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reproducida por esos individuos cuyas acciones pueden a su vez transformarla. Mutua dependencia entre la acción humana
y la estructura.
Las tres vías diferentes para definirla (como historia residual, sin política, de actividades sociales mezcladas; como historia de
la sociedad y como historia de la experiencia social de individuos o grupos) no parecen conducir a puerto seguro. Tanto por su
repertorio de temas, su objeto de estudio (sociedades totales, cambio estructural, hechos sociales concretos), las teorías de la
causalidad que la orientan y su modo de presentación (organización analítica del material o narración), la práctica de la historia
social es plural y diversa. No hay una única teoría ni un único paradigma ni un único aparato conceptual para tratar
científicamente a los fenómenos sociales.
En los años 70, como reacción a la insuficiencia explicativa del enfoque macro-sociológico que minimizaba el rol del
individuo, surgen corrientes revisionistas en el campo de la historia social, tributarias de los cambios producidos en el quehacer
historiográfico. Desde entonces, el cambio principal ha sido dado por un desplazamiento subyacente de perspectiva, más que
por la apertura a nuevas áreas. Hemos asistido a una parcelación sin precedentes de la historia en compartimentos poco
comunicados, en los que el desarrollo de la historia política, económica, intelectual y cultural desafía las definiciones que
proclamaban que la historia era por definición social o que era la ciencia de las sociedades humanas.
El vigor presente de la historia económica y el resurgir de la historia política es el de dos especialidades que han excluido los
aspectos sociales, a lo sumo consideraros como efectos derivados de sus respectivas dimensiones que son entendidas como
procesos autosuficientes o determinantes en el curso de los hechos objeto de estudio. La creciente emancipación de la historia
cultural nos remite a lo social como creación de un complejo mundo de interacciones culturales.
La historia social se resiste a admitir una definición única. Careció siempre de un concepto central o un núcleo intelectual
aglutinante, es un campo de límites muy difícil de procesar, porque lo social abarca todo, de manera que no puede aislarse de
las otras dimensiones. La historia social se puede presentar con dos significados distintos, casi excluyentes: 1) como una
disciplina autónoma con vocación de establecerse al modo de una especialidad más, en franca competencia con las restantes
disciplinas al tiempo que parece poseída por el empeño de renovar profunda e incesantemente temas considerados de “interés
humano”; 2) una perspectiva determinada de análisis histórico que acepta las interacciones sociales como núcleo de
observación pero sostiene el proyecto de explicar una sociedad determinada y los factores de cambio en un momento dado. En
cualquiera de los dos casos, en cuanto historia genérica de la sociedad, se muestra como un terreno abonado por el encuentro
de la historia con las ciencias sociales, y con frecuencia sirve de cauce para desarrollar las tendencias historiográficas más
recientes.
históricos, lo que no significa un acercamiento general de la sociología y la historia sino un desafío a las teorías sociológicas que han despreciado el tiempo
histórico. Un rechazo a una sociología antihistórica y un reconocimiento a la tradición (Marx y Weber).
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En 1929 Bloch y Febvre fundan la revista Annales de historia económica y social. A finales de la década del ‘30 fueron
llamados a París. En 1946 fueron integrados en la sexta sección de la Escuela Práctica de Altos Estudios y la revista cambió su
nombre a Annales. Economía. Sociedades. Civilizaciones, para destacar más su carácter interdisciplinar, llegando a ejercer
gran influencia en la investigación. Anales renunció a formular una teoría de la historia, de manera que su revisión
epistemológica fue pobre y consistió más bien en una línea metodológica, en un conjunto de propuestas para ejercer el oficio
del historiador. Desde 1929 a 1968 se observa la continuidad de un proyecto intelectual con los escritos fundacionales de
Bloch (Apología de la Historia; La sociedad feudal) y Febvre (Combates por la Historia; El Franco Condado bajo Felipe II;
Rabelais y el problema de la incredulidad en el siglo XVI) que adquiere mayor importancia con Braudel (El Mediterráneo y el
mundo mediterráneo en la época de Felipe II), marcando el auge de la producción historiográfica francesa en el mundo:
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- Continuidades: oposición a la historia narrativa, fuerte contacto con las ciencias sociales, defensa del método
comparativo, modelo constructivista, historia global-total, deslizamiento hacia temáticas antropológicas, culturales y
simbólicas.
- Paradigma de los diferentes tiempos históricos y de la larga duración: concepción de que no existe un solo tiempo de
progresión lineal, sino múltiples tiempos que son temporalidades histórico-sociales, tan múltiples y diversas como las
realidades históricas mismas, y en consecuencia tiempos variables que van a expresarse como las muchas duraciones
históricas a investigar por parte de los historiadores. Descomposición tripartita de las duraciones: 1) Tiempo corto:
Tiempo de una historia tradicional o hecha a medida del individuo, de oscilaciones breves, rápidas, nerviosas. Historia
de los acontecimientos; 2) Tiempo medio: de las coyunturas culturales, sociales, económicas o políticas reiterados
durante años, lustros y hasta décadas. Historia de ritmos más lentos; 3) Larga duración histórica: estructuras
correspondientes a procesos seculares de realidades más duraderas, de largo aliento, que se desgastan casi
imperceptiblemente. Historia estructural, que dura siglos, casi inmóvil, la de un hombre en relación con el medio que lo
rodean una historia lenta en un transcurso y en su transformación, hecha de vueltas constantes, de ciclos recomenzados.
- Estructuras: en oposición al estructuralismo francés que en los años ’50 y ’60 influyó al conjunto de las ciencias
sociales, el cual promovía el más detallado análisis posible de los elementos y de las relaciones de la estructura que se
investiga “congelando” el movimiento y la evolución de esa estructura, sacrificando así la diacronía y la sincronía en un
análisis profundamente ahistórico, Braudel historiza el concepto de estructura, recuperándolo desde la historia y
utilizándolo para connotar a esas realidades, arquitecturas o fenómenos de larga duración, reivindicando el carácter
histórico de todos los fenómenos sociales. El estudio de las estructuras está íntimamente ligado a la primacía que
Braudel concede a los análisis de períodos de larga duración. A este nivel aprehende la estructura: un conjunto, una
arquitectura resultante de procesos dialécticos, de interacciones entre las diversas instancias de lo real. La larga duración
permite delimitar y aprehender a esas arquitecturas o realidades lentas en constituirse, que se repiten y reiteran en la
historia, y que sólo se desgastan y desestructuran también lentamente. La estructura de Braudel no es inerte, tiene una
dimensión temporal (es resistente, pero no inmutable del devenir histórico), es viva, es plural, abarca todas las instancias
de lo social, sin someterse a la infraestructura material de los marxistas. La estructura es una realidad que el tiempo usa y
transforma, es un sistema o proceso de transformación genéticamente construido, una estructura histórica. Al concentrar
la atención en este descubrimiento, registro y luego explicación de esos elementos más durables, profundos y
determinantes de la historia larga de las sociedades humanas, los Annales braudelianos desembocan en la reivindicación
de un nuevo e inédito determinismo histórico: el de las estructuras de la larga duración histórica, al tiempo que se
apartan de propiciar una lectura antropocéntrica de la historia, pues hay un descentramiento del sujeto.
- Cultiva los campos de la historia social, económica y demográfica, apoyados en los progresos de la estadística y la
cuantificación.
- Relación con el materialismo histórico: abierta colaboración estratégica y alianza intelectual. Comparten el mismo
campo problemático de la historia económica y social y perspectivas metodológicas y epistemológicas comunes, como
la larga duración. Hay puntos de contacto y de diferenciación: 1) concepción de la sociedad en niveles: Braudel concebía
la sociedad en niveles como el materialismo histórico, pero para él la totalidad social se componía de cuatro niveles:
social, económico, político y cultural; 2) relación entre esos niveles: Braudel consideraba que cada orden contenía a los
demás (idea de multidimensionalidad, de conexión múltiple), no había una relación unidireccional ni la economía era un
territorio aislado; 3) concepción del capitalismo: ambos consideran la importancia del capitalismo para controlar los
desarrollos de acuerdo a los intereses crecientes y cambiantes de la clase capitalista y a todos los niveles, imprime y
modela todos los niveles, pero para Braudel el capital es un medio y el capitalismo un sistema, mientras que para Marx
son relaciones de producción.
- Críticas: la obra braudeliana fue objeto de críticas entre los ’60-’70: 1) falta de una teoría general que englobe los
distintos estudios afirmando que la clasificación tripartita era reductiva; 2) propiciaba un determinismo social al decir
que las estructuras cambiaban por sí mismas; 3) los epistemólogos ingleses apuntaron que privilegió la trama de los
hechos, de las estructuras, de cómo cambiaban, articulaba la idea de causalidad estructural, concebía que cambiaban,
pero no cómo; 4) la historia social alemana señaló que Braudel no pudo percibir que la separación entre lo que no
estructural y lo que es conceptual, deja fuera la transformabilidad de la realidad histórica.
La corriente de los Annales situó el análisis del campo social tanto en la identificación de grupos sociales definidos a partir de
sus fundamentos socioeconómicos como en el de las representaciones que los miembros de dichos grupos hacían sobre ellos
mismos y sobre la sociedad a la cual pertenecían. Sin embargo, la propuesta annalista consideraba, aunque de manera quizás
todavía marginal por su novedad, la necesidad de tomar en cuanta la existencia de grupos sociales, a veces más informales e
inestables, definidos en base a criterios no estrictamente socioeconómicos sino en base a una identidad de orden sociocultural o
de modos de sociabilidad específicos.
En Estados Unidos, en la década de los 60, los fundamentos políticos y científicos de la New History fueron puestos en tela de
juicio: al carácter altamente racionalizado de la moderna sociedad industrial capitalista corresponde una concepción
racionalizada de la ciencia, es decir, a la que se puede acceder con métodos de cuantificación. La introducción del ordenador
cumple un rol fundamental en el desarrollo de la cuantificación, que parece reforzar el carácter científico de la investigación.
Desde los 50 se trabaja con ordenadores y métodos cuantitativos en la historia política, demografía histórica, procesos
económicos y estudios sobre la movilidad social, aunque no implica todavía el paso hacia una ciencia social sistemática y
analítica, y a menudo no es más que un medio auxiliar para documentar estadísticamente las afirmaciones sobre desarrollos
sociales. Los años 60-70 marcan el auge de la investigación histórica basada en la estricta cuantificación, bajo el
convencimiento de que sólo en esta forma la historia cobra cientificidad. En América nace la Social Science History, corriente
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de investigación en historia social que tiene como objeto la pura investigación empírica mediante el tratamiento informático de
grandes cantidades de datos y por otro lado la New Economic History, una historia económica que trabaja con modelos
teóricos y se basa en cuatro supuestos: 1) existen leyes de bronce que determinan el curso de la economía; 2) la economía
capitalista se caracteriza por un crecimiento imparable que adopta formas parecidas en todas las sociedades modernas o en vías
de modernización, como afirmó Rostov; 3) el proceso de modernización económica conduce a una modernización política
(sociedad de mercado libre y democracia liberal); 4) el método cuantitativo no sólo es aplicable a los procesos económicos,
sino también a los sociales
Frente al prestigio de la historiografía francesa como pionera de la historia social durante la primera mitad del siglo XX los
estudios históricos alemanes se mantuvieron en un estado de estancamiento o atraso. La mayoría de de los historiadores
académicos alemanes se mantuvieron firmes en los principios de la historiografía decimonónica. En la década del 60 tuvo lugar
en la República Federal Alemana la revisión de las tradiciones de la historia alemana y la ciencia histórica a partir de trabajos
que ampliaban la investigación desde los acontecimientos y las decisiones proporcionadas por los documentos hasta el marco
estructural en el que esas decisiones eran tomadas y que entendían la historia de la sociedad como la historia de fenómenos
sociales, políticos, económicos, socioculturales e intelectuales, en un análisis de los procesos y las estructuras de cambios
sociales.
En la década del 70, el monopolio del historicismo clásico fue quebrantado y surgió en la República Federal Alemana una
historia social que, a diferencia de Annales o la Social Science History americana, no se centraba en el mundo preindustrial y
las estructuras que permanecen estables a lo largo de prolongados períodos, sino en los rápidos procesos de cambio en las
sociedades industriales, en una estrecha relación entre estructuras y procesos sociales y políticos, trabajando con
macroconjuntos en los que apenas había cabida para las experiencias vitales existenciales. Un desplazamiento focal desde una
descripción de las decisiones de las elites políticas a un examen del contexto social y político; un viraje desde la narración al
análisis; y una necesidad de utilizar las ciencias sociales. Lejos de rehusar la historia política a favor de una historia social con
la política excluida, esta nueva orientación procedía de preocupaciones políticas y pretendía analizarlas en el contexto de la
estructura social y cultural de la Alemania contemporánea. La versión alemana de la historia social ha permanecido
inextricablemente unida al análisis de los sistemas políticos. Las relaciones de poder y subordinación son la espina dorsal del
relato. Los hombres desaparecen detrás de las estructuras, y en el centro de las investigaciones figura el proceso de
industrialización con sus efectos sobre clases y capas sociales. Es una historia estructural, que adopta la concepción holista de
la sociedad, se preocupa por los grandes procesos de cambio social.
Iniciado el siglo XX, Gran Bretaña había alcanzado el capitalismo industrial antes que los demás, con un sistema inteligente de
pactos colectivos que desmontaba con celeridad la revolución social. Este escenario respaldó la interpretación whig (liberal) de
la historia, una ciencia que debía averiguar los hechos, proporcionar lecciones morales y ratificar la idea del progreso,
entendido como la manifestación de la razón, el conocimiento y el avance tecnológico de la industrialización. Los hechos
resultaban de las acciones de los individuos, que los producían a través de los sistemas institucionales. Todo ello eran
realidades empíricas verificables que el historiador, una vez establecidas y confirmadas, tenía la obligación de juzgar. La
historia era interpretada como la interacción entre los grandes personajes y las instituciones que ellos creaban, modificaban o
combatían.
La historia social emancipada de los contenidos y métodos de la historia política tradicional y estrechamente vinculada a las
ciencias sociales tuvo un desarrollo tardío en el mundo académico británico. A finales de los años 50 la historia que
básicamente se enseñaba en las universidades inglesas era la de las instituciones y de los acontecimientos políticos. La historia
social, introducida en Francia tres décadas antes era todavía una categoría residual. Esto se debía especialmente a tres razones
básicas: 1) el peso de la tradición empírica, del individualismo metodológico y de la interpretación whig de la historia; 2) la
escasa o nula tradición histórica en la sociología británica; 3) las fuertes tendencias también ahistóricas de la antropología.
Ya en los años treinta habían aparecido en Gran Bretaña los primeros frutos serios de dos viejas tradiciones: la historia
económica y la del movimiento obrero, que podrían considerarse algo más que formulaciones embrionarias de historia social.
Sus logros, sin embargo, dejaron incólumes los principios básicos de la historiografía dominante,
Frente a esas dos tradiciones, y frente a la más amplia y general tradición profesional de empirismo e individualismo
metodológico, se consolidó en los años 60 una historia social que tomó pronto direcciones divergentes. Su producción más
sólida, la marxista, tiene su fuente originaria en la versión liberal-radical de la historia popular decimonónica y en la obra de
demócratas radicales del primer tercio del siglo. Estos historiadores marxistas británicos iniciaron una importante renovación
de los estudios históricos en la década posterior a la segunda guerra mundial, y hasta finales de los años 50 constituyeron un
grupo reducido. Sus obras fueron publicadas en los 60. Aquellos que pensaban que a finales de los 50 el marxismo era en Gran
Bretaña demasiado rígido, decidieron seguir el camino de Annales. Hubo quienes también, ante el desmantelamiento de la
interpretación whig de la historia, prefirieron recurrir a la sociología (y más tarde a la antropología) antes que al marxismo. La
resistencia de la tradición liberal individualista y empírica, la insensibilidad de la sociología respecto a la investigación
histórica y la inclinación antihistórica de la antropología frenaron durante mucho tiempo la apertura de fronteras entre esas
disciplinas. La carencia de un doble tráfico fluido entre la historia y la sociología contribuyó a la tardía consolidación de una
historia social reconocida académicamente. La ausencia de una ruptura teórica con los supuestos y métodos que sostenían la
interpretación whig de la historia configuró también las características de la historia social británica: gusto por el empirismo y
la averiguación documental de los hechos más que por la teoría y la construcción de totalidades históricas; sumo cuidado del
estilo literario y una disolución de la disciplina desde sus comienzos en inconexas especializaciones que pretendían tan sólo
una reconstrucción interpretativa de las experiencias humanas. Pese al visible cambio de objeto, temas y técnicas de trabajo,
los ingredientes del empirismo y de la metodología positivista habían subsistido intactos en la transición desde una historia
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liberal-individual a la denominada social. La historiografía marxista británica ha mantenido el deleite por la obra bien escrita,
el rigor empírico, e incluso una notable alergia a estudios sociológicos abstractos. Pero ha roto con los efectos más dañinos de
la separación entre hechos y teoría, ha situado al poder y a las relaciones de él derivadas en el centro del análisis y ha
compartido una tradición teórica configurada en torno a los estudios de luchas de clases, a la prioridad de la acción humana, al
énfasis en las experiencias y rebelión de las clases desposeídas y al rechazo del determinismo del modelo base-superestructura.
Hay matices entre historiadores socioculturales como Thompson e historiadores socioeconómicos como Hobsbawm, Milton y
Anderson, pero allí reside la solidez de esta historiografía, que ha sabido elaborar unas premisas teóricas flexibles donde caben
cosas tan diferentes como el modelo general de Anderson cercano a la sociología histórica, la historia total de la sociedad de
Hobsbawm y las lecturas culturalistas de Thompson. La historiografía marxista británica reexaminó críticamente la tradición
de la historia desde abajo, la cual no consiste únicamente en desplazar el foco de interés desde las elites o clases dirigentes a
las vidas, actividades y experiencias de la mayoría de la población. En la perspectiva de la historia desde debajo de los
marxistas británicos, un análisis de las relaciones y luchas de clases en amplios contextos históricos, nunca se pierde de vista
que esas relaciones de clase (en cuanto suponen dominación y subordinación, lucha y acomodación) son siempre políticas.
Insisten en que esas clases han sido ingredientes activos y significativos para la totalidad del desarrollo histórico y por tanto
sus luchas y movimientos han contribuido a las experiencias y luchas de las generaciones posteriores.
Si los logros de la historia social no fueron irrelevantes sino significativos y prometedores (pensando en la producción
historiográfica francesa, en la tradición británica marxista, en la historiografía social norteamericana y en la historia social de
la política en Alemania) el énfasis fuertemente sesgado en el carácter de historia alternativa, opositora de un paradigma
tradicional, desnudó los costos que ese carácter involucraba en términos de amplitud explicativa.
Estas fragilidades eran consecuencia de la concepción de la sociedad adoptada del contacto acrítico con las ciencias sociales y
en particular con la sociología, con el consiguiente descuido por el problema del cambio histórico y la exclusión de la política
en las explicaciones de tinte sociologizante. La historia social de los 60 adoptó una concepción holista de la realidad social,
según la cual, la misma era una entidad histórica rígidamente integrada, con una existencia, espíritu y poderes de
autoactivación que le son propios. Esta postura conceptualizaba las estructuras económicas, sociales y culturales como
teniendo una existencia virtualmente independiente de la conducta humana. En el marco de ese estructuralismo extensivo, la
historiografía social adoleció de la falta de historia; los cambios y las transformaciones se diluían. Primó la categoría de
estructura, relegando el tema básico del cambio, y con ello el descuido de las actitudes, decisiones y acciones de los actores
históricos, importantes factores de transformación.
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Red es un concepto que los historiadores tomaron recientemente de la microsociología y que reviste un triple contenido: 1) contenido morfológico: la red es
una estructura constituida por un conjunto de puntos y líneas que materializan lazos y relaciones mantenidas por un conjunto de individuos; 2) contenido
relacional: la red es un sistema de intercambios que permite la circulación de bienes y servicios; 3) la red es un sistema sometido a una dinámica relacional
regida por un principio de transversalidad de los lazos y susceptible de movilizarse en función de una finalidad precisa.
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discurso quede como el punto de partida, y no el resultado de la investigación. Es necesario reintroducir en el análisis los
actores sociales que utilizaban esos lenguajes. No se trata tanto de negar la pertenencia de los individuos a unas categorías
profesionales sino de examinar cómo las relaciones sociales crean solidaridades y alianzas y, a fin de cuenta, unos grupos
estables. Partiendo de los individuos, intentando reconstituir las constricciones y límites de sus capacidades de opción, que
dependen esencialmente de las características de sus relaciones con los demás, uno se interroga por su experiencia y por
consiguiente sobre el modo de formación de su identidad social. En consecuencia, es el proceso social mismo el que se sitúa en
el corazón del análisis.
Otro aspecto no menos significativo de esta reacción contra los modelos macro-teóricos, fue el desplazamiento del grupo al
individuo, de la cuantificación al ejemplo individual, de lo analítico a lo narrativo, como un medio de arrojar luz sobre los
desarrollos internos de las sociedades, enfoque que se exterioriza en el auge de los estudios de microhistoria. Esta
metodología, inspirada en el concepto de descripción densa de Geertz, es un procedimiento que toma lo particular como punto
de partida e identifica su significado cultural a la luz de su contexto específico 4.
Respecto al retorno de la narrativa, por la cual se entiende una historia que, frente a la estructural, organiza el material de
forma descriptiva más que analítica y centra su punto de mira en el hombre y no tanto en las circunstancias, una historia que
versa sobre lo particular y lo específico y no sobre lo colectivo y estadístico. En 1979 Stone hablaba del “regreso a la
narrativa” como resultado del cansancio en relación con el modelo sociológico-estructural dominante. Hundido el
determinismo económico y demográfico, heridos de muerte el estructuralismo y el funcionalismo, ha resurgido el interés por
los factores culturales y políticos; y para enfrentarse a estas cuestiones, algunos historiadores encuentran más adecuada la
narración que el análisis. Los argumentos de Stone fueron discutidos por Hobsbawm, quien se encargó de disminuir la
importancia de esos cambios, y de señalar que no es la narrativa la que resurge, ni que los historiadores hayan renunciado a los
intentos de producir una explicación coherente del cambio histórico; lo que ocurre es que el acontecimiento y el individuo no
son fines en sí mismos sino medios de aclarar esa cuestión más general que va mucho más allá de la historia particular y de sus
personajes; los historiadores han ampliado el instrumento utilizado y optan ahora por el microscopio pero sin rechazar el
telescopio. Esa “nueva historia” de los hombres, del pensamiento, de las ideas y de los acontecimientos debe servir para
complementar y no suplantar el análisis de las tendencias y estructuras socioeconómicas.
El carácter revisionista también se manifiesta en el renacimiento de la historia política, entendida como la interpretación de
cualquier unidad o sociedad dada en términos de cómo el poder es buscado, practicado, desafiado, abusado o negado. La nueva
historia política, reconciliada con la larga duración, está dedicada a las estructuras, al análisis social, a la semiología y al
estudio del poder. Muchos historiadores marxistas cuestionaron que la historia social no se preocupara suficientemente de las
cuestiones políticas, ya que el poder resulta para ellos el concepto clave para el estudio de la sociedad y al no considerar la
dimensión política de la historia, importantes áreas de la experiencia humana se hacen incomprensibles y se priva a los
protagonistas del pasado de su identidad ideológica y política.
El principal punto de inflexión en la historia social fue la necesidad de abandonar la causalidad estrictamente estructural (el
automatismo del cambio) y propiciar, por el contrario, una concepción multideterminada de las relaciones sociales, una
explicación que aúne la acción, la conciencia y la estructura en la elucidación de los cambios históricos. Esta postura no es
privativa de una sola corriente de historia social sino que es compartida por la historiografía francesa contemporánea, por el
marxismo renovador, por la versión norteamericana de la historia social, todas las cuales reservan roles centrales al poder
estructurante y transformador de la acción y conciencia individual y colectiva y a la variabilidad de la experiencia histórica.
Esta centralidad obedeció a la confluencia de dos movimientos. Uno, en el campo exclusivamente histórico con el abandono de
los modelos macro-teóricos y la adopción de la concepción estructurista de la realidad social que pone el acento en la
interacción causal e históricamente cambiante entre la acción y la sociedad. El otro, proveniente del campo sociológico donde
las distintas corrientes pos-parsonianas buscaron romper con el determinismo de las estructuras objetivas.
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El proyecto microhistórico nació en el curso de los años setenta, de un conjunto de preguntas y propuestas formuladas por u pequeño grupo de historiadores
italianos. El carácter empírico del proceso implica que no exista un texto fundador, estatutos “teóricos” de la microhistoria. Ésta no constituye un cuerpo de
proposiciones unificadas ni una escuela, menos aún una disciplina autónoma. Es inseparable de una práctica de historiador, de una experiencia de
investigación. La variación de la escala de análisis es esencial en la definición de la microhistoria. Cambiar el foco del objetivo no es solamente aumentar (o
disminuir) el tamaño del objeto en el visor, sino también modificar la forma y la trama. La historia social dominante, debido a que ha optado por organizar sus
datos dentro de categorías que permiten su máxima agregación, deja escapar todo lo concerniente a comportamientos y la experiencia socia, a la construcción
de identidades de grupo. La microhistoria busca desarrollar una estrategia de investigación que no se fundaría ya prioritariamente en la medición de
propiedades abstractas de la realidad histórica sino que, inversamente, procedería dándose por regla integrar y articular entre sí la mayor cantidad de estas
propiedades. En el fondo, es el sueño de la historia total, pero esta vez reconstruida a partir de la base, de la reconstrucción de “lo vivido”. No continuar
abstrayendo, sino enriquecer lo real considerando los aspectos más diversificados de la experiencia social, haciendo aparecer detrás de la tendencia general
más visible, las estrategias sociales desarrolladas por los diferentes actores en función de su posición y de sus recursos respectivos. La cuestión es
desnaturalizar los mecanismos de agregación y de asociación, insistiendo sobre las modalidades relacionales que los hacen posibles, detectando las
mediaciones existentes entre la racionalidad individual y la identidad colectiva. A la utilización de sistemas de clasificación fundados sobre los criterios
explícitos, el microanálisis los sustituye por la consideración de los comportamientos a través de los cuales las identidades colectivas se constituyen y
deforman. Observa las estrategias de los actores individuales o colectivos. Rechaza la noción de contexto unificado, homogéneo, en el interior del cual y en
función del cual los actores determinarían sus opciones, y se propone constituir la multiplicidad de contextos que son necesarios a la vez a su identificación y a
la comprensión de los comportamientos observados. El trabajo de contextualización múltiple plantea que cada sector histórico participa en procesos de
dimensiones y niveles diferentes, del más local al más global; no existe entonces un corte u oposición, entre historia local e historia global. Lo que la
experiencia de un individuo, de un grupo, de un espacio permite aprehender es una modulación particular de la historia global. Particular y original: lo que el
punto de vista microhistórico ofrece a la observación no es una versión atenuada, parcial o mutilada de realidades macrosociales, es una versión diferente. Si
se cambia la escala de observación, las realidades que aparecen pueden ser muy diferentes, surgiendo datos más finos, más numerosos, y organizados en
configuraciones inéditas, haciendo aparecer otra cartografía de lo social. La elección no es alternativa entre dos versiones de la realidad histórica, una macro y
la otra micro. Ambas son verdaderas, pero ninguna es por sí misma realmente satisfactoria, porque la realidad está hecha del conjunto de estos niveles cuyas
articulaciones quedan por identificar.
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Surgieron nuevos grupos temáticos: delito y castigo, medicina y salud pública, sexualidad, religiosidad popular, trabajo,
memoria popular, política social, educación. Toda la construcción de la historia social como un campo (sub)disciplinario ha
sido desplazada durante la última década, de manera que un cuerpo de discusión se ha desarrollado en paralelo poniendo en
cuestión el conocimiento socio-histórico constituido. Más que un inventario de temas, es importante marcar algunos ejes de
este flujo subterráneo: 1) la teoría de género: es sólo recientemente, con el desplazamiento conceptual desde la historia de las
mujeres hacia la historia de la construcción de la diferencia sexual, que los protegidos espacios centrales de la disciplina han
comenzado a ceder, especialmente en la historia del trabajo, formación de clases, ciudadanía y esfera pública, y el estudio de la
cultura popular; 2) es omnipresente la influencia de Foucault, especialmente desde los 80, en trabajos sobre sexualidad,
cárceles, hospitales, asilos, políticas sociales y salud pública, redireccionando la comprensión del poder, llevando al concepto
de discurso a una forma de teorizar las reglas y regularidades de campos particulares del conocimiento y a la estructuras de
ideas y supuestos de lo que puede y no puede ser pensado y dicho, y llevándonos a ver como las subjetividades son producidas
a la vez dentro y fuera de lenguajes de identificación que yacen más allá de la voluntad y el control de los sujetos individuales;
3) la historia de las mentalidades ha funcionado como una nueva panacea, una alternativa convincente que prometió el acceso a
la cultura popular del pasado, proveyó de un terreno de aplicación de métodos cuantitativos y la posibilidad de apropiación de
la antropología, animada por un proyecto de historia total; 4) otro cuerpo de análisis cultural, los estudios culturales
contemporáneos, han producido relativamente poco trabajo histórico; 5) la ambición temprana de una historia total, de escribir
la historia de la sociedad en alguna forma holística e integrada, ha sido puesta en cuestión, y la característica más interesante de
la historia social de fines de los 70 era su nueva potencialidad totalizadora, aunque la confianza en la concepción materialista
de totalidad social ha dejado de ser el supuesto organizativo natural para muchos científicos sociales y teóricos de la cultura.
La “sociedad” como un objetivo unitario no puede ser mantenida. Los fenómenos particulares (el acontecimiento, la política,
una institución, una ideología, un texto) tienen contextos sociales particulares, en el sentido de condiciones, prácticas, que
conforman una parte esencial de su significado. Pero no hay una estructura subyacente dada a la cual necesariamente puedan
ser referidos. La principal víctima de este cambio intelectual ha sido la noción de totalidad social, en sus varias formas
marxistas o no marxistas. El compromiso de asir la sociedad como un todo, de conceptuar sus principios subyacentes de unidad
ha entrado en crisis. Nos hemos desplazado desde un tiempo en el que la historia social y los análisis sociales parecían capturar
el terreno central de la profesión y la fuerza de las determinaciones sociales parecían axiomáticas, hacia una nueva coyuntura
en la cual “lo social” parece menos definitivo y las determinaciones sociales perdieron su anterior soberanía. La “sociedad”
como categoría totalizante se disuelve. La formación social se convirtió en el agregado de las “prácticas discursivas”, por lo
cual la sociedad sólo sería accesible mediante el lenguaje y “lo social” solamente constituido a través del lenguaje.
La historiografía social surgida de la incorporación de esos virajes, no está exenta de críticas que, al radicalizarlas, lleva a
algunos pensadores a hablar de crisis de identidad. Se le cuestiona la fragmentación del objeto de conocimiento en una
amalgama rudimentaria de novedades de moda; la indeterminación causal por la cual ningún factor jerarquiza la ordenación de
la materia histórica y el afán por excluir los condicionantes materiales como reacción a los excesos mecanicistas anteriores,
destacando la importancia de la cultura; se habla de un desarme teórico y político; de un cierto anticuarismo por la
concentración en episodios efímeros de vida cotidiana; de un intento de convertirla en antropología retrospectiva; de
sobreargumentar la historia de la gente común con el peligro de opacar la consideración más amplia de la estructura y el poder
social y la ilusión de una pura revivificación del ayer relegando la síntesis interpretativa. Muchas de estas nuevas
inadecuaciones son resultantes de los esfuerzos pioneros para arar el nuevo campo histórico.
En todas sus variantes, la historia social en su amorfa sino aglutinante forma de los 70 ha dejado de existir: ha perdido su
coherencia como proyecto intelectual (el cual derivó de la soberanía de las determinaciones sociales dentro de una concepción
materialista de totalidad social) y ha perdido su prestigio de ser el lugar de los espíritus intelectuales más radicales,
innovadores y experimentales de la profesión. La nueva historia cultural o los estudios culturales están actualmente tomando
ese lugar. Mas, el peligro subyacente en todo revisionismo, es el de convertirse en una nueva ortodoxia.
Perspectivas y desafíos
1. Sin negar la importancia de la microhistoria, el problema reside en preguntarse qué unidad mayor representa el
fenómeno puntual. Si la tendencia no es revertida en algunas producciones, la historia social permanecerá dividida en
cotos especializados separados. El gran desafío de la historia social no es pretender la historia total, sino abordar el
objeto de estudio y rescatar las complejas interacciones de lo social con lo político, lo cultural y con el papel de la
conducta humana. La visión de conjunto plantea el problema de los criterios de ordenación para definir la integración.
En el campo de la investigación histórica no existe una causalidad lineal, externa y superior a los objetos de
conocimiento, sino que la explicación es producto de un profundo análisis que permita desentrañar la unidad interna
del fenómeno a través de la causalidad interconectada.
2. Respecto a la crítica referida al desarme teórico y político el problema no reside en la búsqueda estéril de un vasto
paradigma que contenga los esquemas teóricos-metodológicos coherentes para explicar las especificidades
estructurales de las sociedades históricas, porque la evolución de la historia social ya demostró que no es lícito
extrapolar problemas y perspectivas. La disciplina puede crecer bajo la multiplicidad de los paradigmas y a través de
las investigaciones que innovan sin hacer la teoría de su práctica. Esto no significa minimizar la conceptualización
teórica sino, simplemente, delimitar su alcance en la investigación histórica. Los conceptos, los modelos, las teorías
como categorías generales, no imponen una regla sino que facilitan y activan la interrogación de los datos. El desafío
es que los historiadores generen sus propias teorías.
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3. Con respecto al desarme político, desde el punto de vista social, es necesario ir más lejos de la legítima recuperación
de las dimensiones específicas de lo político y ahondar en el interjuego de los factores sociales y políticos. Al
intensificar la interacción entre lo social y lo político, podemos percibir las condiciones de vida material, las
relaciones de género, las jerarquías en el trabajo, los usos del ocio y tantos otros temas, no sólo como parte de las
transformaciones sociales sino como un reflejo de los cambios en el alcance del poder del Estado. Estudiar cómo el
Estado afecta profundamente el diario vivir de la gente común.
4. En relación al peligro de convertir a la historia social en una versión retrospectiva de cualquiera de las ciencias
sociales en boga o en una exégesis del texto, ello no implica un escepticismo hacia el diálogo fluido entre las
diferentes disciplinas. Significa conceptualizar la interdisciplinariedad, no como una práctica de aditivas de lógicas
diferentes a la histórica, sino como una forma de conocimiento y práctica que realiza una disciplina al incorporar
conceptos, métodos y técnicas de otros campos del conocimiento pensando en los términos rigurosos de sus propios
problemas.
5. Respecto a la historia desde abajo, la cultura popular es inexplicable sin analizar las relaciones cambiantes entre lo
alto y lo bajo, del mismo modo que han comprendido la necesidad de incluir en sus análisis sobre los géneros la
construcción histórica tanto de la feminidad como de la masculinidad.
6. El desafío central de la historia social es continuar ampliando el campo sin, al mismo tiempo, reducir su cohesión
interna; la búsqueda de un centro intelectual fuerte que permita conciliar la oposición entre una comprensión del
mundo social centrada en la acción y otra centrada en la estructura. El problema reside en elaborar un paradigma que
ponga en juego la acción estructurante y transformadora del hombre (sus estrategias individuales y colectivas)
conjuntamente con los contextos estructurales que permita una representación diferente, más compleja y realista y,
por ende, menos mecanicista de la racionalidad de los actores sociales.
7. La búsqueda de una causalidad interconectada está conduciendo a los historiadores sociales a priorizar como tema
central: las conexiones entre las transformaciones mayores (Ideológicas, políticas, económicas, sociales y culturales)
y la forma y el carácter de vidas condicionadas por diferentes entornos; desentrañar cómo la gente vive los grandes
cambios del pasado; cómo los grandes procesos han influido en la vida diaria de los distintos grupos sociales y cómo
articularon el consenso o la resistencia; esto es, la adaptación individual, la lucha colectiva, la competencia o la
marginación.
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