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De la precariedad vive nuestro sistema político

“La calle está dura” me dijo un amigo que me explicaba el porqué de su adhesión uno de
los candidatos a la alcaldía de Cali. Él, un economista recién egresado de la Universidad
del Valle, hace poco comenzó a hacer campaña para que el candidato del Partido Verde
llegue al poder en la capital vallecaucana. Ni por convicción, ni por militancia partidista:
hace campaña para tener la esperanza de un futuro empleo en la alcaldía. Es sólo un caso,
podría describir otros que de manera similar se adhieren a diferentes candidatos para
conseguir un empleo en el futuro.
La precariedad laboral influye en la el proceso político que se lleva a cabo en nuestro país.
Con una alta tasa de desempleo, 10,8% para agosto del presente año, que golpea
especialmente a los jóvenes, 17,5% en julio 2019, la adhesión a campañas políticas se
convierte en la posibilidad de ascenso en la escala social mediante un empleo en las
instituciones estatales por los próximos cuatro años. No habría otra forma de acceder a tan
codiciados puestos burocráticos, sólo apostar a un candidato puede abrir la puerta a un
futuro distinto.
Los trabajos temporales (2 o 3 meses), mal pagos, con extenuantes jornadas de trabajo de
más de 10 horas, sumados al desempleo que ataca en las grandes ciudades, son la mezcla
perfecta para que se genere un “ejército de apoyos” a campañas políticas en Colombia. Esto
sumado a quienes en estos momentos ocupan plazas en las alcaldías y gobernaciones que
para conservar su empleo deben irse con la fórmula ganadora. No es inusual escuchar el
famoso “ayúdame votando por mi candidato”, “firma esta lista” o “acompáñame la reunión
con el candidato al consejo”, de personas preocupadas por sostener su puesto de trabajo.
Muchos de los políticos que se presentan a elecciones, imposible saber en que porcentaje,
aprovechan esta ventana que produce un sistema social como el nuestro, para que entren en
la campaña cientos de jóvenes que aspiran un favor a cambio de su apoyo. Ninguno pone
en tela de juicio estas prácticas lesivas a nuestra democracia, en la que la política se
degrada al último lugar para darle paso a una red clientelar que termina favoreciendo a
quienes han estado en el poder desde el inicio de la república. Prácticas lesivas que impiden
que sujetos carentes de poder burocrático accedan a la política como un nuevo aire en un
mundo viejo que es Colombia.
Es un círculo vicioso, en el que los políticos gobiernan precarizando a la población, y los
“pobres ciudadanos” tienen que acudir a quienes los tienen en esa situación para tener
alguna esperanza en el futuro. Destrozar estas relaciones de dominación es un paso para
romper la rueda de la historia que ha girado durante décadas en la misma dirección.
Quienes se aprovechen de las condiciones de precariedad de los ciudadanos colombianos
no merecen tener el honor de gobernar este país.

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