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Instituto Goethe. La Paz. Bolivia.

Jornadas: El devenir arte de la filosofìa

Tema propuesto por el organizador Jorge Luna Ortuño:

“Enseñanza de la filosofía para no filósofos” (Desgrabación corregida)

Un mártir del pensamiento

Yo no invente un método para vender filosofía a todo el mundo, la verdad que no. Lo que sí creo
que hago, desde que ejerzo como miembro activo de este tipo de práctica que se llama filosofía,
es trabajar sin encerrarme en una institución educativa. Me propuse que este oficio de aprender y
enseñar filosofía no sea, eso sí,  solamente para profesores. No soy mobiliario de claustro.

Entonces cuando pienso que la filosofía puede estar destinada a no filósofos, quiero decir que es
para cualquiera; también para profesores, aunque no sólo para ellos. Voy a contarles algunos
puntos teóricos y prácticos que me interesan para que ustedes se den una idea de hacia donde
rumbeo. Yo empecé con este asunto de la filosofía a los quince años, donde me llegó un libro de
Will Durant, un manual de filosofía. No era lector, mis distracciones eran otras, la mayor parte
deportivas. Me llega este libro muy grande como regalo de algún cumpleaños. Fue el primer paso.
Luego apareció en mi vida un profesor de inglés de 23 años, yo tenía 11. Me hizo ingresar en el
mundo del libro, y mis padres, judíos no muy religiosos pero sí respetuosos de la tradición,
encomiaban la figura del Libro. Ustedes saben que el pueblo hebreo vivió casi dos milenios
alrededor del Libro, la Torá, el Antiguo Testamento, la tierra de la escritura a falta de tierra para
sembrar y habitar. Y me valoraban por sólo hecho de leer, lo que me deparaba una ansiada e
imprescindible privacidad. No me molestaban ni me colgaban de una percha cuando me veían con
un libro. Respetaban mis metros cuadrados de intimidad. En el libro citado aparece el famoso
cuadro del pintor francés Jacques- Louis David La muerte de Sócrates. Se ve a Socrates con la copa
de cicuta, rodeado de los discípulos que están llorando para que no la beba. Los discípulos le piden
que huya de Atenas. Debajo del grabado hay una frase que dice: “la muerte de un mártir del
pensamiento”. Will Durant repite varias veces en su texto esta frase alusiva al  martirio del
pensador. Yo nunca había escuchado algo así. Sabía lo que era un mártir, lo que no sabía era que
se podía ser martirizado por pensar. Porque pensar claro que pensaba, como todo el mundo, con
un agregado. Por el hecho de ser tartamudo crónico - prácticamente no hablé hasta los 22 años -
pensaba todo el tiempo. Hablaba para adentro, no emitía sonidos. Habitaba mi caverna interior.
Pensar era otra de las actividades silenciosas como respirar, comer. En mi casa convenía no hablar
durante las comidas. Lo que no sabía era que había pensamientos, es decir que el pensar pudiera
ser sustantivado, y además que se muriera por practicarlo.

Sabía que se podía ser castigado por hablar, pero no por pensar.
 

El No

Entre estas primeras lecturas de los quince años leí un diálogo de Platón y ahí empezó esta carrera
filosófica hasta el día de hoy. Carrera, extraña palabra que designa los avatares de una profesión.
Repitamos la frase escuchada en este simposio en la conferencia de unos de los expositores:
caminante no hay camino, se hace camino al andar. Digamos que se hace camino al correr.

¿Por qué me enganché con esta carrera que nada tiene de pausada, desde la adolescencia hasta
hoy? La razón es que la filosofía me dio algo muy importante. Con la filosofía yo aprendí a decir
que NO. No hay práctica filosófica posible si uno no aprende a decir que no. Por supuesto que esta
negatividad no significa que se eliminen los “sís”, pero la actitud afirmativa, el momento
nietzscheano de la afirmación, se da en otra fase del recorrido. Sócrates es el personaje que dice
no. Descubrí que este proceso de pensamiento era muy extraño para mí, porque lo que hacían
estos personajes de Platón era discutir. Todo el tiempo estaban discutiendo. No se puede discutir
si no se dice que no. Por supuesto que los intérpretes de la filosofía platónica nos recordarán que
la dialéctica platónica también es ascendente y que hay en el filósofo un camino a la verdad. Pero
a mí, a los quince años, poco me importaba la escalera al cielo que ofrecía la teoría de las ideas.
Para ir a cielo ya tenía la voz del Señor en todas sus versiones monoteístas, de lo que carecía era
de recursos terrestres que me liberaran de las sujeciones de la oprimente voz de las alturas.
Sócrates, hombre del llano,  discutía palmo a palmo con gente poderosa, con autoridad y prestigio
como Protágoras, entre otros.

Hay algo, entonces, que tiene que ver con el pensamiento que es el no. Cito como recuerdo a dos
autores en quienes reverberan con otros significados este homenaje al “no”: Gastón Bachelard y
René Daumal.

La libertad

Después me encuentro con Jean Paul Sartre, el Sócrates de París, una leyenda, un personaje de
novela. Un autor filósofo, hombre de teatro, novelista, ensayista. Famoso, quizás uno de los
filósofos más famosos en vida que nos haya deparado la historia. Me daba cuenta que se podía ser
filósofo, célebre, y además rodeado aventuras. Mujeres y revolución, la soledad del rebelde
codiciado por todos y misterioso a la vez. Un hombre con una compañera de toda la vida y
amantes. ¿Qué más podía pretender un adolescente con su malestar en la cultura y en la natura
que este mundo de leyenda? Ya tenía completa toda la escenografía para que mi vocación tuviera
un final dorado con sus héroes correspondientes. Así es que fui un adolescente con dos ciudades,
Atenas, que estaba allá lejos y hace tiempo, y París, más cerca y alcanzable. Transcurridos tres
años de estos comienzos me fui a estudiar a París, en donde Sartre combatía en nombre de la
libertad contra todo y todos. Así mi iniciación filosófica comenzó a dar sus primeros pasos  con el
no y con el emblema de la libertad.
Sartre dice en unos de los escritos, quizás si la memoria no me falla en uno de los tomos de Los
caminos de la libertad, que el intelectual, un filósofo, es alguien que vive en la sociedad como uno
hombre más en medio de la muchedumbre. Solo entre otros. Recuerdo las dos frases
complementarias atribuídas a Sócrates: conócete a ti mismo- sepárate de los otros. Presenté a las
dos figuras iniciales de mi vocación filosófica: Sócrates y Sartre.

El presente

Por otro lado: el filósofo piensa el presente. No hay filósofo que no sea haya puesto a pensar a
partir de un problema que lo conminara a reflexionar en los tiempos en los que vivía. Si no hubiera
tenido ningún problema que le concerniera, si no era testigo de algún acontecimiento que lo
incomodara, no tenía ningún sentido pensar. Pensar no es un acto natural. Es una decisión que se
toma a partir de una dificultad actual. Platón no escribió para que yo hable de su obra en el 2010
aquí en La Paz. Ni para que lo estudiemos en la Universidad. Platón escribió para reformar la vida
en Atenas, porque era una sociedad dividida y con instituciones en decadencia. Querían fundar
una republica y preparar a los gobernantes adecuados para ejercer la magistratura. Todos los
filósofos pensaron el presente, no tuvieron otra tarea que la de allanar las dificultades que les
presentaba su época y buscar los instrumentos teóricos para darle un sentido al caos de la vida
colectiva, y/o personal.

Séneca, que tenía la vida de un patricio, fue secretario de emperador Nerón, trasmitió en sus
escritos sus preocupaciones destinadas al arte de vivir de los hombres con poder. Lo mismo Marco
Aurelio. ¿Cuál era el presente de San Agustín?  La caída de Roma y la conversión en esa nueva
forma de religiosidad que se estaba instalando en los márgenes del Imperio y en la misma Roma,
la fe nueva, psicótica, esos locos martirizados que conformaban aquel primer cristianismo. Santo
Tomás, quién en el medioevo se armaba contra la apropiación indebida de Aristóteles por los
sabios musulmanes, entre ellos Averroes.  Maquiavelo quien era netamente un filósofo
coyuntural. Su problema era Florencia, la codicia de los “condottieri”, la formación de las milicias,
la necesidad que tenían los príncipes de la casa de los Medici de ser independientes y poderosos
para combatir las sediciones y las intrigas de los poderes europeos. 

Descartes, ni hablar del pobre Descartes, acusado en la actualidad de todos los males que padece
el mundo, desde la contaminación del aire, el pensamiento binario, a la explotación del hombre
por el hombre. Aparentemente su metro cincuenta y cinco no fue obstáculo para que se lo acusara
de tantas calamidades. Spinoza que vivió en una sociedad que anticipó tiempos futuros desde el
punto de vista político en una ciudad como Amsterdam. Los confictos con la comunidad hebrea
que lo expulsó y lo   anatemizó, las luchas entre la dinastía de los Orange y los republicanos, la
persecución a la que estaba sometido por pertenecer a la secta de los cartesianos.

Por otra parte no se puede entender la fundación de la filosofía política sin las guerras civiles
religiosas. Hobbes y su intento de elaborar una filosofía en tiempos de máxima inseguridad. Más
de la tercera parte de la población europea había sido diezmada en el siglo XVIII por la lucha entre
católicos y protestantes. Rousseau y su denuncia de la infamia de la opinión pública, los artificios
de los salones literarios, la hipocresía de las cortes. Kant y la revolución francesa. Marx y el
48,  Nietzsche y la reforma de la cultura alemana….Heidegger y el ascenso del nazismo, Sartre y el
socialismo soviético, Foucault y el estallido de las instituciones post mayo 68, etc.

Todos piensan en las crisis de su tiempo. Y además cada filósofo tiene sus guerras, desde el
Peloponeso a la guerra fría. Es muy raro encontrar a un filósofo que haya marcado la historia de la
cultura occidental - porque la filosofía es occidental, no es una sabiduría al estilo oriental, que
busca la iluminación, la filosofía es ateniense - que no se haya visto envuelto en los conflictos de su
tiempo.

Quisiera decir algunas palabras sobre una noción semejante a la idea de presente, me refiero a lo
que se denomina actualidad. La actualidad no es la novedad. Cuando Foucault lee el texto de
Kant ¿Qué es la Ilustración?,  para comprender la pregunta acerca de cuál era la diferencia que
caracterizaba a su época, cómo podía designarse la singularidad de lo que se estaba viviendo
respecto de los antepasados, y llegaba al diagnóstico de que lo que diferenciaba al siglo XVIII
respecto de los otros siglos es que se vivían tiempos de “ilustración”, en los que había que
despojarse de las tutelas y tener el coraje de saber, señalaba de este modo, un modo de
posicionarse respecto de la modernidad.

Cuando la actualidad se reduce a la novedad, entonces se sacraliza el tiempo. Se lleva a cabo un


movimiento inverso al que se hace con la construcción del tiempo sacro de la tradición. La liturgia
de la novedad también nos convierte en rehenes de una falsa temporalidad. Sólo la ansiedad ante
la sensación del tiempo que se va nos ata a lo último, a la novedad. Hay una maravillosa frase de
Rousseau: “el tiempo es lo que vuelve”. Le hubiera encantado rescatarla a su hermano en la
filosofía Federico Nietzsche, quien escribió un ensayo sobre el significado de la “inactualidad”.

Insistir en la mirada dirigida a la irrepetible actualidad es una buena recomendación para quienes
ven siempre lo mismo, la monotonía de la historia, el continuo rumiar de una misma
sintomatología. El eterno retorno es siempre el retorno de la diferencia.

Pensar y saber

Cuando nos referimos a la filosofía, hablamos de pensamiento. Se dice que la filosofía tiene que
ver con el pensar, y no precisamente con el saber. Pero este pensar, no es el de la hermenéutica,
ni el de la antropología filosófica, o el de la filosofía heideggeriana, que hace del pensar una
meditación para pastores cesantes. Este pensar al que me refiero se dirige a otro tipo de
inquietud. A partir de la revolución kantiana, a partir de su crítica y de la dialéctica tascendental, la
filosofía no es una disciplina que produce conocimientos, la ciencia sí lo hace. La filosofía no
elabora creencias, la religión sí lo hace. Pensar no es conocer ni creer. Recordemos esta frase de
Nietzsche: “no hay que creer en lo que uno piensa”. Es necesaria la distancia entre la adhesión a
un credo y el vacío que produce el pensamiento. La tarea filosófica puede ser edificante,
sistemática, pero también sísmica, decía Deleuze. El pensar no se lleva bien con el creer. Es
absurdo ser hegeliano, foucaultiano, como si se tratara de concepciones del mundo integrales que
legitiman iglesias y ordenan jerarquías sacerdotales. Decía Marcos Loayza en su extraordinaria
charla en el día de ayer: “hay gente que está dotada con el don de la fe; yo tengo el don de la
duda”. Bueno, un filósofo - de quien no diría que tiene un don por gracia de cualquiera de las
musas del panteón griego - sí se hace cargo de la duda, de su duda. Dudar, y no sólo por Descartes,
tiene que ver con el pensar, y éste no tiene el mismo funcionamiento que el saber. Al contrario, se
piensa cuando no se sabe. Si no existe el no saber, no hay nada en qué pensar. ¿Cuando pienso?
Cuando el saber falla hay una fisura, algo inesperado que no se sabe cómo resolver. Karl Jaspers
afirmaba en su pequeño librito La filosofía, que la filosofia es provocada por el asombro, que lleva
a la exclamación ¿que es esto?  El asombro por lo que hay. También sostenía que la filosofía nace
con la duda que me compele a saber que algo es absolutamente cierto. El asombro me lleva a
buscar el orden nombrable de lo que se presenta como asombroso. Ponerle el nombre al
“cosmos”, dar la razón de su repetición. La duda busca la certeza del yo porque hay otros que
piensan en mi lugar sin las garantías ni las evidencias para hablar en nombre de la verdad. Y,
finalmente, en la categorización de Jaspers, maestro de Hannah Arendt,  las situaciones límite, el
horizonte de reflexión de la filosofía existencial, la metafísica que surge del romanticismo y del
idealismo alemán, profundizada por Kierkegaard, Heidegger, Sartre y Camus. Hasta llegar a la
logoterapia de Victor Frankl que sostiene que cuando se quiebra el significado preadjudicado de la
vida, viene la pregunta por el sentido.

Problemas, obstáculos, dificultades

Por eso – vuelvo a lo anterior -  se piensa cuando hay un problema, un obstáculo, una dificultad. El
filósofo es un buscador de dificultades. No es que le llegan por sí solas o debido al azar de la vida.
El filósofo todo el tiempo se pregunta cuál es el problema. Si no tenemos ninguna dificultad
cerremos el boliche, vayamonos, ya está, no hay nada más que hacer. ¿Cuál es el problema? ¿Por
que me gusta la filosofía? No tengo la menor idea, no todo tiene su razón de ser. El principio de
razón suficiente es el más hartante de los delirios enciclopédicos. Sólo una metafísica loca como la
de Leibniz, podía enunciarla y dar lugar a la ironía de Jorge Luis Borges: la metafísica es una de las
ramas de la literatura fantástica. Mejor cambio la pregunta: ¿qué caracteriza a la filosofía con
respecto a las llamadas ciencias sociales? La libertad de expresión.

Cuando escuchen a un profesor de filosofía decir lo que es o no es filosofía, cuál es la auténtica


filosofía y cuál no, qué es lo que la identifica y qué la pervierte, mejor sigan de largo, no pierdan el
tiempo. Réstenle toda importancia. La verdad es que la filosofía tiene una variedad impresionante
de formas de expresión: Diálogo en Platón; Tratado en Aristóteles; máximas, preceptivas, diarios,
parodias, poemas, confesiones, sumas, sistemas, panfletos, aforimos, fabulas, ensayos, teorias.
Uno puede expresarse en una constelación de lenguajes no todos inventados aún. La filosofía no
tiene el protocolo de la ciencia. No es un discurso universitario.
 

Maestros

Quiero ahora hablar de los maestros. Yo he tenido maestros, admiro a mis maestros. No creo en
mis maestros. Los admiro. La admiración es un sentimiento sano, nos purifica, nos expande, nos
potencia. Hay que saber admirar, es lo contrario de la envidia. Yo tengo maestros. ¿Qué es un
maestro? Mis maestros no se enteraron que yo soy su discípulo. Un discípulo inventa a sus
maestros, unge a sus maestros. Un profesor no es un maestro, pero puede serlo. El profesor de
filosofía es una figura reciente, es del siglo XIX. Descartes no era profesor de filosofia, Kant no era
profesor de filosofía, Hegel, finalmente, sí lo fue. Para que llegue a existir el profesor de filosofía,
había que erigir la figura del Estado moderno y la necesidad de funcionarios aptos para su
funcionamiento burocrático. La universidad y la idea de un saber universal fue la base del
profesorado de este saber filosófico que se pretendía totalizador. El profesor así concebido es un
puente entre el saber acumulado por los siglos y el alumno ignorante. Y entonces el profesor se
apropia del saber y se lo entrega al alumno por medio del texto, los libros, y su palabra magistral.
Un maestro tiene otra presencia. De un maestro uno no aprende lo que sabe; de un maestro un
aprende el modo en que hace lo que hace. Su manera de ser, su modo de hacer, su forma de
plantarse ante las cosas, su singularidad. Su ethos.

Un maestro me ayuda a buscar aquello que me interesa.

Foucault

Mi maestro fue Michel Foucault. Fue mi profesor, a la vez maestro. El ni sabe quien soy, nunca
supo. Yo lo nombré mi maestro. Me iluminó, por supuesto no para salvación celeste alguna, lo hizo
hacia senderos en los que me esperaban nuevas y fascinantes lecturas. Me abrió caminos, en
donde yo pude sembrar mis propias semillas, no las de él, sino las que yo mismo podía fertilizar
con el tiempo. Él traza nuevas rutas  por lugares inesperados. Marca rupturas donde había
continuidad. Liga cosas que antes estaban separadas. Pone luz en lugares que a nadie le
importaban. Le resta importancia a cosas que todo el mundo sacralizaba. Desde La historia de la
locura, al Orden del discurso, y El uso de los placeres, cada libro suyo propone un plan de trabajo
e incita a nueva e innumerables búsquedas.

Deleuze

Un maestro es Foucault, y el otro es nuestro común amigo, Gilles Deleuze. Maestro. Recordemos
algunos de sus conceptos: imagen del pensamiento. Conectar. Deleuze es la música y Foucault es
la letra de mi partitura filosófica. ¿Por qué Deleuze es la música? Porque se trata de proponer un
ritmo, escuchar una melodía, una forma de conectar, de combinar notas-conceptos. Disyunciones
inclusivas. Síntesis conectivas. Máquinas deseantes. Su enseñanza nos dice que no hay que
temerle a la locura, no hay que temerle al pensamiento disparatado. El pensamiento debe ser
disparatado y al mismo tiempo muy disciplinado –es muy importante combinarlos - . Es necesaria
muchísima disciplina y concentración para que el disparate no sea balbuceo. Y además herida
grave, asunto que le preocupaba a Deleuze que les pedía a sus lectores que no lo malentiendieran.
Daba el alerta, y recomendaba precaución.

“No quiero que se conviertan en trapos”, decía.

Mi primer escrito filosófico fue Deleuze, de una lógica del sentido a una lógica del deseo, y en la
primera referencia que hacía de su pensamiento, escribía esta frase de Deleuze: “ ¿Qué le queda al
pensador abstracto cuando da consejos de sabiduría y distinción? Entonces, ¿hablar siempre de la
herida de Bousquet, del alcoholismo de Fitzgerald y de Lowry, de  la locura de Nietzsche y de
Artaud, permaneciendo en la orilla? ¿Convertirse en el profesional de esas pláticas? ¿Desear tan
sólo que aquellos que fueron golpeados no se dañen en exceso?, ¿confeccionar investigaciones y
números especiales? ¿O bien, ir uno mismo, ver un poco, ser un poco alcohólico, un poco loco, un
poco suicida, lo suficiente para alargar la hendidura, pero con cautela para no profundizarla
irremediablemente? Por donde miremos, todo parece triste.”

Es una cita de La lógica del sentido. Hoy tantos años después rememoramos esta reflexión de
Deleuze, con la ironía que destila un sufrimiento tan duro que llevó a nuestro filósofo al suicidio.
Su terrible padecimiento por falta de aire, por sus destrozados pulmones, no le permitió seguir
contemplando desde la orilla los excesos de sus creadores admirados. Él también tuvo su abismo.

Conexiones. La figura conceptual que enunció Jorge Luna en su reciente exposición: línea de fuga.
Esta es una idea extraordinaria. Línea de fuga es trazar un agujero y una brecha en donde no hay
poros, donde el sistema funciona sin resquicios. ¿Cómo se traza ahí, en el muro, una línea de fuga?
A Deleuze le interesaba la etología, el estudio del  comportamiento de los animales. Es una
disciplina muy importante para el filósofo. Los animales saben algo. ¿Qué es lo que primero en lo
que se fija un animal cuando ingresa a un territorio? Se fija en dónde está la salida. Es lo primero
que hace, fijarse dónde está la salida. Eso es importante, saber por dónde se sale. Ésa es la
libertad. La libertad es saber por donde se sale, y tener siempre una puerta de salida. Eso es una
línea de fuga.

El Sí

Tanto uno como otro –Michel Foucault y Gilles Deleuze– están del lado del SÍ. Antes hablaba del
no, esta vez lo hago del sí. Este sí es una barrera contra la censura. Tiene raíz nietzscheana. Para él
la tragedia no es un lamento melancólico sino una fiesta dionisíaca. Este SÍ se emparenta con la
idea de “vida”. Ya no se trata del cielo platónico. El descenso a la tierra de Nietzsche implica la idea
de vida. No hay vida en el mundo de las Ideas. Tampoco se trata de la figura conceptual de
“cuerpo”, que en la filosofía a veces es un nuevo ropaje en el que se esconde nuevamente el alma.
Un nuevo platonismo que vimos diseñarse en la fenomenología. Un cuerpo que a través del
concepto de lo “vivido” y de la “carne”, no logra tocar piel alguna, y expele humos de una
espiritualidad laica con no menos incienso que los que perfumaban los templos griegos. Vida es
deseo, expansión.

Por el deseo, por la conexión, la potencia, volvemos a darle un lugar a la imaginación. No hablo de
una facultad trascendental ni empírica. No es la noción psicoanalizante de “imaginario” que
resulta del juego de espejos de las identificaciones inconscientes. No es la antípoda de lo
“simbólico”. Esta imaginación creadora tampoco es la homónima de Henry Corbin atribuída a los
misticismos sufis. Más próxima a la estética kantiana, difiere de ella en que no deriva de los
sublime ni de lo inefable, sino que es producción, multiplicación, metamorfosis. Es un efecto de
una intervención literaria en la filosofía. En estas reuniones hablamos de “devenir”, es decir,
conectarse con lo que se está pensando, con lo que ahí va pasando – con el degradado gerundio - .
Olvidarse de que el Otro ya lo pensó todo. Imagínense que con 2500 años de historia de la
filosofía, un aspirante a filósofo que se propone producir un texto, ¿cómo se atreve?, nos interpela
el pater seraficus acodado en el púlpito. El candidato, a la manera del personaje de Kafka en el
relato Ante la ley, se sienta y espera su turno. Hasta que se muere. En veinticinco siglos años de
filosofía está todo dicho, todo escrito. ¿Cómo se traza una línea de fuga ahí, en el saber autorizado
por los padres de la disciplina?

El deseo, Prometeo, el ladrón. Pero para hacer funcionar el deseo que nos haga a su vez funcionar,
hay que llegar a algún hueso, algún alma tendrá que romperse. Eso no viene de arriba, no se
hereda, hay que tocar algún hueso, raspar, perderse un día, y que sangre un poco, si no, no sale-
brota ese deseo. Huir de la adaptación y del “después de todo…no estamos tan mal”. Una vez que
abrimos la ventana, fluye.

Giorgio Colli

Maestro mío fue Giorgio Colli,  un hombre oscuro, anónimo, un especialista para especialistas,
bibliotecario italiano, un filólogo que escribió un libro maravilloso, chiquitito, que se puede poner
en el bolsillo del saco, se llama El nacimiento de la filosofía. Él dice que la filosofía es un género
literario con situaciones imaginarias para  un público indiferenciado. Género literario, escrito: no
hay filósofo que no haya escrito. El filósofo escribe; no es filósofo el que se va a la plaza y se pone
a perorar sobre un banquito. No es filósofo el que va a un café y da consejos sobre la vida. Eso lo
hace cualquier persona que no tenga pudor. El filósofo escribe, y todos los que conocemos han
escrito, sinó, no serían citados en los manuales de historia de la filosofía. Hay una excepción:
Sócrates, personaje de Platón. Género literario. Otros dicen una palabra horrible: la filosofía es un
régimen de escritura. Una de las herencias desagradables que nos ha legado Foucault es este
vocablo “régimen”. Situaciones imaginarias, nos referimos a los diálogos de Platón, con él nace la
filosofía. Son situaciones imaginarias, en casas, en la calle, en plazas, el ágora. Y un público
indiferenciado, es el público del escritor, es el público del cineasta. ¿Quién es el público? No se
tiene la menor idea, salvo que los recursos del marketing agrupen y controlen a una clientela
cautiva . Todo el mundo o nadie, lo que decía Nietzsche, escribía para todos y para nadie. El
público es indiferenciado. Ya se había perdido en esa vieja Atenas, la relación con el público en la
que la “presencia sacerdotal” – una vez más citamos a nuestro filósofo de Sils Maria y Sorrento –
se manifestaba con la voz que enunciaba enigmas, sentencias, aforismos. Colli inicia el viaje griego
al conocimiento con el oráculo y lo termina en la dialéctica escrita en los diálogos platónicos. Lo
comienza en Delfos y lo termina en el Fedro. La escritura será para Platón la tumba del saber. De la
luz, a la “phoné”, y de la voz a la escritura.

Se pierde así el maestro – el último fue Sócrates – y queda la palabra para uso y abuso de
lectores al margen de toda “paideia”. La filosofía es un género escrito una vez que no es posible la
educación del alma.

La Academia de Platón pretenderá suplir esta ausencia del maestro de sabiduría, y constituir una
fraternidad escolar en lugar de las glorias de otrora. El filosofo-escritor Platón, escribe en la
soledad para alguien que no sabe quién es. Por eso la filosofía no es sofía, no es sabiduría, es un
género decadente, material y perecedero como todo lo que pertenece al mundo de los simulacros,
así nos habla Colli, que incluye a la ignorancia en el saber.

Es interesante recorrer la historia de la filosofía con el fin de detenerse en los modos en que los
filósofos imaginaron argucias para llenar el hueco de su falta de saber. Los viajes del alma, la
felicidad, la autonomía, la ataraxia, la conversión, la perfección moral, la beatitud, el saber
absoluto, la contemplación del Bien, el pensar especular, el lenguaje transparente, el fin de las
ideologías, el origen puro, el mismo Dios de los filósofos, metas, fines, ideales, realidades, que
resaltan por contraste la singularidad de la filosofía: idear un mundo en el que la ignorancia sea
fecunda.  

“Sólo sé que nada sé”.

Paul Veyne

Otro a quien considero un gran maestro es el historiador Paul Veyne, el guía de Foucault en cuanto
a los estudios de la antigüedad se refiere. La historia es fundamental. Esta historia que nos están
contando los historiadores ya hace unos años, les exige talento narrativo. No es la historia de los
reyes, ni de las fechas, ni de la causalidad, el determinismo o las totalidades. Es otra historia. Es
una historia flexible. Es una historia donde lo cotidiano, los usos, las formas de vida, las
instituciones, tienen importancia. En donde la construcción de las subjetividades es parte del
acontecimiento histórico.

Paul Veyne  habla de la “intriga” como uno de los componentes de la escritura de la historia.


Resalta así su carácter inacabado, sus puntos suspensivos, el elemento de suspenso y el factor de
la contingencia.
La historia es un relato en el que los historiadores se destacan por su talento en el arte de las
comparaciones. En eso también sobresale Veyne. Una de las trampas de la escritura de la historia
son los anacronismos. Usamos el lenguaje de nuestros días para interpretar sucesos del pasado. Y
el lenguaje no es sólo sintaxis sino semántica, y ésta última no está eximida de un universo de
valores. Nombrar es evaluar, nuevamente Nietzsche.

Las palabras esclavo, hijos, poder, piedad, teatro, no tienen el mismo significado en aquel universo
latino – aquel que describe Veyne - que en el nuestro. Desencadenan otras imágenes y distintas
apreciaciones. Se remiten a fenómenos heterogéneos. El historiador debe tener su facultad de la
observación muy aguda para extraer de los fenómenos presentes un acontecimiento cuya
evaluación sea semejante a la antigua a pesar de la diferencia de contextos. Nosotros no sabemos
aquello que es un esclavo en Roma. Un esclavo es para nosotros un hombre de raza negra
sometido a un trabajo mortal en los cañaverales. Pero en Roma no era así. ¿Cómo nos hace
entender un historiador los anacronismos del lenguaje?

Pensar contra

La historia nos enseña también que no podemos entender a un filósofo si no sabemos contra
quién piensa. Los filósofos no son profetas, no son hombres del desierto que recuerdan a los reyes
la palabra de Dios. Son gente de “polis”,  animales urbanos. Es fundamental distinguir contra
quienes piensan los filósofos. Su dispositivo de contraverdades. No es filósofo si no se es un
disidente. Los que marcaron rupturas en la historia de la filosofía, incluso aquellos que la
permanente reelectura del pasado puede llegar a situar en algunos momentos como pensadores
reactivos, conservadores o de pálido fulgor, tuvieron que ser disidentes. Ya fuera la asamblea
ateniense, el senado romano, las órdenes eclesiásticas, los tribunales de la inquisición, el poder de
las cortes, los comisarios de Partido, los dueños de los medios de comunicación, la corporación
instalada en instituciones culturales, los popes financieros, etc, no hay filósofo que para enunciar
aquello que estima valedero y verdadero no se haya enfrentado con el saber legitimado y
custodiado por autoridades.

Son numerosos los filósofos que vivieron en el exilio. Descartes, Hobbes, Rousseau, yendo de un
lado para otro; Nietzsche, Marx, todos estaban desterritorializados. Como dice Foucault: ¿que es
la filosofía? es una política de la verdad. Y si es una política de la verdad es porque hay un
problema de autoridad, de poder.

Vernant y Detiènne

La escuela de Antropología Política francesa ha producido una revolución en la comprensión del


nacimiento de la filosofía en Grecia. Hasta ese momento los historiadores de la filosofía oscilaban
entre versiones canónicas que se repetían a pesar de la variedad de los autores. La interpretación
iluminista de la filosofía la concebían  como la aurora, la luz, que en medio de las tinieblas del
mito, separa las tinieblas y parirá a la Europa del conocimiento. Los griegos, de acuerdo a esta
visión, son los pioneros de la razón, la base del Renacimiento y de la Ilustración del siglo XVIII, por
la cual Occidente logra su identidad fundamentada en la razón, la libertad y el individuo.

Como reacción a la misma, una versión derivada del romanticismo, reinvindica al mito, el fondo
oscuro y silencioso de la vida de los pueblos, que se encarna en arquetipos, dioses agrícolas, y
otras figuras de un inconsciente colectivo que es la contracara de una razón aristocrática.

El marxismo con la tradicional primacía que le da a los procesos económicos, sostiene que  la
cultura griega está determinada por el modo de producción esclavista, los efectos que introdujo la
monetización de su economía, y las contradicciones entre las ciudades- estados del imperio
marítimo ateniense.

Vernant y Detiene centran la singularidad de la cultura griega en el fenómeno de la Polis. Es ésta la


novedad histórica de una sociedad que diagrama su formas de vida de acuerdo a una geometría
política en la que prima el círculo, la equidistancia respecto de  un centro común, un espacio
público en el que la palabra circula, y una reforma demográfica que disuelve los agrupamientos
clánicos a favor de una distribución territorial basada en municipios, los demos, cuyos
representantes dirimirán en las asambleas los asuntos públicos.

Los sofistas, los retores, los maestros de la palabra, se harán cargo de la educación de una clase
social cuyo ascenso económico torna imprescindible la preparación en el arte de la palabra para
ser empleada en todos los aspectos de una comunidad de pares que deben resolver sus litigios
públicamente.

Desde el diseño de la ciudad, hasta la conformación de las falanges militares, Vernant y Detiene,
dan cuenta de las transformaciones de una sociedad que pasa del sistema palatino a una
democracia urbana, y de la palabra de los profetas, maestros de justicia, reyes y videntes, a otra
que se juega entre sofistas, filósofos y políticos.

El nacimiento de la filosofía es paralelo a la invención de la política.

Biografías, historia, análisis de texto

Es muy difícil entrar a la filosofía a través de un contacto directo y disponerse a leer un texto
elaborado hace siglos con nuestro ojo domesticado por los prejuicios contemporáneos. No se trata
sólo de colmar una curiosidad porque lo más probable es que entendamos lo que ya sabemos y
creemos. Que simplemente reconozcamos nuestras propias evidencias e ignoremos la novedad
que instala el texto. Por eso es muy importante tener un maestro. En eso quizás no estoy de
acuerdo con lo que dijo Jorge Luna. Necesitamos intermediarios. Uno no va a una biblioteca y saca
un libro de Aristóteles, uno de Kant, otro de Hegel, no va a entender absolutamente nada. El
maestro puede ser alguien que uno conoce o puede ser un maestro que haya escrito un libro. Un
cicerone o un Virgilio para leer a Kant.  Necesitamos un guía, y este guía es por lo general un lector
de nuestro tiempo. Nietzsche no me llegó porque llamó a la puerta de mi casa. Vino con Deleuze,
con Foucault, con Bataille. Y después yo descubro un Nietzsche con el que comienzo a tener una
conversación personal.

Estimo que si quisiera proponer un modo didáctico, pedagógico, para entrar en la filosofía,
recomendaría utilizar tres tipos de materiales: biografías, historia, y análisis de texto. La biografía
es fundamental, el género biográfico ha sido revolucionado. Hoy en día ya no consiste en leer un
cúmulo de anécdotas. Los grandes biógrafos de hoy en día son profesores de filosofía con talento
narrativo. ¿Qué mejor introducción al pensamiento de Wittgenstein que leer a Ray Monk? Uno
ingresa a un mundo de  aventuras. Es mentira el dicho semiótico que asevera que no existe el
autor, y que sólo cuenta el signo. Existe la imaginación, y esta necesita de la virtualidad del creador
de esos signos. Es bueno ver una foto de un filósofo, que cara tiene….

La necesidad de un adversario

Cuando digo que todos los filosofos piensan su presente… ¿cual es mi presente? ¿Cómo lo
recorto? Para meterse en él se toma un atajo. No se sobrevuela al presente. Se está “en” él. No
puede ser filósofo aquel que se saltea el presente, aquel que no acepta el desafío de la coyuntura.
Ustedes la tienen aquí en Bolivia, y bastante brava. Nos preguntamos: ¿qué pasa en mi país? ¿qué
pasa en mi ciudad? ¿qué pasa con la gente? ¿qué me pasa a mi con eso que se me presenta? como
podría saltearme eso. ¿para qué voy a ser filósofo? ¿para leer a Platón?

Si voy a leer a Platón es porque es un hombre que tuvo genio para entender su presente, y el
modo en que lo hizo, las conexiones que realizó, aquello que seleccionó y lo que descartó, esa
“eternidad” que sustrajo de lo transitorio, me va a dar elementos y recursos para yo pueda
intervenir en mí presente. El uso que haré de sus escritos prescinde de si estoy de acuerdo o no
con ellos. Estar de acuerdo con un pensamiento es lo menos importante. Al contrario, cuando el
desacuerdo se agudiza más nos nutre. Por eso lo que hay que buscar no es solamente maestros
que admirar, amigos con los que fraternizar, sino adversarios de fuste, antagonismo interesantes.
Porque hay adversarios que la verdad no valen la pena. Pero cuando uno encuentra algunos
buenos que nos irritan, que nos desafían, que nos exigen, son los que nos merecemos.

Los filodoxos

Creo que –aproximándome al final – debo decir algo sobre una noción vinculada a la de presente,
me refiero a la actualidad, la coyuntura, las situaciones en que se vive. La contingencia del día a día
no le permiten a nadie ser un sabio. Nadie es sabio. Los hot considerados sabios de la filosofía
como Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche, son sabios tullidos.

No hay un experto en política, no hay un experto en ética. En nada en lo concerniente al ser


humano tiene  expertos. En el momento en que haya un experto a cargo de nuestras mentes, ya
no habrá más hombres. El día en que la farmacología, la neurología, la ingeniería genética, sean las
carreras principales de una facultad de ciencias sociales, no serán individuos como nosotros los
objetos teóricos de estas disciplinas. La historia de la educación y de los modos de control social,
han fracasado en algún punto. El hombre no ha sido totalmente domesticable. Al ser un animal de
lenguaje, la posibilidad de manipularlo ha tenido un límite. Cuando la química ser haga cargo del
vacío que dejará la lengua, cuando los algoritmos hagan de palabras, Diógenes podrá  deshacerse
del farol que lo auxiliaba de día en su búsqueda de un hombre.

Vuelvo al tema de la actualidad. El mundo de opinión, el de la doxa, a pesar de Platón, es nuestro


mundo. Nosotros los filósofos estamos en el mundo de la Doxa, de lo que cambia todo el tiempo. y
desde ahí tenemos que ver qué es lo que podemos pensar. La anhelada permanencia de las cosas
que buscaban los filósofos de la antigüedad, ha dejado lugar al devenir. Todo cambia. Los
filodoxos, como decía Platón en La República, son los que arriesgan su conocimiento.

 Por supuesto que en el mundo de los medios masivos de comunicación hay un flujo de
información que ha llegado a ser condenado por intoxicante. Pero también disponemos de los
recursos para contra-opinar. Opinión pública: contra-opinar. La Internet es extraordinaria para
eso. Casi todos los diarios del mundo pueden ser consultados, y ya no sólo los tres diarios
nacionales que están en los quioscos. Como gente que se interesa por el pensamiento tenemos
todas las posibilidades de la contra-opinión. La podemos hacer individual o en grupo. Por supuesto
que cuando uno opina, realiza un trabajo, opinar no es decir lo que yo creo, lo que yo pienso, ya
que es una práctica que implica información, observación, decisión. Es un trabajo opinar de
política o sobre cualquier otro asunto. Yo escribo sobre muchos temas: política, televisión, futbol,
filosofía, semanalmente, como columnista. No lo hago desde la sabiduría. Observar, como dije, es
importante. Creer hasta la mitad. La otra mitad  es para pensar. Por supuesto los expertos dicen:
“pero esos son opinólogos”, opinan sobre todo porque no saben nada. Calificativos denigratorios.
“Ese hombre habla de todo, dicen, hasta está hablando de lo que me corresponde a mí que toda
mi vida me he dedicado a profundizar los temas de mi especialidad”, se quejan. Pero eso es la
filosofía, mueve los casilleros, mueve las piezas, borra las fronteras entre las disciplinas, señala la
burocratización del saber, y por supuesto que eso molesta a los custodios disciplinarios.

Abrir y salir

Termino esta charla con este pequeño apunte biográfico. Desde que yo me dediqué a la filosofía
trato de abrir, abrir, abrir. Por eso no me dedique de lleno a la universidad porque es cerrar,
cerrar, cerrar. Y eso es permanente.

Abrir. Entre estas cosas para mí lo más importante es que, si algo dura 27 años, ya es real. Es un
cuerpo presente. Me refiero al Seminario de los Jueves. Lo inicié en el año 84. Ese año entro como
profesor a la Universidad de Buenos Aires. Tengo 36 años. Había estudiado en Francia. Me toca
enseñar una materia de Introducción a la Filosofía en la Facultad de Psicología para unos 3000
alumnos. Debo armar una cátedra en un mes. Nombrar ayudantes, unos cincuenta docentes. Yo
no pedía un currículum a los candidatos a la enseñanza universitaria. En un mes y medio logré
conformar una cátedra, un grupo de trabajadores docentes. La única condición para ingresar fue el
compromiso con el estudio. Para cumplir con tal objetivo debíamos reunirnos todos los jueves
para estudiar juntos. Esa estructura se mantuvo unos 8-9 años. Después en el año 94-95 le digo a
la gente que nos vamos a abrir. Quiero que entre otra gente. ¿Y que gente? –me preguntaron. Y
no sé –respondía– como los encontré a ustedes voy a encontrar a otros. Quienes llegaron al
Seminario lo hicieron por encuentros debidos al azar. Para que el azar cuente se debe estar a la
intemperie. Ahora somos cincuenta miembros. La mitad hace docencia y la otra no. Los miembros
ejercen los más variados oficios terrestres. El más joven tiene 19 años y el más viejo 84.
Comenzamos de las 20.30hs hasta las 22hs, cada año un tema. Del tema anual cada uno de
nosotros se hace cargo de una conferencia de una hora y cuarto. Luego un debate de una media
hora. Es un banquete. No hay dinero de por medio, y el único requisito es traer una botella de vino
u otra bebida espirituosa de vez en cuando. Todo eso se hace en un ambiente de mucho trabajo y
disciplina. Y después como hacia Platon en El Banquete, se nos suelta la lengua. Por supuesto que
no todos beben, todos los ascetismos son bienvenidos, algunas traen sus gaseosas, papas fritas,
salamines. Hemos escrito y publicado cinco libros que se venden en las librerías comerciales.
Jamás hemos hecho leer nuestros trabajos a un público cautivo de las universidades.  Decidí hace
un mes un nuevo cambio. Las reuniones los últimos quince años se hacían en mi estudio, mi lugar
de trabajo. Ahora comenzamos otra etapa.

Inauguraremos el nuevo ciclo en un teatro conocido de nuestra ciudad los mismos días a la misma
hora. Nuestro grupo de estudio se abre al público. El público invitado a cada una de nuestras
reuniones nos verá estudiar y podrá participar del debate de la última media hora.

Cuando la gente se acomoda en sus prestigios, en su nombre, cuando disfruta de la monotonía y la


rutina de relaciones que se hacen familiares, es necesario cambiar. Salir. Desear y salir es lo
mismo. Entonces vamos a reiniciar el ciclo que va a concentrarse en la obra de Platón. Son 29
diálogos más o menos. Los distribuimos, nos ponemos en escena, ahí en el teatro y trabajamos,
estudiamos. El público ingresa gratis. No somos sabios, vamos a aprender, a hacer nuestro ritual
de estudiar como siempre lo hemos hecho

¿Por qué se hace esto? Para abrir. El seminario necesita nueva gente. Y si uno del público viene
todos los días -  la asistencia es fundamental - interviene, se interesa, pues entonces después de
un año en la platea, va a pasar al escenario y tendrá la posibilidad de preparar la conferencia sobre
el tema anual. Pero esta experiencia desconocida para mí, e inédita por lo que sé, empieza en
octubre. Es algo nuevo como fenómeno teatral y nuevo también como trasmisión de la filosofía.
Seguramente conoceremos todo tipo de gente, curiosos, locos, turistas, pero a la mejor va a
aparecer uno con deseo de aprender filosofía, y nos va a vivificar.

PREGUNTAS DE LOS OYENTES.


a) Sobre la falta de pensadores

¿Por qué dice que hoy no hay pensadores? Pensadores hay, los hemos escuchado aquí. Quien dice
que no hay pensadores, creo que confunde pensadores con profetas. Ya no caben los profetas. Un
pensador no es aquel que le habla a la humanidad. Un pensador habla acá, y hace resonancia allá
y después se conecta acullá. No hay profetas, no hay grandes sabios. Hacemos lo que podemos, y
después conectamos. Y se producen cosas, que finalmente lo importante es producir cosas, textos,
palabras, ideas.

b) Sobre un pedido de sintetizar la novedad del pensamiento de Gilles Deleuze

No se puede resumir a ningún filósofo. Menos puede decir algo seductor para despejar sus
sospechas sobre una obra tan vasta. ¿Cómo hago para resumir a Platón? Los filósofos son
compositores de ideas. A mi no me gusta la palabra concepto, me encanta la palabra idea. Deleuze
es un filósofo difícil, como todos. Ahora ¿a quién le puede gustar Deleuze? ¿Por qué Deleuze les
gusta más a los artistas que a los filósofos  a pesar de ser un erudito en la historia de la filosofía?
Uno puede estudiar historia de la filosofía con la lectura de Diferencia y Repetición. La lógica del
sentido, todavía espera nuevos y mejores lectores para producir nuevos acontecimientos en la
práctica de la filosofía.  El Antiedipo, etc. Ahora, yo se lo que él me dió a mí. Deleuze es un filósofo
que nos ayuda a salir de la historia de la filosofía, porque veía los manuales como un secante
esterilizante. Hay que salir de la historia de la filosofía. Usar la filosofía para conectarse con otros
mundos, la literatura, la pintura, la política.

c) Acerca de la duda

No hay que pensar que la duda deriva de una actitud de permanente vacilación. Eso es  lo que
caracteriza al pusilánime. La duda exige una decisión. Dudar no es estar todo el tiempo dudando.
Dudar es tomar decisiones. Alguien que trabaja en el campo del pensamiento toma todo el tiempo
decisiones. Pero esas decisiones no están basadas en un plan prefijado. No están basadas en algo
trascendental, ni en un programa que nos viene impuesto. Son decisiones que hay que tomar.
Porque se duda. No se duda para seguir dudando. Se duda para afirmar, y hay que tomar
decisiones. Entonces cuando uno toma decisiones no sabe si fue pertinente esa decisión, pero
sabe y siente que no hay otra,  y su logro se verá en el resultado. Pero sabe que al tomar una
decisión ha tomado un pedazo de universo. Y ha renunciado a tragarse el universo entero. Y esa es
una de las cosas que hay que hacer. Renunciar a comprenderlo todo. Porque el que quiere
comprender todo no va a hacer nunca nada.

                                                              Tomás Abraham

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