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Fundamentos

Boletín de la Asociación de Geógrafos conceptuales


Españoles N.º 62y- teóricos para189-211
2013, págs. marcas de territorio
I.S.S.N.: 0212-9426

FUNDAMENTOS CONCEPTUALES Y TEÓRICOS


PARA MARCAS DE TERRITORIO1

Jordi de San Eugenio Vela


Departamento de Comunicación. Universidad de Vic
jordi.saneugenio@uvic.cat

RESUMEN

La competición de países, naciones, ciudades y regiones para captar recursos, talento,


infraestructuras o eventos, entre otros aspectos, ha provocado el advenimiento de una lucha
renovada por la singularidad, por el reconocimiento y por la diferenciación, por una hegemo-
nía simbólica que cotiza al alza en el contexto de una emergente economía de la identidad.
En este escenario, los espacios geográficos ceden sus proyecciones habituales de identi-
dad territorial a una recién llegada identidad simbólica, gestionada, en parte, mediante la
transformación de lugares en marcas. La concreción de algunos fundamentos teóricos y
conceptuales a partir de los cuales determinar una propuesta epistemológica para marcas de
territorio resulta ser el objetivo principal del presente trabajo.

Palabras clave: marca de territorio, marketing, branding, geografía, comunicación.

ABSTRACT

The competition between countries, nations, cities and regions to attract resources, talent,
infrastructures or events, among others aspects, has caused the coming of a renew struggle
for singularity, recognition and differentiation, for a symbolic hegemony that is rising in the
context of an emerging economy of identity. Indeed, places transfer their usual projections
of place identity to a newly arrived symbolic identity negotiated partly by the transformation
of places in brands. In this sense, the main aim of this paper is the concretion of some

Fecha de recepción: septiembre 2011.


Fecha de aceptación: enero 2013.
1 Este artículo incorpora parte de los resultados de investigación de la Tesis doctoral La transformación de
territorios en marcas: el reconocimiento y la diferenciación de identidades espaciales en tiempos posmodernos. Un
estado de la cuestión, dirigida por el Dr. Joan Nogué y por la Dra. Mònika Jiménez.

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Jordi de San Eugenio Vela

theoretical and conceptual foundations in order to determine an epistemological proposal for


place brands.

Key words: place brand, marketing, branding, geography, communication.

I. INTRODUCCIÓN

La identidad, en un contexto de competitividad emergente entre territorios, resulta ser el


elemento de reconocimiento, diferenciación y comercialización más importante en el pro-
ceso comunicativo de posicionamiento de ciudades, regiones y países. Los espacios, por
tanto, compiten en base a la relación mantenida con esa misma identidad, la cual entra ple-
namente en una vorágine comparativa y competitiva (Nogué, 1999; Anholt, 2007a). Por lo
tanto, la marca de territorio implica, fundamentalmente, una reinvención de los lugares a
partir de un proceso de construcción de marca (branding) basado en la puesta en valor de
las identidades individuales y colectivas de los espacios, que se imbuyen plenamente de los
intangibles asociados a sus respectivas identidades territoriales.
El presente trabajo se articula en base a una propuesta de síntesis conceptual y teórica
a partir de la cual alcanzar el objetivo principal del artículo que nos ocupa: establecer un
estado de la cuestión referido a marcas de territorio. Este texto incorpora parte de los hallaz-
gos de investigación más relevantes de la tesis doctoral presentada por el autor, resultado, en
este caso, de una revisión crítica e interpretativa de la literatura referida a marcas vinculadas
a espacios geográficos.
Los contenidos del artículo se organizan en función de una breve introducción que habi-
lita un marco contextual (espacial y temporal) para marcas de territorio. A continuación, el
texto propone una incursión hacia la definición e implicaciones de cuatro variables clave
en el proceso de construcción y proyección de marcas territoriales: imagen, marca, identi-
dad y autenticidad, para acabar concretando una definición en torno al concepto ‘marca de
territorio’. Un breve recorrido histórico referido al nacimiento y a la evolución de la marca
asociada a espacios geográficos precede a una propuesta de confrontación y/o comparación
entre marcas corporativas y marcas espaciales. El trabajo continúa con la exposición de las
características y objetivos fundamentales del branding de lugares, así como con la enumera-
ción de los componentes (valores y/o atributos) principales que lo integran y le dan sentido.
El desdoblamiento de la marca territorial y la concreción de sus particulares características
en el espacio estatal y nacional, urbano y/o metropolitano y turístico, dará paso a la presenta-
ción de las conclusiones del texto de referencia.

II. EL PUNTO DE PARTIDA: IMAGEN, MARCA, IDENTIDAD Y AUTENTICIDAD

Para los intereses del presente artículo resulta muy útil establecer claras diferencias entre
los conceptos ‘marca’ e ‘imagen’, a menudo erróneamente unificados. Del mismo modo,
se incidirá, también, en el análisis de la tensión existente entre marca e imagen proyectada
y percibida, que representa una de las fracturas (gaps) más importantes en el despliegue de
una estrategia de construcción de marca de lugares. El concepto de identidad, ciertamente

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vinculado al de autenticidad en el marco de la contemporaneidad, cerrará la disposición de


aspectos clave a partir de los cuales construir y gestionar una marca de territorio. Veámoslo
a continuación.

2.1. Imagen proyectada versus imagen percibida

La imagen debe entenderse como la suma de creencias, ideas e impresiones que una
persona tiene de un territorio, según manifiestan Crompton (1979) y Kotler, Haider y Rein
(1994). Del mismo modo, la imagen de un lugar se concibe a modo de construcción mental
y social, en base a los conocimientos, las impresiones y los valores que se acumulan de
ese mismo espacio geográfico. Esencialmente, se acepta la existencia de dos tipologías de
imagen territorial (Bramwell y Rawding, 1996; Galí y Donaire, 2003; Govers, Go y Kumar
2007; Stock, 2009; Camprubí, 2011): la emitida y la percibida. La imagen percibida se
refiere a una percepción individual o grupal, acompañada de un proceso cognitivo a partir
del cual se establece una visión y posterior valoración de un lugar. Por tanto, la imagen per-
cibida se vincula al conjunto de creencias, impresiones y opiniones que sobre un territorio
se instalan en la mente humana. En este punto, Galí y Donaire (2003, 2005 y 2006) señalan
la existencia de tres tipologías de imágenes percibidas: a priori, que se corresponde con el
universo mental de un individuo antes de su desplazamiento y contacto físico con el territo-
rio objeto de viaje; in situ, que tiene lugar cuando se produce un análisis comparativo y de
contraste entre la imagen imaginada previamente y la efectivamente vivida; y finalmente, a
posteriori, que se concreta en una nueva vivencia de la experiencia turística con posteriori-
dad al viaje realizado.
Por su parte, la imagen emitida o bien inducida se produce mediante el uso del altavoz de
variados canales de comunicación (mass media, relaciones públicas, internet) o bien de estra-
tegias de marketing y/o branding con el fin de generar difusión, de crear un relato, una narra-
ción o bien un imaginario estratégicamente evocado a un público objetivo al cual se pretende
mostrar una premeditada imagen de marca territorial. Galí y Donaire (2005) identifican la
imagen emitida a modo de reproducción de signos con significado que ha sido socialmente
construido y diseminado. Miossec (1977), en lo referido específicamente a imagen turística,
identifica tres variantes de imagen emitida: en primer lugar la imagen universal, relacionada
con arquetipos, estereotipos o imaginarios tradicionales de lugares fuertemente instalados
en la mente humana; en segundo lugar las imágenes efímeras, que devienen particulares
reinterpretaciones de la realidad a través del arte, la pintura, la literatura o los medios de
comunicación, entre otras opciones; y en tercer y último lugar, las imágenes inducidas, que
se corresponderían strictu sensu con una estrategia de branding territorial, objeto de interés
principal de este artículo.
Otro aspecto interesante de tratar es la probable confusión entre la imagen y la marca de
un destino, aspecto revisado por Tasci y Kozac (2006). El estudio de estos autores sostiene
que la disposición de una imagen positiva surge como resultado de la obtención de una marca
fuertemente anclada en el mercado. Por lo tanto, la marca es algo más que una imagen. Los
autores, finalmente, ponen especial énfasis en la fractura existente entre la imagen proyec-
tada (la carga de valores y atributos presentes en un territorio y transmitidos mediante una
marca) y la imagen percibida (la percepción directa del consumidor al mantener contacto

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directo con la marca). He aquí una de las principales contribuciones del branding de terri-
torios, concretada en la modulación del posible sesgo existente entre las expectativas gene-
radas por la imagen proyectada a priori y las sensaciones experimentadas in situ. De este
modo, y a través de un trabajo sostenido de construcción y proyección de marca de territorio
(tanto en el nivel a priori como en el nivel in situ) se consigue atenuar la fractura perceptiva
existente, así como elevar el grado de congruencia entre la imagen proyectada y la imagen
percibida (San Eugenio, 2012).

2.2. La marca en la actualidad: definición y funciones

De Chernatony y Dall’Olmo Riley (1998), y Ollé y Riu (2009) expresan las ambigüe-
dades y dificultades de definición para la acepción marca. La convergencia de múltiples
definiciones y la inexistencia de una teoría de la marca –ausencia ya expresada por Semprini
(1995)– dificultan su ubicación epistemológica, que debería producirse a partir de la concre-
ción de los límites y los dominios que le son propios. Kapferer (1994) enfatiza el concepto
de valor de marca, que vendrá determinado por la capacidad de la marca para conseguir un
significado que resulte exclusivo, positivo y prominente en la mente de los consumidores.
Para Riezebos (2003), la marca es una red de elementos de conocimiento instalados en
la memoria a largo plazo. El núcleo que da sentido a esa red procede del nombre que se
asigna a la marca, que está vinculado a otros conocimientos y significados. Efectivamente,
la marca llega a convertirse en un constructo multidimensional caracterizado por un posicio-
namiento a medio camino entre los valores funcionales y emocionales de una organización
y/o territorio –el añadido «territorio» es de cosecha propia– y las necesidades psicosociales
de los consumidores (De Chernatony y Dall’Olmo Riley, 1998). Desde el punto de vista
de los consumidores, uno de los conceptos más relevantes vinculados a la marca es el de
imagen de marca. Para Dobni y Zinkhan (1990) –citados por De Chernatony y Dall’Olmo
Riley (1998)–, la imagen de marca es un fenómeno de tipo subjetivo y perceptivo, formado
mediante una interpretación razonada o emocional de la marca por parte del consumidor.
En este nuevo milenio, el poder de las marcas ya no se justifica por lo que son, sino por lo
que representa que son. Así es como, en el siglo XXI, numerosas y poderosas empresas han
situado la seducción, las marcas y el branding en el centro de su mundo (Olins, 2004).

2.3. Identidades contemporáneas y posmodernas

Camprubí (2009: 79) sostiene que «la identidad de un lugar es un conjunto de elementos
y atributos que singularizan a la sociedad que lo habita, entre los cuales destaca la historia,
las tradiciones y la cultura, teniendo en cuenta que esa misma identidad se ha formado a
partir de unos determinados procesos sociales». La relación entre identidad e imagen, que
a menudo se manejan como términos sinónimos, se entiende por el componente de identi-
ficación del lugar que une a ambas acepciones. De este modo, y para el ámbito turístico, la
percepción de la imagen turística viene acompañada en muchos casos de la interiorización
de la identidad del destino (Camprubí, 2009). Por su parte, Cardús (2010) sostiene que la
identidad, al fin y al cabo, no deja de ser un subterfugio que en realidad esconde una lucha
simbólica por el reconocimiento y el poder. Se muestra, además, especialmente reticente

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con la visión reduccionista a la que la sociedad global ha sometido a la variable identidad al


identificarla con algo sustantivo.
El mismo autor se muestra crítico también con la obsolescencia del significado histórica-
mente atribuido a la expresión identidad nacional, víctima hoy de una promiscuidad cultural,
de una movilidad internacional y de una fragmentación del espacio nacional sin precedentes.
Los sentimientos ancestrales de pertenencia territorial y del tipismo propio de tiempos pasa-
dos son claramente transgredidos por el impacto, entre otros aspectos, de las Tecnologías de
la Información y la Comunicación (TIC). En este punto, Cardús (2010) sostiene que la lucha
por la identidad nacional se reduce al reconocimiento y a la diferenciación que en la actuali-
dad se manifiesta, por ejemplo, en la producción de marcas de territorio, que alcanzan altos
niveles de representatividad de los espacios geográficos. Esta lucha excesivamente preme-
ditada y dirigida a la búsqueda del reconocimiento y la diferenciación hace que la identidad,
de alguna forma, pase a ser «un contenedor más que un contenido; es más una forma que un
fondo. La forma de la identidad es la parte reconocible e identificable, mientras que el fondo
–sea lo que sea lo que lo constituye– es confuso y heterogéneo» (Cardús, 2010: 20).
De Uña y Villarino (2011: 259) manifiestan que «La definición, la representación y la
difusión de una propuesta de identidad configuran en la actualidad un conjunto de procesos
relevantes en el territorio tanto para identificar como para generar diversas potencialidades
de uso en el escenario global del turismo». Asimismo, se refieren a la necesidad de maximi-
zar la experiencia cognitiva, emocional y recreativa con el destino turístico. Y en este punto
definen lo que viene a ser una propuesta concreta de proyección contemporánea de identidad
territorial (2011: 259): «La definición de una propuesta de identidad susceptible de ser repre-
sentada por una narración del territorio». Y esa es, precisamente, la función encomendada a
un ejercicio de branding de lugares, la de construir un discurso, una narrativa, un relato, un
storytelling2 para el territorio que, además de fijar y proyectar su genuina identidad, permita
a los espacios geográficos objeto de representación ser competitivos en un mercado global
de lugares. Es así como la marca deviene una formalización simbólica y una representación
de la identidad espacial contemporánea, donde la comunicación permite la identificación y
el reconocimiento interno y externo del territorio (Nogué y San Eugenio, 2009; De Uña y
Villarino, 2011).
«La identidad es una piel», afirma de nuevo Cardús (2010: 21), y ahora lo que importa
no es preguntarse quiénes somos, sino afirmarse y distinguirse para evitar ser rechazados.
Se impone, entonces, un pequeño artificio, en el que «se esconde más de lo que se mues-
tra», señala el autor. En consecuencia, lo que se reafirma con fuerza es una economía de la
identidad, surgida de una situación de competencia entre territorios, de la que saldrá vence-
dor aquel que demuestre tener más capacidad sustantiva. Una capacidad sustantiva que, en
muchos casos, es aportada por los valores y/o atributos asociados a una marca de territorio,
que dota de especificidad estable y permanente a un emplazamiento geográfico. Por tanto, la
marca con incidencia espacial cumple dos funciones fundamentales: de dispositivo retórico
y de eje vertebrador de un sistema de relaciones competitivas.
2 Se considera el arte de contar historias. Consiste en una de las técnicas más importantes para cap-
tar usuarios con el fin de que mantengan un vínculo emocional con una marca. El objetivo final se concreta
en la consecución de lealtades con personas, marcas y territorios (el añadido territorios es propio). Fuente:
http://www.masquecomunicacion.com/blog/2011/02/07/storytelling-el-poder-de-la-imaginacion/

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2.4. La autenticidad representada: ¿simulacro o realidad?

El peregrino, convertido en viajero, busca con anhelo nuevos productos y emociones,


busca una sensación de autenticidad (Prat y Cànoves, 2012). Lo realmente trascendente se
centra en delimitar qué es auténtico e inauténtico, el original y la copia, en la actual sociedad
posmoderna en la que nos encontramos (Nogué y Albet, 2007). El turismo deviene un exce-
lente laboratorio de experimentación en este sentido (Eco, 1986; Wang, 1999; MacCannell,
2003; Urry, 2004; Garay y Cànoves, 2011). Wang (1999) se refiere a la búsqueda de una
autenticidad simbólica, resultado de una construcción social, en detrimento de una autentici-
dad objetiva, entendida como la representación más fiel posible a la realidad existente.
Por tanto, la autenticidad no viene determinada por su dosis de realismo, sino por una
percepción auténtica de los signos y símbolos que son consumidos por los usuarios. Ello
implica una deconstrucción de la autenticidad, lo que supone concebir la inautenticidad
manifiesta, el pastiche explícito, con total naturalidad. Estaríamos hablando, entonces, de
una ‘autenticidad teatral’ (Cohen y Butler, 1995; Wang, 1999) o bien de una ‘autenticidad
representada’ (MacCannell, 2003). Urry (2004) sostiene que la mirada turística está dispuesta
a incorporar ‘autenticidades’ inducidas y representadas de forma consciente en nombre de su
consumo y disfrute. Camprubí (2009) afirma que la autenticidad se sitúa a medio camino de
la identidad (cómo somos) y de la imagen turística (cómo nos ven). La construcción de una
marca territorial supone, en este sentido, un trabajo específico con la identidad de un lugar
a partir de la cual proyectar una imagen que sea capaz de generar una ventaja comparativa y
competitiva.

III. DEFINICIONES EN TORNO AL CONCEPTO ‘MARCA DE TERRITORIO’

Las marcas asociadas a espacios geográficos figuran en la literatura con un carácter


eminentemente confuso, poco estructurado, excesivamente disperso. Al problema inicial de
la semántica y la terminología que relaciona espacios y marcas, cabe añadirle una dificultad
de tipo idiomático. En todo caso, y en lo referido a este trabajo, se considerará la marca de
territorio a modo de dispositivo aglutinador de los elementos diferenciales de un espacio
geográfico, con el fin de lograr un determinado posicionamiento (López-Lita y Benlloch,
2005 y 2006). El proceso de revisión de la literatura relacionado con las marcas de lugares
nos ha llevado al ámbito anglosajón prácticamente en un ochenta por ciento de los casos
con respecto a la producción científica escrita relacionada con este ámbito de conocimiento.
Ello nos ha permitido constatar que la escala geográfica y los significados políticos, sociales
y económicos que se desprenden de las naciones, regiones, estados y otras entidades espa-
ciales son diferentes en función del paradigma de conocimiento con el cual se afronte. Por
ejemplo, tal y como señala Jenkins (2005) y para el ámbito anglosajón, el término ‘espacio’
se utiliza con connotaciones vinculadas a una determinada localización física (latitud, lon-
gitud, altitud), mientras que los términos ‘lugar’ y ‘territorio’ se usan en relación con unos
determinados atributos físicos. En el mismo sentido, sostiene que ‘lugar’ (place, en inglés)
representa la visión y a la vez la definición sociocultural del espacio. Del mismo modo, el
término ‘territorio’ (territory, en inglés) mantiene relación con un contexto de gobernabili-
dad de un espacio, esto es, los límites de la nación-estado y, por lo tanto, asume un carácter

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relacionado con unas determinadas fronteras administrativas a partir de las cuales se concibe
el territorio como una división geopolítica del espacio. El siguiente cuadro muestra los sig-
nificados asociados a los términos espacio (space), lugar (place) y territorio (territory) en la
esfera anglosajona:

Cuadro 1
LAS RELACIONES ENTRE ESPACIO, LUGAR Y TERRITORIO EN LAS DIFERENTES ESFERAS DEL CONOCIMIENTO Y
LA PERCEPCIÓN DEL PARADIGMA ANGLOSAJÓN
Espacio Lugar Territorio

Dimensión Identificación Mapas mentales y


Cartografía
física geográfica significados culturales
Factores
macroeconómicos
Dimensión Recursos naturales y Factores
(impuestos, tarifas,
económica factores de distancia microeconómicos
concentración
económica)
Límites
Lealtades, aceptación
administrativos
Dimensión de la legitimidad
y definición de
legal/política del régimen
competencias y
gubernamental
poderes
Dimensión Identidad «formal» o
Identidad social
sociocultural administrativa
Fuente: Adaptado a partir de JENKINS, P. (2005): «Space, place and territory: An analytical framework», en Place
identity, participation and planning (Hague, C. y Jenkins, P. Eds.). London, Routledge, 19-37.

En efecto, los significados asociados a los términos ‘espacio’, ‘lugar’ y ‘territorio’ en


el ámbito anglosajón presentan numerosos matices en relación con el significado que estas
mismas acepciones tienen en el ámbito europeo y estatal. Es por ello que hay que insistir en
que, en el presente artículo, se tratará la marca de territorio desde un punto de vista holístico,
tanto en lo referido a sus límites territoriales a cualquier escala como en lo que compete a
sus connotaciones socioculturales, de intangibles o bien de significados geográficos que se
le puedan asociar. El término anglosajón equivalente a la expresión ‘marca de territorio’
se corresponde con place brand (marca de lugar) o bien place branding (proceso de cons-
trucción de una marca de lugar). Sin embargo, no debe confundirse el concepto de marca
de territorio (por ejemplo, ‘Costa Brava’ o ‘Costa Dorada’) con marcas que, a pesar de no
disponer de una naturaleza esencialmente espacial, sí incorporan algún tipo de incidencia o
connotación territorial (como es el caso, por ejemplo, de las marcas Futbol Club Barcelona
(FCB) o Gamba de Palamós).

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IV. INICIOS Y EVOLUCIÓN DE LA MARCA ASOCIADA A ESPACIOS GEOGRÁFICOS

Los orígenes de la marca de territorio son difíciles de ubicar en el tiempo. Esto es así por-
que en la delimitación temporal de las marcas de lugares hay dos referentes principales. Por
un lado, hay que considerar el ejercicio de branding encubierto que las naciones y los países
han llevado a cabo históricamente de una forma implícita. En opinión de Anholt (2008a), la
vinculación entre marcas y territorios hay que situarla muchos años atrás, tal vez en la época
de Alejandro Magno (356 aC a 323 aC), quien fue de los primeros en entender que el éxito
o el fracaso de los lugares dependía, en gran medida, de la imagen que proyectaban hacia
el exterior. Los inicios documentados en la literatura referidos explícitamente al binomio
marca-territorio –en el que la marca tiene un papel realmente importante y no puramente
testimonial como ocurre en el ámbito de la promoción–, hay que situarlos a finales de los
años ochenta y principios de los años noventa del siglo pasado, cuando autores como Bartels
y Timmer publicaban en 1987 la obra City Marketing: instruments and effects. Asimismo,
otros autores como Ashworth y Voogd daban a conocer su trabajo titulado Selling the City en
1990 y, posteriormente, en 1993 aparecía uno de los títulos de referencia en la vinculación
entre marcas, marketing y territorios que existe en la literatura académica, se trata de Marke-
ting places: attracting investment, industry, and tourism to cities, states, and nations, a cargo
de Philip Kotler, Donald H. Haider y Irving Rein.
Las aportaciones iniciales de Kotler y otros autores han sido complementadas en etapas
posteriores en el ámbito del branding por Morgan, Pritchard y Pride con su obra Destination
Branding (2002). Destaca, de igual manera, la aparición de una edición especial dedicada al

Figura 1
EVOLUCIÓN RELACIONAL DE LAS ESTRUCTURAS DE COMUNICACIÓN DEL TERRITORIO
MEDIANTE EL USO DE MARCAS

Fuente: Elaboración propia.

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country branding de la publicación Journal of Brand Management (2002), o bien la edición,


en 2004, de la revista especializada Journal of Place Branding, actualmente denominada
Journal of Place Branding and Public Diplomacy, editada por primera vez en el año 2005.
De este modo, la vinculación inicial entre marketing y lugares ha derivado en la actual rela-
ción entre branding y espacios geográficos. Sin embargo, la revisión de la literatura señala
para la dualidad marca-territorio unas relaciones realmente controvertidas. Esta dificultad
se explica, sobre todo, por un rechazo sistemático a asociar territorios con marcas y con sus
lógicas de actuación y producción.
El territorio y su comunicación ha experimentado una transición que ha partido de unos
niveles iniciales de promoción (comunicar por comunicar, sin una estrategia de largo plazo
concreta detrás y con el objetivo único de vender) hacia niveles de venta de lugares (muy
vinculados a la publicidad y a la comercialización de la ciudad en términos de cultura). A
continuación, ha seguido hacia estrategias de marketing (que implica la adopción de buena
parte de las lógicas empresariales en la gestión y comunicación de espacios), para así termi-
nar el recorrido donde estamos ahora: en la era del branding de lugares. Ello supone enfatizar
la marca y su capacidad para diferenciar y posicionar a unos determinados espacios con el
objetivo último de proyectar una imagen dirigida a públicos internos y externos, con el afán
de captar no sólo turistas, sino talento, inversión empresarial, infraestructura, etc.

V. DE LA MARCA COMERCIAL A LA MARCA TERRITORIAL

El branding corporativo se consolida como el referente de aplicación en el ámbito de


los territorios. El planteamiento de esta dicotomía –corporaciones versus territorios– en un
contexto de branding permite desarrollar un análisis comparativo a partir del cual concretar
las diferencias básicas de aplicación de un proceso de construcción de marca (branding)
en ambos casos. Si bien los objetivos terminales de corporaciones y territorios convergen,
el camino por recorrer es sustancialmente diferente. Los objetivos terminales, esto es, la
obtención de una buena imagen y reputación, coinciden absolutamente. Las divergencias
aparecen, sobre todo, por la naturaleza de dominio público inherente a los lugares. Por tanto,
una primera diferencia se produce por la existencia de un ámbito de trabajo con implicacio-
nes sociales totalmente diferentes, es decir, un ámbito de gestión política, de dominio y de
bienes públicos (territorios) y un ámbito de gestión empresarial, y por lo tanto, de titularidad
privada (corporaciones).
Vinculado a este mismo aspecto se encuentra el mapa de público interesado y de público
implicado. El público interesado en una marca de territorio, ya sea de ciudad, país, región o
destino, es absolutamente heterogéneo, lo que conlleva, sin duda, dificultades notables para
diseñar una estrategia de marca que sea capaz de aglutinar y consensuar todo tipo de intere-
ses ciudadanos. Además de eso, la sociedad civil se transforma, con especial énfasis, en un
elemento activo de la marca, y desarrolla el rol de prosumer –intervención activa y directa en
el proceso de creación de marca– tal como han demostrado en varias investigaciones Freire
(2006) o Blichfeldt (2005). Por tanto, en una marca de lugar, las comunidades locales son, a
la vez, emisoras y receptoras del proceso de branding. Emisoras porque uno de los elementos
clave de la marca de territorio para la generación de imagen positiva in situ es el trato dispen-
sado por la población autóctona a los visitantes (Freire, 2006). Y también receptoras porque

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uno de los públicos más importantes de una marca de territorio es el público interno (Olins,
1999 y 2004), es decir, los residentes y las empresas locales (Fernández-Cavia, 2011). Por
tanto, la imposibilidad o la notable dificultad para controlar al público interesado e intervi-
niente en una marca espacial es también relevante (Blichfeldt, 2005; Anholt, 2007b y 2010).
Del mismo modo, las marcas de territorio no tienen propietarios y, por tanto, delimitan y
coartan sus posibilidades de gestión con estándares tradicionales de marketing y branding.
Es por ello que Blichfeldt (2005) sugiere que, en gran parte, una marca asociada a un espacio
geográfico se convierte en inmanejable. La posibilidad de gestión de la marca se reduce aún
más por la existencia del factor «poblaciones locales», esto es, la interacción de las comuni-
dades autóctonas con la población foránea, lo que acaba creando también una determinada
imagen de marca no controlable por parte de los gestores de marca. En este sentido, la
sugerencia del autor se encamina a proponer la integración de los residentes en los estadios
iniciales de creación de la marca, con el objetivo de definir conjuntamente sus valores y de
integrarlos en la propia estrategia de marketing.
Además de todo lo expuesto, una marca de territorio debe trabajar también y de manera
prioritaria con su público interno, un aspecto que a menudo no se suele producir en las mar-
cas de corporaciones, que trabajan fundamentalmente para un público externo, para clientes
potenciales y/o habituales. La naturaleza intangible y las particularidades asociadas al lugar,
es decir, la venta de algo no material, fungible, es también una diferencia y una dificultad
añadida al proceso de branding corporativo no vinculado a servicios, sino a espacios. Otra
diferencia destacable en el ámbito de los lugares, precisamente por su naturaleza de bien
público, se produce mediante el despliegue de una tipología de branding entendida a modo
de gestión de intereses ciudadanos y, por tanto, con una vocación muy cercana al desarrollo
local, mientras que en el ámbito corporativo, la gestión de branding se concibe en clave
estrictamente mercantilista, esto es, con ánimo de lucro. Sin embargo, queda claro que los
territorios y sus dirigentes también buscan la obtención de un rédito de imagen resultante
de la ejecución de una estrategia de branding de lugares. En el mismo sentido, Hankinson
(2004 y 2010) manifiesta alguna de las diferencias que las marcas de lugares mantienen con
las marcas corporativas. Se concretan, a grandes rasgos, por la naturaleza experiencial de
los lugares; por la discontinuidad existente entre el producto promocionado (a priori) y el
producto consumido (in situ); finalmente, el autor se refiere a la amplia gama de públicos
involucrada en la gestión y recepción de los parabienes asociados a una marca de lugar, lo
que sin duda dificulta el diseño y ejecución de una estrategia de marca consistente.
Anholt (2007a y 2010), considera la variable temporal para explicar las diferencias exis-
tentes entre una estrategia de branding comercial y su equivalente en el ámbito de los luga-
res. En el contexto territorial, la posibilidad de obtener una identidad competitiva implica
trabajar, necesariamente, en el largo plazo, mientras que la lógica corporativa suele tender, en
la mayoría de los casos, al corto plazo, a la obtención de resultados inmediatos. En términos
de gestión, el branding corporativo se refiere a una tarea simple y notablemente delimitada
(ámbito de mercado), mientras que el branding de territorios compete a una gestión compleja
(ámbito social). La complejidad inherente a la gestión del espacio geográfico se traslada, de
este modo, a la gestión de su marca.
En cuanto al tipo de branding concreto a aplicar, la libertad de movimientos existente
en el ámbito corporativo (normalmente se trabaja con productos comerciales que permiten

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una elasticidad en la elección y proyección de una determinada imagen) no se produce en


el ámbito de los territorios. Habitualmente los lugares con los que se inicia un proceso de
branding ya disponen desde sus inicios de una imagen predeterminada, resultado, probable-
mente, de viejos clichés y/o estereotipos anclados en el tiempo, con lo cual y a menudo en el
ámbito de los territorios no procede un proceso de branding, sino un proceso de rebranding
(Olins, 2002; Hankinson, 2004; Anholt, 2007b; Pasquinelli, 2010), es decir, deconstruir la
imagen existente con el fin de adecuarla a los nuevos tiempos y a las nuevas necesidades del
mercado.

VI. EL BRANDING DE LUGARES

El proceso de construcción y proyección de una marca asociada a un espacio geográ-


fico nos lleva a hablar de branding. En opinión de Fernández-Cavia (2011), este término
se refiere a un proceso mediante el cual una organización (una empresa productora o de
servicios, un partido político, una institución pública o un organismo gestor de un territo-
rio) atribuye significado a la marca que representa. Así, hacer branding puede entenderse
como construir valor de marca mediante la comunicación efectiva de los atributos que se
quieran trasladar a la mente de los receptores. Por su parte, Monerris (2008) acota el tér-
mino al ámbito específico de los lugares, afirmando que la aplicación de esta estrategia en
el ámbito territorial implica una planificación a largo plazo, con la finalidad de construir
y mantener una reputación regional o nacional distintiva, positiva y competitiva, tanto
interna como externamente. Se consigue, según este autor, a través de una aproximación
estratégica, armonizada y públicamente consciente a la innovación, la agenda pública, las
relaciones externas, la promoción de inversiones, la exportación, el turismo y las rela-
ciones culturales (Monerris, 2008). Para Solsona (2008: 269) la técnica de branding se
identifica con «La capacidad de seducción, de comunicar a través de un símbolo o un lema
las bondades de un destino, de despertar los sentidos del potencial usuario, de motivarle
para satisfacer sus necesidades sociales, afectivas, emocionales, es decir, la capacidad de
generar y gestionar una marca».
Sobre la base de un modelo fundamental de diferenciación y posicionamiento propios de
la marca corporativa, y en líneas generales, el branding de territorios persigue los objetivos
siguientes (Fernández-Cavia, 2011: 107): aumentar su atractivo como lugares de inversión
empresarial; mejorar su posición competitiva en el mercado turístico; incrementar su atrac-
tivo con la finalidad de captar y retener el talento; fomentar la identificación de ciudadanos
con su lugar de residencia; y finalmente, facilitar, en general, el desarrollo económico y
social.

6.1. Los componentes, valores y/o atributos de las marcas territoriales

Huertas (2011), en lo que atañe al ámbito turístico, señala que los componentes de una
marca se concretan en: el elemento gráfico (símbolo y logotipo); el componente conceptual
funcional (que se vincula al logotipo y le añade la simbolización de las singularidades tan-
gibles e intangibles de un territorio); y el componente conceptual emocional (que supone la
anexión de valores abstractos, simbólicos y personificables a un destino).

Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles N.º 62 - 2013 199


Jordi de San Eugenio Vela

En lo referido al componente conceptual emocional de una marca territorial, Anholt y


Hildreth (2004) definen el hexágono de la identidad competitiva de regiones, naciones, paí-
ses y destinos turísticos, en función de la evaluación de seis variables fundamentales: el
turismo, las marcas de exportación, las personas, la política interna y externa, la cultura y
el patrimonio, la investigación y la inmigración. En función de los resultados obtenidos, se
establecen rankings de países y de ciudades que ostentan una mejor posición en la arena
mundial (The Anholt-GfK Roper City Brands Index3 y The Anholt-GfK Roper Nation Brands
Index4). Del mismo modo, la consultoría Future Brand desarrolla anualmente y desde 2005
el estudio Country Brand Index5 (CBI), encargado de evaluar la fortaleza de las marcas de
país (113 naciones). Los atributos que utiliza esta empresa para clasificar las mejores imáge-
nes de país proyectadas a escala mundial se corresponden con: sistema de valores (libertad
política, tolerancia, marco legal estable, libertad de expresión y respeto al medioambiente);
calidad de vida (mejor para vivir, educación, sistema de salud, estándar de vida, seguridad
y oportunidades laborales); aptitud para los negocios (mano de obra cualificada, tecnología
avanzada, clima de inversión y marco regulatorio); patrimonio y cultura (belleza natural,
historia, arte y cultura y autenticidad); y finalmente se considera el turismo (conveniencia,
hoteles y resorts, atracciones y gastronomía).
En todo caso, y en líneas generales, los indicadores más habituales en la definición del
posicionamiento de una marca de territorio son los siguientes: identidad, cultura, capital
humano e intelectual, patrimonio, tradiciones y eventos, clima, infraestructuras, recursos
naturales, economía, historia, organización empresarial, geografía, urbanismo, arquitectura
y paisaje, entre los ítems más importantes por considerar. Asimismo, se puede considerar
que la suma de los atributos individuales que se acaban de enumerar surgen del desmembra-
miento de una variable fundamental: la identidad. Por tanto, se considera que la gestión y
comunicación de la identidad, en el sentido más amplio del término, deviene el valor funda-
mental a partir del cual situar en ventaja competitiva y comparativa a una marca de territorio
(San Eugenio, 2011).

VII. TIPOLOGÍAS Y FUNCIONES DE LAS MARCAS DE TERRITORIO

En el ámbito concreto del branding de lugares, el objetivo de la marca –sostiene Anholt


(2010)– no es exclusivamente el de obtener un rendimiento económico, sino que se pretende
conseguir una buena reputación para el territorio, que, lógicamente, acabará repercutiendo
en su prosperidad económica. La virtud de esta visión evolucionada de la marca destinada
a actuar en el espacio geográfico radica, según este autor, en su flexibilidad, a tenor de su
capacidad para unir las fuerzas del mercado con los intereses particulares del capital humano.
En el mismo sentido se pronuncian López-Lita y Benlloch, al señalar lo siguiente (2006: 51):
«La marca debe servir de base para ‘marcar’ los territorios en pro de la diferenciación y poder

3 Más información en:


http://www.gfkamerica.com/practice_areas/roper_pam/cbi/index.en.html
4 Más información en:
http://www.gfkamerica.com/practice_areas/roper_pam/nbi_index/index.en.html
5 Más información en:
http://www.futurebrand.com/wp-content/uploads/2011/11/2011-2012-FutureBrand-CBI-SPA.pdf

200 Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles N.º 62 - 2013


Fundamentos conceptuales y teóricos para marcas de territorio

así destacar las diferencias antropológicas y culturales transcendiendo su inicial dimensión


estrictamente económica». Asimismo, Fernández-Cavia (2011) señala que la estrategia de
branding se integra plenamente en un proceso global de desarrollo del territorio, en conso-
nancia con una estrategia previa de marketing. Del mismo modo, su objetivo no se limita
a proyectar y comunicar una determinada imagen y reputación hacia el exterior, sino que
su rasgo diferencial se concreta en un trabajo específico con el público interno (población
autóctona) en un intento de ensalzar el orgullo de residencia y el sentimiento de pertenencia
a un determinado espacio. Veamos, a continuación, una propuesta de ordenación y atribución
de significados y funciones para cada una de las tipologías existentes de marca de territorio.

7.1. La marca de lugar en el espacio geográfico total (place brand)

Anholt (2007c) mantiene que la aplicación de la lógica de marcas en los territorios tiene
el objetivo fundamental de incorporar a los países, a las ciudades o a las naciones hacia un
nuevo marco competitivo, un mercado global de lugares, donde los valores de una imagen
diferenciada y positiva son fundamentales para destacar en un contexto de alta saturación
entre territorios que luchan por obtener recursos económicos. Por lo tanto, sobre la base de
una determinada imagen, la sociedad organiza sus decisiones de compra, inversión o cambio
de residencia, además de elegir el destino turístico donde viajar (Kotler y Gertner, 2002).
Para Papadopoulos (2004), el place branding pretende conseguir cuatro objetivos principa-
les: mejorar la capacidad de exportación del país; proteger a las empresas y los negocios ya
existentes en el territorio ante la llegada de posibles competidores externos; atraer o rete-
ner factores de desarrollo, y, finalmente, lograr un posicionamiento en los ámbitos interno
(nacional) y externo (internacional) para conseguir una ventaja comparativa en términos
económicos, políticos y sociales.
Govers y Go (2009) afirman que, ante todo, hay que deconstruir el antiguo modelo de
place branding, muy vinculado a la teoría tradicional de la imagen de los lugares, la cual
resulta inadecuada debido a la necesidad actual de vincular la imagen a los aspectos de
identidad y comunicación de los territorios en un contexto global de espacio y tiempo. A
diferencia de la promoción de los lugares, el branding espacial no es una actividad ejercida
de manera intuitiva o al azar, sino que presenta un foco de actuación mucho más integrado y
estratégico. Se vincula directamente con un nuevo estilo de vida de carácter urbano en el que
las imágenes visuales y los mitos asociados al territorio adoptan una especial relevancia. En
este contexto, la promoción de la imagen ocupa un rol central para planificadores y políticos.
Por ello, la llegada del marketing y del branding a los lugares se convierte en una conse-
cuencia natural de una nueva gobernanza del territorio muy orientada a satisfacer los deseos
y anhelos de su público potencial (Kavaratzis, 2005 y 2011). Por tanto, el desdoblamiento
definitivo entre los términos place promotion (promoción del lugar), place selling (venta del
lugar) y place branding (construcción de marca de lugar) se produce a partir de la multiplici-
dad de públicos a los que dirigirse así como de atributos y valores que ofrecer.
En este sentido, Fernández-Cavia sostiene lo siguiente (2011: 103): «Desde mi punto
de vista, la contribución más grande del marketing a la gestión de los territorios es haber
introducido la convicción de que una ciudad, una región, una comunidad o un país tienen
en la imagen que proyectan sobre el mundo su mayor activo, su mayor fuente de riqueza

Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles N.º 62 - 2013 201


Jordi de San Eugenio Vela

y bienestar. Y no se trata sólo de turismo, ni de economía, se trata de algo más general que
afecta a todos los habitantes de este territorio, se trata de oportunidades y calidad de vida, en
definitiva, de futuro».

7.2. La marca en el espacio estatal y nacional (country/nation brand)

De las definiciones que ofrece la Organización Mundial del Turismo (OMT), se des-
prende que la práctica del nation branding y el country branding se relaciona con una mani-
festación concreta de lo que es y lo que representa un país. En este sentido, la vinculación de
estas dos tipologías de branding con la diplomacia pública y las relaciones internacionales
parece mucho más clara que en otras manifestaciones de marca de territorio (Xifra, 2010).
Por tanto, la proyección de una imagen positiva hacia el exterior –con lo que ello conlleva–
se equipara a un ejercicio propio de una embajada, de la diplomacia o de una política de
relaciones internacionales, con la consiguiente implicación de niveles de representatividad
y de voluntad integradora de los activos de una entidad territorial plena, es decir, un país o
una nación.
Asimismo, Anholt (2008b) señala la necesidad de establecer diferencias claras entre la
promoción sectorial (turismo, exportaciones, promoción de la inversión, etc.) y el nation
branding, que representa una estrategia totalizadora, unificada y representativa de los valores
de una nación. Sin embargo, la práctica equiparación de países a la categoría de marcas es
considerada por Anholt (2005b) un «mal menor necesario», máxime si se tiene en cuenta que
en la sociedad actual, dotada de altos niveles de complejidad, la ciudadanía tiene la nece-
sidad de simplificar el significado, la identidad y los valores asociados a una nación o a un
país determinado, y esta reducción la ofrece únicamente la marca, transformada en el mundo
actual en un dispositivo simplificador de niveles de complejidad social. En este contexto, el
nation branding se convierte en una necesidad para los territorios que quieren competir en un
mundo globalizado, además de contribuir a desprenderse de unos determinados estereotipos.
Esta visión es compartida por Dinnie (2008 y 2011), quien asegura que el branding de
naciones, además de procurar la atracción de turistas, la estimulación de la inversión interna
y el impulso de las exportaciones, entre otros aspectos, sitúa su foco de acción en el aumento
de la estabilización de la moneda, el restablecimiento de la credibilidad internacional y la
confianza de los inversores, el incremento de la influencia política, el fortalecimiento de
las alianzas internacionales y, en general, en la mejora de la imagen de la nación en la arena
mundial. Tal vez esta es la diferencia esencial entre el branding de naciones y/o países y el
branding de unidades territoriales inferiores como los destinos, las ciudades o las regiones.
Mientras que en el primer caso se imponen los intereses globales, de imagen atomizada, de
representatividad transversal, en el segundo caso prevalecen intereses más de tipo sectorial,
y, por tanto, su gestión se afronta desde un punto de vista más delimitado, menos totalizador
de los intereses generales que sí se encuentran presentes en el nation branding o en el coun-
try branding.
En lo referido a la transposición del branding corporativo al branding de naciones, Holt
(2004) –citado por Dinnie– mantiene que la transformación de marcas en iconos mediante un
proceso de interacción creativa con su entorno es algo equiparable a un proceso de branding
cultural, un concepto, por otra parte, especialmente adecuado en su aplicación a las naciones.

202 Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles N.º 62 - 2013


Fundamentos conceptuales y teóricos para marcas de territorio

En función de esta teoría, las naciones poseerían unos recursos concretados a modo de clús-
ter estratégico de ideas culturales. En la misma línea, Rodríguez-Amat y Campalans (2010)
señalan que en el proceso de creación de marca de país intervienen tres esferas diferenciadas:
la lógica de mercado, la política y la identidad. En este sentido, el establecimiento de auténti-
cas diferencias entre países se obtiene a partir del desarrollo de nuevas ideas, políticas, leyes,
productos, servicios, etc. En definitiva, la construcción de una reputación sólida para países y
naciones depende, casi de forma exclusiva, de la administración gubernamental del territorio
y de su gente, y no del artificio propio de la promoción de sus productos y servicios.

7.3. La marca en el espacio urbano y/o metropolitano (city brand)

La necesidad de singularización inherente a la ciudad contemporánea y posindustrial se


acaba concretando en un objetivo de posicionamiento distintivo, en una búsqueda de valor
concreto para ofrecer a los «consumidores» reales y potenciales de la ciudad. Todas las
acciones de marketing y branding de la urbe se dirigen hacia la tarea de proyectar, en los
ámbitos interno y externo, una imagen positiva que facilite el logro de una reputación que
permita a la ciudad competir en un escenario internacional. En este contexto, la marca se
convierte en el activo principal de la metrópolis, en su máxima expresión de visibilidad y
difusión de sus valores. Asimismo, la llegada de la globalización tiene un efecto territorial de
dilución simbólica de las fronteras administrativas establecidas, lo que termina beneficiando
a la ciudad, que se transforma en el motor de la competencia internacional, dado que pasa a
ocupar una escala territorial dominante en la gestión operativa de servicios y personas propia
del siglo XXI.
Además de eso, la competitividad de un territorio depende actualmente de su integración
en los sistemas de información y comunicación globales. Y, precisamente, es esa competitivi-
dad sobrevenida entre ciudades lo que pone de manifiesto la necesidad de impulsar cambios
en la organización y gestión pública de la urbe, sobre todo con el fin de alcanzar un deter-
minado posicionamiento (Dinnie, 2011). En gran parte, la ciudad abandona su condición de
clúster de relaciones económicas para convertirse en un sistema de símbolos que compite,
básicamente, en el ámbito estético (Lash y Urry, 1998; Urry, 2004) para atraer talento, inver-
sión e infraestructura, entre otros aspectos. La evolución de una ciudad de infraestructuras
hacia una ciudad de valores, en la cual los aspectos inmateriales e intangibles tienen un
protagonismo inusual, invita a una nueva gestión de las metrópolis contemporáneas, donde
se vislumbra, claramente, la evolución del sector primario hacia el sector servicios y de la
sociedad de la información.
Efectivamente, se produce un nuevo consumo de la ciudad contemporánea, una pro-
ducción de nuevas identidades en un contexto de exaltación necesaria de la diferencia. Por
tanto, la ciudad se convierte en el espacio de uso y consumo por excelencia, es decir, la
transformación del espacio urbano y/o metropolitano en un producto de consumo cultural. La
ciudad contemporánea es hoy uno de los espacios identitarios por excelencia del capitalismo
tardío. La transformación de la ciudad se debe, en gran parte, a la reconceptualización de una
vocación cultural y de conocimiento para el espacio urbano, que la sitúa en la punta de lanza
territorial en todo lo referido a innovación y creatividad.

Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles N.º 62 - 2013 203


Jordi de San Eugenio Vela

Para Kavaratzis (2004), el branding de ciudades se convierte en la forma más adecuada


para implantar y describir una estrategia de city marketing, ya que el objetivo del marketing
de ciudades se centra, entre otros aspectos, en lograr una determinada imagen urbana que,
a la vez, se convierte en el punto de partida para desarrollar una marca de ciudad. Para este
autor, el branding de ciudades proporciona, por un lado, los fundamentos para la implanta-
ción de políticas de desarrollo económico, y, por el otro, sirve de hilo conductor para que los
residentes se identifiquen con su propia ciudad.
Evans (2003) afirma que en las ciudades tiene lugar un proceso de hard branding (bran-
ding duro) a partir del cual se manifiesta la emergencia de un espacio urbano que se debe
vivir en primera persona. Así, la experiencia con la ciudad permitirá dar salida a un renovado
deseo fetiche de la sociedad vinculada a la avidez de consumo de una nueva metrópolis cul-
tural, que aglutina, como nunca había sucedido antes, una dimensión experiencial y de entre-
tenimiento muy cercana a experiencias temáticas del tipo Walt Disney World o Asterixland.
En este punto, el mismo autor anuncia la llegada de los espacios marca. De este modo, se
utiliza el poder cultural de la ciudad para crear una determinada imagen.
El branding urbano duro de tipo cultural referido por Evans tiene que ver con la unión de
tres aspectos fundamentales: el fetichismo del consumo trasladado a la metrópolis, la explo-
sión de la economía del simbolismo y, finalmente, la necesidad de dar salida a un anhelo
emergente de consumo de espacios. Por su parte, Anholt (2007a) mantiene que el branding
de ciudades permite un trabajo más concreto con los valores del territorio, un aspecto funda-
mental en la delimitación de atributos de marca que no se produce en el nation branding o
en el country branding. Es en este sentido que la representatividad y el imaginario de un país
proviene, en muchas ocasiones, del ámbito urbano y/o metropolitano. De hecho, la transición
del marketing estratégico (determinación del valor de la ciudad que se ofrece al público inte-
resado) al marketing operativo (creación y comunicación del valor de la ciudad) para llegar
finalmente al branding de ciudades, se produce por el énfasis depositado en la marca, que se
convierte en el dispositivo por antonomasia a partir del cual identificar y diferenciar los valo-
res de la metrópolis. Por tanto, toda la simbología inherente a la urbe se canaliza mediante
la marca, que se consolida a modo de importante activo intangible de la ciudad sobre la que
giran la mayor parte de los procesos de comunicación urbana y/o metropolitana.

7.4. La marca en el espacio turístico (destination brand)

Anholt (2005b) mantiene que el turismo es a menudo el aspecto promocional más visible
en el proceso de nation branding. Ello es debido a que la actividad turística acumula un amplio
bagaje en aspectos vinculados a la comercialización de territorios, y esta circunstancia incide,
por ejemplo, en la presencia de numerosa literatura relacionada con la promoción, el marke-
ting y el branding de espacios turísticos. En el mismo sentido se pronuncian Rodríguez-Amat
y Campalans (2010), cuando señalan que el turismo se convierte en un mecanismo cataliza-
dor y concentrador de lo cultural y lo simbólico, como interfaz de presentación de lo interior
hacia el exterior. Además de eso, la experiencia profesional que une marketing y turismo tam-
bién acumula un amplio recorrido, que se concreta, por ejemplo, en la existencia ya histórica
de Organizaciones de Marketing de Destinos (OMD). Por tanto, el turismo se posiciona como
eje central de los procesos que relacionan imagen, marca y territorio. Además, la actividad

204 Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles N.º 62 - 2013


Fundamentos conceptuales y teóricos para marcas de territorio

turística y su imagen asociada han resultado, históricamente, un gran mirador de los valores
de un espacio geográfico (ya sea país, nación, región, ciudad, etc.), en positivo y en negativo.
En efecto, el espacio turístico se consolida a modo de importante carta de presentación de
un lugar, y la imagen que se le asocia proviene, probablemente, de una experiencia turística
vivida en primera persona o de la fijación de una determinada imagen a partir de un ejerci-
cio de promoción turística llevado a cabo en el pasado. En este sentido, Anholt (2005a) va
más lejos al señalar que la práctica de branding de destinos provoca, en algunos casos, un
efecto distorsionador de las percepciones de un país (entendido como proyección de una
imagen atomizada, global, no exclusiva de los intereses turísticos), dado que está claramente
enfocado a la venta de un destino turístico. Por su parte, MacCannell (2003), Urry (2004) y
Donaire (2012) se refieren a la importancia del turismo desde un punto de vista sociológico,
a partir de la llegada de una nueva industria de la imagen –de la mirada, según Urry– y de la
experiencia que genera nuevos paradigmas de reflexividad estética ya anticipada por Lash
y Urry (1998). El consumo contemporáneo, transportado al ámbito de los espacios, busca
impetuosamente el placer estético, simbólico, semiótico. En este punto, el turismo resulta ser,
de nuevo, la actividad paradigmática (Urry, 2004).
En opinión de Cai (2002), la expresión destination branding se refiere al proceso de
selección de elementos consistentes de la marca a fin de identificar y distinguir un destino
turístico mediante la creación de una imagen positiva. Morgan, Pritchard y Pride (2002) y
Park y Petrick (2006) sostienen que la aplicación de lógicas de branding en espacios turís-
ticos significa la habilitación de uno de los argumentos del marketing contemporáneo más
eficientes al servicio de los gestores de destinos. Blain, Levy y Ritchie (2005) señalan que
la ejecución de un proceso de destination branding debe priorizar los conceptos vinculados
a identificación, diferenciación, experiencia, expectación, imagen, consolidación y refuerzo,
a los que hay que añadir los inputs propios que se derivan de la misma gestión de los des-
tinos, en concreto: reconocimiento, consistencia, mensaje vinculado a la marca y respuesta
emocional.
Baker (2007) concluye su discurso referido a marcas y branding de destinos asegurando
que el valor de la marca se construye a partir de cada punto de contacto con los clientes,
mediante experiencias excepcionales y no sólo con el apoyo de las características físicas de
los lugares. Cada experiencia, antes, durante y después de la visita, tiene un papel fundamen-
tal en la definición y entrega de la promesa inherente a la marca. En este sentido, el éxito de
la marca vendrá determinado por el cumplimiento de las expectativas evocadas en un nivel
inicial de comunicación. Finalmente, hay muchos autores que afirman que el branding de
destinos es el más cercano a las lógicas de actuación del branding corporativo (Morgan,
Pritchard y Pride, 2002; Cai, 2002; Olins, 2004; Blain et al. 2005; Anholt, 2009), ya que se
ocupa de un sector productivo concreto (el turismo) y de un producto en particular (las vaca-
ciones). Por lo tanto, este tipo de branding se concibe más en clave empresarial –vinculado
a la industria del turismo, sus productos y servicios– que en clave territorial. Sin embargo,
Anholt (2002) y Morgan, Pritchard y Pride (2002) coinciden en afirmar que una marca de
destino no se corresponde con la marca de un producto –no se trata de vender sopa en polvo,
en palabras de los mismos autores– y, por tanto, requiere de una aplicación responsable de
los principios del branding corporativo y del marketing tradicional de lugares.

Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles N.º 62 - 2013 205


Jordi de San Eugenio Vela

VIII. CONCLUSIONES

Las marcas de territorio se definen, ante todo, por la influencia que ejercen en la
percepción de los individuos. En este sentido, la fijación de una identidad singular con-
cretada mediante una marca ofrece reconocimiento y diferenciación para determina-
dos espacios geográficos, favoreciendo así un posicionamiento ventajoso que, a su
vez, se convierte en decisivo ante las preferencias de elección de los usuarios. Ade-
más, una marca de territorio implica, simultáneamente, gestión y comunicación. Ges-
tión no sólo con implicaciones de marca (brand management), sino también a partir de
una renovada intervención en el territorio basada en criterios de marca y, en último tér-
mino, de marketing. Por tanto, la gestión se encuentra fuertemente arraigada al mar-
keting, mientras que la comunicación de la marca de territorio se vincula al branding.
Las diferencias más representativas entre una marca de territorio y una marca comercial
surgen, preferentemente, de las connotaciones de dinamización económica vinculadas a la
implantación de marcas de lugares. Las implicaciones sociales (marca espacial) en con-
traposición a los intereses de mercado (marca comercial) son una constatación más de las
divergencias conceptuales y de ejecución existentes entre estas dos tipologías de marca. Asi-
mismo, todas las expresiones vinculadas a territorios y marcas parten de una cuestión esen-
cialista: la asociación que se establece entre los lugares y la implementación de estrategias de
comunicación que los sitúen en situación de ventaja comparativa y competitiva. No obstante,
existe una importante falta de consenso en la definición del término «marca de territorio»
desde un punto de vista holístico y transversal. Ello provoca que, en muchas ocasiones, por
desconocimiento de las posibilidades que la marca puede ofrecer a un lugar en lo referido a
gestión y proyección de su imagen, se acabe limitando su aportación al diseño de un logotipo
o a la concreción de un eslogan, que no son per se, una marca territorial.
Una marca de territorio debe dar salida fehaciente a tres objetivos principales (por este
orden): posicionamiento, sentimiento de pertenencia y adscripción por parte de las comuni-
dades locales y, finalmente, debe ejercer a modo de dispositivo generador de percepciones
positivas del territorio objeto de representación. Además de eso, la identidad resulta ser
el elemento de singularidad por excelencia de un territorio. La cultura, el capital humano
e intelectual, el patrimonio o la historia, son algunos de los atributos más importantes de
identidad territorial a partir de los cuales posicionar con valor añadido a una marca de
territorio. En clave de futuro, la marca representativa de lugares se convertirá en un activo
irrenunciable para la atracción de inversiones, talento, infraestructuras, empresas o eventos,
entre otras cosas. Aún así, es necesario destacar que una marca de territorio no implica,
necesariamente, ningún tipo de manufactura. En muchos casos, la marca ya existe en el
territorio de forma implícita, tácita, latente y, por tanto, en estos casos, las tareas exclusivas
asociadas a la marca se corresponden con las funciones de visibilidad y proyección de una
realidad ya existente.
La identidad de los territorios no es hoy una cuestión menor. Actualmente, se trata de
algo cercano a la supervivencia, no tanto por una cuestión mercantilista, como por una mani-
fiesta y necesaria exaltación de la identidad en tiempos de globalización. Esta reivindicación
identitaria se puede canalizar, en parte, mediante un uso evolucionado del concepto tradicio-
nal de marca. Por tanto, hacer marca, o bien construir una marca (branding) no implica, en

206 Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles N.º 62 - 2013


Fundamentos conceptuales y teóricos para marcas de territorio

ningún caso, la tematización del territorio, sino que supone una indagación y una posterior
puesta en valor de sus raíces identitarias.
Las marcas de lugares alcanzan, actualmente, uno de los máximos niveles de representa-
tividad de los territorios. De este modo, se entiende su progresiva vinculación con estrategias
de diplomacia pública (Xifra, 2009 y 2010). Además, la etapa contemporánea posmoderna
y global que hoy vivimos, hace preponderante la economía de la identidad, la imagen y
el simbolismo. En este contexto, los territorios, a menudo, son sometidos a un proceso de
coacción simbólica con el fin de construir imaginarios ficticios y cosméticos en favor de
la competitividad, lo que acaba generando, en algunos casos, la producción de marcas de
territorio franquicia, de espaldas a la identidad que los singulariza. Por ello, y en general, la
dinámica de implantación de marcas de territorio es esencialmente operativa (hacer) y poco
reflexiva (saber hacer).
A lo largo de este trabajo, también se ha podido constatar que la implantación y gestión
de marcas de lugares merece una reflexión más profunda referida a su valor de uso y cambio,
el cual va mucho más allá de una simple campaña de promoción, para pasar a ser, de facto,
una propuesta de desarrollo territorial y, por extensión, de mejora de la calidad de vida de los
ciudadanos. Sin embargo, se confirma que este proyecto que se pretende de gestión trans-
versal del territorio, se afronta habitualmente desde un monopolio disciplinario preocupante
(comercialización e investigación de mercados), que no se corresponde con la naturaleza
heterogénea del espacio geográfico y, en este sentido, parece imprescindible la entrada en
escena de otras aportaciones disciplinarias (especialmente las relacionadas más directamente
con el estudio del entorno geográfico). De igual forma, se considera indispensable afrontar
los procesos de construcción y gestión de marcas de lugares desde una óptica y una lectura
territorial, con el fin de evitar lo que algunos ya denominan como «la esclavitud de la marca»
o la brandificación6 del territorio (Muñoz, 2008), es decir, la sumisión de la intervención y
de la efectiva acción sobre el espacio geográfico en función de los ‘designios de la marca’,
ocupada fundamentalmente en proyectar una determinada imagen en positivo a nivel interno
y externo.

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6 Muñoz (2008) se refiere a un proceso progresivo de brandificación del territorio, es decir, a la sumisión
de los espacios geográficos a las necesidades de proyección de una determinada imagen. Se trata de la incidencia
directa que sobre la ordenación del territorio y el planeamiento urbanístico tiene la obtención de unos determinados
valores y/o atributos vinculados a la iconografía de los lugares. Para este autor la ciudad per se ya es una marca.

Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles N.º 62 - 2013 207


Jordi de San Eugenio Vela

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