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Atardeceres Sangrientos

Emilio del Barco

Las doctrinas, unas en el pasado y otras en el presente, han justificado siempre los sacrificios que
pudieran hacerse a la mayor gloria de sus respectivos dioses. Con ello, no se busca tanto la solución de
los problemas, cuanto la glorificación de los dioses invocados. En las religiones precolombinas de
Sudamérica, quien muriese víctima de un sacrificio ritual, ocupaba el mismo lugar en el cielo que los
guerreros muertos en la batalla, o sea, preferente. Si se mata en nombre de Dios, la muerte está
justificada. Al partir hacia la guerra, los sacerdotes bendicen las tropas y armas de su pueblo. Pero, según
la Biblia, ‘quien ofreciere sacrificios a otros dioses, y no sólo al Señor, será muerto. ‘Añadiendo, para
mayor seguridad: no olvidemos el gran número de santos que, matando infieles, conquistaron su santidad;
al considerar que los no fieles son enemigos de su religión. ‘Quien no está conmigo, está contra mí.’ Las
reglas bíblicas, respecto a la valoración de las vidas, son elásticas. Se adaptan al creyente, según
convenga. San Luis de Francia o San Fernando de Castilla, podrían servir de ejemplo a este tipo de
santos matamoros. ¿Qué otra cosa sino ‘guerras santas’, calificadas como cruzadas, incluida la Guerra
Civil Española de 1936-39, han sido tantas guerras, donde uno de los bandos dijera batallar en defensa
de la fe? De su fe concreta, por supuesto. Siguiendo tal doctrina, podríamos afirmar que el camino a la
santidad, podría igualmente ser recorrido, triunfalmente, dentro del Islamismo, el Siquismo, Sintoísmo,
Judaísmo, etc. Diríamos que, quienes mueren luchando en defensa de su religión, conquistan la
condición de mártir, adquiriendo derecho a un lugar destacado en el Cielo, en su particular cielo, sin
importar su vida, ni, por supuesto, su religión. Los trajes a la medida, se adaptan mejor al cliente. Los
débiles, los inermes, carecen de derechos, en cualquier civilización.
La extensión del Cristianismo en América, tampoco necesita explicación. Donde llegaron los ingleses,
impusieron su religión, igual que hicieran los españoles en tierras conquistadas por ellos. Otro tanto
aplicaron franceses, portugueses, holandeses, y cuantos arribaron. No hubo excepción; la cruz y la
espada fueron siempre compañeras.
En este contexto, la calificación de mártires es común. Jehová, Iahvé, como Señor de los Ejércitos, no es
muy ajeno al concepto guerrero de los dioses. El Éxodo repite: ‘No guardes amistad con los habitantes de
la tierra que te daré,...destruye sus altares, rompe sus estatuas, arrasa sus bosques sagrados...’ ‘... no
adores a ningún dios extranjero. El Señor tiene por nombre Celoso. Quiere ser amado Él solo’.
Los más antiguos libros de la Biblia, aceptan un Dios guerrero. Abraham recibió, de Dios, la promesa de
que su descendencia poseería las ciudades de sus enemigos. Podría deducirse que, cultivar enemigos, es
una ocupación rentable.
Si, tales fieles, fuesen los habitantes del Cielo, se explicaría fácilmente el color sangre de algunos
crepúsculos. Emilio del Barco. 12/04/09. emiliodelbarco@hotmail.es

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