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IMITACIÓN DE LA VIDA

Por Pablo Gómez Manzano

No sabía muy bien de qué manera partir escribiendo esta suerte de ensayo, puesto que las
ideas que de momento tengo son más bien dispersas, y me resulta complicado anclar mis
esfuerzos en un tema en específico, por lo cual creo que, como una especie de Montaigne (mucho
más ignorante y rudimentario, naturalmente) intentare reflexionar sobre algunas de las temáticas
que de momento hemos visto, intentando en la medida de los posible encuadrar en tales
meditaciones algunas de mis influencias o ideas que sean convergentes.

Para mi fortuna, en auxilio de esta situación de bloqueo temporal que padezco, se me ha


ocurrido poner algo de música aleatoria en el ordenador y suenan los siguientes versos: ”…Viene
a mí, avanza/ viene tan despacio/ viene en una danza leve en el espacio…”.aludiendo a la
melancolía que se deja caer sobre Silvio Rodríguez y que bajo el influjo del segundo movimiento
de la Sonata para piano No. 8 en C menor («Patética») Op. 13 de Ludwig van Beethoven le ha
llevado componer este bellísimo tema, titulado como no podía ser de otro modo, “Oh
Melancolía”. Es curioso como aquella canción, habiendo estado tan presente en mi vida -pues es
uno de mis favoritos-, ha cobrado más que nunca sentido en estos días a propósito de la
interludial clase que ha ella, la melancolía, hemos dedicamos. Es más, la totalidad de los estudios
de este máster, me han hecho sentir como nunca la conexión con esta bilis negra, puesto que un
indicador común de las asignaturas de este máster ha sido el conectarme con el carácter de
nuestra época, aquel de sentirnos como género humano un tanto a la deriva, incapaces de poder
encontrar una solución a esta angustia que nos corroe; este tenor melancólico propio de la
opacidad que define de este pedazo de modernidad que nos ha tocado vivir.

No son pensamientos nuevos en mí, pero si están mucho más presentes al día de hoy que
en otras temporadas de mi vida, pues sospecho con cierta seguridad que este adentrarse en
campos filosóficos, considerándose a la filosofía como causa y remedio a la melancolía lleva
inevitablemente a la misma. Y será acaso masoquista, pero pese a ser esa lucidez melancólica del
momento del desengaño tan desgarradora, me resulta francamente inevitable no volcarme a
soñar desvíos pese a que estos acaben siempre pareciendo meras quimeras. No quiero quedarme
pensando en el aspecto de la oscuridad melancólica, puesto que antes que melancólico (siéndolo
a ratos, nada más, pues como placebo a la misma obedezco la natural inclinación de la que
hablaba Hume en su salir a la sociedad, en el compartir con amigos; en definitiva la socialidad en
resumidas cuentas) gana en mi la inclinación a albergar de todas maneras esperanzas y creer –
evidenciando tal vez una excesiva candidez - que la tendencia al bien 1 es el mayor distintivo del
hombre en cuanto a género, aun cuando la historia –sobre todo la reciente del siglo XX con sus
bombas atómicas y holocaustos- se encargue de decirme que estoy equivocado. Por ello creo que
la melancolía resulta ser además de un terrible mal, una necesidad vital e incluso más que eso,
una propiedad intrínsecamente genética del hombre, cual puede devenir, bajo una perspectiva
más global y optimista, hasta en una bendición, por cuanto, bien canalizada, nos lleva a vernos a
nosotros, a nuestra realidad y plantearnos soluciones. Añádase también que a mi parecer no hay
nada peor que vivir engañado y en tal sentido prefiero la posible desolación provocada por la
percepción de advertir la imposibilidad de que los conceptos sean capaces de absorber cuánto
hay de experiencia y nos lleve al desengaño. Es así como en mi humilde pensamiento la
melancolía, considerando sus aspectos negativos inclusive, resulta ser el motor que le da
movimiento al mundo, movimientos que podrán verse en una lógica de avances y retrocesos
según los aciertos y errores que veamos en el devenir del mundo, pero que en suma parecieran a
lo menos brindar la posibilidad de soñar con la feliz aunque incierta contingencia de
aproximarnos más a lo anhelado.

Conviene precisar en este momento que el mundo en el que hoy vivimos, desde luego,
no es el mundo de los griegos que con tanta nostalgia solemos evocar. Claro que no. Pero, por
otra parte, pareciera ser realmente una utopía nostálgica pretender recuperar esa realidad clásica
si consideramos, como lo ha hecho Constant, las situaciones de facto infinitamente distintas que
existen en nuestros modernos estados en comparación a la época de los clásicos, circunstancias
muy distintas que si me apuran reduzco a 2 aspectos capitales: la mucha mayor población
mundial en la contemporaneidad y la “sustitución” 2de la guerra por parte del emergente
1
Razonablemente la trampa y la causa del tropezón que una y otra vez da el hombre en su camino por la
vida radica en las muy diversas concepciones del bien que se pueden tener, la cuales además de esta
diversidad, van muchas veces más allá de la diferencia enconándose en verdaderos antagonismos de los
cuales resultan algunas de las abominaciones que hemos presenciado tan asiduamente en los últimos
decenios.
2
Utilizo las comillas en la expresión dado mi desacuerdo parcial con lo que propugna Constant en su
discurso “De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos”. Quizás al momento en que este
escribiera su ensayo, en 1819, observase el solo reemplazo del comercio respecto de la guerra, pero al día
de hoy pareciera más bien que ambos conceptos coexisten tristemente hermanados, para eso basta
simplemente dar cuenta de que los actuales conflictos bélicos tienen como móvil inmediato la posibilidad de
hacer buenos negocios, pues finalmente como lo enuncio el propio Constant, ambos, guerra y comercio “no
comercio. Visto así, resulta un despropósito pensar un regreso a las raíces y más bien parece ser
necesario echar mano de esa chispa inicial que la melancolía en un primer momento brinda (y que
pese al posterior desengaño hemos de esforzarnos en mantener viva) para crear soluciones que
se adecuen a los aspectos fácticos del día de hoy.

Un hombre profundamente melancólico una vez dijo: "No estamos en condiciones de


aceptar lo contrario de lo que ya existe. Por eso, estamos lejos de la libertad”. Ese hombre fue
Rainer Werner Fassbinder, afamado director de cine alemán 3. Me sirvo de él para desarrollar un
poco mi pensar respecto a la melancolía; me explico: La frase citada es absolutamente
contundente a la vez que profundamente desoladora, al punto de poder llevar a pensar que
efectivamente tras la melancolía no queda más que la tristeza que envuelve el desengaño. Mas
quiero sostener que tal impresión sucitada por la cita de Fassbinder solo supone un acercamiento
muy tibio a lo que se puede desentrañar de una intromisión más profunda en su significado, el
cual no puede estar completo sin situarnos en su real contexto. Habiendo hecho la antedicha
precisión mi intención es profundizar en la historia del hombre tras la frase. Fassbinder, fue un
genial y prolífico director de cine. Sus películas, tan llenas de melancolía como su autor son un
testimonio maravilloso de la necesidad de este sentimiento-estado-padecimiento. No veremos en
ellas esperanzas sino todo lo contrario, pero aquí viene lo importante: el distanciamiento con el
cual filma sus historias, cuestión mayormente perceptible en el Fassbinder de una segunda época
dentro de su obra, aquella conocida como la de los melodramas distanciados, provoca una
reacción interesantísima en el espectador, que distanciado de la acción por los largos planos, las
tomas estáticas y la utilización constante de elementos claves como espejos y marcos de puerta
que perpetúan el distanciamiento a la vez que reducen el espacio vital de los personajes, llevan
antes que a la identificación sentimental a poder reflexionar lo que se ve y de esa manera lograr
desentrañar algunos de los mecanismos sociales que impiden efectivamente asomarnos a esa
ansiada libertad que tan lejana se ve al tenor de su cita. Así de esa manera, si bien no hemos dado
con una solución, si nos hemos acercado a las raíces de nuestros padecimientos y solo
diagnosticándoles, a mi entender, es que seremos capaces de planear las necesarias soluciones.

son sino 2 medios distintos para alcanzar el mismo fin: el de poseer lo que se desea” y complementando la
cita, ambos medios unidos sin duda que cumplen el fin.
3
La frase en cuestión la podemos ubicar en el ensayo titulado “De la desesperación y del coraje de reconocer
una utopía y de abrirse a ella” que Fassbinder escribiera a propósito de de su película “Despair”. Es posible
de ubicar en el texto compilatorio de entrevistas, ensayos y notas de Fassbinder titulado “La anarquía de la
imaginación” páginas 95 a 100, perteneciente a la colección la memoria del cine, Editorial Paidos.
Así para redondear un poco mi percepción sobre la melancolía quisiera recobrar aquella
intuición sobre el carácter eminentemente melancólico de las personalidades geniales: común es
que estas en medio del desengaño tengan existencias bastante tortuosas o bien decesos
particularmente trágicos; a la mente se me vienen rápidamente la imagen de una Violeta Parra, de
un Quijote o del mismísimo Fassbinder. El padecimiento de estos resulta, sin lugar a dudas,
desolador y le da sentido a la expresión oscura o negativa de la Melancolía. Pero hay algo que
queda allí, una esperanza tras las sombras, que no es otra cosa que la inmortalidad de la obra del
autor. Cual ladrillo, uno tras otro a lo largo del curso de la historia, esta experiencia reducida a
conceptos se irá apilando para ir dando forma a esa edificación de conceptos que si llegue con el
tiempo a atesorar más experiencia. ¿Una vana ilusión o esperanza dotada de realidad? Difícil de
responderlo, y eludiendo la respuesta directa diré que es más bien la noble aspiración de un
teórico escéptico que como tal no puede asegurar la certeza de su sentencia. Más allá de la
imposibilidad de ver sus utopías realizadas, creo que lo que anima al hombre de ciencias, al artista
o al filósofo en su trabajo es un profundo amor por la especie humana, más allá de la
temporalidad espacial que le ha tocado vivir. En ese orden me parece evidente lo que anticipa la
música que escucho y que el mismo Silvio Rodríguez que me inspirase al principio de este ensayo
canta:

“Cuando niño yo saque la cuenta/de mi edad por el año dos mil/El dos mil sonaba como puerta
abierta/a maravillas que silbaba el porvenir.

Pero ahora que se acerca saco en cuenta/ que de nuevo tengo que esperar/que las maravillas
vendrán algo lentas/porque el mundo tiene aún muy corta edad.”

En definitiva, pudiera ser por esa “corta edad”-reflejada en la falta de experiencia o en la


insuficiencia de nuestros actuales conceptos para guarnecerla- que nos quedamos con la
sensación de hastío frente a la irrealización de nuestros sueños. Por eso me quiero quedar con el
título de la canción que parafraseaba, “Venga la esperanza”, esperanza la cual a mi modo de ver
no debe fenecer tras el desenmascaramiento de la melancolía, por difícil que resulte el evitar esto,
pues de otra manera, nos enfrentaríamos al devastador cuestionamiento del final del estribillo de
la composición: “que sin esperanza, ¿Dónde va el amor?”.
Cual acróbata montaignesco, me propongo realizar la pirueta de irme olímpicamente a
otro tópico muy distinto. Otro componente de esta post-post modernidad que me llama
poderosamente la atención es lo que hemos visto como la desaparición del sujeto que habíase
perfilado en la modernidad y la irrupción lo que denominamos “identidad”. Siempre me ha
resultado muy paradójico el discurso imperante que en publicidad te dice, a través de las distintas
marcas y conceptos “se diferente, se tu mismo”. Paradójico digo, porque tal publicidad que es
recibida y obedecida por el cliente cautivo es falaz a mi entender, en cuanto juega con la
posibilidad de darnos una constitución propia que nos haga distintos, pero llevando tal promesa
en sus entrañas algo que realmente sería la conversión de ese sujeto cautivo en objetivación del
mismo dentro de un determinado universo conceptual, en oposición a los demás conceptos
ideados por las compañías rivales. Quizás débase esto a que la constitución del sí mismo de
nuestros tiempos se nutre de una cuota mucho mayor de la experiencia que absorbemos del
exterior, refiriéndome con esto a los rasgos de definición externa, en detrimento a una asimilación
mucho menor de cuanto de imaginación o experiencia interna pueda operar, rasgo que no hace
más que agigantarse con la irrupción constante de experiencias objetivantes, que van reduciendo
eso que llamamos “sujeto” a meros números conformantes de registros estadísticos. Es allí como
la noción de identidad cobra importancia erigiéndose como la definición vigente de nuestros
tiempos, identidades que por cierto también, fruto como no, de la objetivación que emana de los
procesos globalizantes, amenazan con devenir en una única identidad común conllevado por el
amalgamamiento de los distintos planes de vida en uno solo, como a ojos de un chileno que vivía
al final de mundo puede observarse con absoluta nitidez en cualquier gran ciudad europea. No
quiero confundir al lector con la utilización reciente del vocablo “amenazan”, el cual puede dar la
equívoca idea de que resultaría totalmente terrible una conclusión como la vaticinada, al tenor de
la emotividad negativa del término. Tampoco es mi intención blasfemar contra la
multiculturalidad, que con todo, me parece principalmente enriquecedora. Al menos no habría
una negatividad absoluta de que una identidad común emergiese, pues creo ver ventajas en la
homogeneización de ciertas formas y presupuestos, como por ejemplo, el llegar a un núcleo
común de derechos humanos valorados y respetados de igual manera por los distintos pueblos.
No obstante lo anterior y haciéndome cargo ahora del componente nocivo del término
“amenazan”, si me parece peligrosa la posibilidad del cercenamiento de las diferencias culturales
que enriquecen la experiencia humana como ciertas costumbres ancestrales que le dan un color
característico a cada pueblo.
Pese a todo cuanto he escrito acerca de la pérdida del sujeto, no toda esperanza de
recuperarle esta corrompida. Siempre existe la posibilidad de que el sujeto se aparezca y nos
devele lo que de propio lleva en sí, incluso frente a los panoramas más adversos que se puedan
imaginar para que tal situación se concrete. Quisiera ejemplificar esta esperanza a través de una
conversación que sostiene Ernst Burke entrevistando a Douglas Sirk y a Fassbinder 4. En ella, a
propósito del concepto de cine que cada uno de los entrevistados sostiene, Fassbinder, que de
alguna manera se reconoce como un discípulo de Sirk, señala respecto de él: “(…) encontré a
alguien cuya manera de hacer arte me hizo notar lo que tengo que cambiar en mí mismo (…)”,
aludiendo a un cambio importante que se da en su forma de hacer cine a propósito del
descubrimiento de la obra de Sirk. El Fassbinder anterior a su experiencia de Sirk se caracterizaba
por firmar películas en extremo personales, que por lo mismo se veían dificultadas de llegar a un
espectro de público más amplio. Es entonces que descubre a Douglas Sirk, alemán igual que él,
que había triunfado en el mainstream Hollywoodense de la década del 50 del pasado siglo XX. Sirk,
pese a su sometimiento a las exigencias objetivantes de la gran industria del cine en cuanto a crear
un producto que funcione comercialmente aquí, allá o en cualquier lado, logro identificar lugares
comunes de interés para cualquier espectador y sin perjuicio de ello, o inclusive gracias a ello
logro plasmar una visión absolutamente personal de la vida a través de su cine, haciendo películas
muy personales pero compatibles con los estándares mercantilistas. Con esta enseñanza quiero
ejemplificar ese sentir de que el sujeto más que desaparecido se encuentra oculto y que siempre
le quedan opciones para emerger; que se puede tener una subjetividad plena inclusive bajo
sometimientos tan profundos como aquellos con los cuales un cineasta debe lidiar estando
inmerso en los requerimientos de la gran industria como fue el caso de Sirk. Fassbinder aprendió
la lección de su mentor, supo compatibilizar un cine de masas sin renunciar a su estilo personal. Su
obra está allí y sírvanos él como un símbolo de que el subjetivismo puede seguir existiendo y
puede adaptarse en el entramado estructural del mundo de hoy.

Recién hablaba de Sirk y de su capacidad de adaptarse al régimen de los grandes estudios


sin perder por eso su perspectiva muy propia del mundo, la cual, para fortuna de quienes han visto
sus películas, queda en absoluta evidencia. Retomo a Sirk a propósito del encabezado con el que
he titulado esta abominación de ensayo, Imitación de la Vida, tomando prestado el título de la
última gran película que hiciera Sirk en Hollywood. Dando una nueva voltereta, lo que intentaré

4
La precitada entrevista aparece en la obra citada “La anarquía de la Imaginación” bajo el título “Reaccionar
a lo que uno vive”, páginas 185 a 191.
exponer sobre este film supondrá el echar por tierra todo lo que escribía con cierta esperanza,
respecto de que el sujeto pese a las cortapisas que el mundo de hoy le coloca, siempre puede
emerger. Imitación de la vida supone una bofetada a esa inocente esperanza, película en la cual
los personajes que conforman su universo se caracterizan por una cosa: Todos se empeñan en
considerar que lo que se proponen o desean tiene que hacerse realidad. Muy subjetivista hasta
ahora. Pensará el lector en este momento que ahora si ya estoy desvariando y que he perdido
irremediablemente el rumbo. Pero, aunque parcialmente pueda tener razón el lector en su
presunción, al tenor de la volatilidad de mis ideas, me queda aun la posibilidad de dar un giro más
a lo que cuento: Aquel subjetivismo que en principio se aprecia en el film no es más que una
ilusión, pues lo que realmente acontece es un absorción de ideas objetivantes que se apoderan del
discurso individual. Intentare explicar esto analizando la psicología de los protagonistas: Sarah
Jane (de color blanca, hija de Annie, de color negro) quiere ser blanca no porque crea que aquel
sea un color de piel más bello que el negro, sino porque sabe que siendo blanca se vive mejor en la
sociedad. Lana Turner quiere hacer teatro no porque tenga una vocación que a ello le mueva, no
por la belleza misma que envuelve el arte de la actuación, sino porque de llegar a ser una gran
actriz tendrá éxito y fama, y de esa manera se adquiere una mejor posición en el mundo. Annie
desea a su vez un multitudinario funeral, no porque realmente le sirva de algo (pues lógicamente
ya estará bien muerta) sino más bien para aparentar una importancia que en cotidianeidad de la
vida jamás tuvo. En definitiva, ninguno de los protagonistas advierte que los deseos y sueños que
tienen no son realmente propios sino que nacen de la realidad social, manipulados por su
experiencia del mundo, en la cual se han exacerbado los rasgos de la definición externa de la
experiencia. Una imitación de la vida en toda la regla 5.

La conclusión del precedente párrafo hace que me sumerja un rato en abismos


melancólicos y que sufra el desengaño de que efectivamente mucho de lo que deseamos está
corrompido por la ineludible realidad social. Quizás por eso resulte tan difícil cambiar el mundo.

En un último giro diré que me he propuesto escribir este ensayo con la mayor soltura
posible, tal vez abusando un poco (mucho) de la libertad concedida para hacerlo (cuestión
absolutamente advertible tanto por la caótica estructura del texto mismo como por el estilo de

5
Si bien la construcción teórica respecto al film de Sirk “Imitation of Life” de 1959 se ha realizado a partir de
su visionado a propósito de los temas estudiados, debo reconocer y agradecer la orientación brindada por el
ensayo “Imitación de la Vida. Sobre las películas de Douglas Sirk”, en específico a la parte referida a este
film, contenido en la obra citada “la anarquía de la imaginación”, páginas 36 a 39.
citas adoptado), dejando bastante de lado el rigor técnico al que estoy acostumbrado a escribir en
el ámbito de mi formación profesional previa de Abogado. Hecha la aclaración y para ir
finalizando, me daré una nueva licencia, como remedio para apaciguar la melancolía que se
apoderó de mi hace un instante. Como soy un poco obsesivo del final feliz, y como adelanté en
anteriores folios, soy un tipo que no pierde las esperanzas, es que quiero quedarme con una líneas
de una composición muy bella de Charly García que se titula Inconsciente Colectivo que en su
estribillo dice así: “Mama la libertad/ siempre la llevarás/ dentro del corazón/ Te pueden
corromper/ Te puedes olvidar/ pero ella siempre está”. Como dice Charly -y desde luego así lo creo
yo también, sino no le citaría- habrá siempre, pese a cualquier condicionamiento social, un
germen de libertad en nosotros, de subjetivismo puro si se le quiere llamar en el cual cobijarnos.
La experiencia que construyamos amalgamando aquel subjetivismo y lo que nuestros sentidos
absorban del mundo será un nuevo punto de partida para construirnos a nosotros mismos.

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