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Shadow Rider

Shadow Rider
Christine Feehan
Saga Shadow 1

Bookeater
Shadow Rider

Bookeater
Shadow Rider

Para Alisha Roysum, gracias por el gran apoyo de la familia.

No puedo decir lo mucho que significa para mí.

Bookeater
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Shadow Rider

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Como en cualquier libro hay muchas personas a quienes agradecer. Por su ayuda
con las traducciones italianas, un enorme agradecimiento a Lillian Pacini. Los
errores cometidos son estrictamente míos. Gracias a Domini, por su investigación y
ayuda con la edición; a C. L. Wilson, Sheila Englihs y Kathie Firzlaff, para las horas
nocturnas viendo estrellas y rebotando las ideas; y por supuesto a Brian Feehan, a
quien puedo llamar en cualquier momento y con una lluvia de ideas, así que no
pierdo una sola hora.

Bookeater
Shadow Rider

A nuestra querida Julieta E. por las largas horas de trabajo y la


paciencia para traducir a nuestro idioma robándole tiempo a su
hermosa familia.

A nuestros seguidores por acompañarnos en esta aventura de


descubrir nuevos mundos en los libros…

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bookeater

Bookeater
Shadow Rider

Esta es una traducción sin ánimo de lucro, hecha únicamente con el


objetivo de poder tener en nuestro idioma las historias que amamos….

Si tienes la oportunidad de adquirir uno de los libros de esta autora te


animamos a hacerlo...

Bookeater
Shadow Rider
1

Stefano Ferraro se puso guantes de conducir de cuero suave, sus ojos


azul oscuro, tomaron una larga y lenta exploración por el barrio. Su vecindario. Su
familia sabía todo lo que sucedía allí. Era un buen lugar para vivir, la gente era
leal. Una comunidad muy unida. Era segura porque su familia la mantenía seguro.
Las mujeres podían caminar por las calles solas por la noche. Los niños podían
jugar al aire libre sin que sus padres temieran por ellos.

Conocía cada dueño de las tiendas, cada dueño propietario de las casas por su
nombre. El territorio de la familia Ferraro comenzaba justo en el borde de Little
Italy. Conocía cada pulgada de Little Italy también, y a los que residían y trabajan
allí, él y su familia los conocían. El crimen se detenía al borde del territorio Ferraro.
Esa línea invisible era conocida por los más endurecidos de los criminales, y nadie
se atrevía a cruzar porque la venganza siempre era rápida y brutal.

Miró su reloj, sabiendo que no tenía mucho tiempo. El jet estaba listo y esperando
su llegada. Necesitaba entrar en su coche y salir pitando hacia el aeropuerto, pero
algo lo mantuvo allí. Fuera lo que fuese, tenía la sensación de que era molesto. La
compulsión a permanecer era fuerte, y en cualquier momento que eso pasaba, cada
Ferraro sabía que había problemas llegando. Con mucho cuidado y muy
silenciosamente cerró la puerta de su Maserati, rodeando el capó y luego
retirándose a la acera.

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La urgencia era siempre sobre el trabajo, y nunca nada interfería con el negocio de
la familia Ferraro. Nada. Jugaba duro cuando jugaba, pero el trabajo era
importante y peligroso, y mantenía la cabeza en el juego cuando era el momento
de ponerse a trabajar. Necesitaba mover su culo, pero aún así no podía forzarse a sí
mismo, a pesar de todos los años de disciplina, de entrar en su coche y llegar al
aeropuerto.

La compulsión en él era fuerte, no debía ser ignorada, y no tenía más remedio que
ceder a ella.

Una voz por encima de los sonidos normales de la calle. Elusiva. Misteriosa.
Musical. Él volvió la cabeza cuando dos mujeres doblaron la esquina, justo en el
límite de su territorio y comenzaron a caminar más profundamente en el.

Reconoció a Joanna Masci inmediatamente. Su tío, Pietro Masci, era un residente


de largo plazo en el territorio Ferraro, nacido y criado allí. Era dueño de la tienda
de delicatessen local, un lugar muy popular para los residentes, donde compraban
sus productos y carnes. Pietro había tomado a Joanna a su cuidado cuando su
hermano murió años antes. Un buen hombre, a todos en el vecindario les gustaba
Pietro y lo respetaban.

No fue Joanna quien captó su interés. La mujer que caminaba junto a ella estaba
vestida totalmente inapropiada para el clima. Sin abrigo. Sin suéter. Había
rasgaduras en sus pantalones vaqueros azules, aunque los pantalones vaqueros se
agarraban con amor a su cuerpo. Ella tenía una bonita figura. No era delgada como
la mayoría de las niñas que prefería; en realidad tenía curvas. Su pelo era salvaje.
Grueso. Muy brillante. Llevaba parte de él retirado de su cara en una intrincada
trenza, gruesa, pero el resto se desplomaba por la espalda en ondas. El color era
rico. Vibrante. Un verdadero negro.

Él no podía verle los ojos a esa distancia, pero estaba temblando de frío por el
tiempo de Chicago, y por alguna razón tuvo una reacción totalmente primordial
para su constante temblor.

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Su intestino se anudó y una quemadura lenta de rabia comenzó en su vientre. No
era su apariencia lo que captó su interés o lo puo de pie completamente inmóvil.
Era su sombra. El sol estaba arrojando luz a la perfección para crear sombras altas,
completas. Ella tenía tentáculos largos y filtrados. Delgados. Como rayas que
llegaban hacia las sombras a su alrededor. Por todas partes había una sombra, la de
ella conectada a todas con antenas largas, con tubos largos. Su respiración se
enganchó. Sus pulmones se prendieron.

Ella era la última cosa que esperaba que sucediera porque, francamente, una mujer
como ella era muy rara. No sabía cómo sentirse, pero de repente no había otra cosa
más importante, ni siquiera el negocio de la familia Ferraro.

Él tomo su teléfono celular y marcó el número sin apartar su mirada de encima de


ella.

― Franco, voy a tener que tomar el helicóptero mañana. Tengo negocios que
atender antes de que pueda salir. Media hora. Sí. Nos vemos. ― Terminó la
llamada, sin dejar de observar las dos mujeres y la extraña sombra fundida
mientras marcaba otro número.

― Henry, no voy a utilizar el coche después de todo. Por favor, devuélvelo al


garaje por mí. ― La familia Ferraro tenía un garaje con control de temperatura, con
una flota de varios coches y motocicletas. A todos les gustaba viajar rápidamente.
Henry se hacía cargo de todos los vehículos y los mantenía en orden para que
funcionaran de manera superior.

Stefano cerró el teléfono y se bajó de la acera para cruzar la calle. Él levantó


imperiosamente la mano y, por supuesto, los coches se detuvieron para él. Todo se
detenía cuando lo exigía.

Francesca Capello rogó para no desmayarse mientras caminaba con Joanna hacia la
tienda. La verdad era que nunca se sintió tan débil en su vida. Estaba hambrienta.
Había hecho una sopa de tomate usando la salsa de tomate y el agua, pero eso era
todo lo que había tenido para comer durante los últimos dos días. Si no conseguía
este trabajo, iba a tener que hacer algo desesperado, como preguntarle a la mujer

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sin hogar a la que le había dado su abrigo, donde quedaba la cocina con sopa más
cercana.

Tal vez no había sido una buena idea darle a la mujer su abrigo. Sus ropas no eran
las mejores para una entrevista de trabajo, pero eran lo único que tenía.

Necesitaba el trabajo y definitivamente no estaba viéndose muy profesional en sus


pantalones vaqueros azules desteñidos de época muy suaves, pero con un ajuste
perfecto, lo que era raro en ella, encontrar en las tiendas de segunda mano. Había
agujeros en las rodillas y uno pequeño en la parte superior del muslo, pero algunos
de los pantalones vaqueros de diseño mostraban rasgaduras. Los huecos en los
pantalones vaqueros que acaba de cambiar eran de desgaste real.

― Vaya, la tienda de comestibles está llena, ― Joanna observó cuando se


detuvieron frente a una puerta de cristal. Ella dio un tirón, abriéndola y marcó el
camino a Francesca hacia el interior.

Francesca pensó que iba a desmayarse de todos los olores de los alimentos. Su
estómago gruñó y ella apoyó en el una mano, con la esperanza de calmarlo. Había
tres personas atendiendo en el mostrador y cada pequeña mesa de la habitación
estaba llena.

― Popular lugar, ― observó ella, porque tenía que decir algo. Había dejado que la
mayor parte de la charla recayera sobre Joanna, porque, bueno, no podía hablar.
No estaba rompiendo a llorar delante de su amiga. No después de todo lo que
Joanna había hecho por ella.

― Te lo dije. ― Joanna le lanzó una sonrisa, la agarró del brazo y tiró de ella a
través de la multitud hacia la ventana en el lado lejano frente a la puerta. ―
Podemos esperar aquí hasta que Tío Pietro tenga un par de minutos.

Francesca no pensaba que fuera a estar libre en cualquier momento pronto. Ahora
todos los olores se mezclaban juntos, haciéndola sentir náuseas. No quería vomitar
allí mismo, en sus delicatessen. Estaba bastante segura de que no conseguiría su
trabajo, pero su estómago estaba muy vacío.

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Sus pulmones ardían por contener la respiración, esperando a que el tío de Joanna
tuviera tiempo lo suficiente libre para llegar a entrevistarla.

Joanna le había prometido el trabajo. Francesca había gastado casi cada centavo
que tenía, el dinero que le había prestado Joanna, cuando llegó a Chicago y al
diminuto apartamento justo en el mismo borde de Little Italy. No tenía nada de
comida o ropa. Tenía que conseguir este trabajo.

Podía sobrevivir otra semana si ella estaba muy, muy atenta, pero no mucho más.
Estaría viviendo en la calle con Dina, la mujer sin hogar. Lo había hecho ya una vez
y no era divertido. A decir verdad, no estaba del todo segura de que su
apartamento fuera mejor que la calle. Sin embargo, tenía un techo.

Francesca no podía dejar de temblar, no importaba lo mucho que lo intentara. El


frío era penetrante y le mordía hasta el hueso. No ayudó que después de la
tormenta salvaje hubiera charcos por todas partes, imposibles de evitar, y sus
zapatos y calcetines estaban empapados. Las plantas eran finas y el agua se había
metido fácilmente dentro de sus zapatos. No sólo estaban sus pies mojados, sino
sus dedos entumecidos.

Aún así, si conseguía el trabajo, sería el lugar perfecto para ella. El barrio era
pequeño. Todo estaba a una corta distancia. No poseía un automóvil, o cualquier
otra cosa en esa materia. Estaba empezando de nuevo, decidida a levantarse de las
cenizas como un fénix. Pero en serio, si no se daba prisa Pietro, estaría en el suelo
pronto.

Si no necesitara comida y calentarse tan mal, ella habría sido feliz con la evidencia
de que la tienda era popular, como una pequeña tienda con especialidad en
comestibles y a la vez tienda de sándwiches. Es evidente que Pietro necesitaba
ayuda. Ella podía manejar una caja registradora, no había problema. Podía hacer
sándwiches. Había tenido un trabajo en una deli mientras por si misma se sostenía
a través de la escuela y estaba segura de que esto sería un pedazo de pastel.

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La puerta se abrió y una ráfaga de aire frío entró en la tienda, enfriando su ulterior.
Volvió la cabeza y se congeló. Nunca en su vida había visto a un hombre más
hermoso o más peligroso. Era alto, ancho de hombros, muy resistentes y
totalmente marcados. Tenía el pelo negro azabache y parecía desordenado, pero
ingeniosamente, como si hasta su cabello se negara a desobedecerle.

Llevaba un traje de tres piezas a rayas carbón oscuro que tenía que haber sido
hecho a medida en Italia o Francia y parecía valer una fortuna. Su corbata era de
un gris más oscuro para que coincidiera con las rayas finas de su traje y era usado
sobre una camisa de un tono más claro del carbón. Llevaba guantes de mantequilla
suaves y un largo y oscuro abrigo de cachemira. Incluso los zapatos en sus pies
parecían que había pagado una fortuna por ellos. Él le hizo muy consciente de su
ropa en mal estado.

Ella no fue la única que se fijó en él. En el momento en que entró, toda la charla en
la tienda cesó. Completamente. Tanto que nadie emitió ni un susurro. No se
movieron, como si todos hubieran sido congelados en su lugar. Pietro vino a
atenderlo. A su lado, Joanna tomó una respiración profunda. El ambiente en la
tienda pasó de charla amistosa y chismes alegre a uno de peligro.

Su cara estaba tallada en líneas masculinas y escrito en piedra. Había una fuerte
mandíbula cubierta por una oscura sombra. Él era sin duda el hombre más
hermoso que jamás había visto. Sus ojos eran de un azul intenso tal que casi no
creía que fueran naturales. Los ojos azules recorrieron la habitación, observando
todo y a todo el mundo. Ella sabía que él lo hizo. Lo mismo hicieron todos en la
sala. Al igual que ella, todos estaban mirando a él.

Sus ojos volvieron a ella. Permaneciendo. Estrechos. El impacto fue físico. Su


respiración se precipitó de sus pulmones. Podía ver a través de ella. Ella tenía
demasiados secretos para que él estuviera buscando en ella y viera tanto. Lo que
era peor, su mirada se desvió sobre ella, observando el suéter recortado que
moldeaba sus pechos y apenas le llegaba a su cintura.

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Los vaqueros caían un poco más abajo de la cintura, por lo que tuvo que resistir la
tentación de bajar el dobladillo del suéter, aunque sus dedos se cerraron
automáticamente alrededor del dobladillo para hacer precisamente eso. El suéter
era una de las pocas cosas que poseía que era cálida.

Su mirada viajó hacia abajo por sus pantalones vaqueros agujereados a sus zapatos
mojados y regresó a la cara. Deseaba que la tierra se abriera y se la tragara. La
tensión en la tienda de comestibles subió varios escalones más. Francesca sabía por
qué. No sólo era por este hombre magnífico y peligroso, sino porque estaba
enojado. Una pared de negro e intenso calor llenó la habitación hasta que nadie
parecía capaz de respirar. Ella podía sentir su ira brillando en el aire. La sala
vibraba con su furia.

Se encontró temblando y retrocediendo bajo esa mirada azul brillante. Ella no


podía entender por qué la había seleccionado, pero lo había hecho. Su mirada dura
como el diamante estaba fija en ella, no en cualquier de los otros clientes, sólo en
ella. Respiró hondo y soltó el aire, tirando conscientemente del dobladillo de su
suéter. Cuando lo hizo, su ceño se profundizó.

― Señor Ferraro. ― Pietro rodeó el mostrador.

Los hombros de Pietro eran cuadrados, su rostro una máscara de preocupación, su


tono respetuoso. Parecía como si se fuera a desmayar en cualquier momento. Todo
el mundo lo hacía. Francesca no entendía lo que estaba pasando, pero claramente
Joanna era muy consciente. Su amiga tembló y puso una mano sobre el brazo de
Francesca como si no quisiera perder el equilibrio.

Todos ellos tenían miedo de él. Francesca podía ver por qué, se veía y se sentía
peligroso. ¿pero cada persona en la tienda? ¿Asustados? De. Este. Hombre. Eso era
un poco aterrador. Ella deseaba fervientemente que dejara de mirarla.

El hombre, el Sr. Ferraro, dio un paso en su dirección. Se veía depredador. Su


mirada no se alteró. Ni por un momento. Si no estaba equivocada, no parpadeó
tampoco. La multitud se abrió al instante, justo como el Mar Rojo, dejando un
camino recto abierto a ella. Se sentía más vulnerable y expuesta que nunca.

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Ni siquiera podía preguntar a Joanna quién era, o por qué todos tenían miedo de él
o incluso la forma en que todos lo conocían. O por qué su ira se dirigiría a ella.

Todo en ella se calmó. A menos que él supiera. Oh Dios. No podía saber. Ella no
tenía nada, ningún lugar a donde ir. Si ella no conseguía este trabajo, estaría en la
calle de nuevo. Su cara ardía bajo su escrutinio. Ella sabía que él veía todo. Su ropa
de tienda de segunda mano. Sus zapatos mojados. Su falta de maquillaje. Su traje
fácilmente costaba miles, al igual que su abrigo. Sus guantes probablemente
costaban más que toda su ropa cuando había sido completamente nueva. Con lo
que valía su reloj probablemente podría comprar un coche.

Ella sintió su aumento de color y no podía detenerlo. Su mirada baja, aunque se


sentía desafiante. Sólo porque él era rico, y él era más que rico, cualquiera que
tuviera ojos podía verlo, pero eso no le daba derecho a juzgarla.

Dios, pero era bien parecido. Italoamericano. Piel oliva. ojos azules, pelo negro y
espeso que hacía que una mujer quisiera correr sus dedos a través de él. Ningún
hombre debía ser capaz de mirarla como él lo hizo.

Ella trató de apartar la mirada de él, pero algo en su mirada firme le advirtió que
no lo hiciera y que no se atreviera a desafiarlo. No podía imaginar que alguien se le
cruzara. Él exactamente no caminó hasta ella. Él la acechó, como un gran felino de
la selva que emerge de las sombras. Silencioso. Fluido. Asombroso.

― Poesía en movimiento, ― murmuró en voz baja. Había oído la expresión, pero


ahora ella sabía lo que significaba, cómo las palabras podrían volver a la vida
cuando un hombre se movía.

Se detuvo bruscamente. Justo en frente de ella. ¿que había oído? Sentía más color
arrastrándose en su cara. Un rojo profundo. Se sintió mortificada por destacar de
entre la multitud. Eso era bastante malo, pero si hubiera oído...

― Soy Stefano Ferraro. ¿Y tú? ― Era una demanda, nada menos.

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Ella abrió la boca. No salió nada. En realidad se sentía paralizada por el miedo.
Porque, realmente no sabía. Los dedos de Joanna se clavaron en su brazo, con
fuerza suficiente para llevarla a dejar escapar su nombre.

― Francesca. Francesca Capello.

― ¿Dónde carajos está tu abrigo? ― Su voz tenía un tono bajo. Suave. Sonaba
amenazante, como si toda su ira fuera dirigida a ella porque no tenía un abrigo.

Ella hizo una mueca por su lenguaje y la brusquedad de su pregunta


completamente chocante. Inclinó la barbilla hacia arriba y al instante sus ojos
estaban fijos en su rostro, después del gesto de desafío. ― No es su problema, ―
dijo ella, manteniendo su voz igualmente baja.

Un jadeo colectivo subió en la tienda, recordándole que no estaban solos. Se sentía


sola, como si sólo estuvieran ellos dos.

― Es mi problema, ― regresó. ― Estás temblando tan mal que tus dientes


castañetean. ¿Dónde carajos está el abrigo?

Ella abrió la boca para decirle que se fuera al infierno, pero no salió nada. Ni una
sola palabra.

― Ella le dio su abrigo a una mujer sin hogar, ― Joanna suministró a toda prisa. ―
En nuestro camino aquí. Estábamos caminando a lo largo del Franklin y había una
mujer sentada bajo el alero allí y ella estaba tan fría que Francesca le dio el abrigo a
ella.

― A Dina, ― murmuró Francesca.

― ¿Dina? ― Repitió.

― Ella tiene un nombre. Es Dina, ― repitió antes de que pudiera detenerse. Sabía
que sonaba insolente, pero a ella no le importaba.

― Soy muy consciente de quién es ella, ― dijo. ― Me gustaría saber quién eres tú.

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Francesca estaba horrorizado por su tanto interés y mortificada de estar en el
centro de atención. Ella envió una pequeña oración por el suelo para que se abriera
y la tragara allí mismo.

Eso fue recibido con silencio, por lo que Joanna saltó para llenar la brecha. ― Es
una amiga mía y yo la convencí de venir a vivir aquí desde California. El tío Pietro
necesitaba a alguien para que le ayudara en la tienda de comestibles y ella tiene un
montón de experiencia. ― Las palabras tropezaron las unas con las otras en su
prisa para dar la información. ― Eso es lo que estamos haciendo ahora, aplicar
para el trabajo.

Francesca era muy consciente de que todo el mundo en la tienda estaba mirándola
a ella, incluyendo Pietro. Estaba segura de que parecía sin hogar en su ropa de
tienda de segunda mano, pero en realidad, la mujer en la calle había estado
congelándose. Francesca, al menos, tenía cuatro paredes para protegerla, hasta
final del mes, y entonces iría a compartir una caja de cartón con Dina.

― Ya veo. ― Stefano Ferraro dijo las palabras cuidadosamente, con los ojos fijos en
ella. ― ¿La conoces, Joanna? ¿Vas a responder por ella?

Joanna asintió vigorosamente con la cabeza, su gorra oscura del pelo volando
alrededor de su cara. Francesca podía sentir su temblor, lo que era inusual. Joanna
siempre había tenido un montón de confianza en sí misma. Había sido muy
popular en la escuela y siempre, siempre tenía una opinión que dar. Todo el
mundo le gustaba, sin embargo, estaba definitivamente agitada.

Stefano, sin dejar de mirar la cara de Francesca, sacó su cartera, metió un puñado
de billetes en el bolsillo de la chaqueta y luego se retiró el abrigo. Lo mantuvo
abierto frente a Francesca.

Sus pulmones se prendieron. Ella sacudió la cabeza y trató de dar un paso atrás,
pero se encontró con el cuerpo tembloroso de Joanna. ¿Quién era este hombre del
que todo el mundo estaba tan asustado? Francesca sabía que la sangre desapareció
de su cara, podía sentirlo. Sacudió la cabeza de nuevo, con más fuerza por lo que
no podía haber error en que la respuesta era un rotundo, muy rotundo no.

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La impaciencia cruzó su rostro. ― No tengo tiempo para joder, bambina. Mete tus
brazos en el abrigo y ven afuera conmigo por un momento. Hablaremos. ― Miró
su reloj muy caro. ― Tengo aproximadamente dos minutos y luego tengo que estar
en alguna parte.

Ella consideró discutir durante los dos minutos para que tuviera que irse, pero
ambos Joanna y Pietro, parecían desesperados. Tenía que ser un criminal. De la
mafia. Uno de los hombres de mano dura que entraban y tomaban todo el dinero
de las tiendas como en la televisión. Parecía demasiado elegante para eso, pero
también se veía como si pudiera romperle fácilmente los huesos y no romper a
sudar.

Joanna en realidad la empujó hacia Stefano. Resignada, Francesca se volvió de


espaldas a él, deslizando los brazos en las mangas. Para su horror, llegó a su
alrededor para abotonar el largo abrigo. Alrededor de ella. enjaulándola. Su
espalda estaba contra su pecho y sus brazos eran largos, encerrándola mientras él
abrochaba el abrigo. Ella sintió su calor. Su fuerza. Por primera vez esa mañana,
paró de temblar.

Sus brazos se sentían enormemente fuertes, el pecho un muro de hierro. Además,


con cada aliento que tomó, ella lo aspiró. Su olor. Muy masculino. Picante. Él le dio
la vuelta para mirarla y luego se acercó a ella, demasiado cerca, porque una vez
más, no podía respirar. El abrigo era cálido. Como el cielo. Suave. Olía a él. Y olía
bien. En realidad, la hizo sentir débil en las rodillas, a menos que realmente, no
tuviera nada que ver con él y fuera sólo hambre.

Su mano se deslizó por su brazo y los dedos encadenaron su muñeca en un agarre


firme. Ella buscó en él, preparándose para el momento en que sus ojos se
encontraran, pero estaba mirando al tío de Joanna. No sonreía, pero ofreció su otra
mano.

― Pietro. Qué bueno verte. Confío en que tengas mucho cuidado de lo que es mío.
― Su voz era baja, atractiva. De hecho, ella sintió un movimiento de contestación
extraña vibrando a través de su cuerpo, como una canción, una nota sintonizada
solamente a él.

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Él la miró de nuevo, y el impacto de sus ojos fue suficiente para enviarla en un
mini orgasmo. Era la verdad, le gustara o no. Joanna hizo un pequeño sonido en la
garganta, en dirección a ella, lo que le permitió girar la cabeza hacia su amiga ante
la declaración de Stefano. La cabeza de Pietro se sacudió y su mirada se disparó a
la cara de Francesca. Francesca frunció el ceño, tratando de leer el idioma local,
pero ella no tenía idea de lo que había pasado en la conversación entre Pietro y
Stefano Ferraro.

Apretando los dientes, se fue con Stefano, ya que era el momento de dar al hombre
un pedazo de su mente y ella no podía hacer eso delante de todos. Y también
porque él realmente no le dio ninguna otra elección. No sólo eran Pietro y Joanna
quienes la miraban, pero una vez más, todo el mundo en la tienda lo hacía
también. No le gustaba o necesitaba atención en ella.

La ráfaga de frío la golpeó cuando Stefano abrió la puerta y le permitió salir en


primer lugar. Ella era demasiado consciente de su presencia, de ese cuerpo duro y
musculoso moviéndose tan cerca del suyo. Él mantuvo su estrecho agarre, por lo
que cuando ella daba un paso, su cuerpo rozaba contra el suyo continuamente.

Se detuvo justo fuera del almacén, a la derecha de la puerta, debajo de los aleros.
Sus manos cayeron a los botones de la chaqueta. Instantáneamente su mano cubrió
la de ella, evitando que se deslizara los botones abiertos.

Su cuerpo bloqueando el de ella y el viento, hacinándola. Se llevó una mano a su


vientre y empujó suavemente hasta que ella dio los tres pasos necesarios para
volver a estar contra la pared del edificio, y entonces él fácilmente la enjaulo.

― Usa el dinero para comer algo. Compra un par de zapatos decentes. No le des el
abrigo a nadie. Estoy más bien aficionado a él.

Su voz era un poco impaciente, sin duda con autoridad, como si todos en el mundo
obedecieran cada una de sus órdenes, y probablemente lo hacían. Detestaba que
ella estuviera de pie delante del hombre más caliente del mundo y que pudiera ver
que no tenía nada. Absolutamente nada. Ella no estaba tomando nada de él
tampoco.

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― No estoy tomando su dinero o su abrigo, ― espetó.

Sus manos seguían atrapadas en ella. Su pulgar se deslizó sobre el dorso de la


mano e incluso a través del suave cuero mantecoso del guante, el gesto envió un
cosquilleo de conciencia por su espina dorsal.

― El abrigo es un préstamo, y el dinero... ― Se encogió de hombros.

― No estoy tomándolo, ― reiteró.

― ¿Hay alguna razón por la cual se te permite ser amable, pero yo estoy
condenado por el mismo gesto? ― Le preguntó en voz baja.

Sus ojos se encontraron y fue un error. Un gran error. Se sentía como si estuviera
cayendo en esos duros y penetrantes ojos. Ella supo al instante que no le había
dado el abrigo porque él estaba siendo amable. Sólo no sabía por qué se lo había
dado a ella. O por qué había tomado un interés en ella en absoluto.

― ¿Francesca? ― Le impulsó.

Ella trató de no fruncir el ceño hacia él. ― No claro que no. Es que simplemente es
difícil de aceptar la caridad. ― Ella tomó un aliento.

― No es caridad.

Eso es de lo que ella había tenido miedo. Su mirada se deslizó lejos de la suya. ―
No puedo aceptar...Es decir... De ti...Porque eres... ― Dios. Ni siquiera podía
hablar. Estaba demasiado cerca. rodeándola de calor. Era muy apuesto. Demasiado
peligroso. También todo lo que no era y nunca sería.

Su mandíbula se endureció aún más, si eso era posible. Ella tenía los ojos fijos en su
cinco en punto, en su muy atractiva sombra, por lo que vio muy claramente su
impaciencia. Su vientre se tensó en poco duro, con nudos aprensivos. Ella no pudo
evitarlo, se apretó la mano a profundidad para tratar de detener la tensión
enrollandose allí. Su mirada cayó sobre su mano y luego regresó a su cara.

― Es porque tengo dinero. ― Él hizo una declaración.

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Su acusación picó, sobre todo porque era la verdad. El color se profundizó en su
rostro. El hizo que sonara prejuiciosa. Odiaba que él le preguntara eso a ella, pero
la verdad era que hubiera sido mucho más capaz de aceptar el abrigo de alguien
que tuviera mucho menos. Ella atrapó su labio inferior entre sus dientes. Por
supuesto que no era la única razón, pero no podía enumerar esas razones tampoco.
Que él era precioso, súper caliente. O que era peligroso y que pensaba que podría
ser un miembro del crimen organizado.

― Francesca.

Su estómago dio un salto mortal. Dijo su nombre bajo. Dominante. Estaba


acostumbrado a la deferencia. A la Obediencia. Ella respiró.

― Mírame.

Ella dejó escapar el aliento lentamente y forzó su mirada hasta su hermoso rostro
hasta que sus ojos chocaron con los suyos. A continuación, el aliento dejó de golpe
sus pulmones, dejando su lucha por respirar.

― Guarda. El. Maldito. Abrigo. ― Mordió cada palabra.

El miedo golpeo fuera de ella. Él no la estaba tocando o amenazando, pero sintió la


amenaza rodando fuera de él en oleadas. No tenía sentido luchar contra él. Él iba a
salirse con la suya. Ambos lo sabían.

― Gracias. ― Las palabras supieron un poco amargo, pero consiguió decirlas sin
ahogarse.

Asintió con la cabeza y miró el reloj de nuevo. ― Obtén algo de comer, ― añadió,
volviéndose lejos de ella. ― Regresare por mi abrigo.

Se aclaró la garganta. ― ¿Señor Ferraro?

Se dio la vuelta. Bello. Impaciente. ― Tengo cosas que hacer, Francesca.

No le importaba. Ella tenía que saber la verdad. ― ¿Por qué todo el mundo tiene
miedo de ti?

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Sus ojos azules mantuvieron cautivos los de ella durante tanto tiempo que escuchó
a su corazón latir. ― Porque no soy un hombre con el que alguna vez jodas.

Ella parpadeó hacia él, un poco sorprendida por la honestidad en su respuesta.


Estaba bastante segura de que estaba en lo cierto. Había llevado una habitación
llena de gente hablando a un punto muerto. Nadie se había movido. Nadie había
hablado. Definitivamente parecía un hombre con el que nadie se atrevería a coger.
Y menos ella.

Se aclaró la garganta. ― No me gustan ese tipo de cosas.

Él presionó una mano a su vientre de nuevo, empujando su espalda contra la


pared, dando un paso cerca de ella, hasta que su calor y el olor de él la rodeaba.

― ¿Qué tipo de cosas? ― Su mirada cayó a su boca. Manteniéndose allí.

Le temblaban los labios y un millón de mariposas volaron en su estómago. Su


corazón latía con fuerza. Dios. Estaba tan cerca. Demasiado cerca. Era más alto que
ella por lo menos una cabeza y media. Sus hombros borraban la calle detrás de él.
Olía delicioso. No sabía que un hombre podía oler tan bueno. Estaba congelando el
frío fuera y él ni siquiera estaba temblando cuando ella tenía su abrigo.

― El tipo de cosas con la palabra F. ― Ella lo soltó, diciendo lo primero que se le


vino a la mente, sin pensar.

Su ceja se alzó. No había pensado que alguien realmente pudiera hacer eso.
Disparar una ceja. Era increíblemente caliente, por lo menos en él.

― ¿La palabra F? ― Repitió. ― Dulce corazón, ni siquiera puedes decir cogida, por
el amor de Dios.

Sintió el color arrastrando en su rostro, aunque no sabía por qué. Ella no era la que
estaba echando en chorro un lenguaje inapropiado a un completo desconocido. No
estaba mirándolo a la boca, aunque ella quería. Ella se resistió, porque era bastante
educada. Ella no lo estaba presionando contra una pared y lo sostenía allí con una
mano en su vientre y otra en la cabeza. Ella no se atrevería a tocarlo.

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No había nada que decir a eso, así que no dijo nada. Se quedó allí esperando que él
la liberara.

Miró su reloj de nuevo. ― Realmente me tengo que ir. Come. Me refiero a eso,
Francesca. No le dés el dinero o el abrigo a otra persona. Lo sabré, y no me va a
gustar.

Ella hizo una mueca. ― ¿Debo tener miedo de ti?

Por primera vez, la diversión suavizó sus rasgos. ― Sólo si eso te impide regalar
mi abrigo y te asegura de que comes el día de hoy. ― Él extendió la mano y
agrupó su pelo en la mano y luego dejó que los hilos se deslizaran fuera de su
puño. ― No te olvides de comprar un par de zapatos decente.

― Voy a utilizar tu abrigo, pero el dinero... No sé cuándo pueda pagarlo.

― Pietro paga un salario decente. ― Se apartó de ella.

― No tengo el trabajo todavía.

― Tienes el trabajo. ― Él levantó una mano y comenzó a caminar por la calle,


moviéndose con facilidad, en voz baja. Viéndose más hermoso que nunca.

― Espers. ¿Cómo devuelvo el abrigo? ― Preguntó un poco desesperada. Él había


dejado claro que quería su abrigo de regreso.

― Te encontraré.

Ella lo vio alejarse a grandes zancadas. Observando cómo la gente en la acera se


trasladaba fuera de su camino. Él parecía fluir a través de la acera, una fuerza a
tener en cuenta. Se sintió un poco maltratada, como si hubiera estado en medio de
la mar durante una tormenta terrible. Ella no se movió, no por mucho tiempo. Se
arrebujó allí en su largo abrigo y se obligó a respirar profundamente, tratando de
no sentirse débil.

Joanna le cogió por el brazo. ― Oh. Mi Dios. ¿Eso acaba de suceder? Dime que solo
sucedió. ― Ella sacudió prácticamente a Francesca en su estado de shock.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca echó un vistazo por la ventana de la tienda de comestibles. Nadie se
había movido. La atención de cada persona en la tienda permanecía
completamente clavada en Stefano Ferraro. Se sumergió profundamente en el calor
del abrigo. La cachemira olía a él. Estaba caliente como él. Elegante como él.

― ¿Qué que acaba de suceder? ― Preguntó Francesca a Joanna. ― No sé. Debido a


que no tengo ni idea.

― Sólo le dijo a Tío Pietro que te contratara. Se lo ordenó.

― Él no puede hacer eso. ― Francesca frunció el ceño, alarmada.

― Sí, si puede, y lo hizo. Nadie va en contra de un Ferraro. Nadie, Francesca.

― Estupendo. Tu tío me va a culpar por tener a alguien interviniendo y diciéndole


qué hacer en su propia tienda.

― No, no lo hará. Él esta excitado por llegar a hacerle un favor a Stefano. Eso es
raro y significa alguna cosa. Le haces un favor a uno y todos ellos sienten que te
deben. La familia entera. Eso es enorme, tener a un Ferraro debiéndote. Tío Pietro
estaba prácticamente bailando alrededor de la tienda.

― ¿Por qué ese hombre estaba tan enojado porque yo no tenía un abrigo?

Joanna parecía confundida. ― No tengo idea. Sólo sé que es supercool que


atrajeras su atención. He estado alrededor por años, desde que era una niña, y sé
que todos ellos saben mi nombre y me conocen, pero nunca han tomado ese tipo
de interés en mí.

Francesca apretó los dientes. ― ¿Por qué sería? ― Preguntó, aunque ya sabía la
respuesta y no le gustaba.

― No corremos exactamente en los mismos círculos sociales. Ya que su familia es


la celebridad total. Todo el mundo sabe de ellos.

Bookeater
Shadow Rider
Eso no tuvo a Francesca ni un poco menos predispuesta a sentirse mejor acerca de
Stefano Ferraro, interesado en ella. ― No sé de ellos. Ni quiero conocerlos. ― Lo
cual no era del todo cierto. Claro que había oído el nombre. Ella sabía que el
nombre se asociaba con un banco internacional y un hotel de gran prestigio, así
como con un equipo de carreras.

Joanna la agarró del brazo y tiró de él en dirección de la puerta de la tienda. ―


Vamos, hace frío aquí. Tío Pietro quiere conocerte.

― Haz dicho, los. ¿Hay más de uno como él? ― Ella sabía que un Ferraro conducía
un coche de carreras, pero seguramente el nombre no era tan poco común.

Joanna asintió solemnemente. ― Y todos ellos son preciosos. No es broma. Stefano


es el más mayor. Él tiene cuatro hermanos, igualmente calientes. Una de las
hermanas, es totalmente hermosa. Cuando caminan juntos, la gente simplemente
mira hacia ellos. Eso es lo caliente que son. Cada uno de ellos es super cool, así,
que hacen que todos los días sean calurosos. Estoy un poco enamorada de ellos,
incluyendo su hermana. Es que son totalmente preciosos.

Francesca no pudo evitarlo. Se echó a reír. No se había reído en meses. Fue bueno
de ver a Joanna de nuevo. Ella no era ni un poco complicada, ni quería serlo.
Siempre encontraba humor en todo y amaba ir de fiesta, ir a los clubes y bailar
toda la noche.

― No puedo creer que Stefano Ferraro, te reclamara.

La declaración le desplomó, dejando a Francesca sintiéndose débil y más


confundida que nunca. Cuando ellas entraron en la tienda, todos los ojos se
volvieron hacia ella. La tienda estaba en un misterioso silencio. Color infundio su
cara. Quiso volverse y correr.

― Joanna, ven detrás del mostrador y ayuda, mientras hablo con tu amiga, ―
ordenó Pietro, haciendo señas a su sobrina.

Joanna apretó la mano de Francesca. ― Tío Pietro, esta es mi mejor amiga,


Francesca Capello.

Bookeater
Shadow Rider
― Sí, sí, lo sé, hablas de ella todo el tiempo, ― dijo Pietro, radiante. Hizo un gesto
hacia los clientes.

― Date prisa, antes de que tomen su negocio en otro lugar. Yo cuidaré de


Francesca por ti.

Indicó a Francesca que lo siguiera y así lo hizo, un sinuoso camino a través de la


multitud de gente, detrás del mostrador. Una vez detrás del mostrador, estuvo
más cerca de los olores de la comida y su estómago gruñó otra vez. Se encontró
tirando del abrigo más cerca, a su alrededor como un escudo, tratando de
esconderse de todos los ojos fijos en ella. Tratando de ocultar el hecho de que
estaba muerta de hambre. Siguió a Pietro a través de un estrecho pasillo hasta la
oficina, un lugar más bien desordenado.

Pedro le hizo un gesto hacia una silla. ― Siéntate. Te conseguiré una aplicación,
pero eso es sólo porque necesito tu información. Una mera formalidad.

Ella se encogió, deseando que fuera fácil para la persona promedio obtener una
nueva identidad. Ella había hecho investigaciones, sólo para descubrir que sería
imposible cuando no tenía dinero y no conocía a nadie en el mundo de la
delincuencia, bueno, sólo a una persona, por lo que había permanecido como
Francesca Capello.

Sus dedos agarraron el exterior del abrigo, reuniendo el material en sus puños,
sosteniéndolo tan apretado que sus nudillos se volvieron blancos.

― Dime cómo conociste a Stefano Ferraro. Parecía como si acabaras de conocerlo,


sin embargo, él dijo... ― estaba, claramente buscando más información.

Bookeater
Shadow Rider
Miró al otro lado del escritorio de Pietro, su corazón comenzando a latir con
fuerza. Necesitaba este trabajo. Ella no era buena mintiendo, pero... no sabía qué
hacer, qué contestarle. ― Lo siento, señor Masci, nunca había puesto los ojos en él
antes de hoy. ― Le dijo a la verdad. Se encontró con que estaba temblando de pies
a cabeza. Ella tenía que obtener el trabajo. Se inclinó hacia él. ― Por favor. Soy una
trabajadora muy dura. He tenido toneladas de experiencia. Realmente. ― No
podía aportar cualquier referencia. Ni una sola.

Pietro se echó hacia atrás en su silla, frunciendo el ceño. ― ¿Nunca habías puesto
los ojos en él antes de hoy? ― Él repitió su negativa en voz baja. Pensativamente.
― Él te reclama. Me pidió que cuidara de ti por él. ¿Tienes alguna idea de lo que
eso significa para nosotros? ¿Cómo puedes no conocerlo?

Ella se estaba desesperando. La comida había sido escasa por las últimas semanas.
Escondiéndose en edificios viejos, tratando de mantenerse con vida cuando estaba
siendo perseguida, no podría hacer de la comida su primera prioridad. El viaje en
autobús había sido largo. Tenía que guardar su dinero para tratar de conseguir un
lugar para quedarse. Eso no dejaba mucho para la comida.

― Conocí a Joanna en la escuela y luego en la universidad. Cuando... cosas que me


pasaron...y a mi familia, ella tuvo la amabilidad de ayudarme. Tomé un autobús
hasta aquí desde California porque pensé que podía trabajar en su tienda y
construir una nueva vida aquí.

Puso las dos manos sobre el escritorio. Planas. Inclinándose hacia ella. Con ojos
penetrantes. El corazón le dio un vuelco.

― ¿Estás huyendo de la ley?

El alivio fue tan fuerte que quería llorar. Ella sacudió su cabeza. ― No señor. No lo
estoy. Yo entré en algunos problemas para volver a casa, pero no estoy en
problemas con la ley. Realmente necesito este trabajo. No tengo mucho dinero... ―
lo que le recordó los billetes doblados que Stefano Ferraro había metido en el
bolsillo de su muy cálido abrigo.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿Por qué Stefano Ferraro me pidió un favor para ti? ¿Conoce tu familia?

Ella sacudió la cabeza, con una sensación de mareo. ― Se lo juro, yo no lo conozco.


No sé por qué me dio la chaqueta, o actuó como lo hizo.

― Él te llevó fuera y tuvo una conversación contigo. ¿Qué dijo él?

― Nada. Él no quería que yo le entregara su abrigo a otra persona. Me dijo que


tenía que comprar unos zapatos con el dinero. Él estaba siendo amable.

Algo en sus ojos cambió. ― Los Ferraros son un montón de cosas, pero no son
amables. El quiere que me ocupe de ti. Mi sobrina me lo ha pedido también. Voy a
contratarte. Puedes empezar mañana. Rellena los papeles y voy a darte comida.
Parece como si no hubieses comido desde hace tiempo.

Francesca tuvo que admitir que no creía que Stefano la hubiera ayudado por
amabilidad, pero sin duda la expresión de Pietro era amable, y se dejó caer en el
alivio. Ella iba a poner la totalidad del incidente con Stefano como raro, tratarlo
como si fuera un gesto amable. No iba a gastar su dinero, pero usaría su abrigo y
luego lo colgaría con cuidado en su apartamento, hasta que se descubriera la
manera de entregárselo de nuevo a él.

Llenó la solicitud, dejando casi todo en blanco. Su nombre. Su número de


seguridad social. Eso era todo. No había nada más que le pudiera decir con
seguridad.

Bookeater
Shadow Rider
2

Joanna arrojó un puñado de revistas sobre la mesa frente a Francesca.


― Comprueba estas si lo deseas. Dime que estoy equivocada acerca de la familia
Ferraro.

Francesca suspiró. Se las había arreglado para comer dos comidas, gracias a Joanna
y su tío. Habia mantenido las comidas pequeñas, y estaba feliz de haberlas
retenido. La comida estaba sentada en su estómago como si su cuerpo se hubiera
olvidado de cómo procesarla. Su primer día de trabajo había sido muy exitoso y
Pietro estaba contento. Los clientes de la tienda de delicatesen se habían duplicado
en un solo día. Había mantenido la cabeza hacia abajo y trabajado duro, evitando
los ojos fijos. A Pietro no le importaba si se quedaban mirando a su nueva
empleada. Se preocupaba por la caja registradora, y estaba lleno. Eso significaba
que el tarro de la extremidad estaba lleno también.

Francesca sonrió a Joanna mientras le entregaba una de las revistas de moda para
mostrarle su titular.

Los hermanos Ferraro. Los coches rápidos y mujeres más rápidas. Había una serie
de fotografías de Stefano Ferraro de pie junto a un coche de carreras con una gran
sonrisa y un gran trofeo, una mujer en sus brazos, mirando hacia él. Cuatro
hombres muy calientes y una mujer excepcionalmente hermosa le rodeaban, todos
sonriéndole. Joanna tenía razón. Eran hermosos.

― Bueno, eso me deja por fuera. No soy dueña de un coche, y no podría decirse
que corriera en el carril rápido independientemente de quién esté hablando de mí.

Francesca debió de haber sentido alivio, pero cuanto más miraba a través de las
revistas y veía las modelos, cantantes, actrices y herederas que adornan los brazos
de los machos Ferraro, se sentía un poco enferma.

Bookeater
Shadow Rider
― Guau. Si se considera que una décima parte de todo esto es cierto, viven la vida
al límite. Fiestas. Carreras de carros. Jugar al polo. ¿Qué estaba haciendo en la
tienda de tu tío? No se pensaría que fuera a poner un pie en un lugar que esta
calificado como menos de cinco estrellas.

― La familia Ferraro posee la mayor parte de los edificios en nuestro vecindario.


No las casas, pero si los edificios de apartamentos, y todo el espacio de las tiendas.
Son muy prácticos. Sus padres compran realmente a nivel local. Ellos a menudo
entran y hablan con el tío Pietro.

― ¿Me estás diciendo que estas personas son realmente amigos de todos ustedes?
― No podía evitar la incredulidad de su voz.

Joanna sacudió la cabeza. ― No exactamente amigos. No estoy diciendo que nos


encontramos en los mismos círculos. Es más como que son la realeza y que todos lo
sabemos. Mantienen un ojo en las cosas.

Francesca miraba las fotos de las caras ridículamente guapas con mujeres en sus
brazos, las mujeres con diamantes, y ella simplemente no podía imaginarse verlos
caminar por el barrio y frecuentar las tiendas locales. ― ¿Son de la mafia?

Joanna abrió la boca y miró a su alrededor.

― ¡Francesca! UH. ¿Estás loca? No se hace una pregunta como esa donde
cualquiera puede oírte.

― Bueno. ¿Pero ello lo son? ― Ella persistió.

Joanna parecía incómoda.

― Mantienen el barrio seguro.

Francesca bajó la mirada hacia las páginas abiertas de las revistas de nuevo.
Parecían playboys, sin embargo, si miraba muy de cerca, si estudiaba sus rostros,
podía ver el peligro que se ocultaba debajo de toda esa belleza.

Bookeater
Shadow Rider
La campanilla de la puerta anunció un cliente y Francesca levantó la vista mientras
se levantaba. Su corazón tartamudeó. Otro Ferraro. Seguro. No Stefano, pero sin
duda uno de sus hermanos. Su aguda mirada se movió alrededor de la tienda
hasta que llegó a ella. Su estómago reaccionó, dando un pequeño descenso. Miró a
Joanna. Su amiga permaneció inmóvil, con la boca abierta, su mano en las revistas.

Francesca cerró cuidadosamente las cubiertas y oró por que esos ojos agudos que
ya las diseccionaban no hubieran visto lo que estaban viendo. Obligó a su cuerpo a
moverse, e ir directamente alrededor del mostrador. Eso ayudó a poner una
barrera entre ellos.

― ¿Puedo ayudarle?

Su voz salió un poco estrangulada. Ella tenía secretos. Los hombres como los
Ferraros, hombres del jet set, eran tan ricos que pensaban que poseían todo en su
mundo y podían arruinarla. Ella sabía por experiencia que no lo pensarían dos
veces antes de destruir a cualquiera que se interpusiera en su camino.

― Hola, Joanna, ― dijo el recién llegado, mirando a Francesca, no a Joanna. ―


¿Usted quiere presentarnos?

Joanna se levantó tan rápido que casi volcó su silla. A esta hora del día la tienda
era relativamente tranquila. Las agrupaciones de clientes llegaban en forma
esporádica hasta la próxima comida. Aún así, los pocos clientes dejaron de hablar,
al igual que habían hecho cuando Stefano había entrado.

― Por supuesto. Giovanni Ferraro, esta es mi amiga Francesca Capello.

Giovanni le tendió la mano. Francesca no tuvo más remedio que tomarla o


parecería grosera. A pesar de sus declaraciones sobre que la familia Ferraro
mantenían el barrio seguro Joanna parecía ansiosa.

La mano de Giovanni se cerró alrededor de la suya.

― Eres nueva en nuestro vecindario. ― Giovanni hizo una declaración.

Francesca asintió. ― ¿Hay algo que pueda hacer por usted?

Bookeater
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― A Mamá le gustaría tener algunos de los tiramisú de Pietro. Ella ha estado
deseándolos y no podía conseguir en la tienda hoy. ¿Me das una caja de hasta seis
piezas?

Francesca asintió. Aliviada. Él tenía una razón legítima para ir a la tienda. ¿Qué
sabía ella?

Joanna dijo que la familia frecuentaba la tienda. Su extraño encuentro con Stefano
la ponía nerviosa, eso era todo. Armó una de las cajas de transportar y la forró con
cuidado, sabiendo que Pietro querría que la caja fuera más especial.

― ¿Cómo estás acomodándote en el barrio? ― Preguntó Giovanni. ― ¿Todo el


mundo te trata bien?

Francesca sintió que la tensión en la tienda subía una muesca. Ella levantó la
mirada lentamente para coincidir con la suya. Esto no era una visita casual. No
sabía por qué la pregunta inocente se lo avisó, pero la familia Ferraro continuaba
interesándose en ella. Las campanas de alarma comenzaron a gritar. Tal vez
incluso Chicago no era seguro para ella. Trató de no parecer como si se estuviera
volviendo loca.

Joanna lo estaba. Su cara se había puesto pálida y torcía los dedos juntos con
ansiedad, esperando la respuesta de Francesca. Toda la tienda parecía estar
esperando.

― Todo el mundo ha sido maravilloso, ― respondió ella, y miró hacia abajo a su


espacio de trabajo, colocando cuidadosamente cada pieza en la caja.

― ¿No hay quejas, entonces? ― le solicitó.

El corazón le dio un vuelco. Se sentía como si estuviera caminando sobre cáscaras


de huevo, un movimiento en falso y algo terrible podría pasar. Ella no sabía qué.

― Nada. ― Ella puso la caja sobre el mostrador.

Bookeater
Shadow Rider
Giovanni se acercó mientras le entregaba el dinero para el tiramisú.

― Compra unos zapatos. ― Su voz era baja. Sólo entre ellos dos.

Su mirada saltó a la suya. Se negó a apartar la mirada. No iba a discutir con él,
pero ella no había gastado el dinero de Stefano. Ni un solo centavo. Ni para nada.

Pietro la dejaba comer allí en la tienda de comestibles y ella tenía cuidado de no


abusar de ese privilegio, pero no pasaba más hambre, por lo que no necesitaba del
dinero de Stefano. La familia Ferraro parecía estar obsesionada con que
consiguiera zapatos nuevos.

― No le cabrees, ― aconsejó Giovanni. ― Cómprate los zapatos. Siempre le


puedes pagar. Infierno, llegara pronto a casa y no quieres hacerlo irritar.

― ¿Él le envió a comprobarme? ― Dijo entre dientes.

Él le sonrió, completamente impertinente. Se veía tan hermoso como su hermano.


E igual de arrogante. ― Estamos viendo por ti ― admitió. ― Nos daría una gran
paliza a nosotros si no lo hiciéramos. Así que compra los zapatos e impide que
consiga la nariz rota. Me gusta tal y como está.

Ella le dio el cambio. ― Sólo espera un momento. Tengo su abrigo en la parte


trasera y puedes. . .

Giovanni se apartó del mostrador.

― No va a pasar, mujer. Le das ese abrigo en persona. Me mataría sobre ese


abrigo. Póntelo. Él va a comprobar eso, también. Compra unos zapatos y arruina el
puto abrigo. Eso lo pondrá de buen estado de ánimo para un cambio.

― ¿Qué significa eso?

Stefano parecía que estaba en un buen estado de ánimo cuando estaba sonriendo
para las cámaras con todas aquellas mujeres que colgaban de su brazo.

Bookeater
Shadow Rider
Giovanni se volvió sin mirar a Francesca, lo que estaba bien porque ella podría
haber tirado algo hacia él.

― Joanna, no has ido por el club hace un tiempo.

Joanna había cerrado el resto de las revistas, las apiló todas, y las volteo por lo que
sólo la parte de atrás de las cubiertas se mostraba. Francesca estaba bastante segura
de que era demasiado tarde. Giovanni había visto lo que estaban haciendo. No
había duda en su mente de que iba a informar de eso a su hermano también.

― ¿Has estado visitando nuestros competidores en su negocio? ― El tono de


Giovanni dejaba notar que le estaba tomando el pelo, pero Joanna se puso
nerviosa.

― Me encanta el club, ― dijo, ― pero los precios son un poco altos, y por lo
general no lo logro ni incluso pasar la línea de la puerta.

La cara de Giovanni se oscureció. ― ¿Qué dijiste?

― Está bien, de verdad. Entiendo. Es un punto caliente. Y no tengo exactamente la


ropa. . .

― Eso es mentira. ― Sacó una tarjeta de su billetera y se la dio. ― Sáltate la puta


línea y muéstrale esto al gorila. Si ellos no te dejan entrar, llama al número que
figura en la tarjeta y yo me encargo. Eres una de los nuestros. Te dejan entrar
cuando desees. Ve este próximo fin de semana y lleva a Francesca. Estaré allí y
también lo hará Stefano. Tenemos una reunión. Si hay algún problema,
simplemente llama.

Francesca se horrorizó. Conmocionada, también. Giovanni sonaba muy enojado.


No por ella, sino en nombre de Joanna, lo que hizo que Francesca pensara un poco
mejor de él. No le gustaba que a Joanna se le hubiera negado la entrada en el club.
Sin embargo, ella no iba a ir a algún club caliente. ¿Qué iba a llevar? ¿Sus
pantalones vaqueros agujereados? No era probable.

Bookeater
Shadow Rider
Observaron a Giovanni marcharse, y luego Francesca salió de detrás del
mostrador.

― ¿Que en el mundo fue eso?

― No sé, pero es evidente que la familia vela por ti, ― dijo Joanna. Ella levantó la
tarjeta. ― ¿Puedes creer que me dio esto? Estaba enojado porque no me dejaron
entrar. Dijo que me saltara la línea, también. ¿Te imaginas llegar a hacer eso? Me
he metido en el club un par de veces, pero por lo general no logro pasar de la
puerta.

― Eso es terrible. Snobs.

― Los Ferraros claramente no son los que están siendo snobs, ― dijo Joanna,
agitando la tarjeta hacia ella. ― Podemos ir a bailar, Francesca.

― No puedo ir, ― protestó Francesca. ― Yo no tendría el dinero para entrar, ni


tengo nada para usar que no esté desgastado. En serio, Joanna, ve con tus otros
amigos o en solitario. De ninguna manera voy a ir a un club, en especial a uno que
los Ferraros frecuenten.

― Propio. Ellos son los dueños. Tienen varias empresas, y ese es sólo uno. La
actividad principal de la familia es la banca internacional. También tienen un hotel,
que es una bomba. Las estrellas de cine se quedan allí. En todo caso, tienes que
venir conmigo. Ellos lo esperan. ― Joanna presiona la tarjeta contra su corazón. ―
Te encontraré algo que no este desgastado.

― No. ― Francesca se arrojó en el asiento junto a Joanna. ― Me están vigilando,


tal como me dijo. ¿Por qué harían eso? ¿Crees que se enteraron... ― Se
interrumpió, y alcanzó la mano de Joanna. ― Se desenvuelven en los mismos
círculos. Si le dicen a alguien que estoy aquí, voy a tener que correr de nuevo y no
tengo suficiente dinero.

Bookeater
Shadow Rider
Inesperadamente le vino la idea del dinero que Stefano había metido en el bolsillo
de su abrigo. Podría ser un robo, si lo tomaba para desaparecer. Tenía la sensación
de que si lo hacía, Stefano la encontraría. Ya que nunca permitiría que le robara sin
cazarla. Se estremeció ante la idea. No lo quería detrás de ella. Él sería implacable
y dudaba que tuviera mucha misericordia en él.

Joanna sacudió la cabeza.

― Estas bajo la protección de Stefano. Eso es lo que quería decir cuando le dijo a
mi tío que se hiciera cargo de lo que era suyo. Es evidente que la familia Ferraro
está mirando hacia fuera por ti.

Francesca dio un vistazo a la habitación, tomó la pila de revistas, las levantó y bajó
la voz aún más.

― ¿Estás loca? No puedo estar bajo escrutinio. Tú lo sabes. Nadie puede saber
nada sobre mí. Y tener a Stefano Ferraro mostrando algún interés, por cualquier
razón, incluso si él está preocupado acerca de mi bienestar, es peligroso.

Joanna parecía aplastada.

― Me encanta ese club. Celebridades van allí. Algunas estrellas de cine, Francesca.
No es como si se fijaran en mí, pero tengo la oportunidad de verlos de cerca.
Algunos de los pilotos de la NASCAR, van allí también. Los camareros hacen
trucos increíbles, tal como se ve en las películas, y la música es asesina. El mejor
lugar de baile en Chicago.

― Él dijo que podías ir en cualquier momento, ― Francesca le recordó


suavemente. ― No tenía nada que ver conmigo.

Joanna suspiró y asintió.

― Supongo que estas en lo correcto. ¿A qué hora sales?

― Tu tío dijo que a las cinco. Es casi ahora.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca no tuvo que mirar el reloj para saber que estaba cerca del final de su
turno. Tenía los pies matándola, y los dedos de los pies entumecidos por el frío.
Tenía miedo de ir a sufrir una quemadura. Ella deseaba darse un baño en remojo.
El pequeño apartamento sólo tenía una ducha, y el agua no estaba muy caliente.
Sin embargo, no estaba dispuesta a quejarse. Ella tenía un techo sobre su cabeza y
el tío de Joanna le pagaba un sueldo mucho mejor de lo que había anticipado, lo
que significaba que si seguía dándole las horas que le había prometido, podría
pagar otro mes de alquiler.

Si trataba de comer una comida al día en la tienda de comestibles, o picar un poco


a lo largo del día, podría ahorrar dinero. La electricidad y el agua estaban incluidas
en el alquiler. No tenía teléfono celular o un coche. Ella miraba en tiendas de
segunda mano para ver si podía encontrar un poco más de ropa.

― ¿Por qué el gran suspiro? ― Preguntó Joanna.

― ¿Por qué será un gran problema para la familia Ferraro que yo no me compre un
par de zapatos? ― La tentación estaba allí. Sus pies estaban tan fríos que quería
llorar, por no hablar, porque los zapatos eran demasiado grandes, sus ampollas se
estaban constantemente frotando.

― ¿Es un problema? ― Francesca asintió, apoyándose en su mano.

― Giovanni me dijo que comprara zapatos o su hermano iba a estar enojado. Dijo
que no le hiciera enojar.

― ¿Dijo que? ― Joanna parecía conmocionada.

― No entiendo por qué le importaría a Stefano en primer lugar. No es su


problema. ¿Va por todas las calles en busca de personas con agujeros en sus
zapatos y les demanda que se compren nuevos? ¿Tiene una tienda de zapatos que
necesita vender? ¿Y por qué iba a enviar a su hermano en aquí para asegurarse de
que realmente compre los zapatos?

― Wow. ― Joanna se abanicó. ― Eso es justo…Guau.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca volteo los ojos.

― No empieces. No es sorpresa. Es espeluznante. Tal vez su hermano tiene un


fetiche por los zapatos y mis zapatos no se ajustan a la norma para el barrio.

― Es wow y lo sabes. Él está caliente. Es rico. Él está interesado en ti.

Francesca se puso rígida.

― No lo está. No creo eso. Da otra mirada a esas revistas al tipo de mujer que le
gusta. No soy yo. No soy una modelo. Soy pequeña y tengo muchas curvas. Por
todo el ejercicio del mundo no podre deshacerme de esto. . . ― Ella indicó sus
pechos generosos. ― O de mi trasero. Por no hablar, de que no vi ni una mujer
italiana estadounidense en todo el harén.

Joanna se echó a reír. ― Tal vez está buscando agregar una.

Francesca no pudo evitar reír con ella. ― No lo creo.

― Eres hermosa, Francesca, ― dijo Joanna, aleccionadora. ― Muy, muy hermosa.


Tu cara es impecable. Ninguna de esas modelos tiene algo de ti. Tu cara. Tu
cabello.

― Mi preciosa figura, ― dijo Francesca con sarcasmo. ― No soy un tamaño cero.

― Tienes una figura preciosa. Siempre he estado envidiosa de tu pequeña cintura.

Joanna era alta y delgada como un sauce. Ella podría haber sido una modelo. A
ella le gustaba la comida y comía más de lo que Francesca podía imaginar que
cualquier mujer comiera sin aumentar de peso, pero no lo hacía. Cada uno de sus
amigos de la universidad la envidiaba.

― No aumento en mi cintura, pero si justo arriba de la cintura o el trasero. No hay


pizza para mí. ― A Francesca le encantaba la pizza, y estaba ahorrando para su
primera pizza en Chicago. Joanna le dijo que el mejor lugar para ello estaba allí
mismo en el barrio Ferraro. Con eso se refería al territorio-Ferraro o barrio, como si
lo poseyeran todo. Tal vez lo hicieron. Por lo menos los edificios.

Bookeater
Shadow Rider
― Vas a comer pizza, ― dijo Joanna. ― No serás capaz de resistir. Este lugar hace
la mejor. Son orgásmicas.

Francesca se echó a reír de nuevo. ― Eres tan loca. Su sonrisa se desvaneció. ―


Joanna. Seriamente. Gracias. No sé cómo te voy a pagar todo esto. Me sentía tan
desesperada y aterrada todo el tiempo. ― Ella estaba todavía aterrada, pero no tan
desesperada. Y Joanna le hizo recordar la amistad, la familia y la risa.

― No seas absurda. Estoy tan contenta de que hayas venido. Tengo amigos aquí,
pero no a mi mejor amiga. Eres mi mejor amiga. Y en cualquier caso, ya me
pagaste. Tengo la tarjeta de Giovanni Ferraro y me puedo saltar la línea y obtener
entrar el club o llamarlo.

Francesca sonrió. ― Hay que ir. Soy buena para conseguir que entres en los clubes.
― Ella echó un vistazo a su reloj. ― Tengo que volver al trabajo. Yo organizaré
todo y limpiare para el siguiente turno. Pietro debe estar de vuelta para entonces.

Joanna la esperó y caminaron juntas, Francesca envuelta en el largo abrigo de


cachemira de Stefano Ferraro. Había pensado dejarlo en su apartamento, pero no
se atrevió. Su apartamento no era muy seguro. La cerradura era complicada y, a
veces en realidad no cerraba. Le había dicho al propietario y se había
comprometido a poner una nueva cerradura, pero ella no dejaría el abrigo en un
lugar donde alguien podría entrar y robar.

¿Quién sabía que la responsabilidad de un abrigo la volvería un poco loca? Parecía


tonta llevando el abrigo para trabajar, aunque la mantenía caliente, por lo que lo
llevaba, inhalando el olor de Stefano con cada aliento que daba. Lo colgó
cuidadosamente en la oficina de Pietro en lugar de la pequeña sala de descanso de
los empleados. A Pietro no le importaba. De hecho, parecía feliz de que ella
estuviera manteniendo el abrigo en su oficina.

Ella metió la mano en el bolsillo. El dinero estaba allí. Todo ello. No lo había
contado, pero tenía el presentimiento de que iba a desmayarse cuando se enterara
de lo mucho que le había dejado.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿A dónde vamos, Joanna? ¿Pensé que me habías dicho que la pizzería estaba en
el camino opuesto? ― Se dirigían al territorio Ferraro y la pizzería estaba más
profundamente en el. Habían caminado tres cuadras largas, llenas de negocios.
Dos calles más allá sabían que comenzaban las residencias. Pasaron por delante de
su edificio de apartamentos, que marcaba el mismo borde del barrio Ferraro y el
siguiente bloque era más bien como su edificio, pero en mal estado en
comparación.

― Sólo hay una tienda de zapatos abierta esta tarde a menos que vayamos al gran
centro comercial y luego tendríamos que tomar el autobús.

Francesca se detuvo. ― No sé si quiero gastar el dinero en los zapatos. En serio,


Joanna, tendría que devolver el dinero y tengo que tener cuidado para poder pagar
el alquiler. Tener un techo sobre mi cabeza es más importante que cualquier otra
cosa en este momento. Y puedo tratar de encontrar los zapatos. . .

― No lo digas. No vas a encontrar los zapatos en una tienda de segunda mano. De


ninguna manera. No estás poniendo tus pies en algo en lo que alguien ha puesto
sus pies.

― ¿Seriamente? Joanna, no tengo nada de dinero. No puedo permitirme el lujo de


ser exigente en este momento. Si Stefano Ferraro va a perder su mente, porque yo
no compre zapatos y volverá a todos locos y golpeará a su hermano, entonces
necesito encontrar un par de zapatos, pero no tengo que gastar su dinero en ellos.

― ¿Golpear a su hermano? ― Hizo eco de Joanna. ― ¿Giovanni dijo que Stefano le


golpearía?

Francesca se encogió de hombros. ― Algo como eso. Él mencionó que no quería su


nariz rota.

― Oh. Mi Dios. Estoy cayendo aún más en el amor con los hermanos Ferraro.
Todos ellos. Son tan calientes, atrevidos y preciosos. Puedo mirarlos para siempre.
― Ella cogió el brazo de Francesca. ― Aquí está la tienda. Vamos a entrar. Puedes
ver si encuentras algo que te guste.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca no pudo evitarlo. Estaba harta de tener los pies congelados, los
calcetines mojados y los pies entumecidos por el frío como el hielo. Una vez más,
su mano se deslizó en el bolsillo de los billetes cuidadosamente doblados. Ella
tomó una respiración profunda y asintió. Era una cosa loca que hacer, deber dinero
a Stefano, pero la tentación cuando sus pies estaban matándola después de
permanecer de pie durante todo el día era más de lo que podía soportar. Fue
embarazoso probarse los zapatos cuando los suyos estaban en esa condición tan
horrible. Joanna conocía el gerente y charló todo el tiempo, lo que permitió a
Francesca permanecer en silencio.

No podía mirar al hombre. Él tenía buen aspecto y coqueteado descaradamente


con Joanna. Al parecer habían ido juntos a la secundaria. A Francesca le tomó unos
minutos darse cuenta de que Joanna lo estaba distrayendo deliberadamente,
sabiendo cómo de incomoda estaría Francesca sobre el estado de sus zapatos. Se
sentía muy, muy afortunada de tener tan buena amiga.

Empujando sus calcetines mojados en sus zapatos mojados, apresuradamente se


puso los calcetines calientes y secos que Joanna le entregó. Era evidente que, junto
con los zapatos, Joanna esperaba que comprara los calcetines más gruesos.
Después de haber tomado una decisión, Francesca no perdió el tiempo
discutiendo. Ella se los puso y luego permitió que el vendedor la ayudara a subirse
las botas que habían llamado su atención. Ellas estaban alineadas y se sentía como
un milagro en sus pies. De hecho encajaron y cuando se puso de pie en ellas y
caminó por la tienda, tuvo que resistirse a hacer ruidos que pudieran sonar un
poco en el lado orgásmico.

Ella llevaría esas botas, ni siquiera le importaba que costaran más que cada artículo
de ropa que poseía en su conjunto.

― Voy a llevármelas puestas, ― anunció. ― Puedes lanzar mis zapatos viejos a la


basura, con calcetines y todo.

Joanna se echó a reír.

― Ese es el espíritu. Un derroche esta sin duda en orden.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca sacó el dinero del bolsillo del abrigo y se dirigió con el vendedor y
Joanna hacia el contador. Cada paso era el cielo. Mantuvo las manos debajo del
mostrador, por lo que el vendedor ni siquiera vio cuando ella contó los billetes. La
mayoría eran de cien. Había unos pocos de veinte y dos de diez. Ella sabía que el
color abandonó su rostro y su corazón casi dejó de latir antes de que empezara a
golpear. Ella cogió el brazo de Joanna y la arrastró lejos del mostrador.

― Oh. Mi Dios. Joanna. Hay más de mil dólares aquí. He estado caminando por
ahí con esa cantidad de dinero en el bolsillo de la chaqueta. ¿Que estaba pensando?

Joanna la miro boquiabierta.

― ¿Estás segura?

Francesca asintió lentamente. ― Por supuesto. He contado dos veces. ― Miró


hacia el mostrador. El vendedor estaba observando de cerca.

― ¿Hay algo mal?

Por primera vez, Francesca miró la etiqueta con su nombre. Mario Bandoni estaba
centrado totalmente en Joanna. Incluso a pesar de que estaba preguntando a
Francesca si algo estaba mal, estaba mirando a Joanna con una suavidad en sus
ojos.

― No, ― respondió Joanna para ellos. Cogió dos de los billetes de cien dólares de
Francesca.

― Bueno, vamos a llevar un par de pares de calcetines.

― Joanna, ― protestó Francesca.

Joanna la ignoró y le entregó el dinero a Mario. Él le dedicó una sonrisa, haciendo


caso omiso de la protesta de Francesca también.

― ¿Usted va a escribir su número de teléfono abajo? ― Le preguntó a Joanna.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca cruzó la habitación para mirar hacia el crepúsculo. Había dos hombres
de pie justo al lado, a un lado de la tienda hablando juntos. Una pareja caminaba,
el hombre mirando por encima del hombro cautelosamente varias veces a los dos
hombres sin dejar de hablar.

Francesca se dio cuenta de que nunca había visto un atisbo de nerviosismo cuando
ella se había ido a casa del trabajo la noche anterior, o cuando ella se dirigía a la
tienda de comestibles en la mañana.

Se preguntó si una familia podría proteger su territorio tan bien que los residentes
se consideraban seguros, incluso en el centro de una ciudad. Tirar de la capa de
Stefano más cerca a su alrededor le dio una extraña sensación de seguridad. Eso no
debería ser. Era un hombre aterrador. No entendía por qué le daría mil dólares, o
solo seria por casualidad. No la conocía a ella. Por lo que sabía iría de compras a su
costa. Ella sabía, ahora que Joanna era consciente de la cantidad de dinero que
tenía, que Joanna trataría de convencerla de comprar ropa decente. Probablemente
ella insistiría en ir al club.

― ¿Hacia donde se están ustedes dos dirigiendo? ― Preguntó Mario.

― Hacia la Pizzería Petrov, ― dijo Joanna. ― Mi plan es impresionar a Francesca


con la mejor pizza del mundo, a pesar de que no tenemos reserva. Estoy contando
con que Tito nos deje entrar. Él siempre me encuentra una mesa.

― La mejor pizza que jamás veras. ― Mario dirigió una sonrisa a Joanna.

― También estamos pensando en ir al club de los Ferraros este fin de semana, ―


dijo Joanna. ― Tengo un pase de la línea. ¿Te gusta bailar?

Él se rió de ella. ― Joanna, vamos. ¿Quién fue el rey del baile en la escuela?

Ella escribió su número. ― Llámame. Vamos a cuadrar algo. ― Agitando la mano,


abrió la puerta y salieron al exterior. Ella se inclinó hacia Francesca. ― Estoy tan
segura de que voy a tener suerte. Siempre he deseado salir con Mario. Siempre. El
es tan dulce. Y tengo que decir, que el hombre puede bailar como nadie del
negocio.

Bookeater
Shadow Rider
― Sólo tú puedes entrar en una tienda de zapatos y salir con una cita, ― observó
Francesca. ― Pudiste irse a la universidad y al parecer todavía estar tan caliente
como siempre. No creo que el hombre me pueda describir incluso si alguien le pide
que lo haga. Sólo tenía ojos para ti.

― Eso no es cierto.

Francesca se rió. ― No lo niegues. Siempre has sido un imán para los hombres, al
menos el tiempo que te he conocido. Apuesto a que eras la reina de la fiesta.

― Tu sabes que yo lo era, por lo que no puedes apostar eso, ― Joanna protestó,
empujando a Francesca.

Una mano cogió la capa de Francesca desde atrás, ella se dio la vuelta y la empujó
con tanta fuerza en contra del muro que la respiración fue eliminada de ella. Sintió
la quemadura caliente de algo en contra de su garganta. Un hombre la sujetaba con
fuerza, un brazo empujó contra su pecho, y el otro sosteniendo el borde de un
cuchillo en la garganta.

Ella supo que había hecho un corte muy poco profundo, porque no sólo quemó,
sino que sintió el hilo de sangre.

Ella debió haber pensado acerca de morir, pero en todo lo que podía pensar
histéricamente, fue que no podía conseguir manchar de sangre el abrigo de
Stefano. Amaba ese abrigo. Había hecho una gran cosa acerca de su devolución.
No debería haberlo llevado a cualquier parte. Joanna dejó escapar un grito
sorprendida porque fuera cortada tan apresuradamente.

Francesca podía ver un segundo hombre con su brazo alrededor de su garganta y


una mano sobre su boca.

― Dame el dinero, perra, o estás muerta, ― el hombre del cuchillo espetó a


Francesca. ― Ahora mismo. Dámelo.

Ella le iba a deber a Stefano un nuevo abrigo de cachemira que debía haber costado
lo que un coche podría, así como más de mil dólares. Había contado el dinero
estúpidamente delante de la ventana de la tienda. Había sido tan cuidadosa de no
dejar ver a Mario el fajo de billetes, que no había pensado en la ventana.

Bookeater
Shadow Rider
No podía pensar en qué hacer. No podía permitir que él se llevara el abrigo o el
dinero. No podía evitar manchar de sangre el abrigo. Ella comenzó a luchar, lo que
era la cosa más absolutamente estúpida que podía haber hecho, pero tenía más
miedo debido a Stefano Ferraro que de que el asaltante la degollara.

En un momento su agresor tenía un cuchillo en su cuello y al siguiente estaba en el


suelo y el cuchillo estaba en manos de un hombre grande y corpulento. Su
salvador parecía furioso. No estaba solo, tampoco. Su compañero, viéndose casi
tan aterrador, sosteniendo un arma de fuego hacia el otro hombre. Con suavidad,
había retirado a Joanna a un lado y luego la había colocado detrás de él, lejos de
sus agresores.

El primer hombre, el que le había quitado el cuchillo, le entregó un pañuelo a


Francesca, para que lo presionara contra el corte.

― ¿Estás bien? ― Preguntó. Mantuvo un pie sobre el cuello de su agresor, no


permitiendo que se levantara de la acera. No era suave sobre él, tampoco.

― Soy Emilio Gallo. Este es mi hermano, Enzo.

Francesca se apretó contra el edificio, muy, muy asustada. No, aterrada. Esta era su
peor pesadilla, atraer los problemas hacia Joanna.

― Trabajamos para la familia Ferraro, ― continuó Emilio, obviamente, tratando de


tranquilizarla.

― Somos primos. Primos Primeros. ― Siguió tratando de calmarla, sin darse


cuenta de que estaba haciéndolo peor.

― ¿Qué estaban haciendo?

En el momento en que oyó para quién trabajaba, Francesca se arrancó el abrigo de


su espalda y trató de dárselo a Emilio.

― Tómalo. De Verdad. Usted tiene que tomarlo. Entrega el abrigo a él.

Bookeater
Shadow Rider
Emilio no se movió. Se quedó inmóvil como una estatua, un puño cerrado
alrededor del cuchillo, con la otra mano a su lado. Los dos hombres la miraron
como si hubiera perdido el juicio.

Joanna se movió con cautela en torno a Enzo para poner su brazo alrededor de
Francesca.

― Cariño, era sólo un robo. Eso es todo. Ponte el abrigo de nuevo. Estás temblando
como una hoja. Aquí, déjame ayudarte

Ella tomó el abrigo de Francesca y se lo tendió para que deslizara de nuevo sus
brazos. ― No, cariño, te mantendrá caliente.

Joanna sonrió a sus salvadores. ― ¿Quieren que llame al 911 y que denuncie esto?

― Usted siga adelante. Otro equipo le recogerá por lo que estará segura. El Sr.
Ferraro querrá hablar con estos señores en persona.

Emilio habló con voz suave, pero Francesca no se dejó engañar. Los dos hombres
estaban en muchos más problemas de los que habrían estado si se llamara a la
policía. Un coche de la ciudad oscuro tiró a la acera, y Enzo empujó a uno de los
atracadores al interior antes de que Emilio arrastrara hacia arriba de la tierra y
empujara el otro.

Francesca encontró significativo que ninguno de los asaltantes estuviera atado, y


sin embargo, no intentaron luchar; en cambio, se veían muy asustados.

La mirada de Francesca se aferró a la de Joanna, pero ella habló con Emilio.

― Usted no va a matarlos a ellos, ¿verdad? ― No podía evitar el temblor de su


voz.

― Francesca, ― siseó Joanna.

Francesca se obligó a mirar a Emilio. ― ¿Lo hará? ― Ella levantó la barbilla. No


tenía un teléfono celular para llamar a la policía, pero Joanna lo hacía y podía
usarlo si tenía que hacerlo.

Bookeater
Shadow Rider
― No tengo ninguna intención de matarlos, ― dijo Emilio. ― Pero el Señor Ferraro
va a querer hablar con ellos.

Ella no pregunto cual Sr. Ferraro porque estaba bastante segura de que ella lo
sabía. Manteniendo el pañuelo presionado a la herida poco profunda en la
garganta, dejó que Joanna la condujera lejos.

― Él dijo que vendría otro equipo por nosotros, ― susurró Joanna. ― Algo como
guardaespaldas. Cuando Stefano dijo que era suya a mi tío, no tenía ni idea de lo
que quería decir. Él es serio en eso. ¿Guardaespaldas? ¿Más de un equipo de
guardaespaldas? ¿Eso y su hermano que entra en la tienda a hablar contigo? ¿Qué
está pasando, Francesca?

― No tengo idea.

― ¿Qué te dijo cuando te llevó afuera? ¿Te pidió algo?

― No. Por supuesto no. No mostró ese tipo de interés, ― negó Francesca. Hizo
caso omiso de la intensa química que había arqueado entre ellos. Lo había sentido,
pero ella no creía que Stefano lo hubiera hecho. ― Él sólo parecía preocupado de
que yo no tuviera un abrigo o zapatos. Me dijo que me comprara algo para comer.

― Él te dio todo ese dinero. Te podías comprar algo de ropa decente con ella. Está
claro que eso es lo que quería que hicieras. ― Joanna chasqueó los dedos. ―
Podríamos conseguir un vestido asesino para el club y zapatos de tacón a juego.

― ¿Casi nos robaron y estás pensando en gastar el dinero? Voy a pedirle a tu tío
que lo ponga en su caja fuerte junto con este abrigo. Casi me muero cuando el
atracador me hizo sangrar y pensé que podría conseguir manchar de sangre el
abrigo favorito de Stefano.

Joanna se echó a reír. ― Eso da un miedo loco y tu Francesca. Fuiste atracada a


punta de cuchillo e incluso cortada, pero no te preocupas de ser robada, sólo por
un abrigo.

Bookeater
Shadow Rider
― No es sólo un abrigo. ― Francesca negó, con una pequeña sonrisa, finalmente
encontrando el humor en la situación. ― Es el abrigo favorito de Stefano Ferraro. Y
después yo estaba preocupada por ellos tomando su dinero y tratando de
averiguar la forma en que yo pagaría todo. Estaba considerando desvestirme para
ganarme la vida.

La risa de Joanna pasó de forzada a genuina.

― ¿Stripper?

― Yo pase cuatro años bailando en un tubo para hacer ejercicio en la universidad.


Creo que lo hacía bien. Era bastante buena.

― Fuiste bastante buena, ― corrigió Joanna. ― Eres genial en el baile, también.


Puedes mover tu cuerpo de un millón de maneras diferentes a la vez. Había
olvidado lo envidia que siempre me dio cuando estabas en una pista de baile.

― Control muscular y fuerza de base. Si no hubiera cortado la mitad de las clases


para una fecha, habría gestionado las clases avanzadas.

Joanna se encogió de hombros. ― Yo estaba estudiando anatomía. ¿Qué puedo


decir? Soy muy buena en eso. ― Ella tomó el brazo de Francesca. ― ¿Entonces, qué
piensas? ¿Deberíamos ir a gastar el dinero en el centro comercial? ¿Obtener un
vestido asesino y salir al club este fin de semana?

― De ninguna manera. No estoy gastando un centavo más. De hecho, si hago


suficiente dinero para pagar el alquiler antes de que él venga en busca de su
abrigo, le pagaré de vuelta los zapatos y él nunca sabrá que use su dinero.

Las cejas de Joanna casi dispararon a la línea del cabello.

― Eres tan terca, Francesca. Si tuviera la oportunidad que tienes, la protección de


la familia Ferraro, y mil dólares para gastar, yo estaría feliz de ser afortunada, no
resentida por ello.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca suspiró. ― Supongo que suena como resentimiento en lugar de
agradecida. Es solo que. . . ― Se interrumpió, mirando a su alrededor. Estaban de
nuevo en territorio Ferraro. Sea cual sea lo que Stefano y sus hermanos eran, la
vecindad parecía diferente. Segura. No podía imaginar el ataque sucediendo en su
propio terreno. Ella no podía negar que podía sentir la diferencia. No se había
sentido segura en un tiempo muy largo. Sin pensar demasiado sobre el por qué, se
acurrucó más profundamente en el abrigo caliente de Stefano.

― Es tan rico. No es un poco acomodado, todo en él grita dinero. No me gusta ese


tipo. Ellos viven de manera diferente que los simples mortales como nosotros.

Joanna lanzó una sonrisa. ― Tienes razón. Pueden volar alrededor del mundo en
cualquier momento. Es la razón de que se olviden de lo que se siente al vivir de un
cheque en cheque de pago.

― No olvidan, ― corrigió Francesca. ― Nunca han tenido que hacerlo.

Bookeater
Shadow Rider
3

En el momento en que las ruedas tocaron tierra en la pista en Los Ángeles,


Stefano se desabrochó el cinturón de seguridad y miró a través del pasillo estrecho
a sus dos hermanos.

― ¿Está todo listo?

Ricco asintió. ― Nos reuniremos con las gemelas Lacey y llevaremos un par de
amigos. Vamos a la fiesta con ellos en el punto caliente del local y seremos muy
visibles.

Stefano negó con la cabeza. ― ¿Las gemelas Lacey? ¿De nuevo? ¿En serio, Ricco?

― Están de moda ahora. Los papeles que obtienen son importantes y los paparazzi
les siguen a todas partes. Ellas son perfectas. Vamos a aparecer en todas las
revistas de chismes que hay. Mañana por la mañana, el Internet soplará con
imágenes y especulación.

― ¿Quieres que creas que las eligiste porque crearan una gran cantidad de
exposición? ― Preguntó Stefano mirándolo. ― Te gusta follar con las dos.

― Bueno. ― Ricco le sonrió. ― Así es. Y si también me dan la oportunidad de


practicar el arte del shibari, mucho mejor, me gusta mantener mis habilidades
agudas.

― Te gusta follarlas después de que las atas, y eso se va a volver y a morderte en el


culo. ― Stefano declaró, su voz suave, pero no había nada suave sobre la mirada
que le dio a su hermano. ― No es como si el chisme fuera a desaparecer cuando las
imágenes y artículos están en todas partes. No se puede negar exactamente eso. Si
encuentras a tu mujer, ¿cómo vas a convencerla de que una mujer será suficiente,
cuando siempre estas con dos?

Bookeater
Shadow Rider
La sonrisa desapareció del rostro de Ricco, dejándolo sombrío, una máscara de
piedra. ― Las posibilidades de que eso ocurra son como una en un millón. Esta
mujer que llegó a nuestro territorio es una casualidad, Stefano. Todos sabemos eso.
Es más, tienes un largo camino por delante. Nada garantiza que se quede.

Stefano se quedó inmóvil en el interior. El sabía que Ricco tenía razón, y que él
también estaba equivocado. El destino era extraño y en un momento estabas sin
esperanza y al siguiente le entregaba el mundo a un hombre. No el mundo, solo un
vistazo de lo que podría ser. Él suspiró. ¿Quién era él para dar una conferencia a su
hermano? Había hecho algunas cosas locas, pero no en público, por lo que si
alguna vez encontraba a una mujer que pudiera llamar propia, no estaría
avergonzado. Atar una mujer a él, obligándola a aceptar su vida, iba a ser una
tarea bastante difícil, pero lo haría. Ahora que sabía que había una posibilidad de
hacerlo, él haría que fuera una realidad. No había otra opción para él o para ella.

― Tienes un punto, ― admitió en voz baja. ― Es tu vida, Ricco, y lo que eliges


hacer es lo que tu decidas. Sólo sé que si tu mujer llega a tu vida, pedirle que viva
con nuestro nombre, dentro de las reglas de nuestra familia, es una maldición lo
suficientemente grande. ¿Qué más tienes que ofrecerle?

Frente a él, Vittorio se agitó. ― ¿Estás seguro de que esta mujer es una que se
puede enlazar a ti?

Vittorio. Siempre el constructor de la paz en la familia. Stefano le sonrió. No era


una sonrisa fácil, porque Stefano, incluso con los propios miembros de la familia,
rara vez sonreía, pero estaba allí de todos modos, porque Vittorio era un hombre
muy bueno. Stefano siempre estaba orgulloso de él. Necesitaban escuchar cómo el
milagro había pasado. Sabían, como los otros miembros de la familia, que
encontrar un jinete de las sombras fuera de la familia era un fenómeno raro y
ninguno de ellos había creído alguna vez que fuera a sucederles a ellos.

Stefano sabía que sus hermanos necesitan esperanza. Ricco en especial. Él era
salvaje. A veces fuera de control, brutal. No con el negocio de la familia, por
supuesto. Allí era frío como la piedra y todo negocio, pero tomaba riesgos.

Bookeater
Shadow Rider
Demasiados. Él era el mejor piloto en la familia, y todos eran buenos, pero a
menudo Ricco necesitaba la adrenalina de velocidades rápidas sólo para
mantenerse cuerdo. En otra familia, Ricco habría sido un artista. En su familia, la
creatividad era sólo la capacidad para encontrar maneras de llevar a cabo su
trabajo. Ricco se había volcado a la forma erótica del Shibari para satisfacer tanto
su necesidad para la creación del arte, así como sus necesidades sexuales. Él era
más oscuro que sus hermanos, y más propenso a la violencia, sin embargo, su
trabajo era impecable.

Stefano suspiró. Sus hermanos tenían que saber que había esperanza. ― Sentí una
carga eléctrica en el aire y la encontré preocupante. Me pareció que era una mala
cosa, una premonición de que algo venia a nuestra familia y que tendría que lidiar
con ello. La necesidad de permanecer allí era tan fuerte, que no podía salir. Aún
sabiendo que tenía que estar en un vuelo, pero el trabajo no importaba. Nada más
importaba lo suficiente para hacer que me fuera.

Stefano no sabía por qué admitió a sus hermanos el poco control que había tenido
cuando debería haberse metido en su coche y conducido directamente al
aeropuerto, pero sabía que tenía que decirles la verdad. Ser preciso sobre los
hechos. Era importante.

― Estaba de pie junto a mi coche, en la calle junto a la puerta del conductor. Si


hubiera ignorado la compulsión a quedarme, me habría alejado y yo nunca la
hubiera visto. ― Eso debía ser dicho. Sus hermanos tenían que permanecer alerta.
Tener todo en cuenta.

― Hay una tradición en nuestra familia, ― dijo Vittorio. ― Cuando llega la


primera, las otras seguirán.

― No sucedió para nuestros primos en Londres, ― dijo Ricco. ― Ninguno de ellos


se casó ni tuvieron niños. Ni lo hicieron los de Sicilia.

Stefano siguió su camino. Podía darles eso. Un momento en su vida, que sabía que
nunca olvidarían. Él compartiría lo que consideraba un perfecto momento privado,
casi aterrador.

Bookeater
Shadow Rider
― Oí su voz por primera vez. Ella respondió algo a lo que Joanna Masci le dijo. Esa
nota en su voz hizo girar la llave, desbloqueó algo muy dentro de mí. Sentí como
un terrible desgarrón en mi interior. Todo en mí se acercó a ella. La nota se quedó
colgando en el aire. Oí la música en mí en respuesta.

Se quedó un momento en silencio, reviviendo ese momento en el tiempo que había


cambiado todo en su mundo. Su corazón le había golpeado en el pecho. Duro. Con
tanta fuerza que le había hecho daño. Lastimado físicamente. Podía entrar en una
habitación llena de enemigos y su ritmo cardíaco no se elevaba ni una sola vez, sin
embargo, oír esa nota musical en el aire había actuado como una llave,
desbloqueando una nota a juego en su cuerpo y tirando de la compostura de
hierro.

― No estaba nevando, pero el frío era como el hielo. El suelo estaba mojado y
cubierto de charcos. El tiempo pareció ir más despacio, pero estaba al tanto de
todo, y sin embargo, sólo de ella. Vi y reconocí quién y qué era por su sombra, por
los tubos que la conectaban a todo. Con cada paso que daba, podía sentir los
canales abriéndose en todas partes hasta que tomó el paso que finalmente nos
conectó.

Sus dedos se cerraron, uno por uno, en un puño apretado, como si le pudiera
sostener a él. Había tenido el primitivo deseo de echarla por encima del hombro y
llevarla a un calabozo, uno con una cerradura de modo que nunca pudiera escapar.
Él no podía darles ese momento, esa conexión cuando se unieron. Eso era sólo para
él. Eso era privado. La sacudida fue intensa. Sexual. Su cuerpo había reaccionado,
su polla dura y con urgencia completa. Todo lo protector y primario en él se había
elevado a su encuentro. Para reclamar lo que sabía que era absolutamente suyo.

― Ella estaba helada. Podía sentir el frío que tenia. Toda el hambre. ― Su garganta
se cerró sobre él. Su corazón le había tartamudeado en el pecho. Su mujer. La
mujer que terminaría la soledad royendo en él. Que pondría fin al hambre de una
familia propia. Él era una fuerza a tener en cuenta. El mundo en que vivía era
oscuro y violento. Incesante e implacable. Él protegía a los débiles. Él traía justicia
a los que estaban encima de la justicia. Una palabra. Una llamada telefónica. Vida o
muerte. Él protegía a todos. Sin embargo, su mujer estaba helada. Hambrienta. En
el frío y húmedo Chicago. Sola. Desprotegida. Y ella tenía miedo.

Bookeater
Shadow Rider
En territorio Ferraro. Cuando sus sombras habían llegado una a la otra, se sintió
tan bien. Su terrible miedo. Maldijo por lo bajo. El odio de ese momento.
Sintiéndose un fracaso. Tendría que dejarla allí, afuera en el frío. Sola. Asustada. Se
había sentido impotente por primera vez en su vida. Había comenzado su
formación, al igual que los que le precedieron, a la edad de dos. Le habían
enseñado a creer que era de gran poder. Fuerte. Inteligente. Él se movía donde
otros no podían, en un mundo de sombras. Silencioso. Mortal. Invencible. Su mujer
estaba fría y hambrienta. ¿Qué tan buena era su formación? ¿Qué tan bueno era él?
― Hice lo que pude, pero ella está en problemas.

― Giovanni no permitirá que le ocurra nada, ― Lo calmó Ricco. ― Él va a cuidar


de ella hasta que se haga esto. Es tuya, Stefano, pero ella es también nuestra.
Pertenece a todos nosotros. Pon equipos en ella. Nada le pasará. Vamos a hacer
esto y puedes volver a ella.

Stefano miró a sus hermanos. ― Me quedé allí, sujetándola contra la pared,


envolviéndola en mi abrigo, era lo único que tenía con que protegerla, para decirle
al mundo que era mía y que yo cazaría a cualquier persona que la perjudicara o
intentara hacerle daño. Bajé la vista hacia ella y supe que es todo lo que no soy.
Merece una vida mejor que la que yo puedo darle. ― Ese momento fue grabado
en su mente para siempre. Quemado allí. Ella había tenido miedo de él. No podía
culparla, pero aún así, detestaba esa mirada. Al mismo tiempo, tocando su piel, la
sensación de la seda de su cabello. . . Solo eso. Era todo lo que necesitaba para
acabar con cada cosa fea en su vida y darle algo hermoso. No había sabido que la
belleza realmente existía hasta ese momento. ― Ella se merece algo mejor, ―
reiteró en voz alta.

El aire se calmó. Nadie respiraba. Ricco intercambió una larga mirada con Vittorio.

― ¿Qué estás diciendo? ― Preguntó Vittorio, su voz suave. ― Stefano, no puedes


alejarte de ella. Tú no puedes hacer eso.

― No. No puedo. ― Pesar puro. Sin remordimientos, pero definitivamente un


lamento. ― No soy un hombre tan bueno o tan fuerte para dejarla ir. Ella es mía.
Tomo lo que es mío. Ella no lo sabe. No lo quiere. No quiere nada que ver
conmigo. ― Un rastro de diversión se arrastró. ― Ella se merece algo mejor, pero
va a estar conmigo y no habrá alguien más.

Bookeater
Shadow Rider
― Somos cazadores, ― dijo Ricco. ― Ella no tiene la menor oportunidad.

― No, no lo hace, ― estuvo de acuerdo Stefano. ― Vamos a hacer esto. Ustedes


dos serán visibles. Estaré justo fuera de la luz. Ricco, sal en primer lugar. Voy a
deslizarme dentro de la sombra de la puerta detrás de ti, y Vittorio puede salir
entonces. ― Miró su reloj.

― Cuando tenga la señal de ir, voy a hacer el trabajo. Asegúrense de que obtienen
que sus imágenes sean tomadas y que estén en la grabación de seguridad de tantas
cámaras como sea posible.

Ricco y Vittorio habían abordado el avión en Chicago, viéndose como unos


playboys aburridos con demasiado dinero y tiempo en sus manos. Hicieron
carreras de coches por las calles para llegar al aeropuerto de su hangar privado,
donde su jet ya estaba preparado y listo. Un par de paparazzi les había seguido,
tomando fotos, tal como los hermanos habían previsto.

Stefano llegó en helicóptero y se acercó a ellos, interceptandolos antes de que


pudieran abordar el avión. Había parecido que estaban discutiendo el tiempo
suficiente para saber que se había tomado varias fotos de ellos, el hermano mayor
dando una conferencia a sus hermanos menores. Se había alejado, sacudiendo la
cabeza, caminando hacia el helicóptero, excepto que él no había ido de vuelta al
helicóptero. En una fracción de segundo, Ricco y Vittorio habían bloqueado la vista
de Stefano y este había entrado en las sombras y su hermano Taviano había
surgido, vestido exactamente como Stefano vestía. Se colocó las gafas oscuras sobre
sus ojos y se dirigió de vuelta al helicóptero mientras Stefano utilizaba las sombras
para abordar el avión.

Siempre, siempre, tenían coartadas. Nunca habia una conexión entre ellos y el
objetivo. Nada personal. Aún así, vivían en ese mundo. Violencia. Sangre. Muerte.
Era su mundo. Ricco y Vittorio habían sido vistos públicamente yendo hacia el
aeropuerto. Estarían en los clubes toda la noche, de fiesta abiertamente con un par
de estrellas de cine y sus amigos. Por lo que se sabía, nadie había volado con ellos
y estaban en Los Ángeles para divertirse.

Bookeater
Shadow Rider
Stefano tuvo que cerrar todos los pensamientos de Francesca Capello y hacer el
trabajo. Ricco se paró, a continuación, Vittorio. Y luego Stefano. Ricco extendió la
mano. Vittorio puso la suya en la parte superior, y Stefano cubrió ambas manos
con la suya. Ellos nunca dijeron nada. No había nada que decir. Ellos sólo se
tocaron. Diciéndose sin palabras que eran una unidad. Una familia. Que se cubrían
unos a los otros. Ellos se amaban.

Ricco salió primero, abriendo la puerta, lanzando las sombras claramente en


relieve. Stefano sintió el tirón de cada tubo de las sombras. Las aberturas por las
que podría deslizarse a través. El tirón era fuerte en su cuerpo, arrastrándolo como
un potente iman, la sensación incómoda, pero familiar. Stefano, era uno de los más
poderosos jinetes. Incluso las pequeñas sombras lo llamaban, tirando de su cuerpo,
hasta que la luz fluía a través y hacia su oscuro destino.

Llevaba poco equipo con él. Ligero. Eso era más importante que cualquier arma. Él
era el arma. Su cuerpo. Su mente. A veces pensaba que su propia alma. Las armas
no eran tan necesarias como una fuente de luz. Si no había sombras, él podría
hacer su propia sombra.

Entró en la apertura de la sombra más grande. Pasaría de una a otra, nunca sería
visto ir a su destino. Él sabía que necesitaría casi toda la noche para viajar, pero
tenía las coordenadas y podía encontrar su camino sin error, incluso en ciudades
en las que nunca había estado. Siempre estaba bien en las sombras. Se movió
rápido, deslizándose, un jinete de las sombras, deslizándose a través de la ciudad,
invisible. Por el contrario, Ricco y Vittorio entraron en el último punto caliente, un
club que atendía a los más ricos.

La música estaba muy alta y golpeando. Las luces deslumbrantes. Ellos llevaban
sus trajes de tres piezas. La Familia Ferraro siempre, siempre, se vestía para
cualquier ocasión. Eran famosos por su apariencia. Los trajes grises con rayas más
oscuras, o el traje más oscuro con la tela a rayas más ligera. Ya sea una camisa de
color gris oscuro o algo más ligero que combinara justo lo contrario de la camisa.

Bookeater
Shadow Rider
En los brazos de Ricco estaban las gemelas Lacey. Se acurrucaban junto a él, su
cabello rubio le caía sobre los brazos, sus cuerpos delgados apretados a sus
costados. Se quedaron así durante toda la noche, los tres bailando descaradamente
juntos, Ricco intercalado entre las dos mujeres. Se movían contra él
seductoramente, sugestivamente. A medida que avanzaba la noche y el ritmo latía,
el licor fluía y sus manos estaban todas sobre las dos.

Los tres sabían que los paparazzi habían logrado colarse. A las gemelas le gustaba
la publicidad y ser vistas con uno de los ricos Ferraro. No les importaba si eran
fotografiados en secreto, ni siquiera después, cuando los tres se retiraron a la casa
de las gemelas y nadaron juntos y desnudos en la piscina cubierta o incluso más
tarde aún, en el calor de la tina en la cubierta abierta, donde una lente de zoom
podría encontrarlos.

Ricco siempre practicó su arte de atar erótico, lejos de la cámara. Aún así, las
gemelas hablaron de cómo de atractivo y sensual era a sus amigos, y luego
repitieron todo para los paparazzi. Ningún fotógrafo en realidad había conseguido
una imagen de Ricco usando el arte de Shibari en una mujer.

Vittorio era mucho más discreto. Bailó con una amiga de las gemelas Lacey, otra
actriz emergente. Ella era más tranquila que las gemelas, pero no menos dispuesta
a ser vista. En todo caso, ella tenía aún más hambre de publicidad. No había
inocentes en sus negocios, y los hermanos se aseguraban de eso. Ellos no le hacían
creer a las mujeres en el romance. Tenían su diversión, y se aseguraban de que las
mujeres que follaban se divirtieran también, pero no se comprometían. Ellos no
hacían promesas. Ellos nunca, nunca, se aprovechaban de una mujer que no
conocía la partitura o el juego.

Había reglas. Un montón de reglas. Las seguían al pie de la letra, sin desviarse
jamás. Los hermanos eran altamente sexuales y no tenían ningún reparo en buscar
mujeres que estuvieran más que dispuestos a velar por esas necesidades a cambio
de lo mismo, pero nunca había enredos emocionales. Cualquier mujer que
pareciera estar desarrollando ideas o sentimientos reales hacia ellos, se dejaba caer
al instante.

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Shadow Rider
Stefano tenía más que su parte de mujeres. Había sido cuidadoso sin embargo,
teniendo en cuenta el hecho de que lo que aparecía en Internet o en revistas nunca
desaparecía. Cualquier indiscreción podrá utilizarse de nuevo en cualquier
momento. No le importaba que la prensa imprimiera la verdad: que los hermanos
pasaban por las mujeres, que las mujeres eran celebridades ricas o herederas y que
todos ellos festejaban duro. Los hermanos y su hermana se proporcionaban
coartadas los unos a los otros. Siempre. No importa en qué ciudad o en qué estado
se hiciera el trabajo, jamás podría ser relacionado a ellos, y aunque ellos no lo
sabían, los paparazzi les ayudaban con esas coartadas.

Stefano se encontró en una zona residencial, frente al domicilio de su objetivo. El


barrio era muy bueno. La casa era grande, tal vez unos buenos seis mil pies
cuadrados. Bien cuidado. El patio bien mantenido. Edgar Sullivan residía allí. En
su comunidad era conocido como un hombre trabajador. Un hombre honrado. Un
pilar en su iglesia. Tenía una esposa y dos hijas. Pocas personas se daban cuenta de
que las mujeres de su casa tenían poco que decir. Rara vez sonreían. Saltaban de
miedo si se les hablaba y miraban a él antes de responder a las preguntas más
simples.

Edgar controlaba su familia con mano de hierro. Hacia lo mismo con las prostitutas
que contrataba con frecuencia. Él fue advertido en repetidas ocasiones de que los
golpes y daños que estaba haciendo no serían tolerados, pero hasta el momento, el
proxeneta había sido incapaz de proteger a sus mujeres. Al principio, el dinero que
Edgar había pagado por los daños a las mujeres habían sido suficiente para
mantener el chulo tranquilo, pero después de un tiempo los impulsos de Edgar no
podían ser controlados del todo, ni tampoco se molestó en intentarlo. El proxeneta
había tomado su dinero y Edgar esperaba que continuara haciéndolo.

Dos mujeres habían sido hospitalizadas. Pero sabían que no debían hablar, pero el
proxeneta había tenido suficiente. Había buscado la manera para llegar a Sullivan,
sin que la ley se enterase. Así que había llamado a la Familia Ferraro por ayuda.
Cualquiera podría hacer la solicitud de una reunión. Pero todas las reuniones se
hacían en persona. Los padres de Stefano aceptaban esas reuniones. Charlaban
casualmente con un cliente potencial. Siempre que era necesario. Cada persona
tenía un ritmo natural. Los patrones de respiración. De hablar. Los latidos del
corazón. Las inflexiones en su voz. Esa conversación informal permitía a los
"anfitriones" establecer esos patrones. A partir de ahí se podría casi siempre
detectar las mentiras.

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En esencia, los "saludadores" en la familia Ferraro eran las personas que nacían
como detectores de mentiras humanos. Ese era su don psíquico. Ellos escuchaban
la petición de ayuda, pero eso era todo. Sin promesas. Sólo escuchando. Si un
policía encubierto trataba de infiltrarse en su organización, no podía culpar al
comité de bienvenida por el simple hecho de escuchar.

Los recibidores nunca respondían con cualquier tipo de compromiso. En su


mayoría permanecían en silencio a través de la totalidad de la entrevista. Una vez
que tenían la conversación informal fuera del camino y establecían el patrón de la
verdad, los recibidores simplemente pedían a sus potenciales clientes que
explicaran por qué habían venido. Los ex Jinetes de las Sombras a menudo
tomaban los puestos de trabajo como anfitriones cuando se retiraron porque todos
nacían con la capacidad de detectar mentiras.

Stefano no estaría de pie afuera de la casa de Edgar Sullivan ahora si los anfitriones
no hubieran pasado su cliente a los investigadores. La familia de Stefano tenía dos
equipos de investigadores. Sus tíos formaban un equipo, y sus primos, todos
hombres, formaban el segundo equipo. Era el trabajo del primer equipo averiguar
cada posible efecto sobre el cliente. Era el trabajo del segundo equipo averiguar
todos los hechos sobre el crimen. Ambos equipos trabajaban con cuidado y en
silencio. No tendrían el trabajo a menos que, al igual que los anfitriones, fueran
detectores de mentiras humanos, y sus voces podían también influir en otros para
hablar, para abrirse y decirles lo que querían saber. Para ser un investigador,
tenían que ser un miembro de la familia y también tener específicos dones
psíquicos.

Stefano estudió las sombras que rodeaban la casa Sullivan. Las luces estaban
encendidas en tres habitaciones en la segunda planta. Stefano llamó a un plano de
la casa de su mente. Había estudiado los planos de la casa y los datos que los
investigadores habían conseguido. Leído todos los desechos de la información
proporcionada por el cliente sobre el objetivo.

Los anfitriones, los investigadores y el jinete sombra, tenían que estar todos de
acuerdo antes de tomar el trabajo. Para ello, el Jinete Sombra necesitaba conocer
todos los hechos acerca de las dos partes, en donde vivían y quien vivía con ellos.
Sus rutinas, sus amigos. Todo. Un jinete sombra tenía que ser capaz de deslizarse a
través de los portales, debía tener por si hubiera necesidad de una memoria
fotográfica y la energía suficiente para perturbar los dispositivos eléctricos.

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Stefano deslizó su teléfono desechable de su bolsillo. Esta era una de las pocas
veces que sería vulnerable. Tenía que estar fuera del portal de la sombra para hacer
la llamada. Eso significaba que, si no se mezclaba perfectamente con la sombra,
cualquiera podría detectarlo. Al igual que sus hermanos, llevaba un traje de tres
piezas, un traje gris, a rayas, las rayas daban el efecto de luz y oscuridad si era
necesario, en cualquier momento dado, para que estuviera listo para entrar en un
portal si era necesario. El traje era sinónimo del nombre Ferraro, pero servía para
un vital propósito.

Él dio un puñetazo en los números y no saludo cuando la línea se abrió. ―


¿Estamos listos?

― Estoy listo. ― Era necesario comprobar todo. Los investigadores continuaban


trabajando incluso después de que estaban seguros. Nadie quería un error.
Tampoco harían el trabajo, hasta que el dinero involucrado, estuviera completo y
pagado. El dinero se depositaba en primer lugar en una de sus cuentas en el
extranjero. Una vez que el dinero estaba allí, sería enviado por capas a través de
varias instituciones bancarias de propiedad de la familia Ferraro o en la que tenían
intereses, a través de varios países hasta que la fuente fuera imposible de rastrear.
El dinero venia de nuevo a ellos a través de los negocios legítimos que poseía la
familia. La familia había hecho su camino por el último par de siglos, las empresas
en crecimiento, junto con sus cuentas bancarias.

Incluso ahora, con Stefano en su lugar y sus hermanos de fiesta, la transacción


podría ser cancelada. Él esperó, sin preocuparse de los resultados. Era un trabajo,
nada más. Él era bueno en lo que hacía, pero podía salir fácilmente si se trataba de
eso. El dinero tenía que ser depositado antes de llevarse a cabo el trabajo. Los
investigadores tenían que estar completamente satisfechos de que la justicia se
hubiera impartido. Ninguna vida podía tomarse a la ligera.

― Tienes tu oportunidad.

Allí estaba. De inmediato se deslizó hacia las sombras. El teléfono se rompería e


iría a un cubo de basura al otro lado de la ciudad, en algún lugar cerca del
aeropuerto. Llevaba guantes grises delgados, por supuesto, nunca correría el
riesgo de dejar una impresión.

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Estudió la red de sombras y los tubos que proporcionaron. El tirón era lo
suficientemente fuerte en su pecho que se sentía como si estuviera volando aparte,
sus entrañas saliendo. Era una sensación incómoda y a la que nunca se había
acostumbrado, no importaba cuántas veces había hecho esto en los últimos años.

Instintivamente eligió la sombra estrecha más larga, la que conducía al porche


trasero y bajo la puerta. En el interior, una luz débil estaba sobre la estufa. Podía
usar las sombras proyectadas por el suelo para encontrar su próximo camino. El
desgarro en su cuerpo fue duro cuando el trayecto fue rápido, estuvo a punto de
tirar del portal y salir al suelo de la cocina. Pero detuvo su impulso hacia adelante
y tomó un momento para respirar y obtener control sobre sí mismo. Los túneles
estrechos eran siempre una experiencia de viaje difícil porque actuaban como una
diapositiva, el cuerpo se movía a velocidades enormes. Las tiras de luz y oscuridad
se fusionaron más juntas, proporcionando una especie de carril que se sentía como
un rayo engrasado. Siempre prefería las más grandes, las sombras más oscuras, y
un paseo más lento, pero más sostenible.

Se quedó muy quieto justo en el interior del tubo, escuchando el ritmo de la


unidad familiar. Cada casa sonaba y se sentía diferente. En el exterior, las
campanillas desperdiciaron una suave melodía a la noche. Algunos insectos hacían
su presencia conocida. Dentro de la casa, todo estaba extrañamente silencioso. Las
dos hijas eran adolescentes y, sin embargo, no había televisión, ni había música.
Sólo silencio. Siguió escuchando. Eventualmente, alguien podría hacer un ruido.
Era tarde, pero sabía por las luces en las tres salas, que al menos esas habitaciones
estaban ocupadas con alguien despierto.

Un tablero crujía por encima. Eso sería en el piso de arriba, en la habitación más
pequeña. Que tenía una brillante y suave luz, como si una lámpara en lugar de un
dispositivo de sobrecarga iluminara el espacio. Los pasos eran muy ligeros. Las
chicas entonces. No estaban en su dormitorio, sino en el pequeño espacio que
utilizaban como biblioteca.

Estudió las sombras se extendían hacia fuera de la fuente de luz pálida sobre la
estufa. La mayoría eran demasiado cortas para lo que necesitaba, pero dos tubos
iban en diferentes direcciones. Stefano eligió el llevaba hacia el pasillo oscuro. Se
terminó justo por las escaleras en la sala de estar. Otro portal le llevó por las
escaleras y por debajo de la puerta de la biblioteca, donde las hijas de Edgar
estaban.

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Esperaba que estuvieran leyendo tranquilamente. No lo estaban. Una chica estaba
recostada en un corto sofá, la cara distorsionada con la hinchazón. La otra chica se
inclinaba sobre ella, empujando hacia atrás su cabello con los dedos suaves
aplicando hielo. Ninguna de las dos hizo ni un sonido. Lágrimas silenciosas
rastreaban por ambas caras, pero ni un solo sollozo escapó. Se quedó solo dentro
del portal, a la espera de conseguir el hielo recorrer de nuevo en sus venas.
Deliberadamente flexionó los dedos, evitando retraer su mano en un puño
apretado. Había visto un sinnúmero de tales cosas, la mayoría mucho peores. No
estaría de pie en la casa si no hubiera una buena razón. Sólo podía acusar de su
reacción inesperada al hecho de que la sombra de su mujer hubiera tocado la suya
y le hiciera más susceptibles a la emoción. No podía tener emociones, no mientras
trabajaba.

Encontró el lugar que tenía muerto, un lugar en el interior que podría mirar a dos
chicas jóvenes y no sentir nada en absoluto. Necesitaba eso, ese equilibrio
necesario. No trató de consolarlas, o de calmar esas heridas. Él no estaba allí para
hacer eso. Él estaba allí para asegurarse de que no volviera a suceder. Los
sentimientos cálidos no se requerían o se necesitaban. Sólo hielo. Sólo espacio
muerto que no podía nunca ser llenado porque eso era lo que le permitió retirarse
al otro lado de la puerta y encontrar la diapositiva a la habitación donde estaba
seguro que se encontraba Edgar Sullivan, sentado detrás de su escritorio,
sintiéndose poderoso ahora que había golpeado a su hija de trece años de edad.

El portaobjetos lo llevó bajo la puerta de la oficina. Era una habitación de lujo. El


mobiliario era de buen cuero. Sullivan estaba sentado bebiendo whisky de un vaso
de cristal tallado. No era buen whisky, Stefano señaló, pero luego Sullivan
probablemente no se preocupaba por el sabor real. Su mano, envuelta alrededor de
la copa, goteaba sangre de los nudillos raspados. Miró por encima de los papeles y
murmuró para sí mismo, claramente no feliz con el informe que él estaba leyendo.

Los tubos de sombra irradiaban a través de la habitación en forma radial. La


sobrecarga de la luz, así como de la lámpara en la recepción, arrojaba sombras por
todo el suelo, y más subían por las paredes. Dos iban directamente detrás de
Sullivan. Stefano eligió la mayor de las dos y se dirigió a través de la habitación,
más allá de la mesa de trabajo, entre la silla y la pared hasta que estuvo detrás del
hombre. Él salió del portal y cogió la cabeza de Edgar en sus manos.

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― Se sirve la justicia, ― susurró en voz baja y tiró con fuerza. Oyó la grieta, pero
todavía esperó, asegurándose.

Dejó caer el cuerpo hacia atrás en la silla y se metió de nuevo en el portal. En


cuestión de minutos estaba montando las sombras de nuevo fuera de la casa. Sólo
entonces salió de la diapositiva con el fin de realizar una llamada.

― Está hecho. ― Él terminó la llamada y fue una vez más dentro del portal,
cabalgando hacia el aeropuerto.

Sus hermanos serían informados del estado del trabajo. Stefano dormiría en el
avión mientras ellos continuarían con su comportamiento extravagante, siguiendo
a través de forma segura hasta que pudieran volver al avión y los tres pudieran
regresar a sus hogares. Franco Mancini le esperaba. La puerta del avión estaba
abierta, Franco dentro, tumbado en una de las camas. Se incorporó en el momento
en que Stefano entró, sus ojos moviéndose sobre su primo para asegurarse de que
estaba ileso.

― Tranquila noche, ― informó a Stefano. ― No he sabido nada de tus hermanos.

― No hay que esperarlos. Vittorio podría aparecer alrededor de las cuatro o cinco,
pero Ricco está con las gemelas Lacey de nuevo. Él va a estar revolcándose en su
arte de la cuerda y el sexo. ― Stefano no se molestó en mantener oculta la
preocupación de su voz.

Ricco se acercaba al borde de control en los últimos tiempos y nada de lo que decía
a su hermano parecía frenarlo.

Franco se quedó en silencio un momento, cuando Stefano se quitó los zapatos y se


dejó caer en un asiento de felpa. Franco le sirvió una copa y se la entregó a él.

― Ricco es cuidadoso. Siempre. Sé que parece imprudente, Stefano, pero nunca ha


fallado en hacer su trabajo. Es rápido y limpio y nunca comete un fallo.

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Stefano suspiró, presionando el vaso de whisky en la frente. Eso era cierto. Ricco,
cuando era enviado a un trabajo, lo realizaba como el arma bien desarrollada que
era. No dudaba, y ciertamente no dejaba mierda alrededor. Él hacia el trabajo. Pero
no se trataba del trabajo de Ricco. Se trataba de la forma en que jugaba, ya que iba
al límite de su control.

Stefano no podia evitar preocuparse. Él sabía lo que era vivir en un mundo de


violencia implacable sin salida. Habían nacido como jinetes de las sombras. Habían
sido entrenados para una cosa desde el momento en que eran niños pequeños. No
había nada más para ellos, y no lo habría hasta que estuvieran demasiado viejos
para viajar en las sombras y realizar sus tareas. Ellos serían relegados a otros
puestos de trabajo dentro de la familia. No había salida para ninguno de ellos.

― Stefano, ― dijo Franco, su tono claramente reacio.

Stefano levantó la vista rápidamente, su mirada moviéndose sobre la cara de su


primo, reconociendo que algo estaba mal y que no iba a gustarle. ― Dime.

― Emilio informó algo. ― Franco vertió deliberadamente una taza de café.

El corazón de Stefano casi se detuvo. Por un momento apenas pudo respirar.

― Estas tratando de ganar tiempo. ― Stefano acusó. ― Mierda, sólo dime. ―


Podía escuchar su corazón latir. Su boca se le había secado. ― ¿Algo le ocurrió a
Francesca?

Franco hizo una mueca. El tono de Stefano cortante como un látigo. El asintió. ―
Emilio y Enzo se encargaron de ello, pero ella salió de nuestro territorio para ir de
compras con Joanna. Se encontraron con un par de ladrones punk del culo y uno le
coloco un cuchillo en la garganta. Emilio dijo que le sacó sangre.

Hubo un silencio. El aire vibraba con furia. Caliente. Intenso.

― ¿Estás jodiendo? ― Stefano escupió. ― Tenía dos equipos en ella. Dos.


Giovanni se suponía que mantendría un ojo en ella también, ¿y alguien la corta con
un cuchillo? ¿Qué demonios? Pensé que eso sería suficiente para que ellos
simplemente supieran lo que es. Quien es. A quién pertenece.

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― Ellos lo saben, Stefano, ― dijo Franco, en voz baja. ― Ellos la protegían. No está
realmente lastimada.

― Me acabas de decir que un puto ladrón llegó a mi mujer hasta ponerle la punta
de cuchillo y extrajo su sangre. ― Stefano podía probar su propia furia. Nunca se
había sentido tan enfurecido en su vida. ― Sera mejor que Emilio tenga a ese hijo
de puta encerrado y esperando por mí.

― Él lo hace, ― aseguró Franco.

― ¿Emilio llevo a Francesca a un hospital?

― Fue un corte poco profundo.

― Él no sabe dónde ha estado el cuchillo o incluso si la hoja estaba limpia, lo que


no es probable que estuviera. Ella podría contraer una infección. ¿Cómo diablos
sucedió en su tiempo?

― Stefano, le dijiste a Emilio que se quedara atrás, que no se dejara atrapar, ― le


recordó Franco. ― En el momento en que se dio cuenta de que estaba en
problemas, tiró esa mierda abajo.

― Pero no antes de que ella saliera cortada. ¿Dónde? ¿Dónde la cortó?

Franco tomó un sorbo de café caliente, deseando estar en cualquier otro lugar,
dentro de la aeronave. El peligro brillaba en el aire. Era un calor sofocante. Stefano
podría explotar en violencia en un latido del corazón y cuando él lo hacía, siempre
era mortal.

― Su garganta. Pero fue poco profundo, Stefano, apenas allí.

Stefano estalló en maldiciones. Franco sirvió más whisky en el vaso de su primo.


Cada miembro de la familia Ferraro tenía un trabajo que hacer. Siempre vivían por
el bien de la familia. Los jinetes sombras, eran absolutamente necesarios para el
sustento de la familia. Eran raros, y cuando una pareja podía producirlos, se les
animaba a tener varios hijos. Stefano nunca trató ningún miembro de la familia
como menos por lo que él era, pero siempre estaba a cargo. Siempre.

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Los jinetes sombra evitaban que los enemigos de la familia les atacaran. Nadie
fuera de la familia sabía exactamente cómo Stefano y sus hermanos llevaban a cabo
su trabajo letal y porque había otras ramas de la familia en otras ciudades que
también tenían una reputación de limpiar los desórdenes, nadie se atrevería nunca
a venir abiertamente detrás de ellos.

En el mundo subterráneo, donde el crimen era un hecho cotidiano y los enemigos


prosperaban en la violencia, nadie se atrevía a tocar a cualquier miembro de la
familia Ferraro. Ni las bandas, ni los señores del crimen, ni su peor enemigo, con el
que tenían una disputa de larga data, desde la década de 1900 en Sicilia.

Los Saldis habían sido la familia más mortal en Sicilia, y de pronto se dieron cuenta
de que la gente iba a la familia Ferraro para buscar la ayuda contra ellos. Ellos
habían exigido a los Ferraros unir sus fuerzas con ellos, y cuando la invitación fue
rechazada, enviaron a sus soldados para acabar con cada hombre, mujer y niño en
la familia.

Sólo unos pocos escaparon y pasaron a la clandestinidad. Los que habían logrado
escapar habían sido principalmente los Jinetes Sombra, y se comprometieron a que
tal cosa nunca pasaría a cualquier miembro de la familia de nuevo.

Stefano era un retroceso a los primeros hombres y mujeres luchando tan duro para
mantener a su familia con vida. Tal vez todos los Jinetes de las Sombras eran como
él, con una voluntad de hierro y las agallas para luchar contra las posibilidades
imposibles. Eso los hacía peligrosos y extraordinarios.

― Stefano, ella está bien, ― reiteró Franco. ― Vamos a poder volver tan pronto
como sea posible y podrás verlo por ti mismo. Stefano no podía romper las reglas y
llamar a Emilio directamente. Se suponía que debía estar en Chicago, no en Los
Ángeles. Ni incluso para su propia paz de mente sobre Francesca, no podía tomar
esa oportunidad. Las reglas les habían mantenido a todos ellos vivos y lejos de la
aplicación de la ley. Dichas directrices estaban en su lugar por una razón. La
mayoría de la gente creía que eran de la mafia, miembros del crimen organizado.
Muchas, muchas veces, habían sido investigados, pero por supuesto nunca nada se
pudo comprobar. No importaba cuántas veces las empresas hubiesen sido
investigadas, los libros de los Ferraro estaban en orden. Nunca habían tenido una
acusación contra ellos.

Bookeater
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Tres veces, policías encubiertos habían logrado infiltrarse lo suficiente para obtener
una audiencia con los anfitriones. Las tres veces, los anfitriones habían sabido que
estaban siendo engañados y jugaron su papel muy bien, actuando como si no
tuvieran idea de lo que se les pedía a ellos, dándose cuenta de repente y de
inmediato actuando conmocionados, horrorizados e indignados. Cada vez que el
policía encubierto había sido enviado en su camino.

― No hay razón para tratar de llamar a Ricco y Vittorio para volver pronto, ― dijo
Stefano, un suspiro de resignación deslizándose fuera ― Sera mejor que Francesca
este bien, Franco, o Emilio y Enzo estarán respondiendo a mí.

Franco le envió una débil sonrisa. ― Emilio y Enzo ya saben que van a estar
respondiendo a ti No están deseando que llegues, pero te esperan.

― No soy tan malo, ― mintió Stefano. Sus ojos se encontraron con los de su primo
y se encontró sonriendo con tristeza. ― Está bien, tal vez yo soy.

Se quedó en silencio un momento. ― ¿Sabe Emilio lo que estaban comprando? ―


Él estaba inexplicablemente satisfecho de que ella estuviera usando su dinero. No
había pensado que lo haría. Se había preocupado de que le entregara todo a Dina,
la mujer sin hogar se mataría intoxicada por el alcohol.

― Creo que unos zapatos, ― dijo Franco.

Stefano asintió. Francesca necesitaba un buen par de zapatos, varios de ellos, pero
no podía comprar exactamente para ella un nuevo vestuario de forma inmediata.
Había tenido un momento bastante difícil obligándola a tomar el abrigo y el
dinero. Él tenía que ser paciente. De la misma manera que se preparaba para un
trabajo, tenía que formular un plan de ataque. Él estaba en la mayor pelea de su
vida, y tenía que ganar. No había otra opción.

― Estoy agradecido a Dina. Ella tenía un abrigo la semana pasada, y sabes cómo es
ella, Franco: pierde uno cada mes. Grazie Dio. Me encanta que Francesca le diera a
Dina su abrigo. ― Tomó otro sorbo de whisky. Él especialmente quería saber que
Francesca estaba envuelta en su abrigo.

Bookeater
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Stefano se quedó muy quieto, mirando en la ventana de Masci.


Francesca estaba en el mostrador, sonriendo al anciano Lozzi. Se veía hermosa y
viva. Real. No era la fantasía que había temido que había hecho en su mente. La
tensión, enroscada con tanta fuerza en sus entrañas, se alivió un poco. Él había
tenido que ver por sí mismo que estaba ilesa. El vidrio estaba teñido y no podía ver
los detalles, pero se movía con facilidad. Ella era muy amable, pero no llegó a
participar en la charla informativa.

― ¿Satisfecho? ― Preguntó Giovanni.

― Todavía no. ― Stefano se volvió hacia su hermano, sus facciones duramente


marcadas.

― Vamos a casa. quiero ver a esos cabrones y averiguar qué diablos pensaban que
estaban haciendo.

Giovanni se deslizó detrás del volante de su Aston Martin, mientras que Stefano se
subió del lado del pasajero. Ambos utilizaban lujosos vehículos de alto
rendimiento, pero no se dieron cuenta de la marcha suave, ronroneando cuando el
coche se deslizó de la acera y al tráfico.

― Emilio dijo que es el mismo grupo de tres hombres que hemos estado cazando.
Sólo tenemos dos de ellos. El tercero escapó, o tal vez no estaba allí esa noche.

Stefano no respondió. En cambio, se quedó mirando por la ventana, con el


estómago revuelto.

Podrían haberla matado. Los tres atracadores eran conocidos por su violencia e iba
en aumento con cada robo que habían cometido.

Bookeater
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Vittorio había "hablado" con dos de ellos una vez cuando habían agredido a una
mujer en su territorio. Había recuperado su dinero de ellos y les hizo pagar por sus
lesiones. También había extraído una promesa de que ningún miembro de la
comunidad Ferraro sería atacado de nuevo. Esa era su oportunidad. Su única
oportunidad.

― ¿Estamos buscando el otro, Gee? ― Preguntó Stefano, sin dejar de mirar por la
ventana el paso de los edificios. Amaba a su pequeño pueblo dentro de la ciudad.
Amaba la gente de allí. Algunos los había conocido casi desde el primer aliento
que había tomado. Otros se habían movido hacia adelante, pero los consideraba
suyos. Bajo su protección.

― Estamos buscando, pero hasta ahora, nada. Han estado viviendo fuera de la red
así que no hay rastro en absoluto. El último paraje en el que se quedaban era un
edificio abandonado cerca, a tres millas fuera de Little Italy. Creemos que el tercero
conduce por ellos y llama Scott Bowen. Él no estaba en el edificio abandonado.
Debe haber corrido como la mierda cuando se dio cuenta que nuestra familia se
llevó a sus amigos. O estaba allí la noche que asaltaron a Francesca o escuchó el
rumor en la calle. Pero cualquiera que sea la razón, se ha ido.

Las puertas se abrieron y el coche se deslizó por el camino privado a su casa en


expansión. En el momento en que salían del coche, Henry, su ayuda de cámara,
estaba allí para tomar las llaves del coche.

Los dos hombres se alejaron de la casa, seleccionando una sombra e hicieron el


viaje al almacén propiedad de su familia en el corazón de la ciudad, lejos de su
territorio. No querían que ninguna cámara en un semáforo pudiera coger
accidentalmente su coche en movimiento a través de la ciudad.

Stefano abrió la puerta y se dirigió a través del espacio cavernoso. El olor de la


sangre y el miedo golpeándolo primero. Eso no le sorprendió. Emilio y Enzo no
eran conocidos por su bondad para con cualquier persona que golpeara mujeres.

No habían querido permitir que Vittorio se encontrara primero con los dos
atracadores cuando se había encontrado con ellos. Técnicamente, los dos hombres
no habían cruzado al territorio Ferraro, pero incluso si no sabían que Francesca
pertenecía a Stefano, tenían que saber que Joanna lo hacía, por lo que eran
simplemente estúpido, llegar tan cerca del territorio Ferraro.

Bookeater
Shadow Rider
Tom Billings y Fargo Johnson le miraban con los ojos hinchados e inyectados en
sangre. Emilio había hecho un número en ambos. El terror entró en sus ojos
cuando vieron quien había llegado.

Stefano se situó en frente a ellos, pero no dijo ni una palabra. Se limitó a coger el
archivo que Enzo le entregó. Al ver la gruesa carpeta, los dos hombres se miraron
el uno al otro y al instante comenzaron a luchar contra las cuerdas que los ataban.

Stefano no estaba preocupado de que se soltaran. Emilio tenía habilidades locas


cuando se trataba de atar nudos. No la misma habilidad de Ricco, pero lo que
ataba se quedaba así.

Sus primos habían estado ocupados, detallando la larga historia de crímenes de los
atracadores. Stefano se tomó su tiempo leyendo. No ojeando. Cuando él estaba
decidiendo el destino de una persona, era justo al explorar cada detalle, incluso
cuando los hombres habían puesto un cuchillo en la garganta de su mujer. No
podía dejar que fuera personal, pero se encontró que lo era. Por mucho que intentó
pensar con claridad, sabía que no podía tomar la decisión sobre lo qué pasaría con
los dos atracadores.

― Envía por Vittorio y Ricco, ― dijo a Giovanni. ― Haz que abandonen todo lo
que están haciendo y vengan inmediatamente. Pregunta si Taviano y Emmanuelle
pueden venir también.

Giovanni asintió y tomó el archivo que Stefano le entregó.

― Todos ustedes lean esto. Voy a estar abajo de esto y ustedes cuatro tomen la
decisión. Si hay una división equilibrada, que Eloisa de el voto decisivo.

― Stefano. . .― Protestó Giovanni. ― Tu tienes el derecho. Ella es tu mujer.

― De ninguna manera voy a tocar esto. No cuando quiero rasgar sus pollas fuera y
empujarlas hacia abajo por sus gargantas.

Los dos atracadores se congelaron. Billings tragó saliva, moviendo la cabeza.

― No sabíamos quién era, Sr. Ferraro.

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Los nudos en el vientre de Stefano sólo se enrollan con más fuerza. Su aliento silbó
de él. No había manera de reprimir la rabia rugiendo a través de él.

― No debería importar quién coño es, cobarde. Usted no pone un cuchillo en la


garganta de una mujer. Fue sólo su mala suerte que la eligiera, pero oí que lo
hicieron con otra mujer antes, y otra habría venido después. Vittorio les dejó ir con
una advertencia y usted debieron haber salido de la ciudad o por lo menos haberse
ido al otro lado de la misma y quedarse tan lejos de nosotros como podían
conseguir.

Él quería batir el santo infierno sobre los dos hombres, a pesar de que Emilio ya lo
había hecho. Habría sido una gran satisfacción sentir sus puños hundirse en ellos,
rompiendo sus huesos y causando tanto daño como fuera posible, pero estaba en
contra de sus reglas. Él vivía en un mundo violento y tenía que tener un código.

Tenía que vivir de acuerdo con ese código, no importaba cuán personal fuera esto
para él. No confiaba en sí mismo, asi que dio un paso atrás, lejos de ellos. Acataría
la decisión de su familia.

Tenían todos los hechos y por lo que él podía ver, estos hombres habían pasado
años robando y golpeando brutalmente a otros. Stefano sabía que cuando una
persona tenía hambre o desesperación, podía recurrir al robo, pero estos hombres
habían pasado años robando y golpeando salvajemente a sus víctimas. El noventa
por ciento de sus víctimas les había entregado sus carteras, dinero y joyas y aún así
fueron golpeadas.

Si ni siquiera hubieran tocado a Francesca, Stefano habría decidido poner fin a


ellos.

Ya que de acuerdo con los archivos que sus investigadores Romano y Renato
Greco había compilado, los golpes habían conseguido volverse más viciosos a
largo de los años y los últimos meses, los hombres habían llevado a varias
personas al hospital, dos de ellos con graves heridas de arma blanca. Claramente,
la violencia iba en aumento y Stefano creía, que tarde o temprano, matarían.

Bookeater
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La emoción era más difícil de conseguir, por lo que subió la apuesta. Él estaba
seguro de que una vez mataran a alguien, continuarían haciéndolo.

Ricco, Giovanni, Taviano y Emmanuelle caminaron juntos y se pararon frente a los


dos asaltantes después de que habían consultado justo dentro de las puertas del
edificio. Vittorio camino hasta estar al lado de Stefano.

― Este es mi error, mi desorden. Los dejé con una advertencia, ― dijo en voz baja.

Billings sacudió la cabeza con fuerza. ― Nos quedaremos lejos. Saldremos de la


ciudad. Lo que usted quiera que hagamos.

Vittorio lo miró durante un largo rato, el silencio se extendió hacia fuera.

― Debería haberlo terminado cuando tuve la oportunidad, ― dijo, ninguna


inflexión en la voz. ― Está sobre mí, las otras víctimas. Los que lastimó, los que
están en el hospital. Está en mí que colocara una hoja en la garganta de la mujer de
mi hermano, cortara su piel y la hiciera sangrar. Eso es mío. Tengo que llevar esa
carga por el resto de mi vida porque no hice mi trabajo.

Tom Billings gritó, su voz aguda. Detrás de él, una sombra se extendía.

Alcanzándolo. Ricco, vestido como siempre con un traje oscuro a rayas, tal como
todos ellos lo estaban, surgió directamente detrás de él, con las manos a cada lado
de su cráneo. Vittorio se inclinó hacia delante y cogió la cabeza de Johnson Fargo
en un implacable apretón. Los dos hombres se sacudieron con fuerza.

Habían sido instruidos prácticamente desde su nacimiento en este movimiento


rápido y duro. Ellos eran expertos. Pocas personas podrían romper un cuello con
tal facilidad, pero sabían el movimiento exacto, la cantidad exacta de poder
necesario, el ángulo perfecto.

Los dos hombres se alejaron de los dos atracadores. ― Se sirve la justicia, ― dijo
Vittorio.

Stefano respiró hondo y soltó el aire. Se las había arreglado para mantener el
control, incluso cuando era el trabajo más personal al que se había enfrentado.

Bookeater
Shadow Rider
La disciplina había ganado, a pesar de la rabia que todavía anudaba su estómago.
Francesca había tenido frío y hambre cuando la había visto por primera vez. Y
aterrada. Ahora, un hombre había logrado cortar su garganta y su asustarla, por
tratar de robarla. La única persona que necesitaba su protección y era la que más
había dejado caer de nuevo.

― Oye, hermano.

Emmanuelle curvó un brazo alrededor de su cintura, metiéndose estrechamente


contra su costado y lo abrazó con fuerza como lo había hecho desde el momento en
que era un niño pequeño.

― Estoy muy emocionada por ti. Todos lo estamos. ― Ella ni siquiera miró a los
dos hombres muertos caídos en las sillas.

A Stefano no le gustaba que estuviera allí. Envolvió su brazo alrededor de ella y la


acompañó fuera. Al principio, cuando Emmanuelle había nacido, había sabido que
sería entrenada. Ella era un Jinete de las Sombras también. Los calibradores de
sombras se alimentaban de su sombra, buscando las sombras de los demás. No le
había gustado ello, aunque había sido un muchacho joven, con nueve años de
edad, cuando había nacido. Había intentado protestar, al igual que sus otros
hermanos, con la esperanza de liberarla de esta vida, pero había muy pocos jinetes
en la familia por lo que insistió en ser entrenada.

Emmanuelle sabía lo que estaba haciendo, sacándola de ese lugar de muerte, pero
no protestó.

Todos sus hermanos preferían protegerla. Habían sido levantados enseñándoles a


respetar a las mujeres. A valorarlas. A protegerlas. Ellos querían que tuviera una
vida como todas las otras chicas en el barrio, con nada de violencia y muerte.
Había crecido con cuatro hermanos grandes siempre rondando cerca y nunca
había protestado o se había enfadado con ellos. En su lugar, había desarrollado un
sentido del humor y muy a su pesar, la capacidad de hacer caso omiso de ellos y
hacer lo que quería de todos modos.

― Quiero conocerla.

Bookeater
Shadow Rider
― Lo harás, bambina bella, tan pronto como haya logrado hacerla mía. Ella no
tiene ni idea, tengo que ir cuidadosamente.

Sus ojos azul oscuro se movieron sobre su cara, la sonrisa se desvaneció.

― Quiero ayudar. Sé que esto va a ser difícil para los dos, Stefano, pero va a ser mi
hermana. Ella hará que mi hermano sea muy feliz. Dará esperanza a mis otros
hermanos y para mí. Seguramente, si es nueva en nuestro barrio, necesita un
amigo. Puedo hacer eso.

Stefano lo pensó.

Francesca sólo conocía a Joanna. Él asintió con la cabeza lentamente. ― Su amiga,


Joanna Masci, le pidió que viniera aquí a trabajar para su tío. Francesca se
encuentra en algún tipo de problema.

Emmanuelle asintió.

― Renato y Romano están trabajando en averiguar todo lo que puedan sobre ella.
Zia Rachele y el tío Alfeo están ayudando. Creo que incluso tienen a Rosina y
Rigina ayudando. La totalidad de la familia Greco.

Sus tíos y sus hijos eran todos investigadores y muy buenos. Poderosos. Rosina
trabajaba con Renato y Romano, la mayor parte del tiempo, en el uso de la
computadora como regla general, y Rigina ayudaba a sus padres haciendo lo
mismo. Si estaban buscando en el pasado de Francesca, no tenía ninguna duda de
que terminarían descubriendo cada secreto. Por un momento pensó en realidad en
detenerlos. Era una locura, pero si tenía algo que ocultar, tal vez era mejor para él
saberlo antes que nadie. A Ella no le gustaría que su privacidad fuera desgarrada
delante de toda su familia.

― Stefano, ― Emmanuelle dijo en voz baja. ― Todos queremos ayudarte. Ella es


nuestra, así como tuya. Cuando entre en la familia, se convertirá en nuestra
hermana. Una hija de nuestros padres. Tiene que abrazar completamente nuestra
vida, ser uno de nosotros. Tú lo sabes. Todos vamos a ayudarte en la capacidad de
lo que podamos. Nosotros te apoyaremos. Tú siempre cuidas de nosotros. Siempre
hemos contado con tu fuerza y orientación. Esta vez, vamos a estar ahí para ti.

Bookeater
Shadow Rider
Miró a su alrededor. Sus hermanos lo enfrentaron en un semicírculo. Ricco,
Vittorio, Giovanni y Taviano. Sus primos, Emilio y Enzo, de pie hombro con
hombro con sus hermanos. La sua famiglia.

Su familia. Se llevó la mano al corazón, presionando la palma de su mano


profundamente en el pecho.

― Grazie. ― Lo decía en serio. Sinceramente. Su corazón adolorido y lleno.

Él apretó su brazo alrededor de su hermana.

― Tal vez tu y los primos podrían hacerse amigos de Francesca y Joanna y hacer
algunas cosas con ellas. Ponerla a gusto y hacer que se sienta como si estuviera
echando unas cuantas raíces. Mi horario es bastante pesado. Así que un par de
ustedes podría aliviar mi carga ― miró a su hermanos ― Les agradecería
enormemente el tiempo para tratar de arreglar las cosas con ella.

― Por supuesto, ― respondió inmediatamente Ricco. ― Vamos a dividir tus


puestos de trabajo entre nosotros durante las próximas semanas.

― Y vamos a seguir con nuestros ojos puestos en ella, ― dijo Emilio. ― Esta vez,
mucho más cerca. Ya sabe que pusiste un par de equipos en ella así que no hay
que estar en la clandestinidad.

― Podríamos entrenarte, ― aventuró Emmanuelle. ― En lo que no se debe hacer.

Miró a su cara vuelta hacia arriba. ― No sé si quiero preguntarte lo que significa


eso.

― Eso significa que no puedes actuar causándole miedo, como lo haces. Estoy
acostumbrada a ello por lo que no me intimidas. . . ― Ella se aclaró la garganta. ―
Mucho. Pero ese es mi punto. No puedes asustarla mientras que todos estamos
tratando de trabajar en tu favor.

― ¿Crees que voy a asustarla, entonces, tu trabajo es hacer que me vea como un
buen tipo, como un blanco caballero?

Bookeater
Shadow Rider
La risa estalló, sus hermanos por primera vez. Estaba casi seguro de que Ricco
empezó. Emilio y Enzo se unieron y, por último, Emmanuelle. La sensación cálida
y difusa en su corazón desapareció y miro hacia ellos.

― ¿En serio?

― Nadie te va a ver de esa manera, ― dijo Vittorio. ― Has nacido con esa cara y
saliste de la matriz como mandón y como una serpiente que muda su piel.

No podía negar el cargo porque era probablemente cierto. ― Vete a la mierda.


Todos ustedes. ―

Se volvió a Emilio. ― Llama al tío Sal y dile que necesitamos su servicio de


limpieza inmediatamente. Dile que traigan ropa y calzado para Enzo y para ti. Lo
de siempre, todo se va. Cualquier cosa que les pueda llevar a ti. Desháganse de
todo. Dáselo a Tío Sal para que él y sus muchachos hagan lo suyo. Te quiero
duchado y afeitado, en buen estado y vuelve a salir a la calle para que seas visible.

Emilio asintió. ― Lo haré. Todos tienen que estar lejos de aquí.

Sus hermanos y Emmanuelle se volvieron hacia las sombras para hacer su camino
de vuelta a casa. Stefano estaba ansioso por ir a Francesca, pero se tomó un tiempo
para hacer un informe a sus padres, aunque, su madre y su padre, de hecho nunca
estaban allí para escuchar un informe, lo que era un mal necesario, sino que él creía
que era necesario que Eloisa pudiera mirar a su hijo y asegurarse de que ningún
daño le había ocurrido.

Condujo desde la casa principal, donde sus padres residían hasta el hotel donde se
hospedaba, y luego se dirigió desde allí a la tienda donde trabajaba Francesca.
Cada uno de sus hermanos y su hermana tenían su propia ala en la casa principal,
pero todos ellos mantenían un espacio personal fuera de la finca Ferraro. Tenía un
ático en el hotel de su propiedad. La suite era enorme, ocupando toda la planta
superior. Tenía un ascensor privado que iba directamente a su piso y otra entrada
privada de las que muy pocos sabían.

Bookeater
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Se detuvo en la acera, mirando a la tienda. Francesca tenía la cabeza baja, pero
asintió de vez en cuando al escuchar al hombre que estaba en la caja registradora.
Stefano reconocio a Tito Petrov. Su padre era dueño de la pizzería local y Tito la
manejaba y también cocinaba allí. Era tan bueno en la fabricación las pizzas como
su padre. También era un poco mujeriego. Salía con frecuencia y las mujeres
parecía caer con fuerza por él. A Stefano no le gustaba el lenguaje corporal de Tito
en absoluto.

***
Haciendo caso omiso de Tito, que continuaba coqueteando descaradamente con
ella, Francesca sonrió a la pareja mayor detrás de él cuando ella envolvió unos
bocadillos para ellos. Ella sabía que poseían la pequeña boutique tres tiendas más
abajo.

Ellos habían llegado y se presentaron su primera mañana en el trabajo. Dulces.


Auténticos. Muy italianos.

Se agarraban de las manos siempre que era posible y se sonreían el uno al otro con
frecuencia. Le encantaba eso. Ella consideraba a Lucía y a Arno Fausti, la pareja
cartel para el romance, y teniendo en cuenta que no creía en el romance, también
pensaba que tal vez traían un poco de esperanza con ellos.

Nunca podría permitirse comprar ni un solo elemento de los que ofrecían, todos
esos preciosos vestidos de diseño y pañuelos de seda.

Sabía que viajaban extensivamente para encontrar los mejores diseñadores. Joanna
le dijo que muchas personas viajaban de toda la ciudad para hacer compras en la
pequeña tienda.

― ¿Cómo estás esta tarde? ― Lucía le preguntó.

Bookeater
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Entraban en Masci todas las noches después de las horas de trabajo para buscar su
cena, Joanna también se lo informó, pero entonces, casi todo el mundo entraba en
Masci en un momento u otro. Masci tenía artículos de veinte regiones de Italia,
importaban embutidos, quesos artesanales, aceite de oliva e incluso vinagre.

Francesca sonrió mientras tomaba su dinero y lo puso en la caja registradora.

― ¿Bien y tú?

Ella había entrado en su tienda porque la ropa en la ventana realmente le había


hecho un llamamiento. Ese era un espacio precioso, abierto, de mármol, decorado
principalmente con enormes plantas de hojas, helechos de encaje y unas pocas
plantas floreciendo. Las ropas eran de todas partes del mundo, los diseñadores de
Francia, Italia, India e incluso del área local. Poseían bonitos pero muy diferentes
artículos, todos ellos únicos.

― Fue un día precioso hoy, ― dijo Lucía. ― Frío, pero muy bonito.

― Vamos a comer aquí esta noche, ― dijo Arno.

― Es agradable visitar después de trabajar todo el día. ― Él sonrió a Francesca.

― Supongo que lo es.

― Podría visitarme a mí. ― animó Tito.

― ¿No tienes trabajo que hacer? ― Preguntó Arno, haciendo un guiño a Francesca.
Tomó la mano de su esposa y la condujo hacia una de las pequeñas mesas en la
parte trasera de la tienda.

― Tendría un montón de trabajo por hacer, Arno, si comieras en mi casa en lugar


de aquí, ― Tito habló a las espaldas de la pareja.

Arno se rió. ― Más bonita la vista aquí.

Bookeater
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― No se puede discutir con eso, ― dijo Tito, una vez más apoyado en el
mostrador, sonriendo a Francesca, su voz baja y coqueta.

Stefano abrió la puerta de la tienda y al instante todas las conversaciones cesaron.


Tenía la mirada fija en Francesca, pero él escaneó la habitación cuando entró.
Como de costumbre, el lugar estaba lleno. Reconoció la mayor parte de los clientes
y levantó una mano hacia un par de ellos mientras se abría camino hacia el
mostrador. Las pocas personas esperando en línea al instante se movieron para
hacer espacio para él.

Francesca levantó la vista y vio su rostro palidecer. Ella apretó los labios, un toque
de cautela arrastrando en sus ojos.

― Estás de vuelta, ― saludó. ― Dame sólo un minuto y voy a traer tu abrigo.

― No estoy buscando mi abrigo, dolce cuore, ― dijo, y luego desvió la mirada


hacia el hombre lentamente enderezándose de donde había estado apoyado contra
el mostrador.

― Tito. ¿Cómo está tu padre? No lo he visto desde hace un tiempo.

― El está bien. Genial. ― Tito miraba de Stefano a Francesca. ― ¿Ella tiene el


abrigo? He oído . . .

― Es verdad, ― dijo Stefano, interrumpiéndolo antes de que pudiera terminar la


frase. La última cosa que quería era que Francesca negara su derecho sobre ella en
frente de todas las personas de la zona, especialmente delante de Tito Petrov.

Pietro se apresuró a salir de su oficina. ― Señor. Ferraro, es bueno verle. ¿Podemos


hacer algo por usted?

― Le regalo el Sr. Ferraro, sólo llámame Stefano.

― Sí. Por supuesto. Stefano. ― Pietro asintió varias veces. Había sido invitado más
de una vez a llamar por su nombre de pila a todos los hermanos, pero en realidad
nunca lo hacía por mucho tiempo.

Bookeater
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― ¿Qué podemos hacer por ti? ― el repitió.

― Préstame a Francesca. Estoy hambriento y después de ver a Tito, tengo hambre


de una de sus pizzas. Necesito una oportunidad para hablar con ella, así que pensé
que podríamos hacer ambas cosas. ― No hizo caso de la reacción de Francesca.

El rápido, conmocionado y profundo aliento. El temblor de su cabeza. Dando un


paso atrás del mostrador. Lejos de él.

Pietro lo ignoró también. ― Por supuesto. No hay problema. Ella trabajó horas
extras ayer.

― Voy a volver al restaurante a ponerme a trabajar en su pizza, ― dijo Tito.

Stefano le envió una rápida sonrisa.

― Gracias, Tito. Lo aprecio. Estaremos allí en unos pocos minutos. Tengo que
hablar con un par de personas en primer lugar. ― Miró a Francesca, que no se
había movido.

― Nosotros no vamos a necesitar el abrigo. Es justo a una manzana. ― Una vez


más, antes de que pudiera protestar, se alejó del mostrador, hacia la parte posterior
de la habitación donde los Fausti estaban sentados.

― Lucía, te ves hermosa esta noche. ― Se inclinó y le rozó un beso en la sien. Ella
inmediatamente le cogió la cabeza entre las manos y le besó en ambos lados de la
mandíbula antes de dejarlo ir.

― ¿Arno todavía te trata bien? Me escaparía contigo si pensara que podría salirme
con la mía.

Ella se rió suavemente.

― Arno es el mejor, pero si alguna vez mete la pata, Stefano, serás el principal
candidato.

Bookeater
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Su ceja se alzó. ― ¿El principal candidato? ― Repitió. Cambio su atención a Arno,
y sacudió la mano del hombre.

― ¿Cuántos hombres tiene ella esperando en la cola?

― Demasiados para contar, ― dijo Arno con un profundo suspiro. ― Así es la


vida cuando un hombre se casa con una hermosa mujer. Usted haría bien en
recordar eso.

Lucía se rió de nuevo y se inclinó hacia su marido.

― Ustedes dos. Siempre me hacen sentir tan especial.

― Debido a que lo eres, ― dijo Stefano, lo que significaba que era verdad.

― Ella es muy hermosa, ― dijo Arno, indicando a Francesca, manteniendo la voz


baja. ― Muy dulce con todos los clientes. Trabaja duro, siempre. Ella no habla
mucho y parece triste. ¿Está bien?

― Ella lo estará.

― Te ayudaremos en todo lo que podamos hacer, Stefano. Eres un buen chico.


Siempre has sido bueno con nosotros, ― dijo Lucía. ― Nunca ya que . . . ― Se
atragantó, con los ojos llenos de lágrimas, y ella se llevó una mano a la boca,
forzando una sonrisa detrás de su palma.

― No, Lucía, ― dijo Stefano, en cuclillas al lado de su mesa, llevando su brazo


alrededor de los hombros de la mujer. ― Estás aquí con el amor de tu vida. . . ―
Miró a Arno. ― Ah, y Arno, también.

Ella rió. Fue un poco forzado, pero aún así, se las arregló para hacer que el sonido
pareciera alegre. Su marido alcanzándola a través de la mesa y tomando su mano
entre las suyas. ― Este hombre siempre está tratando de robarte, Bella.

Se llevó la mano a la boca y le besó los nudillos.

Bookeater
Shadow Rider
― Esto sucede muy a menudo, mujer.

― Debes estar acostumbrado a ello por ahora, Arno, ― dijo Stefano, levantándose,
y plantando otro beso en la parte superior de la cabeza de Lucía. ― Creo que mi
mujer está lista para irse.

Era evidente que no lo estaba, pero Pietro la había empujado hacia fuera de detrás
del mostrador. Francesca parecía nerviosa y como si estuviera preparándose a sí
misma para decirle que se fuera al infierno. Él la tomó de la mano mientras se
acercaba a su lado, tirando de ella hasta que estuvo junto a él, y él pudo envolver
un brazo alrededor de su cintura, atrayéndola a su costado.

― Hasta más tarde, Pietro, ― dijo, y la acompañó por la puerta mientras ella
estaba demasiado sorprendida de encontrar a su cuerpo encerrado herméticamente
contra su costado.

― Hasta más tarde, Sr. Ferraro, ― respondió Pietro, la risa en su voz.

Francesca colocó una palma de la mano en protesta contra su pecho y luego tiró
con fuerza fuera de él como si su calor la estuviera quemando.

― No voy a comer una pizza contigo

― No tienes que comer si no tienes hambre, ― dijo, caminando por el pavimento


con pasos largos, el brazo barriendo a lo largo de ella, obligándola a mantenerse al
día con él. La mantuvo en movimiento, sin querer darle la oportunidad de
protestar.

― ¿Te has reunido con Lucía y Arno Fausti? ¿La pareja sentada en la parte de
atrás? Son dueños de los tesoros de Lucia. Es una pequeña tienda a un par de
tienda por debajo de la tienda de comestibles.

Ella se alejo un poco para mirar hacia él desde debajo de sus pestañas
ridículamente largas. No tenia rímel en ellas, y a pesar de eso sus pestañas eran
gruesas, largas y curvadas hacia arriba en el extremo. Estaba fascinado incluso con
ese pequeño detalle. Sus ojos eran preciosos.

Bookeater
Shadow Rider
El pensamiento vino a él de forma espontánea por lo que quería estar buscando en
sus ojos cuando él la tomara, cuando él la tuviera en sus brazos. Cuando
estuvieran encerrados juntos, y él se moviera en ella, dándole lo que ningún otro
hombre jamás le daría otra vez.

― Sí, son una pareja encantadora. Pareces ser amigo de ellos.

Ella sonaba un poco sorprendida de que pudiera tener amigos. Eso le daba ganas
de sonreír, pero se resistió, continuando su camino, haciendo un gesto hacia un par
de personas que salieron de sus tiendas para recibirlo. Él se mantuvo en
movimiento porque no quería que entablaran conversación con él y darle la
oportunidad de separarse.

― Ellos perdieron a su único hijo. Cencio fue asesinado saliendo de un teatro en la


ciudad con su prometida. Lucía estaba tan devastada que estuvo a punto de morir.
Arno no fue el mismo durante un par de años, tampoco. Yo crecí con Cencio. El fue
un buen hombre. Siempre riendo. Dulce, al igual que sus padres. Servimos juntos
en Marina Recon. Era alguien con quien podía contar. Sólo habíamos estado fuera
dos meses antes de su asesinato.

Su rostro se suavizó. Las pestañas barrieron abajo y hacia atrás, pero la suavidad
no abandonó sus ojos.

― Lo siento. Eso debió haber sido terrible para todos ustedes. ¿Era su único hijo?

Stefano negó con la cabeza. ― Tenían una niña. Ella murió de cáncer cuando tenía
tres años.

Francesca se detuvo justo en medio de la acera, con la mano libre cubriendo su


boca. Ella parecía como si fuera a llorar.

― Esa pobre gente. Perder ambos hijos y de esas formas. No puedo imaginar nada
peor.

Él asintió con la cabeza, tirando de ella un poco más cerca de él, manteniéndola
bajo su hombro.

Bookeater
Shadow Rider
― Los dos son muy valientes. A veces las tragedias separan a las personas, pero a
veces parece unirlas aun más fuerte. ― Él comenzó a moverse de nuevo. La
entrada a la pizzería estaba a sólo unos pocos pies de distancia.

― En realidad, son mis clientes favoritos, ― admitió. ― No es que haya conocido a


muchas personas, sin embargo, aunque la tienda está muy llena todo el tiempo.
¿Fue el asesino capturado?

Él la miró bruscamente. Había algo en su voz que le llamó a él. Ella estaba mirando
al suelo, no a él, y no trato de ver hacia dónde se dirigían. sonabas escéptica, como
si no creyera que el asesino de Cencio sería llevado a la justicia. También sonaba
muy, muy triste. Eso le rasgó en el interior. Él no quería que alguna vez estuviera
triste.

Llegó a su alrededor para abrir la puerta de la pizzería, automáticamente dando un


paso atrás para permitir que ella lo precediera.

En el último momento, él la empujó a un lado, y luego la empujó detrás de él


cuando un niño con el pelo oscuro y ondulado golpeó directo con él con toda su
fuerza. Su cuerpo se balanceó hacia atrás, pero él cogió el niño en sus brazos,
evitando que el niño se cayera. Oyó el aliento de Francesca en la garganta, como si
temiera por el niño.

Colocó el chico nuevo en el piso y le revolvió el pelo.

― Tonio, ¿Estás persiguiendo a la señora Moretti de nuevo?

El chico asintió, sosteniendo un bolso de color rosa.

― Buen hombre. Ve por ella entonces, pero no corras por la calle. Ven por mi mesa
cuando vuelvas.

Tonio le sonrió y se echó a correr. Stefano mantuvo la puerta abierta para


Francesca y le hizo un gesto para que entrara.

Bookeater
Shadow Rider
― Él es un buen chico, siempre, ― observó. ― La Signora Moretti finalmente
entrara en la tienda de comestibles. Ella te dará un momento muy duro. Insistirá en
observarte hacer tu sándwich y todo lo que hagas será malo porque ella va a
cambiarlo mientras avanza. ― Había humor en su voz. Afecto. No podía evitarlo.
― Agnese Moretti es un terror sagrado. Nunca la llames de otra forma más que
señora Moretti u obtendrás un jalón de sus orejas. ― Se frotó la oreja derecha,
recordando que la mujer lo había regañado cuando la había llamado por su
nombre de pila.

― ¿Ella te golpeó? ― Los ojos azules de Francesca se agrandaron por la sorpresa y


el humor.

― Signore Ferraro, ya tiene su mesa,― la chica de la recepción dijo, con los menús
en la mano. Sonaba sin aliento, observándolo con una mirada aturdida, coqueta.

Él le sonrió. ― Grazie, Berta.

Él puso su mano en la espalda baja de Francesca para guiarla. Para dejar claro a
todos en el restaurante exactamente a quién pertenecía.

― ¿Cómo están tus padres? ― El sostuvo a Berta antes de que ella tropezara con
sus propios pies. Ella no estaba viendo a dónde iba, sólo estaba observándolo.

― Los dos están bien, Signore Ferraro. Tito dijo que le preparara esta mesa. ―
Todavía mirándolo, ella indicó una cabina en la parte posterior, en la esquina,
donde las luces bajas proyectaban sombras y daban privacidad.

Su familia siempre pedía esa mesa, y estaba agradecido de que Tito lo recordara.

― Los entremés de antipasto ya casi están listos. ¿Vino? ¿Cerveza? ― Preguntó.

Francesca se deslizó en el interior de la cabina porque no le dio mucha opción.


Mantuvo su atención en Berta aun hasta cuando el cuerpo de Francesca cedió y se
sentó en el cuero fresco de la banqueta. Stefano se deslizó a su lado. Cerca. Su
muslo presionado firmemente contra el suyo.

Bookeater
Shadow Rider
Él inhaló el olor. Era hermosa, allí en las sombras en las que vivía su vida. Tan
hermosa y de aspecto inocente. Él iba a tener que alejar esa inocencia y el
pensamiento lo puso triste. Se resistió a alcanzar la mano de ella, pero sabía que
tendría que tocarla pronto.

― ¿Qué le gustaría, Bella? ¿Vino? ¿Cerveza? ¿Algo más?

Francesca dudó, pero luego se relajó, algo de la tensión se dreno de ella.

― El agua está muy bien.

― ¿No bebes vino? ― Él levantó una ceja.

Ella asintió. ― Ha pasado un tiempo desde que he tomado algo de alcohol. No sé


cómo voy a reaccionar. ― Le gustó su honestidad.

― Voy asegurarme de que llegues a casa a salvo. Una copa no puede hacer daño.
― Y antes de que pudiera protestar se volvió hacia Berta. ― Vino tinto. Sabes el de
mi preferencia. Trae la botella y dos copas ― Cuando Berta los dejó, volvió su
atención a Francesca.

― Mi familia es propietaria de unos viñedos y una bodega en Italia. Está


empezando a hacerse un nombre, y afortunadamente me gusta el vino que
produce nuestra familia. Espero que a ti también.

Ella asintió con la cabeza, con cierta timidez.

― Gracias. Estoy segura de que lo hará. Háblame de Agnese Moretti. ¿De verdad
te jaló de las orejas?

Nunca había estado más agradecido por la personalidad difícil y muy enérgica de
la mujer mayor. Su historia había despertado el interés de Francesca, lo suficiente
para que ella estuviera mucho más relajada con él. Parecía que a ella le gustaba
escuchar historias de las personas que la rodeaban. Buena gente. A él le gustaba su
vecindario y quería que ella lo viera a través de sus ojos.

Bookeater
Shadow Rider
Era donde iba a pasar la mayor parte de su vida. La aceptación de su camino. la
aceptación de sus reglas. Vivir con un yugo de la violencia en el cuello por el bien
de los que les rodeaban. Una parte de él se detestaba a sí mismo por hacer eso con
ella, pero no había manera de que pudiera renunciar a ella.

― Oh sí. Ella no sólo me jaló de mis orejas, sino que dos veces me agarró por el
lóbulo de la oreja y me sacó de un cuarto. Por supuesto, yo era mucho más joven
cuando pasó lo del lóbulo de la oreja. ― Deliberadamente se frotó el lóbulo de la
misma, como si pudiera todavía sentir el pellizco.

Francesca se rió. Tenía una hermosa sonrisa. Melódica. Baja. Casi como si la risa
fuera íntima, justo entre ellos dos. Su corazón latió en sintonía con ella bajo la risa.

Quería oírla por el resto de su vida. El sonido ahogó la mayoría de voces en su


cabeza que se negaban a morir cuando quienes las poseían lo hicieron.

― ¿Qué edad tenías cuando golpeó tus orejas?

― Eso fue el año pasado, cuando cometí el gran error de ser "fresco" con ella
llamándola por su primer nombre. Al parecer, no soy lo suficientemente mayor
aún para hacer eso. Ella enseñó en la escuela y nunca ha dejado que ni yo ni
ningún otro alumno suyo la haya olvídalo.

― Suena como si tuviera mucho carácter.

― Ella lo tiene, ― dijo Stefano. ― Es maravillosa. No puedo decir cuántos


estudiantes instruyó fuera del aula para ayudarlos cuando tenían dificultades con
un tema. Y ella nunca cobró a sus padres. Ahí había algunos niños que no tenían
mucho y les compraba los suministros que necesitaban. Almuerzos. Chaquetas.
Nunca dejaba que supieran que ella lo hacía, o que hicieran una gran cosa de ello,
solo dejaba las cosas para que ellos encontraran los materiales en su pupitre, o la
chaqueta o la caja del almuerzo.

― Wow. ― Francesca apoyó la barbilla en la mano, con la mirada fija en él. Esa
mirada azul del mar que hizo que él quisiera caer directo sobre ella. ― Ella suena
increíble.

Bookeater
Shadow Rider
― Es un personaje. Olvida su bolso en cualquier lugar donde come y sus gafas en
la mayoría de tiendas. Tonio siempre se precipita tras ella si está por el lugar. Si no
Tonio, entonces uno de los otros niños. Él es el más joven y el más entusiasta, lo
que significa que es más como un tornado y hay que salir de su camino cuando él
está haciendo su carrera.

Berta estaba de regreso con el antipasto, en platos pequeños, cálidos, palitos de pan
fresco y el vino. Ella expertamente colocó cada plato y vertió una pequeña cantidad
de vino en un vaso para que Stefano lo degustara.

A él le gustó que Francesca lo observara tan de cerca, porque parecía fascinada por
la conversación y por él. Asintió con aprobación hacia el vino, y esperó hasta que
Berta lo sirvió en los dos vasos y se fue antes de que él recogiera el vaso de
Francesca y se lo entregara a ella. Sus dedos se rozaron. Al instante una chispa de
electricidad saltó de ella a él. Sintió como sus sombras se conectaron. Uniéndose. El
tirón era fuerte, al igual que el control deslizándose estrecho por los tubos que casi
se separaron de su cuerpo cuando se paró frente a ellos, un poderoso imán
atrayéndolo cerca.

La oyó rápidamente inhalar. Sus ojos se oscurecieron. Bajó las pestañas. Sus pechos
subían y bajaban. Tiró de su mano, llevando la copa a la boca. Definitivamente ella
sintió fuertemente la química entre ellos del mismo modo que él lo hizo. Era
explosivo. Su cuerpo reaccionó, poniéndose tan duro como una roca, algo que
simplemente no le sucedía a un hombre con su tipo de disciplina. Él sabía que si se
inclinaba hacia ella y tomaba su boca, él encendería una tormenta de fuego que los
quemaría.

Ella era peligrosa para los dos. Tenía que mantener el control a su alrededor ya que
estar simplemente tan cerca de ella era una amenaza. Él se alejó un poco para
poner distancia entre ellos, unas pocas pulgadas, pero incluso esas pocas pulgadas
le dieron un respiro.

Tonio corrió, su grueso, pelo rizado salvaje. Los ojos brillantes. ― La atrapé,
Signore Ferraro. Justo cuando estaba entrando en su coche.

Bookeater
Shadow Rider
― Buen chico, Tonio. ― Deslizó la billetera y le dio al niño un billete. ― Estoy
orgulloso de ti por cuidarla e ir detrás de ella. ¿Qué hacemos?

Tonio hinchó el pecho.

― Siempre nos ocupamos de nuestras mujeres.

― Está bien. Vete por ahora y saluda a tus padres por mí.

El muchacho tomó el dinero y se lo guardó en el bolsillo. ― Grazie. Grazie. ―


Sonrió a Stefano. ― ¿Es una de nuestras mujeres? ― Indicó a Francesca.

Stefano asintió solemnemente. ― Tonio, ella es Francesca. Francesca, Tonio. Si


alguna vez necesitas asistencia, es un buen hombre y vendrá en tu ayuda. Sí,
Tonio, ella es muy especial para mí. Es una de las nuestras.

― Miró a su mujer. Ella no sabía que estaba reclamándola en público, pero esa
pregunta inocente era bienvenida. Tonio diría a sus padres exactamente lo que
Stefano le había dicho. El niño siempre lo hacía.

Francesca parecía satisfecha. Él sabía que lo haría. No estaría pensando en la


implicación subyacente, sólo que el niño era lindo.

― Mucho gusto, Tonio, ― dijo.

Él asintió con timidez. ― No se preocupe. Voy a velar por usted.

― Gracias. Soy consciente de ello.

Tonio se volvió con una sonrisa descarada y corrió a través del restaurante de
nuevo a la mesa de sus padres. Stefano lo vio alejarse simplemente para asegurarse
de que no tumbara a cualquiera de los clientes de Tito.

― Él es adorable. ― Francesca mojó un palito de pan en la salsa marinara y le dio


un mordisco. Sus ojos cerrados. ― Guau. Esto es delicioso.

Bookeater
Shadow Rider
― Nadie hace la pizza, los entremeses o la marinara como la familia de Tito. Han
estado en el negocio durante un par de generaciones y hacen lo mejor. La gente
viene de todas partes para comer aquí.

― Suenas orgulloso.

― Y lo estoy. Son una buena familia y el éxito se lo merecen.

― Ninguna cosa es como pensé que sería, ― aventuró ella, y tomó otro sorbo de
vino.

― ¿Cómo te pareció que sería?

― No lo sé. Parecías tan aterrador cuando te conocí. Pensé que eras . . . ― Se


interrumpió y sacudió la cabeza, rastreando color bajo su piel.

― Dime.

― No quiero que te molestes. Fue tonto de mi parte. Estaba tan nerviosa por la
entrevista y parecía como si todo el mundo en la tienda te tuviera un poco de
miedo cuando entraste. También fuiste brusco y un poco grosero, bombardeando
ordenes por todo el lugar.

El asintió. ― Yo lo hago mucho, me temo. Más de una vez, la señora Moretti me


dijo que iba a lavar mi boca, y eso fue este año.

Ella rió. Le encantaba la forma en que ella se reía. En los dos días que había estado
lejos de ella, parecía mucho más relajada.

― Su advertencia no sirvió de nada, ¿verdad?

― No, supongo que no lo hizo, ― admitió con pesar. ― Así que dime, Francesca,
¿qué te pareció que era cuando nos conocimos?

Bookeater
Shadow Rider
5

Francesca estudió la cara de Stefano. Era intimidante, no había duda


al respecto. Incluso con la forma en que había interactuado con el pequeño Tonio,
tenía una mirada en él que exigía respeto, era aun más, tenia control sobre la
habitación. Ella era muy consciente de que cada persona en el restaurante había
vuelto a ver como se dirigían a su mesa. Incluso ahora, las personas estaban
mirándolos. Estaban tratando de pretender que no lo hacían, pero ella sabía mejor.
Era bastante claro que Stefano Ferrero era un hombre muy conocido. Apreciado
por algunos y temido por otros.

Sin embargo, había una tristeza subyacente que se vislumbraba en él, y todo en ella
se levantaba para calmarlo. Era como si necesitara hacer eso. No estaba del todo
segura de cómo o por qué, llegó a estar sentado al lado de él, pero estaba fascinado
por su opinión acerca de las personas en el vecindario. Había genuino afecto en su
voz cuando hablaba de ellos. Le gustaba que él supiera mucho sobre ellos y que
pareciera preocuparse por ellos.

De cerca, estaba caliente, caliente, muy caliente. Un hombre magnífico. No podía


creer lo guapo que era. Difícil dejar de verlo. Confiado. Incluso un poco arrogante,
pero uno podía perdonarlo cuando su rostro era tan perfecto. Los ángulos y
planos, la fuerte mandíbula y nariz recta. La boca la fascinaba y tenía que
esforzarse para no mirarla. Dos veces se encontró haciendo precisamente eso y se
preguntaba cómo sería sentir su boca en la de ella. Una fantasía muy estúpida para
tener acerca de un hombre que creía que era de la mafia dos días antes.

Francesca estaba un poco avergonzada de sí misma porque ella había pensado eso
de él, incluso cuando había tenido una asquerosa boca y era tan brusco. Era
evidente que había leído el silencio en la tienda de comestibles como algo que no
era. Se sentía como el miedo, pero mirando hacia atrás, ella había estado aterrada
todo ese día y probablemente había proyectado justo lo que sentía a la multitud en
Masci.

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Ella no podía decidir si le gustaban más sus ojos, o su voz. Sus ojos eran de un azul
oscuro y misterioso, con largas pestañas negras que hacían juego con su cabello
grueso y ondulado. Su voz era suave, de un tono bajo, una miel caliente que se
movía sobre ella, prometiendo todo tipo de cosas pecaminosas.

― Francesca.

Su voz la sobresaltó sacándola directo de su fantasía. Parpadeó rápidamente y lo


puso en foco. No había tenido tiempo para repasar las cosas de su cuerpo que la
atraían, pero probablemente estaba igual de bien.

Levantó la mirada hacia él, y todo en ella se calmó. Stefano la miró directamente a
los ojos, capturando su mirada sin siquiera intentarlo. La mantuvo allí, era incapaz
de apartar la mirada. Estaba totalmente hipnotizada por él.

Francesca sintió su poder. Sentía una conexión entre ellos. Su corazón tartamudeó
y luego comenzó a latir con fuerza. Se inclinó hacia ella, con el ceño fruncido. Su
dedo se deslizó a lo largo de su piel, a la derecha de su garganta, rozando
ligeramente sobre la laceración superficial, donde el cuchillo había quemado, ya
que entró en su carne. Ella se estremeció ante la forma en que el azul de sus ojos se
oscureció tan íntimamente.

― Esto es obsceno. Una persona te puso las manos encima. Y un cuchillo en la


garganta. Siento que esto sucediera, Francesca. Se trata normalmente de un barrio
seguro. Tenemos cosas pequeñas, adolescentes bebiendo demasiado y consiguen
que se les vaya un poco de las manos, pero esto. . . ― Se interrumpió, sacudiendo
la cabeza.

Sin previo aviso, se inclinó hacia ella y le rozó la garganta con la boca. Su corazón
dejó de latir. Estaba segura de que lo había hecho. Se quedó inmóvil, incapaz de
moverse. Incapaz de pensar porque su cerebro tenía un cortocircuito.

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Su cabello le rozó la barbilla y a lo largo de su hombro. Nunca había sentido algo
tan sensual en su vida. Le dolían los pechos. Necesidad. Los pezones se apretaron
contra el encaje de su sujetador y de repente el poco de encaje de las bragas que
llevaba estaba húmedo. Su sexo se apretó con fuerza. Su aliento atrapado en su
garganta y no podía moverse ni siquiera para salvarse a sí misma, y tenía la
sensación de que tenía que salvarse a sí misma. Ella quería desesperadamente
pasar los dedos por su cabello grueso y oscuro. Sabía que era suave porque los
filamentos gruesos se movieron contra la barbilla y la garganta de ella. Parpadeó y
levantó la cabeza.

― Lo siento, ― repitió. ― Debes haber estado tan asustada. ― Su voz susurró


sobre ella como una caricia íntima de sus dedos.

Se pasó la lengua sobre los labios, tratando de no imaginar su boca sobre la de ella.

― Voy a admitir que tenía miedo, pero sobre todo porque no quería manchar de
sangre tu abrigo.

Su ceja se alzó. ― ¿Tu qué?

Su boca se curvó en una sonrisa triste, aunque su corazón martilleaba con fuerza
en su pecho. ― Yo no quería manchar de sangre tu abrigo. Yo lo llevaba puesto y
cuando él me cortó, en todo lo que podía pensar era en que la sangre podría
manchar el cuello de tu abrigo.

Sus ojos se oscurecieron. Su cara quedó inmóvil. Sus dedos se cerraron alrededor
de la nuca de su cuello y él acerco la cabeza hacia la suya.

― ¿Me estás diciendo que estabas tan asustada de mí, que cuando un asaltante te
puso un cuchillo en la garganta, lo que más temías era conseguir sangre en mi puto
abrigo?

Su voz se había vuelto miedosamente suave para coincidir con el diablo brillando
en sus ojos. Su corazón dio un salto y luego dio un vuelco duro. Ella era muy
consciente de que sus dedos se cerraron alrededor de su cuello, de cada detalle de
él. Su calor. Sus anchos hombros. Su enorme fuerza. La forma en que la yema de
los dedos se sentía posesiva sobre su piel.

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Su aroma la envolvía, la rodeaba, hasta que sólo estaba él y las otras personas en el
restaurante se habían desvanecido. Estaba demasiado cerca de ella para poder
respirar, las sombras en la cabina envolviéndolos en una inesperada intimidad.

― Dolce Cuore. ― Él respiró.

Ella no quería que él la llamara su corazón. No debía estar sentada allí con su
mano encrespada alrededor de su cuello. Se estaba ahogando, hipnotizada por él.
Nunca había experimentado una química tan intensa. Ni siquiera sabía que la
atracción física podría ser tan fuerte. Era como un imán y al parecer no podía
encontrar la resistencia necesaria para liberarse.

― Tu eres mucho más importante que un puto abrigo.

― Es tu favorito, ― susurró ella, sorprendiendo a sí misma ante la admisión


implícita. Había tenido miedo de él, ¿ o no lo había hecho? No se sentía asustada.
Le preocupaba que estuviera molesto por el abrigo y ella no quería eso. ¿O era más
bien que había llegado a amar a ese abrigo y la forma en que la hacía sentir?

― Es un abrigo, Francesca. ― Su mano se deslizó de su cuello y se enderezó,


girando su cabeza hacia el interior del restaurante. No había oído nada en
absoluto, sin embargo, había sido consciente del movimiento en la pizzería. Ella
parpadeó varias veces, tratando de salir de debajo de su hechizo, de debajo del
influjo de atracción sexual.

― Su pizza, ― dijo Tito con broche de oro, colocando la pizza entre ellos. ― La
especialidad de la casa. Disfrútenla. ― Él hizo un guiño a Francesca. ― Usted
creerá que está en el cielo.

― Grazie, Tito, ― dijo Stefano, cambiando sutilmente su cuerpo para ponerse otra
vez muy cerca de Francesca, su postura posesiva. Incluso Francesca vio la
advertencia flagrante. Sonrió a Tito.

― Gracias, se ve fantástica.

Tito asintió, les dio un pequeño saludo y se alejó, dejando de nuevo a solas con
Stefano.

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Francesca sabía que tenía que protestar por el comportamiento posesivo de
Stefano. Ella no estaba en condiciones de tener cualquier tipo de relación y, en
cualquier caso, no le gustaba lo casual. Stefano estaba fuera de su alcance. No
podía imaginar que un hombre como él quisiera salir con alguien como ella. Ella
hacia sus compras en una tienda de segunda mano. Estaría horrorizado si veía
dónde vivía. Ella se horrorizaba cuando iba a su pequeño apartamento, pero aún
así, era de ella. Sabía que se desmayaría si alguna vez veía donde vivía. Su abrigo
costaba más de tres meses de alquiler, o tal vez cuatro.

Stefano puso una porción de pizza en su plato. ― Nadie hace pizza como Tito o su
padre. Benito Petrov es impresionante. Grande, como Tito, pero ahí es donde
termina la similitud. Tito sonríe todo el tiempo. Benito es muy serio, donde Tito es
dulce, Benito es brusco.

― ¿Cómo Tito llego a ser tan diferente?

― Se parece a su madre. Era la mujer más dulce viva. Ellos la perdieron hace unos
siete años por un cáncer de mama. Benito tuvo dificultades para superarlo. Fue
entonces cuando Tito se acercó y realmente se hizo cargo del restaurante.

― ¿Qué otra cosa es diferente acerca de ellos? ― Francesca era curiosa, pero aun
más, le gustaba escuchar la voz de Stefano. Era preciosa, perfectamente modulada.
Baja. Sensual. Podía escucharlo hablar toda la noche.

― Benito está cubierto de tatuajes, tiene un pendiente, es calvo y se ve como si


fuera a rasgarte la garganta por un dólar. ― Él se rió suavemente. ― Él es un
voluntario regular en el banco de alimentos y dirige el comité de recaudación de
fondos para ayudar a complementar la misma. Comenzó como un jardín
comunitario con la idea de que alguien pudiera comer cuando estaban
hambrientos. Él ha estado trabajando en los planes para montar un invernadero
para que la comida se pueda cultivar durante todo el año.

Ella se olvidó de sus protestas y se apoyó en la palma de su mano, sus ojos en su


rostro. Era fascinante ver la forma en que su expresión se suavizaba cuando
hablaba sobre el barrio y sus residentes.

Bookeater
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― ¿De dónde consiguió el terreno para el jardín y para el invernadero? Me
imagino que, en este barrio, la tierra es muy cara.

― Toma un mordisco. No quieres herir los sentimientos de Tito. El terreno fue


donado.

Ella sabía que su familia había donado el terreno. Lo supo al instante. Dio un
mordisco a la pizza y casi gimió, era deliciosa. El sonrió a sabiendas hacia ella,
asintiendo con la cabeza.

― ¿Verdad que es magnífica?

― No tenía idea ni idea que algo podía saber tan bueno, por no hablar de una
pizza. Yo podría estar gastando mi cheque de pago aquí.

― Los fines de semana, hay cola para entrar. Petrov y Tito atienden a la gente por
lo que hay una entrada al otro lado que abren cuando la línea es larga. Unen los
locales, colocan unas cuantas mesas y mantienen otras en reserva para tener
capacidad para todos tan pronto como sea posible.

― Esta es una comunidad muy unida, ¿verdad?

El asintió. ― La gente es buena. ― Él recorrió a lo largo de su garganta con un


dedo suave. ― Odio que esto te ocurriera. Lo siento mucho, Francesca.

Ella frunció el ceño. ― Stefano. ― Su nombre se deslizó fuera más fácil de lo que
debería haber sido. No le importo. Ella se acercó. ― Eso no fue tu culpa. ― ¿Era
por eso que la había llevado al restaurante de Tito?. Se sentía culpable. Tenía un
sentido tan abrumador de la atracción física que casi había cometido el error de
pensar que era mutua. Se sentía responsable. El velaba por los residentes y alguien
había intentado asaltarla.

― Por favor, deja de preocuparte por eso. Estoy perfectamente bien.

― Tenía mis primos velando por ti, pero les dije que no se dejaran ver para que no
te sintieras acosada. Ese fue mi error. Conocen a la mayoría de los residentes. Eres
nueva. Los delincuentes se mantienen alejados, pero. . .

Bookeater
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― Técnicamente, dejamos el barrio, ― señaló Francesca. Y sin pensar ella puso la
mano sobre Stefano. ― No tuviste ninguna responsabilidad sobre lo que me pasó.

En el momento en que su palma se curvo sobre el dorso de la mano, supo que


había cometido un error. su calor parecía fusionarlos. Pequeñas chispas de
electricidad crepitaron a lo largo de sus terminaciones nerviosas. Ella tiró de su
mano, sintiéndose como si acabara de quemarse. No quemada. Más bien marcada.
Había puesto su mano sobre la suya, sin embargo, se sentía como si la hubiera
capturado, conectado. Esa conexión parecía hacerse más fuerte cada vez que se
tocaban físicamente.

― Todos los residentes de nuestro vecindario deberían estar a salvo en cualquier


lugar al que fueran en la ciudad, ― dijo, su voz de repente causándole miedo. ―
Ellos volaron la mitad de la cara de Cencio. Su propia madre ni siquiera pudo
verlo en el ataúd por última vez. ― Él sonaba feroz. Culpable. Como si de alguna
manera fuera responsable de la muerte de Cencio. Sonaba desconsolado. Eso era
lo peor. Que un hombre como Stefano, tan arrogante, tan seguro, fuerte y
absolutamente una roca, pudiera ser sacudido. Ella no pudo evitarlo. Sacudió la
cabeza, sus ojos se encontraron con los suyos. Tenía que tomar el dolor de él, no
sabía por qué, pero no tenía otra opción.

― Yo sé lo que es el dolor, Stefano. Sufrir la pérdida de un ser querido a través del


asesinato. Y sentirse responsable cuando en realidad, no había nada que pudieras
haber hecho. No puedes mirar hacia fuera por cada persona en tu vecindario. Es
imposible. No eres responsable de mí o por mi ataque. ― Su voz era suave,
persuasiva.

No podía creer que le hubiera regalado lo que tenía. Ella no hablaba de su pasado;
no se atrevía. Y aún así, tenía que tomar el dolor de sus ojos. Su corazón herido
sólo veía el dolor. Sus ojos cambiaron. Centrado por completo en ella. Veía
demasiado. Tomó aliento. Hizo aletear su corazón y su estómago hacer un rollo
lento.

― ¿Una persona que amabas fue asesinada?

Bookeater
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Ella asintió. ― No debería haber dicho nada. Es sólo que no quiero que pienses que
tienes que proteger a todo el mundo debido a que tu amigo murió. No se puede,
Stefano.

― No a todo el mundo, Francesca. ― Él cogió su mano y distraídamente jugó con


sus dedos.

Ella debería haber tirado de su mano, pero no podía obligarse a hacerlo, no cuando
estaba tratando de hacerle entrar en razón. Era sólo que, con sus dedos
moviéndose a través de los de ella, a lo largo de ellos y entre ellos, su cuerpo
reaccionó, haciéndola muy consciente de sus lugares secretos y un hambre
creciente por él.

― Sólo mi barrio. Sólo las personas en mi mundo. Alguien tiene que cuidar de
ellos, y ese es mi trabajo.

Quería llorar por él. No era de extrañar que la primera vez que había entrado en
Masci hubiera parecido tan solo. Así de lejano. Había tomado una tarea imposible,
incluso hasta el punto de mirar hacia fuera por un total desconocido. Ella sacudió
la cabeza y cogió la copa de vino, necesitaba hacer algo para contrarrestar la
empatía y el conocimiento de él.

― ¿Dónde está tu familia? ― Preguntó.

Ella sabía que tarde o temprano lo preguntaría. Era una pregunta bastante natural.

― Yo no tengo familia. Mis padres murieron en un accidente de coche cuando


tenía catorce años. No tenía ningún tío o abuelo. Tú tienes una gran familia, pero
nosotros éramos sólo mi hermana, Cella, y yo. Ella era mayor nueve años por lo
que me crió.

Hubo un silencio. Se echó hacia atrás en la cabina, deslizando su brazo en el


respaldo del asiento.

― Estas diciéndome que Cella fue asesinada? ― Había un filo en su voz.

Bookeater
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― No me gusta hablar de ello. ― Ella tomó otro sorbo de vino. ― No debería
haber sacado el tema.

― Estabas tratando de hacerme sentir mejor. Eso sólo me molesta. Algún puto
asesinó a mi mejor amigo, Cencio, mientras salía de un teatro, y alguien asesina a
tu única hermana.

El ambiente alrededor de ellos daba un poco de miedo, como si su ira fuera tan
opresiva que podía pesar por la habitación entera.

― ¿Fue aleatoria? ¿Un extraño? ¿Al igual que Cencio? ― preguntó.

Ella negó con la cabeza antes de que pudiera detenerse. ¿Cómo había permitido
que dicha información personal se deslizara hacia fuera? Habían estado teniendo
una buena conversación, y al igual que ella había arruinado el estado de ánimo.
Stefano fue a intenso. Su ira era intensa. Había pasado de ser dulce y tolerante a
vulnerable y luego a peligroso en el espacio de un par de minutos.

― Siento haber echado a perder el estado de ánimo, ― dijo ella, tratando de dar
marcha atrás. ― Estabas relajado y yo solo. . . ― Se interrumpió cuando sus dedos
fueron a su cuello, masajeando los nudos allí, en un esfuerzo por aliviar la tensión
de ella.

― No mataste el estado de ánimo, Francesca. Estabas tratando de ayudarme y lo


aprecio. Muy pocas personas siquiera habrían visto que todavía estoy llevando esa
carga conmigo. Agradezco que compartieras. ― Su voz era muy baja. Íntima. Sus
ojos se encontraron con los de ella y su estómago dio otro salto mortal. Él era
simplemente hermoso.

― Signore Ferraro, ― una voz desde el otro lado de la habitación.

Vio la impaciencia cruzar por su cara, pero fue enmascarada con rapidez. Cuando
Stefano se volvió a ver a la mujer parada en la puerta, una buena distancia de ellos,
lo hizo con una sonrisa. La mujer se veía como de unos ochenta años.

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Era baja y un poco doblada, su piel fina y su rostro todavía hermoso a pesar de las
pocas arrugas proclamando que había vivido su vida. Llevaba un vestido a juego y
un largo chal negro que retorcía en sus manos mientras se apresuraba a través del
restaurante hacia ellos, tejiendo su camino a través de las mesas y haciendo caso
omiso de Berta, que intentó detenerla.

Stefano levantó la mano hacia Berta y ella se detuvo en seco y luego regresó a su
estación. Stefano se levantó cuando la anciana llegó a ellos. Se alzó sobre ella,
colocando su brazo alrededor de sus hombros con una dulzura que retuvo el
aliento de Francesca. Nadie podría adivinar que estuvo un poco impaciente con la
interrupción. Para consternación de Francesca la mujer tenía lágrimas en los ojos y
sus labios temblaban.

― Signora Vitale, porque está molesta. Por favor, sientese por un momento y
únase a nosotros. Tome una copa de vino. ― No había nada más que solicitud en
la voz de Stefano.

Él levantó la copa hacia Berta, que claramente había estado observando, junto con
todos los demás en el restaurante. Ella corrió hacia ellos y coloóo otra copa de vino
sobre la mesa cuando Stefano ayudó a la anciana mujer a sentarse en el asiento
frente a Francesca.

― Signora Vitale, le presento a Francesca Capello. Francesca, esta es Theresa


Vitale, una querida amiga mía.

Francesca amaba lo gentil que eran sus manos cuando tocaron a la mujer mayor,
empujando el vaso de vino en su mano y manteniendo el contacto con ella. Más, su
voz era suave con afecto. Murmuró un saludo, sabiendo que la mujer apenas
registró su presencia, toda la atención de la señora Vitale estaba centrada en
Stefano.

― Bebe esto y luego dime qué te ha molestado.

Teresa tomó el vino en las manos temblorosas y obedientemente tomó un sorbo.


Francesca no podía imaginar a nadie desobedeciendo a Stefano, ni siquiera una
mujer de la edad de Theresa. Podría ser suave, pero no había duda de que él era la
autoridad absoluta.

Bookeater
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― Tal vez debería salir, darles privacidad, ― aventuró Francesca.

Los dedos de Stefano se deslizaron alrededor de su muñeca, como grilletes


uniéndola a él. ― No. Permanece. Por favor.

Su corazón se agitó suavemente. Él había emitido una orden para ella, pero luego
había añadido una pequeña palabra que lo cambió todo. Asintió y se relajó en su
agarre. En lugar de agarrarla, la yema de su pulgar rozó íntimamente a lo largo de
su muñeca interna.

Por primera vez, Teresa miró a Francesca, bajó la mirada a los dedos de Stefano
alrededor de su muñeca y luego sus ojos se agrandaron mientras lo miraba a la
cara. ― Estoy interrumpiendo algo importante. ― Un fresco mar de lágrimas vino
y ella se meció hacia adelante y atrás.

― A Francesca no le importa nada más que a mí, Teresa, ― dijo suavemente,


utilizando su nombre de pila. ― ¿O si, bambina? ― preguntó, sus ojos en los de
ella.

― Por supuesto que no, ― ella respondió inmediatamente. ― Por favor, no te


aflijas.

Theresa bebió su vino y colocó el vaso vacío directamente delante de Stefano.


Manteniendo su dominio en Francesca, obligó a Theresa a beber aún más.

― Es mi nieto, Bruno, ― Teresa confesó, su voz muy baja. ― Está en problemas


otra vez.

Stefano suspiró y se hundió en la cabina, el muslo acariciando el de Francesca. Se


llevó la mano a su boca, mordisqueando sus dedos con aire ausente, como si
hubiera olvidado que era una parte real de carne y hueso. La sensación de su boca
sobre su piel era aún más íntima que cuando el pulgar había acariciado el interior
de su muñeca. El dolor en los pechos aumentó y su cuerpo respondió con un calor
más húmedo. Tenía los ojos encapuchados, imposibles de leer, pero Francesca
tenía la sensación de que estaba exasperado con la conversación, en absoluto
consciente de la química explosiva que estaba sintiendo.

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― ¿Qué tipo de problemas esta vez?

Theresa tomó otro trago de vino, miró de izquierda a derecha y luego bajó la voz.
― De drogas, ― ella susurró. ― Creo que las está vendiendo a alguien y creo que
la policía lo está vigilando. Él no puede ser detenido de nuevo. Él simplemente no
puede.

Stefano no se movió. No habló. A su alrededor, el aire se hizo más pesado. Más


oscuro. Francesca sintió al ambiente desprender miedo. Inmediatamente supo que
el nieto de Theresa estaba en muchos más problemas con Stefano de lo que hubiera
estado con la policía. No parecía que Theresa se diera cuenta de ello, pero el resto
de la gente en la sala lo hizo. Las cabezas se volvieron y la conversación creció
silenciosamente.

― ¿Qué quieres que haga, Theresa? ― Preguntó, lanzando el tono muy bajo. Su
voz estaba desprovista de toda la sensibilidad. Su rostro se puso en líneas duras e
implacables. Inexpresivo. Francesca intentó suavemente apartar la mano, sobre
todo porque ella era tan consciente de él, que no podía pensar con claridad. Sus
dedos se apretaron alrededor de ella y la mordió con sus fuertes y perfectamente
blancos. La pequeña mordedura de dolor envió un rayo de fuego directamente a
su sexo. Se puso el dedo en la boca, la lengua se encrespo alrededor de la picadura,
calmándola. Ella se congeló. Él no estaba mirándola a ella. Ni siquiera estaba
segura de que él supiera que estaba allí. Todo su enfoque parecía estar en la mujer
de más edad.

― Tienes que hablar con él, Stefano. Tienes que hablar con él, ― repitió Theresa. ―
Si él es atrapado, él irá a prisión en ese momento. Él es un buen chico. Él necesitaba
un padre. Mi hija, ella no era buena. Tú lo sabes. Siempre tenía drogas con ella. Ella
sólo lo dejó, y luego mi hermoso Alberto murió y sólo quede yo. Yo rezo, pero Dios
no me escucha. Tienes que hacerlo, Stefano.

Francesca dejó de tratar de apartar la mano. El corazón le dolía por Stefano. Todo
el mundo esperaba que cuidara de sus problemas. Estaba claro que no era la
primera vez que Teresa había llegado a Stefano y Francesca estaba segura de que
no sería la última. Llevaba un terrible peso sobre sus hombros.

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Shadow Rider
― Bruno tiene veinticuatro años de edad, Teresa. Nadie puede dejar de hacer lo
que quiere. Yo ya he hablado con él.

Theresa tomó una respiración profunda. ― No se ha hecho a sí mismo claro.

Hubo un largo silencio. El aire estaba cargado de tensión repentinamente. La


mayoría de ello venía de Stefano, pero Theresa parecía a la vez asustada y
nerviosa.

― ¿Estás segura de lo que me estás pidiendo, Theresa? ― La voz de Stefano se dejó


caer aún más bajo, casi en un susurro. Amable. Aún así, de alguna manera muy
amenazante.

La anciana asintió. ― Él tiene que saber que hay consecuencias. Es la única forma.
Nada es gratis.

― No hay ninguna manera de tomarlo de nuevo.

― Entiendo.

Francesca no lo hacía. Se estaba perdiendo algo grande. Enorme. Cualquiera que


sea lo que la señora Vitale estaba pidiendo, Stefano, era reacio a hacerlo. Ella se
acercó a él, con ganas de consolarlo. No entendía por qué, sobre todo porque su
personaje aterrador estaba de vuelta. Mientras estaba sentado allí en su traje a
rayas con su expresión enmascarada y los ojos fríos y planas, podía entender por
qué había pensado que estaba en la mafia. Ni en una película de Hollywood
volvería a encontrar un mejor hombre para interpretar el papel.

Theresa le sostuvo la mirada durante mucho tiempo. Stefano bajó sus largas
pestañas como si estuviera cansado y a continuación, los levantó hacia ella. ―
Bambina, lo siento. ― Se inclinó hacia Francesca y rozó un beso sobre su frente.

Al mismo tiempo, sin soltar su mano, deslizó su dedo índice y trazó una línea
suave a lo largo del corte en su garganta. ― Yo había planeado caminar contigo a
casa, asegurarme de que estabas a salvo, pero voy a tener que hacerme cargo de
esto.

Bookeater
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― Está bien. Puedo llegar a casa por mí misma. ― Francesca podía ver la
renuencia a dejarla en sus ojos. En realidad, no quería ir y eso hizo que una
pequeña parte de ella estuviera muy satisfecha, a pesar de que la mayor parte de
ella sabía que estaba siendo un poco delirante al pensar que su preocupación
podría ser cualquier otra cosa, aparte del miedo por su seguridad.

Él negó con la cabeza mientras levantaba la mano hacia Berta y ella vino corriendo.
― Pon esto en mi cuenta, ― dijo a la mujer, y dejó dos billetes de veinte dólares
sobre la mesa mientras se levantaba, una enorme propina, y tendió la mano para
ayudar a Theresa Vitale a levantarse. ― Mis primos estarán esperando afuera por
ti, Francesca. Por favor permite que te acompañen a tu casa.

Ella le sonrió. ― Es innecesario.

― Estoy en desacuerdo.

Su tono le dijo que no discutiera. Sus ojos y la mirada en su cara le dijeron lo


mismo. Era un miedo de hombre a desafiar, pero podría haber discutido sólo al
principio, si ella no lo hubiera visto tan vulnerable por la muerte de un amigo. Si
no se hubiera dado cuenta de que tenía que proteger a todos a su alrededor.

― Muy bien, entonces, ― admitió, no sonando muy gentil. Había disfrutado de su


charla juntos mucho más de lo que esperaba y a ella le gustó mucho más de lo que
había creído posible. Tal vez demasiado. Ciertamente le dijo demasiado sobre sí
misma. Estaba especialmente agradecida de que cuando ella había cometido ese
error, no hubieran podido hablar más. ― Oh no. Stefano, el abrigo.

Se encogió de hombros. ― ¿Compraste un abrigo?

Ella sacudió la cabeza, sin mirarlo a los ojos. Ya que no le gustaría eso. Él le había
dicho específicamente que comprara un abrigo. Era sólo que todos los que se
vendían en la vecindad eran caros. Ella no iba a usar su dinero para un abrigo. ―
Estoy ahorrando para uno.

Bookeater
Shadow Rider
― Francesca. ― No había advertencia en su voz. ― Mírame.

― Vete. Tiene cosas que hacer.

Sus dedos le tomaron la barbilla e inclinó su rostro hacia él. ― Nada es más
importante para mí. Compra. Un. Maldito. Abrigo. ― Era difícil mirarlo a los ojos
y no darle lo que quisiera, incluso cuando juraba en el camino como Él lo hizo.

― Stefano.

― Francesca.

En realidad gruñó su nombre. No creía que una persona pudiera hacer ese sonido
en particular, pero él lo consiguió. Todo el mundo en el restaurante los miró.
Esperando. Horrorizados por su desafío. Ella sabía que no podían oír el
intercambio, pero podían leer el lenguaje corporal y ver que Stefano Ferraro no
estaba contento con ella.

Él suspiró. ― Lleva el abrigo casa y mantente caliente. Iré más tarde esta noche y te
veré.

Su corazón se hundió. No era posible que llegara a su edificio de apartamentos. El


lugar se caería si entraba en el. No vivía en el territorio Ferraro. Joanna le había
explicado los límites a ella, y su edificio de apartamentos estaba definitivamente
fuera de él. ¿Pero seguramente no quería decir que iría a su apartamento?

― Dame tu celular. Voy a grabar mis números en él.

Esta vez, su corazón comenzó a golpear. Ella no tenía un celular, y sabía


instintivamente que no le gustaría eso tampoco. Debió de haberlo mostrado en su
cara porque él juró salvajemente en italiano.

― ¿De Verdad? Maldita sea, Francesca. ¿Sabes algo sobre el puto instinto de
conservación? ― Su mirada azul brillaba peligrosamente con amenaza pura.

Bookeater
Shadow Rider
Su estómago se tensó. Era aterrador. Producía mucho miedo. La ira irradiaba de él
en oleadas. Allí estaba él. El hombre al que había conocido primero. El hombre
capaz de cualquier cosa, excepto que esta ira era sobre su seguridad y lo
comprendió mejor.

― Algunas cosas tienen que ser una prioridad, Stefano, ― dijo en voz baja,
determinada a no enojarse porque estaba avergonzada por sus circunstancias. ―
Al igual que los alimentos y un refugio. Incluso si pudiera ahorrar el dinero para
un teléfono celular, tendría que tener un plan mensual. Eso cuesta dinero. Sólo
estoy empezando.

Trató de sonar practica. No quería que pensara ni por un momento que ella estaba
quejándose. Por primera vez en mucho tiempo tenía esperanza. Tenía un trabajo
donde obtener más dinero del que había pensado que haría. A ella le gustaba el
trabajo y el vecindario. Tenía un techo sobre su cabeza. Y no quería que se sintiera
responsable de ella. Ella era responsable de sí misma.

Tomó una respiración profunda y, para su sorpresa, asintió con la cabeza. Sus
dedos dejaron su barbilla. ― Hablaré contigo más tarde.

De pronto se volvió y, deslizando su mano debajo del codo de Theresa, la llevó


afuera. Francesca se dejó caer en el asiento. Estaba agotada. Totalmente. Ir en
contra de Stefano Ferraro era un poco como ir en contra de una fuerza de la
naturaleza. Se sintió un poco maltratada y magullada, sin embargo, él había sido
muy suave cuando la tocaba.

Cogió su copa de vino y bebió otro sorbo. Era un excelente vino. No podía recordar
si ella le había dicho eso. No se había acordado de darle las gracias por la comida y
fue una comida fantástica. Si su estómago no se hubiera reducido tanto hubiera
comido mucho más. Así las cosas, ella estaba llevando el resto de la pizza a casa
con ella. De ninguna manera iba a desperdiciarla.

― ¡Hola! Chica. ― Joanna se deslizó en su mesa. ― Guau. ¿Puedo decir wow?

Bookeater
Shadow Rider
― ¿De dónde vienes? ― Preguntó Francesca. Miró más allá de su amiga, pero ella
estaba sola.

― ¿Comiste con Stefano Ferraro? No me dijiste que tenías una cita.

― No fue una cita. Quería hablar conmigo.

― ¿Sobre? ― Joanna le solicitó, y se sirvió una rebanada de pizza. ― ¿Era este su


vaso? Porque yo beberé totalmente de él. Si sabes dónde tocaron sus labios,
señálame el lugar y estaré toda sobre establecer mis labios sobre el sitio. Él es tan
caliente.

Francesca se echó a reír. Joanna había traído la diversión a su vida. Se había


olvidado de lo que era divertido.

― Pasé por la tienda de comestibles y el tío me dijo que Stefano te había


secuestrado. Es tan romántico. Tengo que admitirlo, les he acechado a los dos, sólo
para ver cómo iban las cosas. Los Ferraros siempre se sientan aquí y es difícil
verlos en la cabina. Ellos son del tipo de desaparecer en las sombras. Tú también,
así que aunque soborné a Berta con tres dólares, eso es todo lo que tenía, y ella es
mi amiga, yo no pude conseguir una mesa lo suficientemente cerca ustedes dos
para escuchar a escondidas. Así que no es justo. ― Cogió la botella de vino y leyó
la etiqueta. ― Oh. Mi Dios. Pero por supuesto que pidió esto. Es la botella más cara
según he escuchado y no hay ni una gota.

Francesca le entregó la copa de vino inmediatamente. ― He tomado demasiado. Es


realmente bueno. Pero también lo es la pizza.

― Tito y Benito son los mejores. Puedes tener un orgasmo solamente de comer su
pizza. Pero si hubiera estado sentada todo ese tiempo con Stefano, habría tenido
como, diez orgasmos. Él arde como el sexo. Él entra en una habitación y no tiene
que decir ni hacer nada.

― Su voz puede hacerlo también, ― confesó Francesca, y luego se tapó la boca.


Ella había tomado demasiado vino para decir eso.

Bookeater
Shadow Rider
Joanna se echó a reír y luego tomó un sorbo de vino del vaso de Francesca. Sus ojos
se cerraron y gimió.

― Estoy en el cielo ahora mismo. Este ha sido el mejor día.

― ¿De verdad? Aparte de su perversión con Stefano Ferraro, ¿qué más pasó?

― Recibí una llamada de… ― Joanna se inclinó para un efecto más dramático ―
De Emmanuelle Ferraro. ¿Puedes creer eso?

― ¿La hermana de Stefano?

Joanna asintió solemnemente. ― Ella es la bebé en la familia. ¿Se imagina tener


cinco hermanos mayores como los suyos? Todos ellos son como Stefano.
Definitivamente mandones. Ella nunca sale, pero no creo que haya un solo hombre
sobre la tierra que se atreva a probarlo. Probablemente lo harían desaparecen, para
nunca ser encontrado.

Francesca se quedó inmóvil. ― Joanna, en serio. Me tienes que decir la verdad.


¿Son la Ferraros una familia de la mafia? ― Debido a que en realidad le gusta
Stefano. Le había dado tanto de sí mismo, y le gustó lo que le había dado.

Joanna dio un vistazo a la habitación. ― No es una buena idea hablar de cosas por
el estilo, Francesca. Nunca. Los Ferraros son diferentes.

― Joanna, ― advirtió Francesca. ― Tu eres mi amiga. No voy a hablar de ello con


nadie más. Estoy hablando contigo.

Joanna suspiró, tomó otro sorbo de vino y luego se encogió de hombros.

― Honestamente no lo sé. Ellos pueden serlo. Yo se que han sido investigados,


pero nunca se ha probado nada en contra de ellos. La familia es muy potente a
nivel internacional y tienen como un batallón de primos. No sólo aquí, sino en
todos los Estados Unidos y Europa. Nadie ha encontrado nunca nada en contra de
ellos, pero la gente les tiene miedo. Nosotros no. No aquí en su territorio, sino
otros. No sé, ― concluyó. ― Es posible. Tal vez incluso probable.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca suspiró. No era una respuesta. Era pura especulación. Ella sabía mejor
que nadie que los rumores se iniciaban y se convertían en verdad en la mente de
todos. Ella no iba a hacer eso a nadie, creer chismes sin pruebas. Aun así, tenía que
tener cuidado.

― Así que dime acerca de la llamada telefónica de Emmanuelle, ― ella le indicó.

― Dijo que Giovanni le habló de que no pude entrar en su club y quería


personalmente invitarme a ir con ella y sus primos. Me dijo que podía llevar a
quien quisiera. Pensé que podría llevar a Mario Bandoni, ya sabes, lo conociste. Él
maneja la tienda de zapatos. Ya se lo he mencionado a él y parecía receptivo. ―
Sus palabras cayeron unas sobre otras, y se inclinó hacia Francesca. ― Me ha
gustado siempre. Incluso en la escuela primaria. Él siempre fue tan popular y
nunca pude hacer un movimiento hacia él, porque realmente, realmente me
gustaba. Pensé que podría invitarlo y no parecería como si le estuviera pidiendo
una cita de verdad. Sólo casual, ya sabes, una gran multitud.

― Joanna, si vas con Emmanuelle y sus primos, ya es una multitud. ― Francesca


quería dejarla sola, pero no podía ir a un club nocturno caliente en sus pantalones
vaqueros agujereados.

― Pero no es mi multitud. No corro en sus círculos, y tampoco lo hace Mario.


Somos conocidos, pero no amigos verdaderos. No son sólo ricos, ultra ricos.
Francesca lo son. Me gustan, pero no me siento cómoda con ellos. No me puedo
imaginar que ellos vayan a pasar el rato conmigo en un club nocturno. Van a estar
sentados en la sección VIP y estaré abajo en el suelo, tratando de no tener la lengua
trabada con Mario.

― Cariño, ― Francesca dijo en voz baja. ― Nunca estás muda por un hombre.

Un hilo de inquietud se deslizó a través de ella y levantó la vista para mirar


alrededor del restaurante. Su mirada chocó con la de un hombre. Estaba al otro
lado de la sala, de pie junto a la puerta de entrada. Un escalofrío recorrió hacia
abajo su espina. Era de mediana estatura, pero de gran constitución, hombros
anchos, un pecho grueso. Tenía el cuerpo de un boxeador profesional. Llevaba el
pelo recortado cerca. Desde la distancia que no podía decir el color de sus ojos,
pero su boca se encontraba en un ceño amenazador. Se veía vagamente familiar.

Bookeater
Shadow Rider
Berta le dijo algo y al instante volvió su atención a ella, sonriéndole. Francesca
suspiró y obligó a su mirada a regresar hacia su amiga. Sólo estaba siendo
excesivamente paranoica. Ellos estaban a cientos de millas de California. Nadie
sabía dónde estaba. Había cubierto sus huellas bastante bien. Tomóun aliento y
volvió su atención de nuevo a Joanna, después de haberse perdido su respuesta.

― ¿Qué dijiste?

― Dije, nunca me has visto en torno a un hombre que realmente, realmente me


gusta. Hago una tonta total de mí misma. Por favor, Francesca. Haz esto por mí. Yo
te ayudaré a encontrar algo que ponerte. Incluso puedo ayudarte a pagar. . .

― No, ― advirtió Francesca. ― Has hecho suficiente por mí. ¿Quieres que vaya?
voy a encontrar una manera.

Era de esperar que pudiera encontrar algo decente en la tienda de segunda mano.
Si no era así, podría tener que echar una mano del dinero que Stefano le había
dado aunque eso sería humillante. Quería devolver el dinero junto con el abrigo
cuando lo volviera a ver.

― Gracias, Francesca. Esto significa el mundo para mí, ― dijo Joanna felizmente.

― ¿Estás lista? Tengo que recuperar el abrigo de Stefano antes de que tu tío cierre
por la noche.

Joanna volvió a reírse. ― Tu y ese abrigo.

― ¿Verdad? Es la pesadilla de mi existencia.

Francesca siguió a Joanna a través de la pizzería. Joanna saludó a varias personas y


señaló hacia la cocina mientras se abrían camino hacia la salida. El boxeador, como
pensó Francesca de él, parecía estar a la espera de una orden para llevar. Ella
mantuvo su ojo en él por si acaso, pero no pareció prestar más atención a ella.

Bookeater
Shadow Rider
Emilio y Enzo estaban junto a la puerta, y era todo lo que podía hacer para no
poner los ojos en ellos. Ellos le sonrieron y guardaron sus teléfonos celulares
cuando salió.

― ¿Tienes frío? ― Preguntó Emilio.

Ella sacudió su cabeza. Mentira. El restaurante había estado cálido y la noche era
muy fría, pero sabía que, si ella admitía que tenia frio, Emilio se habría quitado el
abrigo y entonces sería responsable de dos cosas. Todo el mundo parecía
obsesionado con su falta de un abrigo.

― Hey Emilio. Enzo, ― saludó Joanna. ― ¿Saldrán a dar un paseo de nuevo esta
noche?

― Conseguimos un pedido, Jo, ― dijo Enzo. ― Dos alborotadores deciden que van
a robar la joyería y tenemos órdenes de detenerlos.

― ¡Eso no es justo! He tenido mi ojo en un brazalete de diamantes, ― declaró


Joanna.

― Chica lo siento. Vas a tener que renunciar a ese sueño en particular, ― dijo.

Se abrió la puerta detrás de ellos y Francesca miró por encima del hombro. El
boxeador había surgido llevando una pequeña caja. Miró hacia ellos y luego se
volvió bruscamente hacia el otro lado y se alejó sin prisa por la calle. Cuando se
dio la vuelta, Emilio estaba observándola. Él levantó la mirada para seguir la
partida del hombre.

― ¿Alguien que conoces? ― Preguntó. Bajo. Letal. Se parecía más que sólo un poco
como Stefano. Sin duda, un pariente. Ella sacudió su cabeza.

― Soy estoy un poco nerviosa. ― Se tocó la garganta deliberadamente. Lo último


que quería era que Emilio informara de un hombre inocente a Stefano. No sabía lo
que podría ser, pero estaba recelosa. Hasta que ella supiera lo que era, criminal o
simplemente un hombre muy sobreprotector, iba a ser muy, muy cuidadosa.

Bookeater
Shadow Rider
― Estamos caminando con ustedes, Francesca, ― dijo Emilio. ― Nadie va a
tocarte. ― Vio el arma escondida en la funda del hombro por debajo de su
chaqueta cuando se movió. Al igual que su primo, ambos hombres llevaban trajes,
aunque no a rayas. Eran atractivos y de aspecto peligroso. Tuvo que admitir que se
sentía segura con ellos.

― Gracias. No me di cuenta de que era un bebé hasta ahora. Aprecio que se tomen
el tiempo.

― Sei famiglia, ― dijo.

Ella no hablaría de eso. Se detuvieron en la tienda de comestibles y recuperó el


abrigo de Stefano. Emilio, un caballero como su primo, lo sostuvo para que ella se
lo colocara. Lo envolvió a su alrededor, muy cerca, amando su calidez. Amando
que aún tenía el olor de Stefano. Joanna se quedó en la tienda de comestibles con
su tío, mientras que los dos hombres caminaron con ella a su apartamento.

A Francesca le gustó que la acompañaran a su edificio. Se detuvo fuera del. Hasta


ese momento, no se había dado cuenta de lo diferente que era de las construcciones
que acababan de pasar. En el barrio Ferraro, a lo largo de la calle, donde las
empresas estaban, los edificios eran impecables, así como las aceras. Su edificio de
apartamentos era viejo y se desmoronaba. La basura y los escombros estaban
esparcidos por todas partes a lo largo de la calzada y, lo sabía, en el interior del
propio edificio. Lo que era peor, no era tan difícil de detectar una aguja o dos cerca
de la entrada al callejón que corría a lo largo del lado del edificio.

― Esto es bueno, ― dijo con firmeza, deteniéndose bruscamente. ― Puedo seguir


desde aquí.

― Pedido conseguido, Francesca, ― dijo Enzo.

Incluso hablaban como Stefano, en cortas frases bruscas cuando sabían que tenían
la mejor educación posible de escuelas privadas, muy caras, así como tutores en el
hogar. Joanna le había dado las revistas para que las leyera, y tenían un montón de
información en relación con la familia Ferraro con sus coches rápidos y mujeres
más rápidas.

Bookeater
Shadow Rider
― Tomar riesgo. Vivir peligrosamente. Debes ignorarlos, ― aconsejó.

Emilio llegó por encima de su cabeza y abrió la puerta. ― Eso no va a suceder.


Evidentemente, no conoces a Stefano. Nos desollaría vivos si tomamos otra
oportunidad con tu seguridad. ¿Cómo es que cualquier persona puede entrar en
este edificio?

Ella suspiró. ― Si insistes en venir arriba conmigo, trata de no sonar como él. Es
molesto.

A decir verdad, odiaba entrar en su edificio de apartamentos, especialmente


caminar más allá del apartamento del propietario. Siempre tenía miedo de abrir la
puerta, y él era. . . asqueroso. No se sentía ni un poco segura, pero era un paso por
encima de dormir en la calle, su única alternativa. Había algo muy espeluznante
acerca de los apartamentos. Aceitosos y repugnantes. Estaba bastante segura de
que el tráfico de drogas se llevaba a cabo regularmente, dentro y fuera del edificio.
Ya había pisado una aguja que había sido echada en las escaleras. Por suerte había
tenido sus botas nuevas y no sus zapatos agujereados.

El lugar estaba mal iluminado. Las escaleras crujían y la alfombra estaba rota y en
mal estado. Las paredes estaban sucias y olían a humo. Aún así, era un techo. Era
barato. Y lo necesitaba mucho. Su apartamento estaba en el tercer piso. Ella lo
abrió, y antes de que pudiera decir nada, Emilio suavemente la estableció a un lado
y entró primero. Enzo mantuvo una mano sobre su hombro para evitar que se
moviera mientras Emilio camino a través de su departamento. Eso tenía que ser
uno de los momentos más humillantes de su vida. No miró a Emilio cuando salió.
Ella sabía lo que iba a ver en su rostro.

Le entregó las llaves. ― Todo despejado. Bloquear la puta puerta, Francesca, no te


va a servir. ― Sí. Sonaba igual que su primo. Y no estaba contento.

Bookeater
Shadow Rider
6

Stefano montó las sombras hacia el edificio de apartamentos de


Francesca, su estómago en nudos, su famoso temperamento contenido por un
simple hilo.

Estaba furioso. Más allá de furioso. Emilio había estado tenso, intranquilo, y muy
molesto cuando le había descrito el apartamento donde Francesca residía. Mientras
escuchaba la fea descripción con los dientes apretados, un músculo trabajaba duro
en la mandíbula. Había una tormenta de furia reuniéndose en sus ojos.

El barrio Ferraro se detenía a sólo dos pequeños escaparates antes de su edificio. Al


terminar su barrio ellos prestaban poca atención al estado de las propiedades
limítrofes con ellos.

No podían supervisar la totalidad del mundo, por lo que se cuidaron de no


interferir, a menos que fuera para advertir a cualquier criminal que entraba en su
territorio de no volver.

¿Por qué diablos Joanna había permitido que su amiga consiguiera un apartamento
fuera de su territorio? Él quería hacerle una visita, y darle un tirón de donde estaba
su culo en una cama cómoda en su hogar seguro y exigir la razón. Era una puta
mierda que permitiera que Francesca estuviera en peligro, mientras que Joanna
estaba tomando ventaja de la protección de los Ferraro.

Joanna sabía dónde estaban las fronteras. Francesca no lo hacía. Joanna sabía que
cualquier persona que viviera en su barrio estaba protegida dentro de sus fronteras
y se observaban unos a otros y vengaban todo lo que les ocurriera a ellos.
Francesca era vulnerable donde estaba. Joanna lo sabía.

Bookeater
Shadow Rider
En el momento en que Stefano había hecho su reivindicación sobre Francesca como
suya, debería haber insistido en que su amiga se moviera dentro de las fronteras o
por lo menos venir a él y decirle la situación. Cualquier cosa podría haberle
sucedido a ella.

Emilio había estado muy incómodo de entrar en el edificio de apartamentos. Todos


en la familia Ferraro habían nacido con un don psíquico. La mayoría no eran,
jinetes de las sombras, pero eran sensibles al mundo que les rodeaba. Si Emilio dijo
que algo estaba mal en ese edificio, no había duda de que él tenía razón.

Stefano salió del tubo y esperó hasta que el coche se deslizó hacia arriba, flotando
junto a la acera, mientras Taviano aparcaba. Podía haber capturado el paseo con su
hermano más joven, pero él había tenido que estar solo. Él estaba mucho más
enojado consigo mismo de lo que había estado alguna vez en su vida. Su primer
deber era Francesca. Él debió haber garantizado su seguridad antes que cualquier
otra cosa, incluso un trabajo. Sin ella, no habría futuras generaciones.

La familia Ferraro la necesitaba para sobrevivir. La necesitaba. Ahora que sabía de


su existencia, era en todo lo que podía pensar. Su propia mujer. En realidad, nunca
había creído que la encontraría. Pero para hacerlo debía caminar solo, directo a ella
a través de su territorio, su sombra tratando de alcanzar la suya, conectando con
tanta fuerza que sintió como un rayo lo sacudía cuando destello a través de todo su
cuerpo.

Él respiró hondo y trató de dejar que algo de la ira se fuera. Necesitaría mantener
su mal humor bajo control para conseguir que cooperase. Si Emilio perdió los
estribos buscando en este lugar, Stefano estaba bastante seguro de que iba a perder
su mente. Ella no se alojaría allí, y no iba a permitir que se negara.

No había teclado en la pared exterior junto a la puerta. Cualquiera podía entrar, no


sólo los residentes. No existían medidas de seguridad. Su intestino se apretó y
apretó la mandíbula. Con la violencia controlada, Stefano abrió la puerta y entró en
el edificio. Se detuvo justo en el interior, tomando una respiración profunda
mientras él miraba a su alrededor.

Bookeater
Shadow Rider
La iluminación era muy tenue, sólo unas pocas bombillas trabajando en realidad.
El ascensor estaba a su izquierda. Parecía una trampa mortal. La escalera estaba a
su derecha, y no se veía mucho mejor. Una vez más, la iluminación era pobre. La
mitad de las escaleras parecía estar en la oscuridad.

Enzo se deslizó fuera de la oscuridad turbia, llegando de vuelta de la esquina.


Renato y Romano Greco, en sus distintivos trajes oscuros, los lazos de color
púrpura oscuro, indicando a su familia que eran investigadores, poseían la
capacidad de escuchar mentiras, tiraron cerca de la puerta del primer apartamento.

Giovanni se encontraba en el rincón más alejado. No se veía feliz. Renato hizo un


gesto hacia la puerta.

― Él está ahí. Su nombre es Bart Tidwell. Él tiene un prontuario que no vas a creer.
Heredó el edificio de su papá. El papá fue tan jodido como él es.

― ¿Qué tipo de hoja de antecedentes penales? ― Preguntó Stefano, sabiendo


simplemente por su instinto que no le iba a gustar. Él no necesitaba hacerlo
después de ver la mirada de disgusto absoluta en cualquiera de las caras de sus
primos.

― B y E, múltiples cargos. Robo a mano armada. Más importante aún, es un


delincuente sexual. Dos cargos de violación con agravantes. Pago tiempo por uno
de ellos. Varias detenciones después de eso, pero cada vez desde entonces los
cargos han sido retirados. Stefano, cada vez, la presunta violación se produjo en su
edificio, ― Romano previno. ― Se imagina a sí mismo como un luchador, ex
boxeador, y le gusta ir a bares y golpear la mierda de la gente. Una vez más, los
cargos son siempre retirados.

― ¿Él tiene familia? ¿Alguien que ejerza presión sobre los testigos o de la víctima
por él? ― Stefano preguntó.

Bookeater
Shadow Rider
― Todavía estamos excavando. La única persona en su vida que parece ser
constante es su abogado. ― Miró el reloj. ― Los hechos siguen llegando. Mama y
Papa todavía están trabajando en ese aspecto. Stefano, el abogado es Adamo
Bergenmire. Él es el abogado de la cabeza de la familia Saldi.

Hubo un pequeño silencio.

― Maldita sea, ― dijo Enzo suavemente. ― Deberíamos haber sabido que la


familia de mierda estaría involucrada.

Stefano se encogió de hombros.

― Ya tenemos una pelea con ellos. La hemos tenido durante siglos. ¿Qué
demonios más da si los cabreamos de nuevo? Estoy feliz de que pegarles a ellos en
cualquier oportunidad que tengamos. No es como en los viejos días, Giovanni,
cuando podían acabar con todos nosotros en una sola toma. Ahora somos más
inteligentes. No pueden conseguirnos a todos nosotros y lo saben. Ordenan un
golpe y alguien va a estar degollándolos directo en sus dormitorios.

― Además, no actuamos como ellos lo hacen, matando a cada hombre, mujer y


niño, ― dijo Renato. ― No será fácil con nosotros y ellos lo saben.

Stefano asintió. ― Pero hemos tomado represalias lo suficiente como para que los
patrones nos teman. Ellos no van a venir detrás de nosotros, porque haya una
conexión entre Tidwell y la familia Saldi. Infierno, probablemente van a estar feliz
de deshacerse del dolor en el culo. Vamos a hacerle una pequeña visita. ― Stefano
miró a Enzo. ― ¿Tienes los hombres en el piso de arriba?

― ¿Es necesario preguntar? Llamé a la mitad nuestro equipo para protegerla. Ricco
está observando su puerta personalmente. Tuvimos un par de no residentes en el
suelo, pero se fueron cuando nos vieron. No estábamos tratando de ser invisibles.
― Sonaba tan sombrío como se sentía Stefano.

Romano llamó a la puerta del apartamento del propietario. Duro. Controlado la ira
en el sonido. Al minuto la puerta se abrió de golpe, maldiciones de los ocupantes
en ella. Era un hombre grande, calvo, con los músculos cordados de alpinistas y el
ceño fruncido para intimidar. Llevaba unos vaqueros y una camiseta sin mangas.
Tenía una cerveza en la mano.

Bookeater
Shadow Rider
Stefano entró en él, entregando un golpe corto, duro en el vientre, y el hombre se
doblo. Stefano fue hacia atrás en el apartamento, sus hombres entrando detrás de
él. Enzo cerró la puerta y se quedó en contra de ella, mientras que Romano
merodeaba por el apartamento para asegurarse de que estaban solos.

La habitación estaba sucia, llena de botellas de cerveza por todo el lugar. Apestaba
a una combinación de cigarrillos y malas hierbas.

― Vas a querer echar un vistazo a esto, Stefano, ― dijo Romano, metiendo la


cabeza fuera de la habitación al otro extremo de la vivienda.

Stefano bordeó a Tidwell y echó un vistazo a la habitación. Había una hilera de


pantallas configuradas a lo largo de una pared. Cada pantalla mostraba la
habitación de un ocupante. Una grabadora aparecía con una luz verde debajo de
cada pantalla, espiando claramente a las mujeres vestirse y desvestirse, atrayendo
a los hombres y realizando diversos actos sexuales destinados a ser estrictamente
privados. Las filas de los DVD de grabación doméstica estaban marcados en los
estantes.

Stefano sospechó de inmediato que por eso se habían retirado los cargos de
violación. Tidwell mostró las cintas de sus víctimas y amenazó con ponerlos en
internet. La tercera pantalla de la izquierda mostró a Francesca durmiendo en un
saco de dormir en un rincón de la habitación, su pelo largo se extendía por una
almohada. No había muebles en la habitación en absoluto. Su abrigo colgado en
una sola percha encima de su cabeza. En la esquina contraria había una pequeña
bolsa. Presumía que donde su ropa estaba.

Pasó los dedos a lo largo de los DVD, buscando las grabaciones más recientes, las
grabaciones marcadas como Francesca. Él metió una en el dvd y vio como
Francesca entró por la puerta. Se dio la vuelta, apretó el bloqueo y observó la
habitación vacía. Ella estaba con su abrigo. Su estómago se instaló sólo un poco,
sintiendo que al menos ella tenía esa protección. Con mucho cuidado se quitó la
chaqueta y la colgó en la única percha.

Bookeater
Shadow Rider
Se puso de pie delante de él, suavizando las arrugas imaginarias, sus manos
persistentes. Eso le gustaba. Demasiado. Su intestino se tensó. Ella parecía
vulnerable. Triste. Su corazón se encogió. Se sacó la blusa por la cabeza y muy
cuidadosamente la dobló, de pie en su sujetador y pantalones vaqueros. La rabia lo
atravesó.

Bart Tidwell había visto a su mujer desnuda y duchándose. Había violado su


intimidad. Invadido su casa. Jurando, Stefano observó mientras se metió en la
ducha para iniciar el agua. Se llevó las manos a la parte posterior de su sujetador y
el sacó el video fuera.

Recogió todo lo que decía Francesca, incluyendo el que seguía grabando, él cogió
uno más que estaba seguro representaba una violación, por si acaso no tenía más
remedio que demostrar a Francesca que estaba diciendo la verdad cuando la
obligara a salir de allí. Sabía que se iba a resistir, y él no estaba dispuesto a dejar
que se quedara.

Stefano mordió a cabo varias palabras feas, arrancó el cable de la pared y tiro la
pantalla por el suelo. Le rompió con un fuerte golpe.

― Quiero todos estos DVDs recogidos y destruidos. Todos y cada uno de ellos.

Enzo asintió. ― ¿Qué quieres hacer con él?

― ¿Quién hereda el edificio si desaparece?

Tidwell dejó escapar un ruido maullando frenéticamente y negó con la cabeza.


Stefano miró. El hombre estaba en las rodillas, sangrando por la boca, la nariz rota
y una fractura abierta en la mejilla. Emilio había vuelto, y estaba sin duda casi tan
enojado como Stefano.

― Nadie, ― informó Romano. ― Va a ser una pesadilla para los inquilinos. ―


Renato registró. ― Él tiene una tía, pero no aparece en la lista como su heredera,
pero mi conjetura es que cuando todo esté enderezado, ella será la heredera y ella
está casada con un. . .

Bookeater
Shadow Rider
― Saldi. Puto edificio debe ser condenado, ― Emilio gruñó. Él sacó una pistola y
apretó el barril en la cabeza de Tidwell. ― El pervertido necesita morir, Stefano.
Dame la palabra.

― No es así, ― dijo Giovanni. ― Eres tan malo como mi hermano. Llama a Vinci.
Vamos a necesitar su experiencia. No hay nada como tener un abogado en la
familia. Stefano, encarguémonos de este pedazo de mierda y coge tu mujer y
consigamos salir como el infierno fuera de aquí.

― Toma este edificio, Giovanni, ― Emilio dijo, ― Y vamos a estar sangrando


dinero en el por un largo tiempo. Para incluirlo, tendremos que ampliar nuestras
fronteras. Necesitamos una votación sobre eso.

Stefano lo fulminó con la mirada.

― A la mierda el voto. Algunas de estas mujeres han tenido suficiente. El filmó sus
propias violaciones. ¿Has mirado en esos títulos? Podemos renovar el edificio y
darles un lugar decente para vivir.

Tidwell trató de levantarse y Stefano se volvió y lo golpeó. Stefano, era


enormemente fuerte y el hombre se fue abajo como si hubiera sido golpeado con
un bate de béisbol.

Emilio se encogió de hombros. ― Creo que no puedo discutir con eso. ― Él sacó el
teléfono móvil del bolsillo. ― Llamaré a Vinci para que venga aquí para arreglar
esto.

Stefano cubrió a Tidwell con los ojos. Planos. Fríos. Los ojos de un asesino.

― Quiere vender este pedazo de bien raíz, ¿verdad, Tidwell? No es más que un
albatro alrededor de su cuello.

― Usted no sabe con quién está jodiendo. ― Tidwell escupió en el suelo a los pies
de Stefano, una mezcla de sangre y saliva.

Stefano levantó la ceja.

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― ¿Quieres decir por su conexión a la familia Saldi? Lo sabemos. Sabemos que les
causas un montón de problemas, Bart. Muchos. Usted hace el trabajo sucio de
Adamo por su dinero, ¿verdad? Ellos tienen que enviar continuamente su mejor
abogado para obtener su culo fuera de problemas. Luego está el músculo para
asustar la mierda de sus víctimas y los testigos. Son más problemas de lo que vales.

― Mi tía . . .

― Piensa que eres un pedazo de mierda, y su marido sabe que lo eres. La venta de
este edificio les haría feliz, ¿no le parece? ― La voz de Stefano era más suave que
nunca. Él empujó la piel suave entre sus dedos, con lo que la atención de Tidwell
fue a sus guantes finos.

Tidwell se humedeció los labios y luego negó con la cabeza. ― No. No. No quiero.
..

Emilio se agachó y metió la pistola debajo de la barbilla de Tidwell. ― Eso es muy


malo. La mujer de mi primo esta en este edificio haz estado violando su intimidad.
Él no es muy paciente o un hombre que perdone lo que hiciste.

― Yo no lo sabía. No sabía quién era ella. Juro que no iba a tocarla. He dejado de
hacer eso. Adamo dijo que si lo hacía de nuevo. . . Estoy curado.

― Quiere vender, ¿no es así, Tidwell? ― Stefano preguntó de nuevo, ignorando su


confesión y declaración.

Tidwell miraba alrededor del apartamento, su mirada con astucia.

― Sí. Sí. Déjame levantarme. Voy a firmar cualquier papel.

Stefano sonrió. No era una sonrisa agradable, pero entonces no se sentía bien.
Tidwell creía que era un combatiente. Era grande, y en la mayoría de las peleas de
bar que se metió, los otros no eran de su tamaño. Ellos no tenían su habilidad.

― Dejen que se levante, ― ordenó en voz baja.

Bookeater
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Emilio dio un paso atrás y Tidwell explotó en acción, corriendo hacia Stefano,
tratando de agarrarlo con ambos brazos. Stefano se hizo a un lado y golpeó con el
puño profundamente en las costillas de Tidwell. Sentía la satisfacción que cedió
bajo el golpe devastador. Tidwell gruñó. Vuelto blanco.

Stefano había entrenado desde que tenía dos años. Nunca había dejado de
entrenar. Sus cuatro hermanos y su hermana habían sido guiados por el mismo
régimen que él lo había hecho. Ellos se enfrentaron a los mejores oponentes que la
familia pudo encontrar hasta que se movieron como un rayo, suave y rápido, cada
puñetazo o una patada penetrando en el cuerpo con tal fuerza, que sacudía las
entrañas, rompía huesos y dañaba órganos internos.

Todavía entrenaban diariamente. Sus primos, aunque no eran jinetes, todos eran
así de competentes. Trabajaban juntos por el bien de la familia. Ello se les inculcaba
desde el nacimiento. No había otra forma de vida, sino la capacitación constante
del cuerpo, convirtiéndolo en un arma, y la educación de la mente.

Stefano fue rápido, sistemáticamente implacable. Tidwell no cayó de un solo golpe.


El paliza fue a la vez brutal y salvaje. Deliberada. Infligiendo tanto dolor cómo fue
posible. Las lámparas fueron rotas, muebles volcados y botellas de cerveza
aplastadas mientras el boxeador hizo lo posible para escapar de los golpes de
castigo. Con el tiempo, y demasiado pronto según Stefano, Tidwell cayó al suelo
duro. Stefano no lo terminó allí, pero continuó el asalto vicioso.

― Vas a matarlo, ― señaló Giovanni. ― Él tiene que firmar el documento de venta


del edificio. Él ya está inconsciente.

Stefano retrocedió inmediatamente. A pesar de su chaqueta, no había sudado


mucho.

― Tú sabes qué hacer cuando esté hecho, Giovanni, ― dijo. ― Asegúrate de dejar
caer unos cientos de miles en su cuenta para que todo se vea como de fiar.
Queremos que el acuerdo sea sólido y que resista el escrutinio, especialmente si
este hijo de puta va a faltar.

― Stefano, ― advirtió Giovanni. Su tono era suave.

Bookeater
Shadow Rider
Los dos hermanos encerraron miradas. Mirándose el uno al otro, mientras que la
temperatura en la habitación parecía subir y el aire estaba tan cargado de rabia,
que se sentía imposible respirar.

― Maldita sea, Gee.

― Lo sé. Me siento de la misma manera. ― Giovanni no apartó la mirada.

Stefano suspiró y sacudió la cabeza. ― ¿Dónde puedo poner esta rabia?

― Aquí no. Tú lo sabes. Nada cerca de nosotros. Nada personal. Él tiene que ser
visto. Podemos vencer la mierda fuera de él, pero eso es todo. Protegemos la
familia. Siempre.

― Mierda, llama a Nueva York. Quiero a Geno en este caso, ― Stefano capituló en
voz baja. Su primo Geno de Nueva York tendría que manejar el problema de Bart
Tidwell. Él tiró de su celular y marcó un número.

― Sí, Saldi, Stefano Ferraro. Estoy aquí en un pedazo de edificio de mierda. Tengo
entendido que te pertenece.

Hubo un silencio.

― Tidwell, ― confirmó Stefano. ― Fue destrás de mi mujer. Tiene cientos de


grabaciones que a los policías les gustaría ver. Las violaciones que cometió. Videos
de las mujeres en su edificio. Él tiene una grabación suya en su dormitorio. Eso fue
muy estúpido, muy tonto ese polvo.

La explosión de malas palabras en el otro lado de la línea era lo suficientemente


alto como para que todos en la sala escucharan.

― Por cortesía, vamos a destruir esa evidencia, ― aseguró Stefano, su voz suave.
― Voy a abandonar el hijo de puta en su puerta. Él va a estar un poco peor por el
desgaste, pero podría ser beneficioso. Él podría escuchar. Si no, bueno, eso
depende de ti.

Bookeater
Shadow Rider
Más silencio mientras escuchaba Stefano.

― No, Saldi, eso no es lo que va a pasar. ― La voz de Stefano se dejó caer aún más
bajo. ― El puto fue detrás de mi mujer. Él va a pagar, y él tiene mucha suerte de
que me sienta en el estado de ánimo de extender cortesía a usted. Él me va a
entregar el edificio y va a mantener su vida. Él puede sentirse afortunado con todo
lo que está pasando. Él se acerca a lo que es mío de nuevo, y voy a rasgar su puto
corazón. ¿Lo tienes? ¿Ha quedado claro? Espero que así sea, porque si realmente
quieres ir a la guerra por este pedazo de mierda, estoy dispuesto. Así es como de
molesto estoy ahora.

Más silencio mientras la voz en el otro extremo lo calmó. le aseguró que el acuerdo
estaba bien. Stefano cerró su teléfono celular, el teléfono celular por el que sus
hermanos y hermana se reian de él. Tenía la mala costumbre de tirar la maldita
cosa siempre que se molestaba, lo que era a menudo. Les parecía que debía tener
un teléfono inteligente, de la forma en que todos lo hacían, pero le gustaba golpear
la maldita cosa cerrándola cuando estaba molesto con el que estaba en el otro
extremo. Miró a su hermano.

― Quiero que Vinci se asegure de que el negocio del bien sea hermético. Dile a
Geno que este fin de semana nos vemos en el club. Luego dejen a Tidwell en la
casa de Saldi, es mucho mejor.

― Lo siento, Stefano. No ― Emilio sacudió la cabeza. ― Esto no es así, primo. Éste


es mío.

La mirada de Stefano saltó a su primo. ― Tenía otro trabajo en mente para ti,
Emilio. ― No le gustaba que cualquier otro miembro de la familia que no fuera un
jinete se manchara sus manos de sangre, si era posible.

Emilio tenía una especie de corazón, pero era un Ferraro de principio a fin. No le
gustaba que los hombres perjudicaran a las mujeres.

― ¿Qué podría ser?

Stefano señaló con la cabeza hacia la puerta. De mala gana, Emilio le siguió por el
pasillo.

Bookeater
Shadow Rider
― Llama a Vittorio y dile que vas a encontrarte con él en la casa de Joanna. La
quiero despierta esta noche, así tengan que arrastrar su culo de la cama para traerla
contigo. Y ustedes dos obtendrán respuestas. Y será mejor que esas respuestas
tengan mejor sentido para mí.

― Stefano, ― advirtió Emilio. ― Sé que tienes todo el derecho de estar enojado. De


ninguna manera Joanna sabia que Francesca seria espiada por el propietario de
este basurero.

― Usted y yo sabemos hasta qué punto estuvo Tidwell de violar a Francesca.


Joanna duerme bien por la noche, y lo mismo ocurre con su familia a causa de
nosotros. Nosotros se lo damos. En el momento en que supo que Francesca era mi
mujer, ella debió de haber conseguido que saliera de este agujero de mierda.
Tidwell vio a Francesca desvestirse. Ducharse. Él la miró sin su consentimiento. Es
un maldito hombre muerto, pero Joanna tiene que responder a la famiglia. Le dice
a Vittorio que si no me gustan las respuestas, será conmigo con quien tenga la
siguiente entrevista y no voy a ser educado.

― Stefano. . . ― Emilio advirtió.

― Te gusta Joanna. Eres amigo de su familia. Yo también, pero Emilio, en este


momento, no me fío de mí mismo. Por ahora, Vittorio sabe lo que está pasando
aquí. Él va a estar tan molesto como yo. Necesito que hagas esto bien.

Hubo un largo silencio. Emilio suspiró. ― No estás echándome porque. . .

― No. Necesito que te asegures de que ninguno de nosotros haga algo estúpido
esta noche. Si yo fuera el que la cuestione no tienen idea de lo que haría. Necesito
que hagas esto por mí, Emilio.

― Ve a buscar a tu mujer, Stefano, ― Emilio aconsejó, capitulando. ― Todo el


mundo se va a sentir un infierno entero de mucho mejor cuando ella este a salvo.

― Vinci tiene que asegurarse de que el trato este hecho en un par de días antes.
¿Puede obtener los documentos presentados en las fechas correctas?

Bookeater
Shadow Rider
― Ese es su departamento, y él nunca nos va a fallar. Él es muy bueno en lo que
hace, Stefano. Tú no te preocupes por esto. Sólo ve por ella, ― aconsejo Giovanni.

― Estoy colgando de un hilo, también. Uno de nosotros tiene que estar cuerdo
aquí, y voy a perderme si no la saco de este lugar.

Stefano tomó una respiración profunda y palmeó a su hermano en el hombro.


Famiglia. Esta era la forma en que habían trabajado durante siglos. Se habían
convertido en una sola entidad. Una intensificación cuando otro los necesitaba a
ellos. Stefano, era siempre el líder, pero sus hermanos eran más que capaces de
dirigir. Ellos eran cada bit tan dedicados y entrenados como él. Estaba agradecido
por Giovanni. En ese momento, su temperamento no tenía control y él estaba
pensando con sus emociones, no con su cerebro. Por lo general, si era personal,
nunca habría tocado la persona marcada, pero no podía dejar de ir tras Tidwell.
Nunca había tenido una pérdida tan grande de control. Tenía que salir de allí, y
Francesca tanto como su hermano y los otros miembros de la familia lo necesitaban
para hacerlo.

Se volvió sobre sus talones y se dirigió a las escaleras. Ricco esperaba en la parte
superior. Sus hombres eran figuras de sombras, extendidas por todo el edificio,
manteniendo a Francesca a salvo de cualquier daño. Las escaleras eran oscuras en
varios lugares, peligroso para todos, y más para las mujeres solteras solas. La rabia
que ardía en la boca de su estómago creció con cada paso que daba.

Estaba enfadado con Joanna, que tenía que haber sabido que este edificio de
apartamentos era peor que deficiente. Por encima de todo, se enojó consigo mismo
por no revisar las condiciones de vida de Francesca antes de irse fuera de la
ciudad. Había supuesto que se alojaba con Joanna hasta que pudiera mantenerse
por sí sola. Fue una presunción muy equivocada. Un error. Y a Stefano no le
gustaba cometer errores.

Era un hombre protector. Había nacido de esa manera. Cada Jinete lo era. La
necesidad de proteger y controlas fue criada en todos y cada uno de ellos. Esos dos
rasgos estaban tan arraigados en ellos, que no había forma de dejar esa
característica. Sin moverse por ellos.

Bookeater
Shadow Rider
― Tuvimos un incidente que no me ha gustado, ― dijo Ricco. ― Anteriormente,
Enzo informó que un hombre, no un residente del edificio, había llegado dos veces
a esta planta. En realidad se acercó hasta la puerta de Francesca, hizo una pausa,
miró alrededor, y cuando vio a Enzo, se marchó. Hace unos minutos, en realidad
volvió a entrar en el edificio. No hay cámaras de seguridad y llevaba una sudadera
con capucha. Nadie pudo verle bien la cara, pero a partir de la descripción de
Enzo, supongo que era el mismo hombre.

Stefano tomó una respiración profunda. ¿Qué demonios está pasando? Todo a su
alrededor estaba fuera de control cuando todo había estado sobre control, cuando
era absolutamente necesario el control. Estaba tomando el control de regreso.
Francesca estaba a punto de tener que lidiar con la verdad sobre él y la vida que
llevaría con él como su hombre.

― Cualquier persona que lo vea de nuevo, le recogerá y llevara al almacén. La voy


a sacar de aquí esta noche. La llevaré a mi suite en el ático de los Ferraro. ― Su
hotel era un estudio de gran lujo.

Él tenía varias casas, esparcidas por todo el país y en el extranjero, así, pero cuando
estaba en Chicago, la mayor parte del tiempo, se alojaba en el hotel en el ático.

Ricco asintió y se fue detrás de su hermano. Stefano sabía que su hermano no lo


estaba protegiendo sino tratando de proteger a cualquier persona que pudiera
tratar de detenerlo. El segundo tramo de escaleras estaba casi completamente a
oscuras, iluminado solamente por una bombilla opaca, que despedía poca luz. La
alfombra estaba sucia y raída. Cualquiera podría tropezar y caer con los orificios
en el mismo. Su temperamento se levantó otra muesca.

El largo pasillo estaba totalmente sin luz, aparte de lo que lograba extenderse por
las ventanas sucias en cada extremo de la sala. La puerta de Francesca estaba a
medio camino entre las dos ventanas. Stefano se preguntó si Tidwell le había dado
deliberadamente ese apartamento. Probablemente. Tenía que poner las mujeres en
apartamentos donde las cámaras ya estaban configuradas, aunque era posible que
el las tuviera en todas las habitaciones.

Bookeater
Shadow Rider
Él levantó la mano, los dedos en un puño apretado y controló su impulso de
golpear la puerta, exigiéndole la entrada. En su lugar, llamó en voz baja, su otra
mano dejándose caer automáticamente en el pomo de la puerta, para su sorpresa,
la puerta avanzó abierta. No había dado la vuelta la perilla. Sólo sus nudillos
enguantados que la golpearon tan cortésmente habían sido suficiente para saltar la
puerta abierta. ¿Qué demonios estaba mal con ella? Se volvió a mirar la cara de
Ricco.

Se había convertido en piedra, de la manera, estaba seguro, que estaba él. Antes de
que pudiera tirar de la puerta y enfrentarse a ella, algo le hizo agacharse y
examinar el bloqueo. Podía ver el trozo de cinta colocado sobre el mecanismo, un
método simple pero muy eficaz de prevenir que Francesca bloqueara la puerta.

― Mierda, ― escupió, dando un paso atrás para mostrar a su hermano.

― Llevémosla como el infierno fuera de aquí, Stefano. Incluso si tienes que


llevársela como un hombre de las cavernas. Taviano está esperando en el coche.
Acaba de sacarla y antes de que un montón de nosotros decida quemar este lugar
hasta los cimientos con Tidwell en el.

La voz de Ricco fue tensa. Stefano maldijo de nuevo. Toda la familia se vio
afectada debido a que no había hecho su trabajo. No se había hecho cargo de
Francesca. Quería tiempo para cortejarla. Para darle eso. Dejar que lo conociera
antes de que tuviera que saber sobre la vida de mierda que iba a tener que pedirle
que aceptara. Él cerró los ojos brevemente. Él sabía que no se trataba de
preguntarle. Tenía que encontrar una manera de hacer que le aceptara no sólo a él,
sino su vida y su familia, porque no había otra opción. Lo que era peor, no estaría
sólo pidiéndole que la aceptara para sí misma; sino que tenía que aceptarla para
sus hijos también. Detestaba eso.

Se puso de pie lentamente y abrió la puerta. Su corazón tartamudeó en el pecho. La


puerta se abrió en una habitación muy pequeña, tan pequeña como el armario de
su dormitorio principal era de grande.

Bookeater
Shadow Rider
No había un solo mueble. No había sillas. No había mesas. Nada en absoluto. La
habitación incluía una cocina en miniatura con un fregadero y una nevera pequeña
manchada. Detestaba que Francesca o cualquier mujer tuviera que quedarse sola
en un lugar como este. ¿Por qué no la había comprobado antes de salir para su
trabajo?

Entró en la habitación de al lado para encontrarla acostada en un saco de dormir,


su cabello extendido sobre la almohada.

La habitación estaba helada. No había calor proveniente del radiador viejo y se


estremecía de forma continua en su sueño. Habría estado mejor teniendo el abrigo
cubriendo el saco de dormir, pero en cambio, estaba colgado cuidadosamente en
una percha a unos pocos pies de distancia de su cabeza.

Ella se veía muy pequeña bajo el delgado saco de dormir. Su cara se volvió hacia él
y él pensó que ella era la cosa más hermosa que había visto nunca. Sus pestañas
eran excepcionalmente largas y se levantaban hacia arriba al final. Negras, al igual
que su pelo. Se puso en cuclillas a su lado. Cerca.

― Bambina, despierta. ― Mantuvo la voz baja. Calmante. Ya que no quería


asustarla. Él debería haber tenido un mejor cuidado de ella. Nada de esto era su
culpa. Tenía que recordarlo cuando quisiera poner el puño a través de una pared o
a través de Tidwell y rabiar con el mundo en general.

Su cuerpo se sacudió. Las pestañas se agitaron. Levantándose. Se encontró


mirando a sus ojos azules como el mar. Casi turquesa. Hermosa. La vista le golpeó
bajo, un punzón malvado hasta la ingle. Tomó aliento. El miedo se deslizó en el
azul de sus ojos sorprendidos.

― Stefano. ― Francesca respiró el nombre. La habitación estaba a oscuras, pero


suficiente luz entraba por la ventana sin cortinas para iluminar los rasgos muy
masculinos de Stefano Ferraro.

Bookeater
Shadow Rider
Sus ojos estaban en melancólicos su rostro y su estómago dio un rollo lento. El
corazón le latía con tanta fuerza que de hecho dañaba. Ella no podía estar allí con
él mirándola fijamente con sus ojos increíbles. Ojos que veían todo. Ojos que veían
su habitación en mal estado, sin muebles. Vio que no tenía nada. El color se deslizó
en su cara. Ella barrió de nuevo el pelo y se esforzó por acomodarse en una
posición sentada, sosteniendo el saco de dormir sobre su pecho.

Llevaba una vieja camiseta y ropa interior de encaje raída de niño corta, lo único
que había comprado nuevo.

― ¿Qué haces en mi habitación? ― Ella trató de hacer una demanda, pero su voz
no estaba funcionando correctamente. Hizo una mueca ante la palabra dormitorio,
deseando haber dicho apartamento. Dios. Era aterrador.

Él no movió ni un músculo. Él no parpadeó. Estaba caliente como el infierno, y


todas las células de su cuerpo respondieron a él. Era consciente de su presencia.
Sentía los pechos hinchados y doloridos y ella estaba muy, muy contenta por
dormir en la bolsa que había detenido sobre su pecho para que no pudiera ver sus
pezones volverse más duros.

Nadie había hecho jamás que su cuerpo llegara a la vida como él lo hacía. Con solo
mirarlo. Con sólo oler su colonia. Fue humillante. Ella sabía que debería estar
indignada de que estuviera allí en su apartamento, pero algo estaba mal. Podía
verlo en sus ojos. Se llevó la mano a la defensiva a la garganta.

― Joanna, ― susurró. ― ¿Le pasó algo a ella? ― Ella nunca se lo perdonaría.


Nunca. No debería haber venido. Ella pensó que había cubierto sus huellas, pero el
dinero hablaba y si alguien estaba todavía buscándola, sabía que finalmente la
encontrarían, y a cualquier persona que la hubiera ayudado.

― Ella está bien, Francesca. Es necesario que te levantes y vengas conmigo ahora.

Miró más allá de él hasta la puerta de su dormitorio. Alguien estaba en su cuarto


delantero. Ella no podía distinguir quién, pero vio una figura masculina en las
sombras.

Bookeater
Shadow Rider
Empujando hacia atrás el pelo con una mano, se abrazó con fuerza a su saco de
dormir con la otra. ― Sólo dime, Stefano.

― No puedes estar aquí.

Su corazón tartamudeó al ver su expresión. Severo. Implacable. Su mandíbula se


tensó como si anticipara su argumento y ella iba a discutir.

― Bien. No. Este es el lugar donde vivo.

Algo peligroso brilló en las profundidades de sus ojos. De repente se veía salvaje.
Depredador. En ese momento casi podría creer que era una especie de señor del
crimen. No era el tipo de hombre que aceptaría un no por respuesta.

― Bambina, tienes dos opciones. Puedes salir de aquí vestida, o te llevo sólo como
estas. Decide carajo, porque yo he tenido suficiente con este infierno.

Ella tragó saliva. Él no estaba bromeando. Ella levantó una mano para protegerse.

― ¿Cómo entraste aquí?

― ¿Me estás jodiendo? Tu puta puerta ni siquiera estaba cerrada con llave,
Francesca.

Estaba realmente furiosa de que dijera tantas F- bombas en ella. ― No. Lo estaba.
La cerré. ― Ella estrechó los ojos. ― No soy estúpida, Stefano. Cerré la puerta.
¿Cómo llegaste aquí?

― Levanté la mano para llamar y la puerta se abrió por sí sola. Hay un trozo de
cinta adhesiva sobre el mecanismo para evitar que se bloquee. ― Era el sonido de
la verdad en su voz y sintió un pánico creciente. Su mirada se deslizó por la
habitación hacia la puerta de su dormitorio. Esa puerta no cerraba. Sólo la puerta
principal del apartamento bloqueaba.

― ¿Quién haría eso? Eso no tiene sentido. ― El miedo le hizo latir rápido el
corazón y puso un sabor extraño en la boca. ― Solo di lo que está pasando.

Bookeater
Shadow Rider
― Te lo voy a decir después de que te saque de aquí y te lleve a alguna parte
donde sepa que estás a salvo. Vamos, dolce cuore, levántate. ― Sus rasgos se
suavizaron.

Se humedeció los labios. Sus ojos eran tan hermosos que le quitaron el aliento. Ella
haría cualquier cosa para ver esa mirada en su cara. Todo en absoluto para él. Con
la excepción de levantarse y permitirle ver la camisa que llevaba. No podía ir con
él sin una explicación. Y ni siquiera era razonable. Encontró mucho peor que
pudiera ver lo poco que tenía. Lo último que quería era que él sintiera piedad por
ella. UH. Esto era tan humillante.

― Quiero que te vayas. Podemos hablar de esto por la mañana. ― Se obligó a dar
firmeza en su voz. En realidad, no podía obligarla a ir con él. Nadie en realidad
llevaría a cabo una amenaza tan ridícula. Toda su expresión cambió. Sus rasgos
muy masculinos fueron de suave a la piedra en el espacio de un solo latido del
corazón.

Inmediatamente supo que estaba en problemas. Se acercó a ella, cogiéndola en sus


brazos, con bolsa y todo para dormir.

― Ricco, busca el abrigo y sus cosas. Estaremos en el ático. ― Stefano fácilmente la


arrojó sobre su hombro y se levantó como si no pesara más que un saco de arroz.

Ella lo cogió de la camisa, boca abajo, mirando su parte trasera. Agarrando su


chaqueta, mientras luchaba contra la banda de hierro a través de sus muslos. Él la
ignoró y se dirigió a la salida de la habitación, más allá de Ricco, quien, cuando ella
levantó la cabeza, le sonrió.

Claramente, Ricco era otro hermano. Todos ellos parecían iguales, presumidos y
llenos de arrogancia.

― Ponme abajo en este mismo momento, ― ella exigió. Jadeante. Su vientre estaba
por encima del hombro y él se sentía un poco como un roble.

― Demasiado tarde, Francesca. Estate quieta.

Bookeater
Shadow Rider
Caminó por el pasillo, y vislumbró los hombres que caían en el paso detrás de él.
Dios bueno. Tal vez era parte de una red de tráfico humano y él estaba
secuestrándola. ¿Pero que estaba mal con ella? Debía gritar. Hacer ruido.

Su mano descendió con fuerza sobre su trasero. Ella sintió el aguijón directo a
través de la bolsa de dormir, aunque no hizo mucho daño, pero la hizo
escandalizarla en el silencio.

― Te dije que te llevaría a un lugar seguro y luego te diría lo que está pasando, ―
espetó, su voz sombría. ― Pero haz lo que quieras. Me importa un comino si
quieres gritar, pero será bastante inútil. ¿De verdad crees que en este edificio de
apartamentos alguien va a jugarse el cuello por nuestro negocio?

Se movía rápido ahora, bajando las escaleras sin esfuerzo. Se sintió un poco
mareada y se agarró a su chaqueta más duro.

― Me estás asustando, Stefano, ― admitió ella, odiando que su voz temblara, pero
estaba asustada.

― Lo sé, bambina, pero estarás bien. Te tengo ahora y te voy a mantener a salvo.
Lo cual tú no estabas en esta ratonera. Sólo confía en mí por unos minutos más y
luego te lo explico todo. ¿Puedes darme eso?

Ella apoyó la cabeza en su espalda, sintiendo sus músculos ondular mientras se


movía hacia el vestíbulo del edificio de apartamentos. No era como si tuviera
mucha elección. La puerta del apartamento del dueño estaba abierta y a medida
que pasaban, vislumbró hombres en su interior. El lugar era un desastre. Luego
estaban fuera al aire libre.

Él extendió la mano y abrió la puerta del asiento trasero de un coche. Fue muy
suave mientras le deposito en el asiento trasero, todavía envuelta en el saco de
dormir. Se deslizó a su lado, llegando a doblarse en ella.

El conductor se volvió y lanzó una sonrisa arrogante por encima de su hombro.

― Soy Taviano, hermano de Stefano. Gusto en conocerte, Francesca.

Bookeater
Shadow Rider

― Esto es Loco. Me estás secuestrando, ― Francesca consiguió decir,


finalmente recuperando el aliento. Ella no estaba segura de si no podía respirar
debido a que Stefano simplemente le había mostrado su lado despiadado, o porque
él era el hombre más atractivo que había conocido en su vida y todo su cuerpo
respondía de una manera muy íntima a la forma en que había revelado ese lado
despiadado. Por qué ser arrojado sobre su hombro y llevado a través de un edificio
como la cautiva de un vikingo hacia que su cuerpo se humedeciera en necesidad
no tenía ningún sentido, pero no podía negar que se sentía intensamente viva y
tremendamente atraída por Stefano Ferraro.

Ella cogió el cinturón de seguridad para tirar fuera de él, pero la mano de Stefano
se cerró sobre la suya, evitando el movimiento.

― Cálmate de una puta vez y deja de luchar. No te va a hacer ningún bien, y yo ya


estoy lo suficientemente enojado. Además no me gusta repetirme.

Francesca se calmó contra el frío cuero de los asientos, sorprendida por su tono.
Era pura rabia. Stefano estaba definitivamente patinando cerca de la explosión.
Ella no quería estar en cualquier lugar a su alrededor cuando detonara.

― Guau. Me despiertas en medio de la noche, sin llamar a mi puerta, debo añadir,


y me hechas por encima del hombro como si fuera un saco de patatas y tu eres el
que enojado.

Una pequeña risita vino del conductor y ella lo miró por el espejo, pero no la
miraba a ella, contemplaba con esmero la carretera. Sin embargo, sabía que se
estaba riendo.

Bookeater
Shadow Rider
― Yo fui gentil contigo, ― le recordó Stefano. ― Así que no eres un saco de
patatas. Te expliqué acerca de la puerta, no abría entrado si hubiera estado
bloqueada. No perteneces a ese edificio y lo sabes muy bien.

Ella se encogió ante su tono.

― No todo el mundo puede permitirse el lujo de vivir en el Ritz. ― Ella le dio el


tono de vuelta.

― Vivo en el Ferraro, no en el Ritz, que es a donde vamos ahora.

Su boca se abrió. El Ferraro se consideraba a la altura del lujo. Nadie podía


permitírselo, solo los ricos y famosos.

― No me estás llevando a ese lugar. Lo digo en serio.

― ¿Por qué no?

Ella abrió la boca varias veces, pero ningún sonido surgió durante mucho tiempo.

― ¿En serio? Estoy vestida con un saco de dormir. No puedo caminar a través de
esas puertas sin verme glamorosa. Ellos me sacaran.

Por primera vez, un débil destello de humor se deslizó en el azul profundo de sus
ojos.

― Piccola, soy dueño del hotel. Dudo que alguien pueda hacer eso sin perder su
puesto de trabajo. ― Contestó con diversión masculina total.

Ella no creía que hubiera algo gracioso en la situación.

― De ninguna manera. Déjame en el refugio más cercano.

Ella levantó la barbilla en el aire.

Bookeater
Shadow Rider
Stefano bajó la mirada hacia ella, y el impacto de mirarlo a los ojos azules
penetrantes se sentía como una flecha que le atravesaba el pecho directamente a su
corazón.

Su corazón tartamudeó y su estómago dio un rollo lento. Todo rastro de diversión


había desaparecido, dejando a su dura mandíbula y sus ojos ardiendo con una ira
que amenazaba con quemar a todos en el coche.

― Me estás diciendo que prefiere ir a un refugio que venir a mi hotel conmigo? ―


Mordió cada palabra por separado desde atrás de sus perfectos dientes blancos y
apretados. ― ¿Te gustaría explicarme el por qué?

No, ella no quería explicar el por qué. En primer lugar, si le decía que era porque
era rico, eso la haría sonar con prejuicios, que, si estuviera siendo del todo sincera,
lo era. En segundo lugar, él era el hombre más caliente, y más sexy que jamás había
encontrado en toda su vida y ya, en los estrechos confines del coche, incluso
molesta con él, no podía detener la reacción de su cuerpo ante él.

― ¿Tengo que tener una razón? ― Ella sacó la barbilla en el aire.

Taviano resopló, y cuando ella miró por el espejo retrovisor, asumió una máscara
inocente.

― No importaría de todos modos, debido a que tu razón es tanta mierda como tu


permaneciendo en esa trampa de fuego de apartamento. La única razón por la que
el edificio no ha sido condenado se debe a que Tidwell está relacionada con los
Saldis y son conocidos por el soborno de funcionarios o por amenazarlos a ellos.

― ¿Al igual que estás haciendo conmigo? ― Le cuestionó.

― No te estoy sobornando o amenazando, ― Stefano negó rotundamente. ― Pero


no tuve otra opción.

Su voz era muy baja, como un suave terciopelo que rozaba sobre su piel como
dedos. Se estremeció y se enterró profundamente en el saco de dormir raído.

Bookeater
Shadow Rider
― Se llama secuestro si no quiero ir contigo.

― Me importa un comino como lo llames, cuore dolce, con tal de que estés a salvo.

Eso era difícil de discutir, sobre todo desde que estaba un poco asustado e insegura
de lo que acaba de suceder. Estaba empezando a entrar en pánico.

― Taviano, dile que no puede hacer esto.

― Será agradable que se unan a nosotros esta noche, ― dijo Taviano, mirando
hacia atrás por el espejo retrovisor. ― Debo decir, que mi hermano tiene buen
gusto. La nota de burla en su voz la calmó. ― Incluso mis padres desistieron de su
intento de explicarle a él lo que podía o no podía hacer cuando tenía alrededor de
diez años. ― Taviano añadió, con una sonrisa rápida lanzada contra ella a través
del espejo.

No había ninguna ayuda allí, pero entonces había estado bastante segura de que ni
el propio hermano de Stefano iba a conseguir que saliera de este lío. Era evidente
que encontraba la situación divertida.

Miró a Stefano y luego, incapaz de mirarlo a los ojos dijo. ― No tengo nada de
ropa. ― La confesión escapó. Baja. En voz baja. Mantuvo su mirada firmemente en
el suelo del vehículo.

― Francesca, mírame. ― Su corazón dio un salto y luego comenzó a latir de nuevo


ante su tono de autoridad. No podía imaginar a nadie desobedeciéndolo. Su
mirada saltó a la suya antes de que pudiera detenerse. Fue un error. Tenía los ojos
brillando con una especie de amenaza que no podía concebir. Eso, y algo que le
hizo saltar de estómago y que la quemadura en la unión de sus piernas creciera
aun más caliente.

― Estarás segura. Solo instálate. Estoy cabreado como el demonio y no me estás


haciendo ningún favor al tratar de desafiarme.

Bookeater
Shadow Rider
Ella contuvo el aliento bruscamente. ― ¿Desafiarte? ― Ella se olvidó de tener
miedo o de estar intimidada por él. ―¿Como si yo fuera un niño travieso que tiene
que obedecer? Tienes que ser el más arrogante, molesto, y mandón hombre que me
he encontrado jamás.

― Eso es él resumido, ― estuvo de acuerdo Taviano, su sonrisa ensanchándose. ―


Estamos aquí.

Para su horror, se había realmente detenido delante del hotel Ferraro. Taviano
condujo el coche hasta la alfombra roja que se extendía desde el edificio, donde
varios mozos esperaban para entrar en acción en el momento en que el coche se
deslizara más cerca.

― No voy a salir, ― declaró Francesca. ― Estoy vestida con un saco de dormir por
el amor de Dios. De Verdad, Stefano, simplemente llévame a un refugio.

Ella debería haber sabido que no podía esperar que Stefano la obedeciera. Al
parecer, él realmente no discutía cuando quería su camino, y siempre hacia lo que
quería. El criado abrió la puerta del pasajero. Stefano se deslizó y se agacho por
ella.

― Voy a gritar.

― Adelante, bambina. Arma un escándalo. Me da lo mismo. Todavía vas hasta el


ático conmigo. ― Su tono era implacable.

― Stefano. ― Ella no estaba por encima de la suplica.

Él la ignoró, sus manos agarrándola a través de la bolsa de dormir. Era


enormemente fuerte y no hubo curiosos dedos por encima de ella. La arrastró fuera
del asiento trasero, la tiró por encima del hombro de nuevo y sin decir una palabra
a nadie, se acercó hasta las puertas dobles de cristal.

Las puertas estaban ya abiertas para él, el portero sonriendo y dándole un pequeño
saludo.

Bookeater
Shadow Rider
Entrar en el hotel Ferraro fue la cosa más embarazosa que Francesca podía
imaginar. Apretó la boca para no gritar de pura frustración, enterró el rostro en su
espalda, sosteniéndose firmemente a su camisa.

Se quedó muy quieta, no queriendo que nadie la viera, pero sabiendo que todos
estaban mirando. Por un lado, Stefano Ferraro estaba caliente y era súper rico,
además era dueño de todo el hotel. Está bien, su familia, pero aún así, nadie
esperaría que llevara a una mujer por encima del hombro, al revés, envuelta en un
saco de dormir. Eso era mortificante.

Se dirigió directamente a un ascensor privado, tecleó un número y entró. Las


puertas se deslizaron cerrándose.

― ¿Estás bien?

― ¿Qué piensas? ― Espetó ella, vertiendo el sarcasmo en su voz. ― Sólo me


llevaste a través del vestíbulo de un hotel de lujo en un saco de dormir.

Su mano se desplazó de sus muslos a su trasero. Ella sintió su palma directa a


través del material del saco de dormir. El aliento se le quedó atascado en la
garganta. Estaba furiosa. Y asustada. La forma en que había extendió los dedos
amplios sobre su parte inferior la afectó más de lo que quería admitir. Ella era muy
consciente de que era un pecado.

― Yo te he dado una elección. Te dije que podías vestirte y venir conmigo o te


transportaba yo mismo. ― No había remordimiento en absoluto en su voz.

― Dios. ¿En serio, Stefano? Eso no era una opción. ― Quería realmente pellizcarlo
duro o hundir sus dientes en él, pero ya le había golpeado en el trasero una vez; no
iba por una segunda. Principalmente porque tenía una extraña reacción a su mano
conectando con ella, incluso a través de las delgadas capas del material.

El calor se precipitó a través de ella, formando un arco directamente a su sexo.


Cada célula cobró vida. Entre sus piernas se sentía húmeda y necesitada. Ella tuvo
un tiempo difícil tratando de respirar. Todo por ese breve contacto.

Bookeater
Shadow Rider
― Yo no discuto, Francesca. Es una pérdida de tiempo. Estabas en peligro allí. Te
dije que cuando te tuviera segura, te diría lo que estaba pasando, pero estabas
claramente decidida a discutir.

― ¿Crees que me podrías bajar? ― Era un verdadero infierno estar colgada boca
abajo y tratando de sonar como si fuera razonable cuando lo único que quería
hacer era golpearlo.

― ¿Vas a saltar como un conejo? ― Diversión teñía su voz e hizo que un rubor se
extendiera por encima de su cuerpo. Su rostro ya estaba rojo de estar colgado boca
abajo. No podía ver qué piso iba, pero el viaje en el ascensor era suave y largo. Eso
significaba que subían una gran cantidad de plantas. La única cosa que ella le
agradeció a él, era que le había llevado en público a través del vestíbulo.

― La gente puede haber sido testigo de mi momento más embarazoso, pero no van
a olvidar. Si planeas venderme a algún sitio de trata de personas, alguien me va a
recordar.

― Es bueno saberlo. ― El sarcasmo goteaba.

No era como si ella realmente pensara que iba a venderla al mejor postor, pero no
tenia que sonar tan condescendiente.

Las puertas del ascensor se deslizaron abiertas y entró en un vestíbulo. Era


bastante grande y opulento. Captó la visión de una mesa de caoba con un enorme
jarrón que parecía de cristal tallado con una enorme flor fresca dispuesta en el. El
suelo era pulido y parecía ser de mármol. Cerró los ojos, sin querer ver más. Esta
era una pesadilla. Cuando Stefano la puso en un sofá de cuero negro, lo hizo muy
suavemente.

Ella barrió de nuevo el pelo con una mano, mientras se aferraba a la bolsa de
dormir con la otra. Tenía el pelo salvaje de dormir sin trenzar, pero sólo había
estado demasiado cansada. Sobre todo, estaba agotada de pensar en Stefano,
teniendo pensamientos ridículos, imposibles, y eróticos con él, que enviaron su
sangre corriendo con vehemencia por sus venas directamente a su núcleo. Sus
sueños habían sido peores, eran imágenes en las que no tenía experiencia o
conocimiento, pero todas con él.

Bookeater
Shadow Rider
Era su culpa que ella no hubiera sido capaz de conciliar el sueño fácilmente. Su
culpa que su cabello fuera un gran lío, después de que al estar dormida él la había
colgado boca abajo. Lo miró, y si había alguna justicia en el mundo, se habría
marchitado en el acto. Era evidente que no la había porque él se paseaba por la
habitación, y no estaba ni un poco afectado, como un tigre enjaulado, se sirvió un
par de dedos de licor de un cristal decantador y la tiró hacia atrás como si fuera
agua.

Francesca se lamió los labios. Algo sobre el conjunto de sus hombros, la línea de la
mandíbula y el fluido de estimulación la dejó sin respiración.

― ¿Estás enfadado conmigo?

Su mirada azul saltó a su cara. Se deslizó sobre ella y volvió a subir para
mantenerse en la suya. Oh sí. Él estaba enfadado.

― ¿Qué diablos estabas pensando, viviendo en un lugar como ese? ― Su voz era
baja. Venenosa. Llena de amenaza.

Ella hizo una mueca y lo estudió por debajo de sus pestañas, tratando de no
parecer como si estuviera mirándolo. Él era muy, muy guapo, pero había visto
hombres atractivos antes y su cuerpo nunca había respondido con tanta ansiedad.
Estaba totalmente confiado en sí mismo, rozando la arrogancia y eso de por sí solo
debería haberla alejado de él. Sin mencionar que era inmensamente rico y ella
detestaba totalmente ese tipo de persona, un hombre con tal cantidad de dinero
que él sentía claramente que las reglas no se aplicaban a él. Con todo eso, no podía
evitar que su cuerpo entrara en crisis en toda regla.

― No veo cómo eso es tu problema. ― Ella no iba a decirle que era horrible, que
era ese apartamento o una caja de cartón en un callejón en alguna parte.

Stefano abrió la chaqueta, sacó varios DVD, y los repartió por el suelo para luego
tendérselos a ella.

Mantuvo la mirada en su rostro. Él estaba enfadado. Realmente enojado. Él ardía


con una especie de rabia que no podía empezar a imaginar. Muy lentamente dejó
que su mirada cayera a los DVD en la mano. Ellos eran hechos en casa, grabados
por una máquina. Los recibió a regañadientes y miró las etiquetas.

Bookeater
Shadow Rider
Su nombre estaba garabateado en la parte delantera de dos de ellos. El tercero no
tenía nombre, y el cuarto estaba marcado con el nombre de Vicki.

― ¿Que es esto?

― El dueño es un puto delincuente sexual. Él tiene cámaras en los apartamentos y


espía a las mujeres al desvestirse, ducharse y dormir.

Francesca sintió que se le iba la sangre de la cara. Sabía que había tenido una
reacción completamente visceral a Bart Tidwell desde el momento en que lo
conoció. La hacía sentir enferma, pero era el dueño del edificio y necesitaba un
techo sobre su cabeza.

― ¿Seguro? ― Su voz era un hilo de voz, un susurro.

― ¿Te gustaría ver el archivo que tenemos de él? ― Stefano sirvió otra copa, bebió
y se volvió hacia ella. Sus rasgos eran una máscara de pura rabia. ― También se
arrastra a los apartamentos y a las mujeres y luego las amenaza. Está conectado a
una familia muy poderosa del crimen, los Saldis, y protegen a ese pedazo de lodo
por lo que los testigos no testifican. Él te había marcado como su próximo objetivo.
Estoy bastante seguro de que pensaba visitarte esta noche. Había cinta adhesiva
sobre la cerradura de tu puerta.

Ella sacudió la cabeza, su corazón tartamudeando duramente en su pecho. Su boca


se secó.

― Eso no es posible.

Pero lo era, por supuesto. Podía decir solo por su ira que era verdad. Estaba
furioso.

― No miré las grabaciones, pero sospecho que te vio desnudarse para ducharse y
prepararse para la cama.

Ella no pudo evitar la mueca de dolor ante la palabra "desnudarse" o el color


arrastrando en su cara todo de nuevo.

Bookeater
Shadow Rider
― Oh. Mi Dios. ― Ella se olvidó por completo de sostener la bolsa de dormir y se
tapó la boca abierta con la palma de su mano. Su mano temblaba.

Ella no tenía ningún otro lugar a donde ir. Peor aún, sus únicas ropas estaban en
ese apartamento y ella no estaba segura de poder poner un pie allí de nuevo.

― ¿Está seguro? ― Sabía la respuesta, pero todavía tenía que preguntar.

Sus ojos se encontraron con los de ella. No había compasión allí. Mejor. Ella
prefería su ira. Su estómago se revolvió y sintió la quemadura de las lágrimas
detrás de sus ojos. Parpadeo rápido para mantenerlas a raya, y tomó una
respiración profunda para tratar de calmar el estómago revuelto.

― ¿Quieres ver lo que hay en esos DVDs? El último de ellos, el que se ha


denominado Vicki, quieres verlo, estoy seguro que es una grabación de su
propietario violando a la chica. Había más de estas grabaciones de las que quería
contar en ese pedazo de habitación de mierda.

Ella lo miró con horror, deseando no creerle, pero no había duda en su mente de
que él le estaba diciendo la verdad. Él la había salvado. Este hermoso hombre,
demasiado rico y arrogante por su propio bien, al que le había tenido miedo
porque estaba involucrado en el crimen organizado, la había salvado. Y ella sólo
persistía en pensar lo peor de él.

Francesca bajó la mirada hacia el suelo. El suelo de mármol hermoso y brillante.

― Gracias, Stefano. Yo no entiendo cómo este hombre pudo salirse con la suya y
colocar cámaras en los apartamentos, pero aprecio que te aseguraras de que las
grabaciones no terminaron en Internet. ― No podía pensar en la posibilidad de
que Tidwell podría haberse deslizado en su apartamento y violarla. ― ¿Cómo te
enteraste de esto?

― Mi primo, ― Stefano le dijo, estudiando su rostro.

Se veía tan frágil, como si en cualquier momento pudiera estallar en lágrimas o


simplemente débil. No sabía si debía tomarla en sus brazos y consolarla o sacudirla
hasta que sacudiera sus dientes.

Bookeater
Shadow Rider
― Emilio. Él te llevó a tu casa, hizo un recorrido a través de tu departamento y no
le gustó el hecho de que no era seguro. Él vino a mí, y me decidí a hablar con el
propietario acerca de que se asegurara de que sus inquilinos estaban a salvo. Mis
primos, Renato y Romano, así como Zia Rachele y el tío Alfeo inmediatamente
comenzaron a reunir información sobre él. Son investigadores. Eso es lo que hacen
y no cometen errores. Cuando fui al apartamento de Tidwell, descubrimos las
pantallas y las grabaciones. Estabas en una de ellas, durmiendo. Fue lo suficiente
fácil ver que te estaba grabando mientras dormías. A partir de las etiquetas en el
resto de los DVDs, no fue tan difícil de adivinar lo que había en las otras
grabaciones que tenía de ti.

Sus largas pestañas de plumas se agitaron de nuevo y sacudió la cabeza. Ella había
pasado del rubor a palidecer en el espacio de unos pocos momentos. Cada célula
de protección en su cuerpo respondió a ella. De pronto se veía terriblemente joven
y vulnerable a él.

Su cuerpo reaccionó, cosa que no le ocurría a él. Él lo era todo sobre el control y
cualquier tipo de respuesta sexual a una mujer solo la permitía cuando estaba en
un dormitorio, pero no cuando estaba discutiendo sobre un depredador sexual con
una víctima potencial. Totalmente inapropiado, pero, sin embargo, todo lo que
pudo pensar era en besarla.

― Voy a tener que agradecerle a Emilio. ― Ella habló en voz baja, apenas un
susurro.

― ¿Quieres una bebida? ― Ella empujó la pesada caída del cabello. Bajo las luces,
la masa espesa brillaba como la seda, y él quería enterrar los dedos en esa riqueza.
Sus pestañas se levantaron y se reunieron con sus ojos.

El impacto lo golpeó bajo, como un puñetazo malvado, un disparo en la ingle que


calentó su sangre y le hizo sentir primitivo y un poco salvaje. Era de Sicilia, de
sangre caliente, y por primera vez en su vida, él sabía lo que eso significaba, y no
tenía nada que ver con su mal humor.

― Sí por favor.

Bookeater
Shadow Rider
Estaba completamente presa del pánico y tratando de no mostrarlo. Él quería
abrazarla. Consolarla. Tomarla en su cama y hacerle olvidar todo menos a él. Le
sirvió una pequeña cantidad de brandy en un cristal y cruzó la habitación con ella.
Su sombra, proyectada por la araña de luces de arriba, alcanzando por la de ella.

Al mismo tiempo, su sombra echó un palpador, como potentes imanes, los dos
tubos conectados. La sacudida fue dura, convirtiendo en acero su pene. Estuvo a
punto de estallar a través de sus pantalones.

Los ojos de Francesca se abrieron. Aferrados a los suyos. Sus labios se abrieron, y él
vio el rubor revelador en su cara. Ella ya no sostenía el saco de dormir y este se
había caído hasta la cintura. Debajo de la camiseta delgada, sus pechos subían y
bajaban, sus pezones duros y en pequeños picos, empujando el material
desgastado. Esa misma sacudida sexual le había pegado muy duro.

Stefano camino por la habitación, dejó la copa de brandy sobre la mesita junto al
sofá y se apoyó en ella, ambos puños plantados a ambos lados de las caderas.
Cerca. Tan cerca que podía ver que su piel parecía impecable y sus pestañas eran
incluso más largas de lo que pensaba. Su olor lo atrapo en él, envolviéndolo en
naranja y canela.

― ¿Tienes miedo a la mierda de mí? ― dijo entre dientes, su ira hirviendo a la


superficie de nuevo, esta vez mezclada con una bola de fuego de lujuria pura.

Ella tenía que retroceder, salvarse a sí misma, hacer algo, cualquier cosa que le
ayudara a mantener el control. Ella no se alejo de él. El aire se sentía eléctrico. Sus
sombras se mantenían conectadas, lo que aumento su conocimiento de ella. De
cada vez que respiraba. La longitud de sus pestañas. Sus labios entreabiertos, el
arco suave de su boca, la punta de la lengua, sus altos pómulos y la línea
vulnerable de su mandíbula. Quería saborearla más de lo que quería respirar. Se
dio cuenta de que no era un deseo tanto como una necesidad.

Se congeló, a pulgadas de la cara de ella, imponiendo una voluntad de hierro sobre


sí mismo. Nunca, en ningún momento en su vida, había perdido el control, hasta
que la situación no la involucró. Francesca Capello.

Bookeater
Shadow Rider
Su hermano había tenido que tirar de él pata evitar que matara al pedazo de
basura de Bart Tidwell. Aquí, estaba, de pie sobre la parte superior de ella, una
mujer que estaba claro que le tenía miedo, y a punto de besarla. Su vida estaba al
borde del control. ¿Dónde diablo estaba todo aquel famoso control ahora?

Los labios de Francesca se frotaban uno contra el otro, un proceso lento, atractivo,
un movimiento seductor que le robó su capacidad de respirar. No podía recordar
querer a una mujer como la deseaba. Su olor lo rodeaba. Tanto que él se estaba
ahogando en un campo de canela y naranja. Cada respiración que tomó en sus
pulmones la llevó con él hasta que él la sentía en su interior.

― Stefano.

Él gimió al oír el sonido de su nombre. Suave. Sensual. Lleno de anhelo. Ella


también lo sentía, ese terrible tirón provocado por la conexión de sus sombras.
Provocado por la química que se liberaba entre ellos. Ella no lo entendía y había
miedo en sus ojos. Miedo y añoranza. Necesidad casi tan grande como la suya. Ella
movió su cuerpo muy sutilmente hacia él, su cara levantándose una fracción.

― ¿Tienes miedo a la mierda de mí? ― repitió, mucho más suave esta vez.

Sus pestañas revolotearon. Largas. Plumosas. Maravillosas. ― Lo siento. Yo no sé.

― No deberías haber estado allí, Francesca.

Tomó esfuerzo para permanecer inmóvil, mientras que él luchaba para controlarse.
Esta iba a ser la mayor pelea de su vida. No podía permitirse el lujo de perderla. Él
estaba luchando por su vida. Por la vida de su familia.

Se humedeció los labios para que brillaran tentadoramente. tentándole.


Atrayéndolo más cerca. ¿Sabía ella lo que estaba haciendo? Lo dudaba. Había
demasiada inocencia en su rostro. Y exceso de miedo en sus ojos. El miedo y la
inocencia le permitieron retomar su control. Se enderezó, llevándose a sí mismo
fuera de peligro. Él dio un paso atrás, su cuerpo duro, lleno y doloroso. Esa parte
de él no estaba bajo control. Se apartó de ella y regresó al decantador, cada paso
difícil.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿Por qué no te quedaste con Joanna? ― Se mantuvo de espaldas a ella mientras
se servía licor en el vaso. Él no quería que ella viera la furia arremolinándose tan
cerca de la superficie. La rabia contra su amiga que le permitía permanecer en tales
circunstancias peligrosas.

― Ella quería, pero sentí que ya había hecho demasiado por mí. ― La confesión
fue baja.

Volvió la cabeza y la miró por encima del hombro. Tenía la barbilla hacia arriba.
No estaba derrotada, simplemente asustada.

― ¿Así que te pones deliberadamente en peligro por el bien de tu orgullo?

Ella abrió la boca para protestar, pero la cerró con la misma rapidez. Auténtica
confusión se deslizó sobre su cara.

― No lo sé. Supongo que eso es exactamente lo que hice. No me di cuenta de que


Tidweell era de tal sordidez. . .

Su voz se apagó y ella apartó la mirada de él, más color se arrastro bajo su piel.
Miró hacia sus manos.

― Yo sabía que era mezquino, pero nunca se me ocurrió que pondría cámaras en
los apartamentos.

― ¿O cinta adhesiva sobre tu cerradura para poder venir cuando quisiera y


violarte? ― Hubo acusación en el borde de su voz. Todavía quería sacudirla. ―
No moviste la puerta para asegurarse de que estaba asegurada. Sabiendo que
estabas en una situación peligrosa y, sin embargo, no tomaste precauciones.

Hubo un largo silencio. Se extendió entre ellos. Él sabía cómo usar el silencio. El
vivía en el silencio. Trabajaba en silencio. El silencio le ayudó a ganar la ventaja por
haber ejercido el control. Tomó una copa del bourbon y dejó que el fuego se
asentara en su vientre, calentándolo cuando él no se había dado cuenta que había
estado tan frío.

Bookeater
Shadow Rider
― No tengo nada de ropa. ― Su mirada regresó a la suya. Le había dicho lo mismo
en el coche. Claramente estaba preocupada por ello.

Ella se veía. . . vulnerable. Abandonada. Esa mirada tiró de sus fibras sensibles. Se
volvió de nuevo hacia ella y apoyó perezosamente su cadera contra la mesa.

― Eso no es una preocupación. Te daremos la ropa. Tenías el dinero en el abrigo.

El color sw arrastró por el cuello a la cara. No se había dado cuenta de que una
mujer pudiera sonrojarse tanto.

― Yo no quería utilizar tu dinero. No sabía cuándo podría devolvértelo.

Ella se aclaró la garganta. ― No hablo en general. Tengo ropa, pero no aquí. No en


el hotel. ― Ella puso la punta de su dedo pulgar en la boca y luego lo bajó, su
mirada no cumplió con la suya, pero la colocó en su mandíbula.

― Veo la forma en que se podría considerar un problema. ― El humor se deslizó


en su intestino, aliviando algunos de los peores nudos. ― Ya vuelvo.

La dejó, sabiendo muy bien que no podría subir en el ascensor y escapar. En el


dormitorio principal, seleccionó una de sus camisas favoritas. El material era suave
y estaría cubriendo su cuerpo con amor. Debido a la diferencia en sus tamaños,
estaría lo suficientemente cubierta, pero todavía no podía salir corriendo cuando se
diera plenamente cuenta de que no tenia ningún lugar a donde ir.

Cuando regresó a la habitación, su mirada saltó a la suya y luego se alejó mientras


le entregaba la camisa.

Ella la tomó, y el movimiento hizo que el saco de dormir cayera más bajo, llegando
alrededor de su cintura. Ella usaba una fina camiseta. Había un agujero en el
hombro derecho, lo que le permitió echar un vistazo a su piel suave.

Esa pequeña vista envió otra oleada de sangre caliente corriendo por sus venas.
Sus pechos subían y bajaban debajo del material. Podía ver el contorno de sus
pezones, la forma en que empujaban con fuerza contra el asiento de seguridad.
Estaba tan excitada como él. Por un momento, no pudo respirar. No podía hablar.
Sólo podía mirarla y saborear el momento, sabiendo que ella le pertenecía.

Bookeater
Shadow Rider
― Esto va a servir hasta que te traiga algo de ropa.

― No me puedo quedar aquí. ― Ella hizo la declaración, obviamente, después de


haberse preparado a sí misma en el corto tiempo que había desaparecido.

― Solo por esta noche. Tengo varias habitaciones, y estarás segura. Si estás
preocupada, puedes poner una silla bajo el pomo de la puerta.

No es que eso pudiera mantenerlo fuera, pero él no iba a decírselo, todavía.

― Puedes conseguir una buena noche de sueño y vamos a hacer frente a los
problemas en la mañana.

Ella tomó una respiración profunda y sin darse cuenta de que lo estaba haciendo,
frotó la tela de su camisa en contra de su mejilla. Lo reconoció como un gesto
nervioso, pero para él era significativo. No se dio cuenta, pero ya se estaba
volviendo hacia él para sentirse segura.

― No veo cómo esta situación se puede resolver, ― dijo Francesca. ― No puedo


volver allí, pero no puedo permitirme otra cosa.

― Una situación siempre se puede resolver. No vas a volver allí y lo descubrirás


mañana. Te voy a dar un par de minutos para cambiarte la bolsa de dormir y
ponerte mi camisa.

Permitió que un rastro de diversión entrara en su voz. Ella lo recompensó con una
leve sonrisa.

― No sé, Stefano. Este saco de dormir es bastante elegante. La última moda.

― Voy a admitir, que se ve bastante bien, pero no creo que puedas caminar o
correr de mí como prefieres.

Su sonrisa se ensanchó. Alcanzando sus ojos. los encendió por lo que brillaban
como gemas.

Bookeater
Shadow Rider
― Creo que estoy tan agotada que voy a quitarme los zapatos para correr por la
noche. ― La sonrisa se desvaneció. ― Honestamente, Stefano, gracias por
rescatarme.

Su intestino se apretó con vehemencia. ― Eres muy bienvenida. Hazme un favor y


la próxima vez me das el beneficio de la duda.

― ¿Crees que habrá una próxima vez?

― Sin lugar a dudas. ― Su teléfono sonó y él echó un vistazo a la pantalla para


identificar la persona que llamaba.

― Si va, discúlpame un momento . . .

Le dio la espalda a Francesca y se dirigió a la puerta. ― Dime, Vittorio. ― Escuchó


la explicación que Joanna había dado a su hermano y la ira comenzó a girar como
una oscura sombra asesina en su vientre. ― Eso no es lo suficientemente bueno. Le
dices a Joanna que esa excusa es una mierda. En el momento en que supo que
Francesca estaba viviendo en ese edificio y no atendía razones, debería haber
llegado a mí. Me importa una mierda si yo la intimido. Podría haber ido a ti o a
Giovanni, ― dijo entre dientes. ― Ella podría haber hecho que su tío nos llamara.
Lo que hizo fue totalmente inaceptable.

Miró por encima de su hombro, sintiendo los ojos de Francesca en él. Se había
arrastrado fuera de la bolsa de dormir y arrastró su camiseta sobre su cabeza,
parándose a un lado en el sofá. Se puso la camisa a toda prisa, dándole una visión
de piel desnuda y curvas llenas. La necesidad se estrelló contra él, a pesar de la ira.
Era urgente, caliente y decididamente incómoda. La vio cerrar los botones, uno por
uno. No aparto la mirada de ella y ella no apartó la mirada de él. Ni una sola vez.

― Me tengo que ir, Vittorio. Por favor asegurate de que entiende que a Francesca
nunca se le permitirá estar en ese tipo de peligro de nuevo. Voy a hacerla
responsable, y no quiere eso. ― Él cerro el teléfono y lo metió en el bolsillo.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca tragó saliva.

― ¿Estás enojado con Joanna por alguna razón?

― Sí. ― Cortó su voz. Abrupto. Era lo mejor que podía hacer, porque todavía
quería arrastrar a Joanna de la cama donde estaba segura y asustar el infierno fuera
de ella.

― ¿Por qué?

Ella se acercó a él en sus pies descalzos. Tenía los pies pequeños y bien formadas
piernas. Los faldones de la camisa llegaban justo a la mitad de camino por sus
muslos. La camisa la envolvía, pero se veía atractiva y tentadora, como si estuviera
envuelta como un regalo para su dormitorio.

Permitió que su mirada fuera a la deriva posesivamente sobre su cuerpo antes de


volver a su cara esa cara que encontró tan hermosa.

― Francesca, los que viven en el territorio Ferraro, ya saben que eres mía. No
tienes que entenderlo, pero sólo acepta que lo que te estoy diciendo es la verdad.
Mi familia cuida de las personas aquí. Tomamos su seguridad y bienestar en serio.
Si algo te hubiera pasado, habría habido consecuencias de largo alcance.

Ella asintió lentamente, la yema de su dedo pulgar deslizándose entre sus dientes.
Se mordió en agitación. Su polla se sacudió en reacción.

― ¿Qué tiene eso que ver con Joanna? ― Ella se detuvo a unos pasos de él.

― Joanna ha vivido en nuestro territorio durante toda su vida. Ella ha estado


segura y cuenta con la sensación de seguridad. Ella sabía que no debía permitir
que vivieras en ese agujero de mierda.

Ella hizo una mueca a su lengua, haciéndole consciente de ello. Él no era un


hombre suave. No lo había sido nunca y él ciertamente no tenia pelos en la lengua.

Bookeater
Shadow Rider
― Joanna no tiene voz en lo que hago. Ella se opuso, pero yo no quería que me
prestara más dinero. Me prestó el dinero para el billete de autobús aquí. No ha
sido nada más que amable conmigo. No me volvió la espalda incluso cuando eso
significaba que estaba poniéndose en peligro a sí misma. No podía tener más de
ella.

Hubo un largo silencio y su mirada se deslizó fuera de la suya cuando se dio


cuenta exactamente lo que le había revelado.

Así que había un problema, algo grande que hizo que sus otros amigos y familia,
posiblemente, le dieran la espalda a ella. Joanna no lo había hecho. Podría estar
agradecido por ello.

― ¿Qué pasó para que otros te dieran la espalda? ― Él hizo un esfuerzo consciente
para suavizar su tono.

Su barbilla subió. Cuadró los hombros. ― Eso no es de tu incumbencia. Te


pregunté por qué hacías a Joanna responsable de mis acciones. Ella no me puede
obligar a hacer lo que no quiero.

― Ella debería haber llegado a mí. ― Su tono lo decía todo y sabía que ella recibió
el mensaje. Joanna no podría ser capaz de obligarla, pero él podía.

Mantuvo su mirada en la de ella, no permitiéndole mirar hacia otro lado más que a
él. Queriendo que viera que iba en serio.

― No eres responsable de mí.

Se encogió de hombros.

― ¿Estás diciéndome que no me haces sentir diferente?

― Stefano, tengo que preguntarte esto, y no quiero que te enfades conmigo. Es que
me produces mucho miedo a veces y no entiendo lo que está pasando aquí.

Bookeater
Shadow Rider
― Lo qué está pasando aquí es que me siento atraído por ti. Aparte de eso,
perteneces a mi territorio. Eso significa que te protegeré te guste o no te guste y
estés o no siempre cómodo con la forma en que soy sobre tu protección.

― ¿Eres de la mafia? ¿O parte de la delincuencia organizada?

Mantuvo sus ojos en los de ella, negándose a permitir que mirara hacia otro lado.
Si tuvo la audacia de hacer tal pregunta, debía tener el valor de mirarlo a los ojos
mientras lo hacía.

― ¿Es importante para ti lo que hago?

― Claro que lo hace. No me gusta la idea de que alguien que venda drogas o corra
armas, o haga algo tan deplorable, me proteja.

― Te puedo asegurar que no vendo drogas, ni ningún miembro de mi familia. Y


no corremos armas de fuego, tampoco.

Vio el alivio en su rostro. Ella apartó el pelo y le envió una sonrisa tentativa.

― Creo que puedo ir derecho a la cama. Ha sido un día largo y necesito dormir
antes de que decida qué voy a hacer después.

Le indicó que lo siguiera. No había mentido. Ningún miembro de su familia,


consideraría vender de drogas o correr armas. Eso no quería decir que nunca
trabajaran con la escoria que hacia esas cosas. Él abrió la puerta de una de sus
habitaciones de huéspedes. ― Esta habitación tiene un baño privado. Estoy cerca si
necesitas algo. De lo contrario, dulces sueños, bebé. No te olvides de la silla bajo el
pomo de la puerta.

Bookeater
Shadow Rider
8

Francesca llevó las sabanas hasta la barbilla, acurrucándose entre las


sábanas de lujo. El colchón era el cielo puro. Las sábanas se sentían incluso mejor.
Dormir en la calle, en un refugio, o en el suelo en un saco de dormir no era
propicio para el sueño de una gran noche. Lo que era peor, como regla general,
tenía miedo de cerrar los ojos, pero la cama era pura felicidad. La habitación era
enorme, mucho más grande que todo el piso que había alquilado. Se estremeció,
tratando de no pensar en Bart Tidwell mirándola cuando se duchaba. Fue tal
violación.

Miró alrededor de la habitación decorada con buen gusto y deseó poder quedarse.
Por primera vez en tres años se sentía segura. Sabía que era debido a Stefano
Ferraro.

No tenía idea de por qué la hacía sentir segura, cuando no sabía absolutamente
nada de él, solo que él era un hombre peligroso, pero lo hacía.

Deseó poder estar justo allí en esa maravillosa habitación, en la cama aún mejor, y
simplemente sentirse protegida y asistida.

Empujó el puño en la boca, cerrando los ojos, profundamente avergonzada de que


le hubiese preguntado si él era miembro del crimen organizado. Él había sido
bueno con ella, no podía negar eso. Podría haber usado un lenguaje crudo, pero
había sido decente, y le había recompensado con falsas acusaciones. Había perdido
la fe en todos. En todo. En el sistema de justicia. Sus antiguos amigos. Su antiguo
jefe.

Bookeater
Shadow Rider
Allí sólo había estado Joanna, y ahora le había metido en problemas a través de su
propia terquedad y orgullo. Si estaba siendo totalmente honesta, no quería deberle
a Joanna nada más porque no podía soportar ser herida de nuevo. No quería
confiar en ella más de lo que debía, y era una cosa muy triste para admitir acerca
de sí misma. Joanna había demostrado ser una buena amiga. Una mejor amiga
para ella de lo que ella era para Joanna.

Se sentía a la deriva. Tratando de no pensar en Stefano o en su preciosa, y muy


caliente mirada masculina sobre su parte superior. En secreto le gustaba que fuera
mandón. La hacía sentir como si realmente pudiera protegerla de cualquier cosa,
aunque sabía mejor.

La realidad era que era muy diferente en sus sueños. ¿Qué mujer en su sano juicio
no fantasearía con Stefano? Ella misma podría dar eso. Él era rico, guapo, todo lo
que una mujer podría desear en un hombre. Y ella sabía que no era para ella, por lo
que no era una buena idea pensar en él, mientras que conciliaba el sueño,
especialmente cuando ella estaba en su casa, en su cama.

Ella dejó que sus ojos se cerraran y evocó una imagen de su querida hermana,
Cella. Ella era mayor por nueve años y en la mente de Francesca, absolutamente
impresionante y hermosa. Ese había sido el problema. Cella era tan hermosa que
podía detener el tráfico. Era imposible que alguien no se fijara en ella. Que llamara
la atención. La tentación condujo al asesinato.

La sonrisa de Cella, mientras ella miraba a Francesca, vaciló. Ella abrió la boca para
decir algo. Para llamar. Para gritar. Levantó una mano hacia Francesca, viéndose
asustada. Aterrorizada. Suplicando. Francesca alcanzó por ella, tratando de
conectar, tratando de aferrarse, de mantener a su hermana con ella. La sangre
salpicó a través de la cara de Cella. Por su cuerpo. Estaba desnuda, con la ropa
desgarrada. Había moretones que estropeaban su piel, y cinco heridas punzantes
en su cuerpo. Cada herida tenía sangre goteando de ella. Una brotaba como una
fuente.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca se puso de rodillas junto a su hermana y cubrió la herida con ambas
manos, presionando profundo, llorando, gritando el nombre de su hermana,
implorando que se quedara. Para no dejarla sola. Sintió su teléfono resbaladizo
cuando llamó al 911, y se le cayó dos veces, tratando de perforar en los números, la
sangre de Cella encima de todo.

Cella tosió, arrojando sangre. Haciendo burbujas alrededor de la boca. Sus ojos se
abrieron cuando ella miró hacia Francesca. Una mano se extendió por ella. Ella
tosió. Atorada. A continuación, la cabeza dio un giro y sus ojos quedaron quietos.
Sin vida. Idos.

Francesca gritó, ― ¡No! No, Cella, no me dejes. No me puedes dejar. ― La angustia


era cruda y terrible, rasgándole el corazón. Sus gritos desgarraron su garganta. Ella
levantó la mirada horrorizada, afligida para mirar hacia el hombre enmarcado en
la puerta. Burlándose de ella.

― Nadie va a creerle, Francesca. Será mejor que hagas lo que digo o se encontrará
en problemas. Usted puede terminar así en cualquier momento.

Ella se lanzó hacia él, tratando de llevarlo al suelo, pensando que podía retenerlo
allí hasta que la policía llegara. Ella lloraba y sus lágrimas casi la cegaron. No
podía ver con claridad.

― Despierta, bambina, ― ordenó una voz masculina. Era una orden. Nada menos.
― Abre tus ojos. Mírame.

Ella luchó con fuerza, tratando de golpear y patear. Tenía los ojos abiertos. Él
estaba ahí. Observándola. Él estaba siempre observándola. Riendo cuando la
policía desestimó sus pretensiones, ignorando todas las pruebas, porque era él. Se
lo había advertido a Cella. Y entonces él la había matado. Ahora él estaba
advirtiéndole a ella.

― Francesca. Abre. Tus. Ojos. Mírame.

Bookeater
Shadow Rider
Sus muñecas estaban clavadas en el colchón a ambos lados de su cabeza. Era
fuerte. Enormemente fuerte. No había manera de liberarse. Un sollozo escapó. El
pánico la estranguló. Si lo hacía, si ella abría los ojos y era él . . .

― Dolce Cuore. Me estás matando aquí. Mírame.

Esta vez la voz era suave. Amable. El tono encontrando un camino a través del
miedo interpuesto tan profundo en su garganta. En su vientre. Mantuvo sus
muñecas con una mano, pero él trajo su cuerpo apretado contra el suyo,
sosteniéndola. Su otra mano le apretó la cara contra su pecho sólido. Ella inhaló y
trajo un olor familiar a sus pulmones. Su cuerpo lo reconoció antes que ella.
Stefano. Le encantaba el olor picante, y masculino que parecía filtrarse en su
cuerpo a través de sus poros.

Ella presionó más profundamente en él, y él le soltó las muñecas para deslizar su
brazo alrededor de su espalda, encerrándola a él.

― Esa es mi chica. Relájate. Estás a salvo. ― Sus dedos ahondaron profundamente


en el cabello, masajeando el cuero cabelludo.

Nunca se había sentido tan segura y el pánico comenzó a disminuir lentamente.

Francesca se dio cuenta de que estaba llorando. Oyó los sollozos suaves en primer
lugar. Apagados. Un poco salvajes. Stefano murmuraba en italiano. Ella entendió
algunas de las palabras. No muchas, porque sus padres hablaban el idioma en su
casa y ella los había perdido. Una vez que se fueron, Cella hablaba sobre todo en
inglés.

A veces era. . . Bella. Cara. Carissima. Ella podría haber jurado que rozó besos en el
pelo.

― Bambina, tienes que dejar de llorar. Toma una respiración y habla conmigo. Fue
una pesadilla. Estás aquí conmigo. Segura. Nada puede llegar a ti aquí.

― Él puede, ― dijo ella, el pánico brotando de nuevo. Sofocándola. ― Él te hará


daño. Y a Joanna. Dirá cosas terribles y voy a perder mi trabajo. Tengo que . . .

Bookeater
Shadow Rider
Su mano encontró la barbilla, haciendo palanca en la cara de su pecho. Él echó la
cara hacia arriba y hacia abajo atrayéndola. Cerca.

― Mírame, bella. No soy un hombre con que los demás jodan. Jamás. Estás aquí.
Conmigo. Eso significa que estás a salvo.

Había un filo en su voz. Quería sonreír y el miedo asfixiante y el pánico se


deslizaron más lejos. Se obligó a que sus pestañas cooperaran. En el momento en
que abrió los ojos, él estaba allí. Stefano. Su cara estaba cerca. Su dura mandíbula.

La belleza masculina. Sus ojos. La confianza arrogante y el aura de peligro


aferrándose a él. Eso estaba todo ahí. Se sentía más protegida de lo que se había
sentido durante años. Ella quería quedarse donde estaba, cerca de él. Sintiendo la
solidez que era. Todo musculo. Tenía un núcleo de acero. A decir verdad, él era el
primer y único hombre que creía que podría ser capaz de mantenerla a salvo. No
era justo para él. Quedarse con él, sabiendo que él sentía que tenía que defender a
todos a su alrededor, era incorrecto. Ella debía encontrar la fuerza para irse, así no
lo pondría en peligro, pero no había ningún sitio adonde ir. No tenía dinero. No
tenía nada en absoluto.

― Lo siento, ― susurró.

Odiándose a sí misma. Sabiendo que iba a darle esa carga. Ese peligro. Debido a
que ya no podía hacer esto sola. Ella no vivía. Solo existía. Cada segundo de todos
los días, estaba aterrorizada. Uno sólo podía vivir con el terror durante algún
tiempo. Y no sólo con el terror. Con el enfado. Con la culpa.

Stefano Ferraro era una complicación inesperada. O salvador. Tenía química con
él, intensa y aterrorizante, pero estaba allí y nunca la había sentido antes. Así no.
Le había dicho que se sentía atraído por ella. Era obvio más que físicamente, lo
estaba. Sabía que, si dejaba que sucediera algo entre ellos, sería mandón y
controlador. No creía en las relaciones en que había una persona necesitada, y sin
embargo ella lo estaba. Ella era exactamente esa persona, pero no era la verdadera
ella. Eran las circunstancias.

Bookeater
Shadow Rider
― Estás de vuelta conmigo. ― El alivio tiñó su voz. Sus brazos se deslizaron
alrededor de ella otra vez y él la abrazó, su oído sobre el ritmo constante de su
corazón. Una mano regando caricias por su pelo.

― ¿Tienes pesadillas a menudo?

Ella tenía que darle la verdad si iba a darle lo peor de ella.

― Sí. Todo el tiempo. Yo no duermo más que unas pocas horas por la noche, ya
que vienen a menudo. Cada vez que cierro mis ojos.

Ella no levantó la cabeza. No podía decírselo mientras le miraba porque la


culpabilidad le abrumaría. Sabía cómo un hombre como Stefano reaccionaría a su
divulgación. Se lo había pedido, pero aún así, sabía que estaba fuera de los
diagramas de sobreprotección. Si estuviera realmente interesado en ella como una
mujer, lo sería aún más.

― Sueño con Cella y el asesinato. Casi todas las noches. Una y otra vez.

Hubo un silencio mientras su mano se movió en su pelo. Ella quería mirarlo, pero
no pudo obligarse a hacerlo. Aún no. No cuando le estaba tirándolo en el hoyo
donde vivían los demonios. No sabía cuándo había sucedido. Tal vez cuando había
estado tan enojado sobre los DVDs que le había entregado. El tono de su voz, su
aborrecimiento de que cualquier hombre pudiera actuar de esa manera hacia una
mujer, por un breve momento había dejado bajar la guardia y se había colado.

Su abrigo. La pesadilla de su vida. El dinero. La forma en que había hablado con el


niño. Alborotándole el pelo. Así de dulce. La mujer mayor, Teresa Vitale, que había
llorado y se fue para ayudarla. La forma en que hablaba sobre la gente de su
barrio. Había cuidado genuino allí. Irreal para ella cuando nunca había visto o
conocido nada como eso hasta él. Había encontrado una grieta en su armadura y se
había deslizado en pleno para que ella confiara en él cuando apenas lo conocía.
Cuando ella no confiaba en nadie.

― Lo siento, dolce cuore. ¿Cuando pasó esto?

Bookeater
Shadow Rider
No podía creer que pudiera sonar tan suave. Stefano no era un hombre gentil, sin
embargo, él lo había sido con Tonio, el niño, y Theresa Vitale, la mujer mayor.
Incluso con Lucía y Arno Fausti.

Se humedeció los labios y se obligó a mirar hacia arriba, en sus penetrantes ojos
azules.

― Hace un año. Casi dieciocho meses.

― Al igual que ayer, ― murmuró, sin dejar de acariciar su pelo. ― Lo siento


mucho.

Ella asintió con la cabeza, parpadeando para contener las lágrimas. Las secuelas de
una pesadilla que siempre la dejaba cansada y agotada emocionalmente, sin
embargo, completamente despierta, con miedo de volver a dormir.

― ¿Lo atraparon?

Ella se puso rígida. No pudo evitarlo. Su mirada comenzó a deslizarse, pero él


tomó su barbilla en un agarre irrompible.

― Respóndeme, Francesca. La verdad.

― Alguien confesó. ― Eso era estrictamente la verdad. ― Él no fue a la cárcel


porque era un enfermo terminal. Murió hace seis meses.

― Pero, ― convenció suavemente, ― no crees que fuera el culpable.

Tomó aliento, deseando poder tirar de la mirada de la suya, pero era como estar en
cautiverio. Ella estaba encadenada a él en cuerpo y alma, y no tenía ni idea de
cómo, a la débil luz de la ventana abierta, había sucedido. Había sombras por toda
la habitación. Su sombra se fusionó con la de la pared. Así era cómo se sentía
cuando estaba cerca de él de esta manera. Fusionada. Conectada. Una piel en lugar
de dos. Envuelta en las cadenas, de modo que ambos se ataran juntos de forma
irrevocable.

Bookeater
Shadow Rider
― No. No fue él. Entré y después lo vi. Yo lo conocía. Me habló. Se burló de mí.

Sus ojos azules se oscurecieron con el acero puro. ― ¿Él te amenazo?

Ella asintió lentamente. ― Se lo dije a la policía, pero no me creyó. Él tomó mi


trabajo, mi casa y todo lo que tenía. Dos veces en medio de la noche llegó con
algunos otros y rompió mi apartamento. Dañó las paredes, arrancando el inodoro,
rompió cosas, dejo arañazos horribles en el suelo. . .― Rompió a llorar, llevándose
la mano a la garganta porque temía que se asfixiaría hasta la muerte ante el bulto
grande bloqueando su aerovía.

― El podría hacer eso aquí, ― añadió en voz baja y jadeante.

― Toma una respiración, Francesca. Mira a tu alrededor. Soy propietario de este


hotel. Hay seguridad aquí. Estoy aquí. Él no puede llegar a ti y tampoco sus
amigos.

Ella tomó aire y se llevó el olor de él profundamente en los pulmones. La pesadilla


comenzaba a desvanecerse y con la claridad llegó el horror de lo que estaba
haciendo. No era el tipo de mujer para manipulara a nadie a hacer algo peligroso,
como ponerse de pie delante de ella, ya que sabía que Stefano lo haría para
protegerla de los gustos del hombre que había matado a su hermana. Era una cosa
despreciable a hacer, y no importaba cuales fueran sus circunstancias terribles, no
tenía derecho a arrastrar a cualquier otra persona en su pesadilla personal.

Trató de cambiar sutilmente, dar marcha atrás, ella misma se daría la oportunidad
de reconsiderar lo que estaba haciendo. Su brazo, encerrado en su espalda, la
mantuvo en su lugar.

― Stefano, él puede llegar a cualquiera. Tiene dinero. Poder. Los políticos y


policías en el bolsillo. Él almuerza regularmente con el gobernador de California y
el fiscal de distrito. Él juega al golf con el senador. Él corre en tu. . . ― Se
interrumpió, su mirada se deslizó de la de él. ― Círculo, ― terminó sin convicción.

― Su nombre.

Bookeater
Shadow Rider
Ella vaciló. Esto era lo que quería, pero no era correcto. Sería una persona terrible
si lo implicaba más de lo que ya estaba.

― Stefano, lo siento. Realmente no debería estar hablando acerca de esto, en


especial a ti.

No podía mirarlo. La vergüenza quemaba a través de ella. ― No me puedo


imaginar tu vida, la forma en que tienes que vivir, siempre pensando en que tienes
que proteger y cuidar de todos a tu alrededor. Tú haces que sea fácil desplazar las
cargas a tu espalda. No protestas. No te preguntas por el tiempo. acabas por tomar
el control y nadie tiene que preocuparse, pero... ― Su dedo pulgar se apoderó de
su barbilla, levantando su cara por lo que una vez más no tuvo más remedio que
cumplir con sus ojos.

― Bambina, yo soy ese hombre. No me hagas ser un santo, porque yo soy todo lo
contrario. No encontraras fácil vivir conmigo, y te aseguro, Francesca, que vamos a
vivir juntos. Yo sabía eso desde el momento en que puse los ojos en ti, que lo
quería. Puedes entregarme esas cargas, y no tendrás que volverte a preocupar
nunca. Con eso viene el precio de pertenecerme. Pero por encima de todas las
cosas, quiero que te sientas segura. Así que dime su nombre.

Se quedó sin aliento en sus pulmones ante su declaración. La idea de pertenecer a


él era a la vez aterrador y estimulante. No podía apartar la mirada de sus ojos. Ella
apenas lo conocía y sin embargo, sentía que ella había sabido que era para él desde
siempre. Sabía que era peligroso, posiblemente más peligroso que Barry Anthon,
pero aún así, esa conexión entre ellos era tan fuerte, que no podía imaginar no
tenerlo en su vida de alguna manera.

― Creo que te manipulé para llegar a este punto. No empezó de esa manera, pero
luego lo hice, y ahora. . . ― Ella se interrumpió cuando sus ojos brillaron. ―
Stefano, puede ser peligroso.

― Dime. Su. Nombre. ― Mordió cada palabra por separado. Enunciándolas a


ellas. Por lo que sonó como una orden.

― Barry Anthon. ― Ella dejó escapar su nombre, y luego se sorprendió de que lo


dijera.

Bookeater
Shadow Rider
Hubo un pequeño silencio. Ella sabía que él reconoció el nombre. ¿Cómo no
podría? Cuando dijo que corría en los mismos círculos, lo decía en serio. Anthon
incluso tenía su propio equipo de carreras, así como lo hacia la familia Ferraro.

El silencio se extendió, y su vientre se anudo. Sus dedos se cerraron en puños en su


fina camiseta, agrupando el material. Por supuesto. Debería haberlo sabido. ¿Por
qué iba a creer en su palabra y no en la de la policía? ¿Sobre Anthon? Había estado
tan empeñada en salir de la pesadilla y sintiéndose tan culpable que no se había
detenido a pensar en si él la creería o no. Que estúpida. Nadie más la había creído.
Ni los propietarios que la echaron de los apartamentos que había alquilado y,
supuestamente, dañado. Ni su jefe, con el que había trabajado desde sus años de
adolescencia. Ni la policía que la detuvo por destrucción de propiedad. Ni los
jueces o incluso los abogados que la defendieron. Nadie le creía acerca del
asesinato de Cella.

Se esforzó por alejarse de él, en contra de la barra de fuerza de su brazo, con las
manos apoyadas en el pecho para empujarlo lejos.

― Quieta, ― ordenó en voz baja, sus ojos sobre ella, pero estaba claramente en otro
lugar. ― Barry Anthon tercero, supongo. Él tiene algo de reputación con las
mujeres.

Lo mismo hacían los hermanos Ferraro. Había leído todo acerca de ellos en las
revistas que Joanna le había dado. Ella no dijo ni una palabra. Tendría que liberarla
en algún momento, y luego iba a encontrar una manera de irse. Podía quedarse en
la calle como Dina. La idea le hizo sentir un poco histérica. Lo había hecho y había
sido horrible, peor que horrible.

― Tengo que lavarme la cara. ― Necesitaba distancia. Tenía que poner todo en
perspectiva, y no podría hacer eso cuando estaba tan cerca de él.

Su mirada buscó la de ella durante mucho tiempo. Se sentía como si hubiera visto
directo dentro de ella, en lo más profundo de sus secretos, su vergüenza por la
participación de él, su temor de que como todos los demás, él no creería que un
hombre como Anthon hubiera establecido de manera sistemática la destrucción de
toda su vida hasta que ya no tenía nada. Ni casa. Ni amigos. Sin dinero. Sin
manera de conseguir un trabajo. Ella aplastó el sollozo que saltó.

Bookeater
Shadow Rider
Stefano corrió la yema del pulgar por su cara, trazando su alto pómulo y
abriéndose paso lentamente a los labios. Frotó el pulgar por su labio inferior, sus
ojos oscureciéndose hasta que su aliento se atrapó en sus pulmones y simplemente
se quedo allí. Una extraña palpitación comenzó profundamente dentro de ella, baja
e insistente.

― Voy a hacerte chocolate caliente. Si yo no tengo, voy a llamar a la cocina.

― Es demasiado tarde para el servicio de habitaciones, ― señaló.

Sacudió la cabeza. ― ¿Qué parte de 'Soy el propietario del hotel' no entiendes? Si


llamo abajo, me consiguen lo que quiero, incluso si tienen que enviar afuera por él.

― Estás estropeado, Stefano.

― Supongo que lo estoy, ― estuvo de acuerdo. ― No demoro mucho.

Se deslizó fuera de la cama, colocándose de pie en un movimiento fluido que era


toda gracia y poder. Estaba vestido con un fino pantalón de chándal y estaba
segura de que no lo llevaba a la cama. Se había puesto una camiseta ajustada, y se
veía tan bien como lo hacía en sus trajes de tres piezas, aunque el aspecto era
completamente casual.

Francesca lo vio caminar fuera de la habitación, hipnotizada por la forma en que se


movía. Podía mirarlo por horas. Escuchar el sonido de su voz, incluso cuando
estaba totalmente enojado y asustaba la mierda de ella, a ella le gustaba el tono,
pero cuando estaba siendo suave, su voz la tocaba como la más suave de las
caricias sobre su piel. Stefano era más grande que la vida y dominaba una
habitación, así como todo el mundo en ella.

Cuando salió, tomó el calor con él. Se estremeció y envolvió sus brazos alrededor
de su cintura, meciéndose suavemente para calmarse a sí misma. Él era letal para
las mujeres de una manera que un hombre como Barry Anthon, a pesar de su
riqueza, nunca podría ser. Stefano podría gruñir, él incluso podría maltratar a una
mujer, pero nunca le haría daño. Nunca. Ella lo sabía por instinto, como si
estuviera escrito en algún lugar de piedra.

Bookeater
Shadow Rider
Obligó a sus piernas rígidas a enderezarse para poder deslizarse hacia el borde de
la cama. Después de sus pesadillas, su cuerpo estaba siempre doloroso, como si
hubiera corrido una carrera cuesta arriba, o metido en una pelea física y hubiera
perdido. Había hecho algo muy malo, manipuló a un buen hombre para que se
sintiera responsable de ella y luego arrojó hacia afuera el nombre de uno de sus
colegas. ¿Qué tan increíblemente estúpido fue eso? Estaba avergonzada de sí
misma y enojada, también. Ella lo sabía mejor. Era una persona mejor que eso.
Cella la había criado, y ella estaría avergonzada de ella.

Descalza, caminó hacia el baño reluciente. Era grande, más grande que la cocina y
el dormitorio combinado de su pequeño apartamento. La bañera era muy atractiva,
y ella se quedó mirándola con nostalgia mientras que sólo se quedó allí, tratando
de decidir qué hacer.

Stefano estaba probablemente llamando directo a Anthon en ese momento. ¿Cómo


podría haber sido tan descuidada? Incluso Joanna no sabía todos los detalles, pero
Francesca había sido tan egoísta diciéndole a Stefano la verdad, porque necesitaba
sentirse segura, con ganas de permanecer en el territorio Ferraro porque le gustaba
el barrio, y en secreto porque se sentía atraída por él. Le serviría bien si él estaba
hablando con Barry en ese momento.

― Francesca, consigue ponerte en movimiento. ― Parecía impaciente. Mandón.


Así como él.

― Mantén tus bragas, ― volvió a llamar, sonriendo ante el exasperado sonido de


su voz. En el momento en que la amonestación salió, ella puso una mano sobre su
boca. No tenía necesidad de hacerlo enojar por ser auto inteligente con la boca, o
peor aún, porque pensara que ella estaba coqueteando. Se podría decir que se
sentía atraída, y ella lo estaba sin duda, pero él no era el tipo de hombre para una
mujer como ella, bajo ninguna circunstancia, por no hablar de la que ella se
encontraba.

En este momento, ella era una damisela en apuros y él era el caballero blanco al
rescate. Incluso le había ayudado a manipularlo el pensamiento de que ella era sólo
eso. Hasta que ella había revelado el nombre de su enemigo.

Bookeater
Shadow Rider
Se había comprometido a reconstruir su vida y a encontrar una manera de tomar a
Barry Anthon hacia abajo. Ella. No otra persona. Ahora estaba pensando con
claridad de nuevo, no iba a empujar en su lucha a cualquier otra persona. Era muy
peligroso. En cualquier caso, las posibilidades de que Stefano Ferraro y Barry
Anthon fueran amigos eran extremadamente altas.

Se recogió el pelo hacia atrás, trenzándolo y, sin un lazo de pelo, lo dejo al lado
izquierdo confiando en que se quedara trenzado el tiempo suficiente para lavarse
la cara. El jabón era un gel y olía como el cielo. Al lado del gel estaba una crema
hidratante y se enjabonó.

Cuando ella salió de la habitación, Stefano estaba justo allí, apoyado


perezosamente contra la pared del pasillo frente a su puerta.

― ¿Acabas de decirme que mantenga mis bragas?

Su voz tenía un tono muy bajo. Tranquilo. Su corazón tartamudeó.

― Puede que lo haya hecho. Eso depende, ― pretendió cubrirse.

― Hmm.― Se enderezó en uno de sus poderosos, movimientos fluidos y


controlados que podría robar a una mujer la respiración durante el próximo siglo,
y tendió la mano. ― Creo que te sientes mejor. Me bromeaste. La gente no bromea
conmigo, Francesca. No. Nunca.

― ¿Ellos no lo hacen? ― Ella trató de parecer inocente, mirándolo primero a la


cara y luego a su mano. No pudo leer su expresión por lo que ella deslizó su mano
en la de él. Al instante sus dedos se cerraron alrededor de los suyos. Calientes.
Apretados. Marcando. Él dio un pequeño tirón y empezó a bajar a la sala con ella.
― ¿Ni siquiera tu hermana?

― No. Ni siquiera mi madre.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿Por qué no? Creo que bromear es justo lo que necesitas. Creo que, a partir de la
observación, tiendes a tener todo lo que quieres. ― Su corazón latía demasiado
rápido. No sabía por qué estaba tomándolo del pelo, pero era mejor que tenerlo
tirándola a ella hacia la calle. Mucho mejor. Aún así, no era cierto que tuviera todo
a su manera. Él no había querido dejar la pizzería. Estaba disfrutando de una cena
con ella, pero él se fue por Teresa Vitale.

Se supone que era arrastrado a menudo de cosas que quería hacer para que
pudiera ayudar a los demás.

― Necesito obediencia instantánea, ― dijo.

Él le sonrió y su corazón casi se detuvo. Encontró imposible respirar. Tenía la más


sexy sonrisa que jamás había visto en su vida. Podía conseguir casi todo de ella con
esa sonrisa. Fijando la vista en él, casi dejó de moverse porque no podía recordar
cómo caminar. Su cerebro cortocircuitado. Ella se concentro en poner un pie
delante del otro y lo siguió a la cocina muy amplia.

Francesca miró a su alrededor. ― Vives en un hotel. ¿Por qué necesitas una cocina
de esta manera? ― Tocó la estufa con dedos reverentes. ― Están en perfecto
estado. Podría hacer cosas en esta cocina.

― ¿Cocinas? ― Él le soltó la mano y señaló la silla de cuero de respaldo alto en el


bar. Francesca asintió mientras se subió a la banqueta.

― Yo amo cocinar. Al crecer, Cella trabajaba y yo me hice cargo de la casa. Pasé


mucho tiempo viendo los canales de cocina y probando recetas hasta que aprendí
el arte de la cocina, y es un arte, si lo amas, lo que hago. Incluso después de que
tuve suficiente para edad trabajar, cocinaba.

― Nunca he cocinado, ― admitió. ― Nada que no esté envasado, y que no tiene


un sabor tan bueno.

― ¿Al crecer, no aprendisrt? ¿Tu y tus hermanos pensaban que era el trabajo de la
mujer? Algunos de los mejores chefs del mundo son hombres. ― Ella estaba un
poco decepcionado de que pudiera pensar de esa manera. No era una sorpresa, sin
embargo.

Bookeater
Shadow Rider
― Mis hermanos y mi hermana estaban demasiado ocupados aprendiendo otras
cosas que se consideraban necesarias por la familia. No tuvimos mucha infancia, y
sin duda no nos animaron a aprender a cocinar. Aunque, hablando de eso, Taviano
es un excelente chef, pero aprendió en Europa, ciertamente no de nuestra madre.

― ¿Otras cosas? ― Ahora ella tenía curiosidad. No podía decir por su tono
estrictamente neutral si era o no totalmente feliz con su infancia.

Se sirvió chocolate de una cacerola en la estufa, añadió nata montada de una lata y
puso una taza de chocolate caliente delante de ella.

― Comenzamos a entrenar desde el momento en que somos niños pequeños.


Idiomas, artes, artes marciales, boxeo, lucha, jiujitsu, todo tipo de armas, montar a
caballo, habilidades en conducción y por supuesto se esperaba que
sobresalieramos en todas las materias en las escuelas privadas a las que asistimos.
Debíamos estar en la parte superior de la clase o estábamos en problemas.

Ella no sabía qué decir a eso. Su revelación era inesperada. No sonaba mucho como
a una infancia para ella, y tuvo que volver a evaluar una vez más lo que pensaba.
Podría tener todo el dinero del mundo, pero su infancia había sido sólo eso: una
infancia.

― Pensaste que pasamos todo el tiempo jugando al polo y dedicados a las carreras
de autos?

― Y a perseguir mujeres, ― corrigió ella, tratando de hacer una broma.

Su mirada saltó a su cara. Ella respiró. Déjalo salir. Tuvo que pedirse. Los
músculos de su estómago estaban atados en nudos y supo que estaba a un paso del
pánico. ― ¿Lo llamaste? ¿A Barry Anthon?

Sus manos se apretaron alrededor de la calidez de la taza, levantándola, pero sin


tomar la bebida. ― ¿Le llamaste y le dijiste que estaba aquí?

Su mirada se desvió por encima de su cara. ― No piensas muy bien de mí,


¿verdad?

Bookeater
Shadow Rider
Ella se calmó; su corazón se sacudió con fuerza. Puso la taza de chocolate sobre la
barra y se obligó a mirarlo a los ojos. ― Eso no es cierto.

― Sí lo es. ¿Crees que soy como Barry Anthon? ¿Qué tengo demasiado dinero y no
sé lo duro que el trabajo es? No quieres tomar mi abrigo a causa de mi dinero. No
deseas permitir que te ayude en absoluto.

Sus hermosos rasgos eran pedregosos, sin expresión, sus ojos azules brillando en
ella, pero era su tono lo que le llamó más que cualquier otra cosa. Solo había el más
mínimo indicio de daño allí. Si no hubieran estado extrañamente conectados, sabía
que se lo habría perdido, pero la conciencia de cada pequeño matiz estaba allí,
porque era tan consciente de él.

― No eres nada en absoluto como Barry Anthon, ― dijo. ― Stefano, si pensara por
un momento que eras como él, yo no estaría aquí en este apartamento contigo. Voy
a admitir algún perjuicio, cuando te vi por primera vez, pero eso cambió muy
rápidamente.

― No te relajas alrededor de mí.

― Bueno, eso es porque eres. . . ― Se interrumpió con un pequeño movimiento de


la mano, el color arrastrando en su cara. Él inclinó la cabeza hacia un lado, una
sonrisa lenta suavizando el borde duro de su boca, dándole ese atractiva incline
que dispersaba calor enviándolo por sus venas.

― ¿Soy qué?

Ella apretó los labios con fuerza para no soltarle la verdad. Que era precioso. Sexy.
Peligroso. Caliente. Todas esas cosas. Todo lo que ella no era. Estaba tan lejos de su
alcance que no era gracioso. Él no tenía nada que ver con Barry Anthon, pero
corría en los mismos círculos.

― Es simplemente lógico que te gustara tener más información acerca de mi


situación, y como conoces a Barry, qué mejor manera de adquirirla que hablar con
él personalmente. ― Era prudente cambiar de tema.

Bookeater
Shadow Rider
― Definitivamente quiero la información sobre lo que pasó, pero estás aquí
conmigo. ¿Por qué no habría de pedirte el resto de la información a ti misma?

Agachó la cabeza. ― Tal vez piensas que te mentiría.

― ¿Y lo harías?

Ella sacudió su cabeza.

― Yo podría estar tentada a dejar las cosas así. O simplemente negarme a


decirtelo. Todo es bastante inverosímil, y nadie más que Joanna me ha creído. Le
creen a Barry.

― Barry no sabría la verdad si le diera en la cara. Ha estado haciendo mierda


desde el día en que nació. Le paga a la gente para creer en él, pero eso no significa
que sea cierto, Francesca.

Ella levantó la barbilla, tratando de no sentir esperanza.

― Debes saber, que aparte de ser detenida y estar en la carcel por perjudicar la
propiedad, también he estado durante setenta y dos horas en un hospital. ― Ella
no apartó los ojos de él, en espera de ver una condena. Todo el mundo pensó que
había perdido su mente, ¿por qué no él? Aún así, en el fondo, donde estaba la
conexión extraña, no pensaba que fuera a creer lo peor que dijo sobre ella,
tampoco.

Mantuvo la mirada fija en la de ella. Inquebrantable. Inexpresivo. Su corazón latía


con fuerza. Agarró la taza de chocolate con tanta fuerza que sus nudillos se
volvieron blancos. Su mirada cayó a las manos y llegó, con suavidad haciendo
palanca con los dedos sobre la taza. Su pulgar se deslizó sobre sus nudillos.

― Cuando Barry hace algo, él es exhaustivo, pero es repetitivo. Una vez que algo
funciona para él, sigue usándolo.

― ¿Estás diciendo que ha hecho esto antes? ― Floreció la esperanza. ― ¿Qué


tienes de él?

Bookeater
Shadow Rider
Su aliento dejó sus pulmones en un apuro. ― ¿Por qué crees que tengo algo en él?

― Debido a que no estás muerta. Él te habría matado si hubiera podido. Si nos


fijamos en la cuenta bancaria del hombre condenado por el asesinato de tu
hermana, habrá una gran cantidad de dinero que su familia heredará cuando
muera. Esta no es la primera vez que algo así ha sucedido en torno a Barry Anthon.
Obviamente, si lo viste en la escena del crimen y ha trabajado tan duro para
desacreditarte, es porque él te tiene miedo. Él tiene dinero y poder. Tiene policías y
políticos en el bolsillo. No te tendría miedo a no ser que lo que tienes pudiera
arruinarlo y no puede correr el riesgo de matarte hasta que lo consiga de nuevo.

Su pulgar frotó suavemente los nudillos. Se sentía exquisita. Cada vez que la yema
del pulgar se deslizó entre sus nudillos, sintió su toque fundiéndose a través de la
piel desnuda y hundiéndose en su torrente sanguíneo. Ella tembló, pero no pudo
evitarlo. Su cuerpo estaba sintonizado al suyo. Cobró vida por el suyo. No tenía
sentido, pero, la química nunca lo hacía.

Ella respiró. ― Yo no te conozco, Stefano.

― Ya sabes cómo soy. ― Se llevó la mano a la boca, los labios moviéndose sobre
sus nudillos en la forma en que su pulgar hacia, sólo que esta vez era mucho mejor.
De manera más intensa. Sentía una respuesta bobinando en caliente en la unión de
sus piernas.

― No tienee que decirme. . . todavía. Tomate el chocolate. ― Él le soltó la mano.

Ella cerró los dedos alrededor de la taza de nuevo porque cuando no lo tocaba
sentía frío, y era un alivio que él creyera que ella, conocía al verdadero Barry. Al
engañoso, y asesino Barry.

― ¿Ha hecho esto antes? ¿Destruir la propiedad ajena y hacer que parezca que
alguien más lo hizo? ― ¿Asesinar? Ella no se atrevía a preguntar eso.

― Todo ello, hasta el momento en la cárcel y el hospital, ― confirmó Stefano. ― A


él le gusta presumir de que nadie se le puede cruzar. Amenazó a un par de
conductores. Ellos terminaron dejando de correr. No conocí la historia hasta un par
de años más tarde, pero no conducían para otra persona, ya que tenían miedo de
él. Acabó con sus carreras.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿Alguna vez te ha amenazado? ― Preguntó Francesca con cautela.

― Bambina.

Una palabra. Dicho todo. Su tono. Divertido. Arrogante. Completamente seguro.


Se estremeció de nuevo, pero esta vez porque podía ver el peligro en él. Él no era
un hombre con que otros hombres se cruzaran. ¿Si Barry tenía demasiado miedo
de amenazar a Stefano, que hacía eso a Stefano? El pensamiento revoloteó por su
mente espontáneamente.

Tomó un sorbo de chocolate para comprarse tiempo. Estaba delicioso. No había


manera de que fuera de un paquete. ― Tú hiciste esto.

Diversión se deslizó en el azul profundo de sus ojos. ― Sí. Yo lo hice.

― ¿Cómo aprendiste a hacer tan rico chocolate?

― Tengo una hermana menor. A menudo tenía dificultades para dormir por lo que
entraba en mi habitación, me despertaba y me gustaba hacerle chocolate.

Ella pensó que era extraño que su hermana lo despertara en lugar de a sus padres,
pero no habló más por lo que tomó otro sorbo del delicioso chocolate.

― He estado pensando en tu situación de vivienda. Y he llegado a una gran


solución. John Balboni y su esposa, Suzette, los dueños de la ferretería, han querido
viajar por un tiempo, pero ella está nerviosa de dejar su casa sin supervisión y se
metieron en problemas financieramente hace un par de años. Tienen una
habitación de invitados pequeña. Creo que sería mutuamente beneficioso si
pudieras vivir en esa unidad. Estarían felices, y podrían utilizar el dinero y ella se
sentiría cómoda de dejar su casa.

Parecía perfecto, pero. . .estaba Barry. Si se daba cuenta de donde se alojaba,


vendrían detrás de ella. Él destruiría cualquier propiedad. El edificio de
apartamentos horrible, donde había vivido no importaba mucho, pero los Balbonis
sonaban como una buena pareja que no podía permitirse el lujo de tener su cuarto
de invitados destruido.

Bookeater
Shadow Rider
Él asintió con la cabeza como si estuviera leyendo su mente. ― Ves el problema.
Barry esta, probablemente, en tu buscaahora. ¿Cómo pagaste por tu billete de
autobús?

― Cuando salí del hospital, yo sabía que tenía que alejarme de la influencia de
Barry, así que me quedé en la calle y en los refugios. Yo sabía que tenía a alguien
que me observaba. La gente de la calle se cuida entre sí y me ayudaron a evadir el
observador. Joanna me había enviado el dinero y yo lo utilicé para comprar un
billete de autobús. Me deshice de toda mi ropa, la vendí entre ellos, o la comercié
en la tienda de segunda mano para que no pudieran reconocer nada de lo que
llevaba. Abordé el autobús y vine aquí.

― Pero sabes que va a encontrarte. ― Él hizo una declaración.

Francesca asintió. ― Finalmente. Tenía la esperanza de poder tener la oportunidad


de volver a mantenerme antes de que él lo hiciera. Él me dejó demasiado
aterrorizada y demasiado agotada.

― Así que vamos a tener que cambiar de planes. Este hotel es seguro. Vas a tener
que quedarte aquí. Conmigo. No llegará más allá del equipo de seguridad y no hay
manera de que pueda destruir el lugar donde te vas a quedar.

Francesca contuvo la respiración. Sus ojos se encontraron. La tentación era un


hombre que era tan bello que parecía como el pecado. ― Stefano. . . Gracias, pero
no puedo aceptar.

― Yo no te estaba preguntando, bella. Es la única solución. Te mantienes a ti y a


todos los demás seguros. Además. He querido caer sobre Barry Anthon durante
mucho tiempo. Permanecerás aquí y voy a poner un plan en conjunto para atraerlo
fuera. No te preocupes. Yo me ocuparé de ti. Él no va a estar cerca de ti. Contigo
bajo mi protección, va a tener que cambiar su juego. Se siente cómodo con ese
juego, y va a empezar a cometer errores.

― Pero no puedo dejar. . .

― ¿Mierda, es que no me oyes? Vas a quedarte aquí. Conmigo.

Bookeater
Shadow Rider
Estaba de nuevo tomando posesión, la impaciencia en su voz. Dejó escapar el
aliento. No tenia tanto miedo de Barry como de quedarse con Stefano. No podría
perder su cuerpo con él; ella definitivamente perdería su corazón. Sin embargo,
incluso sabiéndolo, no pudo resistir la tentación. O la seguridad. O esa cama. Ella
asintió despacio.

Bookeater
Shadow Rider
9

Francesca se precipitó fuera de su habitación, el pelo todavía


húmedo, vestida con una falda suave que le caía hasta los tobillos y una camisola
que enfatizaba sus pechos generosos y su caja torácica estrecha. Nunca se había
puesto nada por el estilo en su vida, pero había visto sin duda los dos elementos
antes; los había admirado en la ventana de los tesoros de Lucía. Tenía ropa interior
nueva, un cajón lleno. Cada par de bragas y sujetador era exquisito, nuevo, algo
tan increíblemente agradable que nunca los había usado antes. Los quería, pero no
pertenecían a ella. Necesitaba ropa porque tenía que ir a trabajar, pero esto era
demasiado. ¿Cómo había logrado Stefano adquirir la ropa a las tres o cuatro de la
mañana? Y tenía que haber sido después de las tres o cuatro. ¿Y cómo la habían
metido en su habitación?

― Esto no es mío, ― lo saludó, tratando de no mirarlo. Por supuesto que se veía


precioso, ya vestido con un traje de tres piezas a rayas, su cabello oscuro brillante
bajo las luces en la mesa del desayuno. Él levantó la vista de la lectura que
claramente tenía que tener algún tipo de informe, sus ojos azules satisfechos en los
suyos. Su corazón tartamudeó en su pecho y su amonestación murió en su
garganta. Nadie debía verse tan bueno en la mañana. Stefano sonrió, su mirada a la
deriva sobre ella.

― Estás preciosa. Buenos días. Pedí desayuno. No estaba seguro de lo que te


gustaría, así que tomé la decisión de huevos y patatas. Nos mandaron exprimido
zumo fresco de naranja y café. Hay té, si lo prefieres.

― ¿Stefano, donde está mi ropa?

Bookeater
Shadow Rider
Se levantó y se acercó a ella. Sus largos dedos se asentaron alrededor de su codo y
la condujo a la silla opuesta a donde había estado sentado. Se dejó caer en ella más
porque tenía las rodillas repentinamente débiles que porque quisiera sentarse. En
realidad, quería caminar, para seguir sintiendo el roce del suave material sobre sus
piernas.

Una vez que se hubo sentado, se deslizó en su silla frente a ella y sonrió, una de
sus asombrosas y calientes sonrisas, que envió a su temperatura a elevarse. Tuvo
que recordarse a sí misma mantener el rumbo porque tendía a freír su cerebro.

― Lamentablemente, hubo un pequeño accidente con tu ropa. Ricco dijo que no


sobrevivió, así que por supuesto, ya que había sido confiada a nuestro cuidado, la
familia te ha proporcionado nuevas. En el momento en que salgas del trabajo,
tendrás los pantalones vaqueros y las camisetas para un desgaste más informal. No
había tiempo suficiente la noche anterior.

Tomó un sorbo de café, ya que necesitaba desesperadamente la cafeína para hacer


frente a su evidente tono.

― ¿Mi ropa sufrió un accidente?

El asintió. ― Tristemente.

Ella entrecerró los ojos y le dio su mejor ceño fruncido. ― ¿Tu abrigo logró salir
intacto?

El asintió. Sobrio. Su hermoso rostro con desconfianza inocente. ― Sí. Estuve muy
aliviado. Mi hermano salvó mi abrigo, pero no alcanzó a apoderarse de tu bolsa de
lona. Ella flotó río abajo.

― Oh. Mi Dios. Estás tan lleno de ti, Stefano.

Francesca tomó un bocado de huevos revueltos y sacudió la cabeza.

― No tengo ni idea de a qué te refieres. Estoy simplemente repitiendo lo que me


dijo Ricco. No me puedo imaginar que él mintiera.

Bookeater
Shadow Rider
Ella tuvo que esforzarse para no reírse. ― Seguro.

Él levantó una ceja. ― Espero que hayas dormido mejor anoche, después del
chocolate caliente. Emmanuelle jura que siempre funciona para ella.

Ella asintió. ― Si, así fue. Pero no hemos terminado con la discusión de la ropa.
¿Cómo hiciste para conseguir todo esto en medio de la noche?

Se encogió de hombros. ― Arno Fausti, es el dueño de la tienda, es un buen amigo


mío. Él abrió la tienda inmediatamente cuando le dije que habíamos perdido
accidentalmente tu ropa.

― ¿En medio de la noche? ¿Smplemente lo llamaste y abrió la tienda? ― Parecía


que el café era más importante que la comida. Lo necesitaba claramente para
mantenerse en forma a su alrededor. Estaba totalmente sin complejos.

― Es un amigo. Y ya te has convertido en una de sus favoritos, así que estaba feliz
de hacerlo.

Eso le gustaba porque Lucía y Arno eran sin duda de sus favoritos. ― Y como
metieron la ropa en mi habitación, ¿cómo?

De nuevo se encogió de hombros. ― Yo sabía que la necesitarías en la mañana. La


puse yo mismo en tu cuarto.

Mientras que estaba durmiendo. Ella suspiró. ― Por mucho que me encante la
ropa, no puedo aceptarla.

Él sonrió. Habría recurrido a la violencia, pero incluso su sonrisa era atractiva y en


su lugar, ella se le quedó mirando, asombrada de que un hombre pudiera verse tan
bien como él lo hacía. Se tomó unos momentos para aliviar el hechizo que Stefano
creaba en ella. Se humedeció los labios y bebió el jugo de naranja. Era
extraordinario. Al igual que su ático. Como la ropa. Como él.

Bookeater
Shadow Rider
― Supongo que podrías usar mi camisa para trabajar. Me gusta la idea de que uses
mi camisa todo el día, pero Pietro podría objetar. Por otro lado, te ves. . . atractiva
en ella, y podría atraer a aún más clientes cuando se corra la voz. Aunque, si estoy
siendo estrictamente honesto, no estoy seguro de que quiera que otros hombres te
vean en mi camisa.

― Puedo ver que contigo requiero al menos dos tazas de café.

― Somos responsables de la pérdida de tu ropa. Por supuesto que nos gustaría


reemplazarla. Cambiemos el tema.

― Así no más.

― Bambina.

La forma en que dijo esa pequeña palabra, como si fuera un cariño, la reprendió,
derritió sus entrañas. Era el tono de su voz. Le gustaba que él la llamara su bebé o
amor e incluso a veces hermosa. La forma en que se centraba en ella, tan
completamente la hacía sentir especial. La apreciación de sus ojos la hacía sentirse
hermosa.

Sabía que no iba a ganar la discusión. Sus ropas se habían ido y había que comprar
otras nuevas, nueva ropa exquisita que nunca se podría haber permitido por su
cuenta. Nunca. Ni en el transcurso de su vida.

― ¿Y el maquillaje y otras cosas en mi cuarto de baño?

― Todo se perdió. ― Se encogió de hombros, desechando el tema. ― Te llevaré al


trabajo esta mañana. Si tu vas a salir de la tienda, textéame.

― Stefano, ¿por qué en el mundo iba a hacer eso? ― Como si pudiera. No tenía un
teléfono celular. Ya le ha dicho eso. No era como si tuviera el dinero para salir y
conseguir uno, mucho menos para pagar un plan.

Sus ojos se oscurecieron a un azul tormentoso. la inmovilizó. El aire de la


habitación se espesó con calor. Su calor.

Bookeater
Shadow Rider
― Porque te lo pido. ― Supuso que era una respuesta bastante buena cuando
estaba sentada en su ático, comiendo su comida, usando la ropa que le había
comprado y bajo su protección.

― No puedo. ― Cuando la cabeza se sacudió y la habitación se hizo aún más


aterrador, ella levantó la mano. ― dije que no puedo, no que no lo haría.
¿Recuerdas? No soy dueña de un teléfono celular, te dije que no tenía uno. ―
Podía verlo luchar por el control.

― Eso fue antes de saber acerca de Barry. ― Se inclinó hacia ella. ― Francesca.
¿Tienes un enemigo como Barry Anthon y no tienes un teléfono celular para llamar
al 911 si se pone al día contigo? ― Su voz era de un tono bajo. Suave terciopelo.
Totalmente amenazante. ― Debe ser tu primera prioridad.

Su corazón latía con fuerza. ― No podía permitirme uno, mucho menos pagar un
plan. En cualquier caso, la policía no me creerá, Stefano. Nadie lo hace. Y si él me
alcanza. . .

― Voy a estar de pie delante de ti. Te lo dije, voy a idear un plan. Sólo dame unos
días. Mientras tanto, quiero saber que estás a salvo. ― Miró su reloj. ― Tengo que
hacer una mierda esta mañana, pero Emilio velara por ti. Voy a enviarte un celular
a la tienda. Utilízalo. Mi número estará programado, y quiero saber dónde te
encuentras en todo momento. No estoy siendo controlador. Necesito saber que
estás a salvo.

― Estáa controlándome, ― le corrigió.

― Es cierto, ― estuvo de acuerdo, sin sonar completamente arrepentido. ― Pero


todavía necesito saber que estás a salvo.

No había ningún sentido en discutir. Stefano, era una ley en sí mismo, y él le


conseguiría el teléfono y Emilio estaría esperando justo fuera de la tienda, no
importa lo que dijera. Quería su protección y ahora que la tenía, no podía hacer
exactamente un berrinche por la forma en que elegía dársela.

― Bueno.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿Bueno?

Ella le sonrió. ― No veo ninguna razón para argumentar cuando se que vas a
hacer lo que quieres. La comida es deliciosa. No me di cuenta de que la comida del
hotel podría ser muy buena.

― Nuestro hotel ofrece lo mejor de todo. Nuestros chefs son increíbles. Los
pasteleros son así. Esta noche, después del trabajo, tendrás que probar algunos de
los postres.

― Puedo ver que si me quedo por aquí mucho tiempo voy a terminar ganando
peso. Pizza, pasteles y sorprendente comida.

― Podrías usar unas cuantas libras. No me gusta que no estuvieras comiendo.


Dina me dijo que no tuviste algo de comer durante un par de días.

― ¿Dina? ¿Has hablado con Dina?

― ¿Por qué no lo haría? Ella vive en nuestro vecindario. Es parte de nosotros.


Prefiere vivir en la calle por lo que la hacemos lo más cómoda posible. Tiene un
pequeño cobertizo de madera que hemos construido para ella en el callejón detrás
de la ferretería, en el que puede entrar por las noches, cuando son demasiado frías,
se trata de una casa principal y duerme en el garaje. Hay calefacción radiante por
el suelo. Tiene un cuarto de baño y mantas calientes. Es lo más que nos deja hacer
por ella, aparte de nuevas botas calientes una vez al año y a veces ropa. No sé qué
le pasó a su abrigo, tenía uno muy agradable.

Apoyó la barbilla en la palma de su mano y trató de no devorarlo con los ojos. Le


encantaba que él se hiciera cargo de la mujer sin hogar en su vecindario. Ella lo
había juzgado mal.

― Eso es increíble.

Bookeater
Shadow Rider
― Realmente no. Es un ser humano con algunos problemas. Toda su familia murió
en un accidente de coche. Su marido, tres hijos y una hija. Fue la única
sobreviviente. No hay parientes. Ella simplemente se rindió. Hemos intentado
conseguirle ayuda. Utilizarla para enseñar en la escuela. En la escuela secundaria.
Tenía todo tipo de premios y sus estudiantes la amaban. Pero después del
accidente se dio la vuelta al alcohol para aliviar el dolor. Ella salió de su casa, un
día y se dejó llevar. Ella terminó aquí.

Había una tristeza subyacente que la fascinaba en su tono. Él realmente se


preocupaba por Dina, ella se daba cuenta, y eso la dejó sin aliento. Stefano Ferraro
era muchas cosas, y la mayoría de ellas eran increíbles, atractivas y maravillosas. A
ella le gustaba. Podría ser mandón, arrogante y controlador, pero eso era sólo una
pequeña parte de lo que él era.

― ¿Cómo sabes todo eso? Dina apenas me habló.

― Yo prefiero saber todo lo que hay que saber acerca de los que están en nuestro
vecindario. Especialmente una mujer que está viviendo sola en las calles. Hace
mucho frío aquí a veces y luego no quería que nada le sucediera. Tomó un poco de
persuasión para que usara el garaje, pero sabe dónde está la llave y ahora sé que va
a ir ahí. Vemos que se alimente, pero tenemos que tener cuidado de cómo lo
hacemos. No le gusta demasiada atención.

Se dio cuenta de que usó el término mucho. Supuso que se refería a su familia.

― Estás muy cerca de tu familia, ¿verdad?

― Mis hermanos y primos, sí. Supongo que mis tías y tíos, también.

No mencionó a sus padres; de hecho, había sido muy específico sobre los que
estaban cerca de él y los había dejado a ellos afuera. Quería preguntar, pero
decidió que no era lo mejor.

― ¿Eras cercana a tu hermana? ― Su voz tenía un tono bajo. Amable.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿A Cella? Sí. La adoraba. Ella me crió después de que nuestros padres murieron.
Ella no tenía por qué hacerlo, era muy joven aun, pero insistió en que no era una
carga.

― Por supuesto que no lo era. No había manera de que tu hermana te viera como
una carga. ― Su voz era suave. Persuasiva. Pero cierta. Como si no pudiera
concebir que la familia fuera una carga para alguien más ya que para él no lo era.
Él la hipnotizaba. Todo en él. Se obligó a mirar hacia otro lado y terminar su café.
Incluso logró comer un poco de los huevos y patatas, pero había pasado sin comer
demasiado a menudo por lo que no tenía mucho espacio en el estómago para
comer grandes porciones.

― Después del trabajo, te voy a mostrar todo el ático. Tiene un buen número de
habitaciones. Tengo una sala de formación para artes marciales, armas y boxeo.
También tenemos una sala de entrenamiento con pesas y varias máquinas tales
como cintas de correr. Te invitamos a utilizar cualquiera de ellas, pero necesitas
terminar si vamos a llegar a trabajar a tiempo.

― Terminé.

― No comiste mucho.

Ella no respondió. Estaba aprendiendo de sus tácticas. No le gustaba participar en


argumentos; así que dos podrían jugar ese juego. Le sonrió y se levantó, colocando
su servilleta doblada al lado de su plato.

― El desayuno fue maravilloso, gracias. Iré a cepillarme los dientes y en seguida


salgo. Gracias por el cepillo de dientes. Es muy apreciado.

Se levantó con ella y la vio irse a su dormitorio. Ella sabía que lo hizo porque sintió
su ardiente mirada en ella. Él era así. . . potente. Viril. Masculino. Tomaba toda la
habitación con sus amplios hombros y su presencia. Descubrió que no podía tomar
una respiración sin llevarlo en sus pulmones.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca recordó que Stefano Ferraro estaba fuera de su alcance en todos los
sentidos. El podía estar interesado en ella, ya que no podía negar que la química
era fuera de serie, pero su unión no duraría. Se aburriría de ella muy rápido. Era
un caballero blanco al rescate, y si no lo necesitaba perdería el interés.

Cuando se encontró con él en el vestíbulo, Stefano llevaba su abrigo. Había estado


segura de que habría tenido que limpiarlo primero. Se puso de pie con una capa de
cachemir larga en sus manos, esperando por ella.

― ¿Compraste eso también?

― Vamos, Bella. Te lo dije, no puedo llegar tarde a esta reunión. ― Dio un paso
detrás de ella, abriendo el abrigo para que pudiera deslizar su brazo en una manga
y luego en la otra. Él le dio la vuelta al momento en que el abrigo quedo asentado
en los hombros y deslizó los botones en su lugar.

― Yo puedo hacer eso.

― Lo sé. Pero me gusta hacerlo. ― Él inclinó la cabeza y rozó un beso sobre su


frente. ― El código para el ascensor privado que te permite llegar al ático estará en
el teléfono que estoy enviado a ti. Si tienes algún problema, mándame un mensaje
de inmediato. Ya estoy en el celular para ti. Debes tenerlo dentro de una hora.

No había ninguna razón para protestar. Estaba siendo arrollador, pero eso le había
pedido. Stefano era una fuerza. Uno que sólo barría a lo largo cuando decidía algo.
Entraron en el ascensor juntos, y Stefano se desplazó más cerca de lo que creía
necesario, aunque tal vez era el reducido espacio lo que la hacía tan agudamente
consciente de su presencia.

Su corazón latía con demasiada fuerza. Le dolían los pechos, los pezones
empujando en el suave encaje de su sostén. Su sexo latía, un golpe latiendo
persistente en sintonía con su acelerado corazón. Sus largos dedos curvados
alrededor de su nuca, barriendo el pulgar a lo largo de su mandíbula.

Bookeater
Shadow Rider
― Eres tan hermosa, Francesca, ― dijo en voz baja. ― Y la química es una perra
puta. me prometí a mí mismo que iría lento contigo, que no te asustaría hasta la
muerte, pero al parecer eso no está sucediendo. ― Él inclinó la cabeza y tomó su
boca. Ella no debería haberlo permitido. Debería tener más moderación, pero no
podía evitarlo; en el momento en que su boca rozó la de ella, abrió los labios para
él. Permitió que su lengua barriera el interior y tomara lo que quisiera. La besó al
igual que hacía todo lo demás. Con total confianza, con experiencia. Comenzó
suave y terminó en bruto. El beso fue impactante en su intensidad. Se sentía
poseída, tomada, abrumada por la necesidad urgente y pura.

Cada célula de su cuerpo respondió. Juró que se vertió lava fundida por su
garganta y en sus venas, trasladándose a través de ella, quemando su nombre en
su camino a la piscina baja y caliente entre sus piernas. Nunca la habían besado así.
No sabía que alguien pudiera besar así. Cada terminación nerviosa de su cuerpo
volvió a la vida, en alerta máxima. No podía dejar de correr sus manos por su
pecho y levantar sus brazos a su cuello o los dedos a la búsqueda de su cabello.

Se entregó a él, sin ocultar nada. Su boca se movió en virtud de él, siguiendo su
ejemplo, devolviéndole el beso, mientras que su cuerpo se presionaba contra el
suyo. El ascensor sonó y él le dio la vuelta, por lo que su cuerpo le ocultó de la
vista de los que estaban en el vestíbulo. El levantó la cabeza de mala gana, con los
ojos azules moviéndose sobre su cara.

― ¿Estás bien, dolce cuore? ¿Necesitas un minuto?

Mantuvo sus manos en sus caderas, sosteniéndola para que no se cayera de bruces.
Se tocó la boca con dedos temblorosos.

― No lo sé. Deberías estar prohibido.

Él le sonrió, la sonrisa lenta y atractiva, magnífica, que iluminó sus ojos.

― Eres buena. ― Él hizo una declaración. ― Henry llevó mi coche alrededor. Está
justo en frente.

Bookeater
Shadow Rider
La tomó de la mano y salió con ella fuera del ascensor. Al instante, el ambiente en
el vestíbulo cambió. Las cabezas se volvieron. Unas pocas personas hablaron entre
sí, pero la mayoría estaba en silencio. observándolo. Observándoles. Agachó la
cabeza y se acercó a él. Al instante, colocó debajo de ella su hombro, bloqueándola
a su lado de manera protectora. No pareció mirar ni a la izquierda o hacia la
derecha, pero sabía que estaba al tanto de todo y todos en el vestíbulo del hotel.

Nada escapaba a su atención. Lo sabía por qué se sentía tan segura con él. Él
ordenaba a todo y a todos a su alrededor con cada paso que daba. Llenó un
vestíbulo entero con su presencia. Nadie se atrevería a intentar hacerle daño a ella
cuando estaba en su custodia. Se sentía bien sentirse realmente segura después de
tanto tiempo.

La entregó en el coche, dándole la ilusión de ser una princesa. Se colocó el cinturón


de seguridad alrededor de ella, admirando el interior del Aston Martin. Francesca
esperó hasta que Stefano estuvo detrás de la dirección y el coche se deslizaba por la
calle, más rápido de lo que pensaba que debería haber conducido. Evidentemente,
Stefano y su familia tenía un montón de coches para su uso.

― Yo quería darte las gracias.

Él la miró. Levantó una ceja. Ella retorció los dedos. No importaba que se viera
como el hombre más caliente en la tierra y tal vez el más rico, se merecía saberlo.

― Por mí rescate de ese apartamento y que hayas recogido lo que serían


grabaciones terriblemente embarazosas. Y por darme un lugar para quedarme y
hacerme sentir segura. No me he sentido de esa manera en un tiempo muy largo.

Él extendió la mano y le cogió la mano, curvando sus largos dedos alrededor de


ella.

― Entonces estoy agradecido de ser quien te diera eso. ― Él frunció el ceño un


poco y se llevó la mano a su muslo, sujetándola allí. ― Aunque tú todavía tuvieras
esa pesadilla.

Bookeater
Shadow Rider
― Las tengo todo el tiempo, pero cuando lo hice, me hiciste chocolate caliente y
dedicaste tiempo para hablar conmigo, me hiciste sentir mejor. Y de alguna
manera, todavía no se cómo lograste conseguirme un armario lleno de ropa
hermosa que realmente me sirva. Y los zapatos son. . . impresionantes. ― Levantó
un pie para admirar la bota que estaba vistiendo.

Ella esperó, conteniendo la respiración, observando su rostro con cuidado. Su


sonrisa fue lenta en llegar, pero cuando lo hizo, valió la pena la espera. El acarició
con el pulgar los nudillos y una vez un millón de mariposas volaron en su
estómago.

― Estamos aquí, bambina, ― dijo mientras aparcaba el coche. ― ¿Tienes dinero


para el almuerzo?

― Pedro me permite comer en la tienda de comestibles. No estoy hambrienta,


Stefano, pero gracias por preguntar. ― Sintió vergüenza de que tuviera que
preguntarle, pero se sintió feliz de que le importara. Después de escuchar lo que
dijo sobre Dina en un tono tan cariñoso, sabía que cada persona en su barrio le
importaba.

Francesca se sorprendió cuando Stefano se deslizó fuera del coche, caminó


alrededor del vehículo y abrió la puerta para ella. Él extendió la mano y no tuvo
más remedio que permitir que los dedos se cerraran alrededor de su mano, o
armar un escándalo. Era muy consciente de que la gente en la acera estaba
mirándolos. Los dueños de las tiendas se acercaron a las ventanas para mirar hacia
fuera. Se encontró ruborizándose sin ninguna razón. No era como si estuviera
viviendo con él. Se quedaba en su ático, no dormía en su cama. Sabía que, si la
gente pensaba eso, pensarían que estaba detrás de su dinero.

― Yo pensaba que tenías un lugar a donde ir, ― murmuró, tratando de no mirarlo.

Mantuvo la posesión de su mano mientras la acompañaba a Masci. Para su


sorpresa, Pietro estaba detrás del mostrador, caminando de ida y vuelta. Se dio la
vuelta cuando entraron por la puerta, su expresión cautelosa.

― Señor. Ferraro.

Bookeater
Shadow Rider
― Es Stefano, Pietro, ― dijo Stefano en voz baja.

No debería haberse oído amenazante, pero lo hizo. En el momento en que entró en


la tienda de delicatessen, Francesca sabía que algo andaba mal. Joanna estaba
sentada en una de las mesas. Tenía los ojos enrojecidos y la cara manchada, la
evidencia de que había estado llorando desde hace algún tiempo.

Francesca hizo un movimiento hacia ella, pero los dedos de Stefano se apretaron
alrededor de los suyos. Tiró y se encontró contra su cuerpo, anclada a su lado, su
brazo sosteniéndola, encerrándola en su lugar.

― Hubo algo desagradable respecto al lugar donde pasó la última noche


Francesca. Ella estuvo en peligro. No estoy feliz por eso. La dejé en sus manos,
Joanna. ― Él la miró por encima del hombro, pero entonces su mirada volvió a
descansar sobre su tío. ― Pietro sabía donde se alojaba. Me imagino que no. ― Él
hizo que esa fuera una declaración, pero esperó a que Pietro le contradijera.

Pietro miró a Joanna y luego sacudió la cabeza inflexiblemente. Joanna suspiró y


luego sofocó un sollozo.

Francesca puso una palma contra los abdominales de Stefano en el interior de la


chaqueta abierta y empujó. Duro. Nada sucedió. Él no se movió, ni él miró hacia
ella.

― Stefano. . .

Miró hacia ella. ― Suficiente. Esto es entre Pietro, Joanna y yo. ― Una vez más
miró a su jefe. ― Se quedará conmigo en el ático, pero mientras ella está trabajando
Emilio o Enzo estarán cerca. Yo la quiero a salvo, Pietro. ― Su voz bajó en una
octava. ― ¿Entiendes lo que quiero decir con "segura"?

Pietro asintió.

Bookeater
Shadow Rider
― En algún momento en el futuro espero que reciba la visita de un par de hombres
que le dirán todo tipo de cuentos sobre Francesca. Cuando no le despida, y usted
no lo hará, volverán y le amenazaran. En el momento en que estos hombres se
pongan en contacto con usted, no importa lo que le digan, espero que de
inmediato, y por «Inmediato» me refiero a ese instante, me avise. Es personal,
Pietro. ¿He sido claro?

Pietro asintió con tanta fuerza que Francesca temió que su cuello se rompiera.

― Bueno. ― Stefano dejó caer la barra de hierro que era su brazo, pero volvió la
cabeza y rozó otro beso largo en su sien. ― Texteame, Francesca. No voy a ser feliz
si te olvida.

― Todos nos esforzaremos para hacerte feliz, ― murmuró en voz baja, y sonrió
inocentemente hacia él.

Él negó con la cabeza, sus ojos azules brillantes con una promesa de venganza, y su
estómago dio un lento giro en anticipación. Volvió la cabeza hacia Joanna.

― Confío en que vamos a verte en el club la noche del viernes, Joanna.


Emmanuelle dijo que estarías allí.

Joanna asintió. ― Lo siento tanto, Stefano.

Estudió su rostro pálido, con manchas. ― La jodiste, Joanna. También te


disculpaste por ello y se acabó. Estamos bien.

Al instante una sonrisa estalló, iluminando el rostro de Joanna. Francesca no estaba


segura de lo que había hecho para disculparse, pero evidentemente cuando Stefano
dijo que todo había terminado, Joanna debió haber sabido lo suficiente como para
creer que lo que había entre ellos se había ido. Su sonrisa lo decía todo. Stefano
atrapo a Francesca debajo de la barbilla y le volvió la cara hacia él. ― Te recogeré
después del trabajo. Si no lo hago, uno de mis hermanos o mi hermana o una
prima lo hará.

― Puedo caminar.

Bookeater
Shadow Rider
Impaciencia cruzó su rostro. Sus ojos se oscurecieron. ― No me cabrees, Francesca.
Alguien estará aquí.

Ella dio un suspiro exagerado. ― ¿Puedes por favor tratar de bajar el tono
mandón?

Su sonrisa fue lenta en llegar, pero cuando lo hizo, su estómago dio un rollo lento.

― Voy a tratar, sólo por ti, pero yo no contaría con ello, dolce cuore. ― Rozó su
boca sobre la de ella. Un breve contacto, pero tan caliente, que las brasas
encontraron su camino hacia su vientre.

― Hasta más tarde, Bella. Sé buena.

Stefano se había ido, caminando de la tienda con su forma fluida, fácil, lo que le
daba el aspecto de un cruce entre un boxeador y una bailarina. Él se derramaba
sobre el suelo, su largo abrigo ondeando alrededor de sus piernas mientras él se
dirigió al coche. Francesca observó como los de la acera se detuvieron a mirarlo o a
hacerse a un lado para dejar espacio para él. Él no siempre tenía que hacer una
pausa. La multitud se apartaba como el Mar Rojo para él. Él saludó a un par de
personas, pero no se detuvo. Se deslizó en su coche e incluso el tráfico parecía
obedecer, lo que le permitió salir de forma inmediata.

Francesca se volvió a Pietro. ― ¿A qué se debió todo eso? Usted no es responsable


de mí, no importa lo que diga Stefano. En serio, Sr. Masci, estoy agradecida de que
me diera este trabajo.

― No, no, Francesca. Eres una buena trabajadora. La mejor. No tengo ningún
problema con usted. Stefano Ferraro, pidió un favor de mí, y le dije que lo haría
por él y le fallé. No lo haré de nuevo.

Se mordió el labio, estudiando su rostro. ― No quiero que piense que es en modo


alguno responsable de mí. Soy una mujer adulta.

Bookeater
Shadow Rider
― No, no, Francesca, no entiende que es un gran honor y privilegio que uno de los
Ferraros pida un favor a mí. Puesto que usted ha estado trabajando para mí, todos
aparecen, todos ellos, primos, hermanos, todos ellos. En mi tienda. Diariamente.
Siempre he hecho un buen negocio, pero estoy hasta más de 100 por ciento desde
que comenzó y eso es sólo un par de días. Lo que crecerá aún más.

Francesca no estaba segura de qué decir a eso. Miró por encima del hombro a
Joanna. ― Voy a guardar mi abrigo, uhmm, y estaré pronto de regreso. Tengo
unos pocos minutos antes de tener que empezar y podemos hablar.

Ella quería saber qué había hecho Joanna que molestara tanto a Stefano para que
tuviera que disculparse con él.

Mientras colgaba su abrigo, se miró en el espejo. Sus labios todavía se veían un


poco hinchados por el beso tan caliente, duro y agresivo. Se tocó la boca con dedos
temblorosos. Había estado a punto de incendiarse en llamas, justo en combustión
espontánea allí mismo, en el ascensor.

No parecía la misma en sus primeras ropas de diseño y menos en sus botas


fabulosos. No debería estar tan feliz en los zapatos, pero nunca en su vida había
sido capaz de permitirse tal lujo. Los quería. La forma en que encajan. La sensación
de la tela de su falda. Todo. Era imposible no hacerlo y no se molestó en tratar.

― No te acostumbres a ello, Francesca, ― murmuró en voz alta para sí misma.

Joanna tenía una taza de café esperando para ella, y Francesca se dejó caer en la
silla a su lado.

― Cariño, porque has estado llorando. ¿Qué pasa?

Joanna se frotó las sienes.

― He estado llorando tanto que me dio un dolor de cabeza. Quiero disculparme


contigo, también, Francesca. Nunca debería haberte dicho acerca de esos
apartamentos, y mucho menos permitir que vivieras ahí.

Bookeater
Shadow Rider
El aliento abandonó los pulmones de Francesca en una larga punta y en el fondo
todo se calmó.

― ¿Este ataque de llanto es porque vivía en esos apartamentos? ¿Te disculpaste


con Stefano porque estaba enojado contigo por eso?

― Por supuesto que estaba enojado. Tenía todo el derecho a estar enfadado
conmigo. Estoy enfadada conmigo misma. Pietro está enojado conmigo, también.

― ¿Cómo te enteraste de lo que había pasado? ― Preguntó Francesca,


manteniendo su voz baja y controlada. Empujó la taza de café lejos de ella con la
punta de los dedos.

― Emilio, por supuesto. Él y Vittorio vinieron a verme anoche. Los dos estaban
comprensiblemente. . . trastornados. Me contaron sobre ese hombre horrible y lo
que hizo a la mujer en su edificio. ― Los ojos de Joanna se llenaron de lágrimas de
nuevo. ― Después de todo lo que has pasado, es horrible pensar que estuviste
expuesto a que...

― Joanna, no tenían ningún derecho a despertart en medio de la noche y contarte


lo que sucedía, ― Francesca dijo con cuidado. ― Has sido muy amable conmigo.
Sin ti, todavía estaría en la calle y en serios problemas. Yo aprecio cada cosa que
has hecho por mí. Este trabajo, el dinero para llegar hasta aquí. Sólo tu
permaneciste conmigo, siendo mi amiga cuando tantas cosas feas se han dicho de
mí. El apartamento no es tu culpa. Elegí vivir allí en contra de tu consejo. No tienes
la culpa de lo que pasó, y los Ferraros desde luego no tenían derecho a
involucrarte― Stefano iba a tener que responder a ella sobre eso. Gritando a la
pobre Joanna y haciéndola sentir tan culpable que se disculpó, eso simplemente
estaba fuera de lugar.

Bookeater
Shadow Rider
― No. Soy tu amiga, Francesca. Yo sabía que no deberías estar allí. Había rumores
sobre el propietario. Yo sabía que era un mezquino. Cada mujer dentro de una
milla o dos ha oído que ha sido acusado de violación en repetidas ocasiones y
luego los cargos se han retirado. ― Miró alrededor de la tienda vacía. Ellos no
abrirían durante otra media hora, pero ella todavía bajó la voz. ― Está conectado a
la familia Saldi. Los Saldis son sicilianos y van camino de regreso. Tienen fama de
ser muy violentos, y están relacionados a través del matrimonio. Su tía se casó con
uno de los Saldis. He oído que es tan sanguinarios como ellos, y la familia lo
protege.

Francesca tomó una respiración profunda. Joanna había sabido sobre el propietario
y no había confiado en nada de la información, sólo que no era un buen lugar para
alojarse y cosas malas que pasaban allí. Francesca había vivido en la calle por un
corto tiempo. Sabía de cosas malas, pero la mayoría de ellas asociadas con las
drogas. No se le había ocurrido que el propietario del edificio hubiera violado a las
mujeres. Aún así, para ser justos, si lo hubiera sabido, podría haberse quedado allí
de todos modos en lugar de arriesgarse a la calle mientras trabajaba para encontrar
el dinero para conseguir un lugar decente.

― Yo debería habértelo dicho, ― dijo Joanna. ― Si te lo hubiera dicho, tal vez te


habrías quedado conmigo hasta que pudieras sostenerte.

Francesca tuvo que reconocer que ella podría haberlo hecho, pero no permitiría
que Joanna se sintiera más culpable de lo que ella ya lo hacía al admitir en voz alta.
Se encogió de hombros.

― Ya se terminó. Yo me quedo con Stefano. . .

Joanna abrió la boca y una enorme sonrisa iluminó su rostro. ― En su habitación,


que loca.

― ¿A qué distancia de su dormitorio esta la habitación de invitados? ― Preguntó


Joanna. ― Porque en serio, podrías considerar tener sonambulismo.

Bookeater
Shadow Rider
― Yo no quiero ser una de las diez mil mujeres que han estado en su cama. He
leído todas las revistas que me diste, y él es un perro de caza. Estaba con una mujer
diferente en cada imagen en cada caso. ― El admitir la verdad en voz alta la hizo
revolver el estómago.

― Ese es el punto, Francesca. Siempre fue una diferente y nadie fue a su ático.
Nunca. Créeme, al igual que todas las demás mujeres de por aquí, he conocido a
los Ferraro desde que tenía trece años. Stefano no ha salido con nadie en serio. Si él
estaba durmiendo con ellas, él no lo hizo en su propia casa.

― Oh, él definitivamente tuvo relaciones sexuales con ellas, ― confirmó Francesca.


― Debido a que sus besos deben ser prohibidos. No pensé que alguien pudiera
besar de esa manera.

Los ojos de Joanna se agrandaron y su boca formó una redonda y perfecta O.

― ¿Él te dio un beso? Oh. Mí Dios. Esto es tan bueno, Francesca. Mi mejor amiga
con Stefano Ferraro.

― No estoy con él. Está haciendo lo que siempre hace, cuidar de todos los
miembros de su barrio. Él es el caballero blanco y yo soy la damisela en apuros.
Cuando este instalada y todos ellos estén tranquilos, va a seguir adelante.

Joanna se echó a reír.

― Tu dite a tí mismo eso, novia, si te hace sentir mejor. El resto de nosotros


conocemos la verdad. ― Ella echó un vistazo a su reloj. ― Tengo una hora para
hacerme presentable e ir a trabajar.

― Y será mejor empezar a moverse, también, antes de que tu tío me despida.

― No hay ninguna posibilidad de que eso ocurra, ― Joanna le aseguró y dio un


salto. Ella dio un rápido abrazo a Francesca y luego le lanzó besos a su tío antes de
salir corriendo de la tienda.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca se puso un delantal sobre su ropa, por primera vez preocupada por
conseguir cualquier cosa de ellos. Ella ayudó a Pietro a poner los alimentos frescos
en los refrigeradores. Podía ver a la multitud, que ya comenzaba la línea en la
acera, esperando que su jefe abriera las puertas. El número de personas que venían
a la tienda definitivamente parecía crecer de un día para el otro durante los días
que había trabajado allí. Estaba feliz por Pietro, pero también la ponían nerviosa
ahora que sabía que parte de la razón para que el negocio fuera en auge era su
asociación con la familia Ferraro.

Vio tanto a Emilio como a Enzo en la multitud. Emilio había inclinado


perezosamente la cadera contra la pared, mientras que coqueteaba con una joven
que mantenía sacudiendo su pelo rubio de un lado a otro y luego enrollándolo
alrededor de su dedo. Emilio había angulado su cuerpo para poder ver la calle y
sin embargo mantener un ojo en Francesca. Le guiñó un ojo mientras continuaba
hablando con la rubia.

Francesca se echó a reír. Estaba llegando a ser muy aficionada a Emilio. Él podría
estar coqueteando, pero su atención no estaba centrada en la mujer, estaba
totalmente alerta a todo lo que le rodeaba.

Enzo estaba en línea, pero de pie en un ángulo que iba cambiando. No se veía en la
tienda, pero el estudiaba la calle, los edificios al otro lado de la calle y la multitud
que lo rodeaba. Se dio cuenta de inmediato que, entre los dos hombres, las calles,
los edificios y las aceras estaban cubiertas todo el tiempo. Se encontró
impresionada con ellos porque era evidente que nadie más parecía estar al tanto de
lo que estaban haciendo.

Un repentino escalofrío le recorrió la columna vertebral y se enderezó de donde


había estado organizando dentro del refrigerador de las carnes italianas especiales
importadas de varias regiones de Italia. Una punzada aguda de conciencia tuvo su
mirada deslizándose lejos de Emilio y Enzo para buscar en la multitud. Había
tenido sentimientos como este antes y nunca que los había tenido presagiaban algo
bueno.

Bookeater
Shadow Rider
Su boca se secó. Seguramente Barry Anthon no la había encontrado aún. Incluso no
se había establecido. No había manera de que hubiera crear una reputación lo
suficiente rápido como para que no pudiera derribarla. Tomó un profundo
suspirp, calmando la respiración y se obligó a mirar a través de la multitud. Su
mirada se deslizó a través del mar de caras hasta que se detuvo en un hombre
mirando directamente a ella.

Llevaba gafas de sol tipo aviador y tenía una gorra calada hasta los ojos. Su
chaqueta era vieja y estaba manchada y muy arrugada, pero voluminosa, así que
era casi imposible saber su peso. No tenía seis pies de alto, ya que Enzo estaba
cerca de él y ella sabía que Enzo era al menos de esa altura y el hombre era más
bajo. Él le era vagamente familiar y trató de ubicarlo. Lo había visto en alguna
parte, pero desde la distancia, justo como ahora. Se quedó mirando directamente a
los ojos, la boca dibujada en un delgado gesto de desagrado. Cuando la vio
mirándolo de regreso, trazó una línea en la garganta. Lo hizo rápido y luego se
volvió y se alejó, con las manos en sus bolsillos, los hombros caídos, la cabeza hacia
abajo, que casi no estaba segura de que realmente hubiera hecho el gesto. Él
camino rápidamente y desapareció de su vista en cuestión de momentos.

Francesca le siguió con la mirada, con el corazón latiendo rápido, los pulmones
agarrotándose. Barry le había enviado con ese mensaje. Ya la había encontrado. Iba
a tener que decidir si se debía ir o quedarse. No tenía dinero y adónde iría si corría.
Si se quedaba, estaría poniendo en peligro a sus amigos. Se quedó pensando hasta
mucho después de que el hombre se marchó, tiempo suficiente para que Pietro
hubiera abierto las puertas y la gente estuviera ya en hacinamiento, obligándola a
ir en piloto automático al trabajo.

Bookeater
Shadow Rider

10

Francesca pasó la mayor parte de la mañana y la tarde mirando sobre


su hombro y mirando el tráfico a través de la ventana de vidrio. Estaba nerviosa y
alerta, pero mantuvo la sonrisa en su lugar con los clientes. El tiempo pasó rápido,
ya que estaba muy, muy ocupada, tanto es así que tuvieron que llamar a otro
trabajador con el fin de mantener el ritmo. Pietro, normalmente en la parte de
atrás, se quedó al frente para trabajar al mismo tiempo en la caja registradora.

Francesca y Aria, una mujer joven que trabajaba a tiempo parcial e iba a la escuela,
se hizo cargo de los clientes. Francesca se comió el almuerzo en el cuarto trasero,
en lugar de en el frente con los clientes como lo había hecho el día antes. Estaba
comiendo tarde, después de que la mayor parte del día se había deslizado por una
corriente constante de clientes. Estaba agradecida a bajar sus pies a pesar de las
botas nuevas y confortables.

Pensó mucho acerca de sus opciones, que no eran muchas. La verdad era que
quería quedarse, pero no era justo para Pietro, que había sido tan amable de darle
un puesto de trabajo sobre la palabra de Joanna. Ella sabía lo que Barry Anthon
haría primero. Sus hombres hablarían con Pietro e insistirían en que él le
despidiera. Ellos le hablarían sobre su supuesta "Enfermedad mental", su registro
policial de vandalismo y destrucción de la propiedad. Si Pietro no escuchaba y la
despedía, tomarían como objetivo su tienda.

Los hombres arruinarían el sustento de Pietro sólo para llegar a ella. No podía
permitir que eso ocurriera. En el hotel de Stefano sería mucho más difícil de
encontrar, aunque estaba bastante segura de que incluso eso no quedaría indemne.
Los hombres de Barry habían prendido fuego a uno de los apartamentos en los que
residía. No podía imaginar tener que enfrentar a Stefano o a su familia porque
Anthon quemó su hotel. la destrucción de Barry Anthon era de largo alcance.

Bookeater
Shadow Rider
Ella cerró los ojos y apretó la frente en la palma de su mano. Iba a tener que irse.
No era justo poner a cualquiera de estas personas en el camino de Barry.

― ¿Francesca? ¿Estás bien?

Sorprendida, ella saltó de su asiento, golpeando la silla, meciendo la mesa donde la


taza calmante de café que acababa servirse salpicó por encima del borde. El
hermano de Stefano, Taviano, el que había conducido el coche de su apartamento
al hotel, se quedó mirándola de cerca. Se parecía extrañamente a su hermano. Él
ciertamente era tan quieto y tan amenazador, sus ojos azules casi tan agudos en la
evaluación igual a Stefano.

― ¿Qué pasa? ― Exigió. Incluso tenía el mismo tono brusco, mandón.

Con el corazón acelerado, ella dio un paso atrás. Taviano observó la habitación tal
y como lo hacía Stefano.

― Nada. Acabas de sorprenderme.

Los ojos en ella, se agachó y recogió la silla volcada, él la estableció con cuidado en
posición vertical.

― Traje tu teléfono. ― Se lo ofreció a ella. Francesca tragó el repentino nudo en la


garganta. Stefano. Mirando hacia fuera para ella. Sus dedos se cerraron alrededor
del artículo. Se sentía como si estuviera agarrando una cuerda de salvamento. ―
Estás muy pálida. ¿Estás segura de que estás bien? Puedo llevarte a casa si tienes
que volver al hotel.

Se apartó de él con un movimiento de cabeza y una sonrisa rápida, con miedo de


que él viera demasiado. ― Estoy perfectamente bien. Gracias por traerme el
teléfono. Tu hermano es muy generoso. ― Ella esperaba que lo fuera más aún. En
el momento en que el teléfono estuvo en su mano, un nuevo plan vino a ella.

― A él le gustaría que le textees. Sólo para saber que tienes el teléfono. Dijo que te
recordara que debe textearle si vas a salir de la tienda.

Bookeater
Shadow Rider
Esos ojos no dejaban de mirarla. Ella respiró. ― Lo dejó muy en claro. De hecho, él
fue bastante contundente al respecto.

El respondió con una sonrisa. ― Puedo imaginar. Si necesitas algo de uno de


nosotros déjanos saberlo. Nuestros números están programados en el teléfono.
Emilio y Enzo también.

― Gracias, esto es muy amable de su familia.

Se encogió de hombros. ― Cuidamos de todos nosotros. No te equivoques,


Francesca, eres uno de nosotros. Si tienes algún tipo de problema, vamos a
ayudarte.

Ella asintió con la cabeza, tratando de parecer tranquiliza. ― Lo haré.

Empezó a darse la vuelta, pero la miró por encima del hombro, una sonrisa
iluminando su rostro. ― Es agradable ver que te vestiste con algo más que la bolsa
de dormir. El aspecto era bueno, pero éste es mucho mejor.

― Supongo que no voy a volver a hacer eso.

― Supones bien, ― dijo, y desapareció, moviéndose por el pasillo estrecho con la


gracia peculiar de la familia Ferraro.

Francesca limpió el café derramado y se dejó caer en la silla. La sala de descanso


era pequeña, mucho más pequeña que la oficina de Pietro. Giró la silla para
enfrentarse a la puerta, en lugar de la ventana. Había querido ver afuera, vigilando
por si veía el hombre de Barry, pero no era una buena idea estar cerca de la puerta.
Cualquiera podía acercarse sigilosamente a ella.

Se sentó en silencio durante casi todo su descanso, bebiendo su café y trabajando


en su valor. Finalmente, envió el texto a Stefano. Necesitaba un préstamo. Le
pagaría tan pronto como fuera posible. El préstamo era significativo. Tres mil
dólares. Su estómago se revolvió mientras escribía la solicitud. Esperaba que él no
pensara que lo había dado largas, esperando el momento oportuno, a la espera de
una oportunidad para pedir dinero a él. Mordió con fuerza el labio mientras
pulsaba enviar antes de que cambiara de opinión.

Bookeater
Shadow Rider
Podía encontrar más ropa en una tienda de segunda mano, no tomar nada más de
Stefano, pero el dinero la sacaría de la ciudad y podría ir a un lugar completamente
diferente. Sabía cómo perderse en la calle. Lo había hecho antes, perdiendo el
hombre que Barry para que no supiera cuando se subió a un autobús. Pero no
podía ir sin dinero. Tenía que obtener un préstamo de Stefano. Una vez que se
pudiera mantener, le mandaría el dinero. Podía trabajar. Era muy trabajadora. No
sabía cómo la había encontrado Barry tan rápido, pero iba a mejorar en su
escondite. Tenía que mejorar. Ya estaba respirándole en su cuello y no había estado
en la ciudad tanto tiempo. Sonó el teléfono. Se quedó mirándolo como si estuviera
vivo. Sabía quién era. Lo abrió y lo colocó en su oído.

― No te atrevas a dejar esa tienda de mierda, Francesca. Lo digo en serio. Lo que


esté pasando me lo cuentas. Tú no huirás. Voy a estar allí en pocos minutos. ―
Colgó bruscamente, sin darle la oportunidad de responder.

No hubo un saludo y tampoco un final agradable para la conversación. Stefano no


estaba contento. Tomó un profundo respiro. Él estaría allí pronto, y le iba a hablar
sobre marcharse. Sabía que podía persuadirla porque en realidad no quería irse.
Tenía que hacerlo, para proteger a Pietro, a Joanna, e incluso a Stefano. Él podría
mirarla correr, pero sabía de primera mano que Barry Anthon era capaz de matar y
él no dudaría si alguien se interpusiera en su camino.

No podía salir por la puerta principal. Emilio y Enzo estaban allí. Se dio la vuelta y
comenzó a caminar hacia el final del pasillo, en dirección hacia la parte trasera del
edificio. Tenía que salir ahora, antes de que estuviera lista. Podría haber pedido su
pago. Pietro le habría dado dinero en efectivo, pero no se atrevía a esperar un
minuto más. Abrió la puerta y casi se topó con Enzo.

Él le sonrió. ― ¿Vas a alguna parte, Francesca? ― Él bloqueó la salida con su


cuerpo. Él era sólido. Imposible de mover. Apoyó la cadera perezosamente contra
la jamba. ― Tengo que decirte, querida, que ese hombre tuyo está actuando de
forma rara. Marcó a mi teléfono con órdenes y promesas de todo tipo de dolores y
tortura si lograbas evadirme. Lo cual no significa que trataras de hacerlo, ¿verdad?
Me refiero a que conoces a Stefano. Él no entendería en lo más mínimo si te
deslizaras más allá de mí.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca dio un paso atrás, porque no tenía la posibilidad de elegir ya que Enzo
dio un paso adelante. Puso una mano a la defensiva en la garganta. ― Estoy
tratando de hacer lo correcto, Enzo. Yo lo estoy protegiendo. No tienes ni idea de
los enemigos que tengo. Tengo que salir de aquí.

Enzo negó con la cabeza, con una pequeña sonrisa en la boca.

― Estáa protegiendo a Stefano Ferraro. Mi primo. ― Él le sonrió. ― Eso es tan


bonito, protegiéndolo.

― No es un asunto de risa.

La sonrisa se desvaneció y él inclinó la cabeza hacia un lado. ― Vas en serio.

― Mucho. Yo sé que lo amas. Por su bien, tienes que dejar que me vaya. Voy a
subir a un autobús y a desaparecer. ― No estaba segura de que tuviera suficiente
dinero para llegar a ninguna parte. Ya que todavía no había conseguido el cheque
de su sueldo todavía.

― Cariño, Stefano Ferraro no es un hombre que necesite la protección de nadie.


Las personas necesitan protección contra él. Confía en que tu hombre cuidara de ti.
Confía en nuestra familia.

Sintió un movimiento detrás de ella, aunque ella no oyó nada. Enzo levantó su
mirada más allá de su hombro y volvió la cabeza para ver a Emilio que venía
detrás de ella. Los dos hombres la enjaularon.

― ¿Quieres decirme qué demonios está pasando? Stefano está perdiendo su


maldita mente, ― Emilio saludó.

― Francesca aquí va a proteger a Stefano de algún gran enemigo que tiene, ―


suministro Enzo.

Emilio se detuvo en seco, con la cara mostrando shock. ― ¿Qué?

― Me escuchaste.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca había tenido suficiente. ― Muévete, Enzo. No puedes detenerme.

― Cariño. ― Enzo le sonrió. ― La física se aplica aquí. Tu no estás llevándome.

― ¿Me estás tomando el pelo? ― Emilio exigió. ― Estáa protegiendo a Stefano.

Ella suspiró, tratando de empujar hacia abajo el alivio. No quería sentir alivio, pero
lo hacía. Estaba aterrorizada de dejarlo. No quería volver a las calles, pero era más,
no quería estar sola. Barry Anthon la había aterrorizado durante tanto tiempo que
había olvidado lo que era bueno hasta que ella había estado con Stefano. Se había
olvidado lo que se sentía estar segura hasta que había estado con él.

― Bien. Voy a volver al trabajo, terminaré mi turno y le daré la cara a su majestad,


cuando este fuera del trabajo, ― ella se rindió.

― Creo que estás oficialmente fuera del trabajo por hoy. Ha volado mi celular, el
celular de Enzo y el teléfono de Pietro. No me sorprendería si cada uno de sus
hermanos, así como Emmanuelle aparecen por acá.

― No se pondría tan loco.

― Cariño, ― dijo Enzo. ― Él lo hizo.

Eso no era un buen augurio. Siguió a Emilio de nuevo en la tienda, Enzo se


arrastraba cerca. A ella le dio un choque, cuando reconoció a dos de los hermanos
de Stefano descansando junto a la puerta, como si estuvieran allí casualmente, pero
no había nada informal en sus expresiones, cuando sus miradas se posaron en su
rostro.

Enzo la tomó del brazo y la llevó alrededor y en línea recta hacia los hermanos de
Stefano. ― Ella estaba protegiéndolo, ― saludó con una pequeña sonrisa.

Francesca volteó los ojos. ― No es tan gracioso.

Bookeater
Shadow Rider
Taviano se iluminó con una sonrisa. Ricco no lo hizo, pero su ceja se alzó.

― ¿En serio? ― Preguntó Taviano. ― Esto no tiene precio. No puedo esperar a que
se entere.

― Me gustaría saber lo que impulsó tu repentino deseo de hacer una carrera por
él, ― dijo Ricco, ― pero vamos a hacerlo después. Tenemos público.

Francesca era muy consciente del silencio en la tienda. Estaba llena de clientes, sin
embargo, nadie estaba haciendo compras o conversando con un vecino. Todos los
ojos estaban puestos en ella y los hermanos Ferraro.

Ricco abrió la puerta, levantó la barbilla a Pietro, la tomó del brazo y la condujo
fuera de la tienda. Mientras lo hacía, el Aston Martin de Stefano parqueó sin
problemas en la acera. Sin perder el ritmo, Ricco abrió la puerta, puso una mano en
la parte superior de su cabeza cuando ella vaciló, la forzó en el coche y cerró la
puerta.

Francesca respiró hondo y volvió la cabeza para hacer frente a Stefano. El ambiente
en los confines del coche fue abrasador. Podía ver por qué. Él era un hervidero. Un
mechón de inquietud se deslizó por su espina dorsal.

― Stefano. . .

― Ponte el cinturón de seguridad. ― Esperó, los ojos azules como llamas,


haciendo un agujero a través de ella.

Ella estaba loca. Sabía que lo estaba, porque Stefano Ferraro estaba furioso. Su furia
quemaba todo el oxígeno del aire, pero todavía se sentía absolutamente segura.
Contenta. Aliviada. Sin preocuparse de que podría rugirle a ella, porque sabía
categóricamente que Stefano nunca pondría una mano sobre ella con ira y que no
estaba a punto de dejarla ir.

Ella colocó el cinturón en su lugar. ― Siento que tuvieras que dejar el trabajo.

Bookeater
Shadow Rider
― Podría ser mejor si no hablas mientras estoy conduciendo. ― Ella estaba bien
con eso. Sabía que era un pequeño respiro, pero no le importaba. El interior del
coche era cálido y los anchos hombros de Stefano y el cuerpo duro como una
piedra le dieron la ilusión de bienestar completo.

Por primera vez desde que había visto el hombre de Barry pasarse su dedo por el
cuello, respiró más fácil. Se sentó en silencio, admirando la forma en que Stefano
conducía con velocidad, pero muy controlado. Se dirigió directo hasta la puerta
principal del hotel, se bajó, arrojó las llaves al aparcacoches y alcanz+o por ella. Su
agarre era fuerte, un tornillo de banco alrededor de la parte superior del brazo.

― Se te olvidó tu abrigo, ― observó, con la voz cortada. Seguía enojado.

― Estoy empezando a pensar que podrías estar un poco obsesionado con los
abrigos, Stefano, ― dijo ella, tratando de aligerar el humor. ― Debes ver a alguien
por eso.

No sonrió o aflojó su agarre. Fue a través de las puertas dobles de cristal, a través
del vestíbulo y directamente a su ascensor privado. En el momento en que entró,
puso una mano en su vientre y la empujó contra la pared, tomó las muñecas en sus
manos, fijándolas en la pared a ambos lados de la cabeza y estableció su boca sobre
la de ella.

Caliente. Buscando. Enojado. Hambriento. Sirvió esas emociones dentro de ella, su


cuerpo agresivo contra el de ella. Tomó su calor abrasador, ni siquiera pretendió
resistirse. No había sabido que había dolido por su boca desde que la había besado
aquella mañana, pero en el momento en que sucedió, la necesidad surgió a través
de ella. El hambre aumentó, aguda y terrible. Las chispas eléctricas parecían saltar
de su piel a la de ella. Su cuerpo reacciono, yendo flexible, los pechos adoloridos,
alcanzando un máximo en los pezones gemelos, capullos apretados, su cuerpo
resbaladizo y caliente como bienvenida. Ella le devolvió el beso, entregándose a él.
Dejando que su boca tomara el mando de ella.

Si pretendía que el beso fuera como un castigo, fallo porque se convirtió


rápidamente en algo completamente diferente. Para cuando el ascensor llegó al
piso, las rodillas habían ido a débiles y Stefano se vio obligado a sostenerla.

Bookeater
Shadow Rider
Cada célula de su cuerpo estaba viva y tratando de alcanzarlo. Retiró su boca de la
de ella y ella fue detrás de ella, levantando su cara en un esfuerzo por evitar que
saliera de ella. Stefano envolvió su brazo alrededor de ella, manteniéndola en
posición vertical mientras la guiaba fuera del ascensor y al vestíbulo del ático.

― Por lo menos sabes que me perteneces, ― espetó, rabia todavía infundía su voz.
Si podía besarla así cuando estaba enojado, estaba en problemas, ya que no le
importaría hacer que él realmente se enojara si eso era lo que ella recibía en todo
momento. Apretó los dedos a la boca y se fue con él al gran salón espacioso. Era
largo y ancho y tenía varios sofás y sillas. Él la llevó directamente a una en frente
de la chimenea y la puso en él.

― Quédate quieta.

Francesca lo observó a través de las pestañas bajas mientras encendía el fuego, el


usó un mando a distancia, caminó a través del cuarto, quitándose su largo abrigo y
lo arrojó sobre una de las sillas antes de volverse a mirarla. No sólo el reflejo. Se
estremeció. Él la inmovilizó con sus ojos penetrantes. Al verla. Al ver el miedo que
trató de esconder de él. Su mandíbula se tensó, marcando un músculo allí. Peligro
aferró a sus hombros anchos y su pecho definido. Se veía a la vez poderoso e
intimidante. Sabía que él pensaba que su miedo era de él, porque hizo un esfuerzo
visible para conseguir su ira bajo control.

― Dolce Cuore. ― Su voz era suave. Las caricias. ― No me mires así. Yo nunca te
haría daño. Nunca. No importa lo enfadado que este, nunca serás un objetivo.

Ella sacudió su cabeza. ― Yo lo sé, Stefano. ― Ella lo sabía. Stefano Ferraro era un
hombre que protegía a las mujeres, en especial a una que consideraba suya,
aunque fuera temporal.

― ¿Porque tienes miedo? ¿Qué te hizo correr?

Él no apartó los ojos de su cara y ella se estremeció de nuevo ante la intensidad allí.
Lo estudió. Su expresión no revelaba nada, sin embargo, se sentía como si ella le
hubiera hecho daño. ― No quiero que te pase nada a ti.

Bookeater
Shadow Rider
La confesión salió un poco de prisa, las palabras cayeron una sobre la otra, casi de
su propia voluntad. No estaba segura de porque habría revelado tanto a él si no
había pensado en ello, pero la idea que pudiera salir afectado por sus acciones era
inaceptable para ella.

Se puso de pie al otro lado de la habitación de ella durante mucho tiempo, su


mirada azul moviéndose sobre su cara. Se retorció los dedos en la tela de su falda,
amontonándola en su puño. El ambiente en la habitación cambio, pero no lo
conocía lo suficientemente bien como para leerlo.

― ¿Qué crees que va a pasarme, Francesca?

No entendía cómo podía hablar tan bajo y todavía transmitir tanta intensidad. Se
dio cuenta de que todavía estaba enojado, pero la emoción ya no se centraba por
completo en ella. Se mantuvo aún así, no hizo ni un movimiento hacia ella. Su
corazón latía rápido y duro, sobre todo porque se sentía un poco como estar en la
misma habitación con un león. En cualquier momento podía elegir derribar a su
presa, pero se contuvo distante, esperando. Haciéndola esperar.

Francesca se humedeció los labios con la punta de la lengua.

― Stefano, no te enfades. Podría intentar. . .

Él estaba al otro lado de la habitación en cuatro pasos largos, interrumpiéndola,


sobre todo porque no podía respirar. Él todavía le recordaba a un león, un gran
gato de la selva, fluido y hermoso, agraciado a medida que avanzaba hacia su
presa, se inclinó, con los nudillos a ambos lados de las caderas. Cerca, tan cerca que
podía sentir sus dedos a través de la delgada tela de su falda.

― Paras. Hablas. Mierda.

Su cara estaba más cerca que sus manos, su boca contra la de ella. Cada
movimiento rozó los labios con los suyos. Sus ojos se clavaron en los de ella,
desnudándola, viéndola cuando ella no pensaba que fuera posible. Ella no podía
ocultar el hecho de que lo deseaba, y allí en su ático, con su ira pulsante en el aire,
lo que no era bueno en absoluto.

Bookeater
Shadow Rider
― Stefano. ― Ella trató de calmarlo.

― Estamos más allá de esto. Hemos hablado de ello y ambos estuvimos de


acuerdo. No vamos hacia atrás así que dime que cojones sucedió para que desearas
correr de mí.

Era una demanda. Nada menos. Francesca tomó una respiración profunda,
desesperada por aire, pero lo llevó a sus pulmones en su lugar. Sinti sus labios
contra los de ella, suaves pero firme. Sus labios podrían ser la única parte blanda
de él. Cada otra pulgada cuadrada parecía estar hecha de acero puro. Ella no pudo
resistir la tentación, no cuando él la rodeó de su olor. No cuando su cólera pulsaba
en el aire, alimentando la tensión sexual hasta que ella se retorcía de deseo. Con un
hambre terrible que apenas entendía.

Francesca deslizó los brazos alrededor del cuello de Stefano y presionó su boca
más contra él, moviendo los labios a lo largo de los suyos en pequeños besos,
utilizando la punta de la lengua para rastrear y dar forma a la curva de su boca. Su
respiración se calmó en la garganta. Sus ojos azules se oscurecieron. Sus pestañas
se agitaron. Tenía pestañas hermosas, completamente largas y muy negras. Su
brazo se deslizó a lo largo de su espalda y la arrastró a sus pies, tirando de su
cuerpo en el suyo, encerrándola allí. Su boca se hizo cargo de ella y no era nada
menos que una adquisición. Su beso fue duro y caliente y delicioso. Probó su ira.
Estaba allí, añadiendo aún más calor. Se entregó a su abrasador temperamento y a
su hambre intensa. A la pasión oscura que la tomó como un maremoto.

Ella quería esto. Lo deseaba. No se preocupaba por las consecuencias; Sólo sabía
que cuando ella estaba con él, se sentía viva. Se sentía como si estuviera en casa,
donde pertenecía. Era más, su cuerpo se sentía sensual y hermoso. Ese era Stefano.
La hacía sentir esas cosas cuando ella nunca lo hizo. La electricidad se arqueó entre
ellos, crepitaba sobre su piel y se hundió en sus huesos. Su torrente sanguíneo
volvió a fundirse, tan caliente que sentía cada conexión independiente ejecutando a
través de su cuerpo. Su boca era posesiva. Exigente. En llamas. Tomando en lugar
de pedir. Eso no importaba, porque ella le daría todo a él.

Bookeater
Shadow Rider
Sus manos se posaron en sus caderas, casi como si fuera a dejarla a un lado.
Francesca se acercó a él, necesitando sentir la fuerza de su cuerpo, la forma en que
sus músculos ondulaban tan elegantemente por debajo de su ropa. Ella necesitaba
de él, de su piel tocándola, de sentir el calor abrasador a través de ella. Sin pensar
en las consecuencias, ella sacó su camisa fuera de la cintura de los pantalones y
deslizó sus manos sobre su caja torácica y sobre el pecho.

Su respiración se enganchó en la garganta. La suya atrapada en sus pulmones. Un


gemido escapó de su garganta. Un gemido surgió de los pulmones. Su mano se
deslizó por su estrecha cintura a las caderas, los dedos agrupándose en su falda
mientras su boca tomó la de ella otra vez. Ella se puso de puntillas, para llegar a
más, se ahoga en su gusto, en su oscura pasión. Su mano se deslizó sobre su muslo
desnudo, hasta su cadera, y luego hacia abajo en torno a la parte interior. Sentir las
yemas de sus dedos fue exquisito. Durante todo el tiempo su boca mandó a la
suya. Llevándola a lugares que ella no sabía que existían. Necesitaba estar más
cerca, mucho más cerca. Piel con piel. En la pared del fondo, sobre su brazo, vio las
sombras que se combinaban, y sintió la sacudida de un rayo, como si hubiera
recibido un golpe, como si de alguna manera sus dos cuerpos se convirtieran en
uno dentro de la misma piel. Una llamarada de fuego crepito por su espalda, y a
través de su vientre a sus pechos. Abrasador. Haciéndola tener más hambre por él.
Adicta a su gusto. A su olor. La sensación de su duro cuerpo contra la suavidad de
ella. Ella nunca había sido más consciente de sí misma como mujer.

De pronto, las manos de Stefano se cerraron alrededor de sus brazos como un


tornillo de banco y le pusieron fuera de él. Manteniéndola inmóvil con el brazo
extendido, respirando con dificultad, moviendo la cabeza. Ella dio un paso hacia
él. Hipnotizada por él. Completamente bajo su hechizo.

― No, bambina. No podemos hacer esto.

― Si podemos. Quiero esto, ― susurró ella, una vez más, dando un paso hacia él.

Sus brazos cerrados, sosteniéndola lejos de él. ― No.

Una palabra. Vio su rostro. Intransigente. Sin expresión. Ella estaba en llamas, su
cuerpo no parecía propio, pero lo era, y, sin embargo. . . él no la quería a ella.
Estaba haciendo una tonta de sí misma. Nunca en su vida se había ofrecido a otro
hombre. Humillación quemó a través de ella.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca se apartó de él, presionando sus dedos contra su boca para calmar el
temblor. Para sellar el gusto y el tacto de él a ella. Él no la quería. Ella misma se
había tirado a él y él la había rechazado. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? No
tenía mucha experiencia, pero no debería haberse convencido a sí misma de que la
deseaba sólo porque ella lo deseaba. Nunca se había sentido más mortificada en su
vida. No estaba segura de cómo salvar la situación, o incluso si podía.

― No. ― Su voz era baja.

Ella no se dio vuelta para mirarlo de frente; no se atrevió. El color se había


arrastrado por su cuello y la cara. Dio un paso hacia el pasillo, lejos de él, pensando
huir a su habitación. No tenía otro lugar a donde ir y quería ocultarse. Para darse
tiempo de reconstruirse a sí misma de nuevo junta, porque él la había rechazado
totalmente.

Habría permitido que la tomara allí mismo, en su gran sala. En el sofá. El piso. No
le habría importado, siempre y cuando ella lo tuviera. Pero él no la quería a ella.
Nunca se había arrojado a un hombre en su vida. Nunca. Nunca había sido
rechazada y no sabía cómo actuar. Ni que hacer o decir. Noera sofisticada. No
corría en sus círculos, y no sabía la primera cosa sobre los besos informales. Para
ella, los besos habían sido cualquier cosa, menos casuales, ¿pero que sabia ella?

― Francesca, no lo hagas. ― Repitió la orden en voz baja. Imperiosamente. ―


Mírame. ― Otra orden.

Ella se negó a mirarlo a la cara. Sacudió la cabeza y dio un paso más, la necesidad
de huir superando su orgullo. Se dio la vuelta, pensando en correr al ascensor,
pero él estaba en ella antes de que hubiera tomado un solo paso. Sus manos
atraparon sus caderas y evito todo movimiento, lo que la impulsó hacia atrás
mientras él la llevó directamente a través del arco ancho a la pared en el pasillo.
Ella se habría caído encima, si no hubiera estado sosteniéndola.

Con el corazón acelerado, y la espalda contra la pared, y su cuerpo enjaulado, sólo


podía estar allí, deseando que el piso se abriera y se la tragara. Se negó a mirarlo a
la cara, a los ojos. No quería hacer esto con él, escucharlo tratar de rechazarla con
cuidado. Eso sería aún más humillante.

Bookeater
Shadow Rider
― Me quiero ir, ― murmuró en voz baja. ― No me puedes mantener aquí.

― Mírame, Francesca. ― Fue otra de sus órdenes. Clara. Cortante. Contando con la
obediencia. Su aliento silbó. Ella se preparó para cumplir con sus ojos porque sabía
que tenía que cumplir su mandato. Él no la dejaría ir hasta que lo hiciera. No
quería ver compasión allí. O lástima. Lentamente obligó a su mirada a subir de su
pecho a su fuerte mandíbula, luego a esa hermosa boca, la nariz aristocrática, y
finalmente, a sus increíbles ojos azules. A la vez que no pudo apartar la mirada.
Capturada. Prisionera allí. Justo en la profundidad de todo ese azul. El aliento se le
quedó atascado en la garganta. No era lástima. Y definitivamente no era
compasión. Deseo quemaba allí. Caliente y crudo. Posesión. Primal y un poco
salvaje.

― Dolce Cuore, eres una corredora. Has conseguido el hábito de correr cuando las
cosas se ponen demasiado calientes. No soy fácil. Nunca voy a ser fácil. Pero yo te
poseo. No tendrás un momento en el que no esté consciente de dónde te
encuentras y lo que estás haciendo. Eso es lo que soy. Siempre seré ese hombre.
Tienes que estar segura de que vas a quedarte conmigo no importa qué, porque
una vez que te haga mía, una vez que tu cuerpo me pertenezca, no hay forma de
que lo tome de nuevo. Jamás. Tienes que saber en lo que te está comprometiendo.

Ella sacudió su cabeza. ― No digas cosas por el estilo, Stefano. He leído las revistas
y has tenido sexo mil veces con un millar de mujeres. No todas pueden
pertenecerte.

― Fue solo sexo, Francesca. Yo las cogí porque necesitaba liberación y me gusta
coger. ― Él ignoró la mueca de dolor y continuó. ― Yo no las traigo a mi hogar.
No han venido a vivir conmigo. O me conocen. O saben algo de mí. No las he
reclamado a ellas delante de toda mi familia o de mi barrio. Ninguna de esas
mujeres me pertenecía. No las quería a ellas más que durante unas pocas horas.
Nos utilizamos el uno al otro, eso es lo que era.

Francesca mordió con fuerza un lado de su labio, con el corazón palpitante.


Apenas podía creer lo que estaba escuchando. ¿De alguna manera, ella era
diferente para él, más que todas esas otras mujeres bellas, sofisticadas? ¿Más que
las modelos? ¿Herederas? ¿Actrices? ¿Ricas y hermosas?

Bookeater
Shadow Rider
― Mi vida está jodida, Francesca. A partir del momento en que nací. No tengo otra
opción en lo que hago. Yo nací en una empresa familiar, fui entrenado para ello, y
hay gente que depende de mí. Mi vida nunca ha sido mía. Tengo todo el dinero del
mundo, y nada de lo que yo quiero. Hasta ti. Te quiero. Eres todo lo que yo quiero
para mí.

Ella cerró los dedos más fuerte alrededor de sus bíceps, con miedo de que si no se
sostenía, se caería. Las cosas que dijo la debilitaron con el deseo. Había honestidad
descarnada en su voz, cruda emoción en su rostro. ― No soy un hombre
agradable, bambina. Nunca voy a ser ese hombre agradable. Si te entregas a mí,
entraras en un mundo que te va a asustar. Vas a tener que confiar en mí
implícitamente. Confiar en que siempre, siempre, antes que cualquier otro, voy a
cuidar tu espalda. Voy a mantenerte a salvo. Yo te haré feliz y te daré el mundo.
Eso no va a ser sexo casual, Francesca. Me das tu cuerpo y eso es todo. No dejaré
que te lo lleves.

― Me estás asustando. ― El lo estaba haciendo. Esa parte de entrar en su vida,


entrar en su mundo y decirle que este mundo la asustaría a ella, tenía miedo de lo
que significaba. No estaba siendo dramático, o embelleciéndolo; él estaba
declarando hechos, ella podría decirlo.

― Debes tener miedo. Quiero que me veas, Francesca. El verdadero yo. El hombre
con el que vas a pasar tu vida. No hay ilusiones. Soy despiadado e implacable.
Consigo el trabajo hecho con cualquier medio necesario. Protejo lo que es mío.
Quiero hijos. Una familia. Una mujer que ame a aquellos niños y este con ellos en
medio de la noche y los consuele cuando están molestos. Quiero a esa mujer para
mí y para mis hijos. ― Le había dicho que se levantaba con su hermana cuando
ella tenía pesadillas y él fue quien le hizo chocolate caliente y se sentaba con ella.
No su madre. Stefano había hecho eso.

Bookeater
Shadow Rider
― Voy a tratar de poner freno a la manera que soy y darte un poco de espacio,
pero me conozco a mí mismo. Ya eres mi mundo. Yo pienso en ti día y noche. Me
preocupo por ti. Vas a convencerte de que una vez que la amenaza a la que te
enfrentas y Barry Anthon sea eliminado de tu vida, voy a aligerarme. Pero no lo
haré, cuore dolce, es mi costumbre. Siempre tendré que saber que estás a salvo y
que cuando digo algo, escucharas. ― Oyó el pesar, el dolor en su voz. Como si ella
no pudiera nunca amarlo por ser quien era. Para lo que él había nacido y para lo
que lo habían criado. Cualquiera que fuera su vida, cualquiera que fuera su
negocio familiar, él no renunciaría. No por ella. No por cualquiera. Esperaría que
ella viviera con lo que era. Él esperaría que viviera con las reglas de su mundo, las
que él establecía.

No soy fácil. Nunca voy a ser fácil. Si yo te poseo. No tendrás un momento en el que no
esté al tanto de dónde te encuentras y lo que estás haciendo. Eso es lo que soy. Siempre seré
ese hombre. Su declaración se hizo eco por su mente. En ese pensamiento vino el
siguiente. Siempre sabré que estás segura, que mis niños están a salvo. "Seguro" significa
el mundo cuando no había tenido eso. No soy un buen hombre, bambina. Nunca voy a
ser ese hombre agradable. Si te entregas a mí, estarás entrando en un mundo que te va a
asustar. No pensaba en sí mismo como un hombre agradable, pero en la siguiente
respiración se lo dijo con igual honestidad. . . Pero puedes confiar en que siempre,
siempre, antes que cualquier otro, voy a cuidar tu espalda. Te mantendré a salvo. Yo te haré
feliz y te daré el mundo. No entendía lo hermoso que era eso para ella. Lo increíble
que era que un hombre como él existiera.

― No sabes nada de mí. Cómo soy. Cuál es mi carácter. Es imposible querer estar
conmigo, para decir que soy tu mundo, cuando ni siquiera me conoces. ― La mató
tener que decir la verdad, porque le estaba dando motivos para dejarla. Y ella lo
deseaba. Pero era la verdad, y no iba a vivir una mentira tan solo para poder
tenerlo.

Se rió en voz baja, moviendo la cabeza, su mirada vagando posesivamente sobre su


cara. ― ¿Crees que después de pasar toda una vida conociendo el mal, estudiando
el mal en todas sus formas, no sé bien cuando lo veo? He pasado muchas horas en
compañía superficial. De poca profundidad. Todo acerca de la apariencia. Dinero.
Imagen. Sexo y codicia. Eso es en lo último que estás.

Bookeater
Shadow Rider
― No puedes saber eso, Stefano, ― susurró. Su corazón latía tan fuerte que temía
que pudiera oírlo.

― ¿De verdad Bambina? ― Sus dedos se cerraron alrededor de la nuca de su


cuello. ― Le diste tu abrigo a una extraña, a una mujer en la calle, cuando lo
necesitabas desesperadamente. Joanna tiene dinero, una familia, una casa caliente
para vivir. Ella estaba contigo. No le ofreció su abrigo. Tampoco nadie más que
caminara por la calle viendo a Dina temblar de frío. Vieron a una mujer sin hogar y
no la vieron en absoluto. Viste a un ser humano.

― Pero . . .

― Te di mi abrigo, Francesca, con mucho más de mil dólares en el bolsillo.


¿Cuántas mujeres o hombres, para el caso habrían dejado el dinero allí?

― Compré botas. ― Su voz era baja y el color se deslizó hasta su cuello. Su mirada
se deslizó de la suya; tenía vergüenza de tener que admitir que había tomado su
dinero y aún así no podía devolverlo.

Su pulgar se deslizó a lo largo de su mandíbula y luego viajó a su labio inferior. Él


trazó la curva suave, enviando pequeños escalofríos por su espina dorsal.

― Bella, envié a mi hermano a la tienda para asegurarse de que te comprabas esos


zapatos. Eso era importante para mí. Y tomaste un cuidado especial de mi abrigo.
Colgándolo en la oficina de Pietro lejos de cualquier otra persona. Estabas
congelándote en ese horrible apartamento, sin embargo, en lugar de usar el abrigo
para mantener el calor, lo colgaste con cuidado.

― Pensé usarlo, ― admitió. Pero el suelo estaba sucio incluso después de que lo
había fregado, no quería que su abrigo siquiera lo tocara.

― Pero no lo hiciste, a pesar de que debiste hacerlo. No querías que le pasara nada
a él. Te importaba.

Bookeater
Shadow Rider
Le importaba más de lo que quería admitirse a sí misma. Se mantuvo diciendo que
quería devolverle su abrigo. Le parecía una gran responsabilidad, pero si ella
estaba siendo estrictamente honesta consigo misma, sabía que la verdad era que
quería envolverse en su aroma. La hacía sentir segura. Tener su abrigo era un poco
como tener una parte de él. Se humedeció los labios, la punta de la lengua
probando la yema de su dedo pulgar. Su corazón se sacudió y se apretó su sexo y
se fue más húmeda, más caliente, más necesitada.

― Stefano, si supieras las cosas que dicen de mí. . .

― ¿Las cosas que Barry Anthon dice sobre ti? ¿Qué invento sobre ti? ¿Fabricando
evidencia en tu contra?

Su voz se volvió fría. Dura. De miedo. ― Cuando te despertaste de tu pesadilla y


me contaste que él . . .

― Para. ― Ahora su cara era de color rojo cereza. Estaba tan avergonzada de
haberlo arrastrado deliberadamente a su desorden. ― No tienes idea de lo que
hice. Te he manipulado. Sabía que eras miedosamente sobreprotector. Un protector
fuera de serie. Yo te dije sobre Barry. . .

― Porque estabas medio despierta y asustada, fuera de tu mente. ¿Crees que al


sostenerte en mis brazos no podía sentir eso? Estamos conectados. Sé que sientes
eso, también. En el momento en que estuviste lo suficientemente despierta, trataste
de dar marcha atrás.

Ella tenía que hacerlo. ― Aún así, te he arrastrado en mi pesadilla. No cuenta que
me haya arrepentido después. Eso es un horrible defecto de carácter, usar a alguien
porque me sentía sola, cansada y.. . ― Se interrumpió.

― Asustada. Estabas asustada y necesitabas a alguien.

― No a cualquiera. ― Ella tenía que darle algo. Darle verdad. ― Me hiciste sentir
segura por primera vez en lo que parece desde siempre, desde que mis padres
murieron, desde que mataron a mi hermana, ― confesó Francesca en un pequeño
susurro.

Bookeater
Shadow Rider
― Quiero que te sientas segura cuando estás conmigo, dolce cuore. Lo más
importante, cuando pensaba que Anthon te había encontrado, has decidido
escapar para protegerme. En mi vida, no puedo recordar otro ser humano
protegiéndome. Me criaron para ser un escudo de pie entre el daño y todos los
demás. Eso lo aprendí a los dos años de edad. No tienes ni idea de lo que
significaba para mí, saber que, aun teniendo miedo, sin dinero, sin nada en
absoluto, lo dejarías todo con el fin de protegerme.

Ella sacudió su cabeza. ― Stefano, me estás haciendo sonar mucho mejor de lo que
soy.

― Yo sabía qué clase de mujer quería en mi vida, para ser la madre de mis hijos, y
cuando vi todas aquellas cosas, lo supe. Yo sabía que era tu. Por no mencionar, que
la química entre nosotros es fuera de serie. Yo creo que te mencioné que me gusta
follar. Lo Hago. Y mucho. Termino un trabajo y necesito a una mujer
desesperadamente. Yo no pudo obtener ese alivio porque de repente ninguna otra
mujer serviría más que tú. Sólo hay una mujer para mí. Eres la mujer que quiero en
mi cuerpo. Eres la mujer que quiero ver venirse cuando te llene. Quiero estar
contigo en todos los sentidos en que un hombre puede estar con su mujer.

― No sé lo que estoy haciendo.

― Un poco de confianza, bambina. ― Hubo un atisbo de diversión en su voz. ―


Yo sé lo que estoy haciendo, y voy a asegurarme de que siempre sea bueno para ti.

― ¿Qué hay de hacer que sea bueno para ti? Eso es importante para mí, Stefano, ―
confesó.

Él se quedó inmóvil, sus ojos azules oscureciéndose, intensos, moviéndose sobre su


cara con posesión primal y otra cosa que no podía nombrar. ― Ahí está, ― dijo en
voz baja. ― La razón por la que te quiero con cada puto aliento que tomo.

Bookeater
Shadow Rider

11

Los dedos de Stefano apretaron la nuca de Francesca e inclinó lentamente la


cabeza hacia la de ella. Necesitaba su boca. El sabor de ella. No importaba lo que
dijo, no importaba que él hubiera actuado como si estuviera dándole la
oportunidad de alejarse de él, lo sabía mejor. Él sabía que ella ya se estaba perdida.
Suya. Nunca había pensado que realmente tendría una oportunidad de encontrar a
una mujer propia, una que pudiera amarlo y centrar su mundo alrededor, él y su
jodida vida, pero aceptaría ahora que había entrado en su mundo, sabía que no
estaba dispuesto a dejarla ir.

Ella debería haberse apartado de él. Él le había dicho la verdad sobre sí mismo y le
dio a entender como era su mundo. Él la había dejado saber exactamente lo que
tendría que vivir hacia adelante con él. Ella debería haber intentado escapar otra
vez, pero en su lugar, ella levantó la cara hacia él. Se ofreció a sí misma. Sus
párpados a la deriva hacia abajo, cubriendo su mirada sexy, somnolienta, que
envió flechas ardientes que encendieron su sangre en las venas.

Él tomó su boca. Implacable. Despiadado. Aun un pequeño salvaje. Con más


hambre de la que nunca había tenido en su vida. Sus labios eran suaves,
separándose para él al instante en que hizo su demanda, y su lengua se deslizó en
su boca. Su dulce, dulce boca. Al instante se precipitó con vehemencia por sus
venas la sangre a acumularse bajo. Brutal. devorándola. Tomando todo lo que
podía obtener de ella y exigiendo más. Nunca tendría suficiente de ella, de la
forma en que ella le daba un beso. Dándose a él. Dándole todo. Ella no sabía lo que
estaba ofreciéndole. Confianza. Confianza absoluta. Su cuerpo quedó sin hueso,
fundiéndose con él, su boca moviéndose bajo el asalto de la suya.

Bookeater
Shadow Rider
No importaba que él fuera salvaje. Áspero. Estaba permitiendo que el beso girara
fuera de control. Ella solo se lo dio y se entrego a él. Eso llegó a él como ninguna
otra cosa podría hacerlo. Ella no creía que tuviera algo que ofrecerle. Solo eso. No
tenía dinero, sin familia, nada en absoluto ante sus ojos. Sin embargo, ella le dio
todo porque ella le dio este magnífico regalo, a ella y su confianza, cuando no tenía
ninguna razón para confiar en nadie, y mucho menos en él.

Nunca había tenido una mujer que no quisiera algo de él. Él sabía la partitura y
estaba todo bien con eso. Francesca era. . . extraordinaria. Un regalo. Un milagro.
Ella sólo se entregaba a él. Él estaba conectado a ella a través de sus sombras y
sabía cómo se sentía. Asustada, bordeando el terror. Todavía, él le importaba. Ella
lo veía, no el Stefano que el resto del mundo veía, sino el hombre interior que la
necesitaba. El que no quería estar solo. Se entregó a ese hombre. Y Dios lo ayudara,
no iba a dejarla ir, por lo que tenía que hacer esto bien. Tenía que dar lo mejor que
podía, y desde luego, no rasgarle la ropa y tomarla de la forma en que su cuerpo
exigía.

Se echó hacia atrás antes de que fuera demasiado tarde, antes de que él la tomara
allí en el pasillo, en el piso, antes de que el rugido en su cabeza se hiciera
demasiado fuerte y la necesidad de su cuerpo se llevara hasta la última gota de
sentido que tenía.

Débilmente, oyó el sonido del ascensor y al instante, incluso con su cuerpo en


llamas y su pene tan condenadamente duro y lleno que temía que iba a estallar, se
dio la vuelta, bloqueando el cuerpo de Francesca con el propio, arrastrando su
arma de su pistolera y siguiendo las puertas del ascensor a través del arco.

Ricco entró en el vestíbulo, seguido por sus otros hermanos, todos ellos, y sus
primos de Nueva York. Se veían sombríos. Determinados. La verdad era que no se
sorprendió al verlos. Él sabía por qué estaban ahí. Francesca representaba una
esperanza para ellos. Ya, sabiendo que él estaba reclamándola a ella, era parte de la
familia de ellos. Se tomaban en serio la familia. Ellos querían saber qué le había
asustado, ¿por qué iba a pensar ella que tenía que correr? Era más, ¿por qué iba a
pensar que tenía que proteger a Stefano? También sabía que, si creían que él estaba
en peligro, ellos sacarían todas las paradas para garantizar su seguridad, así como
la de Francesca.

Bookeater
Shadow Rider
En cualquier otro momento, él habría estado contentos de verlos, pero el momento
era pobre.

― Mis hermanos, bambina, ― dijo en voz baja, volviéndose a ella mientras


deslizaba la pistola en su funda.

― Y dos primos de Nueva York. ― Sus primos eran los investigadores de la


familia fuera de Nueva York. ― Ellos te quieren hacer algunas preguntas. Si no te
sientes cómoda contestándoles, mírame. Yo me encargaré. ¿Lo entiendes? ―
Porque incluso con su familia, se pondría de pie delante de ella. Siempre. No lo
sabía, sin embargo, pero iba a aprenderlo.

― No entiendo. ― Los ojos de Francesca fueron de aturdidos y oscuros con


necesidad a la confusión y amplio shock mientras miraba la pistola. ― ¿Qué
preguntas? ¿Y por qué llevas una pistola? ¿Es eso legal?

Enroscó los dedos con los de ella, deslizando el pulgar suavemente sobre sus
nudillos en una pequeña caricia. Él sintió su escalofrió en respuesta. Todavía podía
saborearla en su boca, esa mezcla particularmente adictiva de pasión e inocencia
de Francesca. Tiró de ella hasta que su frente estaba apretada contra su costado y
dio un paso desde el pasillo hacia la gran sala para saludar a sus hermanos.

― Ya conoces a la familia, y este es Lanz y Deangelo Rossi, mis primos. Esta es mi


mujer, Francesca.

Ella asintió, pero no sonrió, claramente muy confusa. Él no le dijo por qué estaban
allí, que, en su familia, un investigador de la otra rama le echaría una mano cuando
estuvieran directamente implicados. No quería correr el riesgo de preguntas. No
estaba preparada para aprender los secretos de la familia. Necesitaba engancharla
profundamente, y asegurarse de que lo amaba lo suficiente como para quedarse.
Ella no estaba allí sin embargo, y él no estaba a punto de tirar ni una sola de sus
oportunidades con ella. Él quería ser el centro de atención de sus primos.

― ¿Dónde está Emmanuelle?

Bookeater
Shadow Rider
― Alguien tenía que ser el cordero del sacrificio, ― dijo Taviano. ― Ella cogió la
pajita más corta. ― Eso quería decir que mantendría a Eloísa, su madre, ocupada
mientras llevaban a cabo esta reunión.

Stefano asintió. ― ¿Alguien quiere café? ¿Vino? ¿Algo más para beber? ― Él llevó
a Francesca al sofá de dos plazas más pequeño, lo que permitió que sus hermanos
tomaran los sofás más grandes o más cómodos, sillones profundos.

Vittorio ya estaba en el bar, preparando bebidas para sus hermanos y primos.


Sirvió a sus primos primero y luego paso a Francesca una de sus sonrisas
ganadoras.

― ¿Qué puedo conseguirte? ― Miró a Stefano. ― ¿Voy a necesitar una bebida para
esto?

― Podría ser lo mejor, dolce cuore, ― dijo Stefano. Corrio la mano por la caída del
cabello suave agitándolo alrededor de su cara. ― Tenemos algunas preguntas que
necesitan respuestas.

Su cara se cerró al instante hacia abajo. Sacudió la cabeza, su mano deslizándose de


las suyas. Dejó caer las manos a su regazo, entrelazando sus dedos con fuerza.

― Stefano. . .

― Tiene que ser hecho, Francesca. Tenemos que saber a qué nos enfrentamos.
Tengo mis primos mirando lo que sucedió y también en el pasado de Anthon, pero
tenemos que escuchar la verdad de ti.

Ella sacudió la cabeza de nuevo, mirando nerviosamente a sus primos.


Permaneciendo en silencio con firmeza.

― Cómo vas a saber si estoy o no diciendo la verdad? Se la dije a la policía, al juez,


a mi jefe en el deli donde había trabajado desde que tenía dieciséis años, a los
propietarios de dos apartamentos, y al final nadie me creyó excepto Joanna. Tus
hermanos apenas me conocen y tus primos no me conocen en absoluto. ¿Por qué
considerarían que estoy diciendo la verdad sobre él? ― Ella hizo un movimiento
para levantarse, preparándose para huir. ― He hecho esto muchas veces. No
quiero volver a hacerlo.

Bookeater
Shadow Rider
Se puso de pie sólidamente en frente de ella, negándose a ceder terreno, por lo que
era imposible que se moviera. Ella se sentó de nuevo en el sofá de dos plazas y él
se sentó junto a ella, deslizando su brazo en el respaldo del sofá, con los dedos
colocados en su cuello.

― ¿Vino tinto, o te gustaría algo más fuerte?, Vittorio hace una margarita asesina.

Se humedeció los labios. Él sintió su cuerpo temblar e instintivamente se acercó a


ella hasta que estuvo encerrada en su contra, el muslo al muslo, su cuerpo debajo
de su hombro.

― Tienes que confiar en mí para cuidar de ti a través de esto, ― dijo. ― Sé que es


molesto, pero nosotros te tenemos ahora. No estás sola. Anthon puede pensar que
lo estas, y va a hacer su movimiento, pero no estarás sola vez de nuevo, Bella. Eres
mía. Me ocupo de lo mío.

― Es nuestra, ― corrigió Ricco. ― Familia.

Los demás asintieron en señal de solidaridad. Las manos de Francesca temblaban y


Stefano colocó la suya sobre ellas, tirando hasta que ella le dejó tirar de una palma
abierta en el muslo. Cubrió su mano por completo con la suya, presionando su
palma en sus músculos, sosteniéndola apretada contra él. Ella lo miró por un largo
tiempo, con la mirada en busca de él. Él sabía lo que estaba viendo. Él no era un
hombre para mentir. Era duro. Incluso frío. Tenaz. Despiadado, y cuando él tenía
un enemigo, sin misericordia.

El sabía que si era sólo él quien hacia las preguntas, ella respondía sin vacilar, pero
su mirada se extraviaba continuamente a sus hermanos. No se sentía cómoda con
ellos allí.

― Estamos aquí para ayudarte, ― reiteró Ricco. ― Perteneces a Stefano, y eso hace
que nos pertenezcas a todos nosotros, incluso a nuestros primos. Somos todos de la
familia. Eso significa algo para nosotros. No tengas miedo. Sabes que es la verdad.
¿No es así? cuando la escuchas? ¿Siempre ha sido capaz de decir cuando alguien
está mintiéndote?

Bookeater
Shadow Rider
Francesca asintió. ― Sí. ― Su voz era muy baja y llena de reticencias, cuando hizo
la admisión, como si pensara que estaba loca.

― Nuestra familia entera tiene esa capacidad, ― dijo Ricco. ― Nuestros primos,
nuestros padres, una tía y un tío también. Es un regalo que elegimos
deliberadamente desarrollar en nuestra familia, durante generaciones, no sólo para
nosotros. Sabremos la verdad cuando no la des a nosotros.

La palma de la mano de Francesca presionó más profundamente en el muslo de


Stefano. Ella sabía que Ricco le había dado tanta información como seguro así
como de advertencia, pero asintió y Stefano sintió que algo de la tensión cedió
fuera de ella.

― Voy a tomar un vaso de vino tinto. Yo no comí la cena, y me he dado cuenta de


que incluso una pequeña cantidad de vino parece afectarme. Soy un peso ligero,
pero lo hago de vez en cuando para disfrutar de una copa con la cena.

― No comes lo suficiente, ― dijo Stefano, su voz ronca. Un poco mandona y


desaprobadora.

Eso le valió un destello de diversión en sus ojos azules vivos, y luego se fue al
aceptar la copa de vino de Vittorio. Stefano sintió que algo se movía en el interior
de él en ese momento íntimo. Él sabía que estaba destinada para él solo. Nunca
había tenido eso. Ni una sola vez en su vida había tenido una mujer que fuera
exclusivamente suya.

Francesca no era consciente de ello, pero lo miraba con mucha más confianza en
sus ojos de la que él merecía. Lo miraba como si el sol saliera y se escondiera con
él.

― No estoy muy delgada, Stefano. ― Bajó la cabeza, mirando la copa de vino en


vez de a él como si la discusión sobre sus curvas la avergonzara.

Ella había pasado hambre durante mucho tiempo. A decir verdad había perdido
algo de peso, pero podía decir que pensó que lo necesitaba. Las mujeres parecían
estar pensando siempre así. Él prefería las curvas a una supermodelo delgada. No
entendía por qué las mujeres eran tan duras con ellas mismas.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca era hermosa y no quería que ni una sola libra desapareciera. Sus
hermanos, con bebidas en la mano, se establecieron en las sillas, todos los ojos en
su mujer. Él sabía que eso la hacía sentir incómoda, por lo que mantuvo sus dedos
alrededor de la nuca de su cuello y su otra mano cubriendo la de ella en su muslo.

― Cuéntanos acerca de Barry Anthon, Francesca, ― dijo Ricco. ― Desde el


principio. Cómo llegó a tu vida y lo que ocurrió a partir de ahí.

Francesca levantó la vista hacia Stefano para el seguro y luego ajustó


cuidadosamente la copa de vino en el extremo pequeño de la mesa, temiendo
derramarla en el suelo de mármol reluciente. Todo su cuerpo temblaba y no
parecía ser capaz de hacer nada al respecto, aun cuando se ordenó a sí misma
controlarse. No quería hablar de Barry Anthon, o revivir el mundo de pesadilla al
que había sido arrastrada dos años antes, cuando Cella conoció a Barry.

Arriesgó otra mirada alrededor, a los rostros de los hermanos Ferraro. Vittorio y
Taviano se veían alentadores. Ricco parecía francamente aterrador. Giovanni
asintió con la cabeza como si fuera a decirle que siguiera adelante con ello. Ella
sintió el cuerpo de Stefano sentado a su lado, sin embargo, parecía ocupar la
habitación, rodeándola a ella, cubriendo su espalda. Estaba en todas partes.
Peligroso. Determinado. Dándole una sensación de seguridad. ¿Cómo se las
arregló? No lo sabía. Los dedos masajeando su cuello casi ausente eran
impresionantes. Sin ser consciente de pensarlo se echó hacia atrás en ellos,
buscando más. Buscando su toque mientras les daba lo que querían.

― Mi hermana, Cella, es… era nueve años mayor que yo. Cuando nuestros padres
murieron en un accidente automovilístico decidió criarme por sí misma. No tenía
que hacerlo si no quería. Nunca hizo, ni una sola vez, que me sintiera como una
carga para ella, aunque era difícil. Nosotras no siempre teníamos una gran
cantidad de dinero y vivíamos en un pequeño apartamento, pero yo era muy feliz.

Nadie le apresuró para llegar al lugar donde se encontró con Barry, y apreció su
paciencia, lo que le permitió decir todo en su propio tiempo y manera.

Bookeater
Shadow Rider
― Yo estaba trabajando en una tienda de delicatessen e iba a la escuela. Cella
trabajaba en un salón de belleza como peluquera. Hacia las uñas también. Su
tienda estaba en el centro, en una buena ubicación, lo cual significaba que tenían
una gran cantidad de clientes de gama alta. Hacia dinero decente y tenia una
clientela realmente establecida. Al lado de su salón estaba una muy concurrida y
popular cafetería. Un día ella estaba corriendo de vuelta al trabajo, y otro cliente en
la tienda de café corrió a la derecha. El café se derramó sobre ella. Estaba caliente y
ella se quemó. Dejó caer su bolso, todo se fue volando y él se arrodilló y recogió
todo para ella, de inmediato la llevó a una tienda para comprar ropa nueva para su
jornada de trabajo y la invitó a salir. Ese hombre era Barry Anthon.

Los hermanos intercambiaron una larga mirada y ella vaciló, y luego levantó la
vista hacia Stefano. ― ¿Qué?

― Él hace eso. Él ve a alguien hermoso que quiere y organiza un "accidente",


donde puede jugar al caballero blanco mortificado, e invita a la mujer, ella cae a
sus pies y obtiene engancharla antes de que sus colores verdaderos salgan.

― ¿Sabes eso de él?

Ricco tomo un poco de líquido ámbar del vaso en la mano y asintió. ― Lo usa
cuando está en fiestas. He sido testigo de ello, una o dos veces.

Un pequeño estremecimiento pasó por Francesca. Sin darse cuenta se apretó más
cerca de Stefano. Instantáneamente su mano se dirigió desde el cuello hasta los
hombros y cambió su posición contra él antes de que sus dedos se deslizaran por
debajo de su pelo para acariciar su nuca.

Bookeater
Shadow Rider
― Eso es lo que hizo. Cella llegaba a casa riendo y hablando de él como si fuera un
príncipe encantador. Yo estaba feliz por ella. Estaba segura de que se estaba
enamorando. Se citaron a menudo durante los siguientes seis meses, a pesar de que
algunas pequeñas cosas con las que ella no estaba encantada comenzaron a
suceder. En primer lugar, me lo presentó, y no me gustó en absoluto. No. Me.
Gustó. ― Ella enuncio cada palabra. ― Él era demasiado encantador y no dejaba
de tocarme todo el tiempo. Se mantenía demasiado cerca. Respiraba en la parte de
atrás de mi cuello. Era más que eso. . . ― Se interrumpió, ceñuda. ¿Cómo podía
decirles a ellos sin que sonara loco? Ella ya iba a tener que combatir cargos de
locura cuando les dijera toda la historia.

― Francesca. ― Vittorio se inclinó hacia ella, evidentemente, leyendo su renuencia.


― Cara, todos somos familia aquí. Dinos lo que es y permítenos decidir. Oímos la
verdad. Nosotros te lo dijimos. Eso significaba que lo hacemos, literalmente, por lo
que nos digas no puede ser mucho más extraño que eso.

Con aire ausente, por debajo de la palma de Stefano, sus dedos se tensaron sobre el
material de su inmaculado pantalón a rayas en un puño, sosteniéndolo en busca de
apoyo.

― Sé cómo suena esto, pero a veces, cuando estoy de pie de una determinada
manera y la luz es la correcta, mi sombra se conecta con la sombra de otra persona.
No es que físicamente lo toque. Sólo nuestras sombras, en la pared o el suelo.
Donde quiera. ― Ella se mordió el labio y luego tomó un sorbo de vino,
tomándose su tiempo en poner el vaso. Había empezado ahora tenía que terminar.
Ellos iban realmente a pensar que estaba loca.

― Bambina, ― Stefano murmuró, con la boca contra su sien, los labios rozando su
piel. Su aliento burlándose de su cabello.

― Nadie va a pensar que estás mintiendo.

Ella suspiró y se obligó a enderezar los hombros.

― No sé si eso tiene algo que ver con ello, la parte acerca de las sombras, pero me
he dado cuenta de que siempre que se tocaban me parecía tener esa sensación. Yo
podía sentir lo que sentía la otra persona. ― Los hermanos intercambiaron otra
mirada larga y se apresuraron a tratar de hacer que la explicación sonara mejor.

Bookeater
Shadow Rider
― No puedo explicarlo, solo que a veces, sólo sé lo que se siente una persona.
Habían dormido, pero no sentía nada por ninguna de las dos. No por mí. No por
Cella. No de la manera que pensaba Cella. Era más bien como un gato jugando con
un ratón. Él estaba jugando con ella por su propia diversión. Planeaba humillarla.
Abusar de ella. Ese tipo de cosas era lo que le hacían sentir poderoso.

Ella esperó las recriminaciones, pero nadie dijo nada. Ricco asintió ante su
evaluación de Barry Anthon. Eso fue lo más que consiguió de ellos.

― Traté de decirle. Fue la primera vez que tuvimos una gran pelea. Se negó a
creerme. ― Eso realmente le había herido. No podía entender por qué su hermana
no podía creerla. Ella no mentía. Nunca mentía. Eran cercanas. No tenía sentido
para ella.

― Después de la pelea que tuvimos, Cella notó pequeñas cosas que le molestaban.
Barry nunca la sacaba en público. Él asistiría a la recaudación de fondos e iba a
grandes eventos en los que los medios estaban por todas partes, y siempre llevaba
una actriz o alguna celebridad. Le decía a Cella que tenía que hacerlo, porque era
importante para obtener la cantidad máxima de cobertura para el evento como
fuera posible, pero incluso en los juegos de pelota estaba fotografiado con otras
mujeres. Él siempre le hacia un poco de observaciones a ella, burlándose de su
ropa o zapatos, o riéndose porque no sabía qué tenedor usar en su club. Ponía
excusas para él, diciendo que probablemente estaba molesto por algo por causa de
la forma en que sentía por él.

Ricco negó con la cabeza.

― He oído que hace eso, denigra de su cita. Se burla de ella. Les dice cosas que
bajen su autoestima. Lo hace casi con todas las mujeres con las que sale.

Giovanni asintió. ― Le oí hablar con un amigo una vez, sobre la forma de llevar a
una mujer a su casa y que haría cualquier cosa para estar con él, porque sabía que
era mejor que ella y era condenadamente afortunada de tenerle. Él cree esa mierda.

― Pendejo de mierda, ― Taviano murmuró en voz baja, y de repente saltó y


camino a través del piso hacia la barra para servirse otra copa. ― Desprecio a ese
hijo de puta.

Bookeater
Shadow Rider
Ella casi sonrió, más porque se dio cuenta que todos los hermanos eran iguales,
incluso hasta su colorido idioma. Y parecían creerla. Al menos sabían de Anthon y
habían observado su comportamiento por lo que ahora lo que ella les estaba
diciendo no estaba tan lejos de la línea, no la escuchaban de la forma en que la
policía y el juez habían estado con ella.

― No está solo, ― dijo a Taviano. Debido a que, a pesar de la lengua, si había una
persona en la tierra que pudiera describirse con esa única palabra, sería Barry
Anthon.

― Sigue adelante, ― instruyó Stefano.

Ella tomó una respiración profunda, tratando de mantener la puerta en su mente


de la aparición de grietas abiertas, aquel hecho en el que revivía la búsqueda de su
hermana moribunda en el suelo, la sangre manchando su apartamento.

― Ella pasó la noche con Barry en su casa y me llamó muy tarde. Estaba molesta
porque dijo que habían estado hablado sobre esta lucha multimillonaria que era
enorme, televisada, una pelea de título que había tomado un par de años
organizarla. No estaba en las peleas en absoluto y estaba un poco aburrida de que
hablara sin cesar sobre ella. Esa tarde se jactó de la cantidad de dinero que hizo por
las apuestas en la lucha. Repetía cómo sabía elegirlos.

― La pelea de Henessy y Morrison, ― supuso Giovanni.

Francesca asintió. ― Esos eran los nombres. Fue llamado a la puerta y salió a la
calle con un par de sus hombres, que parecían estar molestos. Había dejado la
puerta de su oficina entreabierta. Por lo general, estaba bloqueada. Esa era la única
habitación en su casa en la que ella nunca había estado, por lo que se asomó para
ver lo que era. Cella me dijo que deambulo un poco y luego cuando iba a salir, ella
estaba detrás de su escritorio y vio un libro abierto con nombres y números, y
reconoció el nombre del luchador que perdió, el que Barry dijo que todo el mundo
esperaba que ganara. Parecía como si él le hubiera pagado al luchador para que
perdiera. En todo caso, tomó fotografías de las páginas con su teléfono y luego un
video de las entradas, y había cientos de ellas.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿El libro estaba abierto sobre la mesa? ― Preguntó Ricco, su voz incrédula.

Se mordió el labio con fuerza antes de que se diera cuenta de que no desconfiaba
de lo que le estaba diciendo, más bien pensaba que Barry era un idiota por dejar
una cosa así fuera, tal vez incluso por mantener los registros de tales eventos,
aunque sospechaba que era con fines de chantaje.

― Cella dijo que él siempre estaba en su oficina trabajando hasta tarde. Fue
interrumpido por una conmoción en la puerta y varios de sus hombres lo llevaron
a donde ella no podía oír. Había estado en la cocina cocinando para él. A él le
gustaba que cocinara cada vez que se veían. Cella no era la mejor cocinera. Ella
trabajaba todo el tiempo, pero por lo general yo era la que cocinaba para nosotros
en el apartamento, ella tomó la oportunidad en su condominio. Fue al dormitorio y
me llamó y me dijo que no iba a pasar la noche. Que ella quería que yo llamara en
unos minutos y dijera que estaba enferma.

Su voz se quebró y se llevó la mano a la garganta a la defensiva. Ya un bulto se


estaba formando. Lágrimas quemaban detrás de sus ojos. Volvió a respirar
profundamente para dejar de ir los pedazos.

― Debería haberme ido directamente a casa en ese momento. Pero necesitaba


estudiar y yo estaba en la biblioteca. Fue algo tan tonto de verdad, ¿Qué tan
importante pensé que era hacer la investigación para un artículo que estaba
escribiendo? ― Ella sacudió la cabeza y tuvo que tragar varias veces. Le dolía el
pecho, sus pulmones ardiendo por aire.

― Sólo dinos el resto, dolce cuore, di lo que sea rápido y acaba de una vez, ―
murmuró Stefano, su boca una vez contra su sien.

― Llamé unos diez minutos más tarde y le dije que estaba enferma con la gripe.
Ella hizo un montón de ruidos de simpatía y se excusó con Barry. No se dio cuenta
de que tenía una cámara en su oficina y que todo lo que ella hizo fue grabado.
Cuando se encontró con la puerta abierta, miró la grabación y al parecer la vio
mirando el libro. Él fue tras ella.

Bookeater
Shadow Rider
Ella trató desesperadamente de separarse del resto de la historia, permanecer sin
emociones y recitar los acontecimientos como si hubieran ocurrido a otra persona,
pero no podía. Su voz se sacudió, traicionándola. Sonaba estrangulada, a punto de
llorar y no importaba cuántas veces tomó un aliento, no podía obtener suficiente
aire en sus pulmones.

― Vine a casa tarde y el apartamento estaba a oscuras. En el momento en que traté


de entrar, yo sabía que algo estaba mal porque la puerta estaba entreabierta. Podía
oler la sangre y oí un ruido maullando, como un animal herido en un terrible
dolor. Encendí la lámpara que estaba más cerca. La sangre estaba por todas partes.
Sobre las paredes, los muebles y el suelo. Cella yacía cerca del sofá, en un charco
de color rojo oscuro, con la ropa roja. Su pelo estaba enmarañado con sangre. Corrí
hacia ella, caí de rodillas a su lado y traté de detener la sangre y al mismo tiempo
llamar al 911.

― Muy bien, bambina, ― dijo Stefano suavemente. ― Estás a salvo con nosotros
ahora. Él no va a salirse con la suya esta vez.

― Él estaba ahí. Barry estaba allí. Tenía sangre por todo el cuerpo. No trató de
negar que la mató. Él quería que yo lo supiera. Me dijo que ella había sido estúpida
y que era mejor que le diera lo que quería. Yo podía oír las sirenas y él
simplemente se fue, como si no le importara que lo vieron. Al final no lo hicieron.
Le dije a la policía que era él, y dijeron que tenía una coartada perfecta. ― Su voz
se sacudió, se convirtió en ajenjo.

Los dos primos se inclinaron hacia adelante, casi al unísono, al instante atrayendo
su atención. Se había olvidado de que ellos estaban ahí. Por alguna razón, no le
importaba que los hermanos de Stefano escucharan su historia, pero los primos no
parecían tan simpáticos. No eran mucho más carente de emociones, aunque, tenía
que admitir, poco amables.

Bookeater
Shadow Rider
En el momento en que los primos desplazaron hacia adelante sus sillas, sus
miradas se fijaron de manera constante en su cara, cada uno de los hermanos de
Stefano reaccionaron, empujándose hacia adelante, también, pero de manera
protectora. Ella sintió el escudo instantáneamente alrededor de ella. Miró a su
alrededor y vio que cada sombra estaba conectada. Que estaba sintiendo las
emociones de los hermanos, y eran definitivamente protectores con ella. La mano
de Stefano en el hombro era de repente diferente también. Sus dedos se clavaron
en su brazo, y supo que estaba luchando contra la ira. Sus hermanos no habían
venido aquí para escuchar su historia; habían venido para mostrar solidaridad.

El conocimiento la golpeó al instante y le dieron ganas de llorar. Ellos creían en su


palabra por sí sola; eran los primos a los que tenía que convencer. No sabía por qué
Stefano y su familia se habían reunido a su alrededor, o habían elegido estar del
lado de ella contra Barry Anthon, pero estaba agradecida de que lo hicieran.

Sorprendentemente, fue la ira de Stefano la que asentó su estómago revuelto. No


quería que se molestara con sus primos cuando claramente les había pedido que
escucharan su historia.

― Él no encontró su teléfono, ― dijo Lanz, convirtiéndolo en una afirmación.

Ella sacudió su cabeza.

― Pero en ese momento, no tenía ni idea de lo que estaba hablando. No lo hice por
un tiempo.

― Continua, ― Deangelo animó.

Su corazón comenzó a latir más fuerte y un poco más rápido. Volvió la mano, la
que estaba en el muslo de Stefano, enhebrar sus dedos a través de él, necesitando
su tranquilidad. Al instante inclinó la cabeza, sus labios presionados en su oído, a
través de la espesa mata de pelo cayendo a su alrededor.

― Francesca, si necesitas un descanso o esto es demasiado molesto, podemos


continuar en otro momento. No tenemos que hacer esto ahora.

Bookeater
Shadow Rider
Ella quería decir el resto de la historia ya que era como una montaña rusa de
emociones. Había logrado comprimir el horror del asesinato de su hermana, el
terror del hombre que sabía que salvajemente la mató. Ella tuvo la tentación de
tomar la salida que él le dio, pero mirando alrededor de la habitación a sus
hermanos esperando tan pacientemente por su decisión, sabiendo que todos ellos
le respaldaban, le dio el valor necesario para continuar.

Francesca sacudió la cabeza. ― Es mejor hacer esto de una vez. Si quieres saber, te
lo voy a decir ahora. Barry Anthon es un monstruo y hace todo tipo de cosas
horribles y se sale con la suya. Tienes que saber cómo es, porque si me quedo aquí,
y creo que ya me ha encontrado, va a venir detrás de cualquier persona que me
ayude.

― Creo que tienes razón en eso, ― dijo Lanz, sentado atrás en la silla.

Al momento sintió la diferencia en Stefano y sus hermanos. La tensión en la sala se


alivió y varios de ellos levantaron sus copas a la boca, mientras que antes sólo las
habían tomado sin moverse. Ellos querían que Lanz y Deangelo le creyeran. Eso
significaba que los dos primos tenían el mismo don de la verdad de audición de la
que los demás hablaban. Ellos la creyeron. Esperaba que pudieran seguir creyendo
en ella porque nadie más lo había hecho.

― Un hombre mayor fue detenido por el crimen. Entró en el departamento de


policía y se entregó. Tenía el cuchillo y sus huellas estaban por todas partes. Dijo
que había estado bebiendo y la siguió hasta nuestra casa. Tenía cáncer de cerebro
y, a veces montaba en cólera. Él tenía remordimientos. Llorando. se declaró
culpable y murió antes de que fuera condenado. Creo que lo hizo con el fin de
obtener dinero para su familia antes de morir. No podía mirarme a los ojos.

― Su nombre, ― dijo DeAngelo bruscamente.

― Harold Benson. Su hija, Carla O'Brian, estaba con él. Ella trabaja para Barry
Anthon y lo hace, al parecer, desde hace varios años.

Deangelo asintió. ― Eso es bastante fácil. Parece como si todo condujera de nuevo
a él. Pero hay más, ¿verdad que no paró allí?

Bookeater
Shadow Rider
Francesca asintió, apretando los dedos alrededor de Stefano.

― Barry llegó alrededor de mí, una docena de veces. Aparecía en mi casa. No


parecía importar qué bloqueos pudiera poner: siempre iba allí con un par de sus
hombres. Una vez me empujaron alrededor de un lote y me amenazaron con. . . ―
Ella tragó saliva y bajó la voz, no podía mirar a cualquiera de ellos, la humillación
y el miedo golpeando demasiado cerca. ― violarme, ― terminó. ― Me empujaron
hacia abajo y rasgaron mi ropa, exigiendo siempre que les diera lo que Barry
quería. Ellos nunca dijeron lo que era, pero sabía que no habían encontrado su
teléfono celular.

La tensión en la sala estaba de vuelta y con él, el calor opresivo, miedoso. La sala
vibraba con rabia.

No sólo de Stefano sino de todos sus hermanos colectivamente. Esa era una gran
cantidad de ira para llenar incluso un gran espacio. Sólo sus dos primos no
parecían afectados.

― Pero no lo tenias, ― le solicitó Ricco.

― No tenía ni idea de dónde estaba. No podría habérselo dado a ellos aunque


quisiera, que no lo hice. Yo sabía que me mataría si se lo daba. Me mudé y
rompieron mi casa una noche. Actuando como si una fiesta se hubiera celebrado
allí. Dejaron agujeros en la pared, quemaduras en las alfombras, espejos rotos.
Estaba en la biblioteca, pero el dueño de la casa no me creyó. Cuanto más iba a la
policía, más loca les parecía a ellos. Dos apartamentos más tarde, el juez me dio
pena de cárcel por vandalismo y fuertes multas. Junto con eso, tuve que pagar los
daños y perjuicios por los dos apartamentos que Barry y sus hombres habían
destruido. El poco dinero que tenía se había ido. Entonces mi trabajo. En ese punto,
otro arresto y un juez ordenó que me pusieran un bloqueo durante setenta y dos
horas en un hospital.

― Ese puto bastardo, ― escuchó a Taviano. ― ¿Estaba allí? ¿En la sala?

Bookeater
Shadow Rider
Ella asintió con la cabeza, los terribles nudos en su vientre desentrañándose ante la
reacción de los hermanos y Stefano. Ellos la creían. Cuando nadie más lo haría, la
creían. Ni sus vecinos, ni su jefe, ni sus compañeros estudiantes, ni los maestros,
toda la gente que había conocido durante la mayor parte de su vida. No la había
creído. Hasta Joanna. Hasta los Ferraros. Las lágrimas quemaban y tuvo que
apartar la mirada de la rabia en sus rostros, ya que ninguno de ellos se molestó en
ocultarla.

Rabia en su nombre. Por ella. No se lo merecía, no después de pensar que eran una
familia del crimen organizado. Estaban de pie por ella. Todos ellos. Se volvió hacia
Stefano y enterró la cara en su chaqueta. Inmediatamente sus brazos se cerraron,
escondiendo su rostro bañado en lagrimas de los otros.

― ¿Hemos terminado aquí? ― Gruñó. Su voz retumbó en realidad, una profunda,


inquietante y definida advertencia. Era una orden más que una pregunta.

― No nos ha dicho lo que pasó con el teléfono celular, ― señaló Lanz, en lo más
mínimo intimidado por Stefano, aunque Francesca pensó que debería haberlo
estado.

Ella se dejó intimidar. Stefano podría sonar muy miedoso cuando él lo deseaba. En
el momento en que las palabras salieron de la boca de Lanz, la hostilidad en la
habitación aumentó en volúmenes. Una vez más, la reacción de los hermanos
Ferraro fue lo que le permitió responder sin desmoronarse.

― Debió de haberlo empaquetado y enviado por correo a nuestro apartado de


correos en su camino a casa. No visité la casilla hasta mucho tiempo después por
todo lo que estaba pasando. La mayor parte de nuestro correo llegaba a nuestra
casa. No hacíamos uso de la caja para nada más que paquetes y eso fue porque
nuestros padres lo habían hecho de esa manera. Hemos mantenido la cajilla más
por razones sentimentales.

Deangelo asintió. ― Algunas de las viejas generaciones todavía conservan esa


tradición. Creo que tuvo algo que ver con las bombas que se enviaban cuando
estaban peleando.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca contuvo el aliento. Cella y ella habían bromeado acerca de ello, jugando
con que sus padres estaban en problemas con los mafiosos sicilianos. Ambos
grupos de sus abuelos habían residido en Sicilia, al igual que todas las
generaciones anteriores a ellos. Pero su padre y su madre, habían emigrado a los
Estados Unidos.

― Encontré el teléfono y sabía que no podía mantenerlo cerca de mí. En ese


momento estaba viviendo en la calle, pero los hombres de Barry siempre me
estaban vigilando. Así que envié el teléfono a la única persona en la que sabía que
podía confiar. Lo puse en el interior de la caja de joyería de nuestra madre y lo
envolví, lo puse en una caja y lo envié fuera de la ciudad. Yo sabía que, si Barry me
mataba, al menos habría alguna evidencia de que estaba diciendo la verdad.

― ¿Por qué no llevo el teléfono a la policía? ― Preguntó Lanz, su voz muy, muy
suave.

Se tragó el terrible nudo que se había ido formando en la garganta, uno que apenas
había reconocido estaba ahí. Pero Lanz y probablemente todos los demás en la
habitación habían oído la forma en que su voz se estrangulada.

― Ellos creían que estaba loca, o estaban en su nómina. No importaba lo que era.
Sabía que iban a encontrar una manera de tirar abajo las pruebas y que se saldría
con sus crímenes como siempre.

― Nosotros podríamos llevarlo a la policía, ― sugirió Deangelo.

Ella sacudió su cabeza.

― No. Ahora, es la única razón por la que todavía estoy viva. En el momento en
que el teléfono salga a la superficie, va a enviar a sus hombres a matarme. Y puede
salirse con la suya. Dudo que algo tan pequeño como una estación de policía le
impediría destruir alguna prueba contra él.

― ¿Así que lo prefiere caminando? ― Persistió Lanz.

Bookeater
Shadow Rider
― No. Yo lo prefiero en el infierno, ― respondió ella con firmeza, ― pero los
hombres con el tipo de dinero y poder que Barry Anthon tiene son intocables. He
tratado de decirle a Stefano que es peligroso y que todo el mundo a mi alrededor
estará en peligro, pero él no está escuchando. ― Miró alrededor de la habitación.
― Todos ustedes podrían salir dañados. Realmente es mejor si sólo dejo. . .

Stefano le levantó la cara y cerró su boca sobre la de ella, evitando efectivamente lo


que ella le hubiera dicho a él. En el momento en que tomó posesión y su lengua
exigió su entrada sabía que estaba perdida, la forma en que parecía estar siempre
que la tocaba. Ella lo sintió. Su urgencia. Su hambre creciente, Salvaje y brutal.
Superando el beso con peligro. Hacía calor. Estaba mojada. Deliberadamente
dominante. Ella amaba sus besos y se entregó a él, sirviéndose de nuevo en él, en
su boca, sus brazos arrastrándose hasta rodear su cuello con timidez. Se olvidó de
su audiencia. Incluso se olvidó de quién y qué estaban preguntando por qué cayó
en otro mundo debido a que su alrededor se alejo hasta que sólo quedo Stefano.
Sus brazos. Su cuerpo. Su impresionante boca perfecta. El sabor de él, del que sabía
que nunca conseguiría suficiente.

Cuando la besó, su cuerpo se calentó, la sangre corrió caliente, necesidad latía en


su sexo y tronaba en sus orejas. No había nadie como él y nunca lo habría. De
nuevo, fue Stefano quien poco a poco, y de mala gana, rompió el beso. Estaba
agradecida de que estuviera renuente, pero ella se aferró a él, con ganas de más.
Ella lo miró durante mucho tiempo, perdida en el azul vibrante de sus ojos.

― No vas a ninguna parte, Francesca, ― indicó, su voz baja, pero absolutamente


firme. ― Jamás. Vas a quedarte conmigo. ¿Lo entiendes?

Ella estaba hipnotizada, completamente bajo su hechizo en ese momento, y era


imposible hacer nada más que asentir. No entendía en absoluto. No el por qué o
cómo Stefano la querría a ella, pero lo hacía. No había duda de eso ahora.

Cuando se las arregló para mirar a su alrededor, los hermanos de Stefano estaban
sonriendo a ella, ni en lo más mínimo afectados por las muestras de intimidad o
pretendiendo mirar hacia otro lado. Incluso los primos eran irónicos, la tensión se
había ido, sustituida por sus sonrisas.

La ceja de Ricco se disparó. ― Yo diría, hermanita pequeña, que vas a quedarte


aquí con nosotros, donde perteneces.

Bookeater
Shadow Rider
12

Francesca se miró en el espejo, sintiéndose un poco como si fuera una


princesa en un cuento de hadas. Ella paso su mano por su vestido, el vestido que
Stefano le había comprado para esta noche. Él fue casual acerca de ello, llegando a
su habitación, golpeando una vez y abriendo la puerta. Se dirigió directamente a
ella, con una gran caja en su mano, inclinó la cabeza y le plantó un beso en la boca.

Su contacto fue demasiado fugaz. Apenas allí. Pero fue una marca y quemó a
través de ella. Él empujó la caja en sus manos.

― Me tengo que ir bambina, tengo cosas que hacer, pero Emmanuelle y mis
primos estarán aquí y te acompañaran al club. Pégate cerca de ellos hasta que
llegue allí. ¿Entiendes? ― La yema de su dedo rastreando sus labios. ― No quiero
que bailes con otros hombres. Quédate con Emme.

Stefano nunca llegaba cerca de ella sin tocarla. Su brazo se deslizó alrededor de su
cintura para tirar de ella con fuerza a su lado. Sus labios rozaban su sien o la boca.
A él le gustaba estar cerca, pero no había hecho un movimiento en ella, no uno de
verdad. Se encontró en la noche, acostada en su cama, mirando al techo, el corazón
palpitante, esperando. A la espera. Lo había visto salir esa noche. Como siempre
llevaba un traje impecable. Éste era gris carbón con ultra delgadas rayas más
claras. Era uno de sus inevitables trajes de tres piezas y se veía increíble en el. Él
era tan dulce con ella. Asegurándose de que tomaba sus comidas. Insistiendo en
que le texteara varias veces a lo largo del día en el delicatessen. Siempre, si salía,
uno de sus primos estaba cerca.

Stefano la hacía sentir como si le importara. Como si tuviera toda su atención,


incluso cuando estaba en el trabajo, o donde fuera que iba. Sus ojos se volvieron
hacia el espejo y se llevó la mano a la garganta. Ella nunca le preguntó lo que hacía.

Bookeater
Shadow Rider
Lo pensó y se preparó para preguntarle, pero siempre la distraía antes de que ella
lo hiciera.

Él era tan intimidante y oscuramente sensual, que llenaba la habitación con su


presencia, tanto que apenas podía pensar con claridad.

Se inspeccionó a sí misma con mucho cuidado. El vestido era hermoso, lo más


hermoso que jamás había visto, y mucho menos usado. También era el vestido más
sexy, y más favorecedor que jamás se había puesto. El material se aferraba a ella
como una segunda piel, dejando poco a la imaginación, y, sin embargo, revelando
sólo indicios de la piel real. El vestido seguía cada curva de su pequeña cintura
antes de caer sobre sus caderas. Era corto, pero elegante. Atractivo, pero no barato.

Se quedó mirándose a sí misma, incapaz de creer que en realidad fuera Francesca


Capello, mirando hacia ella en el espejo. Ella no se veía así. Caliente. Hermosa,
incluso, con su pelo suelto y cayendo alrededor de su cara y por la espalda. No
podía llevar un sujetador con el vestido, pero tenía un forro que daba algo de
apoyo debido a que el material la abrazaba con mucha fuerza. En la caja junto con
el vestido estaba una diminuta tanga de encaje negro.

Había una banda en la parte trasera de la cintura, si era que se le podía llamar
banda; sobre todo eran diminutas tiras negras de material. La correa estaba baja en
las caderas, apenas allí, así que no había líneas que se mostraran debajo de la tela
aferrada de su vestido.

Se había puesto su maquillaje con un borde hacia el drama, pero todavía apenas
existente. Le gustaba el color de su barra de labios, un bonito color rojo oscuro que
dejaba ver sus labios carnosos y buen tono de piel. Sus zapatos eran perfectos,
tacones negros con correas complicadas que bordeaban hasta los tobillos y se veían
súper calientes. Los zapatos tenían que haber costar tanto o más que el vestido.
Amaba el conjunto entero.

El ascensor hizo ping, advirtiéndole, y alcanzó su bolso y corrió a saludar a Joanna


y a Mario Bandoni, en el momento en que Joanna, entraba en el vestíbulo.

Bookeater
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Joanna estaba increíblemente caliente en su vestido color rojo. Tanto ella como
Mario estaban mirando alrededor de la enorme habitación, por lo que tuvo la
oportunidad de caminar hasta ellos. Francesca no podía culparlos. Cuando Stefano
estaba allí en su apartamento con ella, se sentía como en casa y segura, pero en el
momento que se iba, se sentía como un fraude, un intruso. No pertenecía en su
mundo extremadamente rico. Estaba muy incómoda allí.

Los ojos de Joanna se abrieron en estado de shock cuando vio a Francesca. Su boca
se abrió y ella la miro abiertamente. Mario hizo un sonido bajo de aprobación.

― Te ves. . . tan bien, Francesca, ― dijo Joanna. ― Hermosa. Realmente hermosa.


No estoy segura de que debas salir en ese vestido. ¿Stefano te ha visto?

Francesca se rió. Joanna y Mario habían aumentado su nivel de confianza


inmensamente solo por sus reacciones.

― Todavía no, pero Emmanuelle y los demás deberían estar aquí en unos pocos
minutos. Stefano y sus hermanos ya están en el club. Tenían una reunión o algo así.
Su familia es una locura de grande, los primos llegaron de Nueva York y están
mostrándoles los alrededores. Nunca he visto tantos primos como los que Stefano
tiene.

― La mayoría de ellos son hombres, ― señaló Mario.

― Tiene a Rosina y a Rigina, hermanas de Romano y Renato. Son bastante


agradables, aunque nunca he dicho más que hola a ellos.

― Yo cabeceo, ― dijo Joanna. ― Las hembras pueden ser muy perras y nunca he
querido ser puesta en mi lugar, así que tenía cuidado con ellas.

― ¿Ellas ponen a las personas en su lugar? ― Preguntó Francesca. Sabía que se


veía bien, pero era el vestido. No corría en los círculos de Stefano. Si sus primas
decidían ser malas con ella, preferiría quedarse en casa.

Realmente quería salir con el vestido y los zapatos, pero no si eso significaba
sentirse muy mal cuando una mujer le hiciera sentir como si no le pertenecieran.

Bookeater
Shadow Rider
― No, nunca han hecho eso, ― Joanna se apresuró a decir. ― Míralas a la cara,
cariño. Estás con Stefano. Nadie se atrevería a ser malo contigo.

Ella miró alrededor de la habitación grande con techos altos y un piso abierto.

― Muéstranos. Siempre he querido ver donde vivía Stefano. Esto es . . . asombroso.

El estómago de Francesca se anudó. Este era el hogar de Stefano. Su santuario


privado. Por instinto supo que él no querría que nadie mirara a escondidas su
mundo privado. Joanna parecía ansiosa, casi frotándose las manos con alegría.
Mario estaba feliz de estar de acuerdo con ella, pero Francesca simplemente no
podía hacerlo. Mostrarles la casa de Stefano se sentía demasiado como una
traición.

Sacudió su cabeza. ― No puedo hacer eso. Esta no es mi casa, Joanna. ― Mantuvo


su voz muy firme.

Joanna hizo un puchero. ― ¿En serio, Francesca? Vamos, ― engatusó. ― No voy a


decir nada. No es como si lo fuera saber. Realmente quiero ver donde duerme. Al
menos muéstrame su dormitorio. Puedo imaginar que todo Es sexy. Cama grande.
Sábanas de satín. Muy caliente.

Mario rió. ― Me estás dando ideas, Joanna.

― Recuérdalas, Mario, ― Joanna coqueteó.

Francesca envolvió sus brazos alrededor de su cintura y la apretó con fuerza. No


había manera de que fuera a mostrarle a Joanna algo en absoluto. Odiaba la idea
de que alguien fantaseara sobre la cama y las sábanas de Stefano, eso era solo de él.

Stefano le había mostrado la enorme suite y era enorme. Tenía su propia


habitación de entrenamiento completa con todas las máquinas imaginables. Había
otra habitación que se utilizaba para el entrenamiento de varios tipos de artes
marciales y el boxeo, así como la lucha callejera.

Sus hermanos y hermanas y, a veces sus primos entrenaban con él allí.

Bookeater
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Se había asomado a la gran sala rectangular y había estado aterrorizada del equipo
allí, así como de las alfombras y el piso. Había bastidores de espadas, cuchillos y
otras armas, algunas de madera, otras no, en la pared del fondo. La mano de
Stefano había estado en la nuca de su cuello, o los dedos con los de ella enroscados,
el brazo a veces alrededor de su cintura, cuando él la había llevado a través de su
casa. La gira se había sentido íntima, Stefano mostrándole su mundo privado. No
estaba dispuesta a compartirlo, ni siquiera con su mejor amiga. Sintió la necesidad
de proteger, de protegerlo a él. Este era el lugar adonde llegaba a relajarse y nadie
iba a invadir su vida privada, incluso su amiga.

Francesca le había visto todas las noches durante la semana y sabía que su vida era
difícil, fuera consciente de ello o no. El teléfono sonaba constantemente con
demandas de su tiempo. Su móvil sonaba tanto o más que el teléfono de la casa.
Nadie lo dejaba en paz. Más de una vez había estado tentada a darle un masaje de
cuello mientras que él con impaciencia bombardeaba F-bombas-liberalmente,
escuchando las peticiones de ayuda, pero a la mayoría les respondió
positivamente.

― Puede simplemente olvidar todo acerca de ver a su dormitorio, Joanna.

Miró hacia el reloj, esperando que fuera tiempo para irse, sabiendo que tenía que
cambiar de tema. Joanna menudo era como una bola de demolición cuando quería
alguna cosa.

― Te ves bien con ese vestido. El rojo es definitivamente tu color. Y, Mario, ese
traje es increíble.

La mano de Mario fue a la corbata un poco tímidamente.

― No puedo ser el único que no parece fuerte esta noche. Mira mi niña. ― Sonaba
orgulloso, sus ojos en Joanna.

Joanna se olvidó de poner mala cara, mientras ponía su mano sobre su brazo.

― Luces muy hermoso. Gracias por venir conmigo esta noche. Creo que será
divertido.

Bookeater
Shadow Rider
El ascensor dio su ping y las puertas se abrieron. Emmanuelle surgió y el aliento de
Francesca quedó atrapado en su garganta. Emmanuelle era la mujer más bella en la
que Francesca nunca había puesto los ojos. Aunque bajita, sin ser una supermodelo
podría sostener una vela para ella. Era todo lo que una belleza italiana tenía fama
de ser y más.

Llevaba un vestido negro corto que se pegaba a cada curva. La frente era una
camisola que se dejaba caer en una pequeña falda coqueta. Los cordones que
subían por la parte delantera estaban apretados por encima de su caja torácica y
hasta debajo de los pechos, pero había una abertura generosa que mostraba mucho
escote. Se veía caliente. Maravillosa. De moda. Sofisticada. Francesca al instante se
sintió como si necesitara comprobar su propia ropa de nuevo.

― Francesca. Te ves. . . hermosa. ― Emmanuelle sonaba sincera y su sonrisa era


cálida, envolviéndolos a todos ellos.

― Joanna, Mario, que lindo verlos a los dos de nuevo.

Camino con total confianza en sus talones de cuatro pulgadas, llegando


directamente hacia Francesca sin disminuir la velocidad. Se abrazó a Francesca con
fuerza y luego la besó en ambas mejillas.

― Perdóname por no estar contigo cuando mis primos vinieron a hablarte. Me


hubiese gustado estar con mis hermanos para protegerte, aunque sólo fuera para
que tuvieras otra mujer presente, pero tenía que mantener a mis padres ocupados.
― Ella apretó el brazo de Francesca. ― Sé que fue difícil para ti, los chicos me
dijeron. Quiero que sepas cuánto te respeto y te admiro. Gracias por preocuparte
por mi hermano y por hacerlo tan feliz.

Wow. Eso fue lo último que Francesca esperaba de la hermana de Stefano. Lo hizo
sonar como si Francesca realmente perteneciera a Stefano. Que era un trato hecho y
que de alguna manera ella era totalmente aceptada en su familia. Las cosas se
movían muy rápido en torno a los hermanos Ferraro. Francesca se sentía
incómoda, incluso un fraude.

Bookeater
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No estaba tan segura de cómo era que su relación con Stefano había progresado
hasta el punto de que toda la familia estaba reclamándola. Quería una familia. Le
encantaba que los Ferraros fueran tan unidos, pero apenas los conocía. Ni siquiera
sabía realmente lo Stefano hacía para vivir. Sentía un poco de miedo cuando estaba
alrededor de todos ellos. El poder se aferraba a ellos. Llevaban su riqueza tan
fácilmente, como una segunda piel. Más que eso, ellos llevaban un manto de
peligro puro.

Cuando cualquiera de los Ferraros entraba en una habitación, había un aturdido


silencio, un jadeo colectivo de los demás ocupantes de la habitación.

― ¿Están listas para salir esta noche? ― Emmanuelle se volvió para incluir a
Joanna y a Mario en su consulta.

Joanna estaba mirando a Francesca, con los ojos abiertos, con una sonrisa en su
cara. Se volvió hacia Emmanuelle inmediatamente.

― He estado esperando esto toda la semana.

― Rigina y Rosina están abajo en la limusina. ― Emmanuelle rió, su voz baja y


melodiosa. ― Yo pensé que más valía que tuviéramos un conductor si todos
íbamos a la fiesta de esta noche. ― Deslizó su brazo a través de Francesca
amigablemente.

― ¿Ha visto Stefano ese vestido?

Francesca se alisó una mano por el vestido, preguntándose por qué tanto Joanna
como Emmanuelle le habían preguntado eso. Asintió con la cabeza, el color
rodando por su cara por tener que hacer la confesión. ― Él trajo el vestido para mí.

La sonrisa de Emmanuelle se amplió. ― Pero él no ha visto como te ves en el


vestido, ¿verdad? ― Sus ojos se encontraron, Joanna y se echaron a reír.

Francesca no estaba segura de que era la broma. ― ¿Hay algo malo con la manera
en que me veo?

Bookeater
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No podía evitar la ansiedad en su voz. Quería verse bien para Stefano o ella no
habría aceptado el vestido de él. Costaba más que su salario semanal y había sido
un poco desconcertante que él hubiera salido a comprar el vestido para ir a su club.
No sabía por qué eso parecía peor que pretender que él o su hermano eran
responsable de la pérdida de su ropa y su sustitución por otras mucho más caras.

― No, Francesca, ― Emmanuelle aseguró. ― No hay nada en absoluto mal con la


forma en que te ves. Estas absolutamente preciosa y mi hermano va a pensar lo
mismo. Es sólo que él puede ser. . . muy posesivo de lo que es suyo.

Francesca sintió un pinchazo en su estómago, con tanta fuerza que se inclinó un


poco. La idea de que Stefano fuera posesivo hacia otras mujeres realmente le
molestaba. Sabía que tenía una historia con varias mujeres hermosas, pero le había
dicho que ella era especial para él. Realmente deseaba que su autoestima no
hubiera tomado tal paliza y ella no se sintiera constantemente inadecuada,
preocupándose por Stefano y las mujeres hermosas que había estado en su vida
anterior a ella.

Una limusina los esperaba, justo en frente del hotel, las largas líneas elegantes
hacían que Joanna chillara de alegría. Francesca sintió que estaba un poco en el
lado ostentoso. Nunca se acostumbraría a la pantalla ocasional de riqueza y
privilegio. Se deslizó en el vehículo después de Joanna y Mario y descubrió que
otras dos mujeres ya ocupaban los asientos de cuero. Estaban bebiendo vino tinto
de cristales elegantes. Ambas le sonrieron, sus miradas recorriendo su vestido y los
zapatos de forma automática, como si hicieran un barrido de todo lo que vieron.

― Rigina y Rosina Greco, mis primas, ― Presentó Emmanuelle. ― Son hermanas


de Renato y Romano. Creo que has conocido a sus hermanos.

Si pudieran, Francesca sabía que serían capaz de colocarla. Había sido presentada a
muchas personas y algunas cuando ella estaba siendo llevada bocabajo en un saco
de dormir a través de un apartamento en un edificio de mala muerte.

Sonrió y asintió con la cabeza. Las mujeres parecían Ferraros. Se llevaban a sí


mismas con esa misma confianza envidiable.

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― Wow, Francesca, ― dijo Rigina. ― Me gusta tu vestido. Es bonito. Es un
original de Sophia, ¿verdad?

Francesca había oído de la diseñadora Sofía. Era reconocida por sus vestidos y
ropa de club. Sus originales eran peleados por una clientela exclusiva. Francesca se
pasó la mano por su vestido, alisando las arrugas imaginarias, a la vez que tenía el
corazón palpitante. Si esto era realmente un original de Sophia, valía por lo menos
tres meses o más de su salario. No debería haberlo aceptado.

― Es precioso, ― añadió Rosina. ― Estás preciosa. No puedo esperar a llegar


dentro del club y ver que Stefano coge su primera vista de ti en ese vestido. Él va a
ser un basilisco.

Francesca frunció el ceño. ― ¿Por qué todos siguen diciendo eso? Stefano me
quería ver en este vestido. Lo último que quiero hacer es ponerlo en aprietos, si es
que no se ve bien en mí. Tienen que decírmelo. ― Su mirada preocupada se
encontró con la de Joanna, su única amiga de verdad. Si los demás estaban
burlándose sutilmente de ella, estaba segura de que Joanna no haría eso. Nunca
permitiría que saliera en público y fuera humillada.

Emmanuelle se acercó y le tomó la mano, apretándola con tranquilidad. Joanna


frunció el ceño y sacudió su cabeza. Rosina se veía molesta.

― Francesca, te ves absolutamente hermosa en ese vestido, ― dijo Joanna


firmemente. ― Maravillosa. ¿verdad Mario?

Francesca pensó que Joanna era increíblemente generosa de tener a su novio, el


hombre en el que ella estaba realmente interesada, haciéndole cumplidos a
Francesca.

― Estoy de acuerdo, ― dijo Mario. ― Hermosa.

Emmanuelle asintió. ― Mi hermano ha acompañado a innumerables mujeres a los


clubes y no podía importar menos lo que parecían. La ropa elegante o la barata no
le importa mucho a él, porque si él estaba con una mujer, era con fines
publicitarios, o en un evento de caridad, o una conexión.

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― Él te reclamara personalmente como su mujer. Ha dejado eso claro a la familia y
a los de nuestro barrio. Y él va a dejarlo claro al mundo muy pronto. Es por eso
que todos estamos riendo un poco. Stefano no es como la mayoría de los hombres.
Ninguno de mis hermanos lo son. Tu eres suya y él va a velar por ti y protegerte
cada minuto de cada día. Pero vestida así, más caliente que el infierno, va a perder
la cabeza, y todos vamos a disfrutar viéndolo.

A Francesca le gustó algo de lo que había dicho, estaba confundida por otras cosas
y realmente no le gustaba la referencia a las otras mujeres de Stefano. Iba a tener
que ganar un poco de confianza en sí misma con rapidez si iba realmente a tratar
de tener cualquier tipo de relación con Stefano Ferraro. Estaba en un mundo donde
la confianza importaba. Era necesario. Ella había sido abatida hasta el momento
por Barry Anthon, apenas podía caminar con la cabeza hacia arriba. Stefano
merecía algo mejor que eso.

Francesca deseaba haber conocido antes a Stefano, antes de que Cella hubiese sido
asesinada. Había sido diferente entonces, despreocupada y feliz. Con confianza en
sí misma. Le hubiera gustado Cella. Francesca esperaba haberle gustado, porque
esa era la verdadera Francesca, no esta mujer que tenía tan baja autoestima,
pesadillas y tenía miedo de su propia sombra.

Dejó que el flujo de la conversación a su alrededor la tranquilizara. Joanna y Mario


aceptaron beber alegremente, y ella bebió champán. Le gustaba bailar. Le
encantaba. Bailar era para de ella una de sus cosas favoritas para hacer. Sus padres
le habían puesto en clases de baile cuando era muy joven; baile de salón, swing
latino, trapecio; había aprendido de todo. Por no mencionar el baile de tubo que
había hecho como ejercicio en la universidad. Cella había insistido en que hicieran
ese derroche tras la muerte de sus padres.

Francesca quería a su hermana tanto como para aceptar el sacrificio. No era como
si ella alguna vez fuera a ser una bailarina profesional, pero aún así, Cella
consideraba que esas lecciones eran importantes y trabajó horas extras para pagar
por ellas. Cuando Francesca tuvo edad, trabajó, limpiando casas, y en la tienda de
comestibles, todo en absoluto para ayudar a Cella con las facturas.

Bookeater
Shadow Rider
La limusina se detuvo al frente del club. Francesca estaba un poco sorprendida
cuando vio la línea de personas que trataban de entrar. Parecía no tener fin. Sabía
que nunca habría tenido la paciencia de esperar en una línea tanto tiempo,
especialmente si, como había dicho Joanna, había una posibilidad de que a ella se
le negara la entrada una vez que llegara a la parte delantera.

― Esto es una locura, Jo, ― murmuró.

Joanna le apretó el brazo con fuerza, ya que todos salieron de la limusina.

― No puedo creer esto. Me siento como una princesa llegando a la fiesta. Todo el
mundo está mirando, tratando de echar un vistazo a nosotros. Ellos piensan que
somos celebridades, Francesca.

Emmanuelle se trasladó de forma rápida, fluyendo a través de la corta distancia


que la separaba de Francesca. Era elegante, incluso en el movimiento de su cuerpo,
como una bailarina de ballet. A medida que fue hacia Francesca, la tomó del brazo,
girando alrededor de ella hacia el club. El cuerpo de Emmanuelle proporcionó un
escudo cuando una docena de flashes se dispararon.

― Sigue caminando. Mantente entre todos nosotros, en el medio, ― Emmanuelle


ordenó, su voz baja.

La mano de Emmanuelle era constante en la espalda de Francesca, empujándola


suavemente hacia la entrada. Cuando ellos se habían movido más allá de la parte
delantera de la línea de entrada, los gorilas desengancharon las cuerdas de
terciopelo para permitirles entrar.

Francesca se dio cuenta de que Emilio y Enzo cayeron detrás de ellos. No tenía
idea de dónde venían, pero de repente estaban caminando con el pequeño grupo
de mujeres, como si siempre hubieran estado con ellas.

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En el momento en que las puertas del club se abrieron, Francesca podía oír el latido
palpitante de la música. Era ruidoso, imposible no querer bailar y muy de moda. El
DJ era extremadamente popular, quien ganaba todo tipo de dinero, y sin embargo
se alojaba allí en Chicago en lugar de trasladarse a Nueva York, donde se daría el
estatus de estrella. Había varios bares, cada uno brillando de un color diferente.
Apagados tonos azules, rojos, violetas y verdes pulsaron a la música de las luces
secretadas en los bares. Los camareros se movían rápido, botellas girando en el aire
ya que rápidamente hacían las bebidas para los clientes presionándose alrededor
de la barra curva.

Francesca podía sentir el ritmo de la música ya calentando su sangre. Se movieron


a través de la sección más baja en un grupo compacto, Emilio y Enzo asegurándose
de que la multitud se abría para ellos, ya que abrieron paso a través del suelo hasta
unas escaleras donde estaba la sección VIP, donde las mesas y las cabinas
garantizaban la privacidad. Incluso más arriba estaban las mesas más aisladas y
cabinas, las que estaban reservadas para los amigos y familiares.

Emmanuelle abrió el camino con absoluta confianza. Era claramente la reina del
club. Deferencia por todas partes donde buscaba. Asintiendo con la cabeza.
Sonrisas. Olas. Se mantuvo en movimiento incluso cuando algunas mujeres
ligeramente vestidas la llamaron por su nombre y se acercaron a ella. Era amable,
siempre respondiendo, pero dejando en claro que se dirigía hacia su propia mesa.

Una camarera les siguió, lista para tomar sus pedidos de bebidas. No habría
ninguna cola en el bar para ellos. Francesca examinó la habitación debajo de ella.
Era emocionante, la música ya corriendo en su pulso y batiendo allí, llamándola.
Joanna ya se balanceaba a la llamada persistente del tambor.

Emmanuelle se dejó caer en uno de los asientos de felpa, y le indico la silla a su


lado a Francesca.

― Tengo que unirme a mis hermanos para una reunión en unos pocos minutos,
pero tengo tiempo para tomar una copa. Tenemos primos de Nueva York aquí.
Cuatro de ellos. Les vi en la pista de baile cuando entramos. Ya tienen mujeres
colgando de ellos. ¿Ves la rubia de ahí abajo? ― Ella señaló a una mujer en un
vestido de cuero muy corto con cortes en ambos lados. Las aberturas corrían de sus
caderas hasta debajo de los brazos. Su cabello platino era corto y en pinchos.

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― La veo. ― Francesca frunció el ceño. La mujer le parecía muy familiar. ―
¿Dónde la he visto antes?

― Ella es una estrella. Trabaja en un drama en la televisión y piensa que todos los
hombres de todos los estados quieren dormir con ella. Está totalmente detrás de mi
primo.

― La llamamos la barracuda, ― suministró Rosina.

Joanna se rió mientras estiraba el cuello, tratando de mirar a la multitud oscura de


los cuerpos en movimiento.

― Ella tiene tacones de cinco pulgadas. Guau. No sé si yo podría bailar con tacones
de cinco pulgadas.

Francesca pronto la reconoció. No de la televisión, sino de una revista de las que


Joanna le había dado.

― Estaba en la página setenta y tres. Colgando en el brazo de Stefano. ― Susurró


antes de que se diera cuenta de lo que la admisión delató. El color se trasladó a su
cara.

La camarera estaba atrás, poniendo sus bebidas en frente de ellos, lo que confirmó
que los Ferraros no tenían que esperar para nada, ni siquiera por sus bebidas.
Francesca llegó a la de ella y tomó un largo trago cuando la mujer se fue con prisas.
El Moscow Mule fue abajo sin problemas. Necesitaba el alcohol para fortificarse.

Emmanuelle se inclinó hacia delante y puso su mano sobre la de Francesca,


calmando los dedos que habían estado tamborileando sobre la mesa. Francesca ni
siquiera se había dado cuenta que estaba tan inquieta. Nerviosa. Celosa. Uhh. Qué
vergüenza frente a su hermana y primos.

― Stefano pudo haber sembrado su avena, pero ha terminado con eso. Puedo
garantizarte que cuando mi hermano escoge una mujer, va a ser fiel a ella. Es para
toda la vida.

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Francesca se mordió el labio para no reírse. No había nada humorístico acerca de la
declaración de Emmanuelle, y sin embargo era de risa.

― No puedes saber eso.

― Vivimos por un código. Es un ser estricto, pero se aferra al honor. Es sólo quién
y qué somos. Eso no puede cambiarse.

Francesca se negó a mirarla. En cambio, miró alrededor de la enorme sala, donde


muchas, muchas sugestivas mujeres bailaban con los socios.

― Entonces, ¿con cuántas mujeres aquí en este club supones que Stefano ha
estado? ― Su barbilla subió y finalmente obligo a su cabeza a girar hacia
Emmanuelle, su mirada cumpliendo con los ojos azules vivos de la hermana de
Stefano. ― ¿Diría que con alrededor de la mitad? ¿O estoy siendo conservadora?

¿Por qué había venido? Ella sabía mejor. No pertenecía a este mundo de
conexiones casuales. No era para ella. No lo entendía y nunca estaría cómoda en el.
Nunca lo haría. No era como si fuera una mojigata. Siempre que Stefano la tocaba o
le daba un beso, su cuerpo ardía en llamas. Caería, al igual que todas las mujeres
antes que ella, pero no lo perseguiría. Una vez que él la dejara, desaparecería de su
vida. Tenía orgullo. No podía muy bien juzgar a las otras mujeres, no cuando ella
iba a ser tan mala. Sin embargo, estaba siendo una perra total. No era culpa de
Emmanuelle que Stefano fuera un perro de caza. Uno magnífico, pero seguía
siendo un perro de caza. Sacudió su cabeza.

― Me siento fuera de lugar aquí, y yo creo que estoy descargándome con Stefano.

― Él no puede cambiar su pasado, Francesca, ― Emmanuelle declaró en voz baja.


― Por mucho que a él le gustaría, no puede cambiar nada. Nunca se esperó que te
tuviera. ― Sus ojos buscaron el rostro de Francesca. ― ¿Por qué Él te tiene, no es
así?

Por primera vez Emmanuelle sonaba vulnerable. El corazón de Francesca se


sacudió en su pecho. No podía apartar la mirada de los ojos azules de
Emmanuelle. Tenía esa misma capacidad que Stefano, la de poder capturarla y
esperar. Se le ocurrió a Francesca que la hermana de Stefano era tan letal como los
Ferraros masculinos.

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― Yo ni siquiera sé lo que hace para ganarse la vida. Yo no lo conozco en absoluto.
Esto se mueve tan rápido que sinceramente, no puedo respirar. ― Trató de dar una
sonrisa tentativa. ― Tu hermano tiende a avasallarme y a convertirme en una niña.
Es tan maravilloso. Hermoso. Todo lo que no soy.

Emmanuelle le frunció el ceño. ― ¿Por qué en el mundo habrías de decir eso,


Francesca? Evidentemente, no te ves a tí misma de la forma en que el resto del
mundo lo hace. ― Levantó la vista de repente, su rostro al instante sin expresión
de la forma en que Stefano a menudo lo hacía. Esbozó una breve sonrisa pequeña,
hacia el trío de mujeres que se había amontonado en la escalera e invadido su
espacio privado.

― Doreen. Stella. Janice. ― Ella dio una leve inclinación de cabeza, como una
princesa a un campesino. ― No tenía ni idea de que las tres estaban en la ciudad.

Francesca se retorció los dedos en su regazo. Rigina y Rosina también se habían


quedado en silencio. Joanna parecía como si fuera a desmayarse, e incluso Mario
estaba mirando con la boca abierta. Las tres mujeres se encontraban en una famosa
banda. Enormemente famosa. No eran la clase de mujeres que uno esperaba que se
acercara a ellos en un club nocturno. Joanna estaba claramente pellizcándose a sí
misma, con una sonrisa de oreja a oreja y casi saltando en su asiento.

Francesca reconoció a cada una de las mujeres, con todas las cuales Stefano había
salido brevemente. Había habido varios artículos sobre el escándalo. ¿La banda
rompería o mantendrían todo en la familia? Había muchas, muchas más. Stefano
había salido con bastantes mujeres públicamente, cada una de ellas en medio de un
aluvión de titulares tórridos.

― Emmanuelle. ― Doreen asintió, su mirada altiva no tan bien hecha como la de


Emmanuelle. ― Stefano se supone que está aquí esta noche, pero no lo hemos
visto. ― Las tres mujeres intercambiaron una larga mirada y luego se rieron juntas.
― Pensamos que íbamos a pasar un buen momento realmente, ― agregó, casi
ronroneando.

Francesca hizo una mueca. Esto era lo que tendría que aguantar cada vez que fuera
a alguna parte en el circulo de Stefano. Sus mujeres parecían ser una legión y todas
ellas eran famosas.

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― ¿Por qué luchar por él si las tres podemos perder? ― Añadió Janice. ― Cuando
podemos compartir y todas nosotras tenerlo. Él es un hombre suficiente para
todas. ― Stella pasó un dedo por su vestido corto ceñido. ― Le textee la última
noche que nosotras estaríamos en la ciudad.

Francesca sintió la quemadura de las lágrimas. Había estado con Stefano y su


teléfono había sonado muchas veces. Ni una sola vez le había prestado atención.
Ni una sola vez había sospechado que otras mujeres le hubieran estado enviando
mensajes de texto o llamándolo.

La risa de Doreen era un simple tintineo que irritó a Francesca. ― Enviamos a él


un par de fotos de lo que él podría esperar. ― Una vez más las tres mujeres
intercambiaron una larga mirada sensual y luego se echaron a reír.

Eso significaba que Stefano tenía sus imágenes en su teléfono. Francesca bien
podría imaginar cómo es que esas fotografías eran. La habitación estaba de repente
demasiado caliente. Sus pulmones se sentían crudos, ardientes, incapaces de
arrastrar el aire suficiente. Su estómago se revolvió y se llevó las manos
firmemente a él, con miedo de que pudiera vomitar allí mismo, delante de ellas
tres.

La sonrisa había muerto en el rostro de Joanna. Parecía como si hubiera sido


golpeada. Tenía fantasías sobre los hermanos Ferraro y no incluían darse cuenta de
que no eran material de marido.

Emmanuelle suspiro.

― ¿Cuándo será que ustedes tres van a conseguir un poco de orgullo? Stefano dejó
muy claro que había terminado con ustedes el año pasado. Él no quiere citas. Él no
quiere relaciones. Eso lo dejó claro para ustedes. Dejen de acosarle. Eso es lo que se
llama cuando no lo dejan en paz.

― ¿Cómo sabes que no lo hemos visto en un año? ― Se burló Stella. ― Él no


querría decirle a su pequeña hermana lo que ha estado haciendo todo este tiempo.

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Francesca quería taparse los oídos. ¿Podría la noche ponerse peor? No lo creía.
Necesitaba salir de allí. Ahora. Miró a su alrededor, tratando de encontrar una
manera de escapar. ¿Por qué había creído que tenía una oportunidad con Stefano?
¿Podría haber sido más ridícula? Había querido aferrarse a él, porque la hacía
sentir segura. Hermosa. Sexy. Querida. Señor, él podía hacerla sentir deseada.

― Eso es tan desagradable. Él no te quiere, a ninguna de ustedes, y ciertamente no


a ustedes tres juntas.

Emmanuelle vertió desprecio en su voz. Tomó un sorbo de su bebida, viéndose


más elegante que nunca. De repente, las tres mujeres no se veían tan hermosas y
sofisticadas como Francesca había primero pensado. Ellas se veían. . . mezquinas.

― No tienes ni idea de sus necesidades en el dormitorio, ― Doreen escupió, puro


veneno en sus ojos. ― Te crees superior y poderosa, Emmanuelle, que vas a saber
tú. Sabemos lo que a Stefano le gusta y se lo damos a él.

El jadeo de Joanna fue audible. Doreen giró sobre ella. ― Así es, señorita ratón.
Stefano es un adulto, todo un hombre. Masculino puro. Nunca se puede esperar
comprender a un hombre así. Ninguna de ustedes podría. ― Ella se volvió,
azotando su pelo alrededor, y salió por la escalera, sus dos compañeras de banda
siguiéndole.

Emmanuelle dejó escapar el aliento en un pequeño silbido de ira. ― Bueno, eso fue
desagradable. ― Se inclinó hacia Francesca de nuevo. ― No puedes creer las cosas
que dicen de mi hermano. Ellas simplemente no son verdad.

― Por supuesto que son verdad, ― dijo Francesca. ― Vi su foto con cada una de
ellas. Él estaba con ellas. Él tuvo relaciones sexuales con ellas. No se puede tomar
de nuevo, y ayer por la noche cuando estaba con Stefano, mantuvo su teléfono en
silencio. Miraba a veces los mensajes de texto y otras veces lo metía en el bolsillo.
Yo pensaba que estaba recibiendo pedidos por ayuda como siempre lo hace, pero
en vez de eso eran fotos desnudas sobre sexo. ― Estaba avergonzada del pequeño
sollozo en su voz. ― Tengo que salir de aquí.

Bookeater
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Emmanuelle puso la mano sobre el brazo de Francesca, evitando su carrera loca
por la libertad.

― No lo hagas. Por lo menos habla con Stefano antes de correr. Se merece eso,
¿verdad?

Francesca respiró profundamente, su instinto le decía que corriera mientras


pudiera. Una vez que Stefano estuviera cerca de ella, todas las células del cerebro
sufrirían un cortocircuito.

Ella sacudió la cabeza y cogió su copa de nuevo.

― Tengo que asistir a una reunión rápida, ― dijo Emmanuelle con el ceño
fruncido. ― Voy a enviarte a Stefano lo más rápido que pueda. Le diré que
necesita hacer las reuniones fuera del club, ― agregó ella, tratando de intercalar
humor en la situación. ― El interior es para divertirse, beber y bailar. Ya sabes,
esas cosas divertidas. No creo que mis hermanos entiendan el concepto.

Emmanuelle sacudió la cabeza y se alejó. Rigina echó la cabeza hacia atrás y rió.

― Creen que la única forma de diversión es una chica caliente y dispuesta.

Francesca no pudo detener su reacción a la observación casual, de Rigina. Se puso


rígida, sus dedos se cerraron alrededor del vaso que sostenía.

― Francesca. ― La voz de Rosina era suave, con un trasfondo de ansiedad. ― Mi


hermana no lo decía por eso. Espero que no estés ofendida.

Francesca le lanzó una sonrisa ocasional que sabía que no llegó a sus ojos. Tomó un
trago largo. La combinación de los ingredientes le calentó el estómago e hizo
cantar su sangre. Dejó la sensación barrer a través de ella, con ganas de alejarse de
los primos de Stefano y la implicación en la declaración de Rigina.

Bookeater
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Podrían tratar de quitarle el aguijón a todo lo que quisieran, pero había leído la
prensa rosa. Había visto todas las fotografías de sus mujeres. De muchas de ellas.
Altas. Hermosas. La idea de Stefano con ellas la hacía sentir enferma. Ahora que
ella las había conocido, le hizo enfermar aún más, sobre todo pensar en las cosas
que las tres mujeres habían implicado.

No era experimentada o sofisticada. No pertenecía a su público. O con su familia.


Se volvió hacia Joanna con una brillante sonrisa falsa.

― ¿Estás lista para bailar? El llamado de la música.

Joanna apenas había tocado su bebida y miró hacia ella, con claridad, para
protestar, pero echó un vistazo a la cara de Francesca y de inmediato se puso de
pie.

― No puedo esperar. ― Mostró su sonrisa brillante a Mario. ― ¿Tú vienes o


quieres beber un poco primero?

― Vine a bailar, mujer. Estoy contigo hasta el final, ― dijo Mario, haciéndose
querer de Francesca. Él era el hombre adecuado para Joanna.

― Francesca. . .― Protestó Rigina.

Francesca bebió el resto de la Moscow Mule, y esta vez su sonrisa rayaba en


desesperación, pero no pudo evitarlo.

― No te preocupes, soy adulta. Me encanta bailar y la música me está llamando.


¿Si la camarera viene podrías pedirme otra bebida por favor? ― Todavía sonriendo
brillantemente abrió el camino por las escaleras de la abarrotada pista de baile.

No quería pensar en nada en absoluto. Encontró el ritmo de la música y se dejó


transportar como lo había hecho siempre, a otro lugar. El alcohol golpeó a través
de sus venas, calentándola desde el interior hacia afuera.

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Shadow Rider
Era sólo su cuerpo y la música. Nada más. Nadie más. Ni Stefano con su magnífico
cuerpo y ardiente sensualidad que la hacía tan increíblemente hambrienta de él
que no podía pensar con claridad cuando estaba a su alrededor. Dos canciones más
tarde, tomo conciencia de un hombre uniéndose a ellos. El parecía conocer tanto a
Joanna como a Mario, dándole una palmada en la espalda y saludando a Joanna
con un beso. Miró hacia Francesca expectante.

― Mi amigo Dominic, ― Mario dijo en voz alta, tratando de hacerse oír por
encima de la música.

― Dominic, nuestra amiga Francesca.

Dominic sonrió a ella, su cuerpo moviéndose cerca, igualando el ritmo de ella con
facilidad. Ella reconocía un bailarín entrenado cuando lo veía, probablemente en
latín y baile de salón como lo había sido ella. Se inclinó hacia ella, deslizando una
mano en su cadera. Apenas allí, pero que los conectaba.

― Tu sabes cómo bailar.

Estaba contenta de que alguien realmente reconociera que podía. Ella asintió,
apenas capaz de oírlo sobre la música palpitante. Él estuvo inmediatamente
disponible para su mano y la llevó a través de una serie de pasos se salsa. La
música era rápida, pero el ritmo era perfecto para una salsa. Ella le correspondió
sin ningún problema y él al instante llego cerca de su cuerpo, su movimiento de
pasos más intrincados y muy atractivos. Se perdió como siempre lo hacía, la
música fluyendo a través de ella, su cuerpo entregándose al ritmo.

El agarre de Dominc era seguro y fuerte, justo el tipo que prefería en su pareja, y se
trasladó con él, incluso cuando la música redujo la velocidad y la atrajo hacia sí en
un marco estrecho. Era un par de pulgadas más alto que ella y él inclinó la cabeza
cerca para hablar directamente en su oído.

― Eres muy buena. No he tenido una pareja de baile como tú nunca. ¿En qué parte
del mundo te encontraron Mario y Joanna?

Bookeater
Shadow Rider
Ella trató de no ponerse rígida. No le gustaban las preguntas personales.

― Joanna y yo fuimos juntas a la escuela.

Su mano se deslizó por su cintura a la curva de la cadera. Ella sintió que se


deslizaba y eso envío una señal de alarma mientras apretaba su agarre sobre ella.

― Esta es mi noche de suerte, ― observó, deslizando la mano más abajo hasta que
se detuvo justo en la mejilla de su trasero.

Ella dejó caer su propia mano y se movió. ― No me conoces tan bien.

Se rió en voz baja. ― Todavía no, pero tengo la intención.

Emilio se alzaba por encima del hombro, con aspecto sombrío. Enorme. Infeliz. Dio
unos golpecitos en el hombro a Dominic y señaló con el pulgar a un lado. Dominic
al instante parecío enfadado, pero se apartó de Emilio.

Francesca se volvió a los brazos de Emilio, sonriendo hacia él, aliviada a pesar del
hecho de que ella sabía por qué Él estaba ahí.

El movió el pie y caminó sobre ella. Contuvo un grito agudo de dolor e hizo una
mueca hasta que él se dio cuenta de lo que había hecho y levantó su gran pie a
distancia. Él no bailó, solo se mecian. Estaba muy lejos de ser el hombre que hacia
pasos tan perfectamente emparejados con ella.

― ¿Hay alguna razón por la que interrumpiste mi perfecto y maravilloso baile con
ese señor, o lo hiciste solo porque querías dar un paso encima de mis pies? ― Ella
tenía que mirar hacia él y elevar su voz sobre la música. El ritmo era más lento, y
un poco más suave, pero todavía era fuerte.

Emilio se inclinó hacia abajo, muy cerca, poniendo su boca contra su oído. En
realidad, entre dientes su desaprobación. ― ¿Por el amor de Dios, Francesca, está
tratando de conseguir a alguien muerto? ¿Qué es lo que estás pensando, bailando
con otro hombre?

Bookeater
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Francesca igualó su ceño fruncido. ― ¿Qué otro hombre? Bailé con un hombre y él
era un bailarín extraordinario. Es ágil y no se para sobre los dedos de mi pie. No
quiero herir tus sentimientos ni nada, pero yo prefiero su estilo de baile al tuyo.

Sin previo aviso, una mano dura la agarró de la muñeca y tiró de ella, Stefano la
alejó de Emilio a sus brazos. ― ¿Qué te dije de que otros hombres te tocaran? ―
Espetó.

Ella lo miró, tratando de poner una o dos pulgadas entre sus cuerpos, pero era
imposible. Entre más luchó para liberarse, más apretada la sostenía.

― Deja de luchar o vamos a tener una escena muy pública. Hay paparazzi aquí y
puedo garantizarte que ya estamos en su radar.

Su enojo era palpable. Intenso. rodeándola con calor y fuego. Aún así, tan molesta
como estaba con él, su cuerpo reaccionó, inundándola de necesidad. Mantuvo la
boca abajo, negándose a mirarlo incluso cuando ella se calmó, obligándose a
relajarse en el calor de su cuerpo.

― Ahora dime que cogida pensabas que estabas haciendo.

Incluso con ella dándole lo que quería y dejando que la abrazara cerca, su ira no
había disminuido en lo más mínimo. Pinchando su propio temperamento.

― No estaba arreglando tener relaciones sexuales con tres hombres, si eso es lo que
pensaste. Tu pequeño harén está aquí, esperando por ti.

― Maldita sea, Francesca, ya hablamos de esto. No puedo cambiar lo que me cogí.


Te dije que estaba en el pasado y tienes que aceptar eso, porque por mucho que me
gustaría haber sido diferente, no soy un mago. No hay ninguna manera de tomarlo
de nuevo.

― ¿Es eso lo que te gusta? ¿Lo que ellas dicen? ¿Ellas tres a la vez? ― Hizo la
consulta a través de los dientes apretados, con el corazón palpitante fuera de
control.

Bookeater
Shadow Rider
13

Hubo un largo silencio mientras la música martilló en ellos. Creado un


capullo de calor puro. su cólera la inundó, pero sólo sirvió para hacerla más
caliente. Su cuerpo se sentía líquido, sus pechos adoloridos por su toque, sus
pezones duros, empujando contra el material del vestido en un esfuerzo por
acercarse a él. La Unión entre sus piernas estaba en llamas, su clítoris latiendo al
ritmo de la música y el hambre absoluta. Ella supo que su tanga ya estaba húmeda
con hambre de él. Odiaba no poder controlar sus necesidades con él.

Estaba enfadado, y eso acababa de agregar combustible al fuego en crecimiento.

― ¿Eso es lo que piensas de mí? ¿Qué necesitaría tres mujeres a la vez para
satisfacerme? ¿Es eso realmente lo que piensas de mí, Francesca? ― Su voz era
baja. Furiosa. El látigo la golpeó con más fuerza de lo que lo haría uno de cuero.

Ella inhaló profundamente y lo atrajo profundamente a los pulmones, quedando


su cara presionada fuertemente a la chaqueta, directo sobre el corazón.

Su mano se acercó bajo su barbilla y la levantó en un agarre flojo.

― Mierda, mírame, dolce cuore. Ahora. No estoy jodiendo contigo.

Dos F-bombas en menos de un segundo. Él estaba más que furioso. No tuvo más
remedio que levantar la barbilla, pero mantuvo los ojos cerrados con fuerza
infantilmente, con miedo de que, si lo miraba, estaría perdida.

Estaba más herida de lo que se había dado cuenta, odiando que las otras mujeres le
hubieran tenido antes que ella.

Bookeater
Shadow Rider
― Mírame. ― Con un esfuerzo suavizó su voz, pero todavía era muy dominante.
Imposible de desobedecer. ― Abre los ojos y mírame.

Se mordió con fuerza el labio inferior y levantó las pestañas hasta que su mirada se
encontró con sus penetrantes ojos azul. Sus ojos se habían oscurecido en un
vibrante color intenso, que gritaba peligro. Una vez bloqueada la mirada con él, no
pudo apartarla. Su corazón latía más fuerte que nunca. El estómago le dio un
vuelco lento. Muy dentro de su centro, sus músculos se contrajeron y luego
apretaron con fuerza en reacción.

― ¿De verdad crees que juego con tres mujeres al mismo tiempo, Francesca?

Había una promesa de venganza en su voz. En lugar de asustarla a ella, como


debería haber hecho, se sentía inestable con necesidad, con un hambre que parecía
estar creciendo fuera de control. Por supuesto que iba a obligarla a responder.
Lento color tiñó sus mejillas.

― No. ― Su voz era baja. Avergonzada. ― Fue simplemente que eran tan
presumidas. Dijeron que te enviaron fotos anoche. . . ― Se interrumpió.

― Yo las borré al momento en que llegaron y no me molesté en responderles. No


he visto ninguna de las tres desde el año pasado, ni tenía intención de hacerlo. Si
hubiera sabido que pretendían venir aquí esta noche, las habría hecho expulsar del
club. Me invitaron a ir a Texas para reunirse con ellas y les dije que no.

Su ira no había disminuido en absoluto, podría decirlo por las líneas alrededor de
la boca y el conjunto de la mandíbula. De pronto, él le cogió la mano y la llevó a
través de la multitud, casi arrastrándola, sin preocuparse de sus tacones altos.

Afortunadamente, la multitud se abrió para él, incluso en la oscuridad sobre la


pista de baile, lo que les permitió atravesar fácilmente.

Stefano la llevó hacia la parte trasera del club, pasando entre dos de las barras a la
alcoba sombría donde una puerta conducía a las oficinas. La alcoba estaba muy
oscura y sabía que las sombras de ellos se encerraban en su propio mundo privado.
Se estremeció, sabiendo que ella no debería estar a solas con él. Ahora no. No
cuando estaba tan enojado y ella estaba tan necesitada.

Bookeater
Shadow Rider
Se dirigió hacia atrás hasta que se acercó a la pared y no se pudo mover ni una
pulgada. Su cuerpo sobre el de ella hasta que no había suficiente espacio para
deslizar una hoja de papel entre ellos, hasta que sintió la huella de sus músculos
fuertes en sus pechos y caderas.

Él inclinó la barbilla hacia arriba, forzando los ojos para encontrarse con los suyos.

― Voy a explicar esto para ti, Francesca, utilizando el puto Inglés por lo que no
habrá cualquier malentendido. No estoy jodiendo contigo. Estoy diciéndote
directamente que yo quiero una relación contigo, una permanente. Exclusiva. Tu y
yo. Nadie más. No hay otras mujeres para mí. No hay otros hombres para ti.
Quiero establecerme y tener una familia contigo. Sé que todavía estás
acostumbrándose a la idea y eso está bien. Te voy a dar tiempo. Pero eso no quiere
decir que otro hombre puede ponerte sus jodidas manos encima. Él no puede
llegar a poner sus brazos sobre ti, ni sentir tu cuerpo contra el suyo. No. Nunca.

― Bailé, Stefano. Me gusta bailar. No entiendo por qué estas tan enojado. Estabas
ocupado, y yo baile con él. Yo no me iría con él. No estoy atraída por él. No soy
tramposa. Ya sabía que estabas teniendo en cuenta una relación, aunque
honestamente, te moviste tan rápido para mí que es difícil creer que sea real.

Se inclinó hacia abajo, con los brazos alrededor de ella de repente, tirando con
fuerza contra su cuerpo.

― No estás escuchándome. No voy a tolerar que otro hombre ponga sus manos
sobre ti más de lo que esperaría que toleraras que otra mujer ponga sus manos
sobre mí. Es peligroso, Francesca. Peligroso para cualquiera que sea tan tonto de
pensar que tiene derecho a frotar su cuerpo contra el tuyo. Vi su mano en tu culo.
Ese culo me pertenece a mí. Ningún otro hombre pone su mano allí. Cuando vi
eso, quería matarlo. Tenía que matarlo. Yo vivo en un mundo de violencia y ahora,
tú también. No quieres ponerme en esa posición más de lo que se puso en su lugar.
Eso es todo lo que voy a decir sobre esto. Yo no discuto. Esta es tu primera y única
advertencia.

Ella parpadeó hacia él. ― Vas en serio.

― Muy en serio.

Bookeater
Shadow Rider
Se movió sutilmente, tratando de apartarse de él sin dar la impresión de hacerlo.
Tan sutil que no funcionó. Sus brazos se convirtieron en bandas de acero,
encerrándola a él, e inclinó su peso contra ella de modo que era imposible
moverse. El aire alrededor de ellos estaba cargado de su ira. Un pequeño escalofrío
de miedo le recorrió la espalda. No solo miedo. Aún así, era increíble, se sentía
segura en sus brazos. Se dio cuenta de que detrás de esto chorro de trepidación,
había una emoción oscura, sensual que no podía negar.

― Tu no haces daño a las mujeres. ― Ella hizo una declaración porque tenía que
creer que era verdad. Conocía las mentiras cuando las oía; también conocía la
honestidad. Dijo la verdad sobre el deseo de matar a Dominic, pero su ira iba
dirigida a ella. Aún así, sus manos no le lastimaban, ni en lo más mínimo. Podía ser
duro, pero él no era violento con las mujeres.

― No. Yo no. ― Él lo dejo así. ¿Podría aceptarlo sólo por la forma en que era? ¿Le
gustaba esto? ¿Oscuramente sensual? ¿Un hombre acostumbrado a la violencia?
¿Un hombre acerca del que ella realmente no sabía nada en absoluto? Ella sabía
que ya estaba perdida, había ido demasiado lejos, estaba atraída por él físicamente,
la química tan intensa que apenas podía pensar. Su sentido de auto preservación
había desaparecido. Ella debería hacer preguntas, exigir respuestas.

Francesca se humedeció los labios. ― Muy bien, Stefano.

― ¿Todo bien? ¿Qué demonios significa eso?

― Eso significa que puedes dejar de usar un lenguaje tan soez y tomar un respiro.
No voy a bailar con otro hombre. No permitiré que otro hombre me toque. No me
gustaría que estuviera bailando con otra mujer, por lo que incluso aunque era
perfectamente inocente entiendo lo que estás diciendo. Por otra parte, no hay
ninguna necesidad de ser dramático y hablar de peligro, violencia o muerte. En
realidad, no heriría a otro hombre sólo porque bailaba conmigo. ― Ella no estaba
tan segura de que era cierto, pero quería que fuera.

Bookeater
Shadow Rider
Él negó con la cabeza, parte de la rabia oscura disipándose.

― Bambina, eres tan inocente. No estaba bailando contigo. Él estaba tratando de


entrar en tus bragas de encaje pequeños. Su mano estaba en tu culo.

― Moví su mano a la cintura de inmediato.

― Es por eso que el hijo de puta sigue vivo. El único hombre que toca tu culo o tu
ropa interior voy a ser yo. Nadie más. ― Su mano se deslizó por su cadera hasta el
muslo desnudo, los dedos acariciando su piel. ― Este vestido no tiene el mismo
aspecto que tenía en ese maniquí.

Sus dedos comenzaron a hacer pequeños círculos por su muslo. Llegando casi allí.
Calentándola. Marcándola. Se sentía como si la tocara con fuego. Se estremeció,
apoyando su peso en la pared, con la esperanza de mantener su posición vertical.

― Supongo que el maniquí era recto, y no contaba con todas estas curvas
atractivas. ― Su otra mano encontró su pecho derecho, a la deriva sobre la curva
suave hasta que sus dedos estaban directamente sobre el pezón. ― Yo debería
haber tomado eso en consideración.

Los dedos se extendieron por el muslo, justo debajo del borde de su vestido,
moviéndose hacia arriba suave y deliberadamente, casi causándole un accidente
cerebrovascular. Puso la mano en su muñeca para detenerlo, su mirada
moviéndose alrededor del club. Estaba oscuro y Stefano la había llevado bien
profundo entre las sombras para su pequeña charla, pero aún así, en otro momento
ella sabía que estaría demasiado lejos para preocuparse por lo que le hacía a ella.
Quería sus manos sobre ella. Su boca sobre la de ella. Tenía que tener su toque más
de lo que necesitaba respirar. Con el aliento ardiendo en sus pulmones y la
necesidad conduciéndola, corrió una palma por su pecho hasta el hombro.

Fue un ajuste apretado porque se negó a moverse hacia atrás, su cuerpo mucho
más grande justo en frente de ella. Nadie podría ver hacia arriba en ellos, pero, aun
así, no serían capaz de verla de la manera que él mismo se había colocado. Se dio
cuenta de que incluso cuando estaba enojado con ella, se había asegurado de
protegerla.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿Así que no te gusta el vestido? ― Su voz salió sensual. Un susurro de pecado
puro.

Un suave gemido escapó.

― Dolce Cuore, no puedes utilizar ese tono cuando estamos en público. ― Sus
dedos se clavaron en la cara interna de su muslo por un breve momento y luego se
relajó, acariciando suavemente su piel sobre la picadura.

― Nunca he deseado a una mujer más en toda mi vida. Hay media docena de
oficinas cerca donde podría llevarte y joderte hasta que ninguno de los dos pueda
moverse, pero eso no es lo que quiero para la primera vez conmigo. Quiero por lo
menos tratar de ser amable contigo. En este momento no estoy seguro de que
pueda serlo. Ayúdame un poco, ¿bueno, Bella?

Sus dedos, se deslizaron sobre la cara interna del muslo desnudo, volviéndola loca.
Ella lo necesitaba en ese momento, y las oficinas sonaban bien a ella. Sus nudillos
rozaron su sexo y en el interior profundo, los músculos se contrajeron
deliciosamente. Ella abrió la boca e inmediatamente bajó la cabeza, sus dientes
encontrando el lóbulo de la oreja y mordiendo.

― Stefano. ― Su nombre salió como un gemido.

― Estas ya mojada para mí, ― susurró. ― Muy preparada. Por mí, bambina, es
por mí. Todo para mí.

Ella asintió con la cabeza sin poder hacer nada, agarrándose a sus amplios
hombros para no caer a sus pies. Su mente se sentía caótica, su cerebro se negaba a
trabajar. No podía pensar en otra cosa, solo en Stefano. Ella quería sus manos sobre
ella. Su boca. Necesitaba eso.

― Por favor, ― declaró en voz baja, pidiendo algo, pero ella no se lo hizo saber.

Su expresión cambió inmediatamente. Suavizado. Ablandado. Incluso sus ojos


cambiaron de color, oscureciéndose con atención. Su voz acarició su piel,
haciéndola temblar.

Bookeater
Shadow Rider
― Bésame. Ahora mismo. necesito tu boca.

Ella le habría dado cualquier cosa que le pidiera. Levantó la cara hacia la suya, una
ofrenda, colocando sus manos en sus hombros, aferrándose a la vida. La boca de
Stefano al instante tomó el mando de la de ella. tomó todo el control como un tren
fuera de control. En el momento en que su lengua se deslizó dentro, se propagaron
las llamas a través de ella. Un fuego perfectamente exquisito. El calor se precipitó
por sus venas directamente a su sexo, avivando la bola de fuego que tenía
reposando allí. Sus brazos alrededor de ella, arrastrándola fuera de la pared y
hacia su cuerpo por lo que ella no tuvo ninguna duda de que estaba impresa en sus
huesos, y él sobre los suyos.

― Te quiero, ― confesó, arrastrando su boca por la de ella, apoyando su frente


contra la de ella antes de que ambos trataron de llevar aire a los pulmones
trabajando. Sus pestañas barrieron y un color tenue rodo por sus mejillas.

― Te quiero, también, ― susurró. ― Mucho, Stefano.

― Di que eres mía. ― Había acero en su voz.

Ella respiró. Dejándolo salir. Él estaba ordenando más que una simple frase.
Ambos lo sabían. Él estaba pidiéndole un compromiso. No sólo por una noche, ni
una semana, o un mes. Le estaba pidiendo que dijera que le pertenecía a él para
siempre.

Oyó el rugido de la sangre en sus oídos. Su cuerpo estaba en llamas. En una


terrible necesidad. deseándolo. ¿Podría entregarse a él? Sabía dos cosas acerca de
él. Que era un hombre con un estricto código del honor, y que él era un hombre
muy peligroso capaz de ir a la violencia repentina.

― Entrégate a mí, ― susurró, su voz una caricia íntima, deslizándose sobre su piel
como el toque de sus dedos. Su boca estaba tan cerca. Podía sentir cada vez que
respiraba.

Bookeater
Shadow Rider
. ― Confía en mí con tu vida, Francesca, y juro que nunca tendrás que preocuparte
por otra cosa. Puedo mantenerte a salvo. Te haré feliz. ― Él era el diablo
tentándola a ella. Era magnífico. Un hombre increíble. Sabía que prestaba atención
a los detalles, a los más pequeños. Sería un rasgo en él que lo haría ir del amor al
odio. El siempre la haría sentir lo más importante en su mundo, pero también
podría tratar de controlar todos los aspectos de su vida. Sabía que lo haría, no
porque quisiera dictar cada paso a ella, sino porque su necesidad de mantenerla a
salvo lo haría volver loco acerca de su seguridad.

― Di que sí, Francesca. No creía que fuera posible sentir algo real por una mujer.
Yo simplemente no podía. Yo lo intenté, pero no sentía nada. Yo sabía que era
capaz de amar porque amo a mi hermana y hermanos con fuerza. Con todo en mí.
Pero lo que un hombre siente por una mujer, su mujer, me eludió hasta ti. Hasta
que te vi.

Se derritió su resolución con cada palabra que decía. No había forma de apuntalar
sus defensas, de no sentir la cruda honestidad en su voz.

― Sé que no crees en el amor a primera vista porque yo siempre pensé que era
imposible. intenté decirme a mí mismo que no era real, que era simplemente
química entre nosotros. Y que la química era tan explosiva que sabía que tenía la
oportunidad de tener razón, pero luego te vi. Te escuché. Vi la forma en que eras
con los demás y sentí todo lo que un hombre se supone que debe sentir por una
mujer y más. Cuando amo, Francesca, es con todo en mí. Soy leal y soy un
luchador, lo que significa que voy a luchar hasta con mi último aliento para
asegurarme de que mi mujer es feliz. Espero que los que están en mi vida sean de
la misma manera

Sus manos, por su propia voluntad, se deslizaron alrededor de su cuello, los dedos
enlazados. El calor de su piel era abrasador, pero sólo se añadió a la quema de
forma permanente en el interior de ella por él. ― No me importa ninguna otra
mujer, Francesca. Ni una sola de ellas. Las he usado. Me utilizaron. Tengo un
fuerte deseo sexual. Siempre estoy duro. Siempre. Necesité una mujer que me diera
alivio, pero nunca he querido una para mí. Las mujeres eran una herramienta, un
cuerpo en el cual enterrarme, nada más. No sabía que significaba para ellas más
porque yo no podía sentir nada en absoluto por ellas, no importa lo mucho que
quisiera o intentara. Sé que me hace sonar como un maldito bastardo, pero es la
verdad y es lo que tengo para darte, la verdad.

Bookeater
Shadow Rider
Ella se sintió lo suficientemente perversa para amar lo que estaba diciéndole, que el
amor con que esas mujeres le enviaron las fotos no significaba nada en absoluto
para él.

― Me cogí un montón de mujeres, Francesca. ― Ella hizo una mueca. Sabía que lo
había hecho. Había visto la evidencia en la prensa rosa. La mayoría de los artículos
no eran ciertos, pero las imágenes no mentían. Sus brazos se apretaron alrededor
de ella. ― No puedo mentir acerca de eso. No puedo tomar eso de vuelta. Yo sé lo
que ves y lo que lees; las cosas que estas mujeres podrían decir que te harán daño y
no me gusta eso. No me gusta ser la causa de ello. Que lo que hice con tanto
descuido en el pasado podría ser molesto para ti. Sólo puedo prometer el futuro.

― Esto va tan rápido, Stefano.

Sus dedos le masajearon a la altura de la nuca.

― Para ti, bambina, pero no para mí. El tiempo parece haberse ralentizado, tanto
que quiero maldecir de frustración. Mi abuelo estaba enamorado de mi abuela.
Ellos eran inseparables. Detestaban estar separados. He visto el amor verdadero.
Lo he sentido cuando estaba con ellos. Murieron con tres horas de diferencia. Mi
abuela primero y luego mi abuelo le siguió. El amor existe, y eso es lo que te estoy
ofreciendo.

Su boca encontró la de ella otra vez y ella se perdió al instante en él. Tanto calor.
Tanto placer corriendo a través de ella, pequeños golpes, como un relámpago a
través de todo su cuerpo. Esta vez, cuando él levantó la cabeza, sus dientes
encontraron su labio inferior, y se hundió en él, tirando, conduciéndose salvaje. Se
oyó gritar, casi un sollozo de pura hambre.

― Entrégate a mí, Francesca. ― Una orden pura. Nada menos que una demanda,
lo que le dijo algo.

Él era el diablo, pero no le importaba. En algún nivel ella incluso sabía que estaba
usando su propio cuerpo contra ella, enfrentando su inocencia en contra de su
experiencia, pero no se preocupó por eso, tampoco. Quería saltar en el fuego con
los dos pies, los brazos, los ojos abiertos. Sabía que su mundo podría ser algo en lo
que tendría un tiempo difícil de aceptar, pero valdría la pena.

Bookeater
Shadow Rider
― Sí.― Le salió un suave susurro. Casi inexistente. Una determinación
estrangulada. Tal vez era la manera de su mente tratar de salvarla. El instinto de
conservación tratando de detener su salto loco del acantilado. Él se quedó inmóvil.
Absolutamente inmóvil. Sus brazos casi la aplastaron.

― Dilo a continuación. Necesito las palabras. Que digas que me perteneces y que
estás entregándose a mí. Mírame, Francesca, y dilo y sabes que no hay forma de
que lo tomes de regreso.

Se humedeció los labios y levantó sus pestañas para mirar en sus penetrantes ojos
azules. Había tal mezcla allí. Posesión. Deseo. Triunfo. Demanda.

― No hay vuelta atrás, Francesca, ― advirtió.

Se lamió los labios de nuevo, justo sobre el punto donde había mordido sus
dientes. ― No voy a tomarlas de regreso, Stefano, ― dijo en voz baja. ― Quiero ser
tuya.

― ¿Y estás entregándote a mí? ¿Llevarás mi anillo? ¿Vas a entrar en mi familia?


¿Ser una parte de nosotros? ― Le solicitó.

¿Un anillo? No había dicho nada acerca de un anillo. Eso iba más allá de lo que
había anticipado que seria. Una parte de ella estaba encantada. La parte cuerda
estaba aterrada. Ya se sentía demasiado como una propiedad. Como si ya la
hubiera marcado en sus huesos. En su alma.

― No. ― Él le levantó la cara, obligándola a permanecer en contacto con sus ojos.


― Se que tienes miedo, dolce cuore. Tienes que confiar en mí. Confía en mí. Eso es
lo que necesito de ti. Te tengo, Francesca. Todo lo que debes hacer es dejar que te
tenga.

Ella trató de pensar con claridad, pero su cuerpo ya pertenecía a él, sus pechos
adoloridos por su toque, los pezones empujando con fuerza contra la tela de su
vestido. Entre sus piernas, ella se sentía vacía y necesitada. Ardiente. La tensión en
espiral con tanta fuerza que tenía miedo de que si se movía ella podría romperse.
Si ella no lo tenía ella no podría ir a través de la noche.

Bookeater
Shadow Rider
― No puedo pensar con claridad cuando estás tan cerca de mí. ― Ella apenas
podía hablar. Su erección pesada presionaba contra ella, alto, a lo largo de su
cintura y se sentía largo y grueso de pies a cabeza, como un tizón. ― Estas
tomando ventaja.

― Voy a tomar cualquier ventaja que pueda conseguir. En este momento,


Francesca, estoy siendo suave. Me empujas y voy a hacer más para obtener tu sí.
Voy a tener mis dedos enterrados en tu interior y si eso no funciona, será mi boca
la que trabaje entre tus piernas. Estoy desesperado cuando se trata de ti. Esta es
una batalla que no puede permitirme el lujo de perder, así que sí, voy a utilizar
cualquier medio necesario para asegurarme de que tu respuesta es lo que quiero.

Ella lamió sobre ese punto punzante en el labio inferior de nuevo. ― ¿Esto es lo
que tendría que esperar una vez que estemos juntos? ¿Tu utilizando el sexo para
conseguir tu camino?

― Absolutamente.

Lo deseaba tanto. Ella podría estancarse todo lo que quería, pero al final, sabía que
iba a ceder a él.

― Te dije que sí, ― señaló. ― Puedo estar asustada, pero te dije que sí.

Él inclinó la cabeza regando besos de pincel sobre sus párpados, casi como si
estuviera cerrándole los ojos para que no viera la euforia barriendo a través de él.
Pero lo hizo. Ella lo sintió.

― Voy a besarte una vez más, Francesca, y luego tenemos que terminar para que
podamos volver a casa. Es demasiado peligroso estar en público cuando necesito
estar dentro de ti.

El crudo deseo en su voz raspó en ella, arañó su vientre, igualando la suya. Ella
quería estar en casa también, lo más rápidamente posible.

Bookeater
Shadow Rider
― Dame tu boca, Bella. ― Ella lo hizo sin vacilar, necesitando el fuego correr por
su garganta y en su cuerpo. Rodeando su corazón. Las llamas familiares corrieron
sobre sus pechos, sus pezones conectados directamente a su clítoris, de manera que
que latía y latía con desesperación. Su boca era pura sensualidad. Caliente con
pasión. su gusto era adictivo y cuando empezó a levantar la cabeza para tirar lejos,
ella lo persiguió con su boca.

Él le cogió firmemente la barbilla. ― Bambina, no aquí. No tengo tanto autocontrol


como me gustaría, no cuando se trata de ti. No estoy a punto de follarte contra la
pared cuando alguien solo podía subir en nosotros, pero si seguimos con esto,
podría ocurrir.

Fue agradable saber que no estaba sola en lo que estaba sintiendo, pero justo en ese
momento, la idea de él "Follandola" contra la pared era una tentación evidente.

Trasladó su agarre a la mano y dio un paso atrás para permitir que ella se alejara
de la pared.

― Mis primos están aquí desde Nueva York. Me gustaría ir a su encuentro.

Ella parpadeó hacia él, sintiéndose como si estuviera saliendo de una niebla, o un
sueño erótico, y no podía quitárselo de encima.

― Los conocí la otra noche, ¿recuerdas? ― Ellos la ponían nerviosa. No estaba


segura de querer volver a verlos en su estado actual de avidez absoluta. Veían
demasiado.

Él le sonrió. ― Son más primos. Te reuniste con Lanz y Deangelo Rossi. Son
hermanos. Ellos llegaron con otros dos primos, Salvatore y Lucca. Su apellido es
Ferraro también. Salvatore y Lucca tienen otro hermano, Geno. No hay hermanas.
No parece que las niñas aparezcan en nuestra familia mucho.

― Tu familia es tan grande, Stefano. Yo sólo tenía mi hermana. No hay tíos. Nadie
más. Tienes suficientes primos para hacer una pequeña ciudad.

Se rió en voz baja, tirando de ella hacia sí hasta que su frente estaba apoyada a su
lado y estaba bajo su brazo.

Bookeater
Shadow Rider
Su celular sonó justo cuando salían de las sombras a la luz detrás de la barra roja.
Él se detuvo bruscamente y se tiró de él desde el interior de su chaqueta,
negándose a darle cualquier espacio, sujetándola firmemente a su lado.

― Eres un esclavo de esa cosa, ― señaló.

― Es cierto, ― estuvo de acuerdo y lo abrió. ― Stefano.

Era tan abrupto en el teléfono como lo era en persona, decidió, estudiando su


rostro. Tenía una magnífica cara, que pertenecía a la portada de una revista. No era
de extrañar que los paparazzi estuvieran obsesionados con él. Estaba un poco
obsesionada con él por sí misma. Su corazón todavía latía locamente ante el paso
gigante que acababa de tomar. Ni siquiera podía echarle la culpa a alcohol. Eso fue
todo, incapaz de resistirse a él.

Ella se apoyó contra Stefano, sobre todo porque él no le dio otra opción con su
brazo bloqueado a su alrededor, justo debajo de sus pechos. Olía maravilloso, su
olor envolviéndola, rodeándola con. . . él. Ella era muy consciente de su pesada
erección presionando firmemente contra ella. Siempre parecía estar duro alrededor
de ella. Tenía que admitir que eso le gustaba. Lo quería deseándola.

Se había desintonizado de su conversación, escuchando la música en su lugar,


ignorando las constantes demandas hechas de su tiempo. Le tomó unos momentos
a su lado para que la conversación penetrara. Esta no era una llamada acerca de
alguien que necesita su ayuda. Ella respiró hondo y volvió su atención por
completo a Stefano.

― No, Saldi, estoy en el club con mis hermanos y primos. Estamos celebrando esta
noche. ¿Porque como el infierno pensarías que me colaría en tu puta casa y mataría
a ese pedazo de mierda de Tidwell debajo de tu nariz? No tenía ni idea de que el
bastardo se alojaba en tu casa.

El silencio y luego más.

― ¿Me estás jodiendo? Saqué la mierda fuera de él y te lo envié para que hicieras
lo que quisieras con él. Tome tu edificio, fue suficiente para mí la venganza.

Bookeater
Shadow Rider
Hubo silencio y luego Stefano hecho una cadena de malas palabras. ― Me estás
haciendo enojar, Saldi. No puedo estar en dos lugares al mismo tiempo. Ven aquí y
mira por tu mismo si quieres, aunque el maldito paparazzi que ha logrado entrar
está tomando suficientes fotos para una revista entera. ― La voz de Stefano era
cortante y enojada.

Francesca se tensó. Tidwell había sido el propietario de su edificio y ahora estaba


muerto. ¿Alguien lo había asesinado? ¿Era eso lo que Saldi estaba diciendo a
Stefano? Se estremeció. A la vez que Stefano inclinó la cabeza y acarició su cuello.
Sus dientes la pellizcaron y su lengua se arremolinó calor sobre el pequeño
pinchazo, haciéndola intensamente consciente de su presencia.

― Voy a bajar el tono, ― susurró a ella y le dio un beso en el punto sensible justo
detrás de la oreja. Su brazo, una barra alrededor de su caja torácica, no se relajó en
absoluto. La mantuvo con fuerza contra él y reanudó su conversación con uno de
los Saldis. Francesca había oído hablar de ellos de varias fuentes, pero aun más,
había leído sobre ellos en artículos de noticias. Eran sin duda considerados
criminales. Ella sabía que la familia estaba en el crimen organizado, sin embargo,
Stefano no parecía tenerle el más mínimo temor. El juró a ellos y aparentemente no
tenía preocupaciones acerca de la venganza.

― Me importa un comino, Giuseppi, lo que piensas. Lo que creo es que es mejor


que busques a la persona responsable de cortar la garganta a ese pedazo de
mierda. No estoy llorando lágrimas si eso es lo que estás buscando. Si pasara
debajo de la nariz, miraría a mi propia gente y apretaría la puta seguridad. ―
Golpeó el teléfono cerrándolo con un chasquido enojado y lo metió en el bolsillo.

Se quedó sin aliento en sus pulmones. ― Giuseppi Saldi es el jefe de la familia


criminal más grande que hay aquí en Chicago, ― susurró ella, aterrorizada por él.
Nadie hablaría con Giuseppi Saldi así, ni siquiera la policía. Tenía fama de ser
extremadamente violento y con frecuencia tomaba represalias si se sentía
menospreciado.

― Sí.― Él le acarició el cuello otra vez. ― Hueles muy bien.

Bookeater
Shadow Rider
― No fuiste muy agradable cuando hablabas con él, Stefano. ¿Qué pasa si se enoja
contugi? ― Un estremecimiento le recorrió la espalda. Stefano era imprudente
cuando perdía los estribos.

Él dejó de moverse para mirar hacia ella, con los brazos cambiando para que ella
estuviera de pie directamente delante de él, apretándose contra su frente. Tuvo que
inclinar la cabeza hacia atrás para mirar hacia él.

― Ahí, estas, volviéndote toda protectora conmigo. Estás preocupada por mí,
¿verdad? ― Su voz prácticamente ronroneó, una mezcla sensual de posesión,
deseo y la otra cosa, afecto. ― Dios, bambina, eso me encanta.

― Es peligroso. ¿No es la segunda vez que le has insultado?

― Más bien como la centésima. No me gusta y dudo que yo le guste mucho. ― Él


rozó su boca sobre la de ella con exquisita delicadeza. ― No te preocupes por él.
No vendrá detrás de mí. No se atrevería.

El corazón le dio un tirón doloroso en su pecho. ― ¿Por qué, Stefano? ¿Por qué no
iba a venir por ti?

Su mano dio forma a su cara, su pulgar trazando su alto pómulo, bajando a la boca
para quedarse sobre el labio inferior.

― Te lo dije, dolce cuore, nadie folla conmigo. Yo soy ese tipo de hombre. Deja de
preocuparte y ven a conocer a mis primos. Les gustas.

No estado tan segura de eso con sus otros primos de Nueva York, los que habían
estado definitivamente interrogándola. Volvió la cabeza cuando Stefano una vez
más la cambió de posición bajo su hombro, el brazo bloqueado alrededor de ella
para mantenerla cerca. Puso una mano en su abdomen mientras su mirada chocó
con Janice. La mujer había dejado de moverse justo en medio de la pista de baile y
se quedo mirándola con absoluto veneno. Francesca se estremeció ante el odio
concentrado en la mirada de la mujer. Los bailarines se movieron y Janice fue
tragada por la multitud girando.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿Qué pasa, Francesca?

Estaba tan sintonizado con ella, pero no estaba dispuesta a admitir que sus últimas
mujeres estaban mostrando su aspecto desagradable y molestándola. ¿Cómo de
celoso y desequilibrada parecería? No estaba más que nerviosa. Estaba a la vista y
era imposible no ver la mirada curiosa y especulativa que la multitud les dio.

― He estado escondiéndome de Barry Anthon durante tanto tiempo que esto me


hace ponerme un poco nerviosa. Me siento muy expuesta, ― improvisó
rápidamente.

Se rió en voz baja, apretando su brazo alrededor de ella. ― Estás expuesto en ese
pequeño vestido negro. Puedo ver que no puedo comprar para ti, voy a tener que
verte en todo antes de que yo lo apruebe. ― Eso la distrajo inmediatamente. Ella le
dio su ceño más oscuro.

― ¿En serio? ¿Cree que vas a conseguir realmente decirme lo que debo ponerme?

― Por supuesto que voy a tener algo que decir. Soy mandón y controlador,
¿recuerdas? También soy celoso, un rasgo que no tenía ni idea de que poseía hasta
que puse los ojos en ti.

Su voz tenía risa así que no estaba segura de si hablaba en serio, a pesar de que se
puso serio. Ella fue salvada de tener que responder, porque cuatro hombres se
acercaron a ellos, dos vestidos con trajes a rayas oscuras. Reconoció a Lanz y a
Deangelo inmediatamente y supo al instante los otros dos eran primos de Stefano
también. Los cuatro hombres eran extremadamente guapos y en forma, pero los
dos nuevos realmente se destacaban. Algo sobre la forma en que se movían hacían
pensar en Stefano. Podrían ser fácilmente hermanos, no primos.

Stefano se detuvo en el borde de la pista de baile mientras los demás se acercaron a


ellos. Francesca trató de moverse lejos de él, para poner un poco de espacio entre
ellos, pero él simplemente se puso detrás de ella y la envolvió con sus brazos
alrededor de su caja torácica, justo debajo de sus pechos. La sensación de sus
brazos presionando con tanta fuerza en la parte inferior de sus pechos la hacía
sentirse necesitada. Achy. Era demasiado potente y no podía estar tan cerca, no
con el punto de mira tan claramente en ellos. Ni siquiera podía respirar sin él
respirando.

Bookeater
Shadow Rider
― Ya conoces a Lanz y a Deangelo, bambina, ¿verdad? Estos son dos de mis
primos de Nueva York. Salvatore y Lucca, esta es mi Francesca.

Salvatore le tomó la mano y se la llevó a la boca. Antes de que pudiera tocar sus
labios con los nudillos, Stefano extendió la mano y le agarró la muñeca, tirando de
su mano. Inmediatamente sus primos estallaron en risa.

― Maldito cerdo, ― dijo Stefano, sin el más mínimo rencor. ― Francesca, lo mejor
es no mirar directamente a estos neoyorquinos. Pueden ser mis primos, pero son
realmente los mejores amigos del diablo. Quédate muy cerca de mí para que pueda
protegerte.

No podía dejar de reír cuando los primos parecían satisfechos con la evaluación de
Stefano. Stefano agitó su mano hacia la sección VIP y su mesa. Rodeada por los
hombres, Francesca se sentía increíblemente protegida mientras se movían por las
escaleras hasta su mesa. Los hermanos de Stefano ya estaban allí, sentados con
Emmanuelle, quienes se levantaron cuando Francesca se acercó a la mesa. Se
encontró sonrojándose ante la atención que estaban recibiendo.

― ¿Dónde está Joanna? ― Preguntó a Emmanuelle, un poco preocupada porque


su amiga pudiera estar molesta porque había desaparecido.

― En la pista de baile con Mario. No pueden quitar los ojos el uno del otro, ― dijo
Giovanni. ― Estoy mirando el hombre. Y será mejor que él no rompa su corazón.

A Francesca le gustó, a pesar de que en realidad sonaba amenazante y los cabeceos


rápidos que los hermanos se dieron unos a otros lo hacía parecer como una
amenaza. Aún así, era Joanna, y ella estaba agradecida de que los hermanos
Ferraro tomaran en serio su protección.

― Rigina y Rosina están manteniendo un ojo en las cosas, ― dijo Emmanuelle. ―


No vayan a comportarse como unos hombres de las cavernas con la pobre Joanna.
Ella está realmente interesada en Mario, y él parece bastante auténtico.

Stefano abrió la silla para Francesca y luego, cuando ella se sentó en ella, sacó una
al lado de ella, muy cerca, por lo que sus muslos se tocaban y fácilmente podría
envolver su brazo alrededor de sus hombros. Le cogió la mano y se la puso en el
muslo, presionando la palma de su mano profundamente en su calor.

Bookeater
Shadow Rider
La camarera fue allí instantáneamente. Francesca sabía que necesitaba mantener su
cordura con ella, pero pidió otra Moscow Mule con cal. La cerveza de limón, vodka
y jengibre era una bebida refrescante. Bajó sin problemas, a veces demasiado bien,
pero a ella no le importaba. Se relajó en Stefano y dejó que fluyera la conversación
a su alrededor, a pesar de que los primos, hermanos y Emmanuelle se aseguraron
de que ella era una parte de la conversación. Había un montón de risas. La familia
Ferraro era cercana y se gustaban el uno al otro lo suficiente como para concederse
mutuamente momentos difíciles.

Salvatore y el hermano de Lucca, Geno, no pudo asistir a la celebración de la


familia, pero había enviado sus felicitaciones.

― ¿Qué es exactamente lo que la familia está celebrando? ― Preguntó Francesca a


Stefano, acercándose a él, con la cabeza en su hombro, con los labios apretados
contra su oreja para ser oído por encima del ruido del club.

Stefano echó hacia atrás la cabeza y rió. Le encantaba ese sonido. Despreocupado.
Masculino. Disfrutando de la vida. Él no se reía mucho.

― A ti, bambina, estamos celebrando que te encontré.

Ella se sorprendió por la pura honestidad en su voz. Por el crudo deseo tan claro
en sus ojos azules vibrantes para que cualquiera pudiera verlo. Por la posesión
estampada profundamente en su expresión oscura. Se refería a eso. Sus primos y la
familia estaban celebrando que Stefano había encontrado a Francesca.
Reclamándola a ella. Ese conocimiento fue profundo. Sintió quemar las lágrimas en
sus ojos. Antes de que alguien pudiera verlas, volvió la cara en su cuello.
Inmediatamente envolvió sus brazos alrededor de ella. ― Eres la mejor cosa que
me ha pasado, Francesca. Por supuesto que voy a compartir la mujer más
importante de mi vida con la gente que quiero. Mis primos de San Francisco no
podían hacerlo, pero querían.

― Tenemos cuidado de no reunimos todos en un solo lugar, ― suministró


Taviano. ― San Francisco sacó la paja corta.

Bookeater
Shadow Rider
La paja más corta; había oído ese término antes, cuando Emmanuelle no había
venido a apoyarla durante lo que ella considera como "el interrogatorio."

― ¿Por qué ustedes no serían capaces de reunirse en un mismo lugar?

Ella frunció el ceño ante ellos, ya que todos se quedaron en silencio.

Stefano se encogió de hombros, cuando sabía que estaba sintiendo cualquier cosa
menos casual. Podía sentir la tensión en torno a la mesa.

― Se remite a hace cientos de años, una ley dictada en nuestras familias


generaciones atrás. La familia Saldi en Sicilia mató a la familia Ferraro, asesinando
a tantos miembros, hombres, mujeres y niños, como pudo. De allí el decreto de que
no podemos reunirnos todos en un solo lugar, fue transmitido por aquellos que
sobrevivieron la masacre. Fue hace mucho tiempo, sólo es historia de verdad, pero
aún cumplimos esa regla.

Stefano había jurado a Giuseppi Saldi, deliberadamente sabiendo eso. Cuando las
dos familias habían peleado hace más de cien años o más, ¿por qué se sentía que
estaba a salvo hablando así con el jefe de una familia del crimen? ¿A menos que la
familia Ferraro también fuera una familia del crimen como había sospechado
primero? Un pequeño dedo de hielo e inquietud se deslizó por su espina dorsal.

― Estamos celebrando esta noche, ― dijo Ricco, levantando su copa. ― Por


nuestra Francesca. Que será seguida por las más adecuadas de una manera muy
oportuna.

― Eso, eso, ― los demás a coro brindaron.

Ella no tenía ni idea de lo que estaban hablando, pero todos ellos parecían estar
contentos, por lo que tomó un sorbo de su bebida, sonriente. Dejándose creer que
podría tener una gran familia. Que un hombre amaría la vida que Stefano parecía
tener. Ella no se lo merecía. No lo había ganado, pero estaba decidida a hacerlo.

Bookeater
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La conversación fluyo a su alrededor durante otra hora. Ella quería bailar. Otro
Moscow Mule y no le importaría si le molestaba o no a Stefano.

Ella se inclinó hacia él.

― Ya vuelvo, Stefano, ― ella dijo. ― Estoy yendo al baño de señoras y no, no


puedes ir conmigo, ― añadió apresuradamente mientras se levantaba con ella.
Para su horror todos ellos lo hicieron. La mesa completa de hombres. Para tratar de
detener el furioso rubor en aumento, tiró de su mano para escapar de él. ― Y yo
quiero bailar, así que si no trajiste los zapatos de baile, estarás preparándote para
verme bailar con otro hombre.

― Eso no está sucediendo, dolce cuore, no a menos que quieras ver


derramamiento de sangre. Afortunadamente, siempre traigo zapatos de baile. Y
seré el que te acompañe, así que no discutas conmigo nunca más. No me gusta y
no te hará ningún bien.

Ella parpadeó rápidamente, molesta.

― ¿En serio? No puede decirme cosas como esa, Stefano. Lo siento si te molesto,
pero si me opongo a algo, voy a expresarlo.

Envolvió su brazo alrededor de su cintura, tirando de ella en estrecho agarre,


llevándola a su lado mientras se abrían camino hacia la entrada de los baños en la
sección VIP.

― Di todo lo que quieras, Francesca. No quiero decir que no puedes decirme nada
cuando no estás de acuerdo, pero no hay ningún propósito en discutir cuando se
trata de tu seguridad. No harás tu voluntad.

Bookeater
Shadow Rider
14

Francesca se dirigió a los baños sin mirar a Stefano. Fue bastante fácil
porque estaba tan cerca de él que podía sentir su calor a través de su traje
inmaculado y extremadamente caro a rayas. Él era muy molesto con sus formas
mandonas, pero no lo suficiente para que ella iniciara una pelea sobre ello. Ella
estaba demasiado alegre con sus tres Moscow Mule, la música, y la sensación y el
olor de Stefano Ferraro.

― ¿Qué pasa con los trajes? ― Murmuró, pasando la mano dentro de su chaqueta
para poder sentir la calidad de su impresionante camisa oscura. ― Tu y todos tus
hermanos los usan, tu hermana y ahora lo hacen tus primos. Pero no todos tus
primos. Todos llevan trajes, trajes simplemente no a rayas.

Stefano vaciló. Sólo un poco, pero fue suficiente vacilación para que ella se diera
cuenta y se detuviera, forzándolo a parar junto a ella. Sólo entonces se dio cuenta
de que todos les habían acompañado. Estaban rodeados de sus hermanos y
primos, entre ellos Emilio y Enzo. Estaba una vez más en el centro, como si
estuvieran todos resguardándola.

― ¿Stefano? ― Su voz temblaba un poco. De repente, en vez de sentirse segura y


protegida, temió que tal vez había una razón por la que estaban todos en torno a
ella. ¿Era porque habían confirmado que el hombre que la miró fijamente en la
tienda de comestibles había sido enviado por Barry Anthon? Había seguido
trabajando y él no había regresado, ni cualquier otra persona se había mostrado.

― Voy a explicarte acerca de los trajes en la casa, bambina. ― Su voz era suave,
una vez más, obviamente, leyendo su estado de ánimo, pero no la razón del por
qué.

Bookeater
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Miró alrededor del círculo de caras duras, guapas y se encontró presionándose más
cerca de Stefano.

― ¿Esta algo mal? Barry hizo. . .

― No.― Fue enfático.

― Estamos solo mirando sobre ti, ya que es la primera vez que estas en un lugar
público cuando los paparazzis están aquí. Tratamos de mantenerlos afuera, pero
las cámaras están en todas partes.

Por primera vez, detectó una mentira. No habían tratado de evitar a los paparazzi.
¿Por qué sería? ¿Y por qué Stefano le mentiría cuando estaba claro que no había
mentido sobre cualquier otra cosa? No podía entender su mundo. Estaba lleno de
intriga y peligro. Es más, temía que estuviera lleno de violencia.

Estudió su cara, tomándose su tiempo. Dejándole ver su inquietud. Era tan


hermoso para ella. Los planos y ángulos de su cara, era absolutamente masculino.
Parecía un hombre, no un niño. No había suavidad en sus características, sin
embargo, todavía se veía como un modelo perfecto para ella. La larga extensión de
sus pestañas y el profundo azul de sus ojos, la sombra en su mandíbula fuerte, su
recta nariz aristocrática y especialmente la boca, esa pecaminosa e increíble boca,
que le daba tantas fantasías, todo junto, eran la perfección.

Sus dedos se cerraron alrededor de la nuca de su cuello y él inclinó la cabeza hasta


que su frente tocó la de ella y que estuvo mirándolo a los ojos.

― Tu te me entregaste, Francesca. Dame tu confianza.

Ella se puso de puntillas y le puso la boca en la oreja.

― Me acabas de decir una mentira acerca de los paparazzi, Stefano. Querías que
ellos estuvieran aquí.

Bookeater
Shadow Rider
Ella esperó que se molestara porque le llamó mentiroso, pero en lugar de eso
parecía inexplicablemente contento y orgulloso de ella.

― Vamos a resolver tus preguntas en otro momento. Por ahora, Bella, solo confía
en mí.

Ella respiró. Inhalándolo a través de la nariz, la boca, los poros hasta que lo tomó a
él profundamente en su cuerpo. Se había adherido a sí mismo con tanta fuerza
alrededor de sus huesos y el corazón que sabía que nunca podría sacarlo. Ella se
limitó a asentir, porque era incapaz de hablar. Su corazón latía extrañamente
frenético y la sangre tronaba en sus oídos tan alto que no podía oír otra cosa que su
propia necesidad.

Tocó con la lengua el labio inferior. Su cara estaba tan cerca, que el tocó con la
punta de la lengua su labio también.

― Bambina, en este momento, ve al baño mientras puedas. Al salir, vamos a bailar


y a continuación, voy a llevarte a casa y follar toda la noche. ― Susurró la promesa
contra sus labios y se sentía que ya estaba haciendo precisamente eso.

Su sexo se apretó y se fue húmedo. Sus pezones se apretaron. Su respiración se fue


a desigual. Él levantó su frente de la de ella y la volvió hacia el baño. No estaba
completamente segura de poder tomar los últimos pasos a la entrada en sus
piernas tambaleantes, pero se las arregló, deslizándose en un puesto y cerrando
sus ojos, saboreando la forma en que Stefano podía hacer que se sintiera con sólo
unas pocas palabras. Contra toda lógica, incluso le gustaba mandón, cuando él le
estaba diciendo lo que tenía que hacer a veces. A ella le gustaba que él fuera
determinante, confiado y dispuesto a hacerse cargo. Se supone que cuando ella
estaba pensando en otras cosas además del sexo que podrían hacer, lo que era un
poco loco, pero en este momento, era parte de la química.

Para su consternación, cuando salió a lavarse las manos, las tres rubias estaban allí.
Janice, en su gloria venenosa, se inclinaba hacia abajo para olfatear una línea de
cocaína justo al lado del fregadero. Francesca levantó una ceja, pero no dijo nada, y
fue al extremo opuesto del fregadero hasta la última cavidad.

Bookeater
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Doreen dio un codazo a Stella. ― La pequeña Miss estupendos zapatos, nos está
mirando sorprendida.

Francesca barrió su mirada sobre las tres mujeres con frialdad. ― No


conmocionada, sólo un poco horrorizada. Eso no puede ser demasiado higiénico.

― ¿Higiénico? ― Janice se enderezó, frotándose la nariz para quitar el polvo


blanco que se aferraba allí. ― ¿Te vas a casa con Stefano Ferraro y deseas hablar de
higiénico? ¿De verdad crees que una pequeña cosa virginal como tú se va a quedar
con un hombre así durante más de una noche? Le gusta picante, cariño. A él le
gusta que una mujer sepa lo que está haciendo en su cama. No te ves como si
supieras moverte alrededor de un pene sin un diagrama.

Las tres mujeres estallaron en risas crudas. Francesca tomó la toalla caliente de la
operadora, quien la miró a los ojos por un momento, la simpatía estampada allí.
Tal vez incluso una muestra de apoyo. Todo fue muy rápido, quitó sólo por un
breve instante los ojos de las otras mujeres, y Doreen dio un paso detrás de ella,
con los brazos golpeando alrededor de Francesca, manteniéndola en su lugar. Un
inodoro tiró en uno de los puestos. Stella llegó, dando un paso cerca de Francesca.

― Permanece en tu puesto, perra, a menos que quieras salir herida. ― indicó a la


operadora ― Vete a buscar otro lugar para estar.

Francesca se obligó a mantener la calma, cuando su temperamento estaba


creciendo a un ritmo alarmante.

― ¿Estas de broma en este momento? Son mujeres adultas. Tienen carreras. Esto es
absolutamente ridículo. Doreen, libérame.

― Vamos a ver cuánto le gusta a Stefano su pequeña virgen cuando vea que ella es
realmente una puta coqueta, ― Janice gruñó, sus ojos tan estrechos que parecían
brillantes ranuras individuales.

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Doreen trató de empujar hacia adelante Francesca hacia el lavabo y cuando
Francesca se resistió, Stella unió sus fuerzas, empujando con fuerza. Francesca se
horrorizó. Nunca se le había ocurrido que tres mujeres de éxito, crecidas y
supuestamente sofisticadas y elegantes, pudieran recurrir a tales asalto infantil y
criminal.

Se dio cuenta de lo que realmente quería decir; le iban a empujar la cara en la


cocaína que Janice había corrido en el fregadero. Ella cerró sus talones con fuerza
en la espinilla de Doreen, pisoteando tan duro en su pie que le arrancó las medias.
Doreen gritó una sarta de maldiciones feas y lanzó hacia adelante a Francesca en el
fregadero.

Francesca se golpeó con fuerza contra el mármol, pero se dio la vuelta antes de que
Stella pudiera empujarle la cara en el polvo blanco.

Janice metió la mano abierta en la cara de Francesca en un intento de untarle la


nariz y la boca con una capa de la droga.

De repente, Janice fue arrastrada hacia atrás y Emmanuelle estaba allí, moviéndose
tan rápido que parecía faltar definición de movimiento, apenas perceptible
mientras despachó sin problemas y eficientemente a las tres mujeres, usando sus
manos y los pies. En un momento todas estaban de pie y al siguiente estaban en el
suelo, con la cara hinchada y sangrientas. Las tres lloraban, con el maquillaje
corriendo por sus caras.

Emmanuelle se situó por encima de ellas, el desprecio en su cara, su postura


corporal amenazante. Se veía cada pulgada como una Ferraro, una mujer con la
que nadie iba a querer meterse.

― ¿Estás bien, Francesca? ― A pesar de su clara amenaza hacia las tres mujeres
que trataban de empujarse sobre sus manos y rodillas, ella parecía tranquila y
relajada como siempre.

― Sí. Ellos no me hicieron daño.

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― Quédate quieta, ― Emmanuelle dijo entre dientes, empujando a Janice con el
pie. ― Acabas de intentae drogar a mi futuro hermana en ley. Ella es la novia de
Stefano. ¿Qué te parece que va a hacer cuando se entere de lo que has hecho?

Las caras hacia arriba, dirigidas hacia ellas se volvieron muy pálidas.

Doreen empezó a llorar. Ninguna de las tres hizo algún intento de desplazarse
para levantarse del suelo, obedeciendo a la directiva de Emmanuelle.

Francesca comprobó su cara en el espejo para asegurarse de que no había rastro del
polvo blanco.

― Estoy bien. No necesitamos compartir esto con Stefano.

― Sí, lo haremos, ― dijo Emmanuelle con firmeza. ― Nunca puedes esconder


nada de Stefano. Nunca, Francesca. Sobre todo cuando has recibido amenazas. La
más mínima amenaza tiene que ser compartida con la familia.

Francesca respiró. Emmanuelle estaba diciendo mucho más de lo que parecía en la


superficie de su advertencia, pero lo que era, Francesca no tenía idea. Aún así, a
pesar del hecho de que Emmanuelle era muy pequeña, incluso más que Francesca,
pareció una mujer de puro acero.

Poco a poco, Francesca asintió.

― Deja que yo se lo diga. ― Emmanuelle le dio una mirada. ― Le voy a dar una
versión corta, y que no va a enviarlo a volar, Francesca. Pero lo que trataron de
hacer es un delito. Podrías haber sido gravemente herida. Todo porque estaban
celosas. ― Ella golpeó a Janice con su sandalia de Jimmy Choo. ― Vas a perder
todo, perra. Tu dinero, tu carrera, tus amigos, todo. Él nunca habría salido contigo,
con ninguna de ustedes, ni en un millón años. ― Ella vertió desprecio en su voz. ―
Tratar de dañar a Francesca porque ella es todo lo que no eres, es simplemente
estúpido.

Bookeater
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― Emmanuelle, ― Francesca intervino en voz baja. Emmanuelle tenía el rasgo
Ferraro de ser intimidante. ― Vámonos.

Emmanuelle parecía como si quisiera comenzar con la violencia física de nuevo,


pero fue hacia el fregadero y se lavó las manos, sonriendo dulcemente a la
operadora y luego empujó una gran propina en sus manos. Ella cogió el brazo de
Francesca y salieron del baño, las tres mujeres todavía en el suelo, con miedo a
moverse, con miedo de ir contra las órdenes de Emmanuelle antes de que ella
saliera de la habitación. La inquietud se deslizó en la mente de Francesca. Las tres
mujeres estaban aterrorizadas de Emmanuelle, o al menos de las amenazas que
hizo.

― Stefano en realidad no puede arruinar sus carreras, ¿verdad? ― Preguntó, ya


con miedo de que supiera la respuesta.

Emmanuelle solo dirigió una mirada en ella. El corazón de Francesca se sacudió y


luego comenzó a latir. En el momento en que habían dado cuatro pasos fuera del
baño y Stefano consiguió un vistazo a ella, él la reclamó, tomándola de la mano y
tirando de ella en el refugio de su cuerpo. Su mano barrió sobre su cabello en una
pequeña caricia.

― ¿Qué pasó?

Él eligió a buscar a su hermana para una explicación más que a Francesca. Su


temperamento se encendió.

― ¿En serio, Stefano? Tus mujeres perras trataron de asaltarme, eso es lo que pasó.

Ella estaba bastante sorprendida por la reacción instantánea. La multitud de sus


hermanos y primos se quedó en silencio. Ricco, en particular, parecía horrorizado.
Su mirada se encontró con la Stefano por encima de la cabeza. Todos ellos
reflejaban las mismas emociones. Todos ellos. Los hermanos y primos. Choque.
Enfado. La rabia colectiva era tan fuerte que era difícil respirar con la tensión
violenta llenando el aire. Stefano se veía como un trueno, una tormenta oscura
reuniéndose en sus ojos azules vivos. Stefano en realidad trato de moverse más allá
de ella, en dirección a los baños, su rostro reflejando su rabia.

Bookeater
Shadow Rider
― Estoy bien. ― Francesca lo cogió del brazo, deteniéndolo, y apresurándose a
reiterar. ― Emmanuelle llegó y fue toda una súper mujer cayendo sobre ellas.

― ¿Qué fue exactamente lo que estas mujeres trataron de hacerte? ― Mordió cada
palabra entre sus dientes blancos apretados, todo el tiempo ardiendo de furia.

Ella se tragó la verdad y fue por una versión menos dramática. ― Tenían la idea de
que, si veías un poco de su cocaína en mi cara, no me encontrarías tan atractiva.

Emmanuelle tosió con delicadeza detrás de su mano. Francesca miró a la hermana


de Stefano, dándole una súplica con los ojos abiertos. Francesca no podía creer lo
enojado que el clan Ferraro estaba por el incidente, y temía por las tres mujeres
cuando emergieran de los baños. Emmanuelle ya las había vencido. Aparte de
cargos criminales, que Francesca no haría, ella nunca iba a ir a la policía de nuevo,
no había mucho más que hacer.

― Dije exactamente. ― Stefano le tomó la barbilla y levantó la cara hacia él, su


mirada azul inspeccionando cada pulgada de ella, en busca de daños. ―
Exactamente.

No había manera de mover a Stefano en este estado de ánimo, o a los demás para
esa materia. Se habían chupado todo el aire respirable disponible y dejado atrás
una capa pesada de ira opresiva.

― Ellas tres, Janice, Doreen y Stella, estaban muy molestas porque no ibas a
proseguir tu relación con ellas. Estaban inhalando en el baño un poco de cocaína
justo al lado del lavabo, lo que tiene que ser totalmente antihigiénico. . .

― Francesca. Dios, mujer, me está volviendo loco. Sólo dime.

Alguien rió. Ella pensó que era Vittorio y estaba agradecida con él por aclarar el
estado de ánimo debido a que el aire se volvió un poco menos opresivo y se sentía
como si realmente pudiera respirar.

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― Su idea era empujar mi cara en el polvo. Doreen me agarró por detrás y Stella la
ayudó. Janice trató de frotar la coca en mi nariz y la boca. ― Ella contó rápido la
historia, con la esperanza de que, diciéndola realmente rápido, nadie realmente
escucharía en su voz el pánico que se había negado a sentir cuando las tres mujeres
habían intentado asaltarla. Stefano maldijo en voz alta y larga, primero en italiano
y él era muy ingenioso, y luego en inglés, y él era muy expresivo.

― Creo que estas mujeres residen en Nueva York, ― dijo Salvatore, su voz
implicando todo tipo de cosas que asustaron a Francesca. Su mirada saltó a su cara.

― Emmanuelle se encargó de ellas, ― recordó en voz baja. ― Ella sacó la mierda


de ellas.

Stefano negó con la cabeza. ― Nadie te toca, Francesca. Jamás. Ellas tres no
tendrán ni una puta cosa que les quede cuando lleguemos a través de ellas. ― Sus
manos corrían sobre ella, como si estuviera inspeccionando los daños.

― Perras de mierda. Ellas sabían el resultado. Querían publicidad, y la


consiguieron. Y ahora van a recibir más de lo que nunca podrán manejar.

Miró a su primo Enzo y asintió. Sólo una vez, pero Francesca estaba segura de que
Stefano estaba dando a su primo un pedido. Enzo se movió a cierta distancia,
marcó un número y puso su teléfono celular pegado a la oreja. Stefano encrespó la
palma de su mano alrededor de la nuca de Francesca. ― No he estado con
cualquiera de ellas durante más de un año.

― Pero siguieron tratando, ― señaló Francesca. ― La primera noche que estuve en


tu apartamento, te llamaron. Luego te enviaron fotografías.

― En su mayoría Janice. Ella es la peor de ellas. Debería haber sabido que era un
error conectar con ella.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca hizo una mueca y se miró las manos. Todo esto era demasiado para ella.
La vida en el carril rápido no era para ella. No estaba en su liga con sus conexiones
rápidas y el sexo casual. Ella no funcionaba así. La música golpeó un su cabeza.
Las luces se movían en una variedad de colores a lo largo de la habitación. Los
cuerpos dejándose llevar o bailando al ritmo mientras que el sonido de la
conversación y el tintineo del hielo en los vasos sentía como fragmentos de vidrio
prensado en su cabeza. ¿Por qué había pensado que tenía una oportunidad con un
hombre como Stefano Ferraro? Le dolía pensar en él con mujeres como Doreen,
Stella y Janice. No disminuía el dolor el saber que los encuentros eran casuales.

― Il mio piccola Bella Amore, no puedo cambiar el pasado tanto como me


gustaría, ― dijo en voz baja. ― Yo solo puedo decirte que tu tienes mi futuro. Sólo
tú. ― Lo dijo en voz alta. Justo en frente de su familia. Sus ojos azules
manteniéndola cautiva y no podía evitar leer la sinceridad allí o escuchar la
honestidad en su voz.

― Siento lo que estas mujeres trataron de hacerte, dolce cuore. Me haré cargo de
ello. Es necesario, un guardaespaldas hembra para que te acompañe en
habitaciones, baños y vestidores, Francesca. Voy a encargarme de eso
inmediatamente. Emilio y Enzo tienen una hermana, Enrica. . .

― No. ― Ella sacudió la cabeza. ― No voy a tener un guardaespaldas. No lo haré,


Stefano, y no hay nada que pueda decir que me vaya hacer cambiar de opinión.

Su ceja subió y su boca se instaló en una línea dura. ― Es una cuestión de


seguridad, Francesca, ― le recordó en voz baja. No discutió, recordó. Ella suspiró.

― Vamos a dejarlo pasar, Stefano. Ellas tres se esconden en el baño y


probablemente permanecerán allí hasta que nos vayamos―. Stefano negó con la
cabeza, miró a Emilio y Enzo, que estaban de vuelta.

― La policía ha sido llamada.

Ella se puso blanca. Sabía que ella lo hizo. Sintió el color desaparecer de su rostro y
negó con la cabeza rotundamente.

Bookeater
Shadow Rider
― No. No quiero hacer un informe o presentar cargos contra ellas. No voy a hablar
con la policía, Stefano, no otra vez.

Los dientes blancos de Salvatore destellaron y él asintió con la cabeza.

― Buena niña. Este es un asunto familiar. Nosotros no hablamos con la policía, no


siempre.

No entendía lo que quería decir con eso, porque ya podía oír las sirenas por
encima de la música, lo que significaba que la policía estaba justo afuera. Enzo
tiene que haber llamado a las órdenes de Stefano.

― No vas a presentar cargos, Francesca, ― Stefano dijo suavemente. ― La policía


ha sido notificada por la operadora en el baño de mujeres de que observó a tres
mujeres usar y vender cocaína en grandes cantidades. La policía va a encontrar un
montón de pruebas para respaldar esta carga máxima. Nadie va a hablar de un
asalto, especialmente Janice, Stella o Doreen. Pueden decir adiós a sus carreras.

Se llevó la mano a la defensiva a la garganta cuando unos guardias escoltaron a


seis agentes de la policía a lo largo del borde de la pista de baile hacia el baño de
mujeres. Ricco, ante un movimiento de la cabeza de Stefano, siguió a Emilio y
Enzo, ella adivino que para representar a la familia Ferraro como propietarios.

― Stefano, las actrices, actores y cantantes, tienden a sobresalir si la publicidad es


más negativa que positiva.

― No en este caso. Mi familia tiene una inversión en varios campos del


entretenimiento, incluyendo su sello. Cada contrato tiene una cláusula para ciertos
tipos de comportamiento. Nunca lo he ejercido, pero esta allí en caso de que se
necesite.

Ella frunció el ceño, dándose cuenta de que hablaba en serio. Haría que las mujeres
fueran detenidas por cargos de drogas. Sabía que eran culpables de usarlas y si
tenían una gran cantidad, muy bien podrían ser culpables de venderla.

― ¿No deberían ser detenidas y tener que defenderse en los tribunales, puede que
ese sea karma suficiente para ellas?

Bookeater
Shadow Rider
― No.

Cada hermano y primo, así como Emmanuelle respondieron al mismo tiempo.


Podía ver a los paparazzi que ya estaban en movimiento, tomando posición para
obtener imágenes de cualquier escándalo que estuviera ocurriendo en el club. El
círculo de hombres se apretó alrededor de ella y Emmanuelle, cuando la policía
sacó a las tres cantantes y destellos parpadearon como locos. La mayoría de las
personas bailando en la pista se volvieron para observar a las tres mujeres que eran
llevadas afuera.

Janice, Stella y Doreen, tenían un aspecto horrible. Su maquillaje estaba manchado


por toda la cara y parecía como si hubieran estado de fiesta durante horas,
vomitando y durmiendo en el suelo del baño, además de que parecían magulladas,
con las caras hinchadas de las patadas que Emmanuelle les había dado en el culo.
Las fotografías que aparecerían en las revistas no iban a ser halagadoras en lo más
mínimo.

Francesca no pudo evitar la pequeña punzada de lástima. ― Tal vez deberíamos ...

― Basta, bambina. Van a obtener lo que pidieron. Ellas trataron de drogarte y


hacerte ver bajo una luz que estaba lejos de ser halagadora.

― He sido pintada en esa luz durante mucho tiempo, Stefano.

La tomó de la mano y tiró de ella cerca de él.

― Creo que te debo un baile o dos.

― Uh-oh, Stefano, ― dijo Ricco. ― A tu cinco en punto.

Junto a ella, Francesca sintió tensarse a Emmanuelle. Extendió la mano sin pensar y
tomo la mano de la hermana de Stefano. No tenía idea de por qué. Emmanuelle
rezumaba confianza y aplomo. Nada parecía sacudirla, hasta ahora.

Bookeater
Shadow Rider
La tensión que rodeó a los hermanos y primos se disparó de vuelta hacia arriba
hasta que se extendió a un punto de ruptura. Con cuidado, sobre todo porque los
dedos de Emmanuelle se apretaron alrededor de ella como si fuera una línea de
vida, Francesca volvió la cabeza en la misma dirección de las cinco.

Un hombre alto, muy guapo surgió de la multitud, caminando hacia ellos. Tenía
los hombros anchos y un pelo muy oscuro, casi negro, derramándose por su frente
a los ojos de un verde intenso. Llevaba una camisa blanca y caros pantalones
oscuros. Un segundo hombre se mantuvo a la par con él, un poco más bajo y
claramente arrogante. Él se movía con el movimiento fluido de un boxeador y la
multitud se abrió para él.

― Valentino Saldi y su primo Darío Bosco, ― identificó Vittorio. ― Hijos de puta,


¿Qué estarán haciendo aquí?

Stefano se encogió de hombros. ― Al parecer Tidwell consiguió cortada la


garganta esta noche en la casa del centro de Giuseppi. Giuseppi no me debe de
haber creído cuando le dije que estábamos teniendo una fiesta esta noche y que yo
no estaba cerca de su casa.

Los hermanos se sonrieron el uno al otro, intercambiando miradas con aire


satisfecho con sus primos. El corazón de Francesca dio otro fuerte tirón. Se estaba
perdiendo algo importante, pero los hombres ya habían cerrado sus caras en sus
máscaras inexpresivas.

― ¿Quién diablos es Tidwell? ― Preguntó Salvatore.

― Era el propietario del lugar donde vivía Francesca, ― explicó Emmanuelle. ―


Te dije acerca de lo pervertido que era, ¿recuerdas?

― Baba pura. Se hospedaba en la casa de Giuseppi Saldi. El sobrino de Giuseppi


está casado con la tia de Tidwell. Ambos estaban allí como protección contra
nosotros, lo puedes creer, ― explicó Stefano. ― Ella dijo que estaba nadando en la
piscina y que estaba en una tumbona justo al lado. La piscina es cubierta y justo en
el centro de la casa de Saldi. Cuando la tía salió de la piscina, su sobrino estaba
muerto, degollado y nadie oyó o vio algo. Supongo que enviaron a Valentino al
club para comprobar nuestra coartada.

Bookeater
Shadow Rider
― Eso es horrible, ― dijo Francesca. Realmente no podía evocar mucha angustia,
no cuando el hombre había violado a mujeres y había planeado violarla. Aun así,
sintió pena por su tía.

Stefano barrió su mano por la espalda de Francesca en una caricia destinada a la


comodidad.

― Si prefieren no soportar el hedor de todas las cosas Saldi, ― dijo a sus primos de
Nueva York, ― no tienen que quedarse para las presentaciones.

― Preferimos quedarnos, ― declaró Salvatore.

Francesca esperó que Emmanuelle dejara caer su mano, pero no lo hizo. Más bien
se trasladó un poco más cerca de Francesca como en busca de su protección.
Francesca no lo entendía, no con todos sus hermanos y primos elevándose sobre
ellos, pero movió su cuerpo sutilmente para ponerse a sí misma justo en frente de
Emmanuelle, bloqueando parcialmente la vista de ella del recién llegado.

― Stefano, ― dijo Valentino, caminando hasta el grupo, sin mostrar temor o


vacilación. ― Mi tío dijo que estaban haciendo una fiesta, pero no dijo lo que
estaba celebrando esta noche. ― Su mirada afilada tomó una vista sobre los
extraños de Nueva York, así como de Francesca, antes de venir a descansar sobre
Emmanuelle. ― Veo que incluso dejó que la pequeña princesa saliera esta noche.
Yo no habría pensado que era lo suficientemente mayor para un club nocturno.

― Muérdeme, Val, ― Emmanuelle rompió.

― En cualquier momento Emme. ― Valentino hizo caso omiso de la forma en que


sus hermanos se le acercaron más. ― Sólo di cuándo y dónde.

Incluso en la oscuridad era fácil ver la forma en que su mirada se movió con
insolencia de la cabeza a los dedos del pie, tomando cada detalle. ― Puedo ver que
estás sufriendo por dinero, nena. ¿No podías permitirte un vestido de noche?
Stefano, debes ayudar a la pobre chica.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿Siempre eres tan grosero? ― Francesca exigió, sobre todo porque los dedos de
Emmanuelle mordieron tan profunda en su mano que tenía miedo de que sus
huesos se romperían. Nunca hubiera imaginado que alguien pudiera molestar a
Emmanuelle con algunos comentarios desagradables.

Stefano cambió al instante su cuerpo, empujando a Francesca detrás de él. Los


hermanos se cerraron a ambos lados y detrás de ellas, formando una pared sólida
entre las dos mujeres y Valentino Saldi.

― ¿Por qué haces eso, Val? ― preguntó Stefano. ― ¿Por qué meterse con una
mujer? Yo no lo entiendo, pero tampoco lo toleraré.

Valentino se encogió de hombros. ― Emme siempre me roza el camino


equivocado. No sé por qué, pero me disculparé si eso es lo que quieres.

― Yo no, ― dijo Emmanuelle. ― No sería sincero de todos modos, ¿cuál es el


punto? Solo vete. Estamos celebrando el compromiso de mi hermano.

El estomago de Francesca cayó hasta el fondo. Directo. Al. Piso. De repente estaba
en un tren desbocado del cual no había forma de saltar. La mirada de Valentino
saltó a su cara. Parecía genuinamente sorprendido.

― ¿Compromiso? ¿De Stefano? ― Se recuperó con suficiente rapidez, sonriendo


con galantería. ― Felicidades, Stefano. Estoy feliz por ti.

Curiosamente, en ese momento, Valentino Saldi parecía sincero. Su voz sonó con
honestidad. No estaba confundiéndolo.

― Francesca, Valentino Saldi y su primo Darío Bosco, ― Stefano la presentó con


más que un poco encanto, pero él no se movió, evitando que los dos hombres se
acercaran a ella.

Dario asintió bruscamente. La sonrisa de Valentino se arrastró a sus ojos. ― Siento


si te hice sentir incómoda, Francesca, y eso es una disculpa genuina. Stefano es un
hombre con suerte. Emmanuelle, un baile antes de que me vaya ― Era una orden.
No una petición. Parecía todo tan arrogante y mandón como Stefano.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca estaba segura de que Emmanuelle le diría que se fuera al infierno. Sus
hermanos y primos erizados, lo que era claro a partir de la curva de la ira vibrando
alrededor de ellos, no estaban contentos con el pedido.

Emmanuelle dudó, pero luego sus dedos aflojaron el abrazo de la muerte


alrededor de la mano de Francesca y salió de detrás de su familia.

Valentino le tendió la mano. Francesca inhaló profundamente cuando Emmanuelle


puso la mano mucho más pequeña en la suya y permitió que él la condujera a la
pista de baile. Dario siguió a su primo, manteniendo el ritmo justo detrás él,
actuando claramente el papel de un guardaespaldas.

― ¿Por qué demonios hace eso? ― Exigió Taviano. ― Cada. Maldito. Momento.
Ella deja que el bastardo, ordene a su alrededor.

― Ella está estirando la situación, ― dijo Vittorio. ― Funciona.

― Sólo funciona porque tiene nuestra hermana en sus manos y no puede superar
el santo infierno fuera de él ― dijo Giovanni.

Stefano tiró de la mano de Francesca y ella fue con él a la pista de baile. Los otros le
siguieron, cada uno alcanzando la mano de una mujer, cuando ella pasó. Francesca
sintió pena por las damas bailando con los miembros de la familia Ferraro. Las
mujeres estaban encantadas, pero sabían que los hermanos y primos sólo les
habían llevado a la pista de baile para rodear a Emmanuelle y Valentino en una
demostración de fuerza. Emmanuelle tenía su cabeza descansando contra el ancho
pecho de Valentino, con los ojos cerrados mientras se movían al perfecto ritmo de
la música.

A Francesca le encantaba bailar. Ella siempre había sentido intensamente la


música, oído cada instrumento por separado y luego juntos para formar, con su
cuerpo, una perfecta armonía. Stefano añadido a la ecuación amplificaba el
sentimiento.

Bookeater
Shadow Rider
Había bailado con los hermanos, pero con ninguno sintió una combinación
perfecta de la manera que se sentía con Stefano, como si ellos dos compartieran la
misma sangre corriendo por sus venas, compartieron su piel y huesos. El deseo
rozándola, agudo e intenso, hasta que ella fue a la deriva, atrapada en su hechizo,
capturada por la creciente ola de lujuria y pasión que la rodeaba, que la consumía.

Francesca acarició el pecho de Stefano, respirando ese aroma único que le llenó los
pulmones y rodeaba su corazón. No estaba segura de cómo se las había arreglado
para penetrar la armadura y ganar su confianza, pero él lo había hecho. Ella tenía
preguntas, pero no parecía querer las respuestas cuando estaba cerca de él. Ella
tenía que creer que era real, que era bueno por naturaleza, debido a que ya era
demasiado tarde para ella. Si él no era lo que parecía, si lo que se estaba
construyendo entre ellos no era real para él, no estaba segura de cómo haría para
sobrevivir.

Su mano se deslizó por su espalda, siguiendo la curva de su columna vertebral a lo


largo de la costura de su vestido. Ella era muy consciente de su cuerpo, presionado
con tanta fuerza contra el de ella. Su erección era dura y sin vergüenza, un largo y
grueso recordatorio de su necesidad de disponer de ella, quemando una marca
contra las costillas, casi clavado entre los pechos de ella. Se estremeció cuando su
mano la acaricio a través de la fina tela de su vestido. Sentía cada pequeño
movimiento, sus músculos ondeando bajo sus ropas elegantes, su aliento contra su
pelo, cuando se volvió a su cabeza, la forma en que sus labios rozaron su sien. Su
mano se deslizó más abajo, a su muslo y los dedos comenzó a escribir su nombre
en su piel desnuda, marcándola. Nunca se había sentido tan viva, cada terminación
nerviosa de su cuerpo en llamas. Le dolían los pechos, sus pezones duros y en
pequeños picos, frotándose contra él mientras se movían en perfecta
sincronización. Su cuerpo enrollado apretado y más apretado hasta que ella quiso
llorar con una necesidad de liberación. Un incendio construido, rugiendo ahora,
entre sus piernas. Sus bragas estaban húmedas y en todo lo que podía pensar era
en sus dedos tan cerca de donde su clítoris latía y quemaba por su toque.

Oyó escapar un pequeño gemido ahogado. Necesitaba desesperadamente un


alivio. Necesitaba su boca en la suya. Sus manos sobre ella. Los dedos en ella. Y su
pene, tan caliente, tan espeso y exigente, necesitaba la mayor parte de todo.

Bookeater
Shadow Rider
― Stefano. ― Ella susurró su nombre, sabiendo que ella estaba pidiendo, pero no
le importaba.

― Yo también, amore. Vamos a salir de aquí lo más pronto posible.

Le encantaba que ella no fuera la única. Que el sintiera la misma desesperación.


Ella inclinó la cara hacia arriba para mirarlo, necesitando ver el deseo en bruto
estampado allí. Con necesidad de saber que su necesidad era tan grande como la
suya. Lo que vio allí le hizo contener el aliento en la garganta. Sus rasgos duros
estaban estampados con posesión absoluta, con una urgencia y pasión que sabía
que aún no podía competir con ella. Solamente eso trajo un nuevo flujo de calor
líquido.

Él tomó su boca. Abruptamente. Casi salvajemente. Su lengua era exigente, sin


darle la oportunidad de alcanzarla; él sólo barría esa oleada de puro sentimiento.
No podía pensar y no quería. Allí estaba sólo su cuerpo y el suyo. Moviéndose
conjuntamente con la música que fluía a través de ellos, atándolos junto con el
fuego, la necesidad y la sinfonía del sonido.

La besó una y otra vez hasta que pensó que iba a desmayarse del hambre absoluta.
Ella no sabía que la boca de hombre podía ser tan voraz. No sabía que su pene
podía ir tan duro o los brazos tan fuertes, su cuerpo como el acero. Ella no sabía
que su sabor sería tan adictivo o que podría acabar con todos los pensamientos
cuerdos y sustituirlos por pura necesidad, absoluta necesidad.

Su sangre tronó en sus oídos, al ritmo que coincidía con el tambor de la canción. El
ritmo pulsante en su clítoris, oprimiendo su sexo tras el apresamiento persistente
de sus músculos internos y el espasmo que acompañaba cada toque de los dedos
de Stefano.

― Tengo que tenerte, Francesca. Estar dentro de ti. Justo. Ahora. Maldición. ―
Respiró las palabras en su boca. Oscuramente sensual. Sus ojos encapuchados.
Hambrientos. La terrible tensión en espiral más apretada.

Bookeater
Shadow Rider
― Vámonos. Sólo tenemos que salir, ― susurró ella. Avergonzada de que su
necesidad de él fuera tan fuerte que tendría que dejarle tomarla allí mismo, en ese
club, un lugar oscuro, contra la pared, en el suelo; no importaba el lugar solo que
estuviera llenándola, quitando el dolor que se había convertido en una terrible
conflagración.

― Vamos a irnos, dolce cuore, en otro minuto. Tengo que ponerme bajo control.

No estaba segura de que lo deseara bajo control, pero le gustaba que la necesitara
de esa manera. Eso significaba que estaba tan afectado como ella. Se movieron
juntos en la pista de baile, Stefano usando la música para guiarla a la salida más
cercana.

De repente se sintió incómoda, saliendo del capullo que Stefano había tejido a su
alrededor. Ella parpadeó, manteniendo su mejilla apretada contra el pecho, justo
sobre su corazón, pero miró alrededor de la habitación a oscuras.

La mano de Stefano acarició la parte posterior de su muslo, alto, bajo su vestido, y


ella era muy consciente de las almohadillas de sus dedos contra su piel desnuda. Él
trazó letras, su nombre, allí también. Esta vez sus dedos se deslizaron a lo largo de
la costura de sus mejillas y el muslo, justo donde se conocieron, frotando caricias,
sin dejar de construir ese terrible dolor de necesidad.

Se humedeció los labios, su mirada se movió alrededor de los otros bailarines,


consciente de repente de que no estaban solos. Había estado tan profundamente en
la web sexual en la que Stefano la atrajo que ella se había olvidado donde era que
estaban rodeados. Las personas cercanas bailando eran miembros de su familia,
cubriendo la espalda de Stefano, pero muy cerca, así que nadie más podía penetrar
en ese círculo.

Valentino Saldi había desaparecido y Emmanuelle estaba bailando con un hombre


que no conocía. Joanna y Mario estaban uno encima del otro, vio a Joanna
enrojecida y feliz a cierta distancia. El extraño malestar se hizo más fuerte en
Francesca, a pesar del hecho de que nadie parecía prestar la menor atención a
Stefano o ella. Estaba agradecida, porque ella estaba dejando que la tocara muy
inapropiadamente para su entorno. No debería haberle dejado, pero sentía como si
necesitara su toque sobre la piel desnuda sólo para sobrevivir.

Bookeater
Shadow Rider
Miró cuidadosamente alrededor de la multitud de nuevo, y su mirada se encontró
con un hombre bailando muy cerca de la salida hacia la que Stefano la guiaba. Un
escalofrío le recorrió la espalda. Estaba vestido con ropa muy bonita, con el pelo
cayendo alrededor de su cara. Llevaba una mujer en sus brazos, pero ella podría
decir que apenas se fijaba en ella. Era el mismo hombre que había visto en la
Pizzeria de Petrov. Era el mismo hombre que había permanecido fuera de Masci
Deli y había dibujado un dedo por el cuello en un gesto destinado a asustarla.
Estaba a cierta distancia, pero ella sintió su malevolencia hacia ella. De repente ya
no estaba tan segura de que Barry Anthon le hubiera enviado.

― ¿Qué pasa? ― Stefano se detuvo en la pista de baile, su mano pasando por


debajo de la barbilla para levantarle la cara para poder mirarla. Su mirada se
deslizó a la suya y luego volvió la cabeza para mirar hacia atrás hacia el hombre.
La multitud de bailarines se había interpuesto entre ellos y cuando se movieron
con la música, proporcionando espacios, él ya no estaba allí. Tembló de nuevo. Si
le decía a Stefano, volvería el lugar boca abajo buscando al hombre.

Francesca se apretó más contra Stefano. ― Sácame de aquí. Quiero estar a solas
contigo ― Esa era la verdad. La cruda honestidad, sería imposible pasarla por alto.
La necesidad y el aumento del hambre en ella era simplemente tan clara como la
honestidad, pero no le importaba si estaba descaradamente arrojándose a él.
Necesitaba a Stefano Ferraro, incluso si ella sólo podía tenerlo por un corto tiempo
antes de que todo mal en su vida la atrapara y ella sabía que lo haría. Ella quería
todo el tiempo con Stefano que fuera posible antes de que sucediera.

Bookeater
Shadow Rider
15

Stefano mantuvo el cuerpo de Francesca muy cerca de él mientras subía


en el elevador hasta su apartamento, tan cerca que podía sentir el calor de su
cuerpo abrasador directo a través de su ropa. Las almohadillas de los dedos
seguían escribiendo su nombre a lo largo de la parte posterior de su muslo, hasta
cerca de las mejillas de su trasero, sus dedos acariciando a lo largo de su parte
inferior. Se había puesto un tanga y tenía una gran cantidad de piel para explorar.
Lo hizo con aire ausente, mientras que ella era un manojo de nervios, con el
corazón latiendo fuera de control.

Su brazo era una banda de acero justo debajo de sus pechos, encerrándola en frente
de él. Su erección era larga y gruesa, se sacudió con fuerza contra su espalda
mientras el ascensor subía. No habló, pero trazaba con la mano su nombre en su
piel y de repente tomó su parte inferior, los dedos presionando profundo, casi
hasta el punto del dolor, pero era un dolor exquisito, enviando dardos de fuego
directamente a su sexo.

El ascensor se detuvo con una sacudida y las puertas se abrieron. Él la cogió sin
más preámbulos, solo la hizo girar en sus brazos, como si no pudiera estar otro
momento sin ella. Entró en el apartamento directamente a la superficie más
cercana, el aparador largo, estrecho, y reluciente en el que sobresalía un decorativo
para servir como un separador de ambientes parcial.

Barriendo del aparador los libros, la acostó, su cuerpo llegando a ella para sujetarla
allí. La boca de Stefano encontró la de ella, y el beso era diferente a todo lo que
había conocido. devastadoramente dulce y se volvió al instante caliente, duro y
exigente. El beso continuó evolucionando, pasando de áspero a insistente antes de
que su boca saliera de ella y comenzara a arrastrarse en un camino de besos,
pellizcos, lamiendo hasta la barbilla. Las manos de Francesca agarrando cada lado
de su cráneo, aferrándose en un esfuerzo para mantenerse anclada y cuerda
mientras seguía besándola hasta el fondo de su garganta.

Bookeater
Shadow Rider
Chupó suavemente su piel y luego lamió la mancha con su lengua antes de pasar
al siguiente punto como si fuera a cubrir cada pulgada de ella con los dientes, los
labios y la lengua. Su mano se deslizó hasta el interior de su muslo, las yemas de
sus dedos como marcas calientes, trazando su nombre en su piel sensible allí. Ella
se retorció, trozando sus caderas, necesitando más contacto, sintiendo como si un
fuego ardiera fuera de control entre sus piernas.

Atrapó el frente de ella, del vestido exquisito de diseñador que había comprado
ella, y arranco el material fino justo en la parte frontal, de manera que sus pechos
generosos se derramaron. Al instante su boca cubrió su pecho derecho, tirando de
su pezón profundo. El placer casi doloroso la tuvo arqueando la espalda, tratando
de llegar fuera del aparador estrecho, un pequeño grito de pura necesidad
escapando.

La mano en su muslo atrapo sus bragas húmedas, tiró con fuerza y las arrojó lejos,
en el elegante piso de su apartamento. Francesca podía sentir la superficie dura y
fría del aparador de mármol en contra de su trasero desnudo. Sus dedos fueron
directamente, sin error, a su clítoris, y otro sonido estrangulado escapo, éste casi un
sollozo.

― Stefano. ― Su nombre salió bajo, necesitado, más un susurro que cualquier otra
cosa. ― Eso se siente. . .extraordinario.

Su boca se movió sobre la curva de su pecho, succionando suavemente, y luego


levantó la cabeza, los dedos siguieron trabajando entre sus piernas. Su mirada era
intensa, posesiva, el azul tan oscuro con tanta hambre que su vientre dio un
espasmo.

― ¿Cuántos hombres te han cogido?

Sorprendida, dejó que sus ojos se abrieran y las dos manos fueron a su muñeca, la
que estaba entre sus piernas. Ella intentó retirarle la mano, pero él era demasiado
fuerte. No podía sentarse, no podía moverse; la había depositado como una
mariposa tendida sobre una estera.

Bookeater
Shadow Rider
― Stefano.

― Respóndeme. ¿Cuántos?

Ella se sonrojó. Todo su cuerpo ruborizado. Su cuerpo se había derretido hasta que
se sintió sin hueso, incapaz de luchar por la inundación que sus dedos habían
producido. Él no apartó la mirada de ella, sus ojos azules clavados en ella,
fascinantes, exigiendo su respuesta.

― Eso no es de su incumbencia. ― Su voz era baja, temblorosa aún. Él la estaba


asustando un poco. Estaba sola con él y su cuerpo hacía tiempo que la había
traicionado. Ella sabía que nunca superaría su deseo. Su boca. Su toque. Se sentía
vacía, y ella lo necesitaba para que la llenara.

― Mierda, respóndeme ahora, Francesca. ― Incluso su voz era de miedo. No


podía imaginar que alguien lo desobedeciera. No levantó la voz; de hecho, en todo
caso la bajó. Ella se quedó allí, totalmente expuesta, desnuda, sus dedos dentro de
ella, moviéndose con fuerza, un ritmo acariciante que envió a su cerebro en un caos
total.

Se humedeció los labios con la punta de la lengua y capituló. ― Uno. Yo he tenido


un solo hombre. Una vez.

Él se quedó quieto. Incluso los dedos. Ella se retorció. Movió sus caderas.
Necesitando de esos golpes. Había estado cerca. Tan cerca y ahora todo estaba
desvaneciéndose. Todavía estaba en su traje, incluso en su chaqueta, y ella estaba
desnuda, con el trasero desnudo sobre un aparador de mármol. Sus caderas se
movían involuntariamente, pero él no se dio por aludido.

― ¿Uno? ¿Una vez? ¿El hijo de puta ni siquiera consiguió que te vinieras? ―
Sonaba enojado. Como si su admisión le hubiera enfurecido. Ahora, incluso el
hecho de que el dedo estaba siendo presionado sobre su clítoris y otro había
trabajado su camino dentro de ella, estirándola, causando un fuego lento, no podía
evitar que esa sensación de necesidad terrible se fuera. Ella tiró desesperadamente
de su muñeca, tratando de quitar su mano para poder sentarse.

Bookeater
Shadow Rider
― Stefano, déjame levantar.

― No es una puta oportunidad en el infierno, Francesca. Ahora respóndeme.


¿Hizo que te vinieras? ¿Hizo por lo menos eso bien por ti? ¿Se tomó su tiempo?

― ¿Por qué me lo preguntas? ― Esto era tan humillante. Estaba de piedra, con la
excepción de sus ojos. No había sabido que el azul podría convertirse en una llama.
Ese deseo podía ser tan intenso que se estampaba en cada línea de su rostro.

― Bambina. ― Hizo un esfuerzo por suavizar su voz. ― Mi pene esta tan duro
como un acero pico de mierda. Y por si no lo has notado, estoy en el borde mismo
de mi control. No quiero hacerte daño y debes saber lo mucho que puedes tomar.
Me siento salvaje, incluso brutal. Quiero follarte tan duro que sientas mi pene todo
el camino hasta el abdomen. En tu garganta. Así que por favor respóndeme, dolce
cuore.

Una mano posesiva barrió abajo de su cuerpo, desde el cuello hasta la V en la


unión de sus piernas. El dedo presionando hacia abajo en su clítoris se movió. En
un círculo. las ondas enviando un rayo a través de ella. Al igual que no podía ver
bien. No se pudo mover. Ella pertenecía a él. Siempre seria de él.

Francesca sacudió la cabeza. ― No, no fue bueno. ― La admisión salió un susurro.


― Me has hecho sentir más ahora de lo que nunca sentí con él.

Hubo un silencio mientras su mirada azul se movió sobre su cuerpo.

― Eres mía, Francesca. ― Él hizo la declaración en voz baja.

Su corazón latía con fuerza. Fue la forma en que lo dijo. La forma en que su mirada
azul la marco, a cada pulgada de ella.

― Tu cuerpo es mío. Nadie te toca. Nadie más pone sus manos o su boca sobre ti.
Esto no será fácil, dolce cuore, pero yo soy tuyo. Juro que en tu caso. Soy tuyo, y
voy a hacer que te sientas muy bien. ― Él no esperó una respuesta, antes de
inclinarse para tomar su boca.

Bookeater
Shadow Rider
Su corazón tartamudeó cuando su declaración y beso barrieron cada bit de cordura
de su cabeza. Besó la forma de la curva de su pecho, chupando y mordiendo con
los dientes hasta que las pequeñas picaduras y relajantes caricias la tenían
jadeando y gimiendo bajo en su garganta. La boca y los dientes arrastrando
incendios por el centro de su cuerpo, y de su ombligo, donde se detuvo a girar y
sumergir su lengua, y luego su boca continuó el viaje, reclamando cada pulgada de
su cuerpo. Él chupó con fuerza en algunos puntos, mordió hasta que ella salto o
grito por la mordida impactante de dolor y luego la caricia suave de su lengua. Así,
él la llevó de vuelta a ese lugar, rodeada por él, dispuesto a ser suya, necesitándole.

Arrastró su cuerpo más cerca del borde, obligando a sus piernas sobre sus
hombros mientras continuaba el asalto a sus sentidos, su lengua barriendo a través
de su clítoris por lo que ella casi saltó fuera de su piel. Ella escuchó su bajo grito de
lamento llenando la habitación mientras su lengua comenzó una danza sobre su
punto más sensible, agitándose con fuerza y luego acariciando suavemente hasta
que ella pensó que iba a volverse loca de deseo. Se puso a mamar, fuerte, duro,
mientras que su lengua siguió golpeando y burlándose hasta que se agitaba
violentamente.

Nada la había preparado para su asalto a sus terminaciones nerviosas. No fue


como con el primer muchacho torpe que llego demasiado rápido y la dejó herida y
avergonzada, jurando no volver a probar el sexo de nuevo. No como con sus
propios dedos cuando ella estaba desesperada por algo que ella no entendía,
persiguiendo una sensación que nunca llegaba. Stefano fue implacable, sin darle
tiempo para pensar o respirar. Él sólo se hizo cargo de su cuerpo, su dedo
deslizándose en su opresión en húmedo, curvado, encontrando ese lugar perfecto
en el interior de ella que ni siquiera había sabido que existía. La tensión
reuniéndose en espiral con tanta fuerza que sabía que un tsunami se acercaba.

― Toca tus pezones, Francesca, ― ordenó. ― Pincha y tira con fuerza. Como yo lo
hice. No tenga miedo de ser áspera. Te gusta así. Cada vez que te mordí, pude
sentir lo mojada que te ponías para mí. Muy caliente. Muy resbaladiza. Yo quiero
observarte.

Bookeater
Shadow Rider
Nunca había hecho nada por el estilo, pero no creía que pudiera desobedecerle.
Sus manos se deslizaron por su cuerpo hasta tomar el peso de sus pechos en sus
manos y luego movió sus pezones experimentalmente. Ella quería que su boca
volviera allí. Él estaba listo, allí mismo. Podía sentir su aliento en su clítoris, los
labios tan cerca. Sus ojos, esas llamas azules gemelas, quemando en ella,
observándola, esperando que hiciera lo que le dijo. Sabía que si se negaba, él no le
daría lo que quería. Sus dedos pellizcaron los pezones. Tiraron de ellos. Los
rodaron.

― Mas fuerte, Bella. ― Sus labios, cuando habló, bromearon en su clítoris. Un


gemido escapó. Sus demandas hechas solamente hicieron a su cuerpo subir más
alto de necesidad. Ella hizo lo que le dijo, tirando más fuerte. Pellizcar y tirar.
Vetas de fuego corrieron directamente a su centro hasta que sus músculos internos
se contrajeron, encogidos, tan cerca, el edificio de presión aún más terrible. Sus
hombros sostenían sus piernas abiertas, mientras que su boca se movió hacia ella y
su dedo continuó empujando esa necesidad al punto de ruptura.

Se retorció y trató de empujar contra él. Necesitaba un momento. Sólo un momento


para recuperar el aliento, para volver a la cordura, para tratar de que su mente
salvaje pudiera pensar, pero él presiono una mano por su vientre plano, los dedos
extendidos de ancho, fácilmente controlándola a ella, sosteniéndola en su lugar
para que no tuviera más remedio que abogar por la liberación. Ella le pidió que la
dejara varias veces, pero se detenía o desaceleraba antes de que pudiera caer sobre
el borde.

Lanzó un segundo dedo en ella sin ninguna advertencia, al mismo tiempo dándole
una orden. ― Ahora, bebé, vente por mí ahora. ― Ella lo hizo, gritando, mientras
su cuerpo se destrozaba, arqueando su espalda, fragmentada, sus caderas
tronzado, un sollozo brotando como el tsunami rugió a través de ella.

Los ojos azules de Stefano estaban oscuros con satisfacción, la arrogancia


estampada en cada línea sensual. Lentamente se enderezado, tomando sus piernas
con él mientras lo hacía. Pasó las manos por encima de su cuerpo, de sus pechos,
por su estrecha caja torácica hasta su vientre y luego a lo largo de sus muslos.
Francesca no podía moverse, su cuerpo tan sin hueso que pensó que podría haber
derretido el mármol sobre el que ella estaba acostada.

Bookeater
Shadow Rider
Se agachó y cogió ambas muñecas en una mano, tirando de la corbata alrededor de
su cuello con la otra. Envolvió suavemente el lazo rápidamente alrededor de las
muñecas y luego sacó sus brazos por encima de su cabeza, asegurándose de que el
lazo colgara de un gancho integrado en la pared al final del aparador. Él llevó a
cabo toda la cosa a una velocidad vertiginosa. Ella en realidad no comprendía lo
que había hecho hasta que dio un paso atrás de la mesa, quitándose lentamente su
chaqueta, apartando los ojos de su cara. Él sonrió, una salvaje sonrisa depredadora
cuando se desabotonó su camisa lentamente mientras que ella cayó en el hecho de
que era su cautiva.

Francesca tiró de sus manos, todavía aturdida, observándolo mientras su mano


lentamente desabrochó el cinturón y la hebilla para desabrochar la bragueta de su
pantalón.

― ¿Stefano? ― Su voz era débil por la excitación y temblando de miedo.

― Eres toda mía, amore, y no vas a tener ninguna duda acerca de ello para el final
de esta noche.

Ella no tenía ninguna duda ya y verlo quitarse los pantalones para revelar su
pesada erección solamente se añadió al edificio de calor abrasador creciendo
rápido en su interior. Era impresionante y hermoso para ella. Nunca pensó que un
hombre pudiera verse tan caliente mientras daba un paso hacia ella de nuevo.

― ¿Haces control de la natalidad, Francesca? ― Preguntó. Su mano deslizándose


por su vientre hasta la unión de sus piernas. Sus manos se quedaron ahí, a la
espera de su respuesta. Ella no pudo encontrar su voz, por lo que se limitó a
asentir. ― Estoy limpio, dolce cuore. Nunca he tirado a una mujer sin estar
enguantado. Nunca. ― Tomándola, la extendió más amplio aún, su cuerpo
obligándole a abrir las piernas mientras su mano rodeó la circunferencia de su
pene. ― Te vienes cuando te diga, Francesca. Me entiendes, bambina. Cuando yo
diga. Voy a hacer esto bueno para ti, pero me escuchas y haces lo que digo.

Bookeater
Shadow Rider
Se estremeció ante la pura arrogancia, ante el hambre intensa en su mirada
encapuchada. Se inclinó para chasquear su pezón con la lengua y luego usó sus
dientes, mordiendo mientras frotaba la cabeza de su pene en su clítoris, de ida y
vuelta. Ella casi estalló de nuevo, el dolor de la picadura adicionándose a la toma
de placer a través de ella. Francesca no había pensado que sería posible estar tan
necesitada de nuevo tan rápido, pero dentro de ella todo se retorcía, tratando de
atravesar por sí misma en esa espiga de burlas que frotaban seductoramente sobre
su muy sensible brote.

― Mírame, Francesca. Mantén tus ojos abiertos y sigue mirándome mientras te


llevo.

La autoridad dura en su voz hizo que más calor líquido bañara su entrada. Él la
hipnotizaba, la capturó con su gran personalidad. Ella no podría haber apartado la
vista, incluso si la habitación estuviera llena de gente. Ella estaba bien y era
verdaderamente suya. Stefano deslizó su pene pulgada a pulgada, tan lentamente
como le fue posible, en la vaina abrasadora de Francesca, alargando el momento el
mayor tiempo posible, saboreando la sensación de su tan jodidamente apretado
canal dando paso a regañadientes para él. Podía sentir cada latido del corazón
directo a través de su pene. Nunca había estado tan duro en su vida. Así, cerca de
la pérdida de control cuando el control lo era todo para él.

Eso podría hacer de él el mayor hijo de puta en el mundo, pero le gustaba que ella
aprendiera todas las cosas que le gustaban, las cosas que necesitaba. Él era un hijo
de puta celoso, aunque ese rasgo era completamente nuevo, justo emergió desde
de que la había encontrado, pero el pensamiento de otro hombre con su pene
dentro de ella le hizo desear matar. Podía entender por qué se le había enseñado la
disciplina a una edad temprana. No se podía cazar a algún niño que había robado
la virginidad de su mujer y matarlo, aunque reconoció que la necesidad de hacerlo
estaba allí. No le preguntó su nombre porque él no confiaba plenamente a sí
mismo para actuar de una manera civilizada.

Bookeater
Shadow Rider
Él no se sentía civilizado cuando tenía alrededor a Francesca. Se sentía primitivo,
un animal salvaje que guardaría su mujer lejos de otros hombres por cualquier
medio disponible para él. Le encantaba ver que sus ojos se abrían con sorpresa
mientras empujaba a través de esos apretados pétalos abrasadores y calientes. Tan
apretados que estaba estrangulando la vida fuera de él, pero iba a morir como un
hombre feliz. Era una forma de mezcla de éxtasis, placer y dolor, tanto que no
estaba seguro donde se inició uno y el otro se apagaba, pero no había manera de
que alguna vez se detuviera. De. Ninguna. Jodida. Manera.

Finalmente, logró tocar fondo, obligando a su cuerpo a tomar todo de él. Era largo
y grueso y ella era tan fuerte que por un momento tuvo que luchar por el control
para evitar derramar su semilla allí mismo y luego todo fue, jodidamente perfecto.
Él la miró, su pene hinchándose imposiblemente más a la vista. Ella estaba
extendida toda como una fiesta, sus marcas en toda ella. Marcas de mordeduras
marcándola como suya, círculos de color púrpura que subían por donde se había
amamantado de la delicada piel, formando un bonito collar que declaró al mundo
que pertenecía a un hombre muy posesivo. Viendo sus ojos, él se retiró lentamente,
saboreando la sensación de sus músculos tensos arrastrándose sobre su palpitante
polla mientras se retiraba. La sangre latía a través del grueso pico, en el momento
en que su latido del corazón, proclamaba su hambre con necesidad urgente. Sus
ojos se abrieron. Su boca formó una pequeña y perfecta O. Amaba su aspecto, sus
pechos sobresaliendo hacia arriba, los pezones apretados, los brazos estirados
sobre la cabeza, las manos atadas juntas, sus marcas en todo su pequeño cuerpo
curvilíneo, viéndose súper caliente. Toda. Suya. Trató de mantener el control. Para
tener cuidado. Consciente de su inocencia. Consciente de que era nueva en esto.
Pero el cielo lo ayudara, ella comenzó a gemir. Lloriqueando. Maullando como un
gatito. Su cuerpo se retorcía y empujaba, sintiendo hasta el fondo los temblores, la
forma en que sus músculos se tensaban y lo agarraban para ordeñarlo. Tendría que
haber sido demasiado para un santo y él era el mismo diablo, así que no había
manera de que dejara de conducirse profundo.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca dejó escapar un pequeño grito que vibro a través de su pene,
destruyendo su autocontrol completamente. Se enterró en el hogar. Brutalmente.
Áspero como el pecado. Fuego rayado a través de él. Relámpago blanco. Ella gritó
cuando sus dedos se clavaron profundamente en sus caderas y tiró de ella hacia él
mientras se clavaba en ella. Una y otra vez. Sin parar. Tomándola a ella.
Golpeando sin piedad para cualquiera de ellos. Sus manos ahuecadas en su culo,
en ese hermoso culo delicioso, comestible, le gustaba verlo mientras caminaba. Era
más, había soñado con su culo, tenía múltiples fantasías sobre él. Él clavó los dedos
en ella y la inmovilizó completamente mientras se perdió en ella. Nunca había
jodido tan duro en su vida. Ella gritó cuando golpeo con fuerza hacia abajo sobre
su clítoris. Por suerte que no había sido un grito de dolor. No estaba seguro de que
él pudiera haberse ralentizado o detenido.

Francesca lo miró con los ojos aturdidos, conmocionada. obedeciéndole.


Recordando por su cuenta que la dejó ver lo que estaba haciendo con ella. Cómo
reaccionaba. Él estaba fuera de control, pero gracias a ello y mirando sus ojos se
dio cuenta de que podía asegurar que estaba disfrutando de lo que estaba haciendo
con ella. Sus pechos se sacudieron atractivamente con cada golpe brutal. Su
respiración era desigual, jadeante, añadiéndose a la música de sus gemidos, gritos
y el sonido de su nombre, tan entrecortada que quería duplicar sus esfuerzos para
oír más. Nunca había visto nada tan putamente caliente en su vida.

Stefano no podía fingir que no había estado con muchas mujeres antes de
Francesca. Había sentido momentáneo placer, mucho placer. La verdad era que
tenía un trabajo intenso, y follar era como se desfogaba él. Era bueno y le gustó,
pero estar con Francesca acabó con todas las otras veces antes que ella. Él sabía que
lo haría, que nunca olvidaría este momento en todo el tiempo que viviera. La
forma en que lo miraba. La forma en que se sentía. Su pene estaba en el puto cielo,
el placer rasgando a través de su cuerpo, hasta que todas las terminaciones
nerviosas que tenía era una parte de la bola de fuego rayando por él.

Bookeater
Shadow Rider
Él utilizó sus manos para controlar sus caderas, para colocarla en la mejor posición,
inclinándola hasta que la oyó jadear mientras que su miembro se cerró sobre su
clítoris y golpeó el punto ideal profundamente dentro de ella una y otra vez. Los
embates tronaron en sus oídos, rugieron a través de su cuerpo cuando la sintió
estremecerse del placer que creó con su pene golpeando ese lugar perfecto. Quería
sentir que se venía desde el interior. Observó su rostro. Sus ojos. Su cabeza que se
retorcía y gemía de forma continua, la respiración sibilante de ella. Ella estaba
cerca. Tan cerca. Él quería todo de ella. Su orgasmo, tan fuerte que convulsionó, su
rendición, tan total que sabía que le pertenecía a él. Quería saber que le dio eso a
ella, una quijotesca acometida del puto cielo.

― Sigue mirándome, dolce cuore, no mires hacia otro lado. Quédate conmigo.

Sus pestañas habían comenzado a desplazarse hacia abajo, girando su cabeza hacia
un lado. A su orden, se esforzó por obedecer.

― Francesca, vente ahora para mí. Quiero sentirlo. Déjate ir por mí. ― Él no estaba
pidiendo. Se sirvió del acero en su voz cuando ordeno profundo.

Él chocó contra ella una y otra, más que nunca, cada empuje sacudiendo su cuerpo.
Era implacable, despiadado, golpeando su polla directo en su punto G. ― Ahora,
bebé, ― reiteró. ― Déjate ir.

La mirada de Francesca se aferró a él, y él supo el momento exacto en que se


entregó a él. La sumisión. La confianza. La soltó y se entregó a su cuidado. Gritó,
fuerte y largo, un gemido que lleno la habitación cuando su dulce vaina,
abrasadora y caliente se cerró sobre su pene como un puto tornillo de banco,
tomándolo con fuerza. Su cuerpo se sacudió, los pechos bailando, las caderas
trozando, sus piernas apretándolo mientras maullaba, sus músculos internos
convulsionando una y otra vez, cuando su clímax la atravesó. Chorros y chorros de
semilla caliente bombearon en ella, llenándola, prolongando y aumentando la
fuerza de su orgasmo.

Bookeater
Shadow Rider
Se quedó bloqueado en ella, sintiendo que su cuerpo se convulsionaba alrededor
de él, una y otra vez, las réplicas casi tan fuertes como el clímax continuo. No tenía
idea de que hasta entonces se pudiera alcanzar realmente la perfección, pero ese
momento era la perfección absoluta. En cuanto a ella. La mirada aturdida en sus
ojos. Su cuerpo cubierto con sus marcas enrojecidas. Le encanto putamente. Su
cuerpo se unió al de ella para que compartieran la misma piel. Su vaina, con el
abrasador calor que le rodeaba, siguió ordeñando su pene, mientras que su semilla
hervía dentro suyo.

Deseó haberlo grabado, para poder repetir de nuevo su reclamación una y otra
vez. Si hubiera podido, le habría ordenado tatuar su nombre sobre sus pechos.
Tendría que marcarla en su culo. Él quería que todos los demás hombres en el
mundo la vieran así, debajo de él, en sumisión completa y total. Había sido un
bastardo egoísta tomándola de esa manera, pero quería que ella supiera quién era,
el tipo de hombre con el que estaría viviendo. Había estado medio aterrorizado de
que ella no fuera capaz de manejarlo, pero ella lo había amado todo y cada una de
las cosas que le había hecho a ella. Sí. Era exactamente lo que necesitaba en su
cama. Su mujer. Una mujer que nunca creyó que tendría. Ni. Una. Jodida. Vez. No
había creído que él tendría a alguien que fuera total y solamente suya. Había
vivido toda su vida sabiendo que su vida no era suya y que nunca lo sería. Había
nacido como un jinete sombra y eso significaba que tenía responsabilidades no sólo
para con su familia, sino con los demás. No podía alejarse de esas
responsabilidades, jamás.

― Eres tan jodidamente hermosa, Francesca, ― dijo. ― No he acabado contigo.


Voy a tomarte de muchas maneras esta noche y serán tan dolorosas que no serás
capaz de moverte mañana. ― Quería venirse sobre todos sus pechos hermosos y
frotar su semilla en su piel. En sus poros. Sin desbloquear su propio cuerpo, él se
acercó y con cuidado desenganchó la corbata y tiró suavemente de sus brazos
hacia abajo. El movimiento envió otra réplica de gran alcance por lo que su vaina le
sujeto de nuevo, trayendo a la vida de nuevo a su pene.

Ella dejó escapar un pequeño gemido y de inmediato pasó una mano por su
cuerpo, desde su garganta a su vientre en una caricia tranquilizadora. ― Relax,
amore, he entendido. ― Desenvolvió sus muñecas y masajeo sus brazos,
asegurándose de que el flujo sanguíneo no se hubiera interrumpido.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿Haces eso mucho? ― La pregunta era vacilante. Su voz temblaba. Su mirada
saltó a la de ella, tratando de investigar qué es lo que quería decir. Exactamente lo
que la estaba molestando.

― ¿Hacer qué?

Ella hizo un gesto con la barbilla hacia la corbata. ― Eso.

― Hubiera usado mi cinturón, pero la corbata era más suave.

Tomó aire, con el rostro pálido. ― ¿Atas a todas sus mujeres, Stefano?

― Nunca he atado a otra mujer. Nunca. ¿Por qué me molestaría? Ellas no me


pertenecen, bambina. Me perteneces sólo tú.

Alivio arrastró en sus ojos. No era que él le hubiera atado las manos lo que le
molestaba, sólo la idea de que él pudiera haber hecho lo mismo con otra mujer. Eso
putamente le encantó. De mala gana permitió que su pene se deslizara fuera de
ella. Por un breve momento había sido saciado. Pero ahora ya se había ido. Sólo
con ver su cuerpo extendido ante él como una fiesta fue suficiente para ayudarlo a
empezar de nuevo. Capturando sus tobillos, bajó lentamente sus piernas desde los
hombros hasta el aparador y luego se acercó a ella. Él la tomó en sus brazos,
acunándola cerca de su cuerpo.

― Pon tus brazos alrededor de mi cuello.

― Mi ropa . . . ― Miró a su alrededor con un poco de impotencia.

― Lo siento, Bella. ― El no podía evitar la risa en su voz. ― Yo la destruí. ― Se


dirigió a través del apartamento hacia el dormitorio principal.

Sus dedos le apretaron el hombro. ― Mi habitación es por el otro camino.

― Está es tu habitación. Me perteneces. ― No había espacio para la discusión. Ella


estaba durmiendo en su cama y por el resto de su vida. ― Y vas a dormir desnuda
o en algún pequeño vestidito caliente que te puedes quitar en tres segundos.
Quiero sentir su piel suave junto a mí, y saber que todo lo que tengo que hacer es
rodar encima y empujar mi pene dentro de ti en cualquier momento que lo desee.

Bookeater
Shadow Rider
La llevó directo a través de su dormitorio al baño principal y estableció sus pies
sobre las baldosas. Con un brazo encerrándola a él, corrió el agua caliente sobre un
paño y luego en cuclillas frente a ella. ― Abre para mí, Francesca.

Ella se sonrojó. Fue lindo como el infierno, especialmente teniendo en cuenta la


forma en que la había jodido. Le tocó la cara interna del muslo cuando ella no le
obedeció. Dejó caer una mano en su hombro para mantener el equilibrio, pero
obedientemente abrió sus piernas para él. ― Prefiero hacerlo yo misma.

Ella tenía una pequeña mordedura insolente en su voz, lo que le hizo sonreír. ―
Eres mía, bambina, lo que hace que esto sea un privilegio. ― Le lavó
cuidadosamente los muslos y luego pulso la tela contra su calor resbaladizo. ― ¿Te
he hecho daño?

Ella sacudió su cabeza. ― Sabes que no. Fue. . . asombroso.

Cuando terminó, se inclinó hacia ella y le dio un beso en los rizos oscuros. ― Ve a
meterte en la cama, Francesca. Sobre tu estómago.

Sus pequeños dientes blancos se hundieron en su labio inferior. ― Stefano. . . ― Se


interrumpió cuando él le dio una mirada dura.

― No estoy jodiendo esta noche, dolce cuore. Esperé mucho tiempo por ti. Ve a
meterte en la cama.

Ella respiró mientras permanecía de pie, elevándose por encima deliberadamente,


desplazando su espacio. ― ¿Tienes alguna idea de lo aterrador que puede ser?

Él inclinó su rostro hacia ella y le rozo un beso en la boca. ― Lamentablemente,


Francesca, obtendrás más de eso demasiado pronto. ― Él le dio la vuelta, y le dio
una palmada en el culo desnudo, al mismo tiempo, dándole un pequeño empujón
hacia el dormitorio.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca gritó y le lanzó una mirada ardiente por encima del hombro, una mano
frotándose en su parte inferior mientras hizo el camino de regreso a la habitación.
Echó hacia atrás la cabeza y rió. Ella era todo. Para el mundo exterior, lo tenía todo.
Pero sus hermanos, su hermana. . . Sacudió la cabeza, su sonrisa se desvaneció. Sus
primos en Nueva York, los de San Francisco y en el extranjero, los Jinetes de las
Sombras, todos ellos no tenían ninguna esperanza de vida. Nadie que perteneciera
a ellos. Hasta Francesca.

Se había extendido rápidamente a través de la familia que Stefano había


encontrado a una mujer y que ella no sólo era capaz de producir los Jinetes de las
Sombras, sino que había caído enamorado de ella. De hecho, tenían química real.
Ese no sería un matrimonio de conveniencia, sino un verdadero matrimonio por
amor si podía llegar a hacer caer enamorada de él. Si podía quedarse con ella. Para
él, Stefano sabía que no era un caso. Le mantendría porque ahora, para él, no era
una opción. No podía darse por vencido. Él no lo había hecho antes de que él la
cogiera, pero ahora, después de tener su pene dentro de ella, después de sentir su
fuerza, su cuerpo rodeándole abrasador, movería cielo y tierra para hacerla feliz.
Para mantenerla.

Ella representaba la esperanza de sus primos, de sus hermanos y hermanas. Si


Stefano pudo encontrar a Francesca, ellos tenían la oportunidad. Miró a través de
la puerta abierta y su corazón casi se detuvo. Su mujer había hecho lo que le había
pedido. Ella estaba en medio de la cama, boca abajo, nada cubría su cuerpo
desnudo, apenas extendida en la parte superior de las sabanas, la cara hundida en
el hueco de su brazo. Su corazón se llenó de orgullo. Era tímida con él. Un poco
asustada. Pero ella tenía valor y había mostrado en más de una ocasión que podía
enfrentarse a él, pero había elegido obedecer sus órdenes. Ella le había dado su
confianza de nuevo. Se quedó allí mucho tiempo, una cadera contra el marco de la
puerta, su mirada devorándola, mientras emociones que nunca había sentido antes
amenazaban con abrumarlo.

Se tomó su tiempo para limpiar su pene y los muslos antes de ir a ella. No se


movió cuando él puso una rodilla en la cama y luego a horcajadas por sus muslos.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿Estas dormida, Francesca?

― Aún no. A la deriva. ― La nota somnolienta en su voz tuco su pene llegando a


la atención.

― Mantente a la deriva. ― Se inclinó para presionar un beso entre los omóplatos y


luego se agachó para pasar los dedos por su brazo izquierdo. ― Dame tu mano,
dolce cuore. ― Él la agarró de la muñeca con los dedos y le dio la vuelta.

Stefano sacó el anillo de la caja que se sentaba en la mesa junto a su cama y lo


deslizó sobre su dedo. Se veía bien allí. Perfecto. Una reclamación al mundo de que
ella le pertenecía. Si el mundo no podía ver el collar de mordeduras de amor, o las
marcas que había puesto en su piel con los dientes, entonces su anillo tendría que
valer.

Se puso la mano en la cara en el momento en que la soltó. Sintió la inhalación


aguda como ella miró el exquisito diamante brillando rodeado de otros más
pequeños, más pequeños, pero no menos bellos. ― Stefano, no puedo llevar esto.

― Lo usarás. ― Empezó a masajearle los hombros y la espalda, usando firmes y


duros golpes para aliviar la tensión de sus músculos.

― Es muy caro. ¿Qué pasa si lo pierdo? ― Eso le gustaba. No tenía miedo de


llevarlo y anunciar al mundo que ella era de él, sólo de que pudiera perderlo.

― Entonces te voy a comprar otro. Eres mía y me importa que todo el mundo sepa
que me perteneces. No quiero que otras mujeres como Janice o Doreen pongan en
duda lo que siento por ti. Cuando no estás a mi lado, yo quiero que tengas la
confianza absoluta de que eres en todo lo que estoy pensando. Eres la única mujer
que me importa.

Tenía la cara vuelta hacia un lado, pero vio la pequeña sonrisa formándose en sus
labios suaves. Se deslizó fuera de ella, sus manos capturándola alrededor de su
cintura, tirando de ella hacia arriba sobre sus rodillas y luego presionando su
pecho al colchón con una mano, dejando el culo al aire. Se arrodilló detrás de ella,
con las manos frotando sus mejillas desnudas.

Bookeater
Shadow Rider
Era muy aficionado a su culo, a ese firme y redondeado trasero, casi en forma de
corazón con un pequeño hoyuelo que él no pudo evitar inclinarse para morder.
Ella gritó, pero no se movió de la posición en que la había colocado, y cuando él
pasó los dedos en ella, se encontró en sus pliegues resbaladizos su marca especial
de miel. ― Me encanta que estés lista para mí, Francesca, ― confesó.

― Creo que siempre estaré lista para tí, Stefano, ― admitió. ― Sólo el sonido de tu
voz me hace mojar.

No podía decir cosas como esas a él sin conseguir que su pene se irguiera con tanta
fuerza que le dolía como un oso. Presionó la cabeza ancha de su pene en su entrada
caliente llorando y esperó un latido del corazón. Dos. saboreando el momento.
Amaba la mirada de ella.

― Quiero mi semilla en toda parte de ti y en ti, ― declaró con fuerza. ― Quiero


cubrirle la espalda, el culo y los pechos, Francesca, y que luego te frotes. Quiero
follarte la boca y venirme abajo de tu garganta. Quiero tomarte de cada manera
que pueda contar contigo. ¿Eso te asusta?

Hubo una pausa. Un silencio mientras su corazón golpeó con fuerza en su pecho y
su pene palpitaba con los deseos que tenia de estar dentro de ella.

― Sólo porque no sé lo que estoy haciendo todavía y no quiero volver a


decepcionarte, ― respondió ella suavemente.

Se estrelló contra ella. Profundo. Mirando su pene desaparecer en ella y


manteniéndose caliente justo a sí mismo allí, inmóvil, mientras su pene latía en su
interior. Tomarla de esta manera le permitió ir incluso más adentro. Ella empujó
hacia atrás. Meneándose, recordándole que ella quería más. Él rió suavemente y le
dio un manotazo a la forma de corazón de su culo sólo para ver su huella allí, otra
marca.

― Pequeña cosa ansiosa. Puedes simplemente esperar. Voy a darte todo lo que
quieras cuando esté listo.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿Mucho macho? ― Murmuró.

Él flexionó los dedos en las caderas. Amaba cuando ella lo desafiaba. O replicaba.
Amaba cuando ella presentaba su voluntad a la suya. Amaba su cuerpo atractivo y
el fuego con que lo rodeaba. Realmente, realmente amaba lo jodidamente apretada
y muy picante que era. Él se echó hacia atrás, con la decisión de tomarse su tiempo
y hacer de este el último. Entonces oyó su afilado jadeo, la pequeña protesta
entrecortada mientras trataba de perseguirlo con sus caderas y él la tomó en otro
asalto brutal, implacable. Él no había querido, pero sus pequeños gemidos y
quejidos atractivos, las suplicas y suaves sollozos, le robaron el control en todo
momento. Stefano latía en su interior, dejando que el rugido del trueno en sus
oídos, escuchara la música de su llanto, sintiendo el paraíso absoluto de su vaina y
sólo se entregó al éxtasis. La llevó hasta él una y otra vez, obligándola a hacerse
añicos a su alrededor tres veces antes de que finalmente se depositara a sí mismo
en ella. Antes de que se derrumbara encima de ella, llevándola hasta el colchón con
su gran peso.

Le tomó mucho tiempo antes de que pudiera recuperar el aliento lo suficiente para
aliviar fuera de ella. Ella gimió, pero no hizo ningún movimiento. Él le limpió y
luego a sí mismo antes de caer en la cama junto a ella.

― Juro, bella, un par de veces más y voy a ser capaz de ser gentil y llevarte lenta y
dulce, de la forma en que debería haberlo hecho la primera vez, ― prometió,
curvando su cuerpo alrededor de ella. Él la inmovilizó cruzando un muslo sobre
las dos piernas y luego ahuecó su pecho en la mano, el pulgar con pereza
rasgueando su pezón. Él empujó su polla semidura en el dulce pliegue entre sus
mejillas, por lo que se encontró allí, todo caliente y feliz.

― Un par de veces más y no voy a ser capaz de levantarme e ir a trabajar mañana,


― señaló con una pequeña risa, susurrante que jugó a lo largo de sus
terminaciones nerviosas. Ella empujó sus nalgas de nuevo en la cuna de sus
caderas, conduciendo su polla más profundamente en ella.

Eso le encanto putamente. ― Quería hablar contigo acerca de eso, dolce cuore, no
hay necesidad de que trabaje nunca más. Podría ser una buena cosa si me dejas
decirle a Pietro que no vas a volver.

Bookeater
Shadow Rider
Ella se inclinó y hundió los dientes en su brazo. Duro. ― ¡Dannazione donna!
¿Seriamente?

― Estoy trabajando, y no te atrevas a hablar con Pietro. Me refiero a ello, Stefano.


Si haces eso, no dormiré en esta cama o apartamento. No vas a ordenarme eso.

Ella no levantó la cabeza de la almohada de nuevo; su tono era suave, pero lo decía
en serio. Eso no le cayó bien a él.

― En primer lugar, Francesca, no me amenaces con dejarme. No vas a salir por esa
puerta. Quiero que eso quede muy, pero muy claro. En segundo lugar, algo que te
importa, me importa, por lo que dímelo, pero sin el drama. La mordida, está bien,
lo entiendo, pero no la amenaza. ¿Estamos claros?

― Sí, cariño, quedó claro, ― dijo en voz baja. ― Ahora me tengo que dormir.

― Yo iba a dejarte dormir, ― señaló, ― pero ahora pusiste mi puta polla dura de
nuevo con esa mordedura. Tienes que cuidar de ella antes de que pueda dormir.

― Vas a tener que hacer ese trabajo.

― Me parece bien. Yo quería coger tus pechos y cubrirles con mí semilla. ¿Te
parece bien?

― Todo lo que haces está bien conmigo, ― dijo, y dio la vuelta sobre su espalda. ―
Puedo tener un poco de miedo a veces, Stefano, pero siempre estoy dispuesta a
probar.

― Dio, bambina, me haces sentir casi humilde. Soy demasiado putamente


arrogante para ser realmente humilde, pero está ahí.

Fue recompensado con su risa. Se sentó a horcajadas en su cuerpo, frotando sus


bolas a lo largo de su vientre. Ella se sintió tan bien debajo de él. Tan suave. Él
tomó los pechos en sus manos antes de inclinarse para darles atención. ― Voy a
ver si puedo hacer que llegues sin hacer nada, solo usando las manos y la boca en
tus pechos y luego voy a joderte aquí mismo. No voy a limpiarte, Francesca. Vas a
dormir conmigo por toda tu.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿Por qué encuentro eso tan caliente? Me estás haciendo poner húmeda toda de
nuevo, ― acusó. ― ¿Se puede realmente hacer eso?

El procedió a mostrarle que podía.

Bookeater
Shadow Rider

16

Afortunada o desafortunadamente, viéndose a sí misma en el


espejo, Francesca no podía decidir qué había cambiado durante el fin de semana.
No podía levantarse e ir al trabajo después de que había prácticamente arrojado
una rabieta luchando por el derecho a hacerlo. Eso significaba que Stefano se
quedó en su apartamento con ella y que apenas habían salido de la cama.

Cuando lo hicieron, eso no pareció importarle a él. La tomó en la cocina sobre la


mesa. En el aparador. En el suelo de la sala. Contra la pared en la sala de estar. En
los muebles. En la ducha.

Stefano era creativo y parecía decidido a conocer cada pulgada de su cuerpo y


afirmar que era suyo. Estaba bien con eso por el momento. Ahora, mirando las
marcas en ella, las que ella había amado que pusiera, pensó que tal vez estaba un
poco loco. El collar de las mordeduras de color púrpura en el cuello apenas se
desvanecía y dudaba que pudiera encontrar algo para cubrirlo cuando fuera a
trabajar.

Juró que todavía podía sentirlo en su interior. Estaba bastante segura de que tenía
marcas en todo su cuerpo y trasero, además de quemaduras en su espalda. Ella
tocó una de las marcas de mordidas en su pecho izquierdo. Sólo el tocarla con las
yemas de sus dedos, la hizo temblar. Eso era lo sensible que estaba. Así fue como
se despertó su cuerpo.

No había ruido, Stefano nunca lo hacía cuando caminaba, pero él estaba allí, detrás
de ella en el espejo, un brazo serpenteando alrededor de su cintura y tirando de
ella hacia él y encerrándola allí. Acababa de tomarla en la ducha, después de que
ella le había chupado en la cama. Su cuerpo todavía estaba teniendo réplicas, las
cuales ella no había creído posible hace tan sólo unos días. Él le acarició el cuello.

Bookeater
Shadow Rider
― Me encanta como hueles, ― murmuró, su lengua y los dientes ya sembrando el
caos.

Ella observó la forma en que sus pezones duros llegaron a picos gemelos y sintió
que su cuerpo se fundía derecho en el suyo, presionando de nuevo en su piel
desnuda. Él siempre estaba caliente y duro. Perfecto. Ella llegó a su espalda y le
rodeó el cuello, por un lado, la acción levanto los pechos como una ofrenda. Al
instante les tomó en sus manos, y sintió sus dientes hundirse en el punto ideal
entre el cuello y los hombros. Esa mordedura del dolor, junto con el roce de sus
pulgares sobre sus pezones envió un espasmo a través de su sexo.

― Estás tan jodidamente hermosa, Francesca. ― Sus ojos se encontraron en el


espejo. ― ¿Seguro que no quieres que hable con Pietro? Estoy a favor de que
permanezcamos aquí unos pocos días.

― Me encantaría, ― respondió ella con sinceridad. ― Pero casi no puedo caminar.


Estoy adolorida, Stefano. En serio me duele, pero parece que no puedo resistirme a
ti. Asimismo, no voy a ser una mantenida. Necesito ganar mi propio dinero.

Alzó la cabeza, sosteniendo su cuerpo todavía. Su brazo se apretó en una banda de


hierro. ― ¿Estas adolorida? ¿Por qué no me dijiste algo?

Se dio la vuelta con ella en sus brazos y envolvió ambas manos alrededor de la
nuca de su cuello. Lo sabía ahora. Él era totalmente protector. Él detestaba que
estuviera adolorida y que él no lo hubiera visto o pensado en ello. Bien, que había
pensado de ella; la había metido en baños calientes infinidad de veces, pero
siempre terminaba a caballo entre su regazo y haciendo un lío en el suelo del baño,
agua por todas partes salpicando en la tina.

― Cariño, me encantó lo que estábamos haciendo. Yo no iba a perderme un


momento de ello. No tengo ese tipo de dolor. ― Eso era una mentira. Ella hizo una
mueca, porque él lo sabía. Su expresión le dijo que lo hacía. Eso y el repentino
golpe violento en su trasero desnudo. Él golpeó con fuerza.

Bookeater
Shadow Rider
― Ay. ¿En serio? ― Ella trató de apartarse de él, pero su brazo no la dejo hacerlo.
Ni siquiera actuó como si se hubiera movido.

― No me mientas carajo. No. Nunca. No me gusta que te haya hecho daño,


Francesca. Me gusta el sexo duro. Me gusta saber que eres mía y que puedo poner
mi marca en ti y te encanta. Pero no a costa de perjudicarte. Eso no está bien. ― De
repente le atrapó ambas muñecas, y las llevo a él para que pudiera inspeccionarlas.
Ya que le había atado más de una vez. Ella sabía que era más por diversión que por
otra cosa, pero a él le gustaba. A él le gustó tenerla a su merced y había disfrutado
de esos momentos con él especialmente.

― No hay moretones, ― señaló a toda prisa.

― Stefano, yo no hubiera querido perder un momento contigo. Fue el más bello fin
de semana que he tenido en mi vida. Tengo que vestirme para ir a trabajar, sin
embargo, y tú también.

Él suspiró, inclinando la cabeza para presionar besos en el pulso latiendo en el


interior de su muñeca.

― No tienes que trabajar. Eso no te hace una mujer mantenida. Cuando tengamos
hijos, quiero que estés con ellos, no trabajando en alguna delicatessen de mierda
para que puedas llamarte a ti misma independiente. Nunca vas a ser
independiente. Soy tu hombre, bambina, y eso significa que siempre estás a la
mierda para mí.

― No tenemos hijos, todavía, Stefano. Y deja de decir groserías. Lo digo en serio.


Es necesario limpiar tu vocabulario. A veces utilizs la palabra dos veces en la
misma frase. Cuando tengamos hijos, no quiero que sea la primera palabra que
salga de sus bocas.

Se quedó mirándolo a los ojos, sosteniendo su mirada allí como pudo, solo con su
mirada, hipnotizándola. Manteniéndola cautiva, bajo su hechizo. Una lenta sonrisa
transformó los bordes duros de su hermoso rostro. Él era tan hermoso para ella.
Un hombre magnífico y estaba cayendo cada vez más enamorada de él.

Bookeater
Shadow Rider
Se había pasado todo el fin de semana adorando su cuerpo. Reclamándola
posesivamente. Insistiendo en que se alimentara. Lavándola. Cepillándole el pelo.
La trataba como una princesa cuando él no estaba latiendo en su interior

― Puedo hacer eso por ti, ― él estuvo de acuerdo. ― Pero tú haces algo por mí.
Empieza a pensar en nosotros juntos. Lo que yo tengo es suyo. Lo que tienes es
mío.

Ella tragó saliva. Sacudió la cabeza. Sintió que las lágrimas quemaban detrás de sus
ojos y parpadeó rápidamente en un esfuerzo para mantenerlas a raya.

― No tengo nada para darte, Stefano. Yo no voy a llevar nada a la relación más
que problemas. Barry Anthon es un problema. Tú lo sabes. De cualquier forma,
que se mire, es un problema. Tú tienes tanto dinero, y eres tan extraordinario. Lo
eres. Estoy . . .

Él tomó su boca, interrumpiéndola. Sus manos se deslizaron por su espalda,


siguiendo la curva de la columna vertebral hasta su trasero, con las manos a la
deriva más abajo para agarrarla y tirar de ella con fuerza de manera que su pene se
presionó con fuerza contra ella.

― ¿Estás mojada para mí, dolce cuore?

― Lo estoy, ― susurró. ― Claro que lo estoy. ¿Cómo podría ser de otro modo
cuando me tocas, Stefano?

― Eso es lo que me aportas, Francesca. Eso es lo que me das. Tú. Tu confianza. Tu


cuerpo. Yo quiero hacerte todo tipo de cosas. Cosas que te asustarían como la
mierda, cosas para las que todavía eres un poco demasiado inocente, pero confía
en mí y déjame hacerlo de todos modos. Me das eso, y es el mayor regalo que un
hombre puede conseguir. Cuando vas hacia abajo en mí, lo disfrutas. Siempre
piensas en darme placer, no en estar recibiendo. ¿Crees que un hombre no ama
eso? ¿Qué no lo necesito? Debes saber que me encanta que te me entregues toda.
Tengo todo contigo.

Bookeater
Shadow Rider
― Stefano, no me atrevo a decir esto, ya que puede sonar un poco arrogante, pero
cualquier mujer haría eso contigo. ¿Cómo podrían no hacerlo?

Sacudió la cabeza. ― He tenido más mujeres de las que alguna vez quiero
admitirte, pero yo no quiero tener hijos con ellas. Sólo bajar. Eso fue todo. Yo
quería coger sus sexos y alejarlas lo más posible de mí. Yo no sentí nada, más que
prisa, dolce cuore, solo la liberación. Contigo . . . ― Se interrumpió, sacudiendo la
cabeza. ― Pienso en ti cada minuto del día de mierda. Me despierto bañado en
sudor, con ganas, mi cuerpo tan jodidamente duro que es doloroso. Me excité
pensando que llevabas mi abrigo un centenar de veces. Es patético cómo de
obsesionado estoy contigo.

Su corazón latía con fuerza. ― Creo que ahora sería un buen momento para que
me levantes y me deje envolver mis piernas alrededor de tu cintura. Yo no me
preocuparé si llego un poco tarde al trabajo. Pietro no me va a disparar, ¿verdad?
― Ella se apoyó en él, sus dientes cerrándose sobre el lóbulo de su oreja. ― Y para
que conste, has dicho 'mierda' tres veces en este momento.

Era pura seducción en su voz sensual y en sus dedos acariciando. Se estaba


poniendo buena en el aprendizaje de lo que le gustaba. Ella prestaba atención
porque tenía razón; su placer le importaba. Ella quería ver el placer en su rostro,
sentirlo en su cuerpo, en el derrame de su simiente cuando la tomaba. Ella amaba
la expresión que tenía cuando estaba dentro de ella, cuando su cuerpo lo agarraba
y ordeñaba al suyo. Solo eso podría obtener de ella. Eso era lo mucho que le
gustaba.

― Te voy a tomar con los dedos, Francesca, pero no con mi polla. Estas adolorida y
no voy a hacerlo peor.

Ella parpadeó hacia él, sorprendida. ― ¿Me estás rechazando? ― Ella nunca había
considerado que lo hiciera, ni por un momento. Dolía, a pesar de que
intelectualmente sabía lo protector que era. Estaba tan duro como una roca, pero
aún así, le había rechazado la primera vez que ella había tratado de iniciar las
relaciones sexuales con él. Eso se sintió. . . horrible.

Bookeater
Shadow Rider
La tomó en sus brazos, de esa manera que hacía, rápido y de manera irrevocable,
decisiva. Y antes de que pudiera protestar, la dejó caer sobre la cama, y fue abajo
encima de ella, cubriendo su cuerpo, su rostro enterrado entre sus piernas, su
miembro suspendido sobre su boca, una ofrenda. Ya su lengua y sus dedos estaban
jugando, trabajando en ella, haciéndola subir tan rápido que no podía recuperar el
aliento para que ella acariciara su pene y luego comenzó a lamerlo como si fuera
un cono de helado.

Su mente se había ido al instante en el caos, el rugido en sus oídos expulsando


todo menos a él. Su cuerpo, tan caliente y duro, sujetándola hacia abajo. La forma
en que la cabeza de su pene bromeó a lo largo de la costura de sus labios, para que
pudiera saborear las pequeñas gotas adictivas que la hacían con ganas de más. Su
boca puro fuego, su lengua punzando profundo, aplanando contra su clítoris
mientras él acariciaba y le hacía quemar.

Ella casi lo tragó. Le encantaba el estremecimiento que le recorrió el cuerpo, la


forma en que sus caderas se sacudían involuntariamente. Ella lo hizo. Francesca
Capello. El poder era increíble. Saber que si quisiera, lo podría llevar hasta el borde
mismo del control, era una sensación embriagadora, maravillosa. Eso añadido al
placer de la boca, los dientes y los dedos la llevaron. Cuanto más su pene se hinchó
y subió, su lengua más se hundió y la tiro al fuego quemándola. Ella lo atrajo hacia
abajo, tratando de tomar todo de él, una tarea imposible, pero trabajó en forma
diligente, felizmente. Ella utilizó su lengua y vacio sus mejillas, succionando con
fuerza. Su mano se deslizó sobre él fácilmente, bombeándolo, debido a que había
conseguido mojarlo con su boca. Él levantó la cabeza y gruñó. Gruñó. Le encantaba
eso.

― Más duro, Francesca. ― Fue una demanda, nada menos.

Ella obedeció, sujetando la boca apretada alrededor de él, agarrándolo como un


puño apretado, más de lo que pensaba posible. Era como el hierro. Caliente. Suave
terciopelo. acero perfecto. Ella estaba cerca. Tan cerca. Lo deseaba porque ella sabía
que cuando ella explotara, ella tendría que parar y que le dejaría frustrado. Sus
caderas se movían a un ritmo más rápido, haciendo que penetrara más de lo que
nunca lo había tomado previamente.

Bookeater
Shadow Rider
Ella no tenía ningún lugar a donde ir. Ella pensó que estaba en control, pero se dio
cuenta de que no lo estaba. Ella estaba bajo él, su peso sujetándola hacia abajo, sus
caderas de repente a cargo, no la mano. Lo que sólo se añadió a su excitación. Ella
confiaba en el. Ella sabía que, incluso cuando se sumergiera profundamente y se
mantuviera allí, ella no entraría en pánico cuando ella no pudiera respirar. Stefano
nunca, nunca le haría daño.

Ella casi gritó cuando su pene se retiro. Recordándole en el último momento que
tomara un respiro, ella se amamanto con fuerza, atrayéndolo hacia atrás,
deleitándose en su poder. A continuación, el fuego fue un rayo por ella. Eso
sucedió tan rápido, tan fuerte, que le tomó por sorpresa. Al mismo tiempo, su pene
se hinchó, se calentó y bombeo en ella, por su garganta, lo que le obligó a tragar.
Eso provocó un sismo aún más grande, todo su cuerpo ondulando y
estremeciéndose de placer.

Él levantó la cara de entre sus piernas, pero mantuvo su pene ablandado dentro de
su boca. ― Con suavidad, dolce cuore, ten cuidado conmigo.

Le encantaba cuando hacia eso, también, esas pequeñas instrucciones sobre cuáles
eran sus preferencias, lo que disfrutaba. Detestaba la sensación de que ella no
estuviera viendo cada una de sus necesidades o deseos. Cuidaba de las de ella y
ella quería hacer lo mismo por él así que cuando él le decía exactamente lo que
quería o necesitaba, eso le daba incluso más confianza. Para Francesca, saber eso
era tan necesario para ella como respirar. Ella se tomó su tiempo, consciente de lo
sensible que estaba, sintiendo cada reacción, la forma en que su aliento silbó de sus
pulmones, y el estremecimiento de su cuerpo, el movimiento involuntario que sus
caderas dieron.

― Dio, Francesca, eres increíble. Podría pasar el día con mi polla en tu boca y
nunca sería suficiente.

Ella se rió suavemente mientras se retiraba. ― Me gusta eso. Ahora tengo que
lavarme los dientes y prepararme para ir al trabajo. Eso fue espectacular.

Bookeater
Shadow Rider
Se dio la vuelta fuera de ella, cada línea en su cara estampada con una pasión
oscura y sensual mientras la veía caminar desnuda hacia el baño principal. Él le
había dado un increíble y poderoso clímax, pero saber que la estaba mirando la
hizo poner caliente de nuevo. La había convertido en una maníaca sexual.

― La noticia de nuestro compromiso está afuera, ― anunció, casualmente. Con


demasiada facilidad.

Se detuvo en el acto de difundir la pasta de dientes en el cepillo, volviéndose a


mirarlo a través de la puerta.

― ¿Verdad? ¿Cómo lo sabes?

― Francesca. ¿Seriamente? Eres mía. Quiero que el mundo entero lo sepa. Hice que
nuestra persona de publicidad emitiera un comunicado de prensa.

Ella le sonrió, sacudiendo la cabeza. ― No haces nada de forma lenta, ¿verdad? ―


Se volvió a cepillar sus dientes.

― No cuando se trata de ti. El punto que estoy haciendo es que cualquier cosa que
un Ferraro hace es noticia. Es enorme tener a uno de nosotros comprometido.
Cuando digo 'enorme', me refiero a que se informó, no sólo en este país, sino en
otros países también. Nuestro banco es internacional y es uno de los más grandes.

El corazón de Francesca se dejó caer. Salto mortal. Latiendo demasiado rápido. Se


tomó su tiempo, terminando de cepillar sus dientes y luego enjuagando la boca
varias veces antes de que ella se volviera hacia él.

― ¿Qué significa eso exactamente?

― Significa, bambina, que los periodistas van a estar merodeando por todo el
hotel. Ningún miembro de nuestro barrio va a darles información, por lo que debes
estar segura en el trabajo, pero no camines por las calles donde puedas ser
descubierta. Voy a tener que bajar el ascensor privado a una entrada que utiliza
sólo mi familia y de la que nadie tiene conocimiento. Emilio y Enzo estarán
esperando con un coche. Haces lo que digan cuando lo digan.

Bookeater
Shadow Rider
Ella camino descalza hacia el armario. De alguna manera su ropa había sido
transferida a la habitación principal en algún momento mientras ella estaba en el
club. No le había preguntado por eso, y ahora parecía tonto hacerlo. Había sido
presuntuoso de su parte, pero estaba encontrando que Stefano era muy decisivo y
un hombre de confianza. Le gustaba que sus ojos sobre ella cuando pasó los
pequeños y atractivos cacheteros por sus piernas y los puso sobre su trasero.

― Ven acá.

Francesca se estremeció ante la orden en su voz. Baja. Sexy. Tan arrogante. A ella le
encantaba eso, también. Con su sujetador en la mano, cruzó la sala de estar delante
de él. Él movió su dedo en un pequeño círculo y obedientemente se volvió de
espaldas a él. Sus manos se deslizaron sobre las curvas de su trasero.

― Dejé mi marca en tu culo. Puedo verla bien a través del cordón. Eso es tan
jodidamente atractivo, Francesca, quiero tomar otro bocado de ti. ― Sus manos
acariciaron su parte inferior y luego tocó varios puntos sobre sus nalgas con sus
dedos. Cuando les pulso ella supo exactamente dónde estaba cada marca.

― Me gusta mi marca en ti demasiado, Bella. ― Se estremeció, sus pezones en


picos cuando deslizó el sujetador de satén suave alrededor de sus pechos, el encaje
acariciando su piel. Ella quería su marca puesta en ella demasiado también, pero
decírselo sólo lo animaría mas.

― Creo que erés un poco primitivo.

― Estoy de acuerdo con eso. ― Él le cogió la mano mientras se giraba para buscar
su ropa. ― ¿Dónde diablos esta tu anillo de compromiso?

― No puedo usarlo para trabajar. ― Ella se horrorizó. ― Vale por lo menos lo


mismo que un coche o algo así.

Bookeater
Shadow Rider
Fue en un instante, que salió de la cama, cada músculo en espiral y listo para
atacar. Él se veía peligroso. Intimidante. Se alzó sobre ella, y el aire se impulsó a su
alrededor con su ira. ― Ponte. Ese. Anillo. Ahora.

Está bien, fue un mal movimiento quitarse el anillo. Ni siquiera pretendió dudar.
Ella sabía que nunca la golpearía, pero también sabía que cuando tenía mucho
enojo por algo, era porque significaba mucho para él. Tomó el anillo de su cajón y
lo empujó hacia atrás en su dedo.

― Nunca puedes quitarte el puto anillo de nuevo. ¿Me entiendes, Francesca? ¿Está
claro eso? Dime que quedo claro. Quiero oír las palabras.

― Estamos claros, Stefano.

Ella oyó el temblor de su voz y estuvo inmediatamente enfadada consigo misma.


No quería que creyera que era una presa fácil y que no se enfrentaría a él. Ella se
puso el anillo porque significaba lo suficiente como para estar enojado sobre él, no
porque tuviera miedo de él. Bien. No mucho. Bien. De acuerdo, tal vez ella le temía
un poco, o mucho, pero en su defensa, podría ser muy aterrador.

Su mano se deslizó hacia fuera, los dedos curvándose alrededor de la nuca de su


cuello y él tiró de ella hacia él, su boca fijándose en la de ella. No fue un buen beso
en absoluto. Fue brutal. Despiadado. Salvaje, incluso. Él estaba reclamándola otra
vez y ella lo sabía. Deleitado en ella. Ahogado en ella. Ella quería su boca y la
forma en que podía utilizarla. Estaba bastante segura de que nadie en el mundo
podría besar como él. No le importaba si él la devoraba. Ella lo quería a él. A ella le
encantaba cuando él conseguía volverse todo macho y viril en ella. El miedo se
desvaneció rápidamente cuando puso su boca sobre la de ella, porque,
inevitablemente, no importaba cómo se inició el beso, siempre terminaba con su
sentimiento de cómo la quería. La deseaba. Incluso la necesitaba. Cuando levantó
la boca de la de ella, empujó la frente apretada contra la de ella.

― Tienes que saber cómo de importante eres para mí, Francesca. Mi anillo en tu
dedo, que todo el mundo sepa que estamos comprometidos, estas son maneras de
protegerte. Nadie puede coger contigo y vivir. Eso no va a pasar y cualquier
persona que me conozca lo sabe. Necesito saber que estás a salvo en todo
momento.

Bookeater
Shadow Rider
― Emilio y Enzo cuidarán de mí, ― Le tranquilizó, alejándose de él para recoger
su ropa. Tenía que vestirse y ponerse a trabajar antes de que Pietro decidiera que
estaba despedida, fuera la prometida de Stefano Ferraro o no.

― No voy a quitarme el anillo de compromiso, lo prometo. Pero me molesta que


Emilio y Enzo estén conmigo en lugar de contigo. Yo sé que siempre cuidaron de
ti.

― Puedo cuidar de mí mismo, pero no tienes que preocuparte. Tengo más primos
que trabajan como guardaespaldas. Tomas y Cosimo Abatangelo estarán
trabajando conmigo. Por lo general, mantienen su ojo en Emmanuelle. Ella siempre
les está dando la hoja y hace que se enojen, pero debido a eso, son muy, muy
observadores.

― ¿Por qué necesita Emmanuelle un guardaespaldas? ― Ella se puso un par de


pantalones vaqueros. Se adaptaron como un guante y, sin embargo, eran muy
cómodos. Stefano frunció el ceño mientras empezaba a vestirse así.

― Dolce Cuore, porque no te pones esa hermosa falda. La que tiene todos esos
volantes que caen hasta los tobillos. He querido verla en ti desde el momento en
que la compré

Se detuvo en el acto de subirse el cierre de los pantalones vaqueros. Sus ojos se


encontraron. Su mirada se había oscurecido. Era atractiva. Sensual. Encapuchada.
Especulativa. Él estaba tramando algo. Miró hacia el armario donde la falda
colgaba. Ella sabía exactamente de cuál estaba hablando. Le encantaba esa falda,
pero parecía un poco demasiado agradable para llevar al trabajo. Aún así, si eso
significa algo para él, y podía ver que lo hacía por su expresión, entonces a ella no
le importaba en lo más mínimo complacerle.

Deslizó los pantalones vaqueros de nuevo por las caderas, observando su rostro.
Mirando la aprobación. La satisfacción. La llamarada de calor en sus ojos.

― No vas a necesitar esas bragas atractivas con la falda, Francesca. ― Su voz tenía
un tono bajo, casi un gruñido. Así de atractiva que sintió el calor húmedo al
instante.

Bookeater
Shadow Rider
― Voy a trabajar, Stefano. ― Ella trató de ser firme. No podía darle cada pequeña
cosa que su corazón deseaba, ¿O podía hacerlo? Él volvería a caminar por toda ella.

― Tenía la esperanza de pasar por el trabajo a verte, pero voy a tener menos de
una hora. Sin bragas ahorra tiempo.

― Me puedes llamar por ese teléfono que me diste y me das un aviso. Voy a ir al
baño y me quitaré mi ropa interior y estaré toda lista. De esta manera, no estaré
goteando todo el día a la espera.

― Me gusta la idea del goteo en espera durante todo el día. Podría lamer toda esa
miel de tus muslos cuando venga a verte.

Ella apretó los muslos juntos, tratando de no retorcerse. ― Estoy usando mi ropa
interior, Stefano, así que llama cuando las quieras fuera.

Se puso una blusa a juego, una que no acababa de ocultar el collar que le había
hecho. Ella tocó una de las manchas oscuras con la punta del dedo. ― Me parece
que estoy en la escuela secundaria.

Él rió. ― Voy a llamarte y a enviarte mensajes de texto, bambina, así que mantén
tu teléfono cerca y mierda, responde a ellas.

― ¿Qué parte de "yo estoy trabajando", no entiendes?

― ¿Qué parte de 'contesta el puto teléfono cuando llamo' no entiendes? ― Le


respondió. ― Yo no quiero que trabajes, pero te voy a dar lo que quieres, por lo
menos dame eso.

― Eres exasperante, ― ella le informó, tirando de las botas de caña alta. Eran de
color azul marino con tres volantes de cuero hacia abajo en la parte de atrás. Se
emparejaban al faldón perfectamente. ― Me voy, pero voy a mantener mi teléfono
cerca.

― Espera a Emilio y Enzo. Vendrán y recibirán, llevándote al otro ascensor. ―


Atrapó su barbilla con la palma de la mano y la besó. Duro. Perfecto. ― Los estoy
llamando para que se reúnan contigo ahora.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca se sintió un poco aturdida cuando él la soltó. Ella asintió y se obligó a
salir del cuarto. Se paró a la mitad del pasillo cuando él la llamo. Se volvió de
nuevo y él estaba apoyado contra la jamba de la puerta, mirándola. Desnudo. Él se
veía precioso. Duro. Peligroso. Completamente caliente. Y era todo de ella. Arqueó
un ojo en él, deseando tener su confianza. No le molestaba en lo más mínimo estar
desnudo. Ella sabía que, si las puertas del ascensor se abrían y salía una multitud,
no le importaría.

― ¿A qué hora es tu primer descanso?

― Aproximadamente a las diez.

― Ve directamente al baño y cierra la puerta―. Todo su cuerpo se tensó. Fue la


forma en que lo dijo. La mirada en sus ojos. No podía imaginar a nadie más
atractivo. Ella no pudo encontrar su voz, su boca se le había secado y el aire
parecía haber dejado sus pulmones. Solo asintió y se volvió hacia la gran sala, a
esperar a Emilio y Enzo.

Estaba agradecida por los guardaespaldas cuando el coche pasó por delante de la
entrada del hotel. Los Paparazzi estaban por todas partes, una multitud de
profunda buscando sitio en un esfuerzo por obtener imágenes de ella o de Stefano,
preferiblemente ambos. A pesar de los cristales tintados se agachó
automáticamente.

― ¿Es su vida siempre así? ― Preguntó a Emilio. Se estaba volviendo bastante


aficionada a Emilio y Enzo. Ella sabía que estaban dedicados a Stefano y le
gustaban tanto más por ello.

― Sí, ― respondió Emilio. ― No te preocupes, Francesca. No vamos a dejarlos


acercar a ti. Sólo mantente alejada de las ventanas y si te advertimos, deja el
mostrador y ve directamente a la parte posterior. Pietro sabrá que hacer para
protegerte. Él va a salir y manejará a los clientes. Nadie va a hablar de ti o dirá de
cualquier manera que estás trabajando allí.

Ella sacudió su cabeza. ― Los paparazzi pagan buen dinero a la gente para obtener
información. No cuentas con ello, Emilio.

Bookeater
Shadow Rider
Enzo resopló. ― ¿En serio, Francesca? ¿De verdad crees que alguien se atrevería a
cruzarse con Stefano Ferraro? Por supuesto que no. Nadie en el barrio sería tan
estúpido.

Ella frunció el ceño. Allí estaba de nuevo la advertencia del tipo "mafia". ¿Qué
importaba si Stefano estaba molesto con alguien si le pagaron una tarifa
exorbitante por la información? ¿Qué iba a hacer con ellos? sin duda, nadie tenía
miedo de eso.

Se estremeció, recordando cómo podía mirar. En un momento estaba blando en el


interior, mirándola tan dulce y al siguiente, estaba frío y distante, sin expresión. De
miedo.

El coche se detuvo detrás del Masci Deli. Ella cogió el pomo de la puerta, pero
Emilio la detuvo.

― Espera hasta que revise si la zona está despejada. Te daremos el visto bueno
para salir, pero no te mueva hasta entonces.

Se recostó contra el asiento con un pequeño suspiro. Convertirse en la prometida


de Stefano había cambiado su mundo todo de nuevo. Había pasado de ser una
persona sin hogar a vivir con un hombre muy rico en un tiempo muy corto, y
sentía como si su mente no pudiera ponerse al día. Estaba muy contenta de entrar
en la tienda de delicatessen, donde sólo Pietro estaba esperando. Juntos
organizaron todo y se prepararon para el público de la mañana. A ella le encantó
estar tan ocupada, ya que le impedía pensar demasiado, pero para el momento en
que la primera ola había llegado y pasado, se encontró con que tenía que luchar
para mantener su mente alejada de Stefano y lo que había planeado para su
descanso de las diez en punto.

Joanna llegó en torno a las nueve, y ya que sólo había un par de personas, Pietro le
dijo que se tomara un café y atendiera la visita durante diez minutos. Ella lo hizo,
deslizándose en la silla frente a Joanna, con una sensación de un poco de culpa
porque su jefe estaba permitiéndole un tiempo de descanso adicional, pero no
demasiado, porque quería mostrar su anillo.

Bookeater
Shadow Rider
Joanna chilló en voz alta y de manera adecuada. ― No puedo creer esto. Mi mejor
amiga se va a casar con Stefano Ferraro. Esa roca en tu dedo es digna de una
pequeña casa, lo sabes, ¿verdad? Es hermosa. Eres hermosa. Estoy muy feliz por ti,
Francesca.

Francesca bajó la mirada hacia su anillo. ― Es hermoso, ¿verdad? ― Ella se


encontró sonriendo a Joanna, tan feliz que quería llorar. ― ¿Cómo van las cosas
con Mario?

Joanna envolvió sus brazos alrededor de su cintura. ― Oh. Mi Dios. Él es tan


bueno en la cama. HtG, Francesca, estoy teniendo un mini-orgasmo de sólo
recordar. Es el mejor bailarín, y después de que saliste, Emmanuelle y sus primos
no nos abandonaron o nos hicieron sentir como si no perteneciéramos. Fueron tan
agradables. Se encargaron de la cuenta con todas las bebidas y nos invitaron a
volver con ellos de nuevo. Fue una noche increíble. Yo habría estado caminando en
el aire durante meses simplemente por eso, pero entonces Mario me llevó a su
apartamento y me quedé allí con él todo el fin de semana. Me trató como una
princesa. Podría caer totalmente enamorada de él.

Francesca estudió su rostro. Joanna había salido todo el tiempo y ella se conectaba
con los hombres a menudo, pero Francesca nunca la había visto así. Su cara estaba
radiante y no podía dejar de sonreír.

― Entonces, ¿Tienes otra cita con él en fila?

Joanna asintió. ― Él hizo un punto diciendo que quería que saliéramos en


exclusiva. Dijo que había estado esperando una oportunidad conmigo y que no
estaba a punto de dejarla pasar. También dijo que no iba a permitir que cualquier
otro hombre le echara hacia fuera, ahora que lo había logrado.

Francesca estaba feliz por ella. ― Eso es tan impresionante. Me encanta él para ti.

Joanna sonrió. ― A mi también. Fue todo lo que pensaba que sería y más. ― Su
cabeza subió y ella abrió mucho los ojos. ― Lo olvidé. ¿Has leido la prensa en toda
la mañana? Las tres mujeres arrestadas en el club, ¿las cantantes que fueron tan
groseras cuando llegaron a la mesa?

Bookeater
Shadow Rider
― Stella, Janice y Doreen. Los Cristales.

― Sí. Esa banda. Ellas se declararon culpables. Y hubo múltiples cargos. Nadie
hace eso. Nunca he oído hablar de alguien tan apestosamente rico y con el dinero
para pagar un gran abogado declararse culpables de ese tipo de cargos. Ellas no
van a rehabilitación, están consiguiendo tiempo en la cárcel. ¿Por qué harían eso?
¿Y por qué en el mundo sus abogadas se los permitieron? No tiene ningún sentido
en absoluto.

― Yo no sabía que irían incluso ante un juez tan rápido que no fuera uno que fijara
una fianza, ― Francesca murmuró, el malestar arrastrándose en su mente a pesar
de la felicidad que había impregnado todo su mundo esa mañana. Sus dedos
encontraron su anillo de compromiso y con aire ausente jugó con él, tratando de no
pensar en lo que podría causar que tres mujeres vengativas y muy forradas de
dinero para pagar por un buen abogado se declararan culpables y permitieran que
un juez las condenara sin un juicio.

― Ellas realmente van a ir a prisión. No cárcel. Prisión, ― continuó Joanna. ―


Simplemente no quiero volver a meterme con los Ferraros. Cualquiera lo
suficientemente estúpido para cruzárseles tiene muy mal karma.

Francesca no sabía qué decir a eso. ― Mi arrendador anterior fue asesinado, ―


espetó ella. ― Él estaba dentro de la casa de Giuseppi Saldi cuando fue asesinado.

― He leído sobre eso. Estaba en las noticias también. Eso fue simplemente extraño,
demasiado.

Francesca asintió. ― Su tía estaba en realidad nadando en la piscina y cuando


salió, estaba muerto en la tumbona, con la garganta cortada.

― ¿Ves? Se metió contigo y vas a ser un Ferraro y ahora está muerto. ¿Crees que el
Saldis lo mató porque no quería una guerra con la familia de Stefano?

Francesca inhaló profundamente. ― No creo que tenga nada que ver con Stefano.
Él y la totalidad de su familia estaban en el club, celebrando.

― ¿Tu compromiso? Ni siquiera sabía que era una fiesta de compromiso, ― dijo
Joanna, de mal humor.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca se echó a reír. ― Yo tampoco.

Joanna la miró un momento, con los ojos abiertos y luego fingió desmayarse. ―
Eso es lo más romántico que he oído decir.

Francesca volteó los ojos y se puso a trabajar cuando una nueva ola de clientes
entró en la tienda. No podía dejar de mirar el reloj mientras atendía a las distintas
personas. Todos ellos eran muy dulces con ella y parecía que querían charlar un
poco antes de entregar su dinero o tarjetas de crédito, pero no le importaba, aparte
de que necesitaba mantener en marcha la línea.

Su corazón latía muy rápido cuando Pietro vino de la habitación de atrás para
tomar su lugar para que pudiera tener su descanso. Se quitó el delantal y se
apresuró a ir al baño. En el momento en que había cerrado la puerta y bloqueado,
se quitó las bragas, agrupándolas en su mano. Un brazo la rodeó por detrás de ella
y la jaló. Ella casi gritó por la sorpresa, pero su aroma le dijo exactamente quién
estaba allí.

La habitación era bastante grande, pero completamente abierta. No había ningún


sitio donde hubiera podido esconderse. Un lavabo, un inodoro y un espejo, era
realmente todo lo que estaba en la habitación, y sin embargo, Stefano debería haber
estado en algún lugar. Tal vez había estado tan ansiosa que no lo había visto
cuando ella entró apresuradamente. Ella comenzó a girar.

― Quédate quieta. ― Una orden clara. Se estremeció, y se mantuvo de espaldas a


él, cada vez más húmeda y necesitada sin nada más que el sonido de su voz. Ella
observó el espejo mientras agrupó sus bragas en la palma de la mano y se las metió
en el bolsillo de su traje.

Llegó a su alrededor y empezó a desabrochar los botones pequeños de perla de la


blusa. Los bordes se habían abierto para mostrar sus pechos ubicados en el encaje,
del sujetador suave y satinado. Dejando su sujetador en su lugar, él uso la mano y
sacó sus pechos para que sobresalieran hacia arriba y hacia afuera sobre el
material, la blusa enmarcándolos a ellos. La respiración de Francesca se atrapo en
su garganta mientras se agachó y tomó sus manos entre las suyas, deslizándola
hasta la caja torácica para presionar sus dedos a sus pezones.

Bookeater
Shadow Rider
― Ellos trabajan para mí, dolce cuore. Ya sabes lo que me gusta. Áspero. Quiero
verte jadeante. Necesitada. Me encantaría ver tus manos en tu cuerpo.

Se humedeció los labios, su respiración entrecortada ya. No estaba segura de cómo


podía hacer eso, hacer que todo se sintiera tan atractivo, reducirla a una mujer a
necesitada, fusionada con ganas de pedirle que se diera prisa y la tomara a ella.

El fuego se construyó entre sus piernas, abrasador y caliente, y para su sorpresa,


ella podía realmente sentir el líquido regando en el interior de sus muslos mientras
cumplía con su orden, tirando y rodando sus pezones, viéndolo mirarla en el
espejo.

Sus manos fueron a ambos lados de las caderas, empujando la tela de su falda.
Muy lentamente empezó a tirar hasta que reunió en sus manos el dobladillo, la
levantó en primer lugar hasta sus botas y luego los muslos y, finalmente, a su
cintura. Le ató la falda a su espalda, un giro rápido y luego un nudo para
mantenerla en su lugar, sin apartar la mirada de la suya.

― Mas fuerte, Bella, finge que tus manos son las mías. ― Su pie pateó su pierna
izquierda abriéndola y luego la derecha. ― Yo apenas podía pensar con claridad
esta mañana. Tratando de trabajar, leer los informes, cuando lo único que quería
hacer era tomarte de nuevo. Pensé en ti putamente derecha en mi escritorio en el
trabajo. O tenerte debajo de él, chupándome mientras realizo los negocios. ― Su
mano se movió sobre sus mejillas redondeadas, deteniéndose en las marcas que
había dejado allí antes. Una mano apretó la cabeza hacia el suelo.

Ella comenzó a llegar a abajo y él la detuvo. ― Te sostendré. Confía en mí,


Francesca. Sigue trabajando los pezones. ― Su brazo se cerró alrededor de su
cintura y luego su mano estaba en su entrada, sacando la miel y lamiendo los
dedos. ― Usted sabe tan jodidamente bueno. ¿Crees que tendría el control de
hablar por teléfono, o tener a alguien en la habitación mientras usted estaba allí,
debajo de mi escritorio, mi polla en su garganta? ¿Podrías no perder la cabeza?

Bookeater
Shadow Rider
― Espero que no, ― jadeó. ― Esperaría estar haciéndolo tan bueno que no podría
hacerlo. ― Él ya había abierto sus pantalones. ¿Cuando él había hecho eso? No se
había dado cuenta porque estaba demasiado ocupada tratando de no fundirse en
un montoncito caliente en el suelo a sus pies. Presionó la cabeza ancha de su pene
en su entrada y su aliento en la garganta.

Se sentía como una marca al rojo vivo. Demasiado grueso para adaptarse.
Estirándola. Ella empujó contra él, necesitándole dentro. Contuvo la respiración.
Su corazón latía con fuerza. Un sollozo escapó. ― Stefano.

― Ahí está, ― dijo en voz baja. ― Dime qué quieres.

― A ti. Directo. Ahora.

― Yo que. Se específica.

Ella se sonrojó, pero no importaba. ― A ti, dentro de mí.

― Mas especifica.

Su aliento silbó en un gemido delgado. ― Stefano. Por favor. Tu polla dentro de mí


en este momento. Antes de que estalle en llamas.

― Ya que lo pidió tan bien. Por supuesto, la próxima vez, bambina, voy a hacerte
rogar que te folle. Vas a tener que decir mierda al igual que una chica mala.

No podía formar un pensamiento coherente. Si eso es lo que se necesitaría para que


se moviera, tendría mucho gusto en usar su palabra favorita. Él empujó con fuerza.
Profundo. Enterrándose a sí mismo hasta las bolas. Ella les sintió golpeando contra
ella. Ella soltó un pecho y se metió el puño en la boca para no gritar. Fuego corrió a
través de ella. Entonces él se movió, chocando contra ella una y otra vez, un
martillo neumático, grueso y largo, conduciendo a través de los apretados pliegues
de su cuerpo, hasta que se vino abajo una y otra vez.

No creía que jamás se fuera a detener, él la envío de un orgasmo a estrellarse al


siguiente hasta que su cuerpo se tensó y estallo alrededor de su ordeñada,
estrangulando su pene.

Bookeater
Shadow Rider
Juró en italiano, su voz tan estrangulada como la de ella mientras ella finalmente lo
lanzo por el mismo borde de su control. Ella cerró los ojos, saboreando los sismos
fuertes, las contracciones y convulsiones de su sexo en torno suyo.

Ella no tenía idea de cuántas veces había forzado su cuerpo para llegar al clímax
porque, al final no podía decir donde empezaba uno y comenzaba el siguiente.
Pero estuvieron en el baño el tiempo suficiente para que Pietro golpeara con fuerza
en la puerta y le preguntara cuánto tiempo un descanso estaba tomando.

Ella comenzó a reír cuando Stefano le ayudó a ponerse de pie. ― Creo que sólo tu
puedes tener ese tipo de control, cariño. Del tipo que puedo envolver mi boca a tu
alrededor, llevarte hasta mi garganta y trabajarte mientras que diriges tu negocio.
Podríamos tener que ponerlo en algún momento a prueba. Tal vez incluso hacer
una apuesta. ― Ella dijo eso solo por ser malvada, pero sus ojos brillaron en ella
como él llegó a su alrededor para conseguir una toalla mojada con agua tibia. Se la
entregó a ella y tomó otra para él.

― Me gusta la idea. Vamos a fijar una fecha para que vengas a mi oficina.

Eso no sucedería, aunque tuvo que admitir, que siempre y cuando ella estuviera
oculta y nadie pudiera verla, la idea era un poco emocionante. Una vez que ella
estaba limpia, Stefano desató la falda por lo que cayó hacia abajo y la cubrió. Se
inclinó y tomó su boca con suavidad. ― Nos vemos en casa, amore. ― Sonrió. ―
Me encanta decir eso. Ahora que estás allí, tengo una casa. Sal en primer lugar. No
digas nada a Pietro. Él no sabe que estoy aquí y no tengo tiempo para hablar.

Ella asintió y le permitió empujarla hacia la puerta. Se dio la vuelta y corrió por el
pasillo. Sólo antes de que cayera en la tienda principal, se acordó de que Stefano
tenía sus bragas.

Ella corrió hacia atrás y abrió la puerta. Él se había ido. Frunció el ceño, mirando a
su alrededor. Lo único que veía eran las sombras afuera de los edificios a través de
la ventana que corría a través del piso. Suspiró y sacudió la cabeza mientras se
dirigía de regreso al trabajo.

Bookeater
Shadow Rider

17

Los paparazzi fueron implacables en los próximos días. Francesca descubrió


que no le importaba en absoluto tener a Emilio y Enzo entre ella y todos los demás.
Los reporteros estaban en todas partes: acampando en el hotel, tratando de obtener
una visión de ella, y caminando hacia arriba y abajo de las calles, entrando en
tiendas para tratar de persuadir de su mejor manera a la gente para ayudarles a
obtener una foto de ella o información sobre ella. Estaba muy, muy agradecida por
la relación de los Ferraros con la gente de su barrio porque nadie le vendió.

Disfrutaba del trabajo, especialmente el descanso, porque nunca sabía cuando


Stefano llamaría o le textearía para encontrarse con él en el baño para los
empleados. Era un hombre interesante, creativo, muy sexual, y él la hacía sentir
como si fuera la mujer más bella del mundo. Se encontró con que reía más.
Relajado. Contento.

Estaba feliz. Sus hermanos y hermanas caían en su apartamento a menudo. Se


entrenaban juntos en la gran sala de entrenamiento que Stefano tenía. Le gustaba
ver como lo enfrentaban, los pies y las manos con una falta de definición cuando
trataban de superarse los unos a los otros. Todos eran muy rápidos tanto era así
que en realidad no podía decir con certeza que alguno de los hermanos o incluso
Emmanuelle era mejor que los otros.

Le encantaba la camaradería de lo cerca que estaban. Era muy evidente para ella
que los hermanos velaban por Emmanuelle, a pesar de que la consideraban su
igual. También se dio cuenta de que no hablaban acerca de sus padres. Sabía que
los padres de Stefano trabajaban para la empresa familiar, lo que fuera, y que
ambos estaban vivos, pero nunca fueron realmente mencionados. Era extraño
cuando los hermanos estaban tan cerca.

Bookeater
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Stefano, era un hombre que le gustaba tocar. Cuando estaban juntos, dentro del
apartamento o en el exterior, tenía las manos sobre ella. Si estaban solos él siempre
iniciaba las relaciones sexuales. Eso no le importaba en lo más mínimo. Las
relaciones sexuales con Stefano siempre eran increíbles. Casi podía olvidar a Barry
Anthon y la amenaza que representaba. Casi. Sin embargo, se sentía incómoda, un
poco de sensación persistente molestándola porque su mundo era demasiado
perfecto, que había encontrado la felicidad y que iba a venir a rasgarla lejos.

― Francesca. ― Penetró la voz de Pietro. ― Deja de soñar despierta. Es


embarazoso. ― Él echó atrás la cabeza y se rió de su propia broma.

Se dio la vuelta, apoyada en el mostrador, viendo reír a su amigo, junto con los
clientes, Lucía y Arno Fausti. Amaba su tienda y la ropa que vendían, así como los
otros tesoros que habían adquirido por todo el mundo. Por supuesto, no podía
permitirse cualquier cosa y había aprendido a no admirar muy de cerca porque si
alguna palabra llegaba a Stefano, tendría lo que quisiera apoyado en su cama
cuando llegara a casa del trabajo.

― Ah. ah. Muy divertido. Voy a arruinar tu café, Arno, ― amenazó. ― Voy a
ponerte azúcar de forma accidental.

Arno se estremeció. ― Eso sería malo, Frankie, y no tienes ni un hueso malo en tu


cuerpo. Eres como mi hermosa Lucía.

Ese fue el mayor cumplido que Arno podría haberle dado. Adoraba a su esposa, y
Francesca quería lanzar sus brazos alrededor de él ante tan enorme elogio. Era la
única persona que la llamó Frankie y le gustó viniendo de él.

― Gracias, Arno. Como Lucía es increíble, voy simplemente a tomarlo por un


cumplido.

― Mientras estás tomándolo así, ¿podrías terminar sus sándwiches y darle al Sr.
Ferraro algo de comer o beber? ― preguntó Pietro.

Bookeater
Shadow Rider
Ricco se apoyó en el mostrador, se veía caliente, su brazo alrededor de Lucía,
empujando a Arno con el codo.

― A mi no me importa esperar, Pietro. Tengo mi chica favorita aquí. Lucía y yo


estamos saliendo juntos. Estamos discutiendo hacia dónde vamos.

― Necesitaría una gran ventaja, ― dijo Arno. ― Tengo una escopeta y estaría
yendo detrás. No puedo vivir sin mi mujer. ― Llegó alrededor de Ricco y tiró de
Lucía bajo el brazo. ― Tendría que hacerlo, chico, y convencerla de que ella no
puede vivir sin mí.

Ricco se frotó la frente con el pulgar. ― No sé, Arno. Lucía es extraordinaria. Todo
el mundo lo sabe. Dejando la escopeta a un lado, podría tener que hacerte luchar
por ella.

Lucía se sonrojó como una colegiala. ― Ustedes chicos son terribles. ¿Qué haces
por aqui, Ricco? No te veo muy a menudo.

― Mantengo la vista en nuestra chica, ― dijo Ricco con un encogimiento de


hombros. Incluso ese breve levantamiento de hombros parecía un poderoso
movimiento, fluido.

Francesca lo estudió mientras hizo sándwiches para los Fausti. Era muy guapo,
despedía un aura de poder y peligro, una combinación embriagadora garantizada
para atraer a cualquier mujer, sin embargo, al igual que sus otros hermanos y
hermanas, no estaba en una relación seria. Sabía que Stefano se preocupaba por él.
De todos los hermanos, Ricco parecía vivir más en el borde que la mayoría.
Conducía un poquito demasiado rápido, vivía su vida un poco imprudentemente,
pero siempre era el primero en respaldar a Stefano no importaba qué. Le gustaba,
pero entonces a ella le gustaban todos los hermanos de Stefano.

― Ricco, Emilio y Enzo están cerca, ― señaló en voz baja. ― Agradezco que me
cuides, pero estoy bien.

― Los malditos reporteros están buscándote debajo de las piedras. ― Él la observó


mientras entregó los sándwiches a Lucía y tomó el dinero de Arno.

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Cuando la pareja se retiró a las mesas hacia el fondo de la sala, Ricco se enderezó e
hizo señas a Francesca para que se acercara al mostrador y se sentara en una mesa
con él. Él optó por apartarse de los pocos clientes que comían en la tienda de
comestibles.

Francesca se dejó caer en la silla que abrió para ella y esperó hasta que Pietro trajo
el café que había hecho para ellos.

― ¿Qué es? ¿Hay algo mal con Stefano? ― No había sentido nada partir de él, pero
ahora que había hecho un esfuerzo para estar a solas, se asustó. Ricco no habría
llegado si no fuera importante.

― Bueno, son ordenes de Stefano. Te hubiera dicho algo de inmediato si él no lo


estuviera. Las cosas se están calentando un poco en este momento, y quería
asegurarme de que estamos tomando precauciones adicionales para protegerte.

El estómago le dio un vuelco y se llevó una mano allí. ― Es Barry, ¿verdad? Has
oído hablar de él.

Sacudió la cabeza. ― Todavía no, pero lo haremos. Las noticias se escriben,


Francesca. Eso es lo que sucede cuando te comprometes con alguien como mi
hermano. Estos hijos de puta cavarán profundamente y escribirán cualquier
mierda que puedan encontrar.

Se quedo absolutamente inmóvil, con el corazón palpitante, drenando la sangre de


la cara, dejándola un poco pálida. Por supuesto que iban a encontrar todo tipo de
cosas terribles sobre ella. Había estado en una sala de psiquiatría por setenta y dos
horas. Había sido detenida dos veces. Había fotos policiales. Lo que es peor, ellos
desenterrarían el asesinato de su hermana y estaría una vez más por todas partes,
en todos los periódicos y en las pequeñas revistas que parecían decididas a
arruinar la vida de todos. Ricco no estaría allí a menos que algo ya se encontrara
impreso. Ella tenía miedo de que fuera a vomitar.

― Francesca, mírame. ― Su voz era muy tranquila, pero aún llevaba la autoridad
absoluta que poseía Stefano.

Bookeater
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Ella tragó saliva y levantó sus pestañas, obligándose a mirarlo a los ojos.

― ¿Por qué no vino Stefano para decirme?

― No podía escapar. Está en una conferencia con la sucursal de Nueva York. Una
emergencia se ha producido y tiene que cuidar de ello. Es bueno, cara. Sin
preocupaciones.

Ella sacudió su cabeza. ― No estarías aquí a no ser que lo que imprimieron fuera
horrible. No sé si soy lo suficientemente fuerte como para pasar por eso de nuevo.
― Barry se aseguraría de que su pueblo se alimentara de ese frenesí. Él la haría
parecer un criminal inestable. Sabía que lo haría. Él controlaba los medios de
comunicación cuando quería.

― Eres más fuerte de lo que piensas, y no estás sola en esta ocasión. Tienes toda la
familia de refuerzo, y luego está mi hermano. Es muy protector contigo. ¿Y,
Francesca? ― Él se inclinó sobre la mesa y puso su mano sobre la de ella,
deteniendo su tamborileo nervioso. ― Yo también, así como mis hermanos y
Emmanuelle. La gente va a leer esa mierda e incluso aquí, en nuestro propio
vecindario, unos idiotas podrían creer lo que leen, pero la mayoría va a seguir
nuestro ejemplo. Así que mantén la cabeza arriba y apenas sonríe o mueve la
cabeza como si no pudieras ser molestada para hacer frente a todas esas tonterías.

Tomó aire y trató de calmar los gritos en su cabeza. No había tenido pesadillas
desde que había estado durmiendo con Stefano, pero tenía miedo de empezaran de
nuevo. Se sentía como si hubiera despertado de un hermoso sueño para
encontrarse a sí misma en una película de terror.

Mirando alrededor de la tienda de delicatessen, se dio cuenta de que estas


personas, Pietro, Los Fausti, y todos los otros clientes por los que había llegado a
preocuparse, iban a leer esas horribles cosas sobre ella. Ellos no querrían creer
todo, pero habría suficiente verdad tejida para que la vieran de manera diferente.

― No respondas preguntas. Vamos a tener ya sea a Emilio o a Enzo dentro de la


tienda mientras trabajas. El otro estará en el exterior para advertirte si cualquiera
de los paparazzi viene cerca de la tienda. Si eso sucede, vas a la parte de atrás y
dejas que Pietro maneje todo.

Bookeater
Shadow Rider
Puso las dos manos sobre el regazo, curvando sus dedos en puños. Realmente le
gustaba Ricco, pero en ese momento necesitaba a Stefano. Su primera reacción fue
correr tan rápido y tan lejos como fuera posible de la situación. Su imagen estaba
por todas partes. No podía correr más rápido que eso.

― Francesca, deja de verte como si el mundo estuviera llegando a su fin.

― Lo está, ― dijo entre dientes, inclinándose hacia él. ― No tienes ni idea de lo


que es tener a personas creyendo horribles mentiras sobre ti. De tener que vivir en
la calle, sin trabajo, sin dinero, sin saber cuándo tendrás otra comida. Se llevaron
todo de mí, incluso la gente pensaba que eran mis amigos. Tomaron de mi la
creencia en el sistema de justicia, pero, sobre todo, mi sensación de seguridad. Se
me olvidó, hasta Stefano, lo que era sentirme segura. Tu y yo sabemos, que es la
naturaleza humana creer lo peor.

No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que Ricco se acercó más a ella, echó
su brazo alrededor de sus hombros y utilizó un pañuelo para enjugar sus lágrimas.

― Para. ― Él gruñó, pero fue una orden. ― Eres una Ferraro. Nunca, jamás ni por
las putas, dejaremos que ellos lleguen a ti. Incluso en este caso, Francesca, mantén
la cabeza erguida. Recuerda lo que eres. Si no puedes hacerlo por ti misma, lo
haces por él. Por Stefano. Yo sé que lo amas. No muestres dolor. No actúes como si
no lo hicieras. Es posible que no quieras admitirlo ante ti misma o con él, pero está
ahí. Puedo verlo en su cara y escucharlo en tu voz. Tenemos regalos y los usamos.
Por supuesto que le gustaría comprobarte para asegurarse de que estas bien. Él es
así, pero sabes que si te vas lo matarías.

La sinceridad en la voz de Ricco le hizo enderezar su espalda. Era pura honestidad.


El creía que Stefano la amaba. La necesitaba aún. Y estaba segura que tanto como
ella tenía miedo de admitirlo para sí misma o para Stefano, se estaba enamorando
totalmente de él.

― Stefano tiene cierta reputación, Francesca, y tiene que ser respetado. Eso es parte
de la forma en que puede hacer lo que hace. Eres su mujer. No puedes permitir que
nadie la derribe. Si logran tirarte, están haciendo lo mismo con él. Eres su pareja.
Eso significa que lo que te pasa, le pasa a él.

Bookeater
Shadow Rider
La soltó y se enderezó, sus ojos en la ventana del escaparate grande cuando él
levantó la taza de café y tomó un trago largo y lento.

Sabía que le estaba dando la oportunidad de recomponerse. Se obligó a sentarse


recta y tomar una bebida de café también. Nunca dejaría que Stefano cayera. Por él,
podría capear cualquier tormenta. Si pudiera tomar las cosas horribles que habían
dicho de ella, lo haría. Sabía que las pesadillas comenzarían de nuevo, pero
estarían en la intimidad de su casa, no en público.

La puerta de la tienda de comestibles fue abierta por un joven de unos veinte años
con el pelo largo, desordenado y gafas oscuras que cubrían la mitad del rostro. Se
detuvo en la puerta cuando vio a Ricco, de refuerzo y luego tomó una respiración
profunda antes de entrar. Se veía muy lastimado. Su rostro estaba hinchado y
cubierto de contusiones. Se acercó con cuidado, como si estuviera lesionado.
Llevaba sus brazos cerca de su cuerpo para proteger sus costillas.

― Bruno, ― saludó Ricco, sentado hacia atrás en la silla. Relajado. Casual. ― Es


bueno verte en tus pies. Oí que tuviste un pequeño accidente. ¿Te sientes mejor?

Inmediatamente la atmósfera en el deli cambió sutilmente. Había un trasfondo de


peligro, sin embargo, Francesca no podía ver ni oír ninguna razón por lo que debía
de sentirse de esa manera.

El chico asintió con la cabeza repetidamente y se acercó más a la barra.

― ¿Tu abuela se encuentra en buen estado de salud? ― Persistió Ricco.

Francesca recordó al instante el nombre de Bruno. Ella había estado sentada en la


pizzería con Stefano cuando una mujer, la señora Teresa Vitale, se había acercado a
la mesa y le rogó a Stefano que la ayudara con su nieto díscolo, Bruno. Este tenía
que ser que Bruno. Era evidente que estaba en problemas de algún tipo. Había
estado en una pelea y parecía como si hubiera perdido.

Bruno inclinó la cabeza de nuevo. ― Sí. Sí, Sr. Ferraro, ― se corrigió cuando Ricco
continuó mirándolo. ― Ella está bien.

Bookeater
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― ¿Estás bien? No debes meterte en problemas, porque sabes, la vida puede ser
muy difícil cuando eres estúpido y se te olvida quien es tu familia. La Famiglia lo
es todo. No me gustaría que se te olvide eso. Ni por un momento. Podrías
conseguir. ...lastimarte.

El niño se puso pálido. Siguió moviendo la cabeza, hasta que Francesca temía que
en realidad pudiera romperse el cuello. Ricco emitió una advertencia clara y Bruno
estaba tomándola de esa manera. Se encontró temblando.

― Bruno. ― Ricco dijo su nombre suavemente ― Quiero escuchar tu respuesta. El


sonido. Dime que no olvidarás lo que la famiglia es, ¿verdad? Sabes que, si
necesitas un trabajo, o necesitas cualquier otra cosa, es donde tu familia adonde
debes ir. No a los de afuera. Tu abuela te acogió, te crio y se sacrifico por ti. Ella
merece el máximo respeto en todo momento de ti. ¿Estoy en lo cierto, o no?

El muchacho tragó saliva. ― Tiene razón, Sr. Ferraro. Voy a trabajar la próxima
semana. Todavía estoy un poco adolorido desde el . . . ― Se interrumpió cuando
Ricco levantó una ceja, miró alrededor de la habitación y luego dijo: ― Accidente.
Pero puedo empezar a trabajar el lunes y voy a traer a casa mi paga para ayudar a
Nonna.

Ricco le envió una pequeña sonrisa. ― Bien. Si necesitas algo, me llamas. Stefano te
dio el número, ¿verdad?

Bruno hizo una mueca por el nombre de Stefano, pero siguió moviendo la cabeza.
― Sí. Es decir, sí, Sr. Ferraro.

Ricco lo despidió girándose hacia Francesca y acercándose a ella. El muchacho se


puso de pie con torpeza momentos antes de acercarse a Pietro.

― ¿Por qué te tiene miedo? ― observó Francesca.

Ricco se encogió de hombros. ― No sé por qué. Estoy aquí sentado con la mujer de
mi hermano, dándole un pequeño consejo.

Bookeater
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― Gracias por eso, Ricco. Lo aprecio. Me hiciste ver las cosas bajo una luz
diferente. Probablemente habría hecho algo estúpido y corrido por ello.

Sus ojos se oscurecieron y otro escalofrío la recorrió. Ricco Ferraro era tan aterrador
como su hermano, tal vez más. Había demonios en sus ojos que Stefano no tenía.
Tenía la sensación de que algo terrible le había sucedido a él, algo que había
enterrado profundamente, pero que todavía le empujaba con fuerza.

― No vayas a hacer nunca eso, Francesca, ― advirtió. ― Stefano iría detrás y él no


estaría solo. Todos nosotros le ayudaríamos a encontrarte. Eres nuestra, formas
parte de nuestra familia y al igual que estaba tratando de decírselo a Bruno, eso
significa algo. No camines lejos de eso porque se pondrá difícil.

Ella asintió, tomó aire y dio el paso decisivo. ― Puedes hablar conmigo, Ricco. Sé
que no vas a hablar con tus hermanos, pero quiero que sepas, que puedes hablar
conmigo. Lo qué pasó, aunque sea terrible, lo entendería.

Él se cerró. Instantáneamente. Ella sabía que tenía razón sobre Ricco y su pasado,
pero no iba a compartirlo. En cambio, él le dio la famosa sonrisa Ferraro, la
reservada para las cámaras, entrevistas y extraños.

― Gracias, cara, pero estoy bien. ― Se puso de pie bruscamente y echó hacia atrás
su silla. ― Aunque aprecio la oferta.

Forzó una pequeña inclinación de cabeza y se puso de pie, también. Era el


momento de volver al trabajo. La próxima ola de clientes llegaría muy pronto. El
turno de la tarde era siempre el más difícil de manejar. El deli estaría totalmente
lleno y con líneas externas y todas las mesas en el interior llenas. Le gustaba ese
cambio porque el tiempo volaba, y era un reto mantenerse al día con todas las
órdenes, pero también era agotador.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca fue capaz de conversar con el primer grupo de clientes, riendo un poco
con ellos, mirándolos de cerca para ver si podía detectar que cualquier persona ya
hubiera leído las historias sobre ella, pero hasta el momento, ni Pietro ni ninguno
de los clientes parecía leer muchas revistas del corazón. Por la tarde estaba
empezando a relajarse. La aglomeración era casi total y nada se había dicho, ni
susurros habían invadido la tienda, nada extraño diciéndose con las miradas.
Estaba empezando a pensar que podría escapar por completo hoy y tener tiempo
para preparar una defensa.

Enzo de repente irrumpió por la puerta de la tienda y la señaló. ― Vete a la parte


posterior, Francesca. Ahora― Pietro la cogió por los hombros, girando todo su
cuerpo y sacándola lejos del mostrador.

No había duda de la urgencia en la voz de Enzo o en las manos de Pietro. Tirando


de su delantal, echó un vistazo a las grandes ventanas en la parte delantera de la
tienda. En la calle se podía ver un frenesí de paparazzi descendiendo hacia la
tienda de comestibles. Por fin alguien le había vendido. Se volvió y corrió por el
pasillo hasta el salón de descanso de los empleados. Había una pantalla en la que
podía ver lo que estaba ocurriendo. De pie junto a la puerta, contempló el caos que
reinaba en la parte delantera de la tienda.

Los paparazzi se abrieron paso y estaban haciendo preguntas a todo el mundo.


Emilio se acercó por detrás.

― Permanece aquí. Voy a ayudar a Enzo a lanzar sus culos. No te muevas.

― No lo haré. ― No tenía ninguna intención de ser tan estúpida. Había tratado


con todo esto antes y había sido uno de los peores momentos de su vida.

Su teléfono vibró y lo sacó, sin dejar de mirar la pantalla. Emilio se había metió
entre la multitud, tratando de evitar que los clientes que defendían a Pietro se
metieran en peleas con los fotógrafos desesperados por conseguir fotografías que
les produjeran dinero.

― Bambina. ― La voz de Stefano era un salvavidas. ― Emilio dijo que estás en


estado de sitio. ― Así como de calma. Su voz fuerte. Un tono bajo y sexy que la
calmó incluso cuando no estaba.

Bookeater
Shadow Rider
― Podría decirse. No creo Pietro quiera que trabaje más aquí. Que desastre.

― No es que no te vaya a querer allí, Francesca, solo que es una cuestión sobre tu
seguridad. Ya se ha encariñado contigo y no quiere que te pase nada.

― Espero no esté oyendo presumida satisfacción en tu voz. Me he enterado de que


no quieres que trabaje. No te la arreglarías para diseñar el allanamiento de la
tienda, ¿verdad? ― Trató de hacer una broma cuando en realidad quería llorar.

― Dolce Cuore, nunca enviaría una horda de paparazzi cuando puedo obtener mi
deseo, si soy lo bastante despiadado. ― Su voz se volvió sombría. ― Sin embargo,
voy a averiguar quién lo hizo. ¿Y utilizaste la palabra presumido? Yo no puedo
imaginar que alguien alguna vez piense que soy presumido.

Se rió suavemente y se encogió un poco cuando Emilio, Enzo y Tito el de la


pizzería, expulsaron por la fuerza a un hombre corpulento. Mientras se tambaleaba
hacia atrás en la acera, Inés Moretti lo golpeó en la cabeza y alrededor de los
hombros con su bolso. Pareció estar dándole una conferencia cuando lo atacó.

Una mano se posó en su hombro con fuerza, los dedos cavando profundamente y
ella se tiró hacia atrás, a la derecha de la sala de descanso de los empleados. Emitió
un grito asustado antes de que la mano pasara de su hombro para sujetar con
fuerza sobre su boca.

― Cállate la boca, perra. Vas a venir conmigo. ― Un cuchillo le cortó en la piel


justo debajo de la garganta, derecho sobre el punto donde el collar que Stefano le
había dado casi se había desvanecido.

No tenía más remedio que moverse hacia atrás, fuera de equilibrio ya que el
intruso la arrastró por el corto pasillo hacia la salida trasera. Mantuvo su teléfono
apretado en la mano, con la esperanza de que Stefano pudiera escuchar cada
palabra.

Bookeater
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― ¿Quién eres tú? ¿Qué deseas? ― Hizo las preguntas más por Stefano que por
ella. No le importaba quién era ni lo que quería. La hoja del cuchillo cortó en ella
de nuevo, una segunda y poco profunda laceración. Sintió el hilillo de sangre
correr por su piel hacia la curva de sus pechos.

― Soy un hombre lo suficientemente inteligente como para conseguir llevármela


debajo de las putas narices de los Ferraros. Unos pocos paparazzis averiguaron
dónde se encontraba y sus guardaespaldas idiotas se lanzaron a sacarlos de la
tienda y la dejaron sin protección.

― Dime lo que quieres. ― Él la había arrastrado hacia el callejón ahora.

Francesca se estremeció y luego dejó escapar un pequeño grito cuando cortó en su


piel otra vez.

― Deja de cortarme con el cuchillo. Dime lo que quieres.

― Quiero saber dónde están mis amigos, eso es lo que yo quiero, zorra. Corriste
hacia tu novio, quejándose de un pequeño rasguño que pusieron en tu cuello, y
ellos desaparecieron. ¿Dónde los tienen a ellos?

La sacudió, y esta vez el corte fue más profundo y un poco más abajo, a la derecha
en la curva superior de su pecho izquierdo. Se podría decir que era poco profundo
y que probablemente, era un accidente pero quemó como el demonio.

― No sé de quién está hablando. ― Pero tenía una sensación de hundimiento


sobre que si lo sabía.

― Te agredieron, y Emilio y Enzo se los llevaron. Nadie los ha visto desde


entonces y los Ferraros están buscándome.

Él abrió la puerta de una vieja furgoneta y trató de empujarla dentro. Con el fin de
empujarla, tenía que quitar el cuchillo. Francesca no estaba subiendo en la
furgoneta. Estaba segura de que la mataría sólo para hacer un punto sobre Stefano.

Bookeater
Shadow Rider
Se volvió hacia él, agitando su puño. Él gruñó, dio dos pasos hacia atrás y le dio
una patada en el estómago. Francesca se dobló por la mitad y se encontró sentada
en el suelo. Trató de darse la vuelta, para levantarse antes de que pudiera
golpearla de nuevo, pero él se enfureció y se agachó para agarrarla del pelo en su
puño.

― Voy a cortarle el puto cuello, ― gruñó, y el cuchillo llegó directo a su garganta


expuesta cuando él tiró de su cabeza hacia atrás.

Stefano se alzo detrás de él, una figura oscura, sombría que casi no podía
distinguir. Pareció surgir de la nada, desde la más oscura de las sombras, llegando
justo detrás de su agresor y capturando su cabeza en la uve de su brazo, una mano
a la parte posterior del cráneo, forzando la cabeza hacia adelante.

El hombre dejó caer el cuchillo de dedos inertes y se dejó caer en los brazos de
Stefano. Stefano lo dejó como un pedazo de basura en el suelo, sin molestarse en
poner el cuchillo fuera de su alcance. Él cogió a Francesca en sus brazos en el
momento en que sus hermanos y Emmanuelle emergieron de las sombras.

― Está sangrando, ― Emmanuelle anunció innecesariamente. ― ¿Qué tan mal,


Stefano? ¿Necesita una ambulancia? ¿Un médico?

Francesca sacudió la cabeza. ― Estoy bien. De Verdad. Sólo tengo miedo.

Emmanuelle hizo caso omiso de su proclamación, mirando claramente a Stefano


para que la guiara en un sentido u otro. Los hermanos formaron un anillo
protector alrededor de ella mientras Stefano la inspeccionaba por los daños.

― Ella tiene varios cortes poco profundos, no debería necesitar puntos de sutura,
pero vi que la golpeó. Tendrá un mal moretón.

― ¿Quién es? ― Preguntó Francesca.

― Más tarde, amore, ― dijo, su voz entrecortada. ― Tenemos que hacer control de
daños.

Bookeater
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― Llévala a casa, ― aconsejó Ricco. ― Vamos a hacer la limpieza y te llamaremos
cuando este hecho.

A Francesca no le gustó el sonido de eso, muy consciente de que el hombre le


había dicho que sus amigos habían sido los que trataron de robarle y que habían
desaparecido. La última vez que los había visto, Emilio y Enzo estaban
poniéndolos en un coche y llevándolos a algún lugar.

― Stefano, ― lo intentó de nuevo.

Él simplemente la tomó en sus brazos, haciéndola girar hasta acunarla estrecha,


rompiendo en órdenes. Un coche se detuvo, un hombre que había visto conducía,
pero no lo reconoció. Estaba claro que era de la familia de los Ferraros; otro primo,
estaba segura. Tenía que ser uno de los guardaespaldas que habían obtenido el
lugar de Emilio.

Stefano la llevó hasta el coche, Ricco se adelantó y abrió la puerta del asiento
trasero y Stefano se deslizó en el interior, manteniendo a Francesca en sus brazos.
La puerta se cerró y el coche se puso en movimiento.

Stefano dejó caer su barbilla en la parte superior de su cabeza. ― Sacaron el


infierno fuera de mí. Oírlo amenazándote. Tu gritando. Creo que perdí treinta años
de mi vida.

Ella cerró los ojos y se dejó caer contra su pecho. ― Parecía pensar que tenía algo
que ver con la desaparición de sus amigos. ¿Lo hizo, o no lo hizo, Stefano?

No abrió los ojos, pero escuchó, porque era muy importante para ella escuchar su
voz, escuchar la verdad o la mentira.

― Sé que ya no están vivos, ― admitió con cuidado. ― Pero no los maté.

Eso era estrictamente la verdad, pero incluso la admisión fue suficiente para
comenzar los latidos de su corazón. Intentó empujar el pensamiento de que Stefano
y su familia eran parte del crimen organizado, pero no importaba lo que hiciera, no
podía conseguir salir alrededor de ello. Había demasiadas coincidencias en lo que
a ella se refería. Intentó salir de su regazo, pero los brazos de Stefano se apretaron
alrededor de ella.

Bookeater
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― Quieta, dolce cuore. Ya hablaremos de esto una vez que estemos en casa.

― Stefano. . . ― ¿Qué iba a decir? No podía dejarlo. La idea de estar sin él la ponía
enferma. No sobreviviría. De ninguna manera, y ni siquiera estaba segura de
cuándo había ocurrido, se había enamorado fuerte y rápido. Lo estaba
profundamente, aún sabiendo que era un criminal, podría no ser lo
suficientemente fuerte para alejarse de él.

Él le acarició el cuello.

― Vamos a llegar a casa, a limpiarte y voy a hacer la cena para nosotros mientras
descansas. Después, cuando te sientas mejor, vamos a aclarar todo.

Oyó el sonido de la verdad en eso también. Él no estaba evitando hablar con ella.
Sólo quería darle calor, seguridad y comodidad. Eso ayudó a tranquilizar su
mente. Seguramente si él era un criminal sería mucho más reacio a hablar de los
atracadores, por qué sabía que estaban muertos.

― ¿Qué va a pasar con ese hombre? ¿El que me atacó?

El silencio llenó el coche. El aire se puso muy pesado con su ira. El calor vibraba en
el aire, y en todo de nuevo, la llenaba de terror. Stefano no respondió y ella no
preguntó de nuevo. El coche se detuvo en la entrada privada por el lado del hotel,
la que parecía una puerta de empleados, pero de la cual sólo la familia tenía el
código.

El guardia bajó en primer lugar, tomó una mirada cuidadosa alrededor, abrió la
puerta e hizo una señal a Stefano. Stefano se negó a dejarla en el suelo, incluso en
el ascensor privado o cuando llegaron al apartamento. Él la llevó a través de la
habitación principal y la puso en la cama antes de recoger paños calientes y un kit
de primeros auxilios.

Francesca detestaba cómo se sentía segura con él. El aspecto suave y amoroso en su
rostro. Su toque mientras limpiaba las laceraciones superficiales. No había duda en
su mente que él se preocupaba por ella. Era importante para él, tal vez demasiado
importante.

Bookeater
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― ¿Vas a matarlo, Stefano? ― Francesca tenía que preguntar. Ya sabía la respuesta,
pero tenía que preguntar. Le había mirado a la cara, justo ahí, cuando había tenido
el brazo alrededor del cuello de su agresor y sabía que era capaz de matar a ese
hombre. Sus ojos habían sido planos y fríos. Como el hielo.

― Él va a morir, pero no seré quien lo mate. ― No había ninguna inflexión en la


voz. Ninguna. ― No te voy a mentir, Francesca. Vas a ser mi esposa. No voy a
hacer eso, pero si me vas a hacer preguntas, debes estar absolutamente segura de
que quieres las respuestas y que puede vivir con ellas.

― ¿Qué pasa si no puedo vivir con las respuestas? ― Preguntó con un hilo de voz.
Ella oyó el temblor. Estaba asustada. No de Stefano, sino de lo que era. De lo que
podía decirle y por lo que lo perdería. No podía perderlo.

― Entonces no preguntes hasta que puedas. ― Sus manos cayeron a su blusa. Se la


puso sobre su cabeza y la tiró lejos de él. Estaba cubierta de sangre y, obviamente,
no sentía la necesidad de tratar de salvarla, su sujetador fue el siguiente y luego
estaba enojado examinando el corte a través de la curva de su pecho izquierdo.

― Cabrón, ― susurró, y se inclinó para rozar el más ligero de los besos a través de
la laceración. ― Yo no entiendo cómo un hombre puede hacer este tipo de cosas a
una mujer o a niños. ¿Que está mal con ellos, Francesca?

Ella no pudo evitar acunar la cabeza hacia ella. Parecía cansado. Triste. ― Esto no
se trata sólo de mí, Stefano. Dime que está mal.

― Es un trabajo, bambina, a veces veo y escucho cosas terribles que no puedo


comprender. Aunque es trabajo.

― Lo entiendo. No tienes que ser específico, pero tienes que hablar conmigo sobre
esto. Tal vez deberías relajarte y te prepararé la cena.

Él levantó la cabeza, sus ojos azules encontrándose con los suyos.

Bookeater
Shadow Rider
― Harías eso por mí después de ser atacada, ¿no es así? Te pondrías a pensar
acerca de mí, no en ti misma. ― Había asombro en su voz. Admiración. Respeto.
Pero sobre todo, oyó lo que sonaba sospechosamente como amor. Su corazón se
agitó porque sí, se veía cansado y molesto y rara vez lo veía de esa manera.
Dudaba que alguien alguna vez lo hiciera.

― He recibido hoy un informe sobre una joven. Una adolescente, de diecisiete años
de edad. Ella perdió a su madre hace dos años y fue dada a sus tíos para cuidar de
ella. Desafortunadamente, los tres tíos están involucrados en una banda muy
violenta. Su madre se había casado con su hermano y vivían lejos de la banda, pero
nadie tomó eso en consideración cuando colocaron la chica con sus tíos. Ella no los
conocía, no los quería y ahora está en una situación terrible.

― ¿A los diecisiete años, no puede ella pedir ser retirada? ― Francesca fue a
tientas con cuidado.

Stefano acarició sus dedos sobre sus pechos, por su vientre hacia sus pantalones
vaqueros. Él tiró cuidadosamente hasta que ella les retiró de entre sus muslos. Él
abrió la cremallera del dril de algodón y lo sacó por sus caderas, tomando sus
bragas de encaje con él.

― Una trabajadora social trató. La niña fue víctima de abuso en todos los sentidos.
Sexual, física y emocionalmente. Ella no fue removida del hogar y la banda
amenazó a la trabajadora social y a su familia. Prometió a la adolescente que iba a
sacarla, y luego no pudo seguir adelante, no sin poner en riesgo la vida de su
marido y sus hijos.

― La policía . . .

― No se puede dejar que los miembros de la banda lleguen a la trabajadora social


y su familia. Por lo que solicitó la ayuda de nuestra familia. ― La guió de vuelta a
la cama. ― Acuéstate, dolce cuore. Quiero comprobar tu estómago. Necesito
asegurarme de que no hay ningún daño interno.

― ¿Crees ser capaz de ayudarla? ― Francesca extendió. Ella había estado desnuda
en torno a él durante una semana. Ahora, sin embargo, todavía se sentía tímida.

Bookeater
Shadow Rider
― Eso espero. Ya veremos. Es sólo que no entiendo esa mentalidad. Puedo creer en
pertenecer a una banda. Pero no puedo creer en abusar de una mujer de esa
manera. Sobre todo cuando ella es familia. Me parece que no puedo envolver mi
cabeza alrededor de eso. ― Sus dedos sondearon todo su estómago. Ella se encogió
un par de veces, pero, sorprendentemente, no le dolía muy profundamente.

― Vas a tener una contusión o dos, pero por suerte, no logró causar ningún daño
real. Voy a prepararte un baño caliente y lo puedes disfrutar mientras te preparo la
cena.

Ella le cogió la mano.

― Vamos ambos a tomar un baño, Stefano, y luego podemos compartir la cocina.


Tu dijiste que no eras tan bueno, pero, cariño, yo lo soy. Me gusta cocinar. Tienes
una gran cocina. Has tenido un día difícil, también. Prefiero compartir el baño y la
cena.

Se puso de pie sobre ella durante mucho tiempo. En tanto que pensaba que podría
responder. La expresión de su cara era difícil de leer. Por último, se sacudió el pelo
con dedos suaves y sacudió la cabeza.

― Estoy tan enamorado de ti, Francesca. Me das tantos milagros y no tienes ni idea
de que lo haces. Nadie me cuida. Nadie. Ni siquiera cuando yo era un niño y desde
luego no ahora. Creo que eres la mujer más hermosa que he visto nunca. Me
encanta el sonido de tu risa, y tu sonrisa ilumina una habitación. Yo te veo con la
gente en el barrio y eres tan especial con todo el mundo. Todos ellos gravitan hacia
ti, y tratas a cada uno de ellos con verdadero interés y cuidado. Creo que esa es
una razón suficiente para amarte, pero luego haces esto. ― Él negó con la cabeza.

Francesca no estaba segura de cómo responder. Parecía agitado y ella no entendía


realmente lo que había hecho.

― Cariño, eres tan importante para mí, como lo soy para ti. Quiero cuidarte. No,
eso no es correcto. Tengo que cuidar de ti. Me importas, Stefano. ― Se sentó y
tendió la mano a él.

Bookeater
Shadow Rider
Se quedó mirando su mano durante mucho tiempo. ― Me hiciste un par de
preguntas de miedo, Francesca. Di un par de respuestas igual de miedosas. No te
inmutaste, pero vi en tus ojos que pensabas que no podría ser capaz de vivir con
esas respuestas. No estoy del todo seguro, te he podido dar tiempo hasta ahora,
pero me gustaría probar si eres capaz de dejarme. No puedo caminar lejos de lo
que hago, es demasiado importante. Sin embargo, debes tener una opción, por lo
que voy a tratar de ser un mejor hombre y darte eso a ti. Una oferta de una sola
vez. ― Podía ver que lo mató hacer la oferta. Lo mató. Mantuvo la mano extendida
hacia él.

― No podría dejarte incluso si quisiera. No sé cómo sobrevivir sin ti.

Él la miró durante otro latido del corazón y entonces él hizo caso omiso de la mano
y la llevó de vuelta a la cama. Fue un largo tiempo antes de que llegaran a su baño
o a los alimentos.

Bookeater
Shadow Rider

18

Francesca se despertó con su corazón agitado y la boca seca, con sabor


de la sangre en la boca. su lengua encontró el pequeño desgarro en el labio donde
se había mordido para no gritar y gritar como ella quería. Al instante sintió sus
brazos. Su muslo entre los suyos. Su cuerpo envuelto alrededor de ella,
manteniéndola segura. Stefano. Contuvo el aliento y llevó su olor a sus pulmones.

― Bambina.

Su voz era suave. Caliente. Tan suave que se volcó su corazón de nuevo. Una de
sus cosas favoritas para hacer con él era simplemente tumbarse en la cama y
escucharle hablar, sobre todo sobre el barrio y la gente en el. El afecto en su voz era
siempre crudo y real. Le encantaba especialmente estos momentos en la oscuridad,
rodeada de su cuerpo protector y su voz deslizándose sobre ella como el toque de
sus dedos. Sus caricias. Calmantes. Ahuyentando los restos de sus pesadillas.

Stefano siempre era amable con ella en medio de la noche cuando se despertaba, su
boca suave contra su piel, sus necesidades de controlarla mantenidas bajo control,
mientras que la consolaba.

― ¿Qué era?

― Él viene por mí. ― Su corazón todavía corría. Su estómago se sentía mareado.


Ella sabía que no había manera de que Barry Anthon se hubiera perdido la noticia
de que Francesca Capello estaba comprometida para casarse con Stefano Ferraro.

Bookeater
Shadow Rider
El anuncio estaba en todas las noticias. En las revistas. Televisión. El publicista de
Stefano manejó todo y se aseguró de que la información sobre el compromiso se
extendiera a lo largo y ancho.

― Esa es la idea, dolce cuore. Queremos que venga detrás de nosotros. Lo


queremos fuera de tu vida de una vez por todas. Eso significa sacarle. Dejarlo que
cometa un error.

― No se le puede subestimar, Stefano, ― advirtió, un escalofrío arrastrándose por


su espina dorsal.

Le acarició la caja torácica con las yemas de los dedos. Escribiendo su nombre,
rozando las letras hasta el bucle en la parte inferior de sus pechos. Pintó pequeñas
chispas de electricidad en todos sus pechos con suaves toques, sin prisas. Su mano
se movió de nuevo a la caja torácica y tiró hasta que rodó sobre su espalda.

Besó las marcas en su cuello y sobre el pecho, besos ligeros como una pluma para
eliminar todo rastro de la picadura del cuchillo.

El corazón de Francesca tiró con fuerza en el pecho a la vista de su cara tan cerca
de ella. Dios, era maravilloso. Imposible de resistir.

― Estoy tan enamorada de ti, Stefano, ― susurró. ― Por favor, se real. Por favor,
no me hagas daño. No creo que sobreviviera a ello. ― La admisión escapó antes de
que pudiera detenerla.

Sabía lo que le estaba revelando. Esos sentimientos frágiles que no podían evitar.
Stefano era más grande que la vida. Un recuerdo de una época pasada cuando los
hombres eran muy protectores de las mujeres y los niños.

En caso de que existiera un código significaba algo. Dar su palabra y mantenerla


era una cuestión de honor. Sus ojos azules ardían sobre ella como llamas gemelas,
robándole el aliento. Tan intenso. El deseo quemando. Hambre y posesión
estampada en las líneas sensuales de su cara.

Bookeater
Shadow Rider
― No hay nada más real que lo que siento por ti, Francesca, ― dijo en voz baja. Su
mano se movió de su garganta a la unión de sus piernas, su toque suave, sin prisas,
a diferencia de su habitual posesión áspera y salvaje. ― Lo que tenemos juntos. Me
llena, bella, hasta el punto que estoy a punto de estallar. Siempre he estado vacío, y
ahora tú me haces completo. No hay vuelta atrás para mí.

Stefano cambió su cuerpo, se extendió sobre la parte superior de ella para que su
espesa y pesada erección se encontrara en la cuna de sus caderas. Una rodilla
empujó para abrir sus piernas. Una mano agarró su pierna izquierda, la dobló y la
sacó en torno a él, abriéndola hasta él. Cada orden silenciosa fue suave. Insistente,
pero suave.

Su corazón dio un vuelco y luego comenzó a martillar, cada latido tronando en sus
oídos, corriendo a través de sus venas y golpeando en su clítoris.

Le pasó las manos por su pecho. Le encantaba la forma en que sus músculos eran
tan definidos, la forma en que ondulaban sugestivamente bajo la piel cuando se
movía. Como un tigre. Se estremeció. Sólo tocarlo envió calor a través de su cuerpo
y la mancha líquida la humedeció con la bienvenida.

― No hay ninguna vuelta atrás para ti, Francesca. Pase lo que pase, vamos a
enfrentarlo juntos. ― Inclinó la cabeza y la besó en la barbilla.

Mordisqueando su camino debajo de la barbilla a la garganta y acompaño cada


beso con una mordedura. Cada bocado hizo que sus caderas empujaran con
necesidad. Esto era un fuego lento, no el incendio forestal fuera de control que
siempre creaba. La quemadura en ella se hizo cargo, célula por célula,
estableciéndose antes de que ella fuera plenamente consciente de lo que estaba
sucediendo.

― Me reservo el derecho de protegerte, Stefano. ― Su mirada se movió sobre su


cara, fusionándose con esas llamas azules gemelas.

― Me encanta que realmente creas que necesito protección y que estés tan
dispuesta a intentarlo. ― Inclinó la cabeza contra su pecho, su cabello oscuro
acariciando sobre su piel desnuda. ― Cada momento que estoy contigo, bambina,
vuelvo a enamorarme con más fuerza. Es difícil para mí creer que eres real. Tu no
eres la única con un poco de miedo.

Bookeater
Shadow Rider
Su boca le hizo retorcerse. Recuperar el aliento. El sabía exactamente lo que estaba
haciendo con ella, la forma de llevarla de esa lenta combustión a una quemadura
caliente. Sus manos se movieron sobre su piel. Posesivo. Amoroso. Como una
Promesa. Así de tierno que trajo lágrimas a sus ojos. Su admisión sonó verdadera y
le hizo un nudo en la garganta. Su Stefano.

Besó su camino por su cuerpo, manteniendo ese ritmo lento, sin prisas, era más
intenso de lo que ella creía posible. Se sentía como si él la adorara a ella.
Mostrándole con la boca y las manos lo mucho que la amaba.

Stefano se tomó su tiempo, saboreando el sabor y la textura de Francesca. Era


imposible poner en palabras lo que sentía por ella. No tenía ni idea de que pudiera
sentir por una mujer lo que sentía cada vez que la tocaba. Infierno. Eso no era
exactamente la verdad. Sucedía cada vez que pensaba en ella, lo que era cada
minuto de cada día. Ella se estaba convirtiendo en su obsesión. No podía esperar
para estar en ella. En casa. Eso era lo que era para él. Una mujer que lo veía. Él besó
su camino hasta el interior de su muslo, sintiéndola temblar. Amaba su reacción
cada vez que la tocaba. La seda de la piel. El calor. El sabía que no debería estar
feliz por todas las mujeres que había tenido antes que ella. Él no podía recordarlas
y se habían vuelto insignificantes, pero estaba agradecido por la experiencia, por
ser capaz de darle a su mujer tanto placer.

Sus pequeños y suaves gemidos sonaban como música para él. Esperó a que su voz
se entrecortara antes de que él metiera la cabeza y acariciara ese dulce tesoro, entre
sus piernas. Sus caderas se movieron y él la inmovilizo, forzando sus muslos más
separados mientras inhalaba su aroma.

Ella era una sirena que le llamaba. Su mirada se deslizó por su cuerpo, bebiendo de
ella, devorándola. Podría una mujer ser más bella, y dispuesta para él, su cuerpo se
sonrojó, los pechos balanceándose con cada ondulación cuando ella se movía. Su
pelo estaba en todas partes, al igual lo amaba, esa nube de seda oscura se sentía
como el cielo contra su piel. Soñó con su pelo deslizándose sobre él cuando él la
tomaba lentamente. Rápido. De cualquier maldita forma que él quisiera.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿A quién perteneces, bambina? ― Pasó la lengua en ella, lamió las gotas de
naranja y canela con aroma de miel que se derramaba fuera de ella. Todo por él.
Cada pedazo único, sólo por él. No lo sabía aún. Ella estaba todavía recelosa de la
relación, no confiaba en nada de lo que sucedía tan rápido. Sabía que su familia era
mucho más de lo que le estaba diciendo. Sin embargo, ella estaba allí. Con él.
Comprometiéndose con él a pesar de su miedo. A acompañarlo durante todo el
camino. Estaba tan dentro de él, que no podía alejarse. Él quería que sus sombras
se fusionaran, algo peligroso a hacer si ella no era totalmente suya. Era un riesgo
en el que sabía, él podría perder todo. Él iba a terminar haciendo una sombra de sí
mismo, ya no un jinete, algo que había nacido para hacer. Todos los días que
estaban juntos de esta manera, tan íntima, sus sombras conectaban, comenzando el
sello entre ellos.

― Respóndeme, Francesca. ― Él usó su voz de terciopelo negro. La que nadie se


atrevía a desobedecer. La que ordenaba decir la verdad. ― ¿A quién perteneces? ―
Él hundió su lengua profundamente, porque no podía resistirse a ella ni a su
perfume un momento más. Sus manos apoyadas en sus caderas, en sus muslos.
Deslizándose sobre los rizos oscuros en la uve de sus piernas. Posesivamente. El
sabía exactamente a quién pertenecía.

― Stefano. ― Ella dijo su nombre en un jadeo, sus manos encontrando su cabello,


agarrándolo, tirando. Amaba la picadura de dolor. A su pene le encantaba,
también.

― Te pertenezco.

Cuatro palabras hermosas. Añadió un dedo a su apretada vaina y sus músculos se


contrajeron alrededor, bañándolo en líquido caliente. Se maravilló de que ella
pudiera tomarlo. Siempre se sentía demasiado apretada, sin embargo, era perfecta
para él.

― Así es, Francesca. Eres mía. ― Debido a que no podía vivir sin ella. Él no podría
nunca más volver a una de sus casas sin ella.

Se movió por su cuerpo, manteniendo sus muslos, doblando una pierna en la


rodilla para curvarse alrededor de su cuerpo, queriendo que lo encerrara apretado.
Él hizo lo mismo con la otra pierna para que su cuerpo lo acunara entre sus piernas
rodeado por sus muslos, los tobillos cruzados para retenerlo con ella.

Bookeater
Shadow Rider
Sacudió su pelo, y le tomó la boca de nuevo. Nunca sería capaz de resistirse a su
boca. Él amaba todo sobre ella. Lo suave. Como el terciopelo. Labios llenos. Su
sonrisa le quitaba el aliento cada vez. Ella tenía el más lindo hoyuelo, apenas allí,
que iba y venía cuando sonreía. Su sabor era exquisito. Adictivo. Besó su camino
por la barbilla y le dio un pequeño mordisco. Sintió que su cuerpo se estremecía
bajo su reacción. Su cuello era el siguiente. Le encantaba la forma en que ella se
arqueaba, dándole acceso, incluso cuando le mordió un poquito demasiado duro.
Era imposible no hundir sus dientes en ella. Ella era demasiado perfecta.
Demasiado para él. Todo lo que podía imaginar que querría en una mujer y mucho
más.

Sus manos acariciaron su espalda, las uñas mordiendo profundamente en sus


hombros. Su pene se sacudió, sus bolas se apretaron. Ella era perfecta. Putamente
perfecta. Adoró sus pechos, tomándose su tiempo, incluso cuando ella intento
empalarse a sí misma en él. Amaba eso. Le encantaba la forma en que lo
necesitaba. Sus ojos tenían ese esmaltado que permitía ver el hambre en ella. La
mirada que decía que había ido tan lejos que podía hacer cualquier con ella y que
lo dejaría, porque ella era tan salvaje por él como él lo era por ella.

Guió sus piernas arriba, por lo que se envolvieron alrededor de su cintura, dejando
al descubierto el centro blando de ella. Una flor. Acomodó la cabeza de su pene,
sintiendo la quemadura. Tan hábil con la bienvenida. Amaba eso también. Lo
mojada que estaba siempre para él. Como respondía a él. Ella era todo. Cuando un
hombre no había tenido nada en toda su maldita vida, no tenía dudas de las cosas
reales, cuando entraban inesperadamente en su mundo.

Él empujó lentamente en ella. Pulgada a pulgada en ese abrazo caliente. Viendo


como ella lo acogía. Viendo como lo tragaba su cuerpo. Era hermoso. Una
perfección de mierda. Su mirada en ella, enrosco los dedos a través de ella y
presiono sus manos unidas en el colchón. Nunca había sentido algo tan intenso
como lo hizo justo en ese momento. El cierre de su vaina estrangulando su gallo,
una prensa hecha de seda, el túnel tan caliente y apretado que le quitó el aliento. Se
movió lentamente. Él no quería. Él quería tomarla con fuerza, pero en ese
momento, no podía.

Bookeater
Shadow Rider
Él no podía hacer nada, atrapado en su hechizo. Hipnotizado por su belleza, por la
belleza de su cuerpo y lo que podría hacer al suyo. hipnotizado por su corazón, el
corazón que le pertenecía a él. Se encontró hipnotizado por los pequeños ruidos
que Francesca hacia en la garganta siempre que la convertía en salvaje. La forma en
que sus ojos se volvían oscuros cuando la lujuria la alcanzaba. Era muy consciente
de cada detalle, de cada movimiento. La forma en que inclinaba la pelvis para
llevarlo más profundo. La forma en que se levantaba a su encuentro, igualando su
ritmo exactamente. Aceptando cualquier ritmo que estableciera. Duro. Lento.
Amable. Rápido. Se entregó por completo a su cuidado.

― Así es, dolce cuore, ― susurró, sintiendo construirse en ella el desenlace, y


quemándolo de regreso. Ella estaba cerca. El enganche en su respiración, la
necesidad carnal primal grabada en su rostro. Tan hermosa. Toda suya. ― Dámelo
ahora. ― Él empujó orden en su voz, con ganas de sentir el pulso de su cuerpo,
agarrándolo firmemente, ordeñándolo. El ardiente roce y el calor abrasador
rodeándole. Aún no estaba dispuesto a dejarse llevar sobre el borde. Él quería más.
Mucho, mucho más.

Se quedó sin aliento cuando el clímax se la llevó, su mirada nunca vacilando sobre
la suya. Sus ojos se abrieron con una especie de descarga aturdida y su cuerpo se
estremeció y se ondulo con un potente orgasmo. Siguió moviéndose en ella,
cogiendo el ritmo, golpeando a través de su clímax, prolongándolo.

No podía evitarlo. Él se condujo más profundo, levantando sus caderas para él, los
dedos clavándose en su pequeño y perfecto culo en forma de corazón. Follándola
duro. Realmente duro. Ella le pertenecía a él. Cada pulgada de ella. sus orgasmos
le pertenecían a él. Su vaina de seda, tan fuerte que pensó que no sobreviviría a
través, cada vez que le rodeaba, que le pertenecía. Se enterró en ella una y otra vez.
Tomándola. Poseyéndola. Saboreándola. Su olor. La sensación de ella. Dio. Su
sabor, tan exquisito que era adicto y despertaba cada puta mañana con ella en su
lengua.

Bookeater
Shadow Rider
Envolvió su cabello alrededor de su puño, sólo porque él poseía el puto pelo,
también. Ella lo dejó, incluso cuando él se sacudió, tirando con fuerza, volviéndole
la cabeza para obligarla a seguir mirando su rostro. Se deleitaba en la visión de ella
debajo de él, clavada allí, incapaz de moverse, sus piernas alrededor de su cintura,
encerrándolos juntos, mientras que él la montaba con fuerza. Él pertenecía a ese
lugar dentro de ella. Ella era . . . suya, su casa. El hogar no era un lugar con cuatro
paredes. Hogar era una vaina apretada, abrasadoramente caliente hecha de seda.
Su casa eran unos ojos azules en los que podía ahogarse. Su casa era una piel suave
y una ansiosa boca, unas manos que le acariciaban y se clavaban profundo en la
pasión. Estaba en casa. Francesca. Él estaba cerca, tan cerca del final de su control.
Sentía el calor deslizándose por su espalda. Sus muslos. Sus bolas apretando. Ella
era hermosa, su cuerpo entero se sonrojó, con la boca abierta, jadeante, cantando
una canción irregular, una llamada entrecortada de su nombre.

― Mía. ― Él casi escupió la palabra. Diciéndola. Queriendo esa palabra marcada


en sus huesos. Queriendo su nombre grabado en lo más profundo de su alma. Ella.
Era. Suya. Su todo. Sus músculos se tensaron, apretando de nuevo, ese abrasador
tornillo de banco al que nunca se acostumbraría, eso se sentía tan jodidamente
bueno. El paraíso. Un exquisito dolor y placer unidos en perfecta armonía.
Obligándolo a explotar de forma que todo su cuerpo parecía venirse aparte.
Ordeñándolo hasta dejarlo seco.

― Francesca. ― Él respiró su nombre en reverencia. Su mujer. Esperaba que ella


sintiera lo que estaba tratando de mostrarle con su cuerpo. El amor no era la
palabra correcta, no cuando estaba todo. No cuando era tan intenso. Ella le acarició
el pelo, los ojos somnolientos. Saciada. Mirarla a los ojos le sacudió porque se
encontró ahogándose en su mirada azul, experimentando la emoción más
poderosa que jamás había sentido. Ella sacudió los cimientos de su mundo. Se
permitió derrumbarse sobre ella, hundiendo la cara en su cuello. La acarició allí. La
besó. La mordió tan suavemente como pudo, sintiendo su cuerpo estremecerse y
temblar alrededor del suyo mientras se deslizaba en ella una y otra. Reduciendo la
velocidad de nuevo. Llevándolos a los dos hacia abajo después de la prisa
estimulante.

Cuando por fin encontró la fuerza para retirarse, él la puso de lado, de espaldas a
él, frunciendo su cuerpo a su alrededor.

― Tengo que limpiarme.

Bookeater
Shadow Rider
― No. ― Él hizo un pedido. ― Esta noche te acuestas conmigo dentro de ti. ―
Tenía un deseo primitivo de poseer su cuerpo toda la noche. Esperó que
protestara. ¿Qué mujer no protestaría? Su simiente cayendo por sus muslos.
Haciendo una masa pegajosa. Ella tenía todo el derecho a protestar. Él cerró los
ojos y apretó su frente contra la parte posterior de su cabeza, en la masa de pelo
oscuro. Esperando.

Francesca se rió en voz baja, y el sonido bromeó cada uno de sus sentidos. Le hizo
indescriptiblemente feliz. Él levantó la cabeza, porque tenía que verla. Una mano
movió el manto de pelo, exponiendo la inclinación de su boca. Esa, dulce curva
suave.

― Eres una especie de hombre de las cavernas, a veces, Stefano. Pero es atractivo.
Muy, muy atractivo.

La calidad de su voz sin aliento rozó como dedos sobre su vientre, por lo que su
pene creció semiduro cuando debía simplemente sentirse saciado. Podía hacerle
insaciable. Ella ya lo sabía. Él estaba acostumbrado a tener un fuerte impulso
sexual, sobre todo cuando salía de los portales de las sombras, la adrenalina
corriendo por sus venas, pero ahora, pensaba en el sexo uno de cada tres segundos.
En relaciones sexuales con su mujer. Francesca.

― Me alegro de que pienses así, amore. Es necesario que vuelvas a dormir. Hay
que trabajar por la mañana. A no ser que . . . ― Se detuvo. Cuando ella no mordió
el anzuelo, suspiró. ― Puedes dejar de trabajar.

― No voy a ser una mantenida, Stefano.

Se quedó en silencio. Él quería quedarse con ella. Era necesario para él.

― Sabeas que yo soy inmensamente rico, ¿verdad? Mi familia tiene dinero. Tengo
dinero. Me gustaría mucho gastar en ti más que en nada ni en nadie más. ― Él
habló bajo, tratando de mantener un tono uniforme. Él sabía que el dinero iba a ser
un tema delicado con ella. Había estado sin hogar. Esta tenía una milla de ancho de
orgullo.

Bookeater
Shadow Rider
― Me compraste todo un guardarropa, cariño, ― dijo.

Su voz era tranquila. Casi suave. Se dio cuenta de que estaba tratando de ir de
puntillas por su orgullo. Aunque no lo lograra.

― Se trata de mi necesidad de hacer las cosas por ti, Francesca. Me hace feliz. No
tienes idea de cuan feliz. Nunca he tenido esto antes.

Fue difícil tomar la admisión, no con sus emociones asfixiándole. Estaba


agradecido de estar detrás de ella, su cuerpo cerrado alrededor de ella. Él apretó su
brazo alrededor de su pecho y empujó sus caderas más profundamente en ella. Ella
era tan suave. Increíblemente suave. Y cálida. Su pequeño culo perfecto empujó
contra él, y él cerró los ojos contra el rayo blanco que tiro a través de su pene a su
vientre.

― Voy a mantener mi trabajo, por el momento, Stefano. Me ayuda a aprender


acerca de todas las personas en el barrio. Creciste con ellos. Me gustaría llegar a
conocerlos. Puedo decir que te importan, les ayudas mucho. Si voy a ser tu esposa,
entonces ellos deben ser capaces de venir a mí para que pueda tomar algo de la
carga fuera de ti.

Su corazón se sacudió con fuerza en su pecho. La presión era fuerte, un dolor real.
Ella iba a ser su esposa. Él no aceptaría nada menos, pero saber que quería conocer
a la gente en su mundo para ella poder ayudarle lo redujo a una masa. No lo sabía,
y gracias a Dios por eso, pero lo tenía en la palma de su mano. Tenía todo el poder
en su relación. Probablemente siempre lo haría.

― Me estás matando, mujer. Ve a dormir. ― Debido a que no podía aguantar


mucho más.

― Aún no.

― Bambina, ― dijo en voz baja, barriendo el pelo de su cuello por encima del
hombro. Él apretó los labios contra su nuca desnuda.

Bookeater
Shadow Rider
― Ve a dormir. Si no lo haces, sabré que no hice bien mi trabajo. ― Él murmuró las
palabras contra su piel suave, sus dientes raspando suavemente hacia atrás y
adelante, el deseo de tomar un bocado golpeando fuerte en él.

― Y eso significa que voy a empezar todo de nuevo, que no me importa, pero voy
a conseguir lastimarte. Así que cierra esos ojos hermosos para mí y ve a dormir.

Ella suspiró. ― Me gustaría poder hacerlo, pero sigo pensando en la pobre chica,
Stefano. En aquella acerca de la que me dijiste. ― Él cerró los ojos. No tenía
derecho a darle detalles de sus tareas no importaba cuán molesto o perturbado
estuviera.

― Francesca, nunca debería haberte dicho sobre ella. No sé por qué lo hice. No
necesitas escuchar cosas por el estilo. Nunca. ― Él le acarició el cabello. Le
encantaba tocarla. El necesitaba putamente tocarla.

― Por supuesto que sí, ― protestó Francesca, acurrucándose más profundamente


en su almohada.

Le encantaba la forma en que su piel desnuda se deslizaba sobre la suya. Como la


seda. O satinada. Así de pecaminosa que él quería todo de nuevo. Su pene seguía
latiendo. Exigente. Él presionó más profundo contra su culo, encontrando el
pliegue ahí. Usó una mano para rodear su eje, cerrando los ojos contra el placer
barriendo a través de él.

― Cualquier cosa que te moleste, quiero compartirla. Quiero que seas capaz de
hablar conmigo sobre tu trabajo. Yo podría no ser capaz de hacer nada más que
escuchar, pero al menos puedo hacer eso. La cosa es, si estás leyendo informes
sobre esta chica, significa que estás pensando en alguna forma de ayudarla.

Se reunió con su declaración con el silencio. Volvió la cabeza para mirarlo por
encima del hombro. Dios. Si que era putamente hermosa. Sus ojos. La forma en que
lo miraba como si fuera el único hombre en el mundo. Enterró la cara en su pelo,
escapando de esa amplia mirada azul.

― Eres muy lista para tu propio bien, Francesca. Nos estamos metiendo en cosas
de las que no puedo hablar hasta que mi anillo este en tu dedo.

Bookeater
Shadow Rider
Ella parpadeó y luego volvió a apoyar la cabeza sobre la almohada, sus dedos se
cerraron en un puño junto a su barbilla.

― Tu anillo está en mi dedo, ― señaló, en voz baja.

Llegó a través de su cuerpo para levantar su mano izquierda, el pulgar


deslizándose sobre el anillo de compromiso. Él amó verlo en su dedo. La sensación
de que existía.

― Tienes que tener mi banda de boda aquí también. Así es como esto funciona en
mi familia, amore.

Francesca se quedó en silencio por un largo tiempo, y su corazón latía con fuerza.
No podía escapar. Simplemente no podía. Ahora no. Él no lo permitiría. Se quedó
tranquilo, con miedo de decir algo. Con miedo de no hacerlo.

― Stefano, sé que tu negocio no es legal. Yo lo sospechaba desde el principio, pero


me dijiste que su familia no vende drogas o armas de fuego y te creo. No me puedo
imaginar que estés involucrado en la prostitución o, peor aún, en la trata de
personas. ― Su corazón seguía agitado, la sangre retumbando en sus oídos.
¿Estaba haciendo un salto de fe o estaba a punto de mandarlo a la mierda? Se
mantuvo muy quieto, esperando a que terminara.

― Tu familia no es como la familia Saldi, en las noticias son sospechosos de todo


tipo de crímenes atroces. Pero a pesar de sus bancos, hoteles, discotecas e incluso
los casinos, estoy bastante seguro de que tu familia tiene un lado ilegal en algunas
de las cosas que hace. ― No toda su familia. Sólo la que le importaría a ella. Él
quería besarla, cubrir su boca. Pararla. En ese momento supo que ella podía
romperlo. Romperlo en mil pedazos y sabía que nunca se recuperaría.

No en esta vida. Se dio cuenta de que toda la tradición en su familia era verdad.
Los hombres Ferraro, cuando encontraban a la mujer adecuada, la amaban con
todo en ellos y lo hacían sólo una vez. Francesca era su única vez.

Bookeater
Shadow Rider
― Para estar contigo, puedo aceptar muchas cosas, Stefano, pero no el silencio. No
el ser mantenida en la oscuridad. Yo sé que no siempre hay justicia en el mundo.
Créeme, soy la prueba viviente de ello. No es como si cada vez que fuera a ir
corriendo a la policía creyera que me van a ayudar. Lo hice demasiadas veces. ―
Hizo un movimiento, como si fuera a poner distancia entre ellos. Él no estaba
permitiendo eso. El se negó. Él apretó el brazo por debajo de los pechos y la metió
en su costado, empujando su pene en la hendidura de sus mejillas redondeadas,
profundo, afirmando ser parte de ella por su propio bien. Haciendo una
declaración. Se calmó, pero no detuvo la tensión de bobinado apretando en su
estómago.

― Esta chica. De la que leiste. No sé por qué la gente viene a ti en busca de ayuda,
pero si puedes conseguir sacarla de esa situación, estoy detrás de ti al 100 por
ciento. ― Volvió de nuevo la cabeza para mirarlo por encima del hombro. Sus ojos
azules estaban a oscuros. Hermosos. Llenos de posesión y orgullo. Por él. Mierda.
Ella lo estaba matando, llevándolo encima, una rebanada de su alma en una hora.
Su pene se endureció hasta que pensó que podría romperse. O tal vez su corazón
iba a fragmentarse en un millón de piezas.

― Y, Stefano, no me importa cómo haya que hacerlo, legal o de otro tipo. Sólo le
ayudarás si se puede. ― Un suave decreto. Una aceptación. Su corazón casi estalló.
Se agachó y cogió sus caderas, tirando de ella en su posición, con una mano
deslizándose entre sus piernas. Ella estaba llena de él. Llena con él. Con la mancha
de ambos. El levantó una de sus piernas y apenas se deslizó a casa, se enterró
profundo. Se alojó, plantándose tan profundo como era humanamente posible
mientras que la sujetaba a él. Mientras que él enterró la cara en el último trozo de
su grueso cabello oscuro. No hizo ningún movimiento, sólo se quedó bloqueado en
ella. Enterrado en ella, donde él quería vivir. En su casa.

― ¿Stefano? ― Su voz acariciaba su piel. Derretía sus huesos. ― Cariño, tienes que
moverte. No puede burlarse de mí con esto. ― Se encontró sonriendo como un
idiota. Si sus hermanos lo vieran ahora se burlarían, y a él no le importaría. Estaba
agotada, tenía que levantarse temprano y tenía una poca demanda en su voz que
era sexy. Tan caliente, su mujer. Tan putamente caliente. Él accedió y le dio
exactamente lo que quería. Era más, le daría el mundo cada vez.

***

Bookeater
Shadow Rider
Francesca se despertó con los primeros rayos de luz que invadieron el dormitorio.
Ella supo al instante que estaba sola y por un momento su corazón dio un vuelco
en protesta. Hundió la cara en la almohada. El aroma de Stefano persistía en la
habitación. En ella. Sobre ella. Se estiró y los músculos protestaron deliciosamente.

A ella le gustaba eso. A ella le gustaba pertenecerle. Saber que su marca estaba en
ella y que cada vez que daba un paso, ella le sentiría dentro de ella. Se sentó,
tirando de la sábana con ella cuando se dio cuenta que no tenía ropa. Parpadeando,
ella empujo el pelo cayendo alrededor de su cara y por la espalda. La habitación
estaba impecable. Stefano había recogido sus ropas dispersas. Ella se encontró
riendo mientras se abría camino hacia el baño principal. Ella estaba feliz. No había
esperado ser feliz de nuevo. No después de haber perdido a sus padres. No
después de perder a su hermana. No después de que Barry Anthon había
comenzado su campaña para tomar todo de ella.

El agua estaba caliente, de la forma en que le gustaba. Se vertió sobre ella,


calmando el dolor en sus músculos. Stefano siempre, siempre se aseguraba de que
encontrara nada más que placer absoluto en sus brazos, pero no era un amante
suave. Podía serlo a veces, pero era raro. Suave por lo general se convertía en
bruto. Duro. Ella amaba lo áspero y duro con él; todo en absoluto, todo lo que
quería hacer, ella estaba totalmente dentro. A él le gustaba poner su marca en ella.
Ella amaba esas marcas de posesión, pero a veces su cuerpo protestaba. El agua
caliente se encargó de eso, dejándola con una sensación de felicidad pura.

Se vistió con cuidado en una de las muchas faldas que Stefano le había comprado.
Tenía muy buen gusto para la ropa. Estaba bastante segura de que había visto esta
falda en particular, en la ventana de los tesoros de Lucía. Era de un azul real, de un
material exquisito. Fluido. Un pañuelo doblado. La falda caía abajo en las caderas y
la parte superior en coincidencia, era del mismo material, un corsé en zigzag con
una cuerda atravesando por los ojales azul real y atada encima de la parte
delantera. Le encantaba la forma en que se estrechaba en su caja torácica y
destacaba su pequeña cintura.

Bookeater
Shadow Rider
Tenía curvas en las caderas y los pechos y, en lo que a ella le concernía, estaba
demasiado gorda, pero el corte de la falda y la blusa a juego era favorecedor. Le
encantaba la forma en que el material de fieltro, se agitaba alrededor de sus piernas
y caía sobre sus caderas en un efecto atractivo. Añadió botas de gamuza suave y se
dejo el pelo recogido en una nube de sueltas olas oscuras. En la tienda de
comestibles tendría que tirar de él, para trabajar alrededor de la comida, pero
quería tener buen aspecto cuando besara a Stefano para decirle adiós. Su suéter era
de encaje, un modelo complejo, suave y cálido, con minúsculos botones subiendo
por la parte delantera.

Dándose una última mirada en el espejo, Francesca salió al pasillo y se dirigió


hacia la sala. Inmediatamente escuchó la voz de una mujer. Baja. Furiosa. Llena de
desprecio, represión y enfado. No era una rabia caliente, sino fría, como una
serpiente viciosa, en espiral y lista para atacar.

― ¿Tienes alguna idea de quién es esta mujer? Deberías haberla investigado antes
de que permitir que los medios de comunicación obtuvieran fotos tuyas con ella.
Mi Dios, Stefano, ha estado en una instalación para enfermos mentales. Ella va a
arrastrar nuestro buen nombre por el lodo, y tu le dejaste.

Francesca dejó de moverse al instante, una mano yendo protectoramente a su


garganta, las piernas como caucho. Esa voz fría estaba hablando de ella. No había
ninguna duda de ello. Había estado encerrada durante setenta y dos horas.

― Ellos dicen que esta desequilibrada mental es un buen polvo, ― continuó la voz,
el desprecio profundizándose. ― Pero yo prohíbo esto. Nuestro nombre significa
algo, y sólo porque no puede mantener tu pene en tus pantalones . . .

― Eloisa, ya es suficiente. ― Francesca se encogió ante el tono de la voz de Stefano.


Él estaba enfadado. No era su costumbre, pero estaba enfurecido, el enfado fuera
de control; esta era una voz ardiente, de miedo, muy baja, lo que indicaba que era
extremadamente peligroso.

― Soy tu madre. . .

Bookeater
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― No. ― Su voz era un látigo, arremetiendo con saña, Francesca no había sabido
que fuera capaz de eso. ― Has perdido el derecho a llamarte a sí misma mi madre
hace mucho tiempo. Nunca has jugado ese papel, y ahora no es el momento para
empezar. No sabes nada acerca de mi relación con Francesca.

¿Llamó a su madre por su nombre de pila? ¿Eloisa? Era evidente que había una
enorme brecha entre madre e hijo.

Stefano, era un hombre que creía en proteger las mujeres. Estaba arraigado en él.
En su esencia misma. Por eso la sorprendió que algo hubiera salido mal en su
relación, que Stefano tuviera una falta de respeto con su madre. Había tenido
algunas pistas. Él no la había incluido a ella o a su padre en la reunión con sus
primos cuando le había preguntado acerca de Barry.

― Yo sé que se te está acabando el tiempo y que viste a una mujer que es


compatible contigi y lo que eres. Sabes que en un par de años tendrás que hacer un
matrimonio de conveniencia, por lo que tomaste la primera que viste, ya que tienes
que estar en control. ― La voz de Eloisa destilaba sarcasmo. También sonó con
honestidad.

Francesca colocó una mano en la pared para mantener el equilibrio. ¿Qué


significaba eso? ¿Un matrimonio de conveniencia? ¿Por qué Stefano tendría que
casarse con alguien? Eso no tenía sentido. Él podría elegir a cualquier mujer. Él era
precioso, tenía un montón de dinero, así como un millón de otras razones por las
cuales una mujer lo querría. ¿Qué quería decir Eloisa? ¿Compatible contigo y lo
que eres? ¿Que tenia Stefano que cualquier mujer no sería compatible con él?

― Lo que decida hacer o con quien lo hago no es tu problema.

Nudos en espiral oprimieron el vientre de Francesca. Stefano no estaba negando


cualquier cosa que su madre le hubiera dicho. Él estaba protestando por su
derecho a decidirlo él.

― Esta familia es mi problema. He dado toda mi vida por ella, y no voy a dejar que
tu deseo sexual o tu necesidad de probar ante mí o ante su padre que eres el que
tiene el control, no nosotros, lo arruine todo.

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― Le he dado mi vida a esta familia, ― dijo Stefano, bajando la voz aún más. Su
tono hizo que Francesca sintiera un escalofrío. Ella podía sentir el calor de su
temperamento llenando la habitación a la deriva por el pasillo hacia ella. No se
habría sorprendido al ver las paredes curvándose hacia afuera en un esfuerzo por
contener su temperamento. Nunca, nunca desearía que se enfadara con ella.

― Mi deseo sexual no es tu problema y nunca lo será. Yo soy el que tiene el control


de la familia, no tu y no seas tan estúpida como para ponerme a prueba, Eloisa. No
me escuchaste cuando te dije lo que sucedería si enviabas a Ettore a los tubos. Te
dije que era demasiado joven y demasiado sensible para ese tipo de trabajo, pero
sólo querías tirar su rango sobre mí porque no querísa que la familia supiera que
no sabías nada acerca de tus hijos y todos estaban allí. Los otros te dijeron. Ricco,
Giovanni, Vittorio, diablos, incluso Taviano y Emmanuelle. Todos nosotros. Pero
sólo tenías que probar tu punto. Mi hermano pequeño. Yo fui el que lo cargó en
brazos. Yo fui el que se levantó por las noches para alimentarlo y cambiarlo. No tu.
Lo recogí cuando lloraba y lo hacía de nuevo dormir.

― Era débil, ― dijo Eloisa en un hilo de voz. ― Tenía que ser un hombre. Traté de
hacer de él un hombre. Tú lo mimaste demasiado. Siempre lo has hecho.

― Él era diferente, Eloisa, pero te negaste a verlo, debido a que Dios no lo quiera,
tu y tu marido, no podían producir un niño menos que perfecto. Ahora Ettore está
muerto.

El corazón de Francesca se rompió por Stefano. Había verdadera tristeza en su voz.


El dolor que un padre sentiría por la pérdida de un niño. Dio un paso hacia la sala
de estar, necesitando consolarlo.

― He conocido a los padres de Barry Anthon desde hace algún tiempo, Stefano. Él
viene de gente buena, ― Eloisa continuó, como si simplemente no hubieran estado
discutiendo la pérdida de su hijo.

Bookeater
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― Esta mujer desequilibrada como llama Barry a su prometida, lo acusó de
asesinar a su hermana, ¿sabías eso? Es absolutamente absurdo. Tiene un historial
policial. Es una criminal, así como una paciente mental. Dale dinero para que
desaparezca. No es la única jinete en el mundo. Están ahí fuera. Sólo tienes que
mirar a su alrededor un poco. Dios, Stefano, al menos admite que no te hubieras
fijado en ella si no fuera un jinete. Se honesto contigo mismo y conmigo.

― Eso puede ser cierto, Eloisa, ― dijo Stefano. ― Pero yo la vi a ella.

Francesca cerró los ojos. Había oído lo suficiente, mucho más de lo que quería oír.
La razón de Stefano buscándola no había sido la compasión porque ella no tenía
un abrigo. Tampoco era porque se hubiera sentido atraído por ella. Sea cual fuera
lo que significaba ser un "jinete" era su verdadera razón para ir tras ella. Para
pedirle que se casara con él.

Cerró los ojos para contener las lágrimas ardiendo en su garganta y detrás de los
ojos. Sólo tenía que salir de allí con un poco de dignidad y entonces podría resolver
el problema. Francesca respiró, caminando por el pasillo.

― Cariño, tengo que irme. Voy tarde. Yo te texteare cuando llegue al trabajo. ―
Salió de la sala e hizo casi todo el camino hasta el ascensor antes de que se "fijara"
en que Stefano tenía compañía.

― Oh. Siento interrumpirte. ― Esbozó una sonrisa falsa a Eloisa y dio los cuatro
pasos que le faltaban hacia el ascensor y lo convocó con una punzada de su dedo.

― Francesca, ― Stefano llamó, y dio un paso hacia ella.

Afortunadamente las puertas se abrieron y se metió en el ascensor y rápidamente


cerró las puertas en su cara. Él lo sabía. El sabía que había oído todo. Estaba escrito
en su rostro. No le importaba. Prácticamente corrió al salir del hotel. Para su
consternación Emilio y Enzo estaban esperando por ella. Emilio abrió la puerta del
coche y se deslizó en el interior, orando porque Stefano no lo llamara hasta
después de que él hubiera terminado de trabajar. Su prometido todavía tenía que
tratar con su madre, y confiaba en que le tomara un tiempo muy largo.

Bookeater
Shadow Rider
19

Francesca resolvió no hacer nada precipitado. Stefano había sido


bueno con ella. Había siempre honestidad en su contacto. En su voz. Se metió la
uña del pulgar entre los dientes y la mordió, tratando de conseguir ver más allá del
dolor. Nunca se había sentido lo suficientemente buena para Stefano. Que no
estaba en él, que estaba en ella. Las lágrimas ardían cerca, pero no se atrevía a
dejarlas salir. En cualquier momento el teléfono de Enzo o de Emilio sonaría y
Stefano les ordenaría dar la vuelta y llevarla de vuelta. Un poco histérica decidió
saltar del coche si eso ocurría. Ella no iba a volver. . . No hasta que hubiera tenido
tiempo de pensar en esto.

Podía ir donde Joanna por la noche. Sólo sentarse tranquilamente en donde la


abrumadora e intimidante presencia de Stefano, no nublara su juicio. Su dedo se
dejó caer al anillo que le había dado. Tan hermoso, como él.

El coche se detuvo junto a la acera y estaba fuera antes de que cualquiera de sus
guardaespaldas pudiera salir. No miró a ninguno de ellos, solo se precipitó en la
seguridad de la tienda. Pietro esperaba detrás del mostrador. Él la miró cuando
ella entró, una extraña expresión en su rostro. Él ya estaba llenando los estantes.

― Lo siento, llego tarde, ― pidió disculpas a toda prisa, rodeando el mostrador,


más para mantener a Emilio y a Enzo de espaldas al coche. Miró por la ventana.
Efectivamente, Emilio estaba en su celular, sus ojos en ella a través del cristal. Su
corazón comenzó a latir con fuerza. Apretó los dientes. No iba a ser empujada
alrededor.

― Tienes el día libre, Francesca, ― Pietro anunció de forma inesperada. ― No voy


a necesitarte.

Bookeater
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Se quedó inmóvil, con la mano en la garganta en un gesto defensivo. Barry Anthon
había hecho su movimiento.

― Pietro, ― comenzó. ― Todo lo que te dijo, simplemente no es cierto. Tu has


llegado a conocerme. . .― No mendigaría. Simplemente no esperaba que el tío de
Joanna aceptara las palabras de Barry sin al menos darle una oportunidad de
defenderse a sí misma.

― Chica, ¿De qué estás hablando? Tu hombre llamó, y él te necesita hoy. No tengo
ningún problema en llamar a Aria o a cualquier otra persona si Stefano te necesita.
Trabajas duro, Francesca. No esperaba que volvieras después de que te
comprometiste y realmente aprecio que lo hicieras, por lo que un día o dos de
descanso aquí o allá no es un problema.

Stefano le había llamado. El alivio de que no hubiera sido Barry era enorme, pero
todavía no iba a permitir que Stefano la empujara a su alrededor. La puerta se
abrió y entró Emilio y Enzo, plantándose de pie justo en el interior, los brazos
cruzados sobre el pecho.

― Vamos, Francesca, ― dijo Emilio. ― Stefano te quiere en casa.

Su barbilla subió. Cómo se atrevía a ordenarle ir a su casa.

― Particularmente no me importa lo que quiera Stefano ahora, Emilio. Estoy


trabajando. ― Se volvió a Pietro. ― Si no quieres que trabaje en este momento, no
hay problema. Tengo otras cosas que hacer. ― No tenía ni idea de lo que eran esas
otras cosas, pero ya se le ocurriría algo.

― Francesca. ― Emilio se enderezó, con todo el aspecto de un verdadero Ferraro.


Puede que no tuviera el mismo nombre, pero podría ser intimidante cuando elegía
serlo. Había una advertencia en su voz.

― No. ― Ella se mostró inflexible. ― No voy a volver allí. ¿Pietro? ¿Me necesita
hoy o no? ― Pietro vaciló, mirando inquieto a Emilio y Enzo. Deseo
inmediatamente no haberle puesto en tal posición. Puso una mano conciliadora en
su brazo.

Bookeater
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― Olvidé que habías dicho que ya habías llamado a Aria. Eso es estupendo. Tenía
algunas cosas que quería hacer de todos modos. Me dará tiempo para conseguir
que se hagan.

Pietro pareció aliviado y él le dio unas palmaditas.

― Habla con Stefano primero, Francesca. Lo que sea que esté sucediendo entre
ustedes, confía en él para aclararlo.

Confianza. Realmente se reducía a la confianza. Eso y sus inseguridades. Sin


embargo, ella quería tomar algún tiempo para pensar las cosas hasta el final. Eso
no debería ser pedir demasiado, incluso de un hombre muy decisivo como Stefano.

Ella hizo un gesto a Pietro, le dio un poco de onda alegre y marchó por el centro de
Emilio y Enzo. Enzo abrió la puerta para ella y ella se alejó del coche, hacia los
tesoros de Lucia. Le gustaba mucho Lucía y Arno. Le encantaba la ropa que
vendían. Estaba mucho más allá de su bolsillo, pero mirar era siempre divertido.

Enzo se puso delante de ella y Emilio se puso detrás de ella, ella en la mitad, cerca
del lado del edificio.

― Francesca, entra en el coche, ― dijo Emilio.

― No va a suceder. ― Se encontró en plena ebullición, agradecida por tener un


objetivo. ― Stefano Ferraro no me dice qué hacer. Él no lo hace.

Enzo negó con la cabeza.

― Nena, no luches batallas que no puedes ganar. Háblalo con él. Lo que sea que
paso esta mañana, lo que te haya molestado, necesita ser hablado.

Ella lo miró. ― En primer lugar, no es asunto de nadie lo que pasó esta mañana. En
segundo lugar, tengo todo el derecho de resolver las cosas a mi manera. Y voy a
hacer eso. ― Dio un paso para conseguir pasar alrededor y él la bloqueó con su
cuerpo mucho más grande, cortándola por lo que fue empujada casi en su
totalidad contra la pared.

Bookeater
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― Un paso atrás. No me puedes obligar a ir contigo. ― Enzo echó un vistazo a
Emilio y luego a la calle.

Francesca siguió su mirada y su corazón se hundió. Por supuesto que sólo estaban
ganando tiempo, discutiendo con ella, y cayó justo en su trampa. Stefano caminaba
hacia ellos, con todo el aspecto de un peligroso depredador acechando. Se acercó
hasta Francesca, hasta que la estrechó, desplazando su cuerpo, envolviendo un
brazo posesivamente alrededor de su cintura y tirando de ella apretada a su lado.
Encerrándola con una fuerza enorme a él, así no había duda en su mente de que, si
se esforzaba, la sometería inmediata y fácilmente.

― Gracias Emilio, Enzo.

Stefano asintió hacia ellos y se alejó del coche y comenzó a caminar en la dirección
en que había elegido ir, llevándola con él.

― No querías volver para dejar que me explicara. ¿Estabas huyendo de mí?

No podía decir si había una nota de dolor en su voz o no. Su tono la preocupaba, y
echó un vistazo a su cara. Su máscara estaba en su lugar. La única miedosa.

― No. Yo estaba tratando de arreglar las cosas en mi cabeza.

Se detuvo bruscamente y le cogió la barbilla en la mano.

― Si quieres solucionar un problema conmigo, dolce cuore, lo haces conmigo.

― He tenido que ir a trabajar, ― murmuró, porque podría tener un punto.

―Tonterías, Francesca. Has oído la basura que vertió mi puta madre, te lastimó y
no lograste entender ni la mitad de lo que dijo y corriste como un conejo.

Bookeater
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Ella lo miró. ― Yo no lo hice. Estaba herida, sí. Y tienes razón. No tenía idea de lo
que estaba hablando cuando dijo que era un 'Jinete' y que había tomado la primera
que viste. O que debías conformarse con un matrimonio de conveniencia si no te
casas conmigo. Nada de eso tenía sentido. ― La única cosa que realmente había
entendido era que Stefanos había perdido a un hermano que amaba y le echó la
culpa de ello a su madre.

― Háblame de tu hermano, ― dijo.

Tomó aliento, su cara oscureciéndose. Apretó la mandíbula. Sus ojos estaban vivos
con el dolor, pero sus características mantenían una máscara inexpresiva. Empezó
a caminar de nuevo, y metió a Francesca con fuerza a su lado. Caminaron de largo,
mientras estaba segura de que no iba a responder. Ellos habían caminado una
cuadra entera, más allá de los tesoros de Lucia y de la Pizzeria Petrov, y luego
hasta la mitad de otro bloque antes de que se aclarara la garganta.

El brazo de Stefano la apretó hasta que casi no podía respirar, pero no protestó. En
cambio, descansó su palma de la mano sobre su estómago muy relajado. Debajo de
su traje de tres piezas a rayas, sintió los músculos en ondulación.

Emilio y Enzo ellos les seguían, lo suficientemente cerca para ayudar en caso de
que algún problema se presentara, y a una distancia lo bastante discreta que
Stefano y Francesca no pudieran hablar en privado.

También fueron capaces de disuadir a otros de ir hasta Stefano y Francesca


simplemente sacudiendo sus cabezas. Era vagamente consciente de ellos y de lo
que estaban haciendo, pero, sobre todo, se concentró en Stefano, deseando hablar
con ella.

Bookeater
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― Ettore nació once meses después de Emmanuelle. En nuestra familia es
necesario tener varios niños. Mi madre no es del tipo maternal. No quería más
niños, y desde luego no queria estar casada con un hombre al que no amaba. Su
matrimonio fue arreglado. Mi padre es un hombre que es muy difícil de explicar.
Él tiene un gran ego. Él es guapo y lo sabe. Con el tiempo, empezó a tener
aventuras. Él era discreto, pero las tenía. No prestó atención a ninguno de
nosotros. Creo que tener niños agobiaba su estilo. Si una mujer era demasiado
pegajosa, mi madre tendría una charla con ella. Su extraño estilo de vida no dejó
mucho espacio para cualquiera de nosotros. ― Ella no cometería el error de tenerle
simpatía. No podía imaginar crecer de esa manera. Sus padres se habían querido,
al igual que a ella y a su hermana. Cuando murieron, Cella se había encargado y
dado el mismo amor incondicional.

― Vi lo que tenían mis primos. Mis tíos amándose unos a otros y a sus hijos.
Intentaron que fuera mejor para mí, para nosotros, pero no podían estar en nuestro
hogar 24 horas los 7 días. Así que decidí que me gustaría hacer un hogar para
nosotros.

Ella sabía que lo había hecho. Se veía en la forma en que sus hermanos y hermanas
reaccionaban a él. Se querían los unos a los otros. Eran una familia muy unida con
Stefano en el timón.

― Ettore tenía problemas respiratorios desde el momento en que nació. Era


pequeño y sus pulmones no estaban desarrollados. Él estuvo en el hospital durante
dos semanas. Mis padres fueron a verlo dos veces. Tía Ráchele y Tía Perla, no las
has conocido todavía, solamente a sus hijos, me llevaron diariamente a verlo. Las
enfermeras me dejaron poner mis manos en los guantes y tocarle. Finalmente lo
pude cargar. ― Tragó saliva y la miró a ella.

Francesca le apretó la mano con más fuerza contra su abdomen, haciendo coincidir
sus pasos debido a que había empezado a caminar más rápido. Podía ver que se
dirigían a un pequeño parque en el centro del barrio.

― El simplemente nunca llegó a ser fuerte. Mis padres eran extra duros con él. Te
lo dije, era necesario entrenar desde los dos años. Se negaron a darle más tiempo.
Ni siquiera pasaron algún tiempo con él, y si entraban en contacto, se irritaban.
Aprendió muy rápido a mantenerse fuera de su camino y mis hermanos y
Emmanuelle le ayudaban a desviar su atención de inmediato si lo veían.

Bookeater
Shadow Rider
― No entiendo. ― Francesca no pudo evitar romper su silencio. ― ¿Por qué
estarían irritados por un niño? ― Había verdadera confusión en su voz, ya que no
tenía sentido para ella. El niño, obviamente, necesitaba amor y atención, no
molestia o enojo.

― No era perfecto, Francesca. En mi casa, al crecer, se buscaba nada más que la


perfección. Nuestra formación. Nuestra educación. Nuestra capacidad de hablar
idiomas. Teníamos que ser no solo buenos en todo, sino muy buenos. Ettore lo
intentó, pero no pudo mantener el ritmo. Todos tratamos de ayudarlo, su tutor,
trabajaba con él en el entrenamiento físico, pero estaba siempre detrás. Y las artes
marciales y el boxeo tomaron un peaje en su cuerpo.

― ¿Cómo? ¿No se podía fortalecer?

Sacudió la cabeza. ― Él no sanó los inevitables golpes y lesiones que obtuvimos. Él


fue lento en otras cosas también, cosas que eran necesarias en nuestro trabajo.
Traté de hablar con mis padres de él, pero no me escucharon. Era demasiado
sensible para nuestro tipo de trabajo. ― Ella aún no sabía lo que era su tipo de
trabajo, pero si ayudar a una chica de diecisiete años de edad que estaba siendo
abusada terriblemente era algo que lograban, estaba bastante segura de que sabía
lo que esto significó para Stefano, incluso recordar estas cosas hacían que si
corazón doliera por Ettore.

― Eso es tan terrible, Stefano. Tendría que haber sido protegido. ― Ella quería
envolver sus brazos alrededor de él y mantenerlo apretado. Sabía lo que era la
pérdida por experiencia. Stefano amaba obviamente a su hermano mucho. Más
bien como un padre con un hijo en vez de un hermano.

― Debió haberlo sido, pero cuando tenía dieciséis años, mis padres insistieron en
que se activara. Llegamos a una lucha terrible, pero impusieron su rango sobre mí.
Ettore murió. Fui a buscar su cuerpo y lo llevé a casa yo mismo. Nunca permití que
tomaran de nuevo una decisión respecto a cualquiera de mis hermanos después de
eso. ― Hubo acero en su voz.

Bookeater
Shadow Rider
Los padres. Así fue como se refirió al hombre y a la mujer que le habían dado la
vida. Stefano amaba a su familia. Sus dedos se cerraron en su chaleco, y volvió la
cabeza para presionar un beso en su costado, sin tener en cuenta el hecho de que
tenían muchas más cosas para hablar. Le dolía el corazón por él. Tuvo que
parpadear las lágrimas de simpatía y tragar el terrible nudo que se había formado
en su garganta.

Miró hacia abajo a su cabeza inclinada. ― Amore mío, eres demasiado blanda para
estar sin mi protección. Cuando estes molesta o herida, o no entiendas algo, confía
en mí. Háblame. Vamos a estar juntos toda la vida, y no quiero que vuelvas a tener
miedo o estés herida y no vengas a mí. Cuando escuches un montón de cosas feas.

Habían entrado en el parque y la guió hacia un banco. La lluvia había dejado todo
flamante y brillante. Se detuvo, dando un paso delante de ella, inclinando su rostro
hacia él. ― Vivimos nuestras vidas en el punto de mira por un poco de tiempo y
cuando es necesario. La gente puede ser muy fea. Tienes que confiar en mí para
cuidarte y protegerte. Tienes que creer en nosotros. ― Su pulgar se deslizó sobre
su labio inferior y luego lo acaricio de ida y vuelta sobre su barbilla.

― Yo no huía, Stefano, ― ella negó suavemente. ― Sólo necesitaba tiempo para


procesar todo.

Él asintió con la cabeza como si comprendiera. ― No es posible procesar sin tener


los hechos, Francesca.

Sus dedos se cerraron alrededor de la nuca de su cuello, su pulgar barriendo la


mejilla como si no pudiera tener suficiente de su piel.

― Fue un shock para mí, escuchar las cosas que dijo.

― Estoy seguro de que eso es cierto, bambina y ella es muy crítica y exigente. Por
encima de todo, ella quiere el nombre Ferraro puro.

Bookeater
Shadow Rider
Su corazón se apretó con fuerza en su pecho. Tan duro que era doloroso. Había
suficiente escándalo ligado a su nombre para hundir a todo un continente de
Ferraros. Stefano tomó su cara suavemente entre sus manos, doblándose de
manera que su frente tocó la de ella, su respiración en ella, respirando por ambos.

― Nos las arreglamos para crear suficiente escándalo nosotros mismos sin
nuestras mujeres preocupándose por que podrían no ser lo suficientemente
buenas. Te quiero. Me encanta todo sobre ti. Me haces feliz. No es porque seas un
Jinete, es porque eres tú.

Ella tragó saliva. Allí estaba. La palabra "Jinete". Algo sobre lo que su madre habló
y que era verdad, aunque oyó el anillo de honestidad en su voz.

― ¿Te habías dado cuenta de que era un jinete? ― Preguntó.

― Por supuesto que sí, dolce cuore, ¿cómo podría no hacerlo, cuando tan pocos se
cruzan en nuestro camino? Pero una vez que nos conectamos, una vez que estuve
cerca de ti, yo lo supe.

Dio un paso más cerca de él, con las manos dentro de la chaqueta y debajo de su
chaleco para agarrar su camisa. Quería tocar su piel desnuda, para ser absorbida
por él. Derretirse directo en él. Dado que no era una opción, se acercó para rizar
sus dedos en su camisa y sentir el calor saliendo de él. Había una gran cantidad de
calor.

― ¿Me va a explicar lo que es ser un Jinete? ― Stefano levantó la cabeza, sus


manos se deslizaron de su cara de mala gana. La giró hacia el banco, y Francesca se
dejó caer sobre el hierro forjado.

Estaba fría hasta que se sentó junto a ella y la tomó en sus brazos. Le gustaba estar
cerca de ella. Insistía en tocarla cuando estaba cerca. A ella le gustaba eso. Mucho.

― Una vez que te lo diga, no hay vuelta atrás de ello. Eloisa fue. . . indiscreta.
Nunca debiste de haber oído ese término.

Bookeater
Shadow Rider
― Tienes un montón de secretos, ― observó Francesca.

Se quedó en silencio, algo de miedo trabajando en las profundidades de sus ojos.

― ¿Te asusta?

― Todo en ti me asusta, Stefano, pero eso no parece importar. Todavía estoy aquí.
Quisiera trabajar esto por mi cuenta.

― Trabaja esas cosas conmigo, ― dijo Stefano con firmeza. ― Tiene que ser así, ―
añadió rápidamente cuando ella se agitó en señal de protesta. ― Una vez que
conozcas todos los secretos, tienen que seguir siendo secretos. No puedes hablar de
ellos con Joanna o con cualquier otra persona que no sea familiar directo. Estamos
cerca por una razón. Nosotros dependemos unos de los otros. Tenemos que
hacerlo. ¿Puedes aceptar eso, Francesca?

― Quiero una familia, Stefano, y me gusta la forma en que la tuya es tan cercana,
así que sí, eso es una tarea fácil de aceptar.

La tensión no había salido de su cuerpo. Podía sentirla allí, en espiral y lista para
atacar, para protegerlo. Pero ¿de qué? ¿De ella? Stefano se movió de repente, le
paso un brazo por debajo de las rodillas, y el otro alrededor de su espalda. Él la
levantó con facilidad y la sentó en su regazo, sus brazos rodeándola. Reconoció el
movimiento como la agresividad, reclamándola, en lugar de dulce. Su corazón
comenzó a latir con fuerza.

― En nuestra familia es necesario que alguien como yo produzca hijos, si es


posible. Aquellos niños tienen que ser creados con otra persona como yo.

― Un jinete. ― Ella suministró el término que él era tan reacios a utilizar.

Bookeater
Shadow Rider
El asintió. ― Sí. Otro jinete. Cuando dije niños en plural, quiero decir que
tendríamos que tratar de tener una gran familia. ― Suspiró. ― No sé porque te
estoy tomando el pelo. Quiero una familia grande, y quiero que mi esposa se
encargue de mi hogar y el cuidado de ellos. Quiero que se levante conmigo en
medio de la noche y cambie sus pañales y les dé de comer. Quiero que trate a
nuestros hijos con amor cada minuto del día. Yo la quiero lo suficientemente fuerte
como para hacer frente a mí y equilibrar mi necesidad de mantenerlos a salvo.

Ella entendió la tensión en él. Nunca había tenido eso, pero lo quería para sus hijos.

Francesca deslizó su mano por su pecho para acariciar la tensión de su mandíbula


con fuerza.

― Cariño, yo crecí en una casa llena de amor. No quiero nada menos para nuestros
hijos. No quiero a otra persona criándolos. Yo quiero picnics familiares, risas y
viajes a la playa, que nos cubramos todos nosotros en la arena y arrastrarnos todos
en nuestro coche.

― ¿Permanecerás en casa con ellos?

Ella se rió suavemente.

― ¿Y ser una mujer mantenida? En serio, Stefano.

― Tú serás mi esposa. La madre de mis hijos. Eso significa que serás el corazón en
nuestra casa. Lo mejor guardado, Francesca, lo más importante. Lo más importante
de todo. Crecí siendo la madre y el padre de mis hermanos. Yo vi lo que quería
para ellos y para mis propios hijos cuando visité a mis tíos. Había amor en sus
hogares. Nuestros hijos tendrán que entrenar como lo hice, pero debe ser
equilibrado con el amor y aceptación. Con la capacidad de reconocer a cada niño
como un individuo con diferentes necesidades.

Bookeater
Shadow Rider
Ella se enamoró un poco más. ¿Cómo no iba a hacerlo? Oyó el deseo y la necesidad
de su voz. Él estaba desnudando su alma a ella. Poniéndose a sí mismo en la línea.
Todo lo que un "Jinete" era, no era importante en relación a lo que él estaba
revelándole a ella. Ese era su trabajo; se trataba de su corazón y alma. Él se lo
estaba dando. Despojándose a sí mismo, desnudándose para que supiera
exactamente lo que quería y necesitaba en su vida.

― Tengo que saber si es lo que te gusta, Francesca. No quiero perderte. Quiero


darte el mundo, cualquier cosa que desees. Pero al mismo tiempo, necesitas saber
las cosas que son más importantes para mí. Nuestra familia. Tú. Yo. Nuestros hijos
y mis hermanos. Así, serás el corazón para ellos también. ¿Puedes hacer eso?
¿Estoy pidiendo demasiado de ti?

Oyó la incertidumbre por primera vez en su voz. Su hombre. Fuerte. Invencible.


Arrogante incluso. Sin embargo, era incierto cuando se trataba de ella. Él estaba
pidiendo un hogar lleno de amor para sus hijos. Para él. Para su hermana y
hermanos. Preguntándole si estaría justo en el centro de eso. Sabía que la posición
sería también su puesto al frente de la vecindad, las personas a las que obviamente,
amaba y consideraba bajo su protección. Él le daría a esas personas también.

― Te amo, Stefano. Quiero ser la madre de tus hijos. No sabría cualquier otra
forma de criar mis hijos más que mostrándoles tanto amor como sea posible. Yo sin
duda insistiría en criarlos contigi. He trabajado desde que tenía trece años de edad.
No estoy segura de que sabría cómo quedarme en casa, pero me imagino que tener
varios hijos es un trabajo en sí mismo. Así que, sí, me gusta tu idea de un hogar, la
familia y estoy sin duda a bordo con él. Sin embargo ― Volvió su rostro hacia el de
ella y lo miró a los ojos. ― Ya no podrás decirle a mi jefe que no estoy trabajando, o
decirle a Emilio y Enzo que me lleven a casa.

Se inclinó las dos pulgadas que los separaban y regó besos desde el pómulo hasta
la barbilla.

― No lo puedo prometer, amore. Cuando huyes de mí de esa manera me vuelvo


loco. Me olvido de todo, solo tengo la necesidad de ayudarte a volver.

Bookeater
Shadow Rider
Ella se echó a reír, no podía evitarlo. Ella no quería animarle, pero él era
demasiado gracioso.

― Eres imposible.

― Pero muy enamorado de ti, Francesca, ― dijo, enmarcando su cara con sus
manos, mirándola a los ojos. ― Estoy tan enamorado de ti que no puedo ni
respirar sin ti. No sé hacer absolutamente nada, naci para ser tu hombre. Nuestras
sombras conectaron y la verdad estaba allí para que los dos la viéramos.

Era una hermosa declaración y sus ojos quemaron en reacción. Íntegros. Crudos.
Quería decir cada palabra. Incluso sabía lo que quería decir con sus sombras en
conexión. Había sentido esa sacudida de química urgente y la rectitud de Stefano
Ferraro. A menudo sentía la emoción cuando su sombra conectaba con la de otra
persona, pero nunca había sentido tal conexión física y emocional como lo había
hecho cuando su sombra tocó la de él.

A pesar de que era muy posesivo y que siempre expresaba en términos muy claros
que le pertenecía a él, no le había dicho que había nacido para ser su mujer. Había
dicho que nació para ser su hombre. Por alguna razón esas palabras la tocaron
como nada más podría haberlo hecho. Tomó aire y lo dejó escapar. ella quería todo
lo que le estaba ofreciendo, no importaba cómo lo controlador y obsesivo que era.
No importaba qué tan secreta la vida familiar tendría que ser o lo que significara
ser un "jinete".

― Puedo vivir con todo ello, Stefano, porque sospecho que sólo podría haber
nacido para ti.

Dejó caer la barbilla en la parte superior de su cabeza y simplemente la sostuvo en


sus brazos durante mucho tiempo. Ella vio las personas que se desplazaban por
todo el parque. Unos corredores. Una pareja paseando de la mano. Hacía frío y
cuando ella se estremeció, Stefano la puso de pie.

Bookeater
Shadow Rider
― Vamos a casa, Bella. Podemos pasar el día juntos. Tal vez invitar a mis
hermanos a cenar esta noche. Pero sólo quiero un día de descanso. Eloisa siempre
me agota. ― Se puso de pie, cerró su brazo alrededor de su cintura y comenzó a
caminar hacia la entrada. Emilio los siguió. Enzo no estaba por ningún lado.

Francesca dio un suspiro exagerado. ― No sé de esa mujer como suegra, Stefano.


A ella no le gusto. De hecho, ella dijo que era amiga de los padres de Barry
Anthon. ― Trató de ocultar la ansiedad en su voz, pero estaba bastante segura de
que se escuchó de todos modos.

― No te preocupes por Eloisa, ― le aseguro. ― En primer lugar, no es amiga de


nadie fuera de la familia. Ella está cerca de sus hermanas y hermanos, pero de
nadie más. No deja entrar a nadie. Podría conocer la madre de Barry, pero ella no
le gusta. Margaret Anthon es una reina de la sociedad. Eloisa, con todos sus
defectos, no puede tomar ese tipo de esnobismo. Margaret no ayuda a ninguna
obra de caridad a menos que haya algo grande en ello, para ella.

― Eso es un poco triste. Acerca de su madre, quiero decir, ― Francesca señaló. ―


Que no tenga amigos. ¿Qué pasa con Emmanuelle? ¿Sin duda, es amiga de su hija?

Sacudió la cabeza. El coche esperaba en la entrada al parque, Enzo en el asiento del


conductor. Stefano abrió la puerta del acompañante hacia atrás para ella. Francesca
se sentó en el asiento de cuero fresco, pasando rápidamente para hacer espacio
para su prometido. Emilio se deslizó en el asiento delantero.

Stefano negó con la cabeza. ― No Emmanuelle. Todo lo que ella hacia era casi tan
malo cuando Emme estaba con Ettore. Era increíblemente dura con ambos. Todos
tratamos de protegerlos, pero durante el entrenamiento, no teníamos verdadera
forma de decir algo. Emme no siempre habla de ello, pero ella mantiene su
distancia de Eloisa y Phillipm de la forma en que todos lo hacemos. ― Había dolor
en su voz, y Francesca enroscó de inmediato sus dedos a través de él y trajo su
mano a la boca, besando sus nudillos.

― Cariño, lo hiciste lo mejor posible. Debes estar feliz por Emmanuelle. Ella te ama
y a tus hermanos y primos. Creo que eso es increíble. Has hecho un buen trabajo
con ella.

Bookeater
Shadow Rider
― Ella es bastante sorprendente, ― estuvo de acuerdo Stefano, tirando de su mano
en el muslo y apretándola allí sobre su sólido músculo. ― Estoy muy orgulloso de
ella. No tiene ni medio hueso en su cuerpo, pero puede ser de acero cuando se
necesita serlo.

― Ella puede luchar, también, ― dijo Francesca. ― Vas a tener que enseñarme.
Limpió el piso con esas tres cabezas huecas.

Él levantó una ceja. Ella frunció el ceño. ― No finjas que no recuerdas tus tres ex.
Janice. Doreen. Stella. El trío horrible, con una inclinación por hacer coca cola en un
cuarto de baño.

― Ah. Ellas.

― Ellos se declararon culpables de posesión con intención de vender. Tienen


acceso a abogados de alto costo y, sin embargo, hicieron un acuerdo con la fiscalía.
Eso no tiene sentido. Tienen una buena carrera en marcha. . .

Sacudió la cabeza.

― Habían estado haciendo más fiestas que grabaciones, y su última gira fue un
desastre. Stella estaba tan borracha que se cayó del escenario, y Janice justo
después tuvo una sobredosis. Las personas de relaciones publicas pasaron una
pesadilla cubriendo eso. Sus excesos eran una terrible responsabilidad por encubrir
y dañaban su etiqueta. Este último truco de dobles las arrojó sobre el borde y la
etiqueta de ellas cayó. Su carrera se ha ido.

― ¿Tuviste algo que ver con que ellas perdieran su etiqueta?

Se encogió de hombros.

― Nadie jode con mi mujer.

Ella entrecerró los ojos en él. ― Ellas fueron detenidas y recibieron una sentencia
fuerte.

Bookeater
Shadow Rider
Él se encogió de hombros y suspiró. No podía realmente sentir pena por las tres
mujeres, especialmente después de que habían tratado de meter cocaína en su
rostro.

― Emmanuelle venció la mierda de ellas y ni siquiera se rompió una uña, y lo hizo


cuando estaba en tacones altos.

Se echó a reír. ― Suenas con admiración. Te voy a enseñar un par de movimientos,


bambina, pero tendrás guardaespaldas de ahora en adelante, incluso cuando vayas
a un baño. Tengo una prima o dos entrenadas en seguridad.

― Por supuesto que sí. ― Ella volteó los ojos. ― Emilio y Enzo tienen una
hermana, ¿verdad?

El asintió. ― Enrica. Ya le he pedido que venga a bordo.

― ¿Crees que es posible que desees consultarlo conmigo primero?

― Te lo dije, no lo discuto. Te gusta esa mierda y yo no voy a ir allí contigo cuando


algo necesita hacerse, como contratar a un guardaespaldas femenino para que te
acompañe a todas partes.

― ¿Así que Emilio y Enzo pueden volver a trabajar para ti? ― Su tono era un poco
tímido más que un reto a él, pero tenía fe en que Emilio y Enzo, quisieran mirar
hacia fuera por Stefano, no por ella.

Stefano se rió de nuevo, las notas cálidas y seductoras. El sonido se apoderó de ella
como el sol, luminoso y caliente. No lo oia reír lo suficiente y eso la desarmó. En el
hotel, Emilio abrió la puerta para ellos y Stefano se deslizó, reteniendo la posesión
de su mano para que ella lo siguiera fuera del vehículo y estuviera cerca. Se dio
cuenta de que Stefano siempre lo hacía. Le gustaba su agarre. Se encontró
sonriendo a pesar del hecho de que no había respondido.

En la intimidad del ascensor, ella se apoyó en él. ― ¿Tu madre llamó a Barry
Anthon y le dijo dónde estoy? ¿O le hizo preguntas acerca de mí?

Bookeater
Shadow Rider
Su ceja se alzó. ― Eres mi prometida. Tienes mi anillo en el dedo y le dije en
términos muy claros, que nos casaríamos tan pronto como fuera posible. Ella
entiende que, independientemente de si está de acuerdo o le gusta. Eso te hace
parte de la familia.

― Estoy confundida, Stefano. Ella realmente no me gusta. ¿No tratará de encontrar


una manera de evitar que nos casemos? Barry sería su solución perfecta.

Las puertas se abrieron y entraron en el apartamento. ― No funciona de esa


manera, Francesca. No en nuestra familia. La familia es la familia. Proteges a tu
familia. Cierras filas en torno a ellos. Mi madre es todo sobre la familia en la
medida de todo lo demás. Nunca te traicionaría con Barry Anthon o con cualquier
otra persona. Simplemente no es hecho.

Trató de comprender lo que eso significaba. La enormidad de lo mismo. Su madre


había sido tan inflexible. Claramente, madre e hijo tenían problemas importantes.
Sin embargo, estaba absolutamente seguro de que ella no iba a llamar a Barry o a
su madre.

― Ella no me. . . ― Se interrumpió, sacudiendo la cabeza.

Stefano se detuvo bruscamente y echó la barbilla hacia él. ― Ella te protegería.


Físicamente si debe hacerlo. Daria un paso delante de ti si una bala se dirigiera a ti.
Mientras mi reclamo este en ti, cualquiera de mi familia lo haría.

Ella lo habría hecho por Cella, o por uno de los hijos de Cella. No quería pensar
que Cella nunca tendría un hijo para que ella lo protegiera.

― Nos tienes a todos nosotros. Y a Emmanuelle. Ella tendrá hijos. Todos ellos
pertenecen a ti ahora, Francesca. ¿No puedes sentirlo cuando estás con ellos?

― Todo esto es tan nuevo para mí, Stefano. ― Ella había sido abatida hasta el
momento por Barry Anthon y sus hombres, tanto que se había perdido. Su fuerza.
Su creencia en alguien. Su familia era tan opuesta a todo lo que había llegado a
creer, que era difícil de comprender que podían ser reales. ― A veces me siento
como si estuviera en medio de un cuento de hadas y en cualquier momento voy a
despertar y se ha ido.

Bookeater
Shadow Rider
La besó suavemente. Un breve roce de su boca sobre la de ella. ― Eso nunca va a
suceder, amore mio.

Le encantaba la sensación de sus labios. Suaves pero firme. Exigentes y al mando.


Tibios y luego calientes. Ella podía besarlo por siempre.

― Detente o estaremos de vuelta en la cama.

No podía dejar de reír en voz baja. ― ¿Eso es malo?

Sacudió la cabeza.

― Nunca, pero yo fui un poco áspero anoche. Y la noche anterior y todas las
noches antes de esa. Creo que tu cuerpo necesita un poco de tiempo. Además,
quiero pasar tiempo contigo fuera de la cama, y necesitas comer. Te has saltado el
desayuno. ― Esa era una acusación.

Ella se encogió de hombros. ― Yo trabajo en una tienda de delicatessen. Siempre


puedo comer allí.

― Voy a cambiarme. Como nos vamos a quedar aquí, voy a ponerme más cómodo.
Y no creas que no me di cuenta de que dijiste que siempre podrías comer allí, no
que lo hayas hecho.

Ella se rió y entró en la cocina. Le gustaba cocinar y podría fácilmente batir unos
huevos como hacer descender una orden a la cocina del hotel. Tenía dos tortillas
hechas casi cuando el entró en la habitación con un par de pantalones vaqueros
azules suaves y una camiseta que se estiró con fuerza sobre su pecho.

Ella contuvo el aliento, lo que permitió su mirada ir a la deriva posesivamente.

― ¿Qué estás haciendo?

― Teniendo la vista impresionante de algo que es mío. ― Ella empujó las tortillas
en un plato y las llevó a la mesa pequeña, mucho más íntima que el comedor. Ya la
había establecido con utensilios y servilletas.

Bookeater
Shadow Rider
Desayunaron juntos y se encontró disfrutando de cada momento con él. Era fácil
estar con Stefano. Fuera de la vista del público, era diferente. Él perdía su actitud
distante, arrogante y parecía más suave y relajado. Sonrió a menudo y se echó a
reír de vez en cuando. Él siempre la hacía sentir como si ella fuera todo su enfoque.
Ellos jugaron al ajedrez, él ganó tres juegos. Trabajó con ella en su sala de
formación, enseñándole a salir de una llave de estrangulación y a escapar cuando
un hombre muy fuerte le agarrara de la muñeca. Practicaron durante una hora, y
luego le hizo el amor allí mismo, en el suelo.

Se pasaron el tiempo hablando y escuchando música, bailando juntos en la sala de


estar. Sus hermanos vinieron y entrenaron con ella observándoles, sorprendida por
la violencia y la velocidad, así como la forma buena en que estaban. Encontró que
ver su entrenamiento de artes marciales era fascinante y digno de ver. Le gustó
que Emmanuelle entrenara con sus hermanos.

Comieron juntos antes de que les dejara su familia, y fue muy divertido.
Emmanuelle y Ricco la ayudaron a hacer pasta y ensalada. Fue divertido y fácil,
mucho más de lo que Francesca nunca pensó que sería. Hubo muchas risas y
burlas, sobre todo entre los hermanos, pero no eran tímidos a la hora de incluirla a
ella.

Después de que se fue su familia, Stefano le hizo el amor dos veces más, en ambas
ocasiones con mucha suavidad, una vez en el suelo junto a la chimenea y la
segunda vez en el sofá de la sala de estar. Al final, se encontró tendida sobre él, con
la falda y blusa nueva, pero sus bragas y sujetador no se encontraban por ninguna
parte.

Comenzó a moverse, a buscar su ropa interior, pero Stefano tiró de ella hacia abajo
encima de él, de modo que quedo tendida sobre su pecho y él rodó ligeramente,
metiéndolos a los dos contra la parte posterior del sofá largo y ancho.

Alcanzó el control remoto y encendió la televisión. Ella no era muy observadora de


la televisión, pero decidió que no importaba. Acostada en la parte superior de
Stefano, rodeado por su singular aroma masculino y sus increíbles músculos muy
duros, sus dedos jugando en el pelo, decidió que era lo mejor.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca cerró los ojos y se dejó llevar. Su oído estaba sobre su corazón. Él era
cálido y sus manos en su pelo se sentían calmantes. Pudo haberse quedado
dormida durante un tiempo, pero se despertó al oír la voz del locutor en el aparato
de televisión. No, no había sido esa voz lo que la despertó. Los músculos de
Stefano se habían contraído, ondulando debajo de ella en reacción, sólo por un
momento, pero estaba tan en sintonía con él que sintió la diferencia, quedando en
estado de alerta inmediatamente.

― En las noticias locales, un grupo de escolares en un viaje de campo se encontró


con una escena espantosa. Un cuerpo de un hombre de treinta y cuatro años de
edad, Scott Bowen tirado en la tierra. Se rompió el cuello. De acuerdo con el jefe
médico forense, el doctor Aaron Pines, Bowen podría haberse roto el cuello al caer
en el río.

La voz siguió hablando, pero Francesca se centró en la fotografía que apareció en la


pantalla. Y lo reconoció inmediatamente. Él era el hombre que había puesto el
cuchillo en su garganta. Ella le habría conocido en cualquier sitio.

― ¿Stefano? ― Su mano se deslizó a la defensiva a su garganta. No sabía lo que


estaba preguntando. Los dos asaltantes habían desaparecido, por lo que le había
dicho, y la última vez que los había visto, Emilio y Enzo les estaban colocando en
un coche. Habían hecho lo mismo con Bowen. Y ahora estaba muerto, con el cuello
roto. No pudo ayudarse a sí misma; cambió su peso corporal, con la intención de
deslizarse fuera de Stefano.

Sus brazos se apretaron.

― No lo hagas. No tengas miedo de mí, Francesca. Jamás.

― ¿Le has matado? ¿O lo hicieron Emilio o Enzo?

Bookeater
Shadow Rider
― No. ― Se quedó en silencio un momento, repartiendo caricias suaves por su
espina dorsal. ― Deja que te cuente una pequeña historia sobre Bowen y sus
amigos antes de ir a derramar una lágrima por él. Ellos robaron a un sinnúmero de
personas y cada robo se volvió más violento que el anterior. Pusieron a varias
personas en el hospital, personas que habían cooperado con ellos. Era sólo cuestión
de tiempo antes de que mataran a alguien. Nadie había sido capaz de detenerlos,
ni la policía, ni siquiera nosotros, y habíamos hablado con ellos. Simplemente
continuaron empeorando.

― Así que sabía acerca de ellos antes de que trataran de robarme. ― Ella levantó la
cabeza para mirarlo a los ojos. Ahí había culpa. Sin remordimientos. Ninguna
expresión de ningún tipo. La honestidad apenas fresca.

― Sí. Pero, Francesca, tarde o temprano, habría tenido que tratar con ellos. Alguien
tenía que pararlos. Ellos pusieron sus manos sobre ti. Pusieron un cuchillo en tu
garganta. Eso hizo que fuera más pronto.

El corazón le dio un vuelco y luego comenzó a golpear violentamente. Envió su


declaración a su mente. Había hecho algo a Bowen. A los amigos de Bowen.

― En pocas palabras, cuore dolce, eso es lo que soy. Cuando los policías no
pueden hacer algo para proteger a los ciudadanos, es mi turno. Tienes que decidir
si puedes vivir con lo que soy. El verdadero yo. ― Su brazo era una banda de
hierro alrededor de su cintura, pero su mano era suave mientras continuaba
acariciando a lo largo de su columna vertebral.

Ella oyó la nota en su voz. Incierta. Que no cambiaría por ella. No podía. Y estaba
pidiéndole que le aceptara. Cada parte de él. Cerró los ojos y apretó más
profundamente en su pecho. En algún nivel lo había sabido todo el tiempo, pero
aún así la admisión la cogió con la guardia baja. ¿Podría vivir con eso? ¿Con un
hombre que tomaba la ley en sus propias manos? Él siempre era amante con su
familia, con ella, con sus vecinos. Protegiéndolos a todos. Era un poco aterrador.
Arrogante. Él quería una casa, una mujer y a sus hijos, y ella sabía absolutamente
que estaría el centro de su universo. No dudaba de ello ni por un minuto.

― Me pediste que ayudara a una chica de diecisiete años de edad, la noche


anterior. Sabías lo que eso significaría. Sabias lo que me estabas pidiendo que
hiciera.

Bookeater
Shadow Rider
Empezó a protestar, pero luego se mantuvo en silencio. Ella lo hizo. Lo supo.
Había sido víctima de un hombre, el mismo hombre que había matado a su
hermana. No tenía ninguna duda de que Barry Anthon la habría matado si Cella
no hubiera dejado caer su teléfono celular en el correo antes de que ella regresara a
su casa. Quería justicia para Cella y los policías nunca le darían eso a ella. Sólo un
hombre como Stefano Ferraro.

Respiró hondo y volvió la cabeza para presionar un beso en su garganta, cerrando


los ojos. Ya se había comprometido con él. En su corazón, en su alma. Casi desde el
primer momento en que lo había conocido, había sido hipnotizada por él. Una vez
que llegó a verlo, una vez que la había dejado en su mundo, se había enamorado
con fuerza y rápido. Ella sólo lo había sabido. En ese primer momento en que había
sido consciente del tacto de sus sombras. Parecía una locura, pero, desde que había
sido una niña, si su sombra tocaba la sombra de otra persona, ella "les sentía" a
ellos. Con Stefano el conocimiento había sido profundo e instantáneo. La química
había sido fuera de serie. Por encima de todo, había sabido que era un buen
hombre, a pesar de toda la evidencia de lo contrario. Se había quedado y no había
vuelta atrás.

― Estoy enamorada de ti, Stefano, ― dijo suavemente, ― por lo que viviré con lo
que sea que tienes que hacer.

Esta declaración le valió su cuerpo de nuevo. Esta vez empezó lento y terminó
rápido y áspero. Era la perfección.

Bookeater
Shadow Rider
20

Las siguientes dos semanas pasaron en una ráfaga de actividad.


Francesca se sentía como si hubiera sido arrastrada a un salvaje viento. De alguna
manera, a Stefano se le había metido en la cabeza que su aceptación significaba que
debían casarse inmediatamente.

Y para él, "inmediatamente" significaba tan pronto como se hiciera el papeleo. Ella
no tenía ni idea de cómo sucedió todo, solo que cada día se iba a trabajar, y en
algún lugar en medio de la tarde y a veces incluso por la mañana, Pietro recibía
una llamada y se encontraba a sí misma en el coche con Emilio, Enzo y su hermana
Enrica, yendo por algún loco accesorio o a una consulta.

Emmanuelle y sus primos, junto con Eloisa, parecían estar planificando el evento
del siglo, pero Francesca no estaba del todo cómoda. Trató de hablar con Stefano,
pero él negó con la cabeza y la besó justo hasta dejarla sin sentido. Por último,
dándose cuenta de que no iba a ser capaz de mantener su trabajo y no tener al
pobre Pietro llamando a los sustitutos todas las mañanas, se rindió a lo inevitable,
le dio un aviso, diciéndose a sí misma que Stefano realmente no había ganado esa
ronda, a pesar de que sabía que lo había hecho.

Por la noche, después de un día agotador, especialmente mirando las flores y


hablando de colores y las esculturas de hielo, estaba agradecida de trabajar sólo en
su cocina, preparando la pasta de camarones que Stefano le pidió.

No lo había visto durante la mayor parte del día. Había estado en el trabajo y
cuando entró, se veía cansado e insatisfecho, algo que estaba empezando a
reconocer cuando no le gustaba un informe en particular sobre alguna cosa. Se
sentó a la mesa, tomando la silla al lado de la de ella, algo que siempre hacía
porque su rodilla podía tocar su muslo y ella era de fácil acceso.

Bookeater
Shadow Rider
― Te das cuenta de que estamos preparando una boda por la iglesia y que estamos
planeando celebrarla en un par de semanas, ― comenzó. ― Tu hermana y Eloisa
han conseguido organizar esto tan rápido que mi cabeza da vueltas.

― Déjelas, dolce cuore, no hay manera en el infierno de que puedas detenerlas.


Simplemente deja que ellas hagan lo suyo. Apareceremos, nos casaremos, iremos a
la fiesta y todo el mundo será feliz. No les importa hacer el trabajo, de hecho,
quieren hacerlo, por lo que si no te importa, déjalas.

― No había pensado en ello de esa manera. Todavía. Pensé que iríamos a la corte o
algo así.

Él le besó los nudillos y luego recogió su tenedor para comer la pasta de


camarones. ― De ninguna manera. No en nuestra familia. ¿Por qué estás nerviosa,
Francesca? Voy a estar esperándote al final del pasillo.

Agachó la cabeza, incapaz de mirarlo a los ojos, dividida entre sonreír ante su
arrogancia, o llorar porque él no tenía forma de entenderlo. Tenía una enorme
familia. No habría nadie que se sentara a su lado de la iglesia.

― Voy a estar caminando por el pasillo sola y probablemente caeré de cara,


especialmente si Emmanuelle logra su deseo de que camine en tacones de diez
pulgadas.

Alzó la cabeza alerta. Su mirada se deslizó sobre su rostro como el golpe de los
dedos. Amoroso. Amable. Como una promesa incluso.

― Vestido largo, bambina, significa que puedes usar cualquier puta cosa que
desees en tus pies. O ve descalza. En cuanto a caminar por el pasillo sola, Emilio
preguntó por ese privilegio. Si no lo deseas, cualquiera de mis primos será feliz de
hacerlo. Enzo y Emilio lucharon o algo y el ganador me preguntó. Pero si prefieres
a Pietro u otra persona, solo tienes que decirlo.

La idea de que Emilio y Enzo hubieran luchado para tener el derecho de caminar
con ella por el pasillo le hizo sentir de repente ganas de llorar. Se había hecho muy
aficionada a los dos. Para disimular la emoción que amenazaba con asfixiarla,
cambió al tema que le preocupaba más.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿Que pasó en el trabajo? Hay sombras en tus ojos, Stefano. ―Quería que le
contestara. Había aceptado lo que hacía para proteger a otros y no quería que se
callara los problemas.

Stefano suspiró y se estiró hacia atrás para frotarse el cuello. ― La chica de la que
te hable un par de semanas atrás.

― ¿La adolescente? ― Francesca dejó el tenedor y cogió su servilleta, de repente


con miedo. Por favor, por favor que no me diga que estás muerta.

El asintió. ― Su nombre es Nicoletta Gómez. Las investigaciones se completaron y


es mucho peor de lo que al principio pensé. Voy a tener que hacerlo mañana,
Francesca. Si espero demasiado tiempo, podría no sobrevivir al siguiente ataque.

― Entonces ve. Por supuesto, tienes que ir. ― Se puso de pie y se colocó detrás de
la silla, hundiendo sus dedos en los apretados músculos de su cuello en un
esfuerzo por aliviar la tensión de él. ― Quiero que vayas.

― Dio, bella, se siente bien. Pero debes saber. . . ― Se interrumpió cuando la


puerta del ascensor dio un ping de advertencia.

Ricco y Taviano entraron un par de minutos más tarde. Ricco olfateó el aire y se
dirigió directamente a la cocina, se sirvió para sí mismo y para Taviano un gran
plato de pasta y arrastraron sillas más cerca de la mesa.

― Comamos antes de que los otros lleguen. Podríamos tener una oportunidad por
segundos. ― Él le sonrió. ― Hey, Francesca, Te ves bien para ser una novia.
Supuse que tu cabeza estaría girando en torno a este punto.

Ella continuó amasando los músculos tensos del cuello y los hombros de Stefano.

― Me siento como una novia. Yo realmente entiendo el concepto de fugarse, pero


Stefano no lo entiende.

― Siempre pensé que la mujer quería una gran boda de blanco y el hombre era
todo para fugarse, ― Taviano dijo esto, llevando un tenedor lleno de la pasta a la
boca.

Bookeater
Shadow Rider
El ascensor hizo ping de nuevo, y esta vez fue Giovanni, Emmanuelle y Vittorio.
Francesca se había dado cuenta de que, cuando venia uno de los hermanos, los
otros estaban cerca. Se alegró de haber hecho una cantidad saludable de pasta,
aunque no iban a quedar sobras para comer al día siguiente. Una vez que todos
estuvieron sentados alrededor de la mesa y comiendo, vertió vasos de vino, y
observó de cerca sus caras.

― ¿Así que, ¿qué hay de malo?

Giovanni levantó una ceja.

― ¿Por qué piensas que algo está mal? Aparte de que Emmanuelle tiene muy mal
gusto en las citas para almorzar.

― No tenía un almuerzo con él y desde luego no fui a una cita, ― Emmanuelle


rompió, mirando a su hermano. ― Me encontré con él y fue educado para hablar,
eso es todo. Para con las burlas. Me molesta como la mierda.

Francesca supo al instante que estaban hablando de Valentino Saldi. A los


hermanos les disgustaba, y a Emmanuelle le disgustaba porque siempre era
sarcástico con ella. Realmente odiaba que la llamara princesa y Valentino
aparentemente lo hacía en cada oportunidad. Emmanuelle sonaba molesta, pero
tenía un leve rubor en sus mejillas y cuando sus ojos se encontraron con los de
Francesca no había nada escrito ahí.

― Deja de molestar a Emme. No me estás distrayendo. Sé que todos no se


presentaron aquí para comer la pasta, sino que hay algo más, ― dijo Francesca. ―
Sólo díganmelo.

Hubo un pequeño silencio. Sus dedos se cerraron en los hombros de Stefano,


aferrándose ante el inevitable golpe, porque sólo por el silencio, sabía lo que iba a
venir.

― Barry Anthon está en la ciudad y está en camino hacia aquí, ― anunció Ricco, la
voz tranquila y firme.

Bookeater
Shadow Rider
El corazón de Francesca tartamudeó. Al instante su estómago se revolvió. Presionó
una mano a su estómago y la otra a la boca, temiendo que enfermaría allí con la
familia de Stefano, toda sentada alrededor de la mesa, fingiendo que no la
observaban de cerca. Por un momento su visión en realidad comenzó a
desaparecer y las piernas se volvieron débiles.

Ricco se movio al instante, casi golpeando sobre su silla, los dedos fuertes en la
parte posterior de su cuello, empujando su cabeza hacia abajo. ― Solo respira. No
te asustes por nosotros. No le dés al bastardo eso.

La silla de Stefano raspó y se puso en cuclillas a su lado, quitando su cabello largo


de sus ojos mientras examinó su rostro pálido.

― Él no puede hacerte daño, bambina, no otra vez. Diga lo que diga, el va a ser
muy, muy cuidadoso, sabiendo que eres mi novia. Él sabe que no soy el tipo de
hombre que le permitirá hacer implicaciones o insinuaciones acerca de mi mujer.
Él va a estar en su mejor comportamiento. Por lo tanto nosotros también. Nosotros
vamos a ser todo sonrisas y cortesía.

Obligó al aire a llegar a través de sus pulmones, avergonzada de su debilidad. Los


hermanos y la hermana de Stefano habían venido para que supiera que estaban
apoyándola.

― Estoy bien ahora. Lo siento. Yo solo . . . Él es . . . ― Ella suspiró mientras se


enderezó lentamente.

Ricco y Stefano, ambos mantuvieron una mano en ella cuando se puso de pie. De
todos los hermanos, Ricco era el que ella sentía más bajo llave, con los ojos
ensombrecidos de forma permanente, como si algo terrible le hubiera pasado a él,
pero se negaba a compartirlo, para aligerar su carga. Era muy parecido a Stefano
en que causaba mucho miedo, tal vez más aún. Un hombre oscuro, peligroso que
buscaba una descarga de adrenalina todo el tiempo. Era el más impredecible y, sin
embargo, cuidadoso de ella. Suave, incluso. Todos los Ferraros eran amables con
ella.

Bookeater
Shadow Rider
― Él la mató. Todas esas heridas de arma blanca. La sangre. Lo veo casi cada vez
que cierro los ojos. Él perjudicaría a cualquiera de ustedes, simplemente porque
piensa que puede. Se ha hecho intocable. No sé si yo pueda sentarme frente a su
cara sonriente y no coger un cuchillo y apuñalarlo otras tantas veces. ― Hizo la
confesión en un apuro, necesitando que entendieran que no tenía miedo de Barry
tanto como de todos ellos, o de lo que podría hacer.

― Pero no lo harás, ― dijo Stefano. ― Debido a que me crees cuando te digo que
estamos manejando esto. Barry Anthon pagará el precio por el asesinato de tu
hermana y la destrucción de la vida que tenías.

― Te puedo dar el teléfono de Cella, ― ella ofreció. ― No sé por qué no lo hice


antes.

Taviano rió. ― Hermanita, él es rico. No es necesario que nos lo des a nosotros. Ya


lo hemos visto.

― Eso es imposible. Está en una caja de seguridad a nombre de Joanna.


Necesitarías la llave.

― Ella la mantiene en la parte superior del cajón de la izquierda, ― dijo Vittorio.


― Me hizo una copia cuando tuve mi pequeña charla con ella, y luego Salvatore
fue al banco y lo recuperó. No te preocupes. Esta de nuevo en la caja. Él lo devolvió
una vez que realizo una grabación. Necesitábamos la evidencia para la
investigación.

Francesca no sabía si sentirse molesta o impresionada.

― ¿Qué investigación?

― Siempre nos aseguramos de tener todos los hechos, pequeña hermana, ― dijo
Ricco, volviendo a sentarse a comer más de la pasta. ― Nosotros no cometemos
errores.

― Investigamos a fondo, ― agregó Giovanni. ― Nos puede tomar un tiempo, pero


sabemos que estamos en lo correcto antes de hacer un movimiento.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca entrelazó sus dedos con los de Stefano. ― Es por eso que esperaste para
lo de la chica, ¿verdad? Tú tenías que asegurarte.

Stefano asintió. ― Nuestras soluciones tienden a ser permanentes. No nos


podemos permitir errores.

A ella le gustaba eso. El hecho de que se tomaran su tiempo para estar


absolutamente seguros, incluso si querían moverse rápido como Stefano quería
claramente hacer con Nicoletta Gómez, y así se aseguro de que tenía razón para
confiar en Stefano.

― Estaba a punto de decirte que tengo que salir de la ciudad mañana. Giovanni y
Taviano irán conmigo. Se verá que sólo ellos suben al avión y que yo me he
quedado aquí contigo. Emmanuelle, Ricco y Vittorio estarán contigo en todo
momento. Barry Anthon no va a estar cerca de ti, pero si me necesitas aquí,
Francesca, ahora que sabes que Anthon está cerca, voy a retrasar el viaje.

― No. Por supuesto que no. He visto a Emme en acción, y si decido volverme loca
y buscar a Barry, no tengo duda de que me puede detener.

― ¿Estas segura?

Ella lo miró a los ojos. ― Quiero que la saques de esa situación. Más que cualquier
otra cosa, yo quiero eso. Yo tenía miedo por las personas que me rodeaban,
Stefano. Barry destruyó mi vida y me caí a plomo. Vine a Chicago, con la idea de
reconstruirme. Había planeado encontrar una manera de ir tras él. Yo, yo creo que
no habría permitido que él se librara del asesinato de mi hermana. Él va a pagar.

Stefano se llevó su mano a la boca y suavemente raspó los dientes hacia atrás y
adelante sobre las yemas de sus dedos.

― Esa es mi mujer. ― Había orgullo en su voz.

Sonó el teléfono del hotel. La sala se quedó inmóvil. Stefano, mantuvo la posesión
de su mano, tiró de ella hasta que fue con él a través del cuarto para contestar. Era
de la recepción, diciéndole que tenía un visitante, un amigo de afuera de la ciudad,
Barry Anthon.

Bookeater
Shadow Rider
¿Podría llegar en tan poco tiempo? Sí, estaba solo. Stefano contesto fácilmente. ―
Por supuesto, díganle que estamos terminando de cenar, ya Emilio y Enzo le
acompañaran.

El tiempo se ralentizó al instante para Francesca. Hubo un zumbido extraño en su


cabeza. Podía ver la encimera de la cocina desde donde estaba y la mirada fija en el
bloque de cuchillos de carnicero. No eran simplemente los cuchillos. Eran armas de
un cocinero en la cocina, precisos y afilados mas allá de la medida.

Los dedos de Stefano se cerraron alrededor de su brazo como un tornillo de banco.


No se había dado cuenta de que había dado un paso hacia la cocina cuando él tiró
de ella cerca de su cuerpo. Su mano se extendió por su garganta, el pulgar
empujando su cabeza hacia atrás, obligando a sus ojos a encontrarse con los suyos.

― Tu confías en tu hombre, Francesca. Tu tse pone en mis manos. Te


comprometiste conmigo. Eso significa que tengo tu confianza. Puede que no sea la
última tendencia, o el concepto moderno de lo que es una asociación, pero me
eligiste y yo te elegí. Nunca voy a ser nada menos que el hombre en nuestra
relación. Confía en mí para cuidar de ti correctamente. Siempre voy a hacer lo
mejor posible para ti. Por eso haces lo que te digo en este asunto, ¿Me entiendes?

Se humedeció los labios secos con la punta de la lengua. ― ¿Qué estás diciendo?

― No usarás la violencia, Francesca, no a menos que sea en defensa propia o en


defensa de nuestra familia. Yo no tendría eso en tu alma. Vas a ser mi esposa. La
madre de mis hijos. Eres toda amor y suavidad. No matas. Nunca eso. Este hombre
te ha hecho daño. Asesinó a una mujer que habría sido mi hermana. Cuando
estemos listos, la familia va a atacar. Hasta entonces, harás exactamente lo que
digo. ― Se volvió e hizo un gesto hacia sus hermanos silenciosos. ― Harás lo que
ellos dicen. Este es nuestro campo de experiencia.

Ella cerró los ojos, sin querer ver el motivo de muerte en él, porque estaba justo
allí, al descubierto, los ojos planos y fríos. Impersonales, cuando ella nunca podría
serlo. Podía matar a Barry Anthon, pero nunca podría ser objetiva o separarse de
ello. Ella podría lamentar tomar una vida más adelante. Ella no lo sabía, pero temía
que podría.

Bookeater
Shadow Rider
Se hizo el silencio en la sala. Esperando. Stefano fue paciente. Su revelación no fue
una sorpresa. Había sabido todo el tiempo qué clase de hombre era. Controlaba su
mundo y esperaría controlar su hogar, especialmente a su esposa. Un millón de
objeciones corrieron por su mente, pero realmente no se sentían de acuerdo. Ella
conocía ahora a Stefano y sabía que era un hombre justo. No un tirano o un
dictador, pero sin duda esperaba que siguiera su ejemplo en su matrimonio. Sus
ojos buscaron los suyos. Su mirada era firme. Él ni siquiera parpadeó. No tenía
dudas de que iba a tomar cuidado de Barry Anthon, pero que lo haría con
seguridad. Mucho más seguro de lo que jamás podría manejar.

― Te escucho, cariño, ― dijo en voz baja. ― Dime lo que quieres que haga.

― Siéntate entre Ricco y yo. Mantén tu mano en la mía. No importa lo que diga o
lo que cualquiera de nosotros digamos, debes mantenerte tranquila. Trata de no
mirarlo triunfante, o con ira. Si no puedes hacer eso, ya que no espero que seas una
gran actriz, sólo manten los ojos hacia abajo. Barry nunca se compraría un cambio
de corazón tuyo, pero no iría tan lejos como para mostrarte hostilidad abierta. No
estamos preparados para llevarlo abajo. Si las cosas se ponen demasiado difíciles,
mira a Emmanuelle. Ella va a sacarte.

Francesca tomó una respiración profunda. Stefano inhaló. Ella temía que una vez
que Barry entrara en la habitación, no sería capaz de respirar correctamente. Ella
no quería correr el riesgo de llevarlo a sus pulmones. Él estaba en sus pesadillas;
no recibiría nada más de ella.

Tomó una lenta mirada a su alrededor a los hermanos de Stefano. Todos ellos
estaban inmóviles como estatuas. Hermosos, magníficos ejemplares de seres
humanos, duros y peligrosos, esperando su señal, completamente preparados para
protegerla a cualquier precio. Su mirada se desvió de nuevo a la cara de Stefano.
Los ángulos y planos podrían haber sido inmortalizados en piedra. Vio todo lo que
había, todo lo que siempre quiso.

― Está bien. ― Ella vaciló y luego se vio obligada a emitir una advertencia. ―
Barry Anthon es un monstruo. El te dará su cara inocente, mientras todo el tiempo,
planea como apuñalarte por la espalda.

Bookeater
Shadow Rider
― Tenemos mucha práctica en esto, Francesca, ― Emmanuelle tranquilizó. ―
Hemos estado jugando en público por años. Cultivamos los paparazzi,
alimentándolos con historias que queremos que publiquen, dándoles las imágenes,
así estamos controlando todo para nuestros propios fines. Tenemos esto.

― Barry está en la pista, tratando de lanzar su peso alrededor con frecuencia, ―


añadió Ricco, en voz baja, desdeñoso. ― Le gusta ser el hombre grande, pero
permítame decir esto, hermana pequeña: esa mala excusa de ser humano no es
nada en comparación a nosotros cuando se trata de manipular o jugar con la
cámara. Él nos va a creer. Sólo tienes que seguir nuestro ejemplo y mirarnos a
nosotros si te metes en problemas. Eres famiglia. Sagrada para nosotros. ― Ella
estaba finalmente consiguiendo aceptar que toda la familia Ferraro en realidad se
sentía de esa manera y eso le dio la sensación necesaria de calor. Sonrió a todos,
frotándose las manos hacia arriba y abajo de los brazos, agradecida con ellos.

― Yo realmente los aprecio a todos.

El lugar frío y congelado en su interior, sabía que Barry Anthon intentaría de


nuevo destruirla ya estaba empezando a descongelarse un poco.

― Yo en realidad no creo que tenga tanto miedo de mí o a la evidencia que tengo


en contra de él. Esa es una de las razones por la que no entregué el teléfono de
Cella al FBI u otra agencia de aplicación de la ley. Hay evidencia de mala conducta,
pero nada realmente lo conecta con excepción de su puño y letra. Algún abogado
competente le ayudaría a salir si eso es todo lo que tienen contra él.

Ella se pasó una mano por el pelo. ― Creo que a Barry le gusta aterrorizar a la
gente. Eso le da una sensación de poder. Le gusta destruir sus vidas simplemente
porque puede hacerlo. Al igual que él quiere que las mujeres se enamoren de él
para poder destruirlas de esa manera.

Ricco y Stefano intercambiaron una larga mirada. Ricco sonrió.

― Tienes razón, Stefano. Ella no es sólo bella, es un regalo.

Francesca no tenía idea de lo que significaba, pero era sincero y la hizo ruborizarse.

Bookeater
Shadow Rider
― Eso es exactamente correcto, Francesca, ― estuvo de acuerdo Stefano. ― Es un
sociópata. Puede ser encantador para conseguir su camino, pero cualquiera que se
cruce con él va a ser cortado de una u otra forma. Ha destruido a otros desde que
era un niño pequeño. Creo que su propia madre tiene miedo de él. Si él no hubiera
nacido en la familia Anthon con su dinero, ya estaría en la cárcel.

El ascensor hizo ping con una advertencia y el brazo de Stefano barrio alrededor
de ella, llevándola a su lado, encerrándola allí bajo la protección de su hombro.
Francesca llevó la mano a su duro, como una roca abdomen. Podía sentir su calor y
los músculos tranquilizadores debajo de la camiseta delgada. Su garganta se secó y
su corazón latío con fuerza al oír la voz de Emilio anunciando a Barry Anthon. No
podía mirar. Ella no se atrevió. Confió en que Stefano y los otros se encargarían de
Barry a su tiempo. Eso no quería decir que no sintiera el deseo de saltar sobre él y
golpearlo con sus puños. Dolería mucho, pero sería satisfactorio.

― Barry, ― Stefano saludó. ― Qué sorpresa. No tenía ni idea de que estuvieras en


la ciudad.

La voz de Stefano estaba calmada, tranquila, no era en absoluto como había sido
sólo unos minutos antes, se había asegurado de que Francesca supiera que iba a
tener cuidado de ese asesino de una manera muy permanente.

Manteniendo el brazo fuertemente a su alrededor, se dirigió al vestíbulo para


saludar a su invitado.

― Justo a tiempo, ― agregó. ― La familia está aquí esta noche.

― No fue mi intención interrumpir su cena, ― dijo Barry.

El estómago le dio un vuelco. Conocería esa voz en cualquier lugar. Parecía tan
normal. Genial, incluso. Sabía que el mal se ocultaba bajo esa primera capa en su
tono, porque lo oyó. El desprecio sarcástico para todo el mundo alrededor de él. Se
preguntó si los demás podían oírlo también. Cella no había podido, y al final había
pagado el precio más alto.

Bookeater
Shadow Rider
Los dedos de Stefano se clavaron en su cintura con fuerza suficiente para hacer
daño. Se obligó a levantar sus pestañas y se encontró mirando directamente a los
ojos de Barry. La especulación allí. Una sonrisa sardónica solo para ella. Se negó a
morder el anzuelo. No sonrió en señal de bienvenida; no podía manejar incluso
una sonrisa sarcástica y nunca lo creería de todos modos.

― Creo que conoces a mi novia, ― dijo Stefano.

Barry inclinó la cabeza.

― Lo hago. Estaba enamorado de su hermana, Cella, una bella mujer. Me temo que
Francesca no aprobó la relación. Había esperado con el tiempo, conquistarla, pero
por desgracia Cella fue asesinada y Francesca tuvo que colocar la culpa en alguna
parte. La que recayó de lleno sobre mis hombros. Voy a admitir que me sorprendió
que ustedes dos se hubieran conocido, y mucho más conseguido engancharse.
Francesca y su hermana no se movían exactamente en nuestro círculo.

No hubo fallas en cualquier cosa que dijo, o incluso en el tono de voz, pero aún así
logró reducirla a la hermana celosa, más joven que se negó a aprobar la relación de
su hermana mayor por razones mezquinas. Él también sutilmente había señalado
que Francesca y Cella no eran miembros de la cúpula de élite y que ella no tenía
dinero o educación. Que no pertenecía a su círculo. Eso la hizo sonreír. Pertenecía a
Stefano. Con Stefano. Sintió a los otros acercándose, respaldándola. Pertenecía a la
familia Ferraro, y nadie se metía con un Ferraro. Levantó la barbilla.

― Hay algo de verdad en eso. Mi hermana y yo ciertamente nunca nos movimos


en tu círculo Barry. En cuanto a culparte, culpo al hombre que mató a mi hermana
tan brutalmente, y siempre lo haré.

Los dedos de Stefano mordieron nuevo. Hizo un gesto hacia la gran sala.

― Ven siéntate y dinos lo que estás haciendo en la ciudad.

Bookeater
Shadow Rider
Barry siguió a Stefano y Francesca en la habitación espaciosa y, después de saludar
a los otros Ferraros, tomó el sillón más cercano a Emmanuelle. Por supuesto que
elegiría la femenina Ferraro. Barry creía que era irresistible para las mujeres. Él
coquetearía con Emmanuelle y trataría de conseguir un aliado en el campamento
del enemigo. Francesca se preguntó si eso era lo que estaba haciendo Valentino
Saldi y si eso era lo que hacía que Emmanuelle se enojara tanto con él cada vez que
se encontraban. Nadie quería ser utilizado.

Stefano la dirigió al sofá largo. Se sentó cerca de ella, manteniendo su fuerza contra
él, su mano presionada en el muslo. Ricco se sentó al otro lado de ella, casi tan
cerca como Stefano. Podía sentir el calor de su cuerpo y la ola de amenaza que
vertía de él. Era lo bastante tangible que Stefano le envió una mirada de
reprimenda. En secreto, Francesca quería abrazar a Ricco. No le gustaba el sutil
ataque de Barry en ella.

― ¿Qué te trae a la ciudad? ― Preguntó Ricco, sonando un bit menos agradable


que Stefano. Dio a Barry una sonrisa de tiburón, todos los dientes blancos y
corteses.

― Hay una empresa en la ciudad que estaba buscando. ― admitió Barry. ― Podría
ser digna de mi tiempo, ya fuera para darle la vuelta o venderla pieza por pieza. Oí
acerca del compromiso y vi algunos de los realmente desagradables artículos
escritos sobre Francesca. Pensé que podría hablar en su nombre para que ninguno
pudiera saltar a conclusiones erróneas acerca de ella. Después de todo, podría
haber sido mi hermana pequeña.

Le tomó cada onza de disciplina que tenía no lanzarse sobre Barry. Sus dedos se
curvaron en garras, las uñas en el muslo de Stefano. Éste permaneció impasible,
pero le hizo caricias suaves sobre el dorso de la mano.

El nervio de Barry Anthon, al actuar como lo hacía o decir "hablar en su nombre,


era cínico.

Bookeater
Shadow Rider
Vittorio rió suavemente. ― Nadie tiene que hablar en nombre de Francesca, Barry.
Todos estamos enamorados de ella. ¿Cómo puede alguien evitar hacer otra cosa
que no sea enamorarse de ella? Las cosas que los paparazzi desenterraron están
todas en el pasado. Es justo lo suficiente para alimentar el frenesí y ser interesante,
pero no lo suficiente como para ser un gran escándalo, aunque nunca hemos
renunciado a eso.

Los hermanos se rieron. Francesca logró una leve sonrisa. Stefano tenía sus pies en
la tierra con su absoluta confianza. La familia ayudó con su apoyo incondicional.

― Eso es bueno, entonces. Muy bien, ― dijo Barry. ― Que alivio. Francesca es una
gran chica. Tenía la esperanza de que nos hubiéramos convertido en buenos
amigos desde que compartimos el amor de su hermana. ― Él levantó la ceja a
Francesca. ― Quizás algún día. ¿Has fijado una fecha para la boda, Stefano? ―
Estaba claro que él no creyó ni por un momento que Stefano fuera realmente a
casarse con ella. Estaba allí, en la burla sutil.

Emmanuelle juntó las manos. ― He estado encargándome de todos los detalles.


Francesca se siente un poco atropellada, estoy segura, pero mi madre y yo estamos
siguiendo las órdenes de Stefano. Quiere casarse con su dama de inmediato y
puesto que todos estamos en total acuerdo, no se puede acelerar la boda lo
suficientemente pronto.

¿Te sientes atropellada, Francesca? ― Preguntó Stefano, sus ojos se encontraron


con los de ella. Su voz suave. Baja. Íntima. Se llevó sus dedos a la boca y los
mordisqueó, a la vista de todo el mundo como si fuera a devorarla allí mismo,
delante de todo el mundo.

Ella sacudió la cabeza, lo que permitió que Barry viera la verdad, que estaba
absolutamente fascinada por Stefano, completamente enamorada de él. Barry
nunca tendría ese tipo de devoción y amor de nadie, porque no podía sentirlo él
mismo. Nunca pudo sostener su interés el tiempo suficiente para que una mujer se
encontrara a sí misma completa y totalmente enamorada. Necesitaba el poder y
después la destrucción de sus bonitos juguetes antes de que la verdadera devoción
hubiera pasado.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿Va a estar en Chicago, mucho tiempo Barry? ― preguntó Taviano.

― Alquilé una finca por un mes. Me gustaría cerrar este trato. ― Hizo un guiño a
Emmanuelle.

― Un montón de tiempo para ir a los clubes y tal vez tener una cena o dos con su
hermana. ― Su voz tenía completa confianza.

― Barry, eres un adulador. ― Emmanuelle batió sus pestañas hacia él. ― Y tan
valiente con todos mis hermanos sentados a su alrededor como un grupo de
halcones. El último hombre que intentó sacarme terminó en el hospital durante dos
semanas. Tenía treinta y siete puntos de sutura en la cabeza y nadie estaba del todo
seguro de si sería capaz de funcionar correctamente, si sabes lo que quiero decir.

La sonrisa de Barry se deslizó. Su voz era muy brillante, casi como si le estuviera
tomando el pelo, pero ella sonaba lo suficientemente preocupada.

Francesca levantó la vista hacia Stefano. Sonrió, como si el recuerdo fuera feliz.
Ricco crujió los nudillos. Giovanni suspiró.

― No estamos aceptando la culpa de eso, Emmanuelle. ― Él sacudió la cabeza


ante Barry.

― Ella hizo todo por su propia cuenta.

― ¿En serio? ― Barry miró a Emmanuelle de arriba a abajo. Era pequeña, casi
ligera. Tenía una buena figura, pero era mucho más pequeña que sus hermanos. ―
No puedo ver que eso ocurra.

― Es cierto, ― dijo Emmanuelle con un casual encogimiento de hombros.

― ¿Él te ataco o algo?

― Si él hubiera hecho eso, ya estaría muerto, ― dijo Stefano.

― Entonces, ¿qué?, ― Insistió Barry.

Bookeater
Shadow Rider
Emmanuelle volteo los ojos.

― Estaba pasándose, ¿de acuerdo? No es gran cosa. Le dije que retrocediera un par
de veces y él no lo hizo. Él debería haberme escuchado. Le advertí dos veces.

Barry miró a todos sus hermanos y luego se rió con nerviosismo. ― Muy buena,
Emmanuelle. Yo casi te creo.

― ¿Dónde se aloja, Barry? ― Preguntó Giovanni.

― La finca Mardsten. Es muy privada. Traje mi propia seguridad conmigo. He


tenido algunas amenazas últimamente. Alguien ha estado detrás de mi diseño para
un nuevo motor de carreras.

― Eso es correcto, ― dijo Stefano. ― Tu compañía ha estado en las etapas de


desarrollo durante unos años en un nuevo motor. ¿Está finalmente terminado?
¿Estás listo para su debut en la pista?

― No del todo todavía, pero estamos cerca.

― Te robaste a Martin Estee de Aeronáutica, ¿verdad? Ese fue un golpe de Estado.


Como diseñador, él es el primero en el negocio, ― declaró Ricco. ― Tienes suerte,
sobre todo si se las arregla para diseñar algo nuevo. Hemos estado trabajando por
nuestra cuenta desde hace un tiempo.

Vittorio asintió. ― Daríamos cualquier cosa por ser capaz de atraer a Martin lejos
de ti.

― A pesar de que, Taviano y Emme han hecho un buen trabajo para nosotros, ―
señaló Stefano a su hermano.

― Nuestros últimos coches te han pateado el culo.

Barry se movió hacia delante, sus cejas se unieron. ― ¿Ustedes tres diseñaron el
motor?

― En su mayoría Taviano, ― dijo Ricco. ― Él es nuestro as en la manga.

Bookeater
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Francesca observó de cerca la cara de Barry. Su expresión facial se había congelado,
sus ojos pasando a frío asesino. Se estremeció y quiso protestar, hacer algo para
desviar la atención de Taviano. ¿Es que ellos no se daban cuenta de que estaban
pintando una diana en medio de la frente de Taviano? A Barry no le gustaba ser
superado, y los Ferraros estaban ganando las carreras. Ricco era un excelente
conductor. Había ganado carrera tras carrera y más de una vez había dejado el
coche de Barry mordiendo el polvo.

Giovanni echo un vistazo a su reloj y se excusó, camino en dirección al ascensor


después de depositar un beso primero en la frente de Emmanuelle y después en la
de Francesca. Sus hermanos le dieron una breve despedida. Barry no pareció
incluso darse cuenta. Tenía el ceño fruncido hacia Stefano.

― No tenía ni idea de que a Taviano le gustaba diseñar y construir motores, ― dijo


Barry.

Stefano se encogió de hombros. ― No le gusta mucho estar en el centro de la


atención.

― No se trata sólo de mí, ― Taviano se opuso modestamente. ― Vittorio y Emme


solucionan algunos problemas para mí. Ricco consiguió añadir más potencia
cuando pensábamos que ya estábamos en la máxima. Así que es un esfuerzo de
grupo.

Francesca dejó que la charla sobre las pistas de carreras y coches fluyera a su
alrededor. Stefano y Ricco se quedaron a cargo de la conversación, expertamente
deslizando una pregunta de vez en cuando y manteniendo a Barry de frente a
Francesca. Sus hermanos siguieron su ejemplo, proporcionando una conversación
interesante y haciendo preguntas que parecieron muy naturales.

Ninguno de ellos parecía como si se estuvieran llevando a cabo un interrogatorio,


pero Francesca, estaba segura de que estaban aprendiendo todo tipo de cosas sobre
Barry, quien no tenía ni idea de que estaba recibiendo más que una conversación
casual.

Taviano sirvió las bebidas que hizo Vittorio, y mantuvieron a Barry hablando,
mientras que sólo aparecieron para mantener el ritmo con él.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca recibió la bebida que Stefano había insistido en que se tomara. Ella
estaba asustada de que si se emborrachaba un poco, le diría a Barry justo lo que
pensaba de él y luego iría tras él con dientes y uñas.

A Barry le gustaba su alcohol y Vittorio estaba siendo generoso en su mezcla de


ginebra con su tónica favorito. A la hora y media, arrastraba las palabras y se
dirigía un poco beligerante hacia Stefano y, especialmente, con ella. Se mantuvo
haciendo pequeñas excavaciones. De repente se quedó en silencio durante unos
minutos, mientras que la charla entre los hermanos y Emmanuelle se arremolinaba
a su alrededor y luego señaló con el dedo hacia Francesca.

― ¿Qué? ― Ella no pudo evitar la beligerancia de su voz.

― ¿Te gustó estar encerrada en un hospital psiquiátrico? ― Desafió con una


mueca. ― ¿Te pusieron una camisa de fuerza? Habría dado cualquier cosa por ver
eso. Pequeña, hermosa y perfecta Francesca, toda envuelta como un regalo. He
oído que a algunos de esos enfermeros les encanta follar a los pacientes cuando
están todos atados. ¿Te sucedió? ¿Alguno de ellos se coló en tu habitación por la
noche? Tal vez te haya gustado. . .

Stefano le pegó al mismo tiempo que Ricco lo hizo. Duro. Los sonidos fueron tan
fuertes que Francesca gritó. No vio a Stefano o a Ricco moverse, pero era una
espacio pequeño y ambos a la vez, golpearon a Barry a cada lado de su cara. Juró
que hubo una grieta de sonido y luego estaba Barry gritando y lanzando golpes
salvajes.

Emmanuelle se levantó con calma y le tendió la mano a Francesca.

― Vamos a ir a la otra habitación, mientras que los muchachos están jugando.

Francesca salió de su asiento, mientras miró con los ojos horrorizados a los dos
hermanos volviendo a Barry una pulpa sanguinolenta.

― Hay que detenerlos, Emmanuelle.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿Por qué en el mundo iba a hacer eso? ― Siguió tirando con determinación en la
mano de Francesca hasta que estaban en la cocina. ― Borracho o no, ese idiota es
responsable de lo que dice. Burlarse así de ti es totalmente inaceptable, y hacerlo
delante de mis hermanos es como agitar una capa roja a un toro. Seriamente
estúpido. Se merece todo lo que va a conseguir.

― No quiero tener que visitar a mi marido en la cárcel. O a cualquiera de sus


hermanos. Me importa un bledo lo que Barry dice. Él mató a mi hermana. Que
diga mierda para mí no es nada. Stefano sólo va a provocar su enojo. Un muy, muy
enojado Barry Anthon, quien se cree superior, y el orgullo lo es todo para él.
Tomara un infierno de represalias. . .― Se interrumpió llevando la mano a la boca.
― Oh. Mi Dios. Están sacando la mierda de él, tirando palos en una serpiente de
cascabel para despertarla.

Emmanuelle le sonrió.

― Ellos nunca hacen ese tipo de cosas sin una buena razón. En este caso, tenían
dos muy buenas razones, aparte del hecho de que va a hacer que todos se sientan
felices, golpeando un monstruo como ese. Barry no va a ir a la policía, ya que
querrá vengarse y él no va a querer un registro de esto. ― Ella echó un vistazo a su
reloj.

― Giovanni debe estar de vuelta en cualquier momento con un informe completo


sobre el inmueble que Barry alquiló. Vamos a tener su distribución y tal vez
incluso una idea de sus planes.

― ¿Giovanni se dirigió al lugar donde se está quedando Barry?

― ¿Tu piensas que preguntaríamos de verdad donde se alojaba solo porque


estábamos interesados?

Ella se sentó en una de las sillas altas en el mostrador y apoyó la cabeza en su


mano. ― Hablemos de bodas. Eso es mucho más interesante que Barry Anthon.

Bookeater
Shadow Rider
21

Stefano se colocó entre sus hermanos, buscando las mejores sombras


que lo llevarían a su destino elegido, el Bronx. Tenía un mal presentimiento sobre
este trabajo en particular. Algo en su interior le instaba a moverse más rápido, para
lograr que se hiciera. Un Jinete Sombra no podía permitirse el lujo de cometer un
error. Él era el protector de su familia, la familia entera en cada ciudad o pueblo en
todo el mundo. Él era su clave para la supervivencia.

Cada movimiento era cuidadosamente planeado y meticulosamente ejecutado.


Nunca cortaba en las esquinas y nunca se apresuraba. Nunca tomaban algo como
personal. Si algo le sucedía a un miembro de su familia, llamaban a sus primos,
investigadores y jinetes, desde otra ciudad. De esa manera, nunca había un
retroceso o sospecha. Aún así, si no estuviera tan disciplinado, si no estuviera tan
arraigado en él, comprobar una y otra vez cada hecho antes de entrar en el tubo
para el trayecto hasta el destino final, habría cedido a la urgencia empujando hacia
él con tanta fuerza.

― No me siento bien acerca de esto, ― confesó a sus hermanos. Se puso de pie


justo detrás de Giovanni y Taviano, bloqueando la posibilidad de miradas
indiscretas, así como de alguna de las cámaras que los paparazzi podrían tener
sobre ellos.

Por debajo de ellos, sus primos de Nueva York habían llegado, tenían la música a
todo volumen, listos para llevar a Stefano y a sus dos jóvenes hermanos a varios
clubes, donde los miembros de la familia de Salvatore se reunían públicamente por
lo que no habría ninguna manera, de que mañana, alguien pudiera sospechar de
que ellos tenían algo que ver con alguna muerte en la ciudad.

Bookeater
Shadow Rider
Nadie podría ser capaz de conectarlos a la familia de Nueva York, incluso en el
caso de que la trabajadora social que había ido originalmente a los anfitriones
Ferraro en Nueva York y había presentado el problema de la niña de diecisiete
años de edad, cambiara de idea y fuera a la policía. Las posibilidades de que eso
ocurriera eran mínimas, pero aún así, los Ferraros prestaban atención a todas las
posibilidades y planeaban según ello.

― Puedo conseguir "estar enfermo" o beber demasiado y tener que ir a mi


habitación de hotel, o de nuevo a la familia Salvatore, ― Taviano ofreció, con el
ceño fruncido hacia el frente. Ellos no cometían errores aficionados como mirar por
encima del hombro mientras hablaba con su hermano. ― Nos encontraremos allí y
realizaré copias de seguridad. La banda de sus tíos pertenece a una de las más
sangrientas en Nueva York.

Había preocupación en su voz y Stefano no podía culparlo. Ni una sola vez había
alguna vez admitido un sentimiento de urgencia y de que algo podría estar mal,
porque nunca había ocurrido antes. Él vaciló, preguntándose si debería permitir
que su hermano le acompañara. La sensación en su estómago era muy, muy fuerte.
Ni una sola vez había ignorado su sistema de alerta incorporado. Aún así, la
visibilidad de alto perfil de su familia con los miembros de la fiesta y con
miembros de la familia local era lo que mantenía a su familia a salvo de toda
sospecha.

― Mantengamos el plan, ― dijo Stefano después de una breve pausa. ― Me


pondré en contacto contigo en el momento en que este hecho y me encuentre de
vuelta en el avión.

― Vamos a estar esperando, ― murmuró Taviano. ― ¿Ha elegido tu paseo?

― Es una oportunidad. Voy a estar escapando justo detrás de ti. Franco se hará
cargo del avión, así que estemos listos para llegar de vuelta a casa tan pronto como
sea posible. No me gusta dejar a Francesca con Anthon en la ciudad.

Giovanni sonrió a sus primos mientras corrían hacia el avión, agitando los brazos y
gritando para que se dieran prisa. ― Anthon mordió más de lo que podía masticar.
Él no va a ningún lado por unos días.

Bookeater
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― Ricco, Vittorio Emmanuelle, se asegurarán de que está a salvo, ― agregó
Taviano.

Stefano lo sabía, pero no iba a estar en la cama con ella cuando llegaran las
pesadillas. No le gustaba que estuviera sola. Tampoco le gustaba estar lejos de ella
si Anthon estaba en la ciudad o no. Él no estaba dispuesto a admitirlo ante sus
hermanos. Nunca oiría el final de ello.

― Vamos a hacer esto, ― dijo, señalando a sus hermanos que bajaran por la
escalera a la pista de aterrizaje. Había elegido su sombra. Era una que era
dolorosamente rápida. Él comenzaría el viaje a la ciudad, dirigiéndose hacia el
Bronx lo más rápido posible. Sus instintos siempre habían demostrado ser
verdaderos y él no estaba dispuesto a pasar por alto esto. Tenía una sensación de
urgencia que le dijo que algo no estaba bien y que él necesitaba moverse.

Se quedó cerca detrás de Giovanni hasta que su sombra conectó con la que él
necesitaba. Las rayas en sus trajes, tan delgadas como para ser apenas perceptible,
ayudó a camuflar a los hermanos, cuando bajaron por las escaleras del avión. Los
trajes hechos especialmente se mezclaban con cada sombra para que los jinetes
Ferraro desaparecieran, haciéndolos indistintos.

Stefano entró en la boca del tubo y le permitió que lo absorbiera. El tirón fue
tremendo, una terrible fuerza de tracción y torsión cuando su cuerpo fue
literalmente arrancado por la sombra. Entonces él se movió, deslizándose rápido,
pensando en Francesca. No quería esto para ella. Ella era capaz. Su sombra lo
demostraba, pero él no quería que ella fuera un jinete. Él quería que estuviera
segura.

Quería una vida para ella. La mayor parte de todo lo que él quería, hacer una casa
para él y sus hijos. Pasó por la ciudad de Nueva York volando. No trató de ver los
acontecimientos que sucedían a su alrededor mientras se movía de sombra en
sombra. No podía salvar el mundo. Eso no era su trabajo. Sólo podía ayudar a
unos pocos elegidos. Sólo cuando se le preguntaba. Sólo cuando estaban seguros.
Estaba seguro de esta chica, y en algún nivel, Francesca había reconocido que la
situación era grave. Ella no se inmutó cuando le dio un beso de despedida y se
marcho, sabiendo Barry Anthon estaba en la ciudad.

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Su madre había nacido un Ferraro, un Jinete Sombra. Se formó desde el momento
en que tenía dos años, justo como lo había sido él, al igual que sus hijos lo serían.
No había encontrado al hombre que podía amar y su matrimonio había sido
arreglado. Su compañero había sido un jinete también, de Sicilia, pero nunca había
sido entrenado. En el momento en que se enteró de la herencia de su esposa, pensó
que montar en las sombras era glamoroso, una potente habilidad que estaba
decidido a adquirir.

Phillip tomó el nombre Ferraro, sin preocuparse por el estricto código que se les
enseñó. No tenía ninguna intención de construir una casa con Eloisa. Se casó con el
pensamiento de adquirir poder y dinero. Finalmente, llegó a entender lo que la
familia esperaba de él, pero eso no hizo que quisiera quedarse en casa con sus hijos
o participar en sus vidas o ayudarlos a formarse de alguna manera. Las sombras le
permitían mantener sus asuntos discretos, aunque Eloisa sabía lo que hacía.

Su matrimonio se deterioró aún más después de que su hijo menor, Ettore, murió
mientras manejaba una sombra. Phillip pasaba cada vez menos tiempo en casa, y
Eloísa se envolvió en eventos de caridad y se mantuvo al margen de todos, menos
de sus hermanas y hermanos. Stefano no podía entender por qué sus hijos no le
interesaban. Siempre exigía un informe del instante en que regresaban de un
puesto de trabajo. Se aseguraba de estar involucrada en todos los aspectos de la
empresa familiar y ella y Phillip se había hecho cargo de la tarea de hacer de
anfitriones, después de que sus padres murieron.

Ni Eloisa ni Phillip querían el divorcio. En su mundo, una vez que se conectaban


dos sombras y se encontraban fuertemente ligadas, romper esas sombras aparte era
una perspectiva aterradora. Los Jinetes perderían toda capacidad de montar las
sombras y el socio no Ferraro perdería toda la memoria de la familia y lo que
hacían. Era imperativo que Stefano tuviera pleno compromiso con Francesca.

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Si ella lo dejaba después de descubrir lo que hacían, si ya estaban conectados, sus
sombras estrechamente entrelazadas, no sufriría porque no recordaría amarlo. Pero
él lo haría. El nunca saldría ni montaría una sombra de nuevo, algo para lo que
había nacido y que no se olvidara de ella y el amor que sentía por ella. Él no se
olvidaría de lo que era montar dentro de un portal. Las sombras entrelazadas no
podían simplemente separarse sin consecuencias, una vez que estaban juntos eran
unidos. Stefano nació siendo un Jinete. Era una vida dura, pero era quién era. Lo
que era. Él no podía imaginar vivir una vida media, recordar, pero sin la
capacidad. Él conocía unos pocos pilotos que habían perdido sus compañeros y se
habían suicidado o desaparecido, incapaces de permanecer alrededor de la familia.

Stefano cambió tubos de nuevo, esta vez en el Bronx, buscando el que lo llevara
más cerca de la casa de Diego, Alejo, y Cruz Gómez, los tíos de Nicoletta. La madre
y el padre de Nicoletta eran ambos de Sicilia. El padre de Nicoletta murió cuando
ella tenía dos años y su madre se volvió a casar cuando tenía cuatro años. Su
marido, Desi Gómez, adoptó a Nicoletta. Cuando tenía quince años, sus padres
murieron en un accidente de coche y ella fue enviada a vivir con sus tres tíos. Su
vida se había convertido en una pesadilla.

Diego, Alejo, y Cruz eran todos miembros de una banda muy violenta. La banda
era notoria entre los miembros de la aplicación de la ley, por manejar las drogas, la
prostitución y la trata de personas. Luchaban guerras por el territorio de forma
continua, siempre en busca de ampliar y de tragar otras bandas. Una joven e
inocente niña de una completamente diferente forma de vida no tenía por qué ser
arrojada a los lobos. La parte triste era, que sabía que ya era probablemente
demasiado tarde para salvarla realmente. Nicoletta había estado viviendo una
pesadilla durante dos años. Eso haría mella en ella y no había vuelta atrás de ese
tipo de cicatrices.

El informe de los investigadores había abarcado mucho tiempo, enumerando las


numerosas palizas, violaciones y las sospechas de abuso de la niña que había
recibido a manos de sus tres tíos. ¿Cómo se suponía que debía recuperarse de eso?

El tubo le llevó casi hasta el mismo lado de la casa donde una estrecha franja de
malezas separaba la casa de los Gómez de la casa de al lado. Las casas a lo largo de
la calle estaban en mal estado, la pintura desvanecida y astillada. Los escalones de
la entrada estaban caídos. Había rejas en todas las ventanas y agujeros de bala en el
revestimiento.

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El porche era viejo, los muebles estaban viejos cubiertos con sábanas y mantas en
él. Un sofá. Dos sillas. Una silla de césped. Stefano tomó una mirada cuidadosa
alrededor, arriba y abajo de las calles. Las farolas de arriba hacía tiempo que
habían recibido un disparo. Ningún policía iba a patrullar la calle. Los escombros
se arremolinaban en las cunetas y se precipitaban por la calle en pequeños
remolinos. Varios hombres se reunían en varios porches, hablando, bebiendo, y en
un caso, inyectándose con una aguja.

Los oía hablar, y uno de ellos dijo el nombre de Nicoletta. Eligió una sombra que lo
acerco al grupo de hombres que él sabía que eran miembros de la misma banda en
que los hermanos Gómez estaban. Reconoció el gran hombre sentado en las
escaleras, con la mano envuelta alrededor del cuello de una botella de whisky, sus
ojos en la casa de los Gómez.

― Sera mejor que ese puto la traiga pronto, o voy detrás de ella, ― gruñó,
limpiándose la boca con el dorso de su mano. ― Le dije a Diego que me la
entregara o que si no los mataría a los tres.

El hombre era Benito Valdez. Era todo músculo y cicatrices, de los años que había
pasado dentro y fuera de prisión. Un gran bruto de hombre, asustaba a la mayoría
de la gente con sólo mirar en su dirección. Incluso en la cárcel había sido el líder de
una conocida banda, ordenando desde su celda. Nadie que se cruzara con Benito
Valdez se mantenía con vida. Tenía cuatro hermanos que eran tan brutales como
él.

No sorprendió a Stefano que Nicoletta hubiera llamado la atención de Benito.


Incluso a los diecisiete años era hermosa. Cada imagen había demostrado
claramente su belleza física, las curvas exuberantes, llenas de una mujer en lugar
de una niña. Cada informe había incluido la palabra hermosa delante de la chica.
Evidentemente Benito había esperado el tiempo suficiente, o estaba preocupado de
que los hermanos Gómez fueran finalmente a matarla. No había ninguna duda de
que Benito quería a la chica para él. No era de extrañar que tuviera una sensación
de urgencia.

Stefano montó el tubo de nuevo a la casa de los Gómez y estudió la disposición


frente a él. No podía correr, sin importar la creciente sensación de aprensión. Se
deslizó hacia fuera del tubo en las sombrías profundidades entre las dos casas y
utilizo el teléfono desechable.

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― En posición. ― Se le revolvió el estómago. La ansiedad quemando a través de
sus terminaciones nerviosas, el sentido de urgencia cada vez mayor. Por primera
vez, tuvo que tomar algunas respiraciones profundas para restaurar su calma
normal. La espera parecía como si los minutos pasaran lentamente mientras que en
realidad no existían sino unos pocos segundos.

― Tienes una oportunidad.

Cerró el teléfono, sabiendo que él habría entrado en la casa para ver la chica,
incluso si la respuesta hubiera sido al revés. No hubo pago en este caso. Un favor a
cambio, pero sin pago. La trabajadora social no tenía dinero, pero estaba dispuesta
a proporcionar información cuando fuera necesario para la familia.

Stefano conocía a la familia de Nueva York probablemente nunca tendría que


pagar, pero no importaba. La problemática se había llevado ante ellos y la habían
tomado, investigado y enviado para los jinetes fuera de Chicago.

La familia cobraba a sus clientes criminales lo suficientes para compensar a todos


aquellos que no se podían permitir un pago monetario.

Stefano veía las sombras y encontró una por la que subió los escalones de la
entrada, debajo de la puerta y en la casa. Había luces encendidas, pero no muchas,
no gastos generales, lo que significaba que habría sombras en el interior de la casa.
Un movimiento le llamó la atención y él se dio la vuelta para hacer frente a la
amenaza. Taviano se paró justo dentro de las sombras junto a él.

― ¿Qué demonios haces aquí? ― Stefano no sabía si sentirse aliviado o enojado.


Nadie iba en contra de sus decisiones, sin embargo, era su hermano más joven.

― Yo tenía la misma mala sensación, Stefano, ― dijo Taviano. ― Se está poniendo


peor y no hay forma de ignorarla. No te preocupes. Cubrí mis pistas. Voy a
informar cuando estemos de vuelta en el avión cuando hayamos hecho esto.

Stefano asintió. No estaba a punto de perder el tiempo discutiendo. Él encontró


que estaba agradecido por la presencia de Taviano. Si su hermano más joven tenía
la misma mala sensación, algo estaba definitivamente mal.

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Stefano ya había escogido su tubo y se metió en la sombra, lo que le permite a
llegar al interior. Taviano montó la sombra junto a la que estaba montando. En el
momento en que se entraron, él supo que podía ser demasiado tarde. Oyó voces.
Tres hombres, muy distintos. Burlándose. Divertidos. Los gatos jugando con un
ratón.

― Deja eso, Nic. Si me haces señas con esa cosa, voy a cortarte la garganta con ella.
― Bajo. Furioso. No tenía la intención de hacer lo que dijo, pero capaz de una gran
violencia. Stefano estaba seguro de que era el llamado Diego. Tenía una reputación
para disfrutar de sus muertes.

― Aléjate de mí. ― Un sollozo. Nicoletta sonaba joven y muy asustada.

― Te lo dije, perra, si no cooperas con Benito, va a venderte y vas a terminar


viviendo el resto de su vida de espaldas, encadenada a una cama, follada por cada
hombre enviado a ti. Mejor Benito que eso. Tú eliges. ― Esa voz sonó con
honestidad. Con autoridad. Él era el líder de los tres. Uno tenía que ser Cruz. Cruz
sabía que si no entregaba la niña al líder, era un hombre muerto.

― Nicoletta, deja el cuchillo, ― la tercera voz, probablemente Alejo, dijo.


Engatusándola. Divertida de que ella pensara que podía desafiarlos a ellos. Un
tono preocupado de que Benito fuera a estar enfadado porque no habían llevado a
Nicoletta a él inmediatamente.

― No puedo seguir con esto. ― La desesperación en la voz de la chica atrapada.

Stefano tomó la sombra a través de la casa directamente a la sala donde estaban los
cuatro Gomez agrupados. Taviano montó su sombra por completo a través del
cuarto. Ambas sombras conectadas al instante a las sombras jugando por toda la
habitación. Los hombres sintieron la sacudida de la conexión. Los tubos de
espesores pequeños corrían por la sombra de Nicoletta para fusionarse con la de
ellos. Podían sentir todas las emociones. Su terror. Su determinación.

Bookeater
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Nicoletta se apretó contra la ventana. Sus ropas estaban rotas. Su cara estaba
hinchada y magullada. La sangre goteaba por su mejilla por un corte sobre su ojo y
más goteaba de su corte en el labio. Ahí habían contusiones en ambos brazos.
Huellas dactilares alrededor de su cuello. Había sido golpeada repetidas veces,
pero ella había luchado. Podía ver las heridas defensivas en sus brazos y manos.
Incluso los magullados nudillos. Ella había luchado duro.

― Nicoletta. ― Cruz dio un paso más cerca. Estaba preocupado, con los ojos en el
cuchillo. ― No se puede joder con Benito. Baja el cuchillo y ven con nosotros. Alejo
guardó algunas de tus prendas favoritas. En algunos días, Benito te dejara recibir
el resto de tus cosas. Baja el cuchillo.

Ella hizo un sonido único. Desesperación. Horror. Impotencia. Stefano sabía que
era demasiado tarde para detenerla. Él no estaba lo suficientemente cerca de ella.
Ella levantó el cuchillo, y lo volvió hacia su propio cuerpo, listo para clavarlo en su
pecho. La respiración de Stefano se engancho. Leyó la determinación en su rostro.
Los tres hombres deben haberla visto en ella también. Alejo llegó hacia ella
implorante, como si pudiera apelar a ella de esa manera. Cruz, el líder, saltó hacia
ella. Diego permaneció completamente inmóvil, con una expresión de horrorizada
fascinación en el rostro. Si moría, los tres hermanos sabían que Benito les mataría.

Taviano llegó a ella en primer lugar. Su sombra lo había llevado a su espalda y


salió, capturando su muñeca por detrás, los dedos sin piedad encontrando los
puntos de presión de modo que no tuvo más remedio que soltar el cuchillo. Ella
lloró y luchó, luchó desesperadamente cuando Taviano la sometió, tratando de no
hacerle daño. Estaba completamente expuesto, fuera de la sombra y los tres
hermanos lo vieron con claridad.

Stefano salió del tubo detrás de Diego, capturando su cabeza entre las dos manos y
desgarrándola duro, el movimiento más básico para matar que le habían enseñado
desde que era un niño. Dejó caer el cuerpo en el suelo y entró en el tubo
deslizándose inmediatamente detrás de Alejo. Lo mató de la misma manera.
Rápido. Sin piedad. Completamente impersonal, aunque tuvo que trabajar para
mantenerse bajo control. Cruz escuchó los cuerpos caer. Sólo había tomado
segundos matar a los dos hombres, mientras que la atención de Cruz estaba
centrada en Nicoletta y Taviano. Él sacó una pistola y apuntó a la cabeza de
Nicoletta, mientras él buscaba frenéticamente alrededor de la habitación.

Bookeater
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Él había cogido destellos del intruso, pero sólo eso, una sombra que se movía
demasiado rápido para verse.

― Como la mierda que la matare. ― gruñó, para quien le interesara.

Taviano empujó a Nicoletta detrás de él, usando su cuerpo como escudo. Ella dejó
escapar un leve grito, una protesta tal vez, un jadeo sorprendido de que alguien
pudiera hacer frente a sus tíos y deliberadamente poner su cuerpo delante de un
arma de fuego por ella.

― ¿Quién diablos eres tú? ¿Cómo entraste aquí? ― Exigió Cruz, tomando firme el
arma. Sus ojos se mantuvieron mirando los dos cuerpos en el suelo. Ninguno se
movió. Ninguno de los dos hizo un sonido. Se veían muertos, pero nadie más
parecía estar en la habitación. Había visto a Taviano luchar por evitar que Nicoletta
se matara sí misma. Ambos habían estado justo en frente de él, ¿así que quien
había matado a sus hermanos?

Stefano se colocó detrás de él, salió del tubo y le bloqueó la cabeza. En el momento
en que sus manos sujetaron el cráneo de Cruz, el hombre apretó el gatillo, pero
Taviano ya se había tirado al suelo, llevando a Nicoletta con él, cubriendo su
cuerpo con el suyo.

Cruz trató de defenderse, de girar el arma hacia el oponente que no podía ver, pero
Stefano había estado practicando el movimiento desde que tenía dos años de edad.
Era tan fácil para él como respirar. Rompió el cuello del hombre y dejo caer el
cuerpo. ― Se sirve la justicia, ― murmuró.

Se hizo el silencio, sólo roto por la respiración entrecortada de Nicoletta. Taviano


se retiró de encima de ella y se puso de pie, agachándose por ella. Ella se encogió
lejos de él, levantando sus manos a la defensiva. Él la tomó de las muñecas en un
agarre suave y la puso de pie. Su mirada horrorizada fue a los cuerpos en el piso.

― No los mires, ― ordenó en voz baja. ― Mírame solo a mí.

Bookeater
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Sus ojos saltaron a su cara. Se puso de pie, su cuerpo temblando, la respiración
dificultosa, su mirada atrapada y en poder de la suya. La luz de una bombilla en el
techo, ahora por la hora, echó sombras. Podía ver la suya, una forma oscura en la
pared y en el suelo, que iba desde los tubos a conectar con cada sombra en la sala,
incluyendo la suya.

Su corazón golpeó con fuerza en el pecho. Podía sentir cada emoción suya. El
miedo era muy alto, pero había alivio, no encomio. Pero, sobre todo, estaba
confundida. Desorientada. En estado de shock. Muy, muy lastimada.

― Ella es un jinete, ― Taviano susurró en voz alta.

Ella era un jinete, una mujer capaz de montar sombras, de tener hijos que podían
montar sombras.

― Eso lo cambia todo, ― dijo Stefano. El plan había sido dejarla sin que pudiera
verlo. Ella llamaría a la trabajadora social y la responsabilidad de la familia habría
terminado.

― No podemos dejarla atrás. ― La voz de Taviano era firme. Imperiosa.

Stefano frunció el ceño. ― Maldita sea, ¿qué diablos vamos a hacer con ella?

― Tiene que venir con nosotros. Hay que asegurarse de que nunca puedan
encontrarla.

Nicoletta comenzó a caminar hacia la puerta, la espalda contra la pared. Se obligó a


ser tan pequeña como era posible, como si al presionarse contra la pared que no
fueran capaces de verla. No hubieran sido Jinetes, sino la pudieran detectar. El
movimiento de su parte era instintivo. Se había convertido en parte de las sombras.

Taviano se puso delante de ella, bloqueando su camino. ― Vamos a sacarte de


aquí, angioletto, ― dijo suavemente. Hablandole como si fuera un animal salvaje,
atrapado en una esquina y a punto de correr y tal vez ella lo estaba.

Bookeater
Shadow Rider
― Benito y su equipo están muy cerca. Sólo danos un minuto y te tendremos a
salvo.

Ella sacudió la cabeza, pero se detuvo, claramente aterrorizada. No había forma de


dejarla. Mirándola, Stefano sacó el teléfono del bolsillo y marcó un número.

― Ella es uno de nosotros. Esta herida. Estamos llevándola a casa. L y A la


llevarán. Haz los arreglos esta noche. ― Él hizo un pedido, no había espacio para
los argumentos. ― Ubica consejero. Ellos necesitan dinero para sus necesidades.
Arregla eso también. Voy a tomar la responsabilidad de ella.

Nicoletta sacudió la cabeza, su lengua tocando el labio hinchado para aliviar el


dolor. ― No para mí. Tengo que correr antes de que los otros vengan. ― Ella dio
un paso atrás, lejos de Taviano cuando Stefano colgó su teléfono.

― No vamos a hacerte daño, ― dijo en voz baja Taviano. ― Nos enviaron para
alejarte de ellos. ― Él indicó los cuerpos.

Ella tomó aire y sacudió la cabeza. ― Pertenecen a una banda. Ellos nunca dejaran
de buscarme o a cualquiera que me ayude…

― No van a encontrar a cualquiera de nosotros, ― le aseguró Stefano. Nadie podía


ser puesto en el tubo a menos que fueran un Jinete. Nicoletta no necesitaba saber
cómo montar, no si uno de ellos la llevaba, pero no podía estar al tanto. Ella no era
una Ferraro. Nadie la había reclamado. Estaba haciendo algo completamente sin
precedentes, pero no importaba. Tenía que ser salvada. En algún lugar de su
cabeza, lo había sabido, y a menos que la del camino, los miembros de la banda de
sus tíos podrían seguir su rastro y matarla. Para salvar su vida, este era el único
camino.

Hizo una señal a Taviano y se movió para comprobar la ventana. Había sabido que
estaban en problemas todo el tiempo. Benito estaba haciendo su movimiento.
Lanzó la botella de whisky contra el costado de la casa y se puso de pie, mirando
hacia la casa de los Gómez, los otros estaban inmediatamente uniéndose a él.

― Están viniendo, Tav, ― anunció.

Bookeater
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― Sé que no me conoces, ― dijo en voz baja Taviano, dando un paso cerca de
Nicoletta. ― Pero también sé que eres capaz de sentir la verdad cuando la oyes. Si
te quedas aquí, incluso en contacto con tu trabajadora social para que te reubique,
vas a morir. Si ella te ayuda a desaparecer, ella y su familia van a morir. Es un
hecho. Tu lo sabes y yo lo sé. Tienes una oportunidad y puedes tomarla, y le das a
su trabajadora social una oportunidad de vivir también. Ella nos contactó a
nosotros para ayudarte. Deja que te ayude.

Las lágrimas corrían por el rostro de Nicoletta, pero Stefano estaba bastante seguro
de que ella no era consciente del hecho de que estaba llorando. Siguió moviendo la
cabeza. Sin embargo, no retiró sus ojos de Taviano.

― No podemos llevarte con nosotros sin tu consentimiento, pero si quieres vivir,


di la palabra y saldremos de aquí. Ellos nunca te encontrarán o a nosotros. Vas a
tener una nueva vida con una pareja maravillosa que te tratarán como una
princesa. Mi familia te cuidará y protegerá durante el resto de tu vida. Pero tú
tienes que elegir ahora. En este mismo momento. Puedo oír los amigos de tus tíos
subiendo los escalones de la entrada al porche.

Su rostro palideció visiblemente. Se metió el puño en la boca, su mirada saltando


de los cuerpos a su cara y luego a Stefano. Asintió. Apenas. El movimiento casi
imperceptible. Taviano se movió rápido, sin esperar a que ella tuviera dudas. Tenía
que estar aterrada. Stefano acababa de matar a tres personas en frente de ella. Eran
extraños. Aún así, tenían que parecer una apuesta mejor que los amigos de sus tíos.
Él tenía la jeringa que todos los pilotos llevaban en caso de que tuvieran que hacer
frente a un civil inocente para conseguir ponerlos fuera de su camino. Tenía la
aguja en su cuello, en segundos, con el brazo alrededor de su cintura para evitar
que se cayera cuando la droga golpeara su sistema.

Sus dedos se aferraron a la americana, el terror en su rostro, pero la droga era de


acción rápida, una buena cosa, ya que las voces y los golpes en la puerta frontal
anunciaron que se quedaron fuera de tiempo. ― Está bien, angioletto, vamos a
salir como el infierno fuera de aquí.

Stefano se la quitó a su hermano más joven, levantando su cuerpo ligero,


acunándola fuertemente contra su pecho, haciendo una mueca mientras miraba la
cara magullada, hinchada. ― Me quedo con ella, Stefano.

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Stefano negó con la cabeza. No era fácil montar con otra persona, un ignorante. No
estaba tomando una oportunidad con Taviano o la niña. La única otra vez que
había montado una sombra con otro jinete en sus brazos, había sido con su
hermano menor Ettore, ya perdido para ellos, hasta ese momento había podido
traerlo de vuelta. Su pecho se apretó. No podía ir allí. Tenía a su cargo una joven.
Una niña de verdad. Era importante para todos los Ferraros y ella había sido
horriblemente violada. Eso por sí solo iba en contra de todo lo que creía. Él estaba
llevándola al hogar de los mejores padres que sabía. Los más amorosos. Los que
necesitaban una hija cuando habían perdido tanto. Le darían su comprensión y la
compasión que necesitaba para superar lo que los monstruos le habían hecho a
ella.

― Vámonos como la mierda de aquí, Tav, ― espetó.

Stefano tomó a Nicoletta más apretada. No la perdería. No en las sombras, no con


los miembros de las bandas rompiendo a través de la puerta principal y tampoco
por la vergüenza y la desesperación que sentía. Entró en el portal y dejó que les
tomaran a los dos. Él voló más allá de los hombres que corrían a través de la casa
hacia el dormitorio, y salió a la intemperie de la puerta principal. Había elegido el
tubo más grande, uno que conectaba con las sombras en las calles y él lo montó
midiendo a donde lo llevaría, a cuadras de la casa de los Gómez y de la multitud
enojada reunida allí. Él sintió a Taviano moverse en los tubos de la sombra paralela
a él.

Saltaron fácilmente de un portal al siguiente, de regreso hacia el aeropuerto y a la


seguridad esperándolos en el jet privado. Franco tenía la puerta abierta, las luces
derramándose en las escaleras, así tenían sombras para montar todo el camino
hasta el interior del avión. En el momento en que surgieron de las sombras, Franco
cerró la puerta y se volvió hacia ellos.

― Emmanuelle llamó y me dijo que estuvieras preparado. Ella ha alertado a


Giovanni. Él va a volver tan pronto como sea posible. Él tiene que desempeñar su
papel, sin embargo, sólo para estar seguro. ― Franco sacó el kit médico y se lo
entregó a Taviano. ― Tengo el dormitorio listo.

Bookeater
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En el avión privado, había una pequeña habitación que mantenían para los
miembros de la familia que necesitaban dormir. Los asientos eran cómodos y
relajados para hacer todo el camino de vuelta y proporcionar más espacio si era
necesario, pero la habitación tenía una cama doble en el interior de la misma. Se
mantenía hecha y lista para sus escapadas nocturnas.

Stefano llevó a Nicoletta en la habitación y la depositó en la cama.

― Ella va a despertarse pronto. Tenemos que limpiarla antes de que se levante,


antes de que despierte. No va a querer un montón de hombres extraños tocándola
después de su terrible experiencia.

― Lo haré. ― Taviano hizo una declaración. ― Franco, necesitaré agua tibia.


Paños y toallas. ¿Emme dejó algo de ropa en el avión? Si no es así, tengo un par de
pantalones de franela en mi bolsa de viaje. Tráeme uno de ellos.

― Tav, ― dijo Stefano. ― No quieres invertir demasiado en ella. La estaremos


entregando a Lucía y a Arno. Nuestra familia va a velar por ella, y vamos a
proveer para ella, pero no podemos quedarnos con ella. Tú sabes por qué. Es muy
peligroso. Especialmente para ti. Conoce nuestras caras. Me vio salir de la sombra
y matar a sus tíos. Ella nos podría entregar, enterrarnos. Si va a la policía.

― No lo hará, ― dijo Taviano. ― Tiene miedo de mí, no de ti. ― Tomó el cuenco


de agua que Franco le extendió, sumergió un paño en él y se sentó en la cama junto
a Nicoletta. ― Conectaste con ella. Ella tenía demasiado miedo de Benito Valdez
para hacer alguna vez algo tan tonto como ir a la policía. Puede tomar el nombre
Fausti y ser la sobrina de Arno llegando a vivir con ellos. Nosotros le podemos dar
una nueva identidad. No va a volverse en contra de nosotros.

Stefano observó a Taviano sumergir la tela en el agua y con cuidado limpiar la


sangre de la cara de Nicoletta. Su hermano más joven no era tan tolerante como le
gustaba aparecer ante el mundo. A pesar de tratar de llevar a sus hermanos y
hermana un poco de alegría en su infancia, todos ellos llevaban las cicatrices de los
padres ausentes, así como de cualquier manipulación viciosa que hubiera tenido
lugar durante el entrenamiento en el extranjero.

Bookeater
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Su padre se había ido la mayor parte de su vida, haciendo lo que quería hacer,
mientras que su madre se convirtió en un entrenador brutal, impartiendo órdenes,
exigiendo la perfección y gruñendo fríamente a ellos cuando no eran perfectos.

Cada uno de ellos había sido enviado fuera por un año para entrenar en otras
partes del mundo. Ricco había llegado con la espalda llena de cicatrices, duro y frío
como el hielo. Él vivió en el borde todo el tiempo y Stefano lo consideraba una
bomba de tiempo. Vittorio era un constructor de paz, pero algo quemaba salvaje
debajo de toda esa frescura y luminosidad. Giovanni era el más volátil. En un
momento era racional y al siguiente los estribos quemaban fuera de control.
Taviano parecía ser suave. Un buen tipo. Tenía buen sentido del humor. Pero no
era ninguna de esas cosas como regla. Stefano había tratado de averiguar lo que le
había sucedido a cada uno de ellos en esos años que habían pasado con otros
entrenadores, pero ninguno de sus hermanos le respondía.

Se las había arreglado para mantener a Emmanuelle en casa, insistiendo en


formarla él. Cuando su madre insistió en que fuera al extranjero, fue con ella. Se
quedó pegado a ella. Era demasiado tarde para detener lo que estaba ocurriendo a
sus hermanos en su formación, pero no lo que podría sucederle a ella. Stefano
había sido demasiado fuerte, demasiado brutal, incluso cuando era un adolescente,
y aguantaría a cualquiera de los entrenadores que pusieran sus manos sobre él. Se
había ganado la reputación de ser peligroso antes de cumplir los quince. Sus
hermanos eran tan peligrosos ahora, pero había tomado esos años de distancia
para darles la forma de asesinos que escondían detrás de sus caras guapas.

― Ella nos pertenece, ― dijo Stefano. ― Vamos a cuidar de ella, Tav. ― Fue una
concesión a su hermano, y ambos sabían que Taviano habría desafiado la
autoridad de Stefano si pensara que lo que iba a hacer no era lo correcto. ― Yo no
la habría puesto con Lucía y Arno si no hubiera tenido la intención de ponerla bajo
nuestra protección directa.

― Yo lo sé, ― dijo Taviano. ― Voy a deshacerme de su ropa y apreciaría que


ambos salieran de la habitación.

Bookeater
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― ¿Quieres que lo haga? Tengo a Francesca y no estoy en lo más mínimo
interesado en mirarla como una mujer. ― dijo Stefano. ― Ella es una niña que
necesita ayuda.

― Yo sé lo que es. Solo salgan.

Stefano negó con la cabeza, pero no protestó. Necesitaba oír la voz de Francesca,
pero no podía llamarla. Se había librado del teléfono desechable. Nunca los
conservaba una vez que llegaba al aeropuerto. No podía hablar con ella, ni siquiera
desde el teléfono de Franco. La necesitaba esta noche. Las cosas que se le hicieron a
esta niña. Ella era una hermosa chica que llevaría siempre las cicatrices de tres
hombres enfermos, y muy brutales. No había conseguido saber el tiempo que ella
había estado en manos de Benito Valdez. La trabajadora social que les había
contactado pensó que les debía, pero, de hecho, Stefano sabía que era al revés.
Estarían siempre en deuda con ella. Nicoletta era un Jinete Sombra era igual que
Francesca. Ella era muy valiosa para su familia. Lo que incluía a todos los
miembros de su extendida familia.

Giovanni tardó mucho en volver a su avión privado. En ese momento la niña ya se


había despertado y estaba muy asustada. Había tratado de entrar en la cabina para
ayudar a Taviano con ella, pero eso sólo la agitó aún más. No podía culparla. La
banda en la que sus tíos habían acabado, tenía redes de prostitución, y se
rumoreaba que estaban involucrados en el tráfico de personas. Ella pensaba
claramente que estaba siendo transportada a algún país extranjero, donde nunca se
sabría nada más de ella. Taviano era paciente con ella, su voz baja y suave mientras
él continuamente le aseguraba que no era así. Era evidente que tenía miedo de
dejarla sola, temeroso de lo que podría hacerse a sí misma.

― Vamos a necesitar un médico esperando, ― dijo Stefano.

― Ya está hecho. Emme ya ha hablado con Lucía y Arno y les ha explicado las
cosas. Están dispuestos a que viva con ellos y ellos compartirán su apellido. Emme
dijo que Vittorio está trabajando en los papeles esta noche. Vamos a tener una
nueva identidad para ella y un pasado del que nadie será capaz de librarse dentro
de unos días. Benito Valdez nunca la encontrará.

Bookeater
Shadow Rider
― Él va a seguir buscándola, ― dijo Taviano, mirando hacia abajo a Nicoletta. Ella
era de aspecto exótico, grueso cabello de lujo y muy largo, con ojos grandes y
fuertes pestañas y una boca generosa. Ella perseguiría a Valdez. Él le había visto,
visto a su flor en una mujer. Había adquirido un gusto por ella, y seguiría
buscándola.

― Que busque. Ella estará a salvo, Tav. Nadie la encontrará en nuestro vecindario,
sobre todo, no Benito Valdez.

Ese pequeño cambio parecía consolar a Nicoletta. Stefano no podía imaginar lo que
sentía. Eran perfectos extraños para ella. Los había visto salir de las sombras y
matar a sus tíos. Habían sido rápidos y tan brutales como la banda que le habían
tomado, por muy elegantes que fueran vestidos. Ella no tenía idea de lo que iban a
hacer con ella.

― Vas a estar bien, ― le aseguró Stefano desde la puerta cuando su mirada saltó a
su cara. Estaba pálida y derrotada, por lo magullada le dolía mirarla. ― Nunca vas
a tener una vida normal, no con lo que has pasado, pero conocerás el amor. Arno y
Lucía, son dos de las mejores personas que conozco. Sé que tienes miedo, pero te
veo a través de esto. Y vamos a ver más de ti. Eso puedo prometértelo.

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22

Stefano salió del ascensor en su apartamento, exhausto, con casi


cuarenta y ocho horas sin dormir. Eso le había tomado llevar a Nicoletta a que se
instalara. El médico le había examinado a fondo y luego la había sedado.

Estaría bien físicamente en un mes de reposo y curación más o menos, pero


admitió que las cicatrices emocionales no iban a ser tan fáciles de corregir. Había
hecho lo mejor que pudo por la joven adolescentes. Estaba a salvo en la casa de
Lucía y del Arno, no con miedo, pero definitivamente con aprensión. Estaba
seguro de que ella les daría una oportunidad en lugar de tratar de escapar.

Vittorio estaba manteniendo un ojo en ella, mientras que Taviano y Giovanni


dormían.

Stefano deseó haber llamado a Francesca para asegurarse de que estaba en casa. La
necesitaba. De verdad la necesitaba cuando él nunca había necesitado a nadie.
Había algo increíblemente calmante sobre ella. Ella se sentía como . . . casa.

Él inhaló su aroma y todo en él se calmo. No había sabido que su vientre estaba en


nudos o que el alivio podría hacerle débil. No había sido consciente de lo
preocupado que estaba de que ella pudiera haberlo dejado, pero estaba pidiendo
una gran cantidad de ella. Había aprendido cosas sobre su vida, su vida. Había
oído decir a su madre cosas feas, y Barry Anthon estaba en la ciudad. Ella lo había
visto volverse violento y entonces él había tenido que irse de la ciudad y dejarla
sola.

Bookeater
Shadow Rider
Ella salió de la cocina, su mirada moviéndose sobre su rostro en una lectura lenta y
cuidadosa. Luego su mirada fue sobre él, en busca de lesiones. Se acercó. ―
Cariño. ― Sólo eso. Una palabra. Sus manos se deslizaron por su pecho y
alrededor de su cuello para vincular sus dedos juntos en su nuca. ― Gracias. Ella
está a salvo. Nicoletta. Emme me dijo que la sacaste. ― Ella le dio las gracias. Por
hacer su trabajo. Lo miró con estrellas en los ojos y una suave y sonrisa asesina que
iba a ser el final de mierda de él. Lo miraba como si pudiera resolver los problemas
del mundo en unas pocas horas, luchar contra los malos y aún así estar en casa a
tiempo para la cena. A él le gustaba mucho ese aspecto.

Él le enmarcó la cara con las dos manos y llevó su boca en la de ella. Ella sabía a
amor. Le gustaba el sexo. Era la perfección. Una vez que empezó a besarla, no
pudo parar. Se encontró devorándola. Intercambiando el aire, diciéndole sin
palabras que esas cuarenta y ocho horas sin ella fueron condenadamente largas.
Por primera vez en su vida desde que podía recordar, se permitió a hundirse en
otra persona con fuerza. El ver a una chica de diecisiete años de edad, golpeada y
abusada física, sexual y emocionalmente le había desgarrado mucho más de lo que
quería admitir ante sí mismo. Se había mantenido apartado, manteniéndose bajo
control, usando su disciplina rígida para no ver la mirada en sus ojos cuando ella
giró el cuchillo hacia sí misma. Si Taviano no hubiera estado allí, ella estaría
muerta.

Sus ojos ardían y no podía respirar debido a la protuberancia primal bloqueando


su garganta. Él levantó su cabeza, mirando hacia abajo a ella, a sus ojos. Sólo vio
amor allí.

― ¿Fue malo? ― Susurró, presionándose más cerca.

― Fue malo, ― estuvo de acuerdo. ― No entiendo una mierda. Nunca entenderé


cómo alguien puede hacer eso a un niño. A cualquier niño. A cualquier mujer. ―
Tocó su frente con la suya. ― Estoy rendido, cuore dolce, absolutamente
aniquilado.

― Ve a tomar una ducha, ― susurró. ― Voy a prepararte algo ligero y entonces


puedes ir a la cama. Necesitas dormir.

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Preocuparse por él. Cuidar de él. Stefano la rodeó con sus brazos, manteniéndola
cerca de su corazón. Enterrando la cara en hermoso pelo grueso y sedoso, se limitó
a abrazarla, necesitando sentir su cuerpo suave apretado contra el suyo. Francesca
no se apartó ni trato de apresurarlo. Ella lo sostuvo. Apretado. su respiración de la
forma en que estaba respirando.

― Te extrañé, Stefano, ― dijo en voz baja, el murmullo casi se perdió contra su


chaqueta. ― No podía dormir en la noche sin ti.

― Eso me preocupaba, ― admitió, deslizando una mano por la curva de su


columna vertebral para enterrar los dedos en su gran cantidad de pelo. ― Yo sabía
que no serías capaz de dormir, o que, si te las arreglabas, tendrías pesadillas. Siento
no haberte podido llamar. ― Nunca había pensado mucho acerca del mandato
hasta que él había querido llegar a su mujer.

― No. ― Ella echó la cabeza hacia atrás para mirar hacia él. ― Emme me explicó
lo importante que era que todo el mundo pensara que estabas aquí, conmigo. ―
Ella se puso de puntillas y presionó besos a lo largo de la línea de su mandíbula. ―
Tu seguridad es lo más importante. Estoy tan agradecida de que hagas lo que
haces, por lo que esa chica esta ahora segura.

Su corazón se apretó con fuerza en el pecho. ― Mio Amore, esta es la primera vez
en toda mi carrera que he hecho algo como esto. Lo que hago es eliminar a alguien
como Barry Anthon. Alguien intocable para la Ley. O si recupero el bolso de una
mujer mayor con sus últimos dólares. No es porque sea un héroe. No pienses que
lo soy, ― advirtió.

Ella se rió suavemente y salió de sus brazos. ― Eres mi héroe, Stefano, y siempre lo
serás. Ve a ducharte. Podemos hablar cuando estés acostado en la cama y
somnoliento.

― ¿Cuándo te volviste tan mandona? ― Él quería abrazarla por siempre. Llevarla


a la ducha con él, lo que les llevaría a cosas interesantes. Su pene se sacudió ante la
idea.

Bookeater
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Esquivó la mano extendida. ― Alguien tiene que cuidar de ti. ― Ella extendió la
mano y colocó los dedos en el creciente bulto en sus pantalones. ― Soy una especie
de servicio completo de la mujer. Ve a ducharte, cariño, y deja que cuide de ti. ―
Sus ojos se encontraron. ― Lo necesito. Tus siempre cuidas de mí. Es mi turno. ―
Eso le encantó putamente. La vio entrar en la cocina antes de pasar a la habitación
principal. Había querido un hogar toda su vida. No había conocido el amor o la
risa hasta que él había visitado a sus tíos y vio que sus primos tenían algo
importante y valioso en su vida que sus hermanos y él no lo hacían. Hasta que
había ido a casa con Cencio y le presentó a su madre y su padre. Lucía y Arno
fueron amorosos y cálidos todo el tiempo. Stefano quería eso para sus hermanos y
hermanas. Él quería eso para sí mismo.

― Francesca. ― Él murmuró su nombre en voz alta mientras daba un paso bajo el


agua caliente y calmante. Se vertió sobre él y golpeo sus músculos adoloridos. No
sabía lo que había hecho para merecerla, pero la tenía y eso era todo lo que le
importaba. Se tomó su tiempo en el agua porque se sentía bien, lavando sus
pecados junto con su agotamiento. Él se vistió con unos pantalones holgados de
seda con cordón y un apretado y acanalado suéter antes de caminar con los pies
descalzos en la cocina.

Francesca estaba tarareando suavemente para sí, de espaldas a él, el pelo largo
cayendo casi hasta la cintura, mientras ella mezclaba la pasta. Su sombra conecto
con la de ella y ella alzó la vista al instante con una sonrisa. ― Oye cariño. ¿Te
sientes mejor?

Él asintió con la cabeza y siguió su camino directo a ella. ― Compraste


comestibles. ― Había hecho pasta a la parrilla con camarón tigre y queso
parmesano fresco. Una ensalada se sentaba en la mesa del comedor más pequeño
entre los platos ya establecidos. Había una botella de vino tinto en la mesa junto
con dos copas.

― Tenía que conseguir provisiones si iba a estar cocinando para nosotros.


Realmente me gusta cocinar, Stefano. ― Mostró una sonrisa. ― Me da la
oportunidad de exhibirme. ― Apartó el pelo de su cuello colocándolo sobre un
hombro para poder inclinarse y besar su cuello, enviando un escalofrío por su
espalda.

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― Me gusta la idea de que cocines para nosotros. Se siente como en casa. ― Tomó
los platos de pasta de ella y los llevó a la mesa. ― ¿Qué has estado haciendo
mientras yo he estado fuera, aparte de hacer las compras? ― Él entrecerró los ojos.
― ¿Y llevaste a Emilio y Enzo, por supuesto?

― En realidad, Emmanuelle y Enrica fueron conmigo, ― corrigió ella,


deslizándose en la silla frente a la suya. ― Enrica es toda vigilante cuando estamos
en algún lugar, pero tan divertida cuando estamos solas. Realmente me gusta.

Asintió mientras servía a ambos pasta. ― Emilio, Enzo y Enrica siempre estaban
metiéndose en problemas cuando eran adolescentes. Enrica se colaba por la
ventana para ir a sus citas, ya que, si sus hermanos o primos se enteraban, ella
siempre tenía una escolta ruidosa con ella.

Francesca se rió. ― No me puedo imaginar lo horrible que todos eran. Los chicos
parecen tener a las niñas superadas numéricamente.

― Gracias a Dios. Nos gusta mantener un ojo en nuestras mujeres y no podríamos


hacer eso si hubiera demasiadas de ellas.

― Eres un machista. Emmanuelle ha estado ayudándome a aprender lo que todos


hacen por las personas en el barrio.

Su cabeza se sacudió, la sonrisa se desvaneció. Él iba a estrangular a su hermana


con sus manos desnudas. ― ¿Qué demonios significa eso?

Ella hizo una mueca. ― En serio, Stefano, vas a tener que limpiar tu lengua antes
de que tengamos niños. Solo nos tocó responder algunas de las llamadas y verificar
a las personas. Hay una gripe dando vueltas y golpeó a algunas de las personas de
edad avanzada con fuerza. Fuimos a sus hogares a llevarles la medicina, o
cualquier otra cosa que necesitaran. No me diga que no haces eso, porque Emme te
delató. Mi gran rudo macho le lleva la sopa a Agnese Moretti, la maestra de
escuela, y la mujer sin hogar, Dina, así como al Sr. Lozzi y a Theresa Vitale. Me
senté con cada uno de ellos y oí de todo sobre mi hombre y lo santo que es. ― Ella
le sonrió. ― En realidad, Agnese no mencionó la palabra santo, fue la señora
Vitale. Creo Agnese dijo que había esperanza para ti.

Bookeater
Shadow Rider
No podía ayudarse a sí mismo; se echó hacia atrás en su silla y se rió. Eso era
exactamente lo que su vieja maestra de escuela podría decir de él. Y lo diría en su
voz remilgada de maestra que les decía a todos que mas valía que no la
contradijeran porque ella siempre tenía la razón. Dio, pero sí que estaba contento
de estar en casa.

― Esa mujer. ¿Está muy enferma? ― No pudo evitar la preocupación en su voz. Él


tenía un lugar especial en su corazón para Agnese. La mayor parte de la zona lo
hacía. Especialmente a los que había enseñado con tanta compasión brusca.

― No esta tan enferma como la Signora Vitale. Hice que Enrica llamara a un
médico sólo para estar segura. Ella tiene más de ochenta años y la gripe puede ser
difícil en los ancianos. El doctor dijo que con un poco de cuidado debía estar bien.
Su nieto esta quedándose con ella. Se comprometió a calentarle la sopa y a darle de
comer cada dos horas, incluso si se tomaba sólo un par de bocados.

Stefano negó con la cabeza. ― Así que se reunió con Bruno. ¿Tuvo alguna falta de
respeto? ¿Recibió la impresión de que realmente cuidaría de su abuela?

Francesca asintió. ― Absolutamente. Su "hablar" con él debió de haber ayudado,


porque realmente escuchó al médico y parecía realmente interesado. No tengo
ninguna duda de que la ama.

― Nunca hubo una duda sobre eso, sólo que él es un mocoso egoísta. Ella le dio
todo lo que alguna vez quiso, incluso cuando no podía y tuvo que sacrificar el
dinero. Nunca pareció darse cuenta. yo solo de lo señalé a él, y le expliqué las
consecuencias de que las drogas entraran en nuestro barrio o en cualquier otro
lugar para esa materia. También le prometí que, si iba a la cárcel por un cargo de
venta de drogas, no llegaría a él.

― ¿Podrías hacer eso?

― Soy un Jinete Sombra, bambina, por supuesto que podría llegar a él en la


prisión. ― Tomó una segunda ración de pasta. ― Esto esta rico, Francesca, muy
rico.

Bookeater
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― Debes explicarme todo acerca de montar sombras. Lo que esto significa. ¿Por
qué no puedes decirme nada hasta que estemos casados? Está claro que nos vamos
a casar.

Dejó el tenedor y estudió su rostro. Ella no estaba buscando piezas del


rompecabezas. Tenía miedo pero lo había aceptado. Ya tenía una idea de lo que
hacía y no sólo lo aceptó; sino que dejó claro que estaba detrás de él hasta el final.
Él confiaba en ella, lo hiciera o no. Él le había pedido que confiara en él a ciegas y
ella lo había hecho.

― Tienes que estar segura, bella. No hay regreso de esto. Habría . . . consecuencias.

― Creo que tengo que hacerlo, Stefano. ― Ella bajo su tenedor también. ― ¿Ya
terminaste? Si lo deseas, podemos ir hacia el cuarto y me puedes decir.

Tenía los inicios de un dolor de cabeza, sobre todo por el cansancio. Normalmente
podía estar cuarenta y ocho horas sin dormir, pero nada más allá porque podrían
empezar a tomar su peaje en su cuerpo, especialmente si él había ido de paseo a las
sombras.

― Gracias, dolce cuore, la cama suena muy bien.

― Voy a conseguir estos platos lavados. No me tomará mucho tiempo.

― Déjalos. El servicio se encargará de ellos.

Ella sonrió y sacudió la cabeza. Stefano sabía que no estaba cómoda con su dinero
o con cualquier persona trabajando en ella. El ascensor hizo ping, su única
advertencia. Cogió la pistola pegada debajo de la mesa y se puso de pie. ―
¿Esperabas a alguien?

Ella sacudió la cabeza, el miedo llenando sus ojos. El odiaba eso. Odiaba que
sintiera miedo de algo. Ella era suya. Su mujer tenía una gran cantidad de cosas a
las que hacer frente, pero el miedo no debía ser una de ellas.

― Ve detrás del mostrador y permanece allí hasta que te diga que es seguro.

Bookeater
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Francesca no discutió con él. Ella asintió con la cabeza, con la cara pálida, los ojos
abatidos. La cólera se revolvió en su estómago cuando salió de detrás de la mesa y
se movía con las sombras a través del comedor hacia la entrada. Si Barry Anthon o
cualquiera de sus hombres había logrado penetrar su seguridad, estaría
sorprendido. El hotel era una fortaleza. Llegar a su ático sin detección era casi
imposible a menos que fueras de la familia y tuvieras los códigos de los ascensores.

Su aliento silbó de sus pulmones, y su rabia hirvió a la superficie. Entró en la sala


grande, bloqueando la pistola en su objetivo, sin preocuparse de que su madre
abrió la boca y dio un paso atrás.

― ¿Qué demonios? ― Exigió. ― ¿No tienes ni siquiera la cortesía de llamar


primero? ― Él levantó su voz. ― Es Eloisa, Francesca. ― Él no le dijo que se
uniera a él, porque podía ver la agitación de su madre. Había estado trabajando en
una de sus conferencias de justicia y estaba totalmente preparado para cortarla,
grosero y feo, tal como había hablado de su futura esposa. Francesca no necesitaba
oír más.

― ¿Cómo te atreves, Stefano? ― Quebró Eloísa. ― Ahora entiendo por qué tu y


Taviano se han saltado las reglas por completo. Nos has puesto en peligro a todos
nosotros, a toda la familia, con su imprudencia, y ahora estás ocultándote aquí en
tu pequeño nido de amor, con miedo de mirarme a la cara porque sabes que lo que
hiciste fue descuidado y estúpido.

― ¿Cómo se atreve? ― La voz de Francesca salió de detrás de ellos. Ella caminó


hasta detrás de Stefano y deslizó su brazo alrededor de su cintura. ― Stefano no es
imprudente y lo sabe. Él no se esconde aquí y no tiene miedo de hacerle frente a
usted y creo que sabe eso, también.

― No te metas en esto, ― quebró Eloísa. ― No tiene derecho a interferir en los


asuntos familiares. Además no tiene ninguna idea de lo que estamos hablando.

Bookeater
Shadow Rider
― Ten mucho cuidado con tu forma de hablar a mi mujer, Eloísa, ― Stefano
advirtió, su voz goteando hielo, pero su corazón se había entregado a las muestras
de apoyo absoluto de Francesca. Incluso sus hermanos no interferían cuando
Eloisa estaba en su apogeo con él por alguna infracción. Siempre había sido el jefe
de la familia por sus hermanos y hermanas. Luchaba sus batallas con Eloisa, no al
revés. Se sentía bien tener a alguien que lo defendiera, a pesar de que no lo
necesitaba. Él había estado discutiendo con su madre volátil desde el momento en
que pudo hablar. ― Nos vamos a casar, a pesar de tus objeciones, en un par de
semanas. Ella será mi esposa y conmigo, será la jefe de la famiglia.

― Tal vez sería mejor empezar de nuevo, ― sugirió Francesca. ― ¿Le importaría
sentarse, Eloisa? Soy Francesca Capello. No hemos sido formalmente presentadas.

Eloisa se detuvo un momento, obviamente, luchando con su temperamento, pero


para sorpresa de Stefano asintió con su cabeza. ― Es un placer conocerte,
Francesca. Por favor, disculpa mi rudeza el otro día. No tenía idea de que estaba en
la casa y que escuchaste las cosas que le dije a mi hijo, cosas que creía en el
momento. Desde entonces, he leído los numerosos informes recogidos sobre Barry
Anthon y sé que estaba equivocada. Debí haber hecho lo que siempre hacemos y
reunir los hechos en primer lugar.

Stefano abrió la boca para estar de acuerdo con ella, pero Francesca clavó los dedos
duro en su lado y él se abstuvo de agredir a su madre de la forma en que
normalmente hacía. Miró a su mujer. Él amaba putamente pensar en ella de esa
manera. Ella era . . . magnífica. La cabeza hacia arriba. Su brazo alrededor de su
cintura. Sus ojos claros. No tenía miedo ahora, solamente era una mujer segura de
pie al lado de su hombre. Sí. Él quería eso. Francesca hizo un gesto hacia el sillón al
otro lado del sofá.

― Gracias por eso, Eloisa. Yo lo aprecio. Emmanuelle me dijo que le ha estado


ayudando con algunos de los detalles de la boda. Es que todo ha pasado tan rápido
que estoy un poco abrumada, así que le estoy agradecida por cualquier ayuda al
respecto.

Bookeater
Shadow Rider
Eloisa tomó la silla en frente de ellos. Stefano llevó a Francesca más cerca de él,
apretó el muslo contra el de ella. El había caído. Realmente la echaba de menos.
Era extraño pensar en una mujer noche y día, y preocuparse por ella y con ganas
de estar con ella. Inhalar el olor de ella y saber que estabas en casa. Desear su
cuerpo como una adicción y necesitar el sonido de su risa y ver su sonrisa. Él
nunca tuvo esto antes y ahora le parecía tan natural como respirar.

― Realmente tenemos que discutir este lío, Francesca, ― dijo Eloisa. ― No quiero
angustiarte, pero Stefano hizo algo que no debe hacerse de acuerdo al protocolo en
nuestro negocio y podría haber logrado a alguien muerto. Yo no puedo dejarlo
pasar sin decirle algo.

― Si estamos hablando de Nicoletta, soy plenamente consciente de la situación, ―


dijo Francesca. ― Por todos los medios puedes hablar con Stefano al respecto, pero
obten todos los hechos antes de molestarte. Tenía una buena razón para hacer lo
que hizo.

La cara de Eloisa se puso roja de ira. Sus ojos se volvieron duros. Stefano había
visto esa expresión un millón de veces. Él podría haberle dicho a Francesca que
Eloisa no era razonable cuando era emocional. Su temperamento era una leyenda
en la familia. Incluso sus hermanos pisaban a la ligera cuando estaba molesta.

― En primer lugar, Francesca, Stefano, no debió haberte informado de nuestro


trabajo hasta después de la boda. ― Mordió cada palabra, sus dientes rompiendo
juntos, como si fuera a tomar un bocado de él si ella no estuviera tan controlada.

― Eloisa, no debe de decirme cómo manejar mis asuntos personales, no cuando se


trata de mi mujer. ― Stefano mantuvo su voz tan suave cómo fue posible. Su
familia podría ser ruidosa en sus desacuerdos, pero con su madre, iba de mal en
peor muy rápidamente.

Bookeater
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La respiración de Eloisa silbo entre dientes en una larga secuencia de
desaprobación. ― Cuando se trata de que no tener cuidado acerca de la empresa
familiar, Stefano, alguien tiene que hacerlo, y no hay nadie más que yo. Todo el
mundo tiene miedo de ti. ― Ella se inclinó hacia él, entrecerrando los ojos, su dedo
punzando hacia él. ― No te temo. No tenías derecho a llevar a esa chica a nuestro
vecindario. Ella debería haber sido dejada allí. Y Taviano no tenía ningún negocio
yendo ahí. Su trabajo consistía en ser visto. Para ser fotografiado. Los dos salieron
de la famiglia vulnerables.

Stefano se encogió de hombros. ― Afortunadamente, Eloisa, yo soy el jefe de la


famiglia, y hago las reglas, no tu. Esa fue mi llamada. Taviano estaba allí cuando se
le necesitó, gracias a que actuó por instinto, eso es lo que estamos capacitados para
hacer. No sé por qué estás molesta cuando todos hicimos nuestro trabajo.

Eloisa se acercó aún más, los ojos vivos de cólera. ― Debido a que te desviaste del
protocolo, algo que ha estado en existencia durante un centenar de años por una
buena razón, en el último momento pudieron haberte matado. O lograr que
mataran a tu hermano. Ambos son más importantes que esa chica, ya sea ella un
Jinete confirmado o no.

Hubo un silencio impresionante. Stefano contó sus latidos del corazón, tratando de
controlar su temperamento. ― ¿Por qué, Eloisa? ¿Por qué piensas que Taviano y
yo somos más importantes que una chica de diecisiete años de edad? ¿Una que ha
estado siendo tratada brutalmente, violada y golpeada casi cada puto día desde
que tenía quince años? Si eso no es razón suficiente para ti, esta chica puede
proporcionar niños Jinetes para nuestra familia. Podía ser una mujer muy querida
para uno de tus hijos. ¿Cómo es que no es tan importante así no más?

Bookeater
Shadow Rider
La cara de Eloisa se puso roja. Ella parpadeó rápidamente, en repetidas ocasiones,
como si tuviera algo en sus ojos, sus puños apretados. ― Porque, ― dijo entre
dientes, los puños fuertemente cerrados. ― Ella no es mi hijo. Ella no es Taviano.
Ella no eres tú. No me importa si tu y tus hermanos y Emmanuelle me odian todo
el tiempo que estén vivos. Mientras sepa que hice todo lo posible para hacer que
fueran los mejores pilotos que hay. He sacrificado toda mi vida, mi felicidad, todo,
para que tu y los otros pudieran vivir. Para que estuvieran preparados para la vida
para la que nacieron. Yo no la habría elegido para ti, pero no tenía otra opción, al
igual que tu no tienes otra opción. No te veré muerto, Stefano. Ni a ninguno de mis
otros hijos antes que yo. No lo haré.

Los dedos de Francesca se clavaron en el muslo con advertencia. Su mirada se


desvió a su cara. Podía ver que estaba tratando desesperadamente de decirle que
fuera cauto, para que escuchara lo que su madre estaba diciéndole, el mensaje
subyacente. Para que escuchara la desesperación y la furia en ella. Lo había visto
un par de veces en otras madres, tigresas de protección, cuando se trataba de
defender a sus hijos.

Él nunca lo había visto en su madre. Siempre había sido tan fría como el hielo.
Había supervisado todos los aspectos de su formación en los Estados Unidos,
incluso cuando fueron a otras familias para entrenar. Había hecho frecuentes
visitas sorpresa para asegurarse de que estaban trabajando tan duro como ella
consideraba necesario. No podía ir al extranjero con ellos, pero ella se mantuvo en
contacto, era muy exigente. Su padre nunca había mostrado ningún interés en su
formación. En realidad, nunca había mostrado ningún interés en ellos en absoluto.

― ¿Por qué no te separas, Eloisa? Estás retirada. No importa si puedes o no montar


en una sombra. No importa si él no se acuerda de cualquiera de nosotros. ― Él
habló tan suavemente cómo fue posible. ― Él nunca ha hecho cualquier cosa que
no sea dañarte a ti.

Eloisa levantó la mano. En agitación, pero se mantuvo allí, una barrera entre ellos.
― Si no puedo montar en una sombra, no puedo llegar a alguno de ustedes,
cuándo puedan necesitar ayuda. No me importa lo que hace Phillip. No es como si
fuera a encontrar el amor de mi vida a estas alturas, pero puedo seguir
asegurándome de que mis hijos están tan seguros como puedo hacerles.

Bookeater
Shadow Rider
Stefano miro a su madre, pensando en su extraña reacción. Ella sonaba. . .
cuidadosa. ― ¿Querías tener hijos, Eloisa?

Hubo un silencio. Los dedos de Francesca se clavaron profundamente en su


músculo. Le acarició el dorso de la mano con el pulgar, necesitando tocarla.
Agradecido de que estuviera tan cerca de él, apoyándose en él, permaneciendo a
su lado, a pesar de la forma en que Eloísa le había hablado a ella antes. Mantuvo su
temperamento bajo control y se permitió escuchar la voz de su madre, para juzgar
la honestidad.

Nunca le había hecho a su madre esa pregunta, nunca había llegado lo


suficientemente lejos en una conversación con ella para considerar siquiera saber
más sobre ella. Eloisa era una persona disciplinada y muy controlada, al igual que
él lo era. Ella también era muy privada. Mantenía todas las distintas emociones
aparte de la ira, bloqueadas. Ahora, ella parecía vulnerable, tanto que deseaba no
haber preguntado. Eloisa nunca parecía vulnerable o frágil. Ella se veía casi como
si pudiera romperse. Dos veces se humedeció los labios y su mirada se alejó de él,
pero no antes de que él pensara haber visto el brillo de las lágrimas. Ella sacudió la
cabeza dos veces.

― Yo quería un esposo e hijos al igual que la mayoría de las mujeres, pero esa no
era mi realidad. Mi realidad era darles un legado que no tuvieran más remedio que
cumplir. Y lo logré a través de la formación. ― Una amarga sonrisa torció su boca,
una difícil de ver. La palma de la mano de Francesca acarició su muslo con
dulzura, como si pudiera sentir su reacción y, al mismo tiempo, mantenerlo
conectado a la tierra y equilibrado.

― Sé qué piensas que tu abuelo y abuela eran cariñosos, gente maravillosa, pero lo
adquirieron con la edad. Eran capataces, mucho peor de lo que pude ser. Los
maestros a los que fui enviada fueron brutales, y sé que piensas que el
entrenamiento fue muy duro con tus hermanos y hermana, pero eso fue lo que
inculcaron en nosotros, que el entrenamiento lo era todo. ― Ella sacudió la cabeza,
un pequeño estremecimiento pasando por su cuerpo. ― Algunos de los
entrenadores eran crueles, pero eran un mal necesario.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿Es eso lo que piensas? ― Stefano preguntó, las visiones de Ettore elevándose,
agudas y asesinas en su mente. Su intestino anudado y fue sólo la mano restrictiva
de Francesca lo que le impidió saltar hacia arriba y estimulado con su energía
inagotable gritar insultos a su madre. ― Sabíaa que los entrenadores eran crueles
y, sin embargo, enviaste a mis hermanos de todos modos. Me enviaste, pero no
resultó tan bien para la familia, ¿o lo hizo?

― Stefano, no puedes ignorar el hecho de que la formación es necesaria. Sin ella,


ninguno podría hacer lo que hacen. Es difícil, sí, pero todos los otros Jinetes han
pasado por ella.

― Es necesario, Eloisa, pero no tiene que estar en manos de entrenadores brutales.


La crueldad no tiene lugar en lo que hacemos, por lo que aquellos de nosotros que
viajamos no debemos ser sometidos a formadores viciosos por el simple hecho de
que infligir dolor es su placer.

Eloisa se quedó sin aliento. Su mano se deslizó a la defensiva hasta su garganta. ―


¿Es eso lo que piensas? ¿Qué les envié a todos para que pudieran ser crueles con
ustedes?

― Erass nuestra madre. Era tu trabajo protegernos. ― Stefano hizo una acusación.
Francesca le apretó más a él, bajo su hombro, su cuerpo cálido, y suave.
Consolador cuando él no sabía qué era lo que más necesitaba. Los recuerdos de su
infancia estaban demasiado cerca. De su hermana gritando noche tras noche con
terrores nocturnos. De sus hermanos regresando de los otros países fríos y
templados, con el infierno en sus ojos. De llevar el cuerpo de Ettore a través de las
sombras. La rabia se movía en él y él apretó su brazo alrededor de Francesca para
ayudarlo a mantenerse a raya.

― He seguido la tradición, Stefano, al igual que cualquier otro padre de un Jinete.


Los envié a todos a los mejores entrenadores de todo el mundo. Adonde fui, y cada
otro Jinete va. Cuando estabas lejos de mí aquí, fui y me aseguré de que no hubiera
crueldad, pero no podía ir a Europa con todos. ― La voz de Eloisa fue baja.
Ahogada. Estrangulada.

Bookeater
Shadow Rider
― Sabías lo que sucedería, Eloisa, o no habrías ido a los entrenadores aquí en los
Estados Unidos.

― Es la tradición. ― Eloisa gritó, pero había lágrimas en su voz.

― Hace años, las mujeres eran nada, Eloisa. No tenían derechos. No podían tener
propiedades. Eran una propiedad. Eso cambió, ya que no estaba bien. Los niños
eran golpeados regularmente por los padres. Eso cambió, ya que no estaba bien.
Sólo porque algo es tradición, transmitida de generación en generación, no
significa que sea correcto.

― ¿No crees que lo sé? ¿No te parece que lo aprendí cuando Ricco regresó de
Japón y estaba tan cambiado? Hay muerte en sus ojos. Hay vacío cuando antes
había mucha vida. Todos ellos regresaron cambiados. Incluso tu, y eres muy fuerte,
Stefano. ― Su voz se rompió.

― Todos ellos son fuertes, Eloisa. Cada uno de ellos. Separate de Phillip. Podemos
cuidar de los otros en las sombras. Quédate viva. Dejate disfrutar de tus hijos en
vez de volverte loca, tratando de protegernos cuando ya no lo necesitamos.

Eloisa tomó una respiración profunda para no perder el equilibrio. ― Lo pensare.


Puedo ver que estás cansado, Stefano, así que voy a irme ahora y te permitiré
dormir un poco. ― Ella sacudió la cabeza y se levantó, levantando una mano para
evitar que alguno de los dos le diera simpatía de algún tipo.

Stefano se levantó también, llevando a Francesca con él, encerrándola con fuerza a
su lado. Ella inmediatamente apretó la palma de su mano a su abdomen para que
su calor quemara a través de su camisa fina y en su piel. Eso fue aún más
profundo, por lo que su calor se extendió por todo su cuerpo, haciéndole
consciente de lo afortunado que era de tenerla. De haberla encontrado. Su madre
era una cáscara. Representaba a una mujer fría y calculadora con poca emoción
para el resto del mundo e incluso el lo había creído. En su lugar, ella era una mujer
con sueños de ser amada. Ella había sido forzada a un matrimonio sin amor con un
hombre que se preocupaba sólo por el poder de los paseos a las sombras. De la
capacidad que le daban para llevar a cabo sus asuntos. Había sacrificado el amor
de sus hijos con el fin de continuar con las tradiciones que sus padres habían
forzado en ella.

Bookeater
Shadow Rider
Stefano miró a Francesca cuando las puertas del ascensor se cerraron. ― Nuestros
hijos conocerán el amor, dolce cuore. Si llego a ser demasiado duro en su
formación, necesito tu palabra de que no me dejarás.

Ella le sonrió. ― Te golpeare en la cabeza y meteré sentido común si te atreves a


ser demasiado duro con nuestros hijos. ― Ella le estaba sonriendo, pero había algo
de verdad en sus ojos, la honestidad en su voz y el acero en su columna vertebral.
Él no tenía ninguna duda de que ella quería decir lo que dijo.

― Vamos a ir a la cama, ― dijo él, volviéndose hacia el dormitorio. Quería


acostarse y abrazarla.

― Eso fue una sorpresa. Eloisa nunca ha hablado de sus sentimientos. Ni una sola
vez. Ella nunca mostró emoción, ni siquiera cuando Ettore murió. ― Su muerte
estaba demasiado cerca. Demasiado. Se sentía como si las paredes estuvieran
presionando sobre él.

― Lo que dijo sobre Ricco. Sobre el entrenamiento. ¿Qué fue eso?

El se desnudó, arrojando su ropa a un lado y luego extendiéndose en la parte


superior de las sabanas, las manos detrás de su cabeza mientras la observaba
quitarse la ropa. Cuando llegó para ponerse una de las atractivas camisolas que le
había comprado, él negó con la cabeza. ― No esta noche, Francesca. No quiero
nada entre nosotros. Ni siquiera algo que me de gran placer quitar. Solo tienes que
venir a la cama. ― Ella era hermosa. Más que hermosa. Su cuerpo era exuberante y
acogedor, sólo de la forma en que estaba. ― Tú nos diste a todos nosotros
esperanza. ¿Lo sabías? ¿Tiene alguna idea de lo importante que eres para mis
hermanos y hermana? No porque me vayas a dar bebés, sino porque representas
algo bello y asombroso. Ninguno de nosotros creyó jamás que tendríamos la
oportunidad de amar a alguien. O que nos gustaría ser amados.

Francesca se tendió junto a él, su cuerpo se volvió hacia él, colgó un brazo
alrededor de su cintura, su cabeza en su hombro, una pierna echada sobre sus
muslos. Ella hacia muchas cosas por él, se dio cuenta. Girar su cuerpo hacia él.
Nunca protestaba cuando él la encerró a su lado, o por la noche cuando se cubría a
sí mismo con ella. Ella sólo se acurrucaba más cerca.

Bookeater
Shadow Rider
― Es necesario que me expliques todo esto, Stefano, ― instó. Sus dedos se
movieron sobre su pecho, trazando sus músculos pesados. ― Necesito saber.
Quiero entender.

Se movió lo suficiente para que él pudiera envolver un brazo alrededor de ella. Las
luces estaban apagadas, pero podía verla fácilmente a través de la hilera de
ventanas al descubierto que estaban en una de las paredes de su habitación. Había
muchos pisos y nadie para ver, sin embargo, podría mirar hacia abajo a la ciudad
con todas las luces. Amaba su ciudad. Él amaba su barrio. Más que nada quería a
su familia.

― Te he dicho algo de ello. Nos remontamos a hace cientos de años. En la familia


Ferraro siempre han nacido Jinetes. Hombres y mujeres capaces de conectar con las
sombras y entrar en ellas, por un tubo, una autopista. Cuando estamos dentro de la
sombra, nadie puede vernos. En los viejos tiempos, nuestros antepasados
adquirieron la tarea de proteger a la familia y amigos y luego, eventualmente, a
otros en nuestro vecindario.

Ella asintió y volvió la cabeza ligeramente para presionar un beso en su pecho. Él


ya se lo había dicho antes, pero tenía que empezar en alguna parte cómoda. Ella
fue muy paciente con él, por eso supo que sería igual de paciente con sus hijos.

― Cuando los Ferraros se negaron a unirse a la familia Saldi o a revelarle a ellos


como eran capaces de proteger a tantos, el jefe de la familia Saldi emitió la orden
de acabar con ellos. Cada hombre, mujer y niño. Los Jinetes escaparon. Unos
primos estaban afuera de vacaciones. Los que quedaron vivos se escondieron.
Debido a que los Jinetes de las Sombras fueron capaces de escapar, la familia
comenzó a reconstruirse en secreto.

Su dedo trazó sus costillas. ― Ya sé donde recibes tu tenacidad.

Bookeater
Shadow Rider
Él capturó sus manos y se llevó los dedos a la boca, los dientes raspando
seductoramente a lo largo de las almohadillas. ― Pasaron años construyendo un
imperio. Las ramas de los Jinetes se establecieron en las principales ciudades
alrededor del mundo. Cada Jinete tenía que estar familiarizado con los idiomas y la
geografía de modo que fueran enviados a cada ciudad para entrenar a los
adolescentes. Los otros miembros de la familia comenzaron a usar negocios
legítimos. Bien sólidos que llevaran la prosperidad a la familia. Bancos, hoteles,
casinos, discotecas. Cada negocio se construyó cuidadosamente antes de que otro
se añadiera.

― Todos ellos son capaces de manejar cualquier dinero que un Jinete Sombra
obtenga por sus servicios que no son de modo legítimo, ― murmuró.

― Como el rescate de una chica de diecisiete años de edad.

― No hubo dinero por ese trabajo. Algunos trabajos son intercambiados por
favores, u otras pequeñas cosas. Hacerse cargo del trabajo que implica la ejecución
de una persona. ― utilizo deliberadamente la expresión para verla reaccionar. ―
requiere una gran cantidad de dinero a menos que, como en el caso de un niño
tratado brutalmente, el peticionario no se lo puede permitir, no es un criminal y la
necesidad se justifica.

― Es por eso que tienes un proceso de este tipo. Los anfitriones, y luego los
investigadores.

― Sí. ― Mordió de nuevo en su dedo, con ganas de besarla, calidez difundiéndose


a través de él porque ella ni siquiera se inmutó cuando usó la palabra ejecución. ―
Tenemos que estar seguros antes de tomar un puesto de trabajo. Ahí puede haber
errores. Ambas partes se investigan, el peticionario, así como el objetivo y el propio
incidente. Protegemos la familia a toda costa. Hacemos seguros nuestros propios
Jinetes, ya que no pueden ir a la deriva porque pueden llamar la atención sobre
nosotros en nuestra propia ciudad. Nosotros no hacemos del trabajo algo personal.
Nada cercano a nosotros. Usamos los paparazzi de coartadas. Porque jugamos tan
públicamente, que pocas personas han considerado alguna vez que haríamos algo
que no pueden ver.

― Y tienes cuidado. ― Ella hizo una declaración.

Bookeater
Shadow Rider
― Y tenemos cuidado, ― confirmó. Se quedó en silencio un momento antes de
continuar, profundizando los dedos en la seda de su cabello. ― Es difícil encontrar
otras personas ajenas a la familia con la capacidad de montar las sombras. No sólo
no son tantos. Los hombres tienen un poco más de tiempo para encontrar a alguien
que realmente quieren para su mujer, porque al final, servimos a la familia y eso
significa producir Jinetes. Los Jinetes nos mantienen seguros. Si los Saldis o
cualquier otra persona trata de acabar con nosotros de nuevo, la venganza sería
rápida y brutal. Ellos lo saben. Ellos no saben cómo lo hacemos, pero saben que
podemos llegar a ellos.

Tenía que hacerla entender. ― Los Jinetes son importantes para la familia,
Francesca. Nuestra formación, la formación de los niños, es necesario para que
nosotros continuemos. Es difícil pero muy gratificante. Pero . . .― Él se apagó.

― Dime.

Que podía decir a Francesca. Su mujer. Ella parecía entender todo lo que
necesitaba o quería. ― Voy a entrenar a nuestros hijos y van a ir a otros
entrenadores de confianza, pero Francesca, si esta vida no es para ellos, quiero que
tengan otra opción. No quiero arreglos, ni matrimonios sin amor para ellos. Voy a
enseñarte a pasear en las sombras, pero te quiero a salvo, nunca quiero que hagas
algún trabajo o veas la violencia. No quiero que te toque. Necesito que entiendas
eso. No es porque no quiera compartir el poder contigo. Es porque . . .

Se dio la vuelta, extendiéndose por encima de su cuerpo, sus manos enmarcando


su rostro. ― No tienes que explicármelo. Yo se que me quieres en casa, para
equilibrar la formación. No hay nada de malo en eso.

― Quiero volver a casa limpio. Hacia algo maravilloso y cálido. El amor. Quiero
eso para mí y los niños. Necesito eso.

― Sé que lo haces, ― murmuró ella, y le dio un beso en la garganta.

Bookeater
Shadow Rider
― Tienes que saber que hay consecuencias al estar conmigo, Francesca. No estaba
exagerando cuando te advertí qué clase de hombre que soy. Espero guiarte y
espero que me sigas. Te voy a dar todo lo que pueda. Te quiero feliz. Pero te
necesito segura. Eso es algo en mí que no puedo cambiar. Habrá una gran cantidad
de demandas. Eso me dejara saber dónde te encuentras a cada minuto. Eso no tiene
nada que ver con la confianza, y todo que ver con mi problema de saber que estás a
salvo.

― Yo sé eso, Stefano.

Tomó aliento. Tenía que hacerle saber todo. Tenía que saber si podía vivir con las
consecuencias reales de estar casada con un jinete sombra. ― Eso no es ni de lejos
lo peor. ― Él respiró, enmarcando su rostro para mirarla a los ojos. ― La verdad es
que, Francesca, una vez que estemos casados y nuestras sombras se fusionen por
completo, si las cosas no funcionan y nos divorciamos, las sombras se separarán y
no habrá reparación de las mismas. Voy a perder mi capacidad de montar las
sombras. Eso es de lo que mi madre estaba hablando esta noche. Tu perderías toda
memoria de mi y de nuestra vida e incluso de nuestros hijos juntos. No recordarías
nada que ver con los paseos en las sombras. No sufrirías porque no tendrías
ningún recuerdo de ello, pero perderías tus hijos. Es por eso que es importante
saber con certeza antes de que nos casemos, que esta vida es para ti.

Sintió la repentina quietud. La inhalación rápida. Ella comenzó a rodar fuera de él,
su primer retiro. No lo permitiría, con sus brazos la bloqueo a él. ― No, bambina,
no me dejes. Sólo escucha. Escucha la verdad en mi voz. Te amo con todo mi ser.
Nunca habrá un momento en que no lo haga. Soy incapaz de engañarte. Soy
demasiado leal, y yo sé que tienes eso en ti también. Vamos a trabajar las cosas. Sé
que soy difícil, pero te juro, con cada aliento de mi cuerpo, Francesca, que voy a
trabajar en nuestro matrimonio.

― Es un precio muy alto, Stefano, si algo sale mal.

Bookeater
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― Yo sé eso. Sé lo que estás arriesgando. Parece que tengo menos que perder, pero
no es así. No me gustaría ser la mitad de un hombre sin ti, y yo no sabría qué sería
de mi, sin la capacidad de montar. Cásate conmigo, sé mi mujer. Sé mi compañera.
Corre el riesgo conmigo. Te necesito en una forma que nunca he necesitado nada ni
a nadie. ― Estaba entregándose a ella. Nunca se había sentido más vulnerable.
Nunca se sintió con más miedo. ― Cada palabra de mierda que te dije es la
verdad.

Acaricio con la boca a través de él. Mirándolo a los ojos, buscando algo. Ella debió
de haberlo encontrado porque asintió. Había tardado en llegar, pero al final, ella
asintió su aceptación. ― Sí. La respuesta sigue siendo sí.

***

Stefano despertó Francesca tres horas después de que se durmió e hizo el amor con
ella. Suavemente. Lo más suavemente posible para él. Se aseguró de que ella
jadeara y estuviera lista antes de que la llevara, llevándola de nuevo una y otra
vez, dándole tres orgasmos antes de que se despojara a sí mismo en ella. Él se
volvió a dormir con el sonido de ella tomando un baño. A la mujer le encantaba la
puta bañera.

Bookeater
Shadow Rider

23

Stefano se despertó cuando el alba se introducía en la habitación y una


necesidad urgente arañando en su vientre. su pene estaba duro y grueso,
desesperado por estar dentro del canal caliente y húmedo de Francesca. El pelo
largo de Francesca se movió en una diapositiva sensual sobre sus muslos y el
vientre, como seda, construyendo una urgencia salvaje cuando su boca se movió
entre sus piernas, hasta sus muslos, difundiendo besos y pequeños mordiscos
hasta que sus bolas estuvieron adoloridas. Ella lamio sus testículos y su pene se
sacudió con fuerza. Sus dedos lo encontraron, apretando y acariciando sus bolas
incluso mientras su lengua las bañó lentamente en calor. Hizo pequeños gemidos
que se agregaron a la oscura fantasía.

― Dolce Cuore. ― Fue todo lo que pudo decir cuando ella lamió su eje. Codiciosa.
Hambrienta. Llegó abajo amontonando la seda en su puño. Su boca se deslizó
sobre la cabeza ancha, acampanado de su pene y ella lo envolvió a él.
Completamente. Llevándolo a lo profundo. Inesperadamente. El interior de su
boca estaba mojado y resbaladizo, más caliente que el infierno.

― Cogiendo el paraíso. ― Él gimió. Tiró de su pelo para levantarle la cabeza. El


quería ver sus ojos. Él amaba sostener su mirada mientras ella iba hacia abajo en él.

― Tengo que mirarte, bambina. Tengo que ver tus ojos. ― Amaba la forma en que
ella estaba hambrienta por él, de la misma manera que siempre se sentía insaciable
por ella. Cómo sus ojos transmitían su entusiasmo y su amor por lo que estaba
haciendo. Lo necesitaba casi tanto como necesitaba su boca sobre él. Su cabello, se
movió sobre sus muslos y el vientre, eso le hizo ultrasensible para que cada
terminación nerviosa de su cuerpo saltara a la vida.

Bookeater
Shadow Rider
El fuego bailaba sobre su piel, añadiéndose a las sensaciones que la boca y las
manos creaban. Esperó el impacto, conteniendo la respiración. Cuando llegó,
cuando levantó sus pestañas y sus ojos se encontraron, su corazón se contrajo en el
pecho y en el fondo, donde nadie podía ver, ella lo hizo pedazos. Esa mirada. Tan
llena de amor. Tan llena de lujuria. Por él. El hombre. No el nombre. No el dinero.
Ni por ninguna otra razón. Sólo por él. Sus puños se apretaron en su pelo. Quería
tirar de ella hacia él, pero ella eligió ese momento para tomarlo en su boca.

Al verlo mirando, ella abrió los labios y lentamente, pulgada a pulgada, lo tomó a
profundidad. Era lo más caliente que había visto nunca. Mantuvo la mirada fija en
él, dejando que el hambre ardiera en sus ojos mientras vaciaba sus mejillas y
chupaba con fuerza, su lengua amarrándolo con movimientos que se sentían como
un rayo blanco.

Su boca se sentía como un puño de terciopelo ardiente envuelto alrededor de su


pene. Caliente. Apretado. Mojado. Perfecto. Él supo lo que era el paraíso, allí
mismo, en la boca de su mujer. Ella deslizó su boca hasta su eje y luego lo envolvió
de nuevo en un asimiento apretado y húmedo que lo sacudió.

― Mierda. ― Salió de él. Crudo. Pero él no podía pensar con su sangre tronando
en sus oídos y rugiendo a través de su eje. Sus manos estaban haciéndole cosas
pecaminosas, muy malas para sus bolas, mientras que su boca se las hacia a su
pene. Él la agarró por el pelo más fuerte y empezó a tirar.

― Tienes que parar, bella. Ya. La cogida. Ahora. ― Porque si no lo hacía, iba a
verter todo lo que tenía directo en su garganta, y él no quería que esto terminara.

Francesca no mostró señales de detenerse. Su boca se apretó aún más, la succión


más fuerte que nunca, enviando olas de calor asaltando a través de él. El deseo
apretó los músculos de los muslos, se construyó en sus bolas y bailo en su vientre.
Mantuvo la cabeza en su lugar con su pelo, con los puños a ambos lados de su
cabeza, guiándola a ella ahora, sus caderas empujando en ese túnel caliente y
húmedo.

Bookeater
Shadow Rider
Stefano se quedó mirándola a los ojos, hundiéndose allí, dejando que lo llevara,
que el fuego lo consumiera, empujó a profundidad y se mantuvo a sí mismo allí,
encerrado en ese paraíso, cerrando la boca a su alrededor como un tornillo de
banco. No tiro hacia atrás hasta que vio el primer indicio de pánico en sus ojos. Le
dejó tomar un respiro y se metió de nuevo y no podía creer cuando su lengua lo
atacó con los rayitos de luz, ella succionó con fuerza y una vez más lo tomo
profundo, a la vez que su mirada se aferra a la suya.

Su aliento fue atrapado en su garganta. No sólo le daba el puto paraíso, sino que lo
miraba con adoración, como si él fuera el único hombre en su mundo. Se mantuvo
allí un golpe o dos más, observándola tomarlo, mirando la confianza en sus ojos.
Con un juramento crudo, se retiró, tomo su dominio y bajando los brazos, tiró de
ella hacia arriba.

― Ponte de rodillas de cara a la cabecera, ― ordenó.

Mientras se colocaba sobre sus rodillas, su pene en su puño, utilizo trazos gruesos
para mantener ese fuego caliente y ardiente. No fue tan difícil cuando ella rodó
sobre su vientre y se arrastró hasta la cabecera de la cama. Era el epítome de la
sensualidad, su hermoso culo en el aire por él, la cabeza flexionada hacia el
colchón.

― Alcanza detrás de ti con las manos.

Así lo hizo, volviendo la cabeza para mirar fijamente a través de la masa de cabello
cayendo. Él cogió su cinturón y lo utilizó para asegurar sus manos detrás de su
espalda. ― Me encanta la forma en que te mueves ahora. ¿Esto no está demasiado
apretado?

― No. ― Excitación o inquietud hicieron temblar la voz; no estaba seguro de que,


pero empujó hacia atrás sus caderas en invitación.

Esperó unos momentos, empujando su polla mientras él la observaba en silencio,


lo que permitió a la anticipación construirse. Le encantaba que su mujer le diera
esto a él, que le diera todo lo que le pedía y más. Su respiración se volvió
entrecortada y deslizó la palma de la mano por el interior de sus muslos y luego la
abrió más amplio con las rodillas.

Bookeater
Shadow Rider
Se estremeció. Él alcanzó entre sus piernas y la encontró húmeda y caliente. Él
sabía que iba a estarlo. Ella disfrutaba bajar en él. Lo deseaba a él. Ella dio un
gemido cuando su palma pasó por encima de su entrada resbaladiza, pero ella no
se movió. Ella solo espero. Entregándose a él. Golpeó su culo duro, un escozor
fuerte y luego frotó la mancha roja con dulzura. Se inclinó y le dio un beso justo en
el medio de la huella de su palma. Su lengua encontró su entrada y él lamió, todo
el camino, una larga prueba de su calor abrasador.

Francesca gritó, y él repitió toda la secuencia en la mejilla izquierda. Se pasó un


rato allí, construyendo el calor en ella, usando sus manos, su lengua, variando el
ritmo y la fuerza, asegurándose de calmarla y mantener la miel derramándose en
su boca, en su lengua, por sus muslos para que pudiera lamerla para limpiarla.

Ella sollozó su nombre una y otra vez, el aliento enganchado en cada gemido o
grito que provocó de ella. Él se tomó su tiempo, disfrutando de construir el calor
en su cuerpo. Su pene palpitaba y palpitaba con cada golpe y caricia a su hermoso
culo redondo. No pudo resistirse a tomar un bocado de ella, con los dientes busco
el centro de mejilla derecha y mordió para luego acariciar su marca con su lengua.
Ella explotó, gritando su nombre, todo su cuerpo tembloroso. Se introdujo en ella,
usando sus caderas como manijas, arrastrándola de nuevo a él para poder golpear
profundo y duro, sintiendo el agarre visceral de su cuerpo cuando ella se cerró
sobre él, acariciando y estrangulándolo con sus músculos internos mientras
convulsionaba alrededor de su pene.

No hizo el amor con ella como hacía a menudo. Él la cogió. Duro. Profundo.
Áspero. Se agachó y la atrapo por el pelo, arrastrando la cabeza hacia arriba y hacia
atrás mientras él golpeaba en ella, pistoneando duro. Todo mientras el fuego
surcaba por medio de él, corría por su columna vertebral y hervía como una furia
en sus bolas. Era exquisita. Una perfección de mierda. Su cuerpo respondió a su
tratamiento duro con otro sismo fuerte, una ondulación de choques, y las burlas
agarrando su pene mientras se conducía en ella una y otra vez.

La arrastró hasta más lejos, usando su cabello, para que pudiera ver sus pechos
balanceándose a través de cada sacudida con fuerza de su cuerpo. Le gustaría tener
dos pollas para poder estar en su boca al mismo tiempo que él la cogía por ese
dulce túnel de calor abrasador. No paró ni durante un minuto, una especie de furia
sexual montando en él con fuerza. Él se condujo dentro de ella una y otra vez, casi
la levantó de sus rodillas con cada golpe.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿Quieres más? ― Ella asintió.― ¿Más fuerte? ¿Más áspero? ― Ella asintió de
nuevo. Gritó cuando él accedió.

― Vas a entregarte a mí de nuevo, Francesca.― Él dio una orden. ― Vente para mí


en este momento. ― Y lo hizo en el momento que se lo dijo, su cuerpo explotando
alrededor de él, sujetándolo con fuerza hacia abajo de modo que la fricción era casi
insoportable. Cabalgó a través de él, con los dientes apretados, el incendio y la
construcción de un edificio que él pensaba que era imposible conseguir más
caliente.

― Una vez más, ― exigió, sin detenerse. No cediendo. Conduciéndose lo más


profundo posible, tan rápido y fuerte como era posible.

― No puedo, ― se quedó sin aliento.

― Lo harás. ― Él hizo una demanda, una vez más, sabiendo que cumpliría. ―
Ahora.

Sintió que sus bolas se tensaban hasta el punto del dolor. El fuego corrió por su
espalda a sus caderas y nalgas, hasta los dedos de los pies y las pantorrillas, en los
muslos. Los dos se incendiaron juntos, terminando en su pene mientras su cuerpo
de pronto lo agarró con fuerza. Su vaina estaba muy caliente, quemándolo con un
broche de estrangulamiento de fuego. Ella gritó mientras su cuerpo le ordeñada, y
su orgasmo le atravesaba en medio de un círculo vicioso y brutal clímax que los
sacudió a ambos. Su simiente golpeando profundo, llenándola, vertiéndose en ella,
lo que provocó más réplicas, casi tan brutales como el orgasmo original.

Aflojó su agarre en su cabello, bloqueando el brazo alrededor de su cintura y ellos


se desplomaron en el colchón. Respiró profundamente, tratando de recuperarse,
flotando en una especie de felicidad, su corazón bombeando violentamente y su
pene todavía sacudiéndose profundamente dentro de ella. ― Dame un minuto, ―
se las arregló para decir. ― Voy a conseguir liberar sus manos.

Bookeater
Shadow Rider
No pudo moverse durante un tiempo, una fina capa de sudor cubría su cuerpo y
había mojado su pelo. Se sentía muy bien. Mejor que genial. Después de unos
minutos se deslizó de su cuerpo, la sensación enviando otra ola de calor a correr
por sus venas.

― ¿Todavía conmigo, Bella? ― Le dio un beso en la espalda. No se había movido,


no había hecho ningún ruido, no desde ese grito desigual que la atravesó, junto
con la furia de su orgasmo.

Ella asintió con la cabeza, pero no habló. Se recogió el pelo y se lo retorció,


consiguiéndolo fuera de su espalda para que él pudiera barrer su palma hacia
abajo por la curva de su columna vertebral y sobre sus nalgas. A él le gustaba ver
sus marcas allí.

Él presionó besos a lo largo de su columna vertebral, hasta llegar a la parte baja de


la espalda y luego sobre ambas mejillas de su fondo, mientras desataba la hebilla
del cinturón, liberando sus muñecas y frotándolas con suavidad, para inspeccionar
las marcas antes de rodar sobre su espalda, llevándola con él.

Francesca estaba en contra de su lado, se curvó en él, con una mano sobre el
vientre, los dedos extendidos de ancho. ― No creo que pueda moverme.

― Yo tampoco, ― admitió. ― Me alegro de que estés en casa.

― Me di cuenta. Me puedes despertar así en cualquier momento, ― agregó.

― ¿Nunca has atado las manos de otra mujer?

― No. Yo no iba a compartir mis fantasías con cualquier mujer que no fuera la mía.
No pertenecen a otra mujer, sólo a ti.

Se volvió aún más hacia él. Su pecho se deslizó a lo largo de su caja torácica,
enviando un rizo de calor en espiral a través de él. ― ¿Y si nunca hubieras
encontrado a la mujer adecuada?

Bookeater
Shadow Rider
― Entonces mis fantasías irían a la tumba conmigo.

― Me alegro de que me encontraras. Me gusta todo lo que me haces.

― Esta noche, ― indicado, ― Voy a verte como la mierda con un vibrador


mientras me chupas. Si no lo hago, voy a despertar cada noche con esa fantasía en
particular. Voy a usar las esposas en este momento. Las que tienen relleno de
manera que no hayan contusiones. Cuando te estaba follando, en todo lo que podía
pensar durante unos minutos era en cómo deseaba tener dos pollas en vez de una.

― No creo que pudiera manejar dos. En cuanto a tus intenciones para esta noche,
no tengo ninguna objeción, ― ella dijo esto, lamiendo a lo largo de la caja torácica.
― No es que me importe que me despiertes cada noche con una fantasía. Estoy
más que encantada de ayudarte en todas las cosas. Y no me importa las esposas,
pero no creo que sea muy consciente de que mi culo es golpeado, por lo que no
suenes tan santurrón.

Se rió y movió su pezón con la lengua. ― Quiero mi marca en ti. La marca es el


objetivo.

Su mano encontró su trasero y lo acaricio con la mano. ― ¿Estas adolorida?

― Un poco.

― Bueno.― Hubo una gran cantidad de satisfacción en su voz que no trató de


ocultar. ― Quiero que pienses en mí cada vez que te sientes hoy.

― Creo que estás impreso tan profundo dentro de mí, Stefano, que te voy a sentir
allí durante semanas.

Él utilizó su brazo para barrerla más cerca de él para poder apoyarse sobre ella y
mirarla a los ojos.

― Tú me dirás si alguna vez soy demasiado áspero o si nuestro juego se pone


demasiado fuerte para ti.

Bookeater
Shadow Rider
― Voy a decírtelo. Pero no has sido demasiado áspero. Me encantó. A mi cuerpo le
encantó. ¿No te diste cuenta?

― Por eso seguí adelante. Pero me detendrás si no te gusta algo de lo que te estoy
haciendo.

― Voy a hacerlo. Lo prometo. ― Ella le dio un beso en la garganta.― Necesito


darme una ducha. Tú también. Y comer. Esta vez, incluso, podríamos pedir.

― Yo te llevaré si no puedes caminar, ― ofreció.

― ¿Vamos a ducharnos juntos?

― Sí. Soy un conservacionista. La conservación del agua es alta en mi lista de


prioridades.

― Pues eso lo creo. Si te duchas conmigo, nunca vamos a llegar a desayunar, ―


señaló.

― Vamos a lograrlo. Pero comenzaste algo que yo quiero que termines.

Ella se echó a reír, con los ojos brillantes. ― Estoy a favor de eso. Llévame.

Él era todo para ella, también. Ella lo llevó de vuelta al paraíso con el agua caliente
vertiendo sobre él, sus ojos aferrados a ella mientras lo tomaba en su boca. Se creía
bien saciado después de montarla tan ferozmente, pero en el momento en que
comenzó a succionar, se perdió otra vez. Duro, grueso y necesitado de nuevo. Esta
vez ella terminó lo que había empezado.

***

Bookeater
Shadow Rider
Ordenaron el desayuno y se lo comieron en la sala que a Stefano le gustaba llamar
su "solarium." Era toda de vidrio a un lado, las puertas correderas daban a un
balcón que era ancho y largo. Las paredes se proyectaban hacia afuera en ambos
lados para ayudar con el viento y había una pequeña mesa y dos sillas cómodas
donde tomaron su comida. Tuvieron relaciones sexuales en el centro, porque había
decidido que la tendría en el balcón y dentro del solarium, presionada contra el
cristal.

Ella tomó un sorbo de café y se burlo de él por ser un exhibicionista. Él sólo le


envió una sonrisa y comenzó a mirar a través de sus informes de la mañana
mientras abría la tableta que había comprado para ella y leía las noticias locales. A
él le gustaba sentarse a su lado, leyendo juntos, tomando café y estar encerrados
lejos del resto del mundo. Él extendió la mano y cogió la de ella, llevándose sus
nudillos a la boca.

― No puedo esperar para nuestra boda.

Su teléfono sonó antes de que pudiera responder. Él sabía por el tono, que era
Lucía o Arno. Él podía sentir los ojos de Francesca sobre él mientras hablaba por el
teléfono, tranquilizando a Lucía sobre que el iría. Era lo que haría, no lo que
quería. Cuando cerró el teléfono, ella dejó escapar un pequeño suspiro y sacudió la
cabeza.

― Tenía la esperanza de que pudieras quedarte en casa hoy, Stefano. Siento que no
hemos sido capaces de hablar o pasar tiempo juntos, y esta boda. . . ― Se
interrumpió, y su corazón dio un salto.

― Quiero estar en casa contigo, bambina, ― dijo Stefano, ― más que nada. Me
gustaría un día para nosotros, también. Solo los dos. ― Se levantó y la puso de pie,
dejando los platos a las criadas. Ella tendría que acostumbrarse a eso; si no estaba
equivocado, ella probablemente los lavaría en el momento en que se hubiera ido.

Ella le sonrió, esa sonrisa que siempre le quitaba el aliento. La única que siempre
había esperado.

Bookeater
Shadow Rider
― Yo también. Pero puedo decir por tu tono que no va a ser hoy.

Él negó con la cabeza, caminando con ella hacia la gran sala. ― No.
Desafortunadamente. Lucía llamó y me necesita allá. Nicoletta está teniendo un
momento difícil y cree que somos alguna red de tráfico humano, o peor aún, que
Lucía y Arno son de verdad, tan buenas personas y maravillosas, que ella les va a
poner en peligro de muerte al quedarse con ellos.

― Oh no. Sé lo que se siente. Es la peor sensación del mundo. Por supuesto, tienes
que ir. ― Ella lamió el labio inferior por un momento y luego levantó la barbilla. ―
Podría ir contigo. Quiero conocerla. ¿No piensas que si siente que tiene un amigo
le ayudaría a recuperarse un poco?

Detestaba decepcionarla. ¿Estaba ella echándose atrás? ¿De qué era lo que esto se
trataba? se hundió en el gran sillón y le hizo señas con el dedo.

― Ven aquí, dolce cuore.

Ella vaciló, sólo por un segundo, pero estaba allí. Él era muy bueno en ver todos
los detalles. Había sido entrenado desde que tenía dos años. Todos esos años de
tener que describir todo lo que veía en las salas o fuera de ellas. Todos esos años de
mirar a la gente y tener que describirlos y cada emoción que cruzaba su rostro. No
había manera de que alguna vez se perdiera la vacilación por parte de su mujer.

La atrajo a su regazo y cerró sus brazos alrededor de ella. ― Relájate, Francesca.


Estás molesta por algo y tienes que decírmelo.

― No estoy enojada. No lo estoy realmente.

Era una negación, pero sus ojos no cumplían con los suyos. Ella asintió hacia él,
relajándose lo suficiente para que él deslizara una mano por su espalda a la altura
de la nuca. Sosteniéndola como quería. Cerca. Sintiendo sus cuerpos fusionarse
como si compartieran una piel.

― Dime, Francesca.― Esa era una orden, y si no la cumplía, no iba a ser


responsable de cualquier palabra que se saliera de su boca que no le gustara. Había
estado haciendo un esfuerzo por ella, está bien, tenía que admitirlo, no siempre
tenía éxito.

Bookeater
Shadow Rider
― Estoy nerviosa, eso es todo. No nos hemos conocido durante mucho tiempo, y
esta vida que llevas es muy abrumadora.

Él suspiró. Él sabía que una vez que pensara en ello, la idea de vivir fuera de la ley
iba a llegar a ella. ― El ser un Jinete Sombra es una responsabilidad que no puedo.
. . ― Se interrumpió cuando ella negó con la cabeza.

― No es eso, Stefano. Es el dinero. ― Ella hizo la confesión con un poco de prisa.


― Todo ese dinero. Vivo en un hotel. Tengo guardaespaldas. La ropa. No sé cómo
actuar de la manera en que actúas y Emme. No soy sofisticada y no puedo manejar
a los paparazzi en cada esquina esperando para tomar fotos de mí. Eso me hace
brincar el estómago al pensar que voy a avergonzarte o a tu familia.

― Mierda, Eloisa.― Se enojó con ella, la furia moviéndose a través de él. ―


escuchaste la mierda que estaba tirándome y te afecto. ― Esto en cuanto a su
decisión de no usar un lenguaje grosero, pero en realidad, esto era una mierda.
¿Por qué demonios su propia madre socavaba la confianza de su mujer? Él quería
estrangular a Eloisa.

― Stefano. De verdad. ―

Esa era su pequeña voz de maestra de escuela y a él le encantaba putamente. Él


pensó que era mejor mantener ese conocimiento para sí mismo.

― En realidad no, bella. Sabes muy bien que ella colocó esa mierda en tu cabeza.
Nunca podrías avergonzarme o a la familia. Me voy a casar contigo porque eres
tan perfecto como una mujer podía ser. Me importa una mierda si el resto del
mundo no te ve como yo. Y si tampoco lo hace mi familia. Tú no pareces entender
eso, Francesca, pero eres casi tan importante para mis hermanos como lo eres para
mí. ― Ella levantó la cara y la puso en su garganta.

― ¿Lo ves? Allí esta, por eso es importante que pasemos tiempo juntos. Tienes una
forma de hacerme sentir bella y segura.

Bookeater
Shadow Rider
― Déjame cuidar de esta cosa con Nicoletta. Quiero que te conviertas en su amiga.
Infierno, amore mío, eres más de su edad que de la mía, pero no en este momento.
Ella esta abrumada y necesita concentrarse sólo con Lucía y Arno por el momento.
He llamado a Taviano, él se quedó con ella en el avión. Creo que está sintiendo
vergüenza por todo lo que le pasó a ella. Al parecer Benito Valdez realmente la
violó en más de una ocasión. Él era muy brutal y se aseguró de que ella supiera
que la tendría de forma permanente. Su obsesión con ella era peor de lo que
pensamos. Ella está aterrorizada de que vaya a encontrarla y de que Lucía y Arno
sean heridos o asesinados. Tengo un consejero y un médico que se reúnen con ella
todos los días.

― Esa pobre chica. Gracias a Dios que Taviano y la sacó de allí.

― ¿Entiendes por qué estamos limitando la gente que está alrededor por ahora?
Ella esta abrumada. Te prometo que las siguientes personas a las que vamos a dar
acceso a ella serán tu y Emme. Sólo unas pocas personas nuevas a la vez.

Francesca suspiró, y asintió de acuerdo. ― Eso tiene mucho sentido, Stefano. En


realidad, es lo mejor de todas formas. Hubiera ido por las razones equivocadas. Yo
quiero conocerla y es de esperar que quiera convertirme en amiga de ella, pero
realmente quería ir para estar contigo.

― Lo siento, Francesca. ― Él la estaba decepcionando y era la última cosa que


quería hacer.

― No, no lo hagas. Me quedaré aquí, por lo que vuelve tan pronto como sea
posible. Llévate a Emilio y Enzo contigo. Ellos han estado haciendo cosas de
mujeres en los últimos días y están haciendo pucheros. Voy a estar a salvo en el
ático.

Echó hacia atrás la cabeza y rió. Ella podía hacer eso con tanta facilidad, hacerlo
sonreír. Hacerlo reír. Sus brazos se apretaron a su alrededor y él le acarició el
cuello. ― La idea de Emilio en una tienda de ropa o yendo de compras con chicas
es para volverse histérico. Deberían Emme y tu, haberle tomado fotos o haber
hecho un video de su cara.

Bookeater
Shadow Rider
Su risa se unió a la de él. ― La expresión de su rostro no tenía precio. En honor a la
verdad, Emme y yo trabajamos muy duro para llegar a una docena de lugares a
donde los chicos tendrían que ir con nosotros, así pudimos ver la expresión de sus
rostros. Enzo estaba tan mal, si no peor. Parecían un par de toros yendo a su
condena.

― Me puedo imaginar los lugares a los que Emme decidió hacer que le
acompañaran.

― Fuimos a cada tienda de ropa interior atractiva cerca de nosotros. Emilio y Enzo
hicieron un montón de gemidos. Ellos estaban bastante disgustados en un par de
tiendas. En una de ellas, dos mujeres insistieron en salir del vestidor en sus
atuendos sexys y pedirles sus opiniones. Juro que no les pagué para que hicieran
eso, pero Emilio y Enzo creen que lo hicimos.

― Emme probablemente lo hizo por detrás de la espalda. Es algo que haría ella.
Siempre esta metiéndose con ellos dos. A ella le gusta volvernos locos a todos
nosotros por ser lo que ella llama "sobre protectores".

Francesca se rió de él, con los brazos rodeándole el cuello. ― Stefano, sabes muy
bien que todos son sobreprotectores con Emme. Probablemente hicieron de su
adolescencia una pesadilla.

― Ah que va. Ella fue la que hizo de nuestras vidas una pesadilla cuando era una
adolescente. Es un Jinete, bambina. Eso significa que podía salir de su habitación
siempre que se le ocurriera. Además de eso ella era un poco salvaje.

Su ceja se alzó. ― ¿Emmanuelle salvaje? No lo creo. No veo su foto en todas las


revistas con dos mujeres colgando de su brazo. Esos son Ricco y tus hermanos.

― Si hubiera dos hombres colgando de sus brazos… ― Stefano no pudo evitar la


amenaza o el sombrío en su voz ― Hubieran encontrado los mismos hombres en el
depósito de cadáveres al día siguiente.

― Eso es lo que no es justo, ― declaró. ― Realmente eres machista.

Bookeater
Shadow Rider
― Así es, ― dijo sin disculpa. ― Ten eso en cuenta cuando tengamos una hija.
Podrías querer advertirle.

Ella puso los ojos en él. ― Estoy segura de que lo averiguará muy rápidamente.
Contigi por padre y cuatro tíos, así como primos en todas partes, lo más probable
es que lo sepa en el momento en que tenga tres años.

― ¿Estás segura de no querer ir a alguna parte hoy? ¿No tienes que comprar
accesorios para tu vestido de novia? ¿Ni mirar pasteles o flores?

― No.

Francesca fue decisiva al respecto, tanto así que tuvo un momento difícil para no
reírse. No estaba muy emocionada con todos los planes que la boda conllevaba,
sobre todo a la escala que Eloisa y Emmanuelle estaban haciendo las cosas. No
habría algún punto en la lucha contra su madre y su hermana por el control de la
boda, ni siquiera por su mujer.

― Emmanuelle dijo que se dejaría caer cerca y comprobaría a Theresa Vitale hoy,
para ver si necesita más sopa, o algo de medicina. Creo que está en vía de
recuperación, pero incluso con su nieto vigilándola, decidió no correr riesgos. Con
Emme cuidando de ella, no tengo nada que hacer más que vegetar.

― Muy bien, dolce cuore, trataré de no demorarme mucho tiempo. Voy a llevar
conmigo a Emilio y Enzo y vamos a pasar por la oficina para recoger todo lo que
necesito, en el camino de vuelta, para poder trabajar desde aquí por un par de días.

― Me encantaría, ― ella estuvo de acuerdo al instante.

Stefano se cambió a su traje de tres piezas, el que normalmente usaba cuando


estaba fuera de su casa. Era un inconveniente que conllevaba el ser un Jinete ya
que siempre debía usar un traje, tan elegante como lo era. El uso de ello significaba
que podría desaparecer en cualquier momento en las sombras, pero también
significaba que tenía demasiada ropa en algunas ocasiones.

Bookeater
Shadow Rider
― Camina conmigo al ascensor, Francesca. ― Francesca extendió la mano para
enderezarle la corbata, apoyando su cuerpo en el suyo. ― No demores mucho,
pero asegúrate de que Nicoletta se sienta segura, Stefano. Lo has hecho por mí,
incluso cuando tenía un poco de miedo de ti, siempre lograste hacerme sentir
segura.

La besó a fondo. ― Realmente siento tener que ir, ― repitió.

― Es por una buena causa. ― Ella envolvió su brazo alrededor de él mientras


caminaban juntos hacia el ascensor.

― ¿Están Emilio y Enzo esperando abajo?

― Sí, yo les envié un mensaje. Yo estaré a salvo. No te preocupes.

Francesca respiró hondo y asintió, mirando como las puertas del ascensor se
cerraban y estaba sola de nuevo. Realmente no quería que se fuera. Se había
sentido extraña el último par de días sin él. Los preparativos de la boda se habían
convertido en extravagantes en lo que a ella respectaba. Ni Eloisa y tampoco
Emmanuelle parecían saber cómo poner freno a la boda, ni siquiera cuando ella se
había opuesto a algunas cosas.

Se había imaginado una boda muy pequeña, con sólo su familia. Ella no tenía su
propia familia, pero de repente había un montón de tíos que tenían que ser
invitados, así como primos. Los primos hermanos. Los primos segundos. Y luego
estaban las personas en el vecindario. Ella quería hablar con Stefano al respecto,
pero estaba tan agotada cuando él había llegado a casa y luego estaban el uno
sobre el otro. Ahora se había marchado de nuevo. Suspiró y encontró su camino de
regreso a la habitación del solarium para recoger los platos fuera de la terraza.

A ella le gustaba el ático, pero vivir en un hotel no era realmente la idea de una
casa. Ella había visto su "oficina". Estaba dentro de la casa de la familia. Su casa de
la familia era muy intimidante. Era una enorme propiedad, incluso para las
normas de la élite de Chicago. Sólo la puerta principal era intimidante. Era gruesa,
ancha y pintada de un violento rojo. Debería haber sido fea, pero en cambio,
lograba ser elegante, al igual que la familia Ferraro.

Bookeater
Shadow Rider
Se puso de pie durante mucho tiempo mirando hacia la ciudad. La familia en su
conjunto tenía muchas empresas respetadas. Cada negocio era legítimo y les
producían millones, más que a millones de personas. Siendo una pequeña rama de
la familia, los Jinetes Sombra, con sus negocios ilegítimos; de hecho, todas sus
actividades serían consideradas delictivas. Dentro de la familia estos eran casi
venerados. Fuera de la familia muchas personas, al igual que había hecho ella,
asumirían que eran parte de una familia del crimen. Ella era uno de ellos. O lo seria
en un par de semanas.

Su teléfono sonó, una melodía musical que le dijo que Emmanuelle la estaba
llamando. Suspiró, pensando en no responder. No quería discutir por las flores o el
pastel. Sin embargo, a ella le gustaba mucho la hermana de Stefano, y la verdad,
era bueno tener a alguien excitada por la boda y supervisando todos los detalles.

― Hey, chica, ¿qué pasa? ― Saludó.

― Estoy mirando a la Signora Vitale. Entonces me dirijo a la casa familiar. He sido


convocada por Eloisa. ― Su voz cambió de molestia a la especulación. ― Ella
sonaba. . . trastornada. Nunca suena así. En cualquier caso, me había propuesto ir
a verte hoy para hablar de música, pero Stefano llamó y dijo que necesitabas el día
libre.

Francesca se dio cuenta de que había una pregunta allí. ― Sí. Lo siento. Lo hago.
Sólo voy a descansar, leer y tratar de no pensar mucho en que todo está ocurriendo
muy rápido.

― Nervios de novia. Dicen que sucede siempre. ― Emmanuelle rió mientras colgó.

Tal vez ella tenía razón y la sensación de inquietud que simplemente no la dejaba
sola era sólo que tenía frío en los pies. Después de todo, comprometerse de por
vida con un hombre como Stefano era un poco desalentador. Ella siempre tendría
que prepararse para enfrentarse a él. Ese lado protector loco de él sería difícil.
Quería construir una fortaleza alrededor de ella y de sus hijos. Era muy consciente
de que tendría que moderar esa característica en él por el bien de todos.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca respiró hondo y soltó el aire, barriendo el pelo de la cara. Se había
vestido con un par de pantalones vaqueros azules. Eran suaves y moldeaban su
cuerpo muy bien, pero eran muy cómodos. No eran de una tienda de segunda
mano y ella no quería saber lo que Stefano había pagado por ellos. Aparecían al
igual que su ropa, se multiplicaban sobre una base diaria. Ella nunca lo veía poner
las cosas en sus cajones o colgarlas en su armario, pero estaba bastante segura de
que alguien hacia las compras de Stefano para ella. Todavía. Se pasó la mano por
su muslo. Los pantalones vaqueros eran perfectos. Llevaba una camiseta, igual de
suave, que era más ajustada de lo que hubiera escogido para ella. Su ropa interior
era la mejor parte, se había vuelto adicta a comprarla, tanto que parecía no poder
dejar de hacerlo. La ropa interior era absolutamente preciosa y amaba la forma en
que la hacía sentirse atractiva, incluso en un par de pantalones vaqueros y una
camiseta.

Se preparó una taza de té, inundó la casa con música suave y se dejó caer en uno
de los lujosos sillones para leer. Se perdió en un libro por un largo tiempo,
agradecida por la oportunidad de simplemente enmudecer.

Fue el teléfono lo que la trajo de vuelta de la gran aventura en que ella estaba junto
con los personajes del libro. Esta vez era del hogar Vitale. Bruno, el nieto de Teresa,
le dijo que acababa de irse Emme y que Theresa había tenido una caída. Que ella
estaba dentro del cuarto de baño y que se negaba a salir. Él la había oído caerse,
pero ella se había encerrado y estaba llamando a Francesca. Su abuela estaba
llorando y molesta y nada de lo que le dijo o hizo la hizo dar su brazo a torcer.

Francesca le aseguró que iría inmediatamente. Francesca inmediatamente envió un


mensaje Enrica para hacerle saber que iba a ser necesaria después de todo, y para
que la esperara escaleras abajo. Luego llamó a Stefano y le contó lo que había
sucedido. El estaba muy orgulloso del hecho de que recordara llevar su
guardaespaldas para que su hombre no se enloqueciera. Prometió que le textearía
en el momento en que llegara donde los Vitale y le haría saber lo que estaba
pasando.

Enrica estaba esperando en el ascensor y la acompañó hasta el coche.

― No me gusta conducir y vigilar. Debemos tener un equipo de dos hombres


contigo, ― ella dijo mientras se ponía detrás del asiento del conductor.

Bookeater
Shadow Rider
― Podría conducir, ― ofreció Francesca. No lo había hecho durante un tiempo
muy largo y el tráfico en Chicago era intimidante.

Enrica le envió una mirada y Francesca le sonrió mientras su guardaespaldas ponía


en marcha el coche.

― Nosotros podríamos ir caminando. La casa no está tan lejos.

― Hay una gran tormenta que se avecina. ― Enrica indicó el cielo. ― Se supone
que debe ser mala. Con truenos y relámpagos. Una lluvia torrencial. No quiero
quedar atrapada en eso, es más, no quiero que mi primo me mate, lo que haría si
dejo que camines alrededor con sólo un guardaespaldas. Créeme, Francesca, haría
algo como eso.

Francesca volteó los ojos.

― Él tiene un serio problema y necesita ayuda. Creo que para su cumpleaños voy a
llevarle a un consejero.

Enrica rió. ― Eres buena para él. No sonreía mucho antes de que te encontrara.
Ahora está más relajado y se ríe mucho. Me encanta eso para él. Me encanta que te
tenga. Estamos esperando que los otros encuentren alguien que los ame.

Francesca pensó que era una forma muy extraña de decirlo. ― ¿Por qué todos les
protegen con tanto cuidado? Están tan bien entrenados.

― Así somos, ― dijo Enrica. ― ¿No entiendes lo importante que son? ¿No sólo
para nuestra familia, sino para el mundo? Las cosas han cambiado mucho, y las
leyes permiten que los delincuentes se pasen por alto todo. Las bandas se vuelven
cada vez más violentas y reclaman más territorio. Los cárteles están reclutando a
nuestros niños pequeños y los utilizan para asesinar a cualquier persona en su
camino. Los Jinetes pueden entrar y salir de cualquier parte sin ser detectados.
Nadie sabe cómo lo hacen o quiénes son. Pueden llegar a cualquier persona en
cualquier lugar. Eso es importante. Es importante para alguien cuya familia ha
sido aniquilada por el cartel y mucho más importante para alguien como la señora
Vitale. Reverenciamos los jinetes.

Bookeater
Shadow Rider
― Cada vida es importante, Enrica, incluida la tuya. Me siento incómoda teniendo
guardaespaldas. No soy un Jinete, ya lo sabes, y yo nunca lo seré.

Enrica tiró del coche en la calzada de los Vitales. ― No eres un Jinete, pero vas a
casarte con uno. A completar su vida y le puedes dar niños. Se sacrifican todas las
opciones cuando nacen. Sus vidas no son como las nuestras. Tengo una elección en
lo que hago. Puedo casarme con quien me plazca. Si no encuentran a quien puedan
amar, se ven obligados, por deber, a estar con alguien que no quieren. Ellos no
tienen una infancia normal. Stefano y los otros tuvieron una mierda de infancia.
Muy mala. No te la puedes imaginar.

Se deslizó fuera del coche y dio la vuelta a la puerta del pasajero antes de que
Francesca pudiera responder. Francesca sabía lo suficiente como para permanecer
en el coche hasta que Enrica decidió abrir la puerta. Ella esperó, contemplando la
idea de tener hijos y asegurarse de que sus vidas fueran felices y llenas de amor.

Estaba empezando a darse cuenta de que no tenía conocimiento real de lo que


Stefano y sus hermanos habían tenido que vivir, pero sabía que Stefano estaba
absolutamente decidido a que sus hijos no sufrieran el mismo destino. Lo quería
mucho más por eso y por el hecho de que él confiaba en ella para asegurarse de
que su vida y las vidas de sus hijos fuera maravillosa. Ella sabía que contaba con
ella.

Se apresuraron hasta la puerta principal, Enrica un paso detrás de ella, con la


mirada en los tejados, el garaje, en la calle misma. Francesca no podía imaginar lo
que sería ser un guardaespaldas responsable de la seguridad de otro ser humano.
Bruno abrió la puerta y parecía. . .terrible. Estaba pálido y transpirando. Tenía un
hematoma en el ojo y el labio hinchado y cortado. Se hizo a un lado para dejarlas
pasar.

― ¿Qué te ha pasado Bruno? ― preguntó Francesca. ― ¿Dónde está Teresa?

Bruno cerró la puerta y se volvió hacia ellas. ― Lo siento, Francesca. Lo siento


mucho. Traté de escapar y golpearon la mierda de mí, puso una pistola en la
cabeza de mi abuela, y Emmanuelle me dijo que cooperara con ellos.

Bookeater
Shadow Rider
Enrica se dio la vuelta, llevándose la mano a la pistola escondida debajo de su
hombro en una funda, pero era demasiado tarde. Un hombre salió de atrás del
armario y la golpeó en la cabeza con la culata de su arma. Ella se dejó caer al suelo
como un peso muerto.

Francesca corrió hacia ella, pero el hombre la agarró del brazo en un apretado
asimiento.

― El señor Anthon solicita su presencia en un evento muy especial, ― Dijo a


Francesca.

Ella lo reconoció de inmediato y su corazón comenzó a latir. Ella sabía que se puso
pálida porque se le drenó la sangre de la cara.

― Harold McFarland. Parece que Barry ni siquiera puede venir a Chicago sin
desvirtuar todo su entorno. ¿Dónde está Teresa?

― ¿La vieja señora? No se preocupe por ella. Debería estar preocupada por sí
misma y sus nuevos amigos. ― Escupió en el suelo. ― Voy a disfrutar quemando
ese deli donde trabajó. Su jefe parecía pensar que es una especie de santa. Y la
anciana piensa lo mismo. No han visto los estragos que crea todavía. ― Se rió. ―
Voy a disfrutar de mostrarles porque eres famosa.

Le llevó una mano a la espalda y la empujó hacia el dormitorio. Otro hombre, uno
que reconoció de la seguridad de Barry, Arnold Sumi, empujó a Bruno delante de
él. Al pasar por el cuerpo arrugado de Enrica, él la pateó en las costillas.

Harold se echó a reír. ― Eres un cretino, Arnold. Trae a Jimmy para atar la perra.

Francesca había visto el pelo liso y oscuro de Enrica revestirse de sangre y se


preocupó de que la hubieran golpeado con demasiada fuerza y la hubieran
matado, pero no la atarían si ella hubiera muerto.

― No hay ninguna necesidad de hacer daño a nadie, Harold. Iré contigo.

Bookeater
Shadow Rider
― Tiene toda la razón de que va a ir conmigo, ― dijo Harold. ― Usted no tiene
ninguna opción, no con una pistola en la cabeza de la abuela. Y luego está su
amiga. He tenido dificultades para mantener a los chicos fuera de ella. No ven
perras como ella todos los días. Estamos llevándola con nosotros. Ella va a ser el
principal entretenimiento para nosotros mientras que usted entretiene al jefe.

Francesca volvió la cabeza para ver a Emmanuelle, desplomada en una silla, con
las manos atadas a la espalda y la sangre corriendo por su cara de una laceración
en la sien. Había una contusión a un lado de su cara y la camisa gris oscura estaba
rasgada por debajo de su chaqueta a rayas, revelando la curva de sus pechos.

En el suelo, gimiendo, estaba otro de los guardaespaldas de Barry, Marc Jonsen. Él


se había empujado a sí mismo en una posición de sentado mientras se revisaba la
cara. La sangre se derramaba por la nariz y los dos ojos hinchados. Era evidente
que él había sido quien rasgó la blusa abierta de Emmanuelle y ella le dio un
cabezazo.

― ¿Estás herida? ― Preguntó Francesca a Teresa. La anciana estaba llorando y


agarrando las cuentas del rosario.

La manta la cubría casi hasta el cuello. Ella sacudió su cabeza.

― Bruno. . .― Se interrumpió con un pequeño sollozo. Francesca se volvió hacia


Harold.

― ¿Qué vas a hacer con ellos?

― Por suerte para ellos, el jefe quiere que un mensaje sea entregado a su novio.
Usted y la otra perra vienen con nosotros.

Francesca echó un vistazo a Emmanuelle. Su gesto era casi imperceptible, pero no


había duda del guiño que le dio a Francesca. Ella parecía casi sometida por sus
captores, pero estaba claro que no estaba tan mal como se estaba haciendo ver a sí
misma, lo que hizo que algunos de los nudos en el estómago de Francesca se
aflojaran un poco.

Bookeater
Shadow Rider

24

El viento golpeó contra los coches mientras se dirigían hacia la finca que Barry
Anthon había alquilado.

Emmanuelle estaba en el coche detrás de Francesca, lo que hizo que Francesca se


sintiera muy incómoda. Ella sabía que la hermana de Stefano podía cuidar de sí
misma mucho mejor de lo que podía ella en esa situación, pero Barry no quería
muerta a Francesca, no hasta que tuviera el celular de Cella de forma segura en sus
manos. Pero Emme era vulnerable.

Stefano y sus hermanos habían humillado a Barry frente a Francesca y


Emmanuelle. Él no era un hombre que perdonara semejante insulto. Se creía
superior a todos los demás. Él se sentía con derecho a tomar cualquier cosa y todo
lo que quería. Barry tomaría represalias contra la familia Ferraro, ¿y qué mejor
manera que humillando a Emme? Sus hombres eran animales. Monstruos. Ellos
destruían vidas a su antojo y Barry disfrutaba inmensamente mientras lo hacían.

Francesca no tenía ninguna duda de que esos hombres estaban atormentando a


Emme en el coche, sobre todo Marc. El querría retribución por que Emmanuelle se
había defendido.

Cuando los coches se condujeron a través de las puertas fuertemente custodiadas


bajo el arco, Francesca vio por lo menos diez guardias más alrededor de la
propiedad.

Esos eran los que ella podía ver. El corazón le dio un vuelco. Cuatro guardias en la
puerta y diez más patrullando justo en la parte delantera, ¿cuántos más había?
Incluso si Stefano traía a sus hermanos con él, las posibilidades de que todos ellos
fueran capaces de deslizarse a través de esa cantidad de guardias indemnes parecía
casi imposible.

Bookeater
Shadow Rider
Se dirigieron hasta la puerta principal. Los dedos de Harold mordieron
profundamente en el brazo de Francesca cuando él tiró de ella fuera del carro.
Cuando ella salió a trompicones, las nubes oscuras por encima de sus cabezas se
abrieron y les golpearon con lluvia. Vertiéndose en vetas plateadas y largas, que
caían del cielo para golpear el suelo en grandes salpicaduras.

Harold juró y la arrastró en dos pasos hasta el gran porche con columnas de
mármol y el techo encima. Sólo esos dos pasos a la intemperie les habían
empapado por el aguacero.

Francesca se volvió hacia el otro coche. Emmanuelle fue sacada del coche y
empujada con fuerza en el capó, Marc detrás de ella. Sus manos estaban atadas con
una cremallera delante de ella y claramente pensaba que estaba indefensa. Llegó a
su alrededor y cogió su pecho, apretando con fuerza a través de la chaqueta
abierta, tratando de follárla por detrás, mientras los otros miraban y se reían.
Harold hizo una pausa para mirarla, sonriendo y frotándose la entrepierna.

― Tomare un turno a eso, ― anunció a Francesca. ― Y si Barry no te mata


primero, voy a tomar mi turno con usted, también.

Emmanuelle pateó con fuerza entre las piernas de Marc, conduciendo el tacón de
su bota en sus bolas y luego golpeando su cabeza hacia atrás para romperle la
nariz de nuevo. Gritó, un chillido agudo que tuvo a sus amigos gritando de alegría
mientras se dejaba caer directamente al suelo.

Arnold, el hombre que había conducido el coche en el que Francesca había estado,
se dobló sobre Marc para tratar de ayudarlo a ponerse de pie. Marc empujó su
mano y siguió retorciéndose en el suelo.

Jimmy pasó por encima de él y agarró el brazo de Emmanuelle. ― Vamos, salvaje.


Vamos a salir de aquí, antes de que pueda moverse. Te pegaría un tiro, y tenemos
planes.

En todo caso, la lluvia caía con más fuerza, por lo que era difícil ver a través de las
bandas plateadas. El viento aulló una ominosa advertencia, enviando las hojas de
lluvia directamente a la casa. Sopló con tanta fuerza las que las ventanas temblaron
y el pórtico se empapó al instante bajo la lluvia.

Bookeater
Shadow Rider
Harold maldijo más y empujó la puerta abierta, casi corriendo a través de ella y
arrastrando a Francesca con él.

― No me gusta este lugar de mierda, ― gruñó. No se había tomado el tiempo para


limpiar las suelas de sus botas y casi se deslizó sobre las baldosas de mármol. Tuvo
que dejar ir a Francesca con el fin de evitar caerse.

Se detuvo donde estaba, junto a la puerta, manteniéndola abierta para poder


mantener un ojo en Emme.

Jimmy se apresuraba a seguirles los pasos, con la cabeza hacia abajo para mantener
la lluvia fuera de las gafas. Francesca no tenía las manos libres, pero sacó su pie y
Jimmy tropezó mientras corría al interior. Caminó cerca Emme, y la examinó
cuidadosamente para detectar signos de abuso.

Stefano perdería su mente si pudiera ver a su hermana. Emme era muy pequeña, y
los hombres claramente habían golpeado alrededor. Un ojo estaba mostrando
signos de inflamación y había dos cortes más en su cara, uno en el pómulo derecho
donde alguien le había golpeado con un puño y el otro en el mentón.

― Estoy bien, ― Emmanuelle le aseguró. ― Solo estoy conociéndolos a ellos. ―


Ella esbozó una débil sonrisa. llevó las manos por sus pechos y su chaqueta estaba
una vez más en su lugar, cubriendo su camisa hecha jirones y lo que había debajo.
― El vendrá, Francesca.

― Eso es lo que me da miedo. ― Debido a que Stefano sería capaz de entrar en la


boca del león por la gente que amaba, o los que necesitaban su protección o
justicia.

Fueron llevadas a través de una gran sala, y era enorme. Todos los suelos de
mármol y del techo colgando lámparas de araña de cristal. El mobiliario era de
terciopelo, y un piano de cola reluciente se sentaba en un ángulo, que dominaba un
lado del cuarto. Un hombre tocaba, la música flotando a través de la casa, una
melodía inquietante que parecía obscena en un telón de fondo de lo que habían
planeado Barry y sus hombres.

Bookeater
Shadow Rider
El pianista alzó la vista y le hizo un guiño cuando estaban empujándola por
delante de él. Su sonrisa lasciva reveló dos dientes de metal con forma de
colmillos. Francesca lo reconoció inmediatamente como uno de los guardaespaldas
de Barry que habían destruido su apartamento cuando ella vivía en California.
Todo el mundo le llamaba Fang, por razones obvias.

Se movieron a través de un amplio pasillo con paneles de madera y puertas de arco


que se abrió a otras habitaciones. Dos hombres jugaban billar y ambos se
enderezaron de donde estaban inclinados sobre la mesa y sonrieron a las mujeres,
a la vez que se frotaban las entrepiernas grotescamente, mostrando
deliberadamente tanto a Francesca como a Emmanuelle lo que había en el almacén
para ellas.

Los conocía desde San Francisco cuando habían ayudado a destruir sus
apartamentos. Denny y Si eran hermanos y notoriamente desagradables.

Francesca echó un vistazo a la hermana de Stefano. Parecía completamente


tranquila y no hizo ningún movimiento para limpiar la sangre en su cara o su boca.
Mantenía la cabeza en alto, pero su mirada tomaba todos los detalles de la casa y
los hombres en ella a medida que pasaban. Francesca siguió su ejemplo, aunque su
corazón latía como loco.

Barry tenía una personal de diez hombres que se mantenían cerca de él. Había
reconocido a siete de ellos hasta ahora. Eso significaba que los otros tres tenían que
estar cerca. Si era así, eran los diez hombres que solían matar por Barry. Había
habido demasiados guardias que contar afuera y ella asumió que eran musculo
local que Barry había contratado.

La mano derecha de Barry, Del Travers, salió de una habitación a medida que
pasaban. Estaba vestido con su traje y corbata. Francesca sabía que era un abogado
y que había ido a la escuela con Barry. Se quedó mirando a Francesca sin
expresión. Esa era una de las cosas que siempre detestaba a su alrededor. Era frío,
como un pez. Ella siempre se preguntaba si debajo de ese traje perfecto tenía
escamas.

Bookeater
Shadow Rider
Harold la empujó con fuerza en la espalda, haciéndola consciente mientras se
tambaleó hacia delante, de que se había detenido por un momento para mirar a
Del. Una quemadura lenta de ira comenzó a subir en ella. Estaba cansada de que
Barry tomara su vida aparte pieza por pieza. No quería que tocara a Emmanuelle.
Estaban enfermos, eran hombres pervertidos y no tenían porque estar cerca de una
mujer como Emme. Odiaba que hubieran puesto sus sucias manos sobre ella, que
le hubieran dado una palmada y un puñetazo.

Barry Anthon se había rodeado de hombres como él. Se acercaba a la gente, a


monstruos, encantado de manipularlos, y hacer que perjudicaran a quien él
pensaba que podía. Y lo hacía por diversión.

Emmanuelle chocó levemente y echó un vistazo a la hermana de Stefano. Emme


sacudió la cabeza, como si estuviera leyendo sus pensamientos de rebelión abierta.

― No les provoques, ― susurró.

Francesca cerró la boca y siguió por el pasillo a una gran habitación en la que Barry
estaba sentado en un bar, esperando por ellas. Los dos últimos miembros del
equipo de Barry estaban con él. Allí estaban los diez hombres. Stefano tendría que
enfrentarse a todos ellos si venía a buscarlas a su hermana y a ella. Y él vendría.

Larry Fort estaba detrás de la barra. Era uno de los peores. Había reído cuando él
la había empujado al piso y arrancó el fregadero de la pared para que el agua
cayera a través de su apartamento. Luego había destrozado el inodoro y
destrozado sistemáticamente todo lo que poseía. Su compañero, George Hanson,
se puso de pie en la parte posterior de la habitación, su mirada inmediatamente
yendo a Emmanuelle. Miró a Francesca y luego a su jefe.

Barry se sentó en una silla de respaldo alto, muy parecida a un trono, un vaso de
whisky en la mano. Él se veía terrible y con el rostro hinchado y distorsionado, de
manera que su habitual buena apariencia era imposible de ver. Tenía puntos de
sutura en tres lugares. En el pómulo, por encima de su ojo y a lo largo de su
mandíbula, todos en el lado derecho de su cara. Sus labios eran grotescos, el triple
de su tamaño normal. Ambos ojos estaban negros y su nariz tenía cinta sobre ella,
donde se había roto.

Bookeater
Shadow Rider
Se puso de pie lentamente, cada movimiento rígido.

― Ponlas en esas sillas. ― Indicó dos sillas de madera de respaldo recto. Una se
estableció frente a su "trono" y la otra hacia el final de la sala, en las sombras. La
habitación estaba bien iluminada con lámparas de techo brillante, al igual que en la
gran sala. Los suelos eran del mismo mármol, pero esta habitación era un poco más
pequeña en tamaño.

Las luces parpadearon varias veces mientras la tormenta rugía en el exterior. La


lluvia golpeaba continuamente a la ventana y el viento chilló de furia. Harold
arrastró a Francesca hasta la silla, casi empujándola contra Barry, que se puso muy
de cerca a propósito, estaba segura, mirándola a través de las rendijas de sus ojos.
Una sustancia viscosa de color amarillento se aferraba a las comisuras de los ojos y
de cerca, parecía aún más espantosa de lo que había sido a través de la habitación.
Harold la empujó con fuerza y ella cayó hacia atrás en la silla. Casi cayó de
espaldas y ninguno de los dos levantó una mano para mantenerla en posición
vertical. No era más que suerte que la silla no hubiera hecho todo el camino
encima.

― Bienvenida a mi hogar lejos del hogar, Francesca, ― dijo Barry. Él puso sus
manos en los brazos de la silla, inclinándose para mirarla de cerca. ― Es muy lejos
de lo que estamos acostumbrados. Ese pichiruchi de Stefano no sabe cómo vivir
con todo el dinero que tiene. No debería habérseme cruzado y tampoco la perra de
su hermana. Hubiera tenido más diversión con ella, mostrarle la buena vida antes
de que tuviera a mis hijos. Soy paciente. ¿verdad, chicos? ― Él levantó la cabeza
para mirar a los hombres en la habitación. Seis de ellos. Los cuatro que las habían
llevado desde la casa de Teresa Vitale y los otros dos que esperaban con Barry. Sus
otros hombres todavía estaban dispersos por toda la casa.

Francesca siguió contando, con la esperanza de tener un mejor número, pero de


cualquier forma que lo mirara, Stefano iba a estar en problemas ya que no traería a
sus primos a esta lucha. Sólo sus hermanos. Ella sabía eso por instinto.

No apartó la mirada de Barry o reacciono ante su declaración vil. No dudó ni por


un momento que Cella había sido entregada a sus hombres después de lo que
Barry hizo con ella. Estaba segura de que había hecho eso mismo a un sinnúmero
de otras mujeres. Unas que le temían demasiado como para testificar contra él en
una corte.

Bookeater
Shadow Rider
― Me gustaría haberte tomado en frente de ella. Su hermana pequeña, tan sagrada,
sin embargo, te diste a ti misma al mejor postor en la primera oportunidad.
Debería haberte ofrecido dinero. Eres una puta al igual que el resto de ellas,
¿verdad? Harías cualquier cosa por dinero.

Ella levantó la barbilla.

― Sabes mejor que eso, ¿verdad, Barry? Ya sabes que Stefano vendrá por mí
porque me ama, eso es con lo que estás contando. El hecho de que me ama. Y le
encanta Emme. Tú no tienes eso y hay una parte de ti que odia a todo el mundo
porque no lo hace. No eres capaz de sentir verdadero amor, Barry. Estás solo.
Nunca vas a saber lo que tiene Stefano. Lo amo incondicionalmente. Con todo lo
que soy y yo haría cualquier cosa por él. ¿Qué mujer va a dar algo por ti? Pagas a
estos hombres para ser leales. Ellos no son leales por amor. Engañas a las mujeres y
luego las tiras a la basura porque no puedes sentir nada. Nunca. Lo siento por ti.

Mientras hablaba, su rostro enrojeció, la mancha se extendió por las contusiones


inflamadas.

― No soy la que esta sentada en una silla, atada como un puto pavo, un postre
para los hombres después de que maten a Stefano Ferraro.

― Es difícil de matar, ― dijo en voz baja. ― Eso es lo que te preocupa, ¿verdad?


Tiene diez hombres dentro de esta casa, tal vez más. Tienes otra docena en el
exterior. ¿Qué dice eso a su equipo y a mí? Estás aterrado de Stefano. ― Ella se
acercó a él, con la mirada fija en la suya. ― Y debes estarlo.

― Él va a buscar a su hermana y ella será el centro de atención. Eso debería


distraerlo un poco si tiene tanto amor para las dos. ― Se burló de la palabra amor.

Ella no le respondió. Justo lo observó y oró por que Emmanuelle no llamara la


atención sobre sí misma. Si ella lo hacía, Barry haría algo terrible. Sentía el odio
vertiéndose fuera de él cada vez que hacia una referencia a Stefano. Era algo más,
no era que estuviera un poco loco. Había algo muy miedoso en sus ojos.

Bookeater
Shadow Rider
Un trueno rugió afuera, cerca, sacudiendo la casa, haciendo vibrar las ventanas.
Las luces parpadearon de nuevo y la sala quedó a oscuras.

Barry juró. ― ¿Qué demonios?

― El generador entrará en funcionamiento, jefe, ― aseguró George. ― Dele un


minuto.

Hubo un corto silencio. Francesca podía oír la respiración dificultosa de Barry. Él


tenía mucho más miedo de Stefano de lo que quería que alguien creyera. Cuando
las luces parpadearon de nuevo, oscuras y amarillas, las sombras se colaban por
toda la habitación, podía ver las cuentas de sudor en la cara de Barry.

― Quiero que dos hombres vigilen la puerta, ― Barry instruyó, agitando la mano
en Marc y Jimmy.

― Tengo una cuenta pendiente con esa pequeña perra, ― dijo Marc, indicando a
Emmanuelle con una elevación de la barbilla.

― Sí, jefe, sus bolas están hinchadas, ― dijo Harold alegremente. ― Ella lo derribó
dos veces. Rompiendo su rostro. Con las manos atadas.

― Una pequeña cosa así y no fuiste lo suficientemente hombre para manejarla. ―


Arnold se burló.

― Cierra la boca, coño ― Marc escupió. ― Te voy a mostrar que puedo manejarla.

― Sal y vigila la puerta. Hazlo ahora antes de que te ponga una bala en la cabeza.
Te dije que tendrías tu oportunidad con ella, todos ustedes, y lo dije en serio. Su
puto hermano vendrá. Él querrá ser un valiente héroe por su prometida. Quiero
que lo estén esperando y que lo maten en el acto. ― A medida que emitió la orden,
Barry mantuvo su mirada fija en el rostro de Francesca.

Ella no se inmutó. No miro hacia otro lado. En el interior, su corazón tartamudeó


peligrosamente, pero ella no dio ningún signo visible de que estaba de algún modo
preocupada. No estaba a punto de darle ese tipo de satisfacción.

Bookeater
Shadow Rider
― Estás tan segura de que va a matar, ― dijo Barry con amargura. ― Tal vez sea
demasiado tarde cuando llegue y cuando entre aquí te encuentre con tu garganta
cortada. ― Se acercó a ella y le puso un cuchillo en la garganta, mordiendo la piel
con la hoja.

Ella no se apartó. ― Esto ya me lo has hecho un millón de veces, Barry. Es


necesario que tengas material nuevo. ― Francesca forzó aburrimiento en su voz.
Incluso dio un ligero bostezo. ― Mi primera o segunda semana aquí en Chicago,
esto me ocurrió dos veces.

― ¿Quieres nuevo material? ― Gruñó Barry.

Retiró la hoja de su garganta, las rendijas amarillas de sus ojos enrojeciendo junto
con su cara. ― ¿Quieres ver nuevo material? ― Repitió, su voz balanceándose
fuera de control. Aguda. Loca, incluso. Agarró el cuchillo en la mano y lo dejó caer
con fuerza en su muslo.

Ella gritó cuando la hoja atravesó la parte externa de su muslo y salió por el otro
lado. El dolor quemando a través de ella, dejándola sin aliento, crudo, su corazón
latía con fuerza suficiente para escuchar. La sangre rugía en sus oídos. Había oído
hablar de hombres que habían sido torturados estoicamente, sin hacer ruido y no
podía imaginar cómo ellos lo hacían. No podía recuperar el aliento, o apartar los
ojos de la empuñadura del cuchillo sobresaliendo de su muslo. Barry sacó el
cuchillo libre y limpió la sangre en sus pantalones vaqueros, sonriéndole. ― ¿Es
esto lo suficiente nuevo, perra? ¿Quieres más? Te puedo mostrar más. ― El odio
ardía en sus ojos con alegría maníaca. Él consiguió ver su miedo. Su dolor. Vio la
verdad en sus ojos. Necesitaba ver esas cosas. Había estado demasiado tranquila y
no le había dado su cortesía, o el respeto que sentía que merecía.

Hipnotizada por la mirada en su rostro grotescamente hinchado, y el rojo-amarillo


de sus ojos, Francesca lo observó tocar la punta del cuchillo en su hombro
izquierdo. Él puso una mano en la empuñadura del mismo, listo para conducirlo a
través de su carne allí.

Bookeater
Shadow Rider
Durante todo el tiempo él le sonrió. George se rió. Harold se aclaró la garganta.
Nadie más hizo un sonido, esperando. Todos ellos mirando hipnotizados tal como
ella estaba, mientras Barry le atormentaba por obligarlo a esperar.

― ¿Por qué es que cuando un hombre no le gusta algo que hace una mujer, algo
que haría él mismo, la llama puta? ― preguntó Emmanuelle, su voz tan tranquila
como siempre. ― Siempre me he preguntado acerca de eso. ¿Es porque eres un
poco perra, Barry? ¿Siempre lloriqueando a mamá cuando las cosas no salen bien?
Yo te vi en la pista cuando tu coche no ganó y arrojó ese pequeño ajuste. Ese es el
comportamiento de una perra. ¿Alguien te llamó puta entonces? Porque pensé que
eras una perra total. Gimiendo y gimiendo y quejándote, pero actuando como una
chica mala en la escuela secundaria. Pequeña y cruel sólo porque eres uno de los
niños populares. Pero eras en realidad popular sólo porque mamá y papá tenían
dinero.

Francesca arriesgó una mirada alrededor de la habitación, el aliento


enganchándosele en la garganta. Emmanuelle estaba jugando con fuego. Barry la
mataría por eso. Un golpe a su orgullo sería peor para él que una paliza física. Los
hombres se rieron todos solapadamente, sin atreverse a mirar a su jefe, pero,
obviamente, disfrutando del hecho de que Emmanuelle se había burlado de Barry.

Barry volvió la cabeza lentamente hacia las sombras donde Emme se encontraba en
la silla, con las manos unidas en frente a ella. Le recordó a Francesca de una
serpiente con sus rendijas rojas en los ojos y su expresión fría. Se humedeció los
labios, aterrada por Emmanuelle.

Barry dio un paso atrás lejos de Francesca, sin apartar sus ojos de Emme. Francesca
programó su momento, esperando hasta que Barry estuvo al menos a cinco pies de
Emmanuelle.

Bookeater
Shadow Rider
― Hey, Emme, ― dijo. ― No es una perra es un coño. Eres realmente sólo un
coño, ¿verdad, Barry? Tú siempre tienes que tener tus grandes hombres malos en
todo, porque no tienes lo que necesitas para manejar una mujer, por eso los
necesitas, para que se hagan cargo de ella, mientras que puedea ver. ― Ella nunca
había dicho esa palabra en su vida. Ni una sola vez. Pero había tenido que pensar
en algo para llamar su atención fuera Emme. Su pierna quemaba y la sangre teñía
su par de pantalones vaqueros azules favoritos, pero se había olvidado de la herida
de arma blanca a favor del temor por la hermana de Stefano. Barry la mataría a
ciencia cierta. Barry hizo un sonido en su garganta. Un gruñido. Al igual que un
perro puede gruñir a algo o alguien provocándole.

Se dio la vuelta, moviéndose de nuevo hacia Francesca. Un rayo zigzagueó a través


del cielo, iluminando el salón por un segundo, lanzando sombras por el suelo y a
lo largo de las paredes. Las luces amarillas se apagaron parpadeando. Toda la
atención estaba sobre Barry. Nadie podía apartar la mirada, hipnotizados por la
expresión enloquecida en su cara. Dos líneas de saliva brillante colgaban como
cuerdas de ambos lados de la boca. Parecía casi como si él estuviera echando
espuma por la boca, como un animal rabioso.

― Estás muerts. Ese hijo de puta santurrón va a encontrar a su hermana y su novia


muertas. Y a continuación, voy a matarlo. ― Se precipitó hacia Francesca.

― No puedes matar a Stefano, idiota, ― se burló Emmanuelle. ― Estoy atada, y no


puedes matarme. ¿Como crees que alguien tan inepto como tu puede tener mejor
oportunidad con mi hermano?

Barry se dio la vuelta, esta vez sólo a los pies de Francesca. Podía oler el sudor de
su cuerpo. Sentir el calor de su ira. Miró hacia las sombras donde Emme estaba, al
igual que todos los miembros de la habitación. En la tenue iluminación Francesca
ya no podía ver nada más que las patas de la silla. El resto de la silla e incluso las
piernas de Emmanuelle, habían desaparecido en las sombras. Barry dio tres pasos
hacia el otro lado de la habitación, buscando desesperadamente encontrar la
hermana de Stefano.

Bookeater
Shadow Rider
Francesca sintió las manos en sus brazos. Emmanuelle la ayudó a levantarse,
obligándola a dar un paso adelante y a la derecha directo a una de las sombras.
Hubo una sensación dolorosa y terrible en su cuerpo, como si estuviera
separándose, y luego Emme se quedó inmóvil, con los brazos alrededor de ella.

― No te muevas, ― dijo Emmanuelle muy suavemente en su oído. ― Ellos no


pueden vernos. No hagas ni un sonido y no te muevas.

Francesca asintió, aferrándose a ella, con miedo de caerse, sabiendo que


Emmanuelle la había llevado dentro de un portal. Su pierna latía y ardía. Se sentía
como caucho, pero estaba decidida a mantenerse en pie. La sujeción se había ido de
las manos de Emme, aunque las de Francesca permanecían, atándole las muñecas,
así que tenía que rizar sus dedos en la chaqueta de Emmanuelle.

Barry corrió hacia la silla donde sus hombres habían sentado a Emmanuelle
Ferraro. Las sujeciones yacían en el suelo y ella ya no estaba.

― Jefe . . ., ― Dijo Harold. Precaución en su voz.

Barry se dio la vuelta y, para su horror, Francesca se había ido también.

― ¿Dónde están? ― Preguntó, agarrando la empuñadura del cuchillo,


sosteniéndolo frente a él como si pudiera defenderse contra un agresor invisible. ―
¿Dónde diablos están?

Sus hombres negaron con la cabeza.

― Bueno, encuéntrenlas, ― gritó. ― Encuéntrenlas ahora. Si no las traen de vuelta


aquí en cinco minutos juro que voy a cortar sus cabezas.

Harold, Arnold y George se precipitaron hacia la puerta. Larry se mantuvo


apoyando su peso sobre la barra, sonriendo como un loco, sin obedecer una orden
directa. Eso estaba muy bien con Barry. Necesitaba un objetivo sobre quien
descargar su ira.

Bookeater
Shadow Rider
― Voy a tallar mi puto nombre en su garganta, ― prometió, y salió de la
habitación. El impulso de matar era fuerte. Nadie lo humillaba y vivía para
contarlo. Él iba a tallar aquellas mujeres en pedacitos, pero primero las iba a
entregar a cada uno de sus hombres, para que las tomaran de tantas formas como
fuera posible, filmaría todo y haría que Stefano Ferraro viera la película antes de
morir.

Los Ferraros siempre habían actuado de manera tan superior y poderosa, todo el
mundo tenía miedo de ellos. Bueno, todo el mundo temía al hombre equivocado.
Llegó a la barra y dio un paso alrededor de ella, llegando al lado izquierdo de
Larry.

El hombre no había movido ni un músculo. No lo había mirado a él, cuando él


había estado mirándolo tan fijamente unos momentos antes. Larry estaba
demasiado quieto. Un escalofrío recorrió la espalda de Barry y dio un paso atrás.
Podía ver que la cabeza de Larry estaba en un ángulo peculiar, como si su cuello
estuviera roto. Barry se alejó de la barra. El hombre estaba definitivamente muerto.
¿Pero cómo? Nadie había entrado en la habitación. Nadie había estado cerca de
Larry.

Había rumores sobre la familia Ferraro que había oído…rumores imposibles,


ridículos, estúpidos, acerca de cómo podrían hacer que algunas cosas le sucedieran
a la gente sin tener que abandonar sus hogares. Que sus enemigos morían o que
simplemente desaparecían. Eso no tenía sentido. No eran parte de alguna familia
del crimen. Habían tenido sus conexiones investigadas varias veces, sólo para estar
seguro de que no estaba pisándose los dedos del pie cuando había ido detrás de un
par de conductores en la pista. Le habían asegurado que no estaban en el crimen
organizado, a pesar de que los rumores persistían.

Un relámpago iluminó la habitación y casi simultáneamente, el trueno retumbó,


sacudiendo la casa de nuevo. Era una enorme casa, bien construida, y no debía
estar temblando. La lluvia azotaba en ella y el viento aullaba y aullaba. Las
sombras se alargaban y aumentaban, tirando tubos de aspecto extraño desde todas
las direcciones. Los tubos parecían brazos como tratando de alcanzarlo. Fuera de la
sombra apareció un cuchillo, la punta mordiendo profundamente en su antebrazo.
El gritó. Eloisa Ferraro apareció de repente. ― No deberías haberla apuñalado,
Barry, ― dijo ella, y luego se había ido de nuevo, como si nunca hubiera estado.
Como si fuera un fantasma. Un puto fantasma.

Bookeater
Shadow Rider
Con un juramento, se volvió y corrió hacia la puerta, hacia la seguridad de sus
hombres. Tirando la puerta abierta, tropezó con algo que yacía en el suelo pesado.
Él cayó con fuerza. Muy duro. Su cuerpo enrollado y con un sollozo de frustración
se puso en manos y rodillas, mirando rápidamente a su alrededor para ver dónde
su equipo estaba, para ver si alguno de ellos había sido testigo de esta nueva
humillación.

Marc estaba sentado en el suelo al otro lado de la puerta, su cuerpo atado en una
red de intrincados nudos, con la cabeza tirada hacia atrás en un ángulo imposible.
Parecía como si hubiera luchado y las cuerdas alrededor de su cuello se hubieran
endurecido hasta que se había estrangulado. Los nudos formaban un arnés
extraño, elaborado. A varios pies de distancia de él, suspendido del techo por las
muñecas, estaba Jimmy. Los nudos formaban lo que parecía ser una manga larga
que iba de los brazos hasta los hombros y formaba un círculo alrededor de su
garganta. Contemplando con horror, Barry podía ver donde Jimmy se había
sostenido el mayor tiempo posible, pero luego cedió su fuerza y se había colgado a
sí mismo.

Barry juró y se arrastró hacia atrás, luchando rápido. Había oído de tales nudos,
pero él siempre los había asociado a la servidumbre erótica. Había ido a una
manifestación una vez, pero era un arte y él no tenía la paciencia para aprender.
Durante la manifestación, había oído un poco de historia y sabía que los nudos
originalmente se habían utilizado para dominar a los reclusos y, a veces
torturarlos. No había escuchado demasiado de cerca debido a que sólo estaba
interesado en ver a la mujer desnuda y atada.

Una sombra se movió en el suelo, donde su cuerpo estaba y una vez más esas
antenas extrañas lo alcanzaron como brazos. Un cuchillo se hundió su muslo, un
puño alrededor de la empuñadura. Que emergió de las sombras al igual que el
anterior.

Entonces Ricco estaba allí, moviendo la cabeza. ― No deberías haberla tocado con
un cuchillo, Barry. Tú no vas a tener ni una pieza para el final de esta noche. ―
Entonces él se había ido.

Bookeater
Shadow Rider
Ido. Desaparecido. El cuchillo estaba todavía en su pierna, la sangre burbujeando
alrededor de la hoja. Barry tenía miedo de sacarlo, pero era grotesco allí. Él estaba
perdiendo la cabeza. No había ninguna otra explicación. Aún así, sangraba por dos
heridas de arma blanca, pero las sombras no cobraban vida. Eso no podía suceder.
No en esta vida. ¿Estaba alucinando?

― ¡Jorge! ¡Arnold! ― Él llamó a los dos hombres que habían estado con él durante
más tiempo y que no eran Del.

Del era un gran abogado y le gustaba complacerse a sí mismo con las mujeres, pero
no era tan bueno en patear culos como George y Arnold.

Nadie le respondió. Solo le llegó el aullido del viento y el sonido del piano, que
podía oír ya que los sonidos provenían de la otra habitación. Nadie venía a
ayudarlo. Tenía que tirar del cuchillo de su pierna el mismo. Tomando una
respiración profunda, envolvió sus dedos firmemente alrededor de la empuñadura
y tiró con fuerza. Por un momento el mundo giró y se volvió negro. El dolor era
insoportable, peor que cuando la hoja había entrado.

Barry dejó caer el cuchillo y rasgó su camisa para envolver la herida. Le dolía como
el demonio, pero no había signos de hemorragia arterial. El estúpido hijo de puta
ni siquiera pudo encontrar una arteria. ¿Cómo eran de estúpidos los hermanos
Ferraro? ¿Traer un cuchillo a un tiroteo? Tiró el cuchillo de Ricco lejos y luego
tomo su propia pistola de su funda bajo el brazo. Él se había olvidado de ella. No
hacía por lo general este tipo de cosas, para eso tenía hombres que desempeñaban
ese tipo de trabajo, pero podía si tenía que hacerlo. Este era un caso de si quería el
trabajo bien hecho, tendría que hacerlo él mismo.

Del. Del estaba cerca, en la habitación contigua. Su abogado no quería saber nada
de lo que iba a pasar con Stefano. No le gustaba ensuciarse las manos. Él afirmó
que era la ley y que necesitaba una negación, pero era un cobarde de mierda. Le
gustaba participar con las mujeres, de hecho, era uno de los peores, las golpeaba
mientras las cogía, antes de ir a casa con su esposa y sus hijos. A él le gustaban
especialmente las jóvenes. Adolescentes. Más de una vez los hombres de Barry
habían tenido que limpiar sus líos, pero él era un muy buen abogado para Barry
por lo que lo mantuvo alrededor. Esta vez, el bastardo usaría un arma de fuego.

Bookeater
Shadow Rider
Barry se obligó a moverse. Estaba temblando y eso solo le molestó más. La puerta
de la habitación de Del estaba abierta y entró.

Se había colocado sobre la cama, con las manos detrás de la cabeza, mirando hacia
el techo. La lluvia golpeaba contra la ventana con tanta fuerza que la ventana se
sacudía. Las sombras jugaban a lo largo de las paredes y al otro lado de la cama.

― Levántate, vete a la mierda perezoso, ― Barry rompió, impaciente con Del,


porque siempre optaba por mantenerse al margen de lodo con el resto de ellos.

― Él no puede levantarse, Barry, ― dijo la voz suave de Emmanuelle en su oído.


Ella estaba justo detrás de él. Cerca. El podía sentir su aliento contra su cuello. ―
Él está muerto. Lo siento mucho. Su cuello se rompió cuando trató de violarme. ―
Antes de que pudiera volverse, antes de que pudiera hacer un movimiento, una
cuchilla caliente se hundió en su costado. Bajo. entre sus costillas. Fuego pasó por
él. Su aliento dejó su cuerpo en un torrente concentrado o habría gritado tirando la
casa abajo. ― No debiste haber apuñalado a Francesca, Barry. Fue muy estúpido
de tu parte.

El cuchillo se retiró y se giró, con una mano sujetó la herida, y la otra agarró la
pistola. Él se giró, maldiciendo. Las lágrimas escapando de sus ojos hinchados. No
había nadie ahí. Nada más que sombras.

Respirando con dificultad se apoyó contra la pared, tratando de pensar. La herida


de arma blanca en la pierna era la peor. Ricco realmente le había clavado. Eloisa
apenas lo había rayado. La herida del cuchillo de Emme, no dolía tanto ¿pero en
realidad, que tan mala era?

Todavía podía respirar. Tenía la pistola. A la mierda la maldita familia Ferraro.

Sólo necesitaba reunir a sus hombres. Denny y Si estaban en el salón de billar.


Bastardos perezosos. Siempre estaban haciendo el payaso, ajenos a lo que ocurría a
su alrededor. Les sacudiría hacia arriba. Les pagaba un maldito buen dinero para
hacer lo que les decía. Se apresuró por el pasillo, arrastrando su pierna,
maldiciendo a cada paso discordante. Él dio un puñetazo en la puerta del salón de
billar y se abrió.

Bookeater
Shadow Rider
Denny estaba en el suelo, tenía marcas en su rostro, como si hubiera sido azotado.
Su palo de billar estaba todavía agarrado como un arma en la mano. Si estaba en la
mesa, las mismas marcas en él, su palo de billar roto.

El corazón de Barry comenzó a latir con fuerza. Duro. Saboreó el terror por
primera vez en su vida. El viento se levantó y condujo la lluvia en el banco de las
ventanas. Afuera los árboles se balanceaban macabramente, las sombras bailando a
través de las ventanas en las paredes y los suelos, incluso a través de la cara de
Denny como si se riera de él.

― No deberías haber pegado ese cuchillo en ella, vete a la mierda, ― dijo


Giovanni, y cerró de un golpe un cuchillo en la pierna buena de Barry. Alto. En el
muslo. Casi una herida idéntica a la que su hermano Ricco había hecho. Barry
gritó. No podía dejar de gritar cuando disparó la pistola varias veces hacia
Giovanni. Pero Giovanni había desaparecido como si nunca hubiera estado allí.
Como si él no fuera un humano, sino un fantasma. Un fantasma. Barry se secó los
ojos con la mano de la pistola y se dejó caer contra la pared. Tenía que salir de allí.
Podía contratar a alguien para que matara a Stefano y a toda su familia. Acabar con
ellos. Obtendría la satisfacción en eso. Él no necesitaba verlo hecho, con tal de que
se hiciera.

Se envolvió la herida en la pierna y se dirigió a la cocina, con la intención de ir por


la puerta trasera. Ahí tenía un coche esperando afuera. Siempre tenía un coche.
Había enviado a Arnold y a Harold a cazar a las mujeres. Si tenía suerte, aún
estaban vivos y podrían salir con él. Se detuvo justo fuera de la cocina. No había
ninguna puerta, sólo una arcada. La habitación parecía estar tranquila, tan
tranquila que podía oír el piano. Fang se calmaba tocando. Todavía estaba vivo. La
música sonaba mejor de lo que nunca hizo, pero extraño, como si el drama que se
desarrollaba en la casa no fuera más que una obra de teatro en la que él estaba
atrapado en el medio.

Arnold estaba sentado en la barra de la cocina, un bocadillo delante de él. Había


un jamón cortado entero en rodajas finas en la barra al lado de la placa con el
sándwich. Harold estaba contra la pared detrás de la barra. Barry dio un paso al
interior y corrió hacia ellos.

Bookeater
Shadow Rider
― Levántate. Tenemos que salir de aquí. Vinieron todos los hermanos Ferraro. . .
― Él se apagó.

Arnold estaba clavado en la silla junto a una serie de cuchillos, los ojos muy
abiertos y fijos con horror. Harold estaba clavado a la pared con cuchillos que iban
desde el vientre hasta el pecho. Barry se tambaleó hacia atrás, tratando de alcanzar
la arcada para mantener su cuerpo tembloroso hacia arriba. Miró alrededor
violentamente. No había nada. Sólo silencio. Las sombras iban a través de la puerta
hacia atrás como si no se atrevieran a entrar allí. Él negó con la cabeza, sollozando.
De ninguna manera él iba a ir por esa puerta, no con las sombras moviéndose a
través de ella.

― Me gustan los cuchillos, Barry. Aprendí a cocinar en Europa cuando estaba


entrenando allí, ― Taviano dijo, su voz cerca del cuello de Barry. ― Y uso
cuchillos para todo tipo de propósitos.

Barry sacó el arma y Taviano le dio una palmada tirándola. Fácilmente. Tan
fácilmente que Barry cerró los ojos, sabiendo lo que venía, tratando de prepararse.

― Les di una pequeña demostración, pero no estaban impresionados, o por lo


menos no lo dijeron. Tú sabes que no debiste haberla acuchillado. Ella es nuestra.
Lerdo, Barry, pero luego siempre has sido un gran tonto.

El cuchillo entró en el otro lado, en el mismo lugar donde Emmanuelle le había


pegado. El sabía que no tenía ningún sentido buscar a Taviano. El había
desaparecido, al igual que todos los demás Ferraros habían desaparecido. Como
fantasmas. Barry se quedó muy quieto, apoyado en el arco, sollozando. No tenía
idea de cuánto tiempo permaneció allí, la sangre corría por su ropa, su mente sin
comprender.

Bookeater
Shadow Rider
Esto no podía estar sucediéndole. Siempre ganaba. Estaba siempre en control.
Ahora estaba encerrado en este mausoleo, sangrando de múltiples heridas de arma
blanca, sus hombres muertos. El sonido del piano penetró a través del viento y la
fuerte lluvia chillando. Un rayo todavía iluminaba el cielo, como si la tormenta se
quedara en cuclillas sobre la finca que había alquilado. La puta familia Ferraro. Se
creían los dueños de Chicago. Se apartó de la pared y se tambaleó por el pasillo
hacia la gran sala y hacia el sonido del piano. Fang seguía tocando, aparentemente
inconsciente de las muertes que tenían lugar a su alrededor. Además, el concierto
que tocaba era complicado, difícil, algo que Barry no habría pensado estuviera en
el repertorio de Fang.

Barry había ido a varios conciertos con su madre y oído a los más grandes
pianistas del mundo tocar. Fang no era uno de ellos, sin embargo, su toque ahora
era excelente. La bella música sonaba tan incongruente como un telón de fondo
para la fealdad sucediendo dentro de la casa.

Barry irrumpió en la gran sala y lo primero que vio fue a George. El hombre estaba
tendido al lado del banco del piano, con el cuello en un ángulo extraño, con los
ojos abiertos y fijos en el horror. Fang estaba boca abajo, justo al otro lado del
piano. El hombre que tocaba era Vittorio Ferraro. Se volvió de repente, levantando
en una mano las llaves. En un movimiento él recogió un pequeño cuchillo de
lanzar, se volvió y lo arrojó contra Barry, todo el rato su otra mano seguía tocando.
Luego se volvió para seguir tocando, incluso antes de que el cuchillo se hundiera
en el hombro de Barry.

― No deberías haberla apuñalado, Anthon, ― dijo Vittorio, y lo despidió,


manteniéndose de espaldas a él mientras continuaba el concierto. Lo despidió.
Como si no hubiera ningún tipo de consecuencia. Era humillante. Si él todavía
tuviera su arma habría matado al hijo de puta. El cuchillo apenas lo hirió, no con
las heridas en sus muslos palpitando y ardiendo.

Ni un solo cuchillo había tocado un punto vital. Ni uno . . .Barry miró a su


alrededor, con el corazón latiendo con fuerza. Sintió unas manos a cada lado de la
cabeza. Casi amables.

― Estás muerto, Barry. Se sirve la justicia. ― Stefano rompió el cuello de Barry


Anthon. Dio un paso atrás, dejando caer el cuerpo al suelo.

Bookeater
Shadow Rider
― ¿Has llamado a Sal? Tendrá que limpiar realmente este lugar.

― Está hecho. Coge tu mujer y vamos a casa.

Stefano asintió y se volvió a buscar a Francesca. Entró en el portal en el que estaba


esperándolo con Emme. Emme había envuelto la herida en el muslo de Francesca,
pero Stefano la levantó en sus brazos.

― Pon tus brazos alrededor de mi cuello y tu cara en mi hombro, bambina. Mantén


los ojos cerrados. No quiero que veas algo de esto.

― Está bien, ― ella estuvo de acuerdo en voz baja.

― Es más, Francesca, él está muerto. Él nunca hará daño a otra mujer.

― Gracias, Stefano. A todos. Vamos a casa.

Stefano entró a un lado de una sombra y se llevó a su mujer a casa.

Bookeater
Shadow Rider
EPILOGO

Stefano estaba parado ante el altar, con el corazón palpitante. En


realidad, nunca había creído que llegaría este día. Él echó un vistazo a sus
hermanos y vio la misma expresión en sus rostros que sabia estaba en la suyo.
Incredulidad. Temor. Esperanza primal. Eran Jinetes Sombra, hombres y mujeres
con responsabilidades que no les permitían elegir lo que querían. Encontrar a
alguien que pudiera amarlos, alguien dispuesto a compartir sus vidas, era raro y
casi imposible de creer que pudiera ser verdad.

Pero allí estaba ella. Francesca. Su mujer. Caminando hacia él, con el aspecto de
una visión, demasiado hermosa y etérea para ser real. Vestida con encaje blanco, su
vestido aferrándose a su figura, mostrando sus curvas y la ridículamente pequeña
cintura sobre la que le gustaba poner sus manos. Su cabello estaba suelto, tal y
como había solicitado, cuando su madre y su hermana habían insistido en ponerlo
arriba. Ella lo había hecho por él, se sostuvo y ganó sólo para complacerlo. Su velo
era de un intrincado encaje y le rodeaba su cara. Ella estaba del brazo de Pietro.

Emilio y Enzo habían peleado por el privilegio de caminar hacia el altar con ella,
pero Pietro lo había pedido, y al final decidieron que necesitaban la familia del
barrio. Joanna estaba de pie para ella. Enrica y Emme también. La contusión de
Enrica no la había mantenido fuera de la fiesta de bodas. Stefano no podía verlos.
Solamente a Francesca. Sólo a su mujer, caminando hacia él, dándose no solo a él,
sino a sus hermanos y hermana con la promesa de un futuro.

La iglesia estaba llena. La familia. Los primos de Nueva York y San Francisco. La
rama en Los Ángeles había sacado la paja más corta y tenían que mantenerse
alejados. El barrio entero, cada uno en su pueblo, había sido invitado, y aun más
vinieron. Incluso había asistido Dina, quien tenía el abrigo de Francesca, estaba
sentada en la parte posterior de la iglesia.

Bookeater
Shadow Rider
Nicoletta hizo su primera aparición pública con Lucía y Arno, estaba sentada entre
ellos, con aspecto pálido y con un poco de miedo, pero estaba allí. Aún así, Stefano
sólo podía realmente ver a su mujer. Tomó unos pasos hacia ella, tomó la mano de
Pietro y tiró hasta que ella estaba a su lado, justo donde estaba destinada a estar.

Se volvieron juntos y se enfrentaron al cura, con el corazón henchido de alegría


cuando dijo sus votos de amor y esperanza. Lo que haría. . . para toda su vida.

Fin

Bookeater

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