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Compilación de cuentos para niños
Centrados en Valores
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http://cuentosparadormir.com/infantiles/

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Título: La cara perfecta

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Actitud Positiva

Había una vez un muñeco de papel que no tenía cara. Estaba perfectamente recortado y
pintado por todo el cuerpo, excepto por la cara. Pero tenía un lápiz en su mano, así que podía
elegir qué tipo de cara iba a tener ¡Menuda suerte! Por eso pasaba el día preguntando a quien
se encontraba:

- ¿Cómo es una cara perfecta?

- Una que tenga un gran pico - respondieron los pájaros.

- No. No, que no tenga pico -dijeron los árboles-. La cara perfecta está llena de hojas.

- Olvida el pico y las hojas -interrumpieron las flores- Si quieres una cara perfecta, tú llénala de
colores.

Y así, todos los que encontró, fueran animales, ríos o montañas, le animaron a llenar su cara
con sus propias formas y colores. Pero cuando el muñeco se dibujó pico, hojas, colores, pelo,
arena y mil cosas más, resultó que a ninguno le gustó aquella cara ¡Y ya no podía borrarla!

Y pensando en la oportunidad que había perdido de tener una cara perfecta, el muñeco pasaba
los días llorando.

- Yo solo quería una cara que le gustara a todo el mundo- decía-. Y mira qué desastre.

Un día, una nubecilla escuchó sus quejas y se acercó a hablar con él:

- ¡Hola, muñeco! Creo que puedo ayudarte. Como soy una nube y no tengo forma, puedo poner
la cara que quieras ¿Qué te parece si voy cambiando de cara hasta encontrar una que te guste?
Seguro que podemos arreglarte un poco.

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Al muñeco le encantó la idea, y la nube hizo para él todo tipo de caras. Pero ninguna era lo
suficientemente perfecta.

- No importa- dijo el muñeco al despedirse- has sido una amiga estupenda.

Y le dio un abrazo tan grande, que la nube sonrió de extremo a extremo, feliz por haber
ayudado. Entonces, en ese mismo momento, el muñeco dijo:

- ¡Esa! ¡Esa es la cara que quiero! ¡Es una cara perfecta!

- ¿Cuál dices? - preguntó la nube extrañada - Pero si ahora no he hecho nada...

- Que sí, que sí. Es esa que pones cuando te doy un abrazo... ¡O te hago cosquillas! ¡Mira!

La nube se dio por fin cuenta de que se refería a su gran sonrisa. Y juntos tomaron el lápiz para
dibujar al muñeco de papel una sonrisa enorme que pasara diez veces por encima de picos,
pelos, colores y hojas.

Y, efectivamente, aquella cara era la única que gustaba a todo el mundo, porque tenía el
ingrediente secreto de las caras perfectas: una gran sonrisa que no se borraba jamás.

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Título: La muy mala Suerte

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Responsabilidad e iniciativa. Evitar supersticiones

Suerte era el nombre de una bruja malvada y caprichosa. Tanto daño hacía con sus hechizos,
que todos temían que “la Mala Suerte” pasara siquiera cerca de sus casas. Constantemente
trataban de esconderse de ella, ocultándose en cualquier lugar.

Pero una noche, un joven decidió salir a su encuentro. Cuando la bruja lo vio llegar tan decidido
y valiente, le preguntó sorprendida:

- ¿A dónde vas tan tarde, joven? ¿Cómo es que no tienes miedo?


Es que voy en busca de una bruja. La llaman la Buena Suerte- respondió el muchacho.
- Te equivocas- dijo la bruja- Yo soy esa bruja, aunque me llaman la Mala Suerte. Esa que dices
no existe.
- Ah, claro que existe. Simplemente no eres tú. Será otra bruja con un nombre parecido.

Suerte era una bruja solitaria, y como buena bruja solitaria estaba segura de que no había
ninguna otra bruja en toda la comarca, y menos aún con su mismo nombre. Así que insistió.

- Entonces tienes que estar buscándome a mí, a la Mala Suerte.


- Que noooo -respondió obstinado el joven- ¿Has oído alguna vez que alguien busque a la Mala
Suerte? ¡Claro que no! Te repito que yo busco a la Buena Suerte.

La bruja se molestó un poco, pero segura como estaba de que se trataba de ella, decidió
investigar un poco.

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- ¿La has visto alguna vez? ¿Cómo la vas a reconocer? - preguntó.
- No la he visto nunca, pero será fácil reconocerla. Dicen que hace cosas buenas.
- Yo puedo hacer cosas buenas- respondió la bruja-. ¡Mira!

Y al decir eso, convirtió una piedra en una sabrosísima manzana, y se la ofreció al joven.

- No es solo eso. La Buena Suerte protege a los que la encuentran.


- ¡Pero yo también! - protestó la bruja, al tiempo que golpeaba el hombro del joven para
apartar un escorpión que estaba a punto de clavarle su aguijón.

Así siguieron hablando durante toda la noche. A cada cosa que comentaba el joven, la bruja
trataba de convencerlo de que era a ella a quien buscaba. Cuando llegó la hora de separarse, el
joven dijo.

- Casi me has convencido, pero hay una cosa más. La Buena Suerte siempre espera a los que la
buscan.
- ¡Yo también lo haré! Vuelve mañana a buscarme - se despidió la bruja.

Y aunque la bruja siguió haciendo de las suyas, cada noche volvía a esperar al joven. A veces
cambiaba de sitio, o de forma, o de ánimo, o de color, pero siempre estaba allí, esperando al
joven. Y a quienes se atrevan a salir a buscarla, para quienes ha reservado sus mejores cuidados
y regalos.

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Título: El robo de la alegría

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: alegría

El malvado Nonón siempre había sido un malo de poca monta y sin grandes aspiraciones en el
mundo de los villanos. Pero resultó ser un malo con mucha suerte pues un día, mientras
caminaba despistado inventando nuevas fechorías, cayó por una gran grieta entre dos rocas,
hasta que fue a parar al Estanque de la Alegría, el gran depósito de alegría y felicidad de todo el
mundo.

Entonces Nonón, que además de malo era un tristón, pensó en quedarse para sí toda aquella
alegría y, cavando un pozo allí mismo, comenzó a sacar el maravilloso líquido para guardarlo en
su casa y tener un poco de felicidad disponible siempre que quisiera.

Así que mientras el resto de la gente parecía cada vez más triste, Nonón se iba convirtiendo en
un tipo mucho más alegre que de costumbre. Se diría que todo le iba bien: se había vuelto más
hablador y animado, le encantaba pararse a charlar con la gente y ... ¡hasta resultaba ser un
gran contador de chistes!

Y tan alegre y tan bien como se sentía Nonón, empezó a disgustarle que todo el mundo
estuviera más triste y no disfrutara de las cosas tanto como él. Así que se acostumbró a salir de
casa con una botellita del mágico líquido para compartirla con quienes se cruzaba y animarles
un rato. La gente se mostraba tan encantada de cruzarse con Nonón, que pronto la botellita se
quedó pequeña y tuvo que ser sustituida por una gran botella. A la botella, que también resultó
escasa, le sucedió un barril, y al barril un carro de enormes toneles, y al carro largas colas a la
puerta de su casa... hasta que, en poco tiempo, Nonón se había convertido en el personaje más
admirado y querido de la comarca, y su casa un lugar de encuentro para quienes buscaban
pasar un rato en buena compañía.

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Y mientras Nonón disfrutaba con todo aquello, a muchos metros bajo tierra, los espíritus del
estanque comentaban satisfechos cómo un poco de alegría había bastado para transformar a
un triste malvado en fuente de felicidad y ánimo para todos.

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Título: Las flechas del guerrero

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Evitar la violencia y luchar contra el conformismo

De todos los guerreros al servicio del malvado Morlán, Jero era el más fiero, y el más cruel. Sus
ojos descubrían hasta los enemigos más cautos, y su arco y sus flechas se encargaban de
ejecutarlos.
Cierto día, saqueando un gran palacio, el guerrero encontró unas flechas rápidas y brillantes
que habían pertenecido a la princesa del lugar, y no dudó en guardarlas para alguna ocasión
especial.
En cuanto aquellas flechas se unieron al resto de armas de Jero, y conocieron su terrible
crueldad, protestaron y se lamentaron amargamente. Ellas, acostumbradas a los juegos de la
princesa, no estaban dispuestas a matar a nadie.

¡No hay nada que hacer! - dijeron las demás flechas -. Os tocará asesinar a algún pobre viajero,
herir de muerte a un caballo o cualquier otra cosa, pero ni soñéis con volver a vuestra antigua
vida...
Algo se nos ocurrirá- respondieron las recién llegadas.

Pero el arquero jamás se separaba de su arco y sus flechas, y éstas pudieron conocer de cerca la
terrorífica vida de Jero. Tanto viajaron a su lado, que descubrieron la tristeza y la desgana en los
ojos del guerrero, hasta comprender que aquel despiadado luchador jamás había visto otra
cosa.

Pasado el tiempo, el arquero recibió la misión de acabar con la hija del rey, y Jero pensó que
aquella ocasión bien merecía gastar una de sus flechas. Se preparó como siempre: oculto entre
las matas, sus ojos fijos en la víctima, el arco tenso, la flecha a punto, esperar el momento justo
y .. ¡soltar!

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Pero la flecha no atravesó el corazón de la bella joven. En su lugar, hizo un extraño, lento y
majestuoso vuelo, y fue a clavarse junto a unos lirios de increíble belleza. Jero, extrañado, se
acercó y recogió la atontada flecha. Pero al hacerlo, no pudo dejar de ver la delicadísima y bella
flor, y sintió que nunca antes había visto nada tan hermoso...
Unos minutos después, volvía a mirar a su víctima, a cargar una nueva flecha y a tensar el arco.
Pero nuevamente erró el tiro, y tras otro extraño vuelo, la flecha brillante fue a parar a un
árbol, justo en un punto desde el que Jero pudo escuchar los más frescos y alegres cantos de un
grupo de pajarillos...

Y así, una tras otra, las brillantes flechas fallaron sus tiros para ir mostrando al guerrero los
pequeños detalles que llenan de belleza el mundo. Flecha a flecha, sus ojos y su mente de
cazador se fueron transformando, hasta que la última flecha fue a parar a sólo unos metros de
distancia de la joven, desde donde Jero pudo observar su belleza, la misma que él mismo
estaba a punto de destruir.

Entonces el guerrero despertó de su pesadilla de muerte y destrucción, deseoso de cambiarla


por un sueño de belleza y armonía. Y después de acabar con las maldades de Morlán, abandonó
para siempre su vida de asesino y dedicó todo su esfuerzo a proteger la vida y todo cuanto
merece la pena.

Sólo conservó el arco y sus flechas brillantes, las que siempre sabían mostrarle el mejor lugar al
que dirigir la vista.

9
Título: El cuentito

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Autoaceptarse y evitar los complejos

Había una vez un cuento cortito, de aspecto chiquito, letras pequeñitas y pocas palabritas. Era
tan poca cosa que apenas nadie reparaba en él, sintiéndose triste y olvidado. Llegó incluso a
envidiar a los cuentos mayores, esos que siempre que había una oportunidad eran elegidos
primero. Pero un día, un viejo y perezoso periodista encontró un huequito entre sus escritos, y
buscando cómo llenarlo sólo encontró aquel cuentito. A regañadientes, lo incluyó entre sus
palabras, y al día siguiente el cuentito se leyó en mil lugares. Era tan cortito, que siempre había
tiempo para contarlo, y en sólo unos pocos días, el mundo entero conocía su historia. Una
sencilla historia que hablaba de que da igual ser grande o pequeño, gordo o flaco, rápido o
lento, porque precisamente de aquello que nos hace especiales surgirá nuestra gran
oportunidad.

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Título: Fiorina y Pionina, las hadas tímidas

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Superar la timidez y autoaceptarse

Cuando viajas al país de las hadas y preguntas quién ha sido el hada más bella de la historia,
todos responden sin dudarlo que Pionina. Todos, menos la propia Pionina, que mueve la cabeza
y piensa en silencio en su hermana Fiorina.

Nadie la ha conocido aún, pero Fiorina era claramente la más bella de las dos hermanas. Ambas
nacieron de una misma gota de rocío grande y perfecta, y compartieron su vida dentro de una
misma flor durante años. Y es que eran tan tímidas, que ni siquiera se atrevían a salir al mundo.
Como no conocían otras hadas, se preguntaban si serían bellas o feas, listas o tontas,
afortunadas o desgraciadas. Y tanto y tan a menudo lo pensaban, que terminaron estando
convencidas de lo feas, tontas y desgraciadas que eran, de modo que no se atrevían a
abandonar su confortable florecilla, y se dedicaban a lamentar su desgracia. ¿Cómo iban a
presentarse al mundo siendo tan desastrosas? ¿Qué les dirían los demás? ¿Y si las rechazaban o
se reían de ellas?

Hasta que un día, Pionina consiguió reunir el valor suficiente para salir de la flor. "No tengo la
culpa de ser tan horrorosa", se dijo, "trataré de ser amable y alegre, así puede que perdonen
mis defectos", pensaba ya decidida a salir. Pionina trató por todos los medios de conseguir que
su hermana fuera con ella, pero Fiorina no se sentía capaz de superar su timidez, y aunque se
moría de ganas por salir, decidió quedarse tranquila en la flor...

Cuando Pionina abandonó su flor y comenzó sus acrobáticos vuelos, un brillo especial envolvió
el inmenso campo de flores del que formaba parte su casa. Al ver aquella luz, cientos de hadas
salieron de sus flores para verla, y todas y cada una contemplaron admiradas la más bella hada
que nunca hubieran conocido. Se armó un enorme revuelo alrededor de Pionina, y en unos

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minutos se convirtió en la más famosa de las hadas por su belleza, inteligencia y fortuna.
Pionina corrió a avisar a su hermana de lo equivocadas que habían estado durante años, pero
no supo regresar a su flor. En aquel campo había tantos cientos de miles de flores tan iguales,
que Pionina no podía distinguir dónde había vivido. Buscó y buscó, pero no consiguió dar con
Fiorina.

Y allí sigue Fiorina, escondida en su flor, llena de miedo, pensando que podría ser la más
horrible de las hadas, sin saber que, si algún día se decide a salir y mostrarse tal y como es,
todos verán en ella la más afortunada y bella de todas las hadas

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Título: La cabeza de colores

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: luchar contra la envidia

Esta es la increíble historia de un niño muy singular. Siempre quería aquello que no tenía: los
juguetes de sus compañeros, la ropa de sus primos, los libros de sus papás... y llegó a ser tan
envidioso, que hasta los pelos de su cabeza eran envidiosos. Un día resultó que uno de los pelos
de la coronilla despertó de color verde, y los demás pelos, al verlo tan especial, sintieron tanta
envidia que todos ellos terminaron de color verde. Al día siguiente, uno de los pelos de la frente
se manchó de azul, y al verlo, nuevamente todos los demás pelos acabaron azules. Y así, un día
y otro, el pelo del niño cambiaba de color, llevado por la envidia que sentían todos sus pelos.

A todo el mundo le encantaba su pelo de colores, menos a él mismo, que tenía tanta envidia
que quería tener el pelo como los demás niños. Y un día, estaba tan enfadado por ello, que se
tiró de los pelos con rabia. Un pelo delgadito no pudo aguantar el tirón y se soltó, cayendo
hacia al suelo en un suave vuelo... y entonces, los demás pelos, sintiendo envidia, se soltaron
también, y en un minuto el niño se había quedado calvo, y su cara de sorpresa parecía un chiste
malo.

Tras muchos lloros y rabias, el niño comprendió que todo había sido resultado de su envidia, y
decidió que a partir de entonces trataría de disfrutar de lo que tenía sin fijarse en lo de los
demás. Tratando de disfrutar lo que tenía, se encontró con su cabeza lisa y brillante, sin un solo
pelo, y aprovechó para convertirla en su lienzo particular.
Desde aquel día comenzó a pintar hermosos cuadros de colores en su calva cabeza, que
gustaron tantísimo a todos, que con el tiempo se convirtió en un original artista famoso en el
mundo entero.

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Título: El niño de las mil cosquillas

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Aceptarnos tal como somos. Alegrar a los demás

Pepito Chispiñas era un niño tan sensible, tan sensible, que tenía cosquillas en el pelo. Bastaba
con tocarle un poco la cabeza, y se rompía de la risa. Y cuando le daba esa risa de cosquillas, no
había quien le hiciera parar. Así que Pepito creció acostrumbrado a situaciones raras: cuando
venían a casa las amigas de su abuela, siempre terminaba desternillado de risa, porque no
faltaba una viejecita que le tocase el pelo diciendo "qué majo". Y los días de viento eran la
monda, Pepito por el suelo de la risa en cuanto el viento movía su melena, que era bastante
larga porque en la peluquería no costaba nada que se riera sin parar, pero lo de cortarle el pelo,
no había quien pudiera.

Verle reir era, además de divertidísimo, tremendamente contagioso, y en cuanto Pepito


empezaba con sus cosquillas, todos acababan riendo sin parar, y había que interrumpir
cualquier cosa que estuvieran haciendo. Así que, según se iba haciendo más mayor, empezaron
a no dejarle entrar en muchos sitios, porque había muchas cosas serias que no se podían
estropear con un montón de risas. Pepito hizo de todo para controlar sus cosquillas: llevó mil
sombreros distintos, utillizó lacas y gominas ultra fuertes, se rapó la cabeza e incluso hizo un
curso de yoga para ver si podía aguantar las cosquillas relajándose al máximo, pero nada, era
imposible. Y deseaba con todas sus fuerzas ser un chico normal, así que empezó a sentirse triste
y desgraciado por ser diferente.
Hasta que un día en la calle conoció un payaso especial. Era muy viejecito, y ya casi no podía ni
andar, pero cuando le vio triste y llorando, se acercó a Pepito para hacerle reír. No le tardó
mucho en hacer que Pepito se riera, y empezaron a hablar. Pepito le contó su problema con las
cosquillas, y le preguntó cómo era posible que un hombre tan anciano siguiera haciendo de
payaso.
- No tengo quien me sustituya- dijo él, - y tengo un trabajo muy serio que hacer.
Pepito le miró extrañado; "¿serio?, ¿un payaso?", pensaba tratando de entender. Y el payaso le

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dijo:
- Ven, voy a enseñartelo.

Entonces el payaso le llevó a recorrer la ciudad, parando en muchos hospitales, casas de


acogida, albergues, colegios... Todos estaban llenos de niños enfermos o sin padres, con
problemas muy serios, pero en cuanto veían aparecer al payaso, sus caras cambiaban por
completo y se iluminaban con una sonrisa. Su ratito de risas junto al payaso lo cambiaba todo,
pero aquel día fue aún más especial, porque en cada parada las cosquillas de Pepito terminaron
apareciendo, y su risa contagiosa acabó con todos los niños por los suelos, muertos de risa.
Cuando acabaron su visita, el anciano payaso le dijo, guiñándole un ojo.
- ¿Ves ahora qué trabajo tan serio? Por eso no puedo retirarme, aunque sea tan viejito.
- Es verdad -respondió Pepito con una sonrisa, devolviéndole el guiño- no podría hacerlo
cualquiera, habría que tener un don especial para la risa. Y eso es tan difícil de encontrar... -dijo
Pepito, justo antes de que el viento despertara sus cosquillas y sus risas.
Y así, Pepito se convirtió en payaso, sustituyendo a aquel anciano tan excepcional, y cada día se
alegraba de ser diferente, gracias a su don especial.

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Título: Un trato con Santa Claus

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: evitar el materialismo

Julio estaba tan enfadado por los pocos regalos que había recibido la Navidad anterior, que la
carta que escribió a Papá Noel aquel año resultó tan dura que el mismo Santa Claus fue a
visitarlo unos días antes.

- ¿Por qué tanto enfado y tantos regalos? - preguntó Papá Noel- ¡Pero si tienes un montón de
amigos!

- ¡Me da igual! Quiero más juguetes y menos amigos.

Y tan molesto estaba que el bueno de Santa Claus tuvo que proponerle un trato:

- Está bien. Como muchos otros niños me han pedido tener más amigos, te daré un regalo más
por cada amigo al que renuncies para que se lo pueda ofrecer a otros niños.

- ¡Hecho! - dijo el niño sin dudar.. -Además, puedes quedártelos todos.

Aquella Navidad Julio se encontró con una enorme montaña de regalos. Tantos, que dos días
después aún seguía abriéndolos. El niño estaba feliz, gritaba a los vientos lo mucho que quería a
Santa Claus, y hasta le escribió varias cartas de agradecimiento.

Luego comenzó a jugar con sus regalos. Eran tan alucinantes que no pudo esperar a salir a la
calle para mostrárselos a los demás niños.

Pero, una vez en la calle, ninguno de los niños mostró interés por aquellos juguetes. Y tampoco
por el propio Julio. Ni siquiera cuando este les ofreció probar los mejores y más modernos
aparatos.

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- Vaya- pensó el niño - supongo que me he quedado sin amigos. Bueno, qué más da, sigo
teniendo mis juguetes.

Y Julio volvió a su casa. Durante algunas semanas disfrutó de un juguete nuevo cada día, y la
emoción que sentía al estrenar un juguete todas las mañanas le hizo olvidar su falta de amigos.
Pero no había pasado ni un mes cuando sus juguetes comenzaron a resultarle aburridos.
Siempre hacían lo mismo, y la única forma de cambiar los juegos era inventándose nuevos
mundos y aventuras, como hacía habitualmente con sus amigos. Sin embargo, hacerlo solo no
tenía mucha gracia.

Entonces empezó a echar de menos a sus amigos. Se daba cuenta de que cuando estaba con
sus amigos, siempre se les ocurrían nuevas ideas y formas de adaptar sus juegos ¡Por eso
podían jugar con un mismo juguete durante semanas! Y tanto lo pensó, que finalmente llegó a
estar convencido de que sus amigos eran mucho mejores que cualquier juguete ¡Pero si llevaba
años jugando con sus amigos y nunca se había aburrido de ellos!

Y tras un año de mortal aburrimiento, al llegar la Navidad redactó para Papá Noel una humilde
carta en la que pedía perdón por haber sido tan torpe de cambiar sus mejores regalos por unos
aburridos juguetes, y suplicaba
recuperar todos sus antiguos amigos.
Y desde entonces, no deseó por Navidad otra cosa que tener muchos amigos y poder compartir
con ellos momentos de juegos y alegrías, aunque fuera junto a los viejos juguetes de siempre..

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Título: La desaparición de los Luckys

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: amistad verdadera

Hace mucho tiempo, en el país de las Gominolas Mágicas, existían unos pequeños seres de
colores llamados luckys. Eran redondos, peludos y suaves, y muy divertidos y cariñosos. Nacían
de las flores más bellas, y eran una constante fuente de buena suerte para quienes estaban
cerca. Por eso todas las personas se hacían acompañar por su propio grupo de luckys. Y
competían por convertirlos en sus amigos ofreciéndoles juguetes, golosinas y toda clase de
regalos.

Bueno, todas menos Violeta, una niña que nunca quiso conseguir sus luckys con regalos. Ella
prefería tratarlos como verdaderos amigos, y se esforzaba en darles mucho cariño, hacerles
favores, hablar con ellos y preocuparse por sus cosas... en resumen, necesitaba tanto tiempo
para conseguir y cuidar a cada uno de sus peludos amiguitos, que era con diferencia la persona
con menos luckys.

Cierto día corrió la noticia de que bajo las cataratas de miel vivían miles de luckys sin dueño, y
la gente juntó regalos y golosinas para viajar hasta allí en busca de más buena suerte. Violeta
era muy feliz con los luckys que tenía y no pensaba hacer el viaje, pero cuando vio que se
quedaba sola, le pudo la curiosidad y también emprendió el camino con alegría.

Pero cuando llegó a las cataratas sólo encontró personas tristes y solitarias, sentadas junto a
sus montones de regalos y golosinas. No había rastro de los luckys.

- Ten cuidado, la catarata se ha tragado todos nuestros luckys- le advirtió una mujer. - Se abre y
los absorbe en un instante ¡Vete antes de que sea tarde!

Pero ya era tarde. Las cataratas se abrieron y cerraron con gran ruido. Sin embargo, al mirar a
su alrededor, buscando a sus luckys, no faltaba ninguno de sus queridos amigos.

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- No se los ha tragado - decían todos sin creérselo, formando un corro alrededor.

Antes de que pudieran hablar mucho más, las cataratas volvieron a abrirse. Esta vez se
mantuvieron abiertas por más tiempo, y permitieron ver en su interior a todos los luckys felices
y contentos rodeados de los mayores y mejores regalos que se pudieran imaginar. Cuando las
aguas se cerraron, los luckys de Violeta seguían junto a ella.

Finalmente, las aguas se abrieron una tercera vez, manteniéndose abiertas, y un hombre de
aspecto raro y divertido habló a los luckys con dulce voz.

- Venid conmigo, pequeños luckys. Aquí tendréis más y mejores cosas de lo que nunca podáis
imaginar ¡Seremos grandes amigos!

La propuesta era tan tentadora que Violeta dijo:

- Podéis ir con él si queréis, chicos. Este sitio tiene una pinta estupenda. No me extraña que les
haya gustado a los demás luckys.

Pero ni uno sólo de sus luckys se separó de ella. Se abrazaban tanto a su amiguita, que nadie
dudó de que para aquellos pequeños lo verdaderamente estupendo era estar con la niña.

-¡Voy a recuperar a mis luckys! - dijo entonces un niño, dirigiéndose a la cascada.

Aquel niño fue el primero en decirlo, pero todos conocían las “locuras” de Violeta con los
luckys, y supieron en seguida lo que tenían que hacer para recuperarlos. Y uno a uno fueron
entrando bajo la cascada para dar a sus luckys el cariño, la atención y la generosidad que los
hiciera verdaderos amigos suyos, y no de los regalos que solían hacerles.

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Título: El Pintor, el Dragón, y el Titán

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Evitar los abusos y la "ley del más fuerte"

Hubo una vez un pintor que en uno de sus viajes quedó tan perdido por el mundo que fue a dar
a la guarida de un dragón. Éste, nada más verle, rugió feroz por haberle molestado en su cueva.

- ¡Nadie se atreve a entrar aquí y salir vivo!

El pintor se disculpó y trató de explicarle que se había perdido. Le aseguró que se marcharía sin
volver a molestarle, pero el dragón seguía empeñado en aplastarle.

- Escucha dragón. No tienes por qué matarme, igual puedo servirte de ayuda.

- ¡Qué tonterías dices enano! ¿cómo podrías ayudarme tú, que eres tan débil y pequeñajo?
¿Sabes hacer algo, aunque sólo sea bailar? ¡ja, ja,ja,ja!

- Soy un gran pintor. Veo que tus escamas están un poco descoloridas y, ciertamente, creo que
con una buena mano de pintura podría ayudarte a dar mucho más miedo y tener un aspecto
mucho más moderno...

El dragón se quedó pensativo, y al poco decidió perdonar la vida al pintor si se dedicaba como
esclavo suyo a pintarle y decorarle a su gusto.

El pintor cumplió con su papel, dejando al dragón con un aspecto increíble. Al dragón le gustó
tanto, que a menudo le pedía al pintor nuevos cambios y retoques, al tiempo que le trataba
mucho mejor, casi como a un amigo. Pero por mucho que el pintor se lo pidiera, no estaba
dispuesto a dejarle libre, y le llevaba con él a todas partes.

En uno de sus viajes el pintor y el dragón llegaron a una gran montaña. Estaban recorriéndola
cuando se dieron cuenta de que la montaña se movía... y comenzó a rugir con un ruido tal que

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dejó al dragón medio muerto de miedo. Aquella montaña era en realidad un gigantesco titán,
que se sintió tan enfandado y ofendido por la presencia del dragón, que aseguró que no pararía
hasta aplastarlo.

El dragón, asustado por el tamaño del titán, se disculpó y trató de explicarle que había llegado
allí por error, pero el titán estaba decidido a acabar con él.

- Pero escucha, gran titán, soy un dragón y puedo serte muy útil- terminó diciendo.
- ¿Tú, dragón enano? ¿Ayudarme a mí? ¿Pero sabes hacer algo útil? ¡ja, ja, ja, ja!
- Soy un dragón, y echo fuego por mi boca. Podría asar tu comida y calentar tu cama antes de
dormir...

El titán, igual que había hecho antes el dragón, aceptó la propuesta, quedándose al dragón
como su esclavo, tratándolo como si fuera una cerilla o un mechero. Una noche, cuando el titán
dormía, el dragón miró entristecido y avergonzado al pintor.

- Ahora que me ha ocurrido a mí, me he dado cuenta de lo que te hice... Perdóname, no debí
abusar de mi fuerza y mi tamaño.

Y cortando sus cadenas, añadió:

- ¡Corre, escapa! El titán duerme y eres tan pequeño que no puede ni verte.

El pintor se sintió feliz de haber quedado libre, pero viendo que el dragón, a quien había
tomado mucho cariño, había comprendido su injusticia, se quedó por allí cerca pensando un
plan para liberarle.

A la mañana siguiente. Cuando el titán despertó, descubrió al dragón tumbado a su lado,


muerto, con la cabeza cortada. Rugió y rugió y rugió furioso, pensando que habría sido cosa de
su primo, el titán más malvado que conocía, y se marchó rápidamente en su busca, decidido a
romperle la cabezota en mil pedazos.

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Cuando se hubo marchado el titán, el pintor despertó al dragón, que aún dormía
tranquilamente en el mismo sitio. Al despertar, el dragón encontró al otro dragón de la cabeza
cortada, que no eran más que unas rocas que el pequeño artista había pintado para que
parecieran un dragón muerto. Y al mirarse a sí mismo, el dragón comprobó que apenas se le
podía ver, pues mientras dormía el pintor había decorado sus escamas de forma que parecía
una verde pradera de flores y hierba.
Ambos huyeron tan rápido como pudieron, y el dragón, agradecido por haberle salvado,
prometió a su amigo el pintor no volver a utilizar su fuerza y su tamaño para abusar de nadie, y
que los utilizaría siempre para ayudar a quienes más lo necesitaran.

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Título: El Hada y la Sombra

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Lealtad y compromiso

Hace mucho, mucho tiempo, antes de que los hombres y sus ciudades llenaran la tierra, antes
incluso de que muchas cosas tuvieran un nombre, existía un lugar misterioso custodiado por el
hada del lago. Justa y generosa, todos sus vasallos siempre estaban dispuestos a servirle. Y
cuando unos malvados seres amenazaron el lago y sus bosques, muchos se unieron al hada
cuando les pidió que la acompañaran en un peligroso viaje a través de ríos, pantanos y
desiertos en busca de la Piedra de Cristal, la única salvación posible para todos.

El hada advirtió de los peligros y dificultades, de lo difícil que sería aguantar todo el viaje, pero
ninguno se asustó. Todos prometieron acompañarla hasta donde hiciera falta, y aquel mismo
día, el hada y sus 50 más leales vasallos comenzaron el viaje. El camino fue aún más terrible y
duro que lo había anunciado el hada. Se enfrentaron a bestias terribles, caminaron día y noche
y vagaron perdidos por el desierto sufriendo el hambre y la sed. Ante tantas adversidades
muchos se desanimaron y terminaron por abandonar el viaje a medio camino, hasta que sólo
quedó uno, llamado Sombra. No era el más valiente, ni el mejor luchador, ni siquiera el más
listo o divertido, pero continuó junto al hada hasta el final. Cuando ésta le preguntaba que por
qué no abandonaba como los demás, Sombra respondía siempre lo mismo "Os dije que os
acompañaría a pesar de las dificultades, y éso es lo que hago. No voy a dar media vuelta sólo
porque haya sido verdad que iba a ser duro".

Gracias a su leal Sombra pudo el hada por fin encontrar la Piedra de Cristal, pero el monstruoso
Guardián de la piedra no estaba dispuesto a entregársela. Entonces Sombra, en un último gesto
de lealtad, se ofreció a cambio de la piedra quedándose al servicio del Guardián por el resto de
sus días...

La poderosa magia de la Piedra de Cristal permitió al hada regresar al lago y expulsar a los seres
malvados, pero cada noche lloraba la ausencia de su fiel Sombra, pues de aquel firme y

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generoso compromiso surgió un amor más fuerte que ningún otro. Y en su recuerdo, queriendo
mostrar a todos el valor de la lealtad y el compromiso, regaló a cada ser de la tierra su propia
sombra durante el día; pero al llegar la noche, todas las sombras acuden el lago, donde
consuelan y acompañan a su triste hada.

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Título: Carla y sus animales parlantes

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Comunicación y saber escuchar

Carla Coletas era una niña buena, un poco callada y reservada. No hablaba mucho, en parte por
vergüenza, y en parte también porque a veces no sentía que tuviera nada interesante que decir.
Pero el año que Carla y su familia se cambiaron de casa, todo eso cambió.
Cuando llegó a la nueva casa, Carla descubrió un gran desván lleno de trastos viejos, al fondo
del cual había un gran baúl en el que encontró todo tipo de cosas extrañas; y al fondo, debajo
de todas ellas, encontró algo especial: era un libro antiguo, con las tapas muy gruesas y
pesadas, escrito con letras doradas. Pero lo que lo hacía especial de verdad, era que podía
brillar en la oscuridad y que de la forma más fantástica y mágica, el libro flotaba en el aire, y no
necesitaba estar apoyado.
Carla llevó el libro a su cuarto y lo escondió hasta la noche, poniendo a su perrito a vigilar. Y
cuando estuvo segura de que no vendría nadie, se sentó junto a su perro y comenzó a leer. Era
un libro de cuentos, pero casi no pudo leer nada porque al poco su perro comenzó a hablarle:
- ¡Qué libro más interesante has encontrado!, tiene unos cuentos muy bonitos!
Carla no se lo podía creer, pero su perro seguía hablando con ella, contándole cosas y
haciéndole mil preguntas. Finalmente, la niña pudo reaccionar y preguntar
-Pero, ¿cómo es que estás hablando?
- No lo sé- dijo el perro ahora yo sólo digo lo que antes pensaba... para mí no ha cambiado
mucho, pero supongo que habrá sido este libro raro
Carla decidió investigar el asunto, y se le ocurrió enseñar el libro a otros animales. Uno tras
otro, todos comenzaban a hablar, y en poco tiempo, Carla estaba charlando amistosamente con
un perro, tres gatos, dos palomas, un periquito y cinco lagartijas. Todos ellos hablaban como si
lo hubieran hecho durante toda la vida, y ¡todos decían cosas interesantísimas! ¡Claro, chica!, le
decía el lagartijo Pipón, ¡todos tenemos una vida increíble!
Durante algunos días, Carla Coletas estuvo charlando y charlando con sus nuevos amigos, y
disfrutaba de veras haciéndolo, pero un día, sin saber ni cómo, el libro desapareció, y con él

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también lo hicieron sus amigos los animales con sus voces. Carla buscó por todas partes, pero
no hubo forma de encontrarlo, y a los pocos días, echaba tanto de menos las animadas charlas
con sus amigos, que no podía pensar en otra cosa.
Entonces recordó lo que le había dicho Pipón, y pensó que ella casi no hablaba nunca con sus
compañeros del cole y otros niños, y ¡seguro que todos tenían una vida increíble!. Así que
desde aquel día, poquito a poco, Carla fue hablando más y más con sus compañeros, tratando
de saber algo más de sus increíbles vidas, y resultó que, sin apenas darse cuenta, tenía más
amigos que ningún otro niño; y ya nunca más le faltó gente con la que disfrutar de una buena
charla.

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Título: El marciano accidentado

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Trabajo en equipo, amistad y esfuerzo alegre

Estaba una noche el erizo mirando al cielo con su telescopio, cuando le pareció ver pasar una
nave espacial volando hacia la luna. Cuando consiguió enfocarla, descubrió que se trataba de la
nave de un pobre marciano que había tenido un accidente y había aterrizado en la luna, y que
no podría salir de allí sin ayuda.

El erizo se dio cuenta de que seguro que era él el único que podría haberlo visto, así que decidió
tratar de salvarle, y llamó a algunos animales para que le ayudasen. Como no se les ocurría
nada, llamaron a otros, y a otros, y al final prácticamente todos los animales del bosque
estaban allí.
Entonces se les ocurrió hacer una gran montaña, unos subidos encima de otros, hasta llegar a la
luna. Aquello fue muy difícil, y todos terminaron con algún dedo en el ojo, un pisotón en la
oreja y numerosos golpes en la cabeza, pero finalmente consiguieron llegar a la luna y rescatar
al marciano. Desgraciadamente, cuando estaban bajando por la gran torre de animales, el oso
no pudo evitar estornudar, pues era alérgico al polvo de luna, y toda la torre se vino abajo con
gran estruendo de aullidos, rugidos y otros lamentos de los animales.
Al ver todo aquel estruendo, con todos los animales doliéndose por todas partes, el marciano
pensó que se enfadarían muchísimo con él, porque todo aquello había sido por su culpa. Pero
fue justo al revés: según se fueron recuperando de la caída, todos los animales saltaban y
daban palmas de alegría, felices por haber conseguido entre todos algo tan difícil, y durante
todo aquel día celebraron una gran fiesta juntos.
El marciano anotó todas estas cosas, y cuando volvió a su planeta dejó a todos boquiabiertos
con lo que le había pasado. Y así fue como aquellos sencillos y voluntariosos animales
enseñaron a los marcianos la importancia del trabajo en equipo y de la alegría, y desde
entonces, ya no hacen naves de un solo pasajero, sino que van en grupos dispuestos siempre a
ayudarse y sacrificarse unos por otros en cuanto sea necesario.

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Título: Arañas buscando casa

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Igualdad

El largo curso en la escuela de arañas había terminado. Por fin las jóvenes arañas estaban listas
para salir en busca de su nuevo hogar.

Mientras preparaban la expedición, los maestros repetían la norma básica una y otra vez:

- Buscad una familia con ambiente de igualdad. Recordad, son familias más felices, y si os
atrapan tendréis muchas más posibilidades de salir vivas.

El grupo de arañas pronto encontró una primera casa. Ñaki, una de las mejores alumnas,
confirmó enseguida de qué tipo se trataba: era una familia “papá al sofá, mamá a la cocina” de
auténtico manual, la más peligrosa de todas. Como era de esperar, la mamá y las chicas hacían
casi todas las cosas, y cuando se les ocurrió pedir ayuda, los chicos se negaron a hacer nada que
fuera “cosas de chicas”. ¡Y para ellos todo era cosa de chicas! Ñaki lo tenía claro, esa era la
prueba definitiva de la falta de igualdad y de cariño. Si la atrapaban en aquella casa, le esperaría
lo peor.

Siguiendo su viaje encontraron una familia distinta, donde chicos y chicas hacían todas las
tareas. Las repartían con tanta exactitud, que no parecía haber mejor prueba de igualdad. “Hoy
te toca a ti, mañana me toca a mí”, “Aquí, nadie es esclavo de nadie, yo hago lo mío, tú haces lo
tuyo” decían. Pero Ñaki no quiso precipitarse, y siguió observando a tan igualísima familia. Le
preocupaba la falta de alegría que observaba, pues se suponía que una familia con tanta
igualdad debía ser muy feliz. Pero como todos hacían de todo, todos dedicaban mucho tiempo
a tareas que no les gustaban, y de ahí su falta de alegría. Así que, aunque algunas arañas se
quedaron allí, Ñaki decidió seguir buscando. Y acertó, porque aquella familia tan preocupada
por repartir todo tan exactamente no pudo mantener un equilibrio tan perfecto durante mucho

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tiempo. Y así, olvidando por qué vivían juntos, terminaron repartiendo también la casa entre
grandes disputas, y no se salvó ni una sola de las arañas que se habían quedado.

No tardó Ñaki en encontrar otra familia con aspecto alegre y feliz. A primera vista, no parecían
vivir mucho la igualdad. Cada uno hacía tareas muy distintas, e incluso las chicas hacían muchas
de las cosas que había visto en aquella primera familia tan peligrosa. Pero la alegría que se
notaba en el ambiente animó a la araña a seguir investigando. Entonces descubrió que en esa
familia había una igualdad especial. Aunque cada uno hacía tareas distintas, parecía que habían
elegido sus favoritas y habían repartido las que menos les gustaban según sus preferencias.
Pero sobre todo, lo que hacía única esa familia, era que daba igual si chicos o chicas pedían
ayuda, cualquiera de ellos acudía siempre con una sonrisa. Y cuando finalmente, en lugar de
“tareas de chicos o chicas”, o “tareas tuyas o mías”, escuchó “aquí las tareas son de todos”, se
convenció de que aquella era la casa ideal para vivir.

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Título: El tesoro de Barba Iris

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Obediencia

Según contaba la leyenda, Barba Iris había sido el pirata de las golosinas más increíble que
había existido nunca. Durante años asaltó cientos de tiendas de golosinas y según decían, en
algún lugar perdido almacenaba el mayor tesoro que ningún niño podría imaginar. Por eso,
cuando Toni y sus amigos encontraron un extraño y antiguo cofre con lo que parecía ser un
mapa de un tesoro para niños, se llenaron de emoción y se prepararon para la gran búsqueda
del tesoro de Barba Iris.

Así, siguiendo las pistas, llegaron hasta una cueva oculta junto al lago, donde encontraron otro
pequeño cofre. En él encontraron unas pocas golosinas, un gran cartel con la letra D, y otro
mapa con más instrucciones para encontrar el tesoro, que les ayudó a superar la decepción
inicial de pensar que no se tratara de un gran tesoro. Toni y los demás consiguieron descifrar el
mapa, para lo que necesitaron algunos días y leer unos cuantos libros, y así llegaron hasta un
gran árbol hueco en medio de un gran bosque, donde volvieron a encontrar un cofre con
algunas golosinas, un nuevo mapa, y una hoja con la letra O.
Entre muchas aventuras encontraron dos cofres más con sus golosinas, sus mapas y las letras C
y B. Pero el último mapa era un tanto extraño. Más que un mapa, parecían unas instrucciones
bastante incomprensibles:

"Al tesoro ya has llegado


pero tendrás que encontrarlo;
si juntas un buen retrato
del hijo de tus abuelos,
y lo pones justo al lado
de la hija de tus yayos,
si luego añades las letras

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que cada tesoro ha dado
se desvelará el secreto
que lleva tanto guardado.
Ese que acerca tus sueños
para poder alcanzarlos."

Mucho tiempo discutieron sobre el significado del enigma, y sólo consiguieron ponerse de
acuerdo en que el mensaje hablaba de las fotos de unos padres, pero no alcanzaban a entender
el resto. Hasta uno de los numerosos días que discutían sobre el asunto en el salón de casa de
Toni, mirando como siempre aquellas cuatro letras. Alex, distraído, miraba la foto de los padres
de Toni que había sobre la mesa, y entonces dio un salto:

- ¡¡Lo tengo!!

Todos le miraron con interés, pero en lugar de hablar, Alex se acercó a la mesa. Reordenó las
letras y al final acercó la foto de los padres de Toni.

- O... B... D.. C..... ¡obedece a tus padres! - gritaron todos a la vez.

Y aunque no hubo millones de golosinas, todos estaban dispuestos a seguir aquel gran consejo.
¡¡Cómo no iban a hacerlo, si se trataba del mismísimo tesoro del pirata Barba Iris!!

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Título: El gran juego

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Humildad, generosidad y trabajo en equipo

Había una vez un grupo de niños que habían quedado para jugar un partido de fútbol por todo
lo alto. Habían dedicido que cada uno llevaría un elemento importante que hubiera en todos
los partidos oficiales, y así, uno trajo el balón, otro el silbato, otro una portería, otro los guantes
del portero, las banderillas del córner, etc... Pero antes de comenzar el partido, a la hora de
elegir los equipos hubo una pequeña discusión, y decidieron que podría elegir aquel que
hubiera llevado el elemento más importante. Como tampoco se ponían de acuerdo en eso,
pensaron que lo mejor sería empezar a jugar al completo, con todos los elementos, e ir
eliminando lo que cada uno había traído para ver si se podía seguir jugando y descubrían qué
era verdaderamente imprescindible. Así que comenzaron a jugar, y primero eliminaron el
silbato, pero quien hacía de árbitro pudo seguir arbitrando a gritos. Luego dejaron a los
porteros sin guantes, pero paraban igual de bien sin ellos; y tampoco se notó apenas cuando
quitaron los banderines que definían los límites del campo, ni cuando cambiaron las porterías
por dos papeleras...; y así siguieron, hasta que finalmente cambiaron también el balón por una
lata, y pudieron seguir jugando... Mientras jugaban, pasó por allí un señor con su hijo, y
viéndoles jugar de aquella forma, le dijo al niño: -"Fíjate, hijo: aprende de ellos, sin tener nada
son capaces de seguir jugando al fútbol, aunque nunca vayan a poder aprender ni mejorar nada
jugando así" Y los chicos, que lo oyeron, se dieron cuenta de que por su exceso de orgullo y
egoísmo, lo que se presentaba como un partido increíble, había acabado siendo un partido
penoso, con el que apenas se estaban divirtiendo. Así que en ese momento, decidieron dejar de
un lado sus opiniones egoístas, y enseguida se pusieron de acuerdo para volver a empezar el
partido desde el principio, esta vez con todos sus elementos. Y verdaderamente, fue un partido
alucinante, porque ninguno midió quién jugaba mejor o peor, sino que entre todos sólo
pensaron en divertirse y ayudarse.

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Título: Enfadator, el terminador de discusiones

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Serenidad, afecto y comprensión

Enfadator era el nombre del proyecto secreto destinado a crear la máquina de discusión
perfecta, un robot capaz de vencer cualquier disputa. En su desarrollo se habían utilizado las
más modernas tecnologías, y poseía un sistema único que le permitía aprender de situaciones
anteriores, y de todos los enfados que presenciaba.

Desgraciadamente, Enfadator se perdió y durante años estuvo desaparecido sin que nadie
supiera nada de él, hasta que fue encontrado por casualidad.

Intrigados por cómo se habrían desarrollado las habilidades de discusión de Enfadator durante
ese tiempo, los responsables del proyecto prepararon una dura prueba para el robot.
Disfrazado como un maleante, lo llevaron a una oscura taberna, de esas llenas de delincuentes
en las que cada noche se suceden numerosas broncas y peleas. Y ocultos en una esquina,
esperaron a ver sus reacciones.

No tardó en aparecer un grandullón de aspecto fierísimo con ganas de pelea, que sin venir a
cuento empujó a Enfadator con malos modos.

¡Qué emocionante! Desde su esquina esperaban ver cómo el robot hacía picadillo a aquel
bruto, pero no ocurrió nada de eso. Es más, no ocurrió nada, y el bruto comenzó a enfurecerse
y a gritar cada vez más. Enfadator seguía quieto, completamente parado, y sus inventores
pensaron que estaba definitivamente averiado.

Pero entonces, cuando más furioso parecía aquel tipo enorme, Enfadator comenzó a moverse.
Se estiró cuanto pudo, haciéndose más grande, extendió dos enormes brazos y levantó la
cabeza para mirar al provocador. Sus ojos no eran como el fuego, ni como rayos láser, ni
siquiera tenía la mirada del tigre. Al contrario, Enfadator parecía... ¡un angelito feliz! y era la

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viva imagen de la dulzura, el cariño y la comprensión. Y antes de que el bruto pudiera darse
cuenta, estaba dándole un gran abrazo a aquel tipo con ganas de pelea, mientras le decía: “tú lo
que necesitas es un buen amigo y un poco de cariño, ¿verdad?”

Y probablemente fuera verdad, porque una vez recuperado de la sorpresa inicial, el grandullón
se mostró mucho más amigable, y estuvo charlando amistosamente con Enfadator durante un
buen rato.

Y así descubrieron cómo resolvía el temible “Enfadator” todas las discusiones, pues de sus
viajes por el mundo había aprendido que cuanto más enfadada está una persona, mejor le
sienta un poco de cariño.

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Título: El dragón nube

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Confianza y comprensión

En las oscuras tierras de las brujas y los trolls, vivía hace mucho tiempo el dragón más terrible
que nunca existió. Sus mágicos poderes le permitían ser como una nube, para moverse rápido
como el viento, ser ligero como una pluma y tomar cualquier forma, desde una simple ovejita, a
un feroz ogro. Y por ser un dragón nube, era el único capaz de lanzar por su boca no sólo
llamaradas de fuego, sino brillantes rayos de tormenta.

El dragón nube atacaba aldeas y poblados sólo por placer, por el simple hecho de oír los gritos
de la gente ante sus terribles apariciones. Pero únicamente encontraba verdadera diversión
cada vez que los hombres enviaban a alguno de sus caballeros y héroes a tratar de acabar con
él. Entonces se entretenía haciendo caer interminables lluvias sobre su armadura, o diminutos
relámpagos que requemaban y ponían de punta todos los pelos del valiente caballero. Luego se
transformaba en una densa niebla, y el caballero, sin poder ver nada a su alrededor, ni siquiera
era consciente de que la nube en que estaba sumergido se elevaba y echaba a volar. Y tras
jugar con él por los aires durante un buen rato, hasta que quedaba completamente mareado, el
dragón volvía a su forma natural, dejando al pobre héroe flotando en el aire. Entonces no
dejaba de reír y abrasarlo con sus llamaradas, mientras caía a gran velocidad hasta estamparse
en la nieve de las frías montañas, donde dolorido, helado y chamuscado, el abandonado
caballero debía buscar el largo camino de vuelta.

Sólo el joven Yela, el hijo pequeño del rey, famoso desde pequeño por sus constantes
travesuras, sentía cierta simpatía por el dragón. Algo en su interior le decía que no podía haber
nadie tan malo y que, al igual que le había pasado a él mismo de pequeño, el dragón podría
aprender a comportarse correctamente. Así que cuando fue en su busca, lo hizo sin escudo ni

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armaduras, totalmente desarmado, dispuesto a averiguar qué era lo que llevaba al dragón a
actuar de aquella manera.

El dragón, nada más ver venir al joven príncipe, comenzó su repertorio de trucos y torturas.
Yela encontró sus trucos verdaderamente únicos, incluso divertidos, y se atrevió a disfrutar de
aquellos momentos junto al dragón. Cuando por fin se estampó contra la nieve, se levantó
chamuscado y dolorido, pero muy sonriente, y gritó: “ ¡Otra vez! ¡Yuppi!”.

El dragón nube se sorprendió, pero parecía que hubiera estado esperando aquello durante
siglos, pues no dudó en repetir sus trucos, y hacer algunos más, para alegría del joven príncipe,
quien disfrutó de cada juego del dragón. Éste se divertía tanto que comenzó a mostrar especial
cuidado y delicadeza con su compañero de juegos, hasta tal punto, que cuando pararon para
descansar un rato, ambos lo hicieron juntos y sonrientes, como dos buenos amigos.

Yela no sólo siguió dejando que el dragón jugara con él. El propio príncipe comenzó a hacer
gracias, espectáculos y travesuras que hacían las delicias del dragón, y juntos idearon muchos
nuevos trucos. Finalmente Yela llegó a conocer a la familia del dragón, sólo para darse cuenta
de que, a pesar de tener cientos de años, no era más que un dragón chiquitito, un niño enorme
con ganas de hacer travesuras y pasarlo bien.

Y así, pudo el príncipe regresar a su reino sobre una gran nube con forma de dragón, ante la
alegría y admiración de todos. Y con la ayuda de niños, cómicos, actores y bufones, pudieron
alegrar tanto la vida del pequeño dragón, que nunca más necesitó hacer daño a nadie para
divertirse. Y como pago por sus diversiones, regalaba su lluvia, su sombra y sus rayos a cuantos
los necesitaban.

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Título: El sartenazo

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Saber perdonar

La rana Renata era la mejor cocinera de los pantanos y a su selecto restuaurante acudían todas
las ranas y sapos de los alrededores. Sus "moscas en salsa de bicho picante" o sus "alitas de
libélula caramelizadas con miel de abeja" eran delicias que ninguna rana debía dejar de probar,
y aquello hacía sentirse a Renata verdaderamente orgullosa.
Un día, apareció en su restaurante Sopón dispuesto a cenar. Sopón era un sapo grandón y un
poco bruto, y en cuanto le presentaron los exquisitos platos de Renata, comenzó a protestar
diciendo que aquello no era comida, y que lo que él quería era una buena hamburguesa de
moscardón. Renata acudió a ver cuál era la queja de Sopón con sus platos, y cuando este dijo
que todas aquellas cosas eran "pichijiminadas", se sintió tan furiosa y ofendida, que sin mediar
palabra le dio un buen sartenazo.

Menuda trifulca se armó. A pesar de que Renata enseguida se dio cuenta de que tenía que
haber controlado sus nervios, y no dejaba de pedir disculpas a Sopón, éste estaba tan
enfadado, que decía que sólo sería capaz de perdonarla si él mismo le devolvía el sartenazo.
Todos trataban de calmarle, a sabiendas de que con la fuerza del sapo y la pequeñez de la rana,
el sartenazo le partiría la cabeza. Y como Sopón no aceptaba las disculpas, y Renata se sentía
fatal por haberle dado el sartenazo, Renata comenzó a hacer de todo para que le perdonara: le
dio una pomada especial para golpes, le sirvió un exquisito licor de agua de charca e incluso le
preparó.. ¡Una estupenda hamburguesa de pollo!
Pero Sopón quería devolver el porrazo como fuera para quedar en paz. Y ya estaban a punto de
no poder controlarle, cuando apareció un anciano sapo caminando con ayuda de unas muletas.
- Espera Sopón-dijo el anciano- podrás darle el sartenazo cuando yo te rompa la pata. Recuerda
que yo llevo muletas por tu culpa.

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Sopón se quedó paralizado. Recordaba al viejo que acababa de entrar. Era Sapiencio, su viejo
profesor que un día le había salvado de unos niños gamberros cuando era pequeño, y que al
hacerlo se dejó una de sus patas. Recordaba que todo aquello ocurrió porque Sopón había sido
muy desobediente, pero Sapiencio nunca se lo había recordado hasta ahora...
Entonces Sopón se dio cuenta de que estaba siendo muy injusto con Renata. Todos, incluso él
mismo, cometemos errores alguna vez, y devolver golpe por golpe y daño por daño, no hacía
sino más daño . Así que, aunque aún le dolía la cabeza y pensaba que a Renata se le había ido la
mano con el sartenazo, al verla tan arrepentida y haciendo de todo para que le perdonase,
decidió perdonarle. Y entonces pudieron dedicar el resto del tiempo a reirse de la historia y
saborear la rica hamburguesa de moscardón, y todos estuvieron de acuerdo en que aquello fue
mucho mejor que liarse a sartenazos.

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Título: La extraña pajarería

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Autoestima y confianza

El señor Pajarian era un hombrecillo de cara simpática y sonriente que tenía una tienda de
pajaritos. Era una pajarería muy especial, en la que todas las aves caminaban sueltas por
cualquier lado sin escaparse, y los niños disfrutaban sus colores y sus cantos.
Tratando de saber cómo lo conseguía, el pequeño Nico se ocultó un día en una esquina de la
tienda. Estuvo escondido hasta la hora del cierre, y luego siguió al pajarero hasta la trastienda.

Allí pudo ver cientos de huevos agrupados en pequeñas jaulas, cuidadosamente conservados. El
señor Pajarian llegó hasta un grupito en el que los huevecillos comenzaban a moverse; no
tardaron en abrirse, y de cada uno de ellos surgió un precioso ruiseñor.

Fue algo emocionante, Nico estaba como hechizado, pero entonces oyó la voz del señor
Pajarian. Hablaba con cierto enfado y desprecio, y lo hacía dirigiéndose a los recién nacidos:
"¡Ay, miserables pollos cantores... ni siquiera volar sabéis, menos mal que algo cantaréis aquí
en la tienda!"- Repitió lo mismo muchas veces. Y al terminar, tomó los ruiseñores y los
introdujo en una jaula estrecha y alargada, en la que sólo podían moverse hacia adelante.
A continuación, sacó un grupito de petirrojos de una de sus jaulas alargadas. Los petirrojos, más
creciditos, estaban en edad de echar a volar, y en cuanto se vieron libres, se pusieron a
intentarlo. Sin embargo, el señor Pajarian había colocado un cristal suspendido a pocos
centímetros de sus cabecitas, y todos los que pretendían volar se golpeaban en la cabeza y
caían sobre la mesa. "¿Veis los que os dije?" -repetía- " sólo sois unos pobres pollos que no
pueden volar. Mejor será que os dediquéis a cantar"...

El mismo trato se repitió de jaula en jaula, de pajarito en pajarito, hasta llegar a los mayores. El
pajarero ni siquiera tuvo que hablarles: en su mirada triste y su andar torpe se notaba que
estaban convencidos de no ser más que pollos cantores. Nico dejó escapar una lagrimita

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pensando en todas las veces que había disfrutado visitando la pajarería. Y se quedó allí
escondido, esperando que el señor Pajarian se marchara.

Esa noche, Nico no dejó de animar a los pajaritos. "¡Claro que podéis volar! ¡Sois pájaros! ¡ Y
sois estupendos! ", decía una y otra vez. Pero sólo recibió miradas tristes y resignadas, y algún
que otro bello canto.
Nico no se dio por vencido, y la noche siguiente, y muchas otras más, volvió a esconderse para
animar el espíritu de aquellos pobre pajarillos. Les hablaba, les cantaba, les silbaba, y les
enseñaba innumerables libros y dibujos de pájaros voladores "¡Ánimo, pequeños, seguro que
podéis! ¡Nunca habéis sido pollos torpes!", seguía diciendo.

Finalmente, mirando una de aquellas láminas, un pequeño canario se convenció de que él no


podía ser un pollo. Y tras unos pocos intentos, consiguió levantar el vuelo... ¡Aquella misma
noche, cientos de pájaros se animaron a volar por vez primera! Y a la mañana siguiente, la
tienda se convirtió en un caos de plumas y cantos alegres que duró tan sólo unos minutos: los
que tardaron los pajarillos en escapar de allí.

Cuentan que después de aquello, a menudo podía verse a Nico rodeado de pájaros, y que sus
agradecidos amiguitos nunca dejaron de acudir a animarle con sus alegres cantos cada vez que
el niño se sintió triste o desgraciado.

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Título: Las honradas mariquitas

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Honradez y honestidad

Cuenta una extraña historia que las mariquitas perdonan, pero no olvidan. Según parece, al
principio las mariquitas no tenían sus famosos puntitos negros. Poco antes todas estuvieron a
punto de desaparecer cuando guiadas por el famosísimo Cayus Insectus, una tormenta inundó
el camino por el que viajaban. Las pocas que sobrevivieron tuvieron que elegir el sustituto de
Cayus Insectus, desaparecido entre las aguas, y decidieron que lo sería quien primero llegara al
lago de la región sur y regresara para describirlo.

Las mariquitas se lanzaron a la aventura, y poco a poco fueron regresando, contando lo bello
que estaba el lago en aquella época del año, con sus aguas cristalinas, lleno de flores y hierba
fresca en sus orillas. Pero la última de todas ellas tardaba en llegar. La esperaron hasta 3 días, y
cuando regresó, lo hacía cabizbaja y avergonzada, pues no había llegado a encontrar el lago.
Todas criticaron la torpeza y lentitud de la joven mariquita, y se prepararon para continuar el
viaje al día siguiente.

Siguiendo al nuevo guía, caminaron toda la mañana hacia el Norte, hasta que al atravesar unas
hierbas espesas y altas, se detuvieron atónitos: ¡frente a ellos estaba el Gran Lago! y no tenía ni
flores, ni hierba, ni aguas cristalinas. Las grandes lluvias lo habían convertido en una gran charca
verdosa rodeada de barro.

Todos comprendieron al momento la situación, pues al ser arrastrados por el río habían dejado
atrás el lago sin saberlo, y cuantos salieron a buscarlo lo hicieron en dirección equivocada. Y
vieron cómo, salvo aquella tardona mariquita, todos deseaban tanto convertirse en Gran Guía,
que no les había importado mentir para conseguirlo; e incluso llegaron a comprobar que el
nefasto Cayus Insectus había llegado a aquel puesto de la misma forma.

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Así pues la mariquita tardona, la única en quien de verdad confiaban, se convirtió en Gran Guía.
Y decidieron además que cada vez que una de ellas fuera descubierta engañando, pintarían un
lunar negro en su espalda, para que no pudiera ni borrarlos, ni saber cuántos tenía.
Y desde entonces, cuando una mariquita mira a otra por la espalda, ya sabe si es de fiar por el
número de lunares.

Como las mariquitas, también las personas pintan lunares en la imagen de los demás cuando no
muestran su honradez. Y basta con tener un sólo lunar negro para dejar de ser un simple
insecto rojo y convertirse en una mariquita. Así que, por grande que sea el premio, no hagamos
que nadie pueda pintarnos ese lunar.

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Título: Mi pequeño mundo se ha roto

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Superación y adaptación a los cambios

Había una vez un muelle que vivía tranquilo y seguro dentro de su bolígrafo. Aunque oía
muchas cosas procedentes del exterior, vivía creyendo que fuera de su mundo, el bolígrafo, no
había nada bueno. Sólo pensar en dejar su bolígrafo le daba tal miedo que no le importaba
pasar su vida encogiéndose y estirándose una y otra vez en el minúsculo espacio del boli.

Pero un día, se ácabó la tinta, y cuando su dueño lo fue a cambiar tuvo un despiste. El muelle
saltó por los aires y fue a parar al desagüe del lavabo, y por ahí se perdió de vista. El muelle,
aterrorizado y lamentándose de su suerte, atravesó tuberías y tuberías, pensando siempre que
aquello era su fin. Durante el viaje por las cañerías no se atrevió a abrir los ojos de puro miedo,
sin dejar ni un momento de llorar. Arrastrado por el agua, siguió, siguió y siguió, hasta ir a parar
a un río; cuando la corriente perdió fuerza, al ver que todo se calmaba, dejó de llorar y escuchó
a su alrededor, y al oír sólo los cantos de los pájaros y el viento en las hojas de los árboles, se
animó a abrir los ojos. Entonces pudo ver las aguas cristalinas del río, las piedras del fondo, y los
peces de colores que en él vivían y jugaban, y comprendió que el mundo era mucho más que su
pequeño bolígrafo, y que siempre había habido muchas cosas en el exterior esperando para
disfrutarlas.

Así que después de jugar un rato con los peces, fue a parar a la orilla, y después a un campo de
flores. Allí escuchó un llanto, que le llevó hasta una preciosa flor que había sido pisada por un
conejo y ya no podía estar recta. El muelle se dio cuenta entonces de que él podía ayudar a
aquella flor a mantenerse recta, y se ofreció para ser su vestido. La flor aceptó encantada, y así
vivieron juntos y alegres. Y siempre reían al recordar la historia del muelle, cuando pensaba que
lo único que había en la vida, era ser el triste muelle de un bolígrafo.

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Título: El Gran Palacio de la Mentira

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Sinceridad

Todos los duendes se dedicaban a construir dos palacios, el de la verdad y el de la mentira. Los
ladrillos del palacio de la verdad se creaban cada vez que un niño decía una verdad, y los
duendes de la verdad los utilizaban para hacer su castillo. Lo mismo ocurría en el otro palacio,
donde los duendes de la mentira construían un palacio con los ladrillos que se creaban con cada
nueva mentira. Ambos palacios eran impresionantes, los mejores del mundo, y los duendes
competían duramente porque el suyo fuera el mejor.
Tanto, que los duendes de la mentira, mucho más tramposos y marrulleros, enviaron un grupo
de duendes al mundo para conseguir que los niños dijeran más y más mentiras. Y como lo
fueron consiguiendo, empezaron a tener muchos más ladrillos, y su palacio se fue haciendo más
grande y espectacular. Pero un día, algo raro ocurrió en el palacio de la mentira: uno de los
ladrillos se convirtió en una caja de papel. Poco después, otro ladrillo se convirtió en arena, y al
rato otro más se hizo de cristal y se rompió. Y así, poco a poco, cada vez que se iban
descubriendo las mentiras que habían creado aquellos ladrillos, éstos se transformaban y
desaparecían, de modo que el palacio de la mentira se fue haciendo más y más débil, perdiendo
más y más ladrillos, hasta que finalmente se desmoronó.
Y todos, incluidos los duendes mentirosos, comprendieron que no se pueden utilizar las
mentiras para nada, porque nunca son lo que parecen y no se sabe en qué se convertirán.

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Título: El misterioso ladrón de ladrones

Autor: Pedro Pablo Sacristan

Valor: Respetar las cosas de los demás

Caco Malako era ladrón de profesión. Robaba casi cualquier cosa, pero era tan habilidoso, que
nunca lo habían pillado. Así que hacía una vida completamente normal, y pasaba por ser un
respetable comerciante. Robara poco o robara mucho, Caco nunca se había preocupado
demasiado por sus víctimas; pero todo eso cambió la noche que robaron en su casa.

Era lo último que habría esperado, pero cuando no encontró muchas de sus cosas, y vio todo
revuelto, se puso verdaderamente furioso, y corrió todo indignado a contárselo a la policía. Y
eso que era tan ladrón, que al entrar en la comisaría sintió una alergia tremenda, y picores por
todo el cuerpo.

¡Ay! ¡Menuda rabia daba sentirse robado siendo él mismo el verdadero ladrón del barrio! Caco
comenzó a sospechar de todo y de todos. ¿Sería Don Tomás, el panadero? ¿Cómo podría
haberse enterado de que Caco le quitaba dos pasteles todos los domingos? ¿Y si fuera Doña
Emilia, que había descubierto que llevaba años robándole las flores de su ventana y ahora había
decidido vengarse de Caco? Y así con todo el mundo, hasta tal punto que Caco veía un ladrón
detrás de cada sonrisa y cada saludo.

Tras unos cuantos días en que apenas pudo dormir de tanta rabia, Caco comenzó a
tranquilizarse y olvidar lo sucedido. Pero su calma no duró nada: la noche siguiente, volvieron a
robarle mientras dormía.

Rojo de ira, volvió a hablar con la policía, y viendo su insistencia en atrapar al culpable, le
propusieron instalar una cámara en su casa para pillar al ladrón con las manos en la masa. Era
una cámara modernísima que aún estaba en pruebas, capaz de activarse con los ruidos del
ladrón, y seguirlo hasta su guarida.

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Pasaron unas cuantas noches antes de que el ladrón volviera a actuar. Pero una mañana muy
temprano el inspector llamó a Caco entusiasmado:

- ¡Venga corriendo a ver la cinta, señor Caco! ¡Hemos pillado al ladrón!

Caco saltó de la cama y salió volando hacia la comisaría. Nada más entrar, diez policías se le
echaron encima y le pusieron las esposas, mientras el resto no paraba de reír alrededor de un
televisor. En la imagen podía verse claramente a Caco Malako sonámbulo, robándose a sí
mismo, y ocultando todas sus cosas en el mismo escondite en que había guardado cuanto había
robado a sus demás vecinos durante años... casi tantos, como los que le tocaría pasar en la
cárcel.

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