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Marcas del verdadero discípulo

de Cristo

Julio C. Benítez
Marcas del verdadero discípulo de Cristo
Autor: Julio C. Benítez
Fecha: Julio de 2018
Medellín, Colombia

Este libro contiene una serie de predicaciones que el Pastor Julio C.


Benítez compartió en la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios
en el último semestre del año 2015 y 2016

Prohibida su copia o reproducción sin autorización previa del autor.


Tabla de contenido
Marcas iniciales del verdadero discípulo. Juan 1:35-42
La diversidad del llamado del Evangelio: El llamado de Felipe
y Natanael. Juan 1:43-51
La conversión: un asunto de Dios. Juan 6:41-44
Evidencias de un verdadero arrepentimiento. Lucas 3:10-14
Palabras de vida. Juan 6:60-65
Palabras de vida (Parte 2) Juan 6:60-65
Clave para conocer la verdad celestial. Juan 7:17-20
Juzgando con justo juicio. Juan 7:21-24
Linaje espiritual: Hijos de Dios e hijos del diablo. Juan 8:37-
47
La ceguera curada: rasgos distintivos del verdadero
discípulo. Juan 9:26-41
BIBLIOGRAFÍA
Marcas iniciales del verdadero discípulo.
Juan 1:35-42
Introducción:
Es los pasajes que estudiaremos hoy, veremos el sencillo
pero significante inicio de la Iglesia cristiana, sus primeros
miembros; pero de manera especial veremos en qué
consiste ser un discípulo de Cristo, un miembro de su
iglesia. Juan nos mostrará algunas características iniciales
de todo discípulo cristiano, las cuales, confiamos en Dios,
se encuentren en nosotros; también Juan nos mostrará qué
deben hacer las personas para ser reales discípulos de
Jesús, el Cordero de Dios, el Mesías.
Para comprender mejor el pasaje, los estructuraremos así:
1. Siguiendo a Cristo (v. 35-37)
2. Enseñado por Cristo (v. 38)
3. Habitando con Cristo (v. 39)
4. Compartiendo de Cristo (v. 41, 42a)
5. Nuevos en Cristo ( v. 42b)
1. Siguiendo a Cristo. “El siguiente día otra vez estaba
Juan, y dos de sus discípulos. Y mirando a Jesús que
andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios. Le
oyeron hablar los dos discípulos, y siguieron a Jesús”
(v. 35-37).
Recordemos que Juan, el evangelista, está presentándonos
el inicio de la predicación del Evangelio, lo cual condujo a la
conformación de la Iglesia Cristiana. Estas son las bases,
cómo empezó. Y esto es de gran importancia, porque las
cosas son lo que son, dependiendo de su comienzo, por
ejemplo, Estados Unidos de Norte América es la nación que
es, debido al origen que tuvo. Los peregrinos ingleses que
llegaron a tierras norteamericanas buscaban una tierra
donde pudieran vivir la fe cristiana en su forma más pura, sin
persecuciones. Ellos llegaron a lo que es hoy USA con la
convicción de que esa era la tierra adecuada para construir
una nación basada en la Palabra de Dios, en los principios
del Evangelio, la libertad, la justicia y la paz. Esa es la razón
por la cual EEUU se convirtió en una tierra próspera. Los
colones ingleses querían construir una nación para la gloria
de Dios.
Juan en su evangelio nos relata los primeros siete días de la
predicación del Evangelio con el fin de mostrarnos las bases
sobre las cuales se construye la iglesia cristiana.
Ahora nos encontramos en el tercer día, donde, en la
escena, hallamos nuevamente al profeta Juan el Bautista,
predicando, y, por supuesto, bautizando cerca al río Jordán.
Ocupado en esta faena, nuevamente ve a Jesús, el Cristo,
caminando cerca de allí. Pero Juan no resiste la emoción de
poder ver cara a cara al Prometido en el Antiguo
Testamento, así que nuevamente declara lo que había dicho
de él el día anterior: “He aquí (miren) el Cordero de Dios”.
Ya hemos visto como él entendió cuál era el propósito de su
ministerio, y cada vez más se enfoca en llevar la mirada del
pueblo hacia Jesús. A pesar de que en dos ocasiones ha
insistido en que no lo miren a él, sino al Cristo, la gente
todavía lo sigue, incluso, tiene un buen número de
discípulos. Pero él ha comprendido que ahora todo debe
pasar a manos del Mesías, del verdadero Salvador de
Israel. Su ministerio ahora sólo tiene un enfoque, que todos
los sigan a Él. Luego en el evangelio de Juan,
encontraremos a Juan Bautista diciendo con gran humildad:
“Es necesario que él crezca y yo mengue” (Juan 3:30).
Aunque el testimonio que dio el día anterior fue más largo, al
Espíritu Santo le plació usar este corto testimonio para
producir frutos de conversión: dos discípulos de Juan son
los primeros convertidos en seguir a Jesús, como dice Ryle
“La misma Verdad que no hace bien la primera vez que se
predica puede hacerlo la segunda”[1].
“Le oyeron hablar los dos discípulos, y siguieron a Jesús”.
Es interesante observar el método de Dios para el
Evangelismo: Juan predicó acerca de Cristo, dos de sus
discípulos oyeron este testimonio, y luego siguieron a Cristo:
predicar, oír, seguir. Dios no ha cambiado su método:
anunciar el evangelio de manera que otros oigan, y entre
ellos Dios obrará en el corazón haciendo que sigan a Cristo.
Hablar, oír y seguir. Sencillo. No tenemos que inventar
ningún método sofisticado, pensando que esto será más
efectivo. Esto nos muestra el poder que Dios ha dado a la
predicación el Evangelio “si, una o dos palabras acerca de
Cristo y la Cruz, ¡cuán poderosas son para cambiar los
corazones de los hombres!”[2]. Podemos predicar de las
grandes cosas que hicieron los reformadores del siglo XVI,
podemos predicar de las grandes hazañas de los científicos,
de lo inmenso y profundo de la creación; pero nada de eso
servirá para convertir una sola alma, sólo la predicación
sencilla de la ignominiosa Cruz de Cristo, tiene el poder para
transformar el corazón humano, sólo “la locura de la
predicación” (1 Cor. 1:18), es el poder y la sabiduría del
cielo para los que creen.
Juan nos enseñará en todo su evangelio que para ser un
cristiano hay que seguir a Jesucristo. “No hay cristianismo
aparte de una relación personal con Jesús a través de la
cual venimos a ser sus discípulos. El cristianismo es simple:
es ver a Jesús como el Salvador que Dios ha enviado y
seguirlo a él. La gente a veces habla de un “Cristianismo sin
Cristo” – esto es, de una experiencia cristiana sin una
relación personal con Jesús. Pero desde el mismo
comienzo del Evangelio de Juan, vemos cuán imposible es
esto: ser cristiano es seguir a Cristo”[3].
“Y volviéndose Jesús, y viendo que le seguían, les dijo:
¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí (que traducido es,
Maestro), ¿dónde moras? Les dijo: Venid y ved. Fueron, y
vieron donde moraba, y se quedaron con él aquel día;
porque era como la hora décima” (v. 38-39). En este pasaje
encontramos a un Jesús amoroso, preocupado por los
demás, tierno en el trato con los hombres, facilitando que
ellos vengan a él, ayudándoles en sus temores y debilidades.
Estos dos discípulos, uno era Andrés, el hermano de Pedro,
y el otro no se menciona, pero, conociendo la humildad del
apóstol Juan, es muy probable que sea él; querían hablar
con Jesús, conocerlo, escuchar de él las verdades
celestiales que impartiría el Mesías; pero tenían temor de
acercarse, no estaban seguros si el Mesías, el Hijo de Dios,
los aceptaría o les podría dedicar tiempo para hablar con
ellos. Más Jesús, el buen pastor, facilita todas las cosas. Él
se devuelve y les pregunta tiernamente: “¿Qué buscáis”.
Con esta pregunta él, quien conoce los corazones de los
hombres, buscaba alentarlos en su búsqueda de Dios.
Recordemos que estos dos hombres ya eran discípulos de
Juan el Bautista. Ellos andaban buscando una vida espiritual
verdadera, la reconciliación con Dios. Habían empezado
siendo discípulos de Juan, pero ahora tenían la oportunidad
de conocer, no al vocero, sino a la Verdad misma, a la
fuente de la vida, al bautizador con el Espíritu Santo.
Esto nos hace recordar que “el que busca, halla” (Mt. 7:8),
que el que viene a Cristo no es rechazado, “Venid a mi
todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré
descansar” (Mt. 11:28). En él siempre encontraremos a un
gran amigo. “Aquí tenemos un símbolo de la iniciativa divina.
Siempre es Dios el que da el primer paso. Cuando la mente
humana empieza a buscar, y el corazón humano empieza a
anhelar, Dios nos sale al encuentro mucho más que hasta la
mitad del camino. Dios no nos deja buscar y buscar hasta
que le encontremos, sino que no sale al encuentro. Como
dijo Agustín, no podríamos ni haber empezado a buscar a
Dios si Él no nos hubiera encontrado ya. Cuando acudimos
a Dios, no descubrimos que se ha estado escondiendo para
mantener la distancia; acudimos a Uno que se detiene a
esperarnos, y que hasta toma la iniciativa de salir a
buscarnos al camino”[4].
Jesús les dice “¿qué buscáis?”, es decir, “¿Hay algo que
pueda hacer por vosotros, alguna verdad que pueda
enseñaros, alguna carga que pueda quitaros de encima? Si
es así, hablad, no tengáis temor. ¿Qué buscáis? ¿Estáis
seguros de que me seguís con motivaciones correctas?
¿Estáis seguros de que no me estáis considerando un
dirigente transitorio? ¿Estáis seguros de que no buscáis,
como otros judíos, riquezas, honores, grandeza en este
mundo? Examinaos y aseguraos de que buscáis lo
correcto”.[5]
Esta es una pregunta que se debe hacer todo aquel que se
llama cristiano, o que asiste a una iglesia: ¿Qué estás
buscando al venir a Jesús? La gente de nuestro tiempo
puede dar muchas respuestas. Algunos buscan un escape
de las dificultades de la vida. Ellos quieren ser protegidos de
las pruebas que este mundo trae contra nosotros, pero ellos
no están en armonía con lo que ofrece Cristo, pues, él dijo
que los que le sigan tendrán muchas pruebas y sufrimientos
en este mundo. Un gran ejemplo de ello es cuando Cristo
envía a sus discípulos en una barca directamente hacia la
tormenta, él no nos libró de enfrentarse con la tormenta,
pero él estuvo con ellos para protegerlos. El cristianismo no
es escapista, sino que es muy realista, Jesús nos lleva a ser
parte de un mundo real. Otros pueden buscar a Cristo
porque están interesados en la salud del cuerpo, prestigio o
el poder. A ellos les interesa más tener una carrera exitosa y
prosperidad material, pensando que si siguen a Jesús él les
ayudará a conseguir ese propósito. Pero los que siguen a
Jesús con esto en mente no han leído lo que él mismo dijo:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera
salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por
causa de mí, éste la salvará” (Luc. 9:23-24). Otros quieren
seguir a Cristo porque quieren obtener paz para sus vidas.
Ellos ven que el cristianismo provee actividades y disciplinas
que son benéficas para un alma turbulenta. Y es verdad que
el cristianismo produce paz y gozo interno, pero no por
buscar estas cosas. Los cristianos encuentran paz y gozo
como resultado de seguir a Jesús, no de seguir a la paz o al
gozo, confiando en él y viviendo para él. Él enseñó:
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia
(no los que tienen hambre de experimentar paz, alegría y
tranquilidad), porque ellos serán saciados” (Mt. 5:6). La
Biblia enseña que la única manera de ser feliz es ser
hechos a la justicia y rectitud de Dios, esto es la
justificación.
2. Enseñado por Cristo. “Ellos le dijeron: Rabí (que
traducido es, Maestro), ¿dónde moras?” (v. 38).
Indudablemente estos dos discípulos de Juan habían
quedado impresionados con la predicación del Bautista.
Ellos querían conocer al Maestro o Rabí. Por esa razón le
preguntan ¿dónde moras?, es decir, “anhelamos saber más
de ti. Nos gustaría apartarnos de la multitud para ir contigo y
preguntarte de una manera más personal y tranquila, en tu
morada, acerca de las cosas que están en nuestros
corazones”[6].
El que ha sido convertido por la predicación del Evangelio,
aunque sean unas pocas palabras las que se hayan dicho,
producirá un sincero deseo de morar con Cristo, de
conocerlo más de cerca, de profundizar en él y tener
comunión con él. El verdadero convertido no se queda
satisfecho con las primeras y transformadoras palabras que
escuchó del evangelio, sino que él mismo irá a la fuente, a
Cristo, por medio de Su palabra escrita, y allí reposará por
largos momentos, aprendiendo a sus pies.
Es interesante observar cómo llaman estos discípulos de
Juan a Cristo: “Rabí, Maestro”. Un Rabí era un maestro que
reunía tras de sí a un grupo de discípulos, los cuales le
seguían siempre, caminaban con él, le servían, vivían con él
y escuchaban sus enseñanzas. Esto es lo que los dos
discípulos quieren que Jesús sea para ellos: un maestro.
Ellos quieren aprender de él, beber de él, caminar con él,
servirle a él, entregarse a él, ser como él. Todo aquel que se
identifique como cristiano debe tener a Cristo como su
maestro y debe querer aprender de él. Esto es fundamental
en la vida cristiana. Los discípulos aprendieron de Cristo
escuchándole directamente, hoy día lo hacemos por medio
de la Palabra escrita de Dios. Jesús mismo dijo: “Yo para
esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar
testimonio a la verdad” (Juan 18:37), y nosotros debemos
aprender esta verdad de él. Ser cristiano es aprender de
Cristo lo que es él, lo que él hizo por nuestra salvación. En el
Evangelio de Juan, Jesús, nos enseñará cosas esenciales
que debemos conocer de Él: Yo soy en pan de vida, y
cualquiera que lo comiere no tendrá más hambre (6:35); Yo
soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida (8:12); Yo soy el buen
pastor, y mi vida doy por las ovejas (10:14-15). Y lo más
importante que debemos aprender de Cristo es lo que él hizo
por nuestra salvación, su muerte en cruz, la expiación, su
resurrección. Jesús también nos enseña cómo debemos
vivir en este mundo. Él mismo se presenta como un ejemplo
de humildad, fe, misericordia, verdad y amor para nosotros
los que le seguimos. Es imposible ser cristiano y no
aprender de Cristo, pero no sólo se trata de un llenar la
mente de conocimientos teóricos, sino de poner en práctica
lo que él nos enseña: “Cualquiera, pues, que me oye estas
palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente,
que edificó su casa sobre la roca. Pero cualquiera que me
oye estas palabras, y no las hace, le compararé a un
hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena” (Mt.
5:24, 26). Además, Jesús dijo: “Si vosotros permaneciereis
en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan
8:31-32).
3. Habitando con Cristo. “Les dijo: Venid y ved. Fueron,
y vieron donde moraba, y se quedaron con él aquel día;
porque era como la hora décima” (v. 39).
“Les dijo: Venid y ved”, qué hermosa expresión del amor, la
afabilidad, la hospitalidad y la disponibilidad de Cristo. Esta
es una expresión muy común en los escritos rabínicos, con
la cual querían decirle al discípulo: vengan y conozcan la
verdad que estoy enseñando. Jesús dice esto a todos los
hombres: Vengan, venid a mí, conozcan quién soy, y
encontrarán vida y consuelo para vuestras atribuladas
almas. La mayoría no va a Cristo, pero estos dos discípulos,
los primeros miembros de la incipiente iglesia cristiana del
primer siglo, fueron y vieron. No sabemos si Jesús moraba
en una casa, en una humilde estancia o, incluso, en una
cueva. No importaba el sitio, ellos querían morar con Cristo,
aprender de él.
“Y se quedaron con él aquel día; porque era como la hora
décima”. Muy probablemente uno de los dos discípulos que
siguieron inicialmente a Cristo fue Juan, el apóstol y autor de
este evangelio. Para él esa tarde era imborrable,
memorable. Por eso para él es imposible olvidar detalles tan
minuciosos como la hora en la cual llegaron a la morada del
Salvador. La hora décima, probablemente, era las cuatro de
la tarde. A ellos no les importó la hora, ni la proximidad de la
noche, sólo querían una cosa: escuchar las preciosas
verdades celestiales que traía el Ungido, el Mesías, el
Redentor.
La palabra griega traducida como quedarse, significa,
morar. Ellos habitaron o permanecieron con Cristo, se
quedaron con él. Esta es una verdad que Juan mostrará en
su evangelio como algo característico del cristiano. Jesús
mismo dirá: “Permaneced en mí, y yo en vosotros… Si
permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en
vosotros…” (Juan 15:4, 10). Permanecer en Cristo es
abundar en Su palabra, es hablar con él constantemente por
medio de la oración. Él nos enseña y habla por medio de Su
palabra, y nosotros le hablamos a él por medio de la oración.
4. Compartiendo de Cristo. “Andrés, hermano de Simón
Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan, y
habían seguido a Jesús. Éste halló primero a su
hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que
traducido es el Cristo). Y le trajo a Jesús” (v. 40, 41,
42a).
Andrés, uno de los dos discípulos, no se contiene en su
emoción, e inmediatamente sale del encuentro que tuvo con
Cristo, se apresura a anunciar a su hermano Pedro que por
fin ha llegado el Mesías esperado. Él no puede guardar esa
buena nueva sólo para sí, es necesario compartirla, y qué
mejor que empezar por la familia más cercana. Cuando un
alma ha sido transformada por el poder del Evangelio,
indefectiblemente compartirá este gozo con los demás. Es
imposible ser un cristiano silencioso.
Andrés fue el primer misionero de la iglesia cristiana, y fue el
primero en llevar un alma a Cristo, luego de Juan el Bautista.
Este hombre representa el carácter de un verdadero
creyente: Aunque él conoció a Cristo y a su evangelio antes
que su hermano Pedro, no tuvo problemas ni remordimientos
porque luego, él paso a ocupar el segundo lugar de
importancia, y siempre fue conocido en dependencia de su
hermano, incluso, aquí, se le llama “Andrés, hermano de
Simón Pedro”; por el resto de su vida sería conocido así.
Pedro, aunque vino después de él a Cristo, ocupó un lugar
más prominente. Incluso, Andrés no formó parte del círculo
más íntimo que tenía Cristo, pero Pedro sí. Esto no lo
frustró. Él entendió que los planes del Señor para con cada
uno son distintos, y a algunos les dará mayores dones o
responsabilidades. No obstante, Andrés siempre mantuvo su
espíritu evangelístico y misionero. Las otras veces que la
Biblia lo menciona resalta el hecho de que Andrés seguía
trayendo personas a Cristo: En Juan 6 trae a un muchacho
a Jesús, el de los cinco panecillos y los dos pescados;
luego, en Juan 12:22lo encontramos trayendo a los
buscadores griegos ante Cristo.
5. Nuevos en Cristo. “Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres
Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que
quiere decir, Pedro” (v. 42b).
Ahora Juan nos mostrará cuáles son los resultados de ser
un discípulo de Cristo. Y esto lo veremos en lo que sucedió
con Simón Pedro, otro discípulo que Cristo obtuvo el mismo
día.
Los judíos sabían que el Mesías tendría un conocimiento
perfecto de las personas. Dice Juan: “Y no tenía necesidad
de que nadie le diese testimonio del hombre, pues, él sabía
lo que había en el hombre” (2:25). Esto es lo que sucede en
el encuentro de Pedro con Cristo. Jesús, al darle un nuevo
nombre, deja ver que: Primero, él tiene autoridad sobre
Pedro, él es Dios. Cambiar el nombre de una persona que
apenas acaba de conocer, es un acto que manifiesta la
soberanía de Cristo sobre los hombres, y su señorío sobre
los suyos. Segundo, Jesús conocía quién era Pedro, su
personalidad, sus rasgos distintivos. Cuando él dice: “Tú
eres Simón”, le está diciendo: tú eres de una personalidad
inestable, eres impulsivo e inconstante, Simón, yo te
conozco, incluso, más de lo que te conoces a ti mismo, yo
soy el Mesías y soy Dios encarnado. Y te he escogido para
que seas uno de los pilares de la Iglesia cristiana, para que
con los once establezcan el fundamento doctrinal de la
misma. Pero tú no puedes hacer esta tarea para la que te he
escogido siendo lo que eres, debes nacer de nuevo, debe
haber un cambio de corazón, el cual te cambiará tu
personalidad; y pasarás a ser estable como una roca, por
eso tu nombre ahora será Cefas (arameo) o Pedro (griego).
Esta no es la primera vez que Dios cambia el nombre de una
persona, simbolizando con ello el cambio del carácter
mismo. Dios le cambió del hombre de Abram a Abraham,
proclamando así que éste hombre llegaría a ser padre de
muchas naciones; lo mismo hizo con Sarai, a quien le dio el
nombre de Sara, pues, dejaría de ser estéril y también sería
madre de reyes, pueblos y naciones. Dios le cambió el
nombre a Jacob (engañador) y le dio el de Israel (el que
reina con Dios).
La Biblia dice que todos los cristianos recibimos de Dios un
nuevo nombre: “Después miré y he aquí el Cordero estaba
en pie sobre el monte de Sión, y con él ciento cuarenta y
cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre
escrito en su frente” (Ap. 14:1). Los ciento cuarenta y cuatro
mil representan a la plenitud o totalidad del pueblo redimido
de Dios. Todos hemos recibido de Cristo su nombre, ahora
es nuestro. Lo cual significa que hemos sido transformados
en nuevas personas. El viejo hombre, la vieja mujer ha
muerto, y ahora Cristo vive en nosotros. Nuestro nombre es
el de Cristo, por lo tanto, ya no vivimos nosotros, sino Cristo
en nosotros. Antes éramos cobardes, inestables, inseguros,
sin norte, proclives al mal, negligentes, indolentes, sin amor,
iracundos, entregados a la inmoralidad sexual, llenos de toda
clase de vicios de la carne, amantes del alcohol, el cigarrillo,
la mundanalidad; pero ahora no somos eso; hemos recibido
un nuevo nombre que identifica lo que ahora somos. Gloria a
Cristo por cambiarnos nuestro nombre, cambiando así
nuestra vieja naturaleza.
Cuando nos convertimos en discípulos de Cristo, nosotros le
vemos a Él como nuestro cordero, nuestro maestro y
nuestro amado Señor. En cambio, él nos mira en términos
de lo que su salvación está haciendo en nuestras vidas. Él
nos mira como aquellos que han sido redimidos por su
sangre, aquellos que están siendo constituidos a la imagen
de Su gloria, como aquellos que habitarán con él para
siempre en gloria. Así como el nombre Pedro significa una
piedra o roca, con la cual se construye la iglesia de Dios, el
Señor también nos ha cambiado y nos ha convertido en
rocas, o Pedros, con los cuales construye su iglesia:
“Vosotros, también, como piedras vivas, sed edificados
como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer
sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de
Jesucristo. Más vosotros sois linaje escogido, real
sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para
que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las
tinieblas a su luz admirable” (1 P. 2:5, 9).
Jesús transforma nuestro corazón en el momento de la
regeneración, y luego sigue el largo proceso de la
santificación, de manera que cada día seamos como él.
Pero solamente morando con él, aprendiendo de él,
obedeciéndole a él, hablando de él, podremos ser creciente
y totalmente transformados.

Aplicaciones:
Hemos aprendido que el verdadero cristiano es aquel que
busca a Jesús, pero lo sigue por razones auténticas. Te
pregunto: “¿Estás buscando el perdón? Lo encontrarás en
Cristo. ¿Estás buscando paz? Él te dará descanso. ¿Estás
buscando pureza? Él tomarás tus pecados, los quitará de ti,
te dará un nuevo corazón, y pondrá al Espíritu Santo en ti.
¿Qué estás buscando? ¿Un sólido lugar de descanso para
tu alma en esta tierra, y una esperanza gloriosa para ti en el
cielo? Lo que tú buscas, se encuentra sólo en Jesús. Ven a
él.
Esposo y padre, ¿Eres tú un discípulo fiel de Cristo?
Recuerda que tu primera responsabilidad es testificar de él
ante tu familia más cercana, tu esposa y tus hijos. ¿Les
estás hablando de Cristo? La mejor forma de hacerlo es
practicar el devocional o el culto familiar, en el cual lees la
Palabra, explicas la Palabra, aplicas la Palabra y oran
conforme a la Palabra. No seas negligente en esta labor,
pues, grandes serán las recompensas que recibirás; y muy
grandes los males que tu familia sufrirá al descuidar este
sagrado deber. Cristo se hace presente donde su Palabra
está presente, invítalo diariamente a través del altar familiar.
¿Quieres ser más fuerte en la fe? ¿Quieres conocer el
amor de Dios más profundamente? ¿Quieres poder para la
paz, la santidad y el gozo? No hay una fórmula secreta para
ello, sólo una vida de discipulado con Jesús, confiando en su
sangre para tu salvación, aprendiendo de Su Palabra, y
morando en su presencia a través de la oración. ¿Haces
esto?
La diversidad del llamado del Evangelio: El
llamado de Felipe y Natanael. Juan 1:43-51

Introducción:
La iglesia de Cristo está compuesta por diversidad de
personas, de todos los continentes, colores de piel e
idiomas. Unos son expresivos, otros introvertidos; unos muy
emotivos, otros más estoicos; en fin, Dios llama del mundo a
personas con características muy distintas, las cuales son
unidas en un solo cuerpo por medio del bautismo del Espíritu
Santo en la conversión. La Iglesia no es una masa uniforme
de ladrillos, sino, como dice Pedro, un templo vivo
constituidos por piedras vivientes y diferentes (. P. 2:5).
Igualmente, se llega a ser discípulo de Cristo o miembro de
esta iglesia, a través de diferentes llamados, escenarios u
ocasiones. No todos llegamos de la misma manera pero
todos somos llamados eficazmente por el Espíritu Santo.
El apóstol Juan, autor del evangelio, nos mostrará en este
pasaje cómo fueron unidos a la iglesia naciente dos nuevos
discípulos. Observemos cómo los llamó Cristo: uno estaba
totalmente preparado por Dios para sólo escuchar su voz y
seguirle, mientras que otro necesitó escuchar la invitación a
través de otro discípulo, necesitó superar dudas variadas,
necesitó ver el poder omnisciente de Dios y entonces sí,
venir a Cristo.
Para una mejor comprensión del pasaje, lo estructuraremos
así:
1. El llamado de Felipe: Un corazón preparado para
responder instantáneamente (v. 43-44)
2. El Llamado de Natanael: Superando obstáculos (v. 45-51)

1. El llamado de Felipe: Un corazón preparado para


responder instantáneamente (v. 43-44).
“El siguiente día quiso Jesús ir a Galilea, y halló a Felipe, y
le dijo: sígueme” (v. 43). Jesús, luego de recibir la
acreditación de Juan el Bautista, quien anunció
públicamente, cuál heraldo de Dios, que el Nazareno era el
Mesías enviado por el cielo, el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo; y luego de recibir a sus primeros tres
discípulos, dos de ellos previamente discípulos del Bautista;
ahora iniciará su ministerio itinerante, viajando por todas las
provincias de Israel, anunciando el Evangelio, la llegada del
Reino y testimoniando esto a través de sus milagros,
señales y portentos.
Así que, nos dice Juan que el cuarto día de los siete días
iniciales de la predicación del Evangelio, Jesús decidió
(quiso, se propuso) partir de Judea a Galilea, la provincia
donde él se crió y donde vivía su familia. En Galilea Jesús
se la pasaría mucho tiempo, y se convirtió en un lugar de
refugio cuando la hostilidad de los judíos en Jerusalén
arreciaba.
En esta preparación, o tal vez iniciando el viaje, Jesús se
encuentra con Felipe, al cual solamente le dijo: Sígueme, y él
lo siguió. Probablemente Felipe, siendo del mismo pueblo de
Andrés y Pedro, había escuchado lo que ellos decían sobre
Juan el Bautista, de manera que su corazón había sido
inquietado respecto a la pronta llegada del Mesías. Lo cierto,
es que el Espíritu Santo ya había estado trabajando en el
corazón de este humilde pescador, de tal manera, que sólo
con escuchar al Mesías decirle “sígueme”, le siguió
inmediatamente. En este caso vemos que nadie escucha el
evangelio por mera casualidad, sino porque Dios así lo ha
propuesto. Jesús nuevamente sale al encuentro del pecador
para darle vida y salvación. En él no hay casualidades.
Esto nos muestra, primeramente, la eficacia de la Palabra
de Dios cuando al Señor le place llamar a una persona a la
conversión y el servicio. Ella tiene el poder divino para
convencer al alma, sin el uso de razonamientos, evidencias
o justificaciones, sino que, cuando Cristo dice: Ven,
sígueme, cree en mí; el Espíritu aplica esta palabra para una
efectiva e instantánea conversión. En segundo lugar, esto
nos muestra la variedad que Dios usa cuando llama a
personas a la conversión. En el caso de Andrés y Juan,
medió el mensaje del predicador Juan el Bautista; Simón fue
convertido a través del testimonio y la invitación de su
hermano Andrés, pero, ahora, es Cristo, de una manera
directa, quien lo llama. Lo mismo sucedió con Saulo, quien
fue llamado por Jesús, cuando, ni aún estaba interesado en
él, antes, se oponía al mensaje cristiano y perseguía a sus
seguidores. Pero el poder del Evangelio vino desde el cielo y
convirtió a estas almas incrédulas.
Muchos son convertidos directa e inmediatamente por el
poder de Dios, sin que medie ningún predicador, sólo el alma
siendo tratada por el Espíritu de Dios. Pero la mayoría de los
casos de conversión no son así, sino que a Dios le ha
placido usar la locura de la predicación, y la responsabilidad
de los creyentes en la misión evangelizadora para traer a
Cristo a la mayoría de los elegidos.
“Y Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro” (v.
44). Juan, el autor del Evangelio, nos dice que tanto Andrés
como Pedro y Felipe eran de Betsaida. Esta información no
es sin importancia, pues, Juan nos quiere mostrar la
grandeza de la gracia de Dios, la cual saca de lo vil y
menospreciado tesoros preciosos para la gloria de Dios, y
nos muestra cómo el evangelio puede transformar vidas,
incluso de en medio de sociedades entregadas al mal.
Jesús lanzó algunos ayes o lamentos sobre esta ciudad a
causa de su incredulidad y maldad, a pesar de que él hizo
muchos milagros en ella: “!Ay de ti, Corazín!, ¡Ay de ti,
Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho
los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que
se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza” (Mt. 11:21).
Dios siempre se preserva un remanente en cada lugar.
No importa lo corrompida que esté nuestra sociedad, ni las
espesas tinieblas morales que se yerguen dominantes sobre
el Estado, la familia y la misma cristiandad; Dios sigue
siendo Dios, y Su gracia obrará efectiva y poderosamente
en aquellos a quienes él llama por el Evangelio para la
conversión. No importa si es una sociedad atea, agnóstica,
inmoral, religiosa o idólatra; el llamado de Cristo será
escuchado por los que Dios ha elegido.
2. El Llamado de Natanael: Superando obstáculos (v.
45-51)
“Felipe halló a Natanael, y le dijo: Hemos hallado a aquel
de quien escribió Moisés en la Ley, así como los profetas:
a Jesús, el hijo de José, de Nazaret”. ¿Podemos imaginar
el gozo de Felipe al encontrarse con Jesús y ser
transformado por su llamado directo y su poder Salvador? Y
como es característico de todo discípulo de Cristo, esta
alegría no puede ser guardada de manera egoísta, sino que
inmediatamente se procede a anunciar a los más cercanos
quién es Jesús. Felipe inicia la empresa de buscar a
Natanael hasta que lo encuentra y le habla de Cristo, el
Mesías. Muy probablemente este Natanael es el Bartolomé
que se menciona en los Sinópticos.
Juan dice que Felipe halló a Natanael, es decir, lo buscó.
Felipe no se quedó quieto. Dios quiera que este
evangelístico y misionero comenzar de la iglesia pueda
recuperarse hoy, donde cada persona que iba siendo
salvada por Cristo buscaba a otros para compartirles esta
gran verdad; pero hoy día se necesitan a 100 para ganar a
uno.
La proclamación de Felipe muestra que la mayoría de los
judíos tenían cierto conocimiento del Antiguo Testamento,
especialmente en lo que concierne al Mesías. Aunque la
mayoría no entendió bien la misión del Cristo, ellos sabían
que todo el Antiguo Testamento y la Ley están llenos de
promesas y anuncios sobre la venida del Redentor, pero no
sólo esto, sino que todo el Antiguo Testamento está lleno de
símbolos, tipos y figuras que hablan de Cristo. Nadie que no
pueda ver a Cristo en todo el Antiguo Testamento sacará
provecho espiritual y salvador alguno de su lectura. Conocer
el Antiguo Testamento prepara la mente para recibir la Luz
del Evangelio, La Ley debe ser predicada antes, para que el
Evangelio pueda ser comprendido después. Moisés y los
profetas nos conducen a Cristo.
Superando obstáculos para venir a Cristo
“Natanael le dijo: ¿De Nazaret puede salir algo de bueno?
(v. 46).
Felipe estaba convencido que Jesús es el Mesías
prometido, pero a Natanael, aunque es impactado por el
entusiasmo y la veracidad de la fe de Felipe, le queda una
duda: ¿Cómo es posible que el Mesías, Jesús, sea de
Nazaret, si el Antiguo Testamento había predicho que
nacería en Belén de Judá? Debemos preguntarnos ¿Por
qué Felipe dijo que Jesús era de Nazaret y no de Belén?
Bueno, Felipe, muy probablemente, aún no tenía toda la
información sobre el nacimiento y la primera infancia de
Cristo; además, a una persona se le adjudicaba su
pertenencia a la ciudad o localidad donde había vivido la
mayor parte de su vida, y siendo que Jesús vivió
mayormente en Nazaret, fue conocido como el Nazareno.
Aunque en un principio algunos nuevos creyentes tengan un
conocimiento defectuoso de algunas cosas relacionadas
con Cristo, como en el caso de Felipe, Dios puede, y
efectivamente usa la presentación débil del Evangelio para
la conversión de sus escogidos. El poco conocimiento
doctrinal que tengamos de nuestro Salvador no debe ser
motivo para obviar el evangelismo, hay personas humildes y
escasas en su conocimiento de la doctrina, que son más
efectivas predicando el evangelio que aquellos teólogos y
eruditos en Biblia.
Ahora, Natanael tiene dudas sobre lo que Felipe declara con
tanto entusiasmo, porque la Biblia no decía nada sobre el
Mesías siendo de Nazaret. Además “De Nazaret puede
salir algo de bueno?”, es decir, ¿De esa zona tan distante
del centro de la religión judía, del templo y de Jerusalén;
rodeada de tierras habitadas por gentiles, podrá salir el
Mesías? Son dudas razonables, las cuales no proceden de
un corazón incrédulo y burlón que busca cualquier
oportunidad para cuestionar la fe cristiana, o que está
escondiéndose en los fundamentos de la lógica para
rechazar al Cristo; no, en Natanael hay dudas honestas que
le impiden aceptar a Jesús como el Mesías. Cuántas
argumentaciones se levantan en nuestra mente, a causa de
informaciones erradas que recibidos de Cristo o del
Evangelio, las cuales nos llevan a rechazarlo; pero si con
sinceridad queremos tener la reconciliación con Dios, el
Señor mismo permitirá que, aún en contra de nuestra propia
lógica, tengamos un encuentro con Cristo.
“Le dijo Felipe: Ven y ve”. La respuesta de Felipe muestra
que él ya había estado con Cristo, ya lo conocía y Cristo
habitaba en su alma; pues, él no acude a la feroz contienda
verbal, lanzando argumentos como misiles, como si fuera
posible convencer a un solo hombre de que venga a Cristo
por medio de discusiones. Felipe hizo lo que todo creyente
debe hacer con aquel que honestamente está interesado en
conocer a Cristo pero tiene dudas razonables: invitarlo a
que él mismo pruebe al Mesías, a que le dé la oportunidad
de demostrarle quién es él: “Le dijo Felipe: Ven y ve”, es
decir, “no te quedes con las dudas, ven, conócelo, pruébalo,
y una vez hayas hecho esto sabrás si él es o no el Mesías.
No tienes nada que perder, pero sí mucho que ganar”. “Ven
y ve”, estas dos palabras están escritas, en griego, de tal
manera que significan: míralo en el acto, no perdamos
tiempo discutiendo de cosas que no puedo explicar, mejor
conócelo ya mismo. Sobre este tema Barclay escribió: “No
serán muchos los que han sido conducidos a Cristo a base
de discusiones. A menudo las discusiones hacen más daño
que bien. La única manera de convencer a otro de la
supremacía de Cristo es ponerle en contacto con él. En
general, es cierto lo que se dice de que no es la predicación
razonada ni filosófica la que gana almas para Cristo, sino la
presentación de la Persona de Cristo y de la Cruz[7]”. Sabio
es aquel que sabe tratar con el escéptico.
Natanael estaba bajo el proceso de Dios. Primero, su
hermano Felipe lo busca. Esto es un acto de la misericordia
de Dios, pues, Felipe pudo haber buscado a otras personas,
más Dios lo llevó a interesarse, inicialmente, sólo por
Natanael. Segundo, la predicación de Felipe inquietó su
corazón buscador. Habían dudas, sí, pero ya no podría
dormir tranquilo hasta que conociera al Salvador. El Espíritu
de Dios está obrando en él, de manera que no se puede
quedar quieto, sino que acepta la invitación y va a Jesús.
Todavía lleva dudas en su corazón, pero Dios, quien es
misericordioso, le ayudará a superarlas mostrándole un
atisbo de la gloria y la grandeza de Jesús.
“Cuando Jesús vio a Natanael que se le acercaba, dijo de
él: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño”
(v. 47). Natanael dudaba de que Jesús fuera el Mesías,
porque, según la información que recibió, cuando fue
evangelizado, él era de Nazaret, cuando debía ser de Belén
de Judá; mas, Cristo no lo condena por esas dudas, antes,
amorosamente le demuestra que él es el Mesías, a través
del conocimiento que tiene del corazón de cada hombre. En
este caso él le dice a Natanael que él es un hombre sin
engaño, y que este no era un discurso general que podía ser
aplicado a todas las personas, como sueles hacer los falsos
profetas o sanadores de nuestro tiempo, se deja ver en que
no era común o usual encontrar un israelita sin engaño. Muy
probablemente Jesús estaba pensando en el padre de la
nación, en Jacob, a quien Dios le cambió el nombre por el de
Israel. “Isaac, su padre, se quejó de él, hablando con su
propio hijo Esaú: “vino tu hermano con engaño, y tomó tu
bendición” (Gén. 27:35). El empleo de engaño a fin de
obtener ventajas egoístas caracterizó no sólo al mismo
Jacob (Gén. 30:37-43) sino también a sus descendientes
(cf. Gén. 34)”[8]. Cualquier Israelita apreciaría tener el
atributo de la integridad, pues, el salmista había declarado
que el tal era bendito: “Bienaventurado el hombre a quien
Jehová no culpa de iniquidad y en cuyo espíritu no hay
engaño” (Sal. 32:2).
Que Natanael era un hombre íntegro se deja ver en la
respuesta que él da: “¿De dónde me conoces?”, es decir,
¿cómo sabes eso?, yo no soy una persona importante. Él
no le dice: “Gracias por el cumplido”, sino que desea saber
cómo es que él tiene algún conocimiento que le permite
dictaminar un juicio sobre su carácter e integridad. “¿Será
que Felipe le contó algo?” Nuevamente Natanael está
luchando con las dudas, pero Jesús vuelve a ayudarle con
su gracia. Él le muestra la omnisciencia que tiene en su
calidad Divina: “Respondió Jesús y le dijo: antes que Felipe
te llamara, cuando estabas debajo de la higuera te vi” (v.
48). Natanael no se esperaba esta respuesta. Sentarse
debajo de una higuera, en Israel, significaba estar en paz, y
especialmente se hacía para meditar y orar.
Tradicionalmente el israelita comparaba las bendiciones de
Dios con tres árboles o plantas muy comunes en esta zona
del mundo: El olivo, el cual simbolizaba la presencia del
Espíritu de Dios en medio de su pueblo; la higuera, la cual
representaba la producción espiritual que Dios esperaba de
Su pueblo; y la vid, símbolo de la unión marital entre Dios y
su pueblo, de la cual derivaba la producción de frutos
espirituales.
Probablemente Natanael había estado en oración pidiendo
al Padre que enviara pronto al Mesías prometido. Lo cierto
es que el ojo penetrante de Jesús se introdujo en el
santuario interno de las devociones personales de este
varón.
“Respondió Natanael y le dijo: Rabí, tú eres el Hijo de Dios;
tú eres el Rey de Israel” (v. 49). Las dudas han sido
superadas por el poder y el amor tierno de Jesús, Natanael
cae postrado a sus pies y exclama con profunda convicción:
¡Indudablemente éste tiene que ser el Mesías, el Hijo de
Dios! Si él tiene tal conocimiento, no sólo de las cosas
externas que les suceden a los hombres, sino de sus
corazones e intimidades espirituales, necesariamente debe
ser el Cristo. “!Aquí hay alguien que comprende mis sueños,
un Hombre que conoce mis oraciones! ¡Aquí hay Uno que
ha contemplado los anhelos más íntimos y secretos que yo
no sé ni expresar con palabras! ¡Aquí hay un hombre que
puede traducir los suspiros inarticulados del alma! Este
hombre no puede ser más que el Ungido de Dios.[9]” Es por
eso que Natanael exclama “Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú
eres el Rey de Israel” (v. 49). Aunque muy probablemente
Natanael no logró comprender todo el significado de esta
expresión, así como tampoco Juan el Bautista comprendió
de manera plena las revelaciones que recibió sobre el
Cordero de Dios, en ese instante, por el poder del Espíritu,
él puede ver en Jesús al Hijo de Dios, al Mesías, al Salvador
del mundo; y creyó en él. En ese instante fue salvo y unido a
la naciente iglesia cristiana.
Ya hemos visto el significado del nombre Hijo de Dios, pero
ahora se adiciona otro título para Cristo: Rey de Israel. Esta
declaración viene del Salmo 2:6: “Pero yo he puesto mi rey
sobre Sión, mi santo monte”, y el pueblo entendía que el
Mesías también sería rey, pues, en la entrada triunfal ellos
exclamaron: “!Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre
del Señor, el Rey de Israel!” (Juan 12:13). Cuando Pilato le
preguntó a Jesús si él era rey, respondió: “Tú dices que yo
soy Rey. Yo para esto he nacido y he venido al mundo”
(Juan 18:37). Y también en Apocalipsis, Juan vio que Cristo
tenía estos nombres escritos en sus vestidos y muslo: “Rey
de reyes y Señor de señores” (19:16). Natanael,
probablemente, estaba mirando a Jesús como ese Rey
prometido que restauraría el reino de Israel, pero, más
tarde, luego de su resurrección, la teología y la escatología
imperfecta del principio, se nutriría con la verdad de que el
reinado de Cristo, en esta etapa escatológica, sería de
índole espiritual, no sobre el Israel según la carne, sino
sobre el Israel espiritual. Jesús es Rey sobre su pueblo y
gobierna victorioso sobre los creyentes. Pero a pesar de la
deficiencia en el conocimiento escatológico, esto no fue
obstáculo para que Natanael fuese salvo, así como las
diferencias en la interpretación de esta doctrina no debe ser
motivo para descalificar a nadie que ha sido aceptado por
Cristo.
Recompensas de la fe en Cristo
En recompensa por esas declaraciones de fe de Natanael,
Jesús le hace una promesa: “Respondió Jesús y le dijo:
¿Porque te dije que te vi debajo de la higuera, tú crees?
Cosas mayores que éstas verás” (v. 50). La fe en Jesús es
el canal que Dios usa para recibir la salvación. Esta fe, que
es don de Dios, produce convicción y atracción cuando se
ha visto al Cordero de Dios. No importa si aún no se
comprenden todas las cosas, o no se tiene el conocimiento
pleno de las doctrinas de la fe cristiana, pero, en el instante
en el cual el alma se aferra en fe a Cristo, todas las
promesas del Evangelio le son dadas y aseguradas. Por lo
tanto, Natanael vería, junto con los demás creyentes, cosas
grandes, misteriosas y profundas que no se imaginaban.
Las cosas mayores que ellos verían incluyen los milagros de
Cristo, pero de manera especial, su resurrección. “Quienes,
con corazón sincero, creen en el Evangelio, verán crecer y
multiplicarse para ellos las evidencias de su fe”[10].
Esta promesa es segura porque Jesús la confirma con una
expresión que será común en el resto del Evangelio de
Juan: “De cierto, de cierto os digo”. Esta expresión, “Amén,
Amén os digo”, es una manera judía, en arameo, de
confirmar algo que se dice, de anunciar que es totalmente
verdadero, que debe ser escuchado con mucha atención.
Repetir algo dos veces era una forma de enfatizar alguna
frase o declaración. La palabra Amén significaba verdadero,
fiel, cierto; denotaba una aseveración solemne, casi un
juramento. De esta voz proceden palabras como: arquitecto,
fe, fiel, columna, verdad.
Jesús, siendo Dios, tiene la perfección o el atributo de la
verdad y la fidelidad; cuando él usa el Amén, Amén también
está denotando la autoridad que tienen sus palabras, es
decir, todos deben escuchar sus palabras porque contienen
vida para el ser humano. Esa es la razón por la cual en
Apocalipsis Cristo mismo dice de sí: “Y escribe al ángel de
la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y
verdadero” (3:14). Sus palabras son fieles y verdaderas,
pero a pesar de esto, en algunas ocasiones él enfatizó la
seguridad de sus promesas y palabras diciendo “Amén,
Amén”, pues, “Todas las promesas de Dios son en él Si, y
en él Amén, por medio de nosotros para la gloria de Dios”
(2 Cor. 1:20). Los judíos, así como nosotros, solían usar el
Amén al final de las oraciones, pero Cristo las usa al
principio, denotando que él es el verdadero Amén. Que el
evangelio es la verdad autoritativa para la salvación del
hombre caído en miseria a causa del pecado.
“De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de
Dios que suben y descienden sobre el Hijo del hombre” (v.
51). Estas cosas grandes que ellos verán, no solo Natanael
(os digo, plural), se relacionan con el cumplimiento de las
promesas Antiguotestamentarias, es decir, la llegada
gloriosa del Mesías y su obra perfecta, tipificada, de manera
especial, por la escalera de Jacob, esa escalera que él vio
en un sueño, mientras dormía recostado sobre una piedra,
huyendo de su hermano Esaú. En esa oportunidad él vio que
los ángeles de Dios descendían a la tierra y ascendían al
cielo a través de la escalera. Al final del sueño Dios le hace
una promesa: “Y todas las familias de la tierra serán
benditas en ti y en tu simiente”, es decir, Cristo es la
escalera que une al cielo con la tierra, y en él, serán
benditas todas las familias de la tierra. Personas de todas
las naciones y lenguas podrán tener comunión con el cielo a
través de la escalera de Jacob: Cristo, el Salvador. Jesús
es “el lazo de unión entre Dios y el hombre, Aquel que por
medio de su sacrificio reconcilia a Dios con el hombre”[11].
Es por Jesús, y sólo a través de él, que las almas pueden
escalar el camino que lleva al cielo.
“Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios que suben y
bajan sobre el Hijo del Hombre”. El cielo se abrió cuando
Jesús fue bautizado (Mt. 3:16), el cielo se abrió para
recibirlo en gloria luego de su resurrección, la voz de Dios
habló desde el cielo hasta la tierra en varias ocasiones para
testificar que Jesús es Su Hijo amado, los ángeles
estuvieron presentes en el nacimiento de Cristo, cuando fue
tentado, en el sepulcro y en la resurrección. En Jesús se
conectó el cielo con la tierra. Cuando él estuvo en esta tierra
hubo mucha actividad angélica, mostrando así que él es el
Señor de los cielos, el Señor de los ángeles, el Señor de la
tierra y el Señor de la unión entre el cielo y la tierra. Un día
los creyentes viviremos para siempre en la presencia de
Jesús quien, de manera definitiva, unirá al cielo y la tierra,
formando así la morada eterna para los creyentes.
Adicionalmente, Jesús se asigna otro título: Hijo del
Hombre, es decir, en él se encuentran Dios y el hombre. Él
representa de manera perfecta a la raza humana, él es el
verdadero hombre conforme vino de la mano de Dios. En los
cielos, hoy día, intercede por los creyentes el Hijo de Dios
(Dios de Dios), quien también es Hijo del hombre (verdadero
hombre). Este Hijo del hombre reina hoy en los cielos y un
día vendrá en gloria para reinar sobre todo el mundo e
introducirnos al estado eterno de gloria. Amén.
Aplicaciones:
Amigos, ¿cuáles son sus obstáculos para venir a Cristo? No
te quedes con ellos, Cristo es la Verdad y la Vida, ven,
míralo, pruébalo; y no saldrás decepcionado. Así no
entiendas todo, ven a él y él te dará lo que tu alma necesita.
La conversión: un asunto de Dios. Juan 6:41-
44

Introducción:
El capítulo 6 de Juan presenta, a través de un encuentro
entre Jesús y una multitud de judíos, el ejemplo más claro
que pone en evidencia la veracidad de las doctrinas de la
gracia o del sistema de creencias conocido hoy día como
Calvinismo.
Revisemos un poco lo que ha sucedido en este encuentro
del capítulo 6: Primero, encontramos a una multitud que tiene
un aparente interés por Cristo. Probablemente se trata de
personas que van para el Templo de Jerusalén a cumplir con
un rito religioso, y en el camino quieren conocer a un
“profeta” que está ganando fama en toda Palestina.
Segundo, esta multitud queda maravillada al ver los milagros
de sanación que hace Cristo, y, en especial, el milagro de la
multiplicación de los panes. Tercero, ellos creen que éste es
el líder que necesitan para vivir en paz y prosperidad. Pero
Jesús se escapa de la multitud, al ver que lo querían hacer
rey, y huye hacia Caparneáun. Cuarto, la multitud lo busca
allá, y cuando lo encuentran, Jesús los confronta porque su
búsqueda tiene como motor principal, no lo espiritual, sino lo
material. Entonces, la multitud ofendida decide olvidar todo el
bien que Jesús les hizo el día anterior y le piden un nuevo
milagro para decidir si creen en él o no: Le piden que haga
descender pan del cielo, igual que el maná en el tiempo de
Moisés. Pero Jesús les dice que hay un pan superior al
maná, un verdadero pan del cielo que ellos deben comer, el
cual les dará vida eterna. Entonces, la multitud le pide que le
dé ese pan para que nunca mueran (pero su pensamiento
se centraba en la vida terrena, no en la vida espiritual). Por
lo tanto, Cristo les dice: Yo soy ese pan que descendió del
cielo. Crean en mí y serán salvos.
Por último, la multitud rechaza a Jesús y se ofenden con él
porque dijo que había descendido del cielo. Mas, Cristo
repite varias veces la enseñanza de que sólo creerán en él
aquellos a quienes sean traídos por el Padre.
En todo esto, vemos recurrentemente la doctrina de la total
depravación humana (no queremos buscar a Dios y si lo
hacemos es sólo con fines terrenos, egoístas y errados). Se
requiere una obra especial de Dios para que podamos venir
efectivamente a Cristo (llamamiento eficaz). Sólo vendrán a
Cristo todos aquellos que el Padre le da a él (elección
incondicional, expiación determinada), y todos los que son
dados por el Padre al Hijo tendrán vida eterna, con la doble
promesa de la resurrección futura para vida (perseverancia
de los santos).
Hoy, en los versos 41 al 44, nuevamente Jesús nos enseña
la doctrina de la total depravación humana, y, en especial, la
doctrina del llamamiento eficaz. Jesús nos hablará de la
salvación como un asunto de Dios el Padre.
Para una comprensión de nuestro pasaje lo dividiremos en
dos sencillas partes:
1. La depravación humana expuesta (v. 41-43)

2. El llamamiento eficaz declarado (v. 44)

1. La depravación humana expuesta (v. 41-43)


“Murmuraban entonces de él los judíos, porque había
dicho: Yo soy el pan que descendió del cielo” (v. 41). Al
parecer, la contraposición que hizo Jesús entre el maná y el
verdadero pan del cielo, frente a la que los judíos habían
presentado: pan corriente contra el maná, causó un fuerte
desagrado entre ellos; de manera que todos murmuraban o
se quejaban de él. Y es que ellos no esperaban esa
respuesta. Ellos pensaban que el maná era lo más grande, y
le dicen a Cristo que no les dé pan corriente multiplicado
sino maná del cielo. Pero ahora Jesús les dice: hay algo
superior al maná, ustedes no me están pidiendo gran cosa.
¿Qué es el maná frente al verdadero pan del cielo? Nada.
Esto los hirió fuertemente. Pues, Cristo deshace sus bien
elaborados argumentos al presentarles algo superior.

Y, para colmo, el pan del cielo, superior al maná, es él


mismo, es decir, Jesús se presenta como superior a Moisés
y a las cosas más relevantes que los judíos amaban del
Antiguo Testamento. Ellos no podían tolerar eso. Él les
estaba quitando lo único que tenían de valor. Además, otro
problema que se sumaba al anterior es que él mismo se
estaba presentando como venido del cielo, pero ellos sabían
dónde había nacido y quiénes eran sus padres.
Por lo tanto, no sólo los judíos sino, posiblemente, los
líderes de la sinagoga, murmuraban. Hablaban en voz baja,
pero no se atrevían a decirle nada. Igual como sucede hoy
en día. Tenemos algo contra un hermano o un pastor o un
ministerio, y en vez de dirigirnos a los implicados y
preguntarles respetuosamente sobre las dudas que
tenemos, lo que hacemos es conversarlo con otros,
publicarlo en Facebook, sin antes haber confrontado a la
persona en sí. Lo cual evidencia varios pecados: orgullo,
prejuicio, falta de amor, malas intenciones y fariseísmo.
“Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y
madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice éste: Del
cielo he descendido?” (v. 42). Los judíos interpretan las
palabras de Cristo, cuando dijo que descendió del cielo, en
su sentido literal, es decir, que aunque él era un hombre, no
era como los demás. Que no vino por la procreación natural
de un hombre y una mujer, sino que tuvo un nacimiento
excepcional, pues, procedía del cielo, del seno del Padre.
Ellos entendieron que Jesús, cuando dice que descendió del
cielo, no estaba hablando sólo de su misión mesiánica, sino
de su persona. Ahora, lo interesante es que Jesús no les
corrige, si es que estuviesen equivocados en sus
conclusiones, antes, afirmó lo que ellos decían. “En
consecuencia, es evidente la inferencia de que lo que Jesús
enseñó en este pasaje era la contrapartida o complemento
del nacimiento virginal. ¡El que nace de una virgen – y en
consecuencia, nunca tuvo padre humano (en el sentido
ordinario del término), … – debe haber descendido del cielo!
[12]

Estos judíos murmuran y se burlan de Cristo, pues, Juan usa
un término que puede ser traducido como: ¿No es este tipo,
Jesús? Ahora lo acusan de presunción, tal vez de locura o
de blasfemia. Ellos estaban seguros de que lo conocían, y
conocían a su padre y a su madre, a sus hermanos;
entonces, ¿por qué ahora se le da por decir que viene del
cielo?
El estado de humillación del Hijo de Dios, al estar vestido de
carne humana, se convierte en tropiezo para ellos. Su
humildad al nacer en la casa de un simple carpintero, su
humildad al no andar en costosos corceles, ni en la
compañía de príncipes, ni al lado de la jerarquía religiosa, es
un obstáculo para que ellos crean en él. Pero fue necesario
que así fuera, pues, Pablo dice: “Haya, pues, en vosotros
este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual
siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios
como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí
mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los
hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló
a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y
muerte de cruz” (Fil. 2:6-8). Igualmente sucedió en los
tiempos apostólicos, pues, Pablo dice que Cristo crucificado
era “para los judíos ciertamente tropezadero” (1 Cor. 1:23).
Pero la situación no ha cambiado. La sencillez del evangelio
y de la doctrina bíblica es una ofensa para el hombre de hoy.
Sus doctrinas humillantes, como la depravación humana, la
incapacidad total para hacer el bien según Dios, la expiación
determinada, la gracia irresistible, la elección por gracia, la
necesidad del derramamiento de la sangre de Cristo para el
perdón de los pecados, la doctrina de la sustitución, la
doctrina de la santificación en todos los aspectos de la vida;
todas estas doctrinas humillan al hombre y por eso el
hombre las rechaza. Las narraciones de la creación de
Génesis, que hasta un niño puede entenderlas, el inicio de
las diversas lenguas, el diluvio universal, el nacimiento
virginal de Cristo, su resurrección y su pronta venida para
juzgar a los vivos y a los muertos; todas estas son doctrinas
que las mentes menos ilustradas pueden leer en la Biblia y
entenderlas, por esa razón el hombre las rechaza.
Nos gusta lo complejo, lo científico, lo sofisticado, lo que
sólo unos pocos pueden alcanzar; nos gusta un evangelio
que nos ponga en alto, que nos haga sentir importantes; nos
gustan los predicadores que hablen con lenguaje
grandicoluente, rimbombante y hasta pedante. Nos gustan
los predicadores que tengan fama, dinero, que anden en
autos costosos y vivan en mansiones. La situación no ha
cambiado. La sencillez del evangelio aún ofende a muchos.
“Jesús respondió y les dijo: No murmuréis entre vosotros”
(v. 43). Jesús los confronta, y les dice que no murmuren, en
primera instancia, porque él les ha mostrado testigos
fehacientes de que lo que dice es verdad. Hay cosas que
ellos no entendían, y hay cosas que ellos parecían saber,
pero, en realidad, las cosas no eran como ellos las veían.
Suele suceder que los cristianos, y las personas en general,
nos apresuramos a juzgar a otros de acuerdo al
conocimiento limitado que tenemos de ellos, de algo que
dijeron o de alguna cosa que hicieron; pero, siendo que no
conocemos todas las cosas, entonces, lo mejor que
debemos hacer es no juzgar o llegar a conclusiones
apresuradas, sino, preguntar a la persona misma por qué
dijo lo que dijo, que quiso decir o porqué hizo lo que hizo.
Estos judíos se burlaron de Cristo y murmuraron de él
porque había dicho que descendió del cielo, pero ellos creen
tener el conocimiento completo de quién es Jesús. Mas,
ellos no sabían que nació de una mujer virgen, que José no
tuvo nada que ver en su engendramiento, que fue
engendrado por el Espíritu Santo.
Nuevamente vemos que la condición humilde de Jesús y su
posición social se convierten en un tropiezo para esta gente.
“La naturaleza humana no pondría tantas objeciones a un
Cristo vencedor: un Cristo con corona y ejército, un Cristo
con riquezas que derramar sobre todos sus seguidores.
Pero un Cristo en la pobreza, un Cristo que no predicaba
más que una religión del corazón, un Cristo al que no
seguían más que pescadores pobres y publicanos, un Cristo
que venía a sufrir y morir y no a reinar, un Cristo así fue
siempre un tropezadero para muchos en este mundo, y
siempre lo será”[13]. Por tal razón, ellos debieron hacer
preguntas corteses y humildes. “Las preguntas que
formularon estaban equivocadas, tanto en contenido como
en intención. Por esto Jesús no las responde. Se da cuenta
de que hubiera resultado inútil”[14].
Realmente ellos no querían conocer la verdad, ellos
pensaban tener la verdad, su propia verdad. Esto nos debe
enseñar que no siempre es buena idea responder los
insultos, ofensas o cuestionamientos que se nos hacen;
especialmente, cuando vemos que se hacen a través de
medios equivocados, lo cual muestra que hay razones y
objetivos equivocados. En este tiempo de las
comunicaciones digitales y los grandes espacios sociales
como el Facebook, se ha vuelto común condenar y criticar a
otros públicamente, sin antes dialogar con la persona de
manera directa, lo cual muestra que las intenciones no son
las mejores. En estos casos, es mejor no responder. No
siempre es necesario defendernos. Es más, es mejor nunca
defendernos, pues, siendo que somos imperfectos y débiles,
nuestra defensa, en muchas ocasiones, causa daño y
complica las cosas.
Mas, Cristo era perfecto, y cualquier defensa que hiciera de
sí mismo era verdadera, pero él prefirió no responder los
cuestionamientos mal formulados, y decidió proseguir en el
propósito que tenía de instruir a estas personas en las
verdades del evangelio.
Pero, en segunda instancia, Jesús les dice que no
murmuren, porque en realidad ellos no pueden creer ni
aceptar la enseñanza del evangelio por una sencilla razón:
ellos se encuentran en un estado de incredulidad inamovible,
y no creerán al menos que el Padre los convierta.

2. El llamamiento eficaz declarado (v. 44)


“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le
trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (v. 44). En el
verso anterior Jesús les dice que no murmuren, acude a la
responsabilidad personal de cada uno de ellos. Ellos debían
obedecer la Ley de Dios que dice que no debemos levantar
falso testimonio. Pero, ahora, les dice también que no deben
murmurar porque, en realidad, ellos no pueden aceptar ni
creer en lo que Cristo está diciendo de sí mismo, por una
sola cosa fundamental: solo creerán en Cristo, los que son
traídos por el Padre.
Recordemos que en los versos anteriores insistimos en
mostrar la responsabilidad humana en venir a Cristo, pero
ahora, Jesús muestra la otra cara de la moneda, y enseña
que no es posible venir a Cristo por un simple acto decisivo
de la voluntad humana, esto es imposible. Ninguno puede
venir a mí, incluye a todas las personas. Nadie en este
mundo puede venir y creer en Cristo por una decisión
propia. Nadie podrá aceptar el evangelio simplemente
porque le explicamos con los argumentos más claros las
razones para hacerlo. Nadie creerá efectivamente en Cristo
porque usemos las estrategias más eficaces y convincentes
que la mente humana pueda idear. Es imposible que una
sola persona en este mundo crea en Jesús, si primero la
gracia de Dios no lo convence. ¿Por qué esto es así?
Bueno, porque la Biblia enseña que el hombre está
espiritualmente muerto. El ser humano es totalmente incapaz
de buscar a Dios y hacer el bien que Dios le manda. “Como
está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien
entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se
desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo
bueno, no hay ni siquiera uno” (Ro. 3:10-12).
El hombre se volvió inútil e incapaz. ¿En qué consiste esta
incapacidad? En que su voluntad está inclinada, desde que
nace, a buscar lo contrario de lo que Dios manda. El hombre
no quiere venir a Cristo. Es una incapacidad moral.
“Fallaríamos a la verdad si dijéramos que el hombre tiene un
verdadero deseo de venir a Cristo pero no es capaz de ello.
Sería mucho más acertado decir que el hombre es incapaz
de venir porque no siente deseo alguno de ello. No es cierto
que vendría si pudiera. Lo cierto es que vendría si quisiera.
La voluntad corrupta, la aversión secreta y la falta de un
deseo sincero son las verdaderas causas de la incredulidad.
Ahí es donde está lo malo. La capacitación que necesitamos
es una nueva voluntad. Es precisamente en este punto en el
que necesitamos que el Padre nos “traiga”[15].
Es interesante observar que la palabra usada por Jesús
cuando dice: si el Padre que me envió no le trajere. Es la
misma palabra que se utiliza para decir que los apóstoles
sacaron o arrastraron la red llena de peces, fuera del mar
(Juan 21:6, 11). Es la misma palabra que se usa para decir
que Pablo y Silas fueron llevados o arrastrados a la fuerza
al foro (Hch. 16:19). Es la misma palabra que se usa para
decir que el rico arrastra o lleva a la fuerza al pobre ante los
tribunales (Stg. 2:6). Es la misma palabra que se usa para
decir que Jesús atraerá, como un imán, a sí mismo a todos
los hombres (Juan 12:32). Es la misma palabra que se usa
para decir que Pablo fue arrastrado fuer del templo (Hch.
21:30). “Aquí se subraya el decreto divino de la
predestinación realizada en la historia. Cuando Jesús se
refiere a la actividad divina de traer, emplea un término que
indica claramente que esto significa más que influencia
moral. El Padre no se limita a rogar o a aconsejar - ¡trae!...
Claro que es diferente sacar una red o una espada, por una
parte, y traer a un pecador, por otra. En este caso Dios tiene
que ver con un ser responsable. Influye poderosamente en
la mente, la voluntad, el corazón, toda la personalidad. Todas
estas facultades comienzan a funcionar por sí mismas, de
modo que a Cristo se le acepta con una fe viva. Pero, tanto
en el comienzo como en el curso de todo el proceso de ser
salvado, el poder viene siempre de lo alto; es muy real,
vigoroso, efectivo. ¡Dios mismo lo ejerce! [16]”
El mejor ejemplo de cómo Dios atrae al elegido para que
crea en Cristo es la conversión de Saulo. Él odiaba a Cristo,
aborrecía el Evangelio, perseguía a la iglesia. Él era todo lo
contrario de una persona a la cual se le convenció por
medio de argumentos racionales de creer en Cristo. Él oyó
el testimonio de Esteban cuando estaba siendo lapidado por
la multitud, pero no quería creer. Su corazón era duro como
una piedra, insensible, lejos de Cristo, confiado en sus
propias buenas obras, religioso hasta la médula. Pero
cuando Dios se propone salvar a un alma, la arrastra con su
santa y amorosa influencia para que vea a Cristo y crea en
él. ¿Qué estaba haciendo Saulo cuando Cristo le sale al
encuentro? Persiguiendo a los cristianos. Dios lo atrajo a
Jesús con cuerdas de amor, no violentando su voluntad,
sino moviéndola poderosamente para que viera las
realidades espirituales como realmente son. ¿Qué opción le
quedó a Saulo? Humillarse ante Dios, creer en Cristo y
reconocerlo como su Señor, voluntariamente.
Así sucede con cada alma. Tal vez algunas cosas externas
sean distintas en cada uno. Pero todo aquel que viene a
Cristo y cree realmente en él es sólo por una cosa: porque
Dios el Padre lo atrajo, lo arrastró con cuerdas de amor
para que viera al bendito Salvador y pusiera su fe en él.
Pero esto no quiere decir que es algo en contra de la
voluntad humana, como si el hombre fuera siendo arrastrado
por el Padre y le suplicara diciendo: No, no me lleves a
Cristo, no quiero ir, no sigas usando tu poder para traerme a
él; y Dios le dijera: no me importa, te voy a obligar a que
creas. No. Aunque es Dios quien lo lleva, y lo arrastra si es
preciso, Dios lo hace usando siempre la voluntad del hombre
“creando un nuevo principio en él. Por medio de la acción
invisible del Espíritu Santo, obra en el corazón del hombre
sin que el hombre mismo lo advierta en ese momento, le
inclina a pensar, le induce a sentir, le muestra su
pecaminosidad y así le lleva finalmente a Cristo… El Padre,
por así decirlo, cura la fiebre del alma, crea el apetito,
presenta las provisiones ante el pecador, le convence de
que son sanas y agradables y de que es bienvenido, y así se
trae al hombre para que coma y viva para siempre”[17].
Pero algunos pueden preguntar, ¿si esto es así, entonces,
por qué Cristo y el Evangelio llaman al ser humano para que
crea en él, si él no puede? La respuesta es sencilla: Dios no
cambia. Dios creó al ser humano con la capacidad de venir
a él voluntariamente. Y Dios le sigue exigiendo al hombre
que actúe conforme a la capacidad que le dio inicialmente.
El hecho de que el ser humano se haya vuelto incapaz para
obedecer, no obliga a Dios a que deba rebajar sus
estándares. Dios es inmutable, el que mutó fue el hombre.
Dios es perfecto en todo lo que hace y requiere la
perfección, por eso nos hizo perfectos, y aún nos exige
conforme a esa perfección.

Todo ser humano es responsable de venir a Cristo, y el que


no lo hace será condenado por no haberlo hecho. Pero Dios
también es misericordioso y lleno de gracia. En su gracia
decidió hacer por muchos hombres, no por todos, lo que
ellos no podían hacer, es decir, sufrir el castigo eterno por
sus pecados en la cruz, y, además, darles un nuevo
nacimiento, junto con la fe y el arrepentimiento, para que
pudieran creer en Cristo y así ser salvos. Esta es la
maravillosa gracia de Dios. Y este es el evangelio: seguimos
llamando a todos los hombres al arrepentimiento, seguimos
llamando a todos los seres humanos para que vengan a
Cristo, como si ellos lo pudieran hacer; pero, realmente,
vendrán a Cristo con sincera fe, aquellos en los cuales Dios
obre con su Poderosa e irresistible gracia. La incapacidad
para venir a Cristo no exime al hombre de su
responsabilidad de hacerlo, ni al cristiano de llamar a todos
al arrepentimiento y la conversión.

Ahora, ¿por qué Jesús atribuye al Padre la obra de


atracción hacia Cristo y no al Espíritu Santo? Debemos
tener en cuenta que hasta ese tiempo el Espíritu Santo no
había sido derramado, por lo tanto, aún no se enseña nada
detallado respecto a él. Pero, por el resto de las Escrituras
sabemos que el Padre usa al Espíritu Santo para producir el
nuevo nacimiento y la atracción hacia Cristo.

Jesús concluye este texto diciendo que todos los que son
atraídos por el Padre al Hijo, no sólo reciben la vida
espiritual, sino que sus cuerpos también serán objeto de la
redención, y al final, resucitarán para vida eterna. Esta es la
doctrina de la perseverancia de los santos y de la
glorificación futura.

Aplicaciones:
Aquí encontramos una aplicación para el evangelismo.
Aunque debemos ser insistentes en llamar a los pecadores
al arrepentimiento, en poner sobre ellos la carga y la
responsabilidad de venir a Cristo con fe y arrepentimiento,
jamás debemos presionarlos para que hagan una oración de
conversión, para que tomen una decisión delante de
nosotros o para que firmen una tarjeta donde hacen constar
que se convirtieron. No. La conversión verdadera nada tiene
que ver con eso. Si hacemos esto, estaremos produciendo,
usualmente, falsas conversiones. Es nuestro deber predicar
el evangelio y la conversión, pero no el hacer convertidos.
La conversión es un asunto de Dios. Hagamos lo que nos
corresponde que Dios hará lo suyo. No nos metamos en lo
que es obra exclusiva de Dios. No necesitamos usar
métodos ni estrategias para ganar adeptos al cristianismo.
Solo predicar el evangelio, orar por los que nos oyen, y dejar
el resto al Señor. Cuando buscamos estrategias humanas,
somos nosotros los que traemos la gente a Cristo, y no
Dios, lo cual redundará en una falsa conversión, en falsos
creyentes y en una iglesia llena de personas a las cuales no
se les puede predicar las exigencias del Evangelio y de la
Ley de Dios porque se ofenden por nada; y esto se debe a
que son falsos convertidos, falsos creyentes, falsos
miembros de la iglesia.

Aunque es nuestra responsabilidad presentar el evangelio


con toda la claridad posible, y debemos estar listos para
presentar defensa, con humildad y reverencia, de nuestra
esperanza, en este pasaje entendemos que no es con
razonamientos, con discusiones o con lógica humana que
ganaremos a un alma para Cristo. Los razonamientos, si se
hacen con respeto, pueden quitar ciertos obstáculos, pero
no es lo que convertirá al alma, es el poder de Dios; por lo
tanto, bañemos con intensa oración nuestra predicación y
presentación del Evangelio.

Padres cristianos, sé cuánta angustia tenemos porque no


vemos la conversión de nuestros hijos. Hemos hecho todo lo
que ha estado a nuestro alcance, pero vemos que en vez de
seguir a Cristo, siguen al mundo. ¿Qué hacer? Continuar
hablándoles el evangelio y orar por ellos. Si el Padre no los
trae, no vendrán a Cristo, así de sencillo.
Amigo, ¿has escuchado las palabras de Cristo? Primero te
dice que no murmures, que no uses, incluso la doctrina de la
elección, para justificar tu incredulidad. Si Dios te ha
permitido que escuches esta predicación, es porque él está
mostrándote su gracia, y hoy te llama para que vengas a
Cristo. ¿Qué esperas? ¿Dirás que Dios no te atrajo a
Cristo? ¿Sabes que te dirá él?: Tú escuchaste
predicaciones en las cuales presentaba delante de ti la
oferta gratuita y libre del evangelio, a través de mis siervos
te llamé insistentemente para que creyeras y te
arrepintieras, pero no quisiste, no lo hiciste; y por eso serás
condenado eternamente. Ven a Cristo hoy, y él te recibirá.
Evidencias de un verdadero arrepentimiento.
Lucas 3:10-14
Introducción:
El siglo XVIII fue testigo de uno de los más poderosos
avivamientos que ha sacudido la espiritualidad de la nación
americana. El instrumento usado en esa ocasión fue un
pastor, teólogo y predicador llamado Jonathan Edwards. En
Julio de 1741 Edwards, pastor de una iglesia reformada,
predica su más famoso sermón titulado “Pecadores en las
manos de un Dios airado”, basado en Deuteronomio 32:35
que dice “A su tiempo su pie resbalará”.
La predicación de Jonathan Edwards se enfocó en mostrar
a la congregación la terrible ira de Dios que se despliega en
contra de todos aquellos que permanecen incrédulos frente
a su Palabra, sin importar si son creyentes profesantes o si
son miembros de una iglesia local o si participan de los
sacramentos cristianos.
Algunos de los asistentes a dicho culto dicen que la
predicación de Edwards sobre la ira de Dios, y en especial
del infierno, fue tan usada por el Espíritu Santo, que la gente
podía casi sentir las llamas del infierno quemando sus
cuerpos.
El convencimiento de pecado que Dios trajo sobre la gente
fue tal, que literalmente se postraban en medio de la más
grande humillación y suplicaban a Dios que tuviera
misericordia de ellos y les diera el perdón por medio de
Cristo. Así inició un poderoso avivamiento que trajo
convicción de pecado y arrepentimiento en una nación
aparentemente cristiana.
Pero el caso de Jonathan Edwards, aunque aún en el siglo
XXI nos impacta, no tiene comparación con el ministerio del
más grande de los hombres nacidos de mujer que ha pisado
nuestro planeta: Juan el Bautista.
Este poderoso hombre que fue ungido por el Espíritu Santo
desde que se encontraba en el vientre de la madre, que vivía
como un ermitaño en los desiertos de Judea y comía
langostas y miel silvestre, este hombre que vivió una vida
abnegada fue usado por Dios para preparar el corazón de
Israel, trayéndolos al arrepentimiento, y allanando el camino
por el cual caminaría Su salvador: Jesús de Nazaret.
Aunque los autores del Evangelio nos dejaron un registro
muy corto de su predicación, la verdad es que lo anunciado
por este heraldo del Señor fue suficiente para inquietar los
corazones del adormecido Israel, y aún hoy sigue siendo un
mensaje que produce temor y temblor en los que lo
escuchan.
Juan el Bautista, siendo el precursor o el heraldo del Mesías
tiene como misión preparar el corazón del pueblo para que
reciban con corazones arrepentidos al que será el Salvador
de su pueblo.
Pero esta preparación no consistió en armar toda una
parafernalia en torno al Mesías, u organizar eventos
multitudinarios para que con bombos y platillos le recibieran,
o fungir como un embajador que dialogara con las
autoridades civiles, militares y religiosas de manera que toda
la sociedad aceptara con beneplácito al Salvador. No, la
preparación que vino a hacer el Bautista consistió en
retornar los corazones de los hombres y mujeres al Dios de
Israel.
Pero este retorno debería estar marcado por el camino del
arrepentimiento. No podemos allegarnos a Dios sino por la
senda de la humillación, al ver cuánto hemos pecado contra
su santa majestad.
El Bautista luego de dar su mensaje escatológico
anunciando el pronto juicio de la ira de Dios sobre todos los
que permanecen impenitentes frente a sus pecados, atiende
a diferentes grupos de personas que, habiendo sido
confrontados con el poderoso mensaje predicado, quieren
saber el camino para el verdadero arrepentimiento.
En las respuestas de Juan encontraremos las evidencias de
un verdadero arrepentimiento.
Dividiremos nuestro texto en tres sencillas partes:
1. El arrepentimiento se evidencia en amor al prójimo v. 10-
11
2. El arrepentimiento se evidencia en hacer lo justo v. 12-13
3. El arrepentimiento se evidencia en el contentamiento con
lo que tenemos v. 14

1. El arrepentimiento se evidencia en amor al prójimo v.


10-11
Bajo el ministerio de Juan el Bautista mucha gente estaba
saliendo al Jordán para bautizarse en señal de
arrepentimiento. Él llamaba a todos los hombres para que
abandonaran su camino de pecado y volcaran su corazón a
Dios.
Estos que se habían bautizado ahora necesitan instrucción.
Ellos requieren saber lo que Dios espera de ellos, así que
por grupos se acercan al predicador y van haciéndole
preguntas respecto al cambio que debe evidenciarse en un
corazón arrepentido.
Ya Juan ha dicho que era necesario hacer o producir frutos
de arrepentimiento, así que ellos necesitan ayuda del
profeta. La pregunta que le formulan al profeta es ¿Qué
haremos?
Bendita respuesta que se escucha en los labios de aquel
cuyo corazón ha sido traspasado por la Palabra de Dios
¿Qué haremos? Esta fue la pregunta que hizo el pueblo a
Pedro, luego de haber escuchado su poderosa predicación
en el día de Pentecostés, los cuales habiendo sido
convencidos de su pecado, se enfrentaron con la realidad
del juicio de Dios y entonces, en medio de su angustia
espiritual le dicen a Pedro “Varones hermanos ¿Qué
haremos?” (Hch. 2:37). No hay otra salida cuando hemos
escuchado la predicación del verdadero evangelio.
El verdadero evangelio nos confronta con la Ley Santa del
Dios Santo y expone ante nosotros el juicio de la ira divina,
el mismo infierno, el cual espera a todos los que no acuden
en arrepentimiento ante el Salvador.
Lo mismo sucedió al carcelero de Filipos, quien fue
confrontado con el carácter cristiano de Pablo y Silas, y no
quedándole escapatoria exclama “¿Qué debo hacer…?
(Hch. 16:30).
Quiera el Señor que todos los que escuchen esta
predicación también puedan decir con todo su corazón
¿Qué haremos?
Todos los hombres deben saber cuáles son los resultados
del verdadero arrepentimiento, no porque seamos salvos
por lo que hacemos, sino porque cuando realmente hay
arrepentimiento entonces se dan frutos que lo evidencian. Y
esto es lo que la gente recién bautizada por Juan quiere
saber ¿Cómo se evidencia el arrepentimiento en mi vida
diaria?
El primer grupo que se le acerca está conformado por
personas del común, exceptuando a los publicanos y los
militares.
La respuesta de Juan es clara y contundente “el que tiene
dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer,
haga lo mismo”.
El amor al prójimo es uno de los primeros y principales frutos
del verdadero arrepentimiento.
Todos los seres humanos nos caracterizamos por amarnos
demasiado a nosotros mismos, el egoísmo y el
egocentrismo es lo que identifica a todo ser humano en su
condición no regenerada. El impío solo piensa en él,
acumula bienes materiales y poco le importa las
necesidades del prójimo. Para el pecador la persona más
importante del mundo es él mismo.
Pero cuando realmente nos hemos arrepentido entonces se
produce un cambio profundo. Nuestro miserable amor es
enriquecido por la gracia divina y ahora no somos la
persona más importante del mundo, sino que empieza el
camino de la auto-negación.
Juan les dice que si ellos realmente se han arrepentido
entonces deben estar dispuestos a compartir sus bienes
con los necesitados. Si uno de ellos tenía dos túnicas o
camisas, entonces debían compartir una con alguien
necesitado del prójimo. Si ellos tenían algo que comer,
entonces debían compartir la comida con el que no tiene
nada.
Esta es una tremenda lección para nuestro egoísmo innato.
Un verdadero creyente no puede estar tranquilo cuando
sabe que su hermano está pasando necesidad. El apóstol
Juan exhortó a los creyentes diciendo “Pero el que tiene
bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad,
y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios
en él? (1 Juan 3:17). El amor cristiano no puede
permanecer impasible ante las necesidades básicas del ser
humano: comer y vestir.
Ahora, Juan no está hablando a gente rica que tiene
abundancia de la cual echar mano y compartir con el
prójimo. Juan está hablando a gente del común que
posiblemente no eran ricas.
Él les dice, no es necesario tener mucho, si realmente te
has arrepentido y ahora estás reconciliado con Dios;
entonces un fruto que evidencia tu nueva vida es el amor
desinteresado al prójimo. Si solo tienes dos camisas, o dos
pares de zapatos, y ves que tu hermano necesita una
camisa o un par de zapatos, entonces lo compartes con él.
No estamos interesados en acumular cosas, confiamos en
el Señor y no queremos tener nada de sobra mientras otro
hermano padece necesidad.
Este mensaje de Juan el Bautista fue repetido por Cristo,
quien consideraba el amor al prójimo algo característico de
un hijo de Dios. Si no amas y ayudas a los hermanos
necesitados, entonces no eres un salvo, no formas parte de
los redimidos por Cristo. Esta es una palabra dura, pero es
lo que dijo el Señor: “Cuando el Hijo del Hombre venga en
su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se
sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de
él todas las naciones; y apartará los unos de los otros,
como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá
las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos
de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros
desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me
disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui
forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me
cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y
vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo:
Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o
sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos
forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O
cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y
respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en
cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más
pequeños, a mí lo hicisteis. Entonces dirá también a los de
la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno
preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve
hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me
disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve
desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no
me visitasteis. Entonces también ellos le responderán
diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento,
forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te
servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os
digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más
pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo
eterno, y los justos a la vida eterna.” Mateo 25:31-46.
Los discípulos de Jesús entendieron bien el mensaje de
Juan el Bautista y trataron de cultivar en la iglesia apostólica
el amor al prójimo, el amor entre ellos mismos, como algo
característico de los salvos. “Todos los que habían creído
estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y
vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a
todos según la necesidad de cada uno” (Hch. 2:44-45). “Y
la multitud de los que habían creído era de un corazón y un
alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que
poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (Hch.
4:32).
La verdadera conversión no consiste simplemente en iniciar
una serie de ejercicios espirituales como la oración, la
lectura de la Palabra de Dios, asistir a los cultos, diezmar,
participar de los sacramentos, No. Hay otras cosas de vital
importancia para el creyente, y una de ellas es cultivar el
amor a los hermanos, el amor a los necesitados, el cual no
se manifiesta simplemente en palabras sino en hechos,
como dijo Santiago “Y si un hermano o una hermana están
desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada
día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y
saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias
para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?” (Stg. 2:15-16).
Quiero hacer una aclaración en este punto: no estoy
diciendo que los creyentes deban vender absolutamente
todo lo que tienen y quedarse sin nada para darlo a la iglesia
o a los pobres, no. Cada uno es responsable de sostener a
su familia y proveer lo necesario para una vida digna. Jesús
cuestionó a los religiosos que obligaban a la gente a dar
absolutamente todo lo que tenían al templo, descuidando así
el sustento suyo y de su familia, violando la Ley de Dios:
“Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de
Dios para guardar vuestra tradición. Porque Moisés dijo:
Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o
a la madre, muera irremisiblemente. Pero vosotros decís:
Basta que diga un hombre al padre o a la madre: Es
Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello
con que pudiera ayudarte, y no le dejáis hacer más por su
padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con
vuestra tradición que habéis transmitido. Y muchas cosas
hacéis semejantes a estas.” Mr. 7:9-13
2. El arrepentimiento se evidencia en hacer lo justo v.
12-13
Entre los bautizados estaban los publicanos o cobradores
de impuestos y ellos también se acercan a Juan con la
pregunta ¿Qué haremos? ¿Cuáles son los frutos del
verdadero arrepentimiento?
La respuesta de Juan es nuevamente clara y tajante,
relacionada con la actividad principal de esta categoría de
personas, él les dice: “No exijáis más de lo que os está
ordenado”.
La fe cristiana no solo se relaciona con las actividades
eclesiásticas, sino que ella afecta todo lo que somos y
hacemos. No existe una esfera secular donde actuamos de
una manera y otra espiritual donde actuamos de otra
manera. No. Juan les dice: Si ahora se han arrepentido y
han sido aceptados por Dios, entonces su vida entera debe
manifestar un cambio. Ningún campo de la actividad humana
permanece inmune ante la acción salutífera del evangelio.
Y para un cobrador de impuestos su vida giraba en torno al
dinero, esta era su actividad principal. Ellos se
caracterizaban por cobrar más dinero del que debían
recaudar porque el dinero excedente se quedaba en sus
bolsillos, de manera que estos publicanos en poco tiempo se
volvía gente muy rica.
La mayoría de ellos no hacían lo justo, sino que en ese amor
propio y en ese deseo de tener más de lo que recibían de
manera lícita, caían en injusticias y extorsionaban a los
demás.
Siendo esta la condición habitual de los cobradores de
impuestos en el tiempo de Juan, él les dice que un fruto de
verdadero arrepentimiento consiste en dejar de hacer lo
injusto y resarcir los daños causados.
Cuando la luz del Evangelio llega a una persona, ya no
puede ser la misma. Si es comerciante y está acostumbrado
a actuar con viveza tratando de sacar el máximo provecho
económico de sus negocios, así eso signifique cobrar más
de lo justo, entonces abandona esa práctica injusta y da un
cambio total a su filosofía de negocios. Esto fue lo que
sucedió con Zaqueo, otro publicano. Una vez que la
salvación llegó a su casa hubo transformación. Él dijo al
Señor “He aquí, Señor la mitad de mis bienes doy a los
pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo
devuelvo cuadruplicado”. Este cambio en su estructura
injusta es una evidencia de que realmente se ha arrepentido
y ahora forma parte del pueblo de los salvos, por cierto,
luego de escuchar estas declaraciones sinceras de Zaqueo,
Jesús exclamó: “Hoy ha venido la salvación a esta casa…”
(Luc. 19:8-9).
Es imposible ser cristiano, ser un nacido de nuevo, un
arrepentido y continuar con prácticas injustas en los
negocios o en otras esferas de nuestra vida. Debe haber un
cambio, se debe dejar el pecado y empezar a caminar bajo
los principios de la Ley del Señor.
Ellos debían actuar inmediatamente. “Debe haber una
obediencia inmediata, completa y de todo corazón. La
vacilación es fatal. Medidas a medias causan estragos. A
causa de que es una fuerza destructiva, el pecado no debe
mimarse. La acción injusta debe sustituirse inmediatamente
por una justa”[18].

3. El arrepentimiento se evidencia en el
contentamiento con lo que tenemos v. 14
El tercer grupo que fue bautizado en señal de
arrepentimiento y que ahora está interesado en su
crecimiento espiritual también pregunta a Juan ¿Qué
haremos? ¿Qué es lo que nos debe caracterizar como
gente arrepentida, como salvos?
Nuevamente la respuesta es directa y tajante: Dejen de
hacer lo malo, ahora hagan lo bueno. “No hagáis extorsión a
nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario”.
Los soldados y los militares solían abusar de su autoridad y
buscando el bienestar propio, debido a su egoísmo,
extorsionaban a la gente, torturaban a las personas con el
fin de conseguir algún propósito, se prestaban para falsas
acusaciones persiguiendo un ascenso en su carrera militar
o réditos económicos. Algo muy parecido al asunto de los
falsos positivos que se presentaron en Colombia. Don los
militares, con el ánimo de recibir mas dinero del que
ganaban por su salario o recibir un ascenso, mataban a
personas que nada tenían que ver con el conflicto armado y
los presentaban como guerrilleros o paramilitares ante el
gobierno.
Ellos no estaban contentos con lo que ganaban sino que
deseaban tener más. Juan les dice que un fruto del
verdadero arrepentimiento consiste en el contentamiento
con lo que tenemos. Estamos agradecidos con Dios con el
trabajo que tenemos y el sueldo que percibimos, no estamos
afanados en tener cosas que no podemos comprar.
El espíritu materialista no forma parte del evangelio de
Cristo, nos caracteriza lo contrario, el contentamiento
humilde con las bendiciones que el Señor en su gracia nos
otorga. El apóstol Pablo dijo “Así que, teniendo sustento y
abrigo, estemos contentos con esto” (1 Tim. 6:8). Y el autor
de Hebreos les recuerda a los creyentes “Sean vuestras
costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora;
porque él dijo: No te dejaré ni te desampararé” (Heb. 13:5).
Cuánto sufren aquellos que codician los bienes materiales,
en cuántos pecados caen ellos. “Porque los que quieren
enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas
codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en
destrucción y perdición” (1 Tim. 6:9).
La codicia quita lo que otros tienen, pero el amor cristiano
da a los necesitados. “Hay quien todo el día codicia; pero el
justo da, y no detiene su mano” (Prov. 21:26).

Aplicaciones:
- Apreciados oyentes, el verdadero arrepentimiento nos
conduce a la expresión genuina del amor. Y el amor es el
cumplimiento de la Ley. Cuando amamos de la manera en
que Juan le mostró a sus seguidores, entonces estamos
produciendo los frutos del verdadero arrepentimiento. No
nos engañemos pensando que solo por hacer una oración
de arrepentimiento ya podemos estar seguros de estar en
Cristo y de que nuestros pecados han sido perdonados; si
en nuestros corazones no se expresa el verdadero amor,
entonces lo más probable es que realmente no hay
arrepentimiento. Recuerda lo que dijo Jesús: “Porque si
perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará
también a vosotros vuestro Padre celestial; más si no
perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro
Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mt. 6:14-15). Mira
bien el camino por el que vas, porque si no es el del amor al
prójimo, entonces es probable que sigas en tus pecados. Si
no te interesas por los sufrimientos de otros hermanos, y
solo encuentras deleite en satisfacer tus necesidades,
caprichos y vanidades, entonces es probable que vayas por
un camino equivocado. Si tu afán es tener tu closet lleno de
ropa o de calzado que no usas, mientras tú mismo puedes
ver que otros hermanos en la fe andan en harapos y con sus
calzados rotos, entonces es probable que vayas por un
camino equivocado
- Apreciados oyentes que trabajan en empresas o
instituciones, ya sean públicas o privadas, recuerda que
como cristiano estamos contentos con lo que ganamos. Si el
sueldo es muy bajo de manera que no alcanza para el
sustento básico tuyo y de tu familia, entonces procurarás un
mejor empleo, esperando en el Señor, sin afanes ni
codicias. Pero recuerda que la provisión que Dios nos da,
sea mucha o sea poca, debe producir contentamiento en
nosotros. No te afanes por tener un televisor costoso
simplemente porque es lo que está de moda, no te afanes
por tener un auto nuevo y más lujoso, no te afanes por vivir
en el mejor sector de la ciudad, recuerda las palabras de
Jesús “Mirad y guardaos de toda avaricia; porque la vida
del hombre no consiste en la abundancia de los bienes
que posee” (Luc. 12:15). Recuerda que la codicia y el afán
de tener más conducen a los hombres a cometer fraudes, a
usar medios ilícitos para alcanzar ascensos, a robar y
extorsionar. Libra tu corazón de la codicia, aprende a estar
contento y te conducirás en una vida que agrada a Dios y
serás librado de muchos males y peligros.
- Apreciado oyente que todavía no tienes un encuentro
personal con Cristo, no trates de pensar que ahora harás
buenas obras, darás a los necesitados, evitarás la codicia y
entonces Dios te va a aceptar en su Reino y garantizará
para ti la salvación. No te engañes en tus necios
pensamientos. Tus buenas obras no son más que trapos
inmundos delante de Dios. Las buenas obras que produce
un corazón no arrepentido son despreciables delante de la
Santa Majestad porque no son hechas con el fin correcto:
Glorificar a Dios, sino que tienen como propósito aliviar la
conciencia, ser vistos por los hombres o recibir gloria de
otros. Si primero no acudes a Cristo en arrepentimiento por
toda tu vida de pecado contra la santidad de Dios, entonces
el infierno será tu paga así hayas sido la persona más
altruista del mundo, así hayas dado todos tus bienes a los
pobres y vivieras solo para socorres al desvalido, eso de
nada te servirá delante del justo Dios y recibirás la
recompensa por haber rechazado al Salvador y haber
confiado en sus propias justicias: El infierno eterno. Acude
hoy a Cristo en un acto de humillación, suplica su
misericordia, pídele que transforme tu corazón, y entonces,
siguiendo las pisadas del maestro, haciéndose miembro de
una iglesia cristiana, promueve en tu corazón el amor al
prójimo, el desprendimiento de lo material y ayuda a los
hermanos más necesitados. Solo así el Seño encontrará
agrado en tus buenas obras.
Palabras de vida. Juan 6:60-65

Introducción:
Es bien sabido que un alto porcentaje de la población
latinoamericana y del sur de Europa se identifica como
cristiana, desde el ángulo católico romano; y también es
conocido que un alto porcentaje de la población
norteamericana y norteuropea se identifica como cristiana,
desde las filas de las diversas denominaciones protestantes
o evangélicas. Según una encuesta realizada en el 2012, en
el mundo hay más de 2.200 millones de personas que se
hacen llamar cristianos.

En Latinoamérica hemos visto cómo las iglesias cristianas,


especialmente de corte carismático, han crecido en número
impresionantemente. Hoy día miles y miles de personas
acuden en masa a estas mega-iglesias, y casi todo el
mundo habla de su filiación a un grupo de oración.
Igualmente, en los innumerables grupos de WhatSapp
encontramos que casi todas las personas creen en Dios, y
usan el nombre de Cristo, como un amuleto mágico, para
bendecir a los demás.

Pareciera ser motivo de gozo y alegría que en el mundo


haya tantos “cristianos”, pero cuando revisamos la fe de
estas personas, expresada en sus doctrinas y prácticas,
hayamos que esto no es más que un espejismo, una moda
actual que pronto pasará cuando venga otra cosa.

Pero esto no es algo exclusivo de nuestro tiempo. Siempre


ha sido así. En el tiempo de los años terrenos de Cristo,
grandes multitudes le seguían, e, incluso, miles decidieron
portar el nombre de Cristo como su bandera, y por algún
tiempo iban en pos de él, entusiastas, a todos los lugares, y,
hasta estaban dispuestos a dar su vida por la “causa” de
Cristo; pero, luego, cuando se dan cuenta de que Jesús
requiere más que simpatía o una alegre identificación con lo
que los hombres piensan es su principal objetivo al venir a
esta tierra; deciden abandonarlo, pues, Su doctrina no
encaja en lo que ellos desean.

Esto es lo que sucede aquí en Juan capítulo 6. Una multitud


de seguidores, los cuales se creen discípulos del Maestro,
son confrontados por la enseñanza de Jesús sobre el Pan
que descendió del cielo (la doctrina de la divinidad de Jesús
siempre es el escollo que más turbación causa en los que
quieren identificarse con él en una supuesta política de
liberación y transformación social), pero no es más que
evidencia de la doctrina de la necesidad de la regeneración,
a causa de la depravación espiritual del hombre.

Hoy veremos a Jesús hablando de las Palabras de Vida: la


verdadera transformación espiritual. Para una mejor
comprensión de este pasaje lo estructuraremos así:
1. Las palabras de vida ofenden al incrédulo (v. 60-62)

2. Las palabras de vida y su espiritualidad (v. 63)


3. Las palabras de vida y la gracia electiva (v. 64-65)

1. Las palabras de vida ofenden al incrédulo (v. 60-62)


“Al oírlas, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta
palabra; ¿quién la puede oír? (v. 60). Jesús acaba de dar
un sermón sobre el Pan de Vida, en el cual dijo que él era el
verdadero pan enviado desde el cielo para dar vida a los que
creen en él. Este discurso fue oído por tres grupos de
personas: los judíos, especialmente los líderes religiosos y
sus seguidores; los discípulos, es decir, un grupo grande de
seguidores de Jesús; y los apóstoles, los cuales, aunque
están incluidos entre los discípulos, no se deben confundir
con la gran masa a la cual Juan les asigna este título.

Los judíos, es decir, los líderes religiosos con sus


seguidores, habían respondido con incredulidad a todo el
discurso de Cristo, como ya vimos en los pasajes
anteriores. Pero, ahora, Juan menciona a los discípulos, es
decir, a la gran masa de personas que se identificaban
como seguidores de Jesús. Estos discípulos escucharon
toda la predicación, y, aunque en un principio aparentaron
creer en él, se dan cuenta que el evangelio requiere creer
en doctrinas que son, fundamentalmente, contrarias al
placer y gusto humano. Ellos dicen: Difícil es este mensaje;
¿quién puede escucharlo? El sermón era difícil de aceptar
para estos discípulos de Galilea. Ellos estaban disgustados
con el Maestro, sus corazones estaban en rebeldía. “Las
murmuraciones y quejas de este tipo, son muy comunes.
Nunca debe sorprendernos escucharlas. Han existido,
existen y existirán, mientras el mundo siga en pie. A algunos,
las afirmaciones de Cristo les parecen difíciles de entender.
A otros, como sucede en este caso, les parecen difíciles de
creer y más difíciles aún de obedecer. Solo es una de las
múltiples formas en que se manifiesta la corrupción natural
del hombre. Mientras el corazón sea por naturaleza
orgulloso, mundano e incrédulo y esté satisfecho consigo
mismo, cuando no del pecado, no faltarán personas que
digan de las doctrinas y preceptos cristianos: “Dura es esta
palabra: ¿quién la puede oír?[19]”

“Sabiendo Jesús en sí mismo que sus discípulos


murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os ofende?” (v. 61).
Jesús supo que los discípulos estaban escandalizados por
su sermón. Les parecía que era duro y difícil de practicar.
Pero en realidad la dureza no estaba en el sermón del
Salvador, sino en el corazón de los oyentes. Ellos se
ofendieron con lo que Cristo les acaba de predicar, les
ofendió todo el sermón. “El Señor había destacado que no
era el maná acerca del que tanto habían oído hablar, sino él
mismo el verdadero pan que había descendido del cielo; que
en su condición de verdadero pan ofrecía su carne; y que
para tener vida eterna (o sea, para ser salvo) había que
comer su carne y beber su sangre. Esto les resultó
demasiado a esas personas. Si sólo hubieran estado
dispuestos a aceptar las pruebas de los testigos respecto a
Jesús (véase 5:30-47), habrían preguntado: “¿Es posible
que estas palabras tengan un significado más profundo?[20]”
De manera que estos “discípulos” no encuentran algún
sentido espiritual en las palabras de Cristo, no pueden ver
algo de vida en ellas, sino, por el contrario, algo sin sentido,
infructuoso y ajeno a la verdadera edificación. Se limitaron a
entenderlas de manera estrictamente literal. “Cuando Jesús
mencionó la palabra “carne”, pensaron en su cuerpo no
como instrumento del alma sino simplemente como algo
distinto a ella. Cuando dijo, “sangre”, no pensaron en la
posibilidad de que se estuviera refiriendo a su propio
sacrificio voluntario hasta el derramamiento de la sangre.
No, vieron sólo las gotas reales de sangre, y se
estremecieron ante la idea de tener que beberla”[21]. Estos
discípulos murmuraban, es decir, no se atrevían a
preguntarle a Cristo lo que quiso decir, sino que, como
suelen hacer los hombres, hablaban en voz baja entre ellos,
lo cual mostraba que no estaban interesados en tener luz
sobre el tema, sino en usarlo como una excusa para
rechazar la verdad. Esta siempre es la constante. Cuando
murmuramos de algo o de alguien, y no nos dirigimos a la
persona misma, es porque no tenemos interés alguno en
conocer la verdad, sino en mantenernos en nuestras
posiciones egoístas.

Ahora, el término usado para decir que se ofendieron, es la


palabra griega skandalizo, de donde viene nuestra palabra
escándalo. Debemos preguntarnos, ¿Será que si Jesús, el
Hijo de Dios, la sabiduría encarnada, no pudo evitar que la
gente se escandalizara al escuchar la predicación del
evangelio, podremos los falibles y mortales predicadores de
hoy día predicar de tal manera que el evangelio no ofenda a
nadie? ¿No será que un evangelio que no ofende el orgullo
humano, ya no es evangelio? ¿Qué es lo ofensivo del
Evangelio? Una de las primeras cosas que causa escándalo
en las personas cuando oyen la verdadera y fiel predicación
del evangelio es que le dice al hombre orgulloso y religioso
que él no puede salvarse a sí mismo. La cruz de Cristo
condena cualquier clase de salvación por obras. El
evangelio proclama que el hombre está tan perdido que
solamente la muerte del Hijo de Dios, en lugar de él, puede
liberarlo del estado de condenación y muerte espiritual. La
gente es feliz creyendo en un Cristo que sirve como modelo
ético a imitar. Pero la cruz proclama que ningún hombre
tiene la capacidad para imitar el modelo ético de Cristo. El
evangelio dice que él es nuestro Salvador, no porque nos
haya inspirado para vivir la misma clase de vida que él vivió,
sino porque él tomó sobre sí la terrible culpa de nuestros
pecados y la llevó en la cruz. Esto ofende y escandaliza al
hombre moralista, cuyo orgullo le lleva a pensar que él puede
hacer algo por sí mismo para estar bien con Dios.

Este orgullo humano puede ser ejemplificado con el caso de


Naamán, el general Sirio, quien sufría de lepra, igual que la
lepra del pecado que cubre a todo ser humano; pero él se
consideraba un gran y honorable hombre, a causa de sus
riquezas y el prestigio de su cargo en el imperio Sirio.
Cuando él llegó a Israel en búsqueda del profeta que podía
sanarlo de su lepra, esperó ser recibido con muchos
honores, pero no fue así. El profeta se limitó, ni siquiera a
verlo, sino que le mandó un mensaje con su siervo,
diciéndole que se zambullera siete veces en el Río Jordán.
Esto ofendió terriblemente a este orgulloso pero leproso
hombre. ¿Cómo era posible que el profeta no saliera en
persona a recibirlo? ¿Cómo era posible que le mandara a
zambullirse en las horribles aguas del Jordán, comparadas
con las níveas y puras aguas de los Ríos de Siria? ¡Qué
ofensa tan terrible! Mejor me regreso con mi lepra al mundo
y me zambullo en los ríos que mi sabiduría humana
considera más propicios.
Así actúa el hombre cuando escucha que su condición
espiritual es de suma miseria, imposibilidad para decidir el
bien según Dios e incapacidad para hacer algo por
redimirse a sí mismo. Los judíos se escandalizaron de
Cristo porque ellos confiaban en su capacidad para
obedecer la Ley moral y ceremonial de Dios. Ellos se
consideraban superiores a los paganos que no tenían la Ley
de Moisés. Pero Jesús les está mostrando que ellos son
iguales al resto de los demás, están muertos y condenados,
y sólo a través de la fe en Su muerte redentora en la cruz
serían reconciliados con Dios.

Pero, una segunda cosa que escandaliza del Evangelio es


que requiere la exclusividad de la fe en Jesucristo
solamente. Tal vez este es el más grande escándalo en
medio de nuestra generación relativista. Si el evangelio
dijera que Jesús es un camino para la salvación, todo
estaría bien en este mundo postmoderno, pero cuando
Jesús dice que debemos mirar solamente a Su cruz o de lo
contrario moriremos en nuestros pecados, esto se convierte
en la gran ofensa. Esta fue la razón por la cual la Iglesia
Patrística fue perseguida tan cruelmente. Si ellos hubieran
predicado que Jesús era uno de entre varios caminos de
salvación o comunión con Dios, el politeísta y sincretista
Imperio Romano no hubiese tenido problemas en aceptar el
cristianismo como una religión más, pero cuando los
cristianos decían que sólo Jesús era el Señor, que sólo
Jesús era el camino y la salvación del ser humano, se
desató la ira del paganismo, igual como se desata la ira de la
educada generación de nuestro tiempo.
La cruz de Cristo es el centro de la fe cristiana y sólo a
través de la lealtad a la doctrina bíblica de la expiación – la
muerte substitutiva de Cristo pagando nuestros pecados –
es que la iglesia puede permanecer sólida en el evangelio.
La teología liberal ha luchado desde siempre para destruir
esta doctrina, y cuando consigue sacarla de la fe de la
iglesia, entonces ya no hay iglesia, ya no hay evangelio, allí
no está Cristo, solo la condenación.
“¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde
estaba primero” (v. 62). Los judíos habían dicho antes que
ellos conocían a los padres y hermanos de Jesús, de
manera que dudaban de su presunción de haber descendido
del cielo; por lo tanto, ahora les dice: ¿Qué dirían ustedes si
vieran al Hijo del Hombre regresando al lugar de dónde vino,
es decir, ascendiendo a los cielos? Y aunque no todos lo
vieron ascendiendo a la casa de Su Padre, un día, estos
mismos judíos y todos los hombres, lo verán regresando en
las nubes para tomar a los que creyeron en él e introducirlos
en las moradas de Su Padre, y derramar su ira eterna sobre
los incrédulos.

2. Las palabras de vida y su espiritualidad (v. 63)


“El espíritu es el que da vida; la carne para nada
aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu
y son vida” (v. 63). Aquí Jesús confronta a los discípulos
dubitativos y les deja ver que su interpretación sobre el
comer la carne de manera literal estaba equivocada, pues,
la carne no aprovecha para nada; es como si él les dijera:
“Mi carne como tal no os puede beneficiar; dejad de pensar
que yo os pedía que comierais literalmente mi cuerpo o que
literalmente bebierais mi sangre. Lo que otorga y sostiene la
vida, la vida eterna, es mi espíritu, mi persona, en el acto de
dar mi cuerpo para que sea destruido y mi sangre para que
sea derramada”[22]. “Por el contrario, ustedes deben analizar
bien mis palabras, pues, mi predicación no debe ser tomada
de la manera como ustedes lo han hecho, ustedes deben
mirar en ellas la vida que les quiero comunicar a través de
una enseñanza espiritual. Si ustedes toman mis palabras en
su verdadero sentido o espíritu, y las creen, tendrán vida
eterna”. Ahora, este pasaje nos deja ver claramente que
ninguna cosa material podrá darnos la vida espiritual, sino el
Espíritu Santo, usando la Palabra de Dios. Los que confían
en ciertos ritos o abluciones o comidas religiosas para
recibir el favor de Dios están seriamente engañados, y no
han comprendido el evangelio. Aunque todo creyente debe
ser bautizado por inmersión en agua, y todo bautizado debe
participar gozosamente en la Cena del Señor, estos dos
elementos materiales no significan nada, si el Espíritu antes
no ha dado vida al pecador. “El beneficio espiritual no se
obtiene por medio de la boca sino del corazón. El alma no es
algo material y no se puede alimentar, pues, con comida
material”[23].
Ahora, la verdad central de este pasaje es que las Palabras
de Cristo son espíritu y son vida. Esta es la esencia de
nuestra fe. No son los milagros, no son las manifestaciones
emocionales, no es el ruido, ni la música, ni vestuarios
especiales, ni adornos religiosos, ni reliquias, ni ninguna de
esas cosas: Lo central en nuestra vida cristiana, tanto
individual como colectiva es la Palabra de Cristo, la Palabra
de Dios. Ella tiene el poder, por el Espíritu Santo, de
transformar, de regenerar, de vivificar, de santificar, de
hacernos a la imagen de Cristo. Por eso, siempre, la
principal porción de la vida y del culto cristiano es la
predicación fiel de la Palabra de Dios. La obra silenciosa y
callada del Espíritu en el alma, aplicando la Palabra de Dios,
es la esencia de la vida espiritual. Para ello no se requieren
emotividades elevadas, términos grandilocuentes,
amplificación desbordante, sino sólo la lectura y exposición
clara de la Palabra, la cual será usada por el Espíritu para
influenciar la conciencia, dar vida y transformación. El
cristianismo se fundamenta no en la fuerza, virtud o
capacidad humana, sino, solamente, en el Espíritu de Dios
trabajando a través de Su Palabra. El cristianismo basado
en el mero conocimiento o esfuerzo humano es infructuoso,
no produce cambios, así parezca lo más majestuoso y
sobrenatural. Los judíos que se hacían llamar discípulos de
Jesús no creían realmente en él porque le estaban
siguiendo en la carne: creían con corazones carnales, oían
con oídos carnales, le veían con ojos carnales; el Espíritu
aún no había hecho en ellos una obra sobrenatural. Por eso
Pablo dijo: “Pero el hombre natural no percibe las cosas
que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y
no las puede entender, porque se han de discernir
espiritualmente” (1 Cor. 2:14).

3. Las palabras de vida y la gracia electiva (v. 64-65)


“Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque
Jesús sabía desde el principio quienes eran los que no
creían, y quién le había de entregar” (v. 64). Recordemos
que este pasaje está hablando de los discípulos, lo cual
significa que no todos los que se identificaban como
seguidores de Jesús realmente creían en él. Muchos de
ellos se mantenían en incredulidad, aunque aparentaban
seguirlo. Muy probablemente les gustaban sus enseñanzas,
siempre y cuando no fueran ofensivas para sus mentes
carnales; les agradaban sus milagros, pues, recibían
beneficios temporales de ellos; mas sus corazones se
mantenían en una inamovible incredulidad, la cual era la real
causa del no poder comprender las palabras de Cristo. No
obstante, esto no sorprendía al Verbo de Dios, pues, aunque
él estaba vestido de humildad, en su condición divina sabía
quiénes de sus discípulos no creían en él, e incluso, con
suficiente antelación, sabía quién de los doce le iba a
traicionar. “Este es uno de los muchos lugares en que se
declara el conocimiento divino que tenía nuestro Señor de
todos los corazones y las personalidades. Nunca le
engañaron las multitudes ni la aparente popularidad, como a
menudo les sucede a sus ministros”[24]. Pero algo muy
importante que los ministros deben ver en este pasaje es la
infinita misericordia y paciencia de nuestro Salvador, pues,
aunque él sabía quiénes eran verdaderos discípulos y
quiénes no lo eran, él les continuaba predicando, y no los
expulsó; antes, les daba oportunidades para que continuaran
escuchando el evangelio. Los ministros, por el contrario, no
tenemos conocimiento certero de la salvación o falsedad de
ella en los que se identifican como miembros de las iglesias
locales, por lo cual, debemos ser igualmente de pacientes.
Aunque Jesús sabía que Judas lo entregaría para ser
crucificado, también fue paciente con él y no lo expuso,
hasta que llegó la hora adecuada. Cuán misericordioso es
nuestro Señor, frente a la intolerancia y el impulso farisaico
que nos caracteriza muchas veces y no somos capaces de
soportar las debilidades o flaquezas de los demás, sino que
procuramos, sin antes orar o tener pruebas reales, a hablar
mal del hermano ante los otros y somos inmisericordes.
Ahora, esto no significa que si un miembro de la iglesia está
andando en un pecado escandaloso no vamos a exhortarlo
al arrepentimiento o a conversar con los ancianos; pero
debemos ser muy cuidadosos en no caer en
apresuramientos descalificativos, lo cual es contrario al
espíritu de Cristo.

“Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí,


si no le fuere dado del Padre” (v. 65). Ahora, no todos los
que se dicen ser discípulos realmente lo son, porque lo
primero que se requiere es la verdadera fe, fe que es un don
del cielo, fe que es dada por el Padre a sus electos. Nadie
que no tenga esta fe podrá ser un fiel seguidor de
Jesucristo. Los demás podrán ser discípulos, como los que
se mencionan en este capítulo, pero no serán hijos de Dios,
al menos que sean convertidos sobrenaturalmente por el
Espíritu Santo.

Aplicaciones:
Es probable que algunas de las doctrinas de la Biblia no
sean tan fáciles de entender como otras, y también es
posible que para algunos sea más fácil entender algunas
verdades que otros creyentes; pero la clave de una vida
cristiana creciente y fuerte es “alcanzar una actitud humilde.
Si algunas de las afirmaciones de Cristo nos parecen
difíciles de entender, debiéramos recordar con humildad
nuestra presente ignorancia y creer que ya poseeremos
mayores conocimientos. Si algunas de sus afirmaciones nos
parecen difíciles de entender, debiéramos recordar
humildemente que jamás nos pedirá lo imposible y que nos
dará gracia para llevar a cabo aquello que nos pide”[25].

Hermanos y amigos, que el Espíritu Santo use estas


predicaciones para dar luz a nuestra conciencia, pues,
debemos examinarnos que nosotros mismos no seamos de
esos falsos discípulos que siguen por un tiempo a Cristo,
pero luego lo abandonan porque la palabra del Evangelio
ofende su incredulidad. ¿Eres de los que se ofende
fácilmente con las predicaciones de los pastores? Debes
meditar en esto. Que no seas de los réprobos que se
engañan a sí mismos pensando que son salvos. La
hipocresía y la falsedad son más comunes entre aquellos
que se llaman cristianos. ¿Ya no quieres congregarte porque
ves mucha hipocresía en las iglesias, pero no has podido
ver la tuya? Ten cuidado, que esa actitud no sea sintomática
de tu incredulidad. Podrás engañar a muchos, incluso, a los
pastores, pero Cristo conoce los corazones de los hombres.
Él sabe realmente si eres un verdadero discípulo o un
autoengañado. Que estas palabras te lleven a meditar en
este asunto, a venir humillado ante Cristo, rogándole que
muestre la realidad o falsedad de tu fe, y así te conduzca a
un verdadero arrepentimiento; o a experimentar el gozo de la
seguridad de la salvación; obedeciendo a Cristo, creyendo
todas sus palabras, aunque nos parezcan difíciles de
aceptar o practicar.
Palabras de vida (Parte 2) Juan 6:60-65

Introducción:
Se ha vuelto común ver a multitud de personas ingresar a
las iglesias bíblicas, sentirse atraídas por algunas de sus
doctrinas o prácticas; estar dentro de ellas por algún tiempo,
y luego partir a otro lugar. Esta clase de personas continúan
en una búsqueda incesante, guiada por los caprichos de sus
corazones, sus emociones, sus deseos particulares, sus
conceptos privados sobre la verdad; o, simplemente,
siguiendo la corriente impuesta por lo que está de moda, lo
más atractivo, lo que tiene más fama, lo que se impone en el
internet o en las redes sociales, lo más radical, lo más
conservador, entre otros.
En nuestras iglesias bíblicas hemos visto llegar a muchas
personas, las cuales, supuestamente vienen por hambre de
la Palabra, por convicciones profundas que les llevan a
creer que nuestra doctrina y práctica es lo más bíblico que
han encontrado en la ciudad o la región; pero, luego, una
predicación, un error del pastor u otra cosa hace que toda
esa convicción se desvanezca y abandonan la iglesia,
continuando en la búsqueda de algo que nunca encontrarán,
porque todo está centrado, no en la verdad del evangelio,
sino en el engaño de sus inconstantes corazones.
Esto no debe extrañarnos que suceda hoy día, pues, si
muchos abandonaron a Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador y
Redentor enviado por el Padre, la encarnación de la verdad
y la sabiduría; mucho más abandonarán el ministerio de
falibles siervos del Señor.

Hoy, el apóstol Juan nos mostrará cómo Dios siempre tiene


un remanente pequeño que permanece fiel al Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo, porque ellos han encontrado en
Jesús las Palabras de Vida eterna, y no tienen a quién más
ir. Ellos han entendido que sólo en Jesús y Su Evangelio
está la salvación, el gozo, la plenitud y la reconciliación con
Dios. Pero, también veremos cómo algunos se engañan a sí
mismos, de tal manera que aunque deciden permanecer
entre el reducto de los fieles, realmente tienen otros
propósitos en mente al hacer esto, y no son más que
autoengañados, “discípulos fieles entre los fieles”, pero
fieles a sí mismos, a sus propósitos, a sus metas terrenas.
Instrumentos del diablo, cizaña maligna para causar
divisiones dentro del pueblo de Dios.
Hoy veremos que el verdadero creyente es fiel al único que
tiene Palabras de Vida Eterna. Para una mejor comprensión
de nuestro pasaje lo estructuraremos así:

1. Las palabras de Vida eterna y su reto (v. 66-67)


2. Las palabras de Vida eterna y su exclusividad (v. 68-69)
3. Las palabras de Vida eterna y el engaño del corazón (v.
70-71)

1. Las palabras de Vida eterna y su reto (v. 66-67)


“Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron
atrás, y ya no andaban con él” (v. 66). Sumado al discurso
de Jesús sobre el verdadero Pan del cielo, contrastado con
el Maná; la necesidad de comer Su carne y beber Su
sangre, se encuentra la enseñanza de que el Hijo del
hombre regresará al Seno de Su Padre en los cielos y el
serio cuestionamiento que hizo de las verdaderas
intenciones de la multitud de discípulos que le seguían.
Parece que las palabras confrontadoras del evangelio no
tuvieron cabida en los corazones de estos falsos creyentes.
Este es un cuadro patético. Juan nos presenta los últimos
momentos del ministerio de Jesucristo en Galilea, que, a
diferencia del ministerio en Judea, parecía ser muy
prometedor; pues, mientras en Judea no fue aceptado ni por
los líderes religiosos ni por las multitudes; en Galilea parecía
tener más efectividad en tener multitud de discípulos que le
seguían a todas partes; pero la realidad es que esta era otra
forma de manifestar la incredulidad. En Judea lo hicieron
cuestionándolo, despreciándolo y rechazándolo; mientras
que en Galilea lo hicieron siguiéndolo como el ídolo del
momento porque esperaban encontrar en él a un libertador
político, a un dadivoso milagrero que los alimentara
gratuitamente, sin tener que obedecer ninguna de sus
enseñanzas ni creer en él como el único Redentor. La
misma incredulidad del ser humano, con distinto ropaje. Hay
quienes rechazan a Jesús abiertamente, pero hay otros,
que no son mejores, los cuales aparentan seguirle, y hasta
se hacen llamar sus discípulos y cumplen con todos los
requisitos ceremoniales externos de la religión cristiana,
pero siguen siendo incrédulos. Estos últimos, una vez que
sobre ellos se presiona para seguir las verdades esenciales
del Evangelio, se apartan y abandonan la fe, mostrando con
esto que no eran de Cristo, que no creían en él, ni eran
contados entre los que Dios llama para salvación.

Juan dice que estos seudodiscípulos volvieron atrás. Es


decir, regresaron a sus quehaceres cotidianos, regresaron
a su antigua forma de pensar, regresaron al mundo. Con
esto mostraban que no eran dignos del reino de Dios, como
dijo Cristo en Lucas 9:62 “Ninguno que poniendo su mano
en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”.
En la Biblia se nos presentan los casos de muchos falsos
discípulos, que, por un tiempo, aparentaban caminar en pos
del Salvador, pero luego se mostró que no le pertenecían a
él, así encontramos a Judas Iscariote, a Demas y a los
falsos maestros mencionados por Juan en sus epístolas.
¡Cuánto cuidado debemos tener de revisar la sinceridad de
nuestra fe! Una prueba de su posible falsedad es el amor
que se tiene al mundo, a su pensamiento, a su filosofía, a
sus placeres pecaminosos. Y otra prueba es el temor que
tenemos de identificarnos como cristianos cuando estamos
en ciertos círculos, o de identificarnos con ciertas doctrinas
de la Biblia, pues, Cristo dijo: “el que se avergonzare de mí
y de mis palabras, de éste se avergonzará el Hijo del
hombre cuando venga en su gloria” (Lc. 9:26). Estos
discípulos abandonaron a Jesús luego de un sermón
profundo, aunque el día anterior lo pretendían coronar como
Rey.

Pero también este abandonar a Cristo no se relaciona


solamente con el dejar las Iglesias bíblicas, sino con el
abandono paulatino del evangelio verdadero, para
reemplazarlo por un relativismo doctrinal que nos lleve a ser
atractivos para las multitudes. Esto sucedió con los profetas
de Israel en muchos períodos de la historia bíblica, esto fue
anunciado por Pablo en muchas de sus cartas, y esto es lo
que estamos viendo hoy. Pastores que durante muchos
años caminaron en pos de la doctrina bíblica e histórica,
pero ahora están modificando sutilmente su lenguaje con el
fin de ser más aceptados en los grandes grupos evangélicos
que se están consolidando hoy día. Parecen ser reformados
y bíblicos, parecen estar en la ortodoxia, pero realmente son
instrumentos de confusión en temas doctrinales, litúrgicos y
prácticos.
“Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros
también vosotros? (v. 67). Recordemos que en este
capítulo de Juan se nos presenta a tres clases de personas
o grupos: primero, los judíos, representados por sus
gobernantes religiosos, caracterizados por una evidente y
manifiesta incredulidad. Segundo, los discípulos, una gran
masa de entusiastas seguidores, caracterizados por una fe
temporal y terrena; y el otro grupo son los apóstoles,
seguidores incondicionales del maestro, su grupo más
cercano, en quien él más confiaba. Aunque luego veremos
en este mismo capítulo, que la falsa fe es un asunto tan
arraigado, que, incluso, dentro de los que parecían ser los
seguidores fieles y veraces, había uno que era peor que los
demás grupos.
Con esta pregunta, ¿queréis acaso iros también vosotros?,
Jesús estaba aprovechando la deserción de la gran multitud
de discípulos, con el fin de probar a los doce y darles una
oportunidad para que confesaran Su nombre, era un reto
aplicativo frente a su más reciente sermón. “¿Seguramente
vosotros no queréis iros también, verdad? La forma de la
pregunta, tal como se encuentra en el original, muestra que
se espera una respuesta negativa”[26]. Con esta pregunta
Jesús busca reafirmarlos en su fe, a pesar de los múltiples
problemas que trajo el sermón sobre el Pan del Cielo, el
sacrificio substitutivo de Cristo, representado por el comer
su carne y beber su sangre, la ascensión del Hijo del
hombre a los cielos, la incredulidad de los líderes religiosos
judíos y el abandono de las multitudes que le seguían.

2. Las palabras de Vida eterna y su exclusividad (v. 68-


69)
“Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú
tienes palabras de vida eterna” (v. 68). Simón Pedro toma la
vocería y responde por los apóstoles, excepto, obviamente,
por Judas, quien, aunque muy posiblemente dio su
aprobación a la declaración de Pedro, no estaba en un
mismo corazón con los once. La respuesta de los apóstoles
es clara y contundente: Señor ¿a quién iremos?, es decir,
no tenemos a nadie más a quien seguir. Sabemos que el ser
humano no puede vivir aislado, y siempre necesita seguir a
alguien, por lo tanto “no hay otra persona a quien podamos
ir; no hay otra persona que satisfaga el anhelo del corazón"
[27]
.

Luego, Pedro, en nombre de los demás apóstoles, añade


una respuesta al sermón que Cristo acaba de dar: “Tú
tienes palabras de vida eterna”. Ellos saben que aunque el
sermón sobre el Pan de vida no era fácil de comprender,
contenía profundas verdades que satisfacen al alma
hambrienta y dan aliento espiritual, vida eterna y poder de lo
alto. Ellos ven en las palabras de Jesús vitalidad, dinamismo,
espiritualidad verdadera, un eficaz medio de salvación, un
efectivo medio de gracia.

Pedro reconoce en Jesús al verdadero dador de la vida


eterna. La vida eterna viene a través de una relación
verdadera con Jesús, lo cual incluye la presente
satisfacción del alma y la interminable gloria en la vida por
venir. Este mismo Jesús que pudo alimentar a una multitud
con unos pocos panes, puede satisfacer las necesidades de
nuestras almas.
Pedro llama a Jesús Señor, una expresión que en su tiempo
se asignaba a los líderes, al emperador o a los reyes; pero
que, en el lenguaje bíblico, también se atribuye a Dios. Isaías
6 dice que él vio al Señor sentado sobre un Trono Alto y
Sublime. Este Señor o Adonay es la segunda persona de la
Trinidad pre-encarnada. Ahora Pedro reconoce en Jesús al
Señor del cielo y de la tierra. Designación que Pablo usa
mucho en sus cartas. Este es un título divino para el
Salvador. El mismo Señor que dio el maná a través de
Moisés, es el mismo Señor que multiplicó los panes y los
peces, y es el mismo Señor que bajó como Pan del cielo
para dar su vida en rescate de muchos.

“Y nosotros hemos creído y conocemos que Tú eres el


Cristo; el Hijo del Dios viviente” (v. 69). Esta adición en la
respuesta apostólica evidencia que, por lo menos, los once,
sin Judas, estaban siendo convencidos cada vez más, a
través de las enseñanzas y milagros, que Jesús era
verdaderamente el Cristo o el Santo de Dios prometido
desde el Antiguo Testamento para la salvación de su pueblo.
Esta frase reconoce en Jesús al Consagrado a Dios, al
apartado y dotado por Dios para llevar a cabo la tarea de
salvación de la humanidad. Ellos están convencidos de esta
verdad central, por eso no tienen a nadie más a quien
acudir. Ya no pueden ir a los líderes religiosos de los judíos,
porque ellos no les pueden dar las Palabras de vida eterna,
ya no pueden ir al imperio romano, porque en él no se
encuentra la salvación eterna; ya no pueden ir a los líderes
revolucionarios, porque ellos sólo buscan el bien temporal de
las personas; sólo en Jesús pueden encontrar la verdadera
liberación de la esclavitud de sus pecados y la plena
reconciliación del alma atribulada para con el Dios de Toda
bondad. Sólo en Jesús pueden encontrar la escalera que los
conducirá de nuevo a la comunión perfecta con el Cielo, sólo
en Jesús pueden encontrar la limpieza de sus conciencias,
sólo en Jesús pueden encontrar la plenitud y gozo perfecto
de la vida. ¡Esta fue una espléndida confesión, la mejor
confesión que el alma pueda hacer!

Es interesante notar que Pedro afirma que Jesús es el


Único Santo de Dios (como traducen las versiones
inglesas), y como dice textualmente en el griego al usar la
palabra Ágios. En los evangelios encontramos que los
demonios usan esta expresión para referirse a Jesús
(Marcos 1:24). Esta expresión muestra el contraste absoluto
que existe entre Cristo y Satanás, entre lo bueno y lo malo.
Jesús es el único que puede solucionar el problema del mal
en el corazón humano y en el mundo. Por eso el mismo Juan
dijo en una de sus cartas: “El que practica el pecado es del
diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto
apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del
diablo” (1 Juan 3:8).

3. Las palabras de Vida eterna y el engaño del corazón


(v. 70-71)
“Jesús les respondió: ¿No os he escogido yo a vosotros
los doce, y uno de vosotros es diablo? Hablaba de Judas
Iscariote, hijo de Simón; porque éste era el que le iba a
entregar, y era uno de los doce” (v. 70-71). Estos dos
versos contienen palabras que deben causar temor y
temblor en todos aquellos que se consideran seguidores
fieles de Jesús, es decir, no sólo en aquellos que son
simples miembros de una iglesia local, sino también a los
que sirven en ella, porque pueden llegar a ser líderes de
algún ministerio o servicio, maestros de escuela dominical,
acomodadores, líderes de oración, diáconos o pastores.
Ninguna de estas funciones, por muy bendecidas que sean,
son garantía de salvación.
Los doce, a través de Pedro, han dado una respuesta
correcta a la pregunta crucial de Jesús sobre la fidelidad de
ellos al Evangelio. Pedro respondió correctamente, y ellos, a
lo mejor, pudieron vislumbrar el gozo de Cristo al ver que no
se irían detrás de las multitudes que lo abandonaron. Había
un regocijo colectivo, y tal vez algo de orgullo, entre los doce,
pues, habían afirmado su fe en el Salvador. Pero suele
suceder que el entusiasmo colectivo, aunque sea de un
reducto o remanente, tampoco es garantía de que todos
realmente creen de corazón. Algunos hombres se
desmarcan de las multitudes religiosas y empiezan a
identificarse con un grupo pequeño que representa la
ortodoxia y la fidelidad a los principios bíblicos, y testifican
con su boca que están en consonancia con la fe fiel de la
pequeña manada; y hasta pueden escribir sendos libros
defendiendo la ortodoxia, y pueden publicar artículos
apologéticos en Facebook o en diversos blogs; pero en
realidad son como la multitud que abandonó al Maestro, solo
que permanecen con los fieles porque están interesados en
ser aceptados por un grupo de verdaderos creyentes,
buscando unos objetivos distintos, pero ocultos, al de los
demás. Es por esa razón que Jesús no aplaude entusiasta
la firme decisión que acaban de declarar los doce, sino que
les advierte que, incluso, en este reducto fiel, todavía
quedan infieles al evangelio. Por esa razón Cristo le advierte
en varias ocasiones a Judas que no se escude detrás de la
fe de los demás, aunque sean un grupo pequeño, pues, la fe
y la fidelidad son un asunto personal. Las colectividades no
pueden dar la verdadera fe salvadora, sino sólo el Espíritu
de Dios, y que nadie se engañe a sí mismo pensando que
debido a que pertenece a una iglesia bíblica, él también es
un verdadero discípulo. De allí que las iglesias fieles a la
Palabra de Dios siempre están predicando el evangelio,
incluso a sus miembros, líderes, diáconos y pastores. Si
alguien dentro de la iglesia de Cristo se pierde, lo hará con
pleno conocimiento, a pesar de las constantes advertencias
que se le hicieron.
Ahora, una de las cosas que más nos debe hacer temblar al
leer este pasaje es que Cristo mismo dice que él escogió a
los doce, incluso, a Judas. Esta elección no se refiere a la
elección de salvación, sino a la elección de oficio o servicio.
Así que el Señor puede escoger a hombres impíos para que,
por un tiempo, sirvan en la Iglesia. No entendemos esto a
cabalidad, pero es la verdad. Demas fue un servidor de
Pablo, tanto que el apóstol lo elogió y recomendó, pero luego
abandonó el servicio y abandonó la fe, amando más a este
mundo (Col. 4:14; Fil. 1:24; 2 Tim. 4:10). Hemos conocido a
muchos pastores y predicadores de renombre mundial, con
una doctrina pura y ortodoxa, con una práctica del culto
impecable y solemne; pero luego se manifiesta que no son
de Cristo y se van tras las doctrinas falsas. ¡Cuánto temblor
y temor causa el saber esto! Lo cual nos debe llevar a
clamar con sinceridad: Señor, ten piedad de nosotros, que
no seamos autoengañados por el servicio que damos en tu
Reino o la pureza confesional que podamos profesar.
Señor, convierte nuestros corazones si es que aún no son
convertidos, afírmanos en ti y seremos afirmados. Danos el
tener una buena carrera cristiana, desde el principio y hasta
el fin.
Ahora, lo que da más claridad respecto a la misión de Judas,
dentro de los doce, es que Cristo dice que él es diabolos o
diablo, lo cual significa calumniador, acusador falso. “Este
hombre es el servidor, el instrumento del diablo. Su carácter
diabólico se manifiesta sobre todo en el hecho de que
mientras otros, incluso muchos de los demás, habían
abandonado al Señor cuando se dieron cuenta de que no
podían estar de acuerdo con él y cuando se rebelaron
contra el carácter espiritual de su enseñanza, esta persona
permaneció con él, ¡como si estuviera en acuerdo total con
Jesús! [28]” La situación no ha cambiado dentro del pueblo
de Dios. Hay personas que deciden mantenerse dentro de
una denominación cristiana, aunque no estén de acuerdo
con algunas de sus doctrinas, solamente con el fin de hacer
el papel de diablo, es decir, de murmurar, de causar
divisiones, de conducir las cosas hacia el caos. Cuánta
honestidad falta dentro del pueblo de Dios. Judas no estaba
convencido de la doctrina de Cristo, pero quiso permanecer
dentro del círculo de los doce, no por convicción o
identificación con la causa cristiana, sino con el fin de sacar
provecho personal, causar división y destruir el movimiento
evangélico. Con gran tristeza nos hemos tenido que
lamentar de haber presentado como un creyente reformado
a muchos pastores y líderes, los cuales deciden infiltrarse
entre nosotros para hacer su obra diabólica trayendo
confusión doctrinal, dudas y murmuración en contra de los
siervos de Dios. Quiera el Señor darnos más destreza para
no caer en estos errores, pero si en la primera iglesia, cuyo
pastor, en persona, era el Rey de reyes, hubo un infiltrado,
siempre los tendremos. Por eso es nuestro deber orar y
estar atentos, de manera que el mal causado por ellos se
minimice considerablemente.
Juan explica a cuál Judas se refiere Cristo como un diablo,
pues, entre sus discípulos varios portaban ese nombre que
era común entre los judíos. Era el hijo de Simón. Se adiciona
la frase uno de los doce, para mostrar la enormidad de su
pecado, pues, fue altamente favorecido por el Señor al
permitírsele estar entre los discípulos más cercanos al
Maestro, escuchando sus constantes enseñanzas; pero, a
pesar de ello, lo entregó a los líderes judíos y fue
instrumento para su crucifixión.

Aplicaciones:
Apreciado pastor o varón que sirves a Cristo, debes saber
que si el Maestro gozó de popularidad, y durante algún
tiempo, multitudes le siguieron y vinieron bajo la sombra de
su ministerio, pero luego se apartaron de él cuando no
pudieron soportar las demandas del Evangelio; igualmente
sucederá con aquellos que le sirven fielmente. Durante algún
tiempo muchos te amarán, pero una vez que se den cuenta
de que tu predicación no es tan dulce ni superficial en las
demandas, y una vez que empieces a predicar todo el
consejo de Dios te abandonarán, no querrán venir a
escuchar tus predicaciones, se alejarán de ti y preferirán
escuchar a otros nuevos predicadores. Esta siempre ha
sido la constante en la historia del pueblo de Dios. Umpade:
Una mente preparada para la deserción, esta es la actitud
constante de un fiel ministro de Jesucristo, porque muchos
te abandonarán cuando prediques con fidelidad.
Apreciado hermano, ¿puedes confesar y declarar con
entusiasmo y convicción la fe cristiana, el credo apostólico,
las solas de la reforma, los cánones de Dort, la Confesión
de Londres de 1689? ¿Eres capaz de entrar en sendas
discusiones por Facebook defendiendo la pureza doctrinal y
litúrgica que practicas? Dios quiera que esto no sea
meramente un asentimiento intelectual de la verdad, sino que
proceda de un corazón que ha sido transformado por el
Evangelio de Cristo. Dios quiera que Jesús no esté mirando
tu corazón, así como miraba el de Judas, y encuentre en él
la semilla oculta de la incredulidad, cubierta por un falso
creer férreo, guiado sólo por los intereses personales de la
gloria terrena, la admiración, tal vez no de las multitudes,
sino de los reductos grupos más conservadores y
apasionados con la pureza doctrinal. Es posible engañarse
con mucha facilidad. Revisa cuáles son las razones por las
cuales defiendes tanto la ortodoxia.

Pero cuando la duda venga, cuando el mundo y sus


filosofías traten de atraparte y apartarte de Jesús, debes
formularte la misma pregunta que hizo Pedro: ¿A quién
iremos? “¿A quién seguiremos? ¿Qué otro maestro
elegiremos? ¿Dónde hallaremos guía alguna para el Cielo
que pueda compararse contigo? ¿Qué ganaremos
abandonándote? ¿Qué escriba, qué fariseo, qué saduceo,
qué sacerdote, qué rabino, puede mostrarnos palabras de
vida eterna como las que nos muestras? Todo verdadero
cristiano puede plantear valerosamente esta pregunta
cuando se le inste o tiente a renunciar a su religión y volver
al mundo. A aquellos que odian la religión les resulta fácil
hallar fisuras en nuestra conducta, presentar objeciones a
nuestras doctrinas y encontrar errores en nuestras
prácticas. Quizá en ocasiones sea difícil proporcionarles
una respuesta. Pero, después de todo, ¿”a quién iremos” si
renunciamos a nuestra religión? ¿Dónde hallaremos paz,
esperanza y consuelo como los que proporciona servir a
Cristo, por muy pobremente que le sirvamos? ¿Podemos
salir ganando al dar la espalda a Cristo y volver a nuestras
viejas costumbres? No podemos. Prosigamos, pues, en
nuestro camino y perseveremos”.[29]
Apreciado amigo, si los más cercanos a Jesús pueden estar
engañados en cuanto a su fe, tanto que él los considera
diablos, ¿piensa en cómo verá Jesús tu corazón invadido de
incredulidad? Recuerda que él es el Pan que descendió del
cielo para dar su vida en rescate por muchos. Sólo se
requiere la fe en él, fe en sus palabras, y tendrás la vida
eterna para siempre. Ven a Jesús, cree con una fe sencilla
pero sincera en él, y comerás de las palabras de vida.
Clave para conocer la verdad celestial. Juan
7:17-20

Introducción:
¿Qué es la verdad? ¿Cómo descubrir la verdad? ¿Cómo
saber si estoy en la verdad? ¿Quién tiene la verdad? Este
ha sido uno de los temas más debatidos en la historia de la
filosofía y en la historia de la humanidad. A pesar de que
estamos en un siglo plagado del relativismo, el cual niega la
posibilidad de tener o adquirir la verdad absoluta, el ser
humano sigue siendo un indagador de la verdad. Nos gusta
conocer lo certero, lo fehaciente, lo verosímil; cuánta
frustración nos invade, en ocasiones, al descubrir que lo que
creíamos ser verdad en realidad no lo era.
Jesús, el Hijo de Dios, cuando vino a esta tierra, habló
mucho sobre la verdad e insistió sobre la importancia de
conocer la verdad o lo verdadero. Esto fue tan notorio en su
discurso y vida que los fariseos reconocieron esto al decirle:
“Maestro, sabemos que eres amante de la verdad, y que
enseñas con verdad el camino de Dios” (Mt. 22:16). Juan,
el escritor de este evangelio, dijo de él: “Y aquel verbo fue
hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria,
gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de
verdad” (1:14). “Pues la ley por medio de Moisés fue dada,
pero la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo” (1:17). Jesús dijo: “Mas el que practica la
verdad viene a la luz” (4:23). En numerosos pasajes de los
evangelios encontramos a Jesús hablando de la verdad, lo
verdadero, la realidad.
Si hay un campo de la actividad humana en la cual el tema
de la verdad se ha relativizado o se ha vuelto difícil de
elucidar es en la religión, y en especial, en la religión
cristiana. Miles y miles de denominaciones, iglesias y sectas
discuten sobre lo que ellos consideran la verdad espiritual o
la verdad bíblica. Esto se ha convertido en una seria
dificultad para muchos, pues, algunos no desean conocer
nada sobre el evangelio al ver tantas divisiones doctrinales,
en las cuales cada quien defiende su posición como la
verdad absoluta, desechando a las demás. ¿Qué hacer
entonces? ¿Nos dejamos seducir por la perplejidad que
causa esta incertidumbre y nos alejamos de la posibilidad de
encontrar la verdad verdadera? ¿Cuál es el camino para
encontrar la verdad?
Hoy veremos, en el discurso del Señor Jesús, que si es
posible conocer la verdad. Que nadie puede escabullirse de
la responsabilidad de encontrarla, arguyendo que es un
asunto difícil o imposible. Hoy Jesús nos enseñará que “uno
de los secretos para obtener la clave del conocimiento es
practicar honradamente lo que sabemos y que, si utilizamos
concienzudamente la luz de que disponemos, nuestras
mentes pronto recibirán más luz”[30]. Hoy aprenderemos dos
claves para conocer la verdad.
1. La primera clave: Tener la disposición adecuada (v. 17)

2. La segunda clave: buscar el ideal adecuado (v. 18)


3. Aplicación práctica (v. 19)

1. La primera clave: Tener la disposición adecuada (v.


17)
“El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la
doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (v
17). En el sermón pasado vimos a los líderes religiosos de
los judíos cuestionar la enseñanza de Cristo porque él no
tenía las credenciales académicas que su sistema de
educación religiosa había establecido, de manera que ellos
cuestionan la doctrina de Cristo. Ahora Jesús le dice a la
multitud que ellos no pueden juzgar tan apresuradamente su
autoridad para enseñar la doctrina correcta, pues, para
discernir la doctrina verdadera se requieren dos elementos
fundamentales: “a. tener la disposición adecuada (v. 17); b.
buscar el ideal adecuado (v. 18)”[31].
El gran problema por el cual los hombres no pueden conocer
si la Palabra de Cristo es la Palabra de Dios, o si Cristo es
el enviado de Dios, es porque no tienen una disposición
honesta para descubrir esto. No hay amor a Dios, ni deseos
de conocer Su voluntad revelada en las Sagradas
Escrituras. Realmente, no es que no haya evidencias de que
Jesús es el Verbo encarnado, sino que no se quiere saber
esto, y mucho menos se quiere hacer la voluntad de Dios.

Entonces, lo que Jesús está diciendo es que sólo podemos


reconocerlo como el enviado del Cielo, con la doctrina
correcta procedente del Padre, si de corazón honesto
queremos hacer la voluntad de Dios tal y como ha sido
revelada en las Sagradas Escrituras. Estos judíos
pretendían obedecer la Ley de Dios, pretendían amar a Dios
a través de la celebración de ritos y ceremonias, pretendían
ser el pueblo de Dios porque estaban dispuestos a dar sus
vidas por causa de su religión y de su pueblo; pero en
realidad no amaban a Dios, no obedecían a Dios, ni tenían
corazones honestos; por tal razón, cuando Dios enviaba a
sus profetas, los cuales les exhortaban fuertemente a causa
de sus pecados; los mataban, ridiculizaban y despreciaban;
lo cual era una prueba fehaciente de que no amaban a Dios
ni querían hacer ni conocer Su voluntad. De manera que
ellos no podían ver en Jesús al Hijo de Dios ni al Mesías
prometido porque sus corazones, sus voluntades estaban
invadidas de oscuridad, de maldad y de odio. Mas, el que
ama a Dios, el que desea conocer Su voluntad, tendrá la
convicción real de que Jesús es lo que dice ser.
En lo que tiene que ver con la fe, el hacer es el camino al
conocimiento, es necesario primero practicar la verdad,
como dijo Jesús en Juan 3:21. Para amar a Dios hay que
conocerlo, pero para conocerlo hay que amarlo, y lo
amamos obedeciendo sus mandamientos. El asunto de la fe
no es meramente algo intelectual, sentimental o emocional;
sino que implica un deseo honesto de conocer la verdad,
pero este deseo se manifiesta en hacer y obedecer la
verdad en la medida que la vamos conociendo; de manera
que llegamos al conocimiento pleno de la verdad solamente
por el camino de la obediencia. En otras palabras, “El
principio que se establece aquí es de inmensa importancia.
Se nos enseña que la claridad del conocimiento depende en
gran medida de una obediencia honrada y que no podemos
esperar ideas claras con respecto a la verdad divina a
menos que pongamos en práctica las cosas que sabemos.
Al vivir a la altura de la luz que tenemos, recibiremos más
luz. Al esforzarnos en hacer las pocas cosas que
conocemos, veremos cómo mejora nuestro entendimiento y
aumenta nuestro conocimiento. ¿Decían estar perplejos los
judíos con respecto a si nuestro Señor procedía de Dios?
Debían hacer honradamente la voluntad de Dios y buscar el
conocimiento en el camino de la obediencia sincera en
cuestiones claras e inequívocas. Al hacerlo serían guiados a
toda la verdad y sus dudas desaparecerían”[32].
El predicador del siglo pasado, Arthur Pink, apuntó a señalar
la verdad contenida en este pasaje cuando escribió: “Uno no
tiene que entrar en un seminario o en un instituto bíblico para
tomar un curso de apologética cristiana con el fin de obtener
la seguridad de que la Biblia es un libro inspirado, o para
aprender a interpretarla. La inteligencia espiritual no viene a
través del intelecto, sino a través del corazón; se adquiere
no por la fuerza del razonamiento, sino a través del ejercicio
de la fe. En Hebreos 11:3 dice, “Por la fe entendemos”, y la
fe no viene por medio de la educación, sino por el oír, y el oír
por la Palabra de Dios”[33].

2. La segunda clave: buscar el ideal adecuado (v. 18)


“El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca;
pero el que busca la gloria del que le envió, éste es
verdadero, y no hay en él injusticia” (v. 18). Esta es la clave
para conocer si la doctrina que un predicador o profeta
anuncia es correcta o no: si busca la gloria de Dios hablará
las palabras de Dios, obedecerá sus santas leyes y
trabajará para que su gloria se manifieste en el mundo. Pero
el que busca su propia gloria se centra en hablar lo que sale
de su mente, lo que desea, lo que considera beneficioso
para sí mismo, doctrinas inventadas por el hombre,
prácticas procedentes de la creatividad humana. “El que, sin
haber sido enviado por Dios, tome bajo su responsabilidad
hablar a los hombres de religión, buscará por naturaleza
engrandecerse a sí mismo y engrandecer su honor. Al
hablar de su propia cuenta hablará de sí mismo e intentará
exaltarse a sí mismo. Aquel que, por el contrario, sea un
verdadero mensajero de Dios y aquel en quien no haya falta
de honradez y rectitud, buscará siempre la gloria del Dios
que le envió por encima de todo. En resumen, una de las
señales de que un hombre es un verdadero siervo de Dios y
realmente ha sido nombrado por nuestro Padre en los cielos
es que busca siempre la gloria de su Maestro por encima de
la propia”[34].

Los falsos maestros, falsos profetas, falsos apóstoles y


falsos pastores pueden ser reconocidos en que hablan más
de ellos mismos, de sus logros, de lo que supuestamente
Dios ha hecho a través de ellos, de sus enormes
capacidades para predicar, enseñar o sanar; de sus
estudios, de sus títulos, de lo grande que es su iglesia o
ministerio; pero poco se enfocan en hablar de Cristo y de
este crucificado.
Lastimosamente este espíritu de autoexaltación es más
frecuente de lo que uno piensa, de manera que cada
predicador y cada pastor, incluso de iglesias bíblicas, debe
cuestionarse si en él no hay reductos del mismo. Arthur Pink,
ya en su tiempo, advirtió sobre ello, cuando comentando
este pasaje dijo: “Qué escrutadora palabra es esta para
todos los siervos de Dios hoy. Cómo condena ese espíritu
de exaltación que a veces, por desgracia, se encuentra
(tememos) en todos nosotros. Los fariseos buscaron “la
alabanza de los hombres”, y han tenido muchos sucesores.
Pero, cuán diferente fue el apóstol Pablo, quien escribió:
“Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no
soy digno de ser llamado apóstol” (1 Cor. 15:9). Y, otra vez,
“A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los
santos” (Ef. 3:8). Y cuán importante es esta palabra de Juan
7:18 para los que están bajo el ministerio de los llamados
siervos de Dios. He aquí una prueba por la cual podemos
descubrir si el predicador ha sido llamado por Dios al
ministerio, o si corrió sin ser enviado. ¿Se magnifica a sí
mismo o a su Señor? ¿Busca su propia gloria o la gloria de
Dios? ¿Habla de sí mismo o de Cristo? ¿Puede decir
verdaderamente con el apóstol: “Porque no nos predicamos
a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor” (2 Cor.
4:5)? ¿Es la tendencia general de su ministerio: He aquí yo,
He aquí mi iglesia, o, He aquí el Cordero de Dios?”[35]
El que busca la gloria de Dios no es injusto, no hace cosas
en pro de su mero bienestar, ni busca sacrificar a otros con
el fin de engrandecerse él. Esta es la diferencia entre Jesús
y los líderes religiosos falsos. Él buscaba la gloria de Dios,
por lo cual estuvo dispuesto a dar su vida y ser sacrificado
por su propio pueblo. Los líderes religiosos buscaban su
propia gloria y esto lo manifestaron en los celos y la envidia
que experimentaban hacia Jesús, a tal punto que planearon
cómo eliminarlo del camino. Cuando nuestro supuesto celo
por la verdad nos lleva a descalificar inmisericordemente a
los demás, en especial aduciendo falta de preparación
teológica, o acusando a los demás de intenciones
pecaminosas, cuando nosotros en realidad no conocemos
el corazón del resto; allí se manifiesta nuestro deseo por
buscar nuestra propia gloria y no la de Dios. La verdad no
requiere que levantemos la espada de la injuria o la
venganza, sino que la proclamemos con nuestra voz y
obediencia, de manera que la claridad de la misma expondrá
a los enemigos de ella.

3. Aplicación práctica (v. 19)


“¿No os dio Moisés la Ley, y ninguno de vosotros cumple
la ley? ¿Por qué procuráis matarme?” (v. 19). Los líderes
religiosos habían acusado a Jesús de ser un iletrado, pero
ahora Jesús les dice que ellos tenían la letra de la Ley, mas
no la obediencia a ella. Ellos tenían títulos teológicos
basados en el conocimiento de la Ley de Moisés, pero no se
sujetaban a la misma. El maestro titulado del cielo es justo,
pero los maestros centrados en el conocimiento meramente
humano, así sea de la Palabra de Dios, están atestados de
injusticias, como el asesinato, el odio, los celos, entre otros.
Los judíos se jactaban de ser el pueblo de Dios, de ser los
receptores de la Ley santa del Señor, de sentarse en la
cátedra de Moisés a diferencia de los pueblos paganos que
le rodeaban, sin embargo, solo sus mentes y libros estaban
llenos de la Ley, pues, sus corazones estaban vacíos de
ella. El principalmente mandamiento de la Ley es el amor a
Dios y al prójimo, pero los corazones de estos versados de
la religión estaban llenos de odio y muerte. Jesús estaba
leyendo los corazones de estos hombres religiosos, y
describió lo que estaban planeando los líderes: eliminarlo del
camino mediante la muerte. Esto era contrario a lo que
promulgaba la Ley que decían amar y honrar. Aquí
nuevamente Juan pone de manifiesto la omnisciencia del
Verbo hecho carne. Él, y solo él, puede conocer lo que hay
en el corazón humano, sin importar lo recóndito u oculto que
se tengan los pensamientos.

Es más común encontrar esta contradicción de lo que


pensamos: por un lado somos los más acérrimos
defensores de la doctrina pura, bíblica y ortodoxa; mientras
que al mismo tiempo nos estamos matando entre nosotros
mismos, nos comemos entre nosotros mismos, nos
descalificamos, usamos el púlpito, las conversaciones
personales, las conferencias, convenciones, los libros, el
internet, el Facebook y todos los medios posibles para dañar
y desechar a otros siervos de Cristo, y a otros hermanos en
la fe. Y cuando hacemos esto nos olvidamos de la Ley
principal, que es el amor. Hoy día se ha vuelto común
afirmar que el amor no debe estar por encima de la doctrina,
y es verdad, pero se suele afirmar esto no en un sano
equilibrio, sino con el fin de justificar nuestras actitudes
malvadas, destructivas, egoístas; nuestra falta de amor y
misericordia en lo que hacemos, en lo que decimos y en lo
que juzgamos.
“Respondió la multitud y dijo: Demonio tienes; ¿quién
procura matarte?” (v. 20). Buena parte de los que
escuchaban a Jesús no sabían lo que estaban tramando los
líderes religiosos, por esa razón ellos preguntan extrañados
¿quién procura matarte? Y lo acusan de tener demonio, es
decir, de hablar cosas sin sentido, como suele hablar una
persona bajo posesión demoníaca o locura. Al parecer, los
líderes religiosos eran tenidos en alta estima por esta
multitud, pues, les cuesta creer que alguien esté tramando
dar muerte a Jesús. Prefieren pensar que ese hombre que
ha hecho tantos milagros y bienes al pueblo, está poseído
por el demonio, que pensar que sus líderes religiosos tengan
corazones malvados. “El episodio sucedido aquí en
Jerusalén se ha repetido muchas veces en la historia, a
escala reducida. Por ejemplo, unos pocos líderes de
posición elevada, llenos de envidia, traman la destrucción de
esta o aquella persona. Trazan los planes con gran
habilidad. La trama tiene éxito. La gente no suele nunca
darse cuenta de lo sucedido. Si la presunta víctima de los
líderes y de su envidia les hubiera dicho alguna vez
claramente, “estos líderes están tramando destruirme”,
hubieran contestado: “!Vamos, tienes un demonio, o por lo
menos un complejo de persecución! Nadie está tratando de
hacerte ningún daño”[36].

Aplicaciones:
Primero quiero dirigirme a los predicadores. Amado
hermano, si Dios te ha llamado para esta sagrada misión,
eres portavoz del Padre, eres vocero de la doctrina de vida,
vocero del cielo. No desperdicies ninguna oportunidad para
conocer más y profundamente esta doctrina, ¿cómo?
Escudriñando las Escrituras bajo intensa oración y
dependencia del Espíritu Santo. Puedes leer y consultar lo
que otros santos hombres de Dios han comentado sobre
ella durante la historia de la iglesia, puedes leer libros de
autores que están en armonía con la interpretación histórica
de la Palabra (ojalá te centraras en leer autores del pasado,
hombres que empezaron y terminaron bien su carrera); pero
lo más importante, lo más esencial, lo fundamental es
conocer la Palabra de Dios, vivirla, orarla, cantarla,
meditarla, experimentarla; sólo así podrás predicar con
autoridad y con la plena confianza de que estás enseñando,
no tu doctrina, no tus dogmas, no tus apreciaciones; sino, en
realidad, la Palabra de Dios, la doctrina del cielo. Por tal
razón, e imitando a Jesús, quien frecuentemente predicaba
la Palabra escrita de Dios (aunque él es la Palabra viviente
del Padre), practica la predicación expositiva. Sólo a través
de esta clase de predicación podrás tener la seguridad de
que predicas la Palabra de Dios. Céntrate en los textos
bíblicos y olvídate de hablar de tus experiencias, de tus
sueños, de tus visiones, o de tus propias historias. Eso
podrá despertar el interés y la admiración de las personas;
eso podrá crear emociones en torno a tu predicación, eso
podrá despertar a los que se duermen en los cultos; pero no
podrá darles vida ni transformarlos. Esto solo lo puede hacer
la Palabra de Dios, la doctrina del cielo. Jesús predicaba
con autoridad, porque anunciaba las verdades del Padre, tú
puedes y debes predicar con autoridad, no a través de
fuertes emotividades, sino centrado en una sola cosa: La
Palabra de Dios, y cuando haces esto, puedes tener la plena
certeza y autoridad de decir: escuchen la voz del Padre,
escuchen la Palabra de Dios.
Amigo, Jesús dijo que todo aquel que quiera saber si la
doctrina de Cristo es verdadera, debe querer hacer la
voluntad de Dios. ¿Ya entiendes por qué aún no puedes
creer en Jesús como tu Señor y Salvador? No es por falta
de evidencias, o de claridad en su mensaje, o por la
conducta incongruente de algunos que se llaman cristianos;
no, la razón es que tienes deseos contrarios a la voluntad de
Dios. Quieres hacer tu propia voluntad, quieres andar en tu
propio camino, y quieres pensar lo que deseas; pero esto
sólo te conducirá a la destrucción eterna y a la miseria
espiritual en esta vida y en la eternidad. Amigo ¿Por qué no
tratas de conocer cuál es la voluntad de Dios revelada en Su
Palabra? En la medida que la conozcas, pídele al Padre que
te dé el poder para hacerla y amarla, y más pronto de lo que
piensas, al amar y hacer la voluntad de Dios, estarás
amando a Cristo y reconociendo que él es el Mesías, el
Salvador, el Hijo de Dios, tu Rey y Señor.
Amado hermano, ¿Hay doctrinas que te son difíciles de
comprender? ¿Aún tu amor por el Salvador y por Dios es
muy pobre? ¿Aún tu santidad es muy débil? Atiende a las
palabras de Cristo. El camino de la obediencia a lo poco que
comprendes de la Palabra te llevará a amarla con más
fuerza, y en la medida que la ames y la cumplas, la
entenderás con mayor claridad. No es necesario leer tantos
libros o escuchar cuanto mensaje se encuentre en el
internet para poder interpretar vivificadoramente las
Escrituras, lo principal que se requiere es un corazón
honesto, una voluntad dispuesta y una obediencia activa y
constante. El mejor intérprete de la Palabra es la obediencia.
Entre más la obedeces, más la conoces y más la
comprendes correctamente. Cuán torpes somos cuando
pensamos que necesitamos leer muchos libros o escuchar
muchas conferencias para comprender la Palabra, pues, así
podemos alcanzar conocimiento intelectual y académico,
pero vacío e infructuoso; la obediencia y el amor de Dios es
lo principal que se requiere para adquirir el conocimiento
necesario y suficiente para nuestra salvación.
Juzgando con justo juicio. Juan 7:21-24

Introducción:
Una de las más importantes razones por las cuales
encontrar la verdad se hace tan difícil, es porque tenemos
una gran incapacidad para juzgar correctamente las cosas.
Nuestra mente, nuestro conocimiento, nuestros sentidos y
nuestras interpretaciones están tan corrompidas por el
pecado que no todo lo que vemos brillar es oro, ni todo lo
que vemos cubierto de polvo es insignificante. Nuestros
mejores juicios están atestados de injusticia, es decir, de
mentiras, de falsedad, de oscuridad; pues, nos basamos
solamente por la apariencia. Incluso, los mejores profetas o
videntes se equivocaron al juzgar algunas cosas, y así como
Samuel pensó que el hijo más alto, fornido y hermoso de Isaí
debía ser el próximo rey de Israel, pero Dios le dijo que
había escogido al menor, al más insignificante para su
familia, al que le asignaban las tareas más humillantes;
igualmente, los seres humanos somos incapaces de juzgar
correctamente todas las cosas.

Jesús fue despreciado por la casta alta de la religión judía


debido a los malos juicios conque lo juzgaron. Él era el Hijo
de Dios, pero ellos veían la apariencia de las cosas y sólo lo
miraban como el hijo de una familia pobre. Él era el Verbo
encarnado, la Palabra de Dios, la sabiduría en carne
humana; pero ellos sólo veían a un ignorante galileo. Él era
el cumplimiento de los tipos y figuras representadas en las
fiestas y ceremonias del Antiguo Testamento, caminando en
medio de las mismas, pero ellos sólo veían a un predicador
loco y endemoniado que agitaba a las multitudes con sus
discursos populistas. Él era el verdadero reposo anunciado
por el Sabat judaico, pero ellos veían en él a un violador del
santo día de descanso. Él era el sanador, el redentor, el
misericordioso Padre Eterno; pero ellos vieron en Él a
alguien que hacía milagros por el poder del diablo. Él era el
maestro venido del cielo para enseñar la verdad, pero ellos
sólo veían en él a un engañador. Él era el Rey de reyes y el
Rey prometido de la descendencia de David, pero ellos sólo
veían en él al hijo de un insignificante carpintero.

Hoy veremos cómo Cristo condena a la falsa religión y a los


falsos juicios que solemos hacer, llamándonos a practicar la
verdad a través de juicios justos: Juzgando con justo juicio.
Para una mejor comprensión de nuestro texto los
estructuraremos así:
1. La causa de un juicio injusto (v. 21)

2. Demostrando el juicio injusto (v. 22-23)


3. Corrigiendo el juicio injusto (v. 24)
1. La causa de un juicio injusto (v. 21)
“Jesús respondió y les dijo: Una obra hice y todos os
maravilláis” (v. 21). En el pasaje anterior vimos que los
líderes religiosos de los judíos juzgan a Jesús como un
maestro iletrado y no apto para instruir al pueblo, pues,
según ellos, no tenía credenciales académicas y teológicas;
pues, era hijo de un humilde carpintero, nacido en la lejana y
gentil provincia de Galilea; según ellos no pertenecía a la
realeza, ni a las grandes familias sacerdotales ni estudió en
las grandes, reconocidas y acreditadas escuelas rabínicas
de su tiempo. Para ellos él era un don nadie. Luego vimos
que Jesús les respondió afirmando que, aunque él no era un
maestro titulado de sus seminarios más afamados, él traía la
verdadera doctrina, la que se enseña en la escuela del cielo,
porque él es un maestro titulado del Padre, habiendo
aprendido en Su celestial escuela, en el seno de la
Santísima Trinidad. De manera que Jesús los invita a
ejercitarse en aquellas cosas que son esenciales para
saber si la enseñanza de un maestro es verdadera o no:
practicar la verdad, en la medida que se va comprendiendo y
buscar la gloria de Dios.

Ahora, desde el verso 21, Jesús sigue confrontando a los


líderes religiosos y les muestra que la perspectiva que ellos
tienen de la verdad es errada, pues, está basada en
presuposiciones falsas y en conocimientos distorsionados
de las Escrituras, ya que ellos pusieron las tradiciones de
los hombres por encima de la verdad divina, y, en especial,
porque ellos interpretaban y aplicaban la Palabra de Dios sin
el elemento esencial: el amor y la misericordia. Aunque es
importante observar que Jesús no respondió a las palabras
blasfemas del pueblo cuando le dijeron que él actuaba como
un endemoniado porque les dijo que lo querían matar. Jesús
sabía que esta multitud desconocía lo que los líderes
religiosos estaban planeando. Por lo tanto, él no responde al
pueblo, sino que se enfoca en confrontar a los verdaderos
culpables. ¡Cuán sabio es nuestro maestro, al no andar
respondiendo a cada uno las ofensas que levantaban contra
él! Sigamos sus pisadas también en esto.

Ya él les dijo que el maestro verdadero, el que predica la


verdad, no es injusto, pero ellos, como maestros de Israel,
estaban atestados de injusticias. Y una de ellas es que
estaban buscando la manera de matar a Jesús, el maestro
venido del cielo, lo cual evidenciaba que estaban actuando
en contra del gran principio del amor que se expresaba en la
misma Ley que ellos decían seguir. Ahora Jesús tomará el
suceso principal que estos líderes habían tomado como
base legal para procesarlo: La curación del paralítico del
Estanque de Betesda en día sábado, para mostrarles que
sus mejores juicios estaban invadidos de injusticia y eran
contrarios a la verdad, es decir, opuestos a lo que enseñaba
la totalidad de la Biblia. Ahora Jesús les mostrará que ellos
como maestros de la Palabra caían en muchas
contradicciones, debido a la falta de amor y misericordia.
Ellos se sorprendieron o maravillaron, no en un sentido
positivo, sino en el negativo, en el de la crítica, el desprecio,
la murmuración y la descalificación; porque Jesús había
sanado a un hombre en el día de reposo y le había mandado
a llevar su litera sobre los hombros; lo cual, según la
legalista interpretación de los fariseos no se podía hacer en
el día de reposo. Pero ahora Jesús les mostrará, usando a
la misma Ley, que ellos estaban equivocados, y que los
actos de misericordia no solamente son permitidos, sino
mandados a practicar en el día de reposo. Además, si sanar
a un hombre en el día de reposo era pecado, entonces ellos,
los líderes religiosos, tenían más culpa, pues, Jesús solo
sanó a un hombre en el día sábado en Jerusalén, pero ellos
practicaban muchas circuncisiones en el mismo día.

2. Demostrando el juicio injusto (v. 22-23)


“Por cierto, Moisés os dio la circuncisión (no porque sea de
Moisés, sino de los padres); y en el día de reposo
circuncidáis al hombre. Si recibe el hombre la circuncisión
en el día de reposo, para que la ley de Moisés no sea
quebrantada, ¿os enojáis conmigo porque en el día de
reposo sané completamente a un hombre?” (v. 22-23).
Aquí está el meollo del asunto y la clave de la argumentación
de Jesús para demostrarles a ellos que estaban
equivocados en su juicio, en su interpretación y en las
acusaciones. Para ello toma el rito de la circuncisión, el cual
no sólo fue dado por Moisés en la Ley, sino que procedía de
los padres, es decir, fue ordenado a los patriarcas y fue
practicado por ellos (Abraham, Isaac, Jacob, etc). Los
líderes judíos habían olvidado que, aunque este rito fue
ordenado en la Ley de Moisés, no era algo exclusivo de esta
Ley, sino que le pertenecía a los padres. Jon Gill comparte
un extracto de un documento judío en el cual se decía: “No
nos circuncidamos porque Abraham nuestro padre, en quien
hay paz, se circuncidó a sí mismo, sino porque el santo y
bendito Dios nos mandó a través de Moisés que fuésemos
circuncidados, como fue circuncidado Abraham nuestro
Padre”, pero sin duda, hubiese sido vinculante para ellos,
aun si Moisés no hubiera dicho nada al respecto”[37].
Suele suceder que algunas facciones de la iglesia se
apropian de algunas verdades doctrinales porque algún líder
del pasado las expuso de manera más clara, y empiezan a
adjudicarlas a este o aquel maestro; pero se olvidan que son
verdades dadas para la iglesia de manera universal. Es así
que aquellas verdades conocidas como calvinismo, es decir
las doctrinas de la gracia, no le pertenecen a Calvino ni a los
calvinistas, sino que, al ser doctrinas claramente
expresadas en la Palabra de Dios, son de la Iglesia
universal, y toda la iglesia debiera conocerlas y creerlas, así
no les llamen doctrinas calvinistas.
Jesús les recuerda que la Ley sobre el rito de la circuncisión
decía que todo hijo varón del pueblo de Israel debería ser
circuncidado a los 8 días de nacido, independientemente de
si este día coincidía con el sábado, es decir, con el día de
reposo o no. Los sacerdotes y las persona encargadas de
hacer esta mutilación del prepucio del órgano viril masculino
no debían dejar de hacerlo, así se tuviera que practicar en el
Sabbat. Pero, a la misma vez, la ley del sábado ordenaba no
realizar trabajo alguno en ese santo día. Por lo tanto, ¿qué
ley primaba? ¿Cuál se debía obedecer de manera
prioritaria: la de no hacer trabajo alguno o la de la
circuncisión? ¿Había contradicción entre estas dos leyes?
De ninguna manera. La contradicción se encontraba en la
interpretación y la práctica de los rabinos y de los líderes
religiosos, mas no en la Palabra de Dios. Pues, el día del
Señor es una obra de Dios, la circuncisión era una obra de
Dios, y entre sus obras no hay contradicción. De manera
que la Ley del reposo el séptimo día no incluía las obras del
Padre, obras que el Hijo también hace.
La prohibición de hacer trabajo alguno en el día de reposo
no incluía las obras de misericordia, sino aquellas cosas que
no eran necesarias o que se basaban en el bienestar
meramente personal y egoísta. La circuncisión, como un rito
de purificación ceremonial e inclusión dentro del pueblo del
pacto era un acto de misericordia, necesario y fundamental;
por esa razón la Ley de Moisés no prohibió que se ejecutara
incluso en el día de reposo. Por lo tanto, en la
argumentación de Jesús, si lo que tenía que ver con la
purificación de un miembro del cuerpo humano era una obra
necesaria aún en el día de reposo, ¿cuánto más la curación
del hombre completo?

La fuerza del argumento es contundente: los líderes


religiosos estaban acusando a Jesús de hacer lo que la
misma Ley permitía y ordenaba. Sanar el cuerpo, y el alma,
era mucho más importante que la circuncisión de un solo
órgano del cuerpo, y esto también se podía hacer en el día
sábado. No sólo se podía, sino que se debía hacer, pues, en
este día se representaba el reposo de Dios para su pueblo,
y el paralítico recibió el reposo de su enfermedad y aflicción
en el día Santo, haciendo que aún cobrara más fuerza para
él el significado del mismo.
Es como si Jesús les hubiese dicho: “Aun entre vosotros
circuncidáis a un niño en el día de reposo a fin de que no
sea quebrantada la ley de la circuncisión que Moisés,
vuestro gran legislador, sancionó y confirmó. Admitís, pues,
el principio de que hay algunas obras que se pueden hacer
en el día de reposo. ¿Es justo, entonces, enojarse conmigo
porque haya hecho con un hombre una obra mucho mayor
que la circuncisión en el día de reposo? No he herido ese
cuerpo, sino que lo he sanado. No he llevado a cabo una
obra purificadora con una parte de él, sino que he
restaurado la salud y las energías a todo su cuerpo. No he
llevado a cabo una obra necesaria en un único miembro de
su cuerpo, sino una obra necesaria y beneficiosa para el
hombre entero”[38].

Los rabinos habían convertido la Ley de Dios en una


esclavitud para el pueblo, le habían quitado el gozo de
cumplirla, pues, se había convertido en una pesada carga al
despojarla de su espíritu correcto, del amor y de la
misericordia. Por esa razón Jesús tuvo que decirles en otra
ocasión: “El día de reposo fue hecho por causa del
hombre, y no el hombre por causa del día de reposo” (Mr.
2:27), es decir, el día de reposo y todas sus prohibiciones
no están por encima del verdadero bienestar del ser
humano, pues, este día fue dado, precisamente, con el fin de
que el hombre tuviera descanso, paz y restauración.

Ahora, siendo que los seres humanos seguimos con la


tendencia de interpretar mal la Palabra de Dios,
acomodándola a nuestros egoístas y pecaminosos deseos,
es necesario precisar que en este pasaje Jesús no está
devaluando la importancia y la perpetuidad de guardar el día
de reposo. Ni siquiera está diciendo que la circuncisión es
un rito mayor o más antiguo que el día de reposo, ya que
este último fue dado mucho antes que el rito para los niños
varones, al principio, en el paraíso. Jesús tuvo un profundo
respeto por el día de reposo, y lo guardó a la perfección, así
como todo creyente debe guardarlo en todos los tiempos,
siguiendo la renovación que se hizo con la resurrección de
Jesús y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, en los
cuales el día de reposo pasó de ser el último día de la
semana, al primer día, es decir, el día domingo.

3. Corrigiendo el juicio injusto (v. 24)


“No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo
juicio” (v. 24). He aquí la aplicación práctica que Jesús hace
de su argumentación. Juzgar con justo juicio consiste en
tomar en consideración todos los elementos, y no solamente
aquellos que nos parecen favorables o acordes con lo que
queremos. Los líderes religiosos consideraban legítimas
algunas obras cuando ellos las practicaban en el día de
reposo, pero cuando era el Señor quien las hacía, las
consideraban ilegítimas. Condenaban a otros por aquello
que ellos mismos hacían. Malo si lo hacen otros, bueno si lo
hago yo.

Aquí Jesús les dice a los judíos: “No juzguéis lo que he


hecho según las apariencias. Sin duda hice la obra en el día
de reposo. ¿Pero de qué clase de obra se trataba? Era un
acto de misericordia para paliar una necesidad y, por tanto,
un acto legítimo como la circuncisión que vosotros mismos
lleváis a cabo en el día de reposo. En apariencia fue
quebrantado el día de reposo. En realidad, no lo fue en
absoluto. Juzgad con justo juicio. No condenéis
apresuradamente un acto como este sin examinarlo a
fondo”[39]. Cuando se quiere buscar algo para condenar en
otro, se hacen juicios precipitados y parciales.
Ahora, muchas personas han seguido un juicio falso que se
hace sobre Jesús: ese juicio que dice que él solo es amor,
ternura y paciencia; aunque todas estas virtudes se
encuentran en él, de manera perfecta, él también es ira,
santidad y juicio. Si leemos los evangelios, es decir, si
consideramos la realidad de manera objetiva, nos daremos
cuenta que Jesús enfrentó fuertemente el pecado. Él
confrontó el pecado de todos los que caminaron con él, así
como hace hoy con todo aquel que desea seguirlo.
Pero Jesús nos enseña que, si queremos honrar a Dios y
hacer su voluntad, lo cual nos conducirá a encontrar la
verdad de todas las cosas, es necesario aprender a juzgar
correctamente. Primero, aprender a juzgar las doctrinas y
enseñanzas bíblicas. Necesitamos conocer los propósitos
espirituales de Dios en aquellas cosas que él nos ha
mandado. Si somos enseñados por la Palabra de Dios,
seremos capaces de juzgar correctamente toda clase de
asuntos. Un buen lugar para empezar es con el resumen
que hace Jesús de la Ley de Dios en los dos grandes
mandamientos: amar a Dios y amar al prójimo. Estos dos
mandamientos se convierten en la mejor guía para juzgar
todas las cosas correctamente.
Debemos preguntarnos, por ejemplo, si tenemos dudas
sobre lo que debemos o no hacer en el día del Señor: ¿Esto
que quiero hacer promueve la adoración a Dios, o forma
parte de la corriente de este mundo que ignora el santo día
del Señor? ¿Esto me ayudará a disfrutar de la obra
redentiva de Dios? ¿Esto expresa el amor de Dios hacia
otras personas, o solamente estamos pensando en servir a
nuestros deseos e intereses? La curación que hizo Jesús
cumplió el propósito para el cual fue dado el día de reposo,
hacer en él las obras de Dios. Igualmente, nosotros
necesitamos comprender el propósito de Dios para todas
las cosas, y a través de la búsqueda humilde de la voluntad
del Señor, en la Biblia, nosotros podemos discernir
correctamente todos los asuntos de esta vida; no mirando
solamente la apariencia sino, percibiendo la realidad
espiritual de las mismas. Esta es una obligación que Jesús
pone sobre nosotros y debemos aplicarnos diligentemente
en alcanzarlo.
De manera que aquí hay un mandato positivo, y otro
negativo. El positivo es la responsabilidad de juzgar con justo
juicio. La Biblia nos manda a evitar a los falsos profetas, a
no seguir las enseñanzas de los falsos maestros. Ella nos
habla de falsos apóstoles y falsas doctrinas. De espíritus de
error y engaño. Para poder discernir todo esto necesitamos
ejercitarnos en el juicio. No es cierto que no debemos juzgar
en ningún caso. Pero, por otro lado, Jesús nos manda a
evitar los juicios precipitados, parcializados y sin considerar
todos los hechos en sí.
Este es uno de los grandes problemas de la humanidad, y de
todos los creyentes. Somos muy veloces para juzgar a los
demás, sus actos, sus palabras, sus omisiones; sin antes
considerar a cabalidad de manera certera todos los
elementos de juicio, nos apresuramos a juzgar según lo que
vemos. Pero siendo que nos es difícil conocer de manera
completa el cuadro que nos permita determinar con certeza
algo, lo más recomendable es no juzgar, sino, esperar en el
Señor que la verdad salga a flote. Obvio, hay que juzgar las
doctrinas, hay que juzgar otras cosas necesarias, pero
evitemos entrar en juicios innecesarios o apresurados sobre
cosas en las cuales nos podemos equivocar. Como dijo
Juan Carlos Ryle: “El principio aquí establecido es de
inmensa importancia. No hay nada tan común como juzgar
demasiado favorablemente o demasiado desfavorablemente
las naturalezas y los actos a partir de la mera apariencia
externa de las cosas. Tendemos a formarnos opiniones
prematuras de los demás, ya sean buenas o malas, sobre
una base muy deficiente. Afirmamos que unos hombres son
buenos y otros malos, unos piadosos y otros impíos, sin
contar con otra cosa que las apariencias para tomar nuestra
decisión. Haríamos bien en recordar nuestra ceguera y
tener este texto en mente. Los malos no siempre son tan
malos ni los buenos tan buenos como parecen. Un trozo de
piedra puede estar recubierto de papel de estaño y tener un
aspecto brillante. Una pepita de oro puede estar cubierta de
suciedad y parecer un desecho. Las obras de un hombre
pueden parecer buenas a primera vista y, sin embargo, quizá
pronto descubramos que están guiadas por los propósitos
más viles. Las obras de otro hombre pueden parecer muy
dudosas en primera instancia y, sin embargo, quizá
descubramos con el tiempo que son verdaderamente
piadosas. ¡Que Dios nos libre de juzgar por las
apariencias!”[40]

Aplicaciones:
Debemos tomar muy en serio las palabras de Cristo cuando
nos exhorta a no juzgar según las apariencias. No lo
debemos hacer en la vida diaria, no lo debemos hacer con
los hermanos en la fe, no lo debemos hacer con muchos
asuntos de la vida. Nos engañamos muy fácilmente al medir
las cosas según lo que vemos, pues, siendo que no
conocemos todas las cosas, a la luz de la verdad, y que no
somos aún muy firmes en el amor, en buscar la gloria de
Dios y en obedecer su Voluntad; somos más propensos a
juzgar basados en prejuicios pecaminosos o en los deseos
egoístas que nos invaden. Seamos cautos y lentos en
juzgar, así evitaremos caer en situaciones de las que luego
nos tendremos que lamentar. Sopesemos todo a la luz de la
Palabra, oremos y esperemos en el Señor. No expresemos
apresuradamente nuestros juicios, primero oremos por ellos
el tiempo suficiente para que Dios nos lleve a tener más
comprensión del asunto. Pero, a la misma vez, seamos
diligentes en aprender a juzgar las cosas según la voluntad
de Dios revelada en Su Palabra, en especial, aquellas cosas
que se relacionan con nuestra práctica cristiana y cotidiana.
¿Queremos publicar algo en Facebook? Analicemos a la luz
de la Palabra, bajo intensa oración cuáles son las
motivaciones, qué queremos lograr con ello, ¿es eso
bueno? ¿Se corresponde con el amor a Dios y al prójimo?
¿Propenderá por la gloria de Dios o por la nuestra? ¿Es
conforme a la verdad o se relaciona más con los prejuicios
que tengo de algo o de alguien?

Tengamos cuidado a la hora de juzgar los actos de otros,


pues, en ocasiones condenamos lo que otros hacen, porque
pensamos que sus objetivos son malos; cuando nosotros
también hacemos los mismos actos, pero nos justificamos
pensando que los nuestros si tienen objetivos buenos. He
visto en Facebook que algunos pastores condenan las
conferencias teológicas y convenciones que algunas
iglesias o instituciones hacen, pero, al mismo tiempo ellos
hacen conferencias y convenciones. ¿Cuál es la razón para
condenar lo de otros y justificar lo nuestro? Basarnos en las
apariencias y en el juicio injusto y parcial.
Amigo, ya has visto que la capacidad para juzgar justamente
no está en nosotros mismos, pues, nuestras inclinaciones
pecaminosas y egoístas nos llevan a despreciar lo que
debemos amar, y a amar lo que debiéramos despreciar.
Consideramos de gran valor lo que tiene apariencia de oro,
pero no es más que hojalata; y devaluamos el verdadero
oro, porque nos parece barro inservible. Por ello necesitas
venir a Jesús, quien es la verdad, y nos lleva a juzgar con
integridad todas las cosas. Lee la Palabra de Dios y ora al
Padre para que te ayude a usar sus doctrinas y verdades
para juzgar correctamente todas las cosas. Si haces esto,
llegarás a la conclusión que los placeres más atractivos y
las glorias de este mundo, no son más que pútridos
gusanos, causantes de miseria, soledad y aflicción. Pero si
lees la Biblia, y oras humildemente para que Dios te de
sabiduría para juzgar todas las cosas de esta vida y las de la
eternidad, pronto te encontrarás rendido a los pies del
verdadero sentido de la vida: Jesús, nuestro Rey, nuestro
maestro, nuestro Señor y nuestro Salvador.
Linaje espiritual: Hijos de Dios e hijos del
diablo. Juan 8:37-47

Introducción:
En las antiguas épocas, donde las monarquías gobernaban
a las naciones, el linaje de una persona determinaba, en
gran medida, la posición social que tendría y la aceptación o
rechazo entre el pueblo. Nacer con un apellido de abolengo
era considerado un privilegio especial, o ser de determinada
familia era un asunto de gran relevancia.
Incluso, la gente podía reconocer a un príncipe o alguien de
alcurnia al observar la educación, la cultura, los modales y la
formación de la persona.
Los judíos eran especialistas en llevar largas y minuciosas
genealogías, a través de las cuales ostentar el origen racial
que tenían. Precisamente, una de las argumentaciones que
frecuentemente usaron para rechazar el mensaje de
salvación del Mesías, es que ellos no necesitaban de una
obra de redención, pues, se consideraban las únicas
personas verdadera y espiritualmente libres de
condenación, a causa de su origen racial.
Pero el misericordioso Jesús los confronta diciéndoles que
ellos, en realidad, son esclavos, así como el resto de la
humanidad, debido a que han convertido el pecado en un
hábito diario. Jesús les dijo que ellos necesitan la Luz que
vino del cielo y al Gran Liberador. Pero ellos insisten en
recurrir a su abolengo para demostrar que no son esclavos
espirituales y no necesitan al Salvador.
Por ello, Jesús ahora les mostrará que lo más importante en
este mundo no es el linaje sanguíneo, sino el linaje espiritual,
pues, éste determina lo que somos, lo que creemos, lo que
practicamos y la verdadera condición espiritual y eterna. Y a
este linaje santo sólo se entra por medio de la verdadera fe
en Jesucristo.
Hoy veremos a Jesús enseñándonos que solo hay dos
linajes espirituales en el mundo: el Linaje del Padre Celestial
y el linaje del diablo. ¿Te gustaría saber cómo identificar en
cuál de los dos linajes estás?

“Sé que sois descendientes de Abraham; pero procuráis


matarme, porque mi palabra no halla cabida en vosotros”
(v. 37). Jesús les deja ver a estos nuevos seudo discípulos,
que su pretensión de ser hijos de Abraham, y miembros del
pueblo del Pacto, agrava más la situación espiritual de ellos,
pues, “hacía sobresalir con mayor claridad su actitud, en
toda su atrocidad, su actitud pecaminosa hacia el Cristo de
Dios”[41]. El hecho de que lo quisieran matar era una prueba
irrefutable de que ellos no eran descendientes espirituales
del patriarca Abraham, pues, él mismo esperó ver al Cristo,
sus hijos desearon verlo, pero estos judíos desean matarlo
(5:18; 7:19, 25; cf. 7:30, 32, 45; 8:59). Siendo que ellos
están actuando en contra de lo que buscaban y amaban sus
padres en la fe, ellos no son hijos espirituales de Abraham,
sino que, como luego dirá Pablo, son hijos de Abraham solo
los verdaderos creyentes (Ro. 4:11, 12; Gá. 3:7, 29).
Es muy usual que algunas personas o grupos o sociedades
utilicen la bandera de un prócer, de un reformador, de un
filósofo o un personaje influyente de la antigüedad; con el fin
de dar más firmeza a los postulados que promulgan o la
doctrina que profesan; pero, cuando revisamos lo que ese
prócer o reformador creía, enseñaba y practicaba, nos
damos cuenta que sus nuevos discípulos no sólo no creen ni
practican lo que el personaje antiguo era, sino que son tan
contrarios a él que nos asombramos al ver personas que
son capaces de engañarse a sí mismas de esa manera.
Hemos conocido de iglesias Luteranas, es decir, afines con
Lutero (supuestamente) que son tan contrarias a él, su
doctrina y práctica; que, para cualquier incauto que no
conozca realmente la doctrina luterana original, quedaría
con tan mala impresión de Lutero, que lo condenaría al
infierno. Pero, la realidad es que muchos modernos
luteranos son enemigos de Lutero, aunque lleven su apellido.
Igualmente sucede con muchos modernos presbiterianos,
calvinistas, Reformados, Bautistas y otros que osan llevar el
nombre de Puritanos. La doctrina y práctica de estos es
distinta y, en muchos casos, antagónica a lo que ellos creían
y practicaban.
Ahora, ¿Por qué ese trato hostil de los judíos hacia Cristo?
Porque mi palabra no haya cabida en vosotros. Es decir,
estos judíos querían ser discípulos de Cristo porque
anhelaban que él los liberara del Imperio Romano, de la
pobreza y el desprecio de que eran objeto; más no querían
seguir a Jesús en su doctrina, pues, la encontraban difícil de
soportar y practicar. Ellos querían engañarse a sí mismos
identificándose como cristianos, pero creyendo y
practicando lo puesto al Cristo. Esta forma de autoengaño
no ha desaparecido, sigue vigente hoy día, y me temo, en un
alto porcentaje de aquellos que portan el nombre de
cristianos. Hoy día hay una nueva casta de “judíos” que
buscan a Cristo por fines equivocados. Quieren a un Cristo
sanador, liberador, benefactor, enriquecedor; pero no aman
su doctrina y mucho menos sus mandamientos.
Porque mi Palabra no haya cabida en vosotros. Es decir,
ellos eran simples oyentes. Y esta es una de las cosas
fundamentales que diferencia a un salvo de uno que no lo
es. El salvo es aquel que recibe con mansedumbre la
palabra implantada (Stg. 1:21) y la guarda en su corazón
(Sal. 119:11). El creyente da a esa palabra el lugar de
confianza, de honor, de gobierno y de amor que sólo ella
merece. En cambio, el hombre mundano no da lugar a la
Palabra en su corazón porque ella es demasiado espiritual,
demasiado santa, demasiado escrutadora. Él está lleno con
sus propias preocupaciones, y está demasiado ocupado
para dar a la Palabra de Dios la verdadera y necesaria
atención. Pero un día no podrá escapar de esta palabra,
aunque será demasiado tarde: “El que me rechaza, y no
recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que
he hablado, ella le juzgará en el día postrero” (Juan 12:48).
“Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros
hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre” (v. 38).
A pesar del apego religioso que tenían estos judíos a la Ley
y las tradiciones relacionadas con la Palabra de Dios, y a
pesar de que acaban de hacer una profesión de fe externa
en el Cristo, Jesús les dice que hay una diferencia radical
entre ellos, pues, el padre de él y el padre de ellos, en
términos espirituales, son distintos y opuestos. Tanto Jesús
como los judíos vienen de una misma línea genealógica en la
carne y en la religión, pero no pertenecen a la misma línea
espiritual. Cada quien cree y hace lo que conoce y escucha
de su propio padre. No es posible librarse de la influencia de
la autoridad paterna. Practicamos lo que vemos hacer en
nuestra casa. Así, Jesús cree, dice y hace lo que vio y oyó
de su Padre celestial durante toda la eternidad, en esa
hermosa relación estrecha que se da entre la Santísima
Trinidad. Pero estos judíos, así como todos los incrédulos,
hacen y creen lo que oyeron y vieron en su padre tenebroso:
el diablo.
A pesar de que leían las Escrituras y cumplían con todas las
ceremonias y ritos impuestos en la Ley de Moisés; a pesar
de que hacían largas oraciones, practicaban la circuncisión
y hacían sacrificiales peregrinaciones hacia el Templo Santo
de Jerusalén; y a pesar que ellos ahora se identificaban
como discípulos de Jesucristo; ellos obedecían e imitaban,
no al Dios de las Escrituras, no al Dios de Moisés, no al
Dios de Abraham, no al Dios de Jesucristo, sino al dios de
este mundo: a Satanás, el príncipe de las tinieblas. ¡Con
cuánta facilidad las personas religiosas se engañan a sí
mismas en asuntos espirituales! ¡El Señor nos libre de este
destructor engaño!
El bendito Jesús no sólo enseñó la doctrina del Padre, sino
que con su vida y conducta manifestó al Padre: en su amor,
en su benignidad, en su paciencia, en el trato tierno y
compasivo hacia el pecador arrepentido, en su misericordia
al dar alivio a las necesidades de los más pobres y afligidos;
pero también al confrontar con la verdad a los falsos
maestros y a los pastores que dañaban a las ovejas.

“Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham.


Jesús les dijo: Si fueseis hijos de Abraham, las obras de
vuestro padre harías” (v. 39). Recordemos que Jesús le dijo
a esta multitud que, a pesar de ser hijos en la carne de
Abraham y de haber hecho una profesión en Jesús como su
Mesías, ellos aún seguían siendo esclavos y estaban
necesitados de liberación. Pero ellos respondieron que
Jesús estaba equivocado, pues, ellos son hijos de Abraham,
a quien Dios le hizo las promesas de redención y bendición
eterna. Por eso, cuando Jesús les dice que él tiene un
padre, y que ellos tienen otro padre; ellos quieren “ganar” la
discusión aduciendo ser los verdaderos hijos de Abraham,
mientras que Jesús debía ser hijo del diablo. Pero Cristo les
deja ver lo absurdo de sus pensamientos y conclusiones,
pues, es una ley universal que los hijos imitan a los padres, y
ellos no estaban imitando a Abraham, sino a su verdadero
padre. Abraham obedecía los mandamientos de Dios,
confiaba en la dirección de Dios, acogía a los mensajeros
de Dios y se regocijaba en que vería el día de Cristo (8:56).
Estos judíos hacían lo contrario de Abraham, por lo tanto, no
eran hijos espirituales de él. Ya entendemos por qué Pablo
dijo: “Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la
circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino
que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es
la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual
no viene de los hombres, sino de Dios” (Ro. 2:28-29).
En este pasaje podemos ver “la ignorancia farisaica del
hombre natural…Un padre tenemos que es Dios. Olvidaban
que el parentesco carnal con Abraham no les servía de nada
a menos que compartieran la gracia de Abraham. Olvidaban
que la elección que hizo Dios de su padre para encabezar
una nación escogida no conllevaba la salvación de los hijos
a menos que estos siguieran los pasos del padre. En la
ceguera de su orgullo se negaban a ver todo esto. “Somos
judíos. Somos los hijos de Dios. Somos la verdadera iglesia.
Estamos en el pacto. A la fuerza tenemos razón”[42]. Ese es
el engaño del corazón. Los judíos confiaban en su
circuncisión, así como muchos hoy día confían en el
bautismo o los sacramentos que recibieron. Ellos confiaban
en su tradición religiosa, así como muchos que se llaman
cristianos confían en la identificación que tienen con alguna
denominación histórica; pero esto es solo de apariencias,
de ritos y ceremonias, sin un cambio de corazón. No son
hijos de Dios ni lo conocen. Son míseros condenados al
infierno, pero con una tradición religiosa antigua y, tal vez,
ortodoxa. Muchos se jactan de pertenecer a una iglesia o
denominación con tradición apostólica, pero esto no les
sirve de nada sino hacen las obras de los apóstoles ni creen
su doctrina.
“Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he
hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto
Abraham” (v. 40). Es decir, si no me aceptáis como Dios,
entonces, reconoced esto: si me ven solo como un hombre,
deben reconocer que les digo la verdad, les hablo conforme
a lo que Dios ha revelado; y a pesar de ello, procuráis
matarme. Ustedes están mal, no son el reflejo de alguien
que cree, conoce y obedece a Dios. “En marcado contrate
con Abraham, quien recibió a los mensajeros de Dios con
gran cordialidad (Gn. 18:1-8), y quien esperó con gozo la
venida del Cristo (8:56), estos judíos trataban de matar a
este último. Estaban tramando la destrucción del mayor
Benefactor del género humano, un hombre que, sin
embargo, es también Dios, ya que viene de la presencia
misma de Dios, de forma que puede decir: os he dicho lo
que he oído de Dios”[43]. No hay maldad más grande que se
pueda cometer en este mundo que rechazar la verdad
celestial, la verdad espiritual proclamada por el Enviado del
cielo. Hacer esto es atentar contra su propia vida y buscar
la peor muerte que se puede sufrir: la muerte espiritual y
eterna.
“Vosotros hacéis las obras de vuestro padre” (v. 41a). El
padre del cual han aprendido, el padre que les enseña y el
padre que los lleva a odiar al Cristo es el diablo. Él es el
adversario, el engañador y padre de mentira. Él siempre se
opone a Dios y a todo lo bueno que hay en el mundo, su fin
es destruir, matar y engañar. Muchos creen que rechazan a
Jesús porque no tienen suficiente claridad o luz racional
para creer en él, otros se excusan en el mal testimonio de
los supuestos seguidores de Cristo, otros creen que lo
rechazan por los contundentes argumentos filosóficos o
científicos; pero la verdad es que todo este rechazo se debe
a una cosa en especial: el hombre prefiere seguir al diablo,
identificarse con el diablo, hacer las obras del diablo y creer
las enseñanzas del diablo.

“Entonces le dijeron: Nosotros no somos nacidos de


fornicación; un padre tenemos, que es Dios” (v. 41).
Cuando una mujer fornica, y esto lo hace con varios
hombres, es imposible saber quién es el padre; pero ellos
están seguros que son hijos de un solo padre: de Dios. Pero
no sólo esto, Jesús, según lo que ellos insinúan, si nació de
fornicación. Más adelante circularon historias, entre los
judíos, de que Jesús era un hijo bastardo de María. Pero, es
muy probable que ellos, cuando dicen que no son hijos de
fornicación, estén hablando de que sus padres no eran
idólatras, y ellos tampoco; pues, en el Antiguo Testamento la
idolatría es llamada, en muchas ocasiones, fornicación.

Ahora, estos judíos pensaban que eran hijos de Dios porque


en el Antiguo Testamento el Señor muchas veces dijo que
era el Dios y Padre de Israel, pero una cosa es ser el Dios
de Israel como nación, y otra el que todos los israelitas sean
hijos de Dios. “No veían que la condición nacional de hijos y
la condición de hijos según el pacto no valían nada si no
eran hijos espirituales”[44].
“Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios,
ciertamente me amarías; porque yo de Dios he salido, y he
venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me
envió” (v. 42). Esta es la clave fundamental para saber si
alguien ama a Dios y tiene un linaje espiritual santo: Si ama
a Jesús. El que ama al Hijo ama al Padre, el que ama al
Padre ama al Hijo. Es imposible tener una cosa sin tener la
otra, pues, sería un autoengaño afirmar que amamos al
Padre, mientras dudamos de que Jesús es el enviado del
Padre, el Hijo de Dios, Dios de Dios, el amado del Padre, el
Cristo del Padre, la imagen del Padre, co-igual con el Padre.
Lo que Jesús está diciéndoles, en otras palabras, es que
siendo que ellos lo odian, consecuentemente también odian
al Padre, al cual dicen amar. Juan lo explica así: “Todo aquel
que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo
aquel que ama al que engendró, ama también al que ha
sido engendrado por él” (1 Jn. 5:1).
Jesús debe ser amado, de la misma manera como se ama a
Dios el Padre, porque él ha salido y ha venido de Dios. Esta
expresión habla de la generación eterna del Hijo, quien fue
engendrado eternamente por el Padre, siendo de su misma
esencia o substancia. Pero también esta expresión habla de
la misión mesiánica que él vino a cumplir en esta tierra. Él
fue nombrado por el Padre como su último y más amado
Mensajero. “En la encarnación Jesús vino de Dios para
llevar a cabo su tarea mediadora en la tierra. Pero el
contacto entre el que envía y el Enviado sigue intacto; éste,
en lo que hace, sigue representando verdadera y
plenamente al Padre. En consecuencia, leemos y he venido
de él. El Hijo no es la clase de embajador que debe volver a
su país y a sus superiores para recibir nuevas instrucciones
y para ver si, quizás, ha perdido verdadero contacto con las
ideas y actitudes de aquéllos que lo enviaron”[45].

Ahora, este pasaje contiene una verdad fundamental que


corrige los errores promulgados por los universalistas,
quienes creen que todos los hombres son hijos de Dios.
Que no importa si creen en Cristo o en Mahoma o en Buda,
que no importa si son cristianos, judíos o ateos; que la
doctrina creída y practicada no es tan importante, pues, uno
puede ser evangélico, testigo de Jehová, mormón o unitario;
al final, dicen ellos, todos los caminos conducen a Dios, y
todos los hombres viviremos en Su presencia. Pero Jesús,
la Verdad encarnada, dice que esto, aunque suena muy lindo
y romántico, es pura paja, mentira de mentiras, falsedad de
toda falsedad. Solo son hijos de Dios los que aman a Su Hijo
Jesucristo, lo siguen y obedecen, de acuerdo a la doctrina
que enseñó en Su Palabra.
Pero, aunque este pasaje condena a los que se engañan a
sí mismos pensando que son hijos de Dios por haber
recibido el bautismo o tener algunos sentimientos religiosos;
a la misma vez “está llena de consuelo para todos los
cristianos verdaderos, no importa cuán débiles sean. Si sus
inclinaciones y su corazón se sienten atraídos hacia Cristo y
pueden decir con sinceridad que le aman, tienen la señal
más clara de ser hijos de Dios y “si hijos, también
herederos” (Ro. 8:17)”[46].
“¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis
escuchar mi palabra” (v. 43). Pareciera que la paciencia de
Cristo está agotándose. Él les ha dicho en repetidas
ocasiones quién es él. Le ha hablado de su misión redentora
y de la relación estrecha que tiene con el Padre celestial,
pero ellos no entienden, parecen sufrir de estupidez mental,
lo cual se deja ver por las constantes preguntas tontas que
hacen: “¡Puede darnos éste a comer su carne?” (6:52);
“Dónde está tu padre?” (8:19); “¿Acaso se matará a sí
mismo?” (8:22); “Tú, ¿quién eres?” (8:25); “¿Cómo dices
tú: Seréis libres?” (8:33). Para colmo, no parecen entender
a quién se refiere Jesús cuando distingue entre Su propio
Padre y el padre de ellos. Todas las palabras de Jesús, sus
enseñanzas, sus gestos, todo es un misterio, no lo
entienden. Creo que podemos imaginar a Cristo
preguntando con tristeza: ¿Por qué no entendéis mi
lenguaje?, luego un silencio, y la conciencia molestando a
los oyentes.
Pero hay una razón para este embotamiento espiritual:
Porque no podéis escuchar mi palabra. Ellos son
responsables por esa incapacidad. No quieren escuchar y
no quieren comprender, y no quieren obedecer las palabras
de Cristo. Él es el Logos de Dios enviado a este mundo, el
Verbo encarnado, la Verdad caminando en medio de los
hombres e instruyendo en las verdades celestiales; pero
ellos están tan llenos de prejuicios contra el Cristo que no
logran ver ni comprender el contenido de sus palabras. Si no
tuvieran tanta predisposición contra él podrían ver a qué se
refiere Jesús cuando habla de Su Padre y cuando les dice
que ellos tienen otro padre. Este es el triste estado del
pecador, de aquel que endurece su corazón y su mente
contra la Palabra de Dios. Aunque el predicador se esfuerce
en presentarle de una manera clara el Evangelio, desfigura,
tuerce y malinterpreta constantemente el lenguaje del
mensajero. En verdad, no hay peor sordo que el que no
quiere oír y no hay nadie tan necio como el que no quiere
entender.
No podéis escuchar mi Palabra. Nuevamente Jesús
enseña la doctrina de la total incapacidad humana. El
hombre no puede, de ninguna manera, escuchar
salvadoramente el evangelio, pues, se necesita que el Padre
abra sus oídos por un acto de Su soberana gracia. Pero el
hombre es responsable de oír la Palabra. No puede porque
sus oídos están entrenados para oír las canciones del
mundo, la filosofía del mundo, los discursos del mundo.

Aplicaciones:
Amado predicador y ministro del evangelio, hemos visto que
los hombres incrédulos, aunque estén vestidos de la más
pura y ortodoxa religiosidad histórica, no toleran la palabra
de Cristo; la escuchan, pero no la aceptan; la recitan, pero
no la obedecen; y como justificación para cuestionar el
mensaje confrontador de la Palabra aducen que esa
palabra dura debe ser para los paganos y no para ellos.
Tratarán de amedrentarte arguyendo que ellos tienen más
tiempo en la fe, que sus padres y abuelos eran creyentes,
que vienen de una larga tradición cristiana; pero esto no es
más que espejismo y vana confianza. No te dejes
atemorizar por esta clase de personas, persiste en predicar
con fidelidad, confrontadoramente. Los que son hijos de
Dios te escucharán y obedecerán.
Amado amigo que te haces llamar cristiano: ¿Has visto cuán
fácil es engañarnos respecto a nuestro estado espiritual?
Los judíos se engañaban a sí mismos pensando que eran
hijos de Dios por leer la Biblia, memorizarla, conocer la
doctrina de Moisés, cumplir con todos los ritos, defender el
nombre de Dios y de la religión judía delante de todos los
hombres; pero Cristo les dijo que a pesar de ello eran hijos
del diablo. Amigo, no olvides que “la profesión de nuestros
labios no equivale a nada sino se confirma con el carácter
de nuestras vidas. Hablar, es sencillo, pero lo que somos es
evidenciado por lo que hacemos, y no por lo que decimos. El
árbol es conocido por sus frutos. Amado amigo, no te
engañes más, tú sabes que no obedeces al Señor, que no lo
amas de corazón, que no crees en el Evangelio con plena
convicción; tú sabes que aún en tu vida hay muchos, pero
muchos frutos de pecado y de odio al Señor; amigo, busca a
tu Salvador, confía en él, conócelo a él, obedécelo, ríndete a
él; y experimentarán el gozo de ser hijo de Dios, linaje santo.
La ceguera curada: rasgos distintivos del
verdadero discípulo. Juan 9:26-41

Introducción:
Indudablemente la curación del ciego de nacimiento narrada
en Juan 9 contiene verdades fundamentales que deben ser
atesoradas por todo creyente. Ya hemos visto cómo este
milagro es un reflejo claro de la forma cómo opera la gracia
de Dios en el hombre elegido: Nació ciego, en la oscuridad
de su pecado. Es mendigo, necesitado de toda gracia y
ayuda. No podía ver al Cristo, y ni siquiera lo llamó,
evidencia de la total incapacidad humana. Por otro lado,
Jesús lo miró con ojos de amor, muestra de la elección por
gracia. Luego se le acercó y lo curó, evidencia de la
regeneración y la iluminación del alma que el Espíritu opera
en los incrédulos que desea salvar. Por otro lado, el mundo
se levantó en contra del recién iluminado por la gracia: sus
familiares lo dejaron a merced de los enemigos del
evangelio, los vecinos lo llevaron ante los enemigos del
evangelio, y los líderes de la religión convierten este gran
favor de la gracia de Dios en una ocasión para levantarse
contra el Cristo.
Pero, también hemos visto cómo la gracia regeneradora
opera en el nuevo creyente dándole sabiduría y fortaleza
para enfrentarse a los enemigos de las almas y dar
respuestas sencillas pero contundentes. Vimos que la luz del
evangelio crece en el nuevo creyente en la medida que
actúa en consonancia con la misma. Que esta luz, al
principio puede ser poca, pero iluminará con más fuerza la
mente y el corazón cuando damos testimonio de Jesús,
aunque poco sea lo que sepamos de él.

También vimos cómo los ataques del enemigo del creyente


arreciarán contra el alma recién convertida, pero la gracia
de Dios le guardará de una manera especial hasta que sea
consolidada la fe y se obtenga el conocimiento pleno de
quién es Cristo.

Hoy, Juan nos mostrará algunas evidencias del verdadero,


aunque incipiente, discípulo de Cristo:

1. El discípulo confronta al incrédulo obstinado (v. 26-29)


2. El discípulo habla conforme a la Palabra de Dios (v. 30-
33)
3. El discípulo es expulsado del sistema religioso mundano
(v. 34)

1. El discípulo confronta al incrédulo obstinado (v. 26-


29)
“Le volvieron a decir: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los
ojos? Él les respondió: Ya os lo he dicho, y no habéis
querido oír; ¿por qué lo queréis oír otra vez? ¿Queréis
también vosotros haceros sus discípulos?” (v. 26-27). ¿Era
necesario que el hombre volviera a contar lo que sucedió en
su curación? ¿Ya no habían indagado lo suficiente como
para tener elementos de juicio que les permitiera analizar
sensatamente el hecho?
Lo más probable es que estos líderes ya no sabían qué
hacer, ni qué decir; por lo tanto, necesitan tiempo para dar
una respuesta ante la contundencia del testimonio del
mendigo. ¡Los eruditos de la religión y el legalismo son
puestos en estrecho por las lacónicas palabras de un
“ignorante” mendigo! Ellos tenían muchas lógicas
antibíblicas para esgrimir contra Cristo, pero él tenía un
hecho que contar, lo cual echó por tierra tanta
argumentación falaz.

Que este hombre mendigo era audaz y tenía una mente


brillante, se deja ver por las sabias palabras que expresó,
las cuales contienen acusaciones y exhortaciones, y una
invitación velada: Primero, los acusó de cerrar sus oídos y
sus mentes voluntariamente. Ellos han escuchado la historia
de la curación del ciego, una y otra vez, pero no la oyen, no
la entienden; no porque sea difícil de comprender, sino
porque simplemente no la quieren entender. Son ignorantes
voluntarios.
Pero la acusación se torna más irónica y ofensiva cuando
les pregunta si acaso están pensando en volverse discípulos
de Jesús. Esta fue la estocada final. Decirle al cuerpo de
gobierno fariseo eso, era ofenderles hasta en los tuétanos,
pues, su orgullo, su arrogancia espiritual, su posición social,
y su férreo rechazo hacia el Nazareno eran evidentes ante
toda la comunidad de Jerusalén. Lo último que alguien
pudiera pensar es que ellos fueran a ser discípulos,
aprendices del profeta galileo, de quien ni siquiera desean
pronunciar su nombre, sino que se refieren a él como ese.
Esta escena es un claro ejemplo que lo que el creyente debe
hacer cuando, luego de predicar una y otra vez el evangelio
a una persona, ésta se dedica a burlarse y a hacer
aparentes indagaciones, pero, al final, vuelve a la burla y el
desprecio, mostrando claramente que se ha cerrado
totalmente en su incredulidad, debe evitar continuar echando
las perlas a los cerdos, y confrontarlos de manera clara y
final.
Ahora, una importante lección que debemos aprender aquí
es “que los propósitos de Satanás nunca se ven tan
frustrados como cuando redobla su persecución y su ataque
contra los cristianos débiles. Hay cientos que han aprendido
lecciones bajo sus incesantes acometidas que jamás
habrían aprendido de otra forma. El mismísimo hecho de ser
atacado despierta el valor, las energías y nuestros
pensamientos latentes”[47]. Y a la misma vez podemos ver la
fortaleza y gloria de la verdad, aunque sea pronunciada por
hombres despreciados, y la debilidad y mediocridad de la
falsedad, aunque sea pronunciada por hombres fuertes.
“Y le injuriaron y dijeron: Tú eres su discípulo; pero
nosotros, discípulos de Moisés somos. Nosotros sabemos
que Dios ha hablado a Moisés; pero respecto a ése, no
sabemos de dónde sea” (v. 28-29). La humillación y la
derrota sufrida ante el desafío de un simple mendigo, quien
dejó por el piso la autoridad espiritual de estos falsos
líderes, provoca en ellos responder con injurias y ofensas, lo
cual, como ya hemos visto, era muy usual en ellos cuando
no tenían nada que argumentar. Igualmente, hoy día, cuando
nos encontramos con alguien, que en medio de una
discusión doctrinal o de otra índole, responde con
improperios, anatemas, ofensas execrables e invectivas es
una segura señal de que su causa ha sido derrotada.

Ahora, es interesante ver la forma cómo ellos pensaban


injuriarlo: diciéndole que él era el discípulo de Jesús. “No se
les ocurre nada peor para decirle al mendigo. Ni siquiera se
les ocurre que le están dando el más elevado honor
posible”[48].
En contraste, ellos se enorgullecen de ser discípulos de
Moisés, como si esto fuera de mayor honra que el ser
discípulo de Jesús, el Hijo de Dios. Pero ellos no se dan
cuenta que Moisés mismo los iba a condenar por su
incredulidad hacia el Mesías. “Saben que Dios habló a
Moisés. Si, conocen el origen divino de las leyes y
ordenanzas que instituyó Moisés. Lo que no saben es que
aquél que odian con odio tan diabólico tiene derecho a decir,
“Moisés habló de mí”[49]. De manera que todo verdadero
discípulo de Moisés debe ser por fuerza discípulo de Jesús.
Con cuánta frecuencia la gente defiende a capa y espada
que practica la religión de sus padres cuando en realidad no
saben en qué consiste la misma, así como los fariseos
estaban erróneamente convencidos que Moisés era
contrario a Cristo. “!Qué fácil es pronunciar ignorantemente
frases altisonantes en la religión y, sin embargo, encontrarse
en las tinieblas más absolutas! [50]”
Algo que debemos recordar es que esta clase de jactancia
tiene su aplicación actual. Muchas personas se refugian
detrás de nombres honrados. Muchos se autedonominan
calvinistas, de los cuales Calvino se avergonzaría. Otros se
llaman a sí mismos luteranos los cuales no manifiestan la fe
ni emulan las obras del gran reformador. Muchos usan el
nombre de “Bautistas”, a quienes Juan el Bautista les diría:
Huyan de la ira venidera. Una cosa es decir “somos
discípulos” y otra muy distinta es demostrarlo.
Ellos dicen que saben cuál es la fuente de autoridad de
Moisés, pero, en cuanto a ése (Jesús), no saben cuál es la
fuente de su autoridad, pues, ellos no lo reconocen, de
manera que, esto, según ellos, descalifica a Jesús para ser
el Mesías. Es como si dijeran: “Sabemos que Dios nombró a
Moisés para que fuera maestro y legislador, y que al seguir
a Moisés complacemos a Dios. Pero en lo que a este Jesús
concierne, no sabemos quién le ha nombrado o quién le ha
enviado para que enseñe o con qué autoridad predica y
obra sus milagros. En pocas palabras, no vemos prueba
alguna de que provenga de Dios. No estamos convencidos
de que tenga algún nombramiento divino”[51]. ¿Qué? ¡Tienen
un testimonio fehaciente delante de sus ojos, pero no lo
quieren ver! ¡Cuánta arrogancia y vana confianza tienen las
falsas religiones al rechazar al único Salvador enviado por
Dios, y aun así pensar que son un camino al cielo!
Una lección que debemos aprender de este pasaje es que
los hijos de Dios son conocidos como tales sin necesidad de
que lleven un cartel o un signo físico visible. El mendigo no
había dicho que era discípulo del Señor, pero los fariseos
infieren esto al ver su sabiduría y la valentía con la cual
defiende la verdad. Si estamos caminando como hijos de luz
los hombres muy pronto exclamarán: Tú eres su discípulo.

2. El discípulo habla conforme a la Palabra de Dios (v.


30-33)
“Respondió el hombre, y les dijo: Pues esto es lo
maravilloso, que vosotros no sepáis de dónde sea, y a mí
me abrió los ojos. Y sabemos que Dios no oye a los
pecadores, pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su
voluntad, a ése oye. Desde el principio no se ha oído decir
que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego. Si éste
no viniera de Dios, nada podría hacer” (v. 30-33). Los
fariseos acaban de hacer una confesión que sonaba
extraña para los oídos de los oyentes, pues, ellos se
jactaban de poseer un gran conocimiento; de manera que la
frase “pero respecto a ése, no sabemos de dónde sea” no
era lo habitual en ellos. Por lo tanto, éste hábil mendigo
responde con osadía: Esto es lo maravilloso, que vosotros
no sepáis de dónde sea, y a mí me abrió los ojos”.
Es como si les dijera: “No puedo creer lo que estoy oyendo.
Ustedes, un cuerpo de líderes orgullosos que se jactan de
saberlo todo, supuestos guardianes de la religión pura, ¿no
saben quién es Jesús?, pues, ya deberían saberlo. Han
tenido casi tres años, desde que inició su ministerio para
investigar quién es él. Ha predicado en el Templo, ustedes lo
han confrontado, le han puesto trampas para prenderlo en
alguna palabra y Su celestial sabiduría los ha dejado mudos.
Y, sin embargo, yo, un pobre mendigo que no tiene estudios
académicos como los vuestros, que no tiene títulos
teológicos de ninguna escuela rabínica, puedo decir algo: he
visto su poder en acción, he sido transformado por Su
gracia, y ahora veo”.
Luego, el mendigo da la estocada final, usando las mismas
armas que los fariseos blandieron para cuestionar el milagro
y rechazar a Jesús: usa un silogismo. Y lo presenta de la
siguiente forma: Premisa mayor: Sólo los que son de Dios,
es decir, los que temen a Dios, los que le adoran y hacen su
voluntad, son oídos por Dios y pueden abrir los ojos a los
ciegos congénitos. Premisa menor: Este hombre, Jesús, fue
escuchado por Dios, abriendo los ojos de un ciego de
nacimiento, y con ello realizó un milagro tan grande como
nunca se había oído desde el principio del mundo.
Conclusión: Este hombre es de Dios. Si no lo fuera no
hubiese podido hacer este milagro. Absolutamente, este
hombre no es pecador como ustedes han dicho.

¡Waw! Un mendigo derrotando a los fariseos con su propio


razonamiento lógico. Él mejoró uno de los silogismos que
habían presentado tímidamente y en forma de pregunta
algunos pocos fariseos, y le dio un marco completamente
bíblico. El mendigo afirma que este milagro fue en respuesta
a la oración. Él dijo que, si alguno es temeroso de Dios, y
hace su voluntad, a ése oye. Es una interpretación
correcta, bíblica, Escritural. El Antiguo Testamento está lleno
de pasajes que muestran que Dios escucha las oraciones
del justo y rechaza las oraciones del malvado: Hablando del
hipócrita Job dice: “¿Oirá Dios su clamor cuando la
tribulación viniere sobre él?” (Job 27:9); el salmista dice: “Si
en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor
no me habría escuchado” (Sal. 66:18”; Dios le dice a su
pueblo pecador y rebelde: “Cuando extendáis vuestras
manos yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo,
cuando multipliquéis la oración. Yo no oiré porque vuestras
manos están llenas de sangre” (Is. 1:15). Por el contrario el
salmista dice: “Los ojos del Señor están sobre los justos, y
atentos sus oídos al clamor de ellos y los salva” (Sal.
145:19); “Cumple el deseo de los que le temen; oye
asimismo el clamor de ellos, y los salva” (Sal. 145:19); “El
Señor está lejos de los impíos; pero Él oye la oración de
los justos” (Prov. 15:29). Además, un valor agregado es que
las obras milagrosas hechas en respuestas a la oración y
con el fin de hacer las obras de Dios son una evidencia
irrefutable. “Los fariseos han sufrido una derrota humillante.
Han sido acorralados. Entre tanto, el mendigo ha
progresado en su confesión. Ya no dice, “Si es pecador
(Jesús), no lo sé” (9:25). Ahora sabe que Jesús no es
pecador, sino receptor del favor de Dios en forma muy
elevada”[52].
Quisiera aprovechar aquí la oportunidad para animar a los
nuevos creyentes, a los débiles, a los que aún tienen dudas
sobre algunas verdades del cristianismo, o sobre su propia
conversión; el ciego curado fue progresando en su fe sobre
Jesús y en la comprensión del evangelio en la medida que
se enfrentó a estos hombres incrédulos, y defendió con toda
su alma la incipiente fe que había sido puesta por Dios en él.
Evangelizar es una de las mejores maneras de fortalecer
nuestras convicciones y de afirmar nuestra fe en Jesús.
Además, debemos observar que los milagros obrados por
nuestro Señor, y también los apóstoles o en la época de la
iglesia primitiva, tenían como fin el ser señales
confirmatorias ante los judíos de que Jesús es el Cristo, el
enviado por Dios. Cualquier milagro obrado con otro fin debe
ser fraudulento o no digno de atención. Sino debemos creer
a un ángel que hable cosas contrarias al Evangelio, mucho
menos debemos creer en un milagro que confirme algo
contrario a la Escritura.

3. El discípulo es expulsado del sistema religioso


mundano (v. 34)
“Respondieron y le dijeron: Tú naciste del todo en pecado,
¿y nos enseñas a nosotros? Y le expulsaron” (v. 34). Esta
es, nuevamente, la respuesta arrogante que dan cuando han
perdido la argumentación. Pero, en la respuesta admiten su
derrota, pues, reconocen que él nació enteramente en
pecado, es decir, nació ciego, y ahora puede ver; contrario a
lo que habían creído en el versículo 18. Pero, ahora no sólo
puede ver físicamente; ha recibido la luz espiritual que lo
conduce a la salvación eterna, de manera que, a pesar de
ser un mendigo, conoce más lo necesario de la Escritura
que lo que estos “sabios” adquirieron con tantos años de
estudio. Él encontró al Cristo anunciado en el Antiguo
Testamento, y ellos aún lo desprecian. Él debe ser maestro
de ellos y guiarlos a Jesús, pero la incredulidad conlleva
jactancia, de tal forma que el incrédulo, de manera
consciente o inconsciente, rechaza a Cristo porque cree
saber más sobre las cosas espirituales y necesarias que
aquel que le predica el Evangelio.
No es verdad que los más ricos o poderosos sean los más
sabios. El pobre mendigo era más sabio que los autoritativos
fariseos. Los siervos del Faraón vieron el dedo de Dios en
las plagas, mientras que el poderoso rey se mantuvo en
incredulidad. Los siervos de Naamán vieron la sabiduría del
consejo de Eliseo, mientras que su amo se marchaba airado
para su tierra. Fue José, un esclavo, quien entendió los
sueños proféticos del Faraón, y no los cortesanos de alta
estirpe. Fue Daniel, un siervo extranjero, y no los sabios de
Babilonia, quien interpretó la misteriosa escritura en las
paredes del palacio de Beltsasar. Pobres pastores de una
insignificante villa de Judá recibieron el anuncio glorioso del
nacimiento del Salvador y Rey del Universo, más esto no se
reveló a la corte ostentosa del rey Herodes. Pescadores
iletrados, y no los eruditos escribas, entraron en intimidad
con el Redentor prometido. “El cristiano pobre no debe
avergonzarse jamás de su pobreza. Ser orgulloso, mundano
e incrédulo es pecado; ser pobre no lo es. A menudo, las
mismísimas riquezas que muchos ansían poseer son
vendas que tapan los ojos espirituales de los hombres y les
impiden ver a Cristo. La enseñanza del Espíritu Santo se
presencia más frecuentemente entre personas de clase
baja que entre hombres con una posición elevada y una gran
educación. Continuamente se demuestra la veracidad de las
palabras de nuestro Señor: “!Cuán difícilmente entrarán en
el reino de Dios los que tienen riquezas!”; “Escondiste estas
cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a
los niños” (Marcos 10:23; Mateo 11:25)”[53].

Los líderes religiosos, sin tener un proceso bíblico y justo


decidieron expulsar o excomulgar al mendigo sanado,
debido a que no pudieron rebatir sus sabios y veraces
argumentos. “Los hijos de Dios se han enfrentado
demasiado a menudo a ese tipo de trato en todas las
épocas. La excomunión, la persecución y el
encarcelamiento han sido por regla general las armas
predilectas de los déspotas eclesiásticos. Incapaces de dar
respuesta a los argumentos, como les sucedía a los
fariseos, han recurrido a la violencia y la injusticia. Que el
hijo de Dios se consuele con el pensamiento de que existe
una iglesia verdadera de la que ningún hombre puede
expulsarle y una filiación que ningún poder terrenal puede
arrebatarle. Solo son benditos aquellos a quienes Cristo
llama benditos, y solo son malditos aquellos sobre los que
Cristo pronuncie maldición en el día postrero”[54].

El mendigo perdió la sinagoga, pero encontró el cielo.


Cuando los líderes religiosos se apartan de la verdad bíblica
y las religiones hacen y creen lo contrario de lo enseñado
por Cristo, es una bendición el ser excomulgados de entre
ellos, pues, es muy posible, que nos encontraremos con
Cristo por fuera de sus círculos.
Lo que debió ser razón para que toda la sinagoga se
regocijara y alabara a Dios, se convirtió en motivo para
cortar de la membresía externa a un miembro real de la
Iglesia de Cristo.

Aplicaciones:
Amado hermano, ¿te sientes despreciado por los demás a
causa de que les testificas del poder de Cristo para salvar y
la necesidad del arrepentimiento? ¿Te expulsaron de una
falsa iglesia por querer honrar al Señor viviendo Su
Palabra? ¿Tus familiares y amigos ya no te quieren oír
hablar del Salvador? No te angusties. Esa, posiblemente, es
una marca de que eres un fiel discípulo de Cristo. Ora por
ellos, y si vez que la burla contra el nombre de Cristo es
creciente, déjalos en las manos del Señor; no sigas
insistiendo, pues, podrás causar que ellos pequen aún más
contra la santidad del Rey y Juez del Universo.
Si te piden razones de tu fe, habla conforme a la Palabra de
Dios. Recuerda que ningún razonamiento lógico podrá
convertir el alma. Testifica de tu Salvador, de quién es él, de
lo que ha hecho en tu vida; pero, descansa en el Señor. Solo
él puede dar la conversión.
Amigo: ¿Aún no has podido ver la gloria de Cristo en la
Biblia? ¿Aún, cuando escuchas la predicación del Evangelio
tu mente sigue cerrada a cualquier comprensión del mismo,
y te mantienes en incredulidad? Ten cuidado de tu alma,
pues, cuando una persona se mantiene incrédula al
escuchar una y otra vez el evangelio, está en serio peligro
de no creer nunca, y condenarse para siempre. Amigo, ven
a Jesús hoy, como hizo este pobre mendigo. Cree en él
aunque no logres comprender racionalmente todas las
cosas. Cierra tus oídos a las voces mundanas que te
quieres destruir al llevarte a mayor incredulidad. Ruega por
la misericordia del cielo: y el Señor te abrirá los ojos y te
dará la salvación.
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