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1.
Este capítulo muestra cómo Kazan, el joven ladrón quien es
el personaje principal de la historia que va a comenzar, entra
sin ser visto a un museo nacional lleno de obras de arte. Se
cuenta que llegó a la cúpula del museo corriendo por encima
de los tejados de las casas cercanas a la institución. También
se lo describe como un joven alto pero ágil, con vestimenta
negra y habilidades de acróbata en sus movimientos. Se nos
dice que mantiene un diálogo consigo mismo en el cual una
coro de voces internas le habla como si fuera un demonio
experto en travesuras. La locura de estos personajes lo lleva
a un corredor del museo donde hay una obra de arte que
está colgada en un muro, y que es la que según sus
demonios, ha de robar. Pero las últimas líneas indican que
alguien lo ha detectado cometiendo su delito flagrante.
2.
¿Hubo voces que nos impedían escuchar que hay una
enorme necesidad de estar atentos? Hay en este capítulo un
comentario interesante que compara las obras de arte
destinadas a seguir la línea, restaurando el ánimo o la
emoción de la gente rica, y un cuadrucho de incromprensible
título, una tabla tan tan negra que obligara a pensar en una
completa restauración. Sin incurrir en una ligereza
conceptual, los movimientos de escape del museo de Kazan,
el personaje principal de este libro, comunican al lector, a
través de descripciones que causarían adicción al más
enamorado de los animales entre todos los lectores, un
proceso de devenir-animal en un ámbito de la condición
humana como aquel en el cual ocurre, y por lo tanto, se
manifiesta, la experiencia de la huida. Pues es conforme a la
particular huida de Kazan, que somos informados de que hay
una ciudad desapacible o huraña que se llama Yardam, y
considero que una buena parte de ese barniz que triste baña
a la ciudad lo refuerza el efecto de otro hecho que es el de
decirnos a continuación que el propio Kazan adolece desde
su fisiología de un malestar (¿mejor podríamos decir que
“porta un “malestar” o inconformidad que indispone su
cuerpo), al cual promete darle un final, sin saber nosotros si
se trata de un final acallado y excluido de la historia que nos
están contando, o si tendrá lugar dentro de los límites que el
nombre Yardam invita a pensar. De hecho, éste nombre lo
lleva una localidad rural de algún barrio en Rusia.
3.
Las voces y los talentos despellejan (¿a quiénes?) por su
asombro o su temor. Un camino resbaladizo, pulposo y
mestizo surge en este capitulo, en medio de una pelea que la
locura propulsa de un segundo para otro, en el mundo que
estamos viendo revelarse por fuera pero, también, por dentro
de Kazan. Esto, sumado al hecho de que sus voces internas
desmienten la coacción que su silencio impone a su alma y
provocan una respuesta estoica, a la vez que un callejón o un
parque de Yardam, bajo el rigor de su modo de ser inactuante
o intencionado, recuerdan como avisos la sangre agraviada
de las gentes de aquella ciudad y funcionan como lugares por
donde la autora consigue dibujar mejor el personaje de
Kazan.
4.
Aceptar la contaminación de la fiebre implica imaginar la
instalación en la mente de Kazan, de una personalidad que
antaño fue arrancada de su cuerpo por un antiguo ladrón de
espíritus, pero por debajo todo esto, implica ante todo dar
vida al reconocimiento de una decisión equivocada, tomada
en una forma irracional o apresurada, que terminó por
encapsular la felicidad de una unión de cuerpos a un devenir
a corto plazo: la autora comparte el dato de que Kazan es
portador de un virus que viaja por las relaciones de
transmisión sexual. Lo dramático de este malestar no es
convertirse en agente portador sin más, sino que al ocurrirle
a él, le nacen de dentro, en el propio corazón, voces de
locura infernales que solo una violación podría descargarlo de
su ira. De esta manera, ser un agente portador significa
adscribir la propia vida al rechazo más que justificado por
parte de los demás. Pero son estos espíritus tapizados por la
conmoción y el barullo humanos lo que, a decir verdad,
Kazan tendría linchados, los espíritus que él mataría, mejor
dicho. Entonces, el devenir de una de esas voces
demoníacas, consigue suplantar la memoria y conducir a
Kazan, por ejemplo, hacia una puerta diferente de la de su
casa. En oyendo estos arrebatos, salen a relucir algunas
confesiones claves para comprender de dónde viene o hacia
dónde se encamina la trama de esta novela que apenas
comienza. Entre éstas, la siguiente: el robo del lienzo del
museo, además de la única solución, es el medio con el cual
Kazan llegará a recuperar su apartamento. O también esta: el
deseo de sentirse simple y amable como lo fuera en otros
días, lo satisface visitando el espacio de una taberna en una
de cuyas mesas, más bien escondida hacia la entrada, lo
estaría esperando una bandeja de madera lacada con
aparejos para fumar una droga, un opiácido al parecer. Ésta
tentación suya así lo llama con su voz de sirena,
acorralándolo, queriendo sedarlos a él y a su voluntad.
Por otro lado, en este capítulo una fotografía sepia de la
madre de Kazan le brinda un recuerdo maravilloso de sus
años de infancia. Cuando observa la foto y piensa en roba, se
transforma el recuerdo de la fotos en la visión de un cadáver
ulcerado por el malestar. Cierran el capítulo unas frases
alusivas a que su mamá era una prostituta.
5.
Este capítulo narra el episodio específico de cuando Kazan
está en la taberna y el tabernero le pregunta primero si hubo
escuchado el rumor de que ocurrió un asesinato por la
mañana, a lo que, tras responder que sí, entran de pronto
diez hombres pertenecientes a “la guardia negra”,
diseminándose en la taberna, para que dentro de unos
minutos después, su capitán lo someta a un interrogatorio.
En éste, el propio diálogo lleva a que Kazan saque de su
maleta la obra de teatro robada, y arroje una interpretación
de ella que disuada a sus interlocutores, los hombres de la
“guardia negra”, de la suposición de un hurto de la obra o de
una relación eventual con el museo de arte de Yardam.
Entonces, Kazan finge que es pintor y con una coraza de
raciocinio que soporta toda clase de miradas inquisitivas,
amenazantes o sospechosas sobre él, tiende su propia
escapada de la taberna, doblando la vuelta de una esquina y
presto a correr lejos de aquel sector de VillaVieja, que así se
llamaba el barrio en el que se encontraba.
6.
El malestar de Kazan supuestamente viene de la droga, o por
una transmisión sexual. Otra vez, al sacar de su maleta el
lienzo de arte del museo siente un nudo en sus tripas.
Conjetura si la negrura del paisaje pintado en la tela se trata
de un autorretrato. Conoce el nombre del cuadro, sin serle de
ayuda. Sin embargo, su diálogo silencioso consigo mismo y
con la obra robada le recuerdan que el efecto de la sirena de
la pipa y el humo no llegó a separarlo de su propia voz las
últimas veinticuatro horas. Es entonces que considera
guardarlo entre sus cosas más preciadas, indicándole al
lector a través de sus pensamientos puestos en las frases del
libro, que de todos modos un tesoro debía de ser, o al menos
que debía valer algo, pagable por los burgueses de Yardam.
7.
8.
Lo inquietan sus voces, ellas lo transportan a los abismos de
su memoria, con una cuota de dolor que llega en forma de
migraña esa tarde cuando Kazan ha llegado a su casa. Por un
descuido, casi termina extraviándose en la memoria del
general con quien se encontró hace un rato, sumido en
estampidos de bombas y piedras pulverizadas, así como en
otras pesadillas que sin la migraña le eran ajenas. En este
capítulo los lectores reconocemos que a las voces que
asedian el espíritu de Kazan pueden serles asignados
nombres simbólicos. Una de ellas aparece nombrada como
“luchadora en jaula” en atención a su profesión incendiaria.
Kazan se siente aspirado por las reminiscencias de su
demonio. Da la impresión por segunda o tercera vez, que
este personaje es en realidad un Kamikaze infiltrado. En fin,
sale de su casa con los pies desnudos para no alertar a sus
vecinos, y se lanza a un paso vivo en la calle desierta de
gente. Es de noche cuando se cruza con un extraño sin
intercambiar palabra alguna. En su fuero interior, Kazan se
propone acompasar sus pasos, el ritmo ambulatorio de su
cuerpo y su respiración, con el “corazón de la ciudad”, para
de esta manera entender qué ocurre a sus espaldas. A través
de este sentimiento, encuentra divertido simular ser el amo
de ese purgatorio de nombre Yardam. Razona que no fue una
mala idea la decisión del emperador frente a la epidemia,
tras conocer que en el puente Judith se encuentran cincuenta
cascarones sin alma, víctimas de los ladrones de espíritu que
azotan al pueblo de Yardam. El malestar que aflige a las
personas torna su aspecto en uno asexuado y como de
maniquí de boutique, al punto que sus ojos blanqueados se
fijan en el rostro. Una misma masa madre mezcla a los
enfermos mientras Kazan atraviesa el puente hacia el
costado opuesto, y la tinta de los tatuajes pensados para el
reconocimiento individual es un recurso de identificación
obsoleto, pues ella misma se diluye en su contacto con el mal
que flagela los cuerpos. Su plan es superar el muro que lo
separa del mundo exterior a Yardam, de modo que ahorra sus
energías caminando por la acera de una calle llamada San
Valentín y no por los tejados, pero luego de ver la
balaustrada cercana al anuncio de una taberna, decide
treparse a ellos nuevamente. Qué más da. Las casas por
sobre las cuales transita pertenecen a un barrio llamado Villa-
Nueva, y muchas de ellas son habitadas por personas
insomnes. No cabe duda que Kazan es un “parcourero”, y su
inteligencia le pide consejos al abrirle preguntas del tipo:
“¿qué haré con mi droga que dejaré de tener tan pronto salga
de esta ciudad en que he crecido?”, “¿Qué será de mí y de
mis hábitos?”, “¿Será esta una buena ocasión para
desintoxicarte, Kazan?” Sin la droga, nada habrá que acalle
los demonios de su cabeza, al menos por unos días. Antes de
cruzar la frontera por lo alto de los edificios, lo asaltan
cuestionamientos oscuros como caerse y que su cabeza
derrame sangre y que el calor de su sangre evapore el eco de
sus voces prisioneras, las cuales siente ahora como
serpientes que impiden traspasar con su veneno y su
encanto la más exigente etapa de su huida.
9.
Al otro lado del muro, Kazan desciende por piedras
escarpadas y un gran vacío, con ayuda de su cuerda y su
cuchillo. Todo está apagado en esta campiña y sus
alrededores, y en su descenso dos caballos tocan sus pies,
cosa que lo atemoriza un poco. Se escucha una conversación
de un hombre y una mujer con dos guardias. Le dicen a ellos
que ella y él son médicos llamados a atender a los
ciudadanos de Yardam. Pero he aquí que Kazan espera a que
haya una ocasión propicia, y se lanza a golpear a los guardias
que impiden el acceso de los médicos a la ciudad. Una vez
inconscientes, Nadiejda, o Nadja, que así se llamaba la mujer,
y Feliks, el hombre, tramitan con Kazan la posibilidad de
ingresar a Yardam disfrazándose de guardias, y es así como
toman camino en su aventura, para encontrarse más tarde
cerca de unos matorrales. Entonces, mientras los médicos
van toman una vía terrestre, el propio Kazan decide trepar de
el muro, de vuelta al lado de la ciudad de Yardam.
10.
De acuerdo con el plan previsto, Feliks aprieta el gatillo para
llamar la atención de los guardias de las puertas de Yardam,
y Nadja finge que los han atacado cuando todo en realidad es
una amenaza imaginaria. “El tiempo se elonga como una
serpiente gigante” mientras caminan dentro de la ciudad
llamando la atención de otros guardias, que les lanzan un
artefacto redondo, quizás un cilindro de gas lacrimógeno, del
cual logran huir corriendo hacia un área cuadrada rodeada de
rejas de hierro, arrastrándose con Nadja supuestamente en
dirección a Kazan. Es al llegar a esta área donde Feliks
retoma el entendimiento de que han comunicado una orden
de arresto en su contra. Entonces, en una situación de frío
extremo, se juntan los médicos a la espera de Kazan, quien
acaba apareciendo para felicitarlos por su hazaña y
preguntarles dónde vive la tía de Feliks. Kazan oye la
dirección, Calle de los Horticultores, al norte de la ciudad, y
se ofrece a llevarlos. Comienza entonces un nuevo periplo, al
lado de la estatua de un ángel que eleva sus brazos al cielo.
Atraviesan calles empinadas y sinuosas, cruzan iglesias,
pasan al lado de fuentes de piedra, siguen derecho por las
tabernas y repasan con sus ojos catedrales. Se escuchan
caballos cabalgando, en señal de que disputan los guardias a
sus alrededores, y los tres eligen ser cautos, siendo los
médicos algo así como la sombra de Kazan en este periplo.
Cruzan una avenida luego de la aparición de 6 hombres que
los deja impávidos, y Kazan suelta un comentario turístico,
contándoles a ellos que se trata de la más lujosa de las calles
de Yardam: la calle Parizská. Atraviesan corriendo esta calle
suntuosa, cruzan un enorme cementerio y por entre fábricas
y hangares se insertan en el “nuevo mundo”, el barrio
industrial de la Yardam, cuyos olores a orina quedan
prendidos en la garganta. Al llegar a la dirección, encuentran
la puerta de la casa de la tía Alenka con pasador. Como una
pantera negra, Kazan trepa el muro y entra por la única
ventana en la parte alta de la casa, acto que sobresalta con
un ruido que retumba y se pierden en la calle silenciosa, esa
noche.
11.
El murmullo de los demonios de Kazan se mezcla con sus
pesadillas cuando al llegar a la casa de la tía Alenka, en
compañía de Nadja y Feliks, los tres sanos y salvos, descubre
que le habían mentido acerca del conocimiento del remedio
contra la enfermedad o el malestar. A decir verdad, la tía vive
con una joven que ya fue contaminada, al parecer por uno de
los ladrones de espíritus que también contaminó a Kazan, y
éste al principio se enfurece pero luego siente culpa de haber
regresado a contemplar sólo estas escenas familiares de
dolor. Entonces, Nadja y Feliks prometen retribuirle a Kazan
su gesto, y a su tía le prometen encontrar una cura que
saque a Nina, la muchacha joven, de la postración en que se
halla. En este capítulo, se indica que a las personas enfermas
o contagiadas las atrae la luna todo el tiempo, pero no se
dice más. Todos duermen esa noche al calor del hogar, pero
Kazan lo hace con intermitencia. Alucina con diez de sus
demonios mientras todos duermen, y descubre que debe salir
por los tejados hacia la taberna donde la droga lo espera. Así
paliará los síntomas de su malestar y su fatiga será
retribuida. El encargado de la taberna al verlo, le aclara que
por la cuarentena no durará mucho la provisión de droga que
guarda para Kazan. La atmósfera tranquila y solemne de la
pieza donde Kazan, al fumar, se remonta a su infancia, a sus
relaciones heriles con su madre y su padre, y también con su
madrastra, lo confirman en su deseo de crear un día algo
bello, o bueno. Entonces comienza a pintar y pierde el hilo
del tiempo a medida que las ideas afluyen a su espíritu.
Dibuja una playa oscura llena de monstruos bajo un sol rojo.
La reminiscencia se abre paso por su conciencia: recuerda el
trato que su padre a trancazos le endilgaba por haberse
metido al taller de pintura de su madrastra sin pedir antes
permiso, recuerda las fracturas del corazón provocadas por
los insultos y las minusvaloraciones que la boca de su padre
le arrojaba, recuerda las comparaciones odiosas que éste
hacía con su madre. Ella, que murió de sífilis un día y que al
día de hoy yace bajo tierra, se le aparece como el único
destino de su modo de ser. Con este recuerdo avivado en su
mente, oleadas de dolor recorren su cuerpo. Se le viene la
sangre y al verse al espejo, encuentra el reflejo del rostro de
su madre solapado en el cristal que debía mostrarle sólo su
propia cara. Esta acechanza de su memoria personal es
también el precio que tuvo que pagar por tres “pipazos” de
sirena. Al volver donde la tía Alenka, la pareja de médicos ha
partido ya, y ella le extiende su abrazo para acogerlo, darle
de comer y escuchar que también Kazan porta la
enfermedad, pero que de todos modos será bienvenido a su
casa.
12.
La pareja de médicos salió en busca de un centro médico
llamado Klementinum, cerca de un lugar llamado la Fulda.
Este centro consta de: una escuela de medicina, una
biblioteca, un sanatorio y pabellones para los enfermos. Su
entrada luce suntuosa como la de una catedral, con cúpulas
de hierro nervadas de acero. Conocen a un joven estudiante
llamado Joachim, que los conduce a la oficina del decano, en
vista de que la pareja de médicos ofrece sus conocimientos
en apoyo a la búsqueda de una cura contra el mal que aqueja
la ciudad, y éste dice que sí pero que las mujeres no trabajan
en estos asuntos, respuesta que indigna a Nadja, pues sus
métodos de estudio del cerebro de un cuerpo despellejado
podrían aportar mucho a estas alturas. Sin embargo, tras
dicho encuentro recorren la facultad y se encuentran otra vez
con Kazan. Éste se ofrece a matar a un contagiado, a un
“cascarón” y adelantar así el experimento de Nadja, pero por
un instante la pareja de médicos rechaza la propuesta. Feliks
se opone al argumento pseudocientífico de Kazan de que el
sacrificio de un individuo en beneficio de la mayoría es un
favor a la ciencia en estos casos. Entre los tres contemplan la
posibilidad de visitar la morgue del centro médico y buscar el
cadáver más apropiado para practicar la disección durante
las horas nocturnas. Pero prefieren distraer la mente con un
paseo por las calles de Yardam, con comentarios turísticos en
el aire. Al fin, en un café, resuelven que es urgente asesinar a
uno de esos ‘cascarones’ o seres contagiados.
13.
Este es un capítulo decisivo para el desarrollo de la trama de
la novela porque Kazan y la pareja de médicos asesinan a
una de las criaturas contagiadas. Primero la encuentran de
noche, pálida ante la luz de la luna, con los ojos blancos y el
pellejo azulado, moribunda si se quiere. Entonces, la
confusión no sale de sus pensamientos y el arresto para
detener la atrocidad enflaquece. Queda la resolución de
matar a la presa, y es lo que hacen, en efecto, cuando le
tuercen la nuca. El panorama irregular de la ciudad se
extiende delante de los ojos de Kazan, que ahora yace
sentado encima de un tejado. En aquel instante, la
percepción de Yardam es la de un mundo cercado por la
cuarentena, que ahoga los gritos de miedo de sus
prisioneros. El coro de voces que por dentro lo asedia
alimenta su resentimiento con fantasmagorías: memorias no
tenidas de una vida compartida con su madre, menos rica
pero más feliz, de una vida sin su padre y su madrastra, de
un orden de cosas diferente. A su hermana por ejemplo, le
había hecho volar un diente al impactar su cara contra un
muro, cogida por los cabellos. Su columna vertebral siempre
había sido la cólera. A los dieciocho años salió de un centro
penitenciario correccional de menores, y el mundo lo hubo
olvidado durante esos tres años. Kazan adulto siente a
menudo un vértigo que lo inclina a cometer actos de maldad,
a desquitarse con los demás, pero un puñado de razón lo
guía de vuelta a la casa de la pareja de médicos, a quienes
les pregunta si han descubierto algo con el cuerpo.
14.
Kazan siente su pecho como un sifón con un poder de
absorción infinito cuando transita sólo por la calle y lo
aquejan sus voces interiores, con severos dolores de cabeza.
Descontrolado se golpea contra un muro y por poco le da un
traumatismo en el cráneo. Despierta de su inconsciencia en
medio de un gentío que lo rodea, y después de alejarse de la
muchedumbre, busca otra vez la droga, pero como esta vez
no tiene dinero, le es negada y cunde el desespero hasta un
punto tal que la sobredosis de droga es reemplazada por una
sola solución que se le incrusta en los ojos: contaminar a una
persona sana “transmitiéndole una de sus voces
demoníacas”.
15.
Entonces Kazan visita el barrio de las prostitutas. Se pregunta
si podrá escoger una entre ellas y zambullirla en sus
abismos. Pero huye de nuevo hacia su casa, agitado por el
ruido de sus voces. Allí encuentra a Nadja, y después de que
ella le prepare una infusión de amapola, se relajan y
conversan. En el curso de la conversación, él le confiesa que
es un ladrón de espíritus, y ella se indigna y se enfurece al
punto que “lacra su propia suerte” cuando se niega a ayudar
a las voces de Kazan que ya empiezan a obnubilarlo y/o
poseerlo para llegar a estar con ella.
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Es un hecho que Kazan vence la muerte física con intentos de
violación o asesinato, así como también a través de las
drogas o la prostitución. Se construye un futuro a partir de
estos actos o circunstancias, preparado en forma deliberada
o coaccionada, por el coro de voces de su fuero interno.
Ahora, con Nadja, posee ocho personalidades diferentes. Lo
importante aquí es que Kazan, el monstruo, decide echársela
al hombro y llevarla a la casa de su tía. En este periplo, la voz
de Nadja lo interpela todo el tiempo con un toque de
compasión, a diferencia de las otras voces, que lo incitaban a
cometer desafueros. Kazan es descrito aquí con
características ganadas tras la violación: super-oído o mejor
habilidad.
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22.
En este capítulo la autora del libro nos recuerda que hace
mucho tiempo, cuando Kazan salía con Lara, él había
incubado entre las primeras voces demoníacas, una voz de
artista que fluía en los lienzos y los muros que pintaba, al
aplauso de la alta burguesía. El propio Kazan quería
transvalorar la creencia que su padre tenía de él como hijo
parecido a su madre, mostrándole la fortuna y la fama
alcanzadas con los cuadros pintados. En medio de los
recuerdos de la casa de su infancia, compartida con su padre,
su media hermana y su madrastra, se baten aspiraciones
contrapuestas que sólo el sentimiento de rabia canaliza, en
destrucción y desmedro de la vida de sus parientes.
Absorberles el alma a sus víctimas se convierte, desde el
principio, en un acto de masacre en esta historia.
23.
Este capítulo arranca dejando a un lado las ensoñaciones de
Kazan, con Feliks y Kazan visitando a una mujer vinculada a
una persona enferma, portadora del virus. Esta mujer
dispone en su casa de un cuarto donde cuelga un telescopio
manipulado por un señor. El telescopio ha detectado en los
últimos días una estrella de color negro llamada GEMINGA
(igual que la obra de arte robada por Kazan en el museo), la
cual amenaza con tragárselo todo en unos cuantos millones
de años. Casi todos entrelazan el tono profético de la
aparición de la estrella con el pisquismo que trastorna a los
enfermos, menos el propio Feliks. Kazan siente una
curiosidad romántica en la revelación de este detalle, pero
eso es todo. Salen del cuarto “laboratorio”, visitan más
personas relacionadas con el virus y todas se postran ante la
trágica situación que viven por el contagio. Entonces, se ha
descartado en apariencia la relación de los enfermos con la
luna.
24.
Este capítulo ofrece la escena más escabrosa contada hasta
el momento. Se trata del linchamiento a una mujer en medio
de la calle. Dos verdugos la cuelgan de sus brazos y la
asfixian hasta que pierde la vida, mientras es acusada de
practicar brujería contra los habitantes de Yardam. Estas
supersticiones en el ánimo del pueblo incomodan a Feliks y
Kazan prefiere no decir nada. Entonces toman un café y éste
le confiesa su malestar, y sus traumas en la infancia con su
media hermana y su padre. Ambos resuelven ir al teatro,
pero Feliks siente nostalgia de Nadja y por una mágica
asociación la presiente a su lado, en reemplazo del ladrón.
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27.
Kazan sale vivo de la prisión en que Feliks lo había puesto,
ocultándolo en la planta baja del centro médico. Después de
ser torturado, recupera su libertad porque al médico no le
creen que existan ladrones de espíritus ni que esas cosas
propaguen contagio alguno.
28.
Kazan, rengo al caminar por la calle, razona que es inviable
volver a su departamento, ubicado en la calle de Tsiganes. A
medida que camina por Yardam, sus recuerdos se impregnan
de fantasmas, rompen el hábito. “Las hojas muertas de un
árbol cegado por la tempestad” es la imagen que recoge el
caos de recuerdos incoherentes que bulle en la mente de
Kazan. Ahora “inspira la luz rosada del alba naciente”. Como
sea, en este capítulo la gente asesina a los leones del duque,
y Kazan se encuentra a su vieja amiga echadora de cartas, y
pasa por su casa y tras un intento de lectura de cartas, ella
elige desnudarse para, por ese camino, adentrarse en su
horizonte y comprender quién es en ese preciso instante,
pero él forcejea, con una resistencia fallida que da lugar a
que el acto sexual se imponga en la agenda, envuelto en la
imagen de Nadja, y zaz, una voz se marcha. Entre tanto, en
la arena sobrenatural de la playa que imagina su cerebro a
través de los involuntarios movimientos de su sistema
nervioso, Nadja se desplaza menos que como una ola
pequeña por el mar inconsciente de Kazan. Entonces, un
demonio se despide de ese mundo y viaja presto a cambiar
de cuerpo.
29.
Este capítulo cuenta cómo Féliks se deshace de la compañía
del médico que liberó a Kazan, cómo visita al mariscal de
Yardam y cómo al final, este parece ocultarle un secreto
decisivo, que pondrá en peligro la propia vida de Feliks.
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31.
Este capítulo retoma la conversación de Kazan con el
mariscal de Yardam. Éste último lo invita a unirse a una
brigada que realiza trabajos sucios o poco transparentes,
pero ante su evasiva, la invitación de todos modos queda
abierta. Entonces Kazan recorre las calles de la ciudad y se le
ocurre que satisfaciendo su deseo de robarle el alma a
alguien, estaría salvando a Feliks. En el fondo, es la voz de
Nadja quien lo persuade de este último intento. Y de esta
manera, ingresa en una casa y le tuerce la cabeza a un
conserje.
32.
La cabaña de Kazan es una caja de resonancia monstruosa.
La voz y la memoria del conserje lo llenan del recuerdo del
nombre de sus colegas en el trabajo de vigilar la ciudad de
Yardam. Reconoce así a Karl y a Jens cuando decide salir de
noche con las ropas nuevas tras el hurto. Kazan entonces
representa su papel de conserje y rescata distintos juegos de
llaves para sus compañeros, recordándoles a todos sus
respectivos nombres, para que de esa manera no duden de
su lucidez ni de la identidad conseguida luego del asesinato.
Es un Kazan noménclator.
33.
Encerrado en su celda, el miedo mina la indignación de
Feliks. Se siente abatido, pronto a pudrirse allá adentro, sin
importar el canto de los pinzones al amanecer ni los rayos
solares en su techo al medio día. Kazan ha llegado hasta allí
para liberarlo, y le trae ropas de conserje para ponerse en la
semipenumbra, a fin de no ser descubiertos. Ambos suben
escaleras y se aproximan a ventanas donde ven a otros
guardias, y el asombro del uno por el gesto del otro no
impide que exista una coordinación precisa para salir de allí.
Al final del capítulo, un “cascarón” o persona contagiada se
entromete en en el camino de los fugitivos, y un guardia
percibe este barullo.
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35.
En este capítulo el rencor de Feliks lo saca de sus casillas, e
intenta nuevamente castigar a Kazan con la muerte. Fracasa
su intento al impedírselo la voz de Nadja, y Kazan huye de la
habitación, para encontrarse otra vez con Jiri, quien le dice
que pronto dejará Yardam para no volver más, pues siente
que una guerra civil se cierne sobre la ciudad. También,
Kazan escuchó el rumor en la calle, en boca de un curioso, de
que ya las autoridades hablan de vampiros psíquicos, que
son quienes presuntamente, causarían la contaminación de
los habitantes.
36.
Aquí Kazan remembra en sueños la muerte a cuchillo que le
infligió hace mucho tiempo a una chiquilla de nombre Hana.
También en sus sueños las voces absorbidas le increpan, por
ejemplo la de Nadja, quien le dice que se detenga. A su lado,
mientras Kazan duerme, Jiri insiste en que contenga sus
espíritus. En la playa roja al interior de la psiquis de Kazan,
Nadja decide ahogar al conserje que tanto había humillado a
Feliks, mientras se encontraba prisionero. De esto nada sabe
el propio Kazan, y el porqué le importa poco, prestando más
atención al resultado de una carga liberada de esa voz, y a
las mejorías que experimenta dentro de su cabeza por
hallarse descargado de una voz demás. Nadja provoca
afecciones bizarras en la mente de Kazan, a tal punto que los
demonios o voces que anidan en él, cerca a la playa del sol
rojo, se oponen a las atribuciones que Nadja se toma de
ahogarlas una por una en el mar inconsciente. Estas voces, a
fin de cuentas, “resumen las sobras de la infancia de Kazan,
así como sus sueños perdidos bajo tierra”.
37.
Este capítulo esboza una escena de tipo sexual. Jiri y Kazan
visitan la mansión de un hombre al que Jiri venía siguiendo
desde días atrás, y dan con una fiesta de cuerpos medio
zombis, una orgía donde todos celebran y Jiri busca
contaminar al baron Porchaskova, una figura de alto poder y
próxima al emperador. Descripciones de besos, abrazos,
caricias y toqueteos llenan las páginas de este capítulo, hasta
que descubren a Jiri unos guardias medio zombies y la
retienen y entre quince hombres se beben su sangre. Kazan
logra salir del lugar, deprimido por no haber sabido cómo
salvarla.
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Por la ventana, Feliks y Alenka observan al panadero Ambroz
correr con la cabeza chorreante de sangre. Detrás suyo,
perisiguiéndolo, se acerca una horda de gente que lo acusa
de haber comídosele el alma a un tal Kaspar, la misma horda
que le rompe las tibias a Ambroz con un batazo. Lo lincharon
a la vista de decenas de testigos silenciosos. La panadería la
encuentra Feliks con los vidrios quebrados y los panes
quemados. De un tiempo para acá, antes de que fuera
verano en la ciudad, una violencia incontrolable ensombrece
y se adueña de la vida pública de Yardam. Mueren inocentes
acusados de crímenes que nunca cometieron. Feliks salvará
su propio pellejo como sea, antes que verse reducido por una
masa desconocida a ser un cuerpo en una fosa común
anónima.
39.
Aquí los acontecimientos toman el cariz habitual: Kazan triste
camina por la calle y siente que debe desahogarse. Nadie
podría escucharlo, salvo una persona en particular: el propio
mariscal, quien antes le propuso a Kazan unirse a sus filas.
Entonces lo visita y le cuenta todo, desde la mansión,
pasando por la orgía y la muerte de Jiri, hasta la relación con
la pareja de médicos. Se confiesa con el mariscal al punto de
llorar delante de su presencia. Ante lo cual, el mariscal le
propone vengar la muerte de Jiri.
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41.
Aquí Kazan desafía el toque de queda con un uniforme nuevo
que lleva puesto. Visita la casa del mariscal Elijas, y su
esposa Radka, quien resultó ser una artista, como él. Le
cuentan que ambos coordinan inmiscuirse en los meandros
del poder, le cuentan su fantasía de que Yardam se parezca
al sol negro de Geminga: una región negra y misteriosa del
imperio que sólo sea accesible a quienes osen entrar. El
mariscal le recuerda a Kazan que sus antiguas víctimas
permanecen libres dentro de su cabeza, en su “Paisaje
mental”. Dentro, deben también ellas ser clasificadas como
presas, y elegir cuáles deben salir y cuáles no. La mente del
mariscal es un gran libro-cárcel abierto donde sus páginas
son sus prisioneros. Luego de lo cual, Redka se desnuda y lo
devora. Mientras, el mariscal se acerca y ambos la penetran.
Ella entonces representa el centro negro y vacío en medio de
ambos “ladrones de voces y almas, y en el clímax de la
excitación vaginal y anal” llueven certezas para todos.
Terminan y ahora Kazan sella una nueva relación sumisa,
establecida con el mariscal y sus propósitos con las esferas
del poder.
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44.
Sometido a las contradicciones socio-políticas de la
cuarentena en Yardam, ¡Feliks al rescate de tía Alenka, Nina y
Nadja.! …. ¿“Será que la carne del que uno llama puerco y
que encuentra en la sopa popular, no es más bien de la carne
de una víctima”? Se zambullían en la sombra las casas, y
Feliks ya ha sacado a Nadja a pasar una noche ordinaria de
dos amantes. Pero la verdad es que se siente proyectado en
una Edad Media Bárbara al ver que la gente se encabrona por
su modo de ser, de lo asustada que está, y la bestia de
lenguas humanas impone su melodía triste para rezarle a un
supuesto antiguo dios llamado Veiove, una autoimagen o
máscara de su propia vista y de su vida, una entidad
demoníaca que ha sido inventada por la imaginación de los
habitantes de Yardam. Entonces a Feliks le dan ganas de
vomitar, pero en vista de que se ha separado de su esposa,
siente que el mundo tiembla por la criatura alada con visos
de chivo que parece ser llamada Veiove. Esta parte acaba
con la constatación de que el médico Feliks permanece
atrapado y sólo en el movimiento de la masa.
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48.
Bollos de pan cubiertos de azúcar son el regalo que Nadja, a
través de Kazan, le lleva a Feliks cuando el ladrón y el médico
quedan de verse frente a la catedral, al día siguiente. Feliks
por el suelo y Kazan por los techos, llegan a comerlos a una
banca, juntos. Después, trepan por las piedras del muro del
castillo con ayuda de una cuerda que Kazan extiende desde
el pico de la construcción, y al subir y encontrarse arriba, ven
por la ventana hacia dentro de la morada, que Esperanza, la
niña prodigio, digamos, es sometida a inhumanas peticiones.
Sabemos que entran el médico y el ladrón de espíritus a su
habitación, sin ser detectados. Sabemos que ella se confiesa
delante de ellos, anunciando que de pequeña fue violada por
un anciano, y sabemos que posee una enfermedad
relacionada con la luna, una que le da “aspecto de luna”.
Entonces, resuelven salir los dos por la ventana y una trifulca
se arma abajo cuando un guardia da la señal de que los han
encontrado. 10 guardias mueren bajo la mano sangrienta de
Kazan, y de pronto un soldado con un fusil al hombro apunta
a Feliks, pero rápidamente se espanta al escuchar la
imitación de la voz del duque realizada por Esperanza en lo
alto de la torre, diciéndole que más vale se detenga. Así
acaba este capítulo, con la voz de anciano en la garganta de
Esperanza.
49.
En este capítulo Feliks y Kazan enfrentan una banda de
malechores, guardianes de la chica milagrosa, Esperanza,
quienes amenazan con torturarlos cruelmente si llegan a
agarrarlos. Además, cuentan con el apoyo de diez perros
sabuesos y varios caballos negros, lo cual, se supone, debe
dar miedo, despertar pánico, pero Feliks y Kazan son
indiferentes a semejante peligro, y osan enfrentárseles.
50.
El plan consiste en dejarse perseguir por los perros de
camino al puente de los suicidas, hacer un salto fingido hacia
el río, y que los perros caigan tras el engaño, hacia el agua y
se ahoguen. Entonces Feliks inicia su odisea hacia el puente,
perseguidos por flechas y ladridos, y un segundo antes de
arrojarse al fondo oscuro del río, un perro lo muerde en la
pierna, se lo quita de encima y salta, y siente la lluvia de
perros cayendo en el río, más preocupados por sí mismos que
por él, y huye porque arrojan flechas desde lo alto varios
cazadores, hasta encontrarse con un grito bestial que
entremezcla la voz de Nadja y Kazan.
51.
Las arenas movedizas del recuerdo impactan el presente de
Kazan cuando, tras haber luchado contra tres adversarios
diferentes, con espadas, cuchillos y rompimiento de huesos,
escucha un bombazo que lo lleva a ver flores, árboles
quietos, pétalos en el aire, en una gran alucinación bucólica.
52.
Se encuentran de nuevo Kazan y Feliks, y el primero está ido
de la locura, al punto que se ensaña con uno de sus
enemigos golpeando su cara sobre el pavimento, y después
empuja al propio médico para agarrar un fusil tendido en el
suelo, volverlo contra su mentón y dispararse. En ese
momento, la narración nos conduce al mar de su
inconsciente, allí donde Nadja intenta respirar un oxígeno que
en la playa de su paisaje interior, hace falta. Allí dentro, en la
arena roja, Nadja persigue a la pintora y se zambulle con ella
en el océano, hasta que la voz de la pintura la reta a que
finiquite de una vez por todas su acción, cosa que motiva a
Nadja a quebrarle la nunca y liberarla de ese paisaje.
Entonces, en el otro nivel de realidad, Kazan detiene su acto
suicida y emerge a una lucidez en la cual reconoce que sólo
escucha en su fuero la voz de Nadja, ninguna otra. Esa crisis
lo ha liberado del frenesí, y entonces resuelven salir de allí,
no sin antes tomar de uno de los guardias abatidos la llave
maculada de sangre que colgaba en una cuerda alrededor de
su cuello. Camino a la alta torre donde yace Esperanza,
Kazan percibe a contraluz la silueta del mariscal Elijas, y le
tiemblan las cabezondas. Feliks le da ánimos y encima de su
caballo continúan su acercamiento a la morada, cuando
escuchan disparos cerca suyo que asustan a las bestias, y
salen corriendo para ponerse a salvo en la ciudad oscura.
53.
Yardam es ahora, desde hace unas semanas, un nido de
personas contagiadas que sólo desean comerse entre sí y
robarse el espíritu. Las horas pasan y la noche se aprofunda.
Una luna roja se pone en la cúpula celestial que se eleva a
ras de los tejados de Yardam, una forma negra arañándola
milímetro a milímetro. Entonces la ciudad se incendia por
doquier, es devastada mientras todos enloquecen ante la
visión del eclipse y sólo queda la alternativa de huir, pues la
masa por todos lados piensa sólo en asesinar a los
“cascarones”, a las víctimas del contagio. Kazan y Feliks
observan cómo muchos van a parar a “hornos crematorios”,
adecuados en piras callejeras o en hogueras caseras.
54.
Aquí ocurre que el paisaje de incendio de Yardam es apagado
en forma repentina por un viento glacial,pero de pronto
vuelve a incendiarse. El eclipse mantiene su rigor de rey
oscuro en el cielo, cuando Kazan se separa de Feliks por la
marcha de la turba que avanza sin rumbo, pero vuelven a
encontrarse, por sorpresa. Una intuición mutua los guía hacia
la mañana siguiente. Entre tanto, Yardam es una suma de
escombros sin término.
55.
Por enésima vez, un grupo de gente huye en desorden por la
senda en que avanzan Kazan y Feliks. Al pasar, sienten la
noche fresca y silenciosa. Un viento frío que circula por el
cuerpo de Kazan le indica, como un arácnido, que enfrente
suyo está Elijas, observándolo. “Su ser fracturado y vuelto a
pegar en un amasijo de de células aterrorizadas” necesitó un
día cobijarse bajo el ala negra de Elijas para sobrevivir. Pero
ya eso se terminó. Deben luchar antes que llegue el siguiente
amanecer. Entonces un entretenido diálogo hace que los tres
se reconozcan a través de risueñas o desafiantes palabras,
hasta que Feliks le pide las coordenadas de Esperanza, ante
lo cual Elijas le lanza la cabeza decapitada de la niña que
rueda hasta sus pies. Entre risas macabras y bizarras, Elijas
esquiva el fusilazo que Feliks intentó propinarle con tino, y se
pierde entre lenguas de fuego. Pero tras una breve
persecución por las escalas de la torre en punta, terminan
enfrentándose Kazan y Elijas, apenas para cuando descubra
el mariscal un flanco débil, darle un tiro en la espalda. Así
ocurre, en efecto, y Feliks entonces resulta herido en una de
sus piernas, por la guadaña del mariscal. Deben ir juntos a un
centro médico, pero Feliks se siente sin fuerza. Dice que va a
desangrarse. Mientras tanto, el fuego salta de casa en casa
como un joven tigre. Llegan por fin a una droguería, donde
nadie los asiste, así que el propio Kazan oyendo la voz de
Nadja sigue instrucciones amorosas trascendentales, y se
propone realizar una trasfusión con su propia sangre, para
que de esta manera Feliks viva.
56.
Un simple eclipse que los supersticiosos transformaron en
carnicería, así pasa la pesadilla de Feliks al despertar y oir el
arrullo de la voz de Nadja a su lado, entre muebles bañados
por una roja luz del sol que amanece en las ventanas
abiertas. Feliks despierta con hambre de noches y estrellas,
más que con hambre humana o animal. Un sol dorado
reacalora los cuerpos bajo el beso de Feliks y Nadja, mientras
lejana la voz de Kazan se escucha en un rincón. Y al contar
con la presencia de Nadja en este nivel de realidad límbica, el
vacío se colma, el sufrimiento se diluye, dos corazones al
unísono baten en sincronía. Se aparean con sus vientres, con
sus venas, con todas las fibras de su ser. Por su parte, Kazan
en su paisaje mental de playa con sol rojo en el cenit del
cielo, siente el abandono de Nadja comparable al de su
propia madre. Ese temor infundado a sentirse sólo, le dice
Nadja mientras se aleja por las olas, puede trabajarse en
compañía con sus decenas de monstruos que pueblan la
playa. “Hace falta socializar para conocer lo amables que
son, como tú diría”. Entonces, sucede que la rojez de ese sol
se ennegrece y da lugar a la identificación gradual con
Geminga. En este punto, Nadja lo deja y se une a Feliks. La
imagen de los médicos una mañana en Verano tendidos
sobre un campo de amapolas, al pie de un árbol, va poniendo
fin a esta retahíla de eventos fantásticos y bastante
sangrientos, a decir verdad. Anida ella su cabeza en el tierno
cuenco de su mano, mientras lo adora con el sobrenombre de
“ángel mío”. Se indagan en la puesta del sol, inmenso y rojo
como en el inconsciente de Kazan, grabándose en sus
recuerdos con fuerza descomunal y delicada. Idisoluble e
irrompible en sus memorias perdurará aquel instante, aunque
el mismo sol se apague. Los latidos de Feliks se disipan de la
conciencia de Kazan. VOLVEMOS otra vez a verlo muerto en
la droguería, después de practicar la transfusión. La luz lívida
en el cielo de las afueras, da la impresión de purgatorio a
Yardam. Convertida en un cementerio, es recorrida por
Kazan, su único habitante, el único sobreviviente de la
epidemia que palpa las cenizas frías en las aceras. Entre sus
privilegios de solitario, queda el de conocer un nuevo día. Se
aproxima a la puerta del palacio habitado por el duque de
invierno con un impulso jovial, y dice que la cuarentena ha
terminado. Rompe la puerta de entrada y atónito se detiene a
observar un cuadro: una cabeza de león con una flor en sus
dientes. Más arriba un camino hacia el campo entre los
valles. Entonces, feliz de presentir un porvenir, posa los ojos
en el cadáver de su brazo, o sea, en Feliks, quien por cierto
absorbió a Nadja. Se promete llevarlos a casa.