El término, la expresión: “calvinista”, casi no se usa en México. Si
acaso en el ambiente académico-teológico tiene cierta frecuencia su utilización, aunque con una imprecisión titubeante porque otras corrientes de pensamiento han aterrizado en sus mentes, por lo que, a la pregunta de qué significa, cándidamente responden que hay varios tipos de calvinismo. En las iglesias, ni se diga; con apuros logran definirse a sí mismos como no evangélicos, presbiterianos y escasamente como reformados. Quizá se hace uso de la palabra “calvinista” de manera confesional. En este sentido, un calvinista es representado exclusivamente como el que suscribe a voz alta la doctrina de la predestinación. Aquellos que desaprueban esta fuerte adhesión a la doctrina de la predestinación, cooperan con los polémicos romanistas, en que al llamarte "calvinista", te representan como una víctima de estrechez dogmática; y lo que es aun peor, como un peligro para la seriedad de la vida moral. Este es un estigma tan ofensivo que teólogos como Hodge, que de plena convicción eran defensores de la predestinación, y consideraron una honra el ser calvinistas, preferían hablar de agustinismo en vez de calvinismo.