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El Manifiesto que sigue fue leído en el Primer Congreso Brasileño de Regionalismo que se

reunió en la ciudad de Recife, durante el mes de febrero de 1926 y que fue el primero de su
género, no sólo en Brasil sino en América. Después del Congreso de Recife se realizó en
Estados Unidos la Conferencia Regionalista de Charlottesville (Virginia), con el apoyo de
Franklin D. Roosevelt y de otros eminentes norteamericanos y del cual participó el autor
del “Manifiesto de 1926” de Recife, por iniciativa e invitación de su colega Ruediger
Bilden.
Divulgado en parte en jornadas de la época, este “Manifiesto” es hoy por primera vez
publicado en forma íntegra.

GILBERTO FREYRE - MANIFIESTO REGIONALISTA - 1926


Hace dos o tres años que se esboza en esta antigua metrópoli regional que es Recife un
movimiento de rehabilitación de valores regionales y tradicionales de esta parte de Brasil.
Todos lo miércoles, un grupo apolítico de “Regionalistas” se viene reuniendo en la casa del
profesor Odilon Nestor, en una ronda de mesa de té con sequillos y dulces tradicionales de
la región –inclusive helado de Corazón de la India- preparado por manos de señoras.
Discuten entonces, en voz más de charla que de discurso, problemas del Nordeste. Así ha
sido el Movimiento Regionalista que hoy se afirma en este congreso: inacadémico pero
constante. Animado por hombres prácticos como Samuel Hardman y por poetas como
Odilon Nestor; por hombres políticamente de “izquierda” como Alfredo Morais Coutinho y
de extrema “derecha” como Carlos Lyra Filho. Su fin no es desenvolver la mística de que
en Brasil sólo el Nordeste tenga valor (...). Los animadores de esta nueva especie de
regionalismo desean ver desenvolverse en el país otros regionalismos que se unan al del
Nordeste, dando al movimiento un sentido orgánicamente brasileño y hasta americano (...).
La mayor injusticia que se podría hacer a un regionalismo como el nuestro sería
confundirlo con separatismo o con barrismo. Con antiinternacionalismo, antiuniversalismo
o antinacionalismo. Es tan contrario a cualquier especie de separatismo que, más unionista
que el actual y precario unionismo brasilero, mira a la superación del estatalismo,
lamentablemente desarrollado aquí por la República –está sí, separatista- para reemplazarlo
por un nuevo y flexible sistema en el que las regiones, más importantes que los estados, se
completen y se integren activa y creativamente en una verdadera organización nacional.
Pues sus modos de ser –los caracterizados en lo brasileño por su forma regional de
expresión- que piden estudios o indagaciones dentro de un criterio de interrelación que, al
mismo tiempo que amplíe, en nuestro caso, lo que es ser pernambucano, paraibano,
norteriograndense, pianiense y también marañense, o alagoano o cearense, articule lo que
es nordestino en conjunto con lo que es general y difusamente brasileño o vagamente
americano.
Diciendo sistema no sé si empleo la expresión exacta. Nuestro movimiento no pretende
sino inspirar una nueva organización de Brasil. Una nueva organización en que los vestidos
en que anda metida la República –ropas confeccionadas, ropajes exóticos, terciopelos para
el frío, pieles para hielos que no existen por aquí- sean sustituidos no por otras ropas
confeccionadas por una modista extranjera sino por vestidos o túnicas cosidas
pachorrientamente en casa: unos pocos y a medida. De ahí que es peligroso hablar
precipitadamente de un nuevo “sistema” cuando el camino indicado por el buen sentido
para la reorganización nacional parece ser (...) víctima, desde que nació, de los
extranjerismos que le han sido impuestos, sin ningún respeto por las peculiaridades y
desigualdades de su configuración física y social (...).

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[...) la preocupación máxima de todos debería ser la articulación interregional. Pues de
regiones es que Brasil, sociológicamente, está hecho, desde sus primeros días. Regiones
naturales a las que se superpusieron regiones sociales.
De modo que siendo ésta su configuración, lo que se impone a los estadistas y legisladores
nacionales es pensar y actuar interregionalmente. Y recordar siempre que gobiernan
regiones y que legislan para regiones interdependientes, cuya realidad no debe ser olvidada
nunca por las ficciones necesarias dentro de sus límites: “unión” y “Estado”. Un conjunto
de regiones es lo que forma verdaderamente a Brasil. Somos un conjunto de regiones antes
de ser una colección arbitraria de “Estados” (...).
Regionalmente es que Brasil debe ser administrado. Está claro que administrado bajo una
sola bandera y un solo gobierno, pues regionalismo no quiere decir separatismo (...).
Regionalmente deben ser considerados los problemas de economía nacional y los del
trabajo. Como me aventuro a decir en un remedo de poema que acabo de entregar al pintor
Luís Jardim, para que lo ilustre con su trazo admirable:
“El mapa de Brasil en vez de los colores de los estados
tendrá los colores de las producciones y de los trabajos”.
Procurando rehabilitar valores y tradiciones del Nordeste repito que no juzgamos estas
tierras, en gran parte áridas y heroicamente pobres, devastadas por (...) la malaria y hasta
por el hambre, las Tierras Santas o la Cocagne de Brasil. Buscamos defender sus valores y
esas tradiciones del peligro de ser del todo abandonadas, tal el furor neófilo de dirigentes
que, entre nosotros, pasan por adelantados y “progresistas” por el hecho de imitar ciega y
desvergonzadamente la novedad extranjera.
La novedad extranjera de modo general. De modo particular, lo que Río o San Pablo
consagran como “elegante” y como “moderno”: inclusive ese carnavalesco Papá Noel que,
pisoteando con sus botas de andar en trineo y pisar la nieve, las viejas lapinhas brasileñas,
verdes, fragantes, de clima de verano, está dando una nota de ridículo a los nuestros,
también adornados ahora con arbolitos extranjeros mandados a traer de Europa o de los
Estados Unidos por los burgueses más llenos de dinero.
La verdad es que no hay región de Brasil que exceda al Nordeste en riqueza de tradiciones
ilustres y en nitidez de carácter. Varios de sus valores regionales se tornaron nacionales
después de impuestos a los otros brasileños menos por la superioridad económica que el
azúcar dio al Nordeste durante más de un siglo que por la seducción moral y por la
fascinación estética de los mismos valores. Algunos hasta ganaron renombre internacional
como el mascavo de los viejos ingenios, o Pau Brasil de las viejas matas, el cuchillo de
punta de Pasmado o de Olinda, la hamaca de Ceará, el rojo bermejo conocido entre los
pintores europeos como “Pernambuco”, la guayaba de Pesqueira, el fervor católico de Dom
Vital, el algodón de Seridó, los caballos de carrera de Paulista, las ananás de Goiana, el
globo de Augusto Severo, las pinturas de Rosalvo Ribeiro, el talento diplomático del Barón
de Penedo –doctor “honoris causa” de Oxford- y lo literario de Joaquim Nabuco –doctor
“honoris causa” de universidades angloamericanas. ¿Cómo se explicaría, entonces, que
nosotros, hijos de una región tan creadora, fuésemos ahora a abandonar las fuentes o las
raíces de valores y tradiciones de que Brasil entero se enorgullece (...)?
(...) el Nordeste tiene derecho de considerarse una región que contribuyó mucho para dar a
la cultura y a la civilización brasileña autenticidad y originalidad y no sólo dulzura y
condimento. Con Duarte Coelho amanecieron en la Nueva Lusitania valores europeos,
asiáticos, africanos que después se extendieron a otras regiones de la América portuguesa.
Durante la ocupación holandesa, otros valores surgieron aquí o fueron aquí recreados para

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beneficio de Brasil entero. Apenas en los últimos decenios es que el Nordeste viene
perdiendo la tradición de creador o recreador de valores para tornarse una población casi
parasitaria o una tierra apenas de reliquias: el paraíso brasilero de anticuarios y
arqueólogos. O el refugio de aquellos patriotas medio necrófilos cuyo patriotismo se
contenta con poder evocar, en los días de fiesta nacional, glorias remotas (...).
Con todo su primitivismo, el mucambo es un valor regional y, por extensión, un valor
brasileño, y más que eso, un valor de los trópicos: estos calumniados trópicos que recién
ahora el europeo o el norteamericano vienen redescubriendo y encontrando en ellos valores
y no sólo curiosidades etnográficas o motivos patológicos para sobresaltarse. El mucambo
es uno de esos valores. Valor por lo que representa de armonización estética: la de la
construcción humana armonizada con la naturaleza. Valor por lo que representa de
adaptación higiénica; la de la defensa humana adaptada a la naturaleza tropical. Valor por
lo que representa como solución económica del problema de la casa pobre: la máxima
utilización, por el hombre, de la naturaleza regional, representada por la madera, por la paja
(...) por lo fácil y al alcance de los pobres.
El mal de los mucambos en Recife, como en otras ciudades brasileras, no está propiamente
en los mucambos sino en su ubicación en áreas desprovistas y hostiles a la salud del
hombre (...).
(...) Hasta hace poco un extranjero viajadísimo era con lo que se encantaba en Río de
Janeiro: con las viejas calles estrechas. Y no con las largas. No con avenidas no
características. No con nuestras imitaciones a veces ridículas de “boulevards” y de
“broadways”, por donde la gente que camina se derrite bajo el sol fuerte con que el buen
Dios a veces nos favorece y a veces nos castiga.
Reconozcamos la necesidad de las calles largas en una ciudad moderna, sea cual fuere su
situación geográfica o el sol que la ilumine; pero no nos olvidemos de que a una ciudad del
trópico, por más comercial o industrial que se torne, le conviene cierto número de calles
estrechas en las cuales se conserve la sabiduría de los árabes, antiguos dueños de los
trópicos. La sabiduría de las calles con arcadas, de las que Recife debería estar lleno. (...)
debemos conservarlas al lado de las avenidas americanamente largas – o como afluentes de
esos “boulevards” amazónicos- en vez de dejarnos desorientar por cierto anti lusismo que
ve en todo lo que es herencia portuguesa un mal a ser despreciado; o por cierto modernismo
u occidentalismo que ve en todo lo que es antiguo u oriental un arcaísmo a ser abandonado.
Preferir museos con cacerolas de barro, miniaturas de almanjarras, figuras de cerámica, y
no solamente con reliquias de héroes de guerra y mártires de revoluciones gloriosas.
[...) Pero el pecado mayor contra la Civilización y el Progreso, contra el Buen Sentido y el
Buen Gusto y también las Buenas Costumbres que estaría siendo cometido por el grupo de
regionalistas a quien se debe la idea y organización de este Congreso, estaría en buscar
reanimar (...) los valores culinarios del nordeste. La significación social y cultural de esos
valores.
La verdad es que no sólo de espíritu vive el hombre: vive también de pan (...). No sólo de
los problemas de
bellas artes, de urbanismo, de arquitectura, de higiene, de ingeniería, de administración
debe preocuparse el regionalista: también de los problemas culinarios, de alimentación, de
nutrición.
Casi no se ve cuento o poema en que aparezcan dulces y tortas tradicionales como en los
poemas de Alencar. Los poetas, cuentistas y escritores actuales tienen miedo de parecer
regionales (...)

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Toda esa tradición está en declive o, por lo menos, en crisis, en el Nordeste. Y una cocina
en crisis significa una civilización entera en peligro: en peligro de descaracterizarse.
(...) No hay pueblo feliz cuando a sus mujeres les falta el arte culinario. Es una falta casi tan
grave como la de fe religiosa.
Votos del Congreso:
1º Que alguien tome la iniciativa de establecer en Recife un café o restaurante donde no
falte el color local (...) especializado en las buenas tradiciones de la cocina nordestina. 2º
Que los colegios de niñas establezcan cursos de cocina en que sean cultivadas las mismas
tradiciones. 3º Que todos cuantos tuvieran en casa cuadernos antiguos de recetas de dulces,
tortas, guisos, asados, etc., cooperen para la reunión de esa riqueza, hoy dispersa en
manuscritos de familia, esfuerzo del cual el Primer Congreso Regionalista del Nordeste
tomará la iniciativa, nombrando una comisión para la colecta de material tan precioso y
digno de publicación.
Aparte del restaurante debería instalarse una farmacia donde se vendiesen remedios hechos
con la flora regional y brasilera, y una tienda de objetos de arte regional y popular.
(...) Pues Brasil es esto: combinación, fusión, mezcla. Y el Nordeste, tal vez principal
recipiente en que se vienen procesando esas combinaciones, esa fusión, esa mezcla de
sangres y valores que hierven: portugueses, indígenas, españoles, franceses, holandeses,
judíos, ingleses, alemanes, italianos. De ahí la riqueza de sabores tan contradictorios de su
cocina (...). Todos se vuelven aquí hermanos, tíos, compadres.
Hay en el nordeste de hoy árboles y plantas venidas de Europa, de Oriente, de África (...).
Siempre me pareció que Dois-Irmaos debía ser en Recife un parque que reuniese todos esos
árboles regionales, importados o nativos; y no sólo los más agrestes y raros. También todos
los animales más ligados a la vida regional y no sólo los más ariscos y curiosos.
Hoy precisamos [escritores] cuyas voces se levanten no sólo favor de los hombres cautivos
o de los animales maltratados o de las matas despojadas de sus bichos más preciosos por
cazadores el servicio de comerciantes golosos de dinero fácil, sino a favor de los árboles,
las plantas, de los frutos de la región, de sus dulces, que (...) vienen siendo despreciados,
abandonados y sustituidos por las conservas extranjeras, por drogas suizas, remedios
europeos y por las novedades norteamericanas. Donde la necesidad de este Congreso de
Regionalismo se defina a favor de valores descuidados (...) por brasileños en los que la
conciencia regional y el sentido tradicional de Brasil vienen desapareciendo bajo una ola de
cosmopolitismo y de falso modernismo. Y todo el conjunto de la cultura regional que
precisa ser defendido y desarrollado.

Fuente: FREYRE, Gilberto. Manifiesto Regionalista de 1926. Recife: Región, 1952. 78 p.

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