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Extractivismo e información
Fuentes: Rebelión
Las corporaciones utilizan todas las herramientas existentes para garantizar el mejor clima
para sus negocios. Todo está a su alcance; y lo que no existe, lo inventan. Los medios masivos
de (des)información cumplen un rol fundamental en esta empresa: son quienes inventan un
rostro humano, comprometido con la naturaleza, responsable y pulcro para cada negocio. […]
Las corporaciones utilizan todas las herramientas existentes para garantizar el mejor clima
para sus negocios. Todo está a su alcance; y lo que no existe, lo inventan. Los medios masivos
de (des)información cumplen un rol fundamental en esta empresa: son quienes inventan un
rostro humano, comprometido con la naturaleza, responsable y pulcro para cada negocio. El
«capitalismo verde» es una de esas caras.
Las estretegias son de lo más variadas. Muchas suelen ser imperceptibles para los
desprevenidos, sobre todo en un momento de consumo de información a través de las redes
sociales, que implica una interacción instantánea y superficial con las noticias. La
información falsa, la desinformación y también la sobreinformación son parte de esos
artilugios empleados por las grandes empresas que necesitan desviar la mirada que empieza a
abrirse en gran parte de la población sobre sus más sucios y manifiestos negocios.
Las corporaciones que más se han servido de su poder en los medios en los últimos años
fueron las que levantan, de mínima, sospechas por su accionar sobre el medio ambiente y la
salud de las personas. En varios países americanos, la resistencia a los emprendimientos
extractivistas tiene preocupadas a las corporaciones. La imposibilidad de un gigante como
Monsanto a instalarse en un pueblito en la provincia de Córdoba es una muestra clara.
Vale aclarar que la ejemplar resistencia no estuvo exenta de las represiones a las que acuden
los gobiernos para defender los intereses de estas empresas. Los asambleístas de Córdoba han
sufrido seis hechos represivos desde comienzo de su lucha; sin embargo, siguen de pie.
Medios tóxicos
Dentro del amplio abanico de estrategias de los medios de (in)comunicación se encuentra una
muy particular: la desinformación. Pero las maniobras que ésta utiliza también son de lo más
variadas. Una de ellas tiene que ver con la construcción de teorías conspirativas, a través de
las cuales pretenden deslegitimar o desviar ciertos debates y resistencias hacia otros ejes.
Muchas veces con situaciones de lo más extravagantes, ridículas o inverosímiles.
Debate pendiente
En un reciente artículo publicado en el portal del Programa de las Américas del Centro para la
Política Internacional, el periodista y escritor uruguayo, Raúl Zibechi, hace un interesante
recorrido por la urgente situación que viven los pueblos fumigados de Argentina, el
inconmensurable crecimiento de enfermedades como el cáncer y las resistencias y avances de
quienes se organizan para luchar contra el monstruo del agronegocio que tiene a los
agrotóxicos, el avance de la frontera agropecuaria, la concentración de la tierra y el negocio
de las semillas como estandarte. La crónica surge a partir del desarrollo del 17° Plenario de la
Campaña Paren de Fumigarnos, en la provincia de Santa Fe.
El artículo titulado La guerra química contra los pueblos hace mención a una «tesis polémica»
– lanzada por el médico Damián Verzeñassi en el encuentro- que, como propone Zibechi,
debemos considerar: «Los alimentos forman parte de un proyecto geopolítico de control de la
población mundial». Luego se pregunta si la idea suena exagerada. Para responder a esto, cita
un artículo firmado por dos científicos del Instituto de Ecología de la UNAM, publicado el 17
de abril en el diario mexicano La Jornada, en el que recordaron que «Monsanto y el gobierno
de Estados Unidos conocían de la toxicidad del glifosato desde 1981».
Al final de la crónica, el escritor uruguayo repasa algunos datos alarmantes sobre los pueblos
fumigados: «En 2008 en Argentina había 206 casos de cáncer cada 100 mil habitantes. En
algunos pueblos encontraron hasta dos mil casos, casi diez veces más. En cuanto a las
malformaciones, se llega a seis niños en algunos pueblos de 4.000 habitantes cuando la
prevalencia es de un caso por millón». Luego, agrega: «Pero lo que más les llama la atención
es que no aumenta el mismo tipo de cáncer que había antes sino que aparecen nuevos:
linfomas, leucemias, cáncer de tiroides, páncreas y mamas».
Más adelante, retoma la idea planteada por Verzeñassi: «La hipótesis de ‘una guerra química’
que busca controlar a los pueblos cobra vigor si tenemos en cuenta que empresas
multinacionales y autoridades tienen perfecta conciencia de las consecuencias esperables
cuando liberaron los plaguicidas».
El artículo de Raúl Zibechi está lejos de ser información errónea, malintencionada o ingenua.
Por el contrario, es un trabajo recomendable y necesario, como el de tantos otros periodistas
comprometidos. Tampoco se alimenta de una «teoría conspirativa» perversa. Sin embargo, lo
que amerita un debate es esta última cuestión: si las multinacionales y los gobiernos tienen
«perfecta conciencia» de las consecuencias de los agrotóxicos, ¿necesariamente tiene que ver
con un «control de la población» planificado? También podemos preguntarnos si esta lógica
no responde al propio funcionamiento del capitalismo, donde las corporaciones avanzan sin
medir ningún tipo de riesgo. Porque el riesgo, para ellas, es lejano o ni existe. No se trata de
simplificar ni hacer un análisis reduccionista de la situación; más bien, es una interpelación a
una teoría, que puede ser tan válida como desacertada.
El conocimiento sobre el efecto de los agrotóxicos por parte del Gobierno norteamericano y
de multinacionales está probado mucho antes de 1981. Durante la Segunda Guerra Mundial,
en la búsqueda de armas químicas, nació un producto que más tarde fue utilizado por el
ejército de Estados Unidos en Vietnam. El tristemente célebre Agente Naranja fue fábricado
por empresas como Dow AgroSciences y Monsanto y hoy en día se continúa utilizando uno
de sus componentes: el 2,4-D. Este tóxico, combinado con otro herbicida (el 2,4,5-T) y en una
concentración más elevada que la usada actualmente para la agricultura, fueron los que
causaron miles de muertes durante la guerra, además de los efectos devastadores que persisten
aún hoy en la población afectada con los químicos.
Es evidente, entonces, que los gobiernos, las corporaciones y los poderosos conocen desde
hace décadas estos efectos, quizás desde sus primeras pruebas y empleos. El desarrollo
histórico y los avances científicos en esta materia así parecen indicarlo. Lo que primó y lo que
sigue mandando en todas las empresas extractivistas más cercanas a nuestros pueblos
(megaminería, explotación de hidrocarburos, monocultivo de árboles y el agronegocio que
todo lo devora) es el capital. La lógica capitalista avanza sin ningúna objeción de parte de los
que mandan; los que gritan y resisten, desde hace mucho tiempo, están abajo. Muchas veces
se hacen escuchar y en algunos casos son una honda de David, como el pueblito cordobés.
Muchas teorías suelen ser formas sutiles de mostrar otro rostro del capitalismo, de demostrar
que algunas situaciones son excepcionales dentro del sistema actual y no parte constitutiva del
mismo. Debemos interpelarnos, entonces, sobre ésta y tantas otras situaciones y no caer en
trampas o discursos que pueden ser contraproducentes para quienes luchan incansablemente
por otro mundo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de
Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.