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HISTORIA SOCIAL

Caracterización de la historia social


El concepto de historia social no es uno acuñado modernamente. En todo caso, lo que es relativamente reciente es la práctica
de historia social. Prueba de ello es que, en 1877, Fustel de Coulanges expresó que la Historia es la ciencia de las sociedades
humanas. Su objeto es conocer cómo han estado constituidas esas sociedades. Estudia los órganos que han vivido: es decir su
derecho, su economía, sus costumbres materiales, toda la concepción de la existencia.
Es verdad que los cambios historiográficos acaecidos en la segunda mitad del siglo XX aportaron importantes matices a estas
líneas, pero no alcanzaron a modificar el contenido de lo que hoy llamamos historia social; esto es, la historia de la
constitución y vida de las sociedades, sus relaciones con la acción y las causas de sus transformaciones.
Esta continuidad se convierte en discontinuidad cuando nos referimos al campo abarcativo de la historia social, a las estrategias
de investigación postuladas y a las líneas interpretativas. Es así como la historia social aparece no tanto como una historia
nueva sino como un campo de investigación replanteado.
Durante mucho tiempo, en la etapa de auge de los modelos lineales de explicación histórica, la historia social tuvo un carácter
residual, marginal, aludiendo a tres acepciones yuxtapuestas: 1) la historia de las clases desposeídas o de los movimientos
sociales; 2) una multitud de actividades humanas difíciles de clasificar excepto en términos de actitudes, costumbres y vida
cotidiana; 3) lo social en combinación con historia económica, con una preponderancia de esta última faceta. Ninguna de estas
tres versiones de la historia social produjo un campo académico especializado.
Fue recién en la década de 1950 cuando la historia social surgió como un campo específico, en parte por la deliberada
especialización de la historia económica como respuesta al rápido desarrollo del análisis y de la teoría económica, en parte por
el auge mundial de la sociología. Desde entonces, y especialmente a partir de los años 60, la historia social experimenta una
gran expansión y vitalidad, en una clara oposición a las elites políticas como postrera partícula de la investigación histórica y el
acontecimiento como último átomo del cambio social y con ello, también al estilo narrativo. Sin embargo, la consolidación de
la disciplina no allanó el terreno de ambiguas definiciones en el que se había movido la historia social hasta ese momento. De
esta manera, todos los intentos para definir su objeto y vocabulario oscilaron entre:
- Clasificaciones amplias (“la historia de los hombres que viven en sociedad”). Toda historia es historia social, resulta
imposible aislar su objeto (lo social) de los otros aspectos de lo humano, lo cual representa un espíritu de síntesis o
totalidad. A esa historia Hobsbawm la llama “historia de la sociedad”, del hombre en sociedad, que se ocupa no sólo de las
estructuras y sus mecanismos de persistencia y cambio, de las posibilidades para su transformación, sino también de lo que
en realidad ocurrió; que trata con unidades específicas y sus posibles relaciones, que cuenta con un orden de prioridades de
estudio y un nexo central, que implica servirse de un modelo operativo de conocimiento, en suma, que entiende la historia
de la sociedad como el estudio de las totalidades sociales. Surge así de la colaboración entre modelos de estructura social y
cambio, y los fenómenos específicos acontecidos en el pasado. Entendida así, la historia social es considerada superior a la
historia política tradicional. Es una historia estructural capaz de transmitir el poder de los fenómenos colectivos,
supraindividuales, los cambios en las estructuras y no sólo las acciones individuales, las experiencias personales o los
acontecimientos. Se interesa por los fenómenos relativamente duraderos, plantea nuevas preguntas (el porqué más bien que
las viejas fórmulas de qué y el cómo) y convierte en objeto de estudio campos de la realidad y fenómenos para los que
resulta más adecuado adoptar una organización analítica del material que la comprensión hermenéutica-individualizadora.
- Definiciones limitadas que la reducen a una descripción de grupos sociales. Frente a aquella aprehensión histórico-social
de la historia en general, surgen visiones más restringidas, que ven la historia social como un campo de estudio parcial,
comparable a otros ámbitos de la historia como el económico, demográfico, político, pero mucho más difícil de definir
porque carece de un núcleo intelectual o concepto organizado sólido. En los años culminantes de su expansión, la historia
social comenzó a fragmentarse en áreas específicas. Más investigación significaba más especialización, lo que desembocó
en una amalgama de temas que imposibilitaban su definición. Hobsbawm, en 1971, se atrevió a ordenar el repertorio de la
historia social en seis cuestiones: 1) demografía y parentesco; 2) estudios urbanos; 3) clases y grupos sociales; 4) historia
de las mentalidades, o “conciencia colectiva”, o cultura; 5) la transformación de las sociedades; 6) movimientos sociales y
fenómenos de protesta social. Esas divisiones han generado múltiples subdivisiones en temas y metodologías.
Estos problemas de definición surgen de la dificultad de establecer qué es la sociedad y cómo puede abordarse su historia, es
decir, las diferentes formas en que puede ser conceptualizado el objeto de investigación propio de la historia social:
- Concepción agregacional: entiende la sociedad como una colección de individuos distintos y fragmentados entre los que
hay una relación más o menos casual. La sociedad es un término instrumental que se utiliza para describir teóricamente esa
entidad pero que no se refiere a una cosa real que existe independientemente de las personas que la constituyen.
- Concepción holista: concibe a la sociedad como una entidad histórica muy estrechamente integrada, con existencia,
carácter, necesidades, principios y poderes de acción propios. Su análisis parte de las instituciones a gran escala y de sus
relaciones, y no del comportamiento de los individuos. El sistema o estructura, como entidad, causa su propia historia.
- Concepción estructurista: considera a la sociedad como un ordenado, independiente pero integrado conjunto de relaciones,
reglas y representaciones en constante cambio, que sostiene una colectividad de individuos. La sociedad no está
simplemente constituida por individuos sino que tiene una organización, propiedades y poderes propios que surgen de las
acciones colectivas y de las características y motivos de muchos individuos a través del tiempo, y debe ser colectivamente

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reproducida por esos individuos cuyas acciones pueden a su vez transformarla. Mutua dependencia entre la acción humana
y la estructura.
Las tres vías diferentes para definirla (como historia residual, sin política, de actividades sociales mezcladas; como historia de
la sociedad y como historia de la experiencia social de individuos o grupos) no parecen conducir a puerto seguro. Tanto por su
repertorio de temas, su objeto de estudio (sociedades totales, cambio estructural, hechos sociales concretos), las teorías de la
causalidad que la orientan y su modo de presentación (organización analítica del material o narración), la práctica de la historia
social es plural y diversa. No hay una única teoría ni un único paradigma ni un único aparato conceptual para tratar
científicamente a los fenómenos sociales.
En los años 70, como reacción a la insuficiencia explicativa del enfoque macro-sociológico que minimizaba el rol del
individuo, surgen corrientes revisionistas en el campo de la historia social, tributarias de los cambios producidos en el quehacer
historiográfico. Desde entonces, el cambio principal ha sido dado por un desplazamiento subyacente de perspectiva, más que
por la apertura a nuevas áreas. Hemos asistido a una parcelación sin precedentes de la historia en compartimentos poco
comunicados, en los que el desarrollo de la historia política, económica, intelectual y cultural desafía las definiciones que
proclamaban que la historia era por definición social o que era la ciencia de las sociedades humanas.
El vigor presente de la historia económica y el resurgir de la historia política es el de dos especialidades que han excluido los
aspectos sociales, a lo sumo consideraros como efectos derivados de sus respectivas dimensiones que son entendidas como
procesos autosuficientes o determinantes en el curso de los hechos objeto de estudio. La creciente emancipación de la historia
cultural nos remite a lo social como creación de un complejo mundo de interacciones culturales.
La historia social se resiste a admitir una definición única. Careció siempre de un concepto central o un núcleo intelectual
aglutinante, es un campo de límites muy difícil de procesar, porque lo social abarca todo, de manera que no puede aislarse de
las otras dimensiones. La historia social se puede presentar con dos significados distintos, casi excluyentes: 1) como una
disciplina autónoma con vocación de establecerse al modo de una especialidad más, en franca competencia con las restantes
disciplinas al tiempo que parece poseída por el empeño de renovar profunda e incesantemente temas considerados de “interés
humano”; 2) una perspectiva determinada de análisis histórico que acepta las interacciones sociales como núcleo de
observación pero sostiene el proyecto de explicar una sociedad determinada y los factores de cambio en un momento dado. En
cualquiera de los dos casos, en cuanto historia genérica de la sociedad, se muestra como un terreno abonado por el encuentro
de la historia con las ciencias sociales, y con frecuencia sirve de cauce para desarrollar las tendencias historiográficas más
recientes.

Los orígenes de la historia social


El historicismo alemán dominante durante el siglo XIX y principios del XX propugnaba una historia que sólo podía ser
comprendida a través del comportamiento humano guiado por ideas concientes, centrada en el relato de los acontecimientos
políticos y militares, con especial énfasis en las relaciones internacionales entre Estados, que formuló métodos
individualizadotes-hermenéuticos y que opuso resistencia a los supuestos generalizadores y abstractos de las ciencias sociales
así como a la intromisión de cualquier dimensión social o económica para la comprensión de los hechos históricos. Una
historia política, al servicio de los poderes legitimados, que rechazaba la teoría y que tenía a la narrativa como hilo conductor.
A fines del siglo XIX se produjo una reacción a favor de una nueva historia. Los desajustes sociales provocados por la
industrialización y la modernización generaron un debate internacional sobre la naturaleza del conocimiento histórico.
Surgieron entonces formas alternativas de escribir la historia, aunque permanecieron fuera de la principal corriente de
erudición especializada. La historia social adquirió tres significados:
1. Historia de las clases bajas o los movimientos sociales: hacia fines del siglo XIX, el marxismo, con su concepción de la
historia como movimiento social, como historia de la sociedad que incluía todos los ámbitos de la actividad humana, cobró
creciente influencia a nivel político e intelectual. En el primer caso se convirtió pronto en la teoría social o doctrina
preeminente de la clase obrera organizada a través de la fundación de sindicatos y partidos socialistas. La teoría marxista
inició también un duradero impacto en las ciencias sociales, especialmente en la sociología, la economía, la historia, el
derecho y la antropología. No obstante, muchos de los trabajos de historiadores marxistas posteriores se inspiraron en
escritos desarrollador al margen de la tradición marxista e incluso independientes de ella. En Francia, existe una línea de
continuidad muy clara entre los historiadores republicanos y demócratas y los historiadores marxistas, particularmente
entre Michelet, que a mediados del siglo XIX puso al pueblo llano en el centro del escenario revolucionario, a Lefebvre,
pasando por Jaurés y Mathiez. Ese hilo conductor y la revitalización del jacobinismo por el socialismo constituyen las
raíces de la historia popular, un campo de estudio que floreció tras la segunda guerra mundial y al que contribuirán los
historiadores marxistas británicos de la segunda mitad del siglo XX. Esta historiografía fue precedida también en Gran
Bretaña por una historia popular, de signo radical y democrático más que socialista, que emergió en los años sesenta y
setenta del siglo XIX. Con una fuerte inclinación empirista, consideraba que había que estudiar los procesos sociales desde
abajo, tratando de captar la experiencia vivida por los sectores subalternos.
2. Historia de la vida cotidiana: el término historia social fue también utilizado para designar trabajos sobre un conjunto de
actividades sociales que en la concepción tradicional de la historia quedaban fuera del núcleo central de la explicación, el
político-diplomático-militar. Actividades humanas, por otra parte, muy difíciles de clasificar y que aparecen en el mundo
angloamericano bajo términos como maneras, costumbres, ocio y vida cotidiana. Esa forma de hacer historia no estaba
particularmente orientada hacia las clases bajas (más bien lo contrario) y derivó con el tiempo en una visión residual de
historia social cuyo mayor peligro ha resultado ser la exclusión de la política, de la economía o de las ideas.
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3. Historia económica y social: la historia de lo social se fundió con la historia de lo económico para formar un campo
especializado y marginado por la historia general. Historiadores académicos supieron captar, dentro del modelo tradicional
orientado por el Estado como sujeto, las relaciones entre la sociedad, el Estado y la economía. En esas primeras
formulaciones la historia de lo social fue utilizada en combinación con la historia de lo económico y formó la historia
económica y social. Economía y sociedad eran ámbitos de la realidad inextricablemente unidos, que no ocurrían aislados,
aunque hubo una tendencia a dar preponderancia a la mitad económica de esa combinación. Los historiadores se dieron
cuenta del papel del factor económico en el pasado y, en consecuencia, de la relevancia que eso podía tener para el análisis
de las estructuras y cambios sociales.
No se plasmó en un principio en una ruptura con el método individualizador del historicismo, pero algunos planteamientos
adquirieron notable popularidad a finales de siglo. Tal fue el caso de Lamprecht, quien en 1891 desde el corazón mismo de
la escuela histórica alemana, combinó el examen del desarrollo político de Alemania desde el medioevo con un interés en
la economía, las condiciones sociales y la cultura. Desde el punto de vista metodológico, además, añadía, a un
planteamiento clásico narrativo y cronológico, el intento de formular leyes de desarrollo histórico. En Alemania, el primer
impulso para una historia social que se ocupara seriamente de los problemas desencadenados por la industrialización fue la
Nueva Escuela Histórica de Economía Nacional, cuyo principal representante fue Schmoller. Estos historiadores sociales y
económicos ampliaban el objeto de la historia más allá de la política y la cultura espiritual, para englobar en él también a la
sociedad y la economía, pero adoptaron algunos principios del historicismo alemán: la insistencia en el papel central del
estado, los métodos de crítica de fuentes, el concepto de que la cientificidad de la historia consistía en la evaluación crítica
de las fuentes, la idea de que la economía sólo podía ser comprendida históricamente y dentro de un marco de valores e
instituciones de un pueblo. Para algunos historiadores, este modo irreflexivo de trabajar no era suficiente: Hintze y Weber
destacaron la necesidad de la conceptualización, de la aplicación de conceptos causales y abstractos. Sin embargo, la
historia política narrativa mantuvo en Alemania su papel preeminente hasta 1960.
Fuera de Alemania, con el cambio de siglo comenzaron a surgir voces entre los historiadores profesionales que
cuestionaban al historicismo. La historia, argumentaban, debía ser más comprehensiva en su campo de acción, incluyendo
diversos aspectos de la vida económica, social y cultural. La narración pura, centrada en los acontecimientos vividos por
las elites, era insuficiente y debía ser completada por el análisis de las estructuras sociales en que esos acontecimientos
ocurrían y esas personalidades ejercían su poder. La historia era una ciencia social que examinaba procesos sociales con la
ayuda de teorías explícitas y un aparato conceptual que, no obstante, debería tener en cuenta la historicidad del contexto
único en el que esos fenómenos ocurrían, en una defensa del establecimiento de estrechos vínculos entre la historia y las
otras ciencias sociales.
En Estados Unidos aparecía muy atractiva la opinión de que la historia era una ciencia social más y debía contribuir al
descubrimiento de las leyes del desarrollo humano. Los creadores norteamericanos de esa historia científica creyeron en la
posibilidad de hacer compatibles el concepto de individualidad de cada período histórico de Ranke con el de las leyes de
causalidad de Lamprecht. Al concebir la historia como una rama de las ciencias sociales, los historiadores americanos
intentaron interpretar el pasado con las mismas herramientas que esas utilizaban. El resultado fue una revisión de las
tradicionales concepciones de la historia estadounidense que se dio a llamar New History, representada por Robinson,
Turner y Beard, entre otros. Rechazaban que el asunto distintivo de la historia fuera esencialmente político y que el modo
natural de escribirla fuera la narración y apelaban a una historia del “hombre común” que pasara de largo los detalles
triviales de las dinastías y guerras y utilizara los hallazgos de antropólogos, economistas, psicólogos y sociólogos.
En Francia, en 1900 Henri Berr fundó la Revue de synthèse historique, un espacio interdisciplinar para que los
historiadores se nutrierande los resultados aportador por los otros campos científicos del conocimiento. Eso significaba
que la historia política debía sucumbir ante la embestida de una nueva clase de historia apoyada por las nuevas ciencias
sociales (la geografía y sobre todo la economía y la sociología), desde las que Vidal de la Blache, François Simiand y
Emile Durkheim ya habían tendido un puente a los historiadores. El paso siguiente lo dieron Marc Bloch y Lucien Febvre,
quienes en 1929 fundaron la revista Annales d’historie économique et sociale. Annales intentó la reconstrucción de la
historia sobre bases científicas a partir de conceptos prestados por otras disciplinas. Iba dirigida contra el trío formado por
la historia política, la historia narrativa y la historia episódica (événementielle) y apelaba a una historia económica, social y
mental que estudiara la interrelación del individuo y la sociedad. Se trataba de entender el pasado de los individuos y
grupos en su contexto geográfico, social y cultural. Para Annales, la historia debía ser una ciencia, diferente a la pretensión
científica del positivismo comtiano (interesado en leyes universales de evolución) y opuesta a la “historia historizante” que
presentaba como única exigencia la narración de los acontecimientos. No es una ciencia de lo particular, sino una ciencia
que buscaba revelar lo profundo, las condiciones estructurales profundas y los mecanismos de la sociedad. Frente a la
historia política afirmaban una historia eminentemente social y, por tanto, en diálogo con las restantes ciencias sociales.
Formularon el paradigma de la historia problema, según el cual el historiador necesitaba pensar, huir de la sumisión pura y
simple a los hechos. El aporte esencial de Annales consiste en alinear a la historia entre las ciencias sociales, en hacer de
ella una sociología del pasado. Al superar el documento, debe explotar todo signo o huella de la actividad humana, debe
acoger los resultados y métodos de las otras ciencias sociales, aunque insertando los trabajos parciales en un contexto
social global. La economía, la demografía, los análisis cuantitativos de los hechos son los únicos terrenos sólidos sobre los
que el historiador puede apoyar sus conclusiones.
Hasta después de 1945 ninguna de esas tres versiones de historia social produjo un campo de especialización académica. En
otras palabras, esos nuevos enfoques que cambiaron la disciplina de la historia tras las dos guerras mundiales tienen sus
orígenes en los últimos años del siglo XIX y comienzos del XX, pero antes de la Gran Guerra el escenario académico fue
dominado por los historiadores que siguieron las sendas de la historia política tradicional. Frente a ellos, los innovadores que
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como consecuencia la industrialización, la influencia de la teoría de Marx y la aparición de las nuevas ciencias sociales,
sintieron la necesidad de insertar los procesos sociales y económicos en el análisis del desarrollo histórico, permanecieron
marginados. Recién a partir de la segunda guerra mundial esta forma de hacer historia emergió con una vitalidad y fortaleza
notables, hasta el punto tal que sus practicantes llegaron a afirmar que toda historia era historia social.

La consolidación de la historia social


Tras la segunda guerra mundial la historia social surge como disciplina especializada. En Francia, en 1946 la Sexta Sección de
la École Practique des Hautes Études fue instituida como un centro de investigación y enseñanza para la integración de la
historia y de las ciencias sociales que, con Lucien Febvre de presidente, asumió la publicación de Annales. En Estados Unidos,
Inglaterra y la República Federal Alemana se desarrollaron nuevos enfoques históricos que propagaron sus ideas en las
universidades y las revistas especializadas.
El estudio de los aspectos sociales de la realidad histórica adquiere relevancia como una alternativa a lo que se cree el modelo
historicista, como respuesta a los esfuerzos a favor de una concepción más sociológica e interdisciplinaria de la historia y como
la necesidad de insertar los procesos económicos y sociales en el análisis histórico. Dos guerras mundiales y una revolución
habían destruido el monopolio político y social de las elites tradicionales. El dominio europeo del mundo se había acabado y
extensas áreas, que los historiadores occidentales consideraban anteriormente fuera de la historia, alcanzaron su independencia
natural subvirtiendo los valores racistas dominantes. La historia ya no podía ser vista como la única disciplina ocupada en la
investigación de las fuerzas que determinaban la estructura del mundo social y su desarrollo. Había otras, como la economía, la
sociología y la psicología, que podían también contribuir a su comprensión y que lograron un notable apoyo en la vida
académica.
La historia social no era un nuevo invento, sino una expresión de diferentes rebeliones frente a las explicaciones dominantes.
La novedad residía en que esa brecha abierta de una forma lenta y gradual en el edificio historicista de convirtió en un
espaciosos agujero por donde penetraron las fuerzas de la oposición. La historia social ya no era la cenicienta de los estudios
históricos. En los años 60 y 70, su momento culminante, abundaron las declaraciones optimistas de historiadores que se
regocijaban por el estado floreciente de la disciplina. Esa transformación, producto de reformas más bien que de una
revolución, fue profunda. Se había pasado de una “historia historizante” a una “historia sociológico-estructural”.
La vitalidad inicial de la historia social derivó de su carácter opositor, pues surge como una triple rebelión dirigida contra:
1. La historia de las elites: el sitio que en la vieja historia ocupaban las elites privilegiadas pasaba ahora a ser conquistado
por la gente común, por las “clases inferiores”, en una historia “desde abajo” o “historia popular”. En su intento de
extender el alcance de la historia a todas las esferas de la actividad humana, incluía la demanda de su democratización, lo
que favoreció la materia de estudio plebeya, la renovada decisión de escribir la historia desde abajo como opuesta a la del
Estado como elemento constitutivo e integrador.
2. La historia política: la política fue relegada a un segundo plano. Donde la vieja historia colocaba a la política, la
diplomacia y la guerra, la nueva situaba a las clases y a los grupos sociales, el trabajo y los conflictos de él emanados.
Frente a la aridez de los hechos constitucionales y administrativos, la historia social evocaba la cara humana del pasado.
Tendía a ser analítica más que narrativa, temática más que cronológica. El estrecho contacto entre historia y sociología
hizo que la temática central fuera el estudio de la estructura social y de los grupos humanos que la componían.
3. La especialización de la historia en una disciplina distinta: contra la práctica historicista, incitaba a los historiadores a
trabar amistad con las ciencias sociales. Más que hospitalidad con las ciencias sociales, hubo un claro intento de fundir las
preocupaciones históricas con las de aquellas. Específicamente, en la historiografía social de los 60 primó un planteo
metodológico que se deslizaba hacia la sociología. Esta relación se caracterizó por tres etapas: 1) encuentro: muchos de los
grandes científicos sociales del siglo XIX, especialmente Marx y Weber, combinaron el interés por la abstracción y la
construcción de teorías sobre la estructura social en general con la inquietud por comprender la historia de la sociedad y
los procesos de cambio1; 2) profunda separación: a fines del siglo XIX una brecha se desarrolló entre la investigación
abstracta y concreta, de modo tal que la sociología y la historia se convirtieron en campos divorciados de investigación; los
modelos teóricos de la sociología rompieron con la tradición histórica y triunfó el antihistoricismo del empirismo abstracto
y de la “gran teoría” representada por Parsons y el funcionalismo estructural; el trabajo de Ranke y los filósofos alemanes
neo-kantianos de fines del siglo XIX, especialmente Windelband y Rickert, y la adopción acrítica de una epistemología
empirista simplificada contribuyeron a legitimar la creciente división entre el discurso general y el particular; 3)
reencuentro: desde la segunda guerra mundial se produjo un acercamiento entre la teoría social abstracta y la historia que
tuvo sus ventajas y sus resultados no deseados desde la perspectiva histórica 2. A la nueva historia en contacto con las
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Marx, Weber, Durkheim, combinaban un interés en la construcción teórica acerca de la estructura social con una comprensión de la historia de la sociedad,
de los procesos de cambio, por el convencimiento de que la sociedad era una entidad histórica. Tales estudios formulaban preguntas en torno a las estructuras y
procesos sociales ubicados en un tiempo y un espacio concretos, prestaban atención a la influencia recíproca de las acciones relevantes y los contextos
estructurales con el fin de percibir el desarrollo de los resultados deliberados y casuales en las vidas individuales y en las transformaciones sociales, y
destacaban los rasgos particulares y variables de modelos específicos de estructura social y cambio.
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Fue una reacción de los historiadores de Annales la que posibilitó el acercamiento de la historia a la sociología, en particular de la segunda generación
analista, que consolidó esta tendencia en los años 50 y 60, décadas en las que el estructuralismo y el antihistoricismo impregnaban la sociología, lo que derivó
en una recepción indiscriminada de conceptos y métodos inservibles para el análisis histórico. A finales de los 60 y comienzos de los 70 los sociólogos
superaron los límites en dirección al terreno de la historia, motivados por los éxitos de la historia social en la aplicación de métodos cuantitativos y científicos
en materias como la familia, la movilidad social o las estructuras urbanas; el énfasis en la conciencia de clase, en el proceso histórico y en la naturaleza
cambiante de las estructuras políticas y culturales; la desilusión con los modelos de modernización y desarrollo. Los sociólogos regresaron a los estudios
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ciencias sociales consolidada en Francia en los 50 y 60 se la llamó historia social. A la conversión de los sociólogos,
especialmente en Estados Unidos, al trabajo histórico se le denominó sociología histórica. Las diferencias entre ambas son
relevantes y pueden referirse a la selección de problemas a estudiar, a la disposición o no al análisis comparado y al uso de
teorías. La primera forma de procede en esa aproximación a la sociología ha consistido en la incorporación de algunos de
sus conceptos primordiales al análisis histórico, como clase social, movilidad social y status. Además de incorporar
conceptos, los historiadores debían también acoger los resultados y métodos (estudios seriales, análisis cuantitativos) de
las otras ciencias y sociales y poder lograr así un enfoque científico de la tarea historiográfica. Para la explicación del
cambio social, la historia podía nutrirse de dos grandes modelos: a) las teorías del cambio social revolucionario: el
marxismo, que localizaba la fuerza animadora del cambio social en el conflicto de clases resultante del antagonismo en la
estructura misma de la sociedad (entre fuerzas productivas y relaciones de producción); b) las teorías evolucionistas: con
su concepción de que el desarrollo histórico de las sociedades humanas incluía etapas básicas por las que se progresaba
desde una organización simple y primitiva a un modelo de creciente complejidad y perfección, considerando inevitables
los cambios en la estructura social, resultado de fuerzas internas e inherentes a toda sociedad. Esta última derivó en la
teoría de la modernización (supone que todas las sociedades acabarán abandonando sus pautas tradicionales para
evolucionar hacia el modelo industrial-capitalista, en busca del sistema democrático-liberal) y el funcionalismo (contempla
el cambio como la adaptación de un sistema social a su entorno a través de un proceso de diferenciación mental y creciente
complejidad estructural, por lo que los sistemas tienden al equilibrio; los conflictos y tensiones son desajustes que la
sociedad tenderá a eliminar). Tal concepción de las sociedades como sistemas caracterizados por el equilibrio ha sido
llevada al terreno del análisis histórico por la segunda generación de Annales, con la larga duración de Braudel, que
conduce a una negación del dinamismo porque los agentes históricos son víctimas de estructuras y su acción no les permite
controlar su destino. La mayor contribución de la sociología a la historia social fue cuestionar la idea de que sociedad y las
instituciones sociales son simplemente un telón impresionista. Más aún, ese contacto permitió dos desmitificaciones en la
evolución de la disciplina:1) el particular también se hace inteligible a través de lo general; 2) la libertad de elección no es
una voluntad pura incondicionada sino que es parte de una realidad más compleja que ejerce su poder condicionante. La
contribución más importante de la sociología a la historia social fue proporcionar al historiador relaciones y modelos
conceptuales; en una palabra, un andamiaje para el reconocimiento de la realidad.
Respecto a la relación entre antropología e historia, tras unos comienzos en los que sus predecesores y fundadores
intentaron formular leyes del desarrollo histórico, la antropología desembocó en una ciencia social claramente hostil, o
indiferente al análisis histórico. A fines de los 50, cuando la historia social seguía firme en su progreso gradual hacia la
captación de totalidades, la antropología se componía de tres paradigmas: el funcionalismo estructuralista; la antropología
cultural y psicocultural norteamericano; y la antropología evolucionista norteamericana. Los tres aparecían unidos por su
rechazo a la investigación histórica, hundidas en el empirismo abstracto y las grandes teorías. Surgieron en los ‘60 nuevas
teorías (la antropología simbólica, la ecología cultural y el estructuralismo) que tampoco modificaron la propensión a
subestimar la historia. Pero no todos los antropólogos se distanciaban de los análisis históricos: a fines de los 70 surgió la
escuela antropológica de la economía política, que estudiaba los sistemas económico-políticos a gran escala y analizaba los
efectos de la penetración del capitalismo en las sociedades agrarias, aunque consideraba a la sociedad como una realidad
objetiva con su propia dinámica, separada en buena medida de la acción humana. A fines de los 70 la antropología se
encontraba en un estado de desintegración, en el mismo momento en el que se producía la adopción por parte de muchos
historiadores sociales de métodos y teorías antropológicas tan cuestionadas dentro de la propia disciplina, lo que terminaba
produciendo una historia de baja calidad.
Durante todos esos años se invocó a las ciencias sociales para que solucionaran los grandes problemas pendientes de la
historia. Y se les pidió auxilio en un momento en el que esas disciplinas dominaban tendencias claramente no históricas. El
resultado fue la adopción acrítica e indiscriminada de métodos y teorías que no servían para explicar la evolución, el
funcionamiento y transformación de las sociedades humanas y, en consecuencia, un descuido importante en la elaboración de
premisas propias y en la reflexión sobre los problemas históricos.
La nueva historia social, para poder plasmar su programa, también produjo una verdadera revolución documental, destacando
el carácter multiforme de la documentación histórica y, por ende, la utilidad y la invalorable calidad de tipos de documentos no
convencionales a los que previamente no se estimaba: inventarios familiares como índices de vínculos, obligaciones y lazos,
testamentos como representaciones de creencias religiosas, documentos judiciales como reveladores de los aspectos más
diversos de la vida humana, las imágenes como exteriorizadotas de actitudes fundamentales de una sociedad, de un período de
la historia, de una clase social. Multiplica, recrea, inventa y descubre múltiples fuentes (documentos escritos, materiales
arqueológicos, numismáticos, artísticos).
Esta fase de la historia social se caracterizó por privilegiar con exclusividad las relaciones, situaciones, procesos y desarrollos
supra-individuales en el estudio del devenir histórico. Y, desde el punto de vista metodológico, por la consiguiente
preeminencia del enfoque estructural sobre la comprensión hermenéutica-individualizadora.

históricos, lo que no significa un acercamiento general de la sociología y la historia sino un desafío a las teorías sociológicas que han despreciado el tiempo
histórico. Un rechazo a una sociología antihistórica y un reconocimiento a la tradición (Marx y Weber).

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En 1929 Bloch y Febvre fundan la revista Annales de historia económica y social. A finales de la década del ‘30 fueron
llamados a París. En 1946 fueron integrados en la sexta sección de la Escuela Práctica de Altos Estudios y la revista cambió su
nombre a Annales. Economía. Sociedades. Civilizaciones, para destacar más su carácter interdisciplinar, llegando a ejercer
gran influencia en la investigación. Anales renunció a formular una teoría de la historia, de manera que su revisión
epistemológica fue pobre y consistió más bien en una línea metodológica, en un conjunto de propuestas para ejercer el oficio
del historiador. Desde 1929 a 1968 se observa la continuidad de un proyecto intelectual con los escritos fundacionales de
Bloch (Apología de la Historia; La sociedad feudal) y Febvre (Combates por la Historia; El Franco Condado bajo Felipe II;
Rabelais y el problema de la incredulidad en el siglo XVI) que adquiere mayor importancia con Braudel (El Mediterráneo y el
mundo mediterráneo en la época de Felipe II), marcando el auge de la producción historiográfica francesa en el mundo:

Primera generación (1929-1956): Bloch y Febvre


- Interdisciplinariedad: historia promotora del diálogo permanente y el intercambio diverso con todas las restantes ciencias
sociales, en particular con la sociología, la economía, la geografía y la antropología, por un objeto común: el hombre en
el tiempo. El historiador debía relacionarse con las otras ciencias sociales para renovar sus métodos, importar ideas,
conceptos, etc. La historia debía convertirse en la ciencia guía, en la ciencia central del hombre, pero anulaban los
límites entre las disciplinas parciales para integrarlas en las ciencias del hombre.
- Historia-problema: propone que la interpretación sea el punto de partida mismo de la investigación histórica, haciéndose
presente a todo lo largo del trabajo y actividad del historiador. Esto implica que la historia parte siempre de problemas
que intenta resolver para llegar finalmente a nuevos problemas. La realidad sólo habla según se la interroga a través de
hipótesis, interrogaciones y herramientas de análisis que son producto de una interpretación previa, un posicionamiento
frente al tema a investigar. El historiador debe proceder a hilvanar hipótesis que someterá después a su verificación y a
rectificación. Porque no existen hechos históricos en sí mismos, ni basta con extraerlos de los documentos para constituir
una serie cronológica natural, sino que es necesario tener en cuenta lo ya inventado y hecho, ayudarse con hipótesis y
coyunturas. El historiador va construyendo el objeto de su análisis, va compilando un corpus de documentos de
naturalezas diversas a fin de responder a preguntas que se formula sobre el pasado. La historia-problema afirma que es el
propio historiador el que da a luz a los hechos históricos, construyendo junto a sus procedimientos y técnicas de análisis
los objetos y problemas que va a investigar, para obtener al final un conjunto de hipótesis, modelos y explicaciones
globales también construidas por él mismo y por ello igualmente sesgadas. Por lo tanto, no existe una relación aséptica,
pura e incontaminada entre el historiador y su materia prima.
- Historia global o total: este principio supone: 1) un ensanchamiento de las dimensiones de la historia que debe abarcar al
conjunto de las actividades humanas, pues la historia se define como la ciencia de los hombres en el tiempo, de manera
que todo lo humano y todo lo que a eso humano se conecte es objeto pertinente y posible del análisis histórico, y ello en
cualquier época en que esto haya acontecido; 2) la multidemensionalidad de la realidad histórica, que implica la
necesidad de relacionar todos los niveles en una síntesis total, lo cual no es una suma de historias sectoriales, sino una
interpretación orgánica de los eventos y los niveles de una sociedad en movimiento, en una causalidad interconectada o
pluricausalidad, que implica la conexión causal del todo con las partes y de las partes con el todo, las interrelaciones
dialécticas entre las diversas instancias de lo real.
- Relación teoría-empiria: desconfianza de las esquematizaciones teóricas reductoras y rechazo al historicismo y su
tradición factual. Se sostiene el diálogo entre marco teórico y dato empírico que complejiza el análisis histórico.
- Método comparativo: importancia de la comparación, que consiste en establecer un inventario fundamental tanto de las
similitudes como de las diferencias entre distintos fenómenos históricos a la vez que buscar su explicación para delimitar
los elementos más generales, comunes o universales de los hechos, fenómenos o procesos históricos, buscando
regularidades y recurrencias.
- Tiempo histórico: ruptura con la idea historicista tradicional acerca del desarrollo de la historia, ruptura con el concepto
de un tiempo de progresión lineal. Este paradigma, esbozado en la obra de Bloch, sólo será sistematizado e incorporado
en la perspectiva analista con la obra de Braudel en la segunda etapa de vida de la corriente.
- Propicia una escritura antropocéntrica de la historia que pusiera al hombre en el centro de sus preocupaciones.
Recuperación del sujeto, del individuo común; no existe ya un punto central o una institución central que pueda servir
como hilo conductor de una historia, el estado y la economía quedan integrados en una consideración global de la
sociedad-. Estudio de una duración global que pone en el centro al hombre, se preocupa por los cambios y en la que las
acciones de los hombres desempeñan un papel decisivo.
- Rechaza la concepción de la historia como simple registro de una serie de acontecimientos apoyados en documentos
escritos y voluntarios. Multiplica, recrea, inventa y descubre múltiples fuentes (documentos escritos, materiales
arqueológicos, numismáticos, artísticos).
- Procura dar cuenta de los grandes procesos sociales y colectivos. Historia social, económica y cultural. Recuperan la
importancia de lo político como nivel analítico, con sentido antropológico, como campo englobador y polimorfo. Son los
primeros historiadores de las mentalidades.
- Da a la construcción del conocimiento histórico un equilibrio entre la realidad tal cual es o la narración documental y la
narración del historiador: se dice que es producto de ambos.

Segunda generación (1956-1968): Braudel


- Profundización y radicalización del conjunto de los paradigmas heredados, refuncionalizándolos dentro de una nueva
estructura y redimensionalizándolos desde el nuevo referente de la larga duración.

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- Continuidades: oposición a la historia narrativa, fuerte contacto con las ciencias sociales, defensa del método
comparativo, modelo constructivista, historia global-total, deslizamiento hacia temáticas antropológicas, culturales y
simbólicas.
- Paradigma de los diferentes tiempos históricos y de la larga duración: concepción de que no existe un solo tiempo de
progresión lineal, sino múltiples tiempos que son temporalidades histórico-sociales, tan múltiples y diversas como las
realidades históricas mismas, y en consecuencia tiempos variables que van a expresarse como las muchas duraciones
históricas a investigar por parte de los historiadores. Descomposición tripartita de las duraciones: 1) Tiempo corto:
Tiempo de una historia tradicional o hecha a medida del individuo, de oscilaciones breves, rápidas, nerviosas. Historia
de los acontecimientos; 2) Tiempo medio: de las coyunturas culturales, sociales, económicas o políticas reiterados
durante años, lustros y hasta décadas. Historia de ritmos más lentos; 3) Larga duración histórica: estructuras
correspondientes a procesos seculares de realidades más duraderas, de largo aliento, que se desgastan casi
imperceptiblemente. Historia estructural, que dura siglos, casi inmóvil, la de un hombre en relación con el medio que lo
rodean una historia lenta en un transcurso y en su transformación, hecha de vueltas constantes, de ciclos recomenzados.
- Estructuras: en oposición al estructuralismo francés que en los años ’50 y ’60 influyó al conjunto de las ciencias
sociales, el cual promovía el más detallado análisis posible de los elementos y de las relaciones de la estructura que se
investiga “congelando” el movimiento y la evolución de esa estructura, sacrificando así la diacronía y la sincronía en un
análisis profundamente ahistórico, Braudel historiza el concepto de estructura, recuperándolo desde la historia y
utilizándolo para connotar a esas realidades, arquitecturas o fenómenos de larga duración, reivindicando el carácter
histórico de todos los fenómenos sociales. El estudio de las estructuras está íntimamente ligado a la primacía que
Braudel concede a los análisis de períodos de larga duración. A este nivel aprehende la estructura: un conjunto, una
arquitectura resultante de procesos dialécticos, de interacciones entre las diversas instancias de lo real. La larga duración
permite delimitar y aprehender a esas arquitecturas o realidades lentas en constituirse, que se repiten y reiteran en la
historia, y que sólo se desgastan y desestructuran también lentamente. La estructura de Braudel no es inerte, tiene una
dimensión temporal (es resistente, pero no inmutable del devenir histórico), es viva, es plural, abarca todas las instancias
de lo social, sin someterse a la infraestructura material de los marxistas. La estructura es una realidad que el tiempo usa y
transforma, es un sistema o proceso de transformación genéticamente construido, una estructura histórica. Al concentrar
la atención en este descubrimiento, registro y luego explicación de esos elementos más durables, profundos y
determinantes de la historia larga de las sociedades humanas, los Annales braudelianos desembocan en la reivindicación
de un nuevo e inédito determinismo histórico: el de las estructuras de la larga duración histórica, al tiempo que se
apartan de propiciar una lectura antropocéntrica de la historia, pues hay un descentramiento del sujeto.
- Cultiva los campos de la historia social, económica y demográfica, apoyados en los progresos de la estadística y la
cuantificación.
- Relación con el materialismo histórico: abierta colaboración estratégica y alianza intelectual. Comparten el mismo
campo problemático de la historia económica y social y perspectivas metodológicas y epistemológicas comunes, como
la larga duración. Hay puntos de contacto y de diferenciación: 1) concepción de la sociedad en niveles: Braudel concebía
la sociedad en niveles como el materialismo histórico, pero para él la totalidad social se componía de cuatro niveles:
social, económico, político y cultural; 2) relación entre esos niveles: Braudel consideraba que cada orden contenía a los
demás (idea de multidimensionalidad, de conexión múltiple), no había una relación unidireccional ni la economía era un
territorio aislado; 3) concepción del capitalismo: ambos consideran la importancia del capitalismo para controlar los
desarrollos de acuerdo a los intereses crecientes y cambiantes de la clase capitalista y a todos los niveles, imprime y
modela todos los niveles, pero para Braudel el capital es un medio y el capitalismo un sistema, mientras que para Marx
son relaciones de producción.
- Críticas: la obra braudeliana fue objeto de críticas entre los ’60-’70: 1) falta de una teoría general que englobe los
distintos estudios afirmando que la clasificación tripartita era reductiva; 2) propiciaba un determinismo social al decir
que las estructuras cambiaban por sí mismas; 3) los epistemólogos ingleses apuntaron que privilegió la trama de los
hechos, de las estructuras, de cómo cambiaban, articulaba la idea de causalidad estructural, concebía que cambiaban,
pero no cómo; 4) la historia social alemana señaló que Braudel no pudo percibir que la separación entre lo que no
estructural y lo que es conceptual, deja fuera la transformabilidad de la realidad histórica.

La corriente de los Annales situó el análisis del campo social tanto en la identificación de grupos sociales definidos a partir de
sus fundamentos socioeconómicos como en el de las representaciones que los miembros de dichos grupos hacían sobre ellos
mismos y sobre la sociedad a la cual pertenecían. Sin embargo, la propuesta annalista consideraba, aunque de manera quizás
todavía marginal por su novedad, la necesidad de tomar en cuanta la existencia de grupos sociales, a veces más informales e
inestables, definidos en base a criterios no estrictamente socioeconómicos sino en base a una identidad de orden sociocultural o
de modos de sociabilidad específicos.
En Estados Unidos, en la década de los 60, los fundamentos políticos y científicos de la New History fueron puestos en tela de
juicio: al carácter altamente racionalizado de la moderna sociedad industrial capitalista corresponde una concepción
racionalizada de la ciencia, es decir, a la que se puede acceder con métodos de cuantificación. La introducción del ordenador
cumple un rol fundamental en el desarrollo de la cuantificación, que parece reforzar el carácter científico de la investigación.
Desde los 50 se trabaja con ordenadores y métodos cuantitativos en la historia política, demografía histórica, procesos
económicos y estudios sobre la movilidad social, aunque no implica todavía el paso hacia una ciencia social sistemática y
analítica, y a menudo no es más que un medio auxiliar para documentar estadísticamente las afirmaciones sobre desarrollos
sociales. Los años 60-70 marcan el auge de la investigación histórica basada en la estricta cuantificación, bajo el
convencimiento de que sólo en esta forma la historia cobra cientificidad. En América nace la Social Science History, corriente

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de investigación en historia social que tiene como objeto la pura investigación empírica mediante el tratamiento informático de
grandes cantidades de datos y por otro lado la New Economic History, una historia económica que trabaja con modelos
teóricos y se basa en cuatro supuestos: 1) existen leyes de bronce que determinan el curso de la economía; 2) la economía
capitalista se caracteriza por un crecimiento imparable que adopta formas parecidas en todas las sociedades modernas o en vías
de modernización, como afirmó Rostov; 3) el proceso de modernización económica conduce a una modernización política
(sociedad de mercado libre y democracia liberal); 4) el método cuantitativo no sólo es aplicable a los procesos económicos,
sino también a los sociales
Frente al prestigio de la historiografía francesa como pionera de la historia social durante la primera mitad del siglo XX los
estudios históricos alemanes se mantuvieron en un estado de estancamiento o atraso. La mayoría de de los historiadores
académicos alemanes se mantuvieron firmes en los principios de la historiografía decimonónica. En la década del 60 tuvo lugar
en la República Federal Alemana la revisión de las tradiciones de la historia alemana y la ciencia histórica a partir de trabajos
que ampliaban la investigación desde los acontecimientos y las decisiones proporcionadas por los documentos hasta el marco
estructural en el que esas decisiones eran tomadas y que entendían la historia de la sociedad como la historia de fenómenos
sociales, políticos, económicos, socioculturales e intelectuales, en un análisis de los procesos y las estructuras de cambios
sociales.
En la década del 70, el monopolio del historicismo clásico fue quebrantado y surgió en la República Federal Alemana una
historia social que, a diferencia de Annales o la Social Science History americana, no se centraba en el mundo preindustrial y
las estructuras que permanecen estables a lo largo de prolongados períodos, sino en los rápidos procesos de cambio en las
sociedades industriales, en una estrecha relación entre estructuras y procesos sociales y políticos, trabajando con
macroconjuntos en los que apenas había cabida para las experiencias vitales existenciales. Un desplazamiento focal desde una
descripción de las decisiones de las elites políticas a un examen del contexto social y político; un viraje desde la narración al
análisis; y una necesidad de utilizar las ciencias sociales. Lejos de rehusar la historia política a favor de una historia social con
la política excluida, esta nueva orientación procedía de preocupaciones políticas y pretendía analizarlas en el contexto de la
estructura social y cultural de la Alemania contemporánea. La versión alemana de la historia social ha permanecido
inextricablemente unida al análisis de los sistemas políticos. Las relaciones de poder y subordinación son la espina dorsal del
relato. Los hombres desaparecen detrás de las estructuras, y en el centro de las investigaciones figura el proceso de
industrialización con sus efectos sobre clases y capas sociales. Es una historia estructural, que adopta la concepción holista de
la sociedad, se preocupa por los grandes procesos de cambio social.
Iniciado el siglo XX, Gran Bretaña había alcanzado el capitalismo industrial antes que los demás, con un sistema inteligente de
pactos colectivos que desmontaba con celeridad la revolución social. Este escenario respaldó la interpretación whig (liberal) de
la historia, una ciencia que debía averiguar los hechos, proporcionar lecciones morales y ratificar la idea del progreso,
entendido como la manifestación de la razón, el conocimiento y el avance tecnológico de la industrialización. Los hechos
resultaban de las acciones de los individuos, que los producían a través de los sistemas institucionales. Todo ello eran
realidades empíricas verificables que el historiador, una vez establecidas y confirmadas, tenía la obligación de juzgar. La
historia era interpretada como la interacción entre los grandes personajes y las instituciones que ellos creaban, modificaban o
combatían.
La historia social emancipada de los contenidos y métodos de la historia política tradicional y estrechamente vinculada a las
ciencias sociales tuvo un desarrollo tardío en el mundo académico británico. A finales de los años 50 la historia que
básicamente se enseñaba en las universidades inglesas era la de las instituciones y de los acontecimientos políticos. La historia
social, introducida en Francia tres décadas antes era todavía una categoría residual. Esto se debía especialmente a tres razones
básicas: 1) el peso de la tradición empírica, del individualismo metodológico y de la interpretación whig de la historia; 2) la
escasa o nula tradición histórica en la sociología británica; 3) las fuertes tendencias también ahistóricas de la antropología.
Ya en los años treinta habían aparecido en Gran Bretaña los primeros frutos serios de dos viejas tradiciones: la historia
económica y la del movimiento obrero, que podrían considerarse algo más que formulaciones embrionarias de historia social.
Sus logros, sin embargo, dejaron incólumes los principios básicos de la historiografía dominante,
Frente a esas dos tradiciones, y frente a la más amplia y general tradición profesional de empirismo e individualismo
metodológico, se consolidó en los años 60 una historia social que tomó pronto direcciones divergentes. Su producción más
sólida, la marxista, tiene su fuente originaria en la versión liberal-radical de la historia popular decimonónica y en la obra de
demócratas radicales del primer tercio del siglo. Estos historiadores marxistas británicos iniciaron una importante renovación
de los estudios históricos en la década posterior a la segunda guerra mundial, y hasta finales de los años 50 constituyeron un
grupo reducido. Sus obras fueron publicadas en los 60. Aquellos que pensaban que a finales de los 50 el marxismo era en Gran
Bretaña demasiado rígido, decidieron seguir el camino de Annales. Hubo quienes también, ante el desmantelamiento de la
interpretación whig de la historia, prefirieron recurrir a la sociología (y más tarde a la antropología) antes que al marxismo. La
resistencia de la tradición liberal individualista y empírica, la insensibilidad de la sociología respecto a la investigación
histórica y la inclinación antihistórica de la antropología frenaron durante mucho tiempo la apertura de fronteras entre esas
disciplinas. La carencia de un doble tráfico fluido entre la historia y la sociología contribuyó a la tardía consolidación de una
historia social reconocida académicamente. La ausencia de una ruptura teórica con los supuestos y métodos que sostenían la
interpretación whig de la historia configuró también las características de la historia social británica: gusto por el empirismo y
la averiguación documental de los hechos más que por la teoría y la construcción de totalidades históricas; sumo cuidado del
estilo literario y una disolución de la disciplina desde sus comienzos en inconexas especializaciones que pretendían tan sólo
una reconstrucción interpretativa de las experiencias humanas. Pese al visible cambio de objeto, temas y técnicas de trabajo,
los ingredientes del empirismo y de la metodología positivista habían subsistido intactos en la transición desde una historia

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liberal-individual a la denominada social. La historiografía marxista británica ha mantenido el deleite por la obra bien escrita,
el rigor empírico, e incluso una notable alergia a estudios sociológicos abstractos. Pero ha roto con los efectos más dañinos de
la separación entre hechos y teoría, ha situado al poder y a las relaciones de él derivadas en el centro del análisis y ha
compartido una tradición teórica configurada en torno a los estudios de luchas de clases, a la prioridad de la acción humana, al
énfasis en las experiencias y rebelión de las clases desposeídas y al rechazo del determinismo del modelo base-superestructura.
Hay matices entre historiadores socioculturales como Thompson e historiadores socioeconómicos como Hobsbawm, Milton y
Anderson, pero allí reside la solidez de esta historiografía, que ha sabido elaborar unas premisas teóricas flexibles donde caben
cosas tan diferentes como el modelo general de Anderson cercano a la sociología histórica, la historia total de la sociedad de
Hobsbawm y las lecturas culturalistas de Thompson. La historiografía marxista británica reexaminó críticamente la tradición
de la historia desde abajo, la cual no consiste únicamente en desplazar el foco de interés desde las elites o clases dirigentes a
las vidas, actividades y experiencias de la mayoría de la población. En la perspectiva de la historia desde debajo de los
marxistas británicos, un análisis de las relaciones y luchas de clases en amplios contextos históricos, nunca se pierde de vista
que esas relaciones de clase (en cuanto suponen dominación y subordinación, lucha y acomodación) son siempre políticas.
Insisten en que esas clases han sido ingredientes activos y significativos para la totalidad del desarrollo histórico y por tanto
sus luchas y movimientos han contribuido a las experiencias y luchas de las generaciones posteriores.

Si los logros de la historia social no fueron irrelevantes sino significativos y prometedores (pensando en la producción
historiográfica francesa, en la tradición británica marxista, en la historiografía social norteamericana y en la historia social de
la política en Alemania) el énfasis fuertemente sesgado en el carácter de historia alternativa, opositora de un paradigma
tradicional, desnudó los costos que ese carácter involucraba en términos de amplitud explicativa.
Estas fragilidades eran consecuencia de la concepción de la sociedad adoptada del contacto acrítico con las ciencias sociales y
en particular con la sociología, con el consiguiente descuido por el problema del cambio histórico y la exclusión de la política
en las explicaciones de tinte sociologizante. La historia social de los 60 adoptó una concepción holista de la realidad social,
según la cual, la misma era una entidad histórica rígidamente integrada, con una existencia, espíritu y poderes de
autoactivación que le son propios. Esta postura conceptualizaba las estructuras económicas, sociales y culturales como
teniendo una existencia virtualmente independiente de la conducta humana. En el marco de ese estructuralismo extensivo, la
historiografía social adoleció de la falta de historia; los cambios y las transformaciones se diluían. Primó la categoría de
estructura, relegando el tema básico del cambio, y con ello el descuido de las actitudes, decisiones y acciones de los actores
históricos, importantes factores de transformación.

La crisis de la historia social


En la década del 70 aparecieron en el seno del floreciente campo de la historia social importantes signos de desconfianza,
insatisfacción y disidencia. Como reacción a la ambición totalizadora desproporcionada que minimizó el rol del individuo,
surgen las corrientes revisionistas en el campo de la historia social, líneas que no son independientes sino tributarias de las
corrientes revisionistas de la Historia.
Los cambios que se producen en el quehacer historiográfico son consecuencia, a su vez, de un debate político y cultural más
general. En efecto, las décadas del 70 y del 80 fueron años de crisis y muchas de las esperanzas y mitologías que guiaron los
debates culturales, incluso en el campo de la historiografía, resultaron inadecuados frente a los acontecimientos políticos
impredecibles y las realidades sociales estaban lejos de ajustarse a los modelos optimistas de las teorías marxistas o
funcionalistas. Marxismo, funcionalismo y estructuralismo tienen en común que conciben la sociedad como un todo articulado
en el que las partes encuentran sentido en su referencia al conjunto. La noción marxista de totalidad se corresponde con la de
sistema para los funcionalistas y la de estructura para quienes tomaban de ésta palabra su signo de identidad
El primer reflujo fue la desilusión con el modelo estructural-sociológico que privilegiaba el estudio de las circunstancias y
afirma que el problema central de la historia es el estudio del hombre en las circunstancias. Es decir, se rechazan las
concepciones holistas que consideraban a la acción y conciencia individual y colectiva como fusibles de poderosos
mecanismos sistemáticos. Por el contrario, el desafío contemporáneo es rehabilitar la parte explícita y reflexionada de la
acción. Se percibe que las estructuras no son entidades macro-reales independientes de los hombres o exteriores a ellos, sino la
formalización de las múltiples relaciones de los hombres con la naturaleza y con los otros hombres. Este énfasis por
reconceptualizar la naturaleza de la acción, se manifestó en la historiografía social en un vuelco hacia el estudio de una
diversidad de sujetos históricos (el matrimonio, la familia, los niños, los jóvenes, los marginales, etc.) y también a su
resistencia a las presiones sociales.
El segundo reflujo fue el giro desde la primacía de los problemas económicos a los culturales y mentales con la consiguiente
influencia ahora de la antropología y la psicología. La reacción contra el determinismo económico inspiró el giro
antropológico. La introducción del ángulo socio-cultural implicó el reconocimiento que la cosmovisión característica de una
sociedad humana y diferenciada de acuerdo a estratos y clases, es una parte integrante del sistema social. Pero este
reconocimiento no sólo se refiere únicamente a teorías y doctrinas precisas sino que también comprende a lo que está por
debajo del nivel articulado y racional de la conciencia; esto es, el magma inestable de las asociaciones emotivas, de hábitos de
pensamientos amorfos y no verbalizados, pero tenaces y fijos.
Ello determinó dentro de la historia de la sociedad dos consecuencias fundamentales:
1) Una ampliación temática: los temas convocantes no son sólo los usuales y claras categorías analíticas (población,
estructura social, grupos sociales) sino todos los aspectos del comportamiento y también los sistema de valores. Es
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decir, prevalece un policentrismo que expande las fronteras de lo histórico hasta abarcar a la mujer, a la niñez, a la
vejez, al cuerpo, al sexo, lo limpio y lo sucio, etc. Ello conduce a las historias microsectoriales, sin visión de conjunto,
una historia en migajas.
2) Un reordenamiento de la investigación y de la explicación histórica que en el campo de la historia social llevó a tomar
distancia de los llamados factores objetivos y a reconocer que la cultura es fundamental para entender las relaciones y
las diferencias sociales. Chartier evoca un deslizamiento desde la historia social de la cultura a la historia cultural de
la sociedad, apuntando con ello a que las estructuras objetivas deben considerarse como culturalmente construidas o
constituidas.
La nueva historiografía opta por fragmentar el objeto de conocimiento y otorga al individuo la centralidad de su análisis. En
lugar de interpretar los procesos sociales, el énfasis se sitúa en la comprensión de las acciones humanas. La historia social
fragmentaria da cuenta de lo que se escapaba entre los intersticios de las estructuras y carecía de la densidad de los
acontecimientos. Una historia que, además de prestar atención a los hechos intencionales se interesa por los símbolos y los
ritos, por las percepciones del mundo exterior, por la relación con el medio natural y los objetos creados por la acción humana,
una historia en la que se interroga por los significados y procura hallar una lógica de las motivaciones. Una historia desde
abajo, de la gente común, incluso con preferencia a una historia de los silenciados en cuanto excluidos, de los inmigrantes, de
los pobres, de los marginados, una historia de la gente sin historia.
Se entiende que los propios sujetos crean con su acción los vínculos sociales y son, por tanto, capaces de modificarlos según
convenga al sistema de valores dominantes en un momento dado. La historia se nos humaniza en sentido antropológico. Se
privilegia una historia escrita desde la experiencia y se nos hace minimalista cuando rehuye la perspectiva de las
colectividades, los elementos tendenciales o regulares y se centra en lo singular, en lo irrepetible. Los actores son dotados de
mayor libertad de actuación, se privilegia la perspectiva de un sujeto caracterizado por su libre albedrío, ajeno a las
circunstancias que contribuye a modelar, se atienden las actitudes de los individuos, sus mecanismos de decisión, sus
percepciones, el significado que las cosas y las relaciones humanas adquieren para ellos.
La atención prestada casi exclusivamente a las estructuras y a los actores colectivos ha dejado paso al retorno del sujeto y al
actor individual. Desaparece la tiranía de los marcos únicos y excluyentes y se analiza el comportamiento de los actores
sociales fuera de todo determinismo sistemático
El rescate de los vínculos sociales sobre la base de redes de relaciones diversas y superpuestas que vertebran las conductas
colectivas y contribuyen a explicar las estrategias individuales, supone una tentativa destinada a dotar de plena libertad a los
actores sociales frente a condicionantes estructurales. Ya no se trata de abordar a la sociedad en función de categorías externas,
sino más bien de partir de las propias jerarquías que operaban dentro de dicha sociedad. Lo que se pretende es reintroducir el
actor individual dentro del análisis histórico, no para negar el peso de las estructuras, sino para alcanzar las interacciones
continuas entre los individuos y los contextos sociales en los que se encuentran inmersos. Cobra importancia el estudio de
redes sociales, como un complejo sistema relacional que permite la circulación de bienes y servicios, tanto materiales como
inmateriales, dentro de un conjunto de relaciones establecidas entre sus miembros, que los afecta a todos, directa o
indirectamente y muy desigualmente3. La red social viene a ser una herramienta al servicio de un planteamiento de corte
microhistórico que, al permitir incluir en el análisis de los grupos sociales a entidades más amplias, no siempre
institucionalizadas y hasta a veces informales o temporales, permite la aprehensión de la complejidad de la realidad y las
relaciones sociales, sin por ello imponer la necesidad de una definición a priori de un grupo social, sean cuales fueren sus
características. Alude a la existencia de una comunidad o identidad de intereses que implica la existencia de relaciones
concretas. Las redes ilustran sobre la complejidad del sistema relacional y sobre la dificultad de identificar a un individuo en
base a criterios fijos independientemente del contexto en el que se desenvolviera. Lo que le interesan no son tanto las
estructuras en sí mismas, sino más bien las dinámicas sociales que las afectan. A un análisis centrado en los límites que
permiten distinguir a los grupos sociales entre sí, la reconstitución de las redes sociales ofrece la posibilidad de identificar las
conexiones que los distintos sectores sociales fueron capaces de establecer tanto dentro de un grupo concreto como entre unos
y otros.
La clasificación por categorías socioprofesionales (distribución de una población por sectores de actividad) recientemente ha
sido objeto de críticas puesto que la síntesis entre la profesión y el estatuto social delimita unos grupos en virtud de los criterios
comprensibles para los investigadores, pero que no corresponden forzosamente a la experiencia de los actores sociales. Las
categorías socioprofesionales ocultan componentes fundamentales de las sociedades que entienden analizar, y crean algunos
grupos sociales cuya existencia queda por probar. Es decir, al mismo tiempo que enmascara algunos actores sociales, la
clasificación inventa otros, sin preocuparse demasiado por su existencia en la sociedad analizada; ignora el problema de la
validez de sus propios criterios a los ojos de los protagonistas de la época y, bajo la apariencia de una lectura neutra de la
realidad, deifica algunos grupos sociales. Es por la crítica de esa imagen esclerosada de las estructuras sociales, nacida de una
visión exterior y no contextual del interés, que un buen número de trabajos históricos han propuesto un retorno a las fuentes,
una atención renovada en el lenguaje de los documentos y en las categorías de los actores sociales. La aproximación lingüística
se propone analizar grupos y clases como construcciones discursivas, ayudando a concebir lo que fueron en el pasado los
criterios de la estratificación social y a redescubrir los criterios actuales del historiador, y a formular de manera más adecuada
la noción de interés sobre la cual la clasificación socioprofesional funda su legitimidad. Es sin embargo necesario que el

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Red es un concepto que los historiadores tomaron recientemente de la microsociología y que reviste un triple contenido: 1) contenido morfológico: la red es
una estructura constituida por un conjunto de puntos y líneas que materializan lazos y relaciones mantenidas por un conjunto de individuos; 2) contenido
relacional: la red es un sistema de intercambios que permite la circulación de bienes y servicios; 3) la red es un sistema sometido a una dinámica relacional
regida por un principio de transversalidad de los lazos y susceptible de movilizarse en función de una finalidad precisa.
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discurso quede como el punto de partida, y no el resultado de la investigación. Es necesario reintroducir en el análisis los
actores sociales que utilizaban esos lenguajes. No se trata tanto de negar la pertenencia de los individuos a unas categorías
profesionales sino de examinar cómo las relaciones sociales crean solidaridades y alianzas y, a fin de cuenta, unos grupos
estables. Partiendo de los individuos, intentando reconstituir las constricciones y límites de sus capacidades de opción, que
dependen esencialmente de las características de sus relaciones con los demás, uno se interroga por su experiencia y por
consiguiente sobre el modo de formación de su identidad social. En consecuencia, es el proceso social mismo el que se sitúa en
el corazón del análisis.
Otro aspecto no menos significativo de esta reacción contra los modelos macro-teóricos, fue el desplazamiento del grupo al
individuo, de la cuantificación al ejemplo individual, de lo analítico a lo narrativo, como un medio de arrojar luz sobre los
desarrollos internos de las sociedades, enfoque que se exterioriza en el auge de los estudios de microhistoria. Esta
metodología, inspirada en el concepto de descripción densa de Geertz, es un procedimiento que toma lo particular como punto
de partida e identifica su significado cultural a la luz de su contexto específico 4.
Respecto al retorno de la narrativa, por la cual se entiende una historia que, frente a la estructural, organiza el material de
forma descriptiva más que analítica y centra su punto de mira en el hombre y no tanto en las circunstancias, una historia que
versa sobre lo particular y lo específico y no sobre lo colectivo y estadístico. En 1979 Stone hablaba del “regreso a la
narrativa” como resultado del cansancio en relación con el modelo sociológico-estructural dominante. Hundido el
determinismo económico y demográfico, heridos de muerte el estructuralismo y el funcionalismo, ha resurgido el interés por
los factores culturales y políticos; y para enfrentarse a estas cuestiones, algunos historiadores encuentran más adecuada la
narración que el análisis. Los argumentos de Stone fueron discutidos por Hobsbawm, quien se encargó de disminuir la
importancia de esos cambios, y de señalar que no es la narrativa la que resurge, ni que los historiadores hayan renunciado a los
intentos de producir una explicación coherente del cambio histórico; lo que ocurre es que el acontecimiento y el individuo no
son fines en sí mismos sino medios de aclarar esa cuestión más general que va mucho más allá de la historia particular y de sus
personajes; los historiadores han ampliado el instrumento utilizado y optan ahora por el microscopio pero sin rechazar el
telescopio. Esa “nueva historia” de los hombres, del pensamiento, de las ideas y de los acontecimientos debe servir para
complementar y no suplantar el análisis de las tendencias y estructuras socioeconómicas.
El carácter revisionista también se manifiesta en el renacimiento de la historia política, entendida como la interpretación de
cualquier unidad o sociedad dada en términos de cómo el poder es buscado, practicado, desafiado, abusado o negado. La nueva
historia política, reconciliada con la larga duración, está dedicada a las estructuras, al análisis social, a la semiología y al
estudio del poder. Muchos historiadores marxistas cuestionaron que la historia social no se preocupara suficientemente de las
cuestiones políticas, ya que el poder resulta para ellos el concepto clave para el estudio de la sociedad y al no considerar la
dimensión política de la historia, importantes áreas de la experiencia humana se hacen incomprensibles y se priva a los
protagonistas del pasado de su identidad ideológica y política.
El principal punto de inflexión en la historia social fue la necesidad de abandonar la causalidad estrictamente estructural (el
automatismo del cambio) y propiciar, por el contrario, una concepción multideterminada de las relaciones sociales, una
explicación que aúne la acción, la conciencia y la estructura en la elucidación de los cambios históricos. Esta postura no es
privativa de una sola corriente de historia social sino que es compartida por la historiografía francesa contemporánea, por el
marxismo renovador, por la versión norteamericana de la historia social, todas las cuales reservan roles centrales al poder
estructurante y transformador de la acción y conciencia individual y colectiva y a la variabilidad de la experiencia histórica.
Esta centralidad obedeció a la confluencia de dos movimientos. Uno, en el campo exclusivamente histórico con el abandono de
los modelos macro-teóricos y la adopción de la concepción estructurista de la realidad social que pone el acento en la
interacción causal e históricamente cambiante entre la acción y la sociedad. El otro, proveniente del campo sociológico donde
las distintas corrientes pos-parsonianas buscaron romper con el determinismo de las estructuras objetivas.

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El proyecto microhistórico nació en el curso de los años setenta, de un conjunto de preguntas y propuestas formuladas por u pequeño grupo de historiadores
italianos. El carácter empírico del proceso implica que no exista un texto fundador, estatutos “teóricos” de la microhistoria. Ésta no constituye un cuerpo de
proposiciones unificadas ni una escuela, menos aún una disciplina autónoma. Es inseparable de una práctica de historiador, de una experiencia de
investigación. La variación de la escala de análisis es esencial en la definición de la microhistoria. Cambiar el foco del objetivo no es solamente aumentar (o
disminuir) el tamaño del objeto en el visor, sino también modificar la forma y la trama. La historia social dominante, debido a que ha optado por organizar sus
datos dentro de categorías que permiten su máxima agregación, deja escapar todo lo concerniente a comportamientos y la experiencia socia, a la construcción
de identidades de grupo. La microhistoria busca desarrollar una estrategia de investigación que no se fundaría ya prioritariamente en la medición de
propiedades abstractas de la realidad histórica sino que, inversamente, procedería dándose por regla integrar y articular entre sí la mayor cantidad de estas
propiedades. En el fondo, es el sueño de la historia total, pero esta vez reconstruida a partir de la base, de la reconstrucción de “lo vivido”. No continuar
abstrayendo, sino enriquecer lo real considerando los aspectos más diversificados de la experiencia social, haciendo aparecer detrás de la tendencia general
más visible, las estrategias sociales desarrolladas por los diferentes actores en función de su posición y de sus recursos respectivos. La cuestión es
desnaturalizar los mecanismos de agregación y de asociación, insistiendo sobre las modalidades relacionales que los hacen posibles, detectando las
mediaciones existentes entre la racionalidad individual y la identidad colectiva. A la utilización de sistemas de clasificación fundados sobre los criterios
explícitos, el microanálisis los sustituye por la consideración de los comportamientos a través de los cuales las identidades colectivas se constituyen y
deforman. Observa las estrategias de los actores individuales o colectivos. Rechaza la noción de contexto unificado, homogéneo, en el interior del cual y en
función del cual los actores determinarían sus opciones, y se propone constituir la multiplicidad de contextos que son necesarios a la vez a su identificación y a
la comprensión de los comportamientos observados. El trabajo de contextualización múltiple plantea que cada sector histórico participa en procesos de
dimensiones y niveles diferentes, del más local al más global; no existe entonces un corte u oposición, entre historia local e historia global. Lo que la
experiencia de un individuo, de un grupo, de un espacio permite aprehender es una modulación particular de la historia global. Particular y original: lo que el
punto de vista microhistórico ofrece a la observación no es una versión atenuada, parcial o mutilada de realidades macrosociales, es una versión diferente. Si
se cambia la escala de observación, las realidades que aparecen pueden ser muy diferentes, surgiendo datos más finos, más numerosos, y organizados en
configuraciones inéditas, haciendo aparecer otra cartografía de lo social. La elección no es alternativa entre dos versiones de la realidad histórica, una macro y
la otra micro. Ambas son verdaderas, pero ninguna es por sí misma realmente satisfactoria, porque la realidad está hecha del conjunto de estos niveles cuyas
articulaciones quedan por identificar.
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Surgieron nuevos grupos temáticos: delito y castigo, medicina y salud pública, sexualidad, religiosidad popular, trabajo,
memoria popular, política social, educación. Toda la construcción de la historia social como un campo (sub)disciplinario ha
sido desplazada durante la última década, de manera que un cuerpo de discusión se ha desarrollado en paralelo poniendo en
cuestión el conocimiento socio-histórico constituido. Más que un inventario de temas, es importante marcar algunos ejes de
este flujo subterráneo: 1) la teoría de género: es sólo recientemente, con el desplazamiento conceptual desde la historia de las
mujeres hacia la historia de la construcción de la diferencia sexual, que los protegidos espacios centrales de la disciplina han
comenzado a ceder, especialmente en la historia del trabajo, formación de clases, ciudadanía y esfera pública, y el estudio de la
cultura popular; 2) es omnipresente la influencia de Foucault, especialmente desde los 80, en trabajos sobre sexualidad,
cárceles, hospitales, asilos, políticas sociales y salud pública, redireccionando la comprensión del poder, llevando al concepto
de discurso a una forma de teorizar las reglas y regularidades de campos particulares del conocimiento y a la estructuras de
ideas y supuestos de lo que puede y no puede ser pensado y dicho, y llevándonos a ver como las subjetividades son producidas
a la vez dentro y fuera de lenguajes de identificación que yacen más allá de la voluntad y el control de los sujetos individuales;
3) la historia de las mentalidades ha funcionado como una nueva panacea, una alternativa convincente que prometió el acceso a
la cultura popular del pasado, proveyó de un terreno de aplicación de métodos cuantitativos y la posibilidad de apropiación de
la antropología, animada por un proyecto de historia total; 4) otro cuerpo de análisis cultural, los estudios culturales
contemporáneos, han producido relativamente poco trabajo histórico; 5) la ambición temprana de una historia total, de escribir
la historia de la sociedad en alguna forma holística e integrada, ha sido puesta en cuestión, y la característica más interesante de
la historia social de fines de los 70 era su nueva potencialidad totalizadora, aunque la confianza en la concepción materialista
de totalidad social ha dejado de ser el supuesto organizativo natural para muchos científicos sociales y teóricos de la cultura.
La “sociedad” como un objetivo unitario no puede ser mantenida. Los fenómenos particulares (el acontecimiento, la política,
una institución, una ideología, un texto) tienen contextos sociales particulares, en el sentido de condiciones, prácticas, que
conforman una parte esencial de su significado. Pero no hay una estructura subyacente dada a la cual necesariamente puedan
ser referidos. La principal víctima de este cambio intelectual ha sido la noción de totalidad social, en sus varias formas
marxistas o no marxistas. El compromiso de asir la sociedad como un todo, de conceptuar sus principios subyacentes de unidad
ha entrado en crisis. Nos hemos desplazado desde un tiempo en el que la historia social y los análisis sociales parecían capturar
el terreno central de la profesión y la fuerza de las determinaciones sociales parecían axiomáticas, hacia una nueva coyuntura
en la cual “lo social” parece menos definitivo y las determinaciones sociales perdieron su anterior soberanía. La “sociedad”
como categoría totalizante se disuelve. La formación social se convirtió en el agregado de las “prácticas discursivas”, por lo
cual la sociedad sólo sería accesible mediante el lenguaje y “lo social” solamente constituido a través del lenguaje.
La historiografía social surgida de la incorporación de esos virajes, no está exenta de críticas que, al radicalizarlas, lleva a
algunos pensadores a hablar de crisis de identidad. Se le cuestiona la fragmentación del objeto de conocimiento en una
amalgama rudimentaria de novedades de moda; la indeterminación causal por la cual ningún factor jerarquiza la ordenación de
la materia histórica y el afán por excluir los condicionantes materiales como reacción a los excesos mecanicistas anteriores,
destacando la importancia de la cultura; se habla de un desarme teórico y político; de un cierto anticuarismo por la
concentración en episodios efímeros de vida cotidiana; de un intento de convertirla en antropología retrospectiva; de
sobreargumentar la historia de la gente común con el peligro de opacar la consideración más amplia de la estructura y el poder
social y la ilusión de una pura revivificación del ayer relegando la síntesis interpretativa. Muchas de estas nuevas
inadecuaciones son resultantes de los esfuerzos pioneros para arar el nuevo campo histórico.
En todas sus variantes, la historia social en su amorfa sino aglutinante forma de los 70 ha dejado de existir: ha perdido su
coherencia como proyecto intelectual (el cual derivó de la soberanía de las determinaciones sociales dentro de una concepción
materialista de totalidad social) y ha perdido su prestigio de ser el lugar de los espíritus intelectuales más radicales,
innovadores y experimentales de la profesión. La nueva historia cultural o los estudios culturales están actualmente tomando
ese lugar. Mas, el peligro subyacente en todo revisionismo, es el de convertirse en una nueva ortodoxia.

Perspectivas y desafíos
1. Sin negar la importancia de la microhistoria, el problema reside en preguntarse qué unidad mayor representa el
fenómeno puntual. Si la tendencia no es revertida en algunas producciones, la historia social permanecerá dividida en
cotos especializados separados. El gran desafío de la historia social no es pretender la historia total, sino abordar el
objeto de estudio y rescatar las complejas interacciones de lo social con lo político, lo cultural y con el papel de la
conducta humana. La visión de conjunto plantea el problema de los criterios de ordenación para definir la integración.
En el campo de la investigación histórica no existe una causalidad lineal, externa y superior a los objetos de
conocimiento, sino que la explicación es producto de un profundo análisis que permita desentrañar la unidad interna
del fenómeno a través de la causalidad interconectada.
2. Respecto a la crítica referida al desarme teórico y político el problema no reside en la búsqueda estéril de un vasto
paradigma que contenga los esquemas teóricos-metodológicos coherentes para explicar las especificidades
estructurales de las sociedades históricas, porque la evolución de la historia social ya demostró que no es lícito
extrapolar problemas y perspectivas. La disciplina puede crecer bajo la multiplicidad de los paradigmas y a través de
las investigaciones que innovan sin hacer la teoría de su práctica. Esto no significa minimizar la conceptualización
teórica sino, simplemente, delimitar su alcance en la investigación histórica. Los conceptos, los modelos, las teorías
como categorías generales, no imponen una regla sino que facilitan y activan la interrogación de los datos. El desafío
es que los historiadores generen sus propias teorías.

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3. Con respecto al desarme político, desde el punto de vista social, es necesario ir más lejos de la legítima recuperación
de las dimensiones específicas de lo político y ahondar en el interjuego de los factores sociales y políticos. Al
intensificar la interacción entre lo social y lo político, podemos percibir las condiciones de vida material, las
relaciones de género, las jerarquías en el trabajo, los usos del ocio y tantos otros temas, no sólo como parte de las
transformaciones sociales sino como un reflejo de los cambios en el alcance del poder del Estado. Estudiar cómo el
Estado afecta profundamente el diario vivir de la gente común.
4. En relación al peligro de convertir a la historia social en una versión retrospectiva de cualquiera de las ciencias
sociales en boga o en una exégesis del texto, ello no implica un escepticismo hacia el diálogo fluido entre las
diferentes disciplinas. Significa conceptualizar la interdisciplinariedad, no como una práctica de aditivas de lógicas
diferentes a la histórica, sino como una forma de conocimiento y práctica que realiza una disciplina al incorporar
conceptos, métodos y técnicas de otros campos del conocimiento pensando en los términos rigurosos de sus propios
problemas.
5. Respecto a la historia desde abajo, la cultura popular es inexplicable sin analizar las relaciones cambiantes entre lo
alto y lo bajo, del mismo modo que han comprendido la necesidad de incluir en sus análisis sobre los géneros la
construcción histórica tanto de la feminidad como de la masculinidad.
6. El desafío central de la historia social es continuar ampliando el campo sin, al mismo tiempo, reducir su cohesión
interna; la búsqueda de un centro intelectual fuerte que permita conciliar la oposición entre una comprensión del
mundo social centrada en la acción y otra centrada en la estructura. El problema reside en elaborar un paradigma que
ponga en juego la acción estructurante y transformadora del hombre (sus estrategias individuales y colectivas)
conjuntamente con los contextos estructurales que permita una representación diferente, más compleja y realista y,
por ende, menos mecanicista de la racionalidad de los actores sociales.
7. La búsqueda de una causalidad interconectada está conduciendo a los historiadores sociales a priorizar como tema
central: las conexiones entre las transformaciones mayores (Ideológicas, políticas, económicas, sociales y culturales)
y la forma y el carácter de vidas condicionadas por diferentes entornos; desentrañar cómo la gente vive los grandes
cambios del pasado; cómo los grandes procesos han influido en la vida diaria de los distintos grupos sociales y cómo
articularon el consenso o la resistencia; esto es, la adaptación individual, la lucha colectiva, la competencia o la
marginación.

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