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Santiago de Chile, 3 de noviembre de 2019

Estos convulsionados días han sido un despertar, una borradura a nuestras hojas de
ruta preestablecidas y una apertura obligatoria a la incertidumbre. Como jóvenes católicos,
nos hemos sentido interpelados por el acontecer, llamados a la acción y convocados a
replantearnos en comunidad. La tibieza de la respuesta eclesial-institucional nos impulsó, y
por ello decidimos como jóvenes convocar a otros jóvenes a reunirnos el martes recién
pasado para iniciar comunitariamente un camino de reflexión y acción conjunta.

Agrupados nuestros cuerpos frente a la sombra de una catedral cerrada y silente,


nos embargan la incertidumbre y la esperanza a partes iguales. Nos colma la euforia del
despertar y el amargo sabor que dejan a su paso los atropellos sistemáticos a los Derechos
Humanos. Nos atraviesa la impotencia, la contradicción, el miedo, la angustia y la ansiedad.
Nos alcanza el agobio tras varios días de manifestaciones continuas; la preocupación, el
desconcierto y la confusión ante un futuro poco claro; el miedo de que las demandas
queden en nada, que todo siga igual. «Nos sentimos interpelados, llamados a responder
ante un cuestionamiento social que pide a gritos ser escuchado y comprendido».

Como católicos, sentimos que la Iglesia-institución yace escondida, sin pronunciarse,


sin ocupar un rol social y -lo que es más grave aún- sin defender con ímpetu los Derechos
Humanos del pueblo que sufre. «Nuestra jerarquía eclesial se muestra ausente y
desconectada de las necesidades de los ciudadanos, porque han caído en un ateísmo
práctico, es decir, profesan el evangelio verbalmente, pero sus acciones dicen lo contrario».
Probablemente piensen «que la iglesia ya no está validada para asumir una posición fuerte
en el debate, pero no se dan cuenta de que la razón de que seamos validados socialmente
es justamente el hecho de defender la dignidad humana».

Constatamos con indignación una iglesia tardía y débil, con un punto de vista
despolitizado y no representativo. Una iglesia fragmentada entre el pueblo y los pastores.
Los primeros, inquietos por la contingencia, deseosos de sumarnos a las discusiones; los
segundos, «incapaces de comprender la magnitud del estallido social».
Como pueblo de Dios, «no creemos en un Cristo escondido y mirando a la distancia,
sino en uno que escucha, acompaña, denuncia y se hace carne en medio de los oprimidos».
Somos conscientes de que la iglesia no se agota en aquella jerarquía distante; muy al
contrario, ella trasciende y llena las calles, representada en nuestros cuerpos presentes en
la movilización, en nuestras inquietudes y deseos de contribuir al cambio. Por ello es que la
rabia ante el abuso de poder da paso a una tímida esperanza. De algún modo nos sentimos
felices al saber que no somos los únicos que albergamos por tanto tiempo el descontento
causado por la violencia estructural que corroe nuestras vidas y las de tantos hermanos/as.
Admiramos la valentía de los primeros que nos marcaron la ruta de rebeldía y nos
despertaron del adormecimiento con su irreverencia.

¿Fue necesario llegar a este punto para que se logre escuchar nuestra voz? ¿Fue
necesario salir a las calles para volver a sentirnos comunidad? Quizá «somos parte de un
contexto histórico que necesita ser desordenado para luego encontrar un nuevo orden»,
para abrir nuevas puertas al diálogo.

¿A qué estamos llamados entonces? A dar ánimo y esperanza a quien lo necesite; a


escuchar cuando sea pertinente, y a alzar la voz en nombre de quienes han sido silenciados.
A insistir en los cambios estructurales y nos dejarnos capturar por la desesperanza o las
promesas efímeras de modificaciones superficiales. A construir una paz que nazca de la
justicia. En definitiva, «a estar junto al pueblo que lucha», a sabernos nosotros mismos
pueblos, a «ser protagonistas del Chile que soñamos», mostrando a Cristo «con nuestra
historia, con nuestro actuar».

En suma, no basta sólo con rezar, sino que debemos ser actores que luchan para
conseguir la justicia que este país tanto necesita. Movilicémonos con un oído en el pueblo
y otro en el Evangelio.

#EsTiempodeJusticia
Jóvenes Católicos Movilizados

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