El proceso civilizatorio se ve como una transformación del comportamiento y de la sensibilidad
humanos hacia una dirección determinada. Nunca ha habido seres humanos individuales que hayan tratado de realizar esta “civilización” de un modo consciente y racional a partir de medidas orientadas a la consecución de este objetivo. «Es evidente que la civilización, como la racionalización, no es un producto de la ratio humana», no es resultado de una planificación a largo plazo. En este sentido, nada en la historia sustenta que esta transformación se haya llevado a cabo de una manera “racional”, por ejemplo, por medio de la educación de personas o grupos concretos; si bien, esta transformación sigue un orden peculiar. Las coacciones sociales externas van convirtiéndose en coacciones externa, se ocultan o “maquillan” las necesidades humanas, aumenta la vergüenza y se adquiere una autodominación de los impulsos cada vez mayor. No obstante, esta transformación tampoco es un cambio caótico carente de estructura. Elias plantea que el proceso civilizatorio se consigue gracias a los movimientos racionales o emocionales de los hombres aislados, que se entrecruzan de un modo continuo en relaciones de amistad o enemistad. Esta interrelación de los planes y acciones de los hombres aislados puede ocasionar cambios y configuraciones que nada ha planeada. «De esta interdependencia de los seres humanos se deriva un orden de un tipo muy concreto, un orden que es más fuerte y más coactivo que la voluntad y la razón de los individuos aislados que lo constituyen». Así, esta interdependencia determina la marcha del cambio histórico. Este orden no es racional ni irracional. Algunos lo han interpretado como el orden de la naturaleza y otros, como Hegel, como una especie de espíritu supraindividual y su idea de “astucia de la razón”, que muestra que a partir de los planes y acciones de los hombres surjan cosas que ninguno de ellos había pretendido con sus acciones. Los hábitos mentales que nos llevan a someternos a alternativos como “racional” e irracional” o como “espíritu” y “naturaleza” son inadecuadas. En este sentido, hay que tener en cuenta que las leyes peculiares de las manifestaciones de la interdependencia social no son idénticas a las leyes del espíritu o la planificación individuales ni a las leyes de lo que llamamos “naturaleza”. La referencia general a las leyes peculiares de interrelaciones son una referencia vacía si no se muestran los mecanismos concretos en la interrelación y en la eficacia de las leyes. Por ejemplo, respecto al proceso de feudalización, el proceso por el cual la coacción emanada de situaciones competitivas obliga a enfrentarse a una serie de señores feudales y el círculo de competidores va reduciéndose, hasta que crea una situación de monopolio, y finalmente, se llega a la consecución de un Estado absoluto. Toda esta reorganización de relaciones tiene una consecuencia en las costumbres humanas cuyo resultado provisional es nuestra forma “civilizada” de comportamiento y sensibilidad. Ello tiene una influencia observable en los aparatos psíquicos de las personas, observable a lo largo de la historia. Subraya Elias que en la base del cambio de las costumbres psíquicas en el sentido de una civilización, hay una dirección y un orden determinados, a pesar de no haber sido establecido mediante procedimientos “racionales”. Señala Elias que podemos hacer de la civilización algo más “racional”, que funcione mejor respecto a nuestras necesidades, a partir de las intervenciones planificadas en la red de interrelaciones y en las costumbres psíquicas. Con respecto al aparato psíquico, desde los tiempos pretéritos de la historia occidental hasta la actualidad han ido diferenciándose cada vez más las funciones sociales a consecuencia de la presión de la competencia social. A mayor diferenciación, mayor es la cantidad de individuos que dependen de los demás. Se vuelve necesario ajustar el comportamiento de un número mayor de individuos. El individuo se ve obligado desde pequeño a organizar su comportamiento de un modo cada vez más diferenciado, más regular y más estable, esta regulación se vuelve como una autocoacción de la que no puede librarse conscientemente. Junto a los autocontroles conscientes, este aparto interno, por medio del miedo, trata de evitar infracciones del comportamiento socialmente aceptado, pero que puede provocar infracciones contra la realidad social de un modo indirecto. «La orientación de esta trasformación del comportamiento (…) está determinada por la orientación e la diferenciación social, por la progresiva división de funciones y la ampliación de las cadenas de interdependencias en las que está imbricado». Un ejemplo con respecto a la diferencia entre la imbricación de un individuo en una sociedad poco diferenciada y en una sociedad más diferenciada, Elias recurre al ejemplo de los caminos y las carreteras en una y otra sociedad. Por ejemplo, una sociedad de guerreros caminando por los caminos sin asfaltar de una vía. El tránsito suele ser muy escaso, y el peligro lo representa el hombre para el hombre, por ejemplo, mediante el asalto de bandoleros. Estos guerreros deben estar siempre precavidos para no ser asaltados. La vida en esas vías de comunicación exige estar dispuesto a luchar y dar rienda suelta a las pasiones en la defensa de la propia vida. Sin embargo, este escenario es muy diferente al tránsito por una gran ciudad de nuestras sociedades diferenciadas, que requieren una distinta modelación del aparato psíquico. Esta regulación está orientada a conseguir que cada cual tenga que adecuar del modo más exacto su propio comportamiento. El peligro principal supone que alguien pierda su autocontrol, de manera que se requiere de autovigilancia constante, autorregulación del comportamiento muy diferenciada, a fin de que el hombre consigue orientarse entre la multitud de actividades. Así, el esquema de autocoacciones, los modelos de la configuración impulsiva son muy distintos según la función y la posición de los individuos dentro de este entramado. «Con la diferenciación del entramado social también se hace más diferenciado, generalizado y estable el aparato sociogenético de autocontrol psíquico». Paralelamente a la diferenciación se produce una reorganización total del entramado social. Cuando hay baja división de funciones, los órganos centrales de sociedades de cierta magnitud son relativamente inestables y carecen de seguridad. A partir de la imposición de un mecanismo de relaciones coactivas van constituyéndose órganos centrales más estables e institutos monopólicos más fuertes que organizan la violencia física. Así, la estabilidad del aparato de autocoacción psíquica se encuentra ligado con la constitución de institutos de monopolio de la violencia física. Y solo con estos monopolios se crea ese aparato formativo que sirve para inculcar al individuo desde pequeño la costumbre permanente de dominarse. Cuando se constituye un monopolio de la violencia surgen espacios pacificados, ámbitos sociales libres de violencia. Ciertas formas de violencia, que siempre han existido pero que solo se daban juntamente con la violencia física, se separan de esta y quedan aisladas en espacios pacificados. Así pues, sostiene Elias que las sociedades que carecen de monopolio estable de la violencia son sociedades donde la división de funciones es escasa y las secuencias de acciones que vinculan a los individuos breves, y a la inversa. En las sociedades diferenciadas, el individuo está protegido frene al asalto repentino, pero también está obligado a reprimir sus pasiones. Cuanto más densa es la red de interdependencias en la que está imbricado el individuo más amenazado está quien cede a sus pasiones. El dominio de las emociones, la ampliación de la reflexión más allá del estricto presente para alcanzar la lejana cadena causal y a las consecuencias futuras, son tipos de cambios que se producen concomitantemente que la monopolización de la violencia física y la ampliación de las secuencias de acción y de las interdependencias en el ámbito social. En este sentido, la transformación de la nobleza, que pasa ser una clase de caballeros a ser una clase de cortesanos es un ejemplo de lo anterior. Con el monopolio, la amenaza física del individuo va haciéndose cada vez más impersonal, y va sometiéndose progresivamente a normas y leyes exactas, y acaba suavizándolas dentro de ciertos límites. En conclusión, observando los movimientos del pasado se observa que se trata de una transformación en una dirección determinada. Elias subraya que cuando se hayan superado las tensiones inter e intraestatales podremos decir que somos civilizados. Solo entonces desaparecerá el código de comportamiento del superyó que su función es destacar una superioridad hereditaria. Solo entonces podrá limitarse la regulación de las relaciones interhumanas a aquellos mandatos y prescripciones necesarios para conservar la elevada diferenciación de las funciones sociales, y limitar las autocoacciones a aquellas restricciones que son necesarias para que los hombres puedan convivir, trabajar y gozar sin trastornos y sin temores (lleva a un equilibrio que otorga felicidad y libertad). Solo cuando todos los hombres que trabajan en la larga cadena de tareas comunes puedan alcanzar tal equilibrio, los hombres podrán decir de sí que son civilizados. Hasta entonces «la civilización no se ha terminado. Constituye un proceso».