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Historia General VI

Trabajos Prácticos
Profesor Germán Acosta

Clase 3
Furet, Francois: El pasado de una ilusión, México, FCE, 1995. Cap 1: "La pasión revolucionaria", pp.
15-45.

¿A qué se refiere el autor con la idea de “Pasión revolucionaria”?

¿Cómo define a la idea comunista en el siglo XX?

¿Cuál es el paralelo que traza entre fascismo y comunismo?

¿Cómo ve a la burguesía en el largo plazo?

¿Como aparece el concepto de democracia?

¿Qué reflexión pueden hacer sobre la idea que tiene sobre la burguesía?

¿Cómo aparecen la Revolución Rusa y la Revolución Francesa?

¿Cuál es el dilema del burgués para Furet?


Las cuestiones principales que trata Furet en este capítulo, son las cuestiones de paralelismo entre fascismo
y comunismo, el papel de la burguesía durante el siglo XX, y la interpretación que se da de democracia
según el autor entre otros.

A parte de esto lo que trata de comprender en este ensayo es el papel que han desempeñado las pasiones
ideológicas, y más especialmente la pasión comunista, pues este rasgo diferencia al siglo XX del XIX. No
obstante, antes del siglo XX no hubo ningún gobierno ni régimen ideológico. Entonces podemos interpretar
a las pasiones revolucionarias como las ideologías que tomaron poder durante el siglo XX, como el
comunismo o el fascismo, para poder explicar el título del capítulo “La idea de pasión revolucionaria”. En
ese caso, Hitler por una parte y Lenin por la otra fundaron regímenes que antes de ellos eran desconocidos.

Estos regímenes cuyas ideologías no solo suscitaron el interés sino el entusiasmo de una parte de la Europa
de posguerra, y no solo entre las masas populares, sino en las clases cultivadas también podemos plantear
que este nuevo énfasis revolucionario que permite el ingreso de las masas a la política, es decir el ingreso de
las masas a la política moderna que surge bajo la forma de una novedad revolucionaria. Dentro de estos
regímenes el autor hace énfasis en las similitudes entre comunismo y fascismo, el primero definido como la
superación del capitalismo dando inicio con la revolución proletaria, que busca eliminar las desigualdades, y
estableciendo la igualdad de derechos.

Uno de los principales paralelos entre fascismo y comunismo es el odio a la burguesía de parte de las dos,
La burguesía bajo sus diferentes nombres, constituye para Lenin y para Hitler el chivo expiatorio de las
desdichas del mundo. Encarna al capitalismo, precursor, según uno, del imperialismo y el fascismo, y según
el otro, del comunismo, origen para ambos de lo que detestan. Lo que hace incomparable un análisis
comparado de ellos no solo es su fecha de nacimiento y su carácter, a la vez simultáneo y meteórico, en la
escala de la historia, sino también su dependencia mutua. El fascismo nació como reacción anticomunista. El
comunismo prolongó su atractivo gracias al antifascismo. La guerra los enfrentó, pero solo después de
haberlos asociado.

Anticapitalismo, revolución, partido, dictadura del partido en nombre del pueblo: los mismos temas que se
encuentran en el discurso fascista y comunista. La diferencia está naturalmente en que los dos discursos no
tienen la misma ascendencia intelectual.

El atractivo principal del marxismo-leninismo se encuentra, en su universalismo, que lo emparenta con la


familia de las ideas democráticas, con el sentimiento de igualdad de los hombres como resorte psicológico
principal. El fascismo, para quebrantar el individualismo burgués, solo apela a fracciones de humanidad: la
nación o la raza. Uno toma lo universal siendo el leninismo y el fascismo levanta la idea de nación o de raza.

Una de ellas es una patología de lo universal, y la otra una patología de lo nacional. No obstante, ambas
dominaron la historia del siglo. Tomando cuerpo en el curso de los acontecimientos que contribuirían a
formar sus efectos se irán agravando al fanatizarse sus partidarios: la prueba del poder, multiplicará sus
atrocidades y sus crímenes. Stalin exterminará a millones de hombres en nombre de la lucha contra la
burguesía y Hitler a millones de judíos en nombre de la pureza de la raza aria. Existe un misterio del mal en
la dinámica de las ideas políticas del siglo XX.

Con respecto a la burguesía es el otro nombre de la sociedad moderna. Designa a la clase de hombres que,
con su libre actividad, han destruido progresivamente la antigua sociedad aristocrática. Ya no es definible en
términos políticos, como el ciudadano antiguo o el señor feudal. Ahora bien, la burguesía ya no tiene un
lugar que le sea atribuido en el orden de lo político, es decir, de la comunidad. Se basa por entero en la
economía, categoría que por cierto ha inventado al nacer ella misma. No tiene más que un frágil derecho al
dominio de la riqueza.

¿Qué tipo de sociedad propone esta burguesía? Una sociedad que solo ponga en común lo mínimo para
vivir, ya que su principal deber es garantizar a sus miembros el libre ejercicio de sus actividades privadas y
el goce asegurado de lo que han adquirido. Lo demás es cosa de cada quien: los asociados pueden tener la
religión que escojan, sus propias ideas del bien y del mal, son libres de buscar sus placeres así como los
fines particulares que asignen a sus existencias, siempre que respeten las condiciones del contrato mínimo
que los liga a sus conciudadanos. De este modo, la sociedad burguesa se deslinda por definición de la idea
del bien común. El burgués es un individuo separado de sus semejantes encerrado en sus intereses y en sus
bienes. Es necesario además que la idea de igualdad-universalidad de los hombres, que esgrime como
fundamento y que constituye su novedad, se vea constantemente negada por la desigualdad de las
propiedades y de las riquezas producida por la competencia entre sus miembros. No deja de producir
desigualdad- mayor desigualdad material que ninguna otra sociedad conocida- mientras proclama la
igualdad como derecho imprescriptible del hombre. En las sociedades anteriores la desigualdad tenía una
condición legítima, inscrita en la naturaleza, la tradición o la providencia. En la sociedad burguesa, la
desigualdad es una idea que circula de contrabando, contradictoria con la manera en que los hombres se
imaginan a sí mismos, sin embargo, esta por doquier en la situación que viven y en las pasiones que
alimenta ella.

El burgués moderno no es, como el ciudadano antiguo, un hombre inseparable de su patria chica. Es rico,
pero su dinero no le señala ningún lugar en la comunidad. Es decir la ideología burguesa detenta en la
práctica y su afán por obtención de riqueza, una arraigada individualidad.

En suma, todo lo que el burgués invento se ha vuelto contra él. Se elevó mediante el dinero, lo que le
permitió disolver desde el interior el “rango” aristocrático, pero este instrumento de la igualdad lo ha
transformado en aristócrata de un tipo nuevo, aún más cautivo de su riqueza de lo que estaba el noble
respecto de su cuna. Llevo a la fuente bautismal los Derechos del Hombre, pero la libertad lo espanta y la
igualdad todavía más. Fue el padre de la democracia, en virtud de la cual todo hombre es igual a todos los
demás hombres, y está asociado a todos en la construcción de lo social y por la cual cada uno, el obedecer a
la ley, solo se obedece a sí mismo. Pero la democracia ha revelado al mismo tiempo la fragilidad de sus
gobiernos y la amenaza del número, es decir, de los pobres: y así lo vemos más reticente que nunca ante los
principios de 1789, pese a que gracias a ellos hizo su entrada triunfal en la historia.

Si el burgués es el hombre que renegó, es porque era el hombre de la mentira. Lejos de encarnar lo
universal, solo tiene una obsesión: sus intereses, y solo un símbolo: el dinero.

Con respecto a esta supuesta democracia, que en realidad parece detentar solo capitalismo, El siglo aun no
es democrático, aunque las ideas de la democracia lo recorran de principio a fin, aún no es democrático,
pues las masas populares solo desempeñan un papel menor y restringido con respecto a las elites.

Junto a estos ideales democráticos regresa la idea revolucionaria, fuerte en toda Europa continental gracias
al precedente francés. Cierto es que el ejemplo de 1789 y de los jacobinos alimento, sobre todo en el siglo
XIX, el movimiento de las nacionalidades y que, de la tensión entre lo universal y lo particular que marca a
toda la Revolución Francesa, los revolucionarios. La Revolución Francesa siempre vivió desgarrada entre su
ambición universal y su particularidad nacional. La Revolución rusa en sus comienzos creyó haber superado
este obstáculo en virtud de su carácter proletario y gracias a su difusión a través de Europa. Pero una vez de
vuelta en el interior de las fronteras del antiguo Imperio de los zares cayó víctima de una contradicción
mucho más manifiesta que la que desgarro a la aventura francesa de finales del siglo XVIII. Quiso ser más
universal que 1789, verdaderamente universal, porque era proletaria y ya no burguesa
La grandeza incomparable de la Revolución francesa consiste en haber ilustrado, junto con el nacimiento
de la democracia en Europa, las tensiones y las pasiones contradictorias ligadas a esta condición inédita del
hombre social. El acontecimiento fue tan poderoso y tan rico que la política europea vivió de él durante casi
un siglo. Pero el imaginario colectivo de los pueblos la prolongó durante mucho más tiempo: pues lo que la
Revolución francesa inventó es, más que una nueva sociedad fundada sobre la igualdad civil y el gobierno
representativo, una modalidad privilegiada del cambio, una idea de la voluntad humana, una concepción
mesiánica de la política. Al mismo tiempo, que le da su seducción a la idea revolucionaria después de la
guerra de 1914 debe separarse de lo que, en materia de cambio histórico, pudieron realizar los franceses de
finales del siglo XVIII, pues los bolcheviques quisieron destruir la sociedad burguesa, y los fascistas quieren
borrar los principios de 1789. Pero unos y otros siguen siendo fanáticos de la cultura revolucionaria:
hombres que divinizaron la política para no tener que despreciarla.

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