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Mayorga, J.

, Entrevista, En el teatro el silencio se escucha, El País, 2014 05 19


Juan Mayorga, referente del teatro español, publica una antológica de sus obras
 'Un mundo en cuatro piezas', por JUAN MAYORGA
 'Quiero ser un enjambre', los sueños y deseos del dramaturgo
ROCÍO GARCÍA 

Lectura de Juan Mayorga de parte del texto de su obra 'Reikiavik'. / FOTO: ÁLVARO GARCÍA. VÍDEO: ÁLVARO DE
LA RÚA.

1972. Era verano en Reikiavik, pero el frío, la lluvia y el viento esperaban a los
protagonistas del duelo del siglo. Piezas blancas contra negras. Estados Unidos frente a
la Unión Soviética. El campeón mundial de ajedrez, el soviético Borís Spaski, defendía
su reinado frente al retador Bobby Fischer. Después de mes y medio de un juego
plagado de tensiones y conflictos, Spaski se rindió por teléfono y Fischer se alzó como
el gran campeón de los tableros. Fue un combate en toda regla. El mismo que plantea
el teatro de Juan Mayorga (Madrid, 1965), el dramaturgo, filósofo y matemático,
Premio Nacional de Teatro en 2007. Un combate de palabras y silencios. El duelo de
Reikiavik es retratado en el último texto escrito por Mayorga, que forma parte de la
primera antológica de piezas largas, publicadas por La Uña Rota, escritas desde 1989
hasta 2014, cuando se cumplen, este mes de mayo, 20 años de la primera obra que
subió a escena, Más ceniza, y 25 de la publicación de Siete hombres buenos. En total 20
piezas, tres de ellas inéditas —AngelusNovus, Los yugoslavos y Reikiavik—que
muestran los misterios del arte teatral, resumidos, como defiende Mayorga, en la
representación de todas las posibilidades de la vida humana y de todas las
posibilidades del lenguaje. “Hay textos que tienen valor porque han tenido una vida
escénica rica y otros están ahí por lo contrario, porque pareciéndome a mí
significativos no han tenido la misma suerte en escena”. Saliendo de nuevo al
encuentro de sus textos, ha encontrado resonancias, motivos recurrentes, además de
todo un examen del lenguaje, “un examen de cómo usamos las palabras y cómo somos
usados por ellas”. Resumidos en algo tan grande y al mismo tiempo tan común, apunta
su autor, como el de aquellos seres frágiles que aspiran a la dignidad, la belleza y la
libertad y que se enfrentan a poderes enormes, interiores y exteriores que los
amenazan.

Juan Mayorga puede pasar años sin volver a releer una obra suya, pero cuando lo hace
se entabla de nuevo el combate. “Estoy en permanente lucha con mis textos. Buena
parte de mi trabajo lo dedico a la reescritura porque, por una parte, soy muy
ambicioso y, por otra, creo que tengo un talento limitado”. Lo que sí ha descubierto
Mayorga es que el discurrir de la vida, el tiempo, es finalmente quien de verdad se
encarga de reescribir las historias. “Sucede que el tiempo es el que te va revelando lo
que es de verdad relevante e innegociable y va desechando lo superfluo, aquello que
pesa y que debería ser despreciado. Hay textos que, aunque el alma está tal y como las
soñé, hoy creo que son mejores que cuando los escribí”.

El domicilio de Mayorga está plagado de dibujos infantiles, de libros y de premios


teatrales. Es ante todo una casa llena de palabras, como aquellas que siguen
resonando en la cabeza del dramaturgo cuando de niño, mientras jugaba a las chapas
en el pasillo, escuchaba a su padre leer en voz alta y que tanto le ha marcado. “Por
medio de la voz de mi padre, sus hijos nos acercamos a libros que entonces apenas
entendíamos, pero que sin duda se convirtieron en parte de nuestro paisaje interior.
Nuestras cabezas se llenaron de imágenes, de personajes, de ideas”. Así, Mayorga
escuchó los debates entre Sembrini y Naphta en el hospital suizo de tuberculosos en el
que Thomas Mann ubicó La montaña mágica, o estuvo en la primera fila en el incendio
que asoló Manderley, aquella inquietante mansión deRebeca.

Ha dejado de jugar a las chapas, pero las palabras siguen ahí, poderosas. “El teatro es
el arte de la palabra pronunciada y, por tanto, también es el arte del silencio, porque
en el teatro el silencio se escucha. El teatro puede despertar lo que yo llamo envidia de
la lengua o nostalgia. El teatro puede llevarnos a la pregunta importante de ‘¿quién
escribe las palabras?’, ‘¿quién es el autor del guion que cada día repetimos?’. Nostalgia
que es lo que yo siento por el teatro de Lorca, de Valle-Inclán o de Calderón”.

Y siempre con el corazón puesto en Lorca, Mayorga juega con la austeridad y


sobriedad como dos conceptos inherentes a su dramaturgia. No realiza acotaciones
autoritarias para cerrar de algún modo el espectáculo escrito por él. Solo incluye en el
texto aquello que juzga innegociable, para poder así ofrecer la mayor libertad posible y
las mejores posibilidades creativas al director, al escenógrafo, también al iluminador y,
por supuesto, a los actores.Cartas de amor a Stalin empieza con una única y simple
anotación: “En casa de los Bulgákov. Allí donde él escribe”. Así, en las distintas
representaciones de la obra, uno se ha podido encontrar a Bulgákov escribiendo en un
solemne despacho de Moscú, otras en las que este autor que sobrevive como puede
en el régimen stalinista escribe en el suelo o incluso otra en la que lo hace sobre su
propia piel. Lo único innegociable para Mayorga es que Bulgákov hiciera el acto de
escritura en el lugar donde él habita. Es un ejemplo de todos los que han ido jalonando
los montajes de este dramaturgo que ha sido traducido a más de treinta idiomas y
representado en los principales teatros del mundo entero.

Al espectador hay que hacerle cómplice de la dificultad. Es la manera de demostrar el poder inmenso
del teatro"

Pero lo que queda claro, con el repaso a esta obra casi completa, es que el teatro de
Mayorga se va ajustando cada vez más a la sobriedad, dejando así espacio a la
imaginación del espectador. “Para mí, el teatro es imaginación y reunión. Cuando uno
escribe un texto teatral tiene que ser consciente de que está ante un hecho social. El
autor entrega un texto a la imaginativa soledad del espectador, pero su destino último
es que ese texto sea capaz de convocar una reunión de actores y de ciudadanos”.

Respeto absoluto por el espectador pero no obediencia y, menos aún, facilidades.


Siempre con la verdad por delante, sin engaños. Así lo proclama el autor de  La tortuga
de Darwin o la más reciente La lengua en pedazos. “Al espectador hay que hacerle
cómplice de la dificultad. Si lo intentas engañar te va a pillar y se va a enfadar contigo.
Por el contrario, si le haces cómplice desde el principio, el poder del teatro es inmenso.
Como decía Borges ‘el teatro es el arte en el que un hombre finge ser lo que no es y
otro, el espectador, finge que se lo cree’. Es un pacto de ficciones y si no consigues que
el espectador te entregue su complicidad, no es nada. Para mí es fundamental la
reunión e imaginación, algo que está hoy tan amenazado. Parece que cada vez hay
menos razones para reunirse y menos imaginación, que es el auténtico nervio de la
vida”.

Después de años de escritura en solitario —“soy feliz haciéndolo, no pertenezco al


género de los agonistas que sufren ante un folio en blanco porque yo gozo
imaginando”—, Mayorga decidió lanzarse a la dirección. Lo hizo con su última obra
estrenada hasta la fecha, La lengua en pedazos, ese combate por el espacio y el poder
de la palabra entre Teresa de Jesús y un miembro de la Inquisición, en un espacio vacío
con una mesa de Ikea que hacía las veces del convento de la iglesia de San José.
“Durante mucho tiempo sentí desconfianza acerca de mi capacidad como director,
hasta que me topé con un material en el que sí creía que podía tener una voz original.
He descubierto que el espectador es un lector y que dirigir un espectáculo no es sino
escribir en el espacio y en el tiempo”. Eso no quiere decir que desde ahora solo escriba
sus textos pensando en la dirección. De momento, se ha propuesto ponerse al frente
de su segundo montaje con Reikiavik porque, al escribirlo, ha sentido ese impulso, le
han entrado ganas de explorar en ese juego de dos personajes (Bailén y Waterloo,
como las dos derrotas napoleónicas) que interpretan a los ajedrecistas Fischer y Spaski.
Todo sin creer en los montajes definitivos —“estoy deseando ver el que van a realizar
en Alemania con La lengua en pedazos”—, sino en distintas lecturas que vayan
descubriendo sentidos a la pieza que él no ha encontrado.

Se muestra orgulloso que no satisfecho —“la satisfacción es paralizante”— por el


momento teatral que se vive en nuestro país y la oferta de calidad y diferentes
lenguajes en pequeños espacios, más allá de las propuestas más institucionales. “El
espectador está redescubriendo el teatro como lo que es, ese espacio de reunión e
imaginación, en nuevos lugares que ofrecen trabajos excelentes que no son para nada
canteras de tercera división. Desgraciadamente, no existen políticas culturales
responsables. El famoso IVA es un ataque no solo a las gentes que hacemos teatro,
sino también a los ciudadanos. Pero que tengan muy claro que el teatro resiste y
resistirá siempre”, finaliza este devoto de Walter Benjamin, al que dedicó su tesis de
Filosofía.

Teatro 1989-2014. Juan Mayorga. Dibujos de Daniel Montero Galán. La Uña Rota.
Madrid. 2014. 770 páginas. 25 euros.

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