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Nicolás Gómez Dávila

Retrato de un reaccionario
Nicolás Gómez Dávila nació el 18 de mayo de 1913, en la ciudad de Bogotá. Era descendiente
de Antonio Nariño, uno de los líderes del movimiento de independencia en Colombia (entonces
conocida como Nueva Granada). Cuando tenía seis años de edad su familia se trasladó a París,
donde estudió en una escuela benedictina hasta que un caso grave de neumonía lo obligó a
continuar su formación con profesores particulares. Obtuvo una educación sólida mediante el
aprendizaje de lenguas clásicas (latín y griego) y de lenguas modernas (inglés, francés y
alemán). Con 23 años regresó a Bogotá, ya casado, y nunca volvió a dejar su país (con la
excepción de una breve estadía de seis meses en Europa) hasta su muerte el 17 de mayo de
1994.

Pasó la mayor parte de su vida recluído voluntariamente en su biblioteca, rodeado de una


colección de más de 30.000 volúmenes. Allí empleó todo el tiempo que pudo en la lectura y la
escritura. El italiano Franco Volpi, uno de los promotores más devotos de su pensamiento en
Europa, condensa su vida en esta frase: “Nació, escribió, murió” [1].

Sus trabajos
Casi todos los escritos de Gómez Dávila son colecciones de aforismos llamados “Escolios”.
Estos han sido reunidos y publicados en calidad de “Obra Completa” bajo el título de Escolios a
un Texto Implícito. La palabra proviene del griego scholion, que significa, literalmente,
“comentario”. Este término hacía alusión a los comentarios insertos entre líneas o en los
márgenes de manuscritos antiguos por alguien que no era el autor original del texto. El propio
Gómez Dávila menciona al menos dos razones para adoptar este tipo de escritura fragmentaria.
La primera es una cita utilizada como una especie de advertencia en la primera página de su
obra completa:

“A hand, a foot, a leg, a head,


Stood for the whole to be imagined”
– William Shakespeare, The Rape of Lucrece

La intención de esta cita es clara. Gómez Dávila dispone ciertas piezas ante sus lectores; es
trabajo de estos combinarlas para formar un cuerpo coherente de pensamientos. Podemos
encontrar la segunda razón en Escolios I, donde afirma: “Escribir corto para concluir antes de
hastiar” [2]. Este tipo de escritura no es menos profunda en su contenido por ser corta. Un lector
culto recordará inevitablemente los aforismos de Nietzsche.

Su pensamiento
Los motivos que caracterizan el pensamiento de Gómez Dávila son fáciles de rastrear a partir de
los libros de su biblioteca, entre los que se destacan los pertenecientes a Niccolò Machiavelli,
Friedrich Nietzsche, Justus Moser, Konstantin Leontiev, Joseph de Maistre, Donoso Cortés,
Maurice Barrès y Charles Maurras.

Teniendo en cuenta esto, no sorprende que Nicolás Gómez Dávila se presente a sí mismo como
un reaccionario. Sin embargo, podríamos decir que entiende por ello más una Weltanschauung
[cosmovisión] que una posición meramente político-ideológica, en tanto implica ciertas
actitudes y posturas que alcanzan todos los aspectos del mundo y la vida humana. Gómez
Dávila dedica un cierto número de Escolios a aclarar que no lo mueve un ánimo nostálgico y
restauracionista. Su definición más bella lo precisa con un giro altamente poético: “El
reaccionario neto no es soñador de pasados abolidos, sino cazador de sombras sagradas sobre
colinas eternas” [3].
¿Pero es el reaccionario un hombre de derecha? Gómez Dávila nos da la respuesta: “Aun la
derecha de cualquier derecha me parece siempre demasiado a la izquierda” [4]. A partir de este
escolio podemos ver que aunque efectivamente creía en la tradicional dicotomía política
derecha/izquierda, lo hacía entendiendo que la derecha representa el orden, la jerarquía y la
aristocracia; y la izquierda el caos, la igualdad y la democracia. Y, sin embargo, su radical
lejanía por todo compromiso con el presente lo acerca a posturas como las de Jorge Luis Borges
o Ernst Jünger y su última gran figura: el Anarca. Franco Volpi, en ese sentido, describe al
reaccionario como “. . . aquel que está en contra de todo porque no existe nada que merezca ser
conservado“[5]. Estamos parcialmente de acuerdo con esta definición, dado que, aunque el
reaccionario esté en contra de todo, eso no lo convierte en un nihilista, desde el momento que
todo aquello a lo que se opone forma parte del mundo moderno; un mundo nihilista de
antemano, que en todas sus formas constituye el enemigo número uno del reaccionario, tal
como lo entiende Gómez Dávila. La democracia, el humanismo, la igualdad, el ateísmo, el
socialismo, el marxismo, el capitalismo, la vulgaridad, y la decadencia son las manifestaciones
más tangibles de este mundo; y a todas las desprecia.

El mundo moderno, a sus ojos, es un pozo negro de vicios y decadencia, que quiere hacer de sí
mismo una norma y “…nos exige que aprobemos lo que ni siquiera debería atreverse a pedir
que toleráramos“[6]. Este escolio, escrito en algún momento antes de 1977, parece cada vez más
cierto con cada día que pasa, ya que no queda ninguna forma de depravación y corrupción sin
promover.

El hombre de esta época, en tanto causa y consecuencia del mundo que habita, es para el autor
colombiano un ser vulgar, carente de toda virtud y heroísmo; es el hombre-masa, para utilizar
un concepto de José Ortega y Gasset; una suerte de Untermensch [infra-hombre], que se halla
por debajo de todo lo que otras épocas consideraban propiamente humano: “Los Antiguos veían
en el héroe histórico o mítico, en Alejandro o en Aquiles, el módulo de la vida humana. El gran
hombre era un paradigma de la época, su existencia era ejemplar. El patrón del demócrata, al
contrario, es el hombre vulgar. El modelo democrático debe rigurosamente carecer de todo
atributo admirable “[7]. La modernidad y su golem, el hombre moderno, acabarían siendo
entonces, en su incapacidad para todo lo grande, destructores de mundos. Y, como bien sabía
Nicolás Gómez Dávila, que tenía claro el trayecto y destino final de su tendencia: “el moderno
destruye más cuando construye que cuando destruye” [8].

Por supuesto, la forma preferida de gobierno de la modernidad es la democracia: “. . . el


régimen político donde el ciudadano confía los intereses públicos a quienes no confiaría jamás
sus intereses privados“[9]; pero, más fundamentalmente, señala nuestro autor, este régimen se
trata de “una perversión metafísica” [10]. ¿Pero cuál es, entonces, el objetivo final del
reaccionario en este mundo que desprecia tanto? Gómez Dávila no pudo ser más claro al
respecto: “. . . izquierdistas y derechistas meramente se disputan la posesión de la sociedad
industrial. El reaccionario anhela su muerte“[11].

Nicolás Gómez Dávila, al ser un católico devoto, fue también muy crítico del ateísmo
afirmando que “todo fin diferente de Dios nos deshonra” [12] y que hay que “creer en Dios,
confiar en Cristo“[13] porque “si no heredamos una tradición espiritual que la interprete, la
experiencia de la vida enseña nada“[14]. Pero tampoco en torno al tema de la religión Gómez
Dávila es un conservador común y corriente. Hay un escolio muy sugerente que dice: “más que
Cristiano, soy un Pagano que cree en Cristo” [15]. Lo que inmediatamente nos recuerda la
defensa del carácter pagano de la Edad Media católica, realizada por Julius Evola, y los escritos
de James C. Russell sobre el cristianismo germanizado, los que arrojan una imagen muy
diferente al credo inofensivo de la universalidad, la igualdad, la tolerancia y el amor.

Conclusiones
El reaccionario del que nos habla Gómez Dávila es diferente; se encuentra al margen de las
opiniones, pensamientos y deseos del hombre común; es solitario, fuerte, religioso y
aristocrático. Odia el mundo moderno y anhela su destrucción. Los escritos de Gómez Dávila
son valiosos y profundos por ello. Son de lectura obligatoria para todos los enemigos del
sistema.

EXTRACTO DE UN ARTÍCULO DE JOSÉ FRANCISCO GARCÍA


https://nomos.com.ar/2020/03/27/vida-y-obra-de-nicolas-gomez-davila/

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