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el trabajo intenso que mis estudiantes de doctorado han venido realizando durante los cuatro

últimos años. ¡Una lástima!

En definitiva el confinamiento se ha traducido en jornadas laborales de más de diez horas


sentado frente a la pantalla, teniendo que utilizar hasta quince tecnologías diferentes en
función de la tarea. En mi caso concreto me considero no solo un nerd de la tecnología, sino
que una parte importante de mi vida professional la he dedicado a investigar en tecnología
educativa. Dicho esto, las nuevas herramientas de comunicación no me asustan. De hecho me
gustan y estoy formado para sacarles el máximo partido en lo que a docencia e investigación
se refiere.

No obstante, estoy viendo atónito la respuesta que las instituciones de educación superior de
prácticamente todo el mundo vienen dando a la crisis global del Covid-19. Tanto las más
progresistas como las conservadoras, y las "medio-pensionistas," se han lanzado en tromba a
ofrecer el 100% de sus cursos de manera online, en una suerte de pedagogía kamikaze de la
compulsión.

Los seres humanos reaccionamos de manera compulsiva cuando sentimos un impulso fuerte e
irresistible para realizar algo, aunque sea absolutamente irracional. Esto es exactamente lo que
está sucediendo. Universidades en las que la tecnología más puntera que se venía empleando
era el correo electrónico, piden ahora a sus docentes y estudiantes que realizen una transición
inmediata a la enseñanza y el aprendizaje online. ¿De verdad que le vamos a pedir a ese
docente que tiene problemas para reproducir un video de Youtube en una clase presencial
usando un proyector, que “imparta” su asignatura virtualmente? ¿En serio?

Hay instituciones de educación superior que vienen trabajando en la virtualización parcial o


total de su docencia desde hace más de una década. Para ello han formado de manera
paulatina pero constante, y con cierto rigor a su profesorado. También han creado equipos
multidisciplinares para apoyar el diseño didáctico-pedagógico de cursos online de calidad.
Igualmente han realizado inversiones millonarias en desarrollar y adaptar tecnologías y
plataformas que permitan desarrollar procesos formativos online con garantías. Si estas
instituciones están sufriendo el impacto inesperado de la pandemia, imagínense cómo lo
estará pasando el profesorado de instituciones ancladas en las pedagogías del siglo XIX. Aún
así, la respuesta ha sido unánime: ¡Impartamos toda la docencia online para que nuestros
estudiantes no “pierdan” un año/semestre! Esta es a todas luces una estrategia kamikaze que
va a traer consecuencias mucho peores para las instituciones de educación superior, que la
mal llamada pérdida de un año académico:

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• La docencia online no consiste en reproducir los patrones de la docencia presencial.
Enseñar y aprender online requieren de procesos de diseño, individualización e
implementación diferenciados. Para enseñar online, hay que estar formado. Por tanto,
la transición online forzosa de asignaturas concebidas para ser impartidas de manera
presencial, no se puede denominar “formación online.” De hecho, la escasa calidad de
las mismas (como no puede ser de otra manera) va a repercutir muy poco en la
formación de nuestros estudiantes, y mucho en su continuidad en las instituciones. Si
esto es todo lo que la universidad puede ofrecerme, ¿para qué seguir?

Parece que las instituciones prefieren fingir normalidad ofreciendo una formación de
muy dudosa calidad, antes que parar máquinas un semestre. Estrategia kamikaze #1.

• El profesorado universitario está siendo sometido a una presión infinita para


“normalizar” una situación difícilmente normalizable. Las consecuencias que va generar
el estrés que están experimentando para virtualizar sus, llegarán una vez se haya
superado la fase de confinamiento. Es muy posible que entonces nos encontremos con
docentes exhaustos, descorazonados, y en muchos casos quemados. Intentar
normalizar la situación actual por cualquier medio, no hará sino alargar las
consecuencias negativas que esta crisis está teniendo en las instituciones de
educación superior. ¡Sin docentes no hay Universidad! Estrategia kamikaze #2.

• Los estudiantes matriculados en instituciones tradicionales donde un porcentaje muy


elevado de la docencia es presencial, no están preparados para auto-regularse en un
escenario de aprendizaje online que no han elegido, y para el que nadie les ha
preparado. En la docencia presencial tradicional, el docente asume un porcentaje muy
elevado de las tareas involucradas en el proceso (i.e. diseñar y preparar las asignaturas,
impartir 3-4 horas de docencia semanal, etc) mientras que en la docencia virtual la
corresponsabilidad entre docente y discente es mucho mayor. El docente deja hecho
un 80% de su trabajo antes de comenzar el primer día de clase, y depende de las
habilidades de autoregulación de sus estudiantes para que el aprendizaje tenga lugar.
El papel del alumnado es por tanto, mucho más activo. Cuando pedimos a nuestros
estudiantes que participen en asignaturas que no han sido pensadas para un formato
online, les estamos obligando a aprender sobre la marcha cómo gestionarlas. ¿Alguna
vez se han planteado lo extremadamente demandante que es para un estudiante tomar
un curso online? Pues imaginen ahora lo que supone tomar 5 o 6 asignaturas a la vez,
que además presenten problemas de diseño. Obligar a que nuestro alumnado participe
ahora en asignaturas de baja calidad, tendrá seguramente un impacto negativo en las
matriculaciones de semestres venideros. Estrategia kamikaze #3.

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• Las universidades se han lanzado al abismo de la virtualización de la docencia
ofreciendo infraestructuras precarias y en muchas ocasiones dependientes de terceros,
que no se han probado lo suficiente, que son caras, y para las que no se ha formado
apropiadamente al profesorado. Los que carecen de una preparación adecuada en
docencia online están optando por la realización de sesiones síncronas que les
permitan replicar las horas de clase presencial que vertebraban su docencia
anteriormente. Cualquiera que disponga de un mínima experiencia impartiendo cursos
online sabe de los inconvenientes que las sesiones síncronas apoyadas en video-
conferencia tienen. De hecho, la flexibilidad que ofrece el aprendizaje online se va al
garete cuando exigimos a nuestros estudiantes que asistan a un sesión síncrona. La
tormemta perfecta ocurre cuando a ello le añadimos los problemas de infraestructura
tecnológica que muchas universidades están teniendo para proveer este servicio.
Intentar reproducir la docencia presencial en tiempos de crisis es un error que está
teniendo consecuencias económicas innecesarias, además de no contribuir a la calidad
de la formación de nuestros estudiantes. Estrategia kamikaze #4.

A las cuatro estrategias kamikaze anteriores se unen otras muchas derivadas por ejemplo,
de la falta de sensibilidad y justicia social que la virtualización forzosa de la docencia tiene
entre el profesorado y alumnado que se encuentra en situaciones desfavorecidas. Por
ejemplo, se ha venido hablando en los medios del impacto que estas medidas tendrán en
el alumnado que carece de acceso a internet, o incluso de ordenador. Tal y como sucede
en investigación, las medidas de virtualización forzosa potenciarán sin duda, el llamado
“efecto Mateo.” Los que más tienen tendrán un mejor acceso y posibilidades de éxito en la
crisis, mientras que los que menos tienen, tendrán aún menos. Las medidas de
virtualización que la mayoría de universidades han implementado, legitiman el efecto
anterior dejando a su suerte una vez más, a los que más lo necesitan.

Y ¿qué me dicen de los docentes que tienen que dar clase, investigar y participar en
reuniones mientras cuidan de sus hijos e hijas en casa? ¿Y las madres y padres solteras o
con sus parejas hospitalizadas? No puedo ni imaginarlo…

Pero ¿qué podemos hacer para aliviar los efectos que estas medidas están teniendo en el
alumnado y el profesorado? Mi propuesta es sencilla:

-Aplicar el sentido común y no tratar de normalizar una situación completamente anómala


en la que nuestros familiares, amigos y vecinos se están yendo por centenares.

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-Asumámoslo, “perder” un semestre académico no es algo tan nefasto si tenemos en
cuenta la situación actual de pandemia.

-Si las universidades siguen adelante en su empeño de terminar el semetre/año a toda


costa, tendremos que confiar en el buen hacer de nuestros docentes. Confiemos en que
cuidarán al alumnado como se merece, y que harán lo posible porque tengan acceso a los
recursos necesarios para aprender lo que se pueda. Sí, ¡lo que se pueda! No lo que los
programas de las asignaturas prometieron al comienzo de curso. Tenemos que guiarnos
por una pedagogía de la necesidad más que por una de la compulsión.

-Cuidemos de nuestros compañeros/as y no les demos trabajo extra innecesario (i.e.


reuniones que se podrían solucionar con un email; uso de multiples tecnologías que no
dominamos, etc).

-Cuidemos de nuestro alumnado y preocupémonos por su estado de salud, por cómo


están llevando la situación más que por lo que han memorizado de la sección cuarta del
video tercero, de la asignatura 2. Brindar apoyo moral es más relevante ahora que dar
apoyo académico.

-Tratemos de concluir nuestras asignaturas prestando especial atención a los que peor lo
están pasando, haya o no evaluaciones finales. De verdad. No es importante.

Dentro de unos años, cuando miremos atrás recordaremos cómo nos sentimos durante la
pandemia. Es posible que revivamos los miedos de perder a nuestros seres queridos, y la
profunda incertidumbre que nos encogió los corazones. Nadie se acordará de las
asignaturas que tomamos o impartimos en ese año 2020 maldito. Eso se lo aseguro.

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