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Fundación PAS

DIPLOMADO PARA LA DETECCIÓN Y ATENCIÓN


PSICOTERAPÉUTICA DEL ABUSO SEXUAL INFANTIL

Título de la monografía:

IMPLICACIONES EN LOS PROCESOS


COGNITIVOS Y EL PROCESAMIENTO
EMOCIONAL EN CASOS DE ABUSO SEXUAL
INFANTIL

Psic. Alma Gabriela González Saray

Instituto Alpes San Javier

Oakhill Preschool Guadalajara

Guadalajara, Jalisco a 05 de septiembre de 2018

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INTRODUCCIÓN

La presente monografía representa la conclusión de los trabajos del


Diplomado para la detección y atención psicoterapéutica en casos de
abuso sexual infantil. Representa un proceso de investigación
documental y de aprendizaje obtenido de la mano de expertos en el
tema, quienes acompañaron una formación especializante que ha
resultado muy enriquecedora.
Sin duda, tratar el abuso sexual resulta siempre una experiencia que
remueve fibras muy sensibles pero a la vez, representa un fuerte
compromiso que, como sociedad y particularmente quienes nos
dedicamos al trabajo de la salud y estabilidad emocional de los niños y
adolescentes, tenemos, en un esfuerzo incansable de protección a la
infancia.
Elegí el tema de las implicaciones del abuso a nivel cognitivo y
emocional debido a que laboro en un centro educativo y considero que
resulta muy importante ahondar en la investigación el tema para ofrecer
a nuestros alumnos una mayor comprensión así como diseñar las
estrategias psicopedagógicas que apoyen el desarrollo escolar exitoso.

Cursar el diplomado ha sido una experiencia totalmente enriquecedora.


Tuvimos oportunidad de recibir una formación profesional de parte de
expertos en diversas ramas relacionadas con la prevención y la
adecuada atención de casos de abuso. Por lo que me siento
profundamente agradecida y reafirmo mi compromiso de continuar
profesionalizando mi formación y de transmitir los presentes
conocimientos en mi lugar de trabajo y mi comunidad, con la intención
de seguir sumando esfuerzos para brindar a nuestros niños y
adolescentes un desarrollo integral y armónico.
DESARROLLO

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El abuso sexual infantil se puede definir como la manipulación sexual y
emocional o el contacto físico entre un adulto y un niño o entre un
adolescente y un niño menor incapaz de comprender o consentir.
Incluye una gran gama de conductas tales como interacción sexual,
pornografía, contacto genital, contacto oral-genital, conversaciones o
miradas obscenas, violaciones y toqueteos. (Vélez, 2017)

Cada año, al menos 6 millones de personas menores de 18 años son


víctimas de agresión física severa y de estas 85,000 mueren a causa de
la violencia intrafamiliar. Las investigaciones muestran que el abuso
sexual sucede en temprana edad aproximadamente a los cinco años de
edad de niños y aumenta de forma significativa entre los cinco y los
nueve años. La información de distintos países es coincidente también
en que 70 y 80% de las víctimas son niñas; en la mitad de los casos los
agresores viven con las víctimas y el 75% de los casos son familiares
directos de las niñas y niños abusado. (Ptrzelova J., 2013)

Un niño que sufre una situación de este tipo puede reaccionar de


distintas maneras, ya sea rechazando la agresión, actuando con
indiferencia, puede sentir agrado por el contacto o bien fomentar el
contacto físico como fuente de afecto, pero un niño nunca invita al sexo.
El maltrato infantil, constituye una de las formas de violencia de mayor
impacto en la población menor de 15 años, que se ejerce de manera
silenciosa al interior de la familia, la calle o la escuela, convirtiéndose en
una práctica común en la sociedad en general. Su origen
predominantemente es en la familia, utilizada por los padres como una
forma de educación y crianza para sus hijos. La mayor parte de las
agresiones graves a los niños se da precisamente en el hogar dando
lugar a que dicho problema de maltrato se encuentre en personas y
circunstancias casi o totalmente fuera de control. (Barrera, 2007)

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La infancia es una etapa evolutiva crítica para el desarrollo del individuo.
El maltrato infantil supone un factor ambiental estresante, susceptible
de interferir en el desarrollo del sistema nervioso central del niño,
afectando a su funcionamiento actual y posterior (De Bellis, 2002).

Alteraciones cerebrales de tipo funcional y estructural, parecen explicar


el funcionamiento neuropsicológico futuro en personas víctimas de
abusos durante la infancia (Amores-Villalba, 2017)

Los indicadores de la agresión pueden clasificarse en físicos, tales como


dolor, presencia de semen, ropa interior rasgada o manchada,
enfermedades de trasmisión sexual, dificultad para caminar y sentarse,
enuresis y encopresis, pueden ser comportamentales como pérdida de
apetito, miedo a estar solo. Llantos frecuentes, rechazo a algún miembro
de la familia en forma repentina, cambios bruscos de conducta,
problemas escolares, aislamiento, agresividad, autolesiones o bien
pueden ser de la esfera sexual como rechazo al contacto físico,
conductas sexuales precoces, o bien, agresiones sexuales hacia otros
menores. (Echeburúa, 2017)

El descubrimiento del abuso suele tener lugar bastante tiempo después


de los primeros incidentes. En general los varones tienen más
dificultades para reconocer que han sido agredidos sexualmente.
(Echeburúa, 2017)

El abuso sexual, además de destrozar la integridad física, sexual y


emocional del niño, puede llegar a ser mortal. (Vélez, 2017)

Los niños que han vivido la experiencia de abuso sexual presentan


secuelas emocionales y cognitivas que se manifiestan en un período no
determinado después del hecho; dicha sintomatología suele presentarse

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de diferentes formas afectando de manera significativa la estabilidad
emocional y psicológica de niños y niñas.

Entre las secuelas emocionales destaca: un nivel de actividad alterado,


aparición de comportamiento seductor, expresiones sexuales en
cualquier actividad, miedo a los padres o a la persona agresora,
regresiones, desórdenes del sueño y alimenticios, comportamiento
voluble, tendencias suicidas, conductas obsesivo compulsivas, miedo
generalizado, culpa y vergüenza, entre otros. (Vélez, 2017) Solamente
un 20-30% de las víctimas permanecen estables emocionalmente
después de la agresión (Echeburúa, 2017).

El alcance de las consecuencias dependerá del grado del sentimiento de


culpa y de la victimización del niño por parte de los adultos de su
contexto, así como de la capacidad de afrontamiento de la víctima.

El correcto comportamiento social está vinculado con la cognición


relativa a la inteligencia emocional y la capacidad de regulación
emocional anterior. La inteligencia emocional se refiere a la capacidad
de percibir y comprender las propias emociones y las de los demás,
inferir un estado emocional en el otro en base a claves faciales,
corporales y contextuales, ser capaces de procesar la información para
regular las propias emociones y tomar decisiones orientadas a
comportamientos socialmente efectivos (Operskalski, Paul, Colom,
Barbey y Grafman, 2015).

Se relaciona con el funcionamiento de un determinado circuito cerebral,


el constituido por el complejo de la amígdala extendida, la ínsula, el
fascículo uncinado, el hipocampo y la región ventromedial de la corteza
prefrontal (Hanson et al., 2015), configurando el denominado cerebro
social. En los casos de niños con historial de maltrato, las capacidades

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perceptivas emocionales y empáticas se muestran alteradas (Moya-
Albiol Martín- Ramírez, 2015).

Por un lado, es frecuente que niños maltratados tengan menos


comportamientos cooperativos, muestren menos señas de preocupación
o atención hacia otro compañero y menos acercamientos o conductas
prosociales en comparación con niños no maltratados (Moya-Albiol y
Martín-Ramírez, 2015).

Por otro lado, las interacciones sociales se caracterizan por una mayor
reactividad emocional, mayor identificación de las emociones de miedo
y respuestas agresivas o violentas en situaciones de interacción social
neutrales, hipervigilancia, mayor percepción de amenaza en el
comportamiento de los demás y mayor procesamiento de información
social negativa. (McLaughlin, Peverill, Gold, Alves y Sheridan, 2015).

A nivel cognitivo, pueden ser niños que presentan menor desempeño


académico, se les observa impulsivos, con dificultades de inhibición
conductual, reflexividad, menor creatividad, mayor distractibilidad y
menor persistencia en las tareas de aprendizaje; presentan dificultades
para resolver problemas e incluso en edad escolar, podrían verse
afectados sus resultados en las pruebas de CI. En una situación real de
abuso sexual, la falta de atención puede afectar a detalles clave sobre la
victimización y esta falta de detalles podría dar lugar al surgimiento de
dudas sobre la veracidad de las alegaciones en un proceso de juicio.
(Cantón, 2010).

Los abusos también parecen afectar el funcionamiento cognitivo. Por


ejemplo, según los clínicos son frecuentes en las víctimas de abuso
sexual infantil los sentimientos de culpabilidad, vergüenza, pérdida de la
confianza y la estigmatización. Sin embargo en la ver pocas medidas

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diseñados para evaluar estos efectos, los datos disponibles son escasos.
Al contrario de lo que suelen pensar los clínicos, los estudios empíricos
han encontrado que la mayoría de los niños no se culpa a si mismo de lo
sucedido. Sin embargo no es menos cierto que estos niños tienden a
percibirse como diferentes de sus iguales, autoinculparse más porque
sucesos negativos que tener una menor confianza interpersonal.
(Cantón, 2010)

En el área cognitiva, son niños que presentan menor desempeño, se


muestran más impulsivos, menos creativos, con mayor distractibilidad y
su persistencia en las tareas de aprendizaje es menor; son menos
hábiles resolviendo problemas y cuando llegan a la edad escolar,
muestran peores resultados en las pruebas de CI y tienen malas
ejecuciones académicas. Los niños y niñas abusados, funcionan
cognitivamente por debajo del nivel esperado para su edad, ya que sus
puntuaciones en escalas de desarrollo y tests de inteligencia son
menores que en los niños no abusados, sus habilidades de resolución de
problemas son menores y hay déficit de atención que compromete el
rendimiento en las tareas académicas (Calderón, 2010)

De igual forma, el trauma psicológico en niños puede afectar la función


cerebral, alterando modelos de neurodesarrollo subsecuente y
produciendo un rango amplio de síntomas que alteran la capacidad de
respuesta del cerebro al trauma. (Calderón, 2010)

Con respecto a la función ejecutiva, específicamente con la habilidad


para inhibir respuestas automáticas, medida a través de la prueba de
stroop, los niños víctimas de abuso sexual muestran resultados más
pobres en comparación con los otros grupos, siendo esta diferencia
significativa desde el punto de vista estadístico y clínico (Calderón,
2010)

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Presentan además dificultades para comprender instrucciones y para
inhibir respuestas automáticas. En general el desempeño cognitivo de
los casos mostró alteraciones en comparación con el obtenido por el
grupo de controles. Los puntajes anteriores muestran dificultad en el
grupo de los casos para comprender las instrucciones e inhibir las
respuestas automáticas, lo que nos puede sugerir dificultades para
entender tareas, planear y organizar. Las tareas ejecutivas ofrecen
respuestas competitivas entre diferentes alternativas, y el éxito en las
mismas depende tanto de la inhibición de las respuestas prepotentes, o
sea la tendencia a leer la palabra y no el color en la prueba stroop, como
los procesos de la memoria de trabajo necesarios para emitir la
respuesta correcta. (Barrera, 2007)

La afectación de procesos básicos como la memoria o la atención y la


concentració en víctimas de maltrato y abuso sexual infantil ha sido
constatada en varios trabajos, aunque no en todos los estudios
revisados, lo que apunta a la existencia de deficiencias
neuropsicológicas en estas víctimas (Pereda, 2011).

Las mujeres víctimas de abuso sexual infantil con diagnóstico de


trastorno por estrés postraumático presentan una respuesta neuronal
generalizada, con una mayor activación del cerebelo, el polo temporal,
el giro frontal inferior izquierdo y el tálamo, ante la presentación de una
breve historia relacionada con el recuerdo del abuso sexual,
independientemente de su estado psiquiátrico, así como descensos en el
flujo sanguíneo en extensas áreas, que incluyen la corteza orbitofrontal,
la corteza cingulada anterior y la corteza prefrontal medial (áreas de
Brodmann 25, 32 y 9), el hipocampo izquierdo y el giro fusiforme/giro
inferotemporal, con una activación aumentada en la corteza cingulada
posterior, la corteza inferotemporal izquierda, el giro frontal medial

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izquierdo y en las cortezas motoras y de asociación visual, ante la
memorización de palabras con connotaciones emocionales frente a
palabras neutras.(Bremner, 2003)

El abuso sexual infantil no sólo afecta al desarrollo de diferentes


estructuras cerebrales, sino a cómo estas estructuras se relacionan
entre ellas e incluso a su funcionamiento en situaciones de
condicionamiento y aprendizaje. En este sentido, se ha analizado la
activación de la amígdala ante la adquisición de miedo en víctimas de
abuso sexual infantil con diagnóstico de trastorno por estrés
postraumático asociado, comparándolas con no víctimas sin trastorno, y
se ha observado una mayor activación de la amígdala izquierda ante
esta situación y una menor función del cingulado anterior ante la
extinción del miedo. (Pereda, 2011)

Otra importante área de estudio dentro de las consecuencias


neurobiológicas es la posible influencia de la experiencia de maltrato y
abuso sexual infantil en la estructura del cerebro, por ejemplo en el
tamaño del hipocampo, el volumen cerebral, el volumen intracraneal y
el volumen de los ventrículos laterales o de las cortezas prefrontal y
cingular anterior. Se reporta un menor tamaño intracraneal (7%) y
cerebral (8%) en estas víctimas que en el grupo control. Los resultados
indicaron que el volumen intracraneal se correlacionaba positivamente y
de forma significativa con la edad de inicio del maltrato (con un menor
tamaño craneal en las víctimas de malos tratos más jóvenes), así como
negativamente con la duración de este maltrato (con un menor tamaño
intracraneal en las víctimas de malos tratos más duraderos), y los
autores concluyen que el maltrato infantil, incluyendo la violencia física,
la negligencia, la victimización sexual y la exposición a la violencia,
parece influir de forma adversa en el desarrollo cerebral de las víctimas.
(Gallardo, 2009)

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Otros estudios, utilizando muestras de diferentes tipos de maltrato,
obtuvieron resultados similares al evaluar el cuerpo calloso de víctimas
de negligencia física, hallaron una asimetría reducida en el lóbulo frontal
y también un menor tamaño cerebral general en las víctimas de
distintos acontecimientos traumáticos en la infancia (maltrato
emocional, abuso sexual, negligencia física, exposición a violencia,
separación y pérdidas), pérdida neuronal en el cingulado anterior
(víctimas de abuso sexual, maltrato físico y exposición a violencia), y
constataron que la experiencia de violencia en la infancia altera el
desarrollo cerebral, especialmente el sistema límbico. (De Bellis, 2002)

Los niños y niñas tienen mayores probabilidades de sufrir condiciones


psiquiátricas después de haber sufrido un trauma debido a que su
cerebro, al estar en proceso de desarrollo, es más sensible a las
agresiones que afectan a esta maduración neurobiológica, que puede
conllevar una mayor sintomatología. Los menores tienen una mayor
prevalencia de depresión, problemas de conducta y delincuencia,
trastornos de conducta antisocial y oposicionista, trastorno por estrés
postraumático y trastorno por déficit de atención/hiperactividad. (Mesa y
Moya, 2011).

El abuso durante la infancia puede considerarse como un agente que


interrumpe el desarrollo cerebral normal y que, dependiendo además
cuándo comenzó y cuánto duró, puede incluso llegar a producir
modificaciones considerables en algunas estructuras cerebrales. Tal vez,
estos cambios estén relacionados con la mayor vulnerabilidad de estos
niños a presentar problemas de aprendizaje, atención y memoria (De
Bellis, 2005).

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La vía principal por la que un niño aprende a regular su comportamiento
y sus emociones es a través del aprendizaje vicario de los modelos a los
que está expuesto y de las contingencias que siguen a sus
comportamientos.
En las situaciones de violencia infantil el cuidador frecuentemente
responde de manera agresiva y hostil, o con rechazo e ignorancia, a la
expresión emocional del niño. De una u otra manera, el niño no
aprenderá a regular sus emociones ni a lidiar con las situaciones
estresantes, por haber aprendido que será castigado o ignorado.
En consecuencia, el niño acabará desarrollando un estilo cognitivo de
afrontamiento desadaptativo del estrés, caracterizado por
hiperresponsividad emocional en contextos donde el daño potencial real
es mínimo, con tendencia al mantenimiento de estados anímicos
disfóricos, respuestas pasivas y rumiación de las causas y consecuencias
de los eventos negativos. (Amores- Villalba, 2017)

Parece que la explicación cerebral de esto tiene que ver sobre la


irritabilidad límbica fruto de la hiperexcitabilidad amigdalina, así como la
desregulación alostática a largo plazo del eje fisiológico del estrés.
Además, la corteza prefrontal hipofuncional no es óptima para el control
descendente de esta reactividad emocional. En general, los problemas
neuropsicológicos secundarios al maltrato se relacionan de manera
directa con las dificultades que encuentran estos niños a la hora de
adaptarse a la escuela, bien sea por cuestiones académicas de corte
intelectual, como por los problemas socioemocionales a la hora de
relacionarse con los compañeros.
Los problemas de empatía, la tendencia a experimentar emociones
negativas, la reactividad emocional, la mayor percepción de hostilidad
en los otros, el comportamiento impulsivo, las limitaciones en los
dominios intelectuales y la mayor probabilidad de ejercer violencia en la
vida adulta demuestran un trastorno del desarrollo de tipo bio-psico-

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social, puesto que el maltrato ha provocado que habilidades
psicosociales de base neurológica no se desarrollen en condiciones
óptimas, condicionando la capacidad de adaptación y desempeño actual
y futuro. Las labores de prevención y detección temprana son
imprescindibles para garantizar la protección de la infancia y permitir el
desarrollo de adultos sanos y funcionales. (Amores- Villalba, 2017)

Para ello, deberían desarrollarse programas de prevención basados en la


detección de entornos en los que puede darse el maltrato a través de la
formación tanto de los responsables de la educación formal como
informal.

CONCLUSIONES

El abuso sexual es quizás la forma más grave de maltrato infantil. Puede


llegar a lastimar profundamente la intimidad y la seguridad emocional
de una persona.

Genera niveles de estrés que interfieren con el desarrollo


neuropsicológico de los niños y puede marcar secuelas a nivel de
aprendizaje, atención, memoria y autorregulación, incluso, cuando el
trauma es muy profundo, puede generar alteraciones cerebrales a nivel
morfológico y celular.

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A nivel emocional, el impacto del abuso es profundo, genera mayor
reactividad emocional, dificultades superiores de controlo de impulsos,
distractibilidad, culpa, vergüenza, actitudes agresivas, entre otras.

Es por lo anterior que resulta fundamental continuar ampliando la


investigación acerca de los efectos del abuso sexual a nivel cognitivo y
emocional, y que dichos resultados de investigación nos permitan
implementar en las escuelas programas de atención preventiva del
abuso así como programas de intervención en casos conocidos que
además abarquen la esfera neuropsicológica.

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