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EL PEQUEÑO JUGUETE

Es un juguete muy bello... dice el padre. ...Entonces llevemos ese... replica la


madre. ...¡Ah! ¿Puedes sentirlo?.... Catarsis colectiva. Se siente en el aire, ese
espíritu navideño que impregna todo. El cariño implica escoger un regalo para el
ser querido. ...El rojo o el azul ¿Qué opinas?... se escuchaba por allí. ...Estoy
seguro que le gustará... pensaba alguien por allá. -El espíritu navideño que se
interna en cada recoveco del alma, trascendiéndolo, clavándose y extraviándose,
elevándose y extraviándose en el éter. Es víspera de Navidad y, al menos hoy,
toda la amargura y la sempiterna soledad se ahogan en esta tempestad de
esperanza y regocijo.
Con los regalos bajo el brazo los padres llegan al hogar y los esconden
prudentemente. A continuación, silenciosa y casi imperceptiblemente llega la
Nochebuena y todos sus detalles: la cena con los niños, la plegaria ante el
pesebre con aquel hermoso niño Jesús de yeso mirando de soslayo y casi con
curiosidad a la familia, los abrazos y el dulce beso de la madre en la frente de los
hijos. Pero ahora los niños deben ir a dormir pues los regalos llegarán mañana
temprano.
Una vez solos, el padre enciende la vieja vitrola y el Ave María de Schubert flota
por toda la habitación, todo es tranquilidad en la pequeña casa. La madre coloca
los regalos sobre la mesa y cariñosamente comienza a envolverlos.
El pequeño juguete se enternece por el cariño con que el padre y la madre lo
colocan en la cajita, observa la felicidad en sus rostros y se conmueve, pues
imagina la sorpresa del niño al abrir la caja, la sonrisa en su carita y el fuerte
abrazo que el pequeño le dará, por eso el juguete se conmueve y no puede evitar
que se le escape una diminuta lágrima de felicidad.
La cajita es envuelta en un lindo papel de colores y coronada por un bellísimo
moño rojo. Los padres acomodan los regalos al pie del árbol y la cajita es
colocada cerca del pesebre, el Niño Jesús sonríe al pequeño juguete y le guiña
jubiloso.
Todo se pone oscuro, tan solo las juguetonas lucecitas del árbol iluminan la
habitación. El pequeño juguete espera ansioso la hora en que el niño baje las
escaleras y abra la caja. Tan solo es cuestión de algunas horas más-piensa- La
risa, la felicidad, el abrazo, piensa en todo eso y no deja de sentirse gozoso y, casi
sin darse cuenta, derrama otra lagrimita.
Al cabo de algunas horas, el sol juguetea en el alféizar de la ventana, ilumina la
habitación, haciendo brillar aún más los adornos del árbol de navidad. Tan sólo
unos minutos más ˆ se dice a si mismo el pequeño juguete-.
Y de pronto, oye unas pisadas ligeras que apresuradamente bajan las escaleras,
los gritos de los niños le estremecen de felicidad.
Uno a uno los niños toman y abren sus regalos y miran impacientes su contenido.
El momento del pequeño juguete ha llegado, siente las ansiosas manitas que
toman la caja, deshaciéndose desesperadamente del moño y del papel. El
momento casi ha llegado: la risa, la felicidad, el abrazo...
El niño abre la caja, saca el juguete, lo mira con atención, más en su rostro hay
disgusto- ¡Esto no es lo que yo quería!- grita irritado, arrojando violentamente al
pequeño juguete contra la pared. Este se parte al estrellarse en el suelo. El
berrinche caprichoso y estridente del niño, quien se tira al piso y patalea
encolerizado, rompe la armonía navideña.
Afuera miles y miles de niños esperan algún pequeño juguete, pero no está a su
alcance, su sollozo se confunde con los villancicos, con las risas de los niños que
juegan y meciéndose con el viento se extravía para siempre.

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