado que no se podía decir todo a la vez, algún orden había
que seguir en este intento de síntesis teológica del Camino.
266
SANTO TOMAS, Contra Gentiles IV, 24,1. Y antes había dicho: "La adopción,
aunque es común a toda la Trinidad, es apropiada al Padre como a su autor, al Hijo como
a su ejemplar, al Espíritu Santo como a quien imprime la semejanza de este ejemplar en
nosotros" (III, 23,2).
267
"El bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del
neófito 'una nueva creación', un hijo adoptivo de Dios, 'partícipe de la naturaleza divina',
miembro de Cristo, coheredero con El y templo del Espíritu Santo" (1265). "Podemos
invocar a Dios como Padre porque El nos ha sido revelado por su Hijo hecho hombre y su
Espíritu nos lo hace conocer" (2780). "El hombre nuevo, que ha renacido y vuelto a su
Dios por la gracia, dice primero Padre, porque ha sido hecho hijo" (2782).
268
ORIGENES, Com. al Evang. de San Juan XX,293; Homilías sobre Jr IX,4.
269
Cfr toda la Convivencia del SHEMA y del 2º Escrutinio.
270
Cfr CEC 198,201-202.
271
CEC 2097, 2112-2113.
272
Cf Ex 15,25;17,1-7; Sal 95,9.
273
"Impulsado por el Espíritu al desierto..., Satanás tienta a Jesús tres veces
tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que
recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto" (CEC 538).
"Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento misterioso. Jesús es el
nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación. Jesús
cumplió perfectamente la vocación de Israel... Jesús es vencedor del diablo; él ha 'atado al
fuerte' para despojarle de lo que se había apropiado (Mc 3,27). La victoria de Jesús en el
desierto sobre el Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia
de su amor filial al Padre" (539). "Cristo venció al Tentador en favor nuestro" (540).
274
Cf Anuncios de Cuaresma y convivencia del 2º Escrutinio y Catequesis sobre la
Renovación de las promesas bautismales en la Elección.
275
Mt 13,38; Jn 8,38-44.
276
Mt 5, 37; 6,13; 12,45; Lc 7,21;8,2.
277
El Diablo acusa siempre, calumniando a Dios (Gn 3,1-5; Mt 4,3) y a los
hombres (Jb 1,6-10;2,1-6; Za 3,1; Ap 12,10), siendo, por ello, llamado Diablo "por acusar
a Dios ante los hombres y a los hombres ante Dios": SAN JUAN CRISOSTOMO, Homilía
I: De Diabolo Tentatore; SAN ILDEFONSO, Etimologías VIII,11,18.
278
SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis II,4.
279
Cf en particular Catequesis a los jóvenes del Camino con ocasión de los jubileos
convocados por el Papa.
280
SAN AGUSTIN, In Ioan.Evangelium III,2; De spiritu et littera, IX,15.
281
SANTO TOMAS, In 2Cor, c.3,lect.3.
282
SAN IRENEO, Adv.Haer. III,20,1-3. Al origen del Camino Neocatecumenal está
esta misma experiencia en la vida personal de Kiko y de los hermanos de las barracas.
283
Cf SANTO TOMAS, I-II,q.106,a.1 y 2; In Rm c.8, lect 1;In Hb c.8,let.2.
284
"Justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios,
santificados y llamados a ser santos, los cristianos se convierten en el templo del Espíritu
Santo. Este Espíritu del Hijo les enseña a orar al Padre y, haciéndose vida en ellos, les
hace obrar para dar los frutos del Espíritu por la caridad operante. Sanadas las heridas
del pecado, el Espíritu Santo nos renueva interiormente mediante una transformación
espiritual, nos ilumina y nos fortalece para vivir como hijos de la luz, por la bondad, la
justicia y la verdad en todo" (1695).
285
Flp 1,19s;2Co 3,7-12;Hch 4,8.31;18,25s.
286
Para la Escatología del Camino ver las Catequesis del Kerigma, Convivencia
del Shemá y, de modo particular, los Anuncios de Adviento de cada año. Ver también
Convivencia de principio de curso de 1991 y moniciones al canto "Llévame al cielo".
287
Cf CEC 638,655.
288
SAN IRENEO, Adv. haereses IV 14,1;20,5.
289
Cf también CEC 670,763-764.
290
Carta a Diogneto V,5.
291
Cf CEC 989,2795,661.
292
J. ALFARO, Escatología, hermenéutica y lenguaje, Salmanticensis
25(1980)233-246.
293
SAN AGUSTIN, Sermo 361.
294
SAN AGUSTIN, Confesiones I,1,1.
295
"Este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están
en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura nos habla de
ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre,
Jerusalén celeste, paraíso: 'Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre
llegó, Dios lo preparó para los que le aman' (1Cor 2,9)" (CEC 1027).
296
SAN CIPRIANO, De mortalitate XXII.XXVI.
297
He 17,31; 24,25; 1P 4,5.17; 2P 2,4-10; Rm 2,5-6;12,19; 1Tm 3,5-12; Hb
6,2;10,27-31;13,4; Sant 5,9;Ap 19,11; 20,12s...
298
SAN CIRILO DE JERUSALEN, Catequesis XV 1-2.
299
Gn 16,5; 31,49; 1Sm 24,26; Jr 11,20.
300
Sal 9,20;26,1;35,1.24;43,1...
301
Sal 75,2-11; 96,12s; 98,7ss.
302
He 17,31; Rm 14,9; 2Tm 4,1; 1P 4,5.
303
SAN IRENEO, Adversus Haereses I,10,1;IV 33,1; IV, 36,3;Demostratio 85.
304
Mt 13,3-23; 2Ts 3,1-3; Ap 12,13-18...
305
DIDAJE, 16,1-8; HERMAS, Pastor, II, vis. VI, 4-8.
306
CARTA DE BERNABE, IV,12-13.
307
SAN CIPRIANO, Sobre la unidad de la Iglesia, 27.
308
SAN BASILIO, Epistola 174.
309
SAN QUODVULTDEUS, Sermo I de Symbolo VIII 1-5 y Sermo II de Symbolo
VIII 3-7.
310
Cf CEC 1041,1470.
311
SAN AMBROSIO, Expositio Psalmi 118,20.
312
TEODORO DE MOPSUESTIA, Homilía VII 11-VIII 18.
313
MELITON DE SARDES, Sobre la Pascua 103.
314
SAN HILARIO, De Trinitate XI 38-39.
315
SAN AGUSTIN, De fide et Symbolo VIII,15; Sermón 213,6.
316
0RIGENES, De principiis I 6,1-4; III 5,1;6,1.
317
SAN AGUSTIN, Comentario a los Gálatas, n.. 37-38.
318
SAN JUSTINO, 1ªApol. 19,7-8;2ªApol 9,1; Dial. con Trifón 47,4.
319
"Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios...
'Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino;
y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él' (1Jn 3,15). Morir en
pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa
permanecer separado de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado
de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se
designa con la palabra infierno" (CEC 1033).
320
Mt 25,41; 5,9p; 5,22; 8,12;13,42.50;18,8-12; 24,51; 25,30; Lc 13,28.
321
2ts 1,9; 2,10; 1Ts 5,3; Rm 9,22; Flp 3,19; 1Co 1,18; 2Co 2,15; 4,3; 1Tm 6,9; Ap
14,10;19,20;20,10-15;21,8...
322
SAN IRENEO, Adv.haer. IV,39,4; V,27,2-28,2..
323
Cf J. RATZINGER, Escatología, Barcelona 1980,p.201-203; IDEM,
Introducción al cristianismo, Salamanca 1982, con el que se ayudan las Comunidades en el
estudio del CREDO, cuyos artículos se preparan en las Comunidades con la ayuda de la
Escritura, los Santos Padres y algunos autores reconocidos por su fidelidad a la Iglesia.
324
SAN GREGORIO DE NISA, De beatitudine Oratio V.
325
ORIGENES, De principiis, II, 10,4; Cf II,9,8 y 11,7.
326
SAN BASILIO, In Ps. 48 Homilia, 7; In Ps 33 Homilia, 21.
327
C. de la Fe, Sobre la eutanasia de 5580, AAS 72(1980)542s.
328
Cf CEC 1006-1113.
329
Cf CEC 2258,2268,2271,2277.
330
Cf CEC 2278.
331
Cf CEC 1023,1028,1045,1721,2548.
332
Flp 1,23; 2Co 5,8; 1Ts 5,10.
333
Martirio de San Policarpo 14,1-2.
334
SAN AGUSTIN, Enarratio in Psal. 148,8.
335
SAN JUAN CRISOSTOMO, In Mth. Homilía 34,2;31,3-5.
336
SAN BASILIO, In Ps 33 Homilía 17; In Ps 45 Homilía 8-10; In Ps 114 Homilia
8.
337
SAN AGUSTIN, De civitate Dei XXII 29-30.