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Con sumo cuidado, Carol me ayudó a que me sentara en la banca.

Había estado
tendido sobre mi espalda,
con la mitad del cuerpo en la banca y la mitad en el suelo. Me di cuenta entonces de
algo totalmente fuera de lo
común. Traía puestos unos pantalones azules de mezclilla, descoloridos, y botas cafés
de cuero. También traía
una chaqueta de mezclilla y una camisa de algodón.
-Espera un poco -le dije a Carol-. ¡Mírame! ¿Es esta mi ropa? ¿Soy yo mismo?
Carol se rió y me sacudió de los hombros, de la manera en que siempre lo hacia para
denotar camaradería,
hombría, como si fuera uno de mis amigos.
-Estoy viendo tu hermosa persona -dijo en un chistoso tono de falseo forzado-. Mi
dueño y señor, ¿quién más
podría ser?
-¿Cómo demonios puedo traer puestos pantalones de mezclilla y botas? -insistí-, si no
tengo esta clase de
ropa.
-Lo que traes puesto es mi ropa. ¡Te encontré desnudo!
-¿Dónde? ¿Cuándo?
-Alrededor de la iglesia, hace como una hora. Vine a la plaza a buscarte. El nagual me
mandó para ver si te
podía encontrar. Te traje ropa en caso de que la necesitaras.
Le dije que me hacia sentir terriblemente vulnerable y avergonzado haber estado
caminando ahí sin ropa.
-Lo raro era que no había nadie alrededor -me aseguró.
Pero sentí que me lo estaba diciendo solamente para disminuir mi zozobra. Su sonrisa
juguetona me lo dijo.
-Debo haber estado con el desafiante de la muerte toda la noche; capaz que hasta esta
mañana -dije-. ¿Qué
día es hoy?
-No te preocupes por las fechas -dijo riéndose-. Cuando estés más centrado, tú mismo
podrás contar los días.
-No te burles de mi, Carol Tiggs. ¿Qué día es hoy? Mi voz era tan áspera que no parecía
pertenecerme.
-Es el día después de la gran fiesta -dijo, golpeándome suavemente en el hombro-.
Todos te hemos estado
buscando desde ayer en la noche.
-¿Pero qué estoy haciendo aquí?
-Te llevé al hotel enfrente de la plaza. No te podía cargar todo el camino hasta la casa
del nagual; hace unos
minutos saliste corriendo del cuarto y terminaste aquí.
-¿Pero por qué no le pediste ayuda al nagual?
-Porque este es un asunto que nos concierne solamente a ti y a mí. Lo tenemos que
resolver juntos.
Eso me calló. Lo que decía tenía perfecto sentido. Le hice otra pregunta insistente.
-¿Qué dije cuando me encontraste?
-Dijiste que habías estado tan profundamente en la segunda atención, por un tiempo
tan largo, que todavía no
estabas completamente racional. Todo lo que querías hacer era dormir.
-¿Cuándo perdí el control de mis músculos?
-Hace sólo un momento. Ya te va a regresar. Tú mismo sabes que es normal perder el
control del habla o de
tus extremidades cuando entras en la segunda atención y recibes una considerable
sacudida de energía.
-¿Y cuándo perdiste tu ceceo, Carol?
La agarré totalmente desprevenida. Se me quedó mirando intensamente, y se rió de
buena gana.
-He estado tratando de deshacerme de eso por un largo tiempo -confesó-. Creo que es
terriblemente molesto
oír a una mujer adulta ceceando. Además, tú lo odias.
Admitir que siempre había odiado su ceceo no me fue difícil. Don Juan y yo habíamos
tratado de curarla, pero
legamos a la conclusión de que no estaba interesada en curarse. Su ceceo la hacía
extremadamente atractiva
a todos, y don Juan estaba convencido de que a ella le encantaba eso, y que no lo iba a
dejar. Escucharla
hablar sin cecear era tremendamente agradable y excitante para mí. Me demostraba
que ella era capaz de
cambios radicales por si misma, algo de lo que don Juan y yo nunca estuvimos seguros.
-¿Qué más te dijo el nagual cuando te mandó a buscarme? -pregunté.
-Dijo que estabas en medio de un encuentro con el desafiante de la muerte.
En un tono confidencial, le revelé a Carol que el desafiante de la muerte era una mujer.
Ella, imperturbable,
dijo que ya lo sabía.
-¿Cómo puedes saberlo? -grité-. Además de don Juan, nadie ha sabido esto nunca. ¿Te
lo dijo don Juan?
-Por supuesto que me lo dijo -contestó, sin perturbarse por mis gritos-. Lo que has
pasado por alto es que yo
también conocí a la mujer de la iglesia. La conocí antes que tú. Hablamos
amigablemente en la iglesia por un
buen rato.
Creí que Carol me decía la verdad. Lo que estaba describiendo era algo que don Juan
haría. Con toda
probabilidad, había mandado primero a Carol como un explorador, para sacar
conclusiones.
-¿Cuándo viste al desafiante de la muerte? -pregunté.
-Hace un par de semanas -me contestó en un tono casi indiferente-. Para mí no fue
gran cosa, no tenía
energía que darle, o por lo menos, no la energía que esa mujer quiere.
-¿Entonces por qué la viste? ¿Es también parte del acuerdo entre los brujos y el
desafiante de la muerte
tratar con la mujer nagual?
-La vi porque el nagual dijo que tú y yo somos intercambiables, y no por otra razón.
Nuestros cuerpos
energéticos se han fusionado muchas veces. ¿No te acuerdas? La mujer y yo hablamos
de la facilidad con la
que nos fusionamos. Me quedé con ella como tres o cuatro horas, hasta que el nagual
entró y me sacó.
-¿Te quedaste en la iglesia todo el tiempo? -pregunté. No podía creer que se hubieran
quedado arrodilladas ahí por tres o cuatro horas hablando simplemente de la
fusión de nuestros cuerpos energéticos.
-Me llevó a otra faceta de su intento -concedió Carol después de pensar por un
momento-. Me hizo ver cómo
se escapó de sus captores.
Carol Tiggs me contó entonces una historia de lo más intrigante. Dijo que de acuerdo a
lo que la mujer de la
iglesia le hizo ver, todos los brujos de la antigüedad cayeron, irrevocablemente, presos
de los seres
inorgánicos. Después de capturarlos, los seres inorgánicos les daban poder para ser los
intermediarios entre
nuestro mundo y su reino; un reino que la gente conocía como el otro mundo.
El desafiante de la muerte fue inevitablemente atrapado en las redes de los seres
inorgánicos. Carol estimaba
que quizá había pasado miles de años como prisionero, hasta el momento en que fue
capaz de transformarse
en mujer. Llegó a la clara conclusión de que esa era su única salida de ese mundo el
día que descubrió que los
seres inorgánicos contemplan el principio femenino como indestructible. Descubrió que
ellos creen
intensamente que el principio femenino tiene tal flexibilidad, y que su campo es tan
vasto, que los seres
femeninos no caen fácilmente en trampas y arreglos, y que difícilmente puede caer o
permanecer en prisión.
Después de averiguar esto, la transformación del desafiante de la muerte fue tan
completa y tan detallada que
instantáneamente lo arrojaron fuera del reino de los seres inorgánicos.
-¿Te dijo que los seres inorgánicos aún la persiguen? -pregunté.
-Por supuesto que la persiguen -me aseguró Carol-. La mujer me dijo que tiene que
cuidarse de sus
perseguidores cada momento de su existencia.
-¿Qué le pueden hacer?
-Darse cuenta de que era un hombre, y capturarla de vuelta, supongo. Creo que les
tiene miedo, más de lo
que tú crees que sea posible temerle a nada.
Imperturbablemente, Carol me dijo que la mujer de la iglesia estaba totalmente
consciente de mi encuentro
con los seres inorgánicos; y que también sabía del explorador azul.
-Sabe todo acerca de ti y de mí -Carol continuó-. Y no porque yo le haya dicho nada,
sino porque ella es parte
de nuestras vidas y de nuestro linaje. Mencionó que siempre nos había seguido a todos
nosotros; y a ti y a mi
en particular.
Carol me enumeró los eventos de nuestras vidas que la mujer conocía, en los que Carol
y yo habíamos
actuado juntos. Al estar Carol hablando, empecé a experimentar una nostalgia única
por la misma persona que
estaba enfrente de mí: Carol Tiggs. Deseaba desesperadamente abrazarla. Traté de
alcanzarla, pero perdí el
equilibrio y caí al suelo.
Carol me ayudó a levantarme hacia la banca. Examinó ansiosamente mis piernas y las
pupilas de mis ojos;
mi cuello y la parte baja de mi espalda. Dijo que aún estaba sufriendo un impacto
energético. Sostuvo mi
cabeza en su regazo, y me acarició como si fuera un niño que fingía estar enfermo, y al
cual había que seguirle
la cuerda.
Después de un rato me sentí mejor, hasta empecé a recobrar el control de mi cuerpo.
-¿Qué te parece la ropa que traigo puesta? -me preguntó Carol de repente-. ¿Estoy
demasiado engalanada
para la ocasión? ¿Crees que me veo bien?
Carol Tiggs estaba siempre exquisitamente vestida. Si había algo seguro acerca de ella
era su impecable
gusto con respecto a la ropa. Durante todo el tiempo que la había conocido, era una
broma entre don Juan y el
resto de nosotros que su única virtud era su pericia para comprar ropa y usarla con
elegancia y estilo.
Su pregunta me pareció muy extraña, y le hice un comentario.
-¿Por qué estarías tú insegura de tu apariencia? Nunca antes te ha molestado. ¿Estás
tratando de
impresionar a alguien?
-Por supuesto, estoy tratando de impresionarte a ti -dijo.
-Pero este no es el momento -protesté-. Lo que importa es lo que está sucediendo con
el desafiante de la
muerte, no tu apariencia.
-Te sorprendería saber lo importante que es mi apariencia -se rió-. Mi apariencia es un
asunto de vida o
muerte para nosotros dos.
-¿De qué me estás hablando? Me haces recordar al nagual preparando mi encuentro
con el desafiante de la
muerte. Casi me vuelve loco con sus misterios.
-¿Estaban justificados sus misterios? -preguntó Carol con una expresión mortalmente
seria.
-Ciertamente que lo estaban -admití.
-También mi apariencia. Sígueme la corriente. ¿Cómo me encuentras? ¿Atractiva?
¿Común y corriente?
¿Repulsiva? ¿Abrumadora? ¿Mandona?
Pensé por un momento e hice mi evaluación. Encontré a Carol muy atractiva. Esto me
pareció bastante
extraño. Nunca había pensado conscientemente sobre su atractivo.
-Te encuentro divinamente hermosa -le dije-. De hecho, estás verdaderamente
despampanante.
-Entonces esta debe ser la apariencia correcta -suspiró.
Trataba yo de comprender lo que ella quería decir cuando volvió a hablar. Me
preguntó:
-¿Cómo te fue con el desafiante de la muerte?
Le conté brevemente sobre mi experiencia; sobre todo el primer ensueño. Le dije que
creía que el desafiante
de la muerte me había hecho ver ese pueblo, pero en otro tiempo en el pasado.

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