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El naturalista francés Alcide Dessaline d’Orbigny en

la visión de los bolivianos


René D. Arze Aguirre (dir.)

DOI: 10.4000/books.ifea.3851
Editor: Institut français d’études andines, Plural editores
Año de edición: 2002
Publicación en OpenEdition Books: 2 junio 2015
Colección: Travaux de l'IFEA
ISBN electrónico: 9782821844728

http://books.openedition.org

Edición impresa
ISBN: 9789990564341
Número de páginas: 402
 

Referencia electrónica
ARZE AGUIRRE, René D. (dir.). El naturalista francés Alcide Dessaline d’Orbigny en la visión de los
bolivianos. Nueva edición [en línea]. Lima: Institut français d’études andines, 2002 (generado el 30
mars 2020). Disponible en Internet: <http://books.openedition.org/ifea/3851>. ISBN: 9782821844728.
DOI: https://doi.org/10.4000/books.ifea.3851.

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© Institut français d’études andines, 2002


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1

No obstante la precaria difusión que en nuestro medio han tenido y todavía tienen los clásicos
libros de Alcide d'Orbigny sobre sus viajes a la América meridional, en Bolivia podemos aseverar,
con grata sorpresa, que los escritos del sabio naturalista francés dedicados a nuestro país, han
sido y son leídos, estudiados y analizados en diversos ensayos publicados, desde el siglo XIX hasta
la fecha, por un selecto grupo de científicos, intelectuales y artistas bolivianos. Este estrecho
contacto con la obra del naruralista francés, es, a todas luces, el mejor homenaje que Bolivia le ha
rendido a Alcide d'Orbigny. Una prueba que respalda esta aserción es precisamente el libro que él
lector tiene en sus manos y que hoy tenemos la satisfacción de presentar como un homenaje al
bicentenario del nacimiento del insigne naturalista, cuya fecunda y vasta obra realizada en
nuestro territorio entre los años 1830 y 1833, fue plasmada con óptimos resultados, tras su
retorno a Francia (1834), en su monumental obra Viajes a la América Meridional (1835-1847, 9
tomos en 11 volúmenes) y en otros escritos de particular trascendencia para el país, como son,
entre otros, El Hombre Americano (1839) y Descripción geográfica, histórica y estadística de Bolivia
(1845).

RENÉ D. ARZE AGUIRRE


Cursó estudios superiores en la Universidad Mayor de San Andrés de su ciudad natal, La
Paz, graduándose como Licenciado en Historia. Posteriormente realizó estudios
especializados en ciencias de la información en la Universidad Nacional de Córdoba
(Argentina) y en la Biblioteca Nacional de España en Madrid.
Ejerció la docencia en varias universidades del país y actualmente en la Universidad de
la Cordillera. Fue durante varios años Director de la Carrera de Historia en la
Universidad Mayor de San Andrés y Director de la Biblioteca Central de la misma casa
superior de estudios, donde también ejerció las labores de la Sub-dirección del Archivo
de la Paz. Trabajó junto al Dr. Gunnar Mendoza en la Sub-Dirección del Archivo y la
Biblioteca Nacional de Bolivia, institución de la que luego fue Director.
Ha sido invitado a dictar cursos y conferencias en universidades e instituciones
extranjeras, particularmente en Estados Unidos, España, Francia, Venezuela, Colombia,
Perú, Paraguay y Ecuador, en los temas de historia de Bolivia e historia andina. Fue
invitado, en calidad de profesor visitante a la Biblioteca del Congreso y al Archivo
Nacional de los Estados Unidos. Es miembro de número de la Academia Boliviana de
Historia, miembro correspondiente de las Academias de Historia de España, Argentina,
Perú, Venezuela y Puerto Rico.
Es miembro de la Sociedad Peruana de Archivistas, de la Sociedad Boliviana de Historia
y de la Sociedad Geográfica de Sucre. Por su obra historiográfica relativa a la
independencia de Bolivia, ha sido premiado por la Organización de Estados Americanos
(OEA).
Ha publicado varios libros y artículos en Bolivia, Europa y América Latina sobre temas
de historia de Bolivia, fuentes documentales y bibliográficas del país y de América.
En 1998 fue distinguido por el Gobierno de Francia en el Orden de Caballero de las Artes
y las Letras.
2

ÍNDICE

Agradecimientos

Los autores

Prólogo
René D. Arze Aguirre
Alcide d'Orbigny en Bolivia
El retorno a Francia
La contribución de Alcide d'Orbigny al desarrollo de las ciencias en Bolivia
D'Orbigny, artista, poeta y escritor
¿Un clásico olvidado?

La obra del célebre naturalista Alcide d’Orbigny en los ensayos críticos de la Biblioteca
Boliviana
Gabriel René-Moreno

Mr. Alcide d'Orbigny


Belisario Díaz Romero

Bolivia y el paisaje vistos desde la ruta de d'Orbigny


Vicente Terán Erquiza
En el macizo de los Yungas
Entre los macizos del Tunari
El vuelo hacia el oriente

Alcide d'Orbigny: sabio, poeta y explorador


Fabián Vaca Chávez

Alcide d'Orbigny: sabio y artista


Fernando Diez de Medina

El viajero francés Alcide d'Orbigny


Jorge A. Ovando Sanz
I. El redescubrimiento de la composición nacional de Bolivia
II. Algunas aclaraciones teóricas y una división provisional

El naturalista Alcide Dessalines d’Orbigny


Martín Cárdenas

Un francés errante en Bolivia


Guillermo Céspedes Rivera

Alcide d'Orbigny, el grande


Manuel Frontaura Argandoña

Alcide d'Orbigny: estudios sobre la geología de Bolivia


Julio Díaz Arguedas
1. Superficie del Altiplano
2. Travesía por la Meseta Occidental de La Paz
3. De La Paz a la cima de la Cordillera Oriental
4. Excursión al Norte de La Paz
5. De La Paz a Oruro
6. Travesía de la altiplanicie de Oruro a la Cordillera Occidental
7. De Oruro a Potosí
8. Resumen de la Gran Altiplanicie Boliviana
9. Descripción geológica de la vertiente oriental de la Cordillera
10. Descripción de las llanuras y cerros situados al Noreste y Este de la Cordillera
3

D'Orbigny en Bolivia
Gunnar Mendoza
Introducción

La influencia de Alcide d'Orbigny sobre Melchor María Mercado en la creación artística y en


su obra de naturalista, museólogo, explorador...
Gunnar Mendoza
1. [Durante el arribo de Alcide d'Orbigny a la ciudad de Sucre en diciembre de 1832 y su
permanencia en ella hasta marzo de 1833:] Melchor María, adolescente, no pudo dejar de
impresionarse... ante el viajero francés
2. Influencias: D'Orbigny era la encarnación total de lo que Melchor María soñaba ser y hacer
3. La primera influencia fue, como anticipamos ya, por parte del naturalista y viajero francés Alcide
d'Orbigny
4. A partir de entonces tuvo que afirmarse en nuestro artista la voluntad de salir adelante con su
vocación
5. Miscelánea de actividades
6. [Hacia mediados del siglo XIX (1846), Melchor María recibe un nuevo acicate por parte de
d'Orbigny, cuyas monumentales obras se publican en Francia propalándose por todo el mundo]
7. La vocación de naturalista, de coleccionista de objetos naturales y de explorador tuvo también
que verse reforzada en Melchor María por el caso [o la influencia] de d'Orbigny...
9. Su muerte

El insigne científico francés Alcide d'Orbigny en Bolivia


Jorge Muñoz Reyes

Noticias sobre arqueología boliviana en la obra de d'Orbigny


Alcides Parejas Moreno y Carola Muñoz Reyes de Parejas
Bibliografía de Alcide d'Orbigny
Arte rupestre
Tiahuanaco
Chullpas
Incas

Alcide d'Orbigny: viaje por tierras cruceñas


Alcides Parejas Moreno
La ″Revolución intelectual″
Alcide d'Orbigny
El viaje
Sus obras

Alcides D'Orbigny y su viaje a Samaipata en 1832


Carlos Ponce Sangine

La mente abarcadora de Alcide d’Orbigny


Ramiro Condarco Morales
1. Intentos de incorporar la economía minera de Bolivia a la primera fase de la Revolución Industrial
2. La ‘obra boliviana’ de d’Orbigny se caracteriza por su extraordinaria magnitud abarcadora

El viaje de d’Orbigny de Trinidad a Cochabamba


Roberto Vásquez Ch
4

Viajes por Bolivia Alcide d’Orbigny


Mariano Baptista Gumucio
Introducción Alcide d’Orbigny en la tierra prometida
Su recorrido por América Meridional
La tierra prometida
De las cumbres nevadas a la selva amazónica
La otra cara del paraíso
Defensor de naturales
Defensor de la naturaleza
Su amor por Bolivia
Retorno a Francia y últimos años

Alcide D’orbigny: El Gran Viajero Inspirado


Carlos Antonio Carrasco
5

Agradecimientos

1 Deseo expresar mi agradecimiento al Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA) y a


su director Jean Jainville Vacher, sin cuya colaboración y auspicio esta obra no habría
salido a la luz. Este reconocimiento hago extensivo a la Embajada de Francia en Bolivia
y a su distinguida embajadora Sra. Francoise Le-Bihan, y a Plural editores, a su Director
José Antonio Quiroga, y de una manera especial a los autores del presente libro, quienes
en muchos casos me han facilitado generosamente sus ensayos; a los distinguidos
amigos Ing. Alberto M. Vázquez, Dr. Carlos Serrate Reich y José Roberto Arze, quienes
me permitieron realizar consultas bibliográficas en sus respectivas bibliotecas. A la Sra.
Dora Gomez de Fernandez por su permanente ayuda. Un agradecimiento especial
merecen también los señores Javier e Ignacio Mendoza, hijos del Dr. Gunnar Mendoza,
quienes me proporcionaron materiales inéditos escritos sobre d'Orbigny por su ilustre
padre y la Dra. Clara Lopez Beltrán por su constante colaboración. Finalmente, les hago
llegar mi abrazo de agradecimiento a mi esposa, hijos y hermanos que me alentaron día
a día a seguir trabajando en este estimulante mundo de d'Orbigny.
2 La Paz, 1 de mayo de 2002
6

Los autores1

1 1. GABRIEL RENÉ-MORENO
2 (1836-1908). Escritor: historiador, sociólogo, bibliógrafo y crítico; n. en Santa Cruz.
Principales obras: Biblioteca Boliviana: Catálogo de la Sección libros y folletos (1879-1908; 1
vol. principal y 2 suplementos); Anales de la prensa boliviana: Matanzas de Yáñez (1886);
Biblioteca Boliviana: Catálogo del Archivo de Mojos y Chiquitos (1888); Elementos de Literatura
Preceptiva (1891); Biblioteca Peruana (1896-97; 2 v); Bolivia y Perú... (1901-07, 3 v.); Bolivia y
Argentina (1901); Ensayo de una bibliografía general de los periódicos de Bolivia (1905);
Estudios de Literatura Bolivia, ed. Humberto Vázquez Machicado (1955-56; 2 v.), etc.
(Véase: José Roberto Arze. Diccionario biográfico boliviano. Historiadores y cronistas. La Paz-
Cochabamba, Ed. “Los Amigos del Libro”, 1989; pp. 135-136).
3 2. BELISARIO DÍAZ ROMERO
4 (1870-1940). Científico, naturalista, médico, arqueólogo; n. en La Paz. Principales obras:
Farmacopea Callaguaya (1904); Tiahuancu, estudio de prehistoria americana (1906; 2 a ed.,
1920); Páginas dispersas (1910); Ecclesia versus scientia (1921); “Prehistoria boliviana”, en
Bolivia en el Primer Centenario de su Independencia (Nueva York, 1925); además de
numerosos artículos en los Boletines de la Oficina Nacional de Estadística, la Sociedad
Geográfica de La Paz, etc. (Véase: José Roberto Arze. Diccionario biográfico boliviano.
Geógrafos, exploradores, y figuras en la ciencia. La Paz-Cochabamba, Ed. “Los Amigos del
Libro”, 1984; pp. 81-82).
5 3. Vicente TERÁN
6 (1899- ). Escritor, periodista, abogado, profesor, n. en Potosí. Principales obras: Paisajes
y leyendas de Kollana. Potosí; Chihuanhuanyus y Aclanckaras, cuentos y leyendas keshuas
(1943); Simón Rodríguez. Precursor de la Escuela Activa (1946). Otros escritos: “Quiso ser
Rey de América”. En: Boletín de la Sociedad Geográfica de Sucre (1943). (Véase: Arturo Costa
de la Torre. Catálogo de la Bibliografía Boliviana. T. I. La Paz, Imprenta Universidad Mayor
de “San Andrés” (1966).
7 4. FABIÁN VACA CHÁVEZ
8 (1881-1949). Abogado, poeta, escritor, periodista y diplomático, n. en Trinidad.
Principales obras: Por el Oriente y Noroeste de la República (1912); El Departamento del Beni
(1912-1913); “Para ella”. Versos y prosa (1913); La Instrucción Secundaria en Bolivia (1920);
7

Carmen Rosa. Comedia en tres actos (1921); Reconstitución Histórica y Geográfica del
Departamento del Beni (1924); “El país de las Cascadas y las Orquídeas” (1925). Otros
escritos: artículos dispersos en El Diario y La Razón, de La Paz (años 1932-1949): “Cartas
desde México”; “La popularidad en México”; “El Panteón de los Poetas”; “Madariaga y
Altamira”, etc. (Véase: Arturo Costa de la Torre. Catálogo de la bibliografía boliviana. T. I.
La Paz, Universidad Mayor de “San Andrés”, 1966; pp. 1062-1063).
9 5. FERNANDO DÍEZ DE MEDINA
10 (1908-1985) Poeta, escritor, ensayista, crítico, periodista y educador, n. en La Paz.
Principales obras: La clara senda. Poemas (1928); Imagen. Poemas (1932); El arte nocturno de
Víctor Delhez. Biografía poética (1938); Franz Tamayo. Hechicero del Ande (1942); Thunupa.
Ensayos (1947); Pachakuti y otras páginas polémicas (1948); Literatura Boliviana. Introducción
al estudio de las letras nacionales (1959); Nayjama. Introducción a la mitología Andina (1960);
Bolivia y su destino (1962); Otros escritos: Libro de los Misterios. Misterio de los signos (1951);
El Arquero (1960). (Véase: Arturo Costa de la Torre. Catálogo de la Bibliografía Boliviana. T.
I. La Paz Imprenta Universidad Mayor de “San Andrés”, p. 453-455).
11 6. JORGE A. OVANDO SANZ
12 (1921-1999) Economista y sociólogo, n. en La Paz. Principales obras: Sobre el problema
Nacional y Colonial de Bolivia (1960); La invasión brasileña a Chiquitos de 1925 (1977);
Indigenismo (1979); Mi guerrita del Chaco (1981); Historia Económica de Bolivia (1981); Bolívar
y la Comunidad Indígena. (Véase: José Roberto Arze. Diccionario biográfico boliviano. Figuras
bolivianas en las Ciencias Sociales. La Paz-Cochabamba, Editorial “Los Amigos del Libro”,
1984; pp. 108-109).
13 7. MARTÍN CÁRDENAS HERMOSA
14 (1899-1973). Botánico, Profesor de Ciencias Naturales y Química, n. en Cochabamba.
Principales obras: Disertaciones botánicas, amenidades biológicas
15 (1969); Manual de plantas económicas de Bolivia (1969); Por las selvas, las montañas y los valles
de Bolivia (memorias de un naturalista), etc. (Véase: José Roberto Arze. Diccionario biográfico
boliviano. Geógrafos, exploradores, y figuras en la ciencia. La Paz-Cochabamba, Ed. “Los
Amigos del Libro”, 1987; pp. 65-66)
16 8. GUILLERMO CÉSPEDES RIVERA
17 (1909- ). Escritor, periodista, profesor y diplomático, n. en La Paz. Principales obras:
Voces y figuras de la literatura boliviana. En: Ciencia y Cultura, Maracaibo-Venezuela (1957).
(Véase: Quién es quién en Bolivia. La Paz, Ed. Quién es quién en Bolivia, 1942; p. 66, y
Arturo Costa de la Torre. Catálogo... Ob. cit., p. 397).
18 9. JULIO DÍAZ ARGUEDAS
19 (1889-1980). Coronel e historiador, n. en La Paz. Principales obras: Vida y hechos del
general José Miguel Lanza (1927); Los generales de Bolivia (1929), El ejército a través de un siglo
(1931-1932 2 v.); Los elegidos de la gloria (1937); Historia del ejército de Bolivia (1940); La
guerra con el Paraguay (1942); Franz Tamayo, el poeta filósofo (1967); Expedicionarios y
exploradores del suelo boliviano (1971, 2 v.), etc. (Véase: José Roberto Arze. Diccionario
biográfico boliviano. Historiadores y cronistas. La Paz-Cochabamba, Ed. “Los Amigos del
Libro”, 1989; pp. 97-98).
20 10. MANUEL FRONTAURA ARGANDOÑA
21 (1906-1985). Historiador, periodista y diplomático, n. en Sucre. Principales obras: Las
nueve voces de Caronte (1926); Ciudad de piedra (1928); El precursor, novela biográfica (1941);
8

Linares, el presidente civil (1948); El Litoral de Bolivia (1968); Descubridores y exploradores de


Bolivia (1971); La revolución boliviana (1974), etc. (Véase: José Roberto Arze. Diccionario
biográfico boliviano. Historiadores y cronistas. La Paz-Cochabamba, Ed. “Los Amigos del
Libro”, 1989; pp. 105-106).
22 11. GUNNAR MENDOZA
23 (1913-1994). Historiador, archivista, bibliógrafo, n. en Uncía (Potosí), cuando su padre
Jaime Mendoza desempeñaba su profesión médica. Principales obras: El doctor don Pedro
Vicente Cañete y su Historia física y política de Potosí (1954); Gabriel René-Moreno, bibliógrafo
boliviano (1954); Guerra civil entre vascongados y otras naciones de Potosí (1954); Problemas de
ordenación y descripción archivística en América Latina (1961), etc. Como editor: José Santos
Vargas. Diario de un comandante de la independencia americana (1952); edición definitiva:
1982); Luis Capoche Relación de la Villa Imperial de Potosí (1959); Bartolomé Arzanz de
Orsúa y Vela. Historia de la Villa Imperial de Potosí, co-ed. con Lewis Hanke (1965 3 v.), etc.
(Véase: José Roberto Arze. Diccionario biográfico boliviano. Historiadores y cronistas. La Paz-
Cochabamba, Ed. “Los Amigos del Libro”, 1989; pp. 130-131).
24 12. JORGE MUÑOZ REYES
25 (1904-1984). Geólogo, geógrafo y bibliógrafo, n. en La Paz Principales obras: Los
minerales de Bolivia (en colaboración con F. Ahlfeld, 1937); Bibliografía geológica,
mineralógica y pleontológica de Bolivia (en colaboración con L. Branisa y A. J. Freile,
1962); Bibliografía geográfica de Bolivia (1967); Geografía de Bolivia (1977). (Véase: José
Roberto Arze. Diccionario biográfico boliviano. Geógrafos, exploradores, y figuras en la ciencia.
La Paz-Cochabamba, Ed. “Los Amigos del Libro”, 1987; pp. 119-120).
26 13. ALCIDES PAREJAS MORENO
27 (1944- ). Historiador; n. en Santa Cruz. Principales obras: Historia de Moxos y Chiquitos a
fines del siglo XVIII (1976); Historia del Oriente Boliviano en los siglos XVI y XVII (1980); Historia
del hombre (1981-1983; 3 v.); Colonias japonesas en Bolivia (1981); D'Orbigny. Viajes por
tierras cruceños (1998?); etc. (Véase: José Roberto Arze. Diccionario biográfico boliviano.
Historiadores y cronistas. La Paz-Cochabamba, Ed. “Los Amigos del Libro”, 1989; pp.
143-144).
28 14. CAROLA MUÑOZ REYES DE PAREJAS
29 n. en La Paz. Historiadora. Ha escrito diversos ensayos y artículos de historia en
boletines y revistas especializados de Bolivia y el extranjero.
30 15. CARLOS PONCE SANJINES
31 (1925- ). Arqueólogo; n. en La Paz. Principales Obras: Cerámica tiawanacota (1948);
Tiwanaku (templete semi subterráneo) (1963); Tunupa y Ekako (1969); Las culturas Wankarani
y Chiripa y su relación con Tiwanaku (1970); Tiwanaku: espacio, tiempo y cultura (1972); La
cultura nativa en Bolivia (1975); Panorama de la Arqueología boliviana (1980). Otros escritos:
Documentos para la historia de la revolución de 1809, en colaboración con R. A. García
(1953-1954, 4 v.); Arqueología boliviana (1957); El conato revolucionario de 1795 (1976), etc.
(Véase: José Roberto Arze. Diccionario Biográfico Boliviano. Geógrafos, exploradores, y figuras
en la ciencia. La Paz, Ed. “Los Amigos del Libro”, 1987; pp. 136-137).
32 16. RAMIRO CONDARCO MORALEs
33 (1927- ). Historiador y poeta; n. en Oruro. Principales obras: Cantar del trópico y la pampa,
poesías (1948); Mares de duna y ventisquero, romances de leyenda (1948); Zárate, el “temible”
Willca (1966),2. ediciones (1983); Protohistoria andina (1967); El escenario andino y el hombre
9

(1971); Rigoberto Paredes: historiador y etnógrafo (1971); Grandeza y soledad de Moreno


(1971); Orígenes de la nación boliviana (1977); Historia de la ciencia en Bolivia (1981); Aniceto
Arce (1985). (Véase: José Roberto
34 Arze. Diccionario biográfico boliviano. Historiadores y cronistas. La Paz-Cochabamba, Ed.
“Los Amigos del Libro”, 1989; pp. 89-90).
35 17. ROBERTO VÁSQUEZ
36 n. en el departamento del Beni. Ensayista.
37 18. MARIANO BAPTISTA GUMUCIO
38 (1931- ). Historiador y periodista, n. en La Paz. Principales obras: Atrevámonos a ser
bolivianos: vida y epistolario de Carlos Medinaceli (1984); Biografía del Palacio Quemado (1984);
Breve historia contemporánea de Bolivia (1996); “La ciudad de La Paz”. En: La ciudad de La
Paz, su historia - su cultura. (1989); La cultura que heredamos (1973); Ensayos sobre la realidad
boliviana (1975); Franz Tamayo: el pensador (1980); Historia (gráfica) de ¡a guerra del Chaco
(1976); Historia (gráfica) universal y de Bolivia (1994); Mini historia de Bolivia (1996), etc.
Otros escritos: La fe viva. Las misiones jesuíticas en Bolivia. Texto de Mariano Baptista
Gumucio, fotografías, Peter McFarren (1994) (Véase en: José Roberto Arze. Contribución
Académica a la historiografía boliviana. Academia Boliviana de la Historia. La Paz, Ed.
Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, 2000, p. 35).
39 19. CARLOS CARRASCO
40 (1939- ). Dr. en Ciencias Políticas en París, profesor, diplomático, n. en Cochabamba
Principales obras: La política exterior de Venezuela (1992); Pueblo sin voz (1994); La ONU en
un mundo nuevo (1993); El sistema de naciones Unidas, crisis o evolución (1989); El orden
internacional cuestionado. Otros escritos: La crisis del multilateralismo (1998); Los cubanos en
Angola. Historia de una Guerra Olvidada.

NOTAS FINALES
1. Los ensayos que se publican sobre Alcide d'Orbigny de los autores mencionados, figuran en la
primera nota (señalada por un asterisco: *) al pie de página del inicio de cada trabajo.
10

Prólogo
René D. Arze Aguirre

1 No obstante la precaria difusión que en nuestro medio han tenido y todavía tienen los
clásicos libros de Alcide d'Orbigny sobre sus viajes a la América meridional, en Bolivia
podemos aseverar, con grata sorpresa, que los escritos del sabio naturalista francés
dedicados a nuestro país han sido y son leídos, estudiados y analizados en diversos
ensayos publicados, desde el siglo XIX hasta la fecha, por un selecto grupo de científicos,
intelectuales y artistas bolivianos. Este estrecho contacto con la obra del naturalista
francés es, a todas luces, el mejor homenaje que Bolivia le ha rendido a Alcide
d'Orbigny. Una prueba que respalda esta aserción es precisamente el libro que el lector
tiene en sus manos y que hoy tenemos la satisfacción de presentarlo como un homenaje
al bicentenario del nacimiento del insigne naturalista, cuya fecunda y vasta obra
realizada en nuestro territorio entre los años 1830 y 1833 fue plasmada con óptimos
resultados, tras su retorno a Francia (1834), en su monumental obra Voyages dans
l'Amérique méridionale1 y en otros escritos de particular trascendencia para el país, como
son, entre otros, L'Homme Americane2 y Descripción geográfica, histórica y estadística de
Bolivia3.
2 Estas obras constituyen indudablemente un hito inaugural en la historia de la ciencia
de nuestro país. A diferencia de sus predecesores, d'Orbigny hizo en Bolivia el primer
aporte científico de carácter multidisciplinario; fue el primero en describir -desde una
amplia perspectiva “abarcadora”, la Bolivia profunda de los primeros años
republicanos, estudiando en ella prácticamente la totalidad de sus múltiples y
complejas facetas. Esto explica por qué el nombre de Alcide d'Orbigny -cuya obra ha
dejado una impronta imperecedera en el país-está indisolublemente ligado al país en
casi todas las etapas del devenir histórico republicano.
3 Sobre la vida y la obra de d'Orbigny se han escrito ciertamente en Bolivia valiosos
ensayos hasta hoy dispersos e intonsos y en muchos casos inaccesibles por la rareza de
los impresos en que fueron difundidos. Compilados y publicados a partir de la fecha en
el presente libro, gracias a los auspicios del Instituto Francés de Estudios Andinos
(IFEA), estos estudios cohesionados en un volumen adquieren indudablemente una
connotación invalorable para realizar análisis comparativos que revelan, en algunos
casos -según hemos constatado-, puntos de vista coincidentes, o afines en algunos
11

temas, y, en otros, percepciones diferentes y contrapuestas; revelan, por otra parte, las
temáticas que los autores han abordado en Bolivia con particular preferencia, o, por el
contrario, vacíos y ausencias que merecerían ser atendidas en el futuro con la finalidad
de incrementar los conocimientos relativos a la vida y a la obra de d'Orbigny en Bolivia,
tema que por obvias razones ha sido recurrentemente estudiado -como veremos en las
páginas que siguen-con mayor preferencia por los autores bolivianos.
4 Cuando iniciamos este trabajo de compilación sobre las obras del viajero francés,
pensamos agrupar en temas homogéneos o especializados los ensayos que supusimos se
habían publicado en el país bajo esta modalidad: sobre d'Orbigny etnólogo, por ejemplo;
o, sobre d'Orbigny geólogo, geógrafo, ornitologista, zoólogo, botánico, antropólogo,
lingüista, etc. Pronto nos percatamos, sin embargo, que los autores que escribieron
sobre d'Orbigny se ocuparon principalmente de esbozar más bien en sus escritos temas
referidos al ramo preferido de estudio: d'Orbigny en Bolivia -salvo algunas excepciones-
aspectos generales relativos a la historia de su vida, de sus viajes por América
meridional (1826-1834), especialmente por Bolivia (1830-1833), de su retorno a Francia
(1834) y de sus publicaciones y actividades académicas. Los lectores del presente libro
adevertirán que, por tal motivo, los veintiún ensayos escritos por los diez y nueve
autores que figuran en el presente libro (dos corresponden a la autoría de Gunnar
Mendoza, como en el caso de Alcides Parejas, de quien publicamos también dos
trabajos, uno de ellos en co-autoría con la historiadora Carola Muñoz de Parejas, su
digna esposa), están ordenados cronológicamente de acuerdo a la época más remota de
su publicación. De esta manera Gabriel René-Moreno viene a ser el primer autor del
libro (fines del siglo XIX), y Carlos Carrasco el más cercano a nuestros días, ya que su
artículo data del año 2001.
5 Conviene señalar que, en ciertos casos, algunos autores de vasta experiencia en su
profesión dedicaron sus ensayos a investigar aspectos muy concretos publicados por
d'Orbigny en su obra mayor, Voyage dans l'Amérique meridionale. En el campo de la
arqueología boliviana, por ejemplo, otros ensayistas han publicado novedosas
compilaciones sobre este campo investigado en Bolivia por el naturalista francés; en
algunos casos, los autores han escrito ensayos muy bien documentados para enmendar
algunas apreciaciones poco precisas vertidas por el viajero en sus observaciones e
investigaciones. Lo propio ha sucedido en el campo de las contribuciones que d'Orbigny
ha realizado en el campo de la geología boliviana. Por su novedad, vale la pena
mencionar también aquí que tres de nuestros autores han dilucidado, con puntos de
vista distintos, sobre las supuestas posiciones filosóficas del ilustre viajero.
6 Estamos conscientes, por supuesto, de no haber agotado el tema. En el ampuloso campo
de la bibliografía ninguna búsqueda debe ser considerada como concluida. En toda obra
humana existen, por lo demás, situaciones imponderables que han rebasado nuestros
deseos. En un caso muy particular, un autor que hubiésemos deseado que esté presente
en este libro con uno de sus trabajos especializados sobre d'Orbigny, se ha excusado
aduciendo argumentos muy comprensibles. Por las razones expuestas hasta aquí,
creemos que el presente libro debería ser considerado como el primer volumen de
ensayos compilados en Bolivia sobre Alcide d'Orbigny. De aparecer en el futuro otros
trabajos sobre el sabio francés en Bolivia, publicaremos naturalmente un segundo
volumen, y hasta un tercer volumen, si acaso llegaran a surgir aportes desconocidos o
publicarse nuevos ensayos sobre d'Orbigny en Bolivia.
12

Alcide d'Orbigny en Bolivia


7 A partir de las líneas que siguen, nos parece fundamental referirnos a los ensayos que
los autores escribieron sobre temas relacionados con los viajes de d'Orbigny en Bolivia,
los cuales han sido enfocados con certera visión como temas imprescindibles de análisis
y sobre los cuales han realizado invalorables aportes. Me refiero, por una parte, al tema
de sus viajes por el país y, en general, al de su permanencia en Bolivia durante más de
tres años, en los que llevó a cabo, durante el curso de sus exploraciones, diversas
actividades (la mayor parte de ellas derivadas de sus observaciones e investigaciones
científicas) durante el tiempo que duró su misión científica entre los años 1830-1833. En
este caso, las fuentes documentales no proceden exclusivamente de d'Orbigny, sino de
la correspondencia que intercambiaron asiduamente d'Orbigny y el presidente
boliviano Andrés de Santa Cruz, la misma que se conserva en el país tanto en el Archivo
Nacional de Bolivia como en las colecciones particulares de los descendientes de Santa
Cruz. El propio d'Orbigny nos da referencias importantes de las actividades que realizó
durante su permanencia en Bolivia; así, en la historia de sus viajes transcribe algunas
cartas que intercambió con el presidente Santa Cruz en Bolivia, así como las diversas
labores que llevó a cabo el viajero francés en el país en diversos aspectos (entre 1830 y
1833) y aun después de 1834 cuando retornó a Francia.
8 En cuanto a los rasgos distintivos que analizan los autores de los viajes de d'Orbigny en
Bolivia y en general de su presencia en el país, debemos destacar que es en este punto
donde los autores revelan con mayor énfasis sus aportes y reflexiones sobre este campo
específico de estudio, que incluye como temas las múltiples actividades que desempeñó
d'Orbigny en Bolivia durante los años 1830-1833 (ya sea por iniciativa propia o del
presidente Santa Cruz -cuya colaboración a la misión científica de d'Orbigny fue
fundamental para el éxito de la misma-), o por acuerdo de ambos. Las diversas
sugerencias que planteó el naturalista al gobierno sobre varios asuntos que, en su
concepto, merecían inmediata atención: como abrir un camino nuevo de Cochabamba a
Mojos; aprovechar la riqueza de los recursos naturales del país; impulsar proyectos de
industrialización de tales productos; aprovechar la navegabilidad de los ríos, tanto para
facilitar la comunicación interna como para salir al Atlántico por el río Paraguay o por
el Amazonas; integrar el país a través de un sistema vial planificado; proteger a los
indígenas y aplicar los derechos humanos, crear un museo de historia natural en La
Paz; enviar becarios bolivianos a Francia para que estudien profesiones prácticas y
útiles para el país, etc. La difusión de estas sugerencias y otras ideas suyas fueron
probablemente aprovechadas por algunos empresarios y comerciantes bolivianos.
Sobre este aspecto, consideramos pertinente mencionar aquí la visión o, si se prefiere,
la percepción de los bolivianos que tuvieron la oportunidad de conocerlo
personalmente a d'Orbigny durante la permanencia de éste en Bolivia. Mencionamos,
por ejemplo, la percepción que probablemente llegaron a tener quienes cultivaron una
amistad con él, que es el caso de algunos aborígenes y campesinos de las áreas rurales
que llegaron a cultivar una genuina amistad con el sabio. Con esto queremos decir que
las percepciones sobre d'Orbigny no se expresaron exclusivamente de manera escrita
(como en el caso de los ensayos que publicamos en el presente libro). Muchas de ellas
han quedado en el anonimato, o quizá en la memoria colectiva. Varias percepciones
derivadas por efecto de las influencias que d'Orbigny ejerció en el país se manifestaron
a través de múltiples formas: en la pintura, por ejemplo (como en el caso de Melchor
13

María Mercado). Durante la permanencia de d'Orbigny en Bolivia podemos presumir,


en consecuencia, por lo dicho hasta aquí, que probablemente no pocos bolivianos
llegaron a conocer -tras conversar directamente con d'Orbigny, o por los rumores que
se propalaban en el país-, cuáles eran las regiones que merecían ser atendidas cuanto
antes y consiguientemente exploradas y explotadas. ¿No fue acaso gravitante la
influencia que d'Orbigny tuvo sobre el caso Oliden y la concesión que recibió del Estado
boliviano para crear la provincia Otuquis y empezar a proyectar su plan de navegar el
río Paraguay? Es quizá también el caso de la cascarilla del Alto Beni o de las regiones
auríferas del país.
9 Otro aspecto digno de ser descatado es el de la influencia múltiple que d'Orbigny ejerció
en Bolivia durante el curso de sus viajes. La visión que llegaron a tener de él en Bolivia,
desde las altas autoridades, como el propio presidente Santa Cruz -quien le hizo saber
al viajero francés (cuando éste llegó a La Paz a fines de mayo de 1830) su satisfacción de
ver llegar a Bolivia a un joven de su talento, dispuesto a evaluar las bondades de la
exuberante naturaleza del país-, además de ministros (como Casimiro Olañeta),
autoridades civiles, militares y eclesiásticas, de capitales de departamento, pueblos y
regiones más diversas del país. A esta imagen que se formaron los altos dignatarios de
Estado y las autoridades subalternas de d'Orbigny, hay que añadir, por supuesto, la
visión que los habitantes de los pueblos se formaron del sabio francés, de quien
esperaban, además, todo tipo de actividades a su favor. Ante estas situaciones,
d'Orbigny, demostró admirables cualidades humanas, de genuina empatia con los
pobladores de tierra adentro, entre quienes el naturalista aparece, en medio de sus
labores científicas, como un hombre común dispuesto a compartir, a escuchar y a
solucionar en lo posible los problemas que los pobladores le demandaban a su paso. En
asuntos de salubridad, por ejemplo, según nos relata el mismo d'Orbigny, tuvo que
ejercer actividades como médico. De acuerdo con la versión del viajero, sabemos, en
efecto, que en el momento de abandonar Irupana, situada en la provincia de Yungas, La
Paz, el 30 de agosto de 1830, “seguido de los votos de felicidad de toda la población,
desde el cura hasta el más humilde de los habitantes, a quien[es] presté servicios,
cortándoles las fiebres intermitentes. Salvo en las ciudades de La Paz, Chuquisaca y
Potosí -añade d'Orbigny, mostrándonos una de las facetas del secular desamparo en que
vivían los habitantes de las regiones urbanas del país-, no hay en ninguna parte médico
que pueda curar a los pobres enfermos, que, por lo común, mueren por falta de
cuidados, lo que explica la celebridad que, muy involuntariamente, adquirí por ese
motivo”. En medio de estas escenas dramáticas, d'Orbigny saca a relucir su buen
humor. Todo francés, de acuerdo a la opinión de algunos de los habitantes españoles o
descendientes de españoles -escribe en la historia de sus viajes-, es necesariamente
médico o relojero; y mi profesión de naturalista implicaba necesariamente a la fuerza la
de médico, sin que por eso dejaran de pedirme muy a menudo que les arreglara los
relojes...”4.
10 El último domingo de agosto de 1830, d'Orbigny se encontraba todavía en Yungas
desempeñando funciones relacionadas con la salud de los pobladores de aquella
provincia. Fue precisamente allí que los yungeños, acostumbrados al silencio, se
enteraron con gran algarabía que el viajero francés poseía un objeto extraño que tenía
la virtud de mostrar bichos diminutos agrandados. Era un microscopio -dice d'Orbigny-;
“me rogaron insistentemente que les mostrara algunos insectos con ese instrumento.
Consentí de buena gana y me establecí en el patio del corregidor. Se asombraron a tal
punto, que todos los habitantes se reunieron alrededor mío; y me divertí realmente con
14

la conversación ingenua y las singulares reflexiones de mis nuevos observadores. Me


divertí sobre todo mostrando ciertos parásitos a los indígenas que, viéndolos tan feos,
juraron seriamente, por lo menos por el momento, no comerlos, como tienen la
costumbre en Yungas, así como casi en toda América meridional...” 5.
11 En Cliza (Cochabamba) los pobladores le pidieron en otra ocasión que solucionara el
problema de la falta de agua. Como se advierte, éste era un caso más de las múltiples
actividades que el naturalista debía atender con diligencia de manera improvisada y
con suma diligencia sin descuidar sus habituales quehaceres científicos. “La provincia
de Cliza -escribió el naturalista con el detalle que caracteriza a sus escritos-, que
comprende el valle de ese nombre y una parte de las montañas que se elevan al norte y
al sur, encierra los cantones de Tarata, Punata, Cliza, Toco, San Benito, Arani, Tiraque y
Paredón. En esta región que ”se parece en un todo a Cochabamba -escribió el 23 de
octubre de 1830- los habitantes se lamentaron mucho, ante mí, de la carencia de agua
para el riego y la fertilización de las tierras. Cuando ascendí las montañas que dominan
el valle, reconocí fácilmente que estableciendo una empalizada en la parte oriental del
gran lago de Parco, y haciendo una sangría al oeste, hacia las quebradas que descienden
junto a Arani, se podría, sin grandes gastos, tener una enorme masa de agua de más en
el valle, que daría, por consiguiente, un gran impulso progresista. La diferencia de
niveles y las pendientes naturales facilitarían esa operación, que, en cualquier otro
país, demandaría mucho tiempo. Esperamos que el gobierno comprenda el bienestar
que podrá traer a una parte importante de esas poblaciones, y que secundaría con todo
su poder proyectos de una utilidad tan indiscutible6. En Chiquitos y en todas las
misiones del departamento de Santa Cruz lo ven al sabio como un “personaje
extraordinario” (30 de junio de 1831) por la manera en que encendía fuego con su lupa 7.
De la época en que ingresó en la Misión de Santa Ana (Chiquitos), el 19 de julio,
recuerda: “En la entrada de la misión nos esperaba un arco de triunfo hecho de ramas y
palmas. Apenas hubimos llegado empezó la música. Indios jóvenes de ambos sexos,
vestidos con limpieza al modo del país, iniciaron un hermoso baile, especie de vals o
cadena sin fin, a cuya terminación cantaron todos juntos mi feliz arribo. Quedé tan
impresionado como sorprendido por la atención del gobernador y el conjunto del
cortejo. Abrían la marcha cacique y jueces, manteniendo en alto sus cañas, símbolos de
autoridad; luego venía una cincuentena de músicos y los bailarines que avanzaban
danzando hacia nosotros. A la entrada de la plaza se alza[ba] un segundo arco de
triunfo bajo el cual tuvimos que escuchar nuevas coplas y ver otros bailes, rodeados por
toda la población de la misión, que acudiera para honrarnos. Por fin después de haber
atravesado la plaza con nuestro cortejo, llegamos a la casa del gobernador. Bailes y
cantos prosiguieron en la sala, donde siempre se me designaba por el nombre de Don
Carlos, o señor Doctor. Aunque nueva para mí, la escena me cansaba en exceso. Habría
dado cualquier cosa por sustraerme a los honores con que se me abrumaba y sin
embargo el gobernador quiso que se festejara mi llegada durante tres días consecutivos,
con el objeto, decía, de que los indios me consideraran un enviado del gobierno
boliviano, un igual al gobernador, lo que no era poco decir para aquellas pobres gentes,
que consideraban al gobernador un ser sobrenatural, investido de todos los derechos
imaginables. A las ocho de la noche las jóvenes indias de la misión se dirigieron al baile
del gobernador, ataviadas con sus hermosos tipois y cubiertas de cintas de colores.
Empezaron a bailar entre sí danzas indígenas...” 8. En el país de los Guarayos, el 25 de
diciembre de 1831, se organizó una reunión-ceremonia con estos aguerridos habitantes
que entonaban hermosos cantos. “Después de la ceremonia, invité a todos los indios a
15

concurrir a la plaza, en donde quería ofrecerles una especie de fiesta [...]. Con el objeto
de juzgar la habilidad de indios e indias, establecí un concurso de tiro al arco para que
todos participaran [...]. La precisión de su puntería me asombró. [Luego los guarayos le
pidieron a d'Orbigny que utilizara su pistola. Los satisfizo]. Quise proporcionarles otro
placer: el de mirar en un excelente largavista y en un microscopio. Nada podría pintar
su sorpresa y su éxtasis al ver de cerca objetos alejados o de contemplar tan
voluminosos a los seres pequeños. A partir de ese instante, ya no era yo para ellos un
extraño, y todos me miraban como a un ser extraordinario y me llamaban con respeto y
alborozo su hermano (Cherú). Lo que era mucho para un guarayo, el más orgullosos de
todos...”9.
12 La presencia de d'Orbigny causaba sensación no sólo en los pueblos sino en las ciudades
o capitales de departamento, donde su influencia era ostensible. Por ejemplo, entre los
jóvenes bolivianos con vocación para las letras y las artes. Bastaría mencionar aquí lo
que escribieron al respecto tanto Gabriel René-Moreno10 como Gunnar Mendoza 11. El
historiador y bibliógrafo cruceño, al referirse a la “escuela” que dejó d'Orbigny entre
los jóvenes inclinados a las ciencias por vocación, dice: “D'Orbigny fue un ilustre
zoólogo; y más bien que un botanista, era zoólogo aventajado. Justamente, dentro del
recinto zoológico se aposesionó de la anatomía comparada que acababa de instituir
Cuvier [...]. Sus libros botánicos y zoológicos y sus manuales de disector y dibujante
naturalista quedaron en Santa Cruz el año 1832. Algunos jóvenes cruceños se
apoderaron de ellos con ardimiento. Bajo su dictado se entregaron a estudios prácticos
de primera mano en ambos reinos de la naturaleza. ¡Y qué naturaleza la de Santa Cruz!
Tuvieron séquito y formaron escuela o si decimos un grupo de estudiosos muy
entusiastas, que leían pacientes en la noche y observaban curiosos en el día. Antelo
entre ellos“. Aunque mucho más tarde12 Marie Daniele Demelas dice, entre paréntesis,
sobre la influencia que el naturalista ejerció en Santa Cruz, que entre 1830-1831,
“d'Orbigny hizo conocer los trabajos de Cuvier y las polémicas que agitaban entonces el
mundo científico”13. Gunnar Mendoza dice, por su parte, en la “Introducción” al libro
Album de paisajes..., de Melchor María Mercado: “La presencia del naturalista francés
Alcide d'Orbigny en Bolivia (1830-1833) y en Sucre en particular (1832-diciembre, 1833,
marzo), tuvo que ser un motivo poderoso para Melchor María, que entonces contaba
con 16 años de edad -período decisivo para el efecto de los acicates externos sobre una
vocación- d'Orbigny había recorrido casi todo el territorio de Bolivia para entonces, ya
había reunido colecciones extraordinarias de toda clase de objetos de la naturaleza,
todo lo cual se sabía públicamente y contribuía para rodearle de un halo legendario”. Al
igual que d'Orbigny, “Melchor María era naturalista, explorador, pintor y dibujante por
destino ineludible. A partir de esto, la influencia -si no de la persona pero sí de la obra-
del francés sobre el boliviano pudo consistir principalmente en un estímulo tanto para
la acción creadora como para aplicar ésta a un contenido temático dado. Cuando
d'Orbigny llegó a Sucre y permaneció allí de diciembre de 1832 a marzo de 1833, ya
había recorrido prácticamente todo el país durante dos años y había reunido y seguía
reuniendo una gran colección de objetos correspondientes a los tres reinos de la
naturaleza y había acumulado un gran repertorio de dibujos sobre paisajes, costumbres,
animales, plantas y antigüedades de Bolivia. Con todo esto, d'Orbigny producía
sensación por donde iba [“Al llegar a Sucre en 1832 d'Orbigny tenía 30 años de edad y
Melchor María 16”]. Nadie puede saber hoy si d'Orbigny conoció a Melchor María en
Sucre. Pero Melchor María adolescente no pudo dejar de impresionarse de todas
maneras ante el viajero francés. La impresión debió de ser profunda ya que d'Orbigny
16

era la encarnación total de lo que Melchor María soñaba ser y hacer. A partir de
entonces tuvo que afirmarse en nuestro artista la voluntad de salir adelante con su
vocación. Una docena de años más tarde, a partir de 1846, llegaban a Sucre las obras
impresas resultantes del viaje de d'Orbigny acompañadas de láminas de paisajes, tipos y
costumbres de Bolivia a todo color. Para entonces ya Melchor María había empezado a
pintar su propio álbum, pero las láminas de d'Orbigny tuvieron que ser por su parte un
poderoso14 y nuevo acicate, tanto que Melchor María copió en su álbum a su manera
cuatro láminas de d'Orbigny, totalmente la lámina 30 (año 1849) y fragmentariamente
las números 39, 45, 64 (año 1859) correspondientes de d'Orbigny a las láminas 13, 4 y 6;
se trata de figuras de tipo de mestizos e indios...”.

El retorno a Francia
13 Luego de despedirse de Bolivia, d'Orbigny escribió en la historia de sus viajes: “Más de
tres años había yo pues empleado en la exploración de la República de Bolivia, y me
aparté de esa bella y rica parte del continente americano llevando conmigo no
solamente materiales inmensos y de todos géneros para hacerla conocer bajo sus
diversos aspectos, sino también el más vivo agradecimiento hacia su gobierno y hacia
sus habitantes, que me habían siempre colmado de civilidades, y dándome, junto con la
hospitalidad, finas pruebas de estimación”15.
14 D'Orbigny volvió a pasar por última vez la Cordillera Occidental para dirigirse al puerto
de Arica. “Después de haber visitado los puertos de Isla y del Callao (Perú) -dice con un
tono de nostalgia-, me embarqué definitivamente en Valparaíso para pasar a Francia,
en compañía de seis jóvenes bolivianos, nombrados por su gobierno para estudiar en
Europa la metalurgia. Nos dimos a la vela en los primeros días de octubre de 1833, y a
principios de 1834 volví a ver a mi patria después de una ausencia de ocho años”. En
este relato menciona los materiales con que llegó a Francia: “Pasé inmediatamente a
París, en donde meapresuré a someter al juicio del Instituto un álbum de más de
quinientas planchas iluminadas, que había yo dibujado en aquellos lugares, copiando de
la misma naturaleza; gran número de manuscritos; e inmensas colecciones geológicas,
zoológicas y botánicas. Se nombró una comisión compuesta de los señores de Blainville
y Geoffroy Saint-Hilaire [Relatores de Zoología], Adolphe Brongniart [Relator de
Botánica], Savary [Relator de Geografía] y Cordier [Relator de Geología], y el informe
que presento sobre dichos materiales” (21 de abril de 1834) 16.
15 La ventaja de este informe radica en que los relatores se refieren a las actividades que
hizo d'Orbigny en Bolivia, y el método con que seleccionó y acopió los materiales en los
lugares más apropiados.
16 Los vínculos de d'Orbigny con Bolivia continuaron manteniéndose sólidos. En este año
1834, logra que la Comisión evaluadora y el gobierno francés le haga llegar a Santa Cruz
un agradecimiento poco usual por la acogida que le dieron en Bolivia. En efecto, en
fecha 21 de abril de 1834 los miembros de la Comisión evaluadora solicitaron “... llamar
la atención al señor ministro sobre los títulos, que tiene el gobierno de Bolivia, para ser
acreedor al reconocimiento de todos los amigos de las ciencias, y particularmente al de
los sabios franceses, por la protección tan ilustrada, tan generosa y eficaz que ha
prestado al señor d'Orbigny durante su viaje por los diferentes lugares que dependen
de la república”17.
17

17 Antes de comenzar a escribir su magna obra Voyage, d'Orbigny consideró que era
indispensable, como un “complemento” a sus estudios americanos, una tarea “para que
mi obra fuese tan útil como yo deseaba. Me era necesario establecer, por una
comparación positiva, las conexiones o las diferencias que podían existir entre la
configuración orográfica, la composición geológica, y sobre todo las posibilidades
agrícolas e industriales de las cordilleras de Bolivia, y nuestras montañas de los
Pirineos y de los Alpes. Deseaba recorrer también, bajo estos mismos puntos, los
campos del norte, del oeste y sobre todo del mediodía de la Francia, a fin de poder
señalar con conocimiento de hecho, al tratar de cada provincia americana, las mejoras
que en ellas podrían Introducirse”. Fue entonces que emprendió otros viajes de
exploración, esta vez en su propio país y otros europeos (Francia, Saboya, Suiza,
Alemania y Bélgica) que le permitieron “fijar mi juicio sobre una multitud de cuestiones
concernientes a la mejora de los países que yo había recorrido, y principalmente de
Bolivia, a la que sobre todo deseaba ser útil[...] Estos han sido los motivos que me han
hecho suspender por tanto tiempo la publicación de la narración histórica de mi viaje,
relativa a las montañas bolivianas. Pero a pesar de todos estos atrasos, mi obra Voyage
está ya para terminarse”.
18 El sabio comienza a trabajar en su magna obra Voyage que le demanda 12 años
esforzados de trabajo: 1835 hasta 1847.
19 Desde que llegó se concentró en estudiar sus colecciones recogidas. Las clasificó para
poderlas publicar. Su finalidad era dar a conocer todos los resultados a los que había
llegado como consecuencia de sus viajes a la América meridional. No se limitó a escribir
un relato de su misión (que de todas maneras lo hizo en 3 volúmenes, in cuarto
acompañados de un atlas). Finalmente los describía minuciosamente, muchas veces él
solo, y otras con la colaboración de los funcionarios del Museo.
20 Antes de 1944 y 1945, quienes deseaban leer o estudiar estas obras, como lo hizo
Humberto Vázquez Machicado, tuvieron que leerlas en la versión francesa y vaya uno a
saber con qué dificultades. En 1945 se traduce y se publica en Buenos Aires Voyage.
21 A partir de 1944 y 1945 empezaron a ser recién conocidas estas dos obras
fundamentales.
22 Concluida esta monumental tarea, Voyages, en 1847 d'Orbigny orienta su vida científica
en otra dirección: vuelve a lo que siempre fue, un paleozólogo. Al final, nos dice su
biógrafo Roule, “le dieron a d'Orbigny en 1853 la cátedra de Paleontología (d'Orbigny
acababa de cumplir los 50 años); gracias a esta nueva situación, podía esperar dar a su
obra una mayor amplitud que en el pasado. En plena posesión de un talento eminente,
gradualmente adquirido a costa de tenaces estudios, su esperanza era legítima”. Pero
“una enfermedad del corazón, agrabada por el exceso de trabajo... se lo llevó (M. Luis
Roule ”Nota biográfica. Alcide Dessaline d'Orbigny“. En Conmémoration du voyage
d'Orbigny en Amérique du sud 1826-1833. Publications du museúm National d'Histoire Naturelle.
No. 3. Masson et Cie. Editions Libraires de L'Académie de Medicine 120, Boull/d Saint-Germain,
París VIe., 1933) el 30 de junio de 1857”.
23 El año 1839 constituye un hito en las publicaciones de las obras de d'Orbigny. Extracta
de su Voyage (Vol. IV) su L'Homme Américain (2 vols., París, en versión francesa), obra
que tiene gran resonancia en París y en Europa, y las noticias de su éxito llegan a
América meridional y a Bolivia, por supuesto, aunque son muy pocos los que tienen
acceso a esta obra impresa en francés. Seis años después, en 1845, d'Orbigny vuelca sus
18

preocupaciones y publicaciones hacia Bolivia. Se diría que d'Orbigny se vuelve un


promotor de las bondades que contiene la riqueza boliviana, (era sin duda, una manera
de atraer capitales). Entretanto -nos dice Gabriel René-Moreno, en uno de sus artículos
que publicamos en el presente libro- “que Vicente Pazos Kanki, de un lado, y de otro
Antonio Acosta, agentes del gobierno boliviano, promovían en Francia e Inglaterra
empresas de exploración, navegación y colonización por el Amazonas; mientras el
concesionario Manuel Luis Oliden, después de hacer publicar sin fruto por su secretario
Mauricio Bach, alemán, la Descripción de la nueva provincia de Otuquis en Bolivia (Buenos
Aires, 1843, 25 p.), se trasladaba como cónsul boliviano al Paraguay a tentar por allí los
medios de establecer y ensanchar a vapor la comunicación fluvial del Plata con
Chiquitos, ya que por su parte el gobierno de Bolivia aparejaba al mismo tiempo
expediciones interiores al Pilcomayo, se dejaba arrastrar por el espíritu progresista de
esos días...” (Gabriel René-Moreno: Fragment de un voyage au centre de l'Amérique
méridionale..., comentario del mismo autor, que se publica en el presente libro). Aquel
año de 1845, d'Orbigny publicaba también -a pedido expreso del presidente boliviano
José Ballivián- un libro dedicado exclusivamente a Bolivia: Descripción geográfica,
histórica y estadística de Bolivia (París, 1845, traducido al castellano por el poeta boliviano
Ricardo Bustamente). Según Gunnar Mendoza, Bolivia se suscribió a 1.000 ejemplares de
este libro, del que se publicó sólo el v. I). No podemos precisar la fecha exacta en que se
difundió este libro por Bolivia y quiénes fueron los privilegiados en obtenerla. Este
mismo año, 1845, d'Orbigny -con el mismo afán de ayudar a Bolivia- publicó en París un
Fragment d'un voyage a l'Amérique méridionale; en francés y en castellano para su difusión
popular.
24 Es de suponer que esta etapa (1847 en adelante) es la de mayor difusión de la obra de
d'Orbigny en América meridional, y por supuesto en Bolivia, que pudo adquirir apenas
100 ejemplares de esta obra que tenía un alto costo: un “total de 1.500 pesos” (véase
Gunnar Mendoza en uno de los artículos que publicamos en el presente libro).
25 Durante las últimas décadas del siglo XIX, Voyage era una obra considerada rarísima y de
difícil adquisición, tanto por su elevado costo, como por su volumen: 9 volúmenes en 11
Tomos en formato mayor). En 1879, Gabriel René-Moreno decía en Santiago de Chile, en
su Biblioteca Boliviana, que no tenía el privilegio de poseer esta monumental obra de
d'Orbigny. Adviértase: ¡nada menos que Gabriel René-Moreno, considerado en ese
tiempo entre uno de los mejores bibliógrafos de América!, debido -justifica- a que no
pudo adquirirla ni en Europa en años anteriores (motivo por el que tuvo que
consultarla -según nos dice él mismo- en casa de un amigo en Santiago de Chile).
Además, como la obra Voyage era prácticamente desconocida -dice, además- que a la
sazón no conocía un comentario crítico razonado (hecho por algún crítico nacional o
extranjero) sobre la obra científica del célebre naturalista francés..., etc. Si esto sucedía
con Gabriel René-Moreno, en Santiago de Chile, ya podemos suponer lo que ocurría en
Bolivia en el caso de lectores particulares. A decir verdad, en Bolivia era desconocida
hasta la propia Biblioteca Boliviana de Gabriel René-Moreno.
26 Hasta fines del siglo XIX constatamos, así, que la difusión de la obra Voyage de d'Orbigny
no sólo fue precaria y difícil, como mencionamos al principio de este texto, sino que
también no ha sido hasta hoy traducida en su integridad al castellano (aunque en el
siglo XX sí se tradujo lo más importante de esta obra relacionada con Bolivia,
incluyendo su Geografía -traducida por José Antonio Arze, inédita hasta el presente-y
Geología).
19

27 El año 190718, después de más de medio siglo de haber salido a la luz pública en París el
Estudio geológico de Bolivia, de A. d'Orbigny (París, 1842: t. III, v.2), el Ministerio de
Colonización de Bolivia publicó en versión castellana esta importante obra, editada en
La Paz con los auspicios del Ministerio mencionado; fue traducida por Víctor E.
Marchandt con una Introducción de Belisario Díaz Romero, quien al comentar
críticamente en algunas páginas la obra Estudios de Geología de d'Orbigny, repite en
dicha Introducción la publicación que diera a conocer en su ensayo “Mr. d'Orbigny”
(1904 publicado en el Boletín de la Sociedad Geográfica de La Paz). Sin embargo de la severa
crítica que hace Belisario Díaz Romero a la obra, afirmando que su contenido tiene
diversos errores, este autor -contrario también a las teorías de d'Orbigny- reconoce que
el libro del naturalista francés es, sin ninguna duda, una obra pionera.
28 La obra Estudios de Geología de Bolivia de Alcide d'Orbigny se publicó en 1907 (durante el
gobierno liberal de Ismael Montes) por la expectativa que había en esta época por la
minería del estaño. Bolivia vivía en este tiempo una etapa de auge de este mineral. En
1971 el coronel Julio Díaz Arguedas hizo un breve resumen de la obra geológica de
Bolivia (que lo publicamos en el presente resumen).
29 ¿Qué grado de influencia y repercusión llegó a tener la obra Voyage de d'Orbigny, así
como las otras obras menores mencionadas hasta aquí en América Meridional, y en
Bolivia en particular? Al respecto, conviene precisar ante todo que, salvo la obra
Descripción..., y Fragment, toda la obra de d'Orbigny -principalmente Voyage- continuó en
idioma francés hasta el año 1945 (¡todo un siglo!), año en que la Editorial “Futuro” de
Buenos Aires, Argentina, la tradujo y publicó en castellano en 4 v. Un año antes, en
1944, la misma casa editora de Buenos Aires publicó también en versión castellana
(¡después de más de un siglo!) El Hombre Americano (2 T. en formato menor).
30 A partir del año 1945 -¡ayer nomás!-, estas obras empezaron a ser recién conocidas por
muchos intelectuales y en general por la sociedad boliviana. Años más tarde, en 1958, la
Bibliotheca Indiana de Madrid (editorial Aguilar) publicó el Viaje a la América Meridional,
de Alcide d'Orbigny, con un prólogo de Manuel Ballesteros y un estudio preliminar de
Alcina Franch. A partir de 1945 y 1958, respectivamente, se realizaron en Bolivia,
tomando como base las ya mencionadas ediciones de Buenos Aires y Madrid, algunas
reediciones extractando de ellas, principalmente de la primera, la parte pertinente a
Bolivia (como es el caso del Ministerio de Educación, en 1958, bajo el título de Viajes por
Bolivia. V. I (el v. II no llegó a salir; la obra quedó trunca: llegó hasta la parte de los
Guarayos). Esta obra lleva el prólogo del entonces Ministro de Educación, Fernando
Diez de Medina. En 1969 Mariano Baptista publicó Viajes por Bolivia, selección de textos
de la obra de d'Orbigny e Introducción; con la inclusión de láminas a color de Alcide
d'Orbigny, por Peter McFarren. O, la parte correspondiente a Santa Cruz, Viajes por
tierras cruceñas, Introducción, selección y notas por Alcides Parejas Moreno.
31 De la obra Descripción se han hecho dos reediciones: una el año 1946, por el Instituto
Anglo-Boliviano (La Paz, con prólogo de Fabián Vaca Chávez), y otra el Santa Cruz de la
Sierra con el auspicio del Concejo Municipal (en homenaje al departamento del Beni,
Santa Cruz, 1992).
32 La prueba que revela que en el país no ha desaparecido la vigencia de las obras de
d'Orbigny -con las salvedades del caso, claro está, puesto que la ciencia ha
experimentado grandes desarrollos durante los siglos XIX y XX- son los ensayos que
publicamos en el presente libro, incluyendo un artículo escrito el año 2001. La otra
prueba es que los libros clásicos de Alcide d'Orbigny han sido comentados con mayor
20

periodicidad después de la Guerra del Chaco (1932-1935) -principalmente desde una


óptica nacionalista, aunque no dejan de haber interpretaciones marxistas y de otros
partidos políticos (PIR, MNR, etc.)- desde los regímenes posteriores a este conflicto
bélico: con los gobiernos llamados “Militares Socialistas” en adelante, hasta el presente
mismo. De la producción intelectual de nuestros ensayistas, llama la atención la
cantidad de artículos que se escribieron sobre d'Orbigny en la década de los setenta.
D'Orbigny, más que representar a una corriente, es a todas luces un clásico de la
literatura científica. Es por ello que el nombre de d'Orbigny, según la acertada opinión
de varios de nuestros autores, está “indisolublemente ligado al de Bolivia”.
33 En el caso de Gabriel René-Moreno, quien se convirtió a partir de 1880 hasta los años de
su muerte (1908) no sólo al positivismo, sino al darwinismo y al spencerianismo,
además de adscribirse al pensamiento de Taine y Gobineau, llegando a ser contrario,
por tanto, a las teorías de d'Orbigny expuesta por el naturalista en su Hombre, conviene
hacerles saber aquí a los lectores que la influencia que ejercitó este extraordinario
escritor boliviano sobre los escritores del siglo XX fue gravitante (nos referimos por
ejemplo a Alcides Arguedas y a Belisario Díaz Romero). A propósito de Arguedas, vale la
pena decir que, aunque no escribió un ensayo específico sobre d'Orbigny, se refirió a él
en su Danza de las Sombras19 en términos severos que revelan que de ninguna manera
comulgaba con sus principios exageradamente optimistas. Fue por ello, dice, que
prefirió enfrentarse a la verdad cruda de los hechos, motivo que lo llevó a escribir su
Pueblo Enfermo, libro que es sin duda entre los más pesimistas de Bolivia.

La contribución de Alcide d'Orbigny al desarrollo de las


ciencias en Bolivia
34 Sin dejar de tomar en cuenta la importancia que tienen los fondos documentales
franceses que conservan valiosas fuentes de información inédita sobre d'Orbigny, así
como la correspondencia familiar que conservan los descendientes familiares en
Francia, creemos que su monumental obra Voyage dans l'Amérique méridionale escrita y
publicada en París por Alcide d'Orbigny tras doce años de intenso trabajo (1835-1847),
continúa figurando entre las fuentes más copiosas y relevantes para escudriñar la
historia de su vida, de sus viajes por América meridional, durante los años 1826-1834 -
especialmente de su exploraciones científicas que llevó a cabo en Bolivia (1830-1834)- y
de sus publicaciones, investigaciones y actividades docentes que desarrolló
posteriormente en su país hasta la víspera de su prematura muerte, en 1857. Las
páginas autobiográficas escritas por d'Orbigny en su magna obra, lejos de menoscabar
su rigor científico, iluminan, por el contrario, con su brillante prosa, el derrotero de sus
hazañas en América. El medio millar de láminas dibujadas y pintadas por d'Orbigny en
América nos brindan, asimismo, mayores perspectivas de análisis sobre la flora, la
fauna y el hombre americano. Estas obras de arte constituyen a su vez el complemento
indispensable que, plasmadas en imágenes sobre la flora, la fauna y principalmente
sobre el hombre americano, revela las cualidades artísticas de d'Orbigny y sustentan
aún más la calidad y el rigorcientífico de su monumental Voyage dans l'Amérique
méridionale. En esta magna obra (expresiones en las que el célebre naturalista revela a
todas luces sus extraordinarias dotes artísticas), con los antecedentes esbozados hasta
aquí, es posible afirmar, en consecuencia, que la historia de sus viajes rebasa
ostensiblemente a todas luces las características de un diario convencional. Según el
21

aserto de uno de los autores del presente libro: “La historia de sus viajes equivale al
estudio de su obra científica, obra que, entre otras cualidades, presenta la
particularidad de abarcar en sus observaciones el conjunto de otras ciencias” (Gabriel
René-Mo-reno). La obra que d'Orbigny desarrolló en Bolivia -así lo corrobora
Condarco-, revela consiguientemente como característica esencial “su extraordinaria
magnitud abarcadora”, la misma que estuvo sustentada con el apoyo de las ciencias
naturales y de las ciencias del hombre. “Todo lo comprende -escribe Fabián Vaca
Chávez-: la geología, la geografía, la etnografía, la botánica, la mineralogía, la historia,
la lingüística, la estadística, las artes todas”. “Sorprende, el sabio, por la pluralidad de
su quehacer-afirma otro autor, Fernando Díez de Medina. ”No sólo estudió la flora, la
fauna, la gea [del reino inorgánico] de nuestra tierra, sino que se ocupó principalmente
de estudiar a la gente a la que describe con certera pluma, sobre todo cuando se trata
[de los grupos étnicos] del oriente “(Jorge Muñoz Reyes). Debido a que d'Orbigny
recibió desde niño una formación que ” no se limitó al campo estrictamente científico,
sino que fue eminentemente humanística [...]. Gracias a ello la obra del naturalista
francés resulta de especial importancia, pues el principal objetivo de su trabajo es el
hombre y en función [al hombre] está la botánica, la geología, la zoología” (Alcides
Parejas). “El hombre, el más perfecto de los seres, escribió Alcide Dessaline d'Orbigny al
refutar al sabio Cuvier (Regne animal, 1825) quien, por desconocimiento, no se creyó
autorizado a incluir a los americanos en las grandes razas consignadas en su obra. Sin
exagerar mayormente, esa definición sirve para retratar al propio d'Orbigny, cuyo
talento para la investigación científica iba acompañado de una profunda convicción
humanista muy adelantada a los convencionalismos y prejuicios de principios del siglo
XIX, a la par de una fe irreductible en el progreso de la civilización y en la justicia para
los pueblos y naciones...”. “D'Orbigny fue [por ello] el primer viajero que estudió con
una simpatía y comprensión desconocidas para la época a todos los grupos étnicos con
los que convivió, tratándolos no como seres exóticos, primitivos o dignos de
conmiseración, sino como seres humanos con dignidad. No hay en su extensa obra una
nota de menosprecio o sarcasmo, por extrañas que fuesen las costumbres y usos con los
que tropezaba y que registraba puntualmente en su diario de viaje, como auténtico
precursor del moderno concepto de la 'Otredad', es decir, el reconocimiento y el
respeto al otro. Nacido en pleno esplendor napoleónico, realizó su viaje a América
cuando ya estaba sólidamente restablecida en Francia la monarquía borbónica, pero era
un auténtico hijo de la Ilustración y el liberalismo” (Mariano Baptista). “Por espacio de
ocho años vivió en contacto de la naturaleza más atrayente y exótica en los lugares más
alejados y pintorescos del Brasil, Uruguay, Argentina [fronteras con el Paraguay], Chile,
Perú y Bolivia. En ninguno de los otros países permaneció tanto tiempo como en Bolivia
donde dejó muy gratos recuerdos y donde recibió una valiosa ayuda del gobierno y de
los buenos habitantes que halló a su paso. Permaneció en Bolivia, por más de tres años
atraído seguramente por su naturaleza tan variada e interesante a través de sus
cordilleras majestuosas, sus valles risueños y sus selvas impenetrables” (Cárdenas);
“...ningún explorador extranjero o boliviano ha recorrido en más de tres años todo lo
más bello, rico y peligrosamente inaccesible de nuestro accidentado territorio”
(Cárdenas). “Fue un viajero infatigable que recorrió distancias que aún ahora serían
enormes para una sola vida con un coraje y una resignación admirables” (Cárdenas).
“Fue un minucioso observador que no dejó de anotar lo que era necesario conservar
para sus futuras publicaciones ni mostró negligencia para coleccionar las muestras más
22

salientes de minerales, fósiles, plantas, animales y vestimentas o artefactos humanos


dentro de las posibilidades de transporte” (Cárdenas).
35 Como testigo presencial de los primeros años republicanos, d'Orbigny ha registrado una
serie de aspectos fundamentales de la Bolivia de aquella época; sin sus desvelos no
sabríamos algunos aspectos fundamentales de aquellos tiempos: sobre las
potencialidades de la industria; sobre aspectos relativos a la minería y a los recursos
naturales (como la flora, la fauna, la geología, etc.); sobre la geografía humana;
estructura de la sociedad; las mujeres, los grupos étnicos, idiomas, costumbres, religión;
fiestas, juegos, fiestas religiosas; sobre la vida cotidiana, mentalidades colectivas; sobre
temas atingentes a la salubridad (enfermedades endémicas), deforestación;
peculiaridades del clima, ríos navegables; vialidad, transportes; arquitectura, música,
pintura, escultura, pintura, artes en general... (éstos y otros temas han sido señalados
en un “Indice” inédito de Gunnar Mendoza, proporcionados al editor por los hijos del
esclarecido historiador). La historia de sus viajes es, sin embargo, un legado científico
que rebasa su carácter meramente testimonial o histórico.
36 La contribución de Alcide d'Orbigny al desarrollo de las ciencias en Bolivia, tema que
los autores ponderan unánimemente -incluso aquellos autores que no compartiesen por
una u otra razón sus teorías o resultados científicos en varias ramas-, creemos que son
acertadas las opiniones del ilustre y esclarecido científico boliviano Jorge Muñoz Reyes
-geólogo, geógrafo y bibliógrafo eminente-, quien escribió en 1975 los siguientes
conceptos que reflejan, sin duda, el criterio de los ensayistas de este libro: “...el
naturalista que mejor y más ampliamente estudió nuestro acervo natural en los albores
de la república, fue [sin duda] don Alcide d'Orbigny, sabio francés que publicó la más
monumental obra sobre las riquezas naturales de nuestro suelo, y que recorrió de parte
a parte el territorio patrio, generalmente a pie...” [...] “La obra de d'Orbigny en Bolivia
es hasta la fecha la más grande contribución al conocimiento de las riquezas naturales
del país, sobre todo en lo que se refiere a su acervo de la flora y la fauna [;] también sus
estudios etnológicos y lingüísticos son de gran valor y no han sido superados hasta
ahora. [La calidad estética de sus escritos]. El elocuente y límpido lenguaje ayuda a la
mejor descripción de nuestros bellos paisajes y revela no sólo la sensibilidad del viajero
sino el profundo conocimiento científico de lo que describe y relata” (Jorge Muñoz
Reyes, 1975. Presencia, Sesquicentenario de Bolivia, La Paz, 1975).

D'Orbigny, artista, poeta y escritor


37 A propósito de las cualidades artísticas que d'Orbigny revela como escritor y poeta en
sus descripciones y relatos de sus viajes por Bolivia -otra de las características
recurrentemente ponderada por la mayoría de nuestros autores- Fabián Vaca Chávez
dice en su ensayo que D'Orbigny, luego de haber “enriquecido a la ciencia con valiosas
obras, es también un poeta, y un artista”.
38 Como ejemplo cita, como muchos, la noche que navegaba por un río del Beni (Moxos)
con 60 indígenas (de las ex misiones jesuíticas) quienes entonaron espontáneamente un
coro sobrecogedor. Chávez nos describe cómo d'Orbigny se deslumbra ante la
diversidad del paisaje boliviano: puna, valles, llanos: ante el espectáculo de las
cordilleras que pasa y repasa, el espectáculo imponente de sus alturas; sus montañas: el
Guayna Potosí, el Illampu, el Illimani...; en los valles edénicos, en las exuberantes
llanuras húmedas, milenarias. Y cómo esto le inspira a escribir páginas en las que hace
23

prosa poética de antología; lo que le inspira el paisaje, la gente, etc.. del Oriente y del
Norte: Santa Cruz, Chiquitos, Moxos (las misiones ex jesuíticas y post jesuíticas que él
todavía encontró bajo la administración de Santa Cruz). Fabián Vaca Chávez dice que
cuando d'Orbigny “pasa por Cobija, desembarca en Arica, visita la población de Tacna y,
en seguida, trasmonta la cordillera del Tacora, para llegar a nuestra altiplanicie, él
experimenta un nuevo deslumbramiento. ”En medio de estas alturas -dice el ilustre
viajero- se levantan el Guayna Potosí, el Illimani y el nevado de Sorata mostrando su
cono oblicuo y achatado, estos tres gigantes de los montes americanos, cuyas
resplandecientes nieves se dibujan por sobre las nubes, en el fondo azul oscuro de ese
cielo, el más transparente y bello del mundo”.
39 El poeta Fabián Vaca Chávez se refiere a la “voluptuosidad que d'Orbigny siente delante
de la naturaleza”. Además, lo compara con Humboldt: “No es un sabio a la manera de
Humboldt, su maestro. Es, ante todo, un latino. Ante el risueño panorama de los valles
de Cliza y de Cochabamba se consterna y siente desesperarse en su alma la imagen de la
patria lejana. Se creería ver allí la tierra prometida en el seno del desierto” -exclama,
(véase Fabián Vaca Chávez en el artículo que publicamos en el presente libro). “El sabio
se apasiona -añade- por las mojas (mojeñas), a quienes encuentra bellas; simpatiza con
los baures y los cayuvavas; siente en lo más íntimo de su alma la poesía de la naturaleza
virgen”. Refiriéndose al río de San Miguel, que entonces formaba parte de la provincia
de Mojos, dice: “Sus orillas, cubiertas de una vegetación tan lujosa como activa, están
habitadas por una nación muy notable; tales son los Guarayos, que realizan en América,
por su franca hospitalidad y sus costumbres sencillas y enteramente primitivas, el
poético ensueño de la edad de oro. Entre estos hombres de la simple naturaleza a
quienes jamás atormentó la envidia, el robo, esta plaga moral de las civilizaciones más
groseras como de las más refinadas, tampoco es conocido. Si algunas veces había yo
suspirado viendo yacer en el abandono campos magníficos, mientras que en Europa
tantísimos infelices labradores perecen de miseria, cuánto más agudo no debió ser mi
sentimiento en presencia de aquellos lugares, los más abundosos que yo había
encontrado hasta entonces, y en donde una naturaleza tan prodigiosa, y de un lujo de
vegetación extraordinaria, parece estar pidiendo brazos que vengan a utilizarlos por
medio del cultivo productor”.
40 Además de sus contribuciones científicas, d'Orbigny fue, ciertamente, un esclarecido
poeta y prosista, motivo por el que su obra ocupa un sitial preeminente en la literatura
clásica del país.
41 Otro autor señala: “Entre las bellezas que descubrió y los secretos de maravilla que su
pluma ha descrito, nada supera el famoso encuentro con la Cordillera Real. Subía el
francés, a mula, desde el puerto de Arica, y después de fatigosas jornadas alcanza el
altiplano. Al pisar la meseta una visión soberbia lo deslumbra: la cabalgata de las
cumbres nevadas, engarzando la turquesa del Titikaka distinta”, “...todos los que aman
a Bolivia, entre nosotros y fuera de nosotros, deben leer las páginas vibrantes que
d'Orbigny nos dedicó. [Estas páginas] no tienen rival, no envejecieron, subsisten prietas
de substancia y de enseñanzas. Pocos sintieron y manifestaron mejor la verdad
inmensa, huraña, poliforme de este país como el sabio galo, ágil, penetrante, que supo
hablarnos en lengua rica de color y contenido” (Fernando Díez de Medina). Otro
ensayista dice que las páginas del Viaje a la América Meridional de d'Orbigny: “reflejan y
trasuntan emoción. Al repasarlas se percibe la belleza de las descripciones, trazadas con
la maestría de un legítimo artista de la expresión literaria” (Carlos Ponce).
24

42 A partir de los ensayos de Vicente Terán podemos decir que las concepciones de Gabriel
René-Moreno20 y Belisario Díaz Romero, además de Arguedas, que no está en nuestra
antología, quedaron superadas y reemplazadas por visiones objetivas y de mayor rigor
científico. En nuestro libro podemos apreciar que la obra de d'Orbigny es apreciada y
valorada en su conjunto desde la postguerra del Chaco sin los prejuicios de los autores
anteriores.

¿Un clásico olvidado?


43 Bastaría recordar que en 1904 el prefecto O'Connor de Tarija creó en ese departamento
(Chaco) el pueblo Alcide d'Orbigny.
44 En 1920, hubo en Bolivia una estación de telecomunicaciones que se llamo Alcide
d'Orbigny (León Bieber. Las relaciones económicas de Bolivia con Alemania 1880-1920, Berlín
1984; p. 74-76).
45 El Primer Congreso Boliviano de Sociología (9 al 17 de julio de 1952) le rindió al ilustre
naturalista un justo homenaje, mencionándolo entre los extranjeros más influyentes en
Bolivia. José Antonio Arze (quien tradujo la obra geográfica inédita de d'Orbigny -aún
no impresa- y el historiador Humberto Vázquez Machicado reconocen que d'Orbigny
figura en el país entre los diez científicos extranjeros más influyentes.
46 En 1953, el Tercer Congreso Indigenista de Bolivia le rindió un reconocimiento similar
al anterior. Y entre otros homenajes al célebre naturalista francés, hoy el Colegio
Franco Boliviano de la ciudad de La Paz lleva, asimismo, el nombre de “Alcide
d'Orbigny”.
47 Para finalizar, deseo resaltar en el presente prólogo las opiniones que sobre Alcide
d'Orbigny ha escrito el Dr. Jorge Siles Salinas en su libro Guía de la Ciudad de Nuestra
Señora de La Paz (La Paz, Plural, 1999, p, 304-305)21: “A su capacidad de análisis -dice
refiriendose a d'Orbigny-añadía el incansable anotador reflexiones de filósofo y
apuntes de una gran belleza descriptiva. Los valles de Cochabamba, Yungas, las tierras
de las antiguas misiónes Jesuítas , han sido pintadas por la pluma y el pincel de
d'Orbigny, escritor brillante a la vez que dibujante de primera calidad de un modo
pocas veces alcanzados por escritores posteriores. Muchas páginas suyas valen como
textos de antología para la apreciación literaria del paisaje boliviano.”
48 Este año, al conmemorar el bicentenario del nacimiento de Alcide d'Orbigny, se hará
una nueva edición de los cuatro volúmenes del Viaje a la América Meridional, gracias a la
feliz iniciativa del IFEA, la Embajada de Francia en Bolivia y Plural editores.

NOTAS
1. Alcide d'Orbigny. Voyage dans l'Amérique méridionale. París, Pitois, Levrault, 1835-1847, 9 tomos
en 11 volúmenes.
2. Alcide d'Orbigny. L'Homme Américain, París, Pitois - Levrault, 1839, 2 vol.
25

3. Alcide d'Orbigny. Descripción geográfica, histórica y estadística de Bolivia. Tomo I. París, Imprenta
de Lacrampe y Comp., Librería de Gide y Comp., 1845. Traducida del francés al castellano por el
poeta boliviano Ricardo Bustamante.
4. Alcide d'Orbigny. Viajes a la América Meridional, Buenos Aires, 1945. T. III, p. 1.019.
5. A. d'Orbigny. Ibid., p. 1.019.
6. A. d'Orbigny. Viajes, Ob. cit., Provincia de Cliza. 23 de octubre de 1830, pp. 1.057-1.058).
7. Ibid., p. 1.145.
8. Ibid., pp. 1.159-1.160
9. Ibid., p. 1.220-1.221
10. Gabriel René-Moreno. “Nicomedes Antelo”. Notas históricas y bibliográficas. Bolivia y Argentina,
p. 109. La Paz, Ed. Don Bosco, 1989.
11. Gunnar Mendoza L. Introducción al libro de Melchor María Mercado: Album de paisajes... que
publicamos en el presente libro.
12. Gabriel René-Moreno. Bolivia y Argentina. Notas biográficas y bibliográficas. La Paz, Talleres
Escuela “Don Bosco” 1989, p. 109.
13. Marie Daniele Damelas. “Positivismo y Darwinismo Social. 1880-1910”. Historia Boliviana.
Revista Semestral. Cochabamba, p. 57.
14. Véase en nuestro libro: “Introducción” de Gunnar Mendoza L., al Album de Melchor María
Mercado, Ob. cit.
15. Descripción, Introducción, p. xxxix.
16. Ibid., p. xi.
17. Ibid., p. 12, 13.
18. Alcide d'Orbigny. Estudios sobre la Geología de Bolivia. La Paz, Tipografía Comercial de Ismael
Argote, 1907. XIX, 262, 104 pp. Esta obra corresponde a Bolivia, del t. III, v. 2, parte 3 del Voyage.
Según una cita de Gunnar Mendoza, el científico Federico Ahlfeld sostuvo en su Geología de Bolivia,
La Plata, 1946 (370 pp., un mapa): que d'Orbigny es el “padre de las investigaciones geológicas de
Bolivia” (p. 9). “Las descripciones de su viaje por el Oriente de Bolivia son todavía hoy valiosas, ya
que d'Orbigny visitó regiones en las cuales después de él ningún geólogo alcanzó a penetrar”
(véase Gunnar Mendoza: borradores de fichas sobre la bibliografía de Alcide d'Orbigny. Archivo
de don Gunnar Mendoza L. en poder de la familia).
19. Arguedas, Alcides. La Danza de las Sombras. Barcelona, Sobs de López Impresores, 1934, pp. 25,
26.
20. Entre 1845 hasta fines del siglo XIX aparecieron en Bolivia -según Albarracín Millán-
empresarios, mineros, comerciantes, escritores, sociólogos, historiadores, seguidores de
d'Orbigny etc.: desde José María Dalence, Manuel José Cortez, Pedro Kramer, los pioneros de la
minería: los Aramayo, etc. (hasta que éstos son reemplazados, dice él, por las nuevas corrientes
del positivismo, darwinismo, spencerianismo, etc. (Juan Albarracín M. Orígenes del pensamiento
social contemporáneo de Bolivia, La Paz, 1976).
21. Infelizmente, no hemos encontrado a tiempo, para su publicación en el presente libro, el
brillante texto mencionado del Dr. Siles, quien dedica páginas dignas de ser incluidas
integramente entre las que hemos seleccionado para la presente publicación.
26

La obra del célebre naturalista


Alcide d’Orbigny en los ensayos
críticos de la Biblioteca Boliviana
Gabriel René-Moreno

1 I. DESCRIPCIÓN geográfica, histórica y estadística de Bolivia dedicada a Su Excelencia el General


Don José Ballivián, Presidente de la República, por Alcide d’Orbigny, Caballero de la real orden de
la Legion de Honor de Francia, oficial de la Legión de Honor boliviana, miembro de muchas
Academias o Sociedades científicas de Paris, de Lóndres, de Turin, de Madrid, de Moscu, de
Filadelfia, etc., etc. Tomo primero. Paris, Librería de los Señores Gide y Compañía, calle de los
Pequeños Agustinos, n° 5. 1845.
2 Texto: 8.° francés; LIV de introducción, 402.- Atlas: folio, 14 láminas iluminadas.
3 En el colofón: "Imprenta de Lachampe y Comp., calle Damiette, N° 2." El Atlas es mas
raro que el texto. Las láminas son grabadas por Lehnert, en su mayor parte escojidas
entre las que figuran en la obra grande del autor [Voyages dans l’Amérique Méridionale].
Version castellana hecha con la cooperacion de Ricardo J. Bustamante 2. La obra no
siguió publicándose, porque el gobierno boliviano tampoco siguió contribuyendo para
ello con los fondos necesarios.
4 Este volúmen se contrae a las provincias de Caupolicán i Mójos, las que con el territorio
de Yuracares formaron desde 1842 el Departamento del Beni. El célebre naturalista era
mas versado en el conocimiento de Estas i otras comarcas agrestes i apartadas, que en
el de las provincias donde están agrupados los centros principales de población criolla y
mestiza. Respecto de aquellos territorios, inmensa superficie de llanos, sierras i selvas,
que componen la estremidad norte de la república, pudo escribir desde luego sin
trepidar, como que en esos momentos estaba para concluir la publicación de su
monumental obra intitulada Voyages dans l’Amérique Méridionale, donde jeneralmente se
ocupa de preferencia en las rejiones inesploradas y en los pueblos de misiones. Para ver
de escribir sobre los departamentos de la alti-planicie, sobre la frontera de Chuquisaca,
sobre Chichas i Tarija, señaladamente en la parte histórica i estadística, solicita en el
27

prólogo datos i documentos que poder agregar a los que ya posee, a fin de habilitarse
para una redacción hecha con pleno conocimiento de causa.
5 El plan que el naturalista adoptó para la obra era proceder desde luego a la descripcion
parcial y especifica, provincia por provincia; en seguida resumir por departamentos;
terminar después con las consideraciones jenerales que pudieran deducirse de todos los
hechos particulares. Es evidente que abarcando entónces sus observaciones toda la
jeografía i la sociabilidad bolivianas, D’ORBIGNY hubo de menester nueva inspección
ocular i nuevos, directos y especiales estudios.
6 Respecto de Caupolican sus fuentes de información han sido el opúsculo intitulado:
Descripción de la Provincia de Caupolican, Ms., i otro manuscrito cuyo titulo es Adiciones por
un ciudadano residente en Caupolican. Pero ante todo se reconoce en esta parte gran
deudor de Antonio Acosta (observador intelijente y conocedor a palmos de la
provincia), por los datos que le suministró, los que en la parte jeográfica han servido al
autor para rectificar y formar el plano de la provincia contenido en su mapa jeneral de
Bolivia.
7 Respecto de Mójos le han valido: su inspección personal, la Relación de la Misión apostólica
de Móxos por el P. EGUILUZ (1696), el Informe general de la provincia de Santa Cruz por VIEDMA
(Ms. orijinal) cuyo texto merced a Angelis ya conocemos, las noticias que ha podido
encontrar en la selección intitulada Choix des Lettres Edificantes (tomo VII), las que
suministran el tomo I i el II de una obra impresa para la común lectura, Missions de
l’Amérique.
8 D’ORBIGNY purgó de libros i manuscritos en Santa Cruz, Mojos y Chiquitos algunos
archivos y alacenas: le han acusado por ello de exactor a nombre del gobierno y de
bibliopirata. El cargo es injusto: allegó cuando le vino fácilmente a la mano, que no fué
talvez poco entre jentes que en nada estimaban esos escritos. Cita algunos informes
particulares del gobernador Rivera; pero no conoce la serie de informes administrativos
documentados, las cuentas documentadas i los diversos expedientes sobre particulares
de la administración i gobierno, todos los que orijinales existen en mi poder, abarcando
lo referente a la historia civil y estadística de Mójos, de Chiquitos y aun de Santa-Cruz
de la Sierra, desde la espulsión hasta 18093.
9 II. FRAGMENT d’un Voyage au centre d l’Amérique Méridionale, contenant des considérations
sur la navigation de l’Amazone et de la Plata, et sur les anciennes missions des
Provinces de Chiquitos et de Moxos (Bolivia). Par Alcide D’Orbigny. Extrait de son
Voyage dans l’Amérique Méridionale, publié sous les auspices du Gouvernement. Paris,
chez P. Bertrand, éditeur, Libraire de la Société Géologique de France, rue Saint-André-
des-Arcs, 38, Strasbourg, Chez Ve. Levrault, Libraire, rue des juifs, 33. 1845.
10 8°; 584, un mapa.
11 Contiene los capítulos referentes a Mójos i Chiquitos que corren en la obra grande del
autor. Esta reimpresion suelta se hizo con la mira de jeneralizar en Europa las noticias
acerca de esas rejiones. Esto sucedía en los momentos en que Pazos Kanki de un lado y
de otro Antonio Acosta, ajentes del gobierno boliviano, promovian en Francia e
Inglaterra empresas de esploracion, navegacion i colonizacion por el Amazonas;
mientras el concesionario Manuel Luis Oliden, despues de hacer publicar sin fruto por
su secretario MAURICIO BACH, aleman, la Descripción de la nueva provincia de Otúquis en
Bolivia (Buenos Aires, 1843, 4.° mayor, 25 pájinas), se trasladaba como cónsul boliviano
al Paraguay a tentar por allí los medios de establecer i ensanchar a vapor la
28

comunicación fluvial del Plata con Chiquitos; ya que por su parte el gobierno de Bolivia
aparejaba al mismo tiempo espediciones interiores al Pilcomayo i se dejaba arrastrar
por el espíritu progresista de esos días, contribuyendo no poco al esfuerzo comun de
buscar para el pais una salida natural i espedita al esterior.
12 Hasta la página 338 es del mayor interés y novedad este libro, por contener lo relativo a
Chiquitos. De allí para adelante (capítulo V-VIII o final) es referente a Mojos, asunto
que, aunque sin el interes narrativo que aquí, interes propio de un viaje, está tratado
mas estensa i didácticamente en la obra 1143 [Descripción geográfica, histórica y estadística
de Bolivia. París, 1845]. D’ORBIGNY salió de Santa Cruz conmovido i amando ya el pais.
Estudió Chiquitos con entusiasmo, con cariño, entregándose a los estudios naturales
bien asistido i alegremente, yendo de sorpresa en sorpresa por el camino de su
observación personal, penetrando al campo de la estadística y la historia con la ayuda
escrita i la oral mas inmediatas o vecinas por su pureza a la verdad.
13 No pretende en esta parte sino dar una idea jeneral de las épocas históricas i de la
estadística de las misiones. Si hubiera sido meramente escritor, habría podido redactar
sobre Chuiquitos un libro sociolójico, vasto y profundo. Fué decidida i solícitamente
favorecido en sus investigaciones de toda especie por las autoridades. En pasajes
diversos de sus obras reitera su gratitud eterna por estos servicios. Pero la historia i la
estadística eran para él simples auxiliares en sus estudios de naturalista.
14 Sus fuentes de información fueron, respectos [sic] a las épocas jesuítica i de anterior
salvajismo: la Conquista espiritual de MONTOYA, el libro del padre Fernández, el informe de
Viedma, uno inédito del gobernador Ribera, los autores Alvar Nuñez Cabeza de Vaca,
Rui Diaz de Guzman, Schimidel, Quiroga. Para lo posterior le han servido Viedma,
Ribera, las informaciones verbales de los curas i administradores, las pláticas largas i
razonadas con el gobernador Marcelino de la Peña (natural del Cuzco i casado en Santa
Cruz), i con el injeniero Antonio Alvarez Sotomayor, colega de Azara en el trabajo de la
demarcación con el Brasil, i quien se quedó, se casó i murió en Santa Cruz. Cita para lo
indirecto no pocas veces a Fúnes, autor no mal informado en su asunto propio, pero que
es casi contemporáneo i que se halló en igual o inferior caso de saber ciertas cosas que
D’ORBIGNY. La fuente original para la estadística, las costumbres, la conquista espiritual i
la organización i sociabilidad de esas misiones, permanece inédita i se contiene con
abundancia en un centenar de legajos i espedientes que obran en mi poder, como lo
tengo dicho en otro lugar. He visto en Sucre, entre los restos el archivo de la Audiencia
de Charcas, grandes rimeros de cuadernos i legajos manuscritos sobre la administración
de esos pueblos, lo que se esplica recordando que, despues de la espulsión, Mójos i
Chiquitos recayeron bajo el gobierno superior de aquel regio tribunal.
15 D’ORBIGNY encontró en una mision de Chiquitos un diccionario de la lengua jeneral en
la forma siguiente: 1o. un folio con mas de 500 pajinas a dos columnas, con la parte
chiquitano-castellana; 2o. la parte castellano-chiquitana (volúmen, en 8o.); 3o. otro
volúmen en 8o. con la gramática. "Nada mas completo (agrega el célebre viajero) se ha
escrito sobre otra lengua americana."
16 Corria entre alguna jente ilustrada en Bolivia la especie de que Juan de la Cruz Cisnéros,
el dean de La Paz, se encontró, al visitar la familia de D’ORBIGNY en Francia, con que los
papeles manuscritos de éste habían sido quemados por él antes de su muerte.
Agregábase que el naturalista frances se habia beneficiado a mesa puesta, en lo
referente a Yucarares, con la obra de Haenke, cuyo gran volumen manuscrito su buena
suerte i dilijencia le hicieron encontrar estraviado por ahí en una cabaña. Pero Juan de
29

la Cruz Cisnéros me aseguró en La Paz el año 1875 que tal cosa él no ha dicho, sino lo
que la espresada familia le aseguró; i es, que todos esos papeles y libros manuscritos
fueron llevados en Paris, por encargo que dejó el difunto, al Luxemburgo, palacio donde
está el Jardin de Plantas y demás oficinas de su dependencia.
17 Esta me parece la verdad. Me atrevo a creer que figura en ese legado el precioso Ms.
inédito sobre la lengua jeneral de Chiquitos que acabo de mencionar. V. lo que en la
nota del artículo 248 [el número correcto es el 249] se dice aquí, según informes de
catálogos autorizados, respecto de otro precioso Ms. lingüístico encontrado por
D’ORBIGNY en Mójos.

18 No logró D’ORBIGNY cargar consigo toda su inmensa cosecha de disecciones zoológicas i


botánicas. Diez años mas tarde he podido jugar yo en Santa Cruz con dos o tres cajas de
magníficas mariposas de Mójos o Chiquitos, que dejó allí confiadas a álguien que murió
poco después de su salida en 1832.
19 A mas del considerable número de fragmentos, descripciones i estractos relativos a sus
cursos en el Museo i a sus viajes en América, escritos que corrieron sueltos desde 1837
hasta 1855, se tienen de él:
20 Histoire générale et particuliére des mollusques (1834);
21 Histoire naturelle générale et particuliére des céphalodes cryptodibranches (1834-1842, en
folio i en 4°.).
22 Ambas obras en consorcio con Férussac.
23 Galerie ornithologique, ou Collection des oiseaux d’Europe (1836-1839, en 4°.).
24 Histoire naturelle, générale et particuliére des crinoidess vivants et fossiles (1840-1842, en 4.°);
25 L’homme américain consideré sur ses rapports physiques et morales (1840, 2 volúmenes, 8.°);
26 Coquilles et échinodermes fossiles de la Colombie, recojidos por Boussingault (1843, en 4.°);
27 Paléontologie française (1836-1854, 14 volúmenes, en folio, inconclusa); o descripción de
todos los moluscos e irradiados de Francia.
28 En cuanto a su Voyage dans l’Amérique méridionale (Brasil, Uruguay, Argentina, Patagonia,
Chile, Perú y Bolivia) exécuté de 1826 a 1833 (7 volúmenes, en 4 o. mayor i dos atlas, años
1835-1849), sé decir que consta de los siguientes tratados con vista del magnífico
ejemplar que posee en Santiago Federico Leybold, no habiéndome sido posible obtener
uno completo en Europa.
29 Carte géographique de la Bolivie; -Carte géologique de la Bolivie; -Crustacés, con 18 láminas; -
Cryptogamie, con 15;
30 -Foraminiféres, con 9; -Géografhie, con 2 láminas i 7 cartas; -Géologie, con 2 láminas i 8
cartas; -Histoire, con 7 láminas; -L’Homme américain, con una carta; -Insectes; con 32;
31 -Mammiféres, con 22; -Mollusques, con 86; -Oiseaux, con 67;
32 -Paleontologie, con 22; -Palmiéres, con 32; -Poissons, con 16; -Reptiles, con 9; -Zoophytes, con
13.
33 El Voyage pittoresque dans les deux Amériques (2 volúmenes, 4°), que tambien corre
traducido al castellano i con láminas, llevando en ambas ediciones el nombre de
D’ORBIGNY como autor, es una obra destinada a la común lectura, redactada por L.
REYBAUD. Se entiende que el tal viaje es supuesto, siendo en realidad la sustancia del
libro una serie de estractos de los viajeros que se mencionan en el título.
30

34 III. HOMME (L’) américain (De l’Amérique méridionale), considére sous ses rapports
physiologiques et moraux; par Alcide d’Orbigny, Chevalier de l’ordre royal de la Légion
d’honneur, Officier de la Légion d’honneur de la République bolivienne, Membre de plusieurs
Académies et Sociétés savantes nationales et étrangères, auteur du Vouyage dans L’Amérique
méridionale, etc., etc...París, chez Pitois-Levrault et Ce., libraires-éditeurs, rue de l’Harpe, n°. 81;
Strasbourg, chez F.G. Levrault, rue des Juifs, n°. 33.1839.
35 TOME PREMIER. Pájinas: XXVIII de dedicatoria a Humboldt e introducción, 423, un cuadro
en folio apaisado.
36 TOME SECOND. Pájinas: 372 (desde la 353 una tabla alfabética), un cuadro en folio, otro en
4°. Una gran carta colorida de la América meridional.
37 Impresión de Strasburgo en el establecimiento de Levrault. Años ha agotada. El texto
figura también en el Voyage dans l’Amérique.
38 ALCIDE D’ORBIGNY nació en Coueron (Loira-Inferior) el año 1802 y se educó en la Rochela,
donde su padre, que ha dejado cierta nombradía como naturalista, ejercía la profesión
de médico. Habilísimo dibujante de objetos naturales, pasó el jóven D’ORBIGNY como
empleado del ramo al museo de Paris. Pero no habia de permanecer mucho tiempo en
esta condicion subalterna. Tenia un verdadero talento de observación. Sus aptitudes
para leer por sí mismo, en el libro de la naturaleza esas cosas que estaba llamado a
estampar i clasificar en el papel, resultaron sobresalientes. Se lanzó con vigor en
estudios de primera mano. El hecho es que, en 1824, D’ORBIGNY presentaba una memoria
sobre la probabilísima existencia de seres todavía inobservados por los sabios, memoria
que llamó la atención de la Academia de ciencias con gran movimiento de interes i
curiosidad. Esta idea notable hizo traspasar al jóven los umbrales de su profesion
artística, para entrarse de rondon en los dominios de ciencias esperimentales. Era un
acierto, porque entró iniciándose en esos misterios de la relijión científica, relijión
cuyos sacerdotes forman el gremio de los naturalistas descubridores e inventores,
gremio poco numeroso, a la verdad, cuanto son de pobladas las filas de los que cultivan
la ciencia ya comprobada i establecida.
39 Al año siguiente D’ORBIGNY entraba en relaciones con Humboldt, i el trato con este
hombre de tan extraordinario injenio científico fué un acontecimiento en la carrera del
jóven naturalista. Fué un acontecimiento próspero que lo puso a la espectativa de otro
acierto, tan notable como el del año anterior. También Cuvier le dispensó su amistad
con motivo de verlo frecuentemente en los cursos i en el museo. Conoció al punto que
en el jóven tendria un cooperador de primera fila. D’ORBIGNY estaba a la sazón envuelto,
enredado, absorto en el arremolinado mundo de la botánica i de la zoología, cuyos
jéneros, especies e individuos formaban en su mente un jentío movible y luminoso que
de todos lados le cerraba el horizonte, Cuvier y Humboldt le llevaron entónces a los
puntos de vista jenerales i comparativos, a los deslindes científicos, a las alturas en cuya
atmósfera no alientan sino los espíritus dotados suficientemente de los medios de
alcance para concebir la unidad. Trepado en esa eminencia sintió que era ya poco para
él abarcar el conjunto de la zoología i la botánica. ¿Se sintió con fuerzas para
condensarlas junto con otras ciencias que a ellas se ligan íntimamente, señalando así
reunidas nuevos campos de observación sobre los efectos i las causas de la naturaleza?
Es indudable que sí, i cuando aceptó la proposición de un viaje a América ardian en su
cerebro llamaradas que como relámpagos le dejaban contemplar horizontes.
31

40 Pero D’ORBIGNY no se dejó ofuscar, como ciertos necios del estudio, por esas vislumbres
subitáneas que en muchos cerebros no pasan de fuegos fatuos. Modesto, cual siempre lo
son los llamados a ocupar un puesto en las esferas del saber, sintió al punto la
insuficiencia de sus medios de observación, que tratándose de departamentos
científicos considerados como individualidades, deben ser medios poderosos de
concentración i dilatación, capaces de desentrañar de la masa orgánica del ramo
relaciones esternas i trascendentes. Ante todo se puso a estudiar para poder estudiar.
Queria dar a su caudal de luces la estension y profundidad necesarias para ver de asir
con fijeza esas vislumbres fugaces, i convencerse de que podian adquirir a posteriori la
consistencia de una claridad permanente.
41 ¡Singular madurez de espíritu en el ardimiento de los veinte y cuatro años! D’ORBIGNY
sentia el anhelo de atesorar a lo banquero, entrando en combinaciones que llevasen
léjos la pujanza del capital. Pero en vez de lanzarse desde luego a la especulacion
aventurera i briosa, se contrajo con una paciencia heroica a aumentar mas i mas, peso
por peso, sus haberes. Con ello el jóven se mostraba fiel hasta lo último a la consigna del
naturalista: "No desertar jamas el reducto de la observacion positiva."
42 La zoolojía en sus interioridades, en sus dependencias, en sus aplicaciones, era el
dominio escojido por él con fijeza para centro de estudios. Instalado allí, era lójico que
la omnipotencia maravillosa del análisis tendiese a avasallarlo i a encorvarlo. A fuerza
de clasificar concienzudamente en el museo, penetrando de veras en los
desenvolvimientos lójicos de la naturaleza, habia presentido la existencia de seres que
completasen jéneros, especies o familias en la escala gradual de los seres organizados.
Resonaba entonces el choque de los sistemas que por encima de su cabeza se
disputaban el honor de clasificar al hombre, trayendo para ello a cuenta la distribucion
jeográfica de sus razas, la historia de sus emigraciones i cruzamientos, la filosofía moral
i física de su organizacion fisiolójica. Tentador era el problema, i le tentó; pero le tentó,
no como al iluso inesperto que persigue el arco-iris en las colinas lluviosas, sino como a
un naturalista metódico que buscaba moluscos i que tambien quiso desde entónces
buscar hombres americanos que clasificar.
43 Hé ahí ciertamente una manera silenciosa pero profunda de terciar en el debate i de
contribuir con eficacia a la resolucion del problema. Con efecto, los estudios sobre el
método para clasificar al hombre flaqueaban en su base. El mismo Cuvier, en su célebre
división en tres razas, dejaba por fuera a los americanos, por no considerarse
suficientemente instruido sobre los caracteres fisiolójicos de esta porción considerable
de la humana especie. Las observaciones estaban en el punto en que las habia dejado
Humboldt, el viajero filósofo i el naturalista sociolójico; es decir, en los datos
monográficos concernientes a los pueblos desparramados en la estremidad norte de la
América meridional. Lo demas del continente, i señaladamente el centro i la región
austral, eran casi totalmente desconocidos. Azara, el único que hasta entonces habia
hablado como observador científico, se contrajo a los naturales del Paraguay i a sus
tribus vecinas, mas sin penetrar allí mismo en el dominio complejo de los caracteres
fisiológicos i del lenguaje. Era tarea concienzuda el hacer saltar la luz entre este caos de
naciones del nuevo mundo, no pocas nominales, en fuerza de cierta corrupción
ortográfica introducida al mencionarlas.
44 El cometido oficial de D’ORBIGNY era el estudio de los moluscos i radiados, i cuando se
sintió con alientos para sacar de su viaje un provecho mas trascendente, abarcando en
sus observaciones el conjunto de otras ciencias, conferenció largamente con Cuvier i
32

Humboldt. Los consejos i las instrucciones, preciosos auxiliares si se toma en cuenta la


respectiva majistral competencia de estos sabios, dieron el impulso definitivo al vuelo
de los juveniles proyectos; i a principios de 1826 D’ORBIGNY partia para América i
desembarcaba en Rio Janeiro.
45 La historia de sus viajes equivale desde entónces al estudio de su obra científica, i ese
estudio requiere especial competencia. Lo notorio es, que tuvo sin duda alguna su
talento de observador agudeza para penetrar i pujanza para abarcar, puesto que su
libro zoolójico i filosófico sobre el hombre, libro intitulado L’Homme américain, se reputó
desde el primer momento como una valiosa contribución para la ciencia. Que acertó
D’ORBIGNY a descubrir y a llevarse consigo esos seres cuya existencia había presentido,
pruébanlo las condecoraciones honoríficas que recibió de su gobierno, la publicacion,
costeada por el Estado, de su inmensa labor en América, i los homenajes i distinciones
con que fué acojido desde entónces por todas las corporaciones científicas de su pais i
del estranjero.
46 Llegó a Francia i, con los preciosos materiales que traia, se consagró a publicar la
ciencia recojida en sus viajes i a meditar sobre el problema del hombre. Interrogó para
ello a los sistemas jenerales, se orientó en la filosofía de la discusión antropolójica,
compulsó los anales de la jeografía etnolójica que obraba en el debate. Entónces se
convenció mas bien que nunca de la necesidad de ceñirse a los hechos particulares
comprobados por su observación personal, a fin de no pintar sino al hombre que habia
visto él i que ningun otro habia visto antes que él. Por este camino pudo decir en
conclusion que sus estudios eran positivos i no pecaban de lijereza:
47 "Cada nación había sido estudiada con atencion escrupulosa en sus caracteres
fisiolójicos, en los ápices de sus costumbres, usos, relijión i lenguaje; en las
modificaciones obradas sobre su estado primitivo por la civilización. Repetidas veces la
habiamos examinado comparativamente con las naciones que la rodean, a fin de juzgar
sobre sus diferencias características; habiamos recojido respecto de cada una los datos
suficientes para hacerla conocer; en fin, habiamos observado al hombre bajo todos los
temperamentos, en todas las latitudes, sobre todas las escalas de elevación en las
sierras, dentro de la espléndida vejetacion del mundo, en mitad de los mas estériles
desiertos. Aclaradas por la comparación nuestras ideas, en un principio confusas,
habian poco a poco ido clasificando esos hechos aislados agrupándolos segun su mayor
o menor analojía. Habiamos comenzado ante todo por distinguir cada grupo de formas,
facciones i color; habiamos encontrado los puntos donde venia a rematar cada gran
division, basada en los caracteres fisiolójicos; habiamos establecido subdivisiones,
siempre en relacion con la composicion jeográfica de los lugares."
48 El libro sobre el hombre americano, con ser el esfuerzo combinado de sus aptitudes
para el análisis i la síntesis, es también el libro que debe a Bolivia la mayor suma de sus
observaciones. En su prólogo pinta el autor con plumadas valientes el derrotero de sus
viajes por el Plata, Rio Negro, Chile y Bolivia. D’ORBIGNY se instaló a sus anchas en la
última, deslumbrado con la magnificencia de los panoramas, sediento de horas útiles
para enriquecerse con el cúmulo de observaciones i objetos nuevos que se desplegaban
a su vista. Fué en Bolivia donde, en presencia de las colosales primitivas ruinas i
tratando de descifrar en esos pórticos sus simbólicos relieves, cayó como una
revelación sobre su mente la voz de la historia, que le decia que nada profundo, sin ella,
podria jamas descubrir acerca de esos aimaráes cuyos cráneos i ceremonias absorbian
por completo su atención.
33

49 Penetra en la agreste Ayopaya, el riñón de los quichuas bolivianos, i saliendo a


Cochabamba, Clisa i Mizque, sigue bajando los contrafuertes orientales de las cadenas
andinas. ¡Cuántos objetos i asuntos se presentan a su vista i a su reflexion entre esos
pueblos indíjenas que llevan la estampa incásica, viva como en la época de la conquista
los unos, apagándose gradualmente en los otros a traves de las sierras que van a
perderse en las inmensas llanuras verdes, húmedas i cálidas de Santa Cruz!
50 Nuevas sorpresas allí le aguardan i nuevos conocimientos que ilustran puntos dudosos
sobre la historia del hombre. La semejanza de todos los habitantes con los de las
fronteras paraguayas, en todos los rasgos agraciados i característicos de la fisonomía i
del acento, salta con viveza a sus ojos. Párase a observar a un chiriguano, i se encuentra,
pudiera decirse, en presencia de un guaraní de Corrientes. Le habla i se deja entender.
Luego en Porongo, en Bibosi, entre los sirionós de los bosques del norte, descubre
verdaderas tribus de la gran nación guaraní, la que en el andar de los tiempos lejanos
habia atravesado el Gran Chaco hacia Tarija por un lado, i por otro hasta el pié de las
sierras en las llanuras orientales.
51 Habia tocado allí en el corazón de la América meridional. En Santa Cruz tenia, al norte,
la provincia de Mójos; al oriente, la de Chiquitos; ambas de indígenas puros
conquistados para el cristianismo por los jesuitas. Hé aquí por fin al aborijena
americano en condiciones de sociabilidad, que mientras por un lado se prestaban a
comparaciones prerisas entre el estado primitivo i el estado moderno, pudiéndose en su
vista certificar sobre las mudanzas operadas en el hombre de la naturaleza por el
contacto civilizador, brindaban por otro lado trechos de observación segura a la
estadistica, esta aritmética de los hechos sociales tan elocuente a veces con sus
guarismos.
52 Identidades de vocablos, en concierto con no poca semejanza de usos i costumbres,
entre las tribus boreales de nuestro continente descritas por Humboldt, i las misiones
de guaraníes que dejaron los jesuitas establecidas junto a los inmediatos afluentes del
Plata, habian suspendido la atención del naturalista frances en Corrientes, haciéndole
comprender el sentido misteriosamente significativo que tiene la lingüística americana,
cuando segun las leyes de una filolojía discreta sabe trasladar al campo de la jeografía,
de las tradiciones concordantes i de la historia remota, los signos muertos o vivos del
pensamiento humano, para con ellos rastrear la primitiva cuna, las emigraciones, los
cruzamientos, los paraderos i la salvaje existencia de estos aboríjenas. Desde entónces
se consagró D’ORBIGNY al estudio suficiente del guaraní, esta lengua matriz en las verdes,
húmedas y calurosas llanuras, i quedó con su auxilio habilitado para discernir sobre los
dialectos que habia de encontrar mas tarde desparramados en Mójos i Chiquitos.
53 Entre los llanos inundados de Mójos y las alti-planicies de la rejion montuosa D’ORBIGNY
fué descubridor de naciones con caracteres fisiolójicos notables. Fué tambien por allí el
primero en hollar con su planta selvas vírjenes y precipicios espantosos. Su cosecha en
la zoolojía i en el reino vejetal fué espléndida. Subiendo intrépidamente en piragua
desde Mójos el rió Chapare hasta las sierras andinas, escaló a pié enjuto los
contrafuertes de la cordillera oriental para bajar en seguida a Cochabamba lleno de
entusiasmo i admiración. No estaba satisfecho. Internándose poco después en las selvas
jigantescas de Yuracarés, de nuevo ganó las piraguas salvajes, enseñando con su
ejemplo entre Cochabamba i Mójos el ir i venir sobre aguas mansas i rápidas. Subiendo
en Mójos las aguas del Mamoré, del Guapay i del Piray, se apareció de improviso en su
34

predilecta Santa Cruz, "la capital de los campos" según su decir, a la que queria visitar
una vez mas ántes de partir para siempre.
54 Partió. Emprendia la ruta del regreso sin fatiga, dándose tiempo para asomarse a las
provincias de Chuquisaca i Potosí, visitando curioso las de Oruro, orillando entre
vestijios i ruinas el lago de los incas emperadores. Bajaba en seguida al Pacífico i se
embarcaba para Francia llevando de Bolivia, para la historia natural, un acopio
considerable de hechos comprobados por la disección y el lápiz personal, i para el
delicadisimo problema filosófico i zoolójico del hombre, lo mas nuevo, característico i
rico en rigurosas deducciones de toda la cosecha de sus viajes en América.
55 Esto esplica por qué, en la historia de los viajes científicos del presente siglo, el nombre
de D’ORBIGNY está indisolublemente ligado al de Bolivia. Pero no conozco ningun estudio
razonado i crítico sobre la ciencia del naturalista frances; no he visto un exámen jeneral
cualquiera de su inmensa labor; ignoro si existe alguna biografía que dé noticias
particulares sobre la historia de su vida, de sus viajes, de sus publicaciones, de su
enseñanza en la cátedra de paleontolojía desde 1836 hasta 1853 en el museo de Paris.
Los diccionarios biográficos de contemporáneos ilustres no pueden ser sino mui
concisos a su respecto. Mencionan el año i lugar de su nacimiento, su viaje de ocho años
i su vuelta cargado de vocabularios de lenguas ignoradas, de manuscritos históricos, de
dibujos y de cerca de 10,000 especies nuevas de plantas i animales. Concluyen citando la
nómina bastante conocida de sus publicaciones científicas, cortadas por su muerte en
Paris el 30 de junio de 1857.

NOTAS
2. En sus estudios sobre los poetas bolivianos, Gabriel René-Moreno escribió en mayo de 1860 un
ensayo crítico intitulado "D. Ricardo J. Bustamante". Revista del Pacífico. Tomo II, Valparaíso, 1860.
Reeditada en: Gabriel René-Moreno. Estudios de Literatura Boliviana. Vol. I. Colección de la Cultura
Boliviana dirigida por Armando Alba. Prólogo de Humberto Vázquez-Machicado. Potosí. Casa de
la Moneda. Editorial "Potosí", 1955; pp. 167-239. En la pág. 169 de esta edicón, Gabriel René-
Moreno dice en su mencionado ensayo: "Bustamante ayudó en París al sabio viajero Mr. Alcide
d’Orbigny en su notable trabajo literario y científico destinado a hacer conocer a Bolivia en sus
riquezas naturales, y D. Eugenio de Ochoa, en una de sus obras de estudio sobre la literatura del
siglo XV, cita a Bustamante recomendándole por haber sido su colaborador inteligente". (N. del
E.).
3. Véase Gabriel René-Moreno. Biblioteca Boliviana. Catálogo del Archivo de Mojos y Chiquitos,
Santiago de Chile, Imprenta Gutenberg, 1888; 627 + una de índice. Basado en las fuentes
documentales que menciona Gabriel René-Moreno, este libro ha sido objeto de otras ediciones en
Bolivia. Véase, por ejemplo, la ediición de la Librería Editorial "Juventud", La Paz, 1974, con un
estudio preliminar y notas adicionales de Hernando Sanabria Fernández; contiene un índice
analítico de Guillermo Ovando-Sanz. (N. del E.).
35

Mr. Alcide d'Orbigny


Belisario Díaz Romero

1 Engalanamos nuestro presente número con el retrato de Mr. d'Orbigny, el eminente e


ilustre naturalista francés que visitó y exploró nuestro patrio suelo.
2 Nada más grato para nosotros, ni más justiciero en el sentimiento boliviano, que
tributar a la memoria del distinguido sabio el homenaje debido a su talento, vasta
ilustración y magna labor, que dio utilísimos y beneficiosos resultados, no sólo a la
ciencia ni a su patria, sino en particular a nuestro país, cuyo nombre está tan
íntimamente ligado al suyo.
3 No sería posible condensar en pocos renglones, la vida y la obra de una personalidad
tan culminante como d'Orbigny, este grande hombre que reunió en sí la pujanza de un
cerebro de primer orden y la modestia y humildad de los abnegados obreros de la
civilización. El pedestal de una gloria que es suya, exclusivamente suya, se levanta bien
en alto, y el describirlo es tarea que requiere dotes peculiares, ajenas a nosotros por
nuestra pequeñez en frente de un atleta tan vigoroso, como sobresaliente. El intrépido
viajero y eximio pensador, supo remontarse con lento pero majestuoso vuelo a esas
esferas superiores en que el espíritu dominó solo, donde los destellos de la inteligencia
forman la aureola radiosa del trono del saber y donde únicamente tienen acceso los
esforzados luchadores, que como d'Orbigny, llevaron los laureles de su heroísmo
científico en redor de una frente noble, en que, cien veces también, el trabajo hizo
verter el sudor de la fatiga material y física.
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Alcide Dessaline d'Orbigny, (1802-1857)

4 Nació Alcide Déssalines d'Orbigny en Coueron (Loira Inferior) en 1802 y murió en París
en 1857. Hijo de un distinguido cirujano de la Rochela, Carlos María d'Orbigny, que fue
también naturalista de nota; así, heredó las brillantes dotes de su padre, cultivando
desde niño las ciencias naturales. Su hermano llamado Carlos ha dejado así también,
como el padre, mombradía merecida por sus idénticos trabajos en Historia Natural y en
especial con su importante Diccionario de Historia Natural.
5 Su especial habilidad para hacer dibujos de objetos naturales hizo que entrase al Museo
de París como empleado dibujante de aquella gran repartición científica. Pronto el
gobierno francés, conocedor de las aptitudes y competencia del joven subalterno,
resolvió encomendarle una misión de la más alta importancia: la exploración del
continente sudamericano, tan poco y mal estudiado hasta entonces. Habíase dado a
conocer con la publicación de varias memorias sobre zoología, que figuran en el
Diccionario de su hermano Carlos. Engolfado en clasificar y coordinar un mundo de seres
vivos que, en el torbellino de la naturaleza veía voltigear en derredor suyo, picando los
sedientos anhelos de su viva imaginación, el joven naturalista no se limitó más a
copiarlos con el lápiz, o colocarlos en los escaparates del establecimiento; resolvió
conocer por sí mismo los parajes de donde procedían ellos, estudiándolos en el libro
vivo del teatro vital, arrancando por sus manos a la naturaleza los secretos ocultos que
encerraba aún. Animado por ese loable y sublime celo, aceptó pues la difícil y peligrosa
misión que su patria creyera conveniente encomendarle.
6 Antes de ponerse en marcha y correr las terribles aventuras de un peligroso viaje de
exploración, en el seno de países turbulentos, de climas mortíferos y de regiones
habitadas por salvajes, escribió aún en su gabinete de París importantes monografías,
que le valieron el aplauso y aprobación de Jorge Cuvier y Esteban Ceoffroy Saint-Hilaire,
especialmente su Cuadro metódico de la clase de los cefalópodos, publicado en 1826.
37

7 Sus íntimas relaciones con Alejandro de Humboldt, a quien admiraba, y los sabios
consejos de este gran viajero y filósofo, lo decidió definitivamente a su ya preparado
viaje. Las prodigiosas adquisiciones con que el sabio alemán había enriquecido la
ciencia, despertaron a su juvenil ardor la más noble de las emulaciones: la emulación a
la vez patriótica y científica, pero como muy bien dice nuestro eruditísimo bibliófilo y
publicista don Gabriel René-Moreno: ″d'Orbigny no se dejó ofuscar, como ciertos necios
del estudio, por esas vislumbres subitáneas que en muchos cerebros no pasan de fuegos
fatuos″.
8 Fontanelle ha escrito estas frases que son la expresión de la más pura verdad y del todo
aplicables a los sabios como d'Orbigny: ″La botánica (y toda la Historia Natural,
seguramente) no es una ciencia sedentaria y ociosa que se puede adquirir en el reposo y
en la sombra de un gabinete, como la geometría o la historia, o que a lo más, como la
química o la astronomía, no exigen más que operaciones de poco movimiento; exige
que se corra por montañas y bosques, que se trepe rocas escarpadas, exponiéndose a los
bordes de los precipicios. Los únicos libros que pueden instruirnos a fondo en esta
materia, han sido esparcidos al azar por toda la superficie de la Tierra; es necesario
resolverse a la fatiga, al peligro de buscarlos y reunirlos″. Esto es lo que d'Orbigny sabía
perfectamente, y por ello, confiando en su constitución fuerte y robusta, se puso sin
vacilar más en marcha, hacia las ignotas selvas y montañas del Nuevo Mundo.
9 El 29 de julio de 1826 se embarcaba pues en Brest, con dirección a la América, y llegó a
Río de Janeiro con toda felicidad. Desde aquel momento comienza su peregrinación
laboriosa y sembrada de obstáculos, en una formidable extensión de territorio que ha
recorrido, pues que su itinerario abarca nada menos que 3.100 kilómetros de Norte a
Sur y 3.600 de Este a Oeste en el continente sudamericano.
10 No historiaremos su largo y notable viaje de ocho años, interesante, lleno de mil
incidentes y penalidades, sembrado de escollos a causa de la falta de viabilidad y la
turbulencia constante en que vivían entonces las jóvenes repúblicas sudamericanas,
pero él fue de inmenso provecho para las ciencias naturales, para la geografía,
arqueología y etnografía de esta parte del mundo. Recogió en su vasta travesía tesoros
de inapreciable valor con que ha enriquecido las colecciones científicas existentes en su
patria, y especialmente de Bolivia, que es lo que más ha estudiado y explorado, ha
recogido un número colosal de especies animales y vegetales que desde entonces son
conocidos y descritos en la ciencia oficial del mundo. Como él mismo refiere, tan pronto
cruzaba los llanos bolivianos, así ascendía a las más altas crestas de nuestras inmensas
montañas. A partir del puerto de Cobija, atravesando el árido litoral, penetra en las
interminables llanuras de Carangas, hasta el Tacora, cruza en todas direcciones la
frígida altiplanicie andina, escala las cumbres de nuestra Cordillera Oriental, entra en
las candentes vegas y valles de Yungas, que admira como un lugar excepcional en el
mundo, por su extraordinaria profusión de riquezas naturales. Siguiendo los
contrafuertes orientales de la gran cadena, explora Ayopaya, Cochabamba, Mizque, etc.,
se interna a Santa Cruz, Chiquitos, Mojos, y las dilatadísimas selvas vírgenes del Beni;
en fin, su ardor, su intrepidez y su febril celo por conocerlo y estudiarlo todo, hace que
Bolivia haya sido para el infatigable viajero el principal y el más importante teatro de
sus trabajos triples de naturalista, geógrafo y etnógrafo.
11 Después de tan prolongada excursión volvió a Francia, donde fue dignamente recibido
por sus colegas y maestros del Museo, así como el gobierno que lo enviara en comisión.
Poco tiempo después, se hacía cargo del establecimiento en que comenzó su
38

aprendizaje, en calidad de administrador y profesor de la cátedra de paleontología, que


fue creada para él, y al propio tiempo comenzó la publicación de su viaje, la cuenta
detallada y circunstanciada de sus estudios, obra monumental y de imperecedero
mérito que comprende once volúmenes en 4° con el título de Voyage dans l'Amérique
Méridionale. Esta obra vasta y tan bien escrita, consta de las siguientes partes: Historia del
viaje, 3 tomos; Mamíferos, 1 tomo; Peces, 1 tomo; Insectos, 1 tomo; Moluscos 1 tomo;
Zoófitos, 1 tomo; Botánica criptogámica, 1 tomo; Geología, 1 tomo; trabajo editado en París
de 1835 a 1847.
12 De esta obra magistral entresacó el autor el Fragmento de un viaje al centro de la América
meridional, en el que se trata de Mojos y Chiquitos, volumen en 8° publicado el año 1845.
13 El presidente de Bolivia General José Ballivián, mandatario tan inteligente como
progresista, fue uno de los hombres competentes que sabía apreciar el verdadero
mérito. Cuando creó la legión de honor boliviana, uno de los primeros miembros que
para ella nombró fue Alcides d'Orbigny, a quien apreciaba y cuya magna labor supo
reconocer. Le escribió y rogó publicara algo especialmente sobre Bolivia, cosa a que
accedió gustoso el naturalista francés, y el propio año 1845 dio a luz en París la
Descripción geográfica, histórica y estadística de Bolivia, de que sólo pudo darse a la estampa
el primer tomo, a causa de que el Gobierno de Belzu, enemigo de Ballivián y de todo lo
que era de la obra de Ballivián por útil, importante y sabia que fuese, suprimió en el
presupuesto la asignación votada para la edición de la citada obra. La corrección y
traducción española fue hecha por nuestro reputado escritor Ricardo J. Bustamante, a
quien encomendó tal cosa el mismo d'Orbigny.
14 El hombre americano fue otra de las obras que d'Orbigny entresacó de su Viaje a la América
meridional, y publicó en edición especial el año 1839. Esta obra, que consta de dos
volúmenes en 8o, es un estudio de etnografía sudamericana, la única hasta su tiempo y
en la que se ha mostrado el espíritu de observación y análisis tan exquisitos en
d'Orbigny. Allí se muestra el historiador, el filosófo y el verdadero hombre de ciencia. Si
bien no siempre somos de su opinión, en lo tocante a clasificaciones de razas
americanas y sus teorías sobre orígenes étnicos sudamericanos, en cambio es la base
sobre la que posteriormente han fundado los etnógrafos sus distribuciones regionales
de los pueblos aborígenes. Los dialectos, idiomas, mitología y costumbres de los pueblos
y tribus de indígenas, que hoy viven en toda la región sudamericana, se encuentran tan
bien pintados que cuanto más se lee L'homme américain se encuentra mayor encanto y
placer por ese elegante, meditado y circunspecto estilo del autor con que bosqueja los
interesantes episodios de la vida salvaje, así como los luminosos cuadros con que nos
exhibe los monumentos prehistóricos de esos pueblos sepultados por siempre en el
polvo de las edades que fueron.
15 Las dotes literarias y de historiador que tenía d'Orbigny se reconocen con más precisión
en el Viaje pintoresco en las dos Américas, que publicó en 1836. En este precioso volumen
ha hecho con maestría y hábiles pinceladas la relación de los viajes de Colón, Ovindo,
Gomara, Humboldt, etc.; es una historia bien nutrida de datos exactos y de
vulgarización geográfica al alcance de toda clase de lectores.
16 Nos llevaría demasiado lejos la apreciación detenida de todas y cada una de las obras de
este fecundo ingenio y escrupuloso ordenador del reino zoológico. Basta que
mencionemos las principales obras con que enriqueció la zoología sistemática, por una
parte, y la naciente paleontología, por otra; esta ciencia nueva cuyos cimientos ponía
recién Cuvier. He aquí sus producciones más importantes: Galería ornitológica de las aves
39

de Europa, 1836-38; Monografía de los cefalópodos criptodibranquios, 1839-1840;


Foramoníferos de la América meridional, 1839; Historia general y particular de los crinoides
vivos y fósiles, 1840; Moluscos de la isla de Cuba y de las Antillas, 1841-42; Conchas y
equinodernos y fósiles de Colombia, 1842; Moluscos vivos y fósiles 1843-47; Foramíníferos fósiles
del lecho de Viena en Austria, 1846; Investigaciones zoológicas sobre la marcha sucesiva de la
animalización en la superficie de la tierra, 1850.
17 Aparte de estas publicaciones notables, y en particular sus trabajos sobre el entonces
aún no establecido grupo de los ″foramíferos″, que le hizo valer el dictado de
"fundador" de ese orden zoológico, como se lo han discernido Latraille y otros maestros
de la zoología, dio además a la publicidad la Paleontología francesa, obra considerable, de
largo aliento y de vastos alcances biológicos. En 1849-1852 salió a luz su Curso elemental
de paleontología y geología estratigráficas, que completó en seguida con el Prodromo de
Paleontología, en que hace figurar 18 mil especies fósiles. Bien merecía después de su
prodigiosa labor ocupar el alto puesto de profesor de paleontología en el Museo, como
ya dijimos antes. Ejerció ese cargo hasta sus postreros días.
18 ¿Juzgaremos últimamente a d'Orbigny como filósofo?
19 No es fácil encontrar en este sabio nada que responda a un determinado sistema. Sus
concepciones generales sobre la naturaleza y sobre el hombre se insinúan
prudencialmente por acá y por allá, pero sin traslucir esos apriorismos, que son un
defecto en la mayor parte de los filósofos naturalistas. Si bien él se da a conocer como
materialista por sus ideas sobre la pluralidad de la especie humana, no es explícito en
muchos pasajes en que puede declararse partidario de Lamarck. En fin, observador y
analizador de los seres organizados, ante todo ha tratado de sintetizar sus ideas
personales, sin plantear conclusiones, tarea que dejó indudablemente para los sabios
que especializan ese orden de hechos.
20 Y ahora que, con estos cortos y ligeros perfiles, hemos diseñado la ilustre figura de
d'Orbigny, algún día Bolivia reconocida sabrá dar mayor realce al sabio explorador, que
puso el continente de su preclaro talento en hacerla conocer, desentrañando de la
ignota oscuridad en que vivían olvidados y desapercibidos los misterios de sus selvas,
sus ríos, sus hombres, sus industrias, costumbres, seres orgánicos y fisonomía general.
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Bolivia y el paisaje vistos desde la


ruta de d'Orbigny
Vicente Terán Erquiza

1 Iniciamos este trabajo inspirados en un libro que se publicó en París el año 1845 por su
autor el sabio francés Alcide D. d'Orbigny con el título de Descripción Geográfica, Histórica
y Estadística de Bolivia, y que fue ″dedicado a Su Excelencia, el General Don José Ballivián,
Presidente de la República″, libro del cual sólo conocemos el primer tomo, ignorando
las causas por las que no llegaron a publicarse o no fueron conocidos los demás en
Bolivia y sobre los cuales es urgente que una de las Sociedades Geográficas del París,
con ayuda e intervención del Ministerio de Relaciones Exteriores, por intermedio de su
Departamento de Propaganda, busque e investigue sobre el paradero de los demás
volúmenes desconocidos, si es que existen, o se encargue de su publicación o
traducción, si es que se hallan inéditos sin versión al castellano y que acaso existan en
algún archivo de alguna de las sociedades científicas de París, debiendo correr por
cuenta del Gobierno de Bolivia los gastos que demande esta labor publicitaria, todo esto
por la superlativa importancia que deben contener esos libros, supuesto que el tomo
primero, base de este modesto trabajo, es de una importancia sobremanera
insospechada y de cuya magnitud no se conoce ningún comentario o, por lo menos, no
conoce el autor del presente estudio, sin embargo de las sugerencias y advertencias que
él contiene.
2 Iniciamos, pues, este comentario abriendo el libro de d'Orbigny y sobre cuyas páginas
hacemos reposar nuestro pensamiento para tomar impulso hacia un raudo vuelo de
imaginación, recorrida Bolivia en toda su extensión. Pretendemos salir como
peregrinos por todas las sendas, por todas las rutas, desfiladeros y caminos que parten
desde esta excelsa cumbre de plata y estaño que se llama Potosí y que d'Orbigny hiciera
imprimir en la portada de su libro, en un excelente grabado de la época.
3 Bajo un cielo intensamente azul, desde las cimas de la cordillera andina, hasta los
ribazos y llanos orientales, extendida en cerca de 1.312.594 kilómetros cuadrados,
defendida por una mediterraneidad en la que fuera encerrada y a la que fuera
impuesta; guardada en el inextricable misterio de sus selvas; elevada en sus cumbres;
dilatada en sus llanuras; con un magnífico horizonte de montañas perfiladas en la
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lejanía de un extenso Altiplano; o perdida en la maraña de sus bosques, surcados por el


hilo plateado de sus ríos en fantásticos ensueños de viajero; transmontando sus
serranías; pasando desfiladeros; oteando desde la alta cumbre la inmensidad de su
dilatado horizonte; en fin, hendiendo sus alturas y contemplando desde ese cielo esta
tierra y este suelo al que consagramos nuestros afectos, nuestras preocupaciones,
nuestros anhelos, nuestras inquietudes, nuestros sacrificios y hasta nuestros errores e
indolencias, intentamos describir a Bolivia, describirla en sus múltiples accidentes
geográficos, buscando las rutas de su futura economía, pretendiendo localizar y señalar
los puntos vulnerables a la codicia de la Justicia Internacional de América; sugerir al
político; encausar al estratega; advertir al diplomático; en suma, soliviantar la opinión
general en una enseñanza de lo geográfico, de lo sublime y rico que es este suelo,
empresa que sería por cierto harto costosa y que en parte querríamos llenar.
4 Tiene pues, por objeto, este recorrido por tierras de Bolivia, recorrido hecho en alas de
la imaginación y en gran parte intuido por la observación directa, levantar el espíritu
bolivianista en esta hora de quiebra moral, de bancarrota y anarquía espiritual, en la
que todos, perdida nuestra fe, buscamos por doquier la salvación, mientras el mundo se
va hundiendo junto con las viejas civilizaciones en el cataclismo humano más espantoso
que sacudiera la tierra tiñéndola de sangre ante el pavor de América, que ve la
destrucción de la vieja cultura de que fuera heredera en gran parte.
5 ¿Cuál nuestro destino frente a todo esto? Necesitamos, pues, buscar nuestra ruta,
analizar nuestra existencia y saber qué somos en este Continente; definir nuestra
posición democrática, buscar nuestras finalidades y observar las causas de tanto
complejo mal que azotó y azota nuestro devenir para que al final, en una
autodeterminación como seres y habitantes de este planeta en determinado territorio
geográfico que lo denominamos Bolivia, con todas las circunstancias de su relieve, de su
posición geográfica, de sus variaciones de clima y altitud, de sus distintos géneros y
especies en su múltiple fauna, y de su exuberante diversidad en su flora; de su vasta y
cambiante riqueza mineralógica, en sus montañas, y petrolífera, en sus llanos,
necesitamos remarcar todo esto para poder inferir lo que anhelamos: Construir PATRIA.
6 Pienso, pues, que las Sociedades Geográficas de la República están frente a un
imperativo y en un rol impostergable que cumplir haciendo conocer con exactitud el
suelo patrio en sus accidentes geográficos, no sólo como una influencia de lo telúrico en
lo social sino como una necesidad patriótica de unidad frente a los múltiples aspectos y
gravísimos problemas que se avecinan en la futura existencia de Bolivia; necesitamos
pues describir cada localidad, cada circunscripción boliviana, realizar estudio y
enseñanza geográfica sensu stricto. Para ello, como cuestión previa, las Sociedades
Geográficas deberán ponerse en íntimo contacto con el Instituto Geográfico de la
ciudad de Cochabamba, instituto técnico de carácter militar que viene cumpliendo
silenciosamente una de las obras de mayor magnitud en el terreno geográfico y
topográfico del suelo boliviano. A la cabeza del coronel Careaga, estudioso militar,
digno de todo encomio, un grupo de jóvenes, animados y alentados del noble propósito
de conocer el suelo patrio en todas sus modalidades, van levantando un mapa
topográfico en forma circunstanciada. Realiza, pues, aquel instituto una labor
eminentemente técnica y científica; es un trabajo de ingeniería y topografía de vastas
proporciones y de superlativa importancia. De aquella misión de estudiantes que forma
el Instituto Geográfico saldrán los geógrafos, los maestros, los diseñadores de nuestra
patria que al llevar sus enseñanzas en la fisonomización y configuración de Bolivia por
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todos los confines irán plasmando, a su vez, el sentimiento de patria que se va borrando
del corazón de los bolivianos. Y también evitarán los futuros yerros diplomáticos que
no supieron defender la delimitación de las fronteras por ignorancia geográfica.
7 Una renovación optimista alienta pues este trabajo que intenta en esfumado diseño y
sin los caracteres técnicos ni científicos que constituyen la modalidad del instituto a
que se hace referencia, perfilar con amor la fisonomía geográfica de Bolivia, glosando la
obra de d'Orbigny y siguiendo su huella en sus andares por estas tierras, cuyo
conocimiento imperfecto de parte del que estas cuartillas escribe, estará sustituido por
lo más noble que los hombres encierran en su corazón: infinito amor a la madre tierra,
a Bolivia.
8 Por ello, como caminantes perdidos en la bruma de estos tiempos, con la evocación de
hombres y cosas de ayer y acaso con la intuición de la incertidumbre de lo futuro,
vamos a hacer el recorrido de peregrinaje en el mapa mural, como una evocación a
nuestra vieja labor de educadores; esta vez, nuestro itinerario de turismo y de
patriótica emoción estará precedido en la vieja ruta del Ande, primero, por la huella de
la hojota del indio y sobre la que recorriera el audaz aventurero español, más tarde;
ruta que sirvió luego al jesuita conversor de infieles, ruta que permaneció intocada,
borrosa por el tiempo y la maleza que la iba cubriendo durante la República. En este
periodo, sí apenas podremos señalar las huellas que dejaron algunas expediciones
científicas y también algunas patrióticas como las dejadas por el general José M. Pando.
Entre todas ellas, esporádicas por cierto, encontramos la de Alcides d'Orbigny y sobre la
cual, profanándola acaso, pretendemos iniciar nuestra marcha para seguir por suelo
boliviano en todos sus accidentes y circunstancias. Pero, antes de hacerlo, permítasenos
una digresión en homenaje a un incansable viajero, a quien iba olvidando tan
injustamente, a Don Jaime Mendoza, ante quien con fervorosa admiración detenemos el
curso de nuestras ideas matrices sobre este trabajo, para solicitarle los arreos que
dejara de su experiencia en sus vagares por tierras no sólo del Potosí, sino de Bolivia
toda, a la que le enseñó e indicó una ruta: LA ATLÁNTICA. Rindamos pues nuestro
homenaje de admiración a este insigne geógrafo y pensador que tantas cosas buenas
sugiriera a los políticos, estadistas y militares que por desgracia tuvieron sordera
convencional como la que tienen, y han tenido siempre, ante las buenas ideas, los que
trafican con la patria.
9 Hecho este acto de justicia, en la digresión que antecede, no sería justo omitir en hacer
otro igual al que hace 96 años recorriera Bolivia y publicara el libro al que hemos hecho
referencia líneas arriba y cuyo itinerario abrimos antes de escribir este recorrido de
ensueño y este peregrinaje de amor por tierras de Bolivia y en este paréntesis obligado
por el reconocimiento, detiene el correr de nuestra máquina de escribir para glorificar
la memoria de un ilustre hijo de Francia que pisó territorio boliviano y advirtió a
Bolivia oportunamente sobre los graves problemas que más tarde la afectarían y la
dañarían, problemas que a los noventa años de haber sido indicados se han cumplido
con la exactitud del predecir matemático.
10 El libro de d'Orbigny, francés que no dominaba el idioma, está sin embargo escrito con
galanura, con elegancia y con una textura impecable en su coordinación gramatical.
Intervino, pues, en este trabajo el ilustre literario Don Ricardo Bustamante, para quien
el autor tiene este elogio: ″Teniendo que hacer uso de un idioma que no es el mío, debe
prestarme su cooperación en la parte literaria de este trabajo el joven boliviano Don
Ricardo Bustamante, cuya solicitud recomiendo muy particularmente a la
43

consideración de sus compatriotas en atención al noble deseo que lo anima de servir a


su país.
11 Esa consideración que pide d'Orbigny al finalizar la introducción de su libro, creo
oportuno hacerlo ahora con el reconocimiento que se solicita, reconocimiento que
deberá ser subrayado en nuestro corazón para tan digno artífice en la obra científica
del sabio.
12 Abierto ya el libro, dispuestos ya nuestros arreos, impacientes de iniciar esta marcha
nos trasladamos al mes de julio de 1826. Zarpa del puerto de Brest, como garza blanca,
el velero
13 ″LA MEUSE″, fragata del gobierno de Francia, e inicia su peregrinación trasatlántica del
Sr. Don Alcides d'Orbigny, Caballero de la Real Orden de la Legión de Honor de Francia,
miembro de muchas sociedades científicas de París, de Londres, de Turín, de Madrid, de
Moscú, de Finlandia y, más tarde, Oficial de la Legión de Honor boliviana, y sobre todos
estos títulos que exhornan su nombre añadiríamos nosotros el de muy ilustre y digno
coetáneo del naturalista Cuvier, del científico Brongniart, de Cordier y de Isidro
Geoffroy Sant Hilaire y, sobre todo, del célebre viajero barón de Humboldt, que le
impulsaron, guiaron y estimularon a la realización de este viaje.
14 D'Orbigny, descendiente de otro ilustre sabio, acaso tenía toda la predisposición de la
herencia sobre cuyas huellas, con singular vocación, consagró su vida a las ciencias
naturales. Su primer triunfo lo obtuvo en 1825 en la Academia de Ciencias de París, y
este ensayo que mereció un informe favorable de la docta institución científica, le valió
para que el gobierno de Francia le eligiera como a viajero investigador en la América
Meridional.
15 Cumpliendo ese encargo científico, vemos al joven d'Orbigny arrogante, sobre la proa
de la fragata francesa, contemplando la inmensidad del Atlántico sobre cuyas aguas se
habían deslizado trescientos años antes las frágiles carabelas de Colón.
16 Un mundo de ensueños se le presentaba en aquel piélago de infinito horizonte, en
aquella inmensidad de agua y cielo; un mundo nuevo, un continente extenso,
prodigioso, le esperaba detrás de esa masa liquida; un mundo de esperanzas para el
europeo, como lo es hoy y en cuyo cielo ″Junto con Aldebarán y Cirio, extiende sus
brazos la luminosa Cruz del Sur″ como queriendo proteger a América y enseñar a la
humanidad que este continente será el continente de la paz y del amor entre los
hombres, bajo el signo de la cruz de Cristo y no bajo el de la esvástica guerrera
destructora de la civilización de otro mundo que cae bajo la furia del hombre, cuya
técnica científica lo ha convertido en bestia.
17 América se le presenta en toda su exuberancia al joven sabio. Ya divisa sus playas desde
el puente de comando de ″LA MEUSE″, y como si surgiera de la leyenda y del ensueño,
emerge en medio del Océano inmenso este continente. Dos meses de navegación y a su
vista se extiende la paradisíaca playa brasilera de arrogantes palmeras, y ″un ambiente
embalsamado con el perfume de mil flores″ llega hasta el barco en el que se recorta la
silueta del sabio cuya cabellera flota a la suave brisa de la Bahía Carioca. ″Iba al fin a
echar pie sobre el mundo de Colón –dice– sobre esta tierra de prodigios, cuya
exploración había ansiado aún en medio de sus ensueños de infancia″ y concluye
diciendo: ″Tomé finalmente asiento en América por espacio de ocho años″.
18 Río de Janeiro, Montevideo y Maldonado y toda la República Oriental del Uruguay, le
trajeron a la memoria la evocación de los dulces campos de Francia.
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19 Desde Buenos Aires, por el anchuroso estuario por donde otrora subieron Solís, Juan de
Garay y Sebastián Caboto, Diego García y Hurtado de Mendoza, llegó hasta las puertas
de Asunción, clausuradas por la tiranía de Francia. ″Subídice-como 350 leguas por este
inmenso río, cuya majestuosa corriente es de esperar que algún día se verá surcada por
centenares de embarcaciones, las que impulsadas por el vapor encenderán hasta
Chiquitos, haciendo así más inmediata la comunicación de Bolivia con Europa″ (pág.
VIII).
20 Después de 96 años, leer estos renglones, subrayandolos de rojo en el hasta hoy
intocado libro que durmió en nuestros anaqueles, trascribirlos luego en este trabajo, no
sabremos qué expresar; 96 años en que estas palabras durmieron olvidadas en la
memoria de los bolivianos como durmió este mi buen libro que me he atrevido a
desempolvarlo para darlo a conocer a la juventud, y digo conocer porque estoy seguro
de que muy pocos de los jóvenes de la nueva generación y acaso ninguno lo haya leído,
no sólo porque sea una edición rara sino porque nuestra habitual pereza y nuestras
lecturas chauvinistas de última moda derivan las emociones de los jóvenes a problemas
distintos a los nacionales.
21 Noventa y seis años que el eco de las palabras d'Orbigny se perdieran entre las
concavidades de los Andes, como el eco del ercke de nuestros indios que se pierde y
muere entre las oquedades de nuestras montañas en su último lamento de advertencia;
y después de 96 años, al invocar la memoria de d'Orbigny, repetimos a los bolivianos lo
que hace 96 años lo dijera un francés, constituyendo hoy, ese asunto, problema de
actualidad, intocado y ante el que la indiferencia general, a pesar de los golpes rudos y
sangrientos de una guerra, no han podido despertar nuestra apatía por esa ruta a la que
con tanta angustia pusiera su índice Don Jaime Mendoza.
22 El iniciado caminante por mundos de América, absorto ante el paisaje, recorre
sucesivamente en las postrimerías de 1826 Corrientes, Misiones, algo del Gran Chaco,
desciende nuevamente por Entre Ríos y Santa Fe de regreso a Buenos Aires. De esta
capital[,] las tierras misteriosas del Sur lo llaman con mágica atracción y se encamina
hacia esa codiciada Patagonia, de la cual habla d'Orbigny con emoción ″Su sólo nombre
encerraba en ese entonces un no sé qué de mágico″. Y allí estuvo ocho meses en medio
de los indios Puelches, Aucas y Patagones en los primeros intentos de colonización,
luchando en veces contra aquellos para cooperar a la defensa común.
23 Estudió y observó en aquella región meridional de América, sufriendo la aridez y
desolación de su suelo inhóspito, y apuntó su gran porvenir insospechado hasta el
presente u olvidado por los propios argentinos que pregonando progreso han
centralizado su actividad en un punto metropolitano dejando al olvido su vasto
territorio y las asechanzas de futuras conquistas que invocan, no ya el res nulius de los
romanos, sino un nuevo sofisma de derecho internacional, el de la razón vital.
24 La agudeza de observación del sabio, su intuición en el porvenir, se halla consignado en
pocas frases cuando habla de la Patagonia, pocas frases que nos hacen meditar sobre el
destino de América, de esta América en la que hermanos de una misma sangre, una
misma historia y un mismo destino tienen pretensiones imperialistas de conquista
cuando el suelo es vasto, cuando existen jirones de tierra virgen abandonadas a la
codicia de una quinta columna sobre cuyos avances y pretensiones debería pensarse
antes de poner el ojo en el vecino próximo bajo el antifaz de una diplomacia fementida
de engañoso pacifismo.
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25 De la Patagonia d'Orbigny está nuevamente en Buenos Aires. Y más tarde, con todas las
incomodidades inherentes a la época, pisa la tierra de San Martín, Cuyo, Mendoza y San
Juan. A lo lejos la sierra azulada con niveos casquetes en sus cumbres, le dan la
evocación nostálgica de tristeza por su Francia; pero él es hijo de la Ciencia y su
inquietud lo lleva al otro lado, como las ansias de libertad lo condujeran a San Martín
por Uspallata y los Patos.
26 Valparaíso en el Pacífico le dio la impresión de la turbulencia y anarquía que
encontrara en los pueblos del Plata, la Argentina, el Uruguay y el Brasil, que aún
disputaban sus posiciones después de la independencia. Esta América parece que
resonara al unísono con los volcanes de sus cordilleras. Apenas han cesado las luchas
por la libertad, se inician otras de consolidación. El estado convulsivo de los pueblos
aún no ha desaparecido. Y estos escenarios de revuelta, de incertidumbre e inquietud,
asustan al sabio, acostumbrado al tranquilo retiro de su gabinete, a sus investigaciones
calladas, silenciosas, no conturbadas por el movimiento social turbulento de los pueblos
en revolución. Bajo aquella impresión, huyendo siempre del ruido de metrallas, se alista
en un nuevo viaje. Provisto de las recomendaciones del Cónsul General de Francia en
Chile, buscó la república que mayores facilidades le brindara. Bolivia, vencedora en
Ingavi con alto prestigio en el Continente y acaso temida y respetada por aquel
magnifico triunfo, que acalló y puso tregua a sus revoluciones internas, abrió las
puertas de su frontera para el sabio que tiene por este hecho frases de reconocimiento
y que dicen: ″Pasé a Bolivia, de cuyo Gobierno debía yo esperar una buena acogida y los
medios de proseguir mi exploración continental″.
27 ″Cobija –continúa diciendo– puerto de Bolivia, me saludó desde luego con el imponente
aspecto de las montañas que lo coronan″. Pasó de aquella tierra, que seguirá siendo
boliviana en nuestra geografía sentimental y afectiva, a Arica, y de ese puerto inició su
ascensión a esta planicie que le brindaría toda una naturaleza virgen, inexplorada y
grandiosa.
28 Sigámosle, pues, en este su peregrinaje, y al hacerlo intentemos recorrer con nuestra
imaginación, colocados delante del mapa, este territorio en todos sus accidentes.
29 En la rada de esas costas del Mar del Sur, donde el Continente Americano estrecha su
lonja de tierra, está el que fuera puerto peruano de Arica con su acantilado que lo
defiende de los vientos y la fiereza del mar, con su célebre Morro, valuarte contra los
elementos como lo fuera el [año 18]79 en la defensa de la dignidad peruana. Desde
aquellas apacibles playas, inició d'Orbigny su ascensión por Tacna hacia los picos
elevados que tenía al frente, atrayéndole en su majestuosidad grandiosa y señalándole
con sus agudos picos el camino de su peregrinación científica.
30 La naturaleza de este Continente del ″Tercer día de la Creación″, como le llamara el
Conde de Keyserling en sus Meditaciones sur Americanas, a medida que iba trepando por
el camino de Palca y del Tacora se le ofrecía más y más grandiosa. Al lento paso de su
cabalgadura, cuyos cascos resonaban en el pedregal del camino, rompiendo la
monotonía del silencio y violando la quietud de ese ambiente, sereno, silente, al parecer
muerto, sin ruidos, desolado y abrumadoramente triste, d'Orbigny continuaba su
ascenso y acaso como a Keyserling, le iba penetrando en su organismo, en sus poros, ese
ambiente de influencia telúrica en un mundo hasta entonces desconocido y acaso ″en
las alturas de las cordilleras cuyos yacimientos minerales exhalan todavía emanaciones
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como las que en tiempos metaformosearon faunas y floras, acaso se percató el sabio de
su propia mineralidad″ (Meditaciones Sur Americanas de Keyserling, pág. 23).
31 Desde la cadena de montañas formadas por el Chuluncayani en el aledaño limítrofe del
Occidente, que nos separa con el Perú y Chile[,] pudo contemplar el dilatado panorama
en una extensión cuya lejanía se iba perdiendo en un mar de montañas sin fin y que le
produjeron ″un sentimiento de inefable admiración″ como nos produce a todos los
montañeses que nos adentramos en el alma telúrica de este pueblo.
32 Es cierto –dicen los renglones del libro que venimos glosando– ″es cierto que se
descubren paisajes más pintorescos en los Pirineos y los Alpes; pero nunca vi en éstos
un aspecto tan grandioso y de tanta majestad. El llano boliviano, que tiene más de
treinta leguas de ancho, se dilataba a mis pies por derecha e izquierda hasta perderse
de vista, ofreciendo tan sólo pequeñas cadenas, que parecían fluctuar como las
ondulaciones del Océano sobre esta vastísima planicie, cuyo horizonte al Noroeste y al
Sudeste no alcanzaba yo a descubrir, al paso que hacia el Norte veía brillar, por encima
de las colinas que lo circunscriben, algunos espacios de las cristalinas aguas del famoso
lago Titicaca, misteriosa cuna de los hijos del sol. De la otra parte de tan sublime
conjunto se divisaba el cuadro severo que forma la inmensa cortina de los Andes,
entrecortados en picos agudos, representando la figura exacta de una sierra. En medio
de estas alturas se levantaba el Huaina-Potosí, el Illimani y el nevado del Sorata,
mostrando su cono oblicuo y achatado, éstos tres gigantes de los montes americanos,
cuyas resplandecientes nieves se dibujan por sobre las nubes en el fondo azul oscuro de
este cielo, el más transparente y bello del mundo. Hacia el Norte y el Sur la cordillera
Oriental va declinando poco a poco hasta perderse totalmente en el horizonte. Si me
había yo sentido lleno de admiración en presencia del Tocora, aquí me hallaba
transportado, y sin embargo no era esta sino una de las fases de aquel cuadro, pues
volviendo hacia otra parte se me revelaba un conjunto de no menores atractivos. Yo
descubrí aún el Chipicani, el Tacora y todas las montañas del llano occidental que
acababa de transponer, y sobre las que mi vista se había tantas veces tenido durante los
tres días de mi tránsito por la Cordillera″. (Pág. X de la obra citada).
33 He dejado correr la máquina transcribiendo con verdadera fruición las descripciones
que hace d'Orbigny de las montañas de Bolivia en su imponente horizonte que es, para
aquél, el espectáculo y el cuadro más bello del mundo. ¿Qué diremos nosotros, nacidos
en estas altas sierras, cuando en el diáfano cristal del cielo, al morir de las tardes,
contemplamos la lejana cordillera que poco a poco va tomando los claro-oscuros, de lo
sombrío, desde la luminosidad rutilante en las tardes de otoño que cubre el cielo en un
raro arrebol policromado en el antahura de los incas? ¿Qué podemos expresar de la
imponente magnitud de montañas que recortan el cielo y hacen de Bolivia el país más
variado y rico del mundo? ¿Qué podremos decir, qué frases, qué palabras podrán pintar
nuestras emociones y nuestros sentimientos arrobados ante el espectáculo más sublime
que Dios depara a este suelo al que orgullosamente denominamos nuestra cuna?
Estamos cerca a las nubes, ozonizados en las alturas; vivimos en medio de gigantes
montañas dispuestos a luchar contra todas las adversidades como titanes y no como
gnomos empequeñecidos por la impotencia, o por la aplastadora mole de granito de
estos gigantes.
34 Antes de descender a la altiplanicie, antes de continuar el viaje, detenemos el paso en la
rústica posta de algún pueblecillo perdido en medio de la soledad cordillerana y desde
allí contemplamos esa inmensa sabana extendida entre la vifurcación de las dos
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cordilleras. Por ella pasa veloz algún tren altiplánico, y desde su ventanilla otra es la
impresión del moderno viajero de este panorama que tanto subyugara a d'Orbigny;
pero no será el sabio, el naturalista, quien nos pinte la majestad granítica del Ande,
daremos paso a la descripción hecha por el filósofo, con el propósito de dar a nuestro
trabajo una faceta más y un sentido diferente en el pensamiento del que recorre por los
senderos de los Andes.
35 Damos pues paso a la descripción que hiciera el filósofo de Darmstadt Conde de
Keyserling: ″Aquí en Bolivia y en el Alto Perú, se trata además de ancianidad histórica.
A mi juicio estos indios son más antiguos de lo que la investigación histórica admite.
¿Por qué viven a tan insensata altura? Sin duda se refugiaron aquí arriba cuando al Este
y al Oeste se hundieron en el Océano continentes enteros o gigantescas islas. Estas
civilizaciones de altura en derredor del lago Titicaca me dan impresión de algo
inhumano. El paisaje es más áspero que el de la Siberia septentrional; las emanaciones
del mineral, paralizantes, sino asesinas, y el suelo desoladamente pobre... Estas estepas
a cuatro mil metros de altura, áridas, grises, descoloridas y lúgubres, sobre las que se
alzan, así otro tanto, montañas nevadas, evocan verdaderamente los tiempos en los que
la Tierra se hallaba aún desordenada y vacía... Nunca experimenté una tal impresión de
desolación como ante la vista de los rebaños de llamas y de asnos, apacentados por
tristes hombrecillos vestidos de una última autoafirmación, con ponchos rojos fuego, y
mujeres tocadas con grotescos sombreros de copa grises″. (Pág. 21, obra citada).
36 Este es el mundo fantástico, de visiones cosmogónicas, de mitos y leyendas, escenario
de razas devastadas, quién sabe si por las transformaciones telúricas en las
postrimerías del periodo glacial. En este mundo donde la imaginación se adormece y
sueña con la fantasía de lo lejano, de lo incognoscible, nos adentramos como viajeros
perdidos en la inmensidad majestuosa de su vasto territorio; pero esta parte del
″Continente del Tercer Día de la Creación″, no sólo nos depara la desolada altiplanicie o
la abrupta serranía, más adelante, bajando por la hoya y el llano, está guardada,
reservada la vorágine de las selvas vírgenes tan iguales a las de Don José Eustaquio de
Rivera.
37 La tierra árida, la llanura hostil, la montaña inclemente; las nieves, los vientos
dominantes en las alturas; el trueno y el rayo enseñoreados desencadenando las
tempestades y los ciclones; las cataratas y arroyos; los caudalosos ríos, la meseta y el
valle son el escenario de este mundo cuyos hombres están frente al imperativo de
superación.
38 Pero sigamos nuestro camino que sinuoso se pierde en la lejanía. El viento azota el
rostro del peregrino que al lento paso de su cabalgadura ya cansada, va por esa senda
de los incas. Flota el poncho de vicuña y silva el viento; gruesas gotas de agua van
cayendo, mientras la noche va cerrando ese cuadro en el que dibujan su negra silueta
las altas cumbres que se esfuman en el horizonte y tras del cual hace más de media hora
se ha perdido el sol. Estamos en plena dilatada altipampa boliviana. Casitas diseminadas
a largas distancias, hombres hoscos de mirar huraño y esquivo a la lumbre de un
rústico fogón hecho de piedras y de barro en un ángulo del rancho, mascullan el janigua
de su lengua ante el blanco que solicita aquel amable calor de esa fogata en la que
crepitan secos espinos de matorral.
39 Se suceden las postas, con su monótono y desolado aspecto de casitas de barro, con
techos de paja o huailla que sesean al paso de los vientos; poyos de adobe, rústicas
puertas de cactus o quejuaillus, algunos cueros de alpaca por cama, un yantar frugal, un
48

indio que no entiende el idioma que oficialmente se habla en el país y acémilas de paso
lento y trotón, esquivas, las más de las veces, es el conjunto de modalidades que
tipificaban los viajes en Bolivia durante aquella época. Parece que cada uno de los
obligados descansos del viajero, puntos intermedios o estaciones del largo trayecto,
conocidos con el nombre de postas, llevaran impresos en sus muros y en sus grandes
patios el paso de los revolucionarios audaces, de los mensajeros de éstos o de los
proscritos que recorrían los caminos y llegaban a estas postas ya vencidos o vencedores
en sus deseos de gobernar la naciente república.
40 Y así de posta en posta, de incomodidad en incomodidad, tras largas caminatas sobre
un suelo arcilloso unas veces, pedregoso, otras, nuestro viajero bajó al llano boliviano y
llegó a la ciudad de La Paz, a la antigua Choquechapu –paraje de oro– después de haber
atravesado el Altiplano en la provincia de Pacajes, luego de haber transmontado los
Andes Occidentales.
41 Ese altiplano que acaba de pasar en visión panorámica, esa extensión de tierra siempre
igual que se adentra en nuestra alma y esas dos cadenas de montañas que lo circundan,
desde esta ruta que siguió d'Orbigny, como siguieron los chasquis y los conquistadores,
merece alguna consideración más, en una descripción como ésta. Dejemos, pues, al
sabio descansando en la ciudad de La Paz, cubierto aún por el polvo del camino y
sigamos por nuestra parte el recorrido de conjunto, haciendo viajar el pensamiento por
este acaso lecho, de un milenario y desecado mar. Luego y a la vuelta de algunas hojas,
volveremos a la ruta, presididos por d'Orbigny.
42 Aquel que sin haber recorrido esta parte de América observe simplemente el mapa de
Bolivia podrá intuir y pensar de inmediato que esa gran hoya que se descuelga desde las
faldas de ambas cordilleras, la Occidental y la Real, y que deja esa extensa planicie en la
que florecieron viejas civilizaciones y continúa por hoy la actividad boliviana, no es
sino, como tenemos afirmado, una porción desecada de un antiguo mar continental
cuyas olas posiblemente entrechocaron y se agitaron en las costas extendidas cerca de
aquellas cumbres que al extenderse y correr paralelas y vifurcarse desde el nudo del
Apolobamba con sus picos del Cololo y del Sunchilli, hasta el Moco-Moco hacia el
Septentrión de la República, justamente en el aledaño limítrofe con la República del
Perú, va nuevamente a cerrarse en Sur Lípez del Departamento de Potosí, en los
macizos de Todo-Santos y los regios contrafuertes mineralógicos de aquella región.
43 Recorriendo en el mapa ambas cordilleras de Norte a Sur y haciendo inclinar el puntero
que nos conduce en el mapa mural por esta travesía, desde Apolobamba, con
inclinación de grados, hacia el levante, la vifurcación de los Andes de Carabaya, así
llamados en el Perú, forman en territorio boliviano la imponente y majestuosa
cordillera Real, cuyos picos, desafiando a los cielos, yerguen sus siluetas, testigos de
milenarias y remotas civilizaciones.
44 Estas cordilleras, que dejan al centro el extenso Altiplano, tal vez son el dique de
contención de aquel mar interno, conforme lo aseveran las teorías que sobre el
Altiplano se han formulado. Desde el Nudo de Apolobamba desfilan en alineación el
Anco-Huma, Corpadato, Cha-chacomane, Chisel, Condoriri, Huayna Potosí, Mururata,
Chacaltaya, La Palca, Illimani, Ayca-Collo, Quimsa Cruz, en el Departamento de La Paz;
Huaillas, Negro-Pabellón y Moro-Cocala en el de Oruro; así como las serranías de
Azanaques y Livichucu en el mismo departamento, dividido por estas serranías del de
Potosí. Los Frailes, en este último departamento, extensa cordillera recorrida y
estudiada por el que estas líneas escribe, desde Ubina, Tasna, Ckosuña, Cusco, Huasajo,
49

Huanca-rani, el Mundo y Tonckohuta, la misma que sigue su alineición hasta el


Nasackara, serranía situada hacia el poniente en la ciudad de Potosí y detrás de cuyos
picos contemplamos en el atardecer declinar el sol en policromados antahuaras de lila y
rojo; todo esto hacia esta parte del departamento, con sus ramales del Turqui y el
Malsima; pero la cordillera sigue su extensión hacia el sur hasta el Chorolque en los
Chichas, para continuar, después de la serranía de San Vicente, elevando sus altas
cumbres en los Lípez con el San Pablo, el Bonete, el Uturunco, el hermoso de Lípez, el
Mulatos y el Nuevo Mundo, este último a 6.020 de altitud, cerrando la curva del dique el
grupo de Todo-Santos.
45 Desde allí el ascenso en la Cordillera Occidental o de la Costa, nos hace divisar la región
volcánica y abandonada a la codicia extranjera, multitud de elevadas cimas, las unas en
territorio boliviano, las otras en territorio chileno y cuyos nombres es necesario irlos
mencionando a medida que nuestro viaje hace este recorrido.
46 Frente al grupo de Todo-Santos, están las serranías del Queuñal, hacia la región más
meridional, y de allí iniciamos nuestro ascenso por el Tapaquilna, el Ollagüe, el
Aucaquilcha, el Miño, el Olca, el Huasco, el Sillillica, el Choja, el Cancoso, el Pulquisa, el
Toroni y el Lirima que se elevan entre seis mil a seis mil quinientos metros sobre el
nivel del mar, perteneciendo muchos de los nombrados a territorio que fuera cedido a
Chile después de la guerra del 79. Desde estas altas cumbres como hitos de demarcación
se yerguen hacia el norte nuevas cumbres unidas entre sí por esa larga cadena de
montañas por esa inmensa mole granítica y volcánica que tiene hacia el oriente la costa
del Pacífico y hasta la que sus barranqueríos llegan en majestuosas elevaciones sin dejar
mucho espacio de terreno, y por el Occidente esa dilatada planicie a la que nos
imaginamos convertida en un inmenso piélago de mar con sus costas en estas altas
cumbres. Y así se suceden de Sur a Norte el Sisabaya, Iquima, Tatasabaya, Cavaraya,
Isluga, Mama-Huta, Chulun-cayani, Huallatiri, Sajama, Anayachi, Chapacallani,
Pirinacota, Poma-rape, Colpa, Chipicani, Tacora, Caracara, Qeuñuta, los Nevados
Barrosos, el Yucamani, el Tutupaca, el Huayna-Putina, el Ubinas del Perú, los altos de
Toledo, y cerrando este enorme dique de contención el Vilcanota al Norte, toda esta
última parte ya en territorio peruano con el que en realidad no tenemos ningún limite
arcifinio, así como no lo tenemos aledaños raciales, históricos de tradición y destino.
47 Esta larga serranía, cuyas cumbres han pasado en visión cinematográfica y que acaso
están en sus últimos períodos de formación y cuyas erupciones plutónicas puede aún
ver el viajero, no sólo ofrece la desolación y la tristeza del desierto, de lo desconocido.
Recorriendo sus contrafuertes el cateador perdido en la inmensidad blanca de las
solfateras y azufras cree estar en un extraño planeta, distinto al de la Tierra. Acaso la
configuración lunar se reproduce hacia esa parte de nuestra patria cuando caminando
sobre la costra de lo que fuera lava ígnea no se ve ni se siente la vida como flora y fauna
en su actividad bulliciosa. Hasta las denominaciones indígenas de sus cumbres tienen
algo de raro, de extraña combinación silábica que se adentra en el alma del hombre con
repercusiones tal vez anomatopeycas y que suenan al oído sin cesar en la monotonía de
esa blanca sábana de solfataras: Tapaquilna, Aucaquilcha, Sillillica, Pulquisa, Lirima,
Iquima y cien más.
48 La soledad de aquellas zonas está hoy turbada por furtivos cazadores; las enormes
tropas de vicuñas, la codiciada chinchilla, los yaretales y aun su mineralogía son hoy no
sólo codiciada por el vecino, que ya ha incursionado por aquella parte de la Republica,
sino que la explotación clandestina va dejando burladas la soberanía y vigilancia de las
50

autoridades bolivianas de toda esa región despoblada y desértica. Esos flancos acaso
merezcan pronta vigilancia como las fronteras del Chaco u otras del extenso territorio
nacional. Será ya muy tarde cuando el Gobierno quiera llevar el imperio de nuestras
leyes y nuestros derechos hacia esa región occidental de la República, si es que no lo
hace pronto y a breve plazo.
49 Estas moles y la del lado oriental, acaso guardaron pues, como tenemos dicho, el
extenso mar en una de las eras mesozoicas de la formación terráquea, y se cree que tal
vez algún cataclismo, como afirman los investigadores, vació las aguas de este inmenso
mediterráneo Sur-Americano que irrumpieron hacia la hoya del Amazonas por las
gargantas que hoy sirven de paso a las aguas y a los viajeros que van hacia la verde y
paradisíaca región de los llanos del Beni, más allá de los contrafuertes andinos y hasta
los que llegaremos en la ruta de d'Orbigny, dejando la pelada planicie de una perfecta
horizontalidad en cientos y cientos de kilómetros y acaso sólo interrumpida por alguna
que otra colina y por dunas de arena, movidas por los vientos como olas de una
tempestad. En toda esa extensión se agita la vida actual de la República y se yerguen
ciudades populosas como La Paz u Oruro o se levantan caseríos indígenas, miserables
ranchos o grandes poblaciones apiñadas en derredor del campanario de adobes que
dejara la conquista espiritual de España. Esta vida humana de grupos y ayllus es
singularmente activa hacia el declive que forman las altas cumbres del lado oriental
bordeando el lago sagrado del Titicaca. El clima un poco benigno que ha originado
actividad agrícola, la ruta del lago, la proximidad a los valles y acaso los mismos
factores que hicieron surgir milenarias civilizaciones a orillas de aquél, da hoy
actividad al aymara que ha levantado numerosas poblaciones como las de Azángaro en
el Perú; Chuma, Italaque, Umanata, Hilata, Lambaraci, Ayata, Ambana, Tam-baya,
Carabuco, Ichabaya, Huarisata, Achacachi, Sicasica, Corocoro y otras en el
departamento de La Paz. Y como una confirmación quedan los restos de ese gran lago o
mar interno, las lagunas de Orurillo, las Salinas de Azángaro, Arapa, Saracocha,
Cachipascana y Umayo en el Perú; el Titicaca, la laguna de Corque, el Poopó, el Coipasa
y el Salar de Uyuni en Bolivia. Nos remitimos en la interpretación de esta teoría sobre
los estudios que sobre este particular se han hecho; pero algo nos queda por decir de
este dilatado Altiplano cuya influencia telúrica es decisiva para el boliviano que vive en
él, cuyo clima, altitud, aspecto se adentran en su alma. Hay pues una faceta analizada y
descubierta por don Jaime Mendoza, la relativa a la Geografía Médica, y desde este
punto de vista es el Altiplano, para el ilustre escritor, el clima más sano de todo el
territorio nacional y acaso factor de importancia para que la vida cobre en esta planicie
los contornos que ella tiene, y quién sabe qué factor contribuyó al florecimiento de las
perdidas civilizaciones cuyos monolitos quedan aún en pie.
50 El viajero que recorre esa extensa llanura, bruscamente puede ver la depresión que se
abre frente a él, despertándole de la abstracción que le iba dominando la
contemplación del panorama de montañas nevadas. Ya está en la ceja de lo que
denominamos el Alto de La Paz. Desde las ventanillas del tren o desde rústica
cabalgadura, como en épocas pretéritas, se ve en el fondo de su valle plácido la
magnífica ciudad boliviana de La Paz, guardada por su blanco centinela, el Illimani, que,
cuando muere el sol, cubre su blancura con tonalidad sonrosada, arrobando el espíritu
del hombre más indiferente. La Paz, punto de concentración de las discordias en los
albores de la conquista y centro de actividad y concordia en nuestros días; La Paz,
ciudad turbulenta, cuyo nombre se halla en antítesis con su agitada historia como
agitado y turbulento es el río que la atraviesa; La Paz revolucionaria y activa,
51

trabajadora y rebelde, ofrece el espectáculo multicolor, abigarrado de su comercio, de


sus gentes, las más llegadas de los próximos valles. Calles empinadas, desigual
topografía, típicas costumbres, ventanucos y portadas indohispánicas, un abundante
mercado de frutas variadas desde las que produce la puna altiplánica hasta la que llega
de los Yungas. Su activo comercio internacional favorecido por su proximidad a la
frontera peruana, su vía lacustre en el Titicaca y sus gentes sencillas impresionan
vivamente al sabio a quien lo dejamos reposando en esta ciudad el que se apresuró a
dirigirse al gobierno del General Don José Ballivián, el ilustre vencedor de Ingavi.
″Escribí –dice– inmediatamente al gobierno, remitiéndole mis cartas de recomendación.
En respuesta me ofreció él su protección y fondos si los necesitaba, proponiéndome
además un oficial del ejército y dos jóvenes para acompañarme. No queriendo abusar de
tan generosas ofertas, acepté con la mayor gratitud solamente los dos últimos, así como
las facilidades de transporte por toda la República, y desde aquel instante me consideré
ya seguro de poder recorrer con fruto esta bella y rica parte del continente americano″.
(Pág. 11). Cuando ya del escenario de la vida han desaparecido hombres y figuras de los
cuales el pensamiento hace una evocación con profundo respeto, estas figuras que
construían una república y aquellos hombres que contribuían a ello con su ciencia y sus
consejos, hacen pensar en las buenas intenciones y buenos propósitos en la conducción
del país, con un gobierno inteligente, culto, diplomático, que intuyó con aguda
penetración el futuro destino de la Nación y las ventajas de un estudio que haría un
sabio de la magnitud de d'Orbigny; por otro lado, se admira igualmente la expresión
sencilla, sincera del narrador, que al reconocer la ayuda que se le ofrece tiene frases de
elogio para el país y sus gobernantes que aquí lo acogen.
51 Es necesario subrayar este hecho muy singularmente en estos días en los que con
omnisciencia se trata de vulnerar la obra de las generaciones que actuaron en los
primeros cien años de la República. Se dice con bastante aplomo que en el país sólo
hubo desorientación, se desconocen rasgos fundamentales y se habla de patria nueva,
Bolivia nueva. Los pueblos nunca serán nuevos si en ellos se desconocen los cimientos
mismos de la nacionalidad, si no se conocen a los hombres que actuaron. Toda
renovación estará inspirada precisamente en el pasado, en sus enseñanzas, así sean
ellas de error o de buenas intenciones. No podremos prescindir de gentes que acaso
tuvieron mejores propósitos, más sinceridad en el manejo de la cosa pública y hasta en
las revoluciones que conjuraban. Si factores extraños desvirtuaron la mancha del
progreso afrontemos con análisis sereno nuestra compleja vida acaso muy luminosa
para su tiempo en las primeras épocas de la República si comparamos singularmente la
actuación de Monsieur d'Orbigny en un período de caos en el resto de América y de
bien trazado progreso y sanos propósitos de Bolivia, que por lo que se ve fue el país que
mejor acogió al ilustre sabio, mientras los países del Plata y los del Pacífico aún seguían
en sus disputas y convulsiones sin poder ingresar en las rutas del progreso, como
después lo hicieron superándonos por múltiples factores que no es el momento de
analizar; llegamos pues a una sincera confesión de que todo lo que sucedió ayer no fue
siempre malo como para impugnar, descalificar y autodenigrarnos. Es necesario
reconocer que hubo gentes mejor conformadas que hoy y que tuvieron visiones de
grandioso porvenir.
52

En el macizo de los Yungas


52 Garantizado por el Gobierno de Bolivia, con todo género de facilidades, cual ningún país
de América lo había hecho hasta entonces, las inquietudes de d'Orbigny le indicaron la
ruta de aquella zona de la que tanto le habían hablado y que mayores atracciones
tuviera. Penetró pues en el macizo de los Yungas.
53 Dos son las vías de acceso a aquella región, dice el Dr. Mendoza; d'Orbigny tomó una de
ellas: la de los Andes por el paso de La Paz a 4.335 metros, cerca del gran coloso Illimani.
54 Venciendo las alturas, caminando por la fragosidad de sendas cortadas sobre profundos
precipicios fue ascendiendo hasta llegar a la parte más alta del paso de los Andes y que
conduce hacia la región de los Yungas, teniendo a su derecha el Illimani y a su izquierda
el Mururata.
55 Cuando se va ascendiendo en estas altas cumbres, se llega en cierto momento a dominar
las alturas y se coloca el hombre por encima de las nubes como un titán glorioso,
desafiando la nieve, los vientos y la presión atmosférica. Los mulos fatigados se
detienen para respirar profundamente, y el viajero, así conducido, se yergue en la parte
elevada en la que los ritos de un extraño tabú indígena ha levantado la apacheta,
enorme hito de piedras que algunas veces levanta los brazos abiertos de una cruz hecha
con rústicos palos. La apacheta siempre está salpicada de los restos de coca masticada
durante la ascensión. Dicen los indios que en esos restos se queda el cansancio y que
además servirá para ahuyentar el espíritu maligno que les sigue.
56 El camino es sinuoso, los animales dan fuertes resoplidos por la fatiga, se han detenido
ya varias veces y en último y supremo esfuerzo como arañando la tierra trepan la
pendiente hasta ganar la pequeña planicie donde se yergue la apacheta. Al llegar a la
cumbre, hasta las bestias retroceden ante la majestad del Illimani, que súbitamente
hace su aparición como un fantasma gigante en ese cuadro de montañas. Desde este
pedestal la vista contempla el panorama sublime. Son cuadros indescriptibles. Allí nos
imaginamos verlo a d'Orbigny dominando las alturas, contemplando hacia el levante la
profundidad de los valles exuberantes de los Yungas, Chulumani hacia el Sur y Coroico
más al Norte. Un panorama grandioso, un edén de ensueño y al otro lado de la
cordillera, hacia al Noroeste, los picos nevados de los Andes enfilados desde el
Mururata, hacia el Norte, hasta perderse en el confín de un cielo azul, intensamente
azul...
57 El hombre colocado en estos pasos, erguido sobre su cabalgadura, con la mano puesta
sobre la frente para dominar el horizonte, se asemeja a un Dios o a un gigante colocado
sobre la majestad de los Andes. ¿Y qué pedestal más grandioso pudo haber formado
Dios para el hombre, si no son estas moles graníticas? Verlo en el pico más alto, junto a
la apacheta recortando con su silueta el firmamento, como Rey y Señor de la Creación,
es contemplar al hombre divinizado ascendiendo en busca de lo desconocido, escalando
las alturas, trepando a la gloria y subiendo hacia el cielo, cuyo donbo azul y rutilante le
pone su límite, entre lo azul y él... La nieve cubriendo los ventisqueros, las sierras
tomando sus tonalidades sombrías en las oquedades de sus arrugas, y el cóndor en
vuelos de parábola buscando alguna res. Las llamas a la vera de los caminos
acercándose curiosas ante el tropel de los animales del caminante, y allá en la hoyada,
en donde las cumbres parecen haber hecho deslizar sus rocas como grandes desmontes
que acaban en una tersa horizontalidad líquida, tomando tonalidades de verde o azul y
53

reflejando en la pureza cristalina de sus aguas a la alta cumbre nevada o al cielo y sus
nubes que flotando pasan, están los espejos naturales de las lagunas del Laickackota, del
Laranckota o del Chojunckota, formados por el deshiele y cuya limpidez al copiar los
cuadros de esa grandiosidad contribuyen a esta belleza de altura, silente y de misterio
en la que las cumbres parecen realmente gigantes encantados por algún mago indio, el
yatiri, o por algún dios aymara, prepotente sobre los hombres y los elementos, acaso el
terrible Kuno.
58 Todo esto es algo incomparable, y sólo quien haya sentido esa influencia directa de ese
medio, como panteísta en la religión de las montañas, sentirá la veneración que ellas
nos infunden, en el misterio y en el amor de Pachamama, madre tierra-bondadosa, aun
en sus inclemencias.
59 Desde la apacheta se inicia el descenso. Estamos con d'Orbigny al otro lado de la
Cordillera, con vista hacia ese macizo de los Yungas que se pierde entre montañas en un
vasto horizonte. El descenso es lento, por caminos fragosos a lo largo de las montañas, y
a medida que se baja la vegetación va cambiando desde la del yermo formada por la
yareta y la hirsuta paja, hasta los matorrales de pobres espinillos, de las olas perdidas
en el suelo, para ser sustituidas a poco caminar con extrañas plantas que ondulan cerca
de los caminos y en los precipicios del risco. Más abajo es el arbusto y luego el árbol, y
la montaña se va tapizando de verde, salpicada de árboles primero, boscosa después. El
risco, el precipico, la senda angosta, la sonoridad del agua de las nieves disueltas, aquí
abajo, van formando un canto sublime, un himno a la naturaleza que cae en un rumor
de notas en las profundas vegas donde se precipitan en sonoras y espumosas cascadas y
que no son sino las nacientes de los grandes ríos que en el lejano llano tomarán la
majestad silenciosa de su manso recorrido, por tierras de ensueño y esmeralda.
60 Chulumani, Ocabaya, Irupana, Laza, Vega, Taima, Chiguero, Concepción, Cicuata,
Cajuata, Cañamina y Aguilani en Sur Yungas; Coroico, Keynayata, Colopaya, Charo,
Munaypata y Coripata en Nor Yungas, son pueblitos pintorescos, de gentes obsequiosas
y sencillas, hospitalarias, buenas y sinceras. Al frente de Irupana ya se ve el campanario
del pueblo vecino, Chulumani por ejemplo, Laza, Vega u Ocabaya. El viajero que no
conoce el suelo accidentado de un relieve muy sinuoso de pendientes bruscas, de
ásperos descensos por los que se llega tan pronto al lecho de los ríos o se sube de ellos a
una planicie, para volver a descender cree que llegará en pocas horas de un lugar al
otro; pero ha caminado todo el día por aquellas sendas y sólo al atardecer, rendido de
fatiga y quemado por un sol canicular, llega al pueblo que divisó en la mañana y al cual
lo supuso poco distante del punto inicial de partida.
61 Los días siempre ardientes, como si la tierra estuviese incendiada, hacen de aquella
región la más lujuriosa, la tierra cálida, de exótica vegetación. El incesante vuelo de los
insectos de colores encendidos, los vuelos de mariposas atornasoladas, de
heminópteros zumbadores de raros coleópteros, la multitud de lianas que se
entrecruzan, las gigantes hojas de las plantas, las flores multicolores, los bosquecillos
que sirven de guarida a reptiles venenosos, a arácnidos y a peligrosos cuadrúpedos,
constituyen la flora y fauna de una lujuriosa región perdida allá detrás de los Andes.
62 Deslumbrado ante la vegetación, sofocado por la suntuosidad del día, arrobado en
medio de ese jamás imaginado paraíso, d'Orbigny lo pinta con toda la emoción de su
alma. ″Visité –nos dice– Yanacachi, Cupi, Chulumani, Irupana, etc., pasando
alternativamente del lecho de los ríos a la cumbre de las montañas. La pomposa
vegetación de Río de Janeiro se ve reproducida en estos sitios, pero con más esplendor;
54

una caliente humedad fomenta en ellos, hasta en las más escarpadas rocas, plantas
prodigiosas. Después de haber estudiado detalladamente esta provincia, tan abundante
en producciones, seguí por la misma vertiente occidental, recorriendo el terreno
desigual pero rico en minas de plata de las provincias de Sicasica y Ayopaya, pasando
por Cajuata, Suri, Inquisivi, Cavari y Palca, hasta trepar nuevamente la cordillera
oriental″, desde la que por última vez contempla el macizo yungueño por el que corren
el Miguilla, al que lleva sus aguas agitadas y turbias el Choqueyapu y que a la vez recibe
al Luribay ríos que con los de la auténtica región yungueña el Unduavi y el Tamanpaya
van todos al Bopi, que a su vez afluirá al Kaka, punto de concentración de todas las
aguas que desde el Chacaltaya se desprenden y corren los ya citados por los flancos del
lado occidental y hacia el Beni todos los originados en las vertientes que miran hacia el
macizo de Yungas, como el Camata, el Mapiri, Tipuani, el Challana, el Zongo y Coroico,
que entremezclan sus aguas con los que corrieron por el otro lado de la cordillera en
ese punto de concentración ya indicado del Kaka, para tomar la denominación de Beni
en el límite del Departamento del mismo nombre y el de La Paz.
63 Si las montañas son religión y sublimidad, los ríos constituyen una oración mística en la
epopeya de la tierra que canta su eterna canción y su himno creador y transformador.
Desprendidos de las altas cumbres,
64 los ríos de la región yungueña, que van al Beni, tienen un singular entrelazamiento en
su rumoroso caminar de leguas en esa tierra accidentada de mil vericuetos y curvas y se
asemejan a las venas de un cuerpo humano que llevan la vitalidad de su irrigación
sanguínea, como aquéllos llevan la floración en la lujuria del verde y del follaje, en la
sabia y la clorofila de tanta planta rara, de tanto arbusto y árbol, de tantísima hoja de
varios metros de dimensión y que hacen verdaderamente de aquella tierra un edén, un
paraíso, un ensueño, custodiado por la luminosidad de un cielo límpido en cuyas
serenas alturas la montaña de cúspides blancas desprenden sus cristalinas aguas para
irrigar y dar vitalidad a aquella fértil tierra a aquel rincón de nuestra patria.
65 Desde la Cordillera Oriental por Inquisivi y Ayopaya en Cochabamba, d'Orbigny domina
ahora un nuevo panorama, y subyugado ante él deja correr su pluma en esta
descripción:
66 ″Qué singular contraste aquél con el de los riscos donde me encontraba. Era la imagen
del caos al lado de la más grande tranquilidad: era la naturaleza triste y silenciosa en
presencia de la vida más animada. Yo veía, pues, en medio de áridas colinas, dos
extendidos llanos cultivados y guarnecidos por todas partes de casuchas y bosquecillos,
entre los que se distinguían gran número de aldeas y una gran ciudad a la que hacían
sobresalir sus edificios como a una reina en medio de sus valles; nada puede
efectivamente compararse a la sensación que produce el aspecto de esas llanuras,
cubiertas de caseríos, de plantaciones y de cultura, circunscriptas por una naturaleza
montañosa y estéril, que se extiende a más de treinta leguas a la redonda perdiéndose
confusa en los horizontes. Se creería ver allí la tierra prometida en el seno del desierto.
Si había yo probado antes vivísimas impresiones en presencia de las bellezas salvajes de
esa naturaleza grandiosa del llano boliviano y de la Cordillera Oriental, en donde la vida
no entra para nada en el conjunto, pues que nada se encuentra allí de lo que respecta al
hombre, cuánto mayores no serían ellas al descubrir yo estos lugares animados, estas
llanuras sembradas de edificios, esos campos ricos y abundosos que despertaban en mi
mente la imagen de mi patria.″
55

67 ″Cochabamba y sus cercanías fueron por algún tiempo el teatro de mis investigaciones;
prosiguiendo luego mi marcha hacia el este, traspuse cien leguas de montañas bastante
áridas, pero cortadas por fértiles y profundos valles. Durante este viaje recorrí
sucesivamente las provincias de Cliza, de Mizque y del Valle Grande. Siguiendo por el
camino de Punata, Pacona, Totora, Chaluani, Chilón, Pampa Grande y Samaypata (el
poyo del descanso), último punto habitado de las montañas de donde sólo distaban
treinta leguas las fértiles pampas del centro continental. Pocos días después se
descubría, de la cumbre de la cuesta de Petacas, el extendido horizonte de unos llanos
calurosos cubiertos de bosques, en cuyo centro se ve sentada la tranquila ciudad de
Santa Cruz de la Sierra″.
68 Detenemos nuestras cabalgaduras en los últimos contrafuertes del Collasuyo,
contemplando la dilatada planicie, teatro de hazañas de los Ñuflo de Chaves, de los Irala
y Ayolas, y reservamos nuestra caminata por tierras de Chiquitos y Moxos para
continuar luego de breve descanso en este Samaypata que lleva en su nombre quichua
el anhelo que teníamos de descanso.

Entre los macizos del Tunari


69 La gran columna vertebral de América, los Andes, en la parte Occidental de la
altiplanicie, configura el suelo boliviano con mayor majestad e imponente macizo de
montañas, imprimiendo multitud de modalidades, accidentes, relieves, paisajes y
panoramas variadísimos; exuberante flora y típica fauna, conjunto de modalidades
geográficas que influyen poderosamente en el espíritu del hombre que habita este suelo
de la patria y al cual, despectivamente, se lo suele llamar colla, pero que en sí no es sino
un conjunto de caracteres y virtudes que le asignan su fuerza material y espiritual
acumuladas potencialmente en este montañés tan fuerte como sus cumbres, altivo y
valiente, libre como los vientos andinos a cuyo azote, frío e inclemente, está
familiarizado; activo y no indolente como se le quiere adjetivar por sólo desprestigiarlo,
pues el mismo frío es factor determinante de su actividad vital, ya como minero rudo,
fuerte y acaso bien conformado, ya comerciante y labrador infatigable. Tal vez por estas
cualidades la vida humana en Bolivia se ha concentrado en las montañas y sus aledaños
como el Altiplano y sus valles de esos contrafuertes andinos. La superioridad racial, en
la absurda teoría hoy en boga, resulta en Bolivia desmentida por la realidad: pues los
fundadores de la nacionalidad y los héroes, con prescindencia, naturalmente, de los
grandes americanos Bolívar y Sucre, los conductores del país durante la era
republicana, los activos industriales, los comerciantes, los científicos y literatos en
mayor porcentaje, nacieron, vivieron y actuaron en esta zona boliviana, siendo pocos,
esporádicos, aunque de superlativo valor, los de las regiones cálidas. La configuración
del suelo tuvo decisiva influencia telúrica en el colla y le dio todos los mejores atributos
y hasta los vicios y errores, sin puntualizar la música, el arte pictórico, las letras y
demás manifestaciones del espíritu objetivado. Colla no es adjetivo deprimente para el
boliviano de la montaña, es acaso un símbolo de sinceridad y reciedumbre moral y
material que han dado en su último análisis las cualidades de lealtad y patriotismo,
superlativamente por ese (templo de montaña) con que Armando Alba, rotulara un
ensayo de cuentos que surgieron de las plumas de los ″Bárbaros de Gesta″ de la
generación de 1918. Ese templo de montaña está adentrado en cada uno de los collas y
56

he ahí explicada la enorme trascendencia que tiene para nosotros toda esta región
boliviana de montañas.
70 Hechas las digresiones que anteceden, volvamos a las altas sierras de la región
cochabambina por las que recorría en visión panorámica Alcides d'Orbigny y donde nos
quedáramos en anteriores acápites en paso harto fugaz y que ahora nos obliga a
detenernos. Estamos, pues, en el ″Granero de Bolivia″, extensa planicie de valles
encerrados entre los ramales de la Cordillera Real: el ramal del Tunari o de Cochabamba
y el de Catariri, que corren paralelos del Norte a Sud-Este, dejando dos cuencas por
donde se deslizan el Río Grande, que en el llano tomará la denominación de Guapay, y el
de Mizque, que al juntarse forman un ángulo como punto final desde el que el Guapay
trazará una curva rodeando el último contrafuerte andino, en aquella zona de las
Sierras de la Herradura y la de Petacas, últimas cabezas de contrafuerte donde se inicia
el llano y en el que seguirá deslizándose con dirección al Norte, en larga circunferencia
que amorosamente parece que estrechara como brazo humano que sonrosado se
extiende desde las montañas hasta el llano en curva de unidad, de atracción, de
emotivo abrazo que parecería decir ″vivirás junto a mí″, estrechados por esta corriente
y por este cauce, que en sus rumorosas ondas os trae la emoción de la montaña.
71 El Ramal del Tunari, de mayor altitud que la serranía del Catariri, se asemeja a una
segunda columna vertebral, que inicia su curso en la quebrada de Ayopaya en cuyos
barranquerios acaban a su vez los nudos del macizo real del Departamento de La Paz,
denominados ramales del Quimza Cruz. Desde aquí, irguiendo sus crestas, va este ramal
internándose en el corazón de Bolivia con una inclinación Norte Sud-Este. Sus altos
picachos en declive suave van por la parte de los llanos del Este dejando canales
naturales por los que corren los ríos que nacen en la vertiente oriental de la indicada
serranía y que va a bañar las llanuras boscosas y de ensueño de los llanos de Moxos. El
primero de estos canales está formado por el Ayopaya, el cual a su vez recibe las aguas
del Choquecamata, del Santa Rosa, del Vera Cruz, del Cocapata, del Chillahui y del
Altamachi en la provincia de Ayopaya, que tiene por capital a Independencia. Todos
estos ríos tienen sus nacientes justamente en las altas cumbres del Tunari, que se
enfilan rumbo Norte-Este hasta vaciar sus aguas en el Ayopaya que corre hacia el Norte,
hasta encontrar el Santa Elena y el cual a su vez uniéndose con el Cho-queyapu, el Bopi
y todos los que discurren sus aguas por la provincia de Inquisivi, en el Departamento de
La Paz, se juntan al Beni, al que tributan los ríos del valle yungueño. Y así en rumorosa
unidad las aguas de toda esta región cordillerana juntan sus líquidos en abrazo fraterno
y solidaridad que no reconoce límites. Así se unen en sus montañas y ahora en sus
aguas los dos departamentos hermanos de La Paz y Cochabamba.
72 Desde las mismas cimas del Tunari y cerros circunvecinos nacen otras corrientes que
vierten sus aguas en la planicie, pero esta vez con rumbo Noreste, hasta formar el
imponente y caudaloso Mamoré. Los tributarios de esta majestuosa corriente y que
discurren en la región cordillerana de Cochabamba son el Isiboro, con el Tablas, el
Espíritu Santo, el Chapare, el Chimoré, y el Ichilo y mucho más al Sud el Yapacaní y el
Piraí, este último que lleva sus aguas desde las serranías de la Herradura pasando cerca
de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Todas estas profundas quebradas en su sinuoso
descender hacia el llano semejan flechas dirigidas hacia aquella región; parecen
multitud de serpientes que en su ondulación retorcida en el curso del lecho fueran
siguiendo y buscando el ″paraíso perdido″ al que tiene que descolgar su actividad el
Ande y al que tiene que llegar abandonando sus altas cumbres. Esa será una etapa de la
57

bolivianidad del futuro y que tendrá que suceder invariablemente en el devenir del
tiempo y en el flujo y reflujo migratorio de los pueblos que, como esas corrientes,
tendrán que buscar la fértil llanura, que le brindará más prosperidad.
73 La opuesta llanura, la que mira hacia el Oeste, extendida en brusco descenso desde los
altos picos formados por las serranías del mismo Tunari que se ven desde la ciudad de
Cochabamba y que son el Laiati, el Culuyo y el Juno, esa planicie en la que se yergue la
altiva y bella capital cochabambina fue denominada ″Granero de Bolivia″ con justa
razón. En ella se extienden pintorescas campiñas, extensas praderas y multitud de
haciendas que con sus productos dan vida a la altiplanicie y que han originado la
denominación que se le da, de ″Granero de Bolivia″. En ella aparecen los pintorescos
pueblos capitales de cada provincia, como Tapacarí, Quillacollo, Arque, Tarata, Punata,
Cliza, Mizque y multitud de otros pueblecitos y aldehuelas de los cantones inmediatos y
adyacentes, cuya actividad contrasta con la quietud de las altas cumbres que tanto
impresionaron a d'Orbigny.
74 Desde el cielo cochabambino divisamos los paralelogramos de tierra cultivada de altura
cual divisara d'Orbigny cuando fuera a caer en estos valles contemplándolos desde las
altas cimas sobre cuyas crestas avanzó desde Inquisivi, después de visitar los Yungas del
Departamento de La Paz, en la visión ya descrita.
75 Salpicada de pueblitos cuyos rojos tejados pintan de encendido la verde planicie, se
observan desde el moderno avión los tablones de tierra dividida por los aledaños
lineales y perfectos de la delimitación a la propiedad agrícola, y en medio de ellos
corren las paralelas férreas de la cinta de hierro del ferrocarril; casuchas, árboles,
terrenos, riachuelos y montañas azuladas en la diafanidad son el conjunto de ese
relieve que gira y corre debajo de estas gigantescas alas que nos han levantado de la
superficie y nos han permitido divisar a vuelo de pájaro ese valle, esa planicie verde de
la sublime y fértil Cochabamba. Cientos de kilómetros de tierra cultivada; extenso y
dilatado valle que se pierde en la provincia Campero; magnífica tierra donde la vida
campesina es apacible en un clima de eterna primavera, donde la tibia temperatura
hace benigno y sano el ambiente conformando hombres robustos. Cochabamba es para
nuestra emoción boliviana la hermana que extendiendo sus límites provinciales en
abrazo fraterno con casi todos sus departamentos hermanos, configura su suelo
variadísimo de bruscas alternativas como las de la puna brava en las cercanías del
Tunari y del Alta Cueva hasta sus cabeceras de valle, y de éstas hasta sus valles de tierra
cálida, ardiente, estuosa y la tórrida en el Chapare y el Chimoré, reproducciones de las
selvas africanas en toda su grandiosidad, singularmente en sus floras seculares,
boscosas, impenetrables. He ahí otro jirón de nuestra patria múltiple en climas, rica en
productos y de esperanza y porvenir para la vida nacional. La campiña cochabambina
es refugio apacible para el hombre; la rusticidad de sus campos y la sinceridad de sus
hombres la hacen ingenua, sencilla, afectiva; sus extensos maizales, sus dorados
trigales, que en el otoño ondulan en suave seseo al soplo de las brisas llegadas desde los
vestisqueros del Tunari; su arbolado protector y amigo, bajo cuyo follaje el buey de
cansino paso pasta dando la armonía de las églogas pastoriles de la dehesa, como en los
dulces campos de Francia, de la Provenza de ensueño; y que en dulce evocación acuden
a la mente del sabio que tiene en su libro, que lo venimos comentando, perfiles de
nostalgia ante la contemplación de estos campos de una patria americana tan dulce, tan
bella y sublime como aquella que le viera nacer.
58

76 Por todo ese valle recorre d'Orbigny visitando sucesivamente Cliza y siguiendo el
camino de Punata, Pocona, Totora, Chuluani, Chilón y Pampa Grande; nuevamente se lo
ve ascender la fragosa serranía de la Herradura, último contrafuerte andino hasta
Samaypata y desde este pueblo hasta la cumbre de la cuesta de Petacas y desde la cual
ya pudo contemplar la exuberante llanura oriental en la que se alza Santa Cruz de la
Sierra.

El vuelo hacia el oriente


77 El descenso al llano por entre montañas accidentadas, por la fragocidad de sendas que
suben y que bajan en largas caminatas que salvan precipicios, por en medio de cerros
rojizos que poco a poco van tomando la tonalidad del verde hasta hacerse medio
boscosa y luego de bosque impenetrable ya en la llanura, fue siempre en todo tiempo
peligroso para el viajero, y ese peligro y en descenso sigue hoy como ayer, pues el suelo
arcilloso cuando llueve hace intransitable el camino de automóviles, los que si osan en
este tiempo atravesar aquella zona patinando en esa greda como el jaboncillo tendrán
que ir hasta el borde del precipicio y caer en el despeñadero muchos cientos de metros
de profundidad. Por estos peligros, el viajero prefiere hoy transporte aéreo que en
pocas horas nos comunica con la tierra de Warnes. Por esta ruta y desde ese cielo
seguiremos la huella de d'Orbigny contemplando desde la altura la tierra que girando
pasa a miles de metros por debajo de nuestra máquina alada.
78 La descripción geográfica desde un avión hecha a vuelo de pájaro, es la visión de un
mundo que en su girar nos irá enseñando sus accidentes y sus configuraciones. Así
pues, pasa el ″Juan del Valle″ infortunada maquina que los vientos del huracán
pampero la arrastraron a ignota selva, la que devoró a sus pasajeros en el misterio de su
inmensidad, dejando en nuestro ser una profunda angustia y un intenso dolor por la
trágica desaparición de los distinguidos caballeros y amigos que aquella condujo la
tarde fatal...
79 En ese mismo avión, meses antes de la catástrofe, tuvimos la suerte de contemplar
desde las nubes jirones de la patria de una belleza grandiosa y que pasaron girando con
sus montes, sus planicies, sus bosques, sus ríos y sus cuadrilongos de tierras cultivadas
sobre los que el ″Juan del Valle″ iba, en su paso, proyectando su sombra de inmensa
cruz.
80 Desde Cochabamba, en cuyo aeropuerto la máquina inició su vuelo, fuimos escalando
las alturas en magníficas parábolas y constante ascenso sobre la ciudad con ronco
bramido de los tres motores de la máquina que nos levanta y nos despega de la tierra y
en cuya atmósfera el avión parece que tomara impulso con sus gigantes alas plateadas
que dibujan los círculos de la enseña Patria en señal de nuestra soberanía en nuestros
aires. Cada vacío parece que nos va a hundir, que nos va a volver a descender en su
desequilibrio o pérdida de estabilidad por el peso que hace resistencia como si un
enorme elástico fuera suspendido y bajando este potente aparato cuyo bramido anuncia
su paso. Instintivamente buscamos un punto de apoyo en nuestra butaca que nos da la
sensación de hundirse igualmente, hasta que ya en enorme altura, seguros y sin
vaivenes, contemplamos el paso de toda esa magnífica porción de la patria por las que
la carretera serpentenado ya sube o ya baja, se pierde y aparece como herida abierta en
la tierra rojiza que excavó la picota e hirió la montaña y sus flancos.
59

81 En un dombo de un cielo purísimo, sobre un mar de nubes, que se han cerrado en


cortinaje blanco ante el panorama que minutos antes contemplábamos, vuela el ″Juan
del Valle″. Y así como pájaro perdido en la inmensidad, va pasando la gigante máquina
rutilando al sol su plateada armadura y recorriendo cientos de kilómetros en pocas
horas y presentándonos un extraño panorama que sólo lo habíamos imaginado cuando
nuestro pensamiento creía contemplar alguna planicie nórdica de una superficie de
hielo y nieve, pues a muchos metros debajo de nosotros flotaban las nubes como
montañas de algodón. Hacia el dilatado confín, el cielo azul y por debajo la interminable
superficie blanca; arriba, el intenso brillo del sol; y por debajo de las nubes, la tierra
ensombrecida por éstas. El vuelo en estas circunstancias nos hace pensar en haber
salido de la órbita terrestre y que alejados de su influencia, marchamos a la deriva,
lanzados en los espacios y perdidos en ellos como puntos insignificantes en esa
inmensidad en la que el avión es acaso un pequeño insecto de vuelo zumbador y los
hombres, la nada ante la magnitud de los espacios y la grandeza de la creación. El avión
es el invento que ha hecho que el hombre deje de ser reptil que arrastra su existencia
sobre el planeta para ascenderlo a los cielos; pero el reptil aun subido allí ha utilizado
de él para hacer llover fuego y acabar con sus semejantes en sus instintos de fiera aún
escondidos en el fondo de su alma poco dignificada por el progreso de la ciencia y la
técnica.
82 Alejados pues de la superficie terrestre, elevados a la dignidad del cielo, aureolados por
el nimbo de luz radiosa del espacio, en raudo y ruidoso vuelo al atardecer de un 21 de
septiembre del año 1940, inolvidable para nosotros, las máquinas en su estridente y
atronador ruido han amenguado su marcha. Nos sentimos descender en vuelo lento,
llegamos hasta la superficie de ese inmenso mar de nubes, que momentos antes las
teníamos a muchos cientos de metros más abajo de nosotros; estamos en la misma
superficie de esa horizontalidad de nibos y cúmulos que flotan; luego nos sumergimos
en ese vapor acuoso y en la diafanidad sutil de las últimas capas, en las que como cintas
de tul o gasa pasan flotando las nubecillas; podemos observar la dilatada llanura que se
extiende en un verde de floresta que surge bruscamente ante nuestros ojos con todo el
encanto arrobador de lo sublime, de lo paradisíaco, de lo exuberante. El verde de los
árboles se matiza en multitud de tonalidades desde lo más oscuro hasta los del césped, y
de las palmeras y algarrobos, de los toboroches y motacúes floresta de esmeralda,
vergel sublime, paraíso de ensueño que va girando mientras se inclinan lentas las alas
del avión. Ya estamos a poca altura, ya rasamos los árboles, ya pasan en visibilidad
asombrosa y de detalles los cuadrilongos de las casas, la amplia plaza con su inconclusa
catedral; grandes patios y corralones, cementerios de los automóviles y camiones que
también cayeron en la lid chaqueña de la guerra y que yacen por allí en una gran
casona de amplio patio, y, sobre todo, este panorama, extendido amorosamente el
brazo largo, descarnado de coloración sonrosada del Piraí que se alarga y extiende
como abrazando con su curvatura toda aquella tierra cálida y hasta la que
ruborosamente bajan las ondas de aquel río desprendido desde las altas cumbres de los
valles cochabambinos. Extensa planicie verde de Santa Cruz, sublime visión de ensueño,
visión paradisíaca Santa Cruz de la Sierra, paisaje infinito, canto sublime del trópico,
tierra de bendiciones y fecundidad, tierra prometida que espera nuestra marcha de
conquista espiritual, tierra hasta la que tendrá que descender el colla para unir la
nacionalidad de oriente a occidente en activo movimiento comercial e intelectivo,
descolgando la vitalidad del país desde aquellas faldas donde los Andes se planifican,
para una futura e incesante actividad en su migración hacia el llano en busca de futuras
60

fuentes de progreso y prosperidad, dando las espaldas a la minería, destructora de la


raza, que como muy bien dijera alguien, va dejando en la peña pavesas de su alma y de
su carne, depauperando al hombre físico cuyos pulmones bajo la aplastante
pneumoconiosis, acaba con la raza, haciendo de la minería la industria maldita para el
país.
83 Santa Cruz, ha surgido ante nuestras esperanzas y nuestra emoción bolivianista, en
nuestro incesante ensueño de mejoramiento de Bolivia, por el amor que la tenemos, y
que nuestras ilusiones de juventud no sean tronchadas por los odios y la perversidad,
por la incomprensión de los hombres. Santa Cruz, acaso sea, en un futuro próximo, el
milagro de salvación para Bolivia.
84 Así llegamos hasta uno de los confines del legendario Güelgorigotá, escenario de
hazañas en la conquista, ″centro de evoluciones humanas trascendentales″, como diría
don Jaime Mendoza, quien al hablar de estos llanos tiene estas frases: ″Allí, desde los
siglos prehistóricos, había descendido el aliento andino para mezclarse con los de las
tribus autóctonas, constituyendo nuevos tipos étnicos, como el de los tomacosis, que
encontraron los conquistadores hispánicos. Allí mismo avanzó la ola guaranítica desde
el oriente, constituyendo otro tipo -el chiriguano- enemigo tradicional del autóctono,
pero muchas veces se refundió en él. Allí se encontraron igualmente las dos corrientes
hispánicas llegadas por el Pacífico y por el Atlántico. Tales los hombres de Anzures y de
Irala. Allí fue la disputa de Manso y Chaves. Pero también allí mismo se abrazaron los
bandos contrarios. Antón Cabrera, compañero de Ñuflo de Chaves, alzó allí el pueblo de
la Barranca, por orden de Don Andrés Manso″.
85 ″Diríase que estas tierras estaban predestinadas a formar grandes bloques humanos,
homogéneos, con el elemento heterogéneo, constituyendo un foco de atracción e
irradiación″.
86 Desde Santa Cruz penetra nuestro viajero en la tupida selva chiquitana, llamada Monte
Grande y ″cuya espesa frondosidad cubre una extensión de más de sesenta leguas y en
donde vanamente se buscarían otros huéspedes que los animales salvajes″, dice
d'Orbigny. Esta inhabitalidad y abandono quedan hoy como hace cien años, guardando
el misterio de la selva virgen, la maraña y la vorágine y acaso el porvenir de todo un
pueblo.
87 ″La provincia de Chiquitos, colocada en el centro del continente Americano, tiene más
de dieciocho mil leguas cuadradas de superficie, y siendo muy fértil su terreno pueden
cultivarse en ella todos los frutos de los pises cálidos, al mismo tiempo que en las
montañas de Santiago pudieran sembrarse trigo y plantas de viña″, continúa diciendo
d'Orbigny. En esta extensa provincia visitó sucesivamente San Javier, Concepción, San
Miguel, Santa Ana, San Ignacio, San Rafael, San José y Santiago.
88 Habríamos querido perfilar en breves apostillas la magnífica región chuiquitana, pero
preferimos ceder la palabra a d'Orbigny para comentar sobre lo que diga, nuestra
emoción y lo que la imaginación nos sugiera.
89 ″En tanto que un sol abrasador tostaba las llanuras circunvecinas, algunas benéficas
nubes, posándose sobre la cima de las montañas, habían operado un cambio total en el
aspecto de la naturaleza. Los árboles se cubrían de un tierno follaje y de diversidad de
flores; la campiña desplegaba lujosamente sus primorosos ropajes. En nada
absolutamente pudiera compararse la bella estación de Europa a un tal momento bajo
las zonas tórridas. En Francia, por ejemplo, las hojas van brotando poco a poco, y el frío
61

y la ausencia de días hermosos se hacen frecuentemente sentir aun después de bien


entrada la primavera. En aquellos lugares, ésta no es sino el cambio súbito de una
decoración. La naturaleza se halla muerta, inanimada; un cielo demasiado puro ilumina
un campo triste y casi desolado; pero sobreviene un aguacero, y al punto, como por
encanto, todas las cosas toman una vida nueva. Bastan pocos días para esmaltar los
prados de verdura y de flores olorosas y revestir los árboles con esas hojas de un verde
tierno, o con las flores que las preceden, dando a cada uno de ellos un olor vivo y
uniforme. Si la campiña, ostentando su bella alfombra, embalsama el aire con los más
suaves perfumes, los bosques presentan otro carácter no menos halagüeño de belleza y
variedad. Aquí un árbol cargado de largos racimos purpúreos contrasta con las copas,
ya celestes, ya del dorado más puro; allá sobresale una cima blanca como la nieve junto
al rozado más tierno. Con cuánto regocijo trepaba yo por esas laderas, donde tan lindos
vegetales se engalanaban con sus joyeles, o recorría los prados sin saber a qué sitio dar
la preferencia, pues que cada uno de ellos me ofrecía un encanto que le era particular,
un tipo diferente. Confieso que nunca me había sentido tan maravillado en presencia de
las bellezas de ese pueblo, cubierto por un dosel tan espléndido″.
90 ″Dejando muy largo el pueblecillo de Santiago, y atravesando bosques inmensos y el rió
de Tucabaca, destinado probablemente a suministrar ricas minas de oro, llegué a Santo
Corazón, que es el punto más oriental de los lugares habitados de la República. Santo
Corazón era efectivamente por aquella parte el extremo del mundo, pues que nadie
podía entonces pasar más adelante. Así pues, calculando las grandísimas ventajas que
resultarían de la navegación del Paraguay para el tráfico comercial y para la civilización
de la provincia de Chiquitos, y anhelando ser el primer instrumento de esta gigantesca
empresa, recogí todos los datos posibles de los indígenas acostumbrados a correr las
florestas, e hice abrir un camino hacia las ruinas del antiguo Santo-Corazón, en donde
corre el río Otuquis, formado de los ríos San Rafael y Tucabaca, llegando a cerciorarme
que los altos ribazos de esta corriente podían proporcionar, en todas estaciones, un
puerto cómodo y situado a poca distancia del río Paraguay, en el cual desemboca un
poco más arriba del fuerte de la Nueva Coímbra. En 1831 comuniqué estos importantes
datos al gobierno de Bolivia, haciéndole ver el cambio favorabie que, para aquella
provincia y para toda la República, resultaría una nueva vía de comunicación por el Río
de la Plata, con el océano Atlántico″.
91 Y quién habría pensado, hace cien años, que la soberanía boliviana hubiera sido turbada
en aquella zona con la sorpresa de Vanguardia, y mucho antes, en 1888, con el
injustificado ataque a Puerto Pacheco. Quién habría creído que las proféticas palabras
de d'Orbigny hubieran sido una oportuna advertencia, acaso una voz de alarma y un
grito de llamado a Bolivia para que acudiera desde aquella fecha a resguardar su
soberanía, que una nueva guerra injusta la hubiera nuevamente cercenado. En 1831
d'Orbigny, desde Santo Corazón, le advierte a Bolivia que su salida al Atlántico está en
el Oriente. Han transcurrido los años a pesar de la terrible tragedia del Chaco y el
problema está irresoluto.
92 Pero continuemos el recorrido por la selva virgen del brazo de d'Orbigny abriendo la
interrogación del tiempo formado por más de una centuria sobre el magno problema de
la soberanía boliviana en el margen occidental del río Paraguay que tiñó sus aguas de
sangre fratricida ante la estoica contemplación de América y la complicación de
algunas hermanas que permitieron una nueva injusticia con Bolivia.
62

93 ″En medio de las inmensas y sombrías selvas que separan las vastas provincias de
Chiquitos y de Moxos y en un espacioso recinto, que se halla indicado en nuestros
mejores mapas como desconocido, corre un río también ignorado aunque navegable:
ese río es el San Miguel. Sus orillas cubiertas de una vegetación tan lujosa como activa,
están habitadas por una nación muy notable; tales son los Guarayos, que realizan en
América, por su franca hospitalidad y por sus costumbres sencillas y enteramente
primitivas, el poético ensueño de la edad de oro. Entre estos hombres de la simple
naturaleza, a quienes jamás atormentó la envidia, el robo, esta plaga moral de las
civilizaciones más groseras como de las más refinadas, tampoco es conocido″.
94 Si algunas veces había yo suspirado viendo yacer en el abandono campos magníficos,
mientras que en Europa tantísimos infelices labradores perecen de miseria, cuanto más
agudo no debió ser mi sentimiento en presencia de aquellos lugares, los más abundosos
que yo había encontrado hasta entonces, y en donde una naturaleza tan prodigiosa, y
de un lujo de vegetación extraordinaria, parece estar pidiendo brazos que vengan a
utilizarlos por medio del cultivo productor.
95 ″Al dejar el país de los Guarayos me embarqué y anduve ocho días vagando sobre las
aguas de San Miguel, cuyas márgenes se ven cubiertas ya de altos bambúes. El río se
halla bien encajonado por todas partes; así es que las embarcaciones de todo tamaño
pueden navegar allí fácilmente en todo tiempo. De este modo me puse en la misión del
Carmen de Moxos y visité esta vasta provincia, donde, sobre una superficie de trece a
catorce mil leguas, treinta y tres ríos navegables, está ofreciendo al comercio y a la
industria vías ya trazadas en medio de una sola llanura, que da origen a todas las
grandes corrientes meridionales, tributarias del famoso Río de las Amazonas. Viven allí,
divididos en diez naciones diferentes y que hablan distintas lenguas, unos pueblos,
todos ellos dedicados a la navegación y que conocen perfectamente las más pequeñas
vueltas y revueltas de esos canales naturales, diariamente cruzados por ellos en canoas
hachas de un solo tronco de árbol, el cual es ahuecado a fuerza de hierro y fuego″.
96 Navegando por el Río Blanco y el Río Itonama, y atravesando sobre una canoa llanos
inundados, hasta llegar al río Machupo, pude visitar sucesivamente Concepción,
Magdalena, San Ramón y San Joaquín, restos del esplendor pasado de los jesuítas.
97 ″Cerca del último punto encontré unas minas de hierro, las que abrazando un espacio
de dos leguas, han sido colocadas por la naturaleza como para facilitar su laboreo y dar
vida a aquellas regiones, no lejos del Río, e inmediatas a grandísimos bosques″.
98 Bajé por el Mapucho hasta el Itonama, su confluente, y desemboqué en el Guaporé o
Iténez, por el cual suben los brasileros desde el río de las Amazonas hasta Matto-Groso,
llevando en sus gariteas las mercancías procedentes de Europa. Encontré efectivamente
dos de esas barcas en el Porte-do-Principe-de Beira, donde hay una guarnición
brasilera. Tiene Guaporé en este punto más de media legua de ancho; sus aguas corren
majestuosamente en media legua de ancho; sus aguas corren majestuosamente en
medio de bellas márgenes y por entre islas guarnecidas de árboles muy pintorescos.
Descendiendo por él, yo comparaba mentalmente esos desiertos, hoy día tristes y
silenciosos, con lo que llagarán a ser cuando una población industriosa venga a
animarlos y a sacar un provecho de sus dones, cuando el comercio con los Europeos,
puesto en plena actividad, cubra esas aguas de barcos de vapor destinados a llevarles la
abundancia y la vida intelectual.
63

99 ″Llegué finalmente a la confluencia de los ríos Guaporé y Mamoré, y colocando en la


punta misma del ángulo formado por la reunión de los dos más grandes ríos de aquellas
regiones, yo abrazaba de una ojeada las corrientes de uno y otro. Existe entre ambos el
más prodigioso contraste. Aun lado presenta el Guaporé el símbolo de la quietud:
bosques sombríos se extienden hasta el borde de sus cristalinas aguas, las que corren
con magnitud y majestad; al otro, me ofrecía el Memoré la imagen de caos y de la
inestabilidad de las cosas. Sus rojas aguas sumamente agitadas, arrastraban,
borbollando, innumerables trozos de vegetación, y hasta troncos gigantescos,
arrancados violentamente a los ribazos por la corriente. Nada hay estable sobre su
paso. Si una de sus riberas esta cubierta de derroteros casi desnudos de vegetación y en
donde crecen algunas plantas anuales, la otra, pertrechada de barracas arenosas, se
desmorona de tiempo en tiempo minada constantemente por las aguas, arrastrando en
su caída árboles que cuestan siglos, por lo que se ven las ensenadas llenas de troncos,
que las crecientes extraordinarias han ido amontonando.″
100 ″El Mamoré, tan ancho como el Guaporé, me enseñó sobre sus riberas y sobre las de sus
tributarios, en el curso de una navegación como de cien leguas, las hermosas misiones
de la Exaltación, Santa Ana, San Javier, de la Trinidad y Loreto″.
101 Es así cómo Alcides d'Orbigny describe las regiones de Guarayos, las regiones
chiquitinas y de Moxos que se dilatan en las planicies extendidas más allá de los Andes
y por las que corren innumerables ríos casi todos ellos navegables y que presentan el
aspecto de un dilatado mar de bosques de monte alto hasta el que aún no ha llegado la
actividad boliviana, haciendo que estos motivos nos hagan hacer un alto en estas
planicies para poder recoger las observaciones del sabio francés e intuir por nuestra
toda la emoción a la que deberemos volcar la boli-vianidad recogiendo la dura
experiencia que ha golpeado a Bolivia durante diez años.

***

102 Cuando desde Santa Cruz penetra d'Orbigny en el corazón de la selva, nos imaginamos
contemplar con él la grandiosidad sublime del trópico: el bosque, la maraña que lo hace
impenetrable, los ríos que lo cruzan, los misterios que encierra, las aves y los animales
que la pueblan, los agudos gritos de éstos que desde ese fondo misterioso, oscuro y de
pavor, salen mezclados con mil ruidos más que la naturaleza multiplica. La vida
primitiva de los salvajes, los extraños ritos de éstos, sus facciones y hasta su lenguaje
gutural que penetra en el alma con resonancia siniestra; y hasta el huracán que agita
los árboles, nos sugieren un cuadro de un paisaje tan distinto y tan variado, tan raro y
tan múltiple, tan diferente al contemplado en los Andes y el Altiplano, de este
panorama de Bolivia, primero montañoso, árido, inclemente; luego cálido y más tarde
ardiente, fecundo.
103 En la serena quietud de este ambiente, surge un mundo de ensueño, donde la
imaginación pasmada, arrobada en dulce embausamiento de un espasmo a la vez
místico, religioso y profano, cree soñar en un mundo de edén, en un paraíso donde el
hombre se empequeñece ante la grandiosidad de lo creado; donde el misterioso tabú
indígena hace de las bestias y de los árboles de los ríos y colinas sitios sagrados y que se
convierten para nosotros en el templo más sublime donde se adora a Dios con el canto
más jocundo que criatura humana haya podido componer, canto que entona el bosque
en su rumoroso follaje, el árbol que cruje, el rumor de los ríos que se deslizan, ya
64

tranquilos y mansos, ya majestuosos y turbulentos; los zumbadores insectos y


enjambres de mosquitos, el trino de las aves, el grito de los hombres y las bestias, así
como la oración vespertina de las tribus convertidas a la fe que elevan su plegaria en
medio del bosque, en el conglomerado de casuchas que forman y alinean la misión
perdida en medio de la selva y que al repercutir en medio de la majestad de los árboles
infunden en esas soledades un recogido y misterioso de-profundis.
104 Sólo quien haya escuchado esos cánticos podrá describirlas, sólo quien haya sentido la
emoción religiosa en contacto con el himno entonado a coro por multitud de indígenas
podrá traducirnos sus sentimientos, y éstos fueron recogidos por d'Orbigny en su diario
del cual tomamos este pasaje:
105 ″Acabada la cena, todos los indios se reunieron como de costumbre para orar en
comunidad. Estos cánticos religiosos que tantas veces me habían sorprendido
agradablemente en medio de aquellas soledades, resonaron a mi oído en aquel
momento con tal discordancia, que tuve que retirarme a un lado, y no podía resultar
menos de la confusión de aquellas entonaciones en diferentes dialectos que se
producían todos a la vez en el silencio de la noche. Los indios, sin cubrirse con otra ropa
que sus tipois, se acuestan en sus hamacas, y pasan la noche expuestos a las picaduras
de los encarnizados mosquitos y sobre todo al fuerte rocío que cae en las regiones
calurosas sobre las orillas de los ríos. Apenas raya el día, se levantan después de haber
descolgado sus hamacas, entonan en coro y con mayor recogimiento la súplica de la
mañana″.
106 ″Cuando se viaja con un séquito compuesto de una sola nación (d'Orbigny llama Nación
a una tribu que se diversifica y distingue por el idioma y aún facciones antropológicas
así como por las costumbres) y que hace alto en el bosque de las riberas, estas preces de
la noche suelen tener un encanto inexplicable. No puedo prescindir de traer al caso la
expresión consignada en mi diario de las sensaciones que la solemnidad de un acto
semejante imprimió una vez en mi espíritu. La noche era ciertamente una de las más
oscuras y su lobreguez aún parecía mayor bajo la bóveda formada por el tupido follaje.
Brillaban de distancia los fuegos de los indios acampados, esparciendo una claridad
incierta sobre los objetos que nos rodeaban y dando un colorido mágico al silvestre
recinto. A cosa de las ocho, mis setenta indios entonaron en coro sus cánticos
religiosos, que en el silencio de la noche y en aquellos lugares tomaron carácter de
tanta majestad que me sentí profundamente conmovido; jamás me habían parecido tan
sencillos a la par que imponentes: su duración fue demasiado corta para mi
arrobamiento, y largo tiempo después que había cesado aún buscaba mi oído sus
místicos acordes. Apoderóse de mi espíritu una dulce melodía que se armonizaba con la
vaguedad de pensamiento y sobre todo con el respeto que me inspiraba la belleza
original de aquellos lugares. Muy en breve mis compañeros de viaje se entregaron al
reposo; los fuegos se apagaron; creció la oscuridad, y el silencio majestuoso de la selva
era apenas interrumpido por el susurro de las hojas levemente agitadas en la copa de
los árboles, o por el murmullo de las aguas. Sólo yo había quedado despierto sin poder
olvidar las felices impresiones de esta velada, cuyo recuerdo ha venido más de una vez
en lo sucesivo a deleitar nuevamente mi espíritu″.
107 Y la plegaria se sucede, en la jocundidad de la naturaleza que alaba al Creador, en la
tranquila calma de los días estuosos y el huracán que ruge en el pampero devastador de
las borrascas magníficamente descritas por don Daniel Campos en su libro De Tarija a la
Asunción que fragmentariamente nos permitimos insertar por su bella forma
65

descriptiva y la pintura que darán la realidad de este cuadro, mucho mejor que nuestra
débil pluma quisiera perfilar:
108 ″El crepúsculo tan bello y de tanta duración en este océano de bosques había plegado
rápidamente su manto de claridad. El cielo se transformó en abismo profundo. Una faja
de claridad rojiza y lívida, como el resplandor debilitado de un incendio, apareció en los
horizontes del sur... Toda la naturaleza se hallaba en ese solemne reposo, presagio de
las grandes luchas; bocanadas de un aire pesado y caliente, como el aliento de lejana
tempestad, pasaban por nuestro rostro e iba a agitar las copas de los árboles que se
estremecían con su rumor pesado y siniestro... A una atmósfera densa, cargada de
húmedo vapor que parecía sutil polvo, lleno de yo no se qué siniestros clamores,
levantados de la hoja que se agita, de la rama que se plega, del árbol que ligeramente
murmura, habíase sucedido el silencio y la lobreguez del caos.″
109 Invadía, entre tanto, hacia nuestras cabezas inexorablemente, con la fuerza ciega e
incontrastable de los elementos que se irritan, ese que podríamos llamar la lucha de los
espacios. Veíamos avanzar y medirse a los gigantescos combatientes: la electrizada
catarata de agua que airada se adelanta queriendo desatar sus flancos y el huracán
rugiente que aceptando el reto se apresta a lanzarla, potente y azolador, de sus
dominios eternos.
110 ″Era pues, una batalla de cíclopes gladiadores la que iba a comprometerse, lejos todavía
de nosotros y a una inmensa altura de los cielos.″
111 Podíamos por tanto contemplar en esos primeros momentos el Gran Chaco (Esta
descripción se refiere a esta zona por la que atravesó Campos) en una de sus
imponentes cóleras: El Pampero. Aquella lucha de los elementos, digna de este
escenario, era iluminada por frecuentes irradiaciones eléctricas que como cuadros
fantásticos mostraban infinitos horizontes bañados de fulgores, ya lívidos, ya
encendidos, pero siempre siniestros y que se apagaban como el golpe de un gigante
tramoyista. A pocos instantes, un estampido atronador cerraba voluntariamente el
cuadro, para dar lugar a otro de más grandeza e intensidad, conforme se aproximaba a
nosotros el terreno de este grande combate.
112 ″Envueltos ya los elementos, cuerpo a cuerpo, en lucha encarnizada, desencadenaban
sus fuerzas con rabiosa obstinación. Las nubes como titanes que blanden ardiente
espada, desprendían sus centellas vibrantes y como gigantesca armada que
simultáneamente lanza el fuego de todas sus baterías, arrojaba de sus flancos el
estampido de sus truenos. Desgarrado el torbellino, pero rugiente de cólera, quería con
soplo poderoso detener y arrollar a su rival que avanzaba siempre de sur a norte, hacia
nuestro campamento.″
113 En menos de dos horas de esta batalla nos hallamos envueltos en alas de la tempestad.
114 ″La primera ráfaga que pasó sobre nosotros hizo volar, como tenues hojas, todas las
carpas. La mía, felizmente bien asegurada contra un secular algarrobo, pudo resistir al
empuje. Monsieur Thouar, cuya tienda de campaña se había derribado, presentóse y lo
acogí con el mayor placer. Tendidos en el suelo, uno al lado del otro envueltos en las
mismas cobijas y compartiendo idénticas ansiedades, nos preparamos a afrontar
aquella solemne situación. ¿Quién podría describir este desencadenamiento de la
naturaleza? Abajo rugiente, poderoso, con ímpetu arrollador, el torbellino queriendo
arrebatarnos a los espacios, arrancando los tiernos árboles, doblegando y haciendo
gemir los seculares en su vertiginosa e intermitente carrera. A nuestra cabeza una
66

atmósfera de fuego vomitando instantáneamente sus truenos ensordecedores,


precedidos de relámpagos, que rasgando los ámbitos oscuros aumentaban a cada
momento los lindes de la atmósfera inflamada.″
115 Fragor, estampido, incendio en los cielos, rugidos, ímpetu, devastación en la tierra.
Estas dos fuerzas dándose treguas, envistiéndose después mutuamente, ciegas,
coléricas, ya vencidas, ya vencedoras: he ahí el cuadro″.
116 Y he ahí el himno, diríamos nosotros, la plegaria de los elementos, la oración de los
cielos, el canto de la naturaleza en las regiones de los llanos de Bolivia. Y ese sublime
coro, en armonía de voces que aterran, que ya ensordecen, que asustan y sublimizan lo
creado en torrentes de una música cuyas armoniosas notas suben hasta lo infinito,
forman el canto que la selva, el bosque, la maraña interminable, elevan a Dios.
67

Alcide d'Orbigny: sabio, poeta y


explorador
Fabián Vaca Chávez

1 ALCIDE D'ORBIGNY ... perteneció a una familia de sabios. Su padre tuvo gran predicamento
entre los hombres de más alto valor intelectual de su época. A él debió el hijo sus
inclinaciones naturalistas y la facilidad con que obtuvo del gobierno francés el encargo
de realizar por cuenta de éste un viaje científico por la América del Sur. Uno de los
hermanos de Alcide, llamado Carlos, es autor de un importante Diccionario Universal de
Historia Natural.
2 Dentro de este ambiente familiar nació y se desarrolló el talento naturalista de Alcide
d'Orbigny. El mismo habla de ″los benévolos consejos de los señores Cuvier, Brongniart,
Isidoro Geoffroy Saint-Hilaire, y del célebre viajero barón de Humboldt″... lo que
importa referirse a los más altos representantes de las ciencias naturales en Francia, a
principios del siglo pasado [siglo XIX].
3 D'Orbigny vino a América a mediados del año 1826 y no regresó a Europa hasta 1834.
Durante los ocho años que estuvo ausente de su patria, el sabio no cesó un día de
estudiar y de viajar. Todo lo comprende: la geología, la geografía, la etnografía, la
botánica, la mineralogía, la historia, la lingüística, la estadística, las artes todas.
4 Desembarca en Río de Janeiro, deslumbrado, embriagado, mejor dicho, por la cálida
caricia de una tierra joven, soñada por d'Orbigny desde los años de su niñez. Visita
después Montevideo y los campos todos del Uruguay Pasa enseguida a Buenos Aires,
arriba el Paraná en una extensión de trescientos cincuenta leguas, recorre la provincia
de Corrientes y el territorio de Misiones, entra al Gran Chaco y regresa a la metrópoli
del Plata por Entre Ríos y Santa Fe. De Buenos Aires va a la Patagonia. Allá se encuentra
en un trance bien difícil: los indios se levantan contra las autoridades de la naciente
Colonia del Carmen. D'Orbigny tiene entonces que cooperar a la defensa de los sitiados.
Torna luego el sabio a Buenos Aires y de ahí sigue viaje a Chile por el Cabo de Hornos.
5 Los tiempos no son propicios para realizar viajes de estudio, acaba de proclamarse la
independencia de las colonias españolas y los soldados vencedores luchaban aún por
imponerse acá y allá, cobrando el precio de sus recientes victorias. D'Orbigny se ve
68

obligado a variar constantemente su itinerario bajo la presión de las revueltas. Ni en la


Argentina ni en Chile encuentra la apetecida tranquilidad.
6 Vuelve entonces sus ojos a la costa boliviana. Pasa por Cobija, desembarca en Arica,
visita la población de Tacna y, en seguida, trasmonta la cordillera del Tacora, para
llegar a nuestra altiplanicie. Nuevo deslumbramiento. ″En medio de estas alturas -dice
el ilustre viajero- se levantan el Guayna Potosí, el Illimani y el nevado de Sorata
mostrando su cono oblicuo y achatado, estos tres gigantes de los montes americanos,
cuyas resplandecientes nieves se dibujan por sobre las nubes, en el fondo azul obscuro
de ese cielo, el más trasparente y bello del mundo″.
7 En Bolivia, d'Orbigny halla más de lo que desea. Encuentra paz, colaboración del
gobierno, la estimación de los bolivianos y -si hemos de creer en las crónicas que se
trasmiten en voz baja- afectos del corazón... El no trajo a nuestro país otra cosa que
simples cartas de recomendación. Desde Cochabamba le dice, en respuesta, el
presidente Santa Cruz, después de valorar dignamente su visita: ″Se le hará acompañar
con un oficial del ejército y un par de jóvenes del país para que le hagan sociedad en las
soledades adonde se dirige″. Y agrega todavía: ″Si a más de esto necesita algunos
auxilios pecuniarios o de otro género para concluir su empresa, puede usted
indicármelos seguro de que el gobierno de Bolivia tiene la mejor disposición para
prestarse a tan útiles objetos″. Hizo aún más Santa Cruz: le dio el título de ciudadano
boliviano, para recomendarlo mejor a las autoridades de la República.
8 A través de toda la obra y de toda la vida de d'Orbiny palpita una honda simpatía hacia
Bolivia, y no pierde una sola oportunidad para ponerse al servicio de su progreso y de
su reputación. Esa simpatía la hace sentir a los suyos, como lo comprueba el hecho de
solicitar del Gobierno de Francia una palabra de gratitud para el gobierno y el pueblo
bolivianos. De acuerdo con esta solicitud, la comisión que organizó la Academia de
Ciencias para informar sobre la calidad de los trabajos realizados por el sabio, llamó la
atención del ministro de Instrucción Pública ″sobre los títulos que tiene el gobierno de
Bolivia, para ser acreedor al reconocimiento de todos los amigos de las ciencias, y
particularmente al de los sabios franceses, por la protección tan ilustrada, tan generosa
y eficaz que ha prestado al señor de d'Orbigny durante su viaje por diferentes lugares
que dependen de la República″.
9 Treinta años después, muerto ya d'Orbigny, su viuda ofreció a Bolivia, primero que a su
patria, los documentos, manuscritos y colecciones que dejara el gran sabio. El gobierno
boliviano de entonces contesta que el país no tenía dinero para hacer eso gastos...
10 Tres años dedica Alcide d'Orbigny a recorrer la República. Llega a La Paz, pasando luego
a la región de los Yungas. De ella dice ″La pomposa vegetación de Río de Janeiro se ve
reproducida en estos sitios, pero con más esplendor″. Visita Sicasica y Ayupaya [sic];
pasando por Inquisivi, Cajuata, Suri, Cavari y Palca. Atraviesa todos los valles y
montañas de Cochabamba. Va a Santa Cruz, cruzando por Valle Grande. Se dirige a
Chiquitos, se interna por Guarayos en los bosques de Mojos, navega sus treinta y tres
ríos y se detiene en todas las misiones de esta provincia. Vuelve a Cochabamba, para
tomar al Mamoré por el Sécure; sube el Guapay y el Piraí hasta Cuatro Ojos.
Nuevamente visita Santa Cruz, a la que regresa una y otra vez. Pasa a Chuquisaca,
tocando de nuevo Valle Grande y Mizque. Sigue a Potosí y sube al histórico cerro,
″ochenta varas más arriba del nivel del Monte Blanco″; recorre las regiones de
Tacopaya, de Yocalla y de Tolapalca; baja al valle de Ancacato y, por el de Cóndor
69

Apacheta, penetra en Oruro y sigue a Carangas. De Oruro retorna a La Paz, para


estudiar las ruinas de Tiahuanacu y el lago de Chucuito, cuyas islas de Coati y de
Titicaca describe.
11 ″Después -dice el mismo d'Orbigny-, me aparté de esa bella y rica parte del continente
americano llevando conmigo no solamente materiales inmensos y de todos géneros,
sino también el más vivo reconocimiento hacia su gobierno y sus habitantes, que me
habían siempre colmado de civilidades y dádome, junto con la hospitalidad, finas
pruebas de estimación″.
12 La contribución que este sabio aporta a las ciencias naturales, a la geografía y a la
historia de América, es enorme. Antes que él visitara esta parte del hemisferio
occidental existía una inmensa laguna en el orden científico. Cuando d'Orbigny regresó
a París, las regiones que estudió fueron las mejor conocidas de América. Más de mil
seiscientas plantas son incorporadas a la lista vegetal. Sólo la familia de las palmeras es
enriquecida con una colección de cuarenta y ocho ejemplares. No menos de seiscientas
muestras de rocas lleva consigo. Pasan de treinta y seis los vocabularios que agrega a la
lingüística.
13 No es suficiente todo esto para dar por terminada su misión. D'Orbigny hace
innumerables indicaciones al gobierno de Bolivia para mejorar la administración, la
viabilidad, el comercio y las industrias. En una época en que nadie soñaba con la goma,
él vaticina el auge que alcanzaría esta fuente de riqueza cuarenta años después. La
navegación del río Beni, que el doctor Heath realizó en 1880, d'Orbigny la cree
practicable medio siglo antes. El considera muy factible la comunicación de los sistemas
del Amazonas y del Plata mediante la construcción de un canal de ocho leguas que una
las nacientes del Guaporé con las del Paraguay, obra que seguramente se realizará en el
futuro. El quiere abrir al comercio entre Cochabamba y Mojos una vía más corta y más
llana que la antigua de ″Palta-Cueva″. El viaje que realiza con este fin, por encargo del
gobierno, saliendo de Cochabamba por la altura de Tiquipaya y siguiendo por Tutulima,
para descender las vertientes que forman el Sécure, constituye toda una odisea.
Hambriento, abandonado de los remeros, herido cruelmente por un animal salvaje, el
sabio no desmaya un momento hasta que sale al Mamoré. El es, por último uno de los
primeros en denunciar los abusos de los administradores de Mojos, proponiendo
personalmente al gobierno de Bolivia todo un plan de medidas amparadoras de la raza
indígena, lo que determina al general Ballivián a crear el departamento del Beni.

***

14 Alcide d'Orbigny, que ha enriquecido a la ciencia con valiosas obras 2, es también un


poeta. Cuando vino a Bolivia cuenta apenas veintiocho años. De figura atrayente, de
trato afable y expansivo, espiritual, elegante y alegre, como todo buen francés, no le es
difícil conquistar todas aquellas simpatías que él supo agradecer hasta el fin de su vida.
15 Ocho meses reside en Santa Cruz de la Sierra durante su primera estada, ocho meses
que al joven naturalista debieron parecerle una semana, pues puede alterar la vida
cerebral con la del corazón. Una bella mujer pone un paréntesis rosa en la obra austera
del sabio. Muchas páginas de su diario consagra a exaltar los encantos de la existencia
en la ciudad oriental. Aquella mujer sabe conservar un hondo afecto por el sabio a
través de toda su vida. Algunos años después todavía la visitan los viejos amigos y
70

admiradores de d'Orbigny, como si dentro de las paredes de la casa en que seguramente


pasó sus mejores horas palpitara aún algo del alma y de la gloria del naturalista.
16 A poco de llegar a Santa Cruz, el prefecto del departamento -un coronel ″fort
sympathique″- le ofrece un baile en los salones de la prefectura. D'Orbigny, que cree
conocer a gran parte de la sociedad cruceña, no reconoce a nadie, pues todas las
muchachas aparecen transformadas bajo su indumentaria francesa. ″No he visto -dice-
en otra parte de Bolivia un conjunto tan interesante de mujeres bonitas como el que vi
en aquella oportunidad″. Se vuelve el más cálido cantor de la belleza cruceña. Para
ponderar la gracia y la alegría espiritual de la mujer de Santa Cruz se vale de esta frase:
″Es necesario crear un 'superlativo de superlativos' para aproximarse a la verdad″. Y al
abandonar Santa Cruz por última vez afirma que de ningún otro sitio se ha alejado con
tanta pena, pues en esa tierra nadie lo trató como a un extranjero, sino como a un
compatriota o un pariente.
17 D'Orbigny siente una vaga voluptuosidad delante de la naturaleza. No es un sabio a la
manera de Humboldt, su maestro. Es, ante todo, un latino. Ante el risueño panorama de
los valles de Cliza y de Cochabamba se consterna y siente despertarse en su alma la
imagen de la patria lejana. ″Se creería ver allí la tierra prometida en el seno del
desierto″, exclama. Más tarde, viajando por uno de los campos que baña el Mamoré, se
encuentra con la planta acuática más hermosa de América, la misma que los ingleses de
la Guayana bautizaron en 1836 con el nombre de su reina Victoria. Con qué fruición
cuenta d'Orbigny que él fue el primero que hizo conocer en Europa, en 1829, aquella
maravilla de los trópicos, delante de la cual el naturalista bohemio Haenke cayó de
rodillas para dar gracias a la providencia por una creación tan prodigiosa.
18 El sabio se apasiona de las monjas, a quienes encuentra bellas; simpatiza con los baures
y los cayuvavas; siente en lo más íntimo de su alma la poesía de la naturaleza virgen.
Refiriéndose al río de San Miguel, que entonces formaba parte de la provincia de Mojos,
dice: ″Sus orillas, cubiertas de una vegetación tan lujosa como activa, están habitadas
por una nación muy notable; tales son los Guarayos, que realizan en América, por su
franca hospitalidad y sus costumbres sencillas y enteramente primitivas, el poético
ensueño de la edad de oro. Entre estos hombres de la simple naturaleza, a quienes
jamás atormentó la envidia, el robo, esta plaga moral de las civilizaciones más groseras
como de las más refinadas, tampoco es conocido. Si algunas veces había yo suspirado
viendo yacer en el abandono campos magníficos, mientras que en Europa tantísimos
infelices labradores perecen de miseria, cuánto más agudo no debió ser mi sentimiento
en presencia de aquellos lugares, los más abundosos que yo había encontrado hasta
entonces, y en donde una naturaleza tan prodigiosa, y de un lujo de vegetación
extraordinario, parece estar pidiendo brazos que vengan a utilizarlos por medio del
cultivo productor!″.
19 Quiero citar una página de su diario para concluir estas líneas. Es una página escrita por
un poeta latino. Allí no se ve en ninguna parte la huella del sabio. D'Orbigny navega el
Mamoré, con rumbo a Santa Cruz. Navega en canoa. Oidle:
20 ″... La noche era ciertamente una de las más oscuras, su lobreguez aún parecía mayor
bajo la bóveda formada por el tupido follaje. Brillaban de distancia en distancia los
fuegos de los indios acampados esparciendo una claridad incierta sobre los objetos que
nos rodeaban y dando un colorido mágico al silvestre recinto. A cosa de las ocho mis
setenta indios entonaron en coro sus cánticos religiosos, que en el silencio de la noche y
71

en aquellos lugares tomaron un carácter de tanta majestad que me sentí


profundamente conmovido. Jamás me habían parecido tan sencillos a la par que
imponentes: su duración fue demasiado corta para mi arrobamiento, y largo tiempo
después que habían cesado aún buscaba mi oído sus místicos acordes. Apoderóse de mi
espíritu una dulce melancolía que armonizaba con la vaguedad de mi pensamiento y
sobre todo con el respeto que me inspiraba la belleza virginal de aquellos lugares. Muy
en breve mis compañeros de viaje se entregaron al reposo; los fuegos se apagaron;
creció la oscuridad, y el silencio majestuoso de la selva era apenas interrumpido por el
susurro de las hojas levemente agitadas en la copa de sus árboles, o por el murmullo de
las aguas. Sólo yo había quedado despierto sin poder olvidar las felices impresiones de
esta velada, cuyos recuerdos han venido más de una vez a deleitar nuevamente mi
espíritu″.

NOTAS
2. Las obras que publico d'Orbingy pasan de siete. Las interesantes para nosotros son: Voyage Dans
L'Améric Méridionale y L'Homme Americain, nueve gruesos volúmenes en gran formato y un décimo
con cartas geográficas y dibujos de toda especie. La única obra en español es su Descripción
geográfica, histórica y estadística de Bolivia (1845), escrita por encargo del presidente José Ballivián y
traducida por el poeta nacional Ricardo José Bustamante, de la cual no se publicó sino el primer
tomo. Probablemente tampoco hubo dinero para terminar su edición.
72

Alcide d'Orbigny: sabio y artista


Fernando Diez de Medina

1 Este nombre insigne enciende la admiración de los franceses y de los sudamericanos.


Pertenece, en verdad, a Galia inmortal y a la nueva América dispersa en naciones y en
razas como estrellas.
2 Sorprende, el sabio, por la pluralidad de su quehacer: geógrafo, etnólogo, escritor,
naturalista, viajero infatigable, hombre de ciencia en toda la extensión del término,
perspicaz observador de costumbres, artista en sus descripciones y relatos. Alcide
d'Orbigny lleva la inquietud de Francia por mares y continentes. Viene de esa pléyade
de varones esforzados que poblaron como astros rutilantes el cielo de la hazaña
humana: Cartier, Bompland, Champlain, La Condamine, Réclus, Boussingault. Cruzado y
poeta al mismo tiempo, d'Orbigny fue una de esas plantas atrevidas del género hombre,
acaso para demostrar que el genio cuanto más raro es más complejo.
3 Su famoso Viaje a la América Meridional, en cuatro tomos de gran formato y con
bellísimas ilustraciones, es joya bibliográfica del siglo XIX. Hizo las delicias de nuestros
abuelos y en ediciones modernas -muy inferiores por cierto- sirve todavía para el
estudio de estas naciones jóvenes que el sabio francés recorrió y analizó con ojo zahori.
No me corresponde analizar lo mucho que la América del Sur debe al ocucioso
investigador. Su notable estudio científico y sociológico El Hombre Americano, aunque
haya sido revisado y superado en muchos aspectos, en lo esencial sirve aún de esquema
primario; y sus agudos juicios sobre temas geológicos, naturales, económicos o de
costumbres, son, todavía, puntos de partida para el estudioso. Es que d'Orbigny conoció
y sintió la América en profundidad, como no pueden conocerla los fáciles turistas aero-
frívolos.
4 ¿Por qué el gran francés despierta nuestra gratitud? Porque fue profesor de realidades,
maestro de simpatía creadora. A nosotros, los bolivianos, nos reveló lo que éramos, lo
que teníamos, hacia donde podían voltearse nuestras alas de país joven.
5 Recorrió el territorio nacional en viajes largos, arriesgadísimos, casi siempre a mula y a
pie, soportando inmensas penurias, enfermedades, disgustos a granel. Pero su
exploración intrépida venció todos los obstáculos, porque estaba animado por la pasión
aventurera, que su amor a la ciencia regulaba con voluntad firme y metódica. Secreto
73

de los grandes creadores: sin tasa el sueño, frenado el acto realizador. Buscando ese
equilibrio maravilloso de la inteligencia y de la sensibilidad, que un día da las catedrales
acústicas de Couperin y otro los arabescos finísimos de Debussy.
6 En d'Orbigny convivían armoniosamente el organizador sistemático y el enamorado
observador de la naturaleza. Sabio y poeta. Antropólogo, botánico, geólogo, etnógrafo,
paleontólogo, humanista, habitaron su espíritu en vivaz simbiosis. Vio, asimiló y
expresó con genial intuición muchas cosas, hechos múltiples que nadie supo reunir en
síntesis tan apretadas. Por eso, aunque pasen hechos y costumbres, lo que narra su
pluma, rica de ternura explicativa, es para siempre: permanece.
7 ¡Cómo no envidiar esa vida simbólica de soñador y descubridor, esas tensiones
encontradas del civilizado frente al mundo virgen; esa prosa nerviosa, que esmalta el
relato de frescas impresiones!
8 D'Orbigny ignoraba qué le reservaba el destino al día siguiente. Pero cada amanecer se
erguía corajudo, insaciable, frente al enigma de la vida. Recorrer la América Meridional,
palmo a palmo, pueblo tras pueblo, fue para él la experiencia inolvidable. Sumergido en
la tierra entrañable, en el misterio oscuro de sus moradores diversísimos, era a un
tiempo actor y relator de su proeza.
9 Nuestra época vertiginosa, de aviones veloces, no sabe ya la ciencia ni el dulce placer
del viaje. El hombre cruza como un bólido el planeta: pasa. ¿Puede decir que ha
conocido algo profundamente? Casi nunca. De d'Orbigny, el apasionado descriptor del
Viaje a la América Meridional, a Paul Morand, frivolo y homeopático narrador de Ríen que
la Terre existe un abismo. Viajar, como la política, la economía, el arte, es cosa nueva.
10 El geógrafo francés conoció nuestra América en estado de pureza adánica, lejos del
trazo cuadriculado y monótono que le va imponiendo la técnica moderna. Ni
rascacielos, ni calles geométricas, ni tráfico atorado. A pie, por tracción animal, en
viejas carretas, d'Orbigny conoció el continente sur y esta Bolivia legendaria, casi
desconocida que por aquel entonces -primera mitad del siglo XIX- era un cosmos
misterioso, inviolado casi en sus tres cuartas partes. Tan honda fue la impresión que le
produjo nuestra patria, que un día, encendido de entusiasmo, profiere el fino barón
estas palabras que ningún boliviano olvidará: ″Es el país más hermoso del mundo″.
Entre las bellezas que descubrió y los secretos de maravilla que su pluma ha descrito,
nada supera el famoso encuentro con la Cordillera Real. Subía el francés, a mula, desde
el puerto de Arica, y después de fatigosas jornadas alcanza el altiplano. Al pisar la
meseta una visión soberbia lo deslumbra: la cabalgata de las cumbres nevadas,
engarzando la turquesa del Titicaca distante. No puede, ya, el moderno recoger ni
transmitir estas vivencias puras, simples, directas del viajero antiguo.
11 Sabio, poeta o sólo aventurero, antes el viajero iba en pos de lo desconocido y pagaba
un precio por la sorpresa. No era conducido: era él mismo señor y portador de su
aventura.
12 Estudiantes, maestros, todos los que aman a Bolivia, entre nosotros y fuera de nosotros,
deben leer las páginas vibrantes que d'Orbigny nos dedicó. No tiene rival, no
envejecieron. Subsisten prietas de substancia y de enseñanzas. Pocos sintieron y
manifestaron mejor la verdad inmensa, huraña, poliforme de este país como el sabio
galo, ágil, penetrante, que supo hablarnos en lengua rica de color y contenido.
13 El primer ensayo sistematizado sobre la realidad geográfica, social y cultural de Bolivia
está en las obras de d'Orbigny. Por eso el Ministerio de Educación, conmemorando el
74

centenario de su muerte, lanza esta edición de los capítulos dedicados al país andino
bajo el título definidor de Viajes por Bolivia. Existe, también, desde 1956, un Liceo Mixto
que lleva su nombre glorioso. Y nadie, que se precie de culto, olvida en estas montañas,
o en nuestros valles, o en las llanuras dilatadas, al geógrafo insigne que fue el primero
en trazar el cuadro general -científico y descriptivo- de esta joven nación en formación.
14 Alcide d'Orbigny. Maestro para mocedades. Profesor de energía, cruzado de idealismo.
15 Yo le pondría de ejemplo viviente a todos los náufragos de la decadencia moderna,
llámense existencialistas, abúlicos, o desesperados por el rápido dominio del mundo
material. Alma noble, hermosa voluntad. Que su nombre y su renombre persistan sin
mengua en la América de las tierras interiores que tan intensamente amó y supo
enaltecer.
75

El viajero francés Alcide d'Orbigny


Jorge A. Ovando Sanz

I. El redescubrimiento de la composición nacional de


Bolivia
1 Para nuestro estudio vamos a emplear con preferencia el libro del sabio francés Alcide
d'Orbigny: El Hombre Americano (Alcide d'Orbigny: L'Homme Americain. París 1839). 2
2 Seguimos a este autor, porque consideramos que hasta el presente, después de más de
un siglo de la publicación de dicha obra, no existe ninguna otra que la supere en cuanto
a exactitud científica, por estar desprovista de todo prejuicio racista y, principalmente,
porque se pronuncia a favor de la libertad del ″hombre americano″, de los quechuas,
aymaras, yuracarés, etc. Dice al respecto [d'Orbigny]:
3 ″El americano no está privado de ninguna de las facultades que poseen los otros
pueblos; sólo le falta la oportunidad para desenvol verlas. Cuando esas naciones sean
libres, mostrarán mucha más facilidad en todo género de actividad intelectual, y si hoy
algunas de ellas no son más que la sombra de lo que han sido, ello se debe solamente a
su posición social actual... Sin querer parangonar el desarrollo de las facultades
intelectivas de los americanos con las de los habitantes de Europa, las creemos que
pueden formar un pueblo esclarecido, y no cabe duda de que, tarde o temprano, la
marcha de la civilización demostrará lo que decimos de acuerdo con hechos bien
establecidos y observaciones personales″3.
4 Es precisamente a causa de esta suposición progresista que d'Orbigny ha sido
sistemáticamente ″olvidado″ durante más de un siglo por las clases gobernantes
bolivianas4.
5 D'orbigny hace la siguiente clasificación de la población indígena de la América
meridional:
76

Note 5

6 Sobre el cuadro anterior es necesario hacer los siguientes comentarios :


1. De acuerdo con el autor, el cuadro sólo contiene cifras ″recogidas por nosotros con el mayor
cuidado″, porque ″los actuales gobiernos se resisten a hacerlas conocer″ 6
2. El concepto de ″raza″ que tiene d'Orbigny es el siguiente: ″Llamamos raza a todo conjunto de
naciones que reúne una identidad de sus características físicas generales. Empleamos así
esta palabra en un sentido mas restrictivo que los autores″ 7. Es notable la honradez científica
de esta definición que se aparta de toda idea de superioridad o inferioridad racial y sólo
contempla las características físicas generales. D'Orbigny parte de la base de que ″los
hombres no pertenecen más que a una sola misma especie. Una vez admitida esta base, sin
indagar cómo ni dónde el hombre ha arribado hasta los lugares que habita, considerándolo
77

tal como se presenta en la actualidad o, al menos, no remontándose mas allá de los límites de
las tradiciones históricas, se descubrirá que las formas principales están más o menos
rigurosamente circunscriptas en los límites geográficos generalmente aceptados y que
aparecen en relaciones con los hechos. El hombre del Nuevo Mundo ha recibido
legítimamente el nombre de hombre americano; y nada dispuestos a modificar esta
denominación de uno de los grandes sectores de la especie humana, lo adoptamos con
entusiasmo, puesto que de ellas hemos de ocuparnos″.8

7 Este concepto de ″raza″ se halla plenamente corroborado por el que sustentan los más
modernos antropólogos y especialistas. Así, por ejemplo, el sabio Alejandro Lipschütz
expresa:
8 ″Nosotros resumiremos con el término raza el hecho de que existen rasgos fisiológicos
hereditarios, por los cuales se puede distinguir a diversas agrupaciones de la especie
humana. En la especie humana todos somos mestizos″. 9
9 [F.V. Konstantinov] de la Academia de Ciencias de la U.R.S.S. expresa:
10 ″Las diferencias raciales entre los hombres se basan en rasgos biológicos externos como
el color de la piel, del cabello, etc. Estas diferencias son el resultado de una larga
existencia de los hombres en medios geográficos diversos y se manifestaban ya antes de
aparecer las tribus y nacionalidades, y antes, por supuesto, de que surgieran las
naciones″.10
11 3. El concepto de ″nación″ que sustenta d'Orbigny es el siguiente: ″Llamamos nación a
toda reunión de hombres que hablan un idioma que proviene de una fuente común″.
Esta definición es estrictamente lógica y científica, de acuerdo a los conocimientos de la
época en que vivió el autor (1802-1857). Es la época de la liquidación del feudalismo y
del triunfo del capitalismo en Europa Occidental; es el periodo de la aparición de las
naciones burguesas y de los estados nacionales en el Occidente, así como de los estados
multinacionales en Europa Oriental; es el período de las revoluciones democrático-
burguesas y de los movimientos de liberación nacional vinculadas a ellas. Esto, no
obstante, conviene advertir que en aquella época se había elaborado únicamente el
concepto jurídico de la nación, pero no se había llegado aún al estudio del desarrollo de
los movimientos nacionales y las distintas formas de resolver el problema nacional. La
teoría de la nación, como teoría histórico-económica (no como teoría jurídica basada en
principios generales de derecho), empieza a elaborarse científicamente recién en las
obras clásicas del marxismo y, particularmente, con la publicación del libro El origen de
la familia, de la propiedad privada y del Estado, de Federico Engels, en 1884.
12 La definición [de] d'Orbigny no es ni jurídica ni histórico-económica. Puede decirse que
es histórico-antropológica, o quizá, con mayor propiedad, simplemente lingüística,
porque toma como base el idioma común, sin incluir ningún otro elemento, y, en esta
forma, llama ″naciones″, por ejemplo, a los aymaras, porque hablan el idioma aymara; a
los yuracarés, porque hablan el idioma yuracaré; a los moxos, porque hablan la lengua
moxa, etc.
13 Para nosotros este criterio está totalmente superado, pues ahora consideramos la
nación como ″una comunidad estable, históricamente formada y surgida sobre la base
de la comunidad de cuatro rasgos principales; a saber: la comunidad de idioma, de
territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de
peculiaridades específicas de la cultura nacional″11. Sin embargo, es interesante anotar
que, no obstante las restricciones de concepto de la definición de d'Orbigny, este autor
78

no descuidó en ningún momento y, por el contrario, hizo hincapié en todos los rasgos
esenciales de cuya conjunción se tiene el concepto de nación. Es decir, al estudiar a los
aymaras, a los quechuas, a los chiquitos, etc., d'Orbigny estudió: 1) La comunidad de
idioma; 2) La comunicad de vida económica; 3) La comunidad de territorio; y 4) la
comunidad de psicología manifestada en una comunidad de cultura.
14 ¿Quiere decir, en consecuencia, que todas las comunidades humanas consideradas por
d'Orbigny como ″naciones″ son real y efectivamente naciones de acuerdo al criterio que
tenemos ahora sobre la materia? ¿Existe una ″nación″ aymara, una ″nación″ quechua,
una ″nación″ yu-racaré, etc.? Si son ″naciones″, ¿por qué no tienen vida estatal
independiente? Y si no son ″naciones″, ¿qué otra cosa son? ¿Qué es, según este criterio,
la población no indígena de Bolivia?

II. Algunas aclaraciones teóricas y una división


provisional
15 Para aclarar teóricamente estos problemas vamos a sintetizar previamente el concepto
histórico de gens, tribu, nacionalidad y nación.
16 ″El desarrollo de la sociedad, determinado por el desarrollo del modo de producción,
engendra comunidades humanes como son la gens, la tribu, la nacionalidad y la nación.
17 ″Al modo de producción de la comunidad primitiva corresponde la organización
gentilicia de la sociedad. La gens era un grupo económico-social aparte, independiente,
formado por personas unidas entre sí por vínculos de descendencia común.
18 ″Al desarrollarse las fuerzas productivas, las 'gentes' crecieron, se desarrollaron, se
separaron unas de otras y se agruparon en reuniones, en tribus, las cuales, a su vez,
pasaron a formar agrupaciones tribales.
19 ″Con la aparición de la propiedad privada y de las clases, declinó el régimen de la
comunidad primitiva. Los individuos de las distintas 'gentes' y tribus agrupados por
vínculos de descendencia común, fueron mezclándose cada vez más entre sí y
estableciéndose en el mismo territorio; y así surgieron las llamadas tribus territoriales.
20 ″Las tribus salieron de su aislamiento y perdieron su existencia independiente, y el
gobierno tribal fue transfiriéndose al Estado, la organización de la clase dominante de
la sociedad. Dentro del Estado, los individuos ya no se agrupan por el parentesco, sino
sobre bases territoriales. Las nacionalidades surgieron de las tribus unidad por la
comunidad de lengua, en el período de transición del régimen de la comunidad
primitiva al de la sociedad de clases.
21 ″La sociedad esclavista era un conglomerado de tribus y nacionalidades. La
nacionalidad rusa, al igual que otras del mismo país, surgió en la transición del régimen
de la comunidad primitiva al modo feudal de producción, la alborear la Edad Media. Así
nacieron también las nacionalidades de muchos países.
22 ″La nacionalidad no es todavía la nación, sino una agrupación de tribus afines por su
idioma y origen, que viven en el mismo territorio.
23 ″Las naciones surgen al desaparecer la dispersión feudal, en la época del capitalismo
ascencional, sobre la base de la comunidad de vida económica, relacionada, a su vez,
con la creación del mercado nacional″.12
79

24 Del anterior resumen, nosotros vamos a extraer, simplemente a título de aclaración


teórica, las siguientes definiciones:
1. La gens es un grupo económico-social aparte, independiente, formado por personas unidas
entre sí por vínculos de descendencia común, y que corresponde al modo de producción de
la comunidad primitiva.
2. La tribu es la agrupación de gens con vínculos de descendencia común establecidas en un
mismo territorio, y que corresponde a un mayor desarrollo de las fuerzas productivas y a la
aparición de la propiedad privada y de las clases.
3. La nacionalidad es una agrupación de tribus afines por su idioma y origen que viven en el
mismo territorio, y que corresponde al período de transición del régimen de comunidad
primitiva al de la sociedad de clases.
4. La nación es una comunidad humana estable, surgida en la época del capitalismo
ascencional, y formada sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida
económica relacionada con la creación del mercado nacional, y de comunidad de psicología,
manifestada en la comunidad de cultura.

25 Aparte de d'Orbigny, ningún otro autor ha intentado seriamente hacer una clasificación
científica de la población de Bolivia, en cuanto se halla formada por comunidades
humanas diferentes. A lo sumo, algunos autores han aceptado la clasificación de
d'Orbigny en ″naciones″, desde el punto de vista lingüístico, para aplicarla a los pueblos
del Oriente del país, pero no para aplicarla a los aymaras y quechuas, que forman la
inmensa mayoría de la población de Bolivia, porque el hecho de darles categoría de
″naciones″ aunque sólo sea desde el punto de vista de su idioma, no ha convenido a los
intereses de las clases gobernantes de la minoría boliviana.
26 La generalidad de los autores, situándose en el terreno de los principios generales del
derecho público y en el campo de las teorías jurídicas, consideran a la totalidad de la
población de Bolivia como integrante de una sola nación, pasando por alto hechos tan
importantes tales como las diferencias de idioma, de cultura, de psicologías y de
distribución territorial, y dando a estos problemas un escape fácil, no científico, por el
cual se considera a la población de Bolivia dividida en ″blancos″, ″mestizos″ e ″indios″.
27 Nosotros no podemos aceptar este criterio simplista que pretende encuadrar una
realidad tan especial y característica como es la de nuestro país dentro de principios
generales de derecho válidos sólo para otros casos.
28 El Partido Comunista, desde su fundación en 1950, ha planteado el problema nacional
de Bolivia partiendo de la base de que nuestro país no está constituido solamente por
una nación, sino que además existen nacionalidades, tribus y grupos etnográficos
oprimidos, y que Bolivia es una colonia norteamericana. Ha planteado la solución del
problema de acuerdo con las particularidades concretas que distinguen al país de
conformidad con la teoría y la experiencia mundial.
29 Para estudiar los diversos problemas que plantea la cuestión nacional de Bolivia,
conviene elaborar un cuadro de la composición de su población tomando como base el
cuadro de Alcide d'Orbigny, citado en la pág. 13 [págs. 11-12 del original]. Sería el
siguiente:
80

30 El cuadro anterior requiere los siguientes comentarios:


31 1. La población de Bolivia se halla dividida en 5 razas históricas, es decir, razas que han
habitado durante siglos el territorio de nuestro país.
32 2. Dejamos constancia una vez más de que en la especie humana todos somos mestizos,
que no existen razas puras. Por esta razón, al consignar las razas ″blanca″ o ″negra″,
por ejemplo, tenemos presente el principio anterior. Por esta razón, igualmente, hemos
respetado las 6 ramas consignadas por d'Orbigny, porque es posible distinguir en las
razas peculiaridades especiales, según este autor. ″Llamamos rama a un grupo más o
menos numeroso de naciones (ver la crítica de este término en la pág. 15) distintas que
presentan en las razas características físicas o morales que determinan esas divisiones,
casi siempre con la geografía local″13.
81

33 3. Encabezamos la columna de Naciones, Nacionalidades, Tribus y Grupos Etnográficos


con la nación boliviana, cuya conformación y denominación se halla fundamentada en
el Capítulo II de esta tesis. Al respecto, conviene hacer dos observaciones:
1. Es necesario no confundir el criterio de la Constitución Política de Bolivia que considera
″bolivianos″ a todos los nacidos en el territorio de la República, así sean ″aymaras″,
″canichanas″, ″chipayas″, etc., con nuestro criterio histórico-económico del problema
nacional. Algunos autores que han comprendido esta contradicción entre los criterios
constitucional e histórico-económico, como Mr. Keenleyside, por ejemplo 14, han optado por
inventar denominaciones como las de ″boliviano aymara″, ″boliviano quechua″, etc. Con las
que se trata de conciliar ambos criterios. Este es un problema común de los Estados de
composición abigarrada desde el punto de vista nacional. Antes de la Gran Revolución
Socialista de Octubre, que solucionó el problema nacional y dio fin con el sistema de
opresión nacional, la monarquía de la nación dominante rusa practicada una política de
opresión, de explotación económica y de obligada rusificación de todas las naciones,
nacionalidades, tribus y grupos etnográficos comprendidos dentro de su Imperio. Todos
eran considerados ″rusos″, así se tratase de ucranianos, armenios, georgianos, uzbecos,
nenets, kalmucos, buriatos, etc.15
2. También es necesario no confundir el concepto de nación, nacionalidad, tribu o grupo
etnográfico con el concepto de raza, porque una nación, por ejemplo, puede estar compuesta
de muchas razas, así como una raza comprende a muchas naciones. Es el caso de la nación
boliviana, que comprende a individuos de diversas razas, incluso un gran porcentaje de
Negros de Yungas. Otro gran sector de negros se halla asimilando a la nacionalidad aymara. 16

34 4. Hemos mantenido en este cuadro a los Changos y Atacamas por razones históricas,
porque a la fecha en que fue elaborado el cuadro de d'Orbigny, que nos ha servido de
base para nuestro estudio, estos pueblos ocupaban los alrededores del puerto de Cobija
y toda la provincia de Atacama, respectivamente, que posteriormente fue vendida por
el Gobierno boliviano a la República de Chile con su población de bolivianos, changos,
atacamas y todo.17
35 5. Incorporamos a los urus18 y chipayas19 que no fueron estudiados por d'Orbigny no en
razón de su número que es escaso, sino por su gran importancia etnográfica.
36 6. Hemos incorporado también a nuestro cuadro a los chiriguanos, guarayos y sirionós,
que d'Orbigny considera ″tribus″ de la ″nación″ guaraní. Este autor define la tribu como
″toda reunión de hombres que hablan distintos dialectos derivados del idioma de la
nación″.
37 Conviene recalcar una vez más que los conceptos de ″nación″ y de ″tribu″ dados por
este autor [d'Orbigny] no corresponden a los conceptos que tenemos ahora, de acuerdo
con la ciencia del marxismo-leninismo, y que, por tanto, la división de la población de
Bolivia en naciones, nacionalidades, tribus y grupos etnográficos será dada en este
estudio.
38 7. Es necesario, por último, no confundir el criterio constitucionalista y civilista que se
tiene de la ″nacionalidad″, como un atributo de la persona natural, como un vínculo
jurídico que liga a una persona determinada con un Estado, con nuestro criterio
histórico-económico de la nacionalidad considerada como una comunidad humana. Al
presente, dentro del actual régimen de opresión nacional, los quechuas, los aymaras,
los chiriguanos, etc., tienen legalmente la ″nacionalidad″ boliviana, porque viven
dentro del Estado que se llama Bolivia, pero eso no quiere decir que los quechuas,
aymaras, chiriguanos, etc., dejen de ser nacionalidades como comunidades humanas.
82

En este sentido, los quechuas del Perú, por ejemplo, no son bolivianos, sino que son
peruanos, porque viven dentro del Estado que se llama Perú, tienen la ″nacionalidad″
peruana, sin que esto quiera decir que dejen de ser una nacionalidad como comunidad
humana. Los bolivianos, como comunidad humana, no son una nacionalidad, sino una
nación, pero tienen la ″nacionalidad″ boliviana.
39 Fuera de la clasificación de la población indígena hecha por d'Orbigny y que nos ha
servido de base para elaborar nuestro cuadro de la página. 20 [págs. 17 y 18 del
original], se han hecho numerosas clasificaciones que nosotros sintetizamos por vía de
ejemplo a dos:
40 I. Gustavo Adolfo Otero cita el siguiente cuadro tomado del Anuario Estadístico y
Geográfico de Bolivia de 1919:

Note 20

41 Desgraciadamente, Gustavo Adolfo Otero no se toma la molestia de hacer los


comentarios que puedan orientarnos sobre el significado de este curioso cuadro.
Nosotros diremos:
1. Al parecer, el criterio adoptado para la columna de ″naciones″ es el criterio lingüístico; pero
lo raro es que se consigne a ″cholos aymaras y quechuas″ como una ″nación″, es decir, como
personas que hablan un idioma diferente al castellano, al quechua y al aymara. Como es
sabido, este idioma no existe. La población de Bolivia resultante del cruce de las poblaciones
no indígenas con las poblaciones indígenas y que la ciencia oficial racista la denomina de
″cholos″ o ″cambas″, está repartida entre la nación boliviana y las nacionalidades indígenas;
por tanto, hablan el idioma castellano, o el quechua, o el aymara, o el yuracaré, etc. En
consecuencia, pertenece a la nación boliviana, a la nacionalidad quechua, a la nacionalidad
aymara, o es yuracaré, etc.
2. Los quechuas han desaparecido como por arte de magia.
3. Los mojeños y chiquitanos no son guraníes.
4. No conocemos a los payaguas y machicuys. Se trata seguramente de tribus con nombres
arbitrarios.
5. En cuanto a los Apolistas, Maropas, Tacanas, Mosetenes y Yuracarés, evidentemente se ha
seguido la clasificación de d'Orbigny, pero mientras este autor considera a los Antisianos
como una rama de la raza Ando-peruana, el cuadro inventa la raza Anti o Atlantoide.
6. En cuanto a los ″criollos de origen hispano, lusitano y de otras nacionalidades europeas″,
agrupados en la raza ″blancoide″, coincide en parte con nuestro criterio de la nación
boliviana, con la diferencia de que nosotros no limitamos el origen nacional ni racial.
83

42 II. El folleto sobre los resultados del Censo de 1950 21, consigna otro cuadro que se
reduce simplemente a la población llamada selvícola de Bolivia 22 y que, por tanto,
excluye a los bolivianos negros de yungas, quechuas, aymaras, urus, chipayas, etc.
Enumera las siguientes ″tribus″:

43 El único comentario que se puede hacer sobre esta enumeración es que sus autores
desconocen la clasificación de d'Orbigny. Ya este autor llamó la atención sobre la
necesidad de poner término a la arbitrariedad y a la anarquía imperante sobre la
denominación de los pueblos de Bolivia. Cita casos de pueblos que tienen más de 100
nombres, dados por cronistas, exploradores, autoridades o simples ciudadanos. Por esta
razón, la lista anterior tiene un valor muy relativo, porque está a las claras que los
empadronadores de 1950 no han procedido con ningún criterio científico y han
procedido a hacer una clasificación en ″tribus″ de la población ″selvícola″, dejándose
arrastrar por denominaciones arbitrarias. Y quizá también por un espíritu de novelería,
muy frecuente en Bolivia con respecto a los pueblos indígenas. Pero más
probablemente con el fin premeditado de negar importancia a estas poblaciones. Total,
″tribus″ más o ″tribus″ menos, eso no tiene importancia para los bolivianos. Todas están
condenadas por ellos a la extinción.
44 Nosotros reiteramos nuestra opinión de que la clasificación del hombre americano
realizada por Alcide d'Orbigny no ha sido superada hasta la fecha. Compartimos
igualmente la opinión de este autor en el sentido de que la mencionada clasificación,
especialmente en lo referente a los pueblos indígenas de Bolivia, es incompleta.
45 Una división científica de la población de Bolivia en naciones, nacionalidades, tribus,
grupos etnográficos es esencial para el planteamiento de una solución al problema
nacional-colonial de nuestro país. Nosotros proponemos el cuadro provisional de la
página 20 [págs. 17-18 del original], que tiene la ventaja de terminar con la anarquía,
común a todos los países multinacionales, sobre la denominación de los pueblos. 23
46 Del examen de la población de Bolivia que hemos realizado en este Capítulo se puede
concluir que estamos en presencia de un país que tiene una especial estructura
demográfica, que tiene un ″intrincado problema humano″, que en suma Bolivia no es
un Estado Nacional, de acuerdo con el criterio que sustentamos sobre el concepto
histórico-económico de la nación, sino que es un Estado complejo, de composición
abigarrada desde el punto de vista nacional, un Estado compuesto de grupos
etnográficos, tribus, nacionalidades y una nación. En suma, un Estado de nacionalidades
o, más propiamente, un Estado multinacional.
84

47 Nuestro cuadro de la página 20 es hasta este momento simplemente enunciativo. Antes


de pasar a proponer una división de la población de Bolivia en naciones,
nacionalidades, tribus y grupos etnográficos, es decir, antes de proceder a ordenar la
columna respectiva de acuerdo con este criterio, conviene determinar con mayor
precisión qué entendemos por Estado Nacional y qué entendemos por Estado
Multinacional.
48 ″En todo el mundo, la época del triunfo definitivo del capitalismo sobre el feudalismo
estuvo ligada a movimientos nacionales. Económicamente, estos movimientos se basan
en que, para que sea posible un triunfo completo de la producción mercantil, es preciso
que la burguesía conquiste el mercado interior, es preciso que territorios con población
de un solo idioma adquieran cohesión estatal, quedando eliminados cuantos obstáculos
se opongan al desarrollo de ese idioma y a su consolidación en la literatura. El idioma es
el medio esencial de trato entre los hombres; la unidad de idioma y su libre desarrollo
es una de las condiciones más importantes de una circulación mercantil realmente libre
y amplia, que responda al capitalismo actual, de una agrupación libre y amplia de la
población de todas las diversas clases; es, por último, lo que condiciona la estrecha
relación del mercado con todo propietario o pequeño propietario, vendedor o
comprador.
49 ″Por ello, todo movimiento nacional tiende a la formación de Estados Nacionales, que
son los que mejor responden a estas exigencias del capitalismo actual. Impulsan a ello
los factores económicos más profundos, y para toda Europa Occidental, es más, para
todo el mundo civilizado, el Estado Nacional es por ello lo típico, lo normal en el
período capitalista″.24
50 Tal es el magistral concepto dado por Lenin sobre el Estado Nacional y sobre los
poderosos factores económicos que originan la tendencia a crear Estados nacionales. De
esta forma, han surgido en Sudamérica naciones como Uruguay, Argentina, Chile,
Brasil, en las cuales no está excluido, sin embargo, el problema de la opresión nacional.
51 El problema de Bolivia y de otros países americanos es diferente. Bolivia es un Estado
en que no se habla un solo idioma, sino varios idiomas, como el quechua, el aymara, el
chiquito, etc., o sea, es un estado de composición abigarrada desde el punto de vista
nacional y en el cual la nación boliviana, que tiene el idioma castellano, no ha
constituido ni puede constituir un Estado Nacional, sino que ha seguido el camino de la
opresión nacional de la inmensa mayoría de la población del país, constituida por
aymaras, quechuas, etc. La historia del surgimiento y consolidación de la nación
boliviana no es sino la historia de la lucha por mantener bajo su opresión a las
nacionalidades, tribus y grupos etnográficos indígenas. Y lo característico y propio en
esta historia es que la nación boliviana, a medida que va desarrollándose en el sentido
capitalista, va desarrollando y ampliando también el régimen de propiedad feudal de la
tierra a expensas de los indígenas. Esta es una contradicción real y no inventada de la
historia de nuestro país durante todo el siglo XIX y hasta nuestros días25.
52 Por esta razón, la estructura interna del país es una estructura compleja, atrasada en el
sentido capitalista, que no corresponde a las exigencias del capitalismo en desarrollo en
lo referente a la unidad de idioma que permita una amplia circulación mercantil. Es una
estructura de Estado Multinacional, de excepción, que no podrá avanzar por el camino
del progreso mientras no se resuelva el problema de la opresión nacional determinado
por esta estructura.26
85

53 Pues bien. Si Bolivia es un Estado multinacional, ¿qué naciones, nacionalidades, tribus y


grupos etnográficos entran en su composición? Nosotros consideramos que Bolivia está
constituida por:

54 En el Capítulo II de la presente tesis fundamentaremos, en primer término, la existencia


de las cinco nacionalidades principales, en razón de que constituyen el grueso de la
población de Bolivia, examinando cada uno de los elementos constitutivos de la
nacionalidad y las condiciones históricas concretas de desarrollo de cada una de ellas.
55 Es preciso llamar la atención sobre el hecho de que no hay en Bolivia sino muy pocos
estudios especializados sobre cada uno de los grupos etnográficos, tribus y
nacionalidades. Una excepción son los merituados libros del sabio Alcide d'Orbigny que
seguiremos en nuestro estudio. La historia completa de todos y cada uno de los pueblos
de Bolivia está todavía por escribirse.
56 De los pocos libros especializados que hemos podido consultar nos complacemos en
destacar los siguientes:
57 Para el estudio de la nacionalidad chiquita: José Esteban Grondona ″Descripción
Sinóptica de la Provincia de Chiquitos″, 1833. Publicado en la Revista de la Universidad de
San Francisco Xavier. Enero-diciembre 1942. Tomo XI. Nos. 27 y 28. Sucre. Bolivia.
58 Para el estudio de la nacionalidad chiriguana: Bernardino de Nino. Etnografía Chiriguana.
La Paz, 1921.
59 Para el estudio de la nacionalidad guaraya: Walter Hermosa Virreira. Los pueblos
guarayos. La Paz, 1950.
60 Finalmente queremos remarcar lo siguiente: dada la ausencia de material bibliográfico
especializado y la imposibilidad mayor de conocer a todos y cada uno de los pueblos de
Bolivia, y considerando que los nuevos conceptos que sustentamos sobre las
comunidades humanas no ha podido ser utilizado por anteriores autores, estimamos
86

que nuestra enumeración de nacionalidades pequeñas, tribus y grupos etnográficos es


susceptible de revisión, tanto por restricción cuanto por ampliación.

***

1. La nacionalidad quechua

61 Según el Informe Confidencial de la Misión Andina Indigenista, los quechuas en Bolivia,


Perú y Ecuador suman 5 ó 6 millones de personas, de los cuales no sabemos con
exactitud cuántos corresponden a Bolivia. De acuerdo con un examen de las diferentes
estadísticas del país, que adolecen de defectos esenciales, y especialmente por el
conocimiento directo que tenemos de los grandes núcleos de población, se puede
afirmar que por lo menos hay en Bolivia 1.500.000 quechuas. Jorge Pando Gutiérrez, en
su citada Monografía Estadística de la Población Indígena de Bolivia, tomando como base el
Censo de 1950, afirma que los quechuas ascienden a 921.511 personas y que constituyen
el 54% de la población indígena del país. Ya hemos hecho nuestras objeciones a las
cifras arrojadas por el mencionado Censo.
62 Surge de inmediato el siguiente problema: ¿la nacionalidad quechua comprende a todos
los que habitan en los tres países citados o habrá una nacionalidad quechua diferente
en cada uno de ellos?
63 Nosotros no podemos juzgar la opinión que al respecto se tenga en Perú y Ecuador, no
sólo por falta de absoluta información bibliográfica sobre este problema, sino porque
estimamos que en esta materia uno debe atenerse exclusivamente a los hechos sin herir
los complejos sentimientos de los pueblos. Por esta razón es que nosotros nos limitamos
a considerar la nacionalidad quechua sólo dentro de los límites geográficos de Bolivia,
porque como tal existe desde más de un siglo y medio atrás (desde la revolución de
Túpac Amaru en 1780, que fue la última vez en que los quechuas, de acuerdo con
nuestro criterio, actuaron como una nacionalidad única) y porque los quechuas de
Bolivia no mantienen ya desde entonces ningún vínculo inmediato con los quechuas de
esos países [...] Precisamente el objetivo de la Misión Andina Indigenista, al englobar a
los quechuas de los tres países bajo la dirección de una entidad [...] es negar la
existencia de las nacionalidades quechuas y, sobre todo, prevenir e impedir su ulterior
desarrollo, controlar el movimiento de las nacionalidades e impedir que éstas se
transformen en naciones en el futuro [...]. No obstante el sistema de opresión que ha
sufrido y sufre, la nacionalidad quechua se desarrolla y crece, habiendo triplicado o
cuadruplicado su población desde los tiempos de la fundación de la República de Bolivia
hasta nuestros días.
64 Sobre la evolución demográfica de la población indígena de América es de la mayor
importancia la teoría sustentada por Angel Rosenblat en su libro La población indígena de
América desde 1492 hasta la actualidad (Buenos Aires, 1945). Copiamos a continuación una
síntesis de esta teoría, elaborada por la Oficina Internacional del Trabajo: 27
65 ″Rosenblat distingue dos zonas diferentes en lo que podría denominarse cuerpo
demográfico de la población indígena del continente: una 'zona periférica', de
extinción, y una 'zona nuclear', de aumento. Describe la primera como zona de
conflicto o de choque en la cual el elemento autóctono, constituido por núcleos
relativamente pequeños de cazadores nómades, o que alternan la caza con la
87

agricultura primitiva, ha estado sufriendo el empuje arrollador del blanco, que ha ido
adueñándose de sus tierras y campos de caza para someterlos a nuevas formas de
producción. El indígena se ha visto obligado a replegarse hacia tierras menos accesibles
y, por lo general, mucho más pobres, o se ha ido extinguiendo debido, entre otras
causas, a su inadaptación a las nuevas condiciones de vida y de trabajo que le han sido
impuestas por el colonizador, a la falta de inmunidad contra las enfermedades
importadas por éste, y en algunas regiones, a la acción constante del mestizaje. En
partes importantes de esta zona, el aborigen ha sido suplantado por el negro que, en
opinión del autor citado, se adapta mejor a las formas de trabajo moderno en las
regiones de la costa y del trópico. En la segunda zona, el blanco goza de hegemonía
económica y política, pero desde el punto de vista étnico representa escasa minoría,
pues la población, en su mayor parte, está compuesta de densos núcleos indígenas que
siguen hablando sus lenguas autóctonas y mantienen, en una situación de
estancamiento, sus formas tradicionales de organización económica y buen número de
sus rasgos e instituciones culturales. Parece que esta población está en vías de continuo
aumento y que la natalidad compensa, con ligero exceso, la disminución en la de la
primera zona... Naturalmente, en cifras absolutas, el aumento de la población indígena
continental es considerablemente menor que el del resto de la población. Como hace
observar Rosenblat, el crecimiento en el número de seres que pueden contarse en
nuestros días como constituyendo el elemento autóctono corresponde a una merma en
su integridad racial. El indio es cada vez menos indio y más mestizo″. Cabe formular las
siguientes observaciones:
1. La llamada ″zona nuclear″ en Bolivia está constituida por los quechuas y aymaras. No es una
novedad que la población aumenta.
2. La llamada ″zona periférica″ está constituida en Bolivia por los pueblos que oficialmente se
denominan ″selvícolas″: chiquitos, yuracarés, canichanas, etc. No es evidente que sea una
″zona de extinción″, pues los chiquitos, yuracarés, canichanas, etc., lejos de extinguirse,
aumentan. Esta teoría puede ser evidente en otros países americanos, pero no en Bolivia. Por
lo demás, constituye una formulación peligrosa en cuanto justifica la política de extinción
sustentada por el Gobierno boliviano y los imperialistas yanquis. Al parecer, Angel
Rosenblat, que nos merece el mayor respeto y admiración, ha formulado esta teoría
pretendiendo darle un carácter objetivo, general, inexorable; lo cual en materia demográfica
es muy relativo, pues olvida tener en cuenta la voluntad de supervivencia de los pueblos y la
aplicación de una política contraria a la actual. No de extinción, sino de salvación y de
desarrollo.
3. El aumento de población no indígena de Bolivia es considerablemente menor que el aumento
de la población indígena. Es decir, en Bolivia rige una ley demográfica totalmente contraria a
la que rige en el continente tomado en su totalidad.
4. El problema de la ″merma de la integridad racial″ y de que ″el indio es cada vez menos indio
y más mestizo″ no es ninguna novedad desde el punto de vista racista, del cruce de razas. En
nuestro criterio, suponer que los quechuas de hoy, por ejemplo, tengan la ″integridad racial″
de los quechuas del siglo XV sería un absurdo. Los quechuas son tan mestizos como los
bolivianos. Pero esto no quiere decir que formen una sola nacionalidad o una sola nación. La
nacionalidad quechua crece y se desarrolla como tal, así como la nación boliviana crece y se
desarrolla como tal nación boliviana.

66 I. El territorio de los quechuas28 abarca aproximadamente una cuarta parte del


territorio de Bolivia y comprende principalmente los departamentos de La Paz,
Cochabamba, Oruro, Potosí y Chuquisaca. Este territorio ha sido ocupado por los
88

colonizadores españoles y bolivianos que viven [en] las respectivas ciudades capitales
del departamento y en algunas aldeas de provincias.
67 II. ″La Lengua quechua es muy rica; responde por completo a la civilización del pueblo
que la hablaba y que la habla aún hoy″29. Existen impresas numerosas gramáticas y
diccionarios de este idioma, pero como se trata del idioma de una nacionalidad
oprimida que sufre infinidad de obstáculos para su desarrollo, no ha llegado siquiera a
tener un alfabeto propio y a consolidarse firmemente en la literatura. Existen Biblias y
otros libros en quechua con alfabeto latino. Es hablado no solamente por los quechuas,
sino también por una inmensa mayoría de los bolivianos que habitan en territorio
quechua [...]. [S]obre el problema lingüístico [...] nos remitiremos a una explicación
sacada de la observación real y directa del problema general para todo el territorio
donde conviven quechuas y bolivianos [sic]: los españoles, en su lucha por la
dominación de los pueblos indígenas, y los bolivianos, en la conquista de un mercado
interior y en la implantación del régimen feudal, en razón de que constituyeron y
constituyen una minoría, no han podido por regla general, pese a todos sus esfuerzos,
imponer el idioma castellano, sino que han tenido que aprender a través de múltiples
formas de convivencia el idioma quechua. Los quechuas, por su parte, en su lucha
contra la colonización y el saqueo de sus opresores españoles y bolivianos, así como en
su incipiente mercado interior y por el acceso a la cultura y a la técnica detentada por
los opresores, aprenden muchos de ellos el idioma castellano. De ahí que en las
ciudades bolivianas se hable también en idioma quechua y que entre la población
quechua se hable también en gran medida el idioma castellano. De este hecho,
aprovechando su posición dominante, las clases gobernantes bolivianas quieren sacar
partido a su favor, persiguiendo, ridiculizando, fomentando el odio contra el idioma
quechua y tratando de imponer el principio nacionalista y opresor de ″castellanizar″,
″bolivianizar″, ″nacionalizar″ o ″integrar″ a los quechuas y liquidar su idioma.
Naturalmente que tal objetivo, que expresa dramáticamente el problema de la opresión
nacional en Bolivia, no pasará de ser el deseo que acariciaron hace siglos los
colonizadores españoles y que hoy acarician los colonizadores yanquis en orden a
liquidar física y culturalmente al pueblo quechua, a la nacionalidad quechua. Nosotros
defendemos el idioma quechua que lucha por su libertad y que se transformará en la
nación quechua avanzada económica y culturalmente y con plena independencia
política. [...]. Los bolivianos tienen su propio idioma nacional, el castellano. Los
quechuas tienen su propio ″verbo nacional″, el quechua. Los aymarás tienen su propio
″verbo nacional″, el aymara [...]: idiomas mayoritarios en Bolivia frente al castellano; lo
natural y lo lógico es que no se los persiga, que no se los condene a la extinción [...] que
sigan su desarrollo y progreso natural hasta ser un día el ″verbo nacional″, la lengua
nacional de los quechuas y de los aymaras, en igualdad de condiciones con el idioma
castellano...
68 III. La economía de los quechuas es una economía agropecuaria atrasadísima, debido a
la usurpación de sus tierras por los bolivianos, que los convierten en siervos feudales.
Desarrollan una gran cantidad de actividades artesanales para satisfacer sus propias
necesidades y desarrollar un comercio muy activo. Los terratenientes bolivianos han
condenado a los quechuas a la condición de campesinos, prácticamente sin acceso
definitivo a otras actividades económicas. Como los bolivianos controlan además el
gran comercio y la industria del país, orientan su actividad en el sentido de convertir a
los quechuas en simples consumidores en su mercado nacional exclusivo, impidiendo
89

en esta forma el desarrollo independiente de la economía de los quechuas. Pero como


los bolivianos son una minoría, tienen que recurrir a la mano de obra barata, casi
gratuita de los campesinos quechuas, para las obras viales, de la construcción, del
servicio doméstico, etc. Especial importancia tiene en este sentido la industria minera
[...]; un gran sector del proletariado [minero] de Bolivia, precisamente el más
importante desde el punto de vista económico, está constituido por obreros quechuas
explotados [...]
69 Los quechuas, así como los aymaras y demás pueblos de Bolivia, incluido el pueblo
boliviano, soportan el peso de los impuestos para el sostenimiento de la burocracia
estatal boliviana y el pago de la deuda externa a los banqueros norteamericanos. Como
consecuencia de las maniobras imperialistas en torno a la Reforma Agraria de 1953, la
tierra de los campesinos quechuas se halla hipotecada en su totalidad al Punto IV de
Truman.
70 IV. Con respecto a la fisonomía espiritual de los quechuas copiaremos a continuación
[de A. d'Orbigny] un ilustrativo pasaje: ″En relación a sus facultades intelectuales,
creemos que los quechuas no están por debajo de los pueblos de otros continentes;
tienen un concepto de la vida; aprenden con facilidad lo que se les enseña, y diversas
observaciones no permiten afirmar que poseen todo lo necesario para constituir un
pueblo esclarecido. Hombres que conocen el año solar, y la arquitectura; que hicieron
grandes progresos en el arte de la escultura; hombres capaces de reproducir los
recuerdos de su historia por medio de signos simbólicos y de quipus; que tenían leyes
tan sabias, el gobierno mejor organizado e ideas de medicina, ¿no muestran tales
hombres todas las disposiciones que pueden esperarse de un pueblo aislado, que no
debe más que a sus propias fuerzas una civilización necesariamente lenta en su marcha,
en razón de su mismo aislamiento? Es sabido que los Incas o quechuas eran oradores y
que sabían agitar a las masas mediante la elocuencia; es sabido también que sus
historiadores debían tener memoria y juicio; sus poetas y músicos, inspiración y genio;
su lengua está llena de figuras graciosas, de comparaciones justas y de proverbios
ingeniosos, y refleja con fuerza y elegancia las pasiones vivas, sobre todo el amor, la
más atrayente de todas. ¿No prueba tales hechos hasta la evidencia que [a] los quechuas
no les faltaba inteligencia natural y a una cierta elevación de pensamiento que están
lejos de tener al mismo grado los otros pueblos americanos? Es cierto que muchos de
ellos vivían aislados en el campo y carecían generalmente de un centro de cultura, y se
hallan actualmente más o menos en el mismo estado que nuestros campesinos bajo-
bretones″.30
71 [...]
72 Una de las manifestaciones más sorprendentes de la opresión que sufre la nacionalidad
quechua es el saqueo sistemático que se hace de sus manifestaciones culturales. Los
bolivianos se apoderan de su música [sic], de sus danzas, de sus proverbios y refranes,
de sus poetas, de sus héroes y de su historia para utilizarlos en su provecho, como si
fueran manifestaciones de la fisonomía espiritual de los bolivianos [sic]. Con el mismo
criterio con que usurpan las tierras y explotan económicamente a los quechuas, los
″nacionalistas″ bolivianos se apoderan de su cultura. Embellecen todo aquello que les
conviene de su historia antigua al mismo tiempo que aplican en el presente una feroz
política de opresión y sojuzgamiento...

***
90

2. La nacionalidad aymara

73 Según el Informe Confidencial de la Misión Andina Indigenista, los aymaras en Bolivia y


Perú alcanzan a ″unas 600.000 almas″. Sin embargo, de acuerdo a los datos
proporcionados por el señor Jorge Pando Gutiérrez relativos al censo de 1950, la
población aymara, solamente en Bolivia, llega a 640.521 personas, lo que equivale al
37,6% de la población indígena total. Ya hemos expresado nuestro criterio de que tales
cifras son susceptibles de aumento notable, especialmente en el caso de los aymaras
que habitan regiones inaccesibles para la burocracia encargada de practicar los censos.
A este respecto, cabe hacer notar también una falla en el mapa de lenguas indígenas de
Bolivia del señor Mario Arce Vargas31 que no incluye las provincias de Chayanta y
Bustillo del departamento de Cochabamba dentro del territorio de los aymaras. Sabido
es que en tales provincias existen núcleos de población aymara tanto o más
importantes que en otros lugares. Por estas razones es que nosotros estimamos que la
población aymara no es inferior en ningún caso a 800.000 personas.
74 Sabido es que en Chile y Perú existen también núcleos aymaras. Pero nosotros nos
atenemos solamente a la población de Bolivia para el estudio de la nacionalidad
aymara, en razón de que su territorio se halla dentro de esta República.
75 Con respecto a la nacionalidad aymara algunos escritores bolivianos han planteado el
problema de que no constituye un grupo diferente de los quechuas, de que aymaras y
quechuas son la misma cosa. Los argumentos esgrimidos son simplistas, pero su
objetivo político es muy importante: negar la existencia de la nacionalidad aymara,
considerar a los pueblos indígenas coma masas amorfas, susceptibles de un exterminio
rápido; abonar la teoría norteamericana de la asimilación. El principal sostenedor de
esta ″teoría″ es Gustavo Adolfo Otero que expresa32:
76 ″En la presente monografía nos referimos al indio-ando-boliviano, término con el cual
hemos querido significar la identidad antropológica y psicológica de los aymaras y
quechuas. Los diversos reconocimientos que hemos realizado para la comprensión de
los indígenas bolivianos que pueblan la región cordillerana de Bolivia y los estudios de
sabios americanistas nos han llevado a la conclusión que, siendo mayores las analogías
y semejanzas entre los aymaras y quechuas, en lo que se refiere a su morfología y
psicología, es más indicado realizar una investigación sobre la psicología colectiva de
los indígenas aymaras y quechuas, uniendo las características de estos grupos del
mismo modo que están unidos en la prehistoria y en la cultura y, sobre todo, por la
fusión constante y permanente de sus sangres, de tal suerte que, el lenguaje y ciertas
manifestaciones proyectadas por las influencias del medio circundante que les hacen
ofrecer ciertos matices diferenciales, no pueden ser suficientes elementos para llegar a
establecer una barrera infranqueable entre los aymaras y los quechuas e inclusive para
llegar a alimentar le existencia de dos razas distintas cuando, en realidad, sólo forman
un núcleo humano fundido bajo el signo de un solo grupo que en el momento histórico
actual ofrece determinadas características somáticas y anímicas.
77 ″Esta concepción fusionista de los dos núcleos indígenas de Bolivia, que habitan
idénticas regiones y que están sometidas a un idéntico control demográfico, ha
adquirido en nosotros una expresión sensible, objetivada por la realidad, en el hecho
social que se produce en la provincia de Muñecas, del departamento de La Paz. Allí vive
un haz indígena que para nosotros es genuinamente ando-boliviano y que es la
91

encarnación de la vinculación indisoluble de los aymaras y los quechuas, sólo


diferenciados por el lenguaje. En esta isla social, que puede ser un resto de los antiguos
″mintimacus″, se encuentra un núcleo indígena importante que no sabrían los
partidarios de la diferenciación de las razas aymara y quechua en qué sector
clasificarlo, pues estos indígenas hablan simultáneamente el aymara y el quechua: el
aymara para sus relaciones sociales y el quechua para sus relaciones familiares,
militares y viceversa. Luego, todo control antropológico y psíquico se escapa al tratar
de buscar diferencias, porque todo lo que se presenta son precisamente nada más que
analogías. En el departamento de Oruro y en Potosí se encuentran otros núcleos
parecidos″.
78 Pretendiendo ″fundamentar″ esta ″teoría″, el autor se permite invocar la autoridad de
Alcide d'Orbigny, pero con tan mala fe que no se atreve a copiar en su integridad el
pasaje respectivo de d'Orbigny que textualmente dice:
79 ″Los aymaras en nada se diferencian de los quechuas, en lo que se refiere a las
características físicas; son absolutamente del mismo tinte, de la misma talla mediocre,
de las mismas formas cortas; y, como habitan mesetas todavía más elevadas, se destaca
más en ellos el largo y volumen del pecho. Sus facciones son también iguales a las de los
quechuas, con quienes participan de la característica nariz aquilina y otros rasgos del
rostro. En una palabra, es imposible descubrir una similitud más completa que la que
presentan esas dos naciones, que sólo se diferencian realmente por sus lenguas, las que,
sin embargo, creemos que han surgido de una fuente común, como lo veremos más
adelante″.
80 En primer término, cabe destacar que d'Orbigny encontró similitud de características
físicas entre aymaras y quechuas, lo cual no constituye nada extraordinario, pues
pertenecen a la misma raza ando-peruana y a la rama peruana, según la clasificación de
d'Orbigny. En este sentido, la similitud puede ser no sólo completa, sino absoluta. Pero
ni siquiera esto constituye un argumento en favor de la ″concepción fusionista″, pues la
raza no es un elemento constitutivo de la nacionalidad ni de la nación. Hombres de la
misma raza forman nacionalidades y naciones distintas. Por lo demás, la similitud entre
aymaras y quechuas no es absoluta; cualquier persona que haya vivido entre aymaras y
quechuas podrá fácilmente decirnos que entre ellos existe tanta diferencia como entre
en alemán y un norteamericano o entre un chino y un japonés.
81 En segundo lugar, Gustavo Adolfo Otero hace una arbitraria abstracción del concepto de
″nación″ sustentado por d'Orbigny y se remite simplemente a las ″características
somáticas y anímicas″ que nada tienen que ver con este concepto. D'Orbigny separa a
los quechuas y aymaras como dos ″naciones″ diferentes, y como tales las considera en el
estudio que realiza de sus idiomas, territorios, economías y rasgos psicológicos o
culturales. Ya hemos expresado que el concepto de ″nación″ sustentado por el sabio
francés no corresponde al concepto que tenemos actualmente sobre la materia, según
el cual no se puede decir que los quechuas y aymaras constituyan ″naciones″ sino que
aun, por su incipiente desarrollo económico capitalista que es consecuencia de la
opresión que sufren por parte de las clases gobernantes bolivianas, son todavía
nacionalidades oprimidas.
82 En tercer lugar, el bilingüismo de algunos núcleos aymaras que viven confundidos con
los quechuas o de núcleos quechuas que viven confundidos con los aymaras, no es
tampoco ningún argumento en favor de la ″concepción fusionista″. Se trata
92

simplemente de un hecho histórico, una consecuencia de antiguas y modernas


migraciones y de las forzosas relaciones de vecindad y amistad. Es sabido por ejemplo,
que las minorías quechuas que habitan en la provincia Muñecas son restos de
guarniciones militares del Imperio de los Incas, y que los grandes núcleos de población
aymara de la provincia Ayopaya sólo se han formado a partir de 1874 por campesinos
del Altiplano expulsados de sus tierras de comunidad por los usurpadores bolivianos 33.
Tales núcleos son aymaras o son quechuas, pese a que exista el mestizaje racial más
íntimo y se hablen dos, tres o más idiomas, fuera del idioma quechua o del idioma
aymara, que son los idiomas propios, maternos o de las ″relaciones familiares″, como
dice el mismo Gustavo Adolfo Otero, siendo los demás de ″relaciones sociales″, de
convivencia, de aprendizaje obligado principalmente por razones económicas. Por las
mismas razones que los bolivianos, que hablan castellano, aprenden el idioma quechua
o aymara, caso en el cual el señor Otero no mete las narices, porque según su teoría
″fusionista″ todo el mundo en Bolivia debería tener ″figura y carácter de indio″.
83 Es sabido que ″no hay ninguna nación que hable a la vez diversos idiomas″ 34. Ni
nacionalidad, ni tribu. Pero el autor que comentamos no quiere dar importancia a un
elemento tan esencial como el idioma. No interesa mayormente que un idioma sea
derivado de otro. El mundo conoce numerosos idiomas nacionales con una raíz común,
pero a nadie se le ha ocurrido, por ejemplo, considerar a los franceses, italianos,
rumanos, portugueses, etc., como una sola nación porque su idioma sea de origen
latino. Y en lo que respecta a los quechuas y aymaras la situación es similar, pues poco
importa que el quechua sea derivado del aymara, o el aymara derivado del quechua.
Tales idiomas existen, pertenecen a nacionalidades vivas y este es el problema que nos
interesa, y consideramos como una situación excepcional, históricamente explicable, la
existencia de núcleos o minorías aymaras dentro de la nacionalidad quechua o de
núcleos quechuas dentro de la nacionalidad aymara. Pero de esta excepción, el señor
Otero ha querido sacar una ″ley general″ para su concepción ″integralista″, inventado el
término de ″ando-bolivianos″ para englobar a los quechuas y aymaras.
84 Cuando d'Orbigny considera la existencia de la raza ando-peruana y comprende en ella
3 ramas y 11 ″naciones″, no lo hace por capricho, sino porque es el resultado de una
investigación de la realidad etnográfica. En cambio el señor Otero, sin mayores
explicaciones, inventa a los ″ando-bolivianos″ eliminando de una plumada nada menos
que nueve pueblos. D'Orbigny llama ando-peruanos aun a los araucanos, y ningún
″nacionalista″ chileno o araucano ha puesto obstáculos a tal denominación, pues
obedece a razones geográficas, etnográficas e históricas. Pero, ¿se puede llamar ando-
bolivianos a los quechuas de Perú y Ecuador, por ejemplo? Naturalmente, no. ¿Y se
puede reducir la denominación científica de d'Orbigny inventando una definición
anticientífica? Tampoco. Los dos extremos no son nada más que una demostración del
″nacionalismo puro″ del señor Otero.35
85 Finalmente, para fundamentar su concepción ″integralista″, Otero sigue inventando
cosas. Inventa que se ha establecido una barrera infranqueable entre quechuas y
aymaras en razón de que ambas nacionalidades pertenecen a ″dos razas distintas″. No
creemos que nadie haya establecido una diferenciación racial entre ellos, que los
quechuas sean negros y los aymaras blancos, por ejemplo. El señor Otero inventa cosas.
86 La nacionalidad aymara se formó de la unión de muchas tribus, de las cuales ya no
restan sino los nombres geográficos de los territorios que ocupaban. Formó parte del
Imperio de los Incas, como nacionalidad oprimida.
93

87 I. El territorio de los aymaras fue respetado por los conquistadores quechuas. ″Si la
nación aymara hubiera sido poco numerosa, si ella no hubiera cubierto una gran
superficie, su lenguaje se hubiera mezclado al de los conquistadores, cuyo principio era
establecer la unidad idiomática en su Imperio; y no nos quedaría tal vez más que un
nombre para citar, como para machismos otros pueblos que se encuentran en los
relatos de los primeros historiadores de la Conquista. Pero siendo una de las más
numerosas y cubriendo toda la meseta andina desde el 15 al 20 grados de latitud sur,
esa nación pudo conservar su idioma hasta nuestros días. Actualmente el aymara se
habla no solamente en todos los lugares habitados por los indios, sino también en las
ciudades de La Paz y Oruro. Todos los descendientes de españoles lo conocen. El aymara
es, por consiguiente, la lengua más usada y natural en esos lugares. Unicamente los
extranjeros hablan el castellano″36.
88 El territorio aymará comprende varias provincias del departamento de La Paz,
principalmente, y de los departamentos de Oruro, Potosí y Cochabamba 37. Este
territorio se halla ocupado por el más importante núcleo de población boliviana que es
la ciudad de La Paz (300.000 habitantes, incluidos los aymaras que viven en esa capital).
89 II. ″La lengua aymara, por su riqueza, por sus combinaciones y por la variedad de sus
formas para expresar el mismo pensamiento, es muy semejante a la de los quechuas, es
elegante y poética, pero también una de las más duras del mundo... Un vigésimo de
ambas lenguas tienen el mismo origen, sobre todo aquellas que expresan ideas
religiosas. Por consiguiente, aunque hemos encontrado numerosas palabras cuya raíz
es diferente, creemos que la lengua aymara es la fuente de la lengua quechua, que la
influye por todos lados y que con el tiempo ha podido esta última modificarse. Esta
hipótesis estaría en relación con la posición geográfica de la meseta del Titicaca, donde
viven los aymaras y más aún con los monumentos de esa nación, que parecen ser el
punto central de la civilización primitiva. Podríamos preguntarnos también si la lengua
sagrada que los Incas transportaron de las orillas del Lago Titicaca al Cuzco y que
conservaron en su familia, no sería la lengua aymara″ 38.
90 De estas hipótesis y de otras similares, que a los quechuas y aymaras los tienen sin
cuidado, los políticos nacionalistas bolivianos sacan argumentos para su arsenal
regionalista.
91 Existen numerosas gramáticas y diccionarios aymaras. También conocemos algunos
catecismos. No obstante de que este idioma es hablado también por un gran número de
bolivianos y quechuas, por las mismas razones que hemos detallado al tratar la
nacionalidad quechua, es un idioma perseguido, ridiculizado y odiado por las clases
gobernantes bolivianas.
92 III. En términos generales, los aymaras tiene una economía semejante a la de los
quechuas, en razón de que estaban sometidos a igual régimen de opresión por los
españoles y sufrieron conjuntamente la misma suerte durante la República con la
usurpación de sus tierras y el reclutamiento de mano de obra barata por las empresas
mineras imperialistas.
93 IV. En cuanto a su fisonomía espiritual ″por el carácter, las facultades intelectuales, los
hábitos, las costumbres, los usos privados y sociales, la industria agrícola y
manufacturera y los vestidos, los aymaras se asemejan y se asemejan todavía en todo a
los quechuas, a los cuales, por otra parte, estaban sometidos″. 39
94

94 Conviene destacar la gran riqueza artística y musical de la nacionalidad aymara, cuyas


danzas y canciones son notables por su belleza y variedad.
95 Sus héroes del pasado y muchos de sus dirigentes actuales se han destacado y se
destacan por su valentía, por su intransigencia y por su fidelidad a los intereses de sus
pueblos. La nacionalidad aymara ha dirigido y dirige la lucha de todas las
nacionalidades oprimidas del país. Por esta razón, las clases gobernantes bolivianas la
odian a muerte. Una de las razones fundamentales por las que los bolivianos han
establecido la capital de la República en 1898 en territorio aymara ha sido precisamente
la de tener allí una poderosa plaza de armas para reprimir el movimiento nacional de
los aymaras. Hoy los imperialistas yanquis han instalado su centro de operaciones de la
Misión Indigenista en el Lago Titicaca″.

3. La nacionalidad Chiriguana

96 Dentro de su clasificación del hombre americano, d'Orbigny considera a los chiriguanos


como una tribu de los guaraníes, basándose en consideraciones de orden lingüístico e
histórico. Expresa a este respecto: ″De acuerdo con la información de los historiadores
es de ese lugar (del Paraguay) que en 1541, una de sus últimas migraciones atravesó el
Chaco y, con el nombre de chiriguanos, fue a poblar al pie de los últimos contrafuertes
de los Andes, del grado 17 al 19 de latitud, donde los hemos encontrado. El estudio que
hemos realizado nos ha demostrado que su lengua primitiva no se ha modificado en lo
más mínimo. Nuestra experiencia personal y los informes de los ecritores nos
demuestran que... las tribus pertenecían positivamente a la fuente madre de los
guaraníes, de la cual tienen las costumbres y la lengua, casi sin ninguna modificación″. 40
97 El criterio de d'Orbigny deriva exclusivamente de su concepto de ″nación″, que hace
hincapié solamente en el idioma, concepto que para nosotros es anacrónico, como ya
hemos indicado, pues existen naciones y nacionalidades diferentes no obstante de que
hablan el mismo idioma, tales como los ingleses y norteamericanos, los quechuas del
Perú y de Bolivia, etc.
98 Nosotros no podemos considerar a los chiriguanos como una tribu guaraní, sino como
una nacionalidad, por las siguientes razones:
99 a) Por su territorio. Los chiriguanos han ocupado con exclusividad por muchos siglos
un enorme territorio. El mismo d'Orbigny expresa: ″No solamente habitan los
chiriguanos al pie de las montañas del Departamento de Santa Cruz de la Sierra y
Chuquisaca, sino también se extienden por el curso del río Grande, hasta los primeros
bosques tupidos que separan la provincia de Santa Cruz de la de Chiquitos. Empero la
mayor parte se ha establecido al pie de las últimas colinas de los contrafuertes de los
Andes. Divididos en numerosas aldeas en llanuras próximas a los bosques, ocupan,
desde el grado 17 al 21 de latitud y el 65 de longitud occidental de París, una inmensa
superficie comprendida entre el río Pilcomayo y el Piray″.41
100 Este territorio ha sido ocupado por los colonizadores bolivianos principalmente a partir
de 1875 y han fundado allá algunas aldeas y se han apoderado de las mejores tierras.
Los chiriguanos han defendido su territorio durante siglos, luchando contra el Imperio
de los Incas, contra el Imperio español y contra los usurpadores de tierras bolivianos.
101 b) Por su economía. Los chiriguanos han tenido una vida económica totalmente
independiente desde la época de su instalación en su actual territorio. No fueron
95

sometidos al régimen de las misiones jesuitas, como lo fueron sus antecesores guaraníes
del Paraguay, y vivieron durante siglos de la agricultura, del pastoreo, de la caza y de la
pesca. Los frailes que ingresaron, con carácter definitivo, a su territorio a fines del siglo
XIX, les han enseñado diversos oficios artesanales obligándolos a trabajar bajo el
régimen de las misiones. Los bolivianos, que ingresaron con posterioridad, les
usurparon sus mejores tierras estableciendo el sistema feudal de producción. Muchos
millares de chiriguanos fueron capturados y vendidos como esclavos a los caucheros del
Beni y a los grandes latifundistas y mineros bolivianos. Durante la insurrección
chiriguana de 1892, fueron tomados prisioneros varios millares y vendidos como
esclavos a los aristócratas de Sucre, para el servicio doméstico.
102 Se calcula que más de la mitad de la población chiriguana emigró a fines del siglo
pasado a los ingenios azucareros del norte de la República
103 Argentina. Muchos millares también fueron masacrados durante las llamadas ″guerras
chiriguanas″.42
104 c) Por su fisonomía espiritual. D'Orbigny da la siguiente característica de la fisonomía
espiritual de los chiriguanos: ″El carácter de los chiriguanos es una mezcla de soberbia
salvaje y ciega sumisión, cuando aceptan un principio. Los Incas y los antiguos
misioneros los han presentado como hombres terribles en el estado salvaje más
completo, comiéndose entre sí, cuando no tenían cautivos, viviendo sin abrigo, falsos,
inconstantes, sin palabra, sacrificando todo a sus intereses. La verdad es que son
hombres sensibles en su proceder, que reciben a los extranjeros con sincera
hospitalidad, buscando ser agradables en todo; pero no les place que se abuse de su
generosidad, sea violado el derecho de gentes, sea tratando de hacerles cambiar
costumbres que hacen su felicidad. No dudamos que se hubiera hecho de los
chiriguanos, como de los guaraníes del Paraguay, los neófitos mas ardientes, si se
hubieran mostrado justos con ellos. Consideramos a los chiriguanos hombres
reflexivos... que poseen costumbres completamente patriarcales″ 43.
105 ″Son poco belicosos por naturaleza y jamás atacan, pero su nación muy unida ha
mostrado, cada vez que se le ha obligado, que podía vencer sucesivamente a los Incas, a
los españoles y a los pueblos vecinos. (En este pasaje d'Orbigny evidentemente se
contradice, pues ya no los considera como ″tribu″, sino como ″nación″).
106 Y agrega d'Orbigny, refiriéndose conjuntamente a los pueblos de origen guaraní que
habitan en Bolivia (chiriguanos, guarayos y sirionós), en contraposición a los pueblos
guaraníes de otros países: ″Los guaraníes sometidos, casi esclavos de los colonos, del
Paraguay y de Corrientes, tienen un aspecto triste y abatido, la indiferencia pintada en
sus facciones y no muestran exteriormente ni pasiones ni vivacidad en el pensamiento.
Si los comparamos con los guarayos libres descubriremos en estos últimos un rostro
interesante, lleno de soberbia pero, a la vez, de dulzura, y su aspecto basta para notar la
presencia de hombres espirituales, mientras que los sirionós y los chirigunos tienen la
sober bia pero no la dulzura característica de los guarayos. Cada individuo de estas tres
tribus parece lleno de conciencia de su valor personal, mientras que, en las misiones, el
espíritu de servidumbre asfixia todo sentimiento de amor propio y dignidad″. 44
107 Este retrato de la fisonomía espiritual de los chiriguanos era correcto en el tiempo en
que se escribió, es decir en 1833, cuando esa nacionalidad era todavía libre.
108 Cuando fue sometida a sangre y fuego por los bolivianos a fines del siglo pasado, es
posible que ya no pudiera decirse lo mismo de aquellos chiriguanos que fueron
96

esclavizados en las caucheras, en las haciendas, en las minas, en los salones y en los
ingenios. Bernardino de Niño exclama con pesimismo:
109 ″Hoy parece que ya no es fácil una nueva sublevación por ser pocos y por estar el
territorio poblado de blancos que se han apoderado de los terrenos a título de
conquista y por compra hecha ante el Supremo Gobierno, pero no se resignan los indios
a permanecer servidores habiendo sido dueños de su casa y terruño, su altivez se ve
abatida por una fuerza superior y la mayoría sufre resignada en su suerte. Es por cierto
un hecho que el chiriguano de hoy no es el de otros tiempos, no es aquel que luchó con
tenacidad contra el soldado del ejército del Inca, contra el español y contra el mismo
soldado boliviano. Este cambio se ha verificado, diré nuevamente, por la pérdida del
territorio y su independencia, y en los esfuerzos repetidos con tesón extraordinario
sólo consiguieron agravar el mal, perder a los seres más queridos y sus haciendas. De a
buenas o de a malas han tenido que sujetarse a las leyes del Gobierno republicano que
ejerce su autoridad suprema aún sobre ellos″.
110 Pero no se crea que está apagado el fuego de la libertad chiriguana, y la demostración
más palpable de esto es el odio que siguen manteniendo contra ellos los latifundistas
bolivianos que, como los Incas, todavía los tratan con el adjetivo de ″salvajes″, para
justificar sus crímenes.
111 Precisamente hoy, en los pozos petrolíferos de las extensas concesiones otorgadas a los
imperialistas yanquis en esta región, se va formando un núcleo de proletariado
chiriguano junto al proletariado boliviano. Y estos trabajadores serán los que dirijan en
el futuro la lucha por la libertad definitiva de su pueblo.
112 d) Por su número. Sobre el número de chiriguanos existe la más completa anarquía de
informaciones. D'Orbigny los reduce a 18.966, de acuerdo con el censo de 1831.
Bernardino de Nino consigna 26.405 en 1912, y señala al mismo tiempo que la población
chiriguana en el siglo XIX ascendía a más de 200.000 individuos, que fueron
exterminados por las epidemias, el hambre, la captura y venta de esclavos y las
matanzas durante las guerras emprendidas por los gobiernos bolivianos contra ellos en
1875 y 1892. Cabe mencionar además la emigración masiva. En homenaje a este autor,
clásico de la ciencia etnográfica de nuestro país, aceptamos las cifras anotadas.
113 e) Por la existencia de tribus chiriguanas aún no incorporadas. Dentro del núcleo de la
nacionalidad chiriguana, y protegidas por ésta, viven algunas tribus no incorporadas
aún a esa nacionalidad. Bernardino de Nino cita a los izoseños, a los yanaiguas, a los
tobas y a los sirácuas o empelotos, cuyo idioma se desconoce hasta la fecha. 45
114 Por todas estas razones, porque poseen un territorio común mantenido desde hace
muchos siglos, porque poseen una lengua única, una economía propia y rasgos
espirituales e históricos bien diferenciados, es que nosotros consideramos a los
chiriguanos como una verdadera nacionalidad oprimida, cuya población actual
estimamos en no menos de 100.000 personas, si se toman en consideración las
estadísticas demográficas correspondientes a su territorio y a la circunstancia de que
los chiriguanos se hallan en lugares inaccesibles para los funcionarios de los censos.
Hay que tomar también en consideración el gran número de chiriguanos emigrados a la
República Argentina durante los últimos 5 años, de los cuales sólo un pequeño
porcentaje regresa al país.
97

115 Al mismo tiempo, estimamos que es una nacionalidad oprimida de un tipo especial, una
nacionalidad que ha sido y es atada con una saña y una violencia inigualables, una
nacionalidad que vive y lucha a pesar de todas las adversidades de su historia″.

4. La nacionalidad Chiquita

116 Al copiar la clasificación del hombre americano de d'Orbigny, hemos respetado todos
los nombres consignados para la rama chiquiteana, elaborada por el autor sobre la base
principal de la diferencia de idiomas.
117 Para nuestra clasificación, sin embargo, es necesario adoptar otro criterio, cuyos
elementos se hallan también en la obra de este insigne autor.
118 Primer elemento. ″Si la confusión que reina en los primeros historiadores acerca de los
nombres que se multiplican de los pueblos de la Provincia de Chiquitos, no permite
reconocer a aquellos que deben ser considerados como nación o como simple tribu, es
más difícil asignar todavía el lugar de su habitación″. 46 Y como este autor consideraba
″naciones″ a todos aquellos grupos que hablaran un idioma determinado, resultó que
vino a considerar como tales ″naciones″ aun a aquellos como los curucanecas o
curuminacas, cuyo número no pasaba de 100 a 50 individuos que hablaban todavía su
lengua propia, presumiblemente la lengua de la gens. Respetamos este criterio, porque
así se debe proceder en materia etnográfica, sin pasar por alto ninguna de las
complejidades de esta ciencia.
119 Segundo elemento. Como resultado del anterior criterio, d'Orbigny llegó a distinguir 11
″naciones″ en la rama chiquiteana, de las cuales sólo una de ellas, la chiquita,
representaba la inmensa mayoría, siendo más numerosa que todas las restantes
reunidas, con una cifra de 14.925 personas en esa época (1833). No conocemos el
número de chiquitos en la actualidad, pues estimamos que todo cálculo basado en las
estadísticas oficiales resulta reducido, porque nunca en Bolivia, desde los tiempos de las
misiones jesuitas, se han practicado censos con el criterio de conocer el número de
individuos de cada nacionalidad o tribu, ni la burocracia boliviana está en condiciones
materiales de realizarlos.
120 De los elementos anteriores concluimos que el peso específico de la población chiquita
es determinante para considerarla en la categoría de nacionalidad entre los grupos de
la rama chiquiteana.
121 I. El territorio de los chiquitos comprende todo el territorio de la rama chiquiteana.
″Sus límites son: al Norte, las colinas situadas al Septentrión del curso del Guaporé; al
Este, el río Paraguay; al Sur, las llanuras del Chaco y al Oeste, los bosques que se
prolongan hasta el río Grande″.47 Este territorio ha sido invadido por algunos bolivianos
sólo a fines del siglo XIX que se han establecido en él usurpando las mejores tierras de
los chiquitos y estableciendo algunas aldeas en medio de los núcleos de mayor
población indígena.
122 II. ″La lengua de los chiquitos es una de las más difundidas y completas de América. Se
distingue completamente de los otros idiomas del Chaco y del guaraní, y puede ser
considerada la única fuente de las lenguas de otras tribus de las mismas comarcas″ 48. A
este respecto quizá convendría también invertir la hipótesis de d'Orbigny y
preguntarse si la lengua chiquita no es más bien el resultado de la conjunción de las
98

lenguas de diversas tribus sobre la primitiva tribu chiquita mayoritaria, hipótesis que
parece haber sido la base del trabajo lingüístico de los misioneros jesuitas.
123 En el idioma de los chiquitos también se reflejó el peso específico de esta nacionalidad
frente al idioma de los otros grupos etnográficos chiquiteanos, y fueron los lingüistas
jesuitas quienes, tomando en consideración este hecho, aceleraron el desarrollo y
progreso del idioma chiquito. ″Para obtener la desaparición gradual de los diferentes
dialectos, se tomaban el cuidado de mezclar a los indios que los hablaban con la nación
dominante, de los chiquitos, exigiendo que las oraciones y todas las relaciones entre
ellos se efectuaran en dicho idioma. Se produjeron muchas alteraciones en las otras
lenguas, y si actualmente esas naciones todavía emplean sus dialectos en el seno de las
familias, ya empiezan a olvidarlos, como sucedió con muchas. Antes de medio siglo, no
existirá sino una lengua en esa misión, y el propósito de los jesuitas vendrá a realizarse
más de un siglo después de su expulsión. Humboldt aprueba este sistema introducido
por los jesuitas″.49
124 [...]
125 Nosotros consideramos que esta experiencia lingüística de los jesuitas es de
extraordinaria importancia. Fue realizada sobre la base del hecho concreto de existir
una mayoría abrumadora de chiquitos sobre otros grupos dispersos que hablaban
idiomas diferentes, presumiblemente del mismo origen chiquito o raíces antiguas del
idioma chiquito, y lo que se hizo no fue más que volcar el caudal de esos idiomas
hablados por pequeñísimos núcleos a su cause común, al grueso del idioma general del
territorio. Se perdieron muchas lenguas, es cierto; pero algún día tenían que perderse.
126 Los jesuitas en ningún momento se plantearon la tarea de liquidar el idioma chiquito,
sino por el contrario de desarrollarlo y extenderlo, de darle una gramática científica y
sentar las bases de la literatura chiquita. Las gramáticas y los diccionarios del idioma
chiquito son las mejores y más completas obras sobre un idioma americano. 50
127 Los jesuitas en ningún momento pretendieron imponer a los chiquitos el idioma
castellano o cualquier otro, sino que por el contrario afianzaron y divulgaron
solamente el idioma chiquito, basados en el respeto a los idiomas indígenas. Los
chiquitos en su totalidad aprendían a leer y a escribir en su propio idioma, y por esta
razón fundamental el analfabetismo fue exterminado en las misiones. Sobre esta base
de respeto a su idioma y de alfabetización previa en su propio idioma, los chiquitos más
estudiosos aprendían también voluntariamente el idioma castellano, a leer y escribir el
idioma castellano. Y otros más avanzados aprendían también el latín o el italiano u
otros idiomas.51
128 Tal criterio científico de los jesuitas, en lo que respecta al idioma chiquito, es
diametralmente opuesto a la política actual del Gobierno boliviano que tiende hacia el
exterminio total de esas lenguas y su reemplazo por el castellano o por el inglés...
129 III. En cuanto a su economía, los chiquitos fueron sometidos al régimen especial de las
misiones jesuíticas, régimen sobre el cual, desgraciadamente, no existe hasta hoy un
estudio crítico en Bolivia no obstante su extraordinaria importancia. Después de la
expulsión de los jesuitas en 1767, los chiquitos fueron sometidos a un sistema
combinado de opresión por otras misiones religiosas y por Gobernadores de la Corona
Española, sistema que es mantenido hasta hoy por los bolivianos sucesores de los
españoles.
99

130 El territorio de los chiquitos fue saqueado en el siglo XVII por los portugueses de San
Pablo (Brasil) que cazaban a los indígenas para venderlos en el mercado de esclavos de
esa ciudad; los españoles hacían lo mismo para venderlos en las minas. Con
posterioridad a la expulsión de los jesuitas, los españoles y bolivianos han ocupado su
territorio, apoderándose de las mejores tierras. Millares de chiquitos también fueron
vendidos, a fines del siglo XIX, a los caucheros del Beni. Estas son las razones por las
cuales la nacionalidad chiquita no ha podido desarrollarse y vive hoy oprimida por los
bolivianos llevando una vida miserable bajo el dominio de los terratenientes y de la
burocracia oficial boliviana.
131 Un testimonio especializado del mayor interés sobre la vida económica de los chiquitos
en el siglo XIX nos proporciona los siguientes pasajes fundamentales:
132 ″Están sujetos los naturales de Chiquitos a la pesadísima faena de un trabajo personal
de 3 días por semana al servicio del Estado... imposición enorme, enormísima, triple y
cuádruple de la que sufren los demás ciudadanos de Bolivia con riquezas y goces de vida
décuplos de los que disfrutan los naturales de Chiquitos (Pág. 316). El trabajo personal,
considerado generalmente, es un derecho FEUDAL, REPRESENTA AL BARÓN SEÑOR DEL FEUDO...
Ese andar y volver sin cesar (entre sus tierras y las del Estado) constituye a los chiquitos
en una nación que se parece más bien a unas hordas perpetuamente andantes que a
pueblos arraigados y organizados socialmente. Queda todavía una causa más que
concurre a hacer, no menos que las precedentes, ilusorio el trabajo personal... Esta
causa es la del sinnúmero de exenciones que DIVIDE LA NACIÓN EN DOS. En primer lugar, un
crecido número de familias, que son las relacionadas con los empleados de toda clase,
no presta ningún trabajo; siguen a éstos una peste de solfas (músicos), sacristanes,
criados, cocineros, pastores y otros semejantes zánganos que también andan exentos. Y
por último viene la chusma de los consejiles, con sus parientes, amigos, amigas y sus
respectivas familias (Pág. 319). La provincia es regida o más bien (mucho más vale
callar) por un Gobernador dependiente, de nombre del Prefecto de Santa Cruz... Cada
pueblo, sin embargo de ser los chuiquitos poco velludos, es trasquilado por un
Administrador, que suele ser un macollo del Gobernador... Viene, en séquito, un
enjambre de langostas o empleados consejiles, que forman un simulacro de Cabildo,
todo compuesto de indígenas... (Pág. 328). Prácticas jesuíticas, medidas de policía y
reglamentos inquisitorios que forman de Chiquitos tan pronto un monasterio como un
burdel... (Pág. 336). Se los ha obligado a vivir y a respirar como por contrabando (Pág.
319). Relegar una nación entera a la triste condición de una perpetua infancia...″ (Pág.
323).
133 Los pasajes citados tienen extraordinaria importancia por cuanto reflejan el carácter
feudal asumido por el Gobierno boliviano en cuanto a la propiedad de la tierra de los
chiquitos, a la división de las clases sociales y al sistema de opresión nacional.
134 IV- En cuanto a su fisonomía espiritual ″se destacan los chiquitos por su alegría
extrema, por su afición a la música y a la danza, por su bondad a toda prueba, su
sociabilidad, su hospitalidad... Su carácter consiste generalmente en un fondo de
bondad a toda prueba, son de gustos sociables, de constancia en las ideas... Por buenos
procedimientos puede obtenerse de ellos lo que se quiera. A primera vista inspiran
confianza, llevan la hospitalidad al extremo... En una palabra, son semejantes a niños
grandes, sin voluntad, dotados sin embargo de un juicio sano y de un espíritu natural
que se manifiesta a cada instante; pero también, como los niños, aman poco el trabajo;
librados a su escasa previsión no es raro que siempre estén expuestos a que les falte lo
100

necesario en años de malas cosechas... En la medida en que son poco trabajadores y se


entusiasman con el placer, se entregan sucesivamente al baile y a los juegos de
destreza, sobre todo en las reuniones motivadas por el deseo de beber licores
fermentados, que exaltan aun más su hilaridad. Todos son músicos natos y componen
aires y cantos″52.
135 Los chiquitos han luchado contra los españoles, contra los portugueses y contra los
bolivianos defendiendo su libertad. Esta lucha continúa hoy contra los terratenientes
bolivianos en defensa de sus instituciones nacionales y de su idioma. Se forma un
proletariado chiquito junto al proletariado boliviano en las obras del ferrocarril
Corumbá-Santa Cruz que atraviesa su territorio.

5. La nacionalidad Moxa

136 D'Orbigny clasifica a la rama moxeña en 8 ″naciones″, clasificación que nosotros hemos
respetado en razón de que obedece principalmente a la diferencia de idiomas. Sin
embargo, conviene advertir que nosotros, de acuerdo a los principios que sustentamos
sobre el concepto de nación, nacionalidad y tribu, no podemos admitir esa
enumeración, ni podemos considerar a dichos pueblos como absolutamente iguales.
137 Tomando siempre como base los elementos proporcionados por el mismo autor, hemos
dividido a la rama moxeña en la siguiente forma:
138 Una nacionalidad principal: la nacionalidad moxa.
139 Siete nacionalidades pequeñas o grupos etnográficos: chapacuras, itomas, canichanas,
movimas, cayuvavas, pacaguaras e iténez.
140 Para esta clasificación hemos tomado en cuenta los siguientes elementos:
1. El mayor peso específico de la población moxa, que equivale a más del total de las otras
nacionalidades o grupos etnográficos reunidos (13.620), según el censo practicado por
D'Orbigny en 1831.
2. El hecho de haberse formado la nacionalidad moxa por la unión de muchas tribus, en
especial la de los baures y muchojeones.

141 Al presente, desconocemos el número de miembros de la nacionalidad moxa. De


acuerdo a una estimación personal sobre la base de los datos del censo de 1950, puede
admitirse que su población en ningún caso es inferior a 50.000 personas.
142 I. El territorio de los moxos se extiende entre el curso del Guaporé y el del Mamoré
hasta el límite de los bosques al pie de los Andes y de las serranías de Santa Cruz. Este
territorio fue invadido por los portugueses en el siglo XVII. Fueron expulsados por los
moxos, que hasta la fecha celebran anualmente su victoria en el lugar de Carayanao.
Los españoles durante la Colonia no penetraron a este territorio; apenas contados
frailes jesuitas. A partir de 1840 el territorio fue invadido por los bolivianos que se
instalaron en los poblados indígenas usurpándoles sus tierras y sometiéndolos al
régimen del latifundio.
143 II. La lengua moxa merece comentario especial. D'Orbigny expresa:
144 ″La población indígena actual (de la Provincia de Moxos), de 22.883 habitantes,
pertenece todavía a nueve naciones distintas que conservan su idioma particular. La
nación de los moxos, con sus tribus de baures, es la más numerosas; pero ella no dio su
idioma a la provincia, como la de los chiquitos a la provincia vecina. Parece que los
101

jesuitas no adoptaron en Moxos el excelente sistema de fusionar las naciones con el


objeto de reducir los dialectos y que conservaron todos los que encontraron en este
territorio. De donde resultó que, con excepción del cura, del administrador y de
algunos indígenas intérpretes, nadie habla el español. Los curas y los administradores
se comunican con los indios por medio de los intérpretes, a menos que los primeros no
utilicen, para sus deberes religiosos, los formularios dejados por los jesuitas, en los que
las preguntas y las respuestas están expresadas en las lenguas indígenas. El incendio de
San Pedro (1822) destruyó vocabularios indígenas dejados por los jesuitas. De las
lenguas de la provincia sólo quedó el Diccionario de la Lengua Moxa del padre Marbán,
impreso en 1701. y una gramática de la lengua baure que conservo en mi poder″ 53.
145 Así, pues, éste es un interesante ejemplo de cómo en el problema de las nacionalidades
y naciones no se pueden aplicar ″recetas″ uniformes. Lo que es bueno para un pueblo
puede resultar malo para otro. Si los jesuitas lograron desarrollar la lengua chiquita y
convertirla en lengua única, fue porque los pueblos que rodeaban a la nacionalidad
chiquita o eran pequeñas tribus o eran grupos etnográficos de origen común. En
cambio, fracasaron al tratar de convertir el idioma moxo en el idioma general, porque
los demás pueblos no eran simplemente tribus, sino nacionalidades en formación que se
resistieron a aceptar un idioma ajeno. El peso específico de los moxos no era tanto
como para determinar la adopción de su idioma.
146 III. El estudio de la economía de los moxos está ligado con el sistema de las misiones
jesuíticas a que estuvieron sometidos hasta 1767. Durante el período jesuítico, la
provincia de Moxos era indudablemente la más desarrollada en materia de
manufacturas y artesanías de todo el Perú. Dice al respecto d'Orbigny: ″La industria de
los moxos debía ser adelantada, si se juzga, por lo menos, por lo que hacen hoy. Los
hombres fabricaban sus armas, cultivaban las tierras con paletas de madera, cazaban,
pescaban con flechas y construían sus piraguas. De acuerdo con un autor poco antiguo,
aunque notable por su exactitud, habrían conocido una especie de escritura, por medio
de líneas trazadas sobre planchas (Francisco Viedma. Informe General de la Provincia de
Santa Cruz 1787, p. 88: un indio moxo escribe los anales de su pueblo en una tabla o en un
pedazo de caña por medio de varios signos, cuya inteligencia y manejo pide mucha
combinación y una memoria feliz). Eran músicos. Sus mujeres hilaban y tejían sus
vestidos, así como las hamacas, que resultaban indispensables en un país siempre
inundado. Confeccionaban la alfarería, ayudaban a sus maridos en las cosechas y se
ocupaban de la casa. Eran buenos dibujantes y sus pinturas representaban no solamente
grecas, sino también animales y plantas pasablemente realizadas; escultores, torneros,
ebanistas, tejedores diestros, confeccionaban muchas obras y tejidos que se exportaban
a las ciudades del Perú. Muchos han aprendido el español y el latín y saben escribir
correctamente. En una palabra, es la nación más capaz de civilizarse″. 54
147 Cuando los jesuitas fueron expulsados, los españoles mantuvieron el régimen de
misiones con otras órdenes de frailes en combinación con autoridades civiles. Era un
régimen de comunidad de producción en beneficio de la Corona Española, que los
bolivianos, después de la Independencia, lo mantuvieron en beneficio del Estado
boliviano, hasta 1842.
148 A partir de esta fecha, los bolivianos se apoderaron de las mejores tierras y sometieron
a los moxos a la servidumbre en los latifundios feudales y a la esclavitud en la
explotación de la goma.
102

149 IV. En cuanto a su fisonomía espiritual, no obstante la terrible explotación de que han
sido víctimas durante siglos, en especial por los bolivianos, los moxos mantienen como
ningún pueblo latente el espíritu de la libertad. Su historia llena de insurrecciones y de
luchas contra los dominadores les ha dado un carácter nacional muy acentuado, y su
arte musical, sus leyendas, su hermosa artesanía su naciente literatura y sus héroes
nacionales destacan la fortaleza del pueblo moxo.
150 Tales son las cinco principales nacionalidades de Bolivia. Dejamos constancia de que
nuestra clasificación del Capítulo I es susceptible de modificaciones de un día para otro.
Insistimos en que para estudiar los problemas de las naciones, nacionalidades, tribus y
grupos etnográficos nos guiamos por el principio de que no constituyen algo que exista
por sí mismo y fijo de una vez para siempre.
151 Cada una de las pequeñas nacionalidades, tribus y grupos etnográficos es merecedora
de un estudio especial que nosotros nos vemos privados de realizar en el presente
capítulo a fin de no hacer una exposición que pueda pecar de ″sistemática″, y, por esta
razón, procuraremos tratar de ellas en otros capítulos del presente trabajo, al tratar de
los diversos problemas de la opresión nacional y colonial, y porque consideramos que
ellas, al formar parte de la inmensa mayoría de la población indígena de Bolivia, se
hallan por nuestra parte plenamente garantizadas contra cualquier intento de olvido.
152 Especialmente importante es el estudio de los siguientes pueblos:
1. El pueblo Yuracaré. Conoció la impresión mientras los Incas y los demás pueblos americanos
la ignoraban por completo. Ultimamente se han descubierto nuevos núcleos de este pueblo
en la vertiente norte de la cordillera de Cochabamba, en las inexploradas regiones de la
Provincia de Carrasco. D'Orbigny, que admiraba a este pueblo como a ninguno, decía:
″Existen, hasta cierto punto, relaciones entre el carácter de los Yuracarés y el sistema de la
educación, que les son comunes″55.
2. El pueblo Guarayo. Pueblo magnífico de nuestra especial predilección. D'Orbigny decía de los
guarayos: ″Se descubre en ambos sexos un exterior casi europeo, aunque algo más macizo...;
no tememos afirmar que, de todos los Americanos que hemos visto, los guarayos son los que
más nos han impresionado por sus características físicas y morales... Presentan el tipo
bondadoso, afable, franco, honesto, hospitalario, con la soberbia del hombre libre que
contempla a los otros por encima del hombro, aun a los cristianos, porque los cree esclavos,
y porque estos últimos tienen vicios desconocidos por ellos, como el robo y el adulterio″ 56.
3. El pueblo Moré. Es el mismo pueblo Iténez de nuestro cuadro del Capítulo I; aceptamos esta
nueva denominación porque está más divulgada hoy. D'Orbigny dice de este pueblo: ″Han
preferido dejarse diezmar durante un siglo, a someterse al celo religioso de los jesuitas o al
yugo de los españoles. Siguen siendo hoy lo que eran en la época del descubrimiento y deben
el mantenimiento de su independencia a la unión que reina entre ellos″ 57. Conviene agregar
que este formidable pueblo tampoco se ha sometido al yugo de los bolivianos. Recientemente
una comisión de caciques mores viajó a la ciudad de La Paz y obtuvo la dictación de la
Resolución Ministerial No. 384/54 por la cual se consolidan los límites territoriales de este
pueblo y se prohibe el ingreso de elementos extraños. Los indígenas morés que habían sido
dispersados por los bolivianos en el Departamento del Beni o que habían huido al Brasil, han
retornado a su territorio. De ellos tienen que aprender los bolivianos mucho de patriotismo.
Son los únicos que izan la bandera de Bolivia frente a la Fortaleza do Príncipe de Beira.

153 Tenemos la plena seguridad de que un estudio particular y detallado de cada uno de los
pueblos de Bolivia, de acuerdo con los principios que sustentamos en la presente Tesis,
tendrá que realizarse a breve plazo [...] Presumiblemente tal estudio tendrá por ahora
103

que efectuarse por especialistas progresivos interesados en la solución del problema


nacional y colonial de nuestro país.

NOTAS
2. Nosotros empleamos para nuestro trabajo la traducción castellana publicada por Editorial
Futuro (Buenos Aires, 1944).
3. Alcidcs D'Orbigny. El Hombre Americano. Buenos Aires, 1944. Págs.177 y 118. No hay una edición
hecha en Bolivia(¡)
4. No obstante de que d'Orbigny recibió la ciudadanía boliviana durante el Gobierno del Mariscal
Santa Cruz. Es muy interesante también este dato que proporciona el señor Fabián Vaca Cháves:
″Muerto ya d'Orbigny, su viuda ofreció a Bolivia, primero que a su patria, los documentos
manuscritos y colecciones que dejara el gran sabio. El gobierno boliviano de entonces contesta
que el país no tenia dinero para hacer esos gastos″ (A d'Orbigny. Descripción de Bolivia. La Paz 1946
Pag.6).
5. Alcide d'Orbigny. Ob. cit. Pág. 38. En el presente cuadro se han suprimido las sumas por ramas
y por individuos de cada rama.
6. Alcide d'Orbigny. Ob. cit. Pág. 39.
7. Idem. Ob. cit. Pág. 39.
8. Idem. Ob. cit. Pág. 29.
9. Alejandro Lipschüts. El indoameriamismo y el problema racial en las Americas. Santiago de Chile,
1944. Pág. 55.
10. Academia de Ciencias de la U.R.S.S. Instituto de Filosofía. El Materialismo Histórico. Redacción
general de F.V. Konstantinov. Editorial Grijaldo S.A. México D.F. 1957. Pág 243.
11. Academia de Ciencias de la U.R.S.S. Pág. 245.
12. Academia de Ciencias de la U.R.S.S. Ob. cit. Págs. 242 y 243.
13. Alcide d'Orbigny. Ob. cit. Pág. 31.
14. ″Informe Keenleyside″. La Razón, La Paz, 19 de agosto de 1951. Pág. 3.
15. De cómo se ha solucionado este problema en la Unión Soviética, nos da un interesante
testimonio el escritor norteamericano Corliss Lamont en su libro Los pueblos de la Unión Soviética
(Editorial ″Claridad″. Buenos Aires, 1947): ″La política soviética de las minorías se remonta a los
primeros días de la Revolución Comunista y fue enunciada por primera vez por el Gobierno
Soviético el 15 de noviembre de 1917, poco más de una semana después de su llegada al poder. En
ese tiempo fue formulada con las firmas de Lenin, como Primer Ministro, y Stalin, como
Comisario, para las Nacionalidades la ″DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DE LOS PUEBLOS DE RUSIA ″. Esta
declaración de emancipación de las minorías soviéticas prometió que el nuevo régimen
sostendría los cuatro siguientes principios básicos: ″ LA IGUALDAD Y LA SOBERANÍA DE LOS PUEBLOS DE
RUSIA; EL DERECHO DE LOS PUEBLOS DE RUSIA A LA LIBRE AUTODETERMINACIÓN, INCLUSO HASTA EL GRADO DE
SEPARACIÓN, Y LA FORMACIÓN DE ESTADOS INDEPENDIENTES; LA ABOLICIÓN DE TODOS LOS PRIVILEGIOS Y
RESTRICCIONES NACIONALES Y EL LIBRE DESARROLLO DE LAS MINORÍAS NACIONALES Y LOS GRUPOS ETNOGRÁFICOS
QUE HABITAN EN RUSIA″. En su debida oportunidad, Lenin y sus camaradas idearon para el nuevo
régimen el título oficial de Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, abreviado como U.R.S.S.
Y este nombre en sí encerraba en parte las implicaciones de la política soviética hacia los pueblos
minoritarios. (Soviet es simplemente el vocablo ruso que significa ″Consejo″, mientras que
104

″Socialista″ se refiere al nuevo sistema económico-social del país). Adviertan que la palabra
″Rusia″ fue omitida enteramente. La razón para esto fue que el gobierno soviético quiso dejar
sentado que las numerosa razas y nacionalidades del antiguo imperio de los zares se hallarían en
una base de igualdad y libertad en el Estado Socialista y que en modo alguno se sentirían
subordinadas como en los antiguos tiempos del zarismo, a la gran mayoría rusa. Al mismo
tiempo, los Soviets, siguiendo el principio federativo, como en los EE.UU., dejaron la puerta
abierta para las nuevas repúblicas que quisieran incorporarse a la Unión, lo mismo que nuevos
Estados se han incorporado a los EE.UU.″.
La Unión Soviética es un Estado socialista federativo multinacional integrado por más de 100
naciones y nacionalidades, organizadas actualmente en 15 Repúblicas federadas, 17 Repúblicas
autónomas, 9 Regiones autónomas y comarcas nacionales.
16. Nada se ha escrito sobre la tragedia de los negros de Bolivia que habitan principalmente en
las provincias de Yungas, La Paz, explotados por los grandes terratenientes productores de coca.
El Programa Agrario (Inédito) aprobado por la Cuarta Conferencia del Partido Comunista de
Bolivia celebrada en 1953, incluyó las siguientes reivindicaciones: ″Liquidación definitiva del
esclavismo en los cocales″; ″Defensa y organización de la población negra″.
17. Véase Apéndice No. 4 ″Algunos capítulos de la historia de la nación boliviana″.
18. Una interesante monografía sobre este grupo etnográfico es la de Jean Vellard ″El problema
Uru″, publicado en la Revista Kollasuyo. La Paz, julio-septiembre de 1951. La película documental
de Bolivia Films ″Los Urus″, realizada en 1950, es también de mucho interés.
19. Véase Jorge Ruiz y Augusto Roca, ″Los Chipayas″, artículo publicado en KHANA (Revista
Municipal de Arte y Letras). Vol. III, Nos. 11 y 12. La Paz, octubre de 1955. En este mismo volumen
se publican también otros estudios y documentos sobre los grupos uru y chipaya. Los señores
Ruiz y Roca son, además, los realizadores de la maravillosa película en colores de largo metraje
″VUELVE SEBASTIANA″, basada en la vida y costumbres de los chipayas, filmada en su propio
territorio, y que refleja muy bien sus luchas contra los usurpadores de sus tierras, los aymaras.
Los ″artistas″ de esta película son todos chipayas. Mientras los bolivianos no han producido
todavía un solo artista cinematográfico, los chipayas ″primitivos″ ya tienen varios.
20. Gustavo Adolfo Otero. Figura y Carácter del Indio. Barcelona. Editorial Helios, 1935. Pág. 48.
21. Ministerio de Hacienda y Estadística. Dirección General de Estadística y Censos. Resultados
generales del censo de población de la República de Bolivia, levantado el 5 de septiembre de 1950. La Paz,
1951. Págs. 28-30.
22. Nosotros rechazamos la denominación de ″selvícola″, porque además de no corresponder a un
criterio científico, es sinónima de ″salvaje″ en la terminología oficial boliviana, que considera
salvajes a todos los que no son bolivianos o ″blancos″.
23. El escritor norteamericano Corliss Lamont nos explica cómo se ha resuelto este problema en
la Unión Soviética: ″Los Soviets han insistido en dar a estos pueblos (a los pueblos de la U.R.S.S.)
sus nombres exactos y esto ha tenido como resultado que en la mayor parte de los casos se les
aplique designaciones nuevas. En algunos casos, los nombres antiguos eran francamente
insultantes, como en lo que respecta a los neutsis que antes eran llamados samoyedos, que
significa ″gentes que se devoran unas a otras″. Por lo común, el nombre correcto para cada grupo,
como en el caso de los netsis, es simplemente la palabra nativa para ″hombres″ o ″pueblo″ (Los
pueblos de la Unión Sociética. Buenos Aires, 1947).
Hace más de un siglo d'Orbigny clasificó y denominó a los pueblos indígenas de Bolivia con este
mismo criterio. Pero todavía hoy los ″científicos″ bolivianos les siguen dando nombres
insultantes y ridículos, como ″guatoses″, ″chulupis″, etc. Creemos, sin embargo, que el problema
de la denominación correcta de los pueblos de Bolivia sólo podrá solucionarse definitivamente en
el régimen socialista, cuando se haya puesto fin a la política de opresión nascional y colonial.
24. V. Lenín. Obras Escogidas. Ediciones en Lenguas Extranjeras. Moscú, 1941. Tomo II. Pág. 241.
105

25. Véase Apéndice No. 5: ″Esbozo para una historia de las luchas agrarionacionales de Bolivia″.
En la presente Tesis y en los apéndices hacen también numerosas referencias a este problema.
26. ″El Estado nacional es regla y 'norma' del capitalismo; el Estado abigarrado en sentido
nacional es atraso o excepción″. V. Lenin. Obras Escogidas. Ediciones en Lenguas Extranjeras.
Moscú 1941. Tomo II. Pág. 245.
27. Oficina Internacional del Trabajo. Poblaciones Indígenas. Ginebra, 1953. Págs. 31, 32 y 33.
28. Véase el Mapa de Lenguas Indígenas de Bolivia de la Monografía Estadística de Bolivia de Mario
Arze Vargas. La Paz, 1945.
29. A. d'Orbigny. El Hombre Americano, Pág. 165.
30. A. d'Orbigny, El Hombre Americano. Págs. 168-9.
31. Mario Arce Vargas. Monografía Estadística Indígena de Bolivia. La Paz, 1954.
32. Gustavo Adolfo Otero. Figura y Carácter del Indio. Editorial Helios, Barcelona, 1935 (?). Págs.
52-4.
33. En un latifundio de la provincia de Ayopaya tuvimos la oportunidad de estudiar en 1953 el
sistema de convivencia de quechuas, aymaras y mosetenes. El sindicato campesino que había
tomado a su cargo la administración del latifundio estaba formado por aymaras y quechuas
exclusivamente, que en las reuniones empleaban sus respectivos idiomas, entondidos por todos.
También se empleaba el idioma castellano. Los latifundistas trataron de romper la unidad
sindical inventando intrigas contra los aymaras que tenían la mayoría en la directiva, pero sus
intentos fueron desenmascarados y derrotados.
34. J. Estalin EL problema nacional y colonial. Editorial Lautaro. Buenos Aires, 1946. Pág. 12.
35. Corliss Lamont en su libro Los pueblos de la Unión Soviética (Editorial CLARIDAD. Buenos aires
1947), nos ilustra sobre la forma en que en dicho país se ha solucionado el problema de las
minorías nacionales: ″Muchas de las minorías que se hallan dentro de otras minorías están
organizadas en soviet especiales, por aldeas o pequeña región. Así, por ejemplo, la república rusa
además de las principales subdivisiones, tiene más de 150 regiones nacionales y más de 3.000
soviet nacionales de aldea. En la Ucrania hay igualmente un gran número de regiones nacionales
y soviet de aldea, establecidos sobre una base étnica, incluso grandes rusos, bielorrusos,
moldavios, griegos, judíos, búlgaros, checos y polacos. Estos soviet nacionales de aldea y de
región no se hallan representados como tales en el soviet de las nacionalidades o ningún otro
cuerpo legislativo. Dentro de los límites de este mundo soviético, hay 177 razas, nacionalidades y
tribus distintas que hablan unos 125 lenguajes y dialectos diferentes y practican nada menos que
40 religiones distintas. Sólo 95 de estos grupos, sin embargo, alcanzan una cifra superior a 10.000
y éstos no constituyen más que una pequeña fracción del total de la población soviética, 202
millones, tal como fue calculada en julio de 1941. 44 son mencionados oficialmente en la
constitución soviética y 54 tienen sus propios territorios autónomos de una u otra espacie″.
Véase, además, nuestro Apéndice No. 6 ″La Unión Soviética, Estado Socialista federativo
multinacional″.
36. A. d'Orbigny. El Hombre Americano. Pág. 181
37. Véase Mario Arce Vargas. Ob. Cit.
38. A. D'Orbigny El Hombre Americano. Pág. 190.
39. A. D'Orbigny El hombre Americano. Pág. 190.
40. A. d'Orbigny. El Hombre Americano. Pág. 367.
41. A. d'Orbigny. El Hombre Americano. Pág. 402.
42. Véase el merituado libro Etnografía Chiriguana (La Paz, 1951) de Bernardino de Nino, obra
maestra, no obstante su carácter religioso, de consulta indispensable para el estudio de este
pueblo.
43. A. d'Orbigny. El Hombre Americano, pág. 404.
44. A. d'Orbigny. El Hombre Americano. Pág. 384.
106

45. Con respecto a los tobas, cabe decir que no son una sola tribu, sino varias. Bernardino de Nino
expresa que ″en la guerra de 1875, todos los chiriguanos de Cuevo-Ibo y Hancaya, unidos a los
alevosos tobas y guiados por el gran cacique Carone, que perdió la vida en el torrente de Baecua,
frente al pueblo de Igüembé, se levantaron como un solo hombre para anonadar a todos los
blancos de la comarca... En estas críticas circunstancias, el intrépido Subprefecto de la Provincia
de Azero, D. Antonio Menduiña, con los nacionales de Monteagudo, San Juan del Piray, Huacareta
e Ingre, voló a la región Igüembé y con dicha gente derrotó a la innumerable y feroz hueste,
reduciéndola enseguida a la impotencia con la matanza de Caipipendi. Cuevo pertenecía por ley
desde mucho antes de la Independencia y perteneció también, desde la derrota de los bárbaros
por derecho de conquista, al Departamento de Chuquisaca, pero la representación cruceña ha
reclamado constantemente la región de Cuevo e Ibo como parte integrante del territorio de Santa
Cruz″.
46. A. d'Orbigny. El Hombre Americano. Pág. 298.
47. A. d'Orbigny. El Hombre Americano. Pág. 297
48. A. d'Orbigny. El Hombre Americano. Pág. 315
49. A. d'Orbigny. Viaje a la América Meridional. Editorial Futuro. Buenos Aires, 1945. Tomo III. Pág.
1153. La frase final que en el original aparece en forma de cita, debe decir: ″Humboldt. Relación
Histórica, T. VIII p. 65, aprueba este sistema introducido por los jesuitas″.
50. A. d'Orbigny. El Hombre Americano. Pág. 315.
51. José Esteban Grandona en su ″Descripción Sinóptica de la Provincia de Chiquitos. 1833″
(Revista Universidad San Francisco Xavier. Enero-diciembre 1942. Tomo XI Nos. 27 y 28. Sucre.
Bolivia, expresa: ″No desconfían nada los chiquitos de los que estudian y aprenden a leer y
escribir y por consiguiente a hablar en castellano. En lo general no saben este idioma, ni lo
hablan; pero todos lo entienden y se esfuerzan a decir en él las cosas más necesarias y usuales.
Sin embargo, hay algunos viejos de aquellos aún que fueron enseñados por los jesuitas y uno que
otro joven de los que han hecho algún viaje fuera de la provincia que hablan, leen y escriben
regularmente y traducen del uno al otro idioma con mucha precisión. En la lengua del país hay
mayor número de individuos que saben leer y escribir, cosa que se enseñan entre ellos y que
hacen con bastante expedición y facilidad, por ser la lengua chiquita muy rica en vocablos″ (Pág.
298) [...] el único camino seguro para la liquidación del analfabetismo en nuestro país -añade
Ovando en esta cita- es el empleo de los idiomas nacionales [...] ″Se enseñan entre ellos a leer y
escribir en la lengua del país″. ¡Qué grandioso programa educativo encierra este concepto! ¡Qué
poderosa palanca para levantar hacia el progreso y la libertad a todas las nacionalidades de
nuestra patria!
52. A. D'Orbigny. EL Hombre Americano. Pág. 316.
53. A. D'Orbigny. Viaje a la América Meridional. Tomo IV. Pág. 1446.
54. A. d'Orbigny. El Hombre Americano. Pág. 349
55. A. d'Orbigny. El Hombre Americano. Pág. 209.
56. Idem. Págs. 397-8.
57. Idem. Pág. 361.
107

El naturalista Alcide Dessalines


d’Orbigny
Martín Cárdenas

1 Alcide Dessalines d’Orbigny nació en Coueron, Francia, el año de 1802. Su padre fue un
médico amante de la Historia Natural. Su formación científica la hizo en el famoso
Museo de Historia Natural de París que, aún ahora, imparte enseñanza del rango
universitario en determinadas especialidades. Fue más zoólogo y geólogo que botánico,
aunque en esos tiempos los naturalistas no eran muy especializados y los dominios de
las Ciencias Naturales, sobre todo en la Sistemática Animal y Vegetal, no eran tan
extensos como hoy. Desde muy joven se destacó por su capacidad y preparación
haciéndose acreedor a la estimación y trato de los grandes naturalistas de entonces
como Alexander Humboldt, Georges Cuvier, Brogniart, Blainville y otros.
2 En noviembre de 1825, cuando apenas contaba 23 años, el Museo de Historia Natural le
confió la misión de explorar y estudiar la geología, la fauna, la flora y las razas humanas
de la parte meridional de la América del Sur. Se embarcó en Brest el 29 de julio de 1826,
se detuvo en Tenerife, Río de Janeiro y Montevideo, para llegar luego a Buenos Aires. De
la Argentina pasó a Chile y después al Perú y Bolivia. Se ha dicho que fue para la
porción meridional de Sud América lo que fue Humboldt para los países equinocciales
del mismo Continente. Fue un minucioso observador que no dejó de anotar lo que era
necesario conservar para sus futuras publicaciones ni mostró negligencia para
coleccionar las muestras más salientes de minerales, fósiles, plantas, animales y
vestimentas o artefactos humanos dentro de las posibilidades de transporte que tuvo a
su disposición. Fue un viajero infatigable que recorrió distancias que aún ahora serían
enormes para una sola vida con un coraje y una resignación admirables. Su fino trato le
creó por todas partes el afecto de cuantos le conocieron. Fue rodeado de las mayores
atenciones y se le prestó toda la colaboración de la que era necesario rodearle. Por el
espacio de ocho años vivió en contacto de la naturaleza más atrayente y exótica en los
lugares más alejados y pintorescos del Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Perú y Bolivia.
En ninguno de los otros países permaneció tanto tiempo como en Bolivia, donde dejó
muy gratos recuerdos y donde recibió una valiosa ayuda del Gobierno y de los buenos
habitantes que halló a su paso. Permaneció en Bolivia por más de tres años atraído
108

seguramente por su naturaleza tan variada e interesante a través de sus cordilleras


majestuosas, sus valles risueños y sus selvas impenetrables.
3 Las colecciones acopiadas por este sabio naturalista comprendieron 160 Mamíferos, 860
Aves, 115 Reptiles, 166 Peces, 980 Moluscos, 5.000 Insectos y Crustáceos y 3.000 plantas
herborizadas. Había cubierto 3.100 km de Norte a Sud y 3.600 de Este a Oeste.
4 El 14 de abril de 1830, y después de haber recorrido Argentina y Chile, d’Orbigny tocó el
Puerto de Cobija sobre las costas bolivianas. Luego continuó por mar en dirección de
Arica donde arribó el 20 del mismo mes. De Arica entró a Tacna. El 19 de mayo dejó
Tacna para ascender los Andes en dirección de La Paz pasando por el Tacora. El 29 de
mayo llegó a La Paz comenzando a admirar la Quebrada en la que está levantada esta
ciudad grande como la más extraordinaria del mundo al evocar su pasado geológico.
Permaneció en La Paz hasta el 17 de julio, día en el que inició su entrada a los Yungas
por el viejo camino del Taquesi. El 30 de agosto dejó Irupana en dirección de Circuata
pasando el Miguilla. El 7 de septiembre arribó a Suri, para luego continuar a Charapaxi
y llegar a Inquisivi el 14 de septiembre. Pasando sucesivamente por Cavari, Machaea, en
la Provincia de Sicasica, entró a la Provincia de Ayopaya visitando primero
Machacamarca, el antiguo Mayorazgo del Marqués de Montemira. Permaneció en Palca
(Independencia) hasta el 21 de septiembre en camino a Santa Rosa. El 22 de septiembre
arribó a Morochata. Al día siguiente, y sobrecogido por la imponencia de los Andes en
el Paso del Tunari, entraba d’Orbigny a Cochabamba, pasando de largo por Quillacollo.
Permaneció en Cocha-bamba cerca de un mes rodeado de las mayores atenciones por
parte del Prefecto Miguel María de Aguirre, el Rector Dr. Torrico y la Sociedad
cochabambina en general. Estando en Cochabamba, también recibió una conceptuosa
carta del Presidente Santa Cruz, en la que entre otras cosas le decía: ″Entonces se
podrán tomar algunas medidas en obsequio de su comodidad y se le hará acompañar
con un oficial del ejército y un par de jóvenes del país, para que le hagan compañía en
las soledades a donde se dirige. Si a más de esto necesita Ud. algunos auxilios
pecuniarios o de otro género para concluir su empresa, puede Ud. indicármelo, seguro
de que el Gobierno de Bolivia tiene la mejor disposición para prestarse a tan útiles
objetos...″.
5 Después de una permanencia de cerca de un mes, d’Orbigny dejó Cochabamba en viaje a
Santa Cruz el 21 de octubre de 1830. Al referirse a la indiferencia de los arrieros sobre la
exactitud del día de partida, dice como ahora se puede decir todavía con más énfasis:
″La partida es siempre algo muy difícil en América. Se diría que los habitantes nunca
están apresurados, y el europeo sufre constantemente a este respecto″. Pasó por Cliza,
Punata, Arani, Mizque, Chilón, Pulquina, Tasajos, Pampa Grande, Samaipata, y después
de un largo y penoso viaje llegó a Santa Cruz el 17 de noviembre de 1830. De Santa Cruz,
después de dos salidas y regreso, continuó en dirección de las misiones de la Provincia
de Chiquitos, visitando San Javier, Concepción, San Miguel, Santa Ana, San Ignacio, San
Rafael, San José, Santiago, Santo Corazón de Jesús y San Juan Bautista. El 19 de octubre
de 1831, después de cerca de cinco meses de estudio de las poblaciones existentes en
aquellas misiones, regresó todavía a las misiones del Centro y Oeste de la Provincia de
Chiquitos. Luego se dirigió al país de los Guarayos, saliendo de San Javier el 19 de
diciembre. Después de una permanencia de varios días entre los Guarayos, se embarcó
en el río San Miguel para llegar en Febrero de 1832 a la Misión de Carmen de Mojos.
Después, visitó la Misión de la Purísima Concepción de Baures y la de Santa Magdalena
de Mojos. Ya en marzo estuvo en la aldea de San Ramón y en la Misión de San Joaquín.
109

Siempre en marzo, navegó el río Iténez, pasando por el Forte do Principe de Beira,
hasta descansar después en las aguas del Mamoré. Al comenzar a ascender este gran
río, descubrió la hermosa palmera con raíces zancos que fue bautizada con el nombre
de Iriartea Orbignyana por Martius. El 1 de abril de 1832, llegó a Misión de Exaltación de
La Cruz. Prosiguiendo el viaje pasó por las Misiones de Santa Ana de Mojos, San Pedro y
San Francisco Javier. El 22 de abril entró por al río Ivari a la Misión de Trinidad de
Mojos, hoy capital del Beni. En mayo, visitó la Misión de Loreto, y siempre remontando
el Mamoré encontró la desembocadura del río Chapare. Navegó los ríos Chapare y Coni
y permaneció algún tiempo entre los Yuracarés. Salió de las Tierras de los Yuracarés
por tierra atravesando un camino terriblermente difícil por los Yungas de La Palma, el
Río San Mateo, Yurajmayu, Río Ronco, Colomi y Cochabamba. Desde Cochabamba inició
su espectacular viaje a través de comarcas desconocidas para buscar un nuevo camino a
Mojos, impresionado por las condiciones tan intransitables del camino que acababa de
hacer para salir de Mojos. Salió de Cochabamba el 2 de junio de 1832 por Tiquipaya
acompañado por un religioso franciscano, el señor Tudela, que debía recibir las
instrucciones para la apertura del nuevo camino; el mestizo Amito, que hablaba
yuracaré, y varios mozos. Este viaje fue muy penoso a través de barrancos
infranqueables y torrentes fuertes. Encontró después del pequeño rancherío de
Tutulima, el río Altamachi y luego varios ríos desconocidos a los que puso los nombres
del río del Mal Paso, río de las Peñas y río del Oro. En este último halló una pepita de
oro y recalcó la riqueza que contenía. El 18 de julio llegó nuevamente a los dominios de
los Yuracarés con la ayuda de los cuales hizo construir una gran canoa de un secular
árbol de unos 8 metros de circunferencia, y distante un cuarto de legua río Moleto, que
luego bajó hasta su encuentro con el Icho para formar el río Sicuri que hoy debe
llamarse d’Orbigny. A este punto llegó el 1 de agosto. Finalmente, el 11 de agosto
entraba en el gran Mamoré a los 42 días de su salida por Cochabamba y después de
haber atravesado sin camino las partes más inaccesibles de la cordillera y ríos
tormentosos, saltando de roca en roca, colgándose por lianas para vencer diversos
accidentes, herido una vez con golpe de hacha en su rodilla, con el otro pie lucsado,
hasta llegar a poblaciones de los Yuracarés, casi sin calzado y con los pies hinchados en
compañía de su gente totalmente desmoralizada. Al encontrar la salida al Mamoré
había resuelto el problema de un mejor camino a Mojos, que infelizmente no se
construyó. D’Orbigny creyó que con esta penosa expedición y el rumbeo de una nueva y
mejor entrada al Beni, había retribuido en parte la ayuda que el Gobierno de Bolivia le
prestaba.
6 Ya con nostalgia de su patria, d’Orbigny quería salir de Mojos, y así, el 15 de agosto dejó
Trinidad dirigiéndose por tierra a Loreto para embarcarse de arribada en el Mamoré
con dirección a Santa Cruz, donde llegó en diciembre. El 17 de diciembre salió de Santa
Cruz por el mismo camino que siguiera desde Cochabamba, dos años antes, llegando en
seis días a Samaipata debido a la estación lluviosa. En Samaipata visitó lo que hoy se
llama ″El Fuerte″ o cerro esculpido del tiempo de los incas que d’Orbigny describe
detalladamente admirando su conservación perfecta después de tres o cuatro siglos,
conservación que ha sido mellada en los últimos años por los obreros de la construcción
del camino asfaltado a Santa Cruz, quienes han grabado sus anónimos nombres en los
blandos asperones que resistieron la intemperie secular para mostrarnos esa grandiosa
obra incaica que no hemos sido capaces de respetar ni menos conservarla a pesar de
haber sido declarada irónicamente ″Monumento Nacional″. Salió d’Orbigny de
Samaipata el 25 de noviembre de 1832 y llegó el mismo día a la ciudad de Jesús de Valle
110

Grande después de trasmontar las tres cuestas de Samaipata, Limón y San Blas. El 5 de
diciembre continuó hacia Río Grande por Pucará, y después de vadear este río subió por
Pampa Ruiz, Nuevo Mundo y Pezcado (Villa Serrano) en dirección de Tomina. De
Tomina prosiguió a Tarabuco por Tacopaya y luego a Yamparáez, para llegar
finalmente a la capital de Bolivia, Chuquisaca o Sucre, donde permaneció más de dos
meses. En Sucre tenía que verlo al Presidente Santa Cruz, que había partido para Cobija,
y así lo esperó allí. De Sucre salió el 10 de marzo de 1833 guiado por el médico francés
Torally, a quien conoció en esta ciudad, con destino a Potosí. Llegó a Potosí el 15 de
marzo, y después de varios días de visita a este fabuloso distrito minero continuó el 28
de marzo en dirección de Oruro por Yocalla, Tola Palca, Villca Pugio, Cóndor Apacheta,
Venta y Medio y Sora Sora. Del 5 al 13 de abril, d’Orbigny viajó a Carangas para hacer
un reconocimiento de su geología y estudiar su flora, fauna y poblaciones nativas. El 15
de abril tomó el camino a La Paz pasando Caracollo, Sicasica, Calamarca y Viacha. Del 4
al 13 de junio se dedicó a visitar Tihuanacu y el lago Chucuito (Titicaca Menor). No pudo
entrar a la Isla de Titicaca o Isla del Sol, porque se sintió postrado con una residiva [sic]
de las fiebres intermitentes que le afligieron en Mojos y Chiquitos. Después de este
viaje, regresó a La Paz para salir luego definitivamente de Bolivia por Tacna y Arica. Se
embarcó en Valparaíso para Europa, el 25 de julio de 1833 a bordo del Philantrope de
Burdeos. Antes de dejar Bolivia, d’Orbigny escribía lo siguiente: ″Abondoné Bolivia
después de haberla recorrido en todos sentidos durante rúas de tres años. Traía de esta
hermosa y rica parte del continente americano no solamente una inmensa cantidad de
materiales de todas clases, indicados para hacerla conocer desde diferentes puntos de
vista, sino también el más vivo reconocimiento hacia su Gobierno y hacia sus
habitantes, de los cuales no había recibido más que favores y las pruebas más delicadas
de estima y hospitalidad″. En efecto, d’Orbigny, más que ningún explorador extranjero
o boliviano, ha recorrido en más de tres años todo lo más bello, rico y peligrosamente
inaccesible de nuestro accidentado territorio, porque debe recordarse también que
exploró detenidamente la Provincia de Caupolicán. Su itinerario de viaje es pues el más
vasto conocido, y la información geográfica que ha llegado al Mundo y a Bolivia
continúa siendo una fuente inagotable de datos verídicos sobre nuestra realidad física y
humana, aunque la obra fundamental de d’Orbigny para Bolivia, Voyage dans l’Amérique
Meridional, a pesar de existir también traducida al castellano, casi no figura en nuestras
bibliotecas y así la gente corriente y aun la intelectual, sigue atribuyendo al naturalista
francés todo género de dichos exagerados sobre nuestra riqueza. D’Orbigny ha sido uno
de los pocos exploradores científicos, que no ha denigrado a nuestro país, aunque
hubiesen existido razones justificadas para hacerlo, y más que exagerar nuestras
riquezas lo que más admiró fue la belleza de muchos parajes que tuvo la dicha de
visitar. En el libro Bolivie del Ing. Breson, hay la siguiente frase de d’Orbigny transcrita:
″Si la tradition a perdu, la memoire de lieu ou a eté placé, le Paradis, le voyageur qui
parcour la Bolivie, peut s’exclamer: c’est ici le Eden Perdu″.
7 Por el itinerario de los viajes de d’Orbigny en Bolivia, que resumimos más arriba, puede
colegirse que si bien él no era botánico, como explorador naturalista, recogió bastantes
plantas que en su mayoría tenían que ser naturalmente especies nuevas. Basta recordar
el gran número de plantas dedicadas a él, como Orbignia phalerata de Martius o Palmera
Cusi, Iriatea Orbigniana Mart, Solanum boliviense Dun, etc.
8 D’Orbigny al igual que Haenke, descubrió algunas plantas notables que por falta de una
publicidad oportuna o un estudio más detenido son atribuidas en su primer encuentro a
111

otras personas. Así, por ejemplo, lo que hoy es la Puya Raymondi Harms es atribuida al
naturalista italiano Raimondi en su descubrimiento porque éste la publicó sin diagnosis
latina por primera vez [en] el ″El Perú″, Tomo I, en 1874, bajo el nombre de Pourretia
gigantesa. Sin embargo, cuando uno lee en Voyage dans l’Amérique Meridional, que
seguramente ha pasado desapercibido para Raimondi y otros la siguiente relación, se da
cuenta que d’Orbigny vio ya la Puya Raimondi en Bolivia el 24 de octubre de 1830, es
decir varios años antes de que Raimondi en el Perú: ″Las colinas están cubiertas de
rebaños de ovejas, y las orillas de los lagos de vacunos. Busqué en vano algunos árboles
cuando a lo lejos creí ver una palmera de tronco esbelto. Estaba tanto más asombrado
cuanto esas hermosas plantas no crecen en las regiones elevadas. Me acerqué y
reconocí una magnífica especie de agave. Su tronco delgado de dos a tres metros de alto
estaba coronado de un conjunto de numerosas hojas largas y puntiagudas, y formando
una bola de aspecto muy pintoresco″. No cabe la menor duda de que d’Orbigny estuvo
frente a un ejemplar de la Puya Raimondi sin flores. Nosotros hemos visto hacen unos
dos meses en esas mismas regiones de las Lagunas de Vacas una pendiente cordillerana
con centenares de ejemplares de Puya Raimondi con sus hojas formando ″bolas
pintorescas″, como indica d’Orbigny.
9 A propósito de este descubrimiento de d’Orbigny, que hasta ahora nadie lo ha
publicado, queremos puntualizar otro hecho que se relaciona con el descubrimiento de
la hermosa Begonia Veitchii Hook. f., que por la literatura conocida hasta ahora se debió
al explorador inglés de plantas ornamentales Richard Pearce, quien habría enviado sus
tubérculos a Inglaterra en 1865 cuando viajaba por cuenta de la Casa J. Veitch & Son.
Sin embargo, cuando revisamos la ″Introducción″ a la Historia Natural de la Provincia de
Cochabamba de Tadeo Haenke, en el capítulo de las plantas medicinales encontramos,
bajo el N° 31, la siguiente referencia: ″Lo que aquí se remite es la ‘begonia anenumoides’
de hojas redondas, y la única especie que fuera de las montañas de los Andes se hallan
en este reyno, a las faldas de la misma cordillera, en un temperamento frío y áspero. Su
raíz es una papa perenne de carne jugosa y colorada, sumamente irregular y variable en
su figura con una superficie áspera y escabrosa. Su flor, hermosa y rosada, excede en
tamaño todas las conocidas de este género y se asemeja a primera vista a las de los
ranúnculos y anémones″... Como se ve, Haenke ya describió esta begonia que ha dado su
germoplasma a un gran número de variedades híbridas hoy conocidas, aunque sin las
formalidades que rigen las reglas de la nomenclatura botánica. Haenke, un latinista más
eximio que Hooker hijo, habría escrito una magnífica descripción latina para su
publicación. Hooker hijo, al describir Begonia Veitchii en 1868, dedicada a la Firma
Veitchii, no conocía, pues, la Historia Natural de la Provincia de Cochabamba, escrita por
Haenke en 1798, porque así no habría hecho sino revalidar el nombre propuesto por
Haenke. Con todo, dejamos demostrado que Tadeo Haenke es el descubridor de esta
hermosa begonia y no Pearce.
10 Como hemos dicho al principio de este artículo sobre d’Orbigny este naturalista, gran
explorador de Bolivia a pesar de no tener mucha predilección por la botánica,
coleccionó un sinnúmero de especies nuevas y estudió detenidamente las palmeras de
las que ha dejado magníficos dibujos en su pequeño manual Les Palmiers.
11 La afección de d’Orbigny por Bolivia fue muy grande, y en reconocimiento a toda la
ayuda que le prestaron el Gobierno y la sociedad, además de haber explorado y trazado
un nuevo camino de Cochabamba a Mojos por el río Sécure, decidió escribir una
Descripción Geográfica, Estadística e Histórica de Bolivia a requerimiento del Presidente José
112

Ballivián. Como D’Orbigny escribía este trabajo en francés, hizo la traducción literaria
al castellano el joven poeta boliviano D. Ricardo Bustamante, que vivía entonces en
París. Salió a luz y editado en la Librería Gide y Co. el primer tomo de la Descripción de
Bolivia abarcando la actual provincia de Caupolicán y el departamento del Beni, en 1845.
Los demás tomos no aparecieron por razones que no conocemos aunque es probable
que los gobiernos que sucedieron al del General Ballivián no proveyeron la ayuda
económica necesaria. Con todo, cabe admirar el celo por el conocimiento de nuestra
realidad geográfica, étnica y económica que mostraron los dos grandes Presidentes de
Bolivia: Santa Cruz y José Ballivián. Ningún otro mandatario hasta nuestros días se ha
dignado más prestar ninguna atención al conocimiento y publicación de nuestra
realidad geográfica, base de nuestra economía y de nuestros problemas sociales y
políticos hasta el extremo de no existir en el país una Geografía de Bolivia de la
magnitud de la Historia de Bolivia escrita por nuestro gran historiador D. Alcides
Arguedas.
113

Un francés errante en Bolivia


Guillermo Céspedes Rivera

1 Esta noche helada, en que las estrellas tiemblan con el frío del Altiplano, ojos curiosos
se han detenido ante un viejo libro. En sus 384 páginas se prendió el tiempo como en
una tela de araña. Resecas y amarillentas, tienen la somnolencia de siglos. El
pergamino, arrugado y con el perfume de las cosas antiguas, se deja acariciar
tiernamente. Internarse por ese camino de papel es emprender una aventura
alucinante, rehacer uno de los tantos viajes registrados entre sus cubiertas.
2 Impreso en la imprenta del Consejo de Indias, en el año de gracia de 1784, pasó por
todas las tormentas humanas. Resulta imposible seguir sus huellas. ¿Cómo salió de ese
taller pretencioso –prensa de madera y tipos sueltos– de la calle del Clavel, esquina de
la Reina, de la vieja capital madrileña para llegar a América? ¿Quiénes releyeron sus
páginas, a la vacilante luz de un candil, para admirar hazañas que parecen de leyenda?
3 No sé ni quiero desentrañar ese misterio. Los libros viejos tienen un embrujo único. Y
esta obra invita a la evocación. La lectura de Historia General de los Viajes o Nueva
Colección de todas las Relaciones de los que se han hecho por Mar y Tierra, y se han
publicado hasta ahora en diferentes lenguas de todas las naciones conocidas ha servido
para recordar –al descubrir el nombre de M. de la Condamine– la figura de otro francés
que estuvo en nuestra tierra, recorriéndola de un extremo al otro, trepando por cerros
y cordilleras y descendiendo, luego, por valles y llanos.
4 El tema de d’Orbigny es seductor para un periodista. ¡Con qué ansiedad habríamos
llegado hasta el viajero, a fin de entrevistarlo bajo el caldeado cielo oriental y escuchar
las impresiones del amigo de nuestro Mariscal Santa Cruz! ¡Cuántas referencias
interesantes –dignas de un buen título de primera página– y qué sugestivas notas
gráficas habría recogido el cronista al seguirlo por caminos imaginarios hasta aquellos
rincones que hoy nos parecen enterrados en un sueño!
5 M. d’Orbigny, Caballero de la Real Orden de la Legión de Honor de Francia, Oficial de la
Legión de Honor de Bolivia, miembro de las principales sociedades científicas del país,
Londres, Torino, Madrid, Moscú, Filadelfia y tantas otras más, nos habría invitado a
reposar en una hamaca. El humo de su Cayuvava habría dibujado señales extrañas en el
114

cielo inmóvil de Santa Cruz. Y así habría comenzado el relato que conocemos –
fragmentariamente– a través de ediciones agotadas –casi olvidadas– de sus libros.
6 El joven francés de 28 años tenía un corazón abierto a todos los amores. Y así se
apasionó por Bolivia sin conocerla. Era una tierra turbulenta que se hizo república
antes de tiempo. Un fruto arrancado cuando aún no había llegado el momento de su
madurez. D’Orbigny venía de un mundo envejecido y cansado. En Francia reinaba
Carlos X que daría paso a Luis Felipe y la República, la Segunda República y más tarde al
Imperio.
7 D’Orbigny traía en sus pupilas el cansancio de una civilización sometida a mil pruebas.
Soñó con nuestro continente como se sueña, a veces, con lo imposible. Sus sueños se
hicieron realidad sobrepasando a cuanto había visto en el mundo de la fantasía.
8 Vivió tres años entre nosotros. Recorrió el país con la fe de un peregrino que no se
cansa de ver a Dios en todas las cosas descubiertas al paso. Llegó a las cumbres. Se
deslumbró con el fuego de las nieves eternas que arden en el crepúsculo, cuando se
citan las almas para confesarse. Descendió al valle. Se perdió en los caminos que traga
la selva. Cruzó ríos tan grandes como el mar y que ruedan por una eternidad repitiendo
la misma canción. Estuvo en las pequeñas ciudades de ese tiempo compartiendo las
mismas penas y alegrías de su gente. Asomó los ojos curiosos a la vida sencilla y
miserable de los salvajes. Observó junto a las hogueras la danza turbadora del fuego, y
su espíritu civilizado creyó interpretar el lenguaje diabólico de los tam tams de la
jungla. Sufrió con las penas nuestras. Y floreció su entusiasmo con las humildes
emociones de aquella república nacida al golpear el primer cuarto de siglo.
9 Ocho años duró el peregrinaje de d’Orbigny por América. Fueron los de mayor dicha en
su vida. Su ansia de viajero y poeta, espíritu inquieto abierto a toda suerte de ilusiones,
lo condujo por los mil puertos y ciudades de un mundo nuevo que perdía su leyenda
negra. Dejaba de ser la tierra inverosímil para convertirse en algo real.
10 D’Orbigny pensó que no le alcanzarían las fuerzas para llevar a buen término la misión
que le había confiado el gobierno francés. En otros tiempos el Rey de Francia –unido al
monarca de Suecia– había decidido también el viaje de varios sabios a América –entre
ellos la Condamine– para aclarar definitivamente algo que aún continuaba en el mundo
de las discusiones: la medida de la Tierra.
11 D’Orbigny había leído mucho, y en su recorrido por estas tierras tan seductoras sonreía
pensando en el buen Herodoto, quien creía que la Tierra era absolutamente plana. Para
los chinos era cuadrada y el cielo redondo. Otros la veían como una columna o un
tambor, una barca o un disco. Se calculaba que la circunferencia terrestre era de
400.000 estadios, mientras que Erastótenes la reducía a 252.000. En medio de esa danza
de toesas y varas, de pies y pasos, los sabios discutían sin reposo. Varios franceses
atravesaron medio mundo para efectuar sus mediciones en tierras peruanas.
12 Con ese mismo afán de otros compatriotas, llegados un siglo antes a América, d’Orbigny
emprendió la más grande de las aventuras. Su deseo de conocerlo todo, de pasear la
vista por paisajes nuevos, se impuso sobre sus vacilaciones. Salía de la agobiante
penumbra de un continente fatigado para reposar, finalmente, en tierras nuevas, donde
todo parecía distinto y en donde el corazón de la gente aún no estaba roído por las
pasiones del Viejo Mundo.
13 Seguir los pasos de d’Orbigny en su peregrinaje boliviano es lo mismo que admirar una
película en colores. En su descripción se apaga, frecuentemente, la voz del sabio. Da
115

paso a la emoción del poeta, especialmente cuando evoca Santa Cruz o relata las
impresiones recogidas en plena selva.
14 Desde el 29 de julio de 1826 –cuando se embarcó en una fragata del gobierno francés–
hasta su regreso en 1843, ¡cuántos recuerdos no prendió en sus libros de apuntes y
cuántas horas emocionantes no se marcaron en su existencia! Ocho años estuvo ausente
de su patria. Volvió a ella con un cargamento pesado de experiencias y 500 dibujos que
perdían la frialdad del apunte científico para convertirse en verdaderas alegorías de un
mundo desconocido para la mayoría de los europeos.
15 Decía el inolvidable periodista Fabián Vaca Chávez que d’Orbigny halló en Bolivia más
de lo que había deseado. Encontró paz, esa incomparable paz interior que difícilmente
conquistamos cuando los molinos del tiempo nos muelen sin descanso. El gobierno
boliviano, pese a la vacilación de los primeros años, le prestó su mayor colaboración. El
″gringo″ era un gallardo mozo. Sus 28 años se robaban el afecto de todos. La gente le
abrió, de par en par y sin reservas, sus puertas. Y lo dice, con una sonrisa, Vaca Chávez
–si hemos de creer en las crónicas que se repiten en el dulce tono de las confidencias–
que d’Orbigny encontró también el amor en esta tierra.
16 ¿Cómo habría podido vencer la tentación, que no se hubiese dejado vencer por una
mirada bañada por luz de estrellas o la sonrisa hecha de promesas de una mujer
boliviana? La mirada serena de d’Orbigny, cargada de recuerdos patrios, de la tierra
lejana donde dejó –seguramente– algo de su corazón, reflejaba una gran sinceridad. No
podemos decir nada del romanticismo de su vida: si al embarcarse en Brest su vida
estaba ya encadenada o no. Lo único cierto es que se enamoró en Bolivia. La flor,
empero, no llegó a ser fruto.
17 D’Orbigny amó sinceramente a nuestro país. Este afecto se hizo patente en todas las
oportunidades. Junto a él trabajaba uno de los más grandes poetas de Bolivia, Ricardo
Bustamante, quien cantó con más belleza que nadie las emociones del alma, fue uno de
sus compañeros predilectos. A él se le debe la traducción del primer volumen de su
Descripción geográfica, histórica y estadística de Bolivia. Bustamante debió emocionarse,
como nadie, con las evocaciones de d’Orbigny que aparecían bajo el cielo parisino.
18 En su libro dedicado al General José Ballivián está el relato de todo su recorrido
boliviano. Se hizo una reimpresión, creo, pero todo se redujo a un gesto de buena
voluntad puesto que ella quedó trunca. De esas pocas páginas –como el perfume de una
flor ya envejecida– surgen algunos párrafos para ofrecerlos al lector.
19 1826. Bolivia acaba de dar los primeros pasos en el mundo de los pueblos libres. Es un
país que trata de encontrar su destino. Después de una larga lucha por lograr la
independencia ha conquistado la libertad. Empieza la infancia en medio de peligros.
Vacila. Se enreda en los primeros problemas que asoman en su camino. Es una nación
virgen que llega a la vida con todas las esperanzas y sueños del recién nacido.
20 Para los europeos, tiene el encanto de lo misterioso. Nadie podría decir, con exactitud,
lo que es Bolivia en esos momentos. Para muchos extranjeros, América es sólo aquella
república con un nombre sonoro: Argentina. Y si al comenzar el siglo XX una adorable
ignorancia por las cosas de nuestro mundo hacía confundir Río de Janeiro con Buenos
Aires, ¿qué podía esperarse en aquellos años, cuando la historia se escribía con
recuerdos personales y la geografía se dibujaba con los más bellos colores de la
fantasía?
116

21 D’Orbigny llegó a la ciudad de La Paz después de los vientos de anarquía desatados en


tierras argentinas y chilenas. El viajero apareció por Cobija, dulce nombre que nos
evoca el mar perdido. En esos tiempos, cualquier viaje constituía una hazaña. Sin
caminos ni vehículos cómodos, el hombre que se aventuraba por las entrañas de
América debía tener bien templados los nervios y una resistencia de acero. D’Orbigny
descubrió las montañas más altas. Trepó por las serranías que años atrás fueron
escenario de luchas singulares. Luego descendió a la altiplanicie.
22 Los valles se sucedían con aplastante belleza. A veces, le parecía encontrar los mismos
paisajes de su lejana Francia. Como en el mar, el horizonte seguía un viaje interminable.
El sabio –le faltaba la barba florida y la espalda encorvada– se detuvo junto a las aguas
del Lago Sagrado. Mientras surgía, más fuerte que nunca, el legendario pasado,
aparecían en guardia impasible los picos nevados del Illimani, en tanto que el Huayna
Potosí seguía esperando el regreso de sus vientos desbocados.
23 La caminata continuó a través del silencioso y vasto altiplano. En cada piedra, en cada
rincón, encontraba un motivo de admiración. Ya a cuatro mil varas sobre el nivel del
mar –así lo dice en su relato– su admiración fue mayor.
24 La Paz, la aldea grande y apacible de entonces, le ofrecía un cordial refugio para sus
fatigas. La pequeña ciudad yacía en un regazo de montañas. Todo era sencillo y limpio.
La población vivía ajena a las grandes inquietudes. Nada turbaba su calma. La existencia
de los paceños se deslizaba serena y despreocupada. Algunos extranjeros, adaptados ya
al ambiente, contribuían al desarrollo de la pequeña villa. D’Orbigny repuso aquí sus
energías. E hizo entrega al gobierno de las cartas de presentación que ratificarían su
misión oficial.
25 El Mariscal Santa Cruz, hombre de mundo y de gran comprensión, supo darse cuenta
inmediata de la importancia de ese visitante que venía de tan lejos. Puso a su
disposición un oficial de ejército y dos jóvenes para que le hicieran compañía en las
soledades a donde se dirigía. Al gesto hidalgo añadió algo más: auxilios de carácter
económico. El estadista le pedía que indicara todo lo que pudiera necesitar en su
expedición. Como si esto fuese poco, d’Orbigny mereció el título de ciudadano
boliviano. El ″gringo″ dejaba de serlo para convertirse en otro hijo de la hospitalaria
familia suramericana.
26 Algo llamaba profundamente la atención de d’Orbigny: los Yungas. Era un enamorado
de Río de Janeiro. La obsesión le perseguía en todo su recorrido. Cada vez se hacía más
fuerte el recuerdo de aquel puerto que puede dar cabida a todos los barcos del mundo.
Al escuchar los relatos sobre Yungas se despertó la fantasía del viajero. Pensó,
inmediatamente, en el paisaje carioca. Lo creía transportado a Bolivia.
27 ″Una vez puesto sobre la cumbre de la Cordillera Oriental –diría más tarde– me sentí
deslumbrado de tal manera por la majestad del conjunto que, desde luego, no vi sino la
extensión inmensa, sin poder darme cuenta de los detalles.
28 ″Ya no era un dilatado llano, sin nubes, como carente de vegetación activa. Todo era
aquí distinto. Por todas partes, al nivel en que me hallaba, alturas vestidas de hielo y de
nieve, más que contraste por el lado de los Yungas. Hasta 500 ó 600 varas debajo mío,
montañas tapizadas de verde terciopelo y que parecían reflejarse en un cielo
transparente y sereno.
117

29 ″A esta altura, una cenefa de nubes blancas, que representaban un vasto mar azotando
los flancos de las montañas y sobre las cuales se desprendían los picos más elevados
figurando islotes.
30 ″Cuando las nubes se entreabrían, yo descubría a una inconmensurable profundidad
debajo de esta zona, límite de la vegetación activa, el verdor azulado oscuro de las
vírgenes selvas que guarnecen por todas partes un terreno tan accidentado″.
31 Prosigue el peregrinaje. Se amontonan los nombres, gratos al oído porque tienen
resonancias musicales. Yanacachi… Chulumani… Chupi e Irupana … luego cambia de
ruta. Pasa por Sicasica y Ayopaya. Recorre Cajuata, Suri; Inquisivi, Cavari y Palca.
D’Orbigny sigue trepando montañas, llega, finalmente, a Cochabamba. Se detiene en el
valle de Cliza.
32 ″Qué singular contraste aquél con el de los riscos donde me encontraba. Era la imagen
del caos al lado de la más grande tranquilidad. Era la naturaleza triste y silenciosa en
presencia de la vida más animada. Nada puede compararse con la sensación que
produce el aspecto de esas llanuras, cubiertas de caseríos, de plantaciones y de cultivos.
Se creería ver allí la tierra prometida en el seno del desierto″.
33 Todo esto despertaba en el viajero recuerdos encendidos de panoramas vistos en otro
mundo. Se encendía así en la mente –lo confiesa– ″la imagen de la patria lejana″. Ese
verdor deslumbrante, donde los caseríos parecían nacidos junto con los maizales, le
llenaba de nostalgia. Al escuchar el habla cadenciosa de los quechuas, d’Orbigny
cerraba los ojos para adormecerse con esa musicalidad. El sabio desaparecía. Y el poeta
jugaba con esos abalorios. Surgía el verso. Nítido y prometedor como la sonrisa de una
mujer.
34 D’Orbigny no solamente contempla y admira el paisaje boliviano. Lo ve como científico
y músico. No se limita a copiar montañas, recortar perfiles, dibujar los animales
descubiertos a su paso o clasificar rocas y hacer anotaciones sobre las distintas voces
extrañas que resuenan en su recorrido. Podría decirse que es un cazador de palmeras
puesto que el capítulo que les dedica resulta superior al único estudio completo que
existía en esa época sobre la materia.
35 En su álbum, donde quedaron aprisionados la belleza y el marco alucinante de la selva
que no concluye nunca, aparecen 48 ejemplares netamente bolivianos.
36 D’Orbigny habría querido llevarse a su tierra los ejemplares encontrados en la jungla.
Se limitó a colocar entre las hojas de su cartapacio semillas, trozos de corteza, sombras
de palmeras. No pudiendo robar de su escenario natural cuanto había deslumbrado su
vista, se limitó a describir aquello en forma tan precisa que hoy, a mucha distancia de
su relato, quien no conozca la selva boliviana podrá darse cuenta –fácilmente– de lo que
encierra ese mar de esmeralda. Son tan fotográficas las imágenes captadas que ya nada
puede agregarse.
37 Pero no le atrae únicamente la botánica. D’Orbigny es un hombre de múltiples talentos.
En pequeñas cajitas –diminutos joyeles que guardará como un tesoro– llevó a Francia
más de 600 muestras de rocas. Es la historia viviente de la Tierra. Allí se descubrían
piedras con destellos de oro, pedruzcas con una larga historia y cuya voz, si pudiera
escucharse, repetiría la dramática aventura del universo a través de los siglos. Las
muestras recogidas guardaban aún el aroma del pasado. De noche en el frío silencio de
los museos dialogarían, seguramente, para contarse cosas de una época perdida en el
polvo de las estrellas.
118

38 D’Orbigny hizo un catálogo completo de las plantas de esta parte del continente.
Alguien calculaba en más de 1.600 especies debidamente clasificadas. De ellas, cerca de
cuatrocientas totalmente desconocidas para los sabios europeos. Es posible que se
hubiese repetido la historia de la Chinchona al contemplar tantas raíces retorcidas –
mandrágoras criollas–, cortezas resecas y flores que no querían desprenderse de sus
perfumes. La ciencia observó, atónita, aquella riqueza que el sabio dejaba en manos de
los estudiosos y que serviría para calmar los sufrimientos de una humanidad doliente,
desesperada de encontrar algo que mitigara sus dolores.
39 D’Orbigny no se limitó a escribir un relato minucioso o amontonar dibujos que en este
siglo de las maravillas tipográficas llenan de admiración por la precisión de sus líneas,
la belleza de sus colores y la fiel interpretación del tema. En sus libros no podía
aprisionar tantos recuerdos. Habría necesitado de numerosos volúmenes para recoger
las evocaciones de un viaje que duró tres años. Y en este empeño no habría sabido por
dónde empezar su relato. Tal vez por aquel rincón de Bolivia donde encontró, con la
dulce mirada de una mujer, el olvido para una nostalgia. D’Orbigny al llevar de nuestro
país los mayores tesoros que podía esperar la ciencia, dejó mucho en cambio: su
corazón, prisionero para siempre.
40 Larga fue la permanencia de d’Orbigny en Santa Cruz de la Sierra. Fue el descanso más
prolongado en un solo lugar. El, que iba comparando todos los paisajes, estableciendo
un parangón con los de su tierra, ¿qué rincón de Francia sería igual al que halló en
aquel momento? Bajo ese cielo que parece arder al medio día, el viajero sintió que su
corazón vacío buscaba un afecto que le hiciera olvidar tanta tristeza. En su diario
diálogo con la naturaleza, siempre grandiosa y cada vez más avasalladora, se sentía solo
y perdido en un océano donde se ahogaba con el perfume de flores exóticas y las mil
voces de la selva.
41 De aquel romance no quedó nada escrito. O si hay algo, debe estar en uno de los
rincones más ocultos donde se guardan los recuerdos íntimos. Cuando partió de Santa
Cruz, lo hizo con la seguridad de que volvería alguna vez. Posiblemente repitió en sus
juramentos, cuando dialogaban las miradas, una promesa. Pero Europa envolvió entre
sus redes de sirena al sabio. Nunca más emprendió el viaje de retorno. En Francia,
dominado por la fiebre del trabajo, obsesionado por no perder cuanto había visto y
oído, sintió cómo el tiempo iba agrisando la figura lejana. Poco a poco se fueron
borrando sus contornos. Finalmente, una sombra femenina se perdió en la niebla.
D’Orbigny contrajo matrimonio con una mujer de su mundo. Y el dulce nombre que
repetía entre sueños se esfumó lentamente. Se perdió como una piedra caída en el mar.
42 Hay una discreción única en lo que se refiere a sus evocaciones sentimentales. Pudo
haber dejado algo más que simples referencias de su permanencia en Santa Cruz. Es
cierto que en las páginas de su relato rinde el mayor homenaje a la ciudad que le brindó
no sólo el afecto de sus hijos sino también el amor de una mujer. Rodando el tiempo, los
viejos cruceños solían hablar del francesito que se enamoró perdidamente. Mientras se
plateaban los cabellos que recogieron millares de besos, una mujer volvía por los
caminos de ayer para escuchar en el silencio de las noches sembradas de estrellas y
luciérnagas, el romance de la criollita con el gringo que juró regresar y no volvió.
43 ″No he visto –repetía d’Orbigny– en otra parte de Bolivia un conjunto tan interesante
de mujeres bonitas. Es necesario crear un superlativo de superlativos″. Con estas
palabras rindió el homenaje más sincero, en todas las mujeres de Santa Cruz, a la
belleza de quien lo aprisionó sin artificios de ninguna clase.
119

44 Este fue el único oasis sentimental de d’Orbigny en Bolivia. El resto del tiempo quedó
totalmente embargado por las investigaciones. El sabio volvió a los caminos de la
ciencia. Dejó que el amor suspirase sin esperanzas.
45 Tres años para recorrer Bolivia parecen muchos en la época actual. En el pasado,
resultaba poco.
46 Algo que llama la atención es que d’Orbigny hubiese iniciado su peregrinaje por los
lugares más alejados de Bolivia. La gente conocía solamente las ciudades que tenían
contacto directo con el mundo exterior. Santa Cruz, el Beni, vivían tan lejos de nosotros
que cuanto podía decirse de esas apartadas regiones aparecía como algo inverosímil. Si
para emprender un viaje al Obraje de La Paz, la gente se despedía como si se tratara de
una partida para Europa, imaginemos lo que era pensar en los alejados rincones de la
patria.
47 Un viaje cualquiera se prolongaba largos meses. Había que vencer distancias infinitas.
Atravesar montañas, valles y llanos por caminos infernales. Todo recorrido era una
aventura, especialmente cuando las recuas fatigadas vacilaban en los desfiladeros
donde el viento amontona nieves y amenazaba precipitar al abismo a quienes se
atrevían a turbar el silencio moribundo de la cordillera. A veces, el paisaje se perdía
tras de una muralla de nubes. Los ríos desaparecían en grietas invisibles. Su curso
variaba por completo en las largas y desesperantes vigilias nocturnas.
48 Cuántas veces d’Orbigny se vio extraviado, completamente, con el camino cortado por
ríos que no figuraban en mapa alguno. O se alzaba, delante del pequeño grupo de
expedicionarios, un muro de roca que trepaba hasta el cielo. En esos minutos de
angustia, cuando ya se creía perdido todo, algo imprevisto surgía en mitad del camino.
O se abría el cielo, milagrosamente, para dejar admirar un paisaje cuyo fin no se podía
descubrir, o el río dividía su curso para facilitar el paso.
49 D’Orbigny corrigió muchísimos errores en los mapas de la época durante su largo
recorrido. La Paz aparecía, dicen, en una ubicación extraña. Había cambiado de lugar.
Los relatos de tantos viajeros que precedieron al francés colocaban a la ciudad del
Choqueyapu al revés de lo que estaba en realidad. Este fue uno de los resultados
inmediatos de la expedición. El hombre puso las cosas en su lugar y no volvió a
repetirse el yerro.
50 Infatigable, con la decisión que hace grandes a los hombres, d’Orbigny no se detenía
ante ningún obstáculo. Cuando los ríos que sólo mueren en el mar, que hacen variar el
paisaje a cada instante, se oponían a su marcha, se enfrentaba con sus bravos indios a
los árboles más imponentes de la selva. Al más rebelde lo convertía en canoa y se iba
por los ″rápidos″ en busca de otras rutas que sirviesen, al gobierno, para simplificar las
comunicaciones tan difíciles en aquella época realmente primitiva.
51 Mientras recorría los mil y un caminos de Bolivia, d’Orbigny se preocupaba de
mostrarse grato a nuestro gobierno. Recibió tantas pruebas de afecto, fue tan grande el
apoyo brindado, que él buscaba una forma de corresponder a esas atenciones.
Impresionado por la aventura que significaba llegar de un punto a otro, ensayaba
nuevos medios de unión que acortasen las distancias e hiciesen menos problemático el
viaje. En sus apuntes se destaca esa constante preocupación, y cuando informó de sus
hallazgos a las autoridades consideró que pagaba –poco a poco– lo que consideraba una
deuda con Bolivia.
120

52 ″La noche era ciertamente una de las más oscuras″, repite d’Orbigny en uno de los
capítulos de su relato, ″y su lobreguez aún parecía mayor bajo la bóveda formada por el
tupido follaje. Brillaban de distancia en distancia los fuegos de los indios acampados,
esparciendo una claridad incierta sobre los objetos que nos rodeaban y dando un
colorido mágico al silvestre recinto. A eso de las ocho, mis setenta indios entonaron en
coro sus cánticos religiosos, que en el silencio de la noche y en aquellos lugares
tomaron un carácter de tanta majestad que me sentí profundamente conmovido. Jamás
me habían parecido tan sencillos, a la par que imponentes. Su duración fue demasiado
corta para mi arrobamiento y largo tiempo después que habían cesado, aún buscaba mi
oído sus místicos acordes. Apoderóse de mi espíritu una dulce melancolía que se
armonizaba con la vaguedad de mi pensamiento y, sobre todo, con el respeto que me
inspiraba la belleza virginal de aquellos lugares.
53 ″Muy en breve, mis compañeros de viaje se entregaron al reposo. Los fuegos se
apagaron; creció la oscuridad, y el silencio majestuoso de la selva era apenas
interrumpido por el susurro de las hojas levemente agitadas en la copa de los árboles o
por el murmullo de las aguas. Sólo yo había quedado despierto, sin poder olvidar las
felices impresiones de aquellas veladas cuyo recuerdo ha venido más de una vez a
deleitar nuevamente mi espíritu″.
54 Y así, en esta forma poética –nos parece que en el relato d’Orbigny su traductor y
compañero de tareas en París (Ricardo Bustamante) hubiese dejado las huellas de su
paso– va repitiendo los detalles de la travesía por Bolivia. Es que a cada instante, cada
momento, encuentra motivos de reflexión. Al descubrir las huellas dejadas por los
franciscanos halla ruinas de fundaciones religiosas, rastro de gente que se abrió paso
armada solamente con una cruz.
55 Los indios le contaban relatos ingenuos. Iba anotando aquellas narraciones sencillas
donde el espíritu del mal se apoderaba de los débiles y cobardes o el espíritu del bien
convertía en árboles, arroyos y flores a los amantes abandonados por el destino.
56 Anotó millares de palabras de 36 vocabularios. Al vivir la misma vida, al sentirse
acosado por los mismos peligros, d’Orbigny conquistó el afecto de aquellos indios que
vivían en íntimo contacto con la naturaleza, que no necesitaban disfrazar sus
pensamientos ni escapar de la luz del sol.
57 De aquella época a la actual, ¡cuántas tribus se han perdido para siempre! Los nombres
quedan, empero, escritos para quienes volviendo los ojos a un mundo que aún no ha
sido revelado por completo ofrece todavía una mina inagotable para los investigadores.
Los datos precisos y matemáticos de d’Orbigny sobre la vida primitiva de aquella gente,
que no temía al blanco y sufrió la violencia de los conquistadores de la selva, han
servido de orientación para estudios posteriores. No hay fantasía en los juicios. Cuanto
apuntó en sus relatos no es más que la verdad.
58 Esos tres años de vida compartida con los bolivianos dejaron su huella imborrable y
toda suerte de aventuras. Un día, en uno de esos lugares que llevan nombre de santo,
donde la marcha de jesuitas y franciscanos se detuvo un instante para tentar guiar a los
salvajes, por el camino de la religión, d’Orbigny asistió a una cacería de caimanes.
59 De ayer a hoy han cambiado los sistemas, y así como el arpón lanzado mecánicamente
ha sustituido al viejo arpón que atravesaba el aire impulsado por la fuerza humana, así
también la caza de ahora es tan distinta a la que observó en aquella época el sabio
francés.
121

60 Un perro a la orilla del río, como un desafío a la bestia. Una lazada por delante. La
sencilla trampa estaba lista. El perro angustiado ante la muerte que se aproxima, se
desespera. Aúlla. Quiere romper las amarras. Se le escapan los ojos de terror. De pronto,
aparecen primeramente los ojos del caimán. Levanta el largo hocico. Pocos instantes de
observación. Una zambullida para calcular la distancia. El caimán reaparece silencioso
como una sombra. Asoma a la orilla. Se arrastra lentamente. El perro ha enmudecido.
Ya no puede rebelarse contra su destino. Tiembla. Se sacude como si una fiebre mortal
hincara sus garras en su débil cuerpo. Se empeña, vanamente, en romper el lazo que lo
aprisiona. Quiere escapar a una suerte trágica. El caimán continúa su marcha con los
ojos clavados en la víctima. La tortura tiene fin porque los indios aprietan el lazo en
torno del saurio que no atina a defenderse. Luego, los gritos triunfales de los salvajes
victoriosos.
61 Hay algo en la odisea de d’Orbigny que no se borrará nunca. Mientras su canoa se
deslizaba por las aguas del Mamoré descubrió la flor más maravillosa de todos los
tiempos y latitudes. Era aquella que los ingleses bautizaron en 1836, en Guyana, con el
nombre de Victoria Regia.
62 Largo tiempo permaneció mudo e inmóvil ante el magnífico regalo de la naturaleza.
¡Cómo no habría querido dar parte de su vida, la existencia misma, por llevar al Viejo
Mundo un ejemplar de aquella flor que se dejaba admirar y que como un afecto
arrancado del corazón, se marchitaba cuando se la quería alejar de las aguas en que
vivía! Los relatos de algunos naturalistas refieren cómo otro colega, ante el portento
que descubrían sus miradas, se arrodilló para dar gracias a Dios por esa creación.
63 El descubrimiento de la Victoria Regia deslumbró a d’Orbigny pero el tiempo que hace
pasar todas las cosas, buenas y malas, se lo llevó por otros caminos.
64 A veces, el paisaje en la selva cambiaba por completo. Los ríos se perdían entre masas
de árboles. O sus orillas desaparecían en el horizonte. Ríos que medían leguas, que
parecían pequeños mares. Ríos donde aparecían los islotes como oasis de ensueño. Ríos
de aguas claras y serenas. Ríos de aguas torrentosas que se precipitaban en cascadas
turbulentas. Ríos por los que se navegaba con tranquilidad admirable. Ríos que se
oponían a la marcha de los viajeros con la violencia de sus ondas. D’Orbigny descubrió
muchos ríos que no figuraban en mapa alguno. Rectificó el curso de algunos que
figuraban en los atlas en forma caprichosa, con un origen extraño o que desaparecían,
de pronto, sin dejar huellas.
65 Los hechos curiosos hilvanados en el relato se suceden en forma incompleta. Le basta,
sin embargo, cuatro pinceladas para trazar un cuadro. Al hablar de Moxos se refiere a
algunas costumbres que aun en esa época no dejaban de llamar la atención.
66 ″Si bajo la administración de los curas –dice– se vieron obligados los indios de
Concepción a hacer oficio de caballos tirando del carruaje en que iba el cura, si más
tarde los gobernadores españoles no se sentaban a la mesa sin mandar venir una tropa
de músicos que les divirtiesen durante la comida o no se dejaban ver por sus súbditos
sino sentados bajo un dosel, aún se tributan hoy en día muchos de esos honores
exagerados a los mandatarios de la provincia.
67 ″Cuando el Gobernador va de viaje, los administradores y curas de las misiones hacen
adornar con flores las canoas colocando en ellas un tambor para anunciar la alta
categoría del viajero. Así que se avista un puerto, suenan las cajas, y los curas y
122

administradores, seguidos de los principales magistrados de la misión, se adelantan a su


encuentro.
68 ″Monta el Gobernador a caballo, bajo un palio. Se encamina hacia el pueblo con toda su
comitiva. Le precede un indio que toca el tambor a todo galope. Repican las campanas y
sale otro grupo con acompañamiento de músicos.
69 ″Vienen los salvajes reducidos al cristianismo. Luego se presentan las jóvenes indias
con sus ofrendas de flores. La música resuena sin reposo. La comida es un desfile
interminable de viandas. La selva proporciona todo. En la noche, cuando ha comenzado
la ronda de las estrellas, prosigue la danza en torno de las hogueras. Y en tanto que en
los ″salones″ –llamemos así a los cobertizos– se baila la contradanza española, fuera los
indios siguen el ritmo endiablado de una música que parece taladrar los oídos, que
clava mil estiletes en el cerebro″.
70 En los ríos, la tormenta desata, también, una fuerte agitación. ″Las fuertes oleadas que
promueven los vientos no son los únicos peligros que acechan al viajero. Las barrancas
arenosas suelen desplomarse, de improviso, sobre las aguas arrastrando en su caída a
algunos de los gigantescos árboles que se alzan en sus orillas. La obra de siglos se
destruye en contados instantes. Si todos esos escombros caen, por casualidad, sobre la
frágil embarcación –un tronco trabajosamente ahuecado– la hacen desaparecer por
completo, pero cuando esto no basta es suficiente la sucesión de olas para que el débil
esquife se pierda por completo″.
71 Muchas de estas peripecias fueron anotadas en el relato de d’Orbigny que en larga
travesía vio asomar, muchas veces, las manos duras de la muerte que se detuvo
asombrada ante la audacia de quien no vacilaba en abrirse paso a través de la jungla
con la seguridad de quien se sabe vencedor de todos los obstáculos.
72 D’Orbigny tuvo oportunidad de observar la vida miserable de los indios sometidos a la
férula del gobierno. ″Los infelices gozan en Moxos –contaba– de mucho menos libertad
que en Chiquitos, no teniendo un solo día del cual disponer a su antojo pues los días de
reposo, como los domingos y otros de festividad, están enteramente consagrados a las
prácticas religiosas. El resto del año se les supone ocupados en beneficio del Estado,
cuando no hacen realmente sino trabajar sin descanso en provecho de los empleados,
guardando éstos, en las exigencias del trabajo, todavía menos consideraciones con las
mujeres que se resienten de ello.
73 ″Jamás se ha visto mayor esclavitud y despotismo bajo un gobierno liberal –protesta
indignado d’Orbigny–. Es de advertir que antes de 1832 los mandatarios ignoraban
completamente lo que sucedía en las provincias, alejadas del centro, consideradas en
cierto modo como posesiones particulares de los empleados a cuyos intereses cuadraba
mucho el poco celo manifestado por los supremos gobernantes″.
74 Así como otros extranjeros descubrieron los horrores de la vida –si así pudiera llamarse
a una existencia miserable– de los caucheros y contribuyeron con la verdad a hacer más
humana su supervivencia, así también d’Orbigny, cuando habló con los hombres del
gobierno consiguió aliviar, en algo, la suerte de tanta gente. Su espíritu se rebelaba a la
sola idea de torturas y martirios. Se compadecía del dolor ajeno. Y el sabio no vacilaba
en emplear los calificativos más duros para condenar semejantes atropellos.
75 Esta es una síntesis –démosle este nombre– muy apretada de las andanzas de un francés
por territorio boliviano. D’Orbigny ha sido olvidado. Hay, apenas, un rincón en el Chaco
que lleva el pretencioso nombre de fortín…Es el único homenaje que se le rindió, a
123

quien contribuyó tanto para que se conociera el nombre de Bolivia. Su obra es casi
totalmente desconocida. En 1946, el Instituto Cultural Anglo-Boliviano se propuso
reimprimir su Descripción de Bolivia. No sabemos nada de ese generoso intento. Una larga
ausencia del país nos hizo perder las huellas de muchas cosas y hombres.
76 Cuando d’Orbigny llegó a Bolivia, muchas leyendas se hicieron humo. Los relatos,
transmitidos verbalmente, exageraban casi siempre, pero quedaba algo en el recuerdo
de la gente, como aquellas ″pepitas″ enormes de oro –halladas en Chuquiaguillo– ″de un
prodigioso tamaño, una de ellas que pesaba sesenta y cuatro marcos y algunas onzas,
comprada por el Conde de la Moncloa, Virrey del Perú, para regalarla al rey de España;
y otra, de cuarenta y cinco marcos, de tres leyes diferentes, de una sola masa″.
77 Bolivia se organizaba lentamente. Sus ciudades, patriarcales y llenas de ese encanto que
desapareció con el tiempo, ofrecían una hospitalidad inolvidable. El viajero encontraba
siempre un hogar y afectos. El francés se sintió tan halagado por tantas atenciones,
deslumbrado por un cúmulo de maravillas que al partir –siempre llega la hora de las
despedidas– ya no tuvo palabras para agradecer tanta generosidad.
78 Lo cierto es que no olvidó jamás a Bolivia.
124

Alcide d'Orbigny, el grande


Manuel Frontaura Argandoña

1 1. Sus biógrafos en Bolivia. Por lo menos tres ilustres escritores bolivianos: Gabriel
René-Moreno, Fabián Vaca Chávez y Belisario Díaz Romero -fuera de centenares de
estudiosos bolivianos y extranjeros-han hecho monografías biográficas del sabio
naturalista francés2. Esos estudios son obras maestras difíciles de superar y que, al
contrario, en respetuosa devoción antológica, es preciso remozar, para conocimiento y
edificación de las futuras generaciones. Elijamos -escribe Frontaura Argandoña- el
ensayo de Díaz Romero: [″Mr. Alcide d'Orbigny″]3.
2 2. Sus viajes, exploraciones y estudios en el territorio boliviano. En ... abril de 1830
llega d'Orbigny a Cobija, puerto boliviano en el que se detiene algunos días y observa las
características bolivianas de la región marítima. ″Cobija -dice en su diario de viaje- fue
habitada por los indios pescadores changos, sin duda sometidos a los incas al mismo
tiempo que a los atacamas...Ese puerto era frecuentado en 1712 por los contrabandistas
franceses que a cambio de sus mercaderías recibían plata de Lípez y Potosí. La
necesidad de reprimir ese abuso decidió al gobierno español a fundar allí un pequeño
villorrio que se construyó en el curso del siglo; pero la iglesia recién fue terminada en
1777. Más tarde, una epidemia aniquiló a muchos indios, y habiendo la Revolución
Americana hecho desaparecer esa celosa vigilancia... Cobija fue casi abandonada.
Después de la emancipación de América, el reparto de las tierras de acuerdo a los
antiguos límites dio al Perú el Puerto de Arica, que debía más lógicamente pertenecer a
Bolivia″. El explorador encontró ese puerto boliviano en estado floreciente y próspero;
hoy es un montón de ruinas.
3 Largo sería referirse a las observaciones de toda índole realizadas por d'Orbigny en el
curso de sus largos viajes, e igualmente a la parte anecdótica que hace tan amenas sus
Memorias. Tendremos que referirnos solamente a su itinerario, lo cual bastará para dar
idea de la magnitud del esfuerzo físico de ese hombre, amén de las observaciones y
anotaciones de carácter científico como de botánica, zoología, mineralogía, geología,
meteorología, etc., todo lo cual hace de sus obras un monumento de literatura científica
que es digno de ser leído no una sino muchas veces.
125

4 Llega a Arica el 22 de abril, califica a ese puerto como llave para la introducción de las
mercaderías extranjeras en toda Bolivia. El 19 de mayo de 1830 emprende viaje a La Paz
y toma contacto con los indios aymaras cuyas costumbres y resistencia le llaman la
atención. Llega a La Paz donde es recibido con deferencia y distinción por las
autoridades y la sociedad; particularmente por el Presidente Santa Cruz. El 17 de julio
emprende viaje a los Yungas por Obrajes, Calacoto, Palca y arriba a Yanacachi. Hace
observaciones interesantes sobre la coca. Pasa a Chulumani, donde el gobernador de la
provincia, Dn. Dámaso Bilbao, le presta su más amplia colaboración. ″Al abandonar
Chulumani -dice-llevé conmigo agradables recuerdos″. Y es que Yungas, que entonces
todavía conservaba su maravillosa vegetación, le parece uno de los lugares más
espléndidos del mundo. A fines de agosto abandona Irupana y se dirige hacia
Cochabamba pasando por Circuata, Cajuata, Suri, Inquisivi, Cavari. Atraviesa el río
Cotacajes que divide a los departamentos de La Paz y Cochabamba; penetra este último
por Machaca, Santa Rosa, Chin-chiri y Morochata y llega a la ciudad del Tunari
gratamente impresionado por la belleza geórgica de su campiña.
5 En Cochabamba es recibido con tanta o mayor deferencia que en La Paz; visita toda la
campiña y ciertos lugares históricos como Viloma, que entonces era el mejor fundo de
los alrededores. Sus observaciones botánicas y geológicas son igualmente interesantes.
6 Parte hacia Santa Cruz por Mizque, Pocona, Totora y Challhuani y penetra al
departamento de Santa Cruz a fines de octubre por Chilón, uno de los lugares más
palúdicos del país. Desciende a Pulquína, pasa por Pampa Grande, de ahí a Samaipata.
Es el primero en observar las ruinas incásicas4. ″Inca Yupanqui -dice- quiso someter a
los indios Chirihuanos y corrieron dos años sin lograrlo. Los restos de antiguas
esculturas halladas en las rocas, los numerosos rastros de casas redondas..., las armas
enterradas en el seno de la tierra, todo revela evidentemente la larga permanencia de
un gran conjunto de hombres civilizados en los alrededores de Samaipata.
7 3. En noviembre llega a Santa Cruz de la Sierra, donde su presencia produce un
impacto todavía mayor que en Cochabamba. ″Atravesé -dice- muchas calles donde vi a
todas las mujeres salir a las puertas para contemplarme. Unas gritaban: es un colla;
otras, más jóvenes decían: yo fui la primera en verlo, será mi camarada, mi visita″. En
efecto, le ofrecen muchos bailes y el explorador aprende la mariquita, la rumba, el
guachambé, y asimila con tanta facilidad las costumbres de Santa Cruz que tal vez se
hubiese quedado definitivamente en esa Sevilla boliviana, tal como Haenke lo hiciera en
Cochabamba.5 Pero el explorador lleva consigo el motor interno del viajero, y de este
modo, después de explorar los alrededores, parte ya a mediados del año siguiente de
1831 hacia la provincia de Chiquitos. Atraviesa el Río Grande, la emprende hacia el
Norte y llega a San Javier el 2 de julio, se dirige a Concepción y en seguida a San Miguel.
Pasa a Santa Ana y San Ignacio a mediados de agosto, y en septiembre a San Rafael,
donde hace su cuartel temporal para sus futuras expediciones. De San Rafael se dirige
hacia el sur y llega a San José donde se detiene muchos días. Prosigue a Santiago de
Chiquitos, de ahí a la Misión de Santo Corazón de Jesús, San Juan Bautista. En octubre
regresa a San Rafael y de allí a Santa Ana, otro cuartel general elegido por d'Orbigny
como punto de partida para sus exploraciones al país de los guarayos. El 19 de
diciembre sale de San Javier en dirección al río San Miguel; llega a la Ascensión, donde
permanece cinco días; de allí pasa a Trinidad cerca del río San Miguel. En enero de 1832,
lo encontramos explorando todo el país de los guarayos, entre quienes encontró
benévola acogida. Nos los describe así: ″Por tradición recuerdan haber venido del sud-
126

este, probablemente del Paraguay; recuerdan también haber venido con los chiriguanos
y haberse separado de ellos como consecuencia de unas querellas. Sea como sea, los
guarayos habitan los mismos sitios desde hace tres siglos por lo menos″. La reducción
fue hecha por el Cura Gregorio Salvatierra y algunas autoridades de Santa Cruz. El
explorador parece no haber observado el sistema esclavista empleado con los indios
guarayos, que en cierto tiempo -tal vez posteriormente a la visita de d'Orbigny-, eran
alquilados a los agricultores y estancieros del departamento de Santa Cruz.
8 Con afán de coleccionista de lugares geográficos tal vez más que de especímenes de
plantas, insectos, fósiles y rocas, d' Orbigny se recorre [sic] casi todo el oriente;
navegando por el río Blanco y el Itonamas hasta el Machupo, pasa por Concepción,
Magdalena, San Ramón, San Joaquín; baja por el Machupo hasta el Itonama y sale al
Iténez, llega al fuerte Príncipe de Beira, llega después a la confluencia de los ríos
Guaporé y Mamoré, y visita las misiones de Exaltación, Santa Ana, San Javier, Trinidad y
Loreto.
9 Remonta el Mamoré hasta su confluencia con el Chapare, llega a la zona de los
Yuracarés, a los cuales los estudia con detalle, y regresa a Cochabamba después de
haber dado vuelta y media todo un mundo, si cabe la comparación.
10 4. Pero eso no basta al genio de d'Orbigny. Ese hombre tendrá que batir todas las
hazañas habidas y por haber de expedicionarios en el corazón de América, y hasta
ahora ningún boliviano ni extranjero ha podido igualársele, si se tiene en cuenta que
d'Orbigny viajaba a pie, a caballo, a mula, asno, buey, en lancha, canoa, balsa o callapo,
lo que fuese, siempre que se tratase de lo más primitivo; que atravesó desiertos
interminables, que penetró a selvas plagadas de salvajes, fieras e insectos, que sufrió los
tremendos fríos de la altiplanicie y las montañas de Bolivia y los calores africanos de las
selvas más profundas; que sus excursiones no eran por caminos regulares sino por
sendas de indios, y todo, haciendo observaciones y manteniendo una salud de acero y
manteniendo una moral de expedicionario. Sale, en efecto, de Cocha-bamba y se dirige,
por Tiquipaya -en cuyas alturas se pierde- hasta un tributario del Sécure, sigue hacia el
N. en busca de Moxos, navega el Mamoré hasta el Río Grande, por el Piraí hasta Cuatro
Ojos y llega a Santa Cruz por donde menos se pensaba.
11 Es tiempo de despedirse de ese Oriente al que amaba tanto y que todavía tiene que
hacer justicia a su insigne nombre. Sale de Santa Cruz, por Samaipata, Vallegrande.
Llega al Río Grande y atraviesa La Laguna, el Pescado, Tomina, Tarabuco, Yamparáez,
Sucre. Estudia Potosí, sus minas y minerales, y por Tarapaya, Yocalla, Anacato, llega al
altiplano de Oruro, visita el lago Poopó y la laguna Pansa, atraviesa las grandes llanuras
de Carangas, y por Caracollo, Sicasica, Calamarca, llega a La Paz nuevamente, visita
Tiwanaku, infatigable, hace un viaje de circunvalación del Lago Titicaca y emprende el
regreso a su patria por Arica, donde embarca sus colecciones. No termina ahí su tarea
por Bolivia. Sigue estudiando. Publica libros. Algún día, tal vez, se publique la colección
completa de sus obras.
127

NOTAS
2. Acerca de ″los centenares de estudiosos bolivianos y extranjeros [que] han hecho monografías
biográficas del sabio naturalista francés″, Frontaura Argandoña no especifica infortunadamente
los nombres y artículos de tales estudiosos (N. del E.).
3. ″Mr. D'Orbigny de Belisario Díaz Romero se publicó el año 1904 en el Boletín de la Sociedad
Geográfica de La Paz, Nos. 21, 22 y 23. Año V. Tomo V. La Paz, Taller Tipo-Litográfico de J.M.
Gamarra, Segundo Semestre de 1904; pp. 428-436. Esta monografía sale nuevamente a luz en su
integridad en el presente libro.
4. Véase en la presente Antología los ensayos de Carlos Ponce Sanginés: ″Alcide d' Orbigny y su
viaje a Samaipata en 1832″, y de Alcides Parejas y Carola Muñoz de Parejas: ″Noticias sobre
arqueología boliviana en la obra de d'Orbigny″ (N. del E.)
5. ″Tadeo Peregrino Xavier Haenke nació en Kreibitz, sita en la región ′alemana de la provincia
austriaca de Bohemia′, en 1761. Estudió en la Universidad germánica de Carolina de Praga, y, en
1782, obtuvo el título de profesor de astronomía y matemáticas. Hombre de vastísima y admirable
cultura científica, estudió, además, química, medicina y botánica, y en Viena, hacia 1786, tuvo
ocasión de practicar y ampliar el dilatado horizonte de sus conocimientos bajo la dirección de
Nicolás de Jacquin y Maximiliano Stoll. En 1789, se incorporó a la expedición de [Alejandro de]
Malaspina [marino ciciliano al servicio de la corona española] que, al mando de las famosas
cubiertas Descubierta y Atrevida, salió de Cádiz sin esperar a Haenke, quien sólo pudo unirse a
Malaspina en Santiago de Chile, en 1790. Haenke y los naturalistas Antonio Pineda y Luis Nel,
acompañaron a Malaspina en su viaje por el Perú, Ecuador, Panamá, costas de México y Alaska,
primero, y, luego, por Filipinas y Australia, hasta el retorno de la expedición a tierras del
Virreinato peruano. En 1793, Haenke proyectó la exploración del interior del continente, y, una
vez separado de Malaspina, atravesó, por vía terrestre, el triángulo austral de América del Sur, en
viaje desde Lima hasta Buenos Aires. Seducido por el cautivante paisaje charqueño, propicio por
las excepcionales riquezas de su exuberante y variado territorio para el estudio de la naturaleza,
decidió avecindarse en Cochabamba, en el corazón de Charcas, hacia 1794. ″Convertido en hijo
adoptivo de Charcas, no por los azares del destino, sino, por imperiosa necesidad de habitar el
mejor teatro de investigación y estudio, y, al mismo tiempo, el centro de gravitación económica y
cultural del continente, hizo, aquí, en su nueva patria, la mayor parte de su gran obra de
naturalista y científico insigne. ″Viajero audaz e infatigable, exploró el territorio nacional, y, con
particular preferencia, la vertiente oriental de los Andes. Entre los años 1794 y 1811, unió, por vía
terrestre primero y fluvial después, la alta 'puna abrupta' de La Paz, por una parte, y las bajas
sabanas de Mojos y Chiquitos, por otra, y, así como estuvo más de una vez en las pampas
aluvianas de Mojos, visitó repetidamente el país de los Yuracarés, al pie de los últimos
contrafuertes de los Andes orientales y a lo largo de los bosques de las llanuras próximas, donde,
ya desde 1795, tuvo la oportunidad de hacer desde la etnografía de los Cuchis, Conia y Enetes, hasta
la botánica de la zona […] en la misión de la Exaltación de la Cruz -actual provincia Yacuma del
departamento del Beni, sobre la confluencia del Mamoré y el Iruyani-, se contaba, diez años
después de la muerte de Tadeo Haenke, que cuando el ilustre explorador vio, por primera vez, las
enormes hojas circulares de una especie de Victoria regina, se arrojó de hinojos para agradecer
emocionado a Dios por haberle conferido el privilegio de un espectáculo maravilloso, y por haber
puesto delante del hombre un prodigio de la naturaleza. ″Sus estudios y viajes de exploración se
hallan, en parte, referidos por los numerosos informes que remitió, desde Charcas, al gobierno
español […] Uno de los trabajos de directo interés para la historia de la geografía económica de
Charcas es su Historia Natural de Cochabamba y Lugares Circunvecinos, sus Producciones, etc., que data
ya de 1799 […] [Muió] al norte de Cochabamba, en los primeros días de noviembre de 1816 […]Lo
128

importante de todo consiste en que la obra científica realizada por él desde el corazón de
Charcas, convirtió a éste -a semejanza de los ocurrido con la de Alonso Barba en el siglo XVII- en
un centro de investigación científica de importancia mundial, a lo largo de algo más de dos
décadas extendidas desde fines del siglo XVIII hasta el cuarto lustro de la décimo nona centuria″.
Ramiro Condarco Morales. Historia del Saber y la Ciencia en Bolivia, Primer Premio de la Academia
de Ciencias en Bolivia, 1978. La Paz, Academia de Ciencias de Bolivia, 1978; p. 216-219. (N. del E.)
129

Alcide d'Orbigny: estudios sobre la


geología de Bolivia
Julio Díaz Arguedas

1 El español Armentia, el norteamericano Heath y el francés d'Orbigny forman una


trilogía de selectos extranjeros que llegados a Bolivia, en distintas épocas, navegaron
por sus caudalosos ríos, cruzaron por sus altiplanicies, escalaron sus montañas y
admiraron la riqueza de su suelo.
2 D'Orbigny, luego de haber recorrido durante algunos años por varios países de Sud
América, desembarcaba en el puerto boliviano de Cobija hacia el año de 1829 y recorría
el país en toda su extensión; pues atravesó el árido Litoral, llegó a Carangas, cruzó la
altiplanicie, descendió a los valles, se internó en la región de Ayopaya, Cochabamba y
Mizque, estuvo en las regiones de Chiquitos, Santa Cruz y Mojos, en las selvas del Beni,
de Apolabamba y el Chaco, así como en los valles de Tarija.
3 Finalmente, volvió a Francia después de ocho años de ausencia en los que había vencido
una extensión de 3.100 kilómetros de Norte a Sur y 3.600 de Este a Oeste visitando los
países americanos. Una vez en su patria publicó una monumental obra dividida en 8
tomos con el título de Viajes en la América Meridional, en la que refiriéndose a Bolivia
había escrito la siguiente síntesis: ″Si la Tierra desapareciese quedando solamente
Bolivia, todos los productos y climas de la tierra se hallarían aquí. Bolivia es el
microcosmo del planeta. Por su altura, su clima, por su infinita variedad de matices
geográficos, Bolivia viene a ser como la síntesis del mundo″.
4 En los últimos capítulos del tercer tomo, estudia la geología boliviana. Esta obra, que ha
sido traducida y publicada por el Ministerio de Colonización y Agricultura de nuestro
país en 1907, está dividida en 9 capítulos, de los cuales nos permitimos extraer las
siguientes referencias:

1. Superficie del Altiplano


5 La meseta boliviana está rodeada al Oeste por la cadena de Delinguil y al Este por la
Cordillera Oriental de los Andes. Caminando hacia el Sur, veré la cadena principal sobre
130

la que se elevan el Sorata o Aucomani y el Illimani. Al Sudeste del Illimani la cadena


está interrumpida y deja pasar el río de La Paz, que tiene su nacimiento al Oeste de los
Andes, para dirigirse al Este, hacia el Beni y de allí al Amazonas. Al sur del Illimani
principia una nueva cadena, que limita la altiplanicie, cuya dirección es también
Sudeste. La meseta boliviana principia en el grado 15, terminándose a 20 de latitud Sur.
Su dirección general es de Noroeste a Sudeste; su ancho medio es de 31 leguas,
ensanchándose a veces mucho más.

2. Travesía por la Meseta Occidental de La Paz


6 Descendiendo por la cuesta Delinguil, encontraba con frecuencia conglomerados de
piedra pómez. Ellos se presentan hasta Calacoto (Pacajes) bajo diversas formas. Los
conglomerados ocupan una ancha faja hasta más al sur del grado 18. Se encuentra en
medio de los llanos de Santiago (Machaca) cubiertos de arena, pequeños lagos de agua
salada o sitios cubiertos de eflorescencias de sulfato de soda. Estas llanuras de tres o
cuatro leguas de ancho se extienden al Norte sobre una ancha faja que continúa hasta
cerca del lago Titicaca
7 En el llano de Santiago, cerca del pueblo de Berenguela, se observa una roca formando
una capa muy extensa de carbonato de cal. Los llanos de Santiago se continúan al Este
hasta las colinas de San Andrés compuestas de areniscas cuarzos grises. De las colinas
de San Andrés, se desciende a una llanura cubierta de arena fina y de lagunas saladas.
8 Después de haber recorrido cerca de 5 leguas, se llega al río Desaguadero, que recibe las
aguas del lago Titicaca llevándolas hasta otro lago situado cerca del 19°. El Desaguadero
es el punto menos elevado. Las orillas del río, de márgenes poco elevadas, ofrecen una
arcilla o asperón rojizo. La naturaleza de éstas diéronme la certidumbre de que la
conformación de la altiplanicie boliviana pertenece a la edad de esa formación terciaria
que he denominado arcilla pampeana.
9 No lejos de la villa de Viacha, a 4.250 metros de altitud, tenía que franquear un plano
casi inclinado que me condujo hasta el barranco, donde está situada la ciudad de La Paz.
Pisaba constantemente un suelo de aluvión, cubierto de guijarros de arenisca. Llegado a
las orillas de la quebrada, en cuyo fondo está situada La Paz (cuya elevación es de 3.717
metros), encontré una abrupta pendiente que me pareció tener 500 a 600 metros con un
desnivel enorme hacia el valle. Presenta en lechos horizontales alteraciones de arcilla,
arena, y guijarros pertenecientes todos a los aluviones. Alrededor de la ciudad,
construida sobre estos antiguos aluviones, se encuentran alteraciones arcillosas que
parecen caulín grosero.
10 En las capas inferiores, en el río mismo de La Paz, y en la ciudad, se encuentra con
mucha frecuencia oro en pepas. A un kilómetro más lejos bajando por el valle, en el
fondo de la quebrada de Potopoto (hoy Miraflores), se explota un lavadero de oro muy
rico (Chuquiaguillo).

3. De La Paz a la cima de la Cordillera Oriental


11 De La Paz, pisando los mismos aluviones, pasé a la quebrada de Potopoto. Un poco más
lejos, a 3 leguas de la ciudad, abandoné el lecho del río para ascender sobre la
cordillera. Pasé por la villa de Calacoto, y caminé hacia villa Opaña (Cotaña) y de aquí a
131

la cima de una elevada cuesta de aluviones idénticos. En la confluencia del arroyo de las
Animas con el río de Palca, que baja de la Cordillera, subí al Este en una pequeña colina
compuesta aún de aluvión. Los cerros de los alrededores de Palca habíanme presentado
por todas partes rocas estratificadas. Descansan en capas sobre pizarras esquitoideas
nefuscas. Yo considero estas pizarras de la época Diluviana.
12 Este punto de la cuesta de los Andes, en el camino de La Paz a Chulumani, está casi a
nivel de las nieves eternas a poca distancia al norte del Illimani compuesta de rocas
graníticas. Estas rocas graníticas pareciéronme formar todos los picos que se elevan
sobre la cadena oriental, y también los picos más elevados como el Illimani y el Sorata.

4. Excursión al Norte de La Paz


13 Voy a dar cuenta de una excursión hecha de La Paz, hacia al Norte, a las orillas del lago
Titicaca. Me dirigí al Oeste Sudoeste al través de la llanura hasta la villa de Laja,
distante 5 leguas pisando siempre fragmentos de arenisca devónica. Un poco más lejos
atravesé el río Colorado y algunas colinas de arenisca roja. Más allá, las partes planas,
continuación de la de Viacha, seguí la vertiente Sud Oeste hasta Tiahuanaco, cerca de
dos leguas del lago Titicaca. En Tiahuanaco, tan célebre por sus monumentos antiguos,
tenía al Oeste la cadena de La Paz y al Este la de Viacha. Atravesé en una extensión de 2
leguas y media un llano de arcilla o limo rojizo hasta Aygachi, cuya prolongación al
Oeste viene a formar en el lago mismo un grupo de islas. Visité sucesivamente las islas
de Amara, Surqui, Taquiri, etc. Todas están compuestas por terrenos carboníferos. La
edad geológica fueme confirmada por fósiles bien caracterizados que recogí al Norte de
Amara.
14 Motivos ajenos a mi voluntad obligáronme a regresar a La Paz.

5. De La Paz a Oruro
15 De la columna colocada sobre la cumbre de los aluviones de La Paz, atravesé la llanura
cubierta de guijarros de asperón devoniano. La llanura está sembrada en todas partes
de trozos de arena devoniana. A 4 kilómetros antes de llegar a Sicasica, la llanura
hállase interrumpida por un cerro compuesto de rocas porfíricas. La llanura de
Caracollo, a 3.870 metros de elevación, está cubierta de arcilla del mismo color del limo
pampeano.
16 Se camina 2 leguas de pampa cubierta de arcilla roja impregnada de eflorescencias
salinas. Después de la pampa principia una serranía a cuyo lado está la ciudad de Oruro.
Esta montaña se encuentra a más de 100 metros más alta que el plano. La gran riqueza
de sus minas determinó a los españoles a elegirla por sitio para la ciudad de Oruro.

6. Travesía de la altiplanicie de Oruro a la Cordillera


Occidental
17 Para conocer mejor el altiplano boliviano, quise atravesarlo en este punto
transversalmente. Saliendo de la ciudad, doblé al Sud de las serranías de Oruro, pisando
siempre sobre rocas traquíticas; me dirigí al Noroeste donde pude ver capas de pizarra
132

de la época siluriana. Caminé al Oeste, la llanura está limitada al Oeste. Atravesé el río
Desaguadero y me dirigí hacia un cerro que domina la villa de Joya.
18 Dejando la Joya atravesé al Oeste Sudoeste por una planicie cubierta de arena,
interrumpida por una cadena de dirección Noroeste a Sudeste elevada unos 100 metros,
denominada Unchachata. Más allá me encontré al pie de una cadena de Guayamarca
(Huaillamarca) que se eleva a 200 ó 300 metros, dirección Oeste, de asperón rojizo o
gris. Del otro lado de la cadena anduve por las faldas de la serranía hasta el pueblo de
Totora.
19 Se ve a lo lejos rocas blancas traquíticas, formar al Norte y al Sur una cadena y cubrir
todo el campo donde en una docena de leguas se elevan tres picos cónicos y otros dos
montículos alargados, entre los que se destaca el Sacama (Sajama).
20 Una palabra más sobre el Desaguadero. Las aguas del lago son dulces y muy potables. El
Desaguadero abriéndose camino a través de la cadena carbonífera de la apacheta de La
Paz, penetra en las llanuras saladas que ocupan todo el altiplano.
21 En su largo trayecto, con su corriente suave, sus aguas son dulces, pero a un grado más
al sur, las aguas dejan de ser potables, cargándose de sal a medida que serpentea; y,
cuando han recorrido más de 75 leguas, van a formar la laguna de Panza (Poopó), que
tiene no menos de un grado de largo. Allí las aguas carecen de salida, se estancan y no
desaparecen más que por la evaporación o por los canales subterráneos que son
desconocidos.

7. De Oruro a Potosí
22 Saliendo de Oruro y dirigiéndome al Sudeste, entré al valle de Sorasora cubierto de
eflorescencias salinas formando pequeños lagos en medio de una arcilla rojiza. Paralela
al valle corre una serranía; cerca de Venta y Media están partes manchadas de rojo
hasta Cóndor Apacheta. Se penetra a la pampa de Ancacato, que va hasta la pequeña
meseta de Vilcapugio; los traquitos micáceos componen los cerros del Sudoeste. La
meseta de Vilcapugio esta nivelada por los despojos de los cerros vecinos de asperones,
pizarras y traquitas.
23 De Vilcapugio se sigue hasta la entrada de una quebrada; los ríos que ese dirigen a la
laguna Panza al Oeste y al Este, son los primeros afluentes del río Pilcomayo que va a
desembocar en el río Paraguay.
24 La meseta de Tolapalca tiene 4.200 metros de elevación, es la cima de una pequeña
cadena que corre de Norte a Sur. Después de franquear un afluente del Pilcomayo, se
deja el llano y se sube a un cerro alto hasta la meseta de Lagunillas. De Lagunillas,
dirigiéndose al Sudeste, se baja hacia el Pilcomayo, y se atraviesa una capa de areniscas,
arcillas esquistosas rojas yesosas. Descendiendo al pueblo de Leñas, hállase siempre el
mismo asperón.
25 En Leñas la geología cambia repentinamente. Esta está al pie de un elevado cerro que se
une a una cadena alta y helada. De Leñas se asciende hasta Llocalla, se pasa de nuevo al
Pilcomayo, ya muy caudaloso que arrastra trozos de rocas graníticas. Ascendiendo por
la ribera derecha del Pilcomayo, se tiene uno de los más hermosos bordes de rocas de
sedimento que observarse puede.
133

26 Pasando el Pilcomayo a la posta de Tambillos, en el fondo de la quebrada, todos los


costados están compuestos de arcilla abijarrada. Toda la travesía del río Pilcomayo al
valle de Mira flores, ofrece el mismo gran interés geológico de los cuatro grandes
sistemas de Bolivia: los terrenos silúricos y pizarras, los terrenos devónicos de arenisca
gris, los terrenos carboníferos y, en fin, el terreno triásico.
27 La meseta de Potosí está dominada un poco hacia el Norte por el famoso cerro de Potoccí
de los indígenas, el Potosí de los españoles, cuya riqueza se ha hecho proverbial en
nuestra Europa; de este cerro, que momentáneamente diera esplendor a España, y que
no es hoy ni sombra de lo que fue antiguamente. Elevado a 722 metros sobre la ciudad y
a 4.888 metros de altura absoluta. Lo ascendí estudiando bajo el aspecto geológico. Estas
rocas encierran hidrato de hierro concrecionado en masas cavernosas formando venas
o filones. El cerro entero ha sido perforado en todo sentido, por numerosas bocaminas
con galerías de salida y cateo. Respecto a su edad geológica, el cerro de Potosí me ofrece
dificultades. No puedo considerar con certeza la edad de las rocas graníticas. De la cima
del cerro se divisa al Oeste la continuación de la cadena silúrica y devoniana. Al Sur, 30°
oeste, se ve a lo lejos el cerro de Porco, casi tan rico como el de Potosí.

8. Resumen de la Gran Altiplanicie Boliviana


28 Las rocas plutónicas de la gran altiplanicie boliviana son de naturaleza diversa. Las
rocas graníticas sobre la cadena del Illimani forman una vasta cadena, de rumbo
Noroeste a Sudeste. Constituyen los picos más elevados de esta parte del Mundo, el
Sorata y el Illimani, y parecen haber dislocado en este punto los terrenos silurianos y
devonianos.
29 Los terrenos carboníferos, representados en las islas del lago Titicaca para calcáreos
compactos, forman cordones paralelos en el centro del altiplano boliviano, en la
Apacheta de La Paz, en Huaillamarca, etc., cordones dirigidos como los demás del
Sudeste al Noroeste.
30 Los terrenos salíferos o triásicos están representados por arcillas laminadas, llenas de
yeso, por calcáreos. Los terrenos triásicos sólo presentan girones. Las arcillas o huesos
son las únicas que están horizontales en su superficie. Estos son los primeros materiales
de la nivelación de la altiplanicie.

9. Descripción geológica de la vertiente oriental de la


Cordillera
31 Continuando mi itinerario de La Paz a Yungas, me detuve en la cima de la Cordillera
Oriental, sobre las rocas graníticas después de haber atravesado las pizarras esquistosas
de la vertiente occidental de la cadena. De la Cruz tenía que descender al Este, la
vertiente de los Andes, hasta Tejexi, rio Chajru, donde pisaba las mismas rocas
graníticas. Próximo al lugar de Chojlla, encontré los primeros estratos negrizcos
silurianos.
32 En varios puntos de la provincia de Yungas, estas pizarras se hallan en láminas. De
Yanacachi y de la aldea de Chupe descendí a Chirca. Durante mi larga permanencia en
Chulumani, no me revelaron vestigios de cuerpos organizados en las pizarras. En un
país cuyo suelo está cubierto de la más hermosa vegetación, donde el hombre sólo ha
134

podido trazar algunos senderos, hay que vencer dificultades para obtener informes
geológicos. Bajo el aspecto de las minas, las provincias de Yungas y de Muñecas, más al
norte, ofrecen el más grande interés. Las dislocaciones de las pizarras han dejado en
varios puntos lavaderos de oro, tales como Tipuani, Tamampaya y Suri. En Coripata y
en Coroico se adquiere esa certidumbre.
33 De Chulumani a Irupana, me dirigí al Este Sudoeste. En el vértice de la cadena de
Coripata se eleva la cumbre del Illimani al Sudoeste, 10°0. El cerro entero se compone
de pizarra. Descendí al Este, hasta el río de La Paz. Al Este se extiende una elevada
cadena dirección Norte y Sur. Doblé hasta la confluencia del río de La Paz con el
Miguilla. Avancé hasta Cañamina y el pueblo de Circuata. Frente a Cajuata se eleva un
cerro alto formado de pizarras esquistosas. En Suri tomé la cuesta camino a Charapaxi.
Tenía al Sudeste los cerros de asperón devonianos, a cuyas faldas está situado Inquisivi.
34 Arriba de Capiñata se encuentra la cuesta de Pumuchi, compuesta de arenisca
devoniana. De Cavari, descendiendo hacia el río de Ayopaya y subiendo por él hacia
Machacamarca, observé que todas las pizarras están coloreadas de rojo. Descendiendo
de Palca encontré asperones devonianos. Continuando mi viaje, subiendo siempre,
alcancé los puntos culminantes, compuestos de pizarras negruzcas. Atravesé estas
pizarras y llegué al valle de Cochabamba. Durante el viaje que acababa de hacer, había
caminado por los cerros desde la cumbre de la Cruz, cerca de La Paz, hasta
Cochabamba, cerca de 93 leguas (465 km).
35 De Cochabamba atravesé la llanura, subí la meseta, pisando terrenos silurianos. En la
cumbre recogí fósiles. Continué dirección Nornoroeste, el curso de la quebrada de
Altamachi. Descendí a la aldea de Tolima, último lugar habitado de esas regiones. Bajo
el punto geológico, se observa allí el caos más completo; bloques amontonados, caídos
de los cerros. A unas 30 leguas de Cochabamba encontré un río que le llamé ″Río de la
Reunión″. Allí tenía al Sur altos cerros, compuestos de capas de pizarra azul. Este el
último de los terrenos silurianos de la vertiente de la Cordillera. Más allá de los últimos
cerros de areniscas friables, en todo el curso del río Isiboro y del río Sécure al río
Mamoré, sólo encontré aluviones modernos de pequeñas fajas. En resumen, en este
viaje he visto rocas pizarrosas de color azul, gris o violeta, con y sin fósiles,
constituyendo el terreno siluriano.

Viaje geológico al río Chapare

36 De Cochabamba, dirigiéndose al Este, se atraviesa el paso del río Rocha. Se continúa por
el valle de Sacaba hacia Tiraque. Es aquí, en los altos cerros, donde llega la región de las
nieves presentando picos elevados y formando una nueva cadena dirección Este
Sudeste hacia Santa Cruz de la Sierra. Todas estas cuestas están formadas de pizarras de
color gris oscuro. Al Norte, en el lugar llamado Tormenta, encontré mármoles antiguos
compactos, blanco azulejos. Se desciende al río San Mateo, al nivel del cultivo de la caña
de azúcar; luego se toma las faldas, se camina aún por las rocas de pizarra hasta San
Antonio; más allá, en todo el curso del río Chapare hasta el Mamoré, sólo se ve, sobre
las márgenes bajas del río, arenas modernas o aluviones de la época actual.
135

Viaje geológico de Cochabamba a Santa Cruz

37 Antes debo decir una palabra sobre la meseta de Cochabamba, situada a 2.575 metros de
altura absoluta, que se compone de tres valles distintos: Cochabamba, Cliza y Sacaba. El
valle de Cochabamba, considerado orográficamente, debió formar un lago, cuyas aguas
se han abierto salida en la extremidad occidental en el río de Putina.
38 Partiendo de Cochabamba y atravesando al Este la angostura del río Tamborada,
observé capas de esquistosas, pizarras azules en descomposición. Más allá, Arani,
último pueblo de la llanura. Después de atravesar la meseta de Vacas (3.700 msnm),
ascendí la cadena de Pocona, compuesta de terrenos devonianos. En Totora encontré
toda la base de los cerros formada de terrenos devonianos. Llegué al valle de Pampa
Grande, donde corre el río Tembladeras. Al Este se levanta el cerro Vilca, que podrá
llamársele montaña. Su rumbo es Sur Sudeste y se compone de capas de asperón.
Descendiendo de Samaipata, se toma la quebrada del río cubierta de asperones
devonianos blanquecinos.
39 Había alcanzado los últimos límites de los terrenos devonianos. Para llegar al río Piraí
hay que bajar la cuesta de Petacas de más o menos 800 metros de altura sobre el río.
Cuando se sale del río a la llanura de Santa Cruz, diré que este trayecto de 140 leguas
(700 km) no me ha presentado más que rocas de sedimentos dispuestos del siguiente
modo: Época silúrica. Epoca devónica; Epoca carbonífera; Epoca triásica.

Viaje geológico de Samaipata a Chuquisaca y Potosí

40 Subiendo por los llanos de Santa Cruz, seguí hasta Samaipata, en donde tomé al Sur
Sudeste, dirigiéndome hacia Valle Grande. Encontré la cadena compuesta de asperón y
arcilla de diversos colores. Subí la cuesta de San Blas, llena de asperones devónicos. Más
allá se extiende la llanura de Valle Grande, hermoso valle tapizado de praderas. La
ciudad está situada al pie de un elevado cerro.
41 El Río Grande ha abierto un lecho profundo. Creo que no hay nada comparable con el
encajonamiento del río, el más caudaloso de toda la República, puesto que recibe las
aguas de casi la mitad de los cerros bolivianos. Mirando al otro lado, divisé los terrenos
de pizarras hasta media altura del ribazo. Más allá del río del Pescado volví a ver las
areniscas devónicas. Subiendo por el río Tomina, atravesé idénticos terrenos.
Ascendiendo por el río Sauce Mayu, sólo pisaba terrenos silurianos. Más allá de la
cuesta de Tacopaya, pasé por otras dos serranías. De la cima de la cadena seguí hasta
Tarabuco.
42 De Yamparáez hasta Chuquisaca, capital de la República. Mi permanencia en los
alrededores de Chuquisaca me presentó por todas partes las areniscas devonianas en
las alturas, mientras que, en las quebradas, aparecen las rocas silúricas. Por el camino
de Yamparáez hay dos cerros llamados los dos cerros (el Sicasica y el Churuquella), que
dominan la ciudad, los que están compuestos enteramente de areniscas devonianas,
cuyas capas muy compactas se inclinan de un lado al Norte y del otro al Sur.
43 De Chuquisaca regresé a Potosí, distante más de 30 leguas: se desciende a la quebrada
de Chuquisaca (río Quirpinchaca) y se asciende para luego descender hacia el río
Cachimayu. El lecho y sus costados están compuestos de los mismos terrenos silurianos,
pero subiendo el cerro de la Calera se vuelve a ver areniscas devonianas. Desembocando
136

en el lecho del río Pilcomayo, uno de los más grandes de la República, atravesé una
playa de dos kilómetros de ancho, y comencé a subir al Oeste la cuesta del Terrado.
Aquí observé que las rocas silúricas ocupan las tres cuartas de la altura. En la cumbre
del Terrado me encontré sobre una elevada meseta, y no vi ningún fósil que pudiera
darme una idea de la edad geológica. Las areniscas cubren hasta Cuchi-huasi. Estos
terrenos se terminan en Quebrada Honda, donde las areniscas son blancas o rojas de
100 metros de espesor. Los cerros detrás del pueblo de Bartolo están cortados casi
perpendicularmente, ofreciendo el más extraño aspecto.
44 A unas 8 leguas de Potosí, en el valle de Chaqui existe una rica fuente termal conocida
con el nombre de Baños. El agua tiene una temperatura de 25 grados Reamur; se esparce
en vapores sulfurosos. El valle hasta Potosí me presentó, al Sur rocas traquíticas, al
norte pizarras; y en el centro una vasta llanura cubierta de bloques de traquito.

10. Descripción de las llanuras y cerros situados al


Noreste y Este de la Cordillera
45 Esta vasta región del país, que comprende una superficie igual a los dos tercios de la
República de Bolivia, está situada al Este y al Noreste de las últimas serranías que se
desprenden hacia las llanuras del interior. Se extiende al Norte y al Sur desde los 12° a
los 20° de latitud Sur, o sea 200 leguas, y desde el Este al Oeste entre los 58° 30' y 70° 30'
de longitud Oeste de París, o sea 300 leguas.
46 Se divide en tres provincias: Primera la de Santa Cruz, que ocupa la falda de las
serranías. Segunda, la provincia de Chiquitos, hasta el río Paraguay y frontera del
Brasil. Tercera, la provincia de Mojos, que comprende todas las llanuras del norte
recibiendo los afluentes del Amazonas.
47 1°. La provincia de Santa Cruz se encuentra geográficamente en el punto más avanzado
hacia el Este de los últimos contrafuertes de la Cordillera, no hay ningún cerro que la
una. Debe considerase las llanuras de Santa Cruz como una continuación hacia el Norte
de la gran cuenca de las pampas. El río Parapetí es una excepción; éste, saliendo de las
serranías, se dirige hacia el Sudeste, paralelo al río Pilcomayo pareciendo dirigirse al
Plata. Se extiende sobre el llano, y después va a unirse hacia el norte al Río Grande,
vertiendo sus aguas en el Amazonas.
48 He encontrado por todas partes una composición geológica uniforme, la llanura es
enteramente arenosa y de aluviones modernos. El curso del río Piraí frente a Santa
Cruz, su playa movediza y arenosa, tiene cerca de dos kilómetros de ancho.
49 Las arenas en la estación de sequía absorben todo el río reducido a un pequeño
riachuelo, un grado más abajo de Santa Cruz. Cerca de Puerto Palometas, a más de 30
leguas al Noroeste de la ciudad, el Piraí corre encajonado, no arrastra arena más que en
época de crecientes hasta su confluencia con el Río Grande.
50 Creo concluir indicando que la provincia de Santa Cruz de la Sierra en más de un grado
de ancho al pie de los últimos cerros, está cubierta de aluviones arenosas arrastrados
por los ríos.
51 2o. La provincia de Chiquitos ocupa el espacio comprendido entre el Río Grande, el Este
de Santa Cruz, hasta las fronteras de Matogrosso en el Brasil. Se extiende desde los 58°
30' a los 65°, más de 160 leguas; por el Norte, desde los 14° a 21°, 75 leguas. Está limitada
137

al Este por los ríos Paraguay e Iténez; al Norte, por el Iténez y los llanos de Mojos; al
Oeste, por el Río Grande; al Sur por los desiertos del Gran Chaco. Esta superficie de más
de 19 mil leguas, se compone al Norte, Oeste y al Sur de llanos en parte inundados,
atravesados diagonalmente, de Este Sudeste a Oeste Noroeste, por colinas de diversa
naturaleza. En su travesía se sigue por un suelo uniforme y horizontal, presentando
aluviones modernos, ya arcillosos, ya arenosos. Cerca de San Javier, el terreno se eleva
bastante sobre accidentadas colinas compuestas de grandes láminas de mica. De San
Javier a Concepción hay 19 leguas, todo el trayecto con numerosos filones de cuarzo
blanco. De Concepción a San Miguel hay 40 leguas de región deshabitada, por pequeñas
llanuras y valles irregulares.
52 De San Miguel a Santa Ana caminé 11 leguas. En la quebrada de Motacucito recogí
macasquitas de mucha belleza. De San Rafael tomé al Sur para dirigirme a San José,
atravesé colinas poco onduladas. Los terrenos de aluvión, de una tierra negra, turbosa,
cubren un espacio de 10 leguas de largo, que se extiende de Norte a Sur entre los
últimos de Chiquitos al Oeste la cadena de San Carlos. Caminando al Sur en medio de
espesos bosques, llegué al extremo Oriental de la cadena de San Lorenzo, a 400 metros
sobre el nivel de la llanura.
53 Abandoné la Tapera de San Juan a través de una llanura seca, cubierta de arena, y
llegué al Alto de Ipias. Ofrece cortaduras en los picos elevados, 400 metros más altos
que la llanura. De la cima de las cadenas de San José, del Ipias y de Santiago, no divisé al
Sur ninguna elevación. La llanura de bosques sin límites terminaba en el horizonte
hasta el Brasil.
54 Descendí la abrupta serranía de Santiago caminando sobre pizarras azulejos hasta el
plano, y proseguí hacia el río Tucabaca; luego atravesé sobre terrenos de aluvión.
Llegué a las serranías de Sunsas, subí por su pendiente, descendí a un valle hasta la
misión de Santo Corazón, que es la más oriental; el suelo está cubierto de detritus
devonianos geneis y cuarzo.
55 Como había alcanzado los últimos límites de la República de Bolivia, hacia el Este y no
lejos del río Paraguay, subí al cerro Taruhuch, 200 metros más elevado de las llanuras.
56 3o. Geología de la provincia de Mojos
57 La provincia de Mojos ocupa toda la parte septentrional de los planos de la República de
Bolivia, comprendido entre los últimos cerros de Chiquitos y el río Iténez, hacia la
frontera del Brasil al Este, los últimos contrafuertes de la Cordillera al Oeste, y las
confluencias de los ríos Iténez y Mamoré. Está limitada al Norte por los ríos Iténez y
Beni, que forman el Madera; al Sur por los cerros de Chiquitos, por las llanuras de Santa
Cruz y por los últimos contrafuertes de la cordilera oriental; al Este por los bosques aún
despoblados de la provincia de Chiquitos y por el río Iténez; al Oeste por la vertiente
Oriental de la cordillera, y por el río Beni. Se puede calcular en 15 mil leguas cuadradas
la superficie de la provincia. Esta superficie no presenta ningún cerro, ninguna
desigualdad que se eleve a más de 50 metros sobre el suelo; una llanura donde las
únicas rutas trazadas son las corrientes de los ríos; el resto, encontrándose
empantanado la mayor parte del año, no puede recorrerse sino en piraguas.
58 Habiéndome embarcado en Guarayos, en el río San Miguel, continué en piragua hasta la
misión del Carmen de Mojos. Todos los terrenos son aluviones terrosas. Aquí me
embarqué en piragua en el río Blanco y seguí a Concepción de Baures; luego a
Magdalena, 20 leguas al Noroeste.
138

59 La provincia de Mojos no ofrece ninguna cima divisora entre sus diversos ríos. Descendí
por el río Itonama; durante mi trayecto no he visto más que pantanos y aluviones. El río
Machupo tiene su origen muy cerca del Mamoré, seguí por él hasta San Ramón. De San
Ramón a San Joaquín, 10 leguas. Descendiendo por el Machupo al Norte una distancia
de 18 leguas, divisé por todas partes terreno pampeano hasta la confluencia con el
Iténez o Goaparé.
60 Permanecí algunos días en el Fortín do Príncipe de Beira, en territorio brasilero. El río
Iténez de los españoles (Guaporé de los brasileros), nace cerca de Matogrosso; su curso
general es de Este Noroeste, recibe los ríos de Mojos. Del Fortín de Beira descendí por el
Guaporé hasta su confluencia de éste con el Mamoré, que sigue con este nombre hasta
su reunión con el Beni, en que toma el nombre de río Madera.
61 En todo el trayecto el río sólo me presentó aluviones modernos sobre la orilla izquierda,
hasta una docena de leguas antes de la confluencia en donde me pareció observar
nuevamente un gran girón de arcilla limoza rojiza mezclada con los aluviones.
62 La confluencia con el Mamoré tiene lugar hacia los 12° de latitud al Este de Lima. Había
llegado al punto más meridional de la República de Bolivia.

Julio Díaz Arguedas. Expedicionarios y exploradores del suelo boliviano, ob. cit, p. 199,201.

BIBLIOGRAFÍA
139

Noticia biográfica
Don Alcide Dessalines d'Orbigny, nacido el año 1802 en la ciudad de Coureson, Francia, era hijo de
Carlos María dOrbigny, y hermano menor de Carlos d'Orbigny, naturalista también y autor del
Diccionario de Historia Natural. Su biógrafo, el Dr. Belisario Díaz Romero, anota que la especialidad
de Alcide era hacer dibujos de objetos naturales, arte por el que ingresó como empleado
dibujante al Museo de París. Habíase dado a conocer también publicando varias memorias sobre
zoología y algunas monografías, juntamente con un ″Cuadro metódico de la clase de los cefalípodos″.
De ahí que el gobierno francés, conocedor de las aptitudes y competencia del joven empleado del
Museo, habíale encomendado posteriormente la misión de estudiar y realizar exploraciones en el
continente sudamericano.

El 29 de julio de 1826, d'Orbigny se embarcaba en el puerto de Brest, con dirección a la América y


llegaba a Río de Janeiro. Desde aquel momento comenzó su ″peregrinación laboriosa″ durante
ocho años. Cuando concluyó su misión volvió a su patria, donde hízose cargo del Museo en
calidad de administrador y profesor de cátedra de palenteología, al mismo tiempo que inició la
publicación de su gran obra Voyage dans l'Amérique Merídionale (1835-1847), en la que da cuenta de
sus observaciones y estudios realizados durante su viaje.

Esta obra comprende 11 tomos. En el tomo tercero: ″Historia del Viaje″, dedica a Bolivia los
siguientes tomos: Descripción Geográfica, Histórica y Estadística de Bolivia (París, 1845) y
Estudios sobre la Geología de Bolivia. Aparte de esas obras dio a publicidad muchas otras de gran
interés.

Como Caballero de la real orden de la Legión de Honor de Francia, oficial de la Legión de Honor
Boliviana y miembro de varias Academias y Sociedades Científicas de París, de Londres, de Turín,
de Madrid, de Moscú, de Filadelfia, ejerció su cargo de profesor hasta sus últimos días. Falleció en
París el año 1857.
140

D'Orbigny en Bolivia
Gunnar Mendoza

Introducción
1 El trabajo se presentó como conferencia pública en la Alianza Francesa en Sucre en
1971, en fecha incierta. Gunnar Mendoza había estado recolectando material para un
escrito sobre el viaje de Alcide d'Orbigny por Bolivia. De ese ″Material de Apoyo″
seleccionó porciones para la presentación oral, redactando un texto en tarjetas, como
era su costumbre. Usando ese escrito como texto base, se han incorporado a él las notas
de pie correspondientes y detalles dejados de lado del material de apoyo.
2 Gunnar Mendoza utiliza en este artículo correspondencia oficial inédita del Ministerio
de Relaciones Exteriores y el Ministerio del Interior de la joven República de Bolivia,
que se encuentra en el Archivo Nacional de Bolivia, incluyendo una carta de d'Orbigny
al Presidente Andrés de Santa Cruz, hasta ahora desconocida, que revela aspectos del
viaje del naturalista francés por Bolivia que permanecían ignorados hasta ahora.
3 No ha sido posible ubicar con precisión todas las citas; tales casos están mencionados
entre corchetes.
4 Javier Mendoza Pizarro2

I. Preliminar

5 La escena que sigue transcurre en mayo de 1832 en un trecho del bosque más alto y
recóndito de la cordillera de los Yuracarés que va a morir en las llanuras de Mojos en
Bolivia. Es de noche. Una noche obscura, que lo es más aún bajo el espeso techo de
frondas. Sin embargo, arden allí muchas fogatas, y a su luz temblorosa se ven grupos de
hombres que están acampados. Uno de ellos blanco, rubio, alto, vestido de blanco y con
una faja roja al rededor de la cintura; los otros, cuarenta, cincuenta, sesenta, todos
indios semidesnudos, de cabello y ojos renegridos. La noche está quieta y callada. De
pronto, en medio del silencio, se oye un cántico solemne, un coro profundo y patético
141

que se alza, resuena al cabo de breves instantes, se pierde entre las bóvedas salvajes, y
transporta el alma hacia el infinito.2
6 El hombre blanco es Alcide Dessalines d'Orbigny, y los indios sus sesenta remeros
cayubabas, que son los que han cantado esa música religiosa aprendida de los
misioneros de Mojos. La partida viene de Trinidad y va para Cochabamba. Hace dos
años que d'Orbigny está andando por Bolivia, hace seis que está andando en América.
Cuando salió de Francia, en julio de 1826, tenía apenas 24 años. Ha venido a América
como naturalista viajero del Museo de Historia Natural de París. Su viaje no es un viaje
de placer, de aventura, de lucro ni de contenido político, estratégico, ni económico. Es
un viaje puramente científico, destinado a la observación geográfica, histórica y social,
y a la recolección de muestras raras o desconocidas de los tres reinos de la naturaleza.
7 En 1825 una sociedad de capitalistas ingleses había resuelto enviar algunos
comisionados a Potosí y esto despertó en las autoridades del Museo de Historia Natural
de París la idea de enviar a América del Sur una expedición científica. El elegido para
esta empresa fue d'Orbigny, que fue lo que los ingleses dicen ″the right man in the right
place″. Hijo de Charles-Marie Dessalines d'Orbigny (1770-1856), cirujano que sirvió en la
marina y en hospitales militares establecido en Nantes y La Rochelle, y con gran afición
por las ciencias naturales, lo cual se refleja en sus escritos. Alcide nació en Coueron
(Loire inferior) en 1802. Desde muy temprano reveló su inclinación a las ciencias
naturales como alumno del liceo de La Rochelle. Empleaba sus vacaciones en buscar
materiales marinos en las orillas del mar y muestras de rocas. A los veinte años envió a
la Sociedad de Historia Natural una memoria sobre cierto género de gasterópodos. Su
versación científica quedó revelada por un trabajo sobre la clasificación de los
foraminíferos, fósiles microscópicos a la sazón apenas observados, que sometió en 1825
a la Academia de Ciencias. En un informe que Etienne Geoffroy Saint-Hilaire 3 y André
Latreille4 prestaron sobre dicha memoria, dictaminaron que ″el orden de los
foraminíferos es una creación de d'Orbigny″. El trabajo de Alcide se publicó en la
entrega de los Annales des Sciences Naturelles de enero de 1826, y le valió tal
predicamento que el Museo de Historia Natural le comisionó para llevar a cabo una
expedición científica a América del Sur. Fue profesor de geología en el Museo de
Historia Natural, curador del mismo, miembro y presidente varias veces de la Sociedad
Geológica de Francia, pero nunca fue miembro de la Academia de Ciencias no obstante
la importancia de sus trabajos. Murió en Pierrefitte (Sena) en 1857 5.
8 D'Orbigny había soñado más de una vez con venir a América 6. Gran lector de Alejandro
Humboldt y el conde Constantino de Volney, que habían convertido los viajes en un
método de investigación científica, ve próxima la oportunidad de convertir su sueño en
realidad. Así y todo, pide un año para prepararse mejor, para lo cual cuenta con los
consejos de hombres como el propio Humboldt y Georges Cuvier 7 y otras eminencias de
la ciencia occidental8.

II. Itinerario general

9 Llegado a América, d'Orbigny desembarcó en Río de Janeiro (Sept. 1831) y al cabo de


unas pocas semanas prosiguió al Uruguay (Oct. 18) donde permaneció cerca de dos
meses. Luego invirtió en Argentina tres años en Corrientes, Misiones y la Patagonia.
Prosiguió por el Cabo de Hornos a Chile y finalmente, después de una breve visita a
142

Cobija, en abril de 1830, ingresó a Bolivia por Arica y Tacna, llegando a La Paz el 27 de
mayo de 1830.
10 En junio de ese año, explicando el objetivo de su viaje, d'Orbigny escribía al Presidente
Andrés de Santa Cruz: ″Mis intenciones son de andar toda la República de Bolivia
siguiendo mis observaciones sobre todo lo que pertenece a las ciencias naturales y a sus
aplicaciones, también a la geografía, quedándome en el país el número de años
necesarios para llenar esta gran empresa″9. Explicó así su itinerario general: ″El viaje
que trato de hacer después de recibir respuesta a esta carta es andar los Yungas, llegar
a Cochabamba, y después seguir mis investigaciones de las provincias de Mojos y
Chiquitos hasta la frontera de los brasileros, y después dirigirme al lado de
Apolobamba. Si V.E. quiere hacerme el favor de dar su aprobación a este itinerario,
saldré después de recibir sus órdenes. En el caso contrario, que me haga la gracia de
indicarme lo que le parezca más a propósito″.10
11 El viaje fue autorizado. Su recorrido por Bolivia desde entonces comprendió: Yungas
(julio-septiembre de 1830); Sicasica y Ayopaya (septiembre de 1830); Cochabamba, Clisa,
Mizque y Vallegrande (octubre-noviembre de 1830); Santa Cruz, Chiquitos, Guarayos y
Moxos (noviembre de 1830 a mayo de 1832); de Mojos a Cochabamba (junio y julio de
1832) y de Cochabamba nuevamente a Mojos (julio de 1832 abriendo una vía nueva. De
Mojos otra vez a Santa Cruz, y por Vallegrande a Sucre (agosto de 1832 a marzo de
1833). Diciembre de 1832 a marzo de 1833: permanencia en Sucre. Desde Sucre por
Potosí, Oruro, Carangas y Sicasica a La Paz (marzo-abril de 1833). Abril, mayo y junio de
1833 van a ser empleados en un recorrido por las orillas del lago Titicaca, las ruinas de
Tihuanacu y La Paz, y finalmente salió por Arica al Perú, embarcándose en Moliendo
para retornar a Francia (marzo-octubre de 1833). Cuando salió de Francia era un joven
de 24 años. Empleando prácticamente toda su primera juventud en esta expedición
científica de seis años y diez meses, a su regreso es un hombre de 31.

III. Los franceses en Bolivia

12 Cuando d'Orbigny ingresó en Bolivia (abril de 1830) no existían relaciones oficiales


entre Francia y Bolivia. Sin embargo, los habitantes de los principales centros urbanos
estaban bastante familiarizados con los franceses por relación directa, especialmente a
través del contrabando en que activamente se empeñaba el comercio francés y que
desde comienzos del siglo XVIII había acrecentado grandemente en el Pacífico, contando
con el mayor beneplácito y la colaboración de los súbditos del Alto Perú, pese a las
prohibiciones de las autoridades españolas, quienes, por su parte, del Virrey para abajo,
solían estar complicadas casi siempre en este tráfico. Vecinos de Potosí acudían hasta
Arica a comerciar con los franceses, y no era raro que súbditos franceses se quedaran a
vivir en las colonias.
13 En otro orden de cosas, los libros de la ilustración francesa no eran cosa del otro mundo
para los universitarios de Charcas, y en la segunda mitad del siglo XVIII es muy sabido
cómo el canónigo Terrazas los tenía en su biblioteca y los prestaba a pesar de todas las
disposiciones inquisitoriales. No debería admirar, pues, que por aquel año de 1830 la
reforma de la legislación civil boliviana que estaba en marcha, hubiese tomado como
modelo literal el Código Napoleónico; que los tres miembros del tribunal del
protomedicato de la República, recientemente creado en La Paz, fuesen franceses: los
doctores José Cordon, Pedro María Burnier y Juan Nicolle11, así como era francés el
143

teniente de protomedicato en Chuquisaca, el doctor Carlos Augusto Torráis 12; que la


enseñanza del idioma francés estuviese incorporada a los planes de estudio de los
nuevos colegios de ciencias, con profesores franceses en Chuquisaca, La Paz y
Cochabamba13; que un Monsieur Tardiveau hubiese sido contratado por el gobierno
boliviano en 1826 para que viniese a establecer una fábrica de vidrio en Cochabamba 14;
que media docena de franceses de diversas profesiones estuviesen ese mismo año en el
naciente puerto boliviano de Cobija, avecindados como comerciantes o esperando la
oportunidad de acomodarse en las ciudades del interior; y que el propio Presidente
Andrés de Santa Cruz gustase de insertar parrafadas en francés en su correspondencia
personal.

IV. Reconocimiento

14 Las circunstancias mismas habían creado así una relación cuasi-oficial entre los dos
países, por intermedio del cónsul general de Francia en Chile, Louis de la Foret,
residente en Valparaíso15. Los esfuerzos del gobierno del Presidente Santa Cruz por
obtener el reconocimiento francés, que llegaron inclusive a valerse del general
Lafayette como intermediario, finalmente fructificaron el 26 de mayo de 1831 cuando
un emisario francés anunciaba desde Cobija al gobierno boliviano que Francia,
″reconociendo en principio la independencia de esta República, estaba dispuesta a
concluir con Bolivia un tratado de amistad, comercio y navegación sobre el principio de
la más exacta reciprocidad″, y que se esperaba que el presidente Santa Cruz enviase a
″París un negociador provisto de poderes bastantes″16. Francia era así el primer país no
americano que reconocía la independencia de Bolivia17. Santa Cruz designó a comienzos
de 1832 al coronel francés Charles Heine como comisionado del gobierno boliviano ante
las autoridades francesas18. Y a comienzos de 1833, estaba en camino hacia Francia el
primer ministro plenipotenciario acreditado por Bolivia, el celebérrimo doctor
Casimiro Olañeta, con su secretario, un aventajado joven llamado Tomás Frías, futuro
presidente de Bolivia19. Como era de esperar, la historia de esta primera misión
diplomática boliviana en Europa está inevitablemente teñida y sazonada con las
peculiaridades propias del genio de Olañeta. El gobierno francés, por su parte, acreditó
el 11 de octubre de 1833, como encargado de negocios y cónsul general en Bolivia, a
Claude Martigny20.
15 Todos estos personajes tuvieron que hacer, directa o indirectamente, con el viaje y los
resultados de la expedición científica de d'Orbigny.

V. Situación boliviana

16 Cuando d'Orbigny entró en Bolivia en abril de 1830, la nueva República está cumpliendo
cinco años de existencia. En medio de dificultades de toda índole, que implicaban a la
vez la tierra y el hombre dentro de Bolivia, y la política de gobierno de los países
vecinos, en esos cinco años se hicieron grandes esfuerzos por acomodar la estructura
del país a la vida occidental en la cual los países del Nuevo Mundo, quiérase o no,
entraron después que Colón puso pie en sus riberas. Bolivia pugnaba por desenvolver
en ese contexto su cultura, su industria, su comercio, sus caminos, y extender sus
contactos con el mundo.
144

VI. Camino Mojos-Cochabamba

17 La comunicación de los centros más poblados de la República con la provincia de Mojos


(actualmente el Departamento del Beni) por tierra era un problema que desde la
Colonia permanecía insoluble, no obstante los esfuerzos hechos para resolverlo. Con
decir que ese problema sigue en pie hoy en día, con todos los medios técnicos de que se
disponen, se ha dicho todo. La naturaleza oponía obstáculos enormes en que entraban
en combinación la topografía del terreno, quebrada hasta lo increíble en las alturas, y
anegadiza y despoblada en las tierras bajas; con el clima frío como en el polo y ardiente
como en el infierno, respectivamente.
18 Cuando d'Orbigny salió de Mojos, desde su capital Trinidad, a Cochabamba, en mayo de
1832, luego de una travesía penosísima, observando los cursos de los ríos y los pasos de
las cordilleras, creyó posible encontrar una ruta más breve y llevadera que la
acostumbrada, que iba por el Chapare a Cochabamba. Llegado a Cochabamba, comunicó
la idea al presidente Andrés de Santa Cruz, que la acogió favorablemente. El gobierno
estaba a la sazón precisamente empeñado en fomentar esa comunicación abriendo una
vía a La Paz por Coroico y mejorando la de Cochabamba por el Chapare. Santa Cruz
dictó pues, de inmediato, ejecutivas providencias para que la prefectura de
Cochabamba y la gobernación de Mojos proporcionasen a d'Orbigny los medios
necesarios.
19 Una comunicación del Ministerio del Interior al Prefecto de Cocha-bamba fechada el 16
de junio de 1832, indica: ″El viajero francés comisionado por su gobierno en América,
lleno de un celo patriótico y de contribuir al bien de la especie humana, ha propuesto al
gobierno abrir un camino de Mojos que se comunique con este departamento. Pide para
realizar esta obra importante la cantidad de 225 pesos que VG en el acto se los mandará
entregar del tesoro público con preferencia a cualquier otro gasto[...] proporcione
también 4 carpinteros diestros para hacer canoas y ayuden a abrir una senda con un
peso diario, fuera de 12 jornaleros, 12 hachas y 12 machetes″. También se indicó que se
pusieran a disposición de d'Orbigny de los reos condenados a obras públicas, 12 ″sanos
y robustos″ para que trabajaran en la apertura del camino, más dos gendarmes bien
armados para la custodia, y se ordenó que se expidieran algunos títulos para alcaldes y
caciques en blanco para que d'Orbigny los pudiese llenar en el camino. El oficio termina
indicando: ″Siendo importante sobremanera el objeto de esta expedición es preciso que
esta orden tenga el más pronto cumplimiento″21. Santa Cruz encargó también a
d'Orbigny que ″quiera dedicarse a buscar una mina de azogue en los lugares por donde
transite″22 y ″asimismo le ruega se tome usted el trabajo de formar un mapa de la
República Boliviana con toda la exactitud que le presten sus conocimientos prácticos y
su saber″23.
20 La partida salió de Cochabamba el 2 de julio de 1832, y el 25 de agosto del mismo año,
d'Orbigny, desde Trinidad, daba ″parte al supremo gobierno sobre la comisión que se le
confió de abrir nuevas comunicaciones de Cochabamba a Mojos″. En el parte se explica
que el itinerario seguido comprendió desde Cochabamba a Tiquipaya, Altamachi,
Tutilima, río del Mal Paso, cuesta de la Reunión, cuesta de Icho, junta de los ríos Icho y
Motelo, y Trinidad. De Cochabamba hasta dicha junta la ruta es de 58 leguas por tierra,
y desde la junta a Trinidad, por los ríos Securí y Mamoré, son 48 leguas de navegación,
haciendo un total de 103 leguas.
145

21 De las 58 leguas de tierra, 17 estaban ya del todo viables y d'Orbigny sugería que la
apertura al tránsito de las 41 restantes se abriese con la cooperación de los indios
mojeños, en una parte, y de los indios yuracarés en la otra, dejando expedito un camino
″bueno, sin peligro y de los más ventajosos″. En cuanto al tramo fluvial por el Securí y el
Mamoré hasta Trinidad, d'Orbigny encarecía que se trataba de una ″navegación buena,
sin cachuelas ni riesgo alguno, un río manso, de bastante agua y navegable en todo
tiempo″.
22 Comparando la nueva ruta con la vía en uso, d'Orbigny explicaba que cuando el camino
nuevo estuviese ″abierto como corresponde, en 9 a 10 días será fácil transportarse de
Cochabamba a la capital de Mojos (Trinidad), mientras que por el Chapare este tiempo
se consume solamente en el tránsito por tierra de un camino sumamente peligroso,
donde cientos de viajeros han perecido así como miles de bestias por motivo de la
serranía nevada, como del camino demasiado fragoso y lleno de precipicios horrorosos.
La navegación adicional del Chapare hacia Trinidad es siempre de 5 a 6 días y viene a
salir al Mamoré a una gran distancia, lo que atrae peligros que no existen en la
navegación del río Securí″24.
23 En cuanto a las ventajas económicas, d'Orbigny indicaba a que el nuevo camino
proporcionaba ″una nueva yunga propia a todos los establecimientos horticulturales.
Las faldas de la cuesta de la Reunión ofrecen sus terrenos vírgenes y propios a la coca,
caña, tabaco, café y chocolate, y no tardan a ser pobladas por los cochabambinos desde
que el camino será transitable con cargas[...] Las minas de oro las más ricas ocupan el
lecho de estos ríos y pueden ser un motivo más para esta apertura[...] ofreciendo los
medios seguros y rápidos de poner al centro de la república los productos de la
industria de la provincia de Mojos y adelantar su condición″ 25.
24 En cuanto a los aspectos sociales, d'Orbigny sugería el recurso al sistema de los
mitimaes incaicos para reducir a los indios yuracarés a un pueblo que se formaría en el
puerto de la Junta. Los yuracarés, advertía, ″son demasiado soberbios y viciados, y un
solo medio podría atraer a estos americanos a la sociedad y hacerlos útiles a la
república, y sería llevar unas familias de indios mojos para mezclarlos con ellos y
sujetarlos[...] y formar una población demasiado necesaria para el tránsito y para
aprovechar estas tierras que se pueden llamar sin exageración la tierra de promisión
por su fertilidad y la hermosura de sus bosques y las ventajas que pueden ofrecer a la
industria″.26
25 Con el parte enviado desde Trinidad, d'Orbigny remitía un plano topográfico de la ruta
y una comunicación en la que expresaba su alborozo por ″salir según mis más grandes
deseos en esta empresa y haber probado por mi celo la intención que tengo de servir a
la República″. Al mismo tiempo encarecía los trabajos y peligros que con su partida
había corrido atravesando tierras que en su mayor parte habían permanecido hasta
entonces inexploradas, en medio de cerros ″cubiertos de bosques donde apenas la luz
del día puede pasar lo tupido de las hojas que cubren la tierra de sombra perpetua″.
Andando así ″era preciso reconocer la dirección más recta y vencer a pie la desigualdad
de un suelo virgen″, hasta llegar luego de una travesía de 20 días al país de los
yuracarés. ″En medio de estos naturales, más salvajes que las fieras de estos inmensos y
asombrosos bosques donde ellos viven, tardé 10 días haciendo construir una canoa que
me ha servido para bajar a Mojos haciendo el tránsito sin más recursos de víveres que
los proporcionados por la providencia, porque todo lo que teníamos se había acabado,
146

mas la pesca y la caza me ha proveído siempre, y a los 40 días de penas llegué a


Trinidad″27.
26 La empresa de d'Orbigny produjo lógicas suspicacias y resistencias entre algunas
autoridades de Mojos y de Cochabamba, pero el presidente Santa Cruz, comprendiendo
las ventajas de la nueva vía, dispuso que se adelantasen los trabajos bajo la dirección
del comisionado boliviano que había acompañado a d'Orbigny en la apertura de la vía, y
que ″con toda suavidad y cariño trate de persuadirse a algunas familias de indios Mojos
para que se establezcan en el puerto de Icho contando para ello con el auxilio del padre
Lacueva″28. El padre Lacueva era un venerable misionero franciscano que se había
quedado a vivir en definitiva entre aquellos indios, un poco decepcionado por la
esterilidad de sus esfuerzos para reducir a los altivos yuracarés.

VII. Museo

27 Otro de los objetivos en que Bolivia estaba empeñada por entonces era el de extender y
profundizar los conocimientos de las ciencias naturales. Esto coincidía con el propósito
homólogo de d'Orbigny quien en vísperas de ingresar a La Paz, desde Valparaíso, en
mayo de 1830, por medio del cónsul francés en Chile, M. de la Foret, había expresado su
disposición de ″reunir una colección completa [de ejemplares de los tres reinos de la
naturaleza] para Bolivia, clasificando todo según los sistemas más modernos y dando
las anotaciones necesarias de modo que los que quisiesen instruirse en las ciencias
naturales tendrán todo lo posible para eso. Siguiendo mi viaje, tomo el empeño de
hacer conocer al gobierno todo lo que puede servir al país sobre los diversos ramos″ 29.
28 El gobierno boliviano acogió la iniciativa, le dio los recursos necesarios y en
consecuencia, en todo el curso de su itinerario de tres años en Bolivia, d'Orbigny fue
cumpliendo su compromiso de recolector de ejemplares de los reinos naturales por
partida doble, un ejemplar para Bolivia y otro para Francia.
29 A comienzos de 1833, d'Orbigny tenía casi terminado su recorrido por Bolivia e hizo al
gobierno ajustadas sugerencias para el establecimiento formal de un museo de historia
natural en La Paz.
30 Pedía en primer término que se designase una sola persona adecuada para establecer el
museo, con mesas para clasificar provisionalmente las colecciones, hasta que se
estableciera como correspondía a su importancia. El museo, compuesto de muestras de
los tres reinos, era tan variado que podía demostrar a primera vista las riquezas
naturales de Bolivia. Las colecciones, proseguía d'Orbigny, iban a ser clasificadas por él
mismo y denominadas según las nomenclaturas más modernas para que sirviesen a la
instrucción de los jóvenes de Bolivia. Un catálogo metódico sería entregado en La Paz al
conservador nombrado para el museo, y otro remitido al presidente Santa Cruz. (Este
último se conserva en el Archivo Nacional de Bolivia30).
31 Para el reino mineral, d'Orbigny no había podido recoger todas las muestras que
deseaba, de modo que pidió al gobierno que remitiese una circular a los prefectos a fin
de que proporcionasen tan pronto como fuese posible las muestras, que serían
igualmente clasificadas por él. Como en Chuquisaca se conservaban los restos acopiados
por el difunto arzobispo Benito María de Moxó, y en la Casa de la Moneda de Potosí
existían asimismo muestras de minerales, se dispuso que esos ejemplares debían
asimismo refundirse en el Museo de La Paz31. El gobierno acogió esas sugerencias y
encomendó a d'Orbigny que reconociese y clasificase él mismo los restos del museo de
147

Moxó. Al llegar Moxó de México a Chuquisaca como arzobispo en 1807 traía consigo una
buena colección de antigüedades, objetos naturales, libros y manuscritos que había
reunido en el país azteca y que con su fino espíritu dotado de un gran sentido estético,
atesoraba celosamente en su palacio. Los azares de la guerra de emancipación
produjeron, como se sabe, el destierro de Moxó a Salta, en medio del torbellino bélico a
donde no pudo llevar su colección, que quedó encajonada bajo la custodia del Tesoro
Público de
32 Chuquisaca. Ella no pudo sobrevivir incólume a los contrastes de tres lustros de guerra.
En 1825, al establecerse la República, la colección se había inventariado por orden de
Sucre y se encontró que ya no quedaban sino restos32, que en los años corridos desde
1825 hasta este de 1833 habían disminuido aún más33.
33 El reconocimiento y catálogo que hizo d'Orbigny en febrero de 1833 de los restos de
esta colección dieron por resultado unas 200 piezas de los tres reinos, incluyendo las
antigüedades.
34 Una parte de la colección Moxó fue incorporada a la que d'Orbigny había reunido en su
recorrido por Bolivia, y otra fue obsequiada por el Presidente Santa Cruz al propio
d'Orbigny. A nombre de aquél, el Ministro del Interior indicaba al naturalista que el
inventario debía hacerse ″para que así el mismo reconocimiento descubra también
algunas preciosidades con que desea el Gobierno obsequiar a Ud.″ 34. Este ofrecimiento
se reitera diez días más tarde, en otra nota que invita a d'Orbigny ″se sirva tomar de allí
todas las antigüedades, y demás especies que sean de su beneplácito, teniendo a bien
aceptar este pequeño obsequio que quiere hacerle S.E.35
35 En junio 22 de 1833 d'Orbigny remitió al Presidente Santa Cruz un ejemplar autógrafo
del catálogo final que lleva el título de ″Catálogo del museo boliviano formado por el
naturalista Alcide Dessalines d'Orbigny″, el cual comprende 911 piezas,
correspondiendo 700 al reino animal, 156 al vegetal, y 65 al mineral, con
denominaciones latinas, españolas, o indígenas, y francesas de los ejemplares, así como
la indicación del área de origen. Muchos de los ejemplares eran hasta entonces
desconocidos en los dominios de la zoología, la paleontología, la botánica y la
mineralogía. D'Orbigny tuvo que proveer denominaciones nuevas de manera que, aún
antes de presentar el resultado de sus trabajos en Francia, esta preciosa lista hacía
entrar por primera vez en los dominios de la ciencia denominaciones alusivas a Bolivia,
tales como Tanagra chiquitenses (cardenal), Tangra yuracarensis, Phitololma Pisuta
boliviensis, Muscicapa Siriri yunguensis, Muscacapa guarayensis, Trochilus cochabambensis
(picaflor), Psitacus chuquisaquensis (nuestro periquito). Aun así, en vista de que
d'Orbigny no tenía a mano medios suficientes de identificación, 46 especies vegetales
quedaron anónimas.
36 A tiempo de entregarlo, d'Orbigny observaba que el catálogo estaba clasificado ″al estilo
de los de Europa [y] que puede servir de base para las aumentaciones que se pueden
hacer″, y apunta: ″Desde Francia buscaré modo de aumentarlo cuanto pueda″. Pedía
también que indispensablemente se encargase ″el museo a una persona capaz de su
fomento y que cuide de su conservación″, anunciando que uno de sus ayudantes
franceses36 regresaba a Guarayos para completar sus propias colecciones y que,
mediante una ayuda del gobierno, podía también ″aumentar el museo de La Paz de
todos los objetos que he podido traer por su volumen o rareza″ 37.
148

37 Las providencias que de inmediato se tomaron por parte del gobierno consistieron en
depositar la colección en un salón del colegio de Ciencias de La Paz, ″donde apenas se
pudo proporcionar unas cuantas mesas que sirvan provisionalmente mientras se
costeen los estantes respectivos″. El prefecto observaba también que las especies
permanecen ″disecadas en el mismo estado en que se han recibido″ y para hermosear el
museo será ″preciso embutirlas dejando los animales en su configuración natural. Mas
para esto es indispensable se costeen los gastos de armar los estantes y cajones con
vidrios donde deban acomodarse según sus clases y preservarlos del aire y la polilla″ 38.
Por el momento se ignora la suerte del museo formado para Bolivia por d'Orbigny. 39

VIII. Becarios

38 Como los centros de enseñanza superior del país no ofrecían posibilidades para el
aprendizaje de conocimientos aplicables al desenvolvimiento de la industria, el
comercio, la salud pública, y otros campos prácticos, una vez que la universidad
colonial se había limitado a fabricar teólogos y abogados, la nueva república debía
buscar los medios de procurarse profesionales en esas disciplinas prácticas por todos
los medios a su alcance.
39 Consecuente con estos antecedentes, el gobierno de Bolivia había circulado a comienzos
de noviembre de 1831 entre los prefectos del país una orden para que, de entre los
mejores alumnos de los colegios de ciencias, propusiesen una lista de cinco postulantes
para que fuesen enviados a Europa a instruirse en disciplinas tales como mineralogía,
física, química, matemáticas, economía política y derecho 40. La respuesta no fue
halagüeña, la iniciativa chocaba ″con preocupaciones y tímidas ideas en orden a sus
mismas ventajas″41, o porque ″no ha podido presentarse ningún joven de las aptitudes y
principios requeridos″42, o porque ″los fondos departamentales no sólo no alcanzan a
subvenir sus gastos naturales pero que su total menoscabo amenaza que se cierren
algún día los establecimientos que dependen de su existencia″. 43
40 Es presumible que d'Orbigny, en sus charlas con Santa Cruz, hubiera sugerido esta
iniciativa. Los documentos no revelan nada específico al respecto. Eso sí, el 21 de
febrero de 1833 el Ministro del Interior escribía a d'Orbigny anunciando que cinco
jóvenes bolivianos habían sido seleccionados para ir a París ″a perfeccionarse en sus
estudios″, siendo ellos ″Rafael Bustillo, Manuel Berríos, Hermenejildo Centeno, Lorenzo
Frías y Manuel Paz″44, este último que había acompañado a d'Orbigny en casi todo su
viaje por Bolivia a su entera satisfacción. Agrega la nota que ″considerando S.E. el
Presidente la necesidad de confiar a la dirección de un literato de crédito,
respetabilidad y delicadeza los cinco jóvenes″, y que ″nadie otro puede llenar este
encargo a su satisfacción, me ordena ruegue a usted quiera aceptarlo″. 45
41 D'Orbigny expresó ″El placer que recibo de poder ser útil con este pequeño servicio a
esta República y ser grato a su supremo jefe por los favores que se ha dignado
dispensarme″46, pero con el aventajado conocimiento que tenía tanto de las condiciones
de Bolivia como se su propia patria, adelantó observaciones que revelan a la vez su
interés en la empresa como su espíritu previsor: ″Habiendo sucedido varias veces que
jóvenes americanos mandados a Francia o a Inglaterra para su construcción no han
aprovechado nada″ creía necesario ″hacer conocer los medios más seguros″ en el caso
presente. ″Estos jóvenes deben quedarse cuatro años por lo menos a seguir las escuelas,
149

no comprendido el tiempo necesario para la ida y la vuelta. Los temas que parecen más
convenientes para el país son: la mineralogía, la geografía práctica, y la industria
mecánica″. Los primeros debían entrar en la escuela de minas para aprender la química
general y aplicada a los metales y aprender afuera las ciencias accesorias, como la
geodesia, para poder servir a la vez de ingenieros geógrafos. Los que estudiasen
mecánica deberán entrar en la escuela de artes e industria, ″que tanta falta hacen en
esta república″. Debían tener un sueldo no inferior a 500 pesos mensuales,
administrado por el director a cargo de los jóvenes, quien debía gestionar, por medio
del Ministerio de RR.EE. de Francia, su admisión en las escuelas; y el director de los
jóvenes o el ministro plenipotenciario de Bolivia debía tomar a su cargo el cuidado de
su aprovechamiento y conducta; y la remisión de recursos debía asegurarse por medio
de una casa comercial garantizada en París.47
42 En vísperas de la partida, en junio 4 de 1833, el Ministerio del Interior encarecía a
d'Orbigny: ″Se aproxima el caso en que desplegando usted los nobles sentimientos que
le caracterizan, haga el oficio de un verdadero padre de estos jóvenes″. 48
43 Casi al mismo tiempo, Olañeta, desde Burdeos, en camino hacia París para inaugurarse
en su flamante misión diplomática, dirigía al gobierno boliviano nota para llenar, decía,
un ″deber urgente del que depende la suerte de los jóvenes que S.E. el Presidente
destinó para que viniesen a educarse en Europa″. Como no sabía que los jóvenes venían
al cuidado de d'Orbigny, Olañeta comenzaba señalando los peligros a que la juventud
está expuesta cuando no tiene un guía″. Luego señalaba que ″los establecimientos
particulares, además de ser muy costosos, tienen graves inconvenientes entre los que
no es el menor la poca sujeción de los alumnos, y las contemplaciones que tienen con
ellos los empresarios″. Y ″sobre todos estos inconvenientes viene el del abandono de los
jóvenes, que es casi inevitable y del que tenemos tantos ejemplares a la vista″.
″Personas de juicio y respetables, tanto de América como de Europa, están acordes en
desaprobar el envío de jóvenes que han hecho las Repúblicas del nuevo continente″.
Terminaba diciendo que se tratase de ″evitar si es posible las desgracias que he
previsto″.49 Lo curioso del caso es que Olañeta había sabido con anterioridad a
comienzos del año, en Bolivia, directamente por el Presidente Santa Cruz, sobre el
envío de estos becarios, e inclusive había hecho ante el cónsul de Bolivia en Valparaíso,
Dámaso Uriburu, gestiones para el embarque de ellos en ese puerto, 50 sin ocurrírsele
entonces los reparos que hacía ahora en tiempo presumiblemente ya no oportuno.
44 Antes de la partida, d'Orbigny repitió varias veces sus indicaciones sobre la urgente
necesidad de asegurar la llegada oportuna a Francia de recursos para los muchachos 51,
reiterando al mismo tiempo: ″Serviré de mentor y de padre a estos jóvenes y cuidaré
tanto su buen comportamiento y adelantamiento como a su bienestar, y así enseñaré al
gobierno boliviano cuánto le estoy agradecido de los favores que hizo. Ojalá hubiese
otros medios más de servir a Bolivia, pues estoy pronto a sacrificarme por ella″ 52. De su
lado, el Ministro del Interior de Bolivia todavía despachaba en julio de 1833 una nota en
pos de d'Orbigny, entonces ya en el Perú, recomendando ″que los estudios se dediquen
preferentemente a la mineralogía, química, botánica, maquinaria y artes, que es de lo
que con especialidad necesita la República″.53
45 Mientras los cuatro muchachos bolivianos salían de Bolivia para esperar a d'Orbigny en
Valparaíso, éste, en Arica, contrató con el capitán de la fragata francesa Philanthrope
pasaje y alimentación para ellos, así como para sí mismo y el otro joven, Manuel Paz,
150

que lo había acompañado hasta Arica. El 18 de octubre de 1833, anunciaba al Ministro


del Interior que había encontrado ″en salud″ a los muchachos en Valparaíso; que les
había provisto de ropa adecuada para ″resistir el frío del Cabo de Hornos″ y que tenía
todo dispuesto para la salida. El 19 de octubre el Philantrope levaba anclas en Valparaíso,
rumbo a Burdeos.
46 Las incidencias inmediatamente posteriores de este episodio son conocidas hasta este
momento sólo a través de las informaciones remitidas desde Francia por Olañeta al
gobierno boliviano, las cuales, dada la curiosa idiosincrasia del famoso doctor
chuquisaqueño, tendrían que ser verificadas en otras fuentes por el momento
inaccesibles. Extremando aún más sus previsiones pesimistas, a tiempo que los
bolivianos se embarcaban en Valparaíso, Olañeta desde París hacía nuevas
observaciones extemporáneas, inclusive la de que necesitaban ″la ropa indispensable
para pasar el Cabo y la línea, sin lo que están expuestos a contraer graves
enfermedades″, así como la de que una vez llegados a su destino ″llegará el caso de que
pidan limosna con sus quinientos pesos″54 que serían del todo insuficientes para sus
gastos.
47 El 24 de febrero de 1834 Olañeta anoticiaba al gobierno que los muchachos habían
llegado ″perdiendo un año en el viaje″, lo que era inexacto, una vez que la partida de
Valparaíso había sido sólo cuatro meses atrás. Declinaba toda responsabilidad, una vez
que d'Orbigny había recibido el encargo de cuidar por ellos, pero, añadía con su
característica pomposidad oratoria, ″haré por ellos lo que deba como boliviano amigo
de la juventud, que un día llenará las esperanzas de la revolución americana″ 55. Al día
siguiente, recibía una nota de d'Orbigny disculpándose con sus recargadas ocupaciones
como administrador del Museo de Francia por no haber ido a participarle las órdenes
que había recibido del presidente Santa Cruz con respecto a los cinco becarios. 56
48 Dos semanas más tarde Olañeta, a tiempo de anunciar a su gobierno que él no
permanecería en su cargo de Ministro Plenipotenciario de Bolivia sino por ese año,
sugería el nombramiento del cónsul general argentino, Eugenio María Santa Colona,
residente en Burdeos, como cónsul de Bolivia, con una asignación de mil pesos y el
encargo, entre otros, de cuidar de los jóvenes estudiantes ″porque, francamente
hablando, y lleno del más grande celo por su bien, debo decir que aunque el Sr.
d'Orbigny quisiera hacer mucho, nada podrá porque no tiene respetabilidad ni puede
humanamente dirigir bien a los jóvenes por mil motivos que ahora me abstengo de
expresar″.57
49 En agosto informaba que los jóvenes ″continúan con mucha aplicación sus estudios y
viven con honradez″ aunque están encontrando dificultades ″para estudiar la química y
mineralogía″ y que d'Orbigny, reconvenido por el abandono en que están, ″dice que
ellos son bastante mayores para obrar con juicio por sí y que no habiendo querido
obedecerle, a él sólo le toca darles el dinero mensual dejando que procedan como mejor
les parezca pues ya son muy grandes para conducirlos de otros modos″. ″Cada uno ha
elegido la casa en que vive, cada uno paga sus gastos, y todos viven en la más absoluta
independencia, estudiando lo que han elegido con los maestros particulares que han
buscado″. Hasta ahora no hay motivo más que para elogiarlos, pero mil veces repetiré
que no harán progreso alguno y que el dinero del Estado se gasta inútilmente en ellos...
abandonados a sí mismos en una edad de pasiones y en París, donde la juventud
necesita ser muy contenida por la autoridad paterna″. La reacción psicológica de
Olañeta se revela al decir que ″cuando estos jóvenes vinieron encargados a d'Orbigny yo
151

me felicité examinando [eximiendo?(J.M.P.)] mi responsabilidad y leí la nota en que los


sacaban de mi autoridad con el mayor placer, aunque era bien humillante para un
ministro el ver que se le prefiriese un extranjero sin crédito ni la menor influencia″ 58.
50 En marzo de 1835, Olañeta informaba que había obtenido de las autoridades francesas
que se permitiera a dos de los muchachos ″estudiar en la escuela politécnica... Mas los
jóvenes han creído que les sería perjudicial por lo avanzado de los cursos en dicho
establecimiento″ y ″careciendo de facultades, he dejado de tomar medida alguna″. 59 A
reglón seguido informaba que d' Orbigny le había advertido que el dinero para los
jóvenes ″sólo alcanzaba hasta septiembre y que no habiendo recibido nada del gobierno
boliviano, pese a las recomendaciones hechas al aceptar el encargo″ 60, se le exonerase
de la responsabilidad61; por su parte el secretario Tomás Frías completaba la
información, en ausencia de Olañeta, expresando que un ciudadano boliviano, José
Seoane, recientemente llegado de Bolivia, había ofrecido prestar el dinero necesario
mientras el gobierno hacía el envío correspondiente, con lo cual ″el señor d'Orbigny
quedó aquietado, nuestros jóvenes compatriotas salvados del más grave peligro que
puede amenazar a un hombre la miseria en Europa. Con respecto a estos jóvenes[...]
ellos siguen prometiendo corresponder dignamente a las miras de S.E. el presidente.
Los cinco son muy honrados y estudiosos y sobre todo no están penetrados de los
deberes que les imponen las circunstancias de su viaje y decididos a luchar con todas
las dificultades para realizar las esperanzas que dan″ 62. Queda por averiguar cómo
terminó este primer caso de becarios bolivianos en Europa. 63

IX. Ayuda boliviana

51 Tan pronto como d'Orbigny explicó en Bolivia los alcances de la comisión que traía del
Museo de Historia Natural de Francia, el Presidente Santa Cruz le brindó la ayuda que
podía prestarle el gobierno boliviano, consistente en un sueldo, ayudantes, un oficial
del ejército boliviano como escolta, acémilas y conductores para su equipaje. D'Orbigny
escribe al respecto: ″La oferta que vuestra excelencia me hace de darme dos jóvenes
para acompañarme es muy necesaria al país. Tendré mucho gusto en instruirlos en
todo, de modo que cuando tendré que irme de Bolivia ellos puedan reemplazarme por
acabar de completar las colecciones del país y hacer observaciones. Además los pondré
más tarde en correspondencia con los sabios de la Europa y entonces la República de
Bolivia se encontrará, de toda la América del Sur, la más unida con Francia y la que
pueda adelantarse más pronto en los nuevos descubrimientos científicos″ 64. D'Orbigny
se apresuró a declinar el sueldo. ″El interés no ha sido nunca mi guía″, afirmaba ″y el
amor sólo de los descubrimientos y de las ciencias ha sido el motivo que me ha
determinado a dejar mi país y mis amigos para ir a ultramar a ser útil a mi patria″. ″De
mi parte no quiero ningún sueldo, estando contento si por recompensa puedo merecer
el aprecio de los bolivianos″65. También declinó la compañía del oficial de ejército que
se le había ofrecido, porque, según dijo, ″sería distraer un hombre útil a la república″ 66,
y solicitó: ″para tener más facilidad de hacer mi viaje de un modo seguro, quisiera
solamente que el gobierno tomase el cargo de franquearme los animales de montar y de
carga para mis ayudantes y mi equipaje, como también los indios necesarios para
conducir las cargas, y que también el gobierno tome el cargo de pagar a mis empleados
que van a ocuparse de trabajar para la colección que debe quedarse en Bolivia″. 67 La
ayuda, que, en cambio, solicitó y admitió del gobierno de Bolivia, puede resumirse así:
152

″Una recomendación general para las autoridades o un título para no ser considerado
en el interior como un aventurero″68, son sus propias palabras. Se le proveyó, en
consecuencia, de una recomendación para que ″en cualquiera ciudad, pueblo o lugar de
la república boliviana que se presente Mr. Dessalines d'Orbigny, viajero francés, será
tratado por las autoridades con la mayor consideración auxiliándole con cuanto
necesite y pida, dejándole transitar libremente y aún mandándole escoltar si pidiera
con algunos hombres para la seguridad de su persona en aquellos puntos que creyera
de peligro. S.E. el Presidente de la República mirará con desagrado cualquiera falta, por
pequeña que sea, a la persona de M. d'Orbigny, tanto por los respetos que merece el
gobierno francés como por los servicios particulares que presta a la República″. 69
52 Puede afirmarse que en los tres años de su recorrido boliviano, que comprendió
frecuentemente los lugares más apartados y salvajes, d'Orbigny contó con la simpatía y
la decisión de las autoridades y el pueblo de Bolivia y no se le presentaron más que
incidentes de menor cuantía.
53 D'Orbigny aceptó asimismo ayudantes bolivianos, que se escogieron de entre los
alumnos de los colegios de Ciencias con un sueldo de 30 pesos mensuales cada uno. Uno
de éstos se le proporcionó en La Paz, al comienzo de su recorrido 70; otro se le juntó en
Cochabamba71, y ambos fueron con él hasta Santa Cruz, de donde el paceño regresó y
fue substituido por un muchacho cruceño, que también se separó al término del viaje
por tierras orientales, quedando el cochabambino, que fue con él hasta París. Estos
ayudantes fueron una ayuda inapreciable, no sólo como compañía sino como
intérpretes en las lenguas indígenas de las cuales d'Orbigny sólo conocía un poco el
guaraní que había aprendido en su viaje por Corrientes y Misiones.
54 D'Orbigny se brindó a instruir a estos muchachos en todo, de suerte que ″cuando tenga
que irme de Bolivia ellos pueden completar las colecciones de objetos del país″. 72
55 Quedó también acordado que el gobierno pagase a los dos jóvenes franceses que traía
consigo, un dibujante y un preparador a otros, 30 pesos a cada uno, como compensación
a su trabajo para la colección de historia natural que debía quedar en Bolivia. 73
56 Se decidió, asimismo, que para facilitar sus viajes de un modo seguro el gobierno
tomase a su cargo la provisión de animales de montar y de carga para todos los
ayudantes y todo el equipaje, y los peones necesarios para conducir las acémilas. En el
Oriente se le proveyó también de indios para cargar el equipaje, y como éste fuera
aumentando cada vez más, hubo ocasión en que la partida llegaba a contar hasta
sesenta indios que llevaban las cajas y petacas abarrotadas con plantas, animales,
maderas, fósiles, etc. etc.
57 El gobierno puso también al alcance de d'Orbigny, en casos especiales, baquianos y
guías para facilitar sus recorridos. En Chiquitos se le adjuntó para todo el recorrido de
esa provincia el gobernador de ella, don Marcelino de la Peña, conocedor eximio de la
comarca, y la colaboración que de él recibió d'Orbigny fue tan eficaz que Peña es una de
las pocas personas a quienes se menciona por su nombre en el relato del viaje, cosa que
d'Orbigny reservaba para casos verdaderamente excepcionales.
58 Para la apertura del camino a Mojos, también fueron puestos a disposición de d'Orbigny
un práctico, José Tudela, a quien él recuerda luego con elogio, y todos los recursos
necesarios en hombres, animales, implementos y dinero.
59 El gobierno dio también facilidades a d'Orbigny para adquirir documentos ilustrativos
sobre las regiones comprendidas en su viaje, tales como impresos, manuscritos, mapas,
153

los cuales entraron en el patrimonio del naturalista y llegaron a constituir un acervo


realmente precioso.
60 A la conclusión de su viaje se le reconocieron 1.000 pesos, en compensación de gastos
en que él había incurrido en su recorrido boliviano74.

X. Libros

61 El gobierno se suscribió a 10 ejemplares de su monumental relato del viaje, Voyage dans


l'Amerique Meridionale, que hicieron un total de 1.500 pesos.
62 El gobierno se suscribió asimismo a mil ejemplares de otra obra menor de d'Orbigny, su
Descripción histórica, geográfica y estadística de Bolivia, de la que sólo alcanzó a salir un
volumen de los diez previstos, que habrían formado sin duda algo comparable al Ensayo
político sobre la Nueva España, de Humboldt; pero Belzu, que tenía por Ballivián -
prohijador de la empresa- el odio mortal que se sabe, quitó su apoyo a la iniciativa.

XI. Honores

63 Otras distinciones se acordaron también a d'Orbigny, como la de miembro de la Legión


de Honor de Bolivia y ciudadano boliviano honorario.

XII. Simpatía hacia Bolivia

64 Se explica así que las expresiones de simpatía por Bolivia abunden en los escritos de
d'Orbigny, que no era ni mucho menos un hombre zalamero o retórico. ″Ahora
considero a la República boliviana como mi patria adoptiva, y estoy dispuesto a hacer lo
posible por ser útil a este país″75. Y en otra oportunidad: ″Bolivia se acordará siempre de
haberme abierto su seno, y para dar / le un testimonio de su agradecimiento no
olvidaré nada de lo que pueda contribuir a su felicidad y elevación″ 76. Y finalmente ″me
esmeraré en corresponder a las nobles intenciones de S.E. el presidente Sta. Cruz... en
todo lo que pueda contribuir a la ilustración de Bolivia y llenar de este modo el anhelo
de su digno presidente, y no haré en esto sino pagar un justo tributo al agradecimiento
que le debo″.

NOTAS
2. D'Orbigny, Alcide. Viaje a la América Meridional, Editorial Futuro, Buenos Aires, 1945. T. IV, p.
1365.
3. Naturalista francés (1772-1844), profesor de zoología en el Museo de Historia Natural de París.
[Nota de J.M.P.].
4. Naturalista francés (1762-1833) considerado uno de los padres de la entomología. [Nota de
J.M.P],
5. Pierre Larousse, Grand Dictionaire Universel du XIXe siéclc, t.11, p. 1413-1414.
154

6. D'Orbigny, Alcide. Viaje a la América Meridional, Editorial Futuro, Buenos Aires, 1945. T. III, p. 15.
7. Zoólogo y paleontólogo francés (1769-1832). Creador de la anatomía comparada y la
paleontología; autor con Geoffroy Saint-Hilaire de una Historia de los mamíferos. [Nota de J.M.P.].
8. Del material de apoyo que acumuló Gunnar Mendoza se puede concluir que tenía la intención
de examinar las experiencias previas a d'Orbigny. En una de las tarjetas Mendoza expresa:
″Hablar de otros viajeros que pasaron por Bolivia: Frasier, Nordenflicht, Haenke, Temple,
Andrews, Pentland″. Pero este material no fue redactado. [Nota de J.M.P.].
9. Carta de Alcide d'Orbigny al Presidente Andrés de Santa Cruz, 19 de junio de 1830; Archivo
Nacional de Bolivia. Ministerio del Interior, t. 28, no 12.
10. Ibid.
11. Archivo Nacional de Bolivia. Col. Of. año 1830, p. 275.
12. Archivo Nacional de Bolivia. Ministerio del Interior, t. 69, N″ 18, nota 133.
13. Airchivo Nacional de Bolivia. Ministerio del Interior, t. 69, N″ 27, p. 2.
14. Archivo Nacional de Bolivia. Ministerio del Interior, t. 70, N″ 15, año 1835, nota 19.
15. Ministerio de Relaciones Exteriores. [Fuente imprecisa]
16. Ministerio de Relaciones Exteriores. [Fuente imprecisa]
17. No. 106. [Fuente imprecisa]
18. Archivo Nacional de Bolivia. Ministerio del Interior, t. 70, N°. 15, nota 60.
19. Ministerio de Relaciones Exteriores. [Fuente imprecisa]
20. Ministerio de Relaciones Exteriores. [Fuente imprecisa]
21. Archivo Nacional de Bolivia. Ministerio del Interior, t. 69, No. 15.
22. Carta del Gobernador de Cochabamba a d'Orbigny, 25 de junio de 1832. Archivo Nacional de
Bolivia. Ministerio del Interior, t.69, N°. 10.
23. Ibid.
24. [Fuente inexistente]
25. [Fuente inexistente]
26. [Fuente inexistente]
27. Todo No. 44. [Fuente imprecisa]
28. Archivo Nacional de Bolivia. Ministerio del Interior, t. 69, N°. 21, nota 17.
29. Carta de d'Orbigny al Presidente Andrés de Santa Cruz, La Paz, 1830.VI.19, Archivo Nacional
de Bolivia. Ministerio del Interior, t. 28, N°. 12.
30. Archivo Nacional de Bolivia.
31. No. 57. [Fuente imprecisa]
32. [Fuente inexistente]
33. Algunos de estos ejemplares, en reproducciones dibujadas por el pintor chuqui-saqueño
Francisco Saavedra, pueden apreciarse en el manuscrito original del libro de Moxó intitulado:
Cartas mexicanas, así como en la edición hecha en Genova en 1837.
34. Nota del Ministro del Interior a d'Orbigny. 4 de febrero de 1833, Archivo Nacional de Bolivia.
Ministerio del Interior, t. 69, N°.10.
35. Nota del Ministro del Interior a d'Orbigny, 14 de febrero de 1833, Archivo Nacional de Bolivia.
Ministerio del Interior, t. 69, N°.10, esf.
36. D'Orbigny llegó con dos ayudantes franceses de los cuales se sabe muy poco. [Nota de J.M.R]
37. Todo No. 52. [Fuente imprecisa]
38. No. 73. [Fuente imprecisa]
39. Gunnar Mendoza: ″Vocación de arte y drama histórico nacional en Bolivia: El pintor Melchor
María Mercado (1816-1871)″, Introducción a: Melchor María Mercado, Album de paisajes, tipos
humanos y costumbres de Bolivia (1841-1869), Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, La Paz, 1991,
p. 33. [Nota de J.M.P]
40. Nos. 26, 27. [Fuente imprecisa]
41. No. 30. [Fuente imprecisa]
155

42. No. 27. [Fuente imprecisa]


43. No. 72. [Fuente imprecisa]
44. Carta del Ministro del Interior a Alcide d'Orbigny, 21 de febrero de 1833. Archivo Nacional de
Bolivia. Ministerio del Interior, t. 69, No. 10.
45. Ibid.
46. No. 50. [Fuente imprecisa]
47. No. 59. [Fuente imprecisa]
48. No. 71. [Fuente imprecisa]
49. No. 88. [Fuente imprecisa]
50. No. 87. [Fuente imprecisa]
51. Nos. 53,54. [Fuente imprecisa]
52. No. 54. [Fuente imprecisa]
53. No. 74. [Fuente imprecisa]
54. No. 92. [Fuente imprecisa]
55. No. 97. [Fuente imprecisa]
56. No. 97. [Fuente imprecisa]
57. No. 98. [Fuente imprecisa]
58. 99. [Fuente imprecisa]
59. No. 100a. [Fuente imprecisa]
60. No. 100b. [Fuente imprecisa]
61. No. 101. [Fuente imprecisa]
62. No. 101. [Fuente imprecisa]
63. Unico nombre conocido después: Rafael Bustillo, abogado.
64. Carta de d'Orbigny al Presidente Andrés de Santa Cruz, La Paz, 19 de junio de 1830. Archivo
Nacional de Bolivia. Ministerio del Interior, t. 28, No. 12.
65. Ibid.
66. Ibid.
67. Ibid.
68. Ibid.
69. Archivo Nacional de Bolivia. Ministerio del Interior, t. 69, no. 10.
70. En su carta a Santa Cruz, d'Orbigny indica: ″Creo que he encontrado en uno de los
recomendables de La Paz, el Sr. Juan Sánchez, disposiciones extraordinarias para todo, y un deseo
grande de instruirse. Eso lo hace muy propio […] además que este joven posee perfectamente el
aymara y el quechua y por este motivo puede serme muy útil″. (Archivo Nacional de Bolivia.
Ministerio del Interior, t. 28, No. 12, esf.).
71. El Prefecto de Cochabamba al Ministerio del Interior (1830.X.19): ″Se ha señalado al joven
Manuel Paz, alumno de este colegio, a quien se le han dado del tesoro público 140 pesos en clase
de viático para que se provea de los artículos indicados por d'Orbigny, y 60 pesos por dos sueldos
adelantados″. (Archivo Nacional de Bolivia. Ministerio del Interior, t.29, nota 103).
72. Carta de d'Orbigny al Presidente Andrés de Santa Cruz, La Paz, 1830. VI. 19, Archivo Nacional
de Bolivia. Ministerio del Interior, t. 28, No. 12.
73. Archivo Nacional de Bolivia. Ministerio del Interior t.70, No. 15, nota 37.
74. Nota del Ministro del Interior al Ministro de Hacienda, Chuquisaca, 22 de febrero de 1833.
Archivo Nacional de Bolivia. Ministerio del Interior, t. 70, No. 15, nota 13-1833.
75. Carta de d'Orbigny al Presidente Andrés de Santa Cruz, La Paz, 1830. VI. 19, Archivo Nacional
de Bolivia. Ministerio del Interior, t. 28, no. 12.
76. (No. 4) [Fuente imprecisa]
156

NOTAS FINALES
2. Nuestro agradecimiento a Javier e Ignacio Mendoza Pizarro, hijos del Dr. Gunnar Mendoza, y
en general a la familia Mendoza Pizarro, sin cuyo empeño por ordenar los escritos inéditos de su
padre no habría sido posible publicar este novedoso ensayo sobre Alcide d'Orbigny que, como
muchos otros ensayos inéditos de la autoría del Dr. Mendoza, merecen ser divulgados dentro y
fuera del país. Entre los papeles inéditos de Gunnar Mendoza sobre d'Orbigny se ha encontrado el
borrador inédito de un índice analítico del libro Viaje a la América Meridional (Buenos Aires,
Editorial ″Futuro″, 1945), el mismo que esperamos publicarlo como anexo (con referencias
novedosas) al índice ya conocido que lleva el mencionado libro.
157

La influencia de Alcide d'Orbigny


sobre Melchor María Mercado en la
creación artística y en su obra de
naturalista, museólogo,
explorador...
Gunnar Mendoza

1. [Durante el arribo de Alcide d'Orbigny a la ciudad de


Sucre en diciembre de 1832 y su permanencia en ella
hasta marzo de 1833:] Melchor María, adolescente, no
pudo dejar de impresionarse... ante el viajero francés
1 La presencia del naturalista francés Alcide d'Orbigny en Bolivia (1830-1833) y en Sucre
en particular (1832, diciembre, 1833, marzo), tuvo que ser un motivo poderoso para
Melchor María qu[i]e[n] [nacido en Sucre el 6 de enero de 1816] 2 entonces contaba con
16 años de edad -período decisivo para el efecto de los acicates externos sobre una
vocación3-. D'Orbigny ya había recorrido casi todo el territorio de Bolivia para entonces
[desde su ingreso a Bolivia había cubierto, en efecto, el siguiente itinerario: ″Cobija
(abril de 1830), La Paz (mayo-junio de 1830), Yungas (julio-septiembre de 1830), Sicasica
y Ayopaya (septiembre de 1830), Cochabamba, Clisa, Mizque y Vallegrande (octubre-
noviembre de 1830), Santa Cruz, Chiquitos, Guarayos y Mojos (noviembre de 1830 a
mayo de 1832). De Mojos a Cochabamba (junio-julio de 1832) y de Cocha-bamba
nuevamente a Mojos (julio de 1832 abriendo una vía nueva). De Mojos otra vez a Santa
Cruz, y por Vallegrande a Sucre (agosto de 1832 a marzo de 1833). Diciembre de 1832 a
marzo de 1833: permanencia en Sucre4″], ya había reunido colecciones extraordinarias
de toda clase de objetos de la naturaleza, todo lo cual se sabía públicamente y
contribuía para rodearle de un halo legendario5.
158

2. Influencias: D'Orbigny era la encarnación total de lo


que Melchor María soñaba ser y hacer
2 Junto al problema de la formación6, habría que considerar en Melchor María, como en
todo artista, el de las influencias y el de las similitudes o parentescos.
3 En cuanto a las influencias [sobre su obra pictórica] no es necesario buscar mucho para
encontrar dos obvias:

3. La primera influencia fue, como anticipamos ya, por


parte del naturalista y viajero francés Alcide d'Orbigny
4 Desde luego no se trata de una influencia de estilo ni técnica, siendo así que en Melchor
María se encuentran los mismos componentes vocacionales que en d'Orbigny con una
notable similitud de situaciones dentro de una completa disimilitud de ambientes,
como el de Francia con relación a Bolivia:
5 [Al] [i]gual que d'Orbigny, Melchor María era naturalista, explorador, pintor y
dibujante por destino ineludible. A partir de esto, la influencia -si no de la persona pero
sí de la obra- del francés sobre el boliviano pudo consistir principalmente en un
estímulo tanto para la acción creadora como para aplicar ésta a un contenido temático
dado. Cuando d'Orbigny llegó a Sucre y permaneció allí [como ya se apuntó en las líneas
precedentes] de diciembre de 1832 a marzo de 1833, ya había recorrido prácticamente
todo el país durante dos años y había reunido y seguía reuniendo una gran colección de
objetos correspondientes a los tres reinos de la naturaleza, y había acumulado un gran
repertorio de dibujos sobre paisajes, tipos humanos, costumbres, animales, plantas y
antigüedades de Bolivia. Con todo esto d'Orbigny producía sensación por donde iba.
6 Nadie puede saber hoy si d'Orbigny conoció a Melchor María en Sucre. Pero Melchor
María, adolescente, no pudo dejar de impresionarse de todas maneras ante el viajero
francés7. La impresión debió de ser profunda porque d'Orbigny era la encarnación total
de lo que Melchor María soñaba ser y hacer.8 A patir de entonces tuvo que afirmarse en
nuestro artista la voluntad de salir adelante con su vocación. Una docena de años más
tarde, a partir de 1846, Melchor María recibirá por segunda vez -como veremos en las
páginas siguientes- una nueva influencia por parte de d'Orbigny, cuya obra dejará en el
artista chuquisaqueño una impronta imperecedera en el campo de las artes (el dibujo y
la pintura) así como en su vocación y obra de naturalista, coleccionista, explorador, que
años más tarde se plasmarán profusamente entre sus actividades polifacéticas. Antes de
continuar con el análisis de la segunda influencia dorbignyana sobre el artista
chuquisaqueño retornemos por unos instantes al año 1833 para analizar así sea en
breves líneas cómo se desarrolló la vida y la obra de Melchor María a partir de aquella
fecha (1833) hasta 1846; es decir, esa docena de años que menciona Gunnar Mendoza
desde la fecha en que d'Orbigny dejó Sucre, en 1833, cuando Melchor María contaba con
apenas 16 años de edad.
159

4. A partir de entonces tuvo que afirmarse en nuestro


artista la voluntad de salir adelante con su vocación
7 [Para este propósito Melchor María tuvo que enfrentarse incesantemente a no pocos
embates internos y externos, como] la lucha que se libró en su persona entre instancias
opuestas para seguir sin desviaciones el rumbo de esa vocación, más la lucha que debió
librar afuera, en su ambiente social, para lo mismo 9. [En el primer caso primaron entre
los principales factores que lo alejaron de su vocación, las actividades que emanaron de
su impetuosa personalidad, cuyas irrefrenables inquietudes ideológicas cívicas lo
llevaron desde muy joven a participar intensamente en la vida política del país, la cual,
por añadidura, le impelió a su vez, a enrolarse, también desde muy joven, en la milicia
(institución castrense en la que llegó a alcanzar el grado de coronel), motivo por el que
su vida fue en extremo errabunda e inestable. En el segundo, gravitaron decisivamente
en su vida vocación, formación y obra, las condiciones que inexorablemente le impuso
la época y el medio en los que se desenvolvió su vida: dentro de un marco histórico
caracterizado por seculares dificultades culturales y vacíos institucionales, que Gunnar
Mnedoza las resume en su ″Introducción″ de la siguiente manera:] En Mercado -ejemplo
representativo de tiempo y lugar- se encarna el drama de la vocación incuestionable
para el arte y la ciencia que no contando con la infraestructura institucional adecuada
para realizarse, tiene que vivir la agonía de propcurar por sí misma esa realización 10.
[En cuanto a la inexistencia de una ″infraestructura institucional adecuada″ no es difícil
advertir, por ejemplo -por los datos que nos proporciona Mendoza-, que en los
establecimientos escolares de su ciudad natal (Sucre) donde cursó sus primeros
estudios primarios (escuela lancasteriana de enseñanza mutua, establecida en Sucre en
1927/1829) y secundarios (Colegio Junín: inaugurado por el Mcal. Sucre en 1826) 11],
Melchor María no logró obtener sino elementales incentivos para su vocación y
formación, significativos en alguna medida ciertamente para aquella época. Estas
características se dieron con el estímulo que recibió como alumno de secundaria del
Colegio Junín] cuyo plan de estudios incluía, entre otras asignaturas, las de botánica y
dibujo y pintura, íntimamente coincidentes con su vocación congénita 12. [...] Dadas las
circunstancias de lugar y de tiempo, se trataría de un comienzo más bien incipiente [...]
[Por otra parte, señala Mendoza:] No hay noticia de ninguna escuela especial de dibujo
y pintura hasta las proyectadas por Melchor María mismo en 1855 y por Villavivencio
en 1858.13
8 [Durante el período de sus estudios universitarios en San Francisco Xavier (Sucre), las
perspectivas de seguir adelante con su vocación resultaron ser aún menos halagüeñas].
Cuando Melchor María egresaba con su título de bachiller del colegio de enseñanza
secundaria no había en Bolivia sino dos carreras profesionales: abogacía y sacerdocio
[...]; [Melchor María] escogió la carrera [de Derecho] que para él representaba 'del mal
el menos'. O sea, es obvio que Melchor María estudió leyes no porque se sintiera
naturalmente inclinado a ellas sino porque las disponibilidades profesionales en Bolivia
no dejaban ninguna salida para su vocación íntima que ciertamente desde la más tierna
infancia lo inclinaba hacia las artes (pintura y música) y las ciencias de la naturaleza.
Melchor María traduce plásticamente esta vocación en su retrato alegórico del Mariscal
de Ayacucho Antonio José de Sucre [en el que revela con ironía su rebeldía e
inconformismo por el estado de postergación en que se hallaban por entonces las ramas
de su vocación] haciendo brotar las ciencias y las artes de la cabeza de Bolivia, después
160

de haber decapatido con unas tijeras a la opresión española: el dibujo, la pintura, la


música, las ciencias, están allí cuidadosamente representadas. 14 [Fue en esta etapa
universitaria cuando nuestro personaje comenzó a participar activamente, como
muchos de sus condiscípulos, en la vida política del país]. Hemos dicho que 'cuando
Melchor María egresaba con su título de bachiller del colegio de enseñanza secundaria
no había en Bolivia sino dos carreras profesionales: abogacía y sacerdocio'. Pero no
cabe duda de que la política era entonces una tercera carrera (teoría y práctica) que se
cursaba en la universidad de la vida, y era de hecho la más socorrida entre la juventud
universitaria a pesar de -o quizá más bien por- los riesgos implícitos: la jaula, el exilio,
la muerte misma. Según confesión propia, Melchor María tenía 21 años cuando él
comenzó este azaroso aprendizaje: ″Desde el año 1837″[...]. Siendo así prácticamente
imposible [...] que un joven intelectual universitario, se sustrajese a la política, Melchor
María, mozo idealista, siguió, como para su carrera profesional, la opción del mal el
memos, y su primera afiliación política fue en el bando encabezado por el general José
Miguel de Velasco [...] ″desde el año 1837 tuve decisión por [él] y juré sostenerlo″. 15
9 [Desde entonces (1837) dio inicio a sus apasionados combates contra el partido de
Manuel Isidoro Belzu]. La lucha en el ánimo de Melchor María [continuó de manera
inalterable] entre instancias tan antagónicas -su vocación científica y artística por una
parte y su entrega cívica a la política con la milicia como sucedáneo 16.
10 Resumiendo [concluye sobre este respecto G. Mendoza:] Melchor María no pudo desoír
el llamado interno de su propia conciencia -imperativo cívico- y el llamado externo del
ambiente social -compañeros de generación, amigos de coincidencia doctrinal, quizá
parientes mismos- y se entregó a la política aun en contra de su vocación artística y
científica. Sería difícil precisar en qué grado esta entrega política interfirió con el
desarrollo de su más íntima vocación. Mas, paradójicamente, se sabe que las
alternativas de la política -dígase destierros, por ejemplo- también facilitaron de alguna
manera los requerimientos básicos del arte y la ciencia, permitiéndole un mayor
conocimiento del territorio nacional y una mejor compenetración con la gente del país.
17
[En 1841, año en que empezó a pintar en su álbum de acuarelas sobre paisajes, tipos
humanos y costumbres de Bolivia (como autodidacta, naturalmente) sobrevino el
infortunio político y con él no pocos periodos aciagos que perturbaron su vida: su
nombre comenzó a figurar en las listas de los principales perseguidos políticos; acusado
y hostigado, fue aprehendido y vejado y finalmente confinado a las ubérrimas tierras
del oriente boliviano18. Con anterioridad al año 1845, en medio del fragor de las luchas
políticas y los infortunios consiguientes, Melchor María logró formar una valiosa
colección de objetos correspondientes a los tres reinos de la naturaleza con los cuales
organizará su propio museo (otra de las pasiones de su vida). En 1845 se graduará
finalmente de abogado:] a los 29 años, edad en Bolivia y entonces, tardía por los azares
de las luchas políticas en un tiempo en que no era raro ver a universitarios que de la
prisión iban a rendir sus exámenes y volvían luego a la prisión pudiendo glosar así un
periódico de la época: 'de la jaula al aula, y del aula a la jaula'. 19
11 [En su rol de protagonista político, Melchor María intervino en muchas acciones como
militar activo de la influyente milicia del país, institución castrense desde cuyas filas
combatió sin trepidar contra el belcismo con el mismo ardor con que defendió a los
presidentes, general Velasco (al principio de su carrera política, cuando aún no había o
alcanzado el grado de coronel) y sucesivamente después a los civiles y militares que
llegaron a la presidencia de la república: Dr. José María Linares (1857-1861; que se
161

proclamó Dictador) e incluso al general Mariano Melgarejo 1864-1871 20. Los años
posteriores a 1845-1846 que siguieron hasta su muerte (1871) fueron al parecer más
agitados para nuestro personaje quien desempeñó una serie de funciones polifacéticas,
que Gunnar Mendoza las denomina:]

5. Miscelánea de actividades
12 Como abogado, actividad muy efímera, hay constancia de que [Melchor María] se
expidió 'fiel y lealmente, patrocinando al pobre e indigente 21. [La política:] Además de
empujarlo a la milicia... interfirió con su vocación artística y científica llevándole al
ejercicio de puestos administrativos y judiciales. Fue intendente de policía 22; agente
fiscal en Sucre23; fiscal de partido en Trinidad24; juez en la misma ciudad25, intendente
de policía en la provincia de Sorata26 [...] Repetimos: Inesperadamente, si la política, la
milicia, la burocracia y la abogacía le quitaron tiempo y tranquilidad para dedicarse al
arte y a las ciencias naturales, favorecieron por lo menos en un punto esas
disposiciones vocacionales ampliando su conocimiento de la gente y el territorioo de su
propio país con las idas, venidas y atenciones propias de tan problemáticas
actividades27.

6. [Hacia mediados del siglo XIX (1846), Melchor María


recibe un nuevo acicate por parte de d'Orbigny, cuyas
monumentales obras se publican en Francia
propalándose por todo el mundo]
13 [A] partir de 1846, llegaban a Bolivia [en efecto, como anunciamos líneas arriba] las
obras impresas resultantes del viaje de d'Orbigny acompañadas de láminas de paisajes,
tipos y costumbres de Bolivia a todo color. Para entonces ya Melchor María había
empezado a formar su propio álbun28 [desde el año 1841, y al que consagró 27 años de
su vida: hasta 1869], pero las láminas de d'Orbigny tuvieron que ser por su parte un
poderoso y nuevo acicate, tanto que Melchor María copió en su álbum a su manera
cuatro láminas de d'Orbigny, totalmente la lámina № 30 (año 1849) y
fragmentariamente las Nos. 39, 45 y 64 (año 1859) correspondientes en d'Orbigny a las
láminas 13, 4 y 6; se trata de figuras de tipos de mestizos e indios que en tiempo de
Melchor María quizás se habían modificado ya, y de ahí que Melchor María las copiase
en su álbum a título documental29.
14 El cotejo de las láminas de d'Orbigny con las copias que de ella hizo Melchor María,
provee material invalorable y confirmado sobre que ambos supieron ver a Bolivia, pero
con la diferencia de que uno la vio con ojos franceses y otro con ojos bolivianos.
162

7. La vocación de naturalista, de coleccionista de


objetos naturales y de explorador tuvo también que
verse reforzada en Melchor María por el caso [o la
influencia] de d'Orbigny...30
15 La relación completa del viaje de d'Orbigny en Sud América (1826-1834), desde los
preparativos hasta el regreso a Francia, está registrada prácticamente día por día, junto
con sus itinerarios, sus consideraciones geológicas, geográficas, históricas, botánicas,
zoológicas y minera- lógicas, más el material gráfico respectivo, en su monumental
Voyage31. Frente a Melchor María, d'Orbigny encarna por contraste el caso de una
vocación incuestionable apoyada en una infraestructura institucional asimismo
incuestionable. Al llegar a Sucre en 1832 d'Orbigny tenía 30 años de edad y Melchor
María 1632.

Melchor María Mercado, lámina 30, Album de paisajes, tipos humanos y costumbres de Bolivia, (1841
-1869)

Lámina original de Alcide d'Orbigny, Indies et métis de la Nation Quichua, de Chuquisaca, 1844.

***

16 Junto con los datos básicos para la biografía de Melchor María, hemos pasado revista
hasta aquí a las actividades que pudieron conspirar contra su vocación artística y
científica (si bien, al mismo tiempo, favoreciéndola en alguna medida, por raro azar).
163

[Con base en la ″Introducción″ de Gunnar Mendoza, se ha pasado revista así mismo al


tema de las influencias que ejerció d'Orbigny sobre Melchor María no sólo como pintor
(acuarelista), sino como coleccionista (naturalista, museólogo) y explorador]. A
continuación revisaremos aquellas otras actividades en que pudo dar plena salida a su
vocación [y en algunas de las cuales se percibe también la influencia de d'Orbigny:]

A. Enseñanza

17 Aunque siempre interferida por la agitación política, a que se entregó tan


vehementemente como se ha visto, la enseñanza deparó a Melchor María mejores
oportunidades para el estímulo de su vocación por el arte y la ciencia. Muy joven
comenzó como profesor de historia natural y de matemáticas en el colegio Junín de
Sucre, y luego de dibujo y geografía en Santa Cruz (1840); [en 1846 en Sucre era
'profesor adjunto al curso de historia natural']; más tarde, de dibujo en Santa Cruz otra
vez y en Trinidad 'sin retribución alguna' (después de 1861). [...] [En 1855 Melchor
María] se había ofrecido para enseñar dibujo y también pintura a la juventud en Sucre
abriendo paso para eso una Escuela de pintura gratuita33.

B. Museología [fundamentalmente su museo particular]

18 La historia de los museos en Bolivia está por hacerse. Durante el Coloniaje no hubo,
positivamente, museos públicos (ni bibliotecas públicas), y no hay información
específica sobre museos privados hasta la venida a Chuquisaca (1807) del arzobispo de
Charcas fray Benito de Moxó y Francolí que trajo consigo la colección que había
formado en México y a la que corresponden las reproducciones de los objetos que
figuran en obras suyas34. Moxó fue exilado a Salta durante la Guerra de Independencia
(1816) y no se sabe en qué condiciones dejó su colección. Durante su permanencia en
Bolivia (1830-1833) el naturalista francés Alcide d'Orbigny reunió una extensa colección
que entregó al gobierno del general Andrés Santa Cruz en La Paz junto con un catálogo
hecho con todas las reglas del arte y la ciencia: 911 piezas de los tres reinos de la
naturaleza35. Parte de la colección de Moxó, que había quedado en Sucre, fue
obsequiada por el presidente Santa Cruz a d'Orbigny como expresión de aprecio a los
servicios del viajero francés al país36. Por el momento se ignora la suerte del museo
formado para Bolivia por d'Orbigny.37
19 El amor de Melchor María por la naturaleza y el arte tuvo en la práctica, ya antes
del846, un positivo resultado creador con el acopio continuo de la que los papeles de la
época llaman 'preciosa colección que mantiene en su casa, o museo particular, de
pájaros, insectos, reptiles, cuadrúpedos y otras tantas curiosidades del arte y la ciencia',
incluyendo antigüedades38.
20 Que antes de 1846 tenía ya su museo formado es obvio por el ofrecimiento que hizo en
dicho año de obsequiar al Gobierno su colección. Acompañó este ofrecimiento con el
siguiente inventario de su museo39:
21 Desde 1827 el Gobierno boliviano había librado decretos encargando al Instituto
Nacional la formación de un Museo Nacional, y en 1840 llegó a disponer su instalación
'en los salones que en el día se hallan ocupados por la Biblioteca pública' en Sucre, y
que entretanto 'se remitan al Instituto Nacional muestras de minerales y otros
productos raros para formar museos en todas las capitales de Departamentos, pero no
164

hay evidencia de que tales disposiciones se llevasen a la práctica en seguida. Según esto,
la iniciativa personal de Melchor María se adelantó a la iniciativa oficial y contribuyó
sin duda a estimular el interés oficial40 [...] Por su propio esfuerzo había aprendido el
arte de la disección. Aludiendo a su permanencia en el Oriente del país, se dijo que 'allí
aprendió a disecar para llevar a su país [Sucre] una selecta variedad de aves por acá
desconocidas; serpientes de piel finísima y deslumbradora; cuadrúpedos silvestres los
más extraordinarios'. Pero, en realidad, para 1846 Melchor María tenía formada gran
parte de su colección en Sucre y, según el mismo relata, se había dedicado ya ál
entretenido arte de la taxidermia desconocido casi en Bolivia 41.
22 Con una ética ejemplar de servicio público, Melchor María llegó en 1846 -tenía 30 años
entonces- a ofrecer su museo en obsequio al Gobierno, ofrecimiento que, aunque
aceptado, no llegó a perfeccionarse por razones que se ignoran, si bien es presumible
que el Estado no fue capaz de proporcionar la infraestructura necesaria. En todo caso,
Mercado no formó su colección sólo para solaz de sí mismo y sus amistades, sino que
ella estuvo en su casa 'en un espacioso recinto abierto siempre a la expectación del
público'. Esta expectación llegó a tanto que Melchor María tuvo que publicar en 1855 un
aviso por la prensa suplicando a todas las personas que deseen ver su museo, lo hagan
los domingos y días de fiesta, porque en los días de trabajo tiene ocupaciones para
llenar sus compromisos'. Siempre como naturalista, avanzó a los dominios de la
arqueología e hizo excavaciones en busca de antigüedades para enriquecer su
colección42.
23 Sus viajes por el Oriente del país le permitieron enriquecer este museo con ejemplares
maravillosos disecados por él mismo. Por varios años el Museo de Melchor María fue el
único de clase particular existente en el país: 'Hay museos públicos solamente en La
Paz, Potosí y Oruro. En esta capital [Sucre] existe uno particular que [...] hace estimable
la contracción de su propietario el señor Melchor María Mercado 43.
24 Los azares políticos le indujeron por lo menos en dos oportunidades averiguadas a
tratar de deshacerse de su museo ofreciéndolo públicamente en venta: en 1857, acosado
por la persecución del régimen belcista [...]. En 1861, reiteró el ofrecimiento, temiendo
por su propia seguridad a la caída del partido de Linares, en el que militó con tanto
sacrificio de su persona: ″AVISO: El que suscribe, deseoso de marcharse al exterior,
ofrece en venta una casa [...], una hacienda [...], trastes, cuadros y demás preciosidades
que posee″. No hay evidencia de que Melchor María hubiese cumplido su propósito de
hacer esta venta y emigrar de Bolivia44.
25 Siempre como museólogo, Melchor María en 1867 recibió del gobierno la comisión de
arreglar 'el museo tan decaído de La Paz', pero pronto la declinó esa vista de la falta de
ayuda [...]45.
26 ¿Qué fue del museo de Melchor María después de su muerte? Por de pronto no existe
información para responder a esta pregunta46.

C. Explorador

27 Melchor María fue también explorador, y encabezó la expedición que el gobierno de


Linares envió en 1859 desde Santa Cruz a la frontera con el Brasil sobre el río Jaurú, a
establecer para Bolivia las posibilidades de una salida navegable al Atlántico por este
río y la red fluvial del Plata. Caminando por territorio en gran parte inexplorado, la
expedición recorrió 500 leguas en cuatro meses [...] El ″Diario″ y las conclusiones de
165

Melchor María sobre esta expedición, y los textos mismos de estos trabajos están
incorporados junto con las láminas del Album [...]47

D. Pintura

28 En las artes gráficas fue donde Mercado, tenaz en el cumplimiento de su vocación, llevó
a cabo una obra más duradera para la posteridad. Sus realizaciones en este campo
fueron variadas y precursoras [...]. La obra pictórica más extensa de Melchor María se
conserva en el álbum de láminas a la acuarela cuyo contenido va a lo largo de 27 años
(1841-1868). Las láminas son al peinado (o acuarela) y a tinta, en número de 116, sobre
hojas de papel común, de oficio, de la época, de tamaño uniforme (21 x 32 cm). Sus
temas representan paisajes, tipos humanos, animales, plantas, escenas, costumbres,
edificios, utensilios de trabajo. Numéricamente, 41 láminas corresponden a La Paz, 37 a
Beni, 12 a Perú, 7 a Chuquisaca, 7 a Santa Cruz, 6 a Potosí, 4 a Oruro y 2 a Cochabamba.
El material abarca así, a excepción del departamento de Tarija, todo el territorio
boliviano [...]48.

E. Galvanoplastia

29 Melchor María fue de los primeros en Bolivia en practicar desde 1853 la galvanoplastia
o estereotipia -grabado de imágenes en planchas metálicas mediante un proceso
electrónico-[...]49.

F Fotografía

30 Melchor María sobresalió también en la fotografía. Un periódico en 1868 dice: ″Sus


dibujos fotográficos y conocimientos en el arte son ya conocidos por el público. Las
obras últimamente trabajadas en placas de vidrio con ayuda del colodión para
multiplicar y después en papel, son perfectas y sus contornos limpios y acabados.
Monsieur le Gray, de París, y Mister Archer, de Londres, le aplaudirían por considerarlo
un verdadero discípulo″50.

G. Magnetismo

31 Animal o mesmerismo -posteriormente hipnotismo- que según una publicación boliviana


coetánea ″consiste en ciertos efectos que un hombre hace experimentar a otro [...]. Se
refiere, desde luego, a las aplicaciones del hipnotismo a la medicina 51.

H. Música

32 En los recuerdos de sus amigos se celebra a Melchor María también como un hábil
músico52. No sabemos qué instrumento o instrumentos tocaba. Durante sus diversas
permanencias en el Beni registró la música de cánticos y danzas de los indios mójeños,
muchos de los cuales les habían sido enseñados por los misioneros jesuitas, y luego se
fueron trasmitiendo por tradición.53
33 De los motivos musicales mójeños recopilados por Melchor María, 54 17 son himnos
religiosos, incluyendo 14 con letra en español, dos en latín y uno en lengua moja; otros
166

dos son música de danzas indígenas, sin letra; uno de ellos, la Danza de los Toritos, y el
otro ″el gran baile de los naturales llamado Jeruré″55. Es muy posible que Melchor María
dominase el solfeo musical y que hasta hubiese avanzado hacia la composición, pues
una estrofa anónima de la época parece sugerir que Melchor María compuso un himno
nacional: ″Sea tu nombre recordado/en Sorata con afección/ por el himno de la nación/
Melchor María Mercado″.56
34 Las penetrantes observaciones y descripciones de Alcide d'Orbigny a lo largo de su
recorrido por las misiones de Mojos y Chiquitos son máximamente reveladoras sobre la
absorción del arte por el contingente humano nativo: una correspondiente a la misión
de San Javier en Chiquitos, en 1831.VII.5, dice: ″Un domingo concurrí a la iglesia con el
administrador. Se cantó una gran misa con música italiana y tuve la verdadera sorpresa
de encontrar entre los indios esta música, preferible a toda la que había escuchado aun
en las ciudades más ricas de Bolivia. El director del coro, por un lado, conducía el canto;
el de la orquesta, por el otro, ejecutaba diversos fragmentos con admirable armonía.
Cada cantor, cada corista, con el papel de la música ante sí, desempeñaba su parte con
gusto, acompañado por el órgano y numerosos violines fabricados por los indígenas. Yo
escuché esa música con placer debido en parte a que en todo el resto de América no
había podido oír otra mejor. Era un resto del esplendor introducido en las misiones por
los jesuítas, cuyos trabajos tuve necesariamente que admirar, pensando que antes de su
llegada los indios chiquitos, todavía en estado salvaje, se hallaban dispersos por los
bosques″57.
35 Otro episodio correspondiente a Mojos, en 1832.V.19, cuando d'Orbigny iba por tierra y
río desde la misión de Loreto a Cochabamba, ayudado por setenta indios cayubabas que
le servían como cargadores y remeros, y había acampado para hacer noche en la
confluencia de los ríos Mamoré y Chapare: ″La noche, de las más negras, lo parecía aún
más bajo esta espesa bóveda de frondas. Los fuegos encendidos de trecho en trecho por
los indios arrojaban sobre todos los objetos un resplandor incierto y daban un
verdadero encanto a esta selva salvaje. A las ocho, mis setenta indios entonaron en coro
y con música sus cánticos religiosos de la noche, que en esos parajes adquirían un
carácter imponente que me conmovió. Nunca me habían parecido tan sencillos y tan
solemnes″58. [...]

I. Escritos

36 El arte de la palabra escrita no fue tampoco del todo esquiva a Melchor María. No
hemos podido identificar hasta ahora más que las piezas breves que enumeramos, en
orden cronológico a continuación, siendo seguro que otras quedan todavía por
localizarse:
37 [Entre otros escritos59, principalmente su] Diario e itinearario de la expedición llevada desde
Santa Cruz por las misiones de Chiquitos, hasta el marco del río Jaurú, en la frontera con Brasil,
con algunas observaciones sobre la provincia de Chiquitos y Reflexiones sobre la expedición del
marco para la navegación del río Paraguay, 21 p. Santa Cruz (?), 1859.IX.9-1859.XI.16 [...].
Publicado en esta misma edición junto con las láminas pictóricas [...]. Contiene valiosa
información geopolítica. Como una muestra, en sus conclusiones Melchor María señala
que la navegación del Paraguay por el Jaurú 'es casi imposible, o si es posible es
enteramente inútil para la patria', por las dificultades que la empresa ofrecía para los
167

medios con que Bolivia contaba para entonces (pág. 50) [...]. También hay curiosa
información antropológica [...] relativa a los indios bororós que encontró a su paso 60 [...]

J.'¿Qué no ha sido?'

38 Resumiendo, uno de los amigos de Melchor María concluye: '¿Qué no ha sido y qué no
es el Sr. Mercado? Aficionado a las ciencias naturales, disecador, magnetizador,
botánico, galvanoplasta, retratista, [pintor], y últimamente fotógrafo 61.[...]

9. Su muerte
39 Melchor María murió en Sucre en 1871,22 de mayo; se hicieron sus funerales en la
iglesia de Santo Domingo, 'con cruz alta y oficio cantado, y fue sepultado en el panteón
general de esta capital'. Tenía 55 años. Muerte prematura -quizá acelerada por los
azares de su agitada vida-, y muerte por cierto lamentable en razón de lo que Bolivia
podía esperar todavía de su fecundo, activo y esforzado talento.

NOTAS
2. Melchor María Mercado nació en Sucre, en el seno de una familia de propietarios de clase
media, en 1816 [...] el 6 de enero, según su partida de bautizo... [Era] hijo legítimo de José Manuel
Mercado y María Castro, vecinos de esta ciudad [...]. Su padre, el doctor José Manuel Mercado... [:]
Abogado de la Audiencia de Charcas, con estudios en la Universidad de San Francisco Xavier de La
Plata (hoy Sucre)... [...]. Prestó el juramento correspondiente en 1817.V.29 e hizo su práctica
forense en el bufete del doctor Mariano Enrique Calvo (futuro vicepresidente de Bolivia durante
la administración del general Andrés de Santa Cruz) [...]. Su abuela materna y madrina de
bautizo, doña Micaela Huerta y Mercado. Propietaria de la hacienda Mulani [ubicada a escasas
leguas de Sucre; en el cantón Pajcha, provincia de Yamparáez] la cual pasó luego a poder de
Mercado. (Gunnar Mendoza L. ″Introducción″, pp. 22-23). [Además de la hacienda Mulani,
Melchor María era propietario de una casa en la ciudad de Sucre, 'situada a cuadra y media de la
plaza, denominada El Callejón'. (Gunnar Mendoza L. ″Introducción″, p. 25). ″Dado el continuo
vaivén en que vivió Melchor María habría sido de hecho improbable que fuese él mismo quien
adquirrió esos bienes inmuebles. La finca de Mulani tuvo que ser una donación o legado de su
abuela materna Micaela (que hasta 1853, todavía era públicamente la propietaria) y lo mismo
pudo ocurrirr también con la casa″. (Gunnar Mendoza L.″Introducción″, p. 25).
3. Melchor María tenía nativamente para el estudio de la naturaleza y la obra de arte eso que con
frase tan certera denomina Gabriel René-Moreno 'la célula primordial del oficio'. (Gunnar
Mendoza L. ″Introducción″″, p. 25). En Mercado -ejemplo representativo de tiempo y lugar -se
encarna el drama de la vocación incuestionable para el arte y la ciencia que no contando con la
infraestructura institucional adecuada para realizarse, tiene que vivir la agonía de procurar por
sí misma esa realización. (Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 26).
Entre los factores externos que estimularon esta vocación habría que mencionar sin duda el
ambiente familiar, pues nada hace suponer que Melchor María no hubiese encontrado
168

comprensión y estímulo en ese ambiente. [En efecto, fue durante su infancia en Sucre cuando dos
tíos suyos de renombre, Juan Manuel Mercado y Lucas Huerta Mercado, estimularon la vocación
de su sobrino Melchor María]. El 'doctor don Juan Manuel Mercado [...] tío paterno (hermano o
tío paterno...)' [era] 'dignidad Chantre de la Santa Iglesia catedral de La Paz' [..] Lucas Huerta
Mercado... [era, por su parte] clérigo presbítero, doctor en cánones, abogado... hizo con brillo
estudios de teología y de leyes en el Colegio de San Juan Bautista de la Universidad de La Plata y
se recibió de abogado en 1813.II.17. Se dedicó más al foro que a la iglesia. En 1827 era defensor de
menores en La Paz. 'Decepcionado tal vez por los acontecimientos de su patrio suelo, amargado
quizá por las vicisitudes de una vida combatida por la injusticia', se autoexilió al Perú (Arequipa).
'Escritor erudito, dio a luz interesantes panfletos dedicados a la instrucción religiosa y del foro'.
Murió en 1869 en Arequipa, 'agobiado del peso de la edad'. La ternura -'sombra querida'- que
Melchor María expresa en su ″Necrología″ que dedicó a este tío [en 1869.VI.9, La Paz] hace
presumir que medió una relación estrecha con él, como con el otro, sin duda durante su infancia,
cuando todos convivieron en Sucre y los tíos supieron comprender y estimular la vocación del
sobrino hacia la naturaleza y el arte. (Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 24).
4. Esta descripción del itinerario que cubrió d'Orbigny en Bolivia ha sido escrita por el propio
Gunnar Mendoza L. en su ensayo inédito: ″D'Orbigny en Bolivia″, publicado en el presente libro.
5. Gunnar Mendoza L. ″Introducción″, p. 25.
6. [Acerca de la ″formación″ de Melchor María Mercado, Gunnar Mendoza escribe en su
″Introducción″:] Por decreto de 1826.V.3 se dispuso la apertura de una clase de dibujo en el
Colegio Junín, donde precisamente por entonces inició sus estudios de enseñanza secundaria
Melchor María. No hay noticia de ninguna escuela especial de dibujo y pintura hasta las
proyectadas por Melchor María mismo en 1855 y por Villavicencio en 1858. Gunnar Mendoza L.
Ibid., pp-40-39 (Ver nota 140 :″Informe sobre el estado de la instrucción pública en esta capital
[La Paz] prestado por el Inspector General de ella [Félix Reyes Ortiz]″, en La Gaceta del Gobierno.
Eventual. La Paz, Cochabamba, Sucre. La Paz, Imprentas: de Vapor, Paceña, 1858-1862. Nos. 5-6
(1858.IV.17,24); y Villavicencio Antonio. ″Escuela de Pintura″, en La Causa Nacional. Eventual.
Sucre, Imprenta Boliviana, Imprenta de Pedro España, 1862, No. 38 (1862.X.17), p.2). Dadas las
circunstancias de lugar y de tiempo, se trataría de un comienzo más bien incipiente.
Una muestra oficial de esta incipiencia se tiene en la introducción de ″la enseñanza de la música,
dibujo y labores domésticas por una sola persona″ en el Colegio de Oruro en 1838.VIII.3 (Colección
oficial de leyes, decretos, órdenes, resoluciones etc. que se han expedido para el régimen de la
República Boliviana. Sucre, Imprenta de la Buena Fe, 1825, v.l, p. 304).
Lo seguro, eso sí, es que Melchor María tenía una certera vocación de pintor, fortalecida aún más
por su vocación de naturalista, coleccionista y explorador, las cuales, a su vez, se beneficiaron de
la primera. Si no aprendió en una escuela todas las reglas del arte, su vocación de pintor le indujo
a pintar estas láminas [G. Mendoza se refiere a las láminas que Melchor María empezó a pintar en
su álbum a partir del año 1841 hasta el año 1869, dos años antes de su muerte] con o sin reglas, o
a inventar sus propias reglas, urgido por el reclamo de la realidad telúrica y humana de su propia
tierra. A los bolivianos nos interesa muy poco que, desde un punto de vista universal, Melchor
María no valga nada, cuando estamos ciertos de que tiene un valor excepcional como pintor
boliviano, como pintor que da una imagen de Bolivia por y para el pueblo boliviano mismo ante
todo. Por otra parte, para Melchor María nunca fue ningún problema pintar, si quería hacerlo,
según las reglas convencionales del arte, y el único retrato al óleo que se conoce pintado por él es
buena prueba de ello si bien ese mismo retrato no es una simple muestra de academismo neutral,
seco y frío, sino que vive con la forma y el alma inconfundiblemente suyas, presentes en todas sus
obras.
Acaso los valores implícitos en estas láminas [del álbum 1841-1869] de Melchor María tengan que
ver con su formación, o, quizá, mejor, con su falta de formación. Aunque Melchor María hubiera
pasado por alguna escuela o curso de dibujo que hubiese habido en Bolivia por entonces, éstos de
169

ninguna manera pudieron ser, está dicho, sino muy incipientes dadas las circunstancias de
espacio y tiempo. Por eso es necesario considerarlo como un pintor autodidacta. Quizá hay que
celebrar este hecho. En el arte, como en toda la cultura de una sociedad tan sui géneris como la
sociedad boliviana, la formación -por lo menos la formación convencional- puede llevar a la
deformación de la realidad sacrificada al precepto. En cambio la deformación del precepto
académico puede facilitar la trasmisión de la realidad. ¿Qué otra cosa hace Picasso, por ejemplo?
Si Melchor María hubiera pasado por una academia, Bolivia habría ganado un pintor académico,
como Villavicencio (que es un buen pintor académico entre muchos otros), pero seguramente
habría perdido un pintor boliviano único. De pintores académicos estaba y está repleto el mundo,
mientras que los pintores bolivianos únicos, como Melchor María, eran y son ahora mismo
rarísimos en Bolivia.
7. Una segunda influencia obvia se encuentra en Melchor María y es la que proviene del muy
conocido pintor peruano mulato Pancho Fierro. Fierro fue también autodidacta, y pintó también
láminas sobre papel -cientos de ellas- representando tipos humanos y costumbres, con un sentido
y una forma definidamente populares. Hay, pues, una gran similitud de situaciones entre él y
Melchor María aunque en un nivel diferente al de d'Orbigny. Hay también una acentuada
disimilitud: Fierro es exclusivamente limeño al paso que Melchor María es extensamente
boliviano, y mientras que Melchor María tuvo, como hemos visto, una actividad múltiple en
diferentes áreas, no se sabe que Fierro tuviese otra actividad que la de pintar; y si Melchor María
fue un hombre de la clase media propietaria y cursó estudios hasta la universidad, Fierro no sólo
expresó al pueblo limeño sino que fue parte de ese pueblo y apenas tuvo estudios elementales.
Fierro es anterior (nació en 1803) a Melchor María. La puerta obvia de entrada de su influencia
tuvo que ser el conocimiento por parte de Melchor María de algunas de sus láminas, y hasta
podría aventurarse la hipótesis de que esas láminas hubiesen llegado a Bolivia y Sucre entre los
intercambios y azares de la Confederación Boliviano-Peruana (1836-1839). Sea como fuere, cuatro
láminas del álbun de Melchor María (№3-6) están copiadas de Fierro y sirven para acreditar la
influencia en cuestión. Total o parcialmente y con modificaciones mayores o menores, las
láminas 3, 4, 5 y 6 del Melchor María (no tienen leyendas) copiadas de las láminas intituladas
″Zapateo de zamba - cueca en Chorrillos″, ″Vendedor de velas″, ″Señora con criada para la iglesia″
e ″Indio alcalde″ . Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 41.
8. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 40
9. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 25.
10. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 26.
11. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 26.
12. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 27
13. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 39.
14. Ver lámina No. 2 del álbum de Melchor María. Gunnar Mendoza L. Ibid., pp. 27-28.
15. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 28. Pero el general Manuel Isidoro Belzu era quizás el más
inveterado y apurado entre esos aspirantes [a la presidencia], y, sin mayores escrúpulos
legalistas, aun siendo Ministro de Guerra de Velasco acabó por derrotarlo (1848, octubre-
diciembre). De ahí la obvia y tenaz oposición de Melchor María contra Belzu. (Gunnar Mendoza L.
Ibid., p. 28). Su derrocamiento marcó el fin de la vida política de Velasco dejando en el poder un
vacío de la tendencia por lo menos relativamente institucionalista, vacío que trató de llenar el
adepto más destacado de Velasco, el doctor José María Linares (otro férvido y tenaz pretendiente
-civil- a la presidencia), cuyo programa se cifraba en tres conceptos -moralidad, autoridad,
progreso- que la juventud intelectual idealista proclamaba como suyos (Gunnar Mendoza L. Ibid.,
p. 28). La autodenominada Revolución de Septiembre instaló finalmente en el poder a Linares
(1857.IX.8), pero, oh paradoja, gracias a un 'golpe', que no otra cosa fue el pronunciamiento de la
guarnición militar de Oruro contra el general José María Córdova, heredero político de Belzu.
170

Este pronunciamiento fue encabezado por un condiscípulo de Melchor María en el Colegio Junín,
el hoy coronel Antonio Vicente Peña″. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 28.
16. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 30.
17. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 31.
18. Gunnar Mendoza L. Ibid., 28.
19. Gunnar Mendoza L. ″Introducción″, p. 28, nota 63: P. Moreno 1886, p. 303-305. Moreno,
Gabriel René. Anales de la prensa boliviana. Matanzas de Yáñez. Santiago de Chile, Imprenta
Cervantes, 1886. Dechado de virtuosismo historiográfico, por el uso exclusivo de documentación
periodística, este libro trasmite la sensación diríase que ahita de sangre y pólvora de las
″matanzas de Yáñez″, uno de los episodios más trágicos del drama político boliviano, drama en
medio del cual discurrió, como estamos viendo, la vida y la obra de Mercado. Véase Gunnar
Mendoza L. Ibid., p. 62.
20. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 31.
21. Gunnar Mendoza L. Ibid., p, 32; nota 92: Recuerdos en vida dedicados al doctor Melchor María
Mercado, coronel de ejército. Por Pílades y Orestes (pseud.). La Paz, Imprenta de la Unión Americana,
1869, p. 3.
22. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 32; nota 93: Recuerdos, 1869, p. 3. No está determinado cuándo...
23. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 32: nota 94: Recuerdos, 1869, p. 3. Tampoco está determinado
cuándo...
24. Gunnar Mendoza L. Ibid, p. 32: nota 95: ″Nombrado fiscal de partido del Beni desde el año
1857″. Monteagudo, Juan Bautista. ″La fotografía y el teniente coronel Mercado″. La Epoca,
Interdiario Semanal La Paz, Imprenta Paceña, 1867; se sobreentiende que subsiguientemente a su
pronunciamiento contra Belzu y a favor de Linares.
25. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 32: nota 96: Su desempeño en la magistratura fiscal y judicial
corresponde a los años 1858-1859, como lo dan a entender las láminas Nos. 50 a 85, fechadas en
Mojos desde 1858.VI.18 hasta 1859.IX.16.
26. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 32: nota 97: Recuerdos, 1869, p. 3. Sus láminas Nos. 87 a 120 están
fechadas en Sorata en 1868. X.2 a 1868. XII.5. No fue prefecto, diputado ni senador: su entrega a la
política no llegó a tanto. La situación más encumbrada que ejerció dentro de la administración
pública fue la se secretario del Consejo de Estado al parecer en postrimerías del gobierno de
Linares /1861/ [...] Estos puestos administrativos fueron más bien efímeros. En todo caso,
Melchor María era enemigo declarado del 'pernicioso aliciente de la empleomanía'.
27. Gunnar Mendoza L. Ibid, p.32.
28. Melchor María Mercado. ″Album que contiene láminas a la acuarela sobre motivos bolivianos
1841-1869; transcripciones de motivos musicales de Mojos, 1859; y el Diario de la expedición al
marco del río Jaurú, 1859″, 120 f. (Archivo Nacional de Bolivia, Colección Rück). Véase Gunnar
Mendoza L. ″Introducción″: ″1. Fuentes Inéditas (M)″, p. 67. En 1991, año de la publicación de este
álbum, inédito hasta entonces, fue intitulado por Gunnar Mendoza L. Album de paisajes, tipos
humanos y costumbres de Bolivia (1841-1869) por Melchor María Mercado). Prólogo de Fernando
Cajías. El estudio Preliminar de Gunnar Mendoza L., Director del Archivo y Biblioteca Nacionales
de Bolivia - editor y autor del ″Prefacio″ y de la ″Introducción″: ″Vocación de Arte y Drama
Histórico Nacional en Bolivia: El Pintor Melchor María Mercado (1816-1871): Un Precursor″, pp.
11-72. La Paz, Banco Central de Bolivia-Archivo Nacional de Bolivia-Biblioteca Nacional de
Bolivia; Servicio Gráfico ″Quipus″, 1991; págs. 73-232 + un ″índice general″ por Mireya Muñoz, p.
233-239.
29. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 40.
30. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 40.
31. Alcide d'Orbigny. Voyage dans l'Amérique Meridionale. 9 v. y una carpeta de mapas. París
1835-1847. Para una versión española de la parte correspondiente a la relación del viaje, ver:
171

Viaje a la América Meridional. 4 v. Buenos Aires, Editorial Futuro. Versión española fragmentaria
de la parte correspondiente a la relación del viaje. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 4: nota 143.
32. Gunnar Mendoza L. Ibid., pp. 40-41.
33. Gunnar Mndoza L. Ibid., p.33.
34. Gunnar Mendoza L. ″Introducción″, p. 33: nota 114: P. Moxó 1837. En la Colección Gabriel
René-Moreno, Biblioteca Nacional de Bolivia, un ejemplar manuscrito de esta obra. M. Moxó 1807
(p. 63) Moxó Benito María de ″Cartas mejicanas escritas en 1805. Chuquisaca, 1807. 308 f., 7
láminas. Deteriorado por el fuego. Con un 'Suplemento″ (p. 67); ″Moxó, Benito María de. Cartas
mejicanas. Genova, Tipografía Pellas, 1831. Cinco, 338 p., seis láminas″.
35. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 33: nota 115: ″Catálogo del Museo Boliviano formado por el
naturalista Alcide Dessalines d'Orbigny. Año 1833″; 24 p. (Archivo Nacional de Bolivia. Ministerio
del Interior, v. 20, No. 43.
36. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 33: nota 116: Archivo Nacional de Bolivia. Ministerio del Interior,
t. 69, No. 10.1833.II.4,14,16.
37. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 33.
38. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 33: nota 117 Recuerdos en vida dedicados al doctor Melchor María
Mercado, coronel de ejército. Por Pílades y Orestes (pseud.). La Paz, Imprenta de la Unión Americana,
1869. 8, XXIV p. 1869, p. 3.
39. 'Lista de los objetos que contiene el pequeño museo donado a la capital Sucre, Departamento
de Chuquisaca, por el individuo que suscribe' [reproducimos la lista en versión abreviada en las
líneas que siguen:]
″Zoología: Ornitología [...]
Mammalogía: Mamíferos [...]
Reptiles: Pedíjeros [...] Serpientes venenosas [...]
Entomología: Coleópteros [...] Hemípteros [...] Ortópteros [...] Himenópteros [...] Neurópteros [...]
Sepidópteros [...] Dípteros [...] Ápteros [...] Zoófitos: Testáceos [...]
Reino vegetal: Flores hermafroditas. Monandria, un estambre, vabriana [...] Reino mineral [...]
Antigüedades del tiempo de los Incas [...] Curiosidades [...]
Ilustre y heroica, Sucre a 6 de septiembre de 1846.
Melchor María Mercado″ (Véase Gunnar Mendoza L. Ibid., págs. 34-35; Ibid., p. 118: P Mercado
1846-b, P Restaurador 1839, No. 26, Sucre, 1846.IX.8, p. 3-4. Mercado, Melchor María [Memorial
dirigido al Prefecto de Chuquisaca ofreciendo obsequiar al Gobierno su museo de Historia
Natural, cuya lista se adjunta]. Sucre, agosto 10,1846, en P Restaurador: El Restaurador. Sucre,
Imprenta de la Libertad de la Ciudad de Sucre Semanal, trimestral. Sucre, 1839, Nos. 24-26
(1846.IX. 3 y 8. Según la lista, la colección comprendía 866 ítemes clasificados en secciones de los
reinos animal, vegetal y mineral, así como 'Antigüedades del tiempo de los Incas' y
'Curiosidades'. Melchor María explica que el propósito del obsequio es 'que sirva de base a [un
Museo] nacional', conjuntamente con la 'hermosa colección variada de objetos de la
naturaleza'que posee el canónigo doctor Martín, quien 'se halla dispuesto a deshacerse de ella
con tal que sea agregada al Museo departamental que se forme'. 'Todo necesita principio, y
partiendo de esta verdad me desprendo del objeto de esta donación para gozar así de la
satisfacción de ser yo el primero en disputar la gloria como primer contribuyente a una obra útil'.
La sola condición señalada por Melchor María: que el Gobierno disponga 'un lugar aparente para
que verifique yo la entrega bajo de inventario de todas las especies que contienen mis
colecciones'. El Gobierno se limitó a decir que aceptaba el obsequio. (Gunnar Mendoza L. Ibid.,
págs. 49-50.
40. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 35.
41. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 36.
42. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 36.
43. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 36.
172

44. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 36.


45. Gunnar Mendoza L. Ibid., p.36.
46. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 37.
47. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 37.
48. Gunnar Mendoza L. Ibid., pp. 37-38.
49. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 45
50. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 46.
51. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 47.
52. Recuerdos en vida dedicados al doctor Melchor María Mercado, coronel de ejército. Por
Pílades y Orestes (pseud.). La Paz, Imprenta de la Unión Americana, 1869, p. viii,xi.
53. Los motivos musicales recopilados por Melchor María en Mojos [están en]: ″[Partituras de
motivos musicales recopiladas en Mojos] Julio-septiembre, 1859. 10 f. En: ″Album que contiene
láminas a la acuarela sobre motivos bolivianos 1841-1869; transcripciones de motivos musicales
de Mojos, 1859; y el Diario de la expedición al marco del río Jaurú, 1859″, 120 f. (Archivo Nacional
de Bolivia, Colección Rück).
54. Es lícito suponer que en su larga permanencia en Mojos, Melchor María pudo recoger muchos
más motivos que los registrados en su álbum.
55. Respectivamente: en español f.69v.-72,74,80,83-83v.; en latín f.69,74v.,80v.; en mojeño f. 79.
56. Recuerdos... 1869, Ob. cit, p. xvii. No sería superfluo anotar que Melchor María recopiló música
en Mojos como d'Orbigny la recopiló en Chiquitos [Partituras de motivos musicales...], 1859; y A.
d'Orbigny. Voyage...
57. A. d'Orbigny. Descripción geográfica..., 1945, v.3 p. 1148.
58. Gunnar Mendoza L. ″Introducción″, p.p. 48-49: nota 187: Ob. cit., v. 4, p. 1364-1365. En 1832,
Alcide d'Orbigny escribió: ″Chants des indies Chiquitos″, ″Chants des indies Morotocas″. Veinte
partituras musicales con las letras anotadas en las partituras mismas, en los correspondientes
idiomas. 7 p. En A. d'Orbigny. Voyage dans l'Amérique Meridionale, 1835, v.l , entre p. 60 y 61. En
la p. 6 d'Orbigny hace una brevísima descripción de la música y da la traducción al francés de los
nueve motivos chiquitanos.
59. 1.[Melchor María Mercado dedica su Museo a la memoria del gran Mariscal de Ayacucho
Antonio José de Sucre]. Sucre, 1846.
Inédita. Traduce la inmensa impresión que la personalidad de Sucre suscitó en Melchor María
siendo niño. Recordemos que Sucre estuvo tres años (1825-1828) en esta ciudad tratando de
organizar la nueva República. [En 1925 Melchor María tenía 9 años de edad; el 26, 10; el 27, 11, y
el 28, 12. Era efectivamente un niño]. Las palabras de la dedicatoria podrían sugerir también que
Melchor María recibió algún estímulo, siquiera indirecto, del Presidente Sucre, quizá porque su
predisposición artística y científica se había revelado desde la infancia. Pudiera ser que Melchor
María hubiera publicado o leído la dedicatoria al inaugurar la apertura de su Museo en una fecha
anterior a 1846, en que ofrece donar el Museo al Gobierno. Transcribimos toda la dedicatoria, que
por otra parte es un ejemplo de la prosa de Melchor María:
″j A ti que desde el empíreo velas sobre la patria querida! ¡Esclarecido genio, el más ilustre de los
héroes, el más grande los hombres! ¡Esforzado atleta que con indomable valor sometiste para
siempre en los memorables campos de Ayacucho el ominoso yugo que nos uncía a la Iberia Feroz!
¡Mortal generoso que consagraste los desvelos y las inspiraciones de tu noble pecho en establecer
leyes sabias, y con ellas el imperio de la libertad en la patria que elegiste, más amada para ti que
la que te vio nacer! ¡A ti que hiciste germinar las ciencias y las artes en este país antes sumido en
la más grosera ignorancia! ¡ A ti Sucre inmortal, que supiste incitar en mi alma el entusiasmo más
vivo! A ti dedico este pequeño Museo debido a mis tareas y a mi débil ingenio. Si él no es digno de
ti, sea al menos la expresión sincera de los hondos sentimientos que mi corazón abriga hacia ti,
que no perecerán jamás: la más tierna gratitud y la admiración más profunda. [Composición
poética dedicada al mariscal de Ayacucho. Sucre, 1846.
173

Inédita. Composición poética que revela a Melchor María en tratos, más empeñosos que
productivos, con la musa de la versificación...
3) [Memorial dirigido al Prefecto del departamento de Chuquisaca ofreciendo obsequiar al
Gobierno su Museo de Historia Natural, incluida lista adjunta. Sucre, agostolO, 1846.
4) Invitación: Sucre, 1855. VI.8. Recordando el alzamiento popular del 25 de mayo de 1809 en
Chuquisaca, que inauguró la guerra popular de liberación americana, Melchor María ofrece abrir
una escuela de pintura gratuita, en la que los jóvenes de toda condición puedan 'tomar una
profesión que ennoblezca vuestro corazón', y 'llenen de pinturas que hagan honor al país, desde
la miserable cabaña hasta los edificios suntuosos; desde la bella naturaleza hasta Dios, como se
hallan en todos los pueblos civilizados'. No se ha podido establecer si la escuela se fundó
realmente.
5) [Memorial dirigido al Gobierno de 1855 ofreciendo sus servicios gratuitamente para enseñar el
dibujo y la pintura a los jóvenes de ambos sexos en Sucre (Sucre, 1855.VII.7); dice 'que el dibujo y
la pintura ejercen una influencia directa en la moral de los pueblos, cooperando en el
adelantamiento de las artes y en el progreso de las ciencias que tienen relación con ellos' (que
está desapareciendo en nuestro suelo por falta de instrucción).
6) Diario de la Expedición llevada desde Santa Cruz...
7) Necrología a su tío Lucas Huerta Mercado, La Paz, 1869, VI.9) (recuerda su acción heroica en los
hechos de la Independencia, en 1809). Gunnar Mendoza L. Ibid., pp. 49-51.
60. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 51.
61. Gunnar Mendoza L. Ibid., p. 51.
174

El insigne científico francés Alcide


d'Orbigny en Bolivia
Jorge Muñoz Reyes

1 Posiblemente, el naturalista que mejor y más ampliamente estudió nuestro acervo


natural en los albores de la República, fue Don Alcide d'Orbigny, sabio francés que
publicó la más monumental obra sobre las riquezas naturales de nuestro suelo y que
recorrió de parte a parte el territorio patrio, generalmente a pie, acompañado
solamente de sus dos fieles guías yuracarés.
2 No nos detendremos aquí en hacer un historial de su vida2, pero sí debemos hablar algo
de sus expediciones a través de Bolivia.
3 Se embarcó para la América Meridional el 29 de julio de 1826 en [el puerto de] Brest [en
la corbeta de carga ″Mouse″] y después de un largo y sorprendente periplo por el Brasil,
el Uruguay, la Argentina y Chile, llegó a nuestra costa de Cobija el 14 de abril de 1830; el
20 del mismo mes zarpó para Arica donde permaneció uno días para dirigirse a Tacna y
de aquí a La Paz.
4 La descripción de su trayecto de Tacna hacia el altiplano boliviano es de lo más emotivo
e interesante; su espíritu de observación se muestra sublimado en esta experiencia;
sufre el soroche o mal de puna y todo lo que ve es nuevo para él. Nos describe la
altiplanicie del norte con estas frases: ″Tiene más de treinta leguas de ancho, se
dilataba a mis pies por derecha e izquierda hasta perderse de vista, ofreciendo tan sólo
pequeñas cadenas paralelas, que parecían fluctuar como las ondulaciones del Océano
sobre esta vastísima planicie, cuyo horizonte al noreste y sudeste no alcanzaba yo a
descubrir, al paso que hacia el Norte veía brillar por encima de las colinas que lo
circunscriben, algunos espacios de las cristalinas aguas del famoso lago Titicaca,
misteriosa cuna de los hijos del sol″. Así mostrando poéticamente los paisajes que
recorría, llegó a La Paz el 29 de mayo de 1830. Muestra su reconocimiento amplio por la
forma cortés y amistosa en que fue recibido en esta ciudad; dice que lo llamaban ″el
gran botánico francés″ y las gentes le traían toda suerte de plantas y hierbas para que
les indicara sus propiedades curativas.
175

5 Nos hace una descripción detallada de esta ciudad, la que reconoce ser distinta de todas
las hasta entonces visitadas por él. Su descripción de las vestimentas usadas por
indígenas y mestizos es de lo más ilustrativa; igual cosa se puede decir de las
costumbres que relata con maestría y colorido propios de él. Indica que habiendo
dirigido una misiva al Presidente Santa Cruz, que a la sazón se hallaba en Cocha-bamba,
recibió una respuesta de lo más amable y cordial en la que le ofrecía todo su apoyo para
que la misión que lo traía a Bolivia fuera un éxito, manifestándole que haría que dos
jóvenes estudiantes le acompañasen juntamente con un oficial de ejército para
facilitarle el viaje y resguardarlo.
6 Su primera excursión desde La Paz fue hacia los Yungas, de donde pasó a Cochabamba;
posteriormente siguió el camino existente a Santa Cruz de la Sierra, ciudad en la que
permaneció bastante tiempo atraído por la hospitalidad de las gentes y la belleza,
gracia y donaire innatos en sus mujeres, asunto que lo relata con delicadas y
románticas frases. Más adelante, sale hacia el Brasil por el camino de las misiones
atravesando el Monte Grande, ″cuya espesa frondosidad cubre una extensión de unas
sesenta leguas y en donde vanamente se buscarían otros huéspedes que los animales
salvajes″.
7 Nos relata con certera pluma las bellezas y riquezas de la provincia de Chiquitos,
territorio que atrae su especial atención y su interés. Al referirse a los paisajes hallados
dice: ″En tanto que un sol abrasador tostaba las llanuras circunvecinas, algunas
benéficas nubes, posándose sobre la cima de las montañas, habían operado un cambio
total en el aspecto de la naturaleza. Los árboles se cubrían de un tierno follaje y de
diversidad de flores; la campiña desplegaba lujosamente sus primeros ropajes. En nada
absolutamente pudiera compararse la bella estación de Europa a un tal momento bajo
las zonas tórridas″.
8 En su permanencia en la región chiquitana se dedicó a estudiar especialmente las
costumbres y la lingüística de las tribus autóctonas; de este estudio ha nacido su obra El
hombre Americano. Se interesó especialmente de la nación de los Guarayos ″que realizan
en América por su franca hospitalidad y por sus costumbres sencillas y enteramente
primitivas, el poético ensueño de la edad de oro. Entre estos hombres de la simple
naturaleza a quienes jamás atormentó la envidia, el robo, esta plaga moral de las
civilizaciones más groseras como las más refinadas, tampoco es conocido″.
9 Abandonando temporalmente la tierra de los guarayos y bogando durante ocho días
por las claras aguas del río San Miguel, llegó a la misión del Carmen de Moxos y se
dedicó a visitar esta región a la que asignó un área de catorce mil leguas cuadradas e
indicó que estaba surcada por treinta y tres ríos navegables; también visitó las misiones
de Concepción Magdalena, San Ramón y San Joaquín, en la que ″quedaban restos del
esplendor pasado de los jesuitas″.
10 Posteriormente llegó a la confluencia de los ríos Guaporé y Mamoré, y siguiendo aguas
arriba por este curso, llegó a las misiones de Exaltación, Santa Ana, San Xavier,
Trinidad y Loreto.
11 D'Orbigny deseaba buscar una ruta fácil entre Cochabamba y las amplias sabanas de
Moxos y nos dice: ″Así pues, me propuse buscar, para obviar tales inconvenientes, un
camino más abreviado o una vía de navegación por en medio de selvas y montañas,
persuadido de que con esto haría yo a Bolivia un servicio capaz de dar a su gobierno un
testimonio de mi gratitud por los muchos favores de los que era justamente deudor″.
176

Así bajó por el río Sécure, desconocido a la sazón, ayudado por indios cayuvavas,
magníficos remeros, subió al Mamoré hasta el río Chapare y por éste hasta el río Coni
en tierras de yuracarés ″al pie de las ultimas faldas de la cordillera oriental″. De aquí
ascendió por sendas difíciles desde los tórridos y húmedos parajes tropicales hasta las
altas y heladas breñas andinas para llegar a Cochabamba. Su descripción de esta gama
de paisajes es magnífica y digna de un poeta.
12 A su vuelta a la región de los valles, y después de una corta permanencia allí, se dirigió
hacia Sucre y Potosí, después de admirar y describir magistralmente las bellezas de la
arquitectura virreinal. Salió para Oruro y La Paz; desde esta última ciudad hizo varios
viajes a la región del lago Titicaca3, visitó y admiró grandemente las ruinas de
Tiahuanacu, partiendo posteriormente hacia Arica para embarcarse de vuelta a su
patria, y nos dice: ″A fines de junio volví a pasar la cordillera por última vez, por la ruta
que había tomado en 1830, cuando fui de Tacna a La Paz, y abandoné para siempre
Bolivia después de haberla recorrido en todos sentidos durante más de tres años. Traía
de esta hermosa y rica parte del continente americano no solamente una inmensa
cantidad de materiales de todas clases indicados para hacerlas conocer desde diferentes
puntos de vista, sino también el más vivo reconocimiento hacia su gobierno y hacia sus
habitantes de los cuales no había recibido más que favores y las pruebas más delicadas
de estima y de hospitalidad″.
13 El periplo amplio y magnífico recorrido por este insigne hombre de ciencia al que
Bolivia debe tanto, fue la base para la redacción de su gran obra Viaje a la América
Meridional en la que la descripción de nuestro territorio ocupa la mayor parte. Su libro
está acompañado de quinientas planchas coloreadas a la acuarela que él había pintado
en los sitios que visitó. Los originales de la obra los sometió a los señores Blainville,
Geoffroy-Saint Hilarie, Adolphe Broignart, Savary y Cordier, que aplaudieron
unánimemente la misma en 21 de abril de 1834; acompañó al texto gran cantidad de
documentos para la historia e innumerables colecciones geológicas, botánicas y
zoológicas.
14 El General José Ballivian encargó a d'Orbigny una Descripción geográfica, histórica y
estadística de Bolivia. Este trabajo debía haberse presentado en diez volúmenes;
lamentablemente por muchas razones sólo se publico el primer volumen dedicado a las
provincias de Moxos y Caupolicán que a la sazón pertenecían al reciente departamento
del Beni, creado por el Presidente Ballivián. En la traducción y final redacción colaboró
el joven poeta boliviano don José Ricardo Bustamente, que residía en París.
15 La Obra de d'Orbigny en Bolivia es hasta la fecha la más grande contribución al
conocimiento de las riquezas naturales del país4, sobre todo en lo que se refiere a su
acervo en la flora y la fauna; también sus estudios etnológicos y lingüísticos son de gran
valor y no han sido superados hasta ahora. El elocuente y límpido lenguaje ayuda a la
mejor descripción de nuestros bellos paisajes y revela no sólo la sensibilidad del viajero
sino el profundo conocimiento científico de lo que describe y relata.
16 No resistimos la tentación de incorporar el juicio certero de Don Ernesto Morales,
editor de la traducción castellana de su obra principal, quien dice al referirse a su
redacción y estilo: ″Es un artista de la palabra. Repare el lector en la belleza de sus
descripciones, en la fuerza con que capta lo esencial de los personajes históricos, en
delicadeza de su expresión, la sutilidad de su observación, en la justeza de su crítica; en
todo lo cual está revelado no a un simple viajero, no a un científico para quien la pluma
177

es una herramienta pesada, sino a un cabal hombre de letras, una sensibilidad aguda
que se expresa con precisión y elocuencia, mediante la palabra escrita″.

NOTAS
2. Un lustro antes de publicar el presente ensayo de d'Orbigny, el Ing. Muñoz Reyes había dado ya
a conocer, en el diario Presencia. La Paz, domingo 24 de mayo de 1970 (Ob. cit.; véase cita 1),
algunos datos biográficos poco divulgados del sabio naturalista francés. En este artículo
periodístico de 1970, intitulado ″Alcide d'Orbigny″, cuyo contenido es similar al de 1975, el Ing.
Muñoz Reyes escribió: ″Alcide Dessalines d'Orbigny nació en Coueron (Loira Inferior), el 6 de
septiembre de 1802; su padre, Charles Marie Dessalines d'Orbigny, médico de profesión, era un
ferviente naturalista que dedicó sus mayores esfuerzos a los estudios de historia natural,
habiendo sido correspondiente del Museo de Historia Natural de París. Alcide era el segundo de
sus vastagos, siendo el mayor entre los hombres. En 1815, la familia d'Orbigny se estableció en
Esnandes, una villa cercana al puerto de La Rochela. La vida del joven Alcide se desarrolló, como
era propio, en estrecho contacto con la Naturaleza dadas las aficiones de su progenitor. El sentía
gran amor por estas disciplinas que llegaron a constituir una verdadera vocación. El padre
también educó dentro de ellas a su otro hijo, Carlos, haciéndole estudiar, observar y dibujar seres
vivos, especialmente los invertebrados. Carlos era también médico de profesión.
Los primeros estudios los realizó Alcide en La Rochela, demostrando su gran aptitud y su
profundo espíritu de observación. Fue allí donde inició la confección de sus famosos ″modelos″ de
foraminíferos, ampliando el tamaño de las conchillas desde 49 a 200 veces de acuerdo a los
detalles observados bajo el microscopio. Estos modelos los vendía para difundir el conocimiento
de estos diminutos organismos tan poco conocidos en la época. La venta de una colección se hizo
en 1823 al Museo de Historia Natural de París donde aún se la conserva.
El 17 de enero de 1823, publicó el joven d'Orbigny su primer trabajo sobre ″un nuevo género de
moluscos gastrópodos″, lo que causó que el naturalista Ferrusac lo llamara a París como
colaborador y asistente.
En 1825, publicó su ″Tabla Metódica de la clase de los cefalópodos″, en la que reconocía los
foraminíferos como un orden distinto, ″fruto de siete años de observación microscópica″; la obra
contenía 73 láminas ilustrativas de magnífico diseño. Estos trabajos iniciales colocaron a
d'Orbigny entre los mejores naturalistas franceses de la época, lo que determinó que en
noviembre de 1825, Geoffrey Saint-Hilarie, Cuvier y A. Brogniart lo designen como naturalista
viajero para enviarlo en misión científica especial a la América meridional. Sus labores no debían
ser fijadas por el azar sino que debían seguir un programa preciso de investigación trazado por
sus mentores. Debía viajar solo, recogiendo en sus itinerarios muestras de toda índole para ser
estudiadas más tarde en Francia. Se le dieron cartas de recomendación y se le proveyó de
suficientes recursos. El sabio Alejandro von Humboldt lo recibió en su casa para darle toda clase
de consejos y directivas antes de su viaje″. (N. del E.).
3. En su ensayo ″Biografía de un Lago″ (Revista Kollasuyo. La Paz, 1970. No. 71. pp. 24-25, op. cit.;
véase nota 1), Jorge Muñoz Reyes escribe: ″Desde los albores de la República, muchos han sido los
geógrafos y hombres de ciencia que han escudriñado el Titicaca en busca de informaciones de
toda índole, desde el biólogo que buscaba los organismos que habitaban las riberas y las aguas del
lago, hasta los arqueólogos e historiadores que se afanaban tratando de hallar datos acerca de las
178

gentes que habitaron esa cuenca desde los más lejanos tiempos. Sería tarea larga y cansada el
citar a todos o casi todos los estudiosos que laboraron en la región, pero citaremos a algunos cuya
tarea ha sido conspicua. Alcide d'Orbigny, que vino al país en el tiempo del Mariscal Santa Cruz
[...], ha sido uno de los naturalistas que ha estudiado el Lago desde el punto de vista geológico,
paleontológico y también histórico; en su voluminosa e importante obra Voyage dans l'Amérique
Meridionale publicada en 1844 en París. Se puede decir, con Porras Barrenechea, que d'Orbigny fue
el ″introductor oficial de la Antropología en América″ y [que] sus descripciones de los indios de
esta parte del continente son los primeros trabajos científicos de valor en la materia. En su obra
El Hombre Americano, publicada en 1839, hace una descripción muy buena de los aimaras, así
mismo en sus trabajos se ocupa preferencialmente de Tiahuanacu, metrópoli a la que le da una
importancia primordial en la historia primitiva de América. Al referirse al río Desaguadero en la
parte geográfica de su principal obra dice: ″El Desaguadero, muy profundo y de unos cien metros
de ancho, estaría en un país civilizado cubierto de barcos que, por ese canal natural donde las
aguas marchan con lentitud, donde ningún obstáculo impide la navegación, ascenderían y
descenderían sin cesar, acercando así el lago Titicaca a la provincia de Poopó y sembrando en el
espacio que los separa una prosperidad desconocida. Esas márgenes, hoy desiertas y
deshabitadas, se cubrirían entonces de una población industrial y la meseta boliviana podría
tanto más convertirse en uno de los centros de comercio cuanto que hoy es el lugar más poblado
de la República″. (N. del E.)
4. Según los estudios realizados por el Ing. Jorge Muñoz Reyes sobre ″El oro en Bolivia″
(publicados en 1931 en el Boletín de la Sociedad Geográfica de La Paz; pp. 70-71, ob. cit.; véase nota 1)
merecían ser atendidos en el país -por sugerencia de Alcide d'Orbigny- los yacimientos auríferos
de Súchez (próximo al río de ese nombre, en la región vecina a la frontera con el Perú: norte del
lago Titicaca) y de San Simón (″distrito colindante con el Brasil″). Ambos depósitos auríferos
habían sido, en efecto, visitados por el sabio naturalista francés. De acuerdo con Muñoz Reyes, los
recursos auríferos de Súchez habían sido hasta ese entonces (1931) ″poco trabajados debido a que
los conglomerados fluvioglaciales en que se hallan estos yacimientos, están situados a un nivel
superior al de la mayoría de los lagos grandes de la región, y, por lo tanto, la provisión de agua
para su explotación hidráulica es exigua. Por otra parte, durante varios meses en el año la poca
agua que se puede obtener do los ventisqueros cercanos está congelada gran parte del día [...] Los
trabajos implantados hasta ahora en la región de Súchez han sido muy pequeños debido a la
inclemencia del clima que es excesivamente frío y húmedo. Sólo una gran empresa, que instale
sus trabajos en debida forma, con viviendas confortables, podrá hacer frente a estas dificultades
de la explotación″. A este respecto -escribe Muñoz Reyes; pp. 57-58- d'Orbigny decía de Súchez:
″El pueblecillo de Súchez no presenta la mínima esperanza de mejora, a no ser [que] algunos
hombres inteligentes vayan allí a beneficiar en grande y de un modo más simple y menos costoso,
las riquezas que encierra todavía el suelo frío e inanimado de aquellas regiones″ (Descripción
geográfica, histórica y estadística de Bolivia. 11. París, 1945).
″En los yacimientos de San Simón -escribe Muñoz Reyes- d'Orbigny ha encontrado en su viaje por
esa región [A. d'Orbigny. Estudios sobre la geología de Bolivia Traducción de Víctor E. Marchant. La
Paz, 1907] abundante gneiss sobre el que descansan más hacia el occidente sedimentos que él ha
considerado devónicos o aun cámbricos. La mayor parte de estas formaciones están ahora
cubiertas con una mano de aluvión reciente que dificulta bastante el estudio geológico; a este
respecto dice d'Orbigny: ″Hice abrir un sendero por medio del bosque virgen, adquiriendo con
ello la certidumbre que de este cerro (Cerro Taruhuoch) hasta el río Paraguay, no hay más que
llanos de aluvión, inundados una parte del año″.
″Acerca de los depósitos sueltos de los ríos de la región, dice [d'Orbigny, escribe Muñoz Reyes]:
'Los guijarros están compuestos de arenisca devoniana de partículas de pizarra esquistosa, de
gneiss y de una gran cantidad de trozos de cuarzo lechoso, provenientes de las dos últimas
179

formaciones'. El gneiss que forma el basamento -añade Muñoz Reyes- emerge raras veces de
entre el aluvión reciente, formando pequeñas colinas en toda la región, es un gneiss compacto
posiblemente pre-cámbrico. Al hablar de la provincia de Chiquitos, que actualmente se halla
dividida en las tres nombradas anteriormente, de Chiquitos, Ñuflo de Chávez y Velasco,
[d'Orbigny] expone lo siguiente: 'Considerada respecto a su superficie, la provincia de Chiquitos
ofrece el más grande interés geológico. En efecto, es un sistema considerable de cerros,
enteramente aislado en medio de los aluviones modernos y al mismo tiempo perfectamente
separado de los contrafuertes últimos de la Cordillera y de los cerros del Diamantino en el Brasil,
su dirección general es E. 25° S. y 0.25° N. Por consiguiente, es diferente del paralelo de la
Cordillera Oriental y de todos los cerros de la meseta boliviana y lo que, visto el aislamiento de
este macizo y su diferencia de altura, constituye otro sistema al que llamaré el Sistema
Chiquitano'. Respecto a la estratigrafía general de la región, entre otras cosas, dice d'Orbigny:
'Los terrenos silurianos descansan sobre el gneiss en la Sierra de Sunsas. Por todas partes están
cubiertos por las areniscas devonianas'.
″El oro -corrobora Muñoz Reyes- proviene seguramente de esa formación inferior situada debajo
del silúrico y del gneiss superior a la que d'Orbigny se refiere en diversas ocasiones como el
'gneiss granitoide inferior' que seguramente es un complejo pre-cambriano que contiene muchas
intrusiones ígneas que han producido los efectos del metamorfismo de contacto a que hemos
hecho alusión anteriormente. Hablando de estos dos gneiss dice [d'Orbigny]: 'Lo que me llamó la
atención en el estudio de esta Cadena (Cadena de San Carlos), fue el encontrar allí todavía, como
en el resto de la provincia, gneiss granitoides compactos ocupando las puntas elevadas en
enormes masas, apenas divididas en bloques muy voluminosos, mientras que las colinas más
bajas que se apoyan encima están formadas de gneiss o de micaesquista en descomposición,
representados con frecuencia sólo por fragmentos de cuarzo que cubren el suelo. Luego habría en
el gneiss dos épocas muy diferentes conservando siempre su posición relativa'. Entre estas
intrusiones -finaliza Muñoz Reyes- encontramos los centros pegmatíticos con cristales gigantes,
donde se encuentran los yacimientos de mica, y de los que seguramente han emergido los filones
de cuarzo aurífero primario, que ha dado origen al oro de los lavaderos de toda la región
comprendida entre Santa Cruz y la frontera brasileña″.
180

Noticias sobre arqueología boliviana


en la obra de d'Orbigny
Alcides Parejas Moreno y Carola Muñoz Reyes de Parejas

1 El descubrimiento de Sudamérica es un proceso que se inicia en el siglo XVI y continúa


hasta nuestros días. Manuel Ballesteros Gabrois distingue cuatro fases distintas en este
proceso, que van desde el descubrimiento del contorno exterior hasta el ″intento de
conquista -para la política o la ciencia- de las selvas continentales″ 2. Es esta última fase
la que nos interesa, pues a ella corresponde el viaje realizado por Alcide Dessalines
d'Orbigny, ″enviado de una entidad científica -en este caso la Sociedad de Historia
Natural de París- y con una finalidad no de conocimiento científico (como había sido la
medición del meridiano/ realizada casi un siglo antes por la Condamine/) sino de
adquisición de objetos con destino al Museo de Ciencias Naturales...″ 3.
2 El interés de las academias europeas, fruto del siglo XVIII, se concreta en expediciones a
los habitat ″desconocidos″; África, India, América. Viajeros como Humboldt, D'Orbigny,
Wiener y otros fueron concretando poco a poco lo que luego sería la ciencia
americanista, ″difusa y completa agregación de disciplina e intereses unidos por el
único pero suficiente vínculo de lo americano como concepto primordial geográfico″ 4.
3 Resulta obvio que la visión histórica del fenómeno americano es legítima y necesaria;
pero esta visión quedaría incompleta si no se le añadiera el enfoque antropológico. Con
esta doble visión -histórica y antropológica- se podrá tener una idea más clara y exacta
del llamado fenómeno americano, entendiendo por tal, siguiendo a Jiménez Núñez, ″el
conjunto de manifestaciones culturales -es decir, humanas- que se produce en el Nuevo
Mundo desde su descubrimiento por España, con especial atención a los territorios que
un día fueron parte de su imperio″.5
4 Es por todo esto que la obra de d'Orbigny resulta de gran importancia para el estudio de
Sudamérica, porque da especial énfasis a lo antropológico sin descuidar la historia, la
botánica, la geología, etc. Por otra parte, el período que corresponde a su viaje
(1826-1833) resulta de gran interés para la América española. Se ha producido en todo
el continente la rebelión contra la metrópoli: las colonias se han convertido en
181

flamantes repúblicas. Se trata, pues, de un período de cambio en el que las nuevas


repúblicas americanas estrenan vida ″independiente″.
5 Alcide Dessalines d'Orbigny nació en Coueron (Loira inferior) el 6 de septiembre de
1802 y muere en Pierrefitte el 30 de junio de 1857.
6 ″Nacido con especiales disposiciones para las ciencias naturales -dice él mismo en el
primer capítulo de su Viaje a la América Meridional- por disposiciones que se
manifiestan desde mis primeros años, he debido al aliento de un padre / médico que se
había dedicado al estudio de las ciencias naturales/ honorablemente conocido en el
mundo de los sabios, y a sus doctas enseñanzas, el desarrollo prematuro del irresistible
instinto que me llevaba a su estudio″.6
7 Sus investigaciones en el campo de las ciencias naturales pronto le dieron un bien
ganado prestigio entre los científicos franceses del momento, especialmente de parte
del naturista Cuvier, quien desde el primer momento le dio todo su apoyo. Fue así que a
los 23 años (noviembre de 1825) el Museo de Historia Natural de París le encargaba una
importantísima misión que lo llevaría a la América Meridional. ″No me consideraba
bastante instruido para aceptar semejante misión -dice-que ambicionaba cumplir lo
más concienzudamente posible. Quería trabajar algunos años más, a fin de adquirir, por
lo menos en parte los conocimientos variados necesarios para un viajero... Pero sucedió
otra cosa″.7 (fig.1).
8 Fruto de su viaje al continente americano -en el que recorre Brasil, Uruguay, Argentina,
Chile, Bolivia y Perú- son dos obras de extraordinario valor: Viaje a la América Meridional,
editado en París en 1844, en el que a manera de diario deja importantes datos
históricos, urbanísticos, etnológicos, arqueológicos; y El hombre americano (1839) que
constituye uno de los más ricos aportes a la etnología americana. El peruano Raúl
Porras Barrenechea lo considera como ″el introductor de la Antropología en América″ 8,
pero, como bien apunta Alcina Franch, es introductor de la Antropología, en su más
amplio moderno sentido, ″pues su interés fue vario, y comprendió: la antropología
física, la arqueología, la etnología propiamente dicha y la lingüística″. 9
9 Llega a territorio boliviano, al puerto de Cobija, el 14 de abril de 1830, desde donde se
dirige a Arica para proseguir viaje, a lomo de mula, hasta la ciudad de La Paz. Después
de una breve permanencia, realiza un viaje por la región yungueña y posteriormente
por las provincias de Sicasica y Ayopaya. Del altiplano se dirigirá a los valles centrales.
Después de una breve estancia en la ciudad de Cochabamba, parte hacia Santa Cruz,
previo paso por Samaipata, y más tarde por el camino de las misiones de Chiquitos. De
aquí, guiado solamente por su brújula y la ayuda de dos leales indios yuracarés, se dirige
al Beni, cruzando la selva agreste con un valor inigualado. Realizados estos viajes,
vuelve a Cochabamba, a la sazón residencia del gobierno, para volver al poco tiempo a
la región norteña, tierra de los yuracarés. Cambiando de rumbo y en busca de otros
paisajes, visitará Sucre y Potosí, para volver a La Paz por Oruro. Después de visitar
Caupolicán, decide emprender el viaje de regreso, abandonando Bolivia el 27 de junio
de 1834. La etapa correspondiente a las antiguas misiones jesuíticas (Moxos y Chiquitos)
constituye el aporte más importante para la antropología americana, pues su atención
se centra casi exclusivamente en el hombre. (Ver Mapa).
10 Aunque el interés principal de d'Orbigny se centra en la historia natural, la etnología y
la lingüística, también hace descripciones de monumentos antiguos como los de
Tiahunaco, el Fuerte de Samaipata, las chullpas de Palca, etc. Las descripciones que ha
182

dejado resultan de gran valor, pues muchos de los elementos consignados han
desaparecido ya por la acción del tiempo o el paso del hombre, caso de la ″serpiente″
del Fuerte de Samaipata que ″casi ha desaparecido por la incomprensión de los
visitantes que están destrozando el conjunto a fuerza de grabar en él nombres y
leyendas″10, o el relieve de un avestruz, hoy desaparecido, que dominaba un recinto
cuadrangular en el citado sitio.11
11 En la mayoría de los casos el viajero francés no se limita a una mera descripción de los ″
monumentos antiguos″ que encuentra durante su recorrido, sino que trata de
interpretarlos. Es por ello que se hace necesario situar al autor dentro de su debido
contexto científico e histórico para hacer una correcta interpretación de sus datos,
pues los conceptos a manejar durante el siglo XIX varían sensiblemente conforme pasan
los años. Además, para algunos autores como MacIver, la Arqueología como ciencia no
comienza hasta 1850, año en el que nace el concepto de estratigrafía aplicado a la
aparición de restos de ocupación humana a distintos niveles en un mismo yacimiento. 12
12 El propósito de este artículo es presentar las noticias arqueológicas que ha dejado
d'Orbigny durante su periplo por tierras bolivianas. Todos los datos consignados se
refieren a yacimientos ya explorados, por tanto el lector no puede buscar en su
utilización ″la clave para la localización del yacimiento que se busca″, según el esquema
propuesto por Alcina Franch para la investigación arqueológica 13. Se trata, por tanto, de
tener a mano una de las principales fuentes literarias para la arqueología boliviana
recogida a principios del siglo XIX.

13 Las fichas, que fueron fielmente transcritas, han sido divididas en cuatro grandes
temas: arte rupestre, Tiahuanaco, chulpas e Incas. Cada una de ellas consigna en la
cabecera el tema concreto, el sitio arqueológico y el lugar geográfico; en el pie, por otra
parte, se indica el volumen y página donde se encuentra la noticia. Para un mejor
manejo del material que se presenta, se ha utilizado una de las ediciones más
183

difundidas del Viaje a la América Meridional, de la Editorial Futuro (Buenos Aires, 1945)
en cuatro volúmenes.
14 Por último, y para una mejor comprensión de su personalidad, se incluye una
bibliografía de las principales obras del viajero francés.

Bibliografía de Alcide d'Orbigny


15 1829-49 Diccionario de Historia Nacional (Colaborador).
16 1836-38 Galería ornitológica de las aves de Europa, in- 4o París.
17 1838 L'Homme américain. 2 vols. In-8.° París.
18 1840 Historia general y particular de los cronoides vivos y fósiles. In - 8.° París.
19 1840 Paleontologie francaise ou description des fossiles de France. Paris.
20 1844 Voyage dans L'Amérique Méridionale. Paris.
21 1849-52 Course elementaire de Palécontologie et de Géologie stratigraphique. 3 vols. Paris.
22 1850-52 Prodome de Paléntologie stratigraphique. 3 vols. Paris.

Arte rupestre
23 BARRANCO DE PACHAVI14

24 PROV. CARANGAS-ORURO

25 /Cercano al Barranco de Pachavi/ ″... después de recorrer una distancia bastante


grande, me encontré en una especie de circo muy singular, en el corazón de las rocas.
En todas partes veía los cimientos circulares de antiguas habitaciones, cercos tallados
en la roca y todo cuanto denunciaba la entrada prolongada de numerosas familias. Este
sitio muy curioso me interesó vivamente. Recorrí todas sus partes y no dejé de trepar a
una explanada rodeada de rocas desde la que podía descubrirse, sin ser visto, toda la
campiña circundante [...] El indio me mostró también una piedra grande que colocaban
a la entrada de la rendija cuando querían aislarse completamente. Una vez cerrada
hubiera sido absolutamente imposible entrar en este extraño retiro″.
26 Tomo IV, Pág. 1.524.
27 PUCARA15

28 PROV. CARANGAS-ORURO.

29 ″Me dirigí hacia una alta montaña y, antes de llegar a su pie, pasé cerca de algunas
casas de indios de Calacaya.
30 Antes de la conquista del país por los españoles, esta montaña, llamada Pucará, era,
como todos los lugares que llevan esta denominación, una antigua fortaleza de los
indígenas″.
31 Tomo IV, Pág. 1522-1523.
32 MONTAÑA DE PUCARA16

33 PROV. CARANGAS-ORURO

34 ″En efecto, al pie de la muralla de piedras bastas que rodea la cumbre de la montaña,
trataron de hacer más empinada las escarpaduras por medio de algunos cortes. La
184

muralla tiene unos dos metros de alto, es muy ancha y forma un inmenso circo oblongo
cuyo interior, en donde cabe perfectamente un hombre, trataron de allanar. Era allí
donde durante sus guerras, cuando los indios estaban reducidos a su último extremo, se
reunían con sus familias y algunos víveres″.
35 Tomo IV, Pág. 1525.
36 QUEBRADA DE PALCA

37 PROV. MURILLO-LA PAZ

38 ″A tres leguas de la entrada de la Quebrada, observé, a orillas del camino, muchos


bloques de granito, coloreados exteriormente de óxido de granito, y sobre los cuales los
indígenas habían esculpido figuras groseras, tal vez alegóricas. No osaría empero
afirmar que sean antiguas. Esas figuras representan hombres, soles, llamas y perros. /
¿/Son los signos de antiguos recuerdos, o se deben simplemente al pasatiempo de
algunos viajeros indígenas?″.
39 Tomo III, Pág. 956.
40 PINTURAS

41 PROV. CARANGAS-ORURO17

42 ″Cerca de esta cabaña se abría la entrada casi oculta del famoso barranco de Pachavi, en
el que a la mañana siguiente me adentré más de una legua para buscar antigüedades; vi
allí algunos sembrados de papas y de cebada, disputados a esta naturaleza salvaje y
estéril; luego, cuando llegué a su extremo, encontré doquiera restos antiguos: aquí
muchos pedazos de terracota, allí grutas cuyas paredes estaban cubiertas de groseros
dibujos trazados con carbón. Supónese que esas grutas, naturales unas, cavadas otras
por las manos del hombre, encierran tesoros...″.
43 Tomo IV, Pág.1524.

Tiahuanaco
44 ESPAÑOLES Y RESTOS ARQUEOLÓGICOS

45 ″Por mi parte he aquí lo que vi, medí y dibujé18. Al noroeste de los primeros
monumentos encontré ese de que acaba de hablar el historiador hispano 19; pero tuve la
pena de encontrar en todas partes las huellas de la concupiscencia y el vandalismo de
los europeos. Los pórticos ya no estaban de pie: la búsqueda de tesoros imaginarios los
había llevado a cavar debajo, derribándolos por medio de minas que estaban obligados
a emplear para remover esas enormes masas, levantadas por hombres que nos
obstinamos en tratar de salvajes, mientras que monumentos de la misma naturaleza en
Egipto nos hacen considerar como muy antiguamente civilizados a los que los
edificaron. A tal punto se quiere negarles todo a los americanos!″.
46 Tomo IV. Pág. 1539.
47 ESPAÑOLES Y RESTOS ARQUEOLÓGICOS

48 ″Todas las piedras transportables, si estaban talladas fueron llevadas por ellos /por los
españoles/ para construir puentes, iglesias o se emplearon en el mismo sitio en la
construcción de edificios religiosos y casas de las aldeas vecinas. Es así cómo a cada rato
veía en las iglesias de Tiahuanaco o en la casa del cura partes de esculturas arrancadas a
los viejos monumentos. En plazas y patios los bancos son aún partes de pórticos
185

cubiertos de bajorrelieves; encontré allí una infinidad de piedras esculpidas, enteras o


mutiladas, y en cualquier sitio en que se va se descubren restos de edificios″.
49 Tomo IV, Pág. 1535.

Aspecto de Kalasasaya durante la visita de d'Orbigny a Tiwanacu.

50 KALASASAYA (DESCRIPCIÓN)

51 ″Independiente de una gran cantidad de fragmentos diseminados, reconocí en la


campaña los cimientos y algunas partes todavía en su sitio de tres monumentos
principales, todos situados a corta distancia al sur de la aldea. El primero y más notable
de todos, sobre el cual se trabaja ahora en casi todas sus partes, es cuadrado, de ciento
setenta y cinco metros de lado. Está orientado al este 10 grados norte.
52 Su fachada occidental se compone de una sucesión de pilastras monolíticas que se alzan
a unos cuatro metros del suelo. Cada una de estas pilastras, de forma oblonga, más
ancha que profunda, está dotada de una media caña en hueco a cada lado y encima: está
bien plantada en la tierra y perfectamente alineada con las demás. Una sola de ellas
yace en el suelo. Sin duda servían para formar una galería de once metros de ancho
delante de un edificio del cual actualmente no se descubren más que los cimientos″ 20.
53 Tomo IV, Pág. 1535.
54 PUERTA DEL SOL (DESCRIPCIÓN)

55 ″En la extremidad norte de esta fachada21 se encuentra un pórtico monolítico, hoy caído
y partido en dos. Este pórtico mide tres metros con dieciséis centímetros de alto por
cuatro metros con quince centímetros de ancho y está hecho con un solo bloque de roca
traquítica muy dura, en la cual se practicó una puerta de un metro de ancho por dos de
alto, de faldones verticales. El frente del pórtico que mira al este tiene en su dintel una
ancha banda de tallas formada con bajos relieves que representan en el medio una cara
de hombre en pequeño, de rostro cuadrado, mejillas cargadas de adornos y cuya cabeza
está rodeada por rayos, terminados unos en círculos y los demás en una cabeza de
cóndor. Alrededor de su cuello penden otros rayos más pequeños. En cada hombro lleva
una cara aplastada, de donde parte una especie de bandolera que se une a la cintura, y
sobre el pecho un animal idéntico al que se advierte en el rayo medio que corona su
186

cabeza y en el escudo inferior que tiene bajo sus pies. De cada brazo cuelga una cara, y
sobre una faja que tiene encima de las piernas se advierte una línea de seis.
56 Cada mano sostiene un cetro, cuya extremidad inferior lleva una cabeza de cóndor con
su cresta. Este personaje está colocado sobre un pedestal en el que se han esculpido
algunas cintas terminadas por cabezas de cóndor, cuatro en el medio y dos a ambos
lados. Al lado del personaje, vense tres hileras paralelas de otras caras. Las hileras
superior e inferior están formadas por ocho caras de cada lado, de rodillas ante el
personaje del medio. Cada una de esas caras representan un hombre de perfil dotado de
alas, coronada su testa y un cetro en la mano y cuyos adornos ostentan también cabezas
de cóndor. La fila del medio está formada igualmente por hombres con la misma
vestimenta y el mismo cetro, pero su cabeza aparece coronada con un cóndor. Hay
debajo de todas esas esculturas una guarda adornada con una greca extraña, en las que
figuran cintas terminadas por cabezas de cóndor a las cuales rodean soles coronados
que también llevan cabezas de cóndor en sus rayos. La cara occidental del pórtico no
representa esculturas, sino solamente una franja superior saliente y otra más que
encuadra el dintel de la puerta, presentando debajo algunas molduras. A ambos lados
de ésta hay una hornacina bastante profunda que sin duda estaba cerrada, pues todavía
se advierten allí una mancha de óxido de cobre y las huellas de goznes que los
españoles habrán arrancado rompiendo la roca. Encima del marco de la puerta se
encuentran dos hornacinas juntas a cada lado. Estas hornacinas están encuadradas con
molduras en vaciado. El conjunto está artísticamente tallado; las aristas son
pronunciadas y todo es de una perfecta regularidad. Uno no puede menos de
sorprenderse al pensar que esos trabajos fueron ejecutados sin la ayuda del hierro″.
57 Tomo IV, Págs. 1535-1537.
58 PUERTA DEL SOL (INTERPRETACIÓN)

59 ″Si se quiere interpretar esas esculturas22, se podría ver en el personaje central a un rey
todopoderoso cuyos dos cetros señalan el doble poder religioso y político; a su
alrededor se postrarán los demás soberanos provistos de un solo cetro, lo que indicaría
lo limitado de su autoridad. De estos últimos, los que tienen una cara humana y
aparecen coronados, simbolizarían a las naciones semicivilizadas sometidas, en tanto
que los demás, todavía salvajes, llevan la cara del cóndor, que los representa bajo la
forma del ave más noble, de aquella cuyo alto vuelo le permite acercarse más al sol. Los
rayos que ciñen la cabeza del personaje central y los soles del friso inferior, muestran,
por lo demás, que para la época en que se erigieron esos monumentos ya existía allí el
culto del sol en ese lugar, centro de una civilización muy adelantada y de una población
muy numerosa. Si eso es así, lo que resulta muy difícil no admitirlo, como esos
monumentos son anteriores a los Incas, que los descubrieron en ocasión de sus
conquistas bajo Mayta Kapac, cuarto inca, hay que concluir que Tiahuanaco es en
verdad la cuna de la civilización de los Incas y del culto del sol″.
60 Tomo IV, Págs. 1536-1537.
187

Descripción de Pumapunku, por d'Orbigny.

61 PUTUNI (DESCRIPCIÓN)

62 ″Delante de la fachada occidental de este primer monumento se ven los cimientos de


otro cuerpo de arquitectura dependiente de éste, que presenta un cuadrado de ochenta
metros de lado y once de ancho, el cual circunda a un amplio patio central.
63 Las fachadas norte y sur presentan columnatas de pilastras parecidas, muchas de las
cuales están caídas y otras que rompieron para utilizarlas como materiales de
construcción.
64 Completamente desprovistas de columnas, la fachada oriental deja en medio la entrada
a un patio de setenta metros de ancho. El todo, ahora sembrado, muestra a cada paso
restos de antigüedades″.
65 Tomo IV, Pág. 1537.
66 PIRÁMIDE DE AKAPANA (DESCRIPCIÓN)

67 ″Casi contiguo a este primer monumento, existe otro al oeste, mucho más considerable;
pero éste se halla tan desfigurado que sólo pueden seguirse sus contornos exteriores.
Como este monumento estaba en lo alto de un montículo levantado a fuerza de brazos,
los españoles, que en todas partes creían hallar la famosa cadena de oro de Huaina
Capac, sospecharon que había podido estar escondida en el centro de ese monumento, y
emplearon centenares de obreros para derribarlo a fin de excavar hasta el subsuelo. De
donde resulta que toda la parte central está tan desnaturalizada, que no se puede
reconocer nada allí.
68 Este monumento, cuyo plano levanté, está orientado como el anterior, pero es más
espacioso. Su forma es la de un cuadrilátero, dotado de un ángulo entrante en cada lado
que mira al oeste; su mayor anchura era la que miraba a oriente, que mide no menos de
doscientos ochenta metros y parece haber sido amurallada. Adelante se advierte otro
188

recinto cuadrado de ciento treinta metros de ancho. Las fachadas norte y sur conservan
todavía las mismas pilastras monolíticas que rodean el primer monumento; pero se
notan entre cada uno de ellos unas murallas de piedra sin argamasa, que no son quizás
tan antiguas como lo demás. El centro de esas ruinas presenta un montículo de tierra de
veinte a treinta metros de altura sobre el nivel de la llanura. Arriba y a los costados se
ven enormes bloques de piedra perfectamente tallados; fácil es, por consiguiente,
comprender que la cima del montículo había servido de asiento a un edificio destruido
por los españoles en sus excavaciones″.
69 Tomo IV, Págs. 1537-1538.
70 PUMAPUNKU (DESCRIPCIÓN)23

71 ″El monumento presenta en su conjunto la forma de un cuadro de lados desiguales,


cuyas fachadas oriental y occidental tienen ciento veintiocho metros de largo, mientras
que las otras dos no tienen más que ciento doce. Los tres lados norte, sur y oeste están
circunscriptos por murallas a, cuyos cimientos se ven, y presentan en un ancho de
cuarenta metros una parte mas elevada; b, en medio de la cual se encuentra un vasto
patio; d, igualmente circunscripto por murallas; c. este patio, abierto al este, presenta
en este lado el macizo; e, tan noble y del que habla Cieza de León; y al oeste una muralla
f, formada por piedras artísticamente talladas.
72 Este macizo, cada una de cuyas piedras dibujé y medí con minuciosa exactitud, presenta
el aspecto de una especie de plataforma compuesta por bloques perfectamente tallados,
unidos por medio de grapas de cobre cc, de los que ya no quedan más que las huellas.
Representa ab una superficie de dos metros de altura sobre el nivel de suelo, de
cuarenta metros de largo por siete de ancho, formada por piedras tan grandes que ocho
solamente bastan para cubrir todo su largo, y dos su ancho. Algunas miden siete metros
con ochenta centímetros de largo, por cuatro metros con veinte de ancho y dos metros
de espesor. Fueron éstas seguramente las que midió Cieza de León. Algunas están
cortadas a escuadra, pero otras presentan una forma irregular.
73 En la parte oriental de este macizo hay tres grupos de escaños o amplios asientos
vueltos hacia el oeste y cortados en la piedra misma. Un grupo dd ocupa el medio del
monumento en una extensión de dieciséis metros con sesenta centímetros, y se
compone de siete compartimientos. Un grupo de tres compartimientos ocupa los
extremos. Entre el grupo del medio y el lateral, se alza sobre esas piedras un pórtico
monolítico, análogo al que ya describí en el primer monumento; pero estos pórticos,
más sencillos, tienen solamente en el dintel, al oeste, un friso formado por guardas que
representan cabezas de cóndores y la figura del Sol; al este se ve un gran marco y dos
hornacinas, una sobre la otra, como en el primer pórtico.
74 Al oeste de este macizo, y a cerca de seis metros de distancia, se extiende una muralla
muy notable por la perfección de la talla de sus piedras, unos basaltos negruzcos muy
duros. Esta muralla f, frente a los asientos, esta construida con piedras que son todas de
igual dimensión y que tienen por todos lados una ranura bb; además, en cada una de
esas piedras se han vaciado dos pequeñas hornacinas aa, perfectamente talladas y cuyos
ángulos han sido muy bien tratados. Frente a los pórticos, cada bloque, igualmente muy
bien tallado, tiene nichos de otra forma a. Todo está proclamando que la variedad de
formas de las hornacinas era uno de los grandes adornos de las murallas, pues en todas
partes se encuentran piedras ahuecadas y cuyos detalles he dibujado″. 24
189

Algunas muestras de las esculturas encontradas por d'Orbigny.

75 Tomo IV, Págs. 1539-1540.


76 PUMAPUNKU (INTERPRETACIÓN)

77 ″Si se quiere explicar el uso de este monumento, podría suponerse que el macizo de
piedras talladas era una sala de concejo (sic) en donde venían a sentarse los jefes
durante las grandes ceremonias; el número impar de los asientos del medio indicaría
por lo menos que había un presidente, un jefe único. Lo mismo podría decirse de los
asientos laterales. De todas maneras, cualquiera que fuese su uso, hay que hacerse una
alta idea de la civilización de los que los construyeron, pues para llegar a tales
resultados, fue menester disponer de millares de brazos y de medios de transporte que
hoy no conocemos. Cuando se piensa, en efecto, en la inmensa extensión de los
monumentos y en las enormes dimensiones de los bloques que se emplearon, uno se
pregunta naturalmente si ahora llegaríamos a mover semejantes masas sin poner en
juego todos los recursos de la mecánica. Se trata, sin embargo, de pueblos a los que les
negamos toda facultad intelectual, pero que desde hace un gran numero de siglos han
realizado unos trabajos cuya ejecución demandaría actualmente todas las luces de
nuestra civilización más adelantada″.
78 Tomo IV, Págs, 1540-1541.
79 CONSTRUCCIONES MEGALÍTICAS (Interpretación)
80 ″¿De dónde extrajeron los indios esas piedras? ¿Cómo las transportaron? ¿Cómo, sin la
ayuda del hierro, llegaron a tallarlas con tanta perfección? Tales son las tres preguntas
que se formula quien contempla esos monumentos.
81 Para responder a las dos primeras, diré que los monumentos se componen de tres clases
de rocas gres compactos, blancuzcos; traquita gris granitoidea, llena de cristales de
piroxeno, de apretada contextura, y de una roca basáltica azulada muy dura. Las tierras
190

de gres pertenecientes a los terrenos devonianos son muy numerosas, y así tenía que
suceder, pues tales rocas entran en la constitución de todas las colinas situadas al norte
del Tiahuanacu; pero había siempre el problema de traerlas desde una legua de
distancia por lo menos.
82 Las piedras de traquita y de basalto presentan mayores dificultades, puesto que no
existen en casi ninguna parte de los alrededores. No las he encontrado en diez leguas a
la redonda. Como no sea que las hayan extraído de las islas del lago Chucuito, ignoro
completamente de dónde podrían provenir. Esta incertidumbre demuestra que han sido
traídas desde muy lejos. Al recorrer la llanura vecina noté varios bloques que habían
quedado en el camino, en la dirección del lago Chucuito, lo que parecería indicar que
provienen de allí; pero el lago está alejado cerca de tres leguas de los monumentos y en
sus orillas se extienden praderas circunscriptas por las colinas de gres de Tihuanacu y
de Jesús de Machaca. Aquí las dificultades aumentan, pues habría que admitir que los
bloques fueron transportados por agua. Si los peruanos hubiesen tenido en esas
regiones abundancia de maderas y navios de cierto tonelaje, todavía podría admitirse
esta conjetura; pero como las mesetas no engendran un solo árbol, la navegación
antigua y la actual se hacía y se hace con barcas de juncos. Teniendo en cuenta esas
circunstancias, uno se queda perplejo sobre la procedencia de las piedras traquíticas y
basálticas de los monumentos y sobre los medios empleados para acarrearlas. Un velo
impenetrable oculta y sin duda ocultará siempre estas preguntas de tanta importancia
para la historia mecánica de pueblos que, al igual que los egipcios, los peruanos y los
mejicanos, quisieron señalar su poderío por las masas que removieron para construir
sus templos.

Chullpas en la zona de Carangas (d'Orbigny).

83 En cuanto a la pregunta sobre los medios de que se valieron los indígenas para tallar sus
piedras sin el auxilio del hierro, he podido obtener algunos datos. Los peruanos
conocían perfectamente las proporciones en que había que mezclar el estaño con el
cobre para darle mayor dureza. Utilizaban, pues, instrumentos de bronce para
desprender la piedra y extraerla de la cantera. Servíanse también de tales instrumentos
solos para terminar pacientemente la talla de los bloques de gres. En cuanto a las
191

traquitas, la casualidad me hizo descubrir otro de sus procedimientos. Ya había notado


en las piedras no terminadas de Tiahanacu que las habían desbastado por capas sin que
quedasen huellas de instrumentos. Estando examinándolas, recordé que en Potosí había
visto a los indios desbastar piedras semejantes por medio del fuego: calientan mucho la
parte que quieren sacar, le echan en seguida agua y una capa se desprende así en cada
vez. Me enteré, además, por los indios de Tiahuanacu que todavía se emplean métodos
idénticos para desbastar. El acabado de la talla se efectuaba con instrumentos de
bronce″.
84 Tomo IV, Págs. 1541-1542.
85 Escultura
86 ″Vi una piedra grande, toda cubierta con la talla de una cara extraña 25, en parte gastada
por el tiempo, y recogí allí varias piezas importantes, tales como una esfinge informe
que representa una cabeza humana con unas especies de alas detrás, y una figura que
representa groseramente a un jaguar parado en las patas traseras, con las fauces
abiertas, las orejas gachas, las patas delanteras colgantes y el cuerpo rodeado por un
cinturón. Vi sobre todo varios trozos de esas mismas figuras, lo que me induce a creer
que tenían una significación particular″.
87 Tomo IV, Pág. 1537.
88 Escultura
89 ″Al este de ese monumento, y a escasa distancia, sólo encontré la cabeza de las famosas
estatuas colosales de piedra dura (traquitas) de que hablan los primeros historiadores,
pues los españoles, con su espíritu de destrucción hicieron saltar en pedazos las
estatuas con una mina colocada entre los dos hombros. Del mentón a la parte superior,
esta cabeza mide un metro con veinte y tenía setenta centímetros de ancho. La estatua
representa una cara humana un poco cuadrada, cuyo rostro es casi vertical, mostrando
dos ojos redondos, de donde bajan a las mejillas dos adornos semejantes a los de la cara
del medio del pórtico que ya describí. La nariz poco prominente, es angulosa. Su boca
está muy groseramente dibujada y debajo de ella se ven algunos adornos. Está tocada
con una especie de turbante formado con animales imaginarios esculpidos en relieve y
de forma parecida a los de la citada figura, y el todo está rematado con una especie de
corona. Ciñe su cuello un collar formado por personajes grotescos. A juzgar por los
trozos que quedan, esta estatua carecía de brazos o, mejor los tenía pegados a los lados,
esbozados en la piedra. El conjunto de esta estatua colosal, de la que más tarde obtuve
un modelo en pequeño, encontrado igualmente en Tiahuanacu, tiene todo el aspecto de
las antigüedades egipcias, lo que demostraría que los progresos de la civilización han
seguido en todas partes la misma marcha.
90 Dice Cieza de León que el vestido de las estatuas colosales llegaba hasta el suelo. ″No
puedo saberlo; pero al menos, si he de juzgar por una estatua entera e inconclusa que
encontré en el suelo, no lejos de allí, creería, por el contrario, que aquellos deberían
parecérsele; llevaría entonces un cinturón y unas calzas, que eran, por otra parte, la
indumentaria de la época, según puede verse en otra estatua de piedra mejor modelada,
que se halló en el mismo lugar: estaba mutilada y no quedan más que el tronco y las
piernas. En los hombros y en la espalda se reconocen unas figuras análogas a las que
todavía llevan los indígenas durante sus fiestas religiosas. El cuerpo está bastante bien
hecho, los brazos señalados en relieve y la mano pasablemente modelada. Esta estatua
lleva un cinturón y unas calzas que le llegan a la rodilla, parecidas a las que todavía hoy
192

se ponen los indios. Encontré además, muy cerca, unas figuras de llamas y de alpacas
esculpidas en piedra, que, sin duda, servirían de lámparas a los antiguos habitantes. Se
encuentran otras parecidas en una extensa superficie de las regiones montañosas″. 26
91 Tomo IV, Pgs. 1538-1539.
92 ″Cerca del pueblo, encontré una estatua informe, en parte desgastada por el tiempo,
que representaba a un personaje y medía un metro con ochenta y un centímetros de
alto, tallada bastante groseramente en el gres y que, por sus formas, me pareció de una
edad completamente diferente de las demás antigüedades de Tiahuanacu. Es posible
que esta estatua hubiera sido colocada en tiempo de los Incas″.
93 Tomo IV, Pág. 1542.

Chullpas
94 CHULPAS Y APACHETAS (INTERPRETACIÓN)

95 ″Hasta entonces, en mis viajes, no había hallado ningún rastro de antigüedad; nada que
remontara más allá de la época actual; por eso experimenté una verdadera sensación de
felicidad al hallar, el mismo día, las Apachetas, las piedras esculpidas y las Chulpas;
eran por lo menos monumentos históricos, indicios seguros de que el hombre algo
civilizado existió en ese suelo; era el primer punto de la tierra clásica del Perú, del
antiguo dominio de los Incas. La ubicación de las Chulpas es a veces muy pintoresca. Los
antiguos indígenas reverenciaban al sol como la imagen visible del Dios Pachacamac.
Creían al colocar a sus parientes muertos en la dirección más conveniente,
exponiéndolos en las puntas de rocas que recibían, en el valle, los rayos del astro
fecundador, para que entrando en la otra vida, pudieran de inmediato contemplar el
sol27″.
96 Tomo III, Pg. 958.
97 PALCA

98 PROV. MURILLO (LA PAZ)

99 ″Antes de llegar a Palca vi, sobre la altura, muchas pirámides de tierra. Los volví a ver
en gran número alrededor del villorrio. Supe pronto que eran las Chulpas o tumbas de
los antiguos aymaras, anteriores a la conquista; especies de obeliscos, de seis a diez
metros de elevación, un tercio más altos que anchos, cuadrados u oblongos, de lados
rectos, coronados de una superficie inclinada como techo. Están perfectamente
orientados, presentando al este una abertura triangular muy pequeña. Estas tumbas,
construidas de tierra y a veces de paja picada, parece que fueran de piedra tallada;
están cerradas en todas partes; cuando no han sido profanadas, su interior contiene
varios cadáveres sentados en círculo con los vasos y utensilios característicos del sexo
de los difuntos. Pude más tarde ver muchos en la provincia de Carangas, y al cavarlos
observé todas sus partes. En cuanto a los de Palca, eran todavía respetados por los
indígenas actuales, que sin duda no habrían permitido que se los tocara″.
100 Tomo III, Págs. 957-958.
101 CAVARI

102 PROV. SICASICA (LA PAZ)28


193

103 ″En las partes culminantes, del otro lado, antes de llegar a Cavari, encontré con interés
chulpas o antiguas tumbas de los aymaras, más grandes pero construidas en tierra,
como las que vi en Palca. Lo que aquí presentaban de interesante es que, construidas sin
duda por los aymaras, puesto que los quichuas practicaban fosas para enterrar a sus
muertos, están hoy junto a un burgo, donde no hay más que quichuas, colonia moderna,
provenientes del este o del sur este″.
104 Tomo III, Págs. 1031-1032
105 ANCACATO

106 MESETAS DE ORURO.

107 ″No sin placer veía también un buen número de tumbas (chulpas) de los antiguos
aymaras, semejantes a las que había visto en Palca, pero mucho más grandes. Son casas
de tierra de tres a seis metros de alto, cuyo interior, cuando no han sido profanadas,
conserva los cuerpos sentados y desecados de toda una familia″.
108 Tomo IV, Pág. 1509
109 TOTORA

110 PROV. CARANGAS (ORURO)

111 ″Totora, completamente rodeado por tumbas antiguas o chulpas, y situado en una
pequeña llanura rodeada de extensas colinas... Abrí varias tumbas, cuya entrada mira
siempre al oriente, y en todas encontré tres o cuatro cadáveres secos, sentados; pero
tuve el disgusto de comprobar que ya habían sido registradas.
112 Tomo IV, Pág. 1521.
113 CHULPA DEL INCA29

114 PROV. CARANGAS (ORURO)

115 ″Guiado por un indio joven, trepé una cuesta abrupta, y después de haber subido largo
rato llegué a una parte menos inclinada, en donde me encontré cerca de dos tumbas
antiguas, una de las cuales, intacta, se llamaba, a causa de sus dimensiones, la Chulpa del
Inca. Este sepulcro me interesó vivamente y me apresuré a dibujarlo. Es una especie de
casa que forma un cuadrado oblongo de cinco metros y medio de largo, por tres y
medio de ancho, y seis metros y medio de alto y completamente edificada con piedras
talladas, pero de una construcción ciclópea muy singular: sus piedras, en lugar de
formar para-lelogramos y estar posadas en hileras horizontales, conservaron a veces su
forma angulosa primitiva, y entonces las tallaron de manera que las partes salientes de
una correspondan a las partes entrantes de otra. Me afané por dar a mi dibujo la forma
exacta de estas piedras. Este monumento mira hacia el este y está dotado de una sola
entrada de paredes inclinadas de algo más de un metro de altura y colocada a la misma
distancia del suelo. Esta entrada da una pequeña cavidad alargada o en ojiva arriba, a
cuyo alrededor hay cinco nichos: tres en el fondo, y dos en las extremidades, cada uno
de los cuales estaba indudablemente destinado a recibir un cuerpo sentado, como los
enterraban siempre los antiguos habitantes de esos lugares. Como esa tumba había sido
abierta hace mucho, no encontré en ella absolutamente nada″.
116 Tomo IV, Pág.1523.
117 CHULPA DEL INCA30

118 PROV. CARANGAS (ORURO)


194

119 ″Alrededor de ese monumento hay tres filas de graderías de piedras sueltas. Empleé
toda la tarde en recorrer esta montaña, dominada por rocas raquíticas al desnudo y en
examinar los restos de otra tumba, demolida en parte, pero absolutamente de la misma
forma que la primera. Junto a esos monumentos encontré también muchas entradas
subterráneas en las que me fue imposible penetrar″.
120 Tomo IV, Pág. 1523.
121 CRUCERO

122 PROV. CARANGAS (ORURO)

123 ″Este lugar, poco distante del pueblo de Crucero, está cubierto de sepulcros: vi no
menos de doscientos agrupados aquí y allá en la parte más alta del campo. Desde lejos
se habría tomado a este lugar por una ciudad, pero sólo era la morada de los muertos.
124 Todas las tumbas habían sido exploradas, a pesar de lo cual encontré varios cadáveres
enteros, envueltos en unas esteras de paja y atados de tal manera que en esa especie de
cesta venía a quedar una abertura para la cara y dos más pequeñas para la punta de los
pies; dentro de esa envoltura estaba el cuerpo reseco en una posición acurrucada, con
las rodillas sobre el estómago y los brazos abrazando las piernas″.
125 Tomo IV, Pág. 1527.
126 ALREDEDORES DE ORURO

127 ″Pasé delante de la aldea de Chuquichambi31, situada en una quebrada de la montaña,


inmejorablemente expuesta a los rayos del sol. Frente a la entrada de la quebrada
encontré un inmenso grupo de tumbas, llamado por esta razón Pataca chulpa (las cien
tumbas). Levantadas todas en un altozano, y bien orientadas hacia el este, ostentaban la
forma de una pequeña ciudad. Una legua más lejos, frente al villorrio de Chanchiguel,
encontré otro grupo de sepulcros y en seguida un tercero. Todos están edificados con
tierra roja y se levantan a cuatro o cinco metros, destacándose en la llanura cubierta de
tola″.
128 Tomo IV, Pág, 1528.
129 ATITA (ORURO)32

130 ″El pueblo, que está situado en la llanura y en cuyas alturas del oeste se levantan
numerosas chulpas, es uno de los más extendidos de la provincia de Oruro y el más
populoso; sus numerosas casas y sus cercos de piedra que llegan hasta muy lejos le dan
un aspecto curioso″.
131 Tomo IV, Págs. 1529-1530.
132 ISLA QUEBAYA

133 LAGO CHUCUITO

134 ″Descubrí allí una gran cantidad de sepulcros, que en nada se parecían a los que ya
había visto. Son recintos más o menos anchos, cuadrados o redondos, de uno o dos
metros de alto, y construidos con piedra sin mezcla. Cada uno de esos sepulcros está
techado con piedras; pero como los antiguos no conocían la bóveda, pusieron unas
piedras anchas, muy fuertemente cargadas alrededor, para que pudieran soportar una
última, colocada en medio sobre las demás″.
135 ″En esas tumbas, en donde los cadáveres están sentados, recogí cabezas cuya frente está
tan deprimida que no podría ser sino el producto de una deformación artificial.
195

Materialmente la frente ha desaparecido, y toda la masa cerebral está llevada hacia


atrás. Noté que las cabezas más deformadas se encontraban en las tumbas más grandes;
me parecieron pertenecer a seres humanos. Permanecí mucho tiempo ocupado en
búsquedas en esas tumbas. Al cabo de tantos siglos, los cuerpos permanecen todavía
intactos y en un perfecto estado de conservación″.
136 Tomo IV, Pág. 1546.

Incas
137 CANAL DE IRRIGACIÓN

138 ACHACACHI, PROV. OMASUYOS

139 (LA PAZ)


140 ″En la pendiente del Sorata me hicieron notar un antiguo canal de irrigación construido
por los Incas, el cual, partiendo de las regiones nevadas, traía en otro tiempo las aguas
hasta esta llanura. Es de piedra y se distingue perfectamente; se trata de una obra
inmensa que dejaron deteriorar″.
141 Tomo IV, Pág. 1549.
142 TEMPLOS

143 ISLAS DEL LAGO TITICACA

144 ″Más allá del golfo que lleva al golfo de Tiquina, veía en primer término la islita de Coati
en donde los Incas construyeron varios templos, entre otros, uno de los habitante dice
que estaba dedicado a la luna y con el cual vivían las vírgenes del Sol. Y más allá de
Coati, alcanzaba a divisar la isla sagrada de Titicaca, en donde los Incas, para recuerdo
de que allí había nacido, hicieron construir uno de los más ricos templos de su
imperio″.
145 Tomo IV, Pág. 1550.
146 EL FUERTE

147 SAMAIPATA, PROV. FLORIDA (SANTA CRUZ)

148 ″Samaypata, o mejor dicho Camaypata, es sin duda el punto en que los Incas se
detuvieron cuando bajo el décimo rey (Inca Yupanqui) quisieron someter al los indios
chiriguanos, y corrieron dos años sin lograrlo. Los restos de antiguos esculturas
hallados, en las rocas, los numerosos rastros de casas redondas esparcidas en las
montañas, las armas enterradas en el seno de la tierra, todo revela evidentemente la
larga permanencia de un gran conjunto de hombres civilizados en los alrededores de
Samaypata″.33
149 Tomo III, Pág. 1080.
150 EL FUERTE-CASA DEL INCA

151 SAMAIPATA, PROV. FLORIDA (SANTA CRUZ)

152 ″Mi guía me mostró en el camino un cerco de piedras que en la región conserva el
nombre de Casa del Inca. Las tradiciones trasmitidas de padre a hijo recuerdan que fue
el último campamento de los Incas, durante sus expediciones contra los chiriguanos. Es
un punto muy importante para la geografía antigua de los Incas″.
153 Tomo III, Pág. 1083.
196

154 EL FUERTE

155 SAMAIPATA. PROV. FLORIDA (SANTA CRUZ)

156 ″Bajé de nuevo hasta el lecho de un torrente cuyas laderas son muy escarpadas y me
encontré al pie occidental del Cerro del Inca. Lo trepé por unas pendientes abruptas, sin
camino, y tras muchas dificultades llegué a lo alto de la montaña, en donde, con gran
asombro de mi parte, encontré una plataforma inclinada, formada por una sola masa de
gres que ocupaba toda la cumbre de una alta colina y ofrecía una superficie de
doscientos metros de largo, cubierta de esculturas″.
157 Tomo IV, 1464.
158 EL FUERTE

159 SAMAIPATA, PROV. FLORIDA (SANTA CRUZ)

160 ″Al principio no comprendía nada de este conjunto foso de formas variadas, cavados en
la roca, de zanjas trazadas diversamente, de graderías y de puertas ocultas, todo lo cual
presentaba un todo alargado y orientado de este a oeste; pero cuando pude captar el
conjunto, dibujado con todas las proporciones, creí reconocer en él un lavadero de oro,
que aunque extrañamente colocado en el lomo de una colina, podría explicarse aún por
la barrera de los arroyos vecinos en tiempos de lluvia″.
161 Tomo IV, Pág. 1464.
162 SAMAIPATA, PROV. FLORIDA

163 (SANTA CRUZ) EL FUERTE (INTERPRETACIÓN)

164 ″En lo que se refiere al aspecto alegórico, relacionado con la religión, quizás podría
verse en el estanque a, situado en el punto más alto del conjunto, la presentación del
sol, cuyos rayos serían las excavaciones triangulares del contorno. Dentro de esta
hipótesis, sería lícito creer también que las medias lunas ff de la parte baja
representarían los primeros y los últimos cuartos de la luna, andando de este a oeste.
En cuanto a la serpiente f, al ave y al otro animal al borde del estanque e, tenían tal vez
un valor simbólico difícil de explicar hoy″.
165 Tomo IV, Pág. 1466.
197

5.- Plano de las ruinas incaicas de El Fuerte, Samaipata, por d'Orbigny.

NOTAS
2. Ballesteros Gabrois Manuel (Ed.): Bibliotheca Indiana.- Ed. Aguilar-Madrid, 1958, Pág. 9.
3. Ibídem, Pág. 11.
4. Jimenes Nuñez, Alfredo: ″La antropología y la historia de América″. Revista de Indias (Madrid),
Números 107-108 (1958). Pg. 59.
5. Ibidem Pág. 59a.
6. D'Orbigby, Alcide: Viaje a la América Meridional: Ed. Futuro. Buenos Aires 1945-Pág. 14.
7. ibídem Pág. 15.
8. En: Ballesteros Gabrois, Manuel; Op. cit. Pág. 18.
9. En: Ibídem. Pág.18.
10. Mesa José de; Gisbert, Teresa: ″La arquitectura incaica en Bolivia″. Boletín de Centro de
Investigaciones Históricas y Estéticas. (Caracas) Núm. 13 (1972) Pa'g. 156.
11. Ver las publicaciones de Carlos Ponce Sanjines sobre Samaipata.
12. En: Alcina Franch José: Manual de Arqueología Americana. Editorial Aguilar. Madrid, 1965 Pág.
39.
13. Ibidem Pág. 6-7.
14. Tal vez se refiere a Pachachavi, en la actual Prov. Litoral.
15. Debe situarse cercana al Barranco de Pachavi.
16. Ver nota 2.
198

17. Ver nota 2.


18. Se refiere a todas las ruinas de Tihuanaco.
19. Pedro Cieza de León.
20. Ver fotografía N° 1.
21. Se refiere a Kalasasaya.Ver ficha anterior.
22. Las de la Puerta del Sol.
23. Ver fotografía No. 2.
24. Ver fotografía No. 2.
25. Ver fotografía No. 3
26. Ver lámina No. 62 del Voyage dans L'Amérique Meridionale. Atlas de la Partie Historique. P.
Bertrand, Editor, París, 1846. De este Atlas sólo hay dos ejemplares en Bolivia, uno en la Biblioteca
del Congreso y el otro en la Biblioteca Central de la Universidad Mayor de San Andrés.
27. Ver fotografía N°4.
28. Actualmente provincia Inquisivi.
29. ¿Se refiere acaso al Cerro del Inca de la Prov. Litoral (Oruro)?
30. Ver nota anterior.
31. Al norte de Prov. Carangas (Oruro).
32. Se refiere acaso a Silara Atita, Prov. Aroma (La Paz).
33. Ver fotografía No. 5.
199

Alcide d'Orbigny: viaje por tierras


cruceñas
Alcides Parejas Moreno

1 El descubrimiento de América es un proceso que se inicia en el siglo XVI y continúa


hasta nuestros días. Manuel Ballesteros Gabrios distingue diversas fases en este
proceso, que van desde el descubrimiento del contorno exterior hasta el ″intento de
conquista -para la política o la ciencia-de las selvas continentales″ 2. Durante los siglos
XVIII y XIX se sucedieron una serie de expediciones que contribuyeron a un mejor y
mayor conocimiento de nuestra América. A este periodo corresponde el viaje realizado
por Alcide d'Orbigny, auspiciado por la Sociedad de Historia Natural de París con el
propósito de adquirir objetos con destino al Museo de Ciencias Naturales. El interés de
las instituciones científicas europeas, la mayor parte de ellas fruto del siglo de las luces,
se concreta en expediciones a los hábitats ″desconocidos″: Africa, India, América.
Viajeros como Humboldt, d'Orbigny, Wiener y otros fueron concretando poco a poco lo
que luego sería la ciencia americanista, ″difusa y completa agregación de disciplinas e
intereses unidos por el único pero suficiente vínculo de lo americano como concepto
primordial geográfico″3.

La ″Revolución intelectual″
2 Durante los siglos XVII y XVIII se dio en Europa lo que con toda propiedad puede llamarse
una ″revolución intelectual″ que sentó las bases de la ciencia actual, pues la
especulación científica es general y constante. En estos dos siglos, que coinciden con la
crisis de las universidades, surgieron ″nuevos centros de investigación y enseñanza en
varios países, fundados y dotados por el Estado, organismos provinciales y locales,
sociedades y simples particulares, todos ellos respondiendo al ideal racionalista y
utilitario tan típico de este siglo de las luces. Al mismo tiempo se multiplican en toda
Europa academias, escuelas, laboratorios, observatorios, museos, etc., prueba indudable
del afán de ilustración que cundió por todo el continente″4. Una de las grandes
novedades de esta ″revolución″ se relaciona con los avances de las Ciencias Naturales.
200

Destacan dos grandes figuras en el campo de la biología descriptiva y que ejercieron


una gran influencia sobre los científicos de la época: el sueco Linneo y el francés Buffon.
El primero, en sus obras Sistema de la naturaleza y Filosofía botánica, hizo una clasificación
de los objetos de la naturaleza entres reinos: mineral, animal y vegetal; a su vez cada
uno de ellos fueron subdivididos en clases, géneros y especies. La obra del científico
sueco ha sido considerada como modelo durante casi un siglo. Por su parte Buffon, en
su Historia natural, que es un compendio de los conocimientos científicos de la época,
reconoce la estrecha relación existente entre el hombre y los animales superiores; de
esta forma establece los fundamentos de la antropología y la zoología, y las bases
racionales de la geología. Siguiendo el modelo europeo, en la América colonial nacieron
sociedades de carácter científico y literario. Así por ejemplo, a fines del siglo XVIII
encontramos en Lima la Sociedad de Amantes del País, que publicó el Mercurio Peruano,
en el que se da cuenta de importantes actividades científicas, sobre todo geográficas,
naturalistas e históricas. En esta sociedad, que dirigió Hipólito Unanue, jugó un papel
importante el boliviano Pedro Nolasco Crespo. Con el estímulo de estas sociedades y la
presencia de sabios extranjeros en América se desarrollaron las ciencias físicas y
matemáticas, se hicieron observaciones astronómicas, se determinaron situaciones
geográficas, se levantaron mapas, se hicieron proyectos de carreteras y acequias, se
examinaron las tierras y rocas de los países, se clasificaron la flora y la fauna. El Estado
español, emulando al de Francia e Inglaterra, propició varias expediciones a tierras
americanas durante el siglo XVIII. Veamos rápidamente las más notables. De 1735 a 1744
se realizó una expedición francohispana (en la que intervinieron los franceses La
Condamine y Jussieu y los españoles Jorge Juan y Antonio Ulloa) para medir un grado de
meridiano terrestre. Más tarde el rey español invitó a Linneo para estudiar la flora
americana; el sabio sueco declinó la invitación y en su lugar mandó a su discípulo
Lerffling (1754-56). Durante el reinado de Carlos III se realizaron dos expediciones: una
para estudiar la flora del Perú y Chile, dirigida por los botánicos Ruiz, Pavón y Dombey,
y otra a Nueva Granada, dirigida por José Celestino Mutis, también con fines botánicos.
Cronológicamente le siguen una organizada en México para explorar las Antillas y
Centro América; de 1789 a 1795 visitó tierras americanas la célebre expedición de
Malas-pina, de la cual forma parte Tadeo Haenke que, separándose del grupo en la costa
del Perú, ingresó en la Audiencia de Charcas, donde permaneció hasta su muerte en
1817. De 1793 a 1819 el médico Javier Balmis dirigió una expedición para introducir la
vacuna en América y Filipinas, y la expedición terrestre de Félix de Azara, naturalista y
geógrafo, que recorrió el territorio americano (1781) para estudiarlo y delimitar las
fronteras entre España y Portugal. Cierra este ciclo la expedición del alemán Alejandro
von Humboldt, que entre 1799 y 1804 recorrió Venezuela, Colombia, Ecuador, Cuba y
México, quien además de dejar importantes datos ″fue quien mejor pulsó el ambiente
espiritual de la América hispana y vislumbró y fomentó lo que iba a suceder″. 5

Alcide d'Orbigny
3 Alcide Dessalines d'Orbigny nació en Coueron (Loira inferior) el 6 de septiembre de
1802 y murió en Pierrefitte el 30 de junio de 1857.
4 Nació el mismo año que Napoleón fue nombrado Cónsul vitalicio; dos años más tarde el
Papa Pío VII lo coronaba Emperador de los franceses. La niñez de d'Orbigny, por tanto,
coincide con el imperio napoleónico, que restableció el orden interno en el país y su
201

expansión económica; para ello se centralizó la administración, se regularizó la


hacienda pública y se impulsó la industria y el comercio, lo que dio a Francia un período
de esplendor. En 1810, cuando d'Orbigny contaba con ocho años, el imperio francés
abarcaba casi la mitad de Europa. En 1812 Napoleón se lanzó a la conquista de Rusia,
que terminó en una verdadera catástrofe y marcó el principio del fin, que se dio en
Waterloo en 1815.
5 La derrota de Napoleón significó la restauración de los Borbones en el trono de Francia,
de acuerdo al espíritu del Congreso de Viena. Subió al trono Luis XVIII (1814-24), que
″se mostró como buen político y procuró atraerse a los elementos liberales menos
extremistas″6 y restauró la prosperidad del país. Sin embargo, su hermano y sucesor,
Carlos X (1824-30), favoreció a los realistas más exaltados, lo que preparó el camino a la
revolución. La revolución de 1830 obliguó a abdicar a Carlos X; le sustituyó Luis Felipe
de Orleans (1830-48). Esto significó un triunfo para los liberales, pero el nuevo rey fue
sañudamente combatido por los legitimistas, es decir, los partidarios de la rama
borbónica. Esto llevó a una revolución que estalló en 1848 y dio el triunfo a
republicanos y socialistas que convocaron a elecciones presidenciales. Los
conservadores dieron el triunfo a Luis Napoleón Bonaparte, que poco tiempo más tarde
instauró el imperio francés en su persona, con el nombre de Napoleón III (1852-70).
6 El niño d'Orbigny creció en un ambiente propicio a la investigación científica: su padre
y su hermano eran médicos; su hermano Carlos escribió un Diccionario de Historia
Natural. ″Nacido con especiales disposiciones para las ciencias naturales -dice el mismo
en el primer capítulo de su Viaje a la América Meridional- por disposiciones que se
manifiestan desde mis primeros años, he debido al aliento de un padre,
honorablemente conocido en el mundo de los sabios, y a sus doctas enseñanzas, el
desarrollo prematuro del irresistible instinto que me llevaba a su estudio″. 7 La
formación que recibió no se limitó al campo estrictamente científico, sino que fue
eminentemente humanística gracias el espíritu de la Ilustración que ya languidecía.
Gracias a ello la obra del naturalista francés resulta de especial importancia, pues el
principal objetivo de su trabajo es el hombre y en función a éste la botánica, la geología,
la zoología... Es por ello que d'Orbigny fue el primer viajero que estudió con una
simpatía y comprensión desconocidos para la época a todos los grupos étnicos con los
que convivió, tratándolos no como seres exóticos, primitivos o dignos de conmiseración
sino como seres humanos con dignidad. No hay en su extensa obra una nota de
menosprecio o sarcasmo, por extrañas que fuesen las costumbres y usos con los que
tropezaba y que registraba puntualmente en su diario de viaje, como auténtico
precursor del moderno concepto de ″otredad″ es decir, ″el reconocimiento y el respeto
al otro″8.
7 Sus investigaciones en el campo de las ciencias naturales pronto le dieron, a pesar de su
juventud, un bien ganado prestigio entre los científicos franceses del momento,
especialmente del naturalista Cuvier, quien desde el primer momento le dio todo su
apoyo. Fue así que a los 23 años (noviembre de 1825) el Museo de Historia Natural de
París le encargaba una importantísima misión que le llevaría a la América meridional.
″No me consideraba bastante instruido para aceptar semejante misión -dice-, que
ambicionaba cumplir lo más concienzudamente posible. Quería trabajar unos años más
a fin de adquirir, por lo menos en parte, los conocimientos necesarios pasa un viajero...
″.9 Para adquirir esos conocimientos los meses previos al viaje se dedicó a un intenso
estudio sobre América, recurriendo a toda la bibliografía que estuvo a su alcance. Este
202

afán lo mantuvo durante todo el viaje, tal como lo muestra el conocimiento que tenía de
los países visitados. Hombre realista, no descuidó la parte económica de la expedición:
el monto anual que se la había fijado le pareció insuficiente, por lo que solicitó la ayuda
de un mecenas, que respondió favorablemente.
8 Su estadía en Santa Cruz de la Sierra fue excepcionalmente larga. La personalidad
amable y exótica del viajero francés quedó en el recuerdo de los cruceños durante
mucho tiempo, pero también -como apunta Gabriel René Moreno- ″sus libros botánicos
y zoológicos y sus manuales de director y dibujante naturalista quedaron en Santa Cruz
el año 1832. Algunos jóvenes cruceños se apoderaron de ellos con ardimiento. Bajo su
dictado se entregaron a estudios prácticos de primera mano en ambos reinos de la
naturaleza y ¡qué naturaleza la de Santa Cruz! Tuvieron séquito y formaron escuela o, si
decimos, un grupo de estudiosos muy entusiastas, que leían pacientes en la noche y
observaban curiosos en el día″.10
9 D'Orbigny volvió a Francia con un enorme bagaje de conocimientos y en poco tiempo su
prestigio alcanzó al de sus maestros. Gracias a ello ″se hacía cargo del establecimiento
en que comenzó su aprendizaje, en calidad de administrador y profesor de la cátedra de
Paleontología, que fue creada para él, y al propio tiempo comenzó la publicación de su
viaje″.11

El viaje
10 D'Orbigny se embarcó en Brest (Francia) el 31 de julio de 1826. Las islas Canarias fueron
el primer encuentro con lo desconocido: permaneció en Tenerife del 12 al 18 de agosto.
El 24 de septiembre del mismo año al desembarcar en Río de Janeiro exclamó: ″Nada me
faltaba para ser feliz... Estaba en América″. Pocos días más tarde, el 11 de octubre, se
embarcó con dirección a Montevideo, que estaba convulsionado por la guerra entre las
Provincias Unidas del Río de Plata y el Imperio brasileño. Después de visitar los
alrededores de la capital uruguaya y un episodio novelesco que lo llevó a prisión, el 10
de enero de 1827 se dirigió a Buenos Aires por tierra. La capital argentina se convirtió
en una especie de cuartel general desde donde se movilizó a lo largo del país. A fines de
abril inició el recorrido hacia el norte: Corrientes, Ibiricua, San Roque, Rincón de la
Luna, Itatí, Caacaty, Yataity Guazú e Ibera; siguiendo el curso del río Paraná llegó hasta
los indios tobas y lenguas en el Chaco; también por el curso del Paraná regresó a Buenos
Aires el 30 de mayo de 1828. En noviembre reanudó sus excursiones: se dirigió a la
Patagonia, llegando hasta la Ensenada de Ros; retornó nuevamente a Buenos Aires el 6
de septiembre de 1829.
11 Recogidas sus pertenencias, a fines de 1829 dejó la capital argentina y se trasladó a
Montevideo, desde donde se embarcó con rumbo a Chile el 27 de diciembre de 1829.
Después de cruzar el Estrecho de Magallanes llegó a Valparaíso el 16 de febrero de 1830.
Siguió con rumbo norte: paso por el puerto boliviano de Cobija, Arica y Tacna, puerto
peruano al que llegó el 19 de mayo. Desde Tacna se dirigió a Bolivia: llegó a La Paz el 16
de julio de 1830. Desde la ciudad de La Paz visitó las provincias de Yungas, Sicasica y
Ayopaya (del 17 de julio al 22 de septiembre). Se trasladó a Cochabamba, desde donde se
dirigió a las provincias de Cliza, Mizque y Vallegrande. En noviembre de 1830 llegó por
primera vez a Santa Cruz de la Sierra, desde donde visitó las misiones de Chuiquitos (15
de junio de 1831), Guarayos (19 de diciembre) y Moxos (del 28 de enero de 1832 al 9 de
junio del mismo año). Dejó definitivamente Santa Cruz de la Sierra en septiembre de
203

1832. Se dirigió nuevamente a Cochabamba, pasando por Samaipata, desde donde visitó
la región de Yuracarés. En marzo de 1833 llegó a la ciudad de Sucre, desde donde
emprendió el viaje de retorno: Potosí, Oruro, Tiahuanacu y La Paz. Retornaba a la
hoyada paceña después de dos años de recorrer el país (junio de 1832).
12 Para el viaje de retorno, se embarcó en el puerto peruano de El Callao el 3 de
septiembre de 1832, para llegar a Francia el 2 de febrero de 1833.
13 Al igual que el viajero actual, la imagen que d'Orbigny debió tener del Oriente Boliviano
es la de una enorme planicie que se encuentra a poca altura sobre el nivel del mar, con
una exuberante vegetación. Sin embargo, esto no es tal, por lo menos en lo que respecta
al departamento de Santa Cruz, donde penetran las últimas estribaciones de los Andes.
Esta serranía se extiende hacia el oriente, disminuyendo gradualmente de altura hasta
confundirse con la llanura. Si observamos el gráfico de un perfil longitudinal de Bolivia
tendremos una idea aproximada de lo que pudo haber significado para d'Orbigny la
aventura de cruzar Bolivia desde el altiplano hasta Chiquitos, es decir desde la zona de
puna hasta la tropical, pasando por la templada y la subtropical; desde los cuatro mil
metros de altura hasta casi el nivel del mar.
14 Cruzar el límite jurisdiccional entre los departamentos de Cocha-bamba y Santa Cruz
significa dejar atrás la cordillera andina para sumergirse en la llanura. Sin embargo, el
cambio no es abrupto: las últimas estribaciones andinas encierran innumerables valles
en los que poco a poco se conjuncionan el oriente con el occidente.
15 La ″bajada″ desde Cochabamba hacia los valles cruceños se hace suavemente. Y se van
sucediendo atractivos pueblos. Vallegrande es, sin lugara dudas, uno de los pueblos más
interesantes del Oriente bolivano. Está en medio de un valle que pareciera un mar de
esmeraldas. La ciudad -porque tal dignidad ha ostentado desde su fundación- es testigo
elocuente de su pasado colonial. D'Orbigny, agudo observador, se dio cuenta de que
representa la confluencia entre oriente y occidente. Casi a cien metros menos de altura
está Samaipata, valle verde y ameno, que ofrece el gran atractivo de uno de los sitios
arqueológicos más interesantes de América, así lo comprendió el viajero francés que le
dedica hermosas páginas y un interesante plano, el primero que se ha hecho del sitio.
Conocido con el impropio nombre de ″El Fuerte″, se trata de un enorme complejo
ceremonial construido sobre una pequeña montaña de roca arenisca. En ella -gracias a
la blandura de la piedra- el samaipateño ha esculpido ofidios y felinos, terrazas,
plataformas, recintos habitacionales, escalinatas, nichos, un complicado sistema de
drenaje.
16 A los pocos kilómetros de salir de Samaipata se abre el enorme panorama de la llanura.
La ciudad de Santa Cruz de la Sierra se encuentra en el pórtico de entrada al mundo
chaco-amazónico. De pronto se ha bajado a los 400 metros: se trata de una llanura que
rodea el Macizo Andino hacia los cursos de los ríos Grande o Guapay Parapetí y Cuevo.
A medida que se avanza hacia el este nos encontramos con el Macizo Chiquitano. Dos
terceras partes de este extenso territorio son de llanura, mientras que una es de tierras
arrugadas y onduladas donde se encuentran serretas o sierras de corta elevación, de
bellísimos paisajes, como las de San José, Santiago y Sumsás. Hacia el este, saliendo de
Santa Cruz de la Sierra, d'Orbigny se encontró con la Chiquitania, una de las cuatro
subregiones del departamento de Santa Cruz, y desde aquí se dirigió a un paraíso
próximo: Guarayos.
204

Sus obras
17 Fruto de este viaje a la América meridional son tres obras de un extraordinario valor:
Viaje a la América Meridional (1844), en el que, a manera de diario narra su viaje con
importantes datos botánicos, zoológicos, geológicos, históricos, urbanísticos,
etnológicos, acompañada de 500 planchas coloreadas a la acuarela de su autoría;
Descripción geográfica, histórica y estadística de Bolivia (1845), obra dedicada
exclusivamente a Bolivia, y El hombre americano (1839), que constituye uno de los
principales aportes a la etnología americana. La segunda fue una obra encomendada
por el presidente José Ballivián; debía ser un trabajo que abarque todo el país, pero
lamentablemente, por muchas razones, sólo se publicó el tomo dedicado a Moxos y
Caupolicán.
18 El peruano Raúl Porras Barrenechea considera a d'Orbigny como ″el introductor de la
antropología en América″12, pero, como bien apunta en el más amplio y moderno
sentido, ″pues su interés fue vario, y comprendió la antropología física, la arqueología,
la etnología propiamente dicha y la lingüística″13. La obra de D'Orbigny constituye una
importante fuente para el conocimiento de Bolivia, sobre todo del Oriente boliviano,
pues sus estudios correspondientes a las antiguas misiones de Moxos, Chiquitos y
Guarayos constituyen una referencia inexcusable. ″La obra de d'Orbigny -dice Jorge
Muñoz Reyes- es hasta la fecha la más grande contribución al conocimiento de las
ciencias naturales del país, sobre todo en lo que se refiere a su acervo, a la flora y la
fauna; también sus estudios etnológicos y lingüísticos son de valor y no han sido
superados hasta ahora. El elocuente y límpido lenguaje ayuda a la mejor descripción de
nuestros bellos paisajes y revela no sólo la sensibilidad del viajero sino el profundo
conocimiento científico de lo que describe y relata″.14
205

19 La obra de D'Orbigny no ha sido suficientemente difundida en nuestro país,


especialmente el que refiere al Oriente boliviano. Hoy se ofrece al público lector los
textos del Viaje a la América meridional que corresponden a su estadía en Santa Cruz de la
Sierra y su visita a las misiones de Chiquitos y Guarayos. Se ha utilizado la edición
argentina de Editorial Futuro, publicada en 1945. Se han respetado las notas originales,
que son identificadas por la abreviatura (N.A.) y se han añadido algunas notas (N.E.).
20 Para una mejor comprensión de la personalidad de Alcide D'Orbigny, se incluye a
continuación su producción bibliográfica.
21 1829-49 Diccionario de Historia Natural (Colaborador).
22 1836-38 Galería ornitológica de las aves de Europa
23 1838 El hombre Americano. 2 Vols.
24 1840 Historia general y particular de los cronoides vivos y fósiles.
25 1840 Paleontologie francaise ou description des fossiles de France.
26 1844 Viaje a la America meridional
27 1845 Descripción geográfica, historica y estadística de Bolivia.
28 1849-52 Course elementaire de Paléontologie et de Géologie stratigraphique. 3 vols.
29 1850-52 Prodrome de Paléontologie stratigraphique. 3 vols.

NOTAS
2. Ballesteros Gaibrois, Manuel (Ed.): Bibliotheca Indiana. Aguilar. Madrid, 1858. Pg.9.
3. Jiménez Núñez, Alfredo. ″La antropología y la historia de América″. Revista de Indias (Madrid),
núms. 107-108(1958). Pág. 59.
4. Palomeque Torre, Antonio: Historia Universal (Cultural y -política). Bosch. Barcelona, 1962. 2 vols.
Vol. 2, Pág. 473.
5. Morales Padron, Francisco: ″Historia general de América″. En: Manual de Historia Universal. Vol.
V, Pág. 682.
6. Pericot, Castillo y Vives, Vicens: Polis, Historia Universal, Universidad. Barcelona, 1984. Pág. 488.
7. D'Orbigny, Alcide: Viaje a la América meridional. Ed. Futuro. Buenos Aires, 1945. Vol. I, Pág. 14.
8. Baptista Gumucio, Mariano: Alcides D'Orbigny en la tierra prometida. Sus viajes por Bolivia.
1830-1833. Artropos. La Paz, 1997. Pág.19.
9. D'Orbigny, Alcide: Op. cit. vol. V, pág..l5.
10. En: Vázquez Machicado, Humberto: Obras Completas. Fundación Vázquez Machicado. La Paz,
1988. Vol. III, Pág. 676-677.
11. Frontaura Argandoña, Manuel: Descubridores y exploradores de Bolivia. Los Amigos del Libro. La
Paz-Cochabamba, 1971. Pág. 79.
12. En: Ballesteros Gabrios, Manuel (Ed.): Op. cit, Pág. 18.
13. En: Ibídem. Pág. 18.
14. Muñoz Reyes, Jorge. ″Ciencias Puras y Naturales″. Presencia. Edición del Sesquicentenario. La Paz,
1975. Pág. 339.
206

Alcides D'Orbigny y su viaje a


Samaipata en 1832
Carlos Ponce Sangine

1 Un prestigioso autor señaló que compete a Alcide Dessalines d'Orbigny el mérito de


haber difundido en los círculos científicos la existencia de las ruinas precolombinas de
Samaipata2. Anotició al respecto el esclarecido viajero francés en su voluminosa obra
consagrada al relato de sus andanzas por Suramérica, empresa de envergadura que
implicó nada menos que ocho años a contar de mediados de 1826. Emprendió una
genuina proeza, exhibiendo en todo instante tenaz firmeza y valentía a cualquier
prueba, recorriendo 3.100 kilómetros de norte a sur y 3.600 de este a oeste 3. Disponía
para el efecto de recursos pecuniarios limitados, 6.000 francos de emolumento anual,
que fueron reforzados por una suma adicional de otros 3.000 otorgados par lapso
parcial y procedentes de fuente privada para sustentar sus vagarosas jornadas 4.
Culminó con pleno éxito el cometido, gracias a su salud de acero y a su disciplina
ejemplar. Atravesó parajes peligrosos, insalubres y malsanos, con entera confianza. "Me
creía invulnerable", confesó con extrema sencillez.5 Configuró sus estudios no sólo con
dedicación absoluta sino también con amor por sus inquisiciones. De ahí que el arribar
al Nuevo Mundo exclamara: "Nada me faltaba para ser feliz... Estaba en América". 6
D'Orbigny tuvo la precaución de preparar con calma su peregrinación durante varios
meses, a fin de documentarse de manera cumplida. Sensiblemente su instrumental era
reducido, circunscribiéndose a unos barómetros, que después le ocasionarían aventuras
dignas de novela en las inmediaciones de Montevideo, a causa de la ignorancia de los
soldados brasileños en campaña por allí7. Por supuesto, disponía de material adecuado
para recolectar especímenes botánicos y zoológicos.
2 En abril de 1830 penetró a territorio boliviano y desde entonces deambuló con
infatigable constancia por todos los rincones del mismo. Así, el 5 de noviembre del
merituado año se introdujo en la localidad de Samaipata y gozó de la hospitalidad
maravillosa de sus moradores hasta el 9, en que se marchó en búsqueda de la capital
cruceña8. Durante su corta permanencia hizo raudo paréntesis a sus estudios y tuvo
ocasión de alternar en agradables veladas. Con anterioridad había seguido la ruta que
atravesaba por Mizque y los villorrios de Pocona, Totora, Chilón y Pampa Grande 9.
207

3 En esta oportunidad, el perspicuo viajero galo se vio privado de contemplar las ruinas y se hizo la
promesa de examinarlas a su retorno. Las persistentes lluvias constituían severo escollo, dado
que la temporada era sobremanera pluviosa. Aún hoy en día las páginas del Viaje a la América
Meridional, obra compuesta de once tomos y que apareció en letras de molde hacia 1844
(traducida no en su integridad al castellano un siglo más tarde), reflejan y trasuntan emoción 10.
Al repasarlas se percibe la belleza de las descripciones, trazadas con la maestría de un legítimo
artista de la expresión literaria. Además, d'Orbigny se mostró extraordinariamente perspicaz en
ellas, las troqueló con finura y sutileza en el detalle, explicable quizá en razón de que montado en
su cabalgadura podía avistar y avizorar las peculiaridades paisistas con detenimiento por la
lentitud del medio de locomoción empleado y aprisionar en la memoria pormenores que en la
hora actual escapan al observador por la mayor rapidez de desplazamiento del vehículo que
conduce. A la salida de Samaipata vislumbró a distancia la silueta imponente del cerro en cuyo
vértice se hallan enclavados los vestigios prehispánicos que promovían su curiosidad, y al
anochecer, cuando terminaba la jornada, paseó junto a un cerco de piedras que los arrieros
nombraban con el topónimo de Casa del Inka, que lo conceptuó como el campamento más lejano
erigido durante el avance operado por el hombre andino en el período también Inka. Asimismo,
se detuvo por allá para identificar matas de coca, que coligió salvaje o silvestre, pero que acaso
eran remanente de la que antaño cultivaron ex profeso los nativos en vigencia del Inkanato y que
por ciertas circunstancias no se extinguieron y se reprodujeron sin ayuda humana" 11.
4 No obstante de deleitarse con el panorama, d'Orbigny no descuidó consignar apuntes
acerca de la geología de la zona de Samaipata. Propugnó que las areniscas que divisó
parecían situarse en discordancia con las correspondientes al sistema devónico y las
reputó como vinculadas al carbonífero12. Tal apreciación se confirma en algunos
lugares, según declara Arellano en su reciente monografía. Este investigador anota que
las aludidas areniscas "yacen en la faja subandina en calidad de permocarboníferos
continentales e incluidas en la formación Escarp-ment" 13. En un afloramiento de las
mismas se tallaron los motivos precolombinos en la cúspide del cerro.
5 Fue d'Orbigny el primero en reconocer la presencia del período devónico en Bolivia, a
juicio de Dávila y Rodríguez14. La versión al castellano de tres capítulos del tercer tomo
de la magna obra de d'Orbigny, que comprenden la geología de nuestro país, fue
acometida por Marchant y publicada en 190715. Díaz Arguedas la resumió de manera
muy sumaria16.
6 Empero, d'Orbigny en dicha disciplina no aceptaba la teoría del uniformismo o
uniformitariamismo instaurada por Lyell, cuyos principios se editaron en 1830-33 y que
estructuró los fundamentos de la moderna geología17. Por el contrario, como admirador
incondicional de Cuvier, a quien ensalzó con el apelativo de "inmortal" 18, defendía la
errónea doctrina catastrófica, postulando 27 creaciones sucesivas y otros tantos
cataclismos "que despoblaban completamente el globo, haciendo desaparecer tanto a
las plantas como a los animales"19, la cual arrumbó la ciencia en el desván de las cosas
superadas sin atenuante y condenada al olvido. Recuérdese que el naturalista Georges
Cuvier (1769-1832), en su tiempo una personalidad afamada e inclusive con éxito en la
esfera política, había establecido la escuela fijista, que desechaba la continuidad del
desarrollo y postulaba interrupciones bruscas y súbitas20. D'Orbigny no se apartó de la
línea del maestro.
7 Como curiosa casualidad, si cabe la expresión, un otro naturalista que alentó posición totalmente
opuesta, formulaba observaciones en Surame'rica y en fecha contemporánea. Era Charles Darwin
(1809-1882), que emprendió la vuelta al mundo navegando a bordo del Beagle, velero de 242
208

toneladas, desde diciembre de 1831 a octubre de 183621. En el periplo tocó las costas de Brasil,
Argentina, Perú y Chile, aunque no se internó en el corazón del continente, como su émulo
francés. Darwin, entusiasta seguidor de Lyell, aplicó las ideas de éste y apoyándose en su
experiencia viajera forjó el lineamiento de la teoría evolucionista, que eclosionó con su obra
célebre titulada Origen de las especies por medio de la selección natural (1859) y como
remate ulterior El origen del hombre (1871)22. En su momento la concepción darwinista
conmovió no sólo a los círculos científicos, sino también al público en general. Su difusión
encontró recios obstáculos, tal como en la antigüedad se opusieron al pensamiento jónico, que
trazó nueva perspectiva extendiendo las posibilidades de comprensión del hombre 23.
8 Después de transitar por Mojos y Chiquitos, a su regreso de Santa Cruz, d 'Orbigny el 24 de
noviembre de 1832 tuvo la satisfacción íntima de asomarse en persona a los vestidos
prehispánicos esculpidos en la roca aflorante de la cima del bautizado popularmente como Cerro
del Inka, denominado de modo simultáneo también el Fuerte. Ambas designaciones
toponímicas prevalecían entonces. En compañía del corregidor se internó por el río que corre al
sur del pueblo durante un par de kilómetros y de inmediato giró en dirección del levante hasta
ascender con superlativo entusiasmo a la aludida cúspide24. Oteó el horizonte y le agradó la vista.
Acto seguido, el acucioso naturalista con habilidad delineó un croquis en que marcó el
emplazamiento de las ruinas, que si se lo confronta con el mapa trazado por método
fotogramétrico en 1970 no resulta tan mal parado (Hoja 6839-III de la Carta Nacional de Bolivia,
editada por el Instituto Geográfico Militar). Además, como se había provisto de cadenas de
agrimensor y del material necesario, se abocó a levantar embelesado el plano pertinente, que con
posterioridad incluyó como lámina de su gruesa obra. Mientras en el texto de ella asignó al
conjunto longitud de 200 metros lineales, se infiere por la escala inserta en la representación
gráfica que denotarían aproximadamente 220. Asimismo, el ancho 75, deparando en
consecuencia 15.500 metros cuadrados. El largo indicado no concuerda con el discernido por
Pucher, que apenas enunció 160, ajustándose al plano que reveló transcurrida poco más de una
centuria de la estadía del viajero francés, aunque con el grave defecto de carecer de escala.
Discrepancia patente, más aún si los puntos extremos de mensura en ambos son idénticos 25. Cabe
expresar que ambos autores no acertaron en la cabal extensión de las ruinas del Fuerte, que
cubren superficie mucho más amplia, como se puso en claro a través de los trabajos
arqueológicos de limpieza ejecutados en 1974, por el Centro de Investigaciones Arqueológicas de
Samaipata, de reciente creación. El conjunto monumental consta de una porción templaria, que
abarca el pináculo del cerro con las múltiples esculturas rupestres, y de una parte habitacional
situada al pie de aquélla.
9 La interpretación del sitio que postuló d'Orbigny entraña equívoco mayúsculo e
indisculpable. A su entender se trató de un antiguo lavadero de placeres auríferos, que
con sinnúmero de argumentos refutó Pucher26 Inclusive sin esgrimirlos todos, no se
espuma asidero para tan extraño y exótico planteamiento. La falta de una corriente de
agua en la cumbre de la montaña imposibilitaría cualquier intento de ese tenor y por el
contrario se disfruta en abundancia del líquido elemento en los ríos, cuyos lechos
corren donde principian los mamelones. Prohijó, por tanto, explanación utilitaria del
segmento más importante del conjunto arqueológico, sintetizada por la asociación de
supuestos fosos septentrionales donde se habrían depositado los sedimentos (letra H de
su plano) y una serie de estanques, de provisión de agua (I) de dilución (A, B) y de
residuos, vale decir para las etapas que implicaría la operación de beneficio 27. Poco
convincente el aserto, sin asomo de mínima comprobación en pro. Por añadidura,
d'Orbigny encasilló a lo que no encuadraba en tal esquema como representaciones
alegóricas de filiación religiosa. Según su caletre, se individualizaría en las tallas la
209

imagen circular del sol y de cuartos de la luna, así como de un ave y de un ofidio, con
"valor simbólico difícil de explicar hoy"28. Tampoco aquí se abonó evidencias para su
confirmación y no queda otro remedio que descartar dichas opiniones. La concepción
de d'Orbigny adolece de subjetivismo exagerado.
10 Captó, en cambio, con penetración d'Orbigny que el conjunto rupestre se orienta en
sentido E-0 y que se halla ubicado básicamente en un plano inclinado. Diseñó la sección
pertinente, en la cual se establece que la diferencia de nivel entre la porción más
elevada y la más baja se acerca a los 27 metros. Empero, es notorio que no registró la
forma trapecial de los nichos tallados en los lados, sino como rectangulares tan sólo.
Excusables esas omisiones, porque apuntes, planos y dibujos fueron fruto de un día de
labor, arduo e intenso, aprovechado al máximo, en que pudo olvidar muchas cosas por
la premura.
11 El ilustre viajero galo descendió complacido y contento. Excursión provechosa de modo
incontrovertible. Al descansar y ya en el pueblo de Samaipata, sus moradores le obsequiaron
rompecabezas líticos estrellados, típicos del Inkario29. Señaló, por último, "numerosos restos de
casas circulares", tanto en la misma localidad como a un kilómetro de distancia de las ruinas,
donde conjeturaba se aposentaron los integrantes de las huestes inkaicas en época del décimo
rey (en la lista de Garcilaso de la Vega) en su avance a las tierras llanas 30. Glosó al respecto al
egregio cronista cuzqueño, quien en el libro séptimo de los Comentarios Reales narró el envío
de un ejército bien pertrechado para conquistar a los chiriguanos, aunque no especificó nada
concreto con relación a la región de Samaipata31. No obstante, d'Orbigny tuvo la virtud de
revelar con talento que las esculturas rupestres investigadas se remontaban al período inkaico,
confeccionadas en un asentamiento erigido durante el movimiento expansivo imperial hacia el
oriente.
12 La ciencia en la actualidad se ha tornado en una reflexión sobre la reflexión. Lo antiguo
ha de meditarse en función de lo nuevo32. Se manifiesta el adelanto científico como
resultado de sucesión continua de conocimientos adquiridos uno tras otro, edificado en
cierta forma superando defectos e imperfecciones precedentes33. Su sentido se encubre
a menudo por lapsos de relativo estancamiento, inclusive por aparente retroceso; en
otros, por el contrario, parece acelerarse, provocando la renovación de vastos ámbitos.
El ritmo de cambio se intensificó hoy en día, aunque desde luego muchas conclusiones
recientes denotan cariz provisional, pero tal índole aproximativa constituye el meollo
mismo de la ciencia y no hay argumento valido para dejar de considerarlas y discutirlas
desde todos los ángulos34. La arqueología no se encuentra al margen de lo expuesto y
por tal razón se ha dedicado los anteriores párrafos al análisis crítico del enfoque de
d'Orbigny referente al conjunto monumental precolombino de Samaipata, rubricado
más de una centuria atrás, que exhibe aciertos y equivocaciones a aquilatar, recogiendo
aquéllos y reprobando éstas.

BIBLIOGRAFÍA
210

Bibliografía citada
Anónimo
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de artes. Paz de Ayacucho.

ARELLANO LÓPEZ, Jorge


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Edición de texto idéntico a la de editorial Tor, Buenos Aires s/d, traducción de A. López White.

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1944. El Hombre Americano considerado en sus aspectos fisiológicos y morales (1839). Traducción de
Alfredo Cepeda. Editorial Futuro. Buenos Aires.
1945. Viaje a la América Meridional (1844). Prólogo de Ernesto Morales. Traducción de Alfredo
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1946. Descripción geográfica, histórica y estadística de Bolivia (1845). Reimpresión en los talleres de
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1958. Viajes por Bolivia. Ministerio de Educación y Bellas Artes, Biblioteca de Autores Bolivianos, 4.
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1968. Ciencia y política en el mundo antiguo. Traducción de Domingo Plácido Suárez. Segunda
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1971. Descubridores y exploradores de Bolivia. Editorial Los Amigos del Libro. La Paz. Garcilaso de la
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1943. Comentarios Reales de los Incas. Prólogo de Ricardo Rojas. Tomos I-II. Emecé editores. Buenos
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NOTAS
2. Frontaura Argandoña 1971, p. 84.
3. D'Orbigny 1907, prólogo de Díaz Romero, p. XI.
4. D'Orbigny 1945, I, p. 17, la suma adicional se la proporcionó hasta 1830.
5. D'Orbigny 1945, III, p. 1.076.
6. D'Orbigny 1945, I, p. 30.
7. D'Orbigny 1945, I, pp. 16-17, 58-59.
8. D'Orbigny 1945, III, pp. 1078-1081.
9. D'Orbigny 1946, p. 21.
10. D'Orbigny 1945, I-IV, el libro publicado en 1958 en Bolivia comprende la parte concerniente al
país y está tornada de la edición del 45. Se editaron los tornos de la edición francesa entre
1835-47, los pertinentes al relato de viaje el 44.
11. D'Orbigny 1945, III, p. 1.083.
12. D'Orbigny 1907, p. 161.
13. Arellano 1974, p. 2.
14. Dávila y Rodríguez 1967, p. 29.
15. D'Orbigny 1907, Introducci6n de Díaz Romero, p. III.
16. Díaz Arguedas 1971, I, p. 40.
17. Daniel 1952, p. 38, demarca las posiciones de ambas escuelas contrapuestas.
18. d'Orbigny 1944, p. 14.
19. Márquez Miranda 1959, p. 143; Daniel 1964, p. 34, 1968, p. 30, Ponce Sanginés et al. 1971, p.
122.
20. Márquez Miranda 1959, pp. 69, 71, 73.
21. Hemleben 1971, pp. 35. 40-41; Trattner 1972, p. 229.
22. Darwin s/n; 1958.
23. Farrington 1968, p. 202.
212

24. D'Orbigny 1945, IV, p. 1464. En la obra anónima de 1835, p. 183, se consigna que el corregidor
de Samaipata era Justo Suazo (sic) y jefe de policía de la localidad Tomás Paz. Ignoro si alguno de
los nombrados ejercía las mismas funciones allí en 1832, cuando la visita de d'Orbigny.
25. Pucher 1945, p. 85.
26. Pucher 1945, p. 44.
27. D'Orbigny 1945, IV, p. 1.466.
28. D'Orbigny 1945, IV, p. 1.466.
29. D'Orbigny 1945, IV, p. 1.466.
30. D'Orbigny 1945, IV, p. 1.464.
31. Garcilaso de la Vega 1943, II, pp. 125-127.
32. Baclelard 1974, pp. 294, 295.
33. Taton 1967, p. 9.
34. Thorpe 1969, p. 12.
213

La mente abarcadora de Alcide


d’Orbigny
Ramiro Condarco Morales

1. Intentos de incorporar la economía minera de


Bolivia a la primera fase de la Revolución Industrial
1 La tradición científico-naturalista eficaz y generosamente gastada, en Charcas, a lo
largo de los ‘últimos días coloniales’, por el egregio espíritu mentor de Tadeo Haenke y,
algo posteriormente reavivada, en el país, durante los primeros tiempos del período
republicano, por uno de sus hijos2, aunque dentro de una personal perspectiva
pragmática reductora, se robustece, afortunadamente, aún más, a partir de 1830,
precipuamente debido a nuevos incentivos provenientes de la vigorosa acción científica
y descubridora realizada, en Bolivia, por aquel entonces, por otros dos insignes
exploradores europeos: Alcide d’Orbigny y Francisco de Castelnau.
2 Alcide d’Orbigny (1802-1857), hombre cuya ingénita capacidad de investigación
procedía, por vía hereditaria, de la preexistente disposición paterna para el ejercicio de
la ciencia, llegó al país en cumplimiento de una misión oficial cuyos objetivos
confirman plenamente la ambición que animó a los europeos a incrementar sus
conocimientos de América, en beneficio de futuros propósitos de expansión comercial y
fiscalización económica.
3 En efecto, los preparativos que, a la sazón, realizaba una compañía británica para
trasladarse a Potosí en cumplimiento de contratos expresamente perfeccionados para
la explotación de los minerales del Cerro Rico, indujeron a la administración superior
del Museo de Ciencias Naturales de París a constituir en tierras de América austral una
misión especialmente destinada, en lo esencial, a estudiar las riquezas naturales de esos
países americanos recién nacidos a la vida independiente.
4 Según se desprende de las informaciones del propio d’Orbigny (15.3.1833), la compañía
inglesa recién constituida para la explotación del Cerro realizó el primer intento de
incorporar la economía minera de Bolivia a la primera fase de la Revolución Industrial
214

inglesa (1750-1830) mediante la utilización de máquinas de vapor. Infortunadamente, la


empresa fracasó; las máquinas llegaron al puerto de Arica, y al no poder ser
″transportadas a lomo de mula, fueron rotas y vendidas como hierro viejo″. No
conviene perder de vista que este intento se realizó de manera relativamente
temprana, cuando en Europa aún no había terminado el proceso de difusión de la
primera fase de la Revolución Industrial inglesa.
5 La economía minera de Potosí permaneció sumida en el mismo estado de ruina en el
que se encontraba desde tiempos de la guerra magna [de la Independencia]. Empero, el
romántico sueño británico posteriormente frustrado, tuvo la virtud de inducir a la
Dirección del Museo de París a remitir a d’Orbigny a la América meridional. Bolivia
perdió una oportuna Revolución Industrial, pero ganó un hombre de ciencia y, con él, la
prosecución de la revolución científica de la Ilustración, iniciada, desde Cochabamba,
por Tadeo Haenke.
6 Alcide d’Orbigny -a quien Manuel Frontaura Argandoña llama ‘El Grande’, y al que se le
ha consagrado en Bolivia muchos trabajos biográficos3– ingresó al país proveniente de
Tacna, el 24 de mayo de 1830, y lo abandonó a fines de junio de 1833, por la misma
puerta de acceso.
7 El convergente interés boliviano de apoyar la empresa permitió a d ‘Orbigny realizar, en Bolivia,
una labor de investigación excepcionalmente proficua, incomparablemente superior a la que él
mismo cumplió en los territorios vecinos como Argentina, Chile y Perú, hecho que se advierte, de
manera harto palmaria, tanto en el estudio del itinerario de su viaje 4, como en las copiosas
páginas que dedica a Bolivia a lo largo de la tercia parte de su libro intitulado Viaje a la
América Meridional.5
8 El gobierno del general Andrés de Santa Cruz tuvo, ciertamente, el acierto de brindar a d’Orbigny
no sólo la ‘protección’oficial sino ″hasta″ cuantiosos recursos económicos que permitieron, al
joven viajero francés, la ejecución de todos sus ‘proyectos’ y el ‘fructuoso recorrido’ por gran
parte del territorio nacional, hecho que el naturalista europeo reconoció con gratitud en el relato
de su memorable viaje de estudio6. Eran, realmente, momentos de una completa renovación del
espíritu.
9 Exceptuadas sus obras de importancia general, como sus trabajos de historia natural,
ornitología, paleontología general y geología estratigráfica, las contribuciones con las que, en
parte o de manera específicamente monográfica, enriqueció el patrimonio científico boliviano,
son: El Hombre Americano, que apareció en su versión original francesa, por primera vez, en
París, en 1839; Viaje a la América Meridional, cuya versión original francesa se publicó, por
primera vez, también en París, entre 1835 y 1847; Descripción Geográfica, Histórica y
Estadística de Bolivia, igualmente impresa en París, aunque sólo en parte, en 1845,
principalmente debido, dice Belisario Díaz Romero, a que el gobierno del general Manuel Isidoro
Belzu, ‘suprimió en el presupuesto’ nacional ″la asignación″ destinada a subvenir los gastos de
impresión de toda la obra.7

2. La ‘obra boliviana’ de d’Orbigny se caracteriza por


su extraordinaria magnitud abarcadora
10 Hizo ciencia irrestrictamente humanística, tanto en el campo de las ciencias naturales como en el
de las disciplinas de la cultura, y, por lo tanto, abrazó la casi totalidad del saber boliviano. Es la
característica obra de un ilustrado, o de un científico de la Ilustración.
215

11 Recorrió el dominio de la a historia natural de Bolivia, desde los predios de la geología y


edafología hasta los de la botánica y zoología, y así como, en el terreno de las disciplinas
del hombre, estudió la antropología boliviana, tampoco olvidó la historia y la
estadística. No en vano ha dicho de él Moreno:
12 ‘D’Orbigny fue un ilustre geólogo; y, más bien que botanista, era zoólogo aventajado.
Justamente dentro del recinto zoológico se posesionó de la anatomía comparada, que
acababa de instituir Cuvier, y dentro de ese mismo recinto encontró a sus pies una
escala altísima y un pozo profundo; por la escala se subió hasta la antropología general,
y por el pozo bajó a las honduras de la paleontología’. 8
13 Como climatólogo, diferenció tres grandes macro-climas transversalmente distribuidos a
través de los Andes bolivianos por debajo de los 16° de latitud meridional: el húmedo de Yungas,
el semi-seco de las ″mesetas″ y el árido de la vertiente occidental de la cordillera del oeste. 9
14 Con toda razón, el ingeniero Lauro Morales Nava incluye a d’Orbigny entre los grandes
precursores de la meteorología boliviana10. El propio d’Orbigny recuerda, en referencias
autobiográficas contenidas en sus libros, los improvisados recursos que ingenió para
practicar observaciones del estado de la atmósfera. Dice d ‘Orbigny:
15 ″Hubiéramos deseado señalar, por medio de observaciones, el estado higrométrico de la
atmósfera, pero, no poseyendo instrumentos adecuados para medir matemáticamente
los grados de humedad y sequedad, hemos tenido que recurrir, a falta de higrómetro, a
las plantas.
16 En la meseta andina y en la Patagonia, las plantas colocadas entre hojas de papel se
secan sin que haya necesidad de cambiarlas una sola vez, lo que lleva a la creencia -
probada además por otros motivos- de que la humedad en muy mínima; mientras que
entre los Yuracarés y los Guarayos nuestras plantas se pudren, aunque las cambiemos
dos veces el papel, secándolo al horno, lo que nos demuestra que la humedad es
extrema’.11
17 Como geólogo y paleontólogo, estudió y describió muchos moluscos fósiles del paleozoico
boliviano, como los branquiópodos: Lingula münsteri del cámbrico y ordovíctico; Orthis
pectinata del devónico; Derbya buchi del pérmico; Spirifer condor del pérmico;
Limnoproductus cora del permico, Kochiproductus peruvianus del pérmico, y Enteletes
andii del pérmico.12
18 Como recolector de materiales de estudio para incremento de la botánica, hizo conocer
varias especies vegetales desconocidas, como la palmera cucich que el naturalista alemán Carlos
Federico Felipe de Martius (1794-1868) incluyó en el género orbignya. En el mismo campo,
descubrió, dentro del área fitogeográfica de Moxos, una ‘nueva especie’ de palma: la
Astrocaryum huaimi de Martius.13 Pero no es cierto que haya descubierto o encontrado, por
primera vez, según asegura equivocadamente Jorge Church, la Victoria regina.
19 Como zoólogo, dio el nombre de Phenicopterus ignipalliatus al hermoso flamenco andino
de nuestro sistema fluvio-lacustre interandino14, y estableció la taxonomía de muchos
representantes de la fauna amazónica extendida en el área moxeña de propagación
zoogeográfica, o, dicho de otro modo, en la parte centro-occidental de la subregión
zoogeográfica guayano-brasileña, a ejemplo de la de un titi al que designó con el
tecnicismo de Callithrix entomophagus, de la de un murciélago al que nombró Noctilio
affinis y de la de un hermoso delfín: el bufeo, al que nombró con el nombre de Inia
boliviensis.15
216

20 Como cultor de las ciencias del hombre, d’Orbigny fue, según uniforme criterio de Raúl
Porras Barrenechea y José Alcina Franch, el primer ‘introductor de la Antropología, en
su más amplio moderno sentido, en América’16.
21 En efecto, como antropólogo cultivó, en Bolivia, todas las ramas de la antropología
general, y no sólo antropología física, la arqueología, la lingüística y la etnología, como
dice José Alcina Franch17, sino también, y sobre todo, la etnografía.
22 Como antropólogo físico, dio temprana expresión precursora al inconmovible
postulado antropológico moderno de acuerdo con el cual: los signos de la aparente
uniformidad racial de los grupos étnicos americanos son, más que todo, manifestación
notoria de ‘una diversidad’ antropofísica innegable18, al sostener -en frases justamente
revalorizadas hoy por José Imbelloni- que ‘un peruano difiere de un patagón, y un
patagón de un guaraní, más de lo que difieren entre sí un griego y un etiópico o un
mongólico’.19
23 En contraposición a los conceptos que, desde su época, preconizaron la pretendida
uniformidad racial del hombre americano -a ejemplo de los defendidos por el libro
Crania Americana (Filadelfia,1839) de Samuel George Morton (1799-1851), pero también,
a diferencia de los posteriormente expuestos, acerca del pretenso American Homotype,
por los jefes y secuaces de la escuela norteamericana de Ales Hrdlicka (1869-1943)–
Alcide d’Orbigny expuso, con extraordinario vigor y correcta convicción científica, el
resultado de observaciones antropológicas que -como la consideración según la cual
‘existen pocas partes del mundo donde el color del hombre sea tan variado’ 20–
constituye el mejor antecedente de un principio polirracialista que la ciencia
antropológica moderna ha vuelto hoy inatacable.21
24 La permanencia trienal de Alcide d’Orbigny en territorio boliviano tuvo la virtud de
hacer ‘escuela’, puesto que, posesionados muchos jóvenes estudiantes de los libros
pertenecientes al errante equipo bibliográfico del viajero francés, los leyeron con
ahínco, en provecho de ‘estudios prácticos de primera mano en ambos reinos de la
naturaleza’. Según Gabriel René-Moreno, uno de los tardíos, pero aprovechados,
seguidores de la posterior corriente post-dorvignista fue Nicomedes Antelo (n. en 1829).
22

25 [...]
26 Exactamente diez años después que Alcide d’Orbigny abandonara el país, dejando tras
suyo una estela de influencias formadoras, llegó al continente sudamericano otro
eminente viajero francés (accidentalmente nacido en Londres): Francisco de la Porte,
conde de Castelnau (1812-1880), a la cabeza de una misión francesa igualmente oficial.
Estuvo en América del Sur entre 1843 y 1847. La expedición por él dirigida unió en su
recorrido las costas atlánticas con las del Pacífico, al dirigirse de Rió de Janeiro a Lima.
27 Al cabo de la primera etapa del viaje, retorna a la costa sudamericana oriental por el
curso del río Amazonas. Permaneció en Bolivia alrededor de 1845.
28 Los resultados científicos de este memorable viaje de exploración y estudio fueron
expuestos por el conde de Castelnau en el monumental tratado histórico-científico de
ocho volúmenes, que lleva el ilustrativo epígrafe de Expedición dans les parties centrales de
l’Amérique du sud, de Río de Janeiro a Lima, et de lima au Para; exécutée par ordre du
Gouvernement Francais Pendant les Anne’es 1843 a 1847, sous la direction de Francis de
Castelnau (París, 1850-59).
217

29 Hombre de cultura científica tan vasta como la de d’Orbigny, no hizo, sin embargo, obra
de igual importancia para la tradición científica boliviana como la de su antecesor y
compatriota, particularmente debido al tiempo considerablemente menor que estuvo
en Bolivia. Como d’Orbigny recorrió todos los campos del saber especialmente aplicados
al conocimiento de Bolivia, desde el de la geología y geogenia hasta el de la
antropología y prehistoria, que es como decir desde la descripción paleontológica del
braquiópodo del género Spirifidae conocido hoy bajo la denominación de Acrospirifer
murchisoni del devónico boliviano23 hasta la arqueológica de las ruinas de Tiwanaku.24
30 1 José María Bozo, naturalista boliviano, de quien Ramiro Condarco M. dice en su libro
Historia de la Ciencia..., ob. cit. (en el parágrafo ″La Ciencia en el Período Ideológico
(1825-1845)″: ″C) El Pragmatismo Naturalista de Bozo″): El porvenir de la medicina
como ciencia, en Bolivia -dentro del ″período ideológico″ principalmente extendido a lo
largo de los primeros veinte años de la vida de la República- no estuvo, pues, por de
pronto, ni en las aulas de los ‘colegios’ ni en los claustros universitarios, sino en el
campo de la iniciativa privada. Por lo tanto, la propia inexistencia de una medicina
oficial socialmente acreditada y regularmente formada por el Estado a través de la
profesionalización seria y responsable, permitió la acción substitutiva y ‘sucedánea’de
una suerte de ciencia médica extrauniversitaria.
31 ″El primer gran cultor de ella en los primeros tiempos del período republicano fue el
doctor don José María Bozo. Nació en Santa Cruz de la Sierra, en fecha exactamente
indeterminada, en los postreros años del siglo XIX, según información de su único
biógrafo: José Rosendo Gutiérrez [El Diógenes Boliviano. La Paz, Ediciones ″Isla″, 1968,
p. 7]. En su niñez, dice José Rosendo Gutiérrez, ‘cobró afición a la ciencia al lado del
sabio Haenke, que lo tomó a su servicio y le enseñó el amor a las ciencias prácticas’ [Ib.,
p. 26]. Empero, a falta de aulas universitarias capaces de educar y desarrollar su
vocación científica por medio de una carrera profesional perfectamente adecuada a su
naciente predisposición por las ciencias naturales, frustró su ambición al seguir cursos
de jurisprudencia en la Real y Pontificia Universidad de San Francisco Xavier de
Chuquisaca, donde ‘tomó’ las ‘borlas de doctor’ in utroque jure, y poco después, en
1806, ante la Audiencia de La Plata, el honroso ‘bastón de abogado’ [Ib., p. 8], lo que
permite sostener que, a pesar de sus íntimos anhelos, fue un hombre de sistemática
formación teológica jurídica.
32 ″Según tradición popular, llegó [Bozo] a la ciudad de La Paz vestido ‘de sotana’
[Aranzaez, Nicanor. Diccionario Histórico Biográfico del Departamento de La Paz. La Paz.
Talleres Gráficos La Prensa. S/ fha., con prólogo fechado en 1915., p. 138], y se domicilió
en ella, poco antes -dice José Rosendo Gutiérrez- de 1824 [Ob. cit., p. 10], pero quizás ya
con alguna anterioridad a 1818, si tenemos presente, por lo menos, las convergentes
noticias que acerca de su primer matrimonio nos proporcionan Nicanor Aranzaez y José
Rosendo Gutiérrez [Ib., p. 10-1 Nicanor Aranzaes. Diccionario..., p. 138]. Desempeñó la
docencia escolar, y alguno que otro ‘puesto en la judicatura’ [Aranzaez. Diccionario, p.
138]. Conocido en la tradición popular con el sobrenombre de Diógenes boliviano por su
presencia desprecupada y extravagante, sólo Alcide d’Orbigny tuvo ocasión de
comprender su preparación y talento y de llamarlo, con mayor propiedad y justicia,
Dioscórides boliviano, en atención a su competencia médica y a su condición de
naturalista.
33 La obra que le confiere el derecho de figurar en la historia del pensamiento científico
boliviano lleva el significativo epígrafe de Materia Médica de Bolivia, que, pese a sus
218

esfuerzos por publicarla, dejó inédita. Esta obra ha llevado hasta hoy una existencia
anónima y oscura [J. R. Gutiérrez. El Diógenes..., p. 26-27]. Nicanor Aranzaes dice, a pesar
de todo, que el ‘naturalista José Romero’ solía decir que ella ‘no era de grande aliento’
[ib., p. 138].
34 Mayor importancia, para nosotros, tiene, en lo que a la apreciación de su personalidad y
obra atañe, el juicio que acerca de él expuso un naturalista eminente: el explorador y
científico francés Alcide d’Orbigny, quien conoció al doctor José María Bozo, en La Paz,
entre los meses de mayo y junio de 1830. El sabio naturalista francés dice del naturalista
cruceño: ″En toda la República de Bolivia, un solo hombre, el doctor Boso, el Dioscórides
del país, cultivaba botánica. Fui a verle y recorrimos juntos durante algunos días, no
sólo ciertos lugares de los alrededores, sino también los jardines de la ciudad, donde
volví a hallar la mayoría de las plantas de nuestras huertas; sobre las virtudes de cada
una de las cuales, él me hacía pronunciar una larga disertación, lo que me convirtió a la
fuerza en botánico. Por desgracia el doctor y yo no siempre nos entendíamos sobre el
fondo de las cosas. Para él, las ciencias naturales consistían sólo en el empleo medicinal
de las plantas y en el descubrimiento de metales preciosos. El resto le parecía objeto de
simple curiosidad″. [A. d’Orbigny. Viaje a la América Meridional. Bibliotheca Indiana.
Madrid, Aguilar, 1958, pp. 567-8].
35 ″El doctor José María Bozo, naturalista y médico por natural inclinación y voluntad
autodidacta, profesó, por tanto, una suerte de pragmatismo científico, en el campo de
las ciencias naturales. De él, se puede decir lo que el doctor Gregorio Marañón dijo de
Gaspar Casal [G. Marañón. Vida e Historia. Buenos Aires-México, Espasa Calpe, 1941, pp.
76-7 y 82]: fue ‘el valor médico más firme de la centuria’, y así como ‘tuvo la suerte’ de
no ser estudiante de medicina, tampoco ‘intoxicó’ su espíritu, como cultor de la ciencia
médica, en las aulas universitarias. La presencia de esta figura de genio incomprendido
en la historia del pensamiento científico boliviano -finaliza Ramiro Condarco Morales-
fue fruto directo de las influencias formadoras que, desde Cochabamba, irradió la
actividad científica del sabio bohemio-charqueño don Tadeo Henke, en servicio de la
formación de una posterior tradición boliviana de índole científico-naturalista. José
María Bozo es, entonces, en Bolivia, el primer heredero boliviano de la Ilustración
europea″. (Ramiro Condarco M. Historia de la Ciencia..., pp. 228-229).

NOTAS
2. Manuel Frontaura Argandoña. Descubridores y Exploradores de Bolivia. La Paz, Ed. Los Amigos del
Libro, 1971; p. 75. Frontaura Argandoña, tras mencionar a Gabriel René-Moreno, Fabián Vaca
Chávez y Belisario Díaz Romero como los ″tres ilustres escritores... que han hecho monografías
biográficas del sabio naturalista francés″, no especifica los nombres y obras ″de centenares de
estudiosos bolivianos y extranjeros″ que -según su afirmación- también escribieron monografías
biográficas de A. d’Orbigny. (N. del E).
3. A. d’Orbigny. Viaje a la América Meridional. Biblioteca Indiana,. Estudio preliminar de J. Alcina
Franch. Madrid, Aguilar, 1958; pp. 562 y 914.
4. Véase: ib., mapa frente a p. 14.
219

5. Obsérvese que de un total de 920 páginas, 352 se encuentran dedicadas a Bolivia, en el volumen
por nosotros utilizado [Viaje a la América Meridional. Ob. cit.]
6. A. d’Orbigny, Viaje..., p. 578.
7. Belisario Díaz Romero, ″Mr. Alcide d’Orbigny″, en: Boletín de la Sociedad Geográfica de La Paz. Año
V. N° 21, 22 y 23, La Paz, 1904, p. 433.
8. G. R. -Moreno, Nicomedes Antelo, Universidad Gabriel René-Moreno. Santa Cruz de la Sierra.
Bolivia. Imp. López. Bs. Aires, 1960, p. 12.
9. A. d’Orbigny, Viaje...., p. 582, No. 1.047.
10. Lauro Morales Navia, ″Historia de la Meteorología Boliviana″, en El Diario (Suplemento
Literario), La Paz, 6 de abril de 1975, p. 1.
11. A. d’Orbigny. El Hombre Americano. Buenos Aires, Editorial Futuro, 1944, p. 72, No. 5.
12. Leonardo Branisa, Los Fósiles Guias de Bolivia, Servicio Geológico de Bolivia (Boletín N° 6).
Prensa del Centro Audiovisual. La Paz, 1965, pp. 68, 128, 182, 184, 186, 190, 198.
13. A. d’Orbigny, Viaje..., p. 703, No. 1.289 y p. 706, No. 1.295.
14. Ib., p. 566, No. 933.
15. Ib., pp. 748, No. 1.453; 750, No. 1.456; 752, No. 1.462.
16. Raúl Porras Varrenechea, Fuentes Históricas Peruanas, Lima, 1955 pp. 59-60. José Alcina Franch,
″viaje a la América Meridional: Estudio Preliminar″, en A. d’Orbigny, Viaje..., pp. 15-18. Véase p.
18.
17. J. Alcina Franch, art. Cit., ob. cit. p. 18.
18. S. Canals Frau. Prehistoria de América. Buenos Aires, Editorial Sudamericana. Compañía
impresora Argentina, 1950; p. 149.
19. J. Imbelloni, José. La Segunda Esfinge Indiana. Antiguos y nuevos aspectos de los orígenes americanos.
Buenos Aires, Librería Hachette, 1956, p. 59.
20. A. d’Orbigny, El Hombre..., p. 6970. Véase También: ob. cit., pp. 27-150.
21. Véase, entre otras obras: Juan Comas, Antropología Física. México, Fondo de Cultura
Económica, 1957, p. 559-77.
22. Gabriel René Moreno. Nicomedes Antelo. Buenos Aires, Imprenta López, 1960, p., 12-13.
23. L. Branisa. Los Fósiles..., p.. 138.
24. Ministerio de Educación de la República de Bolivia. Tiahuanacu (Antología de los Principales
Escritores Coloniales, Americanistas y Bolivianos). Biblioteca Boliviana. No. 2. La Paz, Imprenta
Artística, s/fha., pp. 53-65.
220

El viaje de d’Orbigny de Trinidad a


Cochabamba
Roberto Vásquez Ch

1 Entre los diarios de viaje escritos por exploradores extranjeros y nacionales que han
recorrido el territorio boliviano, sin duda alguna, Viaje a la América Meridional de Alcide
Dessalines d’Orbigny sigue siendo la obra más importante con que podemos contar al
presente.
2 El diario de este ilustre científico, que llegó al entonces puerto boliviano de Cobija en
las costas del Pacífico en 1830, y que recorrió nuestro poco explorado territorio durante
tres años, merece que sea estudiado con detenimiento, pues encierra un cúmulo de
conocimientos, sugerencias y observaciones producto de una acuciosa y polifacética
personalidad. Antropólogos, zoólogos, botánicos, paleontólogos, historiadores y
geógrafos encontraban abundante y valiosa información en cada una de sus páginas. En
esta ocasión extractamos algunos párrafos de interés sobre sus impresiones del viaje
que realizó de Trinidad a Cochabamba pasando por el Chapare.
3 Transcurría el mes de abril de 1832 y d’Orbigny acababa de llegar a Trinidad después de
una larga travesía que lo llevó de Cochabamba a Santa Cruz y luego a las misiones de los
jesuitas. Anduvo por San Ramón, San Javier, Concepción, San Joaquín y Magdalena;
navegó por el Itenez hasta la desembocadura del Mamoré, y luego lo remontó para
llegar a Santa Ana y más tarde a Trinidad. Después de una corta estadía en esa
población, que aprovechó para ordenar sus colecciones y recuperarse del cansancio y el
paludismo que lo debilitaron en ese largo recorrido, d’Orbigny emprende nuevamente
el retorno a Cochabamba, esta vez cruzando las llanuras de Moxos, y remontando la
Cordillera Oriental de Los Andes.
4 Al mando de una flota de 40 canoas y más de 600 hombres pertenecientes en su mayoría
a las tribus de los baures, itonomas, movimas, cayuvavas y moxos, el 10 de mayo de
1832 parte de Trinidad hacia la Misión de Loreto, de donde, después de recibir los
honores que se le tributaba cada vez que llegaba a algún poblado y de proveerse de una
buena cantidad de carne salada, retorna al Mamoré para continuar su expedición.
221

5 Durante el día efectuaba minuciosos apuntes sobre la flora y la fauna; coleccionaba,


dibujaba e identificaba las distintas especies que observaba y colectaba. Al atardecer,
las 40 canoas se agrupaban en un puerto improvisado, aseguraban sus pertrechos y se
preparaban para pasar de noche. Después de la cena, noche a noche fue testigo de una
costumbre que perduraba desde la época de los misioneros. En su diario anota sobre
estas veladas: “A las ocho, mis indios entonan en coro y con música sus cantos
religiosos, que en esos parajes adquirían un carácter imponente que me conmovió.
Nunca me habían parecido tan sencillos y tan solemnes”. “Esos cantos me habían
embarcado en una dulce melancolía que rimaba con el vacío de mi pensamiento, y
sobre todo con el respeto que me inspiraba la virgen belleza de esos parajes”.
6 La navegación en canoa por esos ríos era peligrosa a pesar de la maestría de los
remeros, de los cuales sobresalían como los mejores y más veloces los cayuvavas. Las
tempestades eléctricas, las tormentas diluviales y los fuertes vientos los obligaban
constantemente a buscar refugio en tierra. Los deslizamientos de las barrancas que
arrastraban consigo enormes árboles constituían otra seria amenaza para los viajeros.
Al salir de cada trance peligroso, d’Orbigny observó que los indios arrojaban una
mazorca de maíz a tierra para agradecer al dueño de todas las cosas por haberlos
salvado del peligro.
7 A los ocho días de la navegación llegaron a la confluencia con el río Sara. Parte de la
flota se dirigió por este río a Santa Cruz, mientras que el grupo de d’Orbigny continuó
por el Mamoré hasta la confluencia con el río Chapare. “Abandoné el Mamoré para
remontar el curso del
8 Chapare que, menos ancho, no estaba bordeado de bosques modernos crecidos en
terrenos, sino de selvas tan antiguas como el mundo. Ya no habían estos bancos de
arena y esos bañados tan comunes en el Mamoré. El lecho más estable del Chapare era
encajonado, profundo y sus aguas claras y límpidas discurrían en medio de un oscuro
verdor, formado por la mezcla de muchas especies de árboles”. Y continúa: “No me
cansaba de admirar una vegetación cuya belleza sobrepasaba increíblemente todo
cuanto este género había visto hasta entonces”.
9 Después de 14 días de navegación, y al no poder continuar por el río Coni, d’Orbigny se
despide de sus remeros y con un intérprete se interna al país de los yuracarés. Luego de
andar un trecho, llega a una choza de esta tribu donde es bien recibido. Durante cinco
días permanece con los yuracarés, dedicado a contemplar el paisaje y estudiar sus
costumbres y recursos naturales. “Atraído como estaba con tantas cosas nuevas, mis
días me parecían demasiado cortos par mis investigaciones de historia natural. Ya
recogía plantas o dibujaba las diversas especies de palmeras, ya recorría esas bóvedas
sombrías, persiguiendo las bandas brillantes de las tangaras que revoloteaban
alrededor de las flores de las palmeras a los chillones tucanes tan perseguidos por los
indios”.
10 En ese lugar d’Orbigny escribe las frases más expresivas que alguien haya podido
dedicar al Chapare: “¿Quién podría pintar este admirable espectáculo y los gozos que
nos hace sentir? El viajero maravillado se siente enajenado y su imaginación se exalta;
pero sí se recoge, sí se compara en una escala de una creación tan importante. ¡Cuán
pequeño se siente! ¡Cómo su orgullo se humilla por la conciencia de su debilidad en
presencia de tal grandeza!” . “Creo que nunca me había sentido tan dichoso en algún
sitio y, sin embargo, tenía que abandonarlo para pensar en remontar el río hacia la
cordillera”.
222

11 Con la ayuda de los yuracarés trasladó su equipo a la antigua aldea de ¿Ascención? No


deja de extrañarle que son las mujeres las que llevan todos los bultos, mientras que los
hombres solamente sus arcos y flechas. Al indagar por esta costumbre le responden:
“¿Cómo podría encargarme de eso? ¿Quién protegería a mi mujer si nos encontrásemos
con un jaguar?”.
12 En ¿Ascención? contrata los servicios de unos arrieros cochabam-binos y juntos parten
el 4 de junio hacia la vertiente de la Cordillera
13 Oriental de Cochabamba. Después de tres fatigosas leguas llegan al río San Mateo, y
luego de vadearlo entran en la antigua reducción de San Antonio (hoy Villa Tunari).
“Esta reducción de Los Yungas estaba deshabitada desde hacía varios años, pues los
indios se habían desparramado por la selva. Su situación era, sin embargo, encantadora,
los cacaotales de sus aledaños prueban la extrema feracidad de esos parajes”.
14 Al atardecer del 6 de junio llega a Los Yungas del Palmar y puede estudiar de cerca los
cocales de algunos ricos propietarios de Cocha-bamba. Al día siguiente, a pesar de la
persistente lluvia, continúa su ascenso siguiendo el curso de San Mateo. “Trepé por la
cuesta de la montaña y anduve por un despeñadero. Es una cornisa natural sin
parapeto, sobre paredones cortados tan a pique, que yo venía a quedar suspendido de
200 a 300 metros de altura sobre el torrente del San Mateo. Mis compañeros de viaje se
apearon de sus muías por miedo a caer en esa sima abierta debajo de ellos. Yo, que sabía
de la firmeza de pie en las muías, preferí quedar sobre la mía y me encontré bien, pues
los peones se vieron obligados a detenerse varias veces para recobrarse de los vahídos y
vértigos que les daba el sordo rugir del torrente sobre las rocas y la vista del precipicio
en cuyo fondo corre; cuando en semejantes circunstancias puede conservarse la sangre
fría, se goza del hechizo de contemplar esas majestuosas escenas de la naturaleza”.
15 Cruzar los ríos era otra proeza a la que eran requeridos los viajeros. En estos casos, las
muías eran descargadas y conducidas hasta una playa más o menos ancha donde una
vez amarradas una detrás de otra eran obligadas a echarse al río y con un lazo largo
eran estiradas desde la otra orilla. Los hombres cargados con los bultos tenían que
pasar sobre un cimbreante trono desafiando al vértigo y ensordecidos por el aterrador
ruido del agua.
16 Los variados ecosistemas producto de los diferentes microclimas se notan
espectacularmente cuando se asciende desde los 400 metros sobre el nivel del mar en
Villa Tunari hasta cerca de los cinco mil metros en la cumbre, en menos de cien
kilómetros de distancia. Este hecho impresionó grandemente a d’Orbigny y lo tradujo
en estas palabras: “Nunca había experimentado una transición tan brusca del calor
extremo al frío más penetrante. En efecto, al cabo de tres días había visto cómo la
naturaleza cambiaba rápidamente de aspecto a medida que ascendía. Poco a poco
habían desaparecido los árboles cuya copa se alzaba hasta el cielo, las elegantes
palmeras y los helechos arborescentes de follaje tan ligero. A los árboles los habían
reemplazado los chaparrales, a éstos las pequeñas gramíneas, y la nieve había sucedido
a los sitios risueños de las regiones cálidas, alegradas por esos pájaros pintados con
colores tan vivos que con su sola presencia parecen animar a unas flores cuyo brillo no
desmerece el de su plumaje”.
17 Cerca de la cumbre, al calor de una fogata, en una cueva que les protegía de la lluvia y
de la nieve, los arrieros le relataron espeluznantes historias de los que perdieron vida y
fortuna al cruzar estos insólitos parajes. El padre Lacueva, en una nota que en tregó a
223

d’Orbigny, dice: “La entrada a estos lúgubres bosques es uno de los caminos más
fragosos y arriesgados de cuantos transita el género humano. La elevada cordillera que
hay que atravesar es de doce leguas de largo, sin el menor auxilio, que tampoco lo hay
en todo el camino, cuyas frecuentes nevadas han hecho padecer, desde el corto
descubrimiento de aquellas montañas, centenares de personas y millares de bestias”.
Tadeo Haenke también hace mención a este tenebroso paso de los Andes y dice: “En
todas partes tiene la entrada de los Andes sus dificultades y sus pasos peligrosos; pero,
ésta las tiene con preferencia duplicadas y todo el tránsito es un conjunto de
precipicios y laderas perpendiculares”.
18 En la cumbre, cerca de los cinco mil metros de altura, en un lugar denominado Salto del
Cuerno, d’Orbigny participa en una tradición establecida por los primeros comerciantes
y mantenida con fervor por todo aquel que se atrevía a cruzar los Andes Orientales.
Alcides d’Orbigny nos relata: “Como tanto a la ida como al regreso ese punto señala el
fin o el comienzo de los desfiladeros más peligrosos, los arrieros establecieron una
peregrina costumbre: la de hacer apear a los viajeros que por primera vez transitaban
ese camino y obligarlos a bailar, ya para agradecer a la Providencia por haber salido
bien de ese mal paso, ya para impetrar su buena voluntad. Según parece, esta
costumbre es observada tan rigurosamente como el bautizo en el cruce de la línea en el
mar; de esta manera, por respeto a una costumbre, ridicula sin duda en su forma, pero
en el fondo conmovedora por el sentimiento religioso que parece animarla, yo también
saludé con donaire el famoso Salto del Cuerno”.
19 El miedo a quedarse atrapados por la nieve hizo que los arrieros forzaran su descenso
dejando lo más rápidamente posible los precarios refugios de Palta Cueva y Quintín
Cueva, entre otros. Después de quince horas de marcha forzada, serpenteando las
áridas laderas, llegaron a la aldea de Cotani donde fueron recibidos con la sencilla
hospitalidad de los indígenas traducida en un poco de comida caliente y un techo de
paja donde pasar la noche. Al día siguiente, tras ascender el último paso, descendieron
al valle de Sacaba, en esa época del año rodeado de vastos campos de trigo.
224

Ruta del viaje de d’Orbigny de Trinidad a Cochabamba

20 El 11 de junio de 1832, después de un mes de su salida de Trinidad, d’Orbigny llega por


segunda y última vez a la ciudad que le recordaba tanto a su querida ciudad natal
Provenza. La alegría de estar nuevamente en una ciudad es manifestada con estas
palabras: “Fue para mi un gran placer contemplar las cúpulas de las iglesias de
Cochabamba y volver a encontrarme en medio de una gran aglomeración humana.
Todo me asombraba, todo me parecía extraordinario, hasta el pan, que no había
saboreado desde que me marché de Santa Cruz de la Sierra”.
21 Analizando los múltiples peligros y la arriesgada empresa que constituía el viaje al Beni
por el trayecto que acababa de realizar, d’Orbigny pensó en la necesidad de buscar una
ruta más cómoda y menos arriesgada. Con el visto bueno y el entusiasmo del Mariscal
de Andrés de Santa Cruz, 22 días después de permanecer en Cochabamba, d’Orbigny
cruza nuevamente la Cordillera, esta vez pasando por Tiquipaya, la Cumbre y Totolima,
en pos de una camino más fácil para llegar a los llanos de Moxos.

BIBLIOGRAFÍA
225

Bibliografía
D’ORBIGNY, Alcide
1958. Viaje a la América Meridional. Madrid, Aguilar.

OVANDO-SANZ, Guillermo, Tadeo P. Haenke.


1974. Su obra en Los Andes y la selva boliviana. La Paz, Los Amigos del Libro.

VIEDMA, Francisco de
1969. Descripción Geográfica y Estadística de la provincia de Santa Cruz de la Sierra, 2da. Ed.,
Cochabamba, Los Amigos del Libro.
226

Viajes por Bolivia Alcide d’Orbigny


Mariano Baptista Gumucio

Introducción Alcide d’Orbigny en la tierra prometida


1 “El hombre, el más perfecto de los seres” escribió Alcide Dessalines d’Orbigny al refutar
al sabio Cuvier (Regne animal, 1825) quien, por desconocimiento, no se creyó autorizado a
incluir a los americanos en las grandes razas consignadas en su obra. Sin exagerar
mayormente, esa definición sirve para retratar al propio d’Orbigny, cuyo talento para la
investigación científica iba acompañado de una profunda convicción humanista muy
adelantada a los convencionalismos y prejuicios de principios del siglo XIX, a la par de
una fe irreductible en el progreso de la civilización y en la justicia para pueblos y
naciones; todo ello unido a una fortaleza física y una tenacidad verdaderamente
admirables.
2 La hazaña que cumplió a lo largo de ocho años de recorrido por la América virgen no
tiene parangón ni entre los primeros cronistas españoles como Joseph Acosta, Luis
Capoche, Pedro Cieza de León, Pedro Sarmiento de Gamboa y tantos otros, soldados o
religiosos que trajeron a América la visión medioeval de España y trataron, consciente e
inconscientemente, de justificar la conquista denigrando a los conquistados. Tampoco
entre los viajeros que le precedieron, como Alejandro de Humboldt, a quien dejó atrás
en la vastedad de asuntos que trató sobre América, o a Félix de Azara, que se limitó a
estudiar a los guaraníes.
3 En este final del siglo XX en el que se han venido abajo las ideologías y derrumbado los
mitos ya no podemos hablar de héroes “contemporáneos” pues los únicos visibles son
los de la pantalla, cantantes de rock o los muñecos de juegos electrónicos. Algún
prestigio ganaron en su momento los cosmonautas (cuyos nombres ya nadie recuerda,
ni siquiera de aquellos que posaron sus plantas en la Luna). El Ché Guevara se conserva
como uno de los pocos paradigmas de esta centuria, quizá por las circunstancias
dramáticas de su muerte. Ni siquiera se han salvado del naufragio de valores el Dr.
Schweitzer de Lambarené o la Madre Teresa de Calcuta, a quienes ahora se acusa de no
haber actuado desinteresadamente en su ayuda a los pobres y enfermos. Los héroes del
siglo XIX tuvieron caracteres más nítidos, fueron grandes guerreros como Napoleón,
227

pensadores como Goethe o revolucionarios como Marx, denigrados o exaltados pero


nunca ignorados. Hubo otros héroes, sin embargo, para quienes el reconocimiento fue
unánime y ellos fueron los viajeros, científicos conocidos también como naturalistas,
entre los cuales el Barón Alejandro de Humboldt tuvo y tiene todavía fama mundial.
4 No se olvide que Napoleón logró enorme prestigio al principio de su vertiginosa carrera
política cuando, para su expedición militar a Egipto invitó a ciento setenta y cinco
investigadores de todas las disciplinas, que dieron gloria más imperecedera a Francia
que cualquier victoria en el terreno de las armas. Ningún otro científico como
Humboldt ha recibido el homenaje de que catorce ciudades en los Estados Unidos y una
en Canadá, montañas en la Antártica, en Norte y Sur América, Australia y Nueva
Zelanda así como una corriente oceánica en el Perú, lleven su nombre a más de otros
muchos lugares, parques, calles e incluso un retazo en la Luna. Humboldt recorrió
durante cinco años, entre 1799 y 1804, territorios de Venezuela, Colombia, Ecuador,
Cuba y México recogiendo esa experiencia en los treinta volúmenes ilustrados de su
travesía bajo el título de Viaje en las regiones equinocciales del nuevo Continente. Cultivó la
amistad de Bolívar y discutió con el joven caraqueño la incongruencia de que un
Continente tan rico como América estuviese todavía bajo la férula colonial española. Su
obra Cosmos en cinco volúmenes es considerada como la summa del conocimiento del
universo en su tiempo. Loren Mclntyre en un artículo publicado en la revista National
Geographic sostiene que el naturalista alemán fue la persona que mayor admiración
despertó en el siglo XIX. Otro aspecto de la atractiva personalidad de Humboldt fue el de
sus avanzadas ideas en cuanto a la igualdad humana. Lamentó la discriminación que se
hacía en Berlín de preclaros judíos, censuró el comercio de esclavos en Cuba y fue un
partidario decidido de la libertad de América. Napoleón, recién coronado Emperador
por el Papa Pío VII, en la recepción que ofreció en las Tullerías para celebrar el
acontecimiento, tuvo como invitado especial a Humboldt, quien era agasajado en todas
las cortes, pero el genio militar no comprendió al científico:
• Entiendo señor –le dijo– que usted colecciona plantas.
• Así es –contestó Humboldt lacónicamente, a lo que replicó Napoleón:
• Eso hace mi mujer.
5 Se refería a Josefina, la antillana que había crecido en medio de la vegetación lujuriosa
del Caribe a la que no podía olvidar. La pedestre reacción del Emperador no afectó al
sabio ni a su fama. ¿Pero qué le importaba el desdén del guerrero si en cambio gozaba
del reconocimiento de Goethe? Ese sería el hombre que el joven d’Orbigny trataría de
imitar y que en muchos aspectos superó, aunque su nombre hoy día, a diferencia del de
su maestro, permanezca prácticamente ignorado no sólo en Europa sino incluso en
Francia, su país de nacimiento, y en las naciones que como Bolivia, Argentina, Paraguay
y Uruguay fueron “descubiertas” por él al mundo europeo.
6 Es interesante observar que los viajes de Charles Darwin y Alcide d’Orbigny tuvieron
lugar casi en la misma época, pues el naturalista inglés recorrió la América Meridional
y las islas del Pacífico entre 1831 a 1836 formulando su teoría evolucionista que
d’Orbigny no conoció, pues El origen de las especies salió a la luz pública recién en 1859,
dos años después de la muerte de d’Orbigny (por cierto, también en 1859, murió
Humboldt, en Berlín a sus 89 años).
7 En el informe laudatorio del Museo de Ciencias Naturales sobre los materiales que
presentó d’Orbigny hay un acápite revelador de los riesgos a que se veían expuestos los
naturalistas que recorrían las partes poco conocidas del globo con el afán de contribuir
228

a la ciencia y labrarse un nombre entre los sabios. “Si se reflexiona –dicen los cinco
científicos que analizaron el informe de d’Orbigny o posaron sus miradas de asombro
en las 500 planchas iluminadas que había dibujado– en la suerte que cabe al mayor
número de jóvenes doctos a quienes la pasión por el estudio de la naturaleza arrastra a
esos viajes peligrosos; si se recuerda que en diez y ocho años corridos desde que la paz
general ha vuelto a abrir los mares, sobre ocho viajeros naturalistas del Museo de
Historia Natural que han emprendido largas expediciones, cinco, Godofroy, Havet, Plée,
Duvaucel, y hace muy poco todavía, el infortunado Jacquemont, han perecido de su
patria; que Lalande y Leschenault sucumbieron al cabo de pocos años a las
enfermedades contraídas en sus penosísimos y largos viajes, y que por tanto el señor
d’Orbigny es acaso el único, entre los que han vuelto a Francia con sus colecciones, que
tiene la posibilidad de hacer conocer por sí mismo los resultados de sus investigaciones,
se convendrá en que es muy justo esforzarse, cuanto sea posible, para hacerle gozar de
la recompensa más dulce que él debe esperar después de tan larga peregrinación; tal es
la publicación de materiales conseguidos a costa de tantos riesgos y fatigas; sobre todo,
cuando una profunda y vasta instrucción de parte del viajero anuncia de antemano toda
la utilidad que las ciencias habrán de sacar de tan importante trabajo”.
8 El informe no menciona el triste destino del naturalista Aimé Bonpland, que acompañó
durante cinco años al Barón de Humboldt en sus explotaciones por la América
equinoccial. A su retorno a París escribió 4 de los 17 volúmenes de botánica en
colaboración con el Barón y creó los jardines por los que paseaba la Emperatriz Josefina
añorando su infancia en la floresta haitiana. Después de la batalla de Waterloo,
Bonpland retornó a América con la idea de explorar la parte meridional y enseñar. Pero
tuvo la mala suerte de caer en manos del paranoide dictador Gaspar Rodríguez de
Francia, quien sin razón alguna lo retuvo como prisionero en el Paraguay. Bolívar
amenazó con organizar una expedición para devolver la libertad al sabio francés, quien
después de 9 años de reclusión ya no tuvo fuerzas para el retorno: vivió en una choza
hasta sus 86 años rodeado de flores y acompañado por una nativa que le dio varios
hijos.
9 D’Orbigny fue el primer viajero que estudió con una simpatía y comprensión
desconocidas para la época a todos los grupos étnicos con los que convivió, tratándolos
no como seres exóticos, primitivos o dignos de conmiseración sino como seres humanos
con dignidad. No hay en su extensa obra una nota de menosprecio o sarcasmo, por
extrañas que fuesen las costumbres y usos con los que se tropezaba y que registraba
puntualmente en su diario de viaje, como auténtico precursor del moderno concepto de
la “Otredad”, es decir, el reconocimiento y el respeto al otro. Nacido en pleno
resplandor napoleónico, realizó su viaje a América cuando ya estaba sólidamente
restablecida en Francia la monarquía borbónica, pero era un auténtico hijo de la
Ilustración y el liberalismo, y a semejanza de su maestro Humboldt e incluso yendo
mucho más allá que él en el respeto a otras culturas y en su natural disposición para
habituarse a diversos usos y costumbres, convivió con grupos humanos considerados en
Europa “salvajes”, tratando siempre de aprender más que de enseñar, cosa que hizo
también con generosidad y desprendimiento.
10 Sus libros, particularmente el que más nos interesa: Descripción histórica geográfica y
estadística de Bolivia, París, 1845, pueden leerse no sólo como un compendio del pasado
sino también corno el manual más completo publicado hasta esa fecha sobre la
arqueología, la geografía, la geología, la zoología, la botánica y la lingüística, así como
229

los tipos humanos del altiplano, los llanos y la selva y los muy menguados habitantes de
las ciudades que apenas atinaban a recuperarse de la larga guerra de la Independencia,
concluida apenas siete años atrás.
11 “Nacido con especiales disposiciones para las ciencias naturales –escribió en la
introducción a su obra– disposiciones que se manifiestan en mí desde mis primeros
años, he debido al aliento de un padre honorablemente conocido en el mundo de los
sabios, y a sus doctas enseñanzas, el desarrollo prematuro del irresistible instinto que
me llevaba su estudio”. En efecto, todo en el ambiente familiar de d’Orbigny estaba
impregnado de amor a la ciencia. Alcide y su hermano Carlos olvidaron los juegos
infantiles acompañando a su progenitor en investigaciones zoológicas y geológicas a la
orilla del mar, en los bosques y cerros. Carlos se haría médico como su padre, Alcide,
naturalista.
12 Los sabios franceses de la época, como Alexandre Brongniart, Geoffroy Saint-Hilarie,
Cuvier, Crodier, de Blainville, Latreille, acudían a la mansión de los d’Orbigny o daban
clases a los dos hermanos. De esta manera, todavía adolescente y sin dejar de estudiar
todas las ramas de la historia natural, por consejo de su padre, Alcide se dedicó a la
investigación de los moluscos radiados ocupándose de los cepalópodos microscópicos
durante seis años. Alcanzó a publicar apenas la introducción de su libro pues a
principios de 1824 fue convocado a la Academia de Ciencias de París cuyos directores
habían pensado en él para que acompañara como naturalista viajero a los funcionarios
de una compañía inglesa encargada de explotar las minas de Potosí (proyecto fallido
como bien se sabe), lo que despertó en él el amor a los viajes. Alcide no se sentía listo
para esta misión y pidió un año para prepararse. “La idea de recorrer América con
auspicios tan halagüeños -anotó- no podía menos que agradarme. Mil cuadros, cada uno
más seductor que el otro, se presentaban en mi imaginación. Ya me veía en el seno de
esa naturaleza virgen, rodeado de cosas nuevas y observando en su suelo natal a los
animales que caracterizan al otro hemisferio. Los consejos de ciertos viajeros
experimentados no contribuían menos a determinarme. Fui a visitar a los señores
profesores del Museo y acepté prontamente su propuesta, con la única condición de
permanecer aún un tiempo en Francia, para corroborar mis estudios y ponerme así en
condiciones de realizar un viaje más ventajoso: la Administración tuvo a bien
condescender a mis propósitos”.
13 El joven naturalista pasó los meses previos al viaje asistiendo a cursos de geografía,
etnología e historia, visitó a Humboldt en Alemania, quién le habló largamente de su
viaje a América, le obsequió un barómetro y le firmó recomendaciones para
personalidades del Nuevo Mundo. El Museo le fijó una pensión de seis mil francos
anuales que incluían su propia manutención, la adquisición de piezas de historia
natural y su transporte hasta París, suma notoriamente insuficiente para una
expedición de la magnitud de la prevista, por lo que d’Orbigny acudió al Duque de
Rivolí, protector de las ciencias naturales, quien le escuchó con deferencia, y le donó
tres mil francos más, sin los cuales, confiesa d’Orbigny “mi misión habría fracasado”. En
mayo de 1826, pensando que “ya no volvería a este santuario de la ciencia”, dejó París
para despedirse de su familia con sentimientos encontrados pero con una voz interior
que le decía “¡volverás a verlos!”, embarcándose en Brest para el Nuevo Mundo por la
vía de las Islas Canarias.
14 Alcide nació en Coveron (Loira Inferior) en 1802, y al divisar América ya independiente
del poder español y portugués contaba apenas con 24 años. Su meticulosa investigación
230

de los voraminíferos, inigualada antes y después, la atención y el respeto con que


escuchó a los sabios de su época, así como sus vastas lecturas le habían dado una sólida
preparación para la tarea que emprendía, al igual que un estilo literario atrayente y
fluido que en muchas páginas se eleva al nivel de la prosa poética, junto a una modestia
y simpatía que le sirvió para tratar con gobernantes y funcionarios o con chamanes y
jefes de tribu, departiendo con unos y con otros al mismo nivel de consideración y
respeto. A la vista de las costas del Brasil dice d’Orbigny: “Un aire embalsamado por el
aire de mil flores ya venía a nosotros. Disfrutaba de una felicidad perfecta... En el
momento de nuestra llegada, indefinibles emociones se habían apoderado de mí. Mi
corazón desbordaba y me causaba vivo pesar la imposibilidad de comunicar a alguien
los diversos sentimientos que lo agitaban a la vez. Por fin iba a poner el pie en la tierra
tan deseada, cuya exploración y estudio había deseado casi desde mi infancia; en la
tierra de los Colón y los Cabral que, bajo tan diferentes auspicios, se convertía para mí
en teatro de investigaciones a las que involuntariamente ligaba nobles ideas de gloria y
devoción a la patria y a la ciencia, dulces pensamientos de independencia y de reposo,
en el seno del hogar paterno, después de tantas correrías aventuradas. Ciertas
previsiones de fatigas, de decepciones, de disgustos incluso de peligros, quizás, también
venían, como las luces siniestras que anuncian las tormentas, a atravesar por
momentos mi imaginación exaltada; pero joven y lleno de ardor, confiado y enardecido
por las ilusiones juveniles, ¡qué me importaban entonces los peligros, los disgustos, las
decepciones y las fatigas! Nada me faltaba para ser feliz... Estaba en América!”.
15 Bellas y profundas son las reflexiones con las que se presenta al lector esperando que
éste reconozca “en la expresión siempre tan franca como profundamente sentida de
admiración y mi gratitud por unos, en la reserva y moderación de mi crítica a los otros
y en mi respeto por todos, un derecho más a esa confianza, cuya falta haría estacionaria
e infecunda para siempre la explotación de los más ricos tesoros de la naturaleza y de
los campos más fértiles de la inteligencia”.
16 D’Orbigny confiesa que el lector no debe buscar en sus páginas “la preocupación odiosa
del egoísmo y la vanidad” sino, reconocer el deseo natural y legítimo del autor “de
identificarme en cierto modo con él para hacerlo más útil a sí mismo y para convertirlo
en el confidente más íntimo de mis sentimientos e ideas”.
17 Con la modestia auténtica que es prenda de la inteligencia, d’Orbigny relata todos los
tropiezos e inconvenientes de su viaje no para vanagloriarse de haberlos superado sino
simplemente para que el lector tenga una idea precisa de lo que encontrará en el país.
Se califica al pasar de tener un “carácter emprendedor”, pues ciertamente no se
arredra ante nada. Podemos imaginar su aspecto físico por un retrato de la época de su
retorno a Francia, con una amplia frente ornada por abundante cabellera de color
oscuro, los ojos grandes y penetrantes, la nariz recta, los labios delgados y el mentón
firme, el cuerpo regular de hombros recios y amplio pecho.
18 Tampoco habla de su credo político, aunque podemos suponer que compartía las ideas
libertarias de los intelectuales de su época. Creía, eso sí, en los poderes de la razón y en
la ciencia como gran impulsara del progreso humano. En materia religiosa debió ser lo
que se llamaba entonces un libre pensador, quizá un agnóstico. No son pocas sus
críticas a los curas rijosos y borrachines con los que se tropezó con frecuencia.
231

Su recorrido por América Meridional


19 D’Orbigny llegó a Río de Janeiro cuyas montañas y selvas visitó extasiado; de allí
continuó al Uruguay, país ocupado por entonces por los brasileros y que recorrió palmo
a palmo, deteniéndose en Montevideo y Maldonado. Hacía tiempo que se había
esfumado el proyecto de la compañía inglesa que explotaría el cerro de Potosí, pero
Alcide permaneció fiel al compromiso que hizo con el Museo de Ciencias Naturales para
estudiar los países de la América Meridional. En seguida pasó a Buenos Aires, donde fue
testigo y relator de los desórdenes que vivía la república bajo la presidencia de
Rivadavia, embarcado en guerra con el Brasil, la ascensión de Dorrego a la presidencia,
el fin de la guerra, la caída de Dorrego y de Lavalle hasta el primer gobierno de Rosas.
Alcide viaja y anota escrupulosamente todo lo que ve y se remonta por el río Paraná,
recorriendo 1.500 kilómetros por el territorio paraguayo. Vaticina entonces que ésa es
la vía ideal para que los barcos lleguen hasta la provincia boliviana de Chiquitos,
poniendo el corazón del continente en contacto con el Atlántico y los mercados
europeos. Durante un año recorrió las provincias de Corrientes y de Misiones,
penetrando al gran Chaco y retornando por Entre Ríos y Santa Fe.
20 De retorno a Buenos Aires decidió bajar a la Patagonia, “tierra misteriosa, cuyo solo
nombre encerraba en ese entonces un no sé qué de mágico”. Concluía el año 1828, y
pese a la desolación de esa región desértica Alcide se dejó cautivar por ella durante
ocho meses. Los indios puelches, aucas y patagones se hallaban en pie de guerra y
atacaron la colonia del Carmen a orillas del río Negro. El viajero francés tuvo que
empuñar un arma y contribuir con los vecinos a la defensa común. De vuelta a Buenos
Aires, desalentado por la anarquía que reinaba ante la imposibilidad de pasar a Chile
atravesando la cordillera de los Andes tomó un barco que, por el Cabo de Hornos, lo
llevó hasta el puerto boliviano de Cobija, donde “la naturaleza parecía estar de duelo”,
tal era la tristeza de ese pedazo de costa que nada parecía tener de la riqueza proverbial
tan alabada del Perú. “Todo atractivo desapareció y experimenté, no sin vivo
sentimiento de tristeza –dice– el doble temor de no hallar nada pintoresco en esa tierra
ingrata y ver defraudadas por completo mis esperanzas de descubrimientos”. No era
hombre para desalentarse, y el optimismo es uno de los rasgos gratificantes de su
personalidad. “Sin embargo –añade– reflexionando al ver esa costa accidentada, esa
vasta extensión marina, y arriba rocas peladas, pensé que la zoología marítima y la
geología me ofrecían todavía tesoros y bastantes medios para llenar los momentos de
descanso”. Después de recorrer el sitio, continuó en otro velero hasta Arica, de donde
pasó a Tacna y subió al altiplano boliviano. Eran los primeros días de abril de 1830 y el
joven naturalista que ya había pasado cuatro años en América no sospechaba, frente a
ese paisaje desolado pero majestuoso, que el país que tenía a sus pies lo cautivaría por
tres años más. En sus obras: El hombre americano o Viaje a la América Meridional se ocupa
de nuestro país al que además dedicó un libro específico por encargo del Presidente
José Ballivián, publicado en París, en 1845.

La tierra prometida
21 El viajero contemporáneo que recorre hoy en una confortable aeronave jet la distancia
de Santiago a La Paz en tres horas, o incluso aquel que lo hace en un par de días en tren
o autobús no podría entender las condiciones que afrontaba el visitante de principios
232

del siglo XIX que debía transitar buena parte de esa distancia en barquillos a vela y
luego atravesar el desierto, desde la costa hasta La Paz, a lomo de mula, buscando
albergue en cualquier lugar, pues para entonces no había un hotel o posada en todo el
país.
22 Desde hace décadas visitan Bolivia expertos de los organismos internacionales pagados
a precio de oro habituados naturalmente a alojarse en hoteles de cinco estrellas,
munidos de todas las vacunas y seguros médicos imaginables cuyos informes y recetas
para la salvación del país van copiándose unos de otros. Cuando tienen que viajar por
tierra lo hacen en cómodas vagonetas guiadas por un experto chofer nativo. Sus notas
quedan registradas en computadoras manuales y los más curiosos toman fotografías del
paisaje o de los indígenas con cámaras con las que no se necesita ni siquiera calcular la
distancia del objetivo para lograr total nitidez en colores.
23 Esas gentes considerarían sin duda a d’Orbigny como un enajenado. Veremos enseguida
las condiciones en las que desarrolló una misión que ocho años atrás le había confiado
por amor a la ciencia la Academia de París. En su diario no puede establecerse los
recorridos que hizo solo y el número de acompañantes que tuvo en diversos trayectos
pues él mismo no lo dice con precisión. En todo caso, de Tacna a La Paz viajó seguido de
algunos arrieros encargados de cargar sus baúles, y en dos oportunidades menciona a
su fiel perro “Cachirulo”, la primera, cuando el can queda afectado como él, por el
“sorojchi” o mal de altura, y la segunda, en la selva cuando los gruñidos del animalito le
advierten que un jaguar está rondando el pequeño campamento.
24 Gobernaba el país el Mariscal de Zepita, Andrés de Santa Cruz, de quien Bolívar tenía
muy buena opinión, pero no así Sucre, que lo consideraba excesivamente afecto al Perú.
En verdad, Santa Cruz había sido llamado a Bolivia, su tierra natal, de Santiago donde se
hallaba representando al gobierno peruano. Al hacerse cargo del gobierno boliviano en
1829 Santa Cruz contaba con 37 años de edad, pero ya había tenido una considerable
experiencia pública. Los primeros años de la República fueron tormentosos; Sucre se
alejó en 1828 con el brazo quebrado por un balazo en un motín militar, y uno de los
presidentes, Pedro Blanco, cayó asesinado en su refugio en un monasterio de Charcas.
La larga guerra de la Independencia dejó al país en un estado ruinoso, con las minas
abandonadas y los campos sin cultivar. El Tesoro se sostenía en la en la práctica con el
tributo indígena. El primer censo nacional de 1831 arrojó la cifra de un millón ochenta
y ocho mil habitantes. Santa Cruz, admirador de Napoleón, dictó también los primeros
códigos y se lanzó frenético a la organización del gobierno, promulgando una ley de
amnistía, promoviendo las familias numerosas y el asentamiento de extranjeros en el
territorio. Se jactaba de que “no hay asesinos ni ladrones en las ciudades ni en los
caminos”. Y decía también que “en Bolivia sólo el crimen debe ser considerado
extranjero”. Ese es el país al que llegó d’Orbigny, quien enseguida escribió una carta al
Presidente de la República adjuntando las recomendaciones que traía. Santa Cruz le
contestó de inmediato ofreciéndole recursos económicos (que rechazó) y la compañía
de un oficial del ejército “y un par de jóvenes del país para que le hagan sociedad en las
soledades a donde se dirije”. El joven francés aceptó la compañía de los jóvenes, pero
tampoco se conoce si éstos permanecieron con él los tres años de su permanencia, lo
que es improbable.
25 En su viaje por Pelechuco, ya plenamente repuesto por la quinina que encontró en La
Paz, se encuentra feliz en el pueblo de Pata, “bajo una agradable temperatura
ligeramente caliente y húmeda en medio de la comarca más fértil del mundo”,
233

aumentando su entusiasmo cuando llega a San José de Chupiamonas cerca a Apolo.


“Parece que la naturaleza todo lo hubiese dado a esos parajes salvajes con una
prodigalidad digna de la Tierra Prometida. El extranjero quédase allí pasmado de
admiración ante la belleza de la vegetación y la abundancia de los frutos. Allí, en efecto,
los bosques ofrecen dondequiera vainilla bálsamo de copaipa, resinas, cortezas
aromáticas, gomas, una multitud de plantas medicinales y la cera y la miel de abeja. Las
frutas más exquisitas nacen espontáneamente, y entre ellas, el cacao, que dondequiera
se encuentra en estado silvestre y da abundantes cosechas. La caza ofrece allí aves y
cuadrúpedos, entre los cuales pueden citarse el tapir, los osos hormigueros, los
perezosos, muchos ciervos, los pecarís una especie muy pequeña de cerdo que en la
región les llaman queboqueres. En el Tuyche abunda la pesca. De extraordinaria
fertilidad, la tierra produce en abundancia arroz, maíz, yuca, maní, bananas, ananás,
algodón y caña de azúcar”.
26 Para su recorrido por la provincia de Chiquitos estuvo acompañado un alemán, sus dos
jóvenes acompañantes, dos intérpretes, de quechua y aymara, y dos muleteros
cruceños. “Eramos nueve personas en total –dice– y teníamos siete muías de carga. Esta
escolta, bien armada de fusiles y lanzas, tenía un aire imponente y constituía una
expedición en regla”. Como quiera que no circulaba dinero en las misiones, asesorado
por los viejos misioneros replegados en la ciudad de Santa Cruz, d’Orbigny gastó cuatro
mil francos en la adquisición de cuchillos, hachas, gruesas agujas de coser, estampas,
espejos, vidrios de colores, alhajas de pacotilla, cintas de los colores más vivos,
pañuelos de algodón muy matizados, lana coloreada para bordar, y finalmente, tela
negra y azul para los jefes, con todo lo cual se ganó la simpatía de todos los pueblos que
visitaría. Más adelante, ya en el corazón de Chiquitos, dispuso de 48 indígenas para el
transporte de sus doce baúles, cuatro por baúl, además de 12 cocineros y dos
intérpretes de lenguas del lugar, gracias a la cortesía del cura y del administrador de la
misión de San Javier.
27 Viajaba con un fusil de dos caños y unos pocos instrumentos científicos, brújula, un
largavista, un microscopio y una lupa con los que provocó la admiración irrefrenable de
los selvícolas. Anticipándose en dos siglos a Melquiades que llevó el hielo a Macondo,
Alcide dejaba estupefactos a los indígenas haciéndoles ver pulgas gigantescas o
poniendo las estrellas al alcance de sus manos. Se divertía también con el pasmo que
causaba al encender un cigarro con el calor del sol concentrado a través de su lupa. El
trato que le daban todos era el de “Don Carlos” o “Señor doctor”. Portaba también
algunos pomos de medicina de los cuales el más apreciado era el de quinina. Por el
hecho de ser europeo (pero no español), los bolivianos de todas las condiciones lo
consideraban médico y además relojero, aunque él se presentaba simplemente como
naturalista. En los villorrios a los que llegaba, las gentes le consultaban no solamente
sobre plantas medicinales sino que además presumían que les podía devolver la salud y
poner a funcionar sus viejos relojes, tareas ambas que trataba de cumplir con la mejor
buena voluntad. No era extraño que le hicieran estas consultas pues en Cochabamba
encontró un solo médico y en Santa Cruz ninguno. Al pasar, hablando de su estadía con
los yuracarés anota un hecho curioso: la noche de su llegada habían hecho una fiesta
con chicha del lugar. “Al día siguiente –refiere– estando en el trabajo, algunos indios se
quejaron de dolor de cabeza, que era sin duda una de las consecuencias de la fiesta.
Para curarse se hicieron clavar bajo la piel de las sienes unas agujas largas, asegurando
234

que se sentían aliviados”. ¿Cómo pudo llegar la acupuntura a esa remota región del
trópico boliviano?
28 Concibió la idea de llevar algunos indios jóvenes a Europa para hacerlos estudiar en
colegios con el objeto de determinar su capacidad intelectual, y en Chiquitos reclutó a
dos jóvenes de esa nación deseando también llevar a un guarayo adolescente.
Informado el cura, transmitió el pedido al cacique y éste, acompañado de un numeroso
grupo de tribeños, visitó a d’Orbigny llevando de la mano a un niño:
29 “Es mi nieto –le dijo–; se llama Mbuca ory (Risa gozosa). Te lo doy porque perdió a su
padre, y te creo digno de reemplazarlo; míralo como a tu hijo y haz de él un hombre;
sobre todo, que no sepa nunca lo que es el robo, que tanto detestamos, y que sea digno
de llamarse guarayo.
30 Le pregunté qué quería que le diese.
• Dame un hacha y un machete –respondió.
• Dale un hacha a su madre y un cuchillo a su hermano; son las cosas que estimamos más y que
más útiles nos serán si algún día, para huir de la esclavitud, estamos obligados a volver a la
selva de donde hemos salido”.
31 Alcide le entregó lo que le pedía, convirtiéndose en propietario del indiecito, a quien
hizo vestir inmediatamente. “Era un niño de ocho años, de un rostro encantador, muy
espiritual, a quien le convenía perfectamente el nombre de Risa gozosa”.
32 ¿Que pasó con Risa gozosa y los otros dos adolescentes de Chiquitos? Vuelven a
aparecer en las páginas al final del diario cuando el naturalista francés, ante la
imposibilidad de llevarlos consigo, los devuelve a sus mayores. La fascinante idea de
d’Orbigny de transformar la arcilla virgen de las mentes de estos jóvenes educándolos
en Europa sería llevada al teatro, en otro contexto y con distintos personajes, en el siglo
XX por George Bernard Shaw en Pigmalión. El 27 de septiembre de 1833 se embarcó en
Valparaíso con seis jóvenes bolivianos escogidos por el gobierno para seguir estudios de
metalurgia en Francia. Tampoco se conocen sus nombres ni el destino que corrieron.
Un nombre rescata d’Orbigny, con gratitud, por haber traducido al español el libro
sobre Bolivia que publicó en Francia por encargo del gobierno boliviano, el de Ricardo
Bustamante, a quien debió conocer en París y cuyo buen dominio del español
contribuyó sin duda a engalanar el excelente texto original del francés.
33 D’Orbigny se desplazó por el territorio boliviano a lomo de mula y caballo, en barcazas
construidas de un solo tronco gigantesco, en las que recorrió los inmensos ríos del
noroeste anchurosos como el mar, desbocados y caprichosos como corceles en las
cachuelas y cataratas, o también a pie bajo la lluvia o el sol calcinante. Prefería dormir
al aire libre, pues las viviendas de los indígenas en el altiplano consistentes de una sola
habitación y una pequeña puerta de ingreso, en las que reposaba toda la familia y los
animales de crianza, se hallaban totalmente tiznadas por el humo del fogón, con pieles
de oveja que servían de camas, repletas de piojos. En el oriente, pese a las lluvias
torrenciales, también optó por quedarse a la intemperie, pues las pocas habitaciones
disponibles eran habitadas por murciélagos que succionaban la sangre del
desprevenido viajero o por vinchucas, garrapatas y piojos que lo atormentaban con sus
picaduras.
34 Algo que no deja de llamar la atención del viajero es la indiferencia de los pájaros hacia
el hombre. Como quiera que los indios no los molestaban, pese a los disparos de fusil,
las aves no huían del cazador. “¡Qué diferencia con nuestros países poblados –
235

reflexiona–, donde actualmente el más pequeño pájaro huye del hombre, tanto como lo
ve, como del mayor enemigo de su descanso! Esa tranquilidad de los seres les permite
multiplicarse de tal manera que los campos, los jardines, los bosques están repletos de
un número considerable de bandadas de pájaros de diversas especies, viviendo cada
uno a su gusto, recorriendo incesantemente las montañas y hallando todos un alimento
abundante y fácil”.
35 A lo largo de toda su obra se advierten en d’Orbigny tres preocupaciones
fundamentales: el estado de postración y explotación en que encuentra a los indios de
todas las regiones de Bolivia, tanto quechuas y aymaras de la altiplanicie y los valles,
como los todavía numerosos grupos étnicos de la región oriental; la indiferencia y el
trato irresponsable de los bolivianos hacia la naturaleza manifestada en todas partes
por la quema de los bosques y la floresta, y, finalmente, la admiración que le produce
una tierra tan pródiga en toda clase de recursos y sus reflexiones sobre un mejor
aprovechamiento de esos dones para terminar con la pobreza y convertir a Bolivia en
una de las naciones más prósperas de continente.

De las cumbres nevadas a la selva amazónica


36 Desde la ciudad de La Paz se desplazó primero por la provincia de Yungas, y siguiendo
la vertiente occidental pasó a las provincias de Sicasica y Ayopaya hasta llegar al valle
de Cochabamba, donde creyó ver “la tierra prometida en el seno del desierto”. De esta
ciudad continuó viaje hasta Santa Cruz de la Sierra, recorriendo 500 kilómetros de
valles y montañas con escalas en Vallegrande y Samaipata. Entre d’Orbigny y la gente
de Santa Cruz se produjo un amor a primera vista. Le sedujeron el trópico lujuriante, la
bondad y hospitalidad de los hombres, la gracia, franqueza y atrevimiento de las
mujeres, a las que consideró sin duda como las más bellas del país.
37 Quedó prendado de ellas, que lo recibieron con los brazos abiertos en la ciudad donde
constituían mayoría en razón de que los hombres se hallaban en el campo trabajando, o
los más pudientes en Sucre estudiando Derecho. “Atravesé muchas calles –añade–
donde vi a todas las mujeres salir a las puertas para contemplarme. Unas gritaban es un
colla, otras más jóvenes decían: yo fui la primera en verlo será mi camarada, mi visita”.
D’Orbigny se apresura en aclarar, como buen caballero galo, que estos términos no
tienen ningún significado escondido y que se refieren solamente a las personas que se
reciben como amigos. Afirma no obstante que las mujeres cruceñas, las más bonitas y
de modales más graciosos de la República, son “de hermosa talla, llenas de gracia,
amigas de los bailes y diversiones sobre todas las cosas, gentiles en la vida social y muy
espirituales por naturaleza, no les basta el superlativo de: te amo muchísimo, y por ello
han inventado un superlativo mayor, imposible de encontrar en el francés: “te amo
muchininísimo”. Mimado por la sociedad cruceña e invitado a todas las fiestas que
describe pormenorizadamente, permaneció ocho meses en la ciudad –
comparativamente el tiempo más largo que estuvo en cualquier otro sitio de la
República– y allí sin duda se enamoró apasionadamente de alguna beldad, guardando
sin embargo la suficiente discreción para no hacer mención alguna del nombre de la
que lo sedujo. En su correspondencia al Ministro de Gobierno, que se guarda en la
Biblioteca Nacional [y Archivo Nacional] de Sucre hay apenas una alusión a un abogado
cruceño, posiblemente un marido ofendido, de quien recibió manifiestas pruebas de
hostilidad.
236

38 La activa vida social a la que se veía obligado y el romance o los romances que tuvo en
Santa Cruz no lo alejaron sin embargo de su obsesiva búsqueda de muestras de la fauna
y la flora y la composición de la tierra. Sugirió al gobierno instalar un puerto cerca de
las ruinas de la antigua misión de Santo Corazón próximas al río Oxuquis, a poca
distancia del río Paraguay, para establecer una vía de comunicación con el océano
Atlántico a través del río de La Plata. Se internó enseguida en las vastas provincias de
Chiquitos y de Moxos, disfrutando y sufriendo en sus varios ríos navegables. En lo más
profundo de las selvas encontró a los guarayos, cuya personalidad y costumbres le
cautivaron totalmente. Pensó que ese pueblo por su hospitalidad y don de gentes, al que
jamás atormentó la envidia y el odio, “plaga moral de las civilizaciones más groseras
como de las más refinadas”, representaba “el poético ensueño de la edad de oro”. Los
guarayos tenían el privilegio de habitar tierras ubérrimas. ¡Si algunas veces había yo
suspirado viendo yacer en el abandono campos magníficos, mientras que en Europa
tantísimos infelices labradores perecen de miseria, cuánto más agudo no debió ser mi
sentimiento en presencia de aquellos lugares, los más abundosos que yo había
encontrado hasta entonces, y en donde una naturaleza tan prodigiosa, y de un lujo de
una vegetación extraordinario, parece estar pidiendo brazos que vengan a utilizarlos
por medio del cultivo productor!”.
39 Del país de los guarayos d’Orbigny continuó remontando el río San Miguel por ocho
días hasta la misión del Carmen, y luego por los ríos Blanco, Itonama y Machuco a las
misiones de Concepción, Magdalena, San Ramón y San Joaquín. Siguió luego por los
anchurosos Guaporé y Mamoré, a las misiones de Exaltación, Santa Ana, Trinidad y
Loreto. Era verdaderamente impresionante el despliegue de las cuarenta canoas y
seiscientos hombres que acompañaban al naturalista. Al atardecer, las canoas
atracaban en algún claro de la selva y los indios entonaban en coro cánticos religiosos
aprendidos de los jesuitas medio siglo atrás. “Esos cantos -anota el viajero francés- me
habían embarcado en una dulce melancolía que rimaba con el vacío de mi pensamiento,
y sobre todo con el respeto que me inspiraba la virgen belleza de esos parajes”. En el
día, los viajeros debían enfrentarse a tempestades eléctricas, lluvias constantes, vientos
que desviaban peligrosamente a las canoas, o el deslizamiento de las barrancas que
arrastraban consigo enormes troncos. Ayudado por los indios cayubabas, los mejores
remeros de la región, subió por el río Mamoré hasta la confluencia del río Chapare
durante quince días en los que los altos bosques no dejaban ver sino el profundo surco
del agua, hasta la nación de los yuracarés en las últimas estribaciones de la cordillera
Oriental. Siguiendo el curso del río San Mateo, llegó a una cornisa cortada a pique
quedando suspendido a doscientos o trescientos metros de altura. Los demás
prefirieron apearse de sus muías por miedo a caer al precipicio pero d’Orbigny
continuó en su cabalgadura sabiendo la firmeza del paso de los animales. Todos sufrían
de vaídos y el vértigo provocado por el rugir del torrente. “Cuando en semejantes
circunstancias puede conservarse la sangre fría –dice d’Orbigny– se goza del hechizo de
contemplar esas majestuosas escenas de la naturaleza”. A menudo debían cruzar varias
veces el mismo río, descargando las muías y amarrándolas con un lazo largo para
estirarlas desde la otra orilla, mientras los hombres cargados con los bultos pasaban el
ensordecedor curso de agua ayudándose con troncos; todo esto a lo largo de cien
kilómetros que los llevaba desde el nivel del mar hasta cerca de 5.000 metros en la
cumbre. “Nunca había experimentado –dice el viajero galo– una transición tan brusca
del calor extremo al frío más penetrante. En efecto, al cabo de tres días había visto
cómo la naturaleza cambiaba rápidamente de aspecto a medida que ascendía. Poco a
237

poco habían desaparecido los árboles cuya copa se alzaba hasta el cielo, las elegantes
palmeras y los helechos arborescentes de follaje tan ligero. A los árboles los habían
reemplazado los chaparrales, a éstos las pequeñas gramíneas, y la nieve había sucedido
a los sitios risueños de las regiones cálidas, alegradas por esos pájaros pintados con
colores tan vivos que con su sola presencia parecen animar a unas flores cuyo brillo no
desmerece el de su plumaje”.
40 En la gruta de Palta Cueva en torno a una fogata los arrieros le contaron recién las
horribles muertes que encontraron en ese recorrido numerosos viajeros. Todos los
testimonios acreditan en efecto el alto riesgo que significa cruzar esos lugares. Tadeo
Haenke, que conoció el lugar escribió: “En todas partes tiene la entrada de los Andes sus
dificultades y pasos peligrosos; pero ésta las tiene con preferencia duplicadas y todo el
tránsito es un conjunto de precipicios y laderas perpendiculares”. El padre La Cueva le
hizo saber a d ’Orbigny que “la entrada a estos lúgubres bosques es uno de los caminos
más fragosos y arriesgados de cuantos transitan el género humano. La elevada
cordillera que hay que atravesar es de doce leguas de largo, sin el menor auxilio, que
tampoco lo hay en todo el camino, cuyas frecuentes nevadas han hecho padecer, desde
el corto descubrimiento de aquellas montañas, a centenares de personas y millares de
bestias”. Tan aliviada quedaba la gente al haber salvado el pellejo, que se estableció la
curiosa costumbre de hacer apear a todos los viajeros obligándolos a bailar, cosa que
hizo también d’Orbigny de muy buen grado. Después de quince horas de marchas
forzadas, serpenteando precipicios, los viajeros llegaron a la aldea de Cotani,
prosiguiendo al valle de Cochabamba, luego de un mes de la salida de Trinidad. Todo
me asombraba -escribe d’Orbigny–, todo me parecía extraordinario, hasta el pan que no
había saboreado desde que marché de Santa Cruz de la Sierra“.
41 Apenas permaneció en Cochabamba veintidos días, y en ese tiempo propuso al Mariscal
Andrés de Santa Cruz buscar un nuevo camino, más fácil y expedito a la región de
Moxos, proposición recibida con alborozo. Acompañado por un religioso, un señor
Tudela, y algunos arrieros indios que cada vez mostraban mayor desgano por las
dificultades del trayecto en el que había que cruzar incontables ríos o caminar al borde
de precipicios, abriéndose paso por entre la maleza, llegaron a la cima de la montaña
desde donde, cuando se entreabrieron las nubes, d’Orbigny descubrió en la lejanía un
río en medio de la selva. ”Era éste como el puerto que aparece al navegante al cabo de
una prolongada travesía; era el resultado de mis cálculos, el triunfo de mis ideas, un
tributario en fin del río Sécure que yo había dejado cerca de la Trinidad de Moxos“. De
allí continuó caminando hasta la tierra de los yuracarés en el corazón de la selva más
hermosa del mundo“, con quienes ubicó un árbol de 25 pies de circunferencia y varios
siglos de edad. Trabajando a la par que los indígenas, d’Orbigny convirtió el tronco en
una embarcación espaciosa, y con tres acompañantes y la provisión de yucas y otras
raíces siguió viaje por el río Sécure con el riesgo de volcar la embarcación a cada paso.
Su alimento se redujo al pescado sin sal, hasta llegar a las aguas del río Mamoré en
pleno Moxos, objetivo de tan penosa travesía y donde los selvícolas que salieron a su
encuentro no lo reconocieron, tanto había cambiado su rostro por las penalidades del
viaje. D’Orbigny había cumplido su promesa al gobierno boliviano encontrando un
camino más fácil y breve de Cochabamba a Moxos que el que se utilizaba por el
Chapare. Sus informes sobre esta vía abierta afrontando toda suerte de riesgos señalan
con toda precisión los gastos en que incurrió y en los que no hay un solo centavo para
él. Entre los ítems figuran los salarios de:
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42 Dieciocho peones 168 pesos


43 Cuatro carpinteros 112 pesos
44 Alquiler de seis muías 18 pesos
45 Un intérprete 25 pesos
46 Avalorios para obsequiar a los indios 27 pesos
47 Gastos de abastecimiento para cuarenta días de camino 50 pesos
48 TOTAL 400 pesos
49 Los informes que reposan en la Biblioteca Nacional [y el Archivo Nacional] de Sucre
equivalen contemporáneamente a una suerte de estudio de prefactibilidad para el
trazado de un camino. Hoy día el gobierno tendría que pagar por un trabajo de esa
naturaleza varios centenares de miles de dólares y por supuesto no encontrará un
ingeniero dispuesto a hacer el trabajo.
50 Concluidas sus investigaciones y recolecciones en Moxos, Alcide se embarcó
nuevamente subiendo el Mamoré hasta el río Sara y de ahí al Piraí, curso que siguió por
quince días hasta las cercanías de Santa Cruz de la Sierra, donde permaneció casi dos
meses. “Con cuánto regocijo trepaba yo –dice– por esas laderas, donde tan lindos
vegetales se engalanaban con sus joyeles, o recorría los prados sin saber a qué sitio dar
la preferencia, pues que cada uno de ellos me ofrecía un encanto que para él era
particular, un tipo diferente. Confieso que nunca me había sentido tan maravillado en
presencia de las bellezas de ese suelo, cubierto por un dosel tan espléndido”.
51 De allí siguió a Samaipata, Vallegrande, Mizque, Arque, Chayanta, hasta llegar a la
ciudad de Chuquisaca, pasando por Tomina, Tacopaya, Tarabuco y Yamparáez. Después
de una estancia en la capital de Bolivia [hoy ciudad de Sucre] atravesó los ríos de
Cachimayu y Pilcomayo, dirigiéndose a Potosí, donde admiró sus grandes lagunas
artificiales e ingenios, su Casa de Moneda y su Cerro Rico, del que dibujó una vista
aérea. De Potosí siguió viaje a Tarapoya, Yocalla y la garganta de Tola Palca hasta el
valle de Ancacato, el lago de Pansa y el valle de Cóndor Apacheta, de donde se dirigió a
la ciudad de Oruro en medio de campos cultivados de papa o dedicados a la cría de
llamas y alpacas. De allí visitó la provincia de Carangas, repleta de antiguas fortalezas
incaicas y tumbas de adobe. De vuelta a Oruro inspeccionó Caracollo, Sica-Sica y
Calamarca, y en su recorrido a La Paz se desvió para visitar la ciudad lítica de Tiwanaku,
donde en pleno descampado pudo hacer numerosos dibujos de las esculturas de mil
años diseminadas en el campo. Visitó también el lago Titicaca, de donde volvió a pasar
por última vez la cordillera Occidental en dirección al puerto de Arica, para bajar por
mar hasta Valparaíso, víctima todavía de una “fiebre intermitente”, en los primeros
días de octubre de 1833. Tres meses después llegaba a París para visitar enseguida el
Museo de Ciencias Naturales y entregar a sus directivos el fruto de sus desvelos. Nadie
sin duda había trabajado por tanto tiempo y con tal devoción en servicio de la ciencia.
52 A diferencia de Chile y de Argentina, países en los que encontró un permanente
desorden, motines y levantamientos de indios, Bolivia se hallaba en un excepcional
periodo de paz social. No se encuentra en las páginas de d’Orbigny ni un solo episodio
de violencia entre personas en ninguna de las vastas regiones por él visitadas, ni
siquiera en las selvas del trópico donde fue recibido por las diversas etnias con la mayor
cordialidad y simpatía, que él supo ganar ciertamente con su don de gentes y sus
obsequios de abalorios.
239

53 Adviértase: en Bolivia encontró múltiples abusos contra los indígenas de todas las
regiones, injusticias, etc., hechos que denunció con vivo interés y genuina
preocupación (esto decimos a propósito de la infinita paz que dice Mariano al referirse
a la Bolivia de esas épocas en que no estuvo en nuestras tierras.
54 En las siguientes páginas de su extensa introducción Mariano escribe sobre los
siguientes temas: La otra cara del paraíso; Defensor de naturales; Defensor de la
naturaleza; amor por Bolivia; Retorno a Francia y últimos años.

La otra cara del paraíso


55 D’Orbigny no profiere una sola queja por las terribles condiciones en que viaja ni los
magros alimentos que consume o los varios rechazos que sufre por parte de estúpidos
funcionarios o curas que le niegan albergue y alimento; registra esos hechos como
parte inevitable de su travesía; compensados con creces para él por la magnificencia de
la naturaleza y la belleza de los parajes: “En América –exclama– todo es grandioso: los
relieves, los valles; y el hombre con sus proporciones ordinarias parece más pequeño
aun junto a esos grandes y vastos contrastes de la naturaleza”. Señala que si resulta
agradable viajar en Europa, donde todas las comodidades se escalonan a lo largo de los
caminos, “está muy lejos de ser así en el Nuevo Mundo. Es necesario una firme voluntad
para recorrer un largo itinerario; pero es indispensable fuerza física, porque sin ella
sería difícil resistir las fatigas del día y la agitación de las noches”. En el altiplano... el
termómetro que de día marca hasta 23 grados, desciende, hacia las seis de la mañana,
hasta –5o grados centígrados, diferencia enorme que hace más sensibles ambos
extremos y provoca mucho sufrimiento. ”Un viento muy intenso y de una sequedad
enorme, extiende sin cesar la piel del rostro, en todas partes partida, especialmente en
los labios. Sale sangre a cada momento, lo que aumenta considerablemente el dolor. A
fin de defenderse, los habitantes llevan una tapacara, especie de máscara de tejido; yo lo
sufrí más de una vez, mientras residí en la meseta boliviana. La humedad de la
provincia de Yungas fue lo único que me curó suavizando mi piel. Experimenté también
siempre los efectos de la rarefacción del aire. Los dolores de cabeza y las palpitaciones
del corazón no me dejaban un momento de descanso”.
56 Pese a su excelente ánimo hacia Bolivia, su encuentro inicial con el país fue desastroso.
Su primera comida desde el desayuno, a las 8 de la noche, consistió en un trozo de
carne de cordero a medio cocer que exhalaba un horrible olor a humo. El almuerzo del
día siguiente fue igual. Distraído en analizar los animales que veía, d’Orbigny trató de
apurar el paso de su bestia para dar alcance a los arrieros, pero el animal dio tales saltos
que sin darle tiempo a descender, de un solo golpe se desembarazó de él, de la montura
y de las riendas. Cayó a lo lejos sobre ambas manos y cuando quiso levantarse sintió tal
dolor en las muñecas inmovilizadas que pensó que estaban rotas. Su primer contacto
con una autoridad del país fue con un coronel perdonavidas que quiso quedarse con sus
bienes. Con ayuda de sus arrieros, el viajero francés pudo pasar su equipaje al otro lado
del Desaguadero, pero el aduanero se dio el gusto de detenerlo sin razón alguna por un
día. “Por la noche –refiere d’Orbigny– me vi obligado a hacerme desnudar, no pudiendo
mover los dedos de la mano derecha. Durante toda la noche, una fiebre ardiente y vivos
dolores me impidieron cerrar los ojos; por eso al día siguiente, cuando finalmente se me
permitió ponerme en camino, tuve mucho trabajo para montar en mi mula. Sin
embargo, tan endurecido a los sufrimientos físicos como a la fatiga, debí continuar,
240

como si nada me hubiera sucedido”. Mientras se repone, sus arrieros le cuentan de


otros arrieros europeos que han perecido, agobiados por la altura, en esos sitios.
57 En Ayopaya llega a una gran playa de aguas límpidas que sin embargo “ocultan
influencias pestilentes, fiebres violentas, intermitentes o continuas pero siempre
mortales en pocos día” cuya naturaleza traicionera se conoce porque allí no se acercan
los pájaros. En otra oportunidad, en San José de Chiquitos empeñado en establecer con
exactitud los yacimientos geológicos de una montaña, trepó a su cima, a costa de mil
esfuerzos en el calor sofocante del mediodía: “Jadeando bajo el fuego de un sol ardiente
y muriéndome de sed, descendí a la cabaña. Pedí agua para refrescarme y en seguida
me trajeron, sacándola de la vertiente. La bebí toda sin respirar y me acometieron de
inmediato unos vómitos atroces que duraron parte del día. En aquellas regiones, los
primeros meses de la primavera, antes de la estación de las lluvias, son los más difíciles
de soportar. Un calor seco y sin viento obliga a respirar un aire ardoroso que no
atempera siquiera la frescura de las noches de las otras estaciones. Expuesto todos los
días a este calor aplastante, sufría sus efectos funestos, en forma de un malestar
continuo, un desfallecimiento que sólo mi ánimo podia sobrellevar. Por cierto que no
habría resistido si el viento sur no hubiera refrescado la atmósfera la misma noche,
devolviéndome la energía”.
58 Siente en las alturas la cabeza a punto de estallar y el corazón que le revienta en el
pecho, mientras en el trópico soporta semanas de lluvias torrenciales sin tener donde
guarecerse, pasando muchas veces la noche de pie para proteger sus papeles y
muestras. Su alimentación, como la de sus ocasionales acompañantes, se reduce en el
altiplano a papas y huevos. El pan es un lujo que sólo encuentra en las ciudades.
Censura la abusiva costumbre de los arrieros (y mucho más los militares) quienes, para
alimentarse, arrebatan a los campesinos ovejas, sin pagar nada por ellas, lo que provoca
el encono de los naturales y el ocultamiento de los animales. El joven francés establece
la norma de pagar el precio justo y así consigue carne en sus recorridos, pero muchas
veces refiere que ha pasado todo el día sin probar bocado y debe acostarse a la
intemperie tomando un poco de agua helada. En el oriente su alimentación se limita a
trozos de carne que cuando es fresca se la asa o se la come hervida convertida en locro,
sazonada con arroz y yuca, que era el alimento ordinario en los viajes. La carne se
pudre a menudo por la humedad. También se emplean algunos puñados de maíz, dieta
reforzada en algunos sitios por la carne de monos y de aves que consigue cazar con su
fusil, que también le sirve para alejar a los jaguares que merodean su campamento. Su
arma era la última palabra de su clase puesto que ya se cargaba por la culata y no por la
boca, como había sucedido desde finales del siglo XVII, cuando empezó a utilizarse
pólvoras fulminantes que se inflamaban al choque provocado por una llave de
percusión, operación que tenía lugar en 26 tiempos. Las guerras napoleónicas pusieron
a Francia a la vanguardia en materia de fabricación de fusiles a la par de Prusia. Los
fusiles de repetición, con varios cartuchos disparados sucesivamente, aparecerían
recién en la Guerra de Secesión norteamericana, treinta años después.
59 En las proximidades de Achacachi, Alcide sintió accesos de escalofríos y fiebre a los que
no prestó atención. Montado a caballo, en compañía del corregidor, quiso subir a la
montaña más alta recorriendo diez kilómetros por medio de sendas rocosas muy
difíciles de trepar. Pese a los escalofríos intensos continuó la ascensión. En la cima,
“debido a la rarefacción del aire, el frío me provocó un temblor más fuerte y dolores de
cabeza realmente atroces. Mientras duró el escalofrío me vi obligado a acostarme en el
241

suelo; pero cuando el calor del acceso comenzó, quise, a pesar de mis sufrimientos,
llegar al fin de mi carrera. Luchando contra la fiebre, determiné la posición de todos los
puntos visibles del interesante conjunto que tenía ante mis ojos”. Días después
d’Orbigny, que no ha dejado de inspeccionar todos los lugares que le quedan a mano,
llega a la finca de una señora para la que portaba una carta de recomendación. La dama
lo atendió amablemente y Alcide se dedicó a recoger conchas fósiles pero volvió a caer
bajo la acción de la fiebre. “Parece que tuve un acceso terrible –dice al pasar– con un
delirio que afligió mucho a mi huésped. Por eso me encontraba mucho más agotado al
día siguiente, y tuve que armarme de valor para determinarme a intentar hacer a
caballo las doce leguas (60 kilómetros) que aún me separaban de La Paz en donde
podría encontrar los medios para curarme”. Al concluir este capítulo d’Orbigny formula
una observación justísima: “Esta llanura inmensa que en otra ocasión me habría
admirado, estaba entonces desprovista de todo encanto para mí; que nada es tan cierto,
como muchas veces lo comprobé, que las disposiciones físicas y morales en que uno se
encuentra son prismas que coloran diferentemente los objetos”. En ese momento de
profundo desaliento d’Orbigny se siente embargado por el ardiente deseo de retornar a
su patria.
60 Cerca de Samaipata, en la cumbre de las Abras, “olvidé por un instante los malos
caminos, viendo numerosas plantas criptógamas, entre las cuales helechos
arborescentes, árboles verdes y una vegetación casi tan exuberante como la de la
provincia de Yungas; pero las frecuentes patinadas de mi mula me trajeron
rápidamente a la realidad. Descendí más de diez metros de un solo tirón y creí prudente
efectuar el trayecto a pie hasta el río. Estaba como encajonado entre las colinas
cubiertas de bosques tupidos, cuya vista es más espantosa que alegre. Si el descenso fue
difícil, no era nada en relación a la dificultad que presentaba la cuesta rápida que tenía
ante mí. Al principio estuve a punto de descorazonarme. A pie, estaba obligado a
prenderme de los árboles; en mula, cuatro o cinco veces seguidas, podía romperme las
piernas. No había, empero, medio de retroceder; por eso, tanto a pie como montado,
resbalando y cayendo, amenazado de rodar sobre las mulas que estaban debajo de mí o
pudiendo temer ser aplastado por las que me precedían, llegué finalmente a la cima del
Cerro Largo”. Después de ese descenso y una larga jornada de camino “vi un galponcito
construido para albergar a los viajeros pero estaba tan lleno de pulgas que preferimos
acampar al aire libre”... “se prendió fuego y algunos trozos de carne seca arrojados
sobre las brasas y junto al agua del arroyo vinieron como de ordinario a reparar la
fatiga de la jornada, una de las más penosas que he pasado”.
61 Pero cuando no son las pulgas pueden ser los murciélagos que llenan las habitaciones
de un fuerte olor de almizcle. “Se aproximan de noche sin despertar a la víctima, le
hincan en la piel sus dientes finos como agujas y succionan su sangre. Hacen todo esto
con tal suavidad que recién se advierte al día siguiente. Rara vez los vampiros se
introducen a las casas, pero al aire libre hay que cubrirse por completo para librarse de
ellos; así es cómo los indios tienen la costumbre de protegerse la cabeza, lo que no
impide a los murciélagos picarles las piernas. Me lastimaron a menudo pero solamente
en los pies. La mordedura no tiene importancia por sí misma pero produce llagas y
atroces dolores, parecidos a los que causan las sanguijuelas”.
62 Más cerca de Santa Cruz se enfrenta a la cuesta de Petaca cuya pendiente en lugar de
haber sido trazada en largos zig-zags en las laderas de la montaña conforma una
especie de escalera giratoria, por la que d’Orbigny creyó más prudente descender a pie
242

sin dejar de buscar élices e insectos. “Obligado constantemente a frenar para no ir más
rápido llegué con fuertes dolores en las articulaciones... debajo de la cuesta
experimenté un sentimiento de horror al contemplar la montaña que acababa de
descender y pensando que el resto del camino no sería más fácil”. En efecto tuvo que
cruzar el río diez veces por medio de las rocas con el riesgo de caer con la mula o
perder el equipaje. “Si se produce una tormenta el río crece tan rápidamente que no
queda otro remedio que detenerse en el sitio sin poder avanzar ni retroceder y perecer
de hambre o ser arrastrado por la corriente”. En ese mismo viaje, al dar un fuerte
hachazo a una rama seca ésta cedió con mucha más facilidad y el hacha penetró con
violencia en la rodilla del viajero dislocándole la rótula. “Obligado a subir y bajar a
pesar de esta herida, y a cruzar el río varias veces, me contenté con atarla con un
pañuelo; pero por la noche, completamente empapado y expuesto al fresco del rocío,
sentí un vivo dolor que me impidió gustar el reposo. Como consecuencia de mi herida,
apenas podía caminar; sin embargo, como me era imposible quedarme en ese lugar,
tuve que continuar andando, con mayor dificultad aún, pues me torcí ligeramente el
otro pie. Crucé no menos de cinco veces el río, pero la última era tan honda [el último
era tan hondo] que para atravesarlo fue necesario fabricar una balsa con ramas secas.
Anduve todavía unas tres leguas escasas hacia el norte... Por la noche desertaron tres
indios”.
63 En el otro viaje, por las cercanías de Santa Cruz los viajeros son víctimas, como en otras
partes, de las picaduras de los mosquitos: “Sentimos a tal punto los efectos, que, a la
mañana siguiente, cada uno de nosotros, al mirar a los otros, no pudo aguantar la risa, a
tal extremo nuestros rostros estaban hinchados y desfigurados. Por mi parte, apenas
podía abrir los ojos. He observado que las consecuencias de esas picaduras sólo se
producen en los primeros días. La epidermis se habitúa a la larga. Se siente el mismo
dolor, pero no hay inflación y la picazón es menos persistente. Todo durante esa noche
contribuyó a contrariarme”.
64 Además de los mosquitos, d’Orbigny encuentra en los bosques a las abejitas sin aguijón
que se posan por miles “en la cara y manos del viajero, buscando la humedad con
encarnizamiento sin igual, por lo que eligen en especial boca y ojos. No se puede hablar
sin tragarlas y es preciso espantarlas sin cesar del rostro, al que rodean con una nube
espesa”.
65 El jaguar o tigre americano es una presencia permanente a lo largo de los largos meses
que pasa d’Orbigny en el oriente de Bolivia. Se lo siente siempre merodeando los
campamentos, en ocasiones se lleva alguna vaquilla y en una oportunidad da muerte a
uno de los ayudantes del naturalista francés.
66 Los nativos se enfrentan a ellos con jaurías de perros pero también lo hacen en lucha
cuerpo a cuerpo con el brazo izquierdo protegido por un cuero para recibir el impacto
de la fiera y empuñando un cuchillo en la mano derecha “si pierde el equilibrio el
cazador es indefectiblemente devorado”. El científico cuenta el caso del cura de San
José que hizo de la caza de jaguares una verdadera cruzada personal colaborado por
una veintena de perros feroces habiendo matado con su fusil a 77 jaguares en un año.
67 Otros animales de cuidado son los reptiles en tierra y en los ríos y en estos últimos, los
caimanes, feroces por las dentelladas o los coletazos que dan cuando se sienten en
peligro, o las pirañas. En la misión de Bibosí, mientras dibujaba unas palmeras,
d’Orbigny fue picado por una víbora y pese al dolor e hinchazón de la mano no
descansó hasta ubicarla y establecer que el reptil no tenía veneno. Pero otros
243

habitantes de la selva, con ser más menudos, no dejaban de importunarlo


continuamente: “En medio de los bosques millares de mosquitos no me dejaban un
momento de descanso, en los senderos y en los matorrales me cubría de insectos
llamados garrapatas y brojelones unos, grandes como un pequeño guisante, que
estaban en todas partes; otros del tamaño de un alfiler, agrupándose en numerosas
familias, en el extremo de las ramitas, a lo largo de los senderos, que cuando se los toca
se prenden de las ropas. Unos y otros determinan picazones atroces, sea al andar sobre
la piel, sea al hundir su trompa y prenderse. Si en tal caso se los saca sin precaución, en
la parte hinchada y en todos los lugares donde muerden la picazón dura meses enteros.
Me era necesario extraer cada día centenares de ellos y mi resignación habitual era
impotente contra ese martirio de todos los instantes”.
68 D’Orbigny y sus compañeros tenían que abrirse paso en la selva con machetes e incluso
con hachas. “Me aventuré por un campo de espinos y arbustos achaparrados” –dice al
hablar de su visita a las montañas de San Lorenzo– “Al comienzo pude recorrer el
trayecto sin dificultades, pero pronto las zarzas se espesaron y las espinas se oponían
en abundancia a mi avance; hice no obstante una legua, sufriendo desgarraduras en el
traje por las espinas curvadas de cierta especie de acacia. Cuanto más avanzaba más
deseaba llegar a las montañas que casi creía tocar. Sin embargo, desgarrado, cubierto
de rasguños e imposibilitado de seguir a caballo, tuve que ponerme a luchar a pie
contra los obstáculos que se multiplicaban a medida que me acercaba a la montaña; y
tras una hora de tentativas inútiles, cubierto de polvo y sangre y con la ropa hecha
jirones, tuve que parar sin haber alcanzado el objeto de mi salida”.
69 En diversas partes de su recorrido d’Orbigny encuentra los estragos de enfermedades
como la viruela cuya fiebre intensa lleva a los indios a arrojarse a los ríos decretando su
propia muerte, diversas fiebres originadas posiblemente por la malaria, así como el
bocio, provocado por la falta de sal yodada, o la espundia, que el viajero atribuye a una
afección sifilítica adquiria por contagio y que ataca sobre todo a la boca y la nariz
causando en las víctimas horribles huecos, sin un consuelo de un final rápido pues los
sufrimientos se prolongan por diez o quince años. Milagrosamente no adquiere
ninguno de estos males y al sentirse inmune a las fiebres palúdicas llega a decir que
habiendo cruzado impunemente por sitios malsanos desde sus seis años pensaba que
era invulnerable a ellas. Pero por supuesto no fue así. En Vallegrande encontró a los
pobladores con los rostros pálidos y amarillos como fruto de las fiebres reinantes. El
corregidor le ofreció como alojamiento una pequeña cabaña donde apenas puso el pie
se levantó una nube de pulgas. El joven cura, a su vez, “cuya tristeza me revelaba que
tenía miedo de morir, citó entre otros muertos a sus tres predecesores desaparecidos
en cuatro años”. El viajero francés distribuyó en el sitio sulfato de quinina a los
enfermos sin muchas esperanzas de poderlos salvar.
70 Otros quebrantos sin embargo lo aquejan entre Santo Corazón y San Juan como un
fuerte lumbago empeorado por el trote del caballo durante 80 kilómetros. “A la noche
tuve que vivaquear en un pequeño llano donde me acosté en el suelo bajo la garúa, que
no dejó de mojarme hasta la mañana; al levantarme sufría horriblemente y casi no
podía moverme sin gritar. Pero no era posible demorar la marcha del grupo y no tuve
más remedio que resignarme a montar y sufrir las sacudidas, lo que implicaba una
marcha forzada de veinte leguas. Creo que nunca tuve necesidad de tanto valor para no
parar; aunque perdido en aquellas soledades, a veinticinco leguas de Santo Corazón y
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cuarenta de San Juan, debía seguir a mis compañeros de viaje, prorrumpiendo a ratos
en gritos de dolor”.
71 Describe dos formas que los indios tienen de cazar caimanes; una echándose al agua con
una vara larga en cuya extremidad se halla un lazo de cuero; hay que acercarse muy
lentamente enfrentando los ojos del feroz reptil hasta colocarle el lazo al cuello, de
manera que los indios que están en la orilla jalen al animal desde la otra punta de la
correa. Si falla esta operación no queda al cazador otro recurso que echarse encima del
caimán para asustarlo y poder ganar la orilla mientras éste se zambulle. La otra manera
es utilizando un perro como cebo, colocando también un lazo a pocos pasos de la presa
sobre la que se arroja el reptil. Una vez en tierra los indios proceden a matarlo a
hachazos.
72 En numerosas páginas d’Orbigny cuenta las fatigas que pasa para guarecer de algún
modo sus fardos y baúles en los que va guardando las muestras que recoge, sus dibujos
y enseres. Cuando no se enfrenta a un calor agobiante, es la lluvia que cae a torrentes
no solamente por días sino incluso semanas. “Los cueros de vaca, que forman los toldos
bajo de los cuales se guarecen los viajeros –dice– llegan a corromperse de tal manera
con la acción continua de la humedad y de aquel aire tan caliente y constantemente
encerrado, exhalan un mal olor insoportable; casi otro tanto sucede con la carne salada,
única provisión de boca que se lleva en estas expediciones, la que se altera hasta
ponerse inservible”. Cuando las magras raciones de carne seca se pudrían o
desaparecían, tenía que confiar en encontrar algunos plátanos, raíces de mandioca o
incluso hormigas.
73 Dependiendo de la profundidad de los ríos o del número de cachuelas el avance se hace
rápido o exasperantemente lento. Arrastrando una canoa en ocasiones con los pies
descalzos cuenta d’Orbigny, “durante el día nos veíamos atormentados con las
picaduras ponzoñosas de los jejenes a los que reemplazaban por la noche enjambres de
mosquitos más encarnizados todavía. Mis compañeros de viaje se quejaban con mucha
razón y solamente el ejemplo de mi resignación y mi constante cooperación a sus
trabajos podían darles el ánimo suficiente para seguir adelante”. Más de una vez es
víctima de fiebres que le causan “horribles padecimientos” al igual que a sus
compañeros de viaje. Al llegar a la misión de San Pedro después de cruzar pantanos
apestados se vio atacado por una fiebre violentísima. “En efecto, me cogió un escalofrío
de más de dos horas al que sucedió un espantoso delirio que asustó a todos los
habitantes de la misión y que duró toda la noche siguiente”. D’Orbigny aprendió a
combatir estas fiebres tomando dosis de quinina en el preciso momento en que la
temperatura le subía al grado más alto y estaba por perder el juicio.
74 En el río Iténez se vio de pronto abandonado de sus remeros itonamas que temieron un
ataque de otros salvajes y tuvo que partir tempranamente. “Al atravesar las malezas de
la barranca –refiere– un animal que no pude ver me dio un picotazo en la sien. Muchas
veces había sentido el aguijón acerado de las avispas de esas comarcas, pero nunca
había experimentado un dolor tan vivo. Estaba casi loco, y no puede calmar mis
sufrimientos hasta después de haber aplicado en la parte dolorosa hojas masticadas de
la primera planta que encontré a mano. A las diez de la mañana tenía
extraordinariamente hinchada la cabeza. A medio día el edema se extendía hasta la
cintura; sufría en todo el cuerpo un embotamiento doloroso que duró tres o cuatro días,
durante los cuales estaba torturado, pues no podía interrumpir, sin grave perjuicio, mis
trabajos geográficos ni mis investigaciones de historia natural”.
245

75 En un recodo del río Sécure d’Orbigny descubrió, posado en un árbol, un ejemplar de


falco, “la más hermosa, la más corpulenta, la más noble de todas las aves de rapiña, una
verdadera arpía”. No pudiendo utilizar su rifle, porque la pólvora se hallaba húmeda,
pidió a sus guías yuracarés que capturaran al soberbio animal que en efecto cayó
víctima de un flechazo, internándose en el bosque. El viajero francés quería llevarse el
animal completo a Francia pero los yuracarés lo habían desplumado ya, dejándole el
cuerpo casi pelado pues apreciaban sus plumas para adornarse en los días de gala. El
animal que había sufrido además varios golpes en la cabeza quedó frente a d’Orbigny en
la estrecha canoa y de pronto se arrojó sobre él haciéndole de un golpe ocho heridas,
una de las cuales le atravesó el brazo de un extremo al otro desgarrándole el tendón:
“Bañado en sangre y sin medicamentos para curar mis heridas mi estado no dejaba de
ser peligroso. Entretanto, continuamente expuesto al calor del día o a la nociva
humedad de la noche, la fiebre se apoderó bien pronto de mí. Por otra parte el temor de
que me atacase un pasmo y la duda de que si quedaría estropeado por causa de la
adherencia de la piel al tendón aumentaban sobremanera mis sufrimientos”.
Afortunadamente, la única consecuencia fue la inmovilidad de su brazo por algún
tiempo, percance que lo salvó por lo menos de tener que intervenir en las continuas
maniobras de descargar las canoas para hacerlas subir por el medio de la corriente
tirándolas con sogas, con el peligro adicional para los indios de ser atacados por rayas
de dientes retorcidos que les provocaban dolorosas heridas en las piernas, seguidas a
menudo de mortales ataques de tétano.
76 No se crea que las condiciones de vida en la propia ciudad de Santa Cruz eran entonces
mejores en cuanto a la relación con la naturaleza. D’Orbigny destaca que había
conseguido una casa inmensa y hermosa con una sala de 15 metros de largo, un gran
patio y un jardín con naranjos de elevada copa, todo ello a un precio muy económico.
Nunca se sintió mejor “en el seno de una amable sociedad”. Y sin embargo la sala que le
servía a la vez de comedor, dormitorio y gabinete de trabajo “se parecía a menudo al
Arca de Noé” con “toda clase de animales vivos, agutís, tatús, perezosos, y hasta una
boa de cinco metros de largo. Ese extraño comensal era para mí objeto de investigación
y estudios”. D’Orbigny quería establecer si era cierta aquella fascinación por influencia
magnética que según se decía ejercían estas serpientes sobre los demás seres. Tendido
en su hamaca en las horas de mayor calor, el naturalista observaba a los demás
animales que pasaban junto a la serpiente sin manifestar otro sentimiento que el
miedo. Lejos de temerlas, los cruceños empleaban a las enormes serpientes en los
campos de caña de azúcar para que devoraran a los insectos nocivos. No eran éstos los
únicos animales que cohabitaban con el francés: también habían ciempiés de 1 a 15
centímetros de largo, multitudes de cucarachas, víboras que caían del techo, nidos de
avispas y millares de niguas, pulgas, estas últimas que se introducen al cuerpo por las
uñas de los pies provocando insoportable dolor. La reflexión final de d’Orbigny al hacer
esta enumeración muestra una vez más la entereza de su ánimo: “Ya oigo a mi lector
clamar contra un país en que se viva siempre con tan numerosa compañía. Sin
embargo, debo confesar que si bien al comienzo hallé incómoda esa reunión, luego hice
como los habitantes: me habitué y vivía por así decirlo sin prestarles atención”.
77 Para un hombre de la exquisita sensibilidad de d’Orbigny es justo pensar que no lo
atormentaban solamente las penalidades físicas. En partes de su diario no puede dejar
de lamentarse de su soledad y exclamar con desesperación que extraña a su familia y su
tierra natal. En uno de sus viajes demora 18 meses con la exclusiva compañía de los
246

selvícolas tiempo en el cual, dice, no ha visto “a una sola mujer blanca”. El único
remedio para su nostalgia es el trabajo y la investigación incesante. Aún volando en
fiebre o con heridas, magulladuras, rasguñones o picaduras de mosquitos que le
hinchan el rostro hasta hacerlo irreconocible, d’Orbigny no deja de recoger piezas,
coleccionar animales raros, reunir vocabularios hasta llegar a expresarse en diversas
lenguas, pintar tipos humanos, animales, plantas, o recoger leyendas o tradiciones
religiosas de cada una de las etnias cuyas características físicas también describe
pormenorizadamente.
78 Cuenta en una oportunidad que después de haber sido terriblemente atormentado por
una nube de mosquitos dejó San Nicolás para visitar la laguna de los migueleños,
volviendo después a la misión de San Miguel donde luego de meses de soledad en esas
regiones sufrió otra crisis depresiva: “Por la noche –refiere acostado en medio de más
de ochenta indios–, escuchaba a un joven que, tendido en su hamaca, tocaba en la
quena todos los aires de su pueblo. Esta música monótona y triste, en medio del silencio
y oscuridad de los bosques, me impulsó suavemente hacia divagaciones melancólicas.
Este pobre indio –me decía– apenas a dieciséis leguas de su pueblo, trata de recordarlo
y sufre la lejanía. Semejante pensamiento me hizo recordar, sin quererlo, mi patria, de
la que me alejara ya seis años y que no me atrevía a evocar, perdido como estaba en el
fondo de los desiertos centrales de América y tan lejos de Francia y su civilización.
Cuando algún incidente así me llevaba al otro hemisferio, el único capaz de hacerme
feliz, trataba de levantar el velo del porvenir y presentir el futuro de mi vida con los
goces y sufrimientos que me estaban deparados. En ese laberinto inextricable me
perdía hasta donde el sueño, tan necesario después del cansancio de la jornada, ya no
me podía acompañar. El alba me sorprendía sumido en estas cavilaciones, cubiertas con
más frecuencia de nubes oscuras, que alumbradas por los rayos de la esperanza”.
79 El gran bálsamo para sus penas y tribulaciones es la contemplación de la naturaleza que
se le ofrece intacta y prístina como en el primer día de la Creación. Nadie como él ha
descrito con tanto arrobamiento y deleite la majestuosidad del paisaje andino, la
magnificencia exuberante de los bosques a los que no llega a penetrar el sol o los
inmensos ríos del oriente repletos de peces de carnes sabrosas pero también de otras
especies temibles.
80 D’Orbigny debió viajar con varias mudas de ropa y tuvo que cambiar a menudo sus
juegos de botas envejecidas por las caminatas y el contacto con espinas y arbustos de
rispidas ramas. En más de una ocasión dice que su ropa ha quedado hecha jirones o tan
dañada por los aguaceros y el cruce de los ríos que le resulta inservible. Entre las sierras
de San José y la de San Juan, donde pasó sin advertirlo, de la vertiente del Amazonas a
la del Plata, atraído por las paredes talladas perpendicularmente y el color rojizo de la
montaña, a trescientos metros de altura, no resistió la tentación de subir a la cúspide,
aventurándose por un campo de espinos y arbustos achaparrados. “Al comienzo –dice–
pude recorrer el trayecto sin dificultades, pero pronto las zarzas se espesaron y las
espinas se oponían en abundancia a mi avance. Hice no obstante una legua sufriendo
desgarraduras en el traje por espinas curvadas de cierta especie de acacia. Cuanto más
avanzaba, más deseaba llegar a las montañas que casi creía tocar. Sin embargo,
desgarrado, cubierto de rasguños e imposibilitado de proseguir a caballo, tuve que
ponerme a luchar a pie contra los obstáculos que se multiplicaban a medida que me
acercaba a la montaña; y tras una hora de tentativas inútiles, cubierto de polvo y sangre
y con la ropa hecha jirones, tuve que parar sin haber alcanzado el objeto de mi salida.
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Volví tristemente al alto y fui a bañarme al arroyo para refrescarme y recobrar


fuerzas”.
81 Sin embargo, nunca perdía la compostura y era consciente del efecto que su presencia
de europeo provocaba en las comunidades primitivas. Al llegar a la misión de San
Ignacio, por ejemplo, en compañía del gobernador, los curas y algunos blancos, todos se
pusieron “unas pequeñas levitas de indiana”. D’Orbigny había conservado el traje de
baile que usó en Santa Cruz y resolvió emplearlo en esta ocasión. También tenía levita,
a la que agregó “una hermosa bufanda de raso rojo, que usaba como faja produciendo
gran efecto sobre los indios que al verla me consideraban un personaje importante”.

Defensor de naturales
82 Apenas llegado al país en su recorrido altiplánico, volvió a cruzarse con el estúpido
coronel de la Aduana que había tratado de esquilmarlo en la frontera con el Perú. Vio
de pronto a un hombre a caballo que hacía correr a látigo a un indio. Al encontrarse y
reconocerse el coronel le dijo que el indio había osado faltarle al respeto y que ya lo
había hecho recorrer 14 leguas a la carrera faltando nueve leguas para La Paz.
D’Orbigny, indignado, lo amenazó con hacer conocer al su bárbaro proceder por una
falta tan ligera y obtuvo la libertad del indio. Como resultado de este incidente
reflexionó el joven viajero que los indígenas están lejos, como se cree, de alentar un
odio inveterado contra los blancos en general. “Es cierto que odian a los militares, pero
aman a los burgueses y les dan muchas pruebas de devoción. Ello se debe a que, durante
la larga lucha de la independencia contra el poder de la península, obligados a vivir
siempre a expensas de los indígenas, las tropas españolas, robando sus rebaños, o
llevándose hasta sus familias para obligarlas a arrastrar los cañones, le han inspirado
una invencible aversión hacia lo que sea soldado, o por todo hombre armado que
consideren como tal. Por otra parte, los propietarios, que los tratan con una notable
amabilidad y gran dulzura, son amados de ellos, sobre todo si hablan el mismo idioma,
lo que hacen todos los hombres nacidos en el país y siempre criados por las indias. De
ahí resulta que le mejor medio de ser tratado en los viajes por los indios consiste en
tener lo menos posible un aspecto militar”.
83 Al contemplar lleno de admiración las ruinas de Tihuanacu no vacila en denunciar que
las soberbias piedras talladas sirvieron para la construcción de las iglesias de La Paz y
otras villas, valiéndose los españoles que se consideraban “una especie distinta de
seres”, de los indígenas para toda suerte de cosas sometiéndolos a la esclavitud más
rigurosa pese a las leyes que había hecho aprobar en Madrid el Padre las Casas.
Históricamente, d’Orbigny distingue entre los propietarios de hacienda, muchos de los
cuales en su opinión daban a los naturales un trato familiar, y los funcionarios ansiosos
de retornar a España y dispuestos a exprimir a los indios de todas las maneras posibles,
sobre todo a través de la mita y el repartimiento. La insensibilidad que muchos autores
europeos atribuían a los indígenas se debía, según d’Orbigny al dolor acumulado por la
raza por los siglos de explotación.
84 Frente a la profusa literatura del siglo XIX que denigra a los indios de los Andes,
particularmente a los aimaras, d’Orbigny no vacila en declarar: “Me gustaba en esos
indios la dulzura extraordinaria que ponen en todos sus actos y en todas las
circunstancias de su apacible existencia. Tan bien me encontraba con esos hombres
identificados con la naturaleza, en el corazón de los desiertos silenciosos, alejados del
248

tráfago del mundo civilizado, que tuve que hacer un gran esfuerzo para decidirme a
partir”. Estupefacto ante “la inmensa extensión de los monumentos y las enormes
dimensiones de los bloques que se emplearon en Tihuanacu” se pregunta si
contemporáneamente se pudiese llegar a mover semejantes masas sin poner en juego
todos los recursos de la mecánica. “Se trata, sin embargo, de los pueblos a los que les
negamos toda facultad intelectual, pero que desde hace un gran número de siglos han
realizado unos trabajos cuya ejecución demandaría actualmente todas las luces de
nuestra civilización más adelantada”.
85 Una institución que le horroriza es la del servicio militar. Relata que los blancos están
exentos del mismo y también los indios quienes en cambio deben pagar una
contribución personal al Estado. El reclutamiento se hacía en esa época entre los cholos
y zambos, mestizos de negros. Como nadie, naturalmente, se ofrecía al servicio, los
reclutadores recorrían el campo prendiendo a la fuerza a los hombres jóvenes. “En
general la aversión al estado militar llega en el país al máximo. Como la hospitalidad del
país a nadie deja morir de hambre y los vagabundos siempre hallan quién los mantenga
en la ociosidad, hace que prefieran, aun careciendo de ropas, esa existencia libre a la
disciplina militar, que odian por encima de todo”. Le sucede a veces que al entrar a una
aldea con su fusil y una escolta de arrieros la gente huye despavorida pensando que ha
llegado una partida de reclutamiento. En una oportunidad cerca a Santa Cruz se cruzó
con una de esas patrullas que conducía a un grupo de cruceños “más enemigos todavía
del servicio militar que los otros bolivianos, tanto más difíciles de reunir cuanto que se
les arranca de sus hermosas llanuras cálidas para llevarlos a las montañas frías que
temen sobre manera... En marcha no sólo se los ata entre sí como en galeras, sino
también se les pone un chaleco de cuero de vaca fresco, que, al secarse, les cierra
fuertemente lo alto de los brazos, haciendo todo movimiento imposible. Esa costumbre
bárbara los hace llegar muertos de cansancio. A veces, según han asegurado, las moscas
depositan sus huevos bajo esos chalecos de cuero; y los desdichados reclutas, después
de ciento treinta y cinco leguas de marcha, están cubiertos de llagas y roídos por los
gusanos. Se concibe fácilmente que el temor de ser así tratados les lleva a ocultarse con
mayor cuidado, al menor rumor de guerra, lo que hace el reclutamiento en el interior
tan difícil, que nunca esas provincias completan un contingente”.
86 Otra costumbre que le produce indignación es el masticado de maíz para hacer chicha,
bebida destinada a los ricos propietarios quienes exigían a sus indios uno o dos
quintales de maíz masticado por año. Estos debían emplear días en ese trabajo confiado
por lo general a los ancianos pues los más jóvenes realizaban tares más penosas.
“Habiendo experimentado yo mismo –dice Alcide– en ciertos momentos de escasez,
cuán cansador resulta tritura así granos tan duros, y siendo interesante comprobar
hasta qué punto pueden emplearse los dientes, logré plenamente más tarde, como
simple broma, que algunos de los mascadores del día me mostrasen la boca. Todos
tenían los dientes gastados hasta las encías, y presentaban una superficie lisa, sobre la
cual se veían las cavidades constitutivas. Me sorprendió también le pérdida enorme de
saliva que debía hacer sufrir esa masticación forzada, hecha para el estómago de otro.
Habituado a no asombrarme nunca de la diferencia de usos y costumbres que
encontraba, no podía empero acostumbrarme a ésa; e hice a mi interlocutor algunas
observaciones sobre la repugnancia que debía causar semejante preparación. El hombre
me respondió que si gustaba de la chicha olvidaría el modo de su fabricación y que
además la fermentación lo corregía todo”.
249

87 Adelantándose a un postulado que recién cumpliría algo más de un siglo después con la
Ley de Reforma Agraria, d’Orbigny señala: “Resulta doloroso pensar que todos los
campos parcelados así como todas las grandes haciendas, no pertenecen a quienes los
cultivan sino a esos grandes propietarios que reemplazan a la nobleza mientras que
ningún indio posee un pedazo de tierra”.
88 En la región de Misiones su pluma registra pormenorizadamente los abusos inauditos
de los que es testigo por partes de gobernadores, curas y funcionarios que habían
descendido como buitres glotones y lujuriosos sobre las espaldas de los indios e indias
que por un siglo estuvieron bajo el eficaz y celoso cuidado de los padres jesuitas.
89 En todas partes d’Orbigny encuentra que los indios son utilizados como bestias de carga
y se lamenta que en lugar de someterlos a indecibles esfuerzos transportando a sus
espaldas noche y día los productos del comercio no se use en cambio barcazas que
podían recorrer fácilmente las mismas extensiones con una carga mucho mayor. No
puede refrenarse al saber de la abominable conducta de un cura misionero. “Hay cosas
que repugnan tanto a un hombre delicado –dice–que hasta considera una falta
divulgarlas; pero llamado por las circunstancias a identificar al lector con mis
impresiones no puedo silenciar la conducta incomprensible del cura de San Juan”, no
da el nombre del sotanudo, pero refiere que una diputación de jueces indígenas acudió
en su presencia ante el gobernador con diez y nueve jóvenes indias que eran las últimas
víctimas de aquel monstruo. Me estremecía al advertir que la mayor no tendría más de
once años, mientras otras aún estaban en la infancia. El interrogatorio de las indiecitas
produjo revelaciones horribles; aquel miserable explotaba la religión y el miedo al
infierno para satisfacer sus pasiones con el cinismo más irritante y el libertinaje más
desvergonzado. No entraré en mayores detalles acerca de una cuestión tan odiosa.
Baste decir que el culpable no negó ninguno de sus actos, reputándolos muy naturales.
No pudiendo imponerle ninguna pena sin invadir las atribuciones del obispo, el
gobernador se limitó a cambiarlo de misión, enviándolo a Santiago, y elevó los
antecedentes al jefe del clero”.
90 En el informe sobre las misiones de Moxos que preparó para el gobierno de Santa Cruz,
D’Orbigny sugirió medidas muy concretas para liberar a los indios de esa extensa
región, de los abusos y la expoliación de que eran objeto, y ésa fue una de las razones
por las que posteriormente el gobierno del Gral. José Ballivián dispuso la creación del
departamento del Beni.
91 Verdadero precursor de la antropología boliviana -y aquí radica uno de los mayores
logros de su misión en Bolivia- no se limitó a su papel de naturalista y recolector de
muestras minerales, vegetales y animales sino que además hizo extensas
investigaciones sobre los diversos grupos étnicos describiendo usos y costumbres,
características físicas, creencias religiosas, etc.; recogió también 36 vocabularios
distintos y rastros de sistemas de numeración en los cuales la base es el número cinco o
el número doce, y una de las lenguas en las que cada objeto tiene un nombre empleado
por las mujeres y otros por los hombres. En algunos casos se basó en el trabajo previo
de los jesuitas, pero también se valió de la conversación directa o ayudado por
intérpretes con los propios indios. Hablaba con fluidez el guaraní, que había aprendido
en Paraguay y que le sirvió para comunicarse en Bolivia con grupos de esa lengua.
92 A excepción del masticado de los granos de maíz para la elaboración de la chicha, que la
produjo repulsión, como científico abierto a todas las manifestaciones del ser humano
ninguna otra costumbre de los numerosos pueblos que conoció y trató Bolivia le
250

provocó otro sentimiento que no fuera la curiosidad. Sus descripciones de los tipos
humanos son siempre hechas con simpatía, incluso con admiración como cuando habla
de los yuracarés y de los moxos y apenas encuentra un solo grupo étnico en el trópico,
el de los canichanas, con rasgos somáticos definitivamente feos. Observa que “la
tristeza es natural en los aimaras y quichuas, como la alegría en los chiquitos: es
inherente a la raza en que pertenecen”, pero explica también con abundancia de
ejemplos que ese sufrimiento tiene razones históricas por la dominación a la que han
estado sometidos inmemorialmente.
93 Le tocó asistir en San Javier a la ceremonias religiosas de Semana Santa que,
combinadas con la fiebre que le provocaba delirios, resultaron para él una pesadilla.
Desde su cuarto oía el miércoles la música lúgubre combinada con los golpes que se
daban los indios y sus gritos de dolor. “A pesar de la completa postración de mis
fuerzas, quise verlo y oírlo todo. Antes de la puesta del sol, el cura comenzó su sermón
en lengua moxa, y cuando terminó hombres y mujeres se golpearon el pecho con
puñadas tan fuerte que las bóvedas del templo retumbaron largo rato. Era un fragor de
sonidos cavernosos cuyo conjunto hacía estremecer. La procesión salió por la noche.
Llevaban los diferentes grupos de estatuas, y todos, con la espalda desnuda, sin
distinción de sexo ni edad, se daban azotes con unos látigos de gruesos nudos, en tanto
que los demás, según las penitencias que habían impuesto, se desgarraban la carnes con
látigos provistos de trozos de vidrio cortantes o con ganchos de hierro que penetraban
bastante profundamente en la carne, como para que los pacientes no pudiesen
arrancarlos sino a costa de un gran esfuerzo, haciendo correr la sangre a su alrededor.
Detrás de la procesión, que dio muy lentamente la vuelta a la plaza, venía una
muchedumbre de penitentes, más culpables sin duda que los demás y ante cuya vista
me horroricé. Unos arrastraban penosamente un enorme pedazo de madera por medio
de una cuerda atada a la cintura y cuyos nudos, hechos expresamente, penetraban en la
carne, y se martirizaban con garfios de hierro en las piernas o con unas disciplinas
armadas de puntas; otros llevaban un gran tronco sobre los hombros, con los brazos
atados en cruz, y daban la vuelta la plaza de rodillas. No pude soportar mucho rato este
espectáculo realmente espantoso y regresé temblando a casa, exasperado de ver
perpetuarse de esta manera, por el fanatismo de los curas, esos atroces abusos de una
religión de paz y de misericordia”.
94 Peores todavía fueron los tormentos a los que se sometieron los indios el viernes santo
arrancándose los cabellos y dándose tremendos golpes con las disciplinas, varios
penitentes desmayados como producto de la pérdida de sangre y la abstinencia
guardada desde el día martes. D’Orbigny llegó a la conclusión de que tan feroces
castigos no se originaban precisamente en la tradición jesuita sino en la antigua
religión de los moxos cuando los sacerdotes del jaguar se sometían a ayunos rigurosos y
autoflagelaciones.
95 Al margen de estos excesos cometidos por el fanatismo religioso y en los que los curas
seglares preferían no intervenir, los moxos cautivaron a d’Orbigny por su actividad,
industriosidad, docilidad y costumbres pacíficas. “Son muy capaces –señaló– de
alcanzar la más alta perfección moral. Destaca su notable habilidad para el dibujo, la
escultura, carpintería, el tejido, facultades que supieron aprovechar los jesuitas para
crear en corto tiempo verdaderos emporios de riqueza en las misiones”. El elogio de
d’Orbigny hacia esos abnegados sacerdotes es también entusiasta pues escucha de los
indios el buen recuerdo que dejaron y lo compara con el desastre de la administración
251

republicana. En este punto comenta las opiniones tendenciosas de los españoles como
Diego de Ávalos y Figueroa o Antonio Ulloa, y de otros europeos como Pauw y
Robertson quienes, para justificar la explotación de la mita y el estado de servidumbre
de los indios calificaron a los americanos como verdaderos brutos, “seres del todo
irracionales”, moviéndose y ejecutado las cosas maquinalmente... entes tan nulos en lo
moral como en lo físico“. El viajero francés sostiene en cambio enfáticamente que ”para
juzgar con la debida cordura del estado de un pueblo, es menester vivir con él y
seguirlo constantemente en todos sus pasos, familiarizándose para mayor acierto con
sus costumbres y con su lenguaje. A los moxos los encuentra dotados con talento
natural con lenguas altamente perfeccionadas, excelentes padres de familia, sobrios,
alegres, confiados pese a “los procederes inocuos” que se han usado contra ellos. Del
carácter de los movimas dice que es “apreciabilísimo por su bondad y mansedumbre,
calidades que llevan pintadas en el semblante con signos inequívocos”; elogia a los
cayuvavas, como los mejores hombres de la provincia, “tanto por la franqueza que los
caracteriza como por su sobriedad y amor al trabajo”. Pero su contacto con los
guarayos lo deja verdaderamente deslumbrado: “grandes, bien plantados, casi blancos,
dotados de una larga barba (hecho excepcional entre los americanos), los guarayos
tienen una postura altiva, los rasgos regulares y la expresión muy dulce. Su carácter
responde perfectamente a su exterior; ofrecen el tipo de la franqueza, de la
hospitalidad y de todas las virtudes. Buenos padres, buenos maridos, aunque graves por
hábito, se creen en medio de la abundancia y de la libertad salvaje, los más felices de los
mortales. Sus ancianos, verdaderos patriarcas y oráculos de sus familias, encuentran
respeto y sumisión en sus hijos. Los padres misioneros no habían tropezado con oro ni
diamantes y, habiendo partido de cero, lograron verdaderos emporios en la selva a base
de esfuerzo y organización. ”El esplendor de las misiones jesuíticas y sus riquezas
exageradas por la envidia –afirma– hiciera que en todas partes se recurriese a medios
extraordinarios para descubrir su origen” que nadie “quiso ver que era fruto de la
explotación combinada de los productos naturales en la agricultura y en la industria”.
Aquí compara el efímero esplendor de Oruro y Potosí basado en las minas con “la
verdadera fuente de prosperidad” que está en la industria y la agricultura.
96 No faltan en el texto de d’Orbigny alusiones a la situación de las mujeres, y aunque el
viajero galo es lo suficientemente discreto como para no revelar todo lo que ven sus
ojos, no deja de anotar hechos que le llaman la atención, como el matrimonio entre
mojeños a los diez y doce años, establecido por los jesuitas para que las jóvenes parejas
tranquilizaran tempranamente sus alborotadas hormonas, o el hecho de que en las
misiones, cuando estaban los padres ignacianos, las campanas tocaran al amanecer para
que los esposos cumplieran después del reposo nocturno sus deberes matrimoniales.
Observa que en la misión de Baures las jóvenes andan completamente desnudas hasta la
pubertad: “no tienen ningún pudor; de ahí que más tarde no tengan escrúpulos por su
inconducta; por lo demás, desde que los principios de la sana moral ya no las contienen
han vuelto a la costumbre primitiva de su nación de entregarse indistintamente a todos
sus parientes”. Observa que los guarayos de ambos sexos andan totalmente desnudos y
no llevan adornos de ninguna especie ni se pintan el rostro... Entre los itonamas “la
inmoralidad llegaba a tanto que en sus reuniones sociales se brindaban recíprocamente
sus mujeres obligándolas a prestarse ya al uno ya al otro de los concurrentes”. Nota que
las mujeres mojeñas “guardan la proporción relativa ordinaria en cuanto a la estatura.
Por lo demás, participan de las mismas formas que los varones: tienen un aire elegante
y sus anchas caderas revelan en ellas una constitución de las más robustas; sus masos y
252

pies son pequeñísimos y su cintura no tan tosca como la de las chiquitanas... algunas
mujeres son realmente bonitas”.
97 Entre los movimas, advierte d’Orbigny que las mujeres tienen proporcionalmente una
mejor constitución que los hombres. “Me asombraba encontrar a menudo -dice-
muchachas de diez y seis a diez y siete años contra las cuales ciertamente yo no habría
sostenido una lucha pues sus brazos vigorosos y hasta sus rasgos no tienen nada de
femeninos. Los movimas son por regla general buenos y en su cara llevan retratadas su
dulzura”.
98 En la misión de Santiago constató que los indios guarañocas, los más alegres de la
provincia, estaban además excepcionalmente dotados para la composición musical y las
danzas, algunas de ellas francamente eróticas, como una sobre las hormigas que
recorrían la anatomía femenina. Las mujeres “en el calor de su baile -refiere- parecían
olvidar el sitio en el que se hallaban, tomando las cosas muy al natural, y buscando con
excesivo cuidado el insecto inoportuno se levantaban el tipoi descubriendo buena parte
del cuerpo”. En otra, las mujeres toman la iniciativa total de la danza, “cantando y
bailando, se apoderan de alguien del público, lo alzan, en un momento queda
suspendido por sus manos levantadas; extendido así, los pasean dando vueltas a la sala,
lo sacuden a más y mejor, y le hacen cosquillas para que se mueva más. Como
energúmenos, nos atraparon a uno tras otro del mismo modo, sin exceptuar al cura, al
gobernador ni a mí, y me llevaron en su manos con tanta facilidad como si hubiera sido
una pluma. Confieso que hacía falta mi acostumbrada buena voluntad para dejarme
sacudir de semejante manera y soportar que se me llevara acostado en el aire, sobre las
manos de aquellas mujeres que, para honrarme, me mantuvieron más tiempo que a los
demás y me atormentaron haciéndome cosquillas... resulta enojoso tener que decir que
entre los guarañocas, alegres hasta la locura, alcanza a su colmo la corrupción de las
costumbres. No sucedía esto según parece en tiempos de los jesuitas”. El científico
atribuye a la influencia perniciosa de los soldados de la época de la Independencia que
introdujeron costumbres disolutas. Sea como fuere, allí también el viajero fue
profundamente feliz, “recorría la campiña –dice– sin saber a qué lugar dar ni
preferencia, ya que cada sitio le brindaba un encanto distinto, un matiz diferente.
Nunca había sido tan impresionado por las bellezas de ese suelo iluminado por el cielo
más bello del mundo. Estaba realmente extasiado ante la riqueza, el cálido colorido del
vasto cuadro que se desplegaba ante mi vista, cada vez que recorría los campos
cercanos a Santiago”.
99 Si ya estaba impresionado con la disolución de costumbres que halló en Santiago, la
misión de Santo Corazón “con temperatura mucho más alta... me ofrecía ejemplos
mucho más sorprendentes. Las pasiones y por ende el libertinaje, alcanzan el colmo
entre las mujeres que trocaron con los hombres su papel y en todas partes se las ve
hacerles el amor públicamente. Cada una quiere poseer a su vez a los jóvenes y oí que
una india lamentaba la frialdad de uno de ellos, diciendo: “¡Qué infeliz soy! ¿Cómo va a
amarme sino tengo nada para darle?”.
100 Si durante la colonia española fueron terribles las condiciones de explotación a los que
estuvieron sometidos los indígenas, el cuadro no valió mucho durante la República
hasta 1953, año en el que se decretó la Reforma Agraria liberando a los campesinos de
las diversas formas de servidumbre a las que estaban sometidos. En el oriente de la
República el trato a los diversos grupos étnicos fue también despiadado y muchos de
ellos llegaron a la extinción pura y simple. La conciencia sobre los derechos de los
253

pueblos originarios es un fenómeno tan nuevo que recién la Constitución Política del
Estado, aprobada en agosto de 1994, establece en su Artículo Primero la realidad
“multiétnica y pluricultural” de Bolivia, a ciento sesenta y nueve años de distancia de la
Independencia. D’Orbigny habría estado sin duda satisfecho con este reconocimiento
que él proclamó en su obra.

Defensor de la naturaleza
101 Si protesta y se conduele por la explotación de los naturales, parecido sentimiento de
repulsión le causan los atentados a la naturaleza, sobre todo las quemas a las que se
refiere numerosas veces en diversas regiones del país. En los Yungas paceños encontró
un campo triste que acababa de ser quemado y al atravesarlo anotó en su diario que
ésta es una costumbre general en América, aprovechar la estación ceca para incendiar
el campo. “ Se cree obtener así –señala– una planta más tierna, más apropiada a la
nutrición de los animales de carga y destruir a los reptiles con todos los animales que
no puedan huir. Es una verdadera calamidad para el naturalista que no halla nada
después del incendio. Más adelante en Caracoto anota que: “la primera medida de
progreso sería dejar de prender fuego en los campos, lo que ocasionaba el desmonte de
las partes boscosas. Allí resulta que las nubes se detienen menos, disminuyen
anualmente, y el agricultor se queja de la sequía que anula la cosecha, mientras que no
tendría más que dejar actuar a la naturaleza para lograr, en la economía agrícola, un
cambio sumamente favorable”.
102 En el agro cochabambino, “vi a los indios prendiendo fuego en muchos lugares de las
colinas; esos torbellinos de llamas y humo se elevaban al aire y me ofrecían también
aquí un espectáculo imponente...”. En Mizque, donde se enteró que las colinas habían
estado cubiertas de grandes árboles, pensó que la insalubridad creciente del país era
causada por el desmonte. “Las enfermedades –dice– prenden en efecto cada año con
más fuerza a medida que las tierras se van desmontando y producen miasmas
pestilentes por la evaporación instantánea de vida al ardor del sol. Estoy convencido de
que si el gobierno boliviano prohibe, bajo pena de severos castigos, esos incendios
anuales en todo el país, los árboles crecerán poco a poco en las colinas, y Mizque hoy,
por así decirlo, desierta e inutilizada, volverá a tener su pasado esplendor, su antigua
salubridad, dando al Estado una renta que, disminuyendo sin cesar, no tardará en ser
ilusoria. Es una gran cuestión que someto al gobierno boliviano, un medio que dejo a su
conciencia y a su amor por el bien general de ese interesante país, del que tengo el
honor de ser ciudadano”.
103 En Valle Grande, al comentar que los habitantes realizan quemas con el objeto de
renovar las hierbas de los llanos y las colinas, piensa que esta acción depredadora
también causa las fiebres intermitentes, características de la región.
104 El mismo cuadro se le presenta en las Misiones Jesuíticas, donde aunque el territorio no
está totalmente despoblado de árboles, “se halla en camino de estarlo pronto”.
Encuentra ejemplares espaciados y mal desarrollados, y ya no ve las arboledas tupidas y
los mazisos sombreados de estaño. “Este principio de extinción manifiesta ha dado
lugar, en ciertos puntos, a sequías hasta entonces desconocidas que año tras año se
intensifican e forma impresionante. San José tuvo que soportar una calamidad de esta
clase durante siete años en que sus habitantes no levantaron una sola cosecha,
habiendo perecido muchos de hambre, por efecto de la imprevisión del administrador.
254

El efecto de los incendios es tan notorio que en vez de aquellos árboles gigantescos que
cubren los sitios apartados de las misiones, actualmente no se ve más que especímenes
achaparrados de una vegetación empobrecida, junto a los lugares habitados, que día a
día ralea. No hay duda que si la administración no adopta severos medios de represión
con criterio de conservación, esta costumbre prepara una verdadera catástrofe para el
futuro”.
105 Pero d’Orbigny no sólo es un soñador; encuentra siempre alternativas válidas,
soluciones prácticas a los problemas, y en este caso plantea al gobierno del Presidente
Santa Cruz la creación de una oficina de administración de bosques con objeto de cortar
los abusos de todo género y conservar los recursos para el porvenir, un cuerpo
“vigilante y activo que tenga a su cargo la forestación con los árboles como el abeto, el
abedul o el álamo blanco, etc., en las montañas vecinas a La Paz, Chuquisaca y Potosí” a
fin de proveer a estas grandes ciudades de leña y de madera de carpintería, así como la
prohibición, bajo las penas más rigurosas del desmonte por medio del fuego, “el cual
impidiendo detenerse a las nubes acrecienta de día en día la falta de humedad, y priva
por lo tanto a los campos de su riego natural, haciéndoles estériles ó deja que los
aguaceros impetuosos, teniendo el paso libre, arranquen y arrastren sobre las alturas
de tierra vegetal, a la que suceden cosas desnudas e infecundas en los lugares donde
crecían los árboles más hermosos”. D’Orbigny plantea también en este acápite medidas
concretas para que los campesinos no arranquen de cuajo los arbustos que suministran
leña sino que los corten sin afectar a la base y otras medidas para la extracción de la
cascarilla en gran escala y sin comprometer el porvenir de esta planta, sugiriendo que
se contrate en Europa a un especialista en bosques, que disponga de empleados
subalternos en cada provincia.
106 Estas quemas que tanto afligían al viajero francés se han repetido por supuesto año tras
año a todo lo largo y ancho del territorio sin que nunca ninguna autoridad
administrativa o religiosas intervenga a detenerlas. No ha habido tampoco, que se sepa,
profesor alguno en el colegio público o privado qué en el siglo y medio transcurrido se
le haya ocurrido decir a sus alumnos que atentar contra los árboles es un crimen. De ahí
por que en 1996 la erosión afecta al 42 por ciento de territorio nacional, es decir 480.000
kilómetros cuadrados según informa el Ministerio de Desarrollo Sostenible, y la
superficie boscosa del país se reduce a un ritmo de 1.400 kilómetros anuales que
equivalen a ciento cuarenta mil hectáreas por año, siendo insignificantes y ni siquiera
dignas de mención las tasas de forestación. Ciento sesenta empresas madereras -
verdaderos tiburones de la floresta- se han adjudicado veinticuatro millones de
hectáreas, y fuera del propio trabajo de depredación persistente y abusivo que realizan,
han alentado a “motosierristas”, organizados a su vez en sindicatos, que son capaces de
derribar un árbol centenario en un par de horas y vender los despojos por centavos.
Especies nobles como el roble y la mara son exportadas por estos modernos piratas en
troncas aprovechando apenas el 20% al 25% de su potencial, y destinando el resto a la
quema, mientras que en Europa e incluso en países vecinos como Chile nadie puede
derribar un árbol sin probar que está plantando dos más y el aprovechamiento de la
madera llega al 95% de una tronca. Para colmo de ironías, Bolivia no produce papel y
debe importarlo de Chile, país que tiene la cuarta parte de bosques que tiene el nuestro.
107 Paralelamente, los ríos del Beni y Chapare que d’Orbigny recorrió en su cristalina
pureza, están envenenados por los precursores químicos utilizados en la elaboración de
cocaína. Tampoco se han salvado los lagos y las corrientes acuíferas del altiplano como
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el lago Poopó en Oruro o el Pilcomayo que nace en Potosí y recorre Chuquisaca y Tarija
hacia el Paraguay, o el propio lago mayor Titicaca, todos ellos contaminados por
deshechos provenientes de las minas. Los peces han desaparecido virtualmente de
muchas de estas fuentes.
108 En ese “mal de muchos, consuelo de necios” que es la historia de América Latina, todos
los países de la región, a excepción de Chile que posee una eficiente política de
reforestación, están acabando con sus bosques a pasos agigantados; el 20% de la floresta
amazónica brasileña ha sido ya destruido por la combinación fatídica de piratas
madereros, buscadores de minerales y colonos empobrecidos que anualmente provocan
quemas para proceder después a cultivos precarios. Parecido desastre sucede en la
franja amazónica de Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú. Los científicos señalan que
la destrucción de la Amazonia, el último gran pulmón verde del planeta, tendrá
consecuencias irreversibles para la humanidad.

Su amor por Bolivia


109 Pese a las enfernmedades y penalidades que pasó, a las heridas recibidas de animales o
espinos, a los vientos cordilleranos que le partían los labios haciéndole brotar la sangre
y le rececaban la piel, a los mosquitos del trópico que le deformaban el rostro y las
manos hasta extremo irreconocibles, d’Orbigny, que guardaba en su alma tesoros de
comprensión y sensibilidad, fue un enemorado del paisaje y la gente boliviana sin
distingos de clases o “naciones”, como él solía decir. Así, su texto está lleno de
expresiones del más ferviente entusiasmo y optimismo: “Al llegar al altiplano –dice–
experimenté un sentimiento de admiración ante la vasta extensión que se desplegaba a
mis ojos y la gran variedad que la mirada podía captar a la vez. Hay, sin duda, muchos
lugares más graciosos en los Pirineos y en los Alpes, pero nunca un aspecto tan
grandioso y majestuoso como el que se presentó ante mí”. Queda fascinado ante el
espectáculo del Huayna Potosí, el Illimani y el Ancumani, “los tres gigantes de los
montes americanos, cuyas nieves resplandecientes se dibujan sobre las nubes, en el azul
pronunciado del cielo, el más hermoso y transparente del mundo”... Le parece que ése
es “el espectáculo más majestuoso que se me haya ofrecido en mis viajes”. Durmiendo a
esas alturas en plena intemperie, con una manta para cobijarse y la montura como
almohada, no repara en el hambre o el viento que le penetra hasta los huesos. ”A
menudo soñador –dice– mientras mis compañeros de viaje dormían profundamente,
era feliz al contemplar esa bóveda de un azul profundo, en el cual brillaban esas
hermosas constelaciones del hemisferio sur, y me complacía en comparar mi pequeñez
con la inmensidad de los mundos”.
110 Estima que la selva donde viven los yuracarés es la más bella del mundo; en la misión de
San José, en Caupolicán “parece que la naturaleza se hubiese complacido en derramar
sus dones [...] con una prodigalidad digna de la tierra de promisión. El extranjero [...]
queda pasmado de admiración al contemplar una vegetación tan hermosa y la variedad
infinita de frutos que allí abundan” [...] Al llegar al río Iténez encuentra que “la
naturaleza en este paraje es demasiado grande y majestuosa para que pueda
comprenderse sus detalles [...] muy rara vez llega a perturbar algún viajero esta
hermosa soledad, que no ostenta más adornos que la rica vegetación de sus sombrías
florestas, pues hasta los pájaros sólo cruzan por acoso y sin jamás detenerse”. El
Mamoré lo deslumbra: “Todo maravilla al viajero que transita por en medio de esas
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encantadoras orillas, donde reposa plácidamente sus ojos sobre una vegetación tan
lujosa, o se detiene a contemplar con interés esas colonias de martinpescadores, que
saliendo de sus casillas ocultas en los agujeros de las barracas arenosas, siguen de lejos
el rumbo de las canoas”. En uno de sus bañados encuentra “la planta acuática más
hermosa de América” a la que los británicos llamaron en 1836, en homenaje a su
soberana, Victoria Regina, pues fue recogida en la Guayana Inglesa por el viajero
Chomburk. Sin embargo, d’Orbigny aclara que él la encontró en Corrientes en 1827 y
fue el primero en enviarla a Europa. No era desconocida para el naturalista bohemio
Tadeus Haenke, quien al verla había caído de rodillas agradeciendo a la Providencia por
ese milagro de la naturaleza.
111 En su recorrido por el río Chapare desde Moxos señala que “todos los lugares por donde
se transita ofrecen a la admiración del viajero un conjunto grandioso de maravillas”;
indica también que el río es abundantísimo en peces, entre ellos el pacú “el más sabroso
de América”. Cerca a San Miguel, en el país de los guarayos se encuentra de pronto “en
el seno de las comarcas deshabitadas más bellas del mundo”. El café de los Yungas
paceños le parece también el más rico del mundo, y luego de aclarar que él también
envió a Francia por primera vez la “papalisa”, dice que se puede comer con cáscara por
que su gusto es exquisito.
112 Su comunicación con la selva casi llega a ser mística y no hay en la literatura boliviana
páginas comparables de parecida devoción a la floresta, sino un siglo después en la obra
de Man Césped o Augusto Guzmán. En su recorrido por Cochabamba llega al remoto
villorrio de Tutulima en medio de la selva. “No podría describir –expresa– las
sensaciones que me hacía experimentar la idea de haber llegado allí a donde ningún
otro alcanzara. Al mismo tiempo, me sentía dichoso por servir a mis semejantes y a las
ciencias haciendo a cada paso descubrimientos de historia natural y de geografía.
Sumido en mis meditaciones pasé una buena parte de la noche; acostado bajo mi
peñasco salvaje me mecía en esas dulces ilusiones y en esas esperanzas que sostienen al
viajero y que todavía me sonreían, cuando al despuntar el día un organito, el pájaro
cantor por excelencia, fiel habitante de los precipicios, comenzó desde una rama
suspendida sobre el torrente con sus conciertos melodiosos, mezclados al ruido de las
aguas rugientes. Las más dulces gamas cromáticas, la modulación de sonidos más puros
y extensos se sucedían rápidamente. Lo escuchaba con arrobamiento, para el que me
flata la expresión, y sus acentos armonizaban y ritmaban tambien con mi situación de
espíritu que me habría gustado prolongar su duración; pero esta especie de éxtasis duró
poco y mi vuelta en mí fue casi penosa. Cuando mi gente se despertó se descubrió que
seis indios habían desertado durante la noche con los víveres que cargaban. Sin
embargo, era menester afrontar nuevas fatigas”.
113 Muy cerca de allí, en los valles paralelos de Choquecamata, por noticias que ya tenía,
encontró partículas de oro y cascajos auríferos mezclados con cantos de cuarzo lechoso.
“Hubiese podido solicitar la concesión de esta explotación, que indudablemente se me
habría otorgado; pero yo había venido a América para hacer ciencia y no para
enriquecerme”. Y en el pie de página el naturalista señala que hizo conocer a las
autoridades su descubrimiento a fin de que otros lo aprovechasen. En ese mismo viaje
de descubrimiento de una ruta más fácil al territorio de Moxos y que resultó llena de
sufrimientos para d’Orbigny y sus acompañentes que penetraban por primera vez en
selvas calurosas e impenetrables a los rayos solares “tan antiguas como el mundo” en
las que sólo vivían los altivos yuracarés, el viajero francés, al anotar que esataba
257

privado de todas las comodidades de la vida y que para descansar no disponía de otro
lecho que un suelo húmedo, expresa en una frase su filosofía de la vida: “Sin embargo
no habría cambiado mi situación actual por la mejor de todas en medio de la fiesta más
suntuosa de nuestra brillante capital”.
114 Un tema que desveló a d’Orbigny fue la necesidad de que el país contase con un Museo
de Ciencias Naturales donde extranjeros y nacionales pudieran apreciar las riquezas
bolivianas. Propuso más de una vez al Presidente Santa Cruz que se formase dicho
repositorio en La Paz en base a las colecciones que dejó a su muerte el prelado Don
María Benito Moxó añadidas a las que el propio d’Orbigny se hallaba reuniendo.
Lamentablemente esta idea no llegó a materializarse.
115 Tampoco tuvo suerte d’Orbigny en hacer conocer por primera vez al Viejo Mundo dos
especies de pájaros moscas que encontró en el valle cachabambino, el Ortborbyncbus
sapho, de plumaje de fuego, y el O. Gouldii. Ambos ejemplares, según refiere en un pie de
página, le fueron robados por un criado infiel que los ofreció a un comerciante inglés en
Tacna “cuyo nombre callo [...] se me adelantaron pues en la publicación de esos
magníficos pájaros que había descubierto”. Como modesto consuelo, una de las plantas
por él descubierta en América lleva su nombre: la Orbigina.

Retorno a Francia y últimos años


116 Acompañado de los seis jóvenes bolivianos que debían estudiar metalurgia en Europa (y
de los que la historia nunca registró los nombres ni su suerte final) se embarcó en el
Callao en un barco francés con el apropiado nombre Philantrope, como el espíritu del
ilustre viajero, y siguiendo por la costa chilena hasta el Cabo de Hornos, atravesó el
Atlántico para llegar a Francia el 1 de febrero de 1834. “Experimenté una felicidad que
nada puede igualar [...] me levanté para ver las primeras arenas, sintiendo una emoción
imposible de definir [...] todos mis pasados sufrimientos quedaban olvidados, volvía a
ver a mi familia, a mis amigos[...] e iba a comenzar una nueva existencia”.
117 Contaba apenas con 31 años, pero por la extensión de sus viajes y la intensidad de sus
estudios podría decirse que había vivido varias vidas. Así lo reconoce la Comisión de la
Academia de Ciencias compuesta por Blainville, Geoffroy, Saint-Hilair, Adolphe
Brongniart, Savary y Cordier, encargados de evaluar su trabajo en los campos de la
zoología, la botánica, la geografía y la geología. Luego de referirse a las numerosas
muestras disecadas de animales o tomadas en dibujos originales del natural, los
informantes destacan la importancia para la ciencia de los ciento sesenta mamíferos
descritos en su informe, las ochocientas sesenta aves, los ciento quince peces, los
ochocientos moluscos y zoófitos, los cinco mil insectos y crustáceos y las tres mil
especies de plantas, además de incontables materiales para la geología, la paleontología
y la etnografía. Los científicos destacan la importancia para la ciencia de las más de
1.600 especies de plantas recogidas por d’Orbigny entre los 12 y 30 grados de latitud
austral, región por entonces “casi desconocida para los naturalistas”, colección que
comprendía desde las especies andinas vecinas a las nieves perpetuas, hasta las de las
zonas tórridas de las fronteras con el Brasil. En la colección de d’Orbigny figuraban
alrededor de 400 especies totalmente desconocidas en Europa. “Lo que da todavía más
vida a estos objetos -dicen- son las notas precisas sobre las localidades, las alturas y los
caracteres fugitivos de todas estas plantas [...] estas notas y la atención escrupulosa en
la cual se ve que en los lugares importantes este celoso viajero ha recogido las más
258

pequeñas y menos aparentes, prueban que el señor d’Orbigny, aunque no habiéndose


ocupado especialmente de botánica, no era extranjero a esta ciencia”. El informe dedica
un capítulo especial a las palmeras, destacando, dada la imposibilidad de conservar las
hojas de estos árboles en herbarios, el trabajo que se tomó d’Orbigny para dibujar con el
más mínimo detalle 48 especies distintas, llevando además porciones de tallos de hojas
secas, de frutos y de flores. “Es bien raro –señalan– que un naturalista viajero dé su
atención, con el mismo interés que a los objetos tan variados de sus estudios especiales,
a un asunto de investigaciones no menos útil, pero más árido, la configuración exacta y
detallada de los parajes que recorre. Es más raro que este viajero extienda así
voluntariamente el círculo de sus tareas, cuando sin preparación, sin guías y casi sin
instrumentos arrostra nuevas dificultades. Esto es lo que con un celo infatigable ha
hecho el señor d’Orbigny”. Por estos trabajos que permitieron precisar el perfil
geográfico de Bolivia en Europa, dibujado a pincel en gran detalle “con un talento
admirable”, la Sociedad de Geografía de Francia confirió a d’Orbigny el gran Premio
Anual de la medalla de oro, 1832.
118 En cuanto a la geología, d’Orbigny presentó a la Academia de Ciencias seiscientas
muestras de minerales acompañadas puntualmente de la explicación de los sitios en
que fueron recogidas, sus características y usos.
119 A tiempo de destacar el reconocimiento a que se hacía acreedor el gobierno de Bolivia
“de todos los amigos de las ciencias y particularmente de los sabios franceses, por la
protección tan ilustrada, tan generosa y tan eficaz que ha prestado al señor d’Orbigny”,
la Academia de las Ciencias pidió al ministro de Instrucción Pública de Francia la
publicación de su obra completa, pedido que fue atendido de inmediato por dicho
Secretario del Estado, pero el joven científico consideró que sus observaciones sobre la
parte meridional de América tendrían que ser complementadas con otras mediante una
comparación con la configuración orográfica, geológica, agrícola e industrial de su
patria de origen y así, “sin ser ayudado de manera alguna a este respecto, debí
imponerme toda clase de sacrificios para conseguir mi objeto. Finalmente, a fuerza de
perseverancia y armado de una firme voluntad, pude vencer poco a poco las
dificultades, y estos viajes de exploración, hechos a mi costa, y reiterados en todos los
puntos de Francia, en Saboya, en Suiza, en Alemania y en Bélgica, me han permitido el
poder fijar mi juicio sobre una multitud de cuestiones, concernientes a la mejora de los
países que yo había recorrido, y principalmente de Bolivia, a la que sobre todo deseaba
ser útil, sin que ella soñase en la tarea penosa que me había yo impuesto en su favor”.
120 Completada de esta manera su obra monumental bajo el título de Voyage dans l’Amérique
Meridionale (Brasil, Uruguay, Argentina, Patagonia, Chile, Bolivia y Perú) el gobierno
francés corrió con la edición de nueve volúmenes en formato mayor, divididos en los
siguientes capítulos: Narración del viaje, geografía, geología, paleontología, hombre
americano, mamíferos, aves, peces, moluscos y caracoles, crustáceos, insectos,
foraminíferos, pólipos, palmeras y criptógamos, acompañados de unos quinientos
grabados a color, incluyendo en ellos un estudio pormenorizado de los grupos humanos
con los que había tratado. La edición de los libros se llevó a cabo de 1834 a 1847, es decir
que la supervisión de su obra escrita tomó a d’Orbigny cinco años más que los que le
demando su viaje a América. Pero no se crea que el sabio se limitó a atender la
publicación de su magna opus pues interín, a pedido del Presidente José Ballivián,
publicó en 1845 el primer tomo sobre la Descripción histórica, geográfica y estadística de
Bolivia en el que formuló un vehemente llamado a los bolivianos para que le enviasen
259

documentos, indicaciones, descripciones, muestras de minerales de los sitios que no


había recorrido personalmente o de los hechos cuyas confirmaciones requería, para
lograr así “que esta obra sobre Bolivia sea un monumento nacional digno de la riqueza
prodigiosas de esta bella parte del continente americano”. El libro empieza con la
descripción del flamante departamento de Beni creado por Ballivián en 1842 sobre el
antiguo territorio de Moxos, y el departamento de Santa Cruz; la explicación que ofrece
es plausible, son las regiones que él recorrió con mayor detenimiento, las menos
conocidas del país y sin duda las más prometedoras por su inmensidad y variedad de
riquezas y su eventual salida al Atlántico, puntos que serían corroborados
puntualmente un siglo después. El propósito de d’Orbigny al publicar la obra sobre
Bolivia en París no podía ser más noble. “Acrecer el valor intrínseco de un pueblo y
realzarlo a sus ojos –anota– es darle ciertamente una existencia nueva, es infundirle el
ánimo necesario para que pueda salir de su funesto adormecimiento y encaminarse
rápidamente hacia las mejoras de toda especie”.
121 Paralelamente, d’Orbigny publicó varias memorias sobre los crinoides vivos y fósiles
que completaban su primera monografía acerca de los foraminíferos y moluscos. En
1836 dio a luz su Galerie ornitho-logicjue y en 1839 su Ornithologie de lile de Cuba, trabajos
preliminares a su maciza obra Paleontologie francaise, o Description zoologique et fossiles de
France en 1840, libro publicado con el apoyo de los fondos Wollaston de la Sociedad
Geológica de Londres. Esta obra sobre las clases inferiores del reino animal que puede
parecer tediosa contribuyó a fijar en la época de d’Orbigny los períodos geológicos de la
Tierra, la delimitación de los mares y los continentes y la presencia de los moluscos
desde la más lejana antigüedad, labor a la que consagró muchos viajes y
correspondencia con los científicos de otros países hasta llegar a reunir una colección
única en el mundo de más de 1000.000 fósiles, adquirida por el gobierno francés por el
museo de Historia Natural en 1859. Se proponía escribir una Paleontología Universal
para la que había reunido considerables materiales y de la que adelantó diversas
memorias como la Paleontologie de la Crimee de l’Orual, de la Columbie, de l’ile de Cuba.
Publicó a continuación un volumen de Mollusques vivants et fossiles de tous les pays, en
1846, obra a la que siguió en 1850 su Podrome de paleontologie, en la que figura un cuadro
con 18.000 moluscos, y en 1852 el Cours elementarire de paleontologie et degeologie
stratigraphiques en tres volúmenes con 600 figuras. Al margen de sus obras voluminosas
y memorias científicas, escribió numerosos artículos en el Diccionario universal de
ciencias naturales que dirigía su hermano Carlos, miembro como él de la Sociedad
Geológica. En 1853 el ministro de Instrucción Pública lo nombró profesor de la recién
creada Cátedra de Paleontología en el Museo de Historia Natural.
122 Las observaciones sobre los seres microscópicos del período Cámbrico que realizó
d’Orbigny adquieren al momento de escribir estas líneas un renovado valor pues sucede
que las investigaciones que llevan a cabo científicos norteamericanos y europeos en
canteras de fósiles en Groenlandia, China, Siberia y Namibia, con la ayuda de potentes
microscopios, los llevan a pensar que en esas diminutas especies de hace quinientos
millones de años se halla el origen de los mamíferos, aves y peces. Esta nueva teoría
sostiene que en los primeros diez millones de años de ese período surgieron, en toda la
faz de la Tierra, organismos multicelulares con intestinos, dientes, tentáculos o
mandíbulas en una erupción que no se repitió más y que es calificada como el “Big-
Bang” de la biología. Estos seres anteceden en doscientos millones de años a los
dinosaurios, y los recientes descubrimientos muestran que se trataba de criaturas como
las que con increíble paciencia y tenacidad estudió y catalogó d’Orbigny, sin percibir su
260

complejidad, pues no disponía de los instrumentos científicos ni la acumulación de


conocimientos que siglo y medio después permitirían identificar a estos antecedentes
remotísimos de los seres vivientes de hoy, incluido el homo sapiens, y a los que Jay
Gould en su libro Wonderful Life: Opabinia, Hallaucigenia. Anomalocaris... (1989) califica de
“raras maravillas”.
123 A su retorno de América d’Orbigny se casó dos veces. Perdió a su primera esposa al dar
a luz a una niña; en su segundo matrimonio tuvo varios hijos. Numerosos países lo
condecoraron: fue oficial de la legión de Honor de Bolivia, creada por Santa Cruz, y de
la Legión de Honor de Francia. Las principales sociedades europeas lo nombraron
miembro de honor y fue, a su vez, Presidente repetidas veces de la Sociedad Geológica
de Francia. Su obra escrita alcanza a 55 volúmenes, que por su carácter científico no le
reportaron personalmente mayores beneficios económicos pues siempre dependió del
salario del museo o de determinadas subvenciones para sus investigaciones y la
publicación de sus libros. Falleció a los 55 años en Pierrefitte, el 30 de junio de 1857.
124 En 1864 la viuda ofreció a Bolivia, antes que a Francia, los documentos, manuscritos y
colecciones que recogió su esposo en el país y entre los que figuraban las actas de la
Fundación de La Paz, desde el 20 de octubre de 1548 hasta 1562, con las firmas de
Alonso de Mendoza, Juan de Vargas, y los primeros vecinos y encomenderos (ahora en
poder del Museo Británico), el original del Diario de don Sebastián de Segurola sobre el
sitio de La Paz en 1780, una colección de todas las monedas acuñadas en la Casa de
Moneda de Potosí, que le obsequiaría el presidente Santa Cruz, y otros varios
documentos de la historia colonial y republicana. El gobierno del Gral. Mariano
Melgarejo hizo saber a la señora que el país no tenía recursos para esa clase de
adquisiciones. Las colecciones fueron finalmente vendidas en doscientos mil francos,
suma considerable para la época y que el naturalista nunca alcanzó a reunir en vida.
261

Alcide D’orbigny: El Gran Viajero


Inspirado
Carlos Antonio Carrasco

1 Mis agradecimientos más sinceros por los elogiosos conceptos dedicados a mi persona
por el Presidente de la Academia de Ciencias de Ultramar, por el Secretario Perpetuo y
por el Profesor Pascal Chaigneau, ilustre figura de la intelectualidad francesa y amigo
entrañable.
2 Mi gratitud eterna a todos los miembros de esta augusta institución por haber
posibilitado mi elección y subsiguiente incorporación a la Academia. Mi satisfacción es
aún mayor al constatar que soy el primer latinoamericano que se une a vosotros en las
tareas tan encomiables que realizan en los campos de la ciencia, la economía, la historia
y la realidad sociocultural presente y pasada de ese universo tan disímil genéricamente
denominado como ultramar, donde el impacto de Francia y los franceses han dejado
imborrable huella en el avance de la Humanidad.
3 La presencia de un latinoamericano entre vosotros, también tiene un alto simbolismo
porque si bien, aun hoy, Francia esta físicamente presente en tierras americanas, el
pensamiento social y político generado en este país fue motor en el impulso creador de
los nuevos Estados soberanos de Centro y Sudamérica. Tras de la espada del egregio
Libertador Simón Bolívar, en su biblioteca de campaña, figuraban en textos originales
las más conocidas obras de los pensadores revolucionarios franceses, y aún pueden
verse en las vetustas páginas los comentarios marginales del Libertador, como prueba
irrefutable de su admiración por la cultura gala. Esa tradición perduró en la formación
del Estado Nacional, en la concepción de la estructura jurídica y hasta en el modelo de
división geográfico-política de los territorios emancipados. Esta irradiación se extiende
a lo largo de los siglos XVIII y XIX al campo de la investigación científica, donde las
exploraciones realizadas por los grandes viajeros franceses contribuyen no sólo al
mayor conocimiento de los recursos naturales sino también a los primeros
levantamientos cartográficos que, en muchos casos, son decisivos en la afirmación
territorial de los nuevos países y en la consolidación del concepto hasta entonces etéreo
del Estado Nacional.
262

4 En este esquema se inscribe la increíble epopeya del protagonista de nuestra charla de


hoy: Alcide Dessalines d’Orbigny. En este punto, permítanme evocar un recuerdo
personal simpático e inesperado, pero que en una existencia nada parece estar librado
al azar. Hace unas pocas decenas de años, entonces joven adolescente, en la biblioteca
de mi padre, mi mano fue atraída por un volumen recubierto de piel antigua. En la
primera página estaba colada una etiqueta, en la que se leía:
5 PRIMER PREMIO DE HISTORIA NATURAL

6 CLASE DE RETÓRICA

7 LICEO IMPERIAL DE BURDEOS

8 1868
9 Y como niño terriblemente curioso, gustaba mucho hojear en ese raro ejemplar los
hermosos grabados de gasterópodos y toda clase de moluscos cuyo autor era
precisamente d’Orbigny cuya ejecutoria yo ignoraba en esa época por completo.
10 Pero volvamos a nuestro propósito:
11 Alcide Dessalines d’Orbigny, hijo de médico, nace en 1802 en Coueron, una aldea no
lejos de Nantes. Hizo sus estudios en La Rochelle, pero se interesa muy pronto en las
ciencias naturales. Redacta en 1822 una memoria sobre los gasterópodos, para la
Sociedad de Historia Natural de París. En la capital comienza a trabajar para el Museum,
en 1824, o sea al mismo tiempo en que culminaban exitosamente las guerras de
independencia en América del Sur, derrumbando el poder colonial español en toda la
región, con excepción de Cuba y Puerto Rico.
12 Influido por las remarcables exploraciones emprendidas por Humboldt y Bonpland, el
joven d’Orbigny sueña con ese tipo de viajes y, lleno de entusiasmo, consigue partir
hacia el Nuevo Mundo, en calidad de naturalista del Museum.
13 La voluntad de hierro que le caracteriza durante toda su existencia lo empuja a cumplir
esa misión totalmente solo. Cauto, solicita -antes de partir- unos cuantos meses
necesarios para completar su formación científica, puesto que entre todas las
disciplinas esenciales de ese tiempo es la etnografía la que más le llama la atención.
14 El financiamiento para su viaje, circunstancia mayor ayer como hoy, fue parcialmente
cubierto por el Museum que otorga a d’Orbigny en cuanto naturalista-viajero un
"salario de 6.000 francos por año que además, recibirá del Duque de Richelieu 3.000 francos
anuales, hasta 1830...".
15 Tiene 24 años y el 31 de julio de 1826 parte del puerto de Brest a bordo de la corbeta "la
Meuse", y luego de 55 días de travesía desembarca en Río de Janeiro el 24 de
septiembre. Sus excursiones botánicas alrededor de las colinas cariocas no presentan
interés particular alguno. Sin embargo, el incipiente naturalista es testigo de la guerra
que libra el Brasil contra la Argentina en disputa por el control territorial de la "banda
oriental"del Río de la Plata, más tarde conocida como Uruguay. D’Orbigny no puede
sustraerse a esa querella y es detenido primero por los gauchos argentinos y luego -más
tarde- por los combatientes brasileros. Después de estos incidentes, prefiere continuar
su camino hacia el inmenso territorio argentino, y marchando hacia el norte llega al
Chaco, territorio sumiso a una soberanía difusa y confusa, puesto que los verdaderos
dueños de la situación política, económica y social eran los jesuitas.
16 Luego de un año de peregrinación por el norte argentino, d’Orbigny pasa cinco meses
en Buenos Aires que, según él, es "la ciudad más europea de toda la América Meridional".
263

17 Más adelante, son las focas de Bahía Blanca que le dan la bienvenida en la Patagonia, un
territorio peligroso que, como él recuerda, vive bajo la "amenaza continua de indios
feroces...".
18 Aquí me permito abrir un paréntesis sobre la situación de los pueblos indígenas en
turbulento momento republicano, cuando tanto en la Argentina como en Chile fueron
víctimas de campañas sistemáticas de exterminación. Como un triste ejemplo,
citaremos al tirano argentino Juan Manuel de Rosas (1793-1877), quien consolida su
poder conquistando las "pampas" mediante ataques militares que, como constató más
temprano d’Orbigny, estaban dirigidos contra los "indios feroces". Nuestro explorador no
se dio cuenta de que los indígenas -al contrario-juzgaban que "feroces" eran las tropas
militares que los asolaban... puesto que hoy día, las comunidades indígenas de
Argentina y Chile han sido reducidas a una patética figuración de exotismo folklórico.
19 El problema de la inseguridad en la pampa determina el itinerario de nuestro hombre:
eran tiempos en que la distancia más corta entre dos puntos no era precisamente la
línea recta. Para ir de Argentina a Chile, dos países fronterizos, nuestro explorador
estaba obligado a renunciar la vía terrestre y, por lo tanto, tuvo que abordar la nave
rusa "Catalina" que contorneando el Cabo de Hornos pudo llegar, finalmente, a
Valparaíso, principal puerto chileno. Su descubrimiento de la Cordillera de los Andes
coincide con la lectura de una carta que le envía Andrés de Santa Cruz, en la cual "le
promete todas las facilidades para visitar Bolivia".
20 El Mariscal Andrés de Santa Cruz, hijo de español y de una princesa india, fue el
Presidente más importante de la República de Bolivia en el Siglo XIX. Gobernó durante
diez años entre 1829 y 1839. Anexó el Perú a Bolivia, creando una Confederación que
inquietaba a los países vecinos. Las fuerzas chilenas hacen de vanguardia de choque
para derrocar al intrépido mariscal. Francófono y francófilo, escoge al Hexágono como
tierra de exilio, donde permanece hasta su muerte acaecida en Boulogne sur Mer.
Hombre de Estado visionario, percibió el gran potencial que ofrecía Bolivia mediante la
exploración de sus territorios aún vírgenes. La carta de invitación que dirige a
d’Orbigny, conlleva la intención de interesar al francés con vista a ese objetivo.
21 El 8 de abril de 1830, d’Orbigny se embarca hacia Arica, puerto peruano en ese
momento, para arribar antes a Cobija, puerto boliviano rodeado por el desierto de
Atacama. Allí, el estudio que elabora acerca de los indios Changos que vivían de la pesca
es único y conmovedor, puesto que esa tribu actualmente ha desaparecido. "El 19 de
mayo de 1830, partiendo de Atacama, a la cabeza de una pequeña caravana de mulas, toma la
ruta de La Paz...". Y ese día, marca el comienzo de su pasión por Bolivia.
22 El explorador empieza su circuito boliviano en la minúscula aldea de Palca. Emprende
la conquista de la Cordillera de los Andes por la cadena montañosa denominada como
Occidental, a 4.000 metros de altura, donde el frío y el sorojche (mal de montaña)
comparten el saludo de bienvenida a los extranjeros. Todo ello lo abruma como una
cascada de nuevas experiencias: el altiplano habitado por los legendarios aimaras, el
lago Titicaca y La Paz, una ciudad, entonces, más bien india, rodeada de picos nevados.
23 En julio de 1830, algunos meses después de su llegada, el naturalista viaja a los Yungas,
jirón subtropical, de difícil acceso aun al presente. Visita las pequeñas poblaciones
rurales de Chulumani e Irupana, plenas de bosques húmedos, donde se cultiva la coca.
Es pertinente aquí, aportar algunas precisiones acerca de la diferencia entre coca y
cocaína. Según los diccionarios: "las hojas de coca tienen una acción estimulante de donde se
264

extrae la cocaína". Por el contrario, la cocaína es "un alcaloide extraído de la hoja de coca,
anestésico local y excitante del sistema nervioso central cuyo uso prolongado culmina en una
toxicomanía grave".
24 La coca es un arbusto de apariencia frágil pero en realidad es fuerte y resistente. De
fácil plantación, puede ofrecer de dos a tres cosechas por año. No requiere riego
especial, el agua de las lluvias le basta. Los indígenas llaman a la coca "la hoja sagrada"
y la consumen en su estado natural desde hace dos mil años. Sus propiedades son tales
que su masticación calma la sed, el hambre y la fatiga. Su uso permite efectuar rudos
trabajos físicos o de emprender una larga marcha a pie, sin extenuarse. Durante el
período colonial, los españoles distribuían a sus siervos indios trabajadores en las
minas, importantes cantidades de coca para mejorar la productividad y reducir los
gastos de alimentación. Esa tradición continuó como norma en las extensas
propiedades rurales o mineras pertenecientes a la clase dominante de la República ya
independiente. Incluso, hoy en día, no se puede imaginar al indio sin su pequeña bolsa a
la cintura, repleta de hojas de coca. El consumo de la "hoja sagrada" no está confinado
sólo al campo. También en los centros urbanos, gente rica o pobre cuenta siempre -
entre sus provisiones- la inefable hoja. Sus cualidades químicas -utilizadas en la
farmacopea sofisticada- tienen uso también doméstico. Así, la hoja de coca se aconseja
contra el dolor de cabeza, contra los malestares estomacales y sobre todo para alivio del
sorojche, tan conocido por d’Orbigny, alcanzado por ese mal -como todos- por efecto de
la altura. Sin embargo, al inicio del siglo XX la hoja de coca sirvió como base de
transformaciones químicas hasta producir el "clorhidrato de cocaína" que, antes de ser
diabolizada, se vendía libremente, en forma de pastillas, en las farmacias parisinas.
25 Producto de uso médico o estimulante casi inofensivo, la pequeña hoja ha seguido un
trágico destino. Ha sido transformada en una peligrosa fuente de vicio y de riqueza.
Actualmente, un gramo de cocaína vale tanto como el oro en los lujosos centros de
consumo en el mundo occidental.
26 La situación es dramática porque pese al estigma de la coca y su ilícito uso, el indio la
consume cotidianamente y no gana gran provecho económico de su comercialización.
El cultivo de esta planta es fuente de conflictos armados represivos contra los pequeños
agricultores que viven de esta actividad. Irónicamente son los traficantes de droga
quienes amasan grandes fortunas vendiendo o distribuyendo la cocaína en los
mercados norteamericanos y europeos
27 Pero, volviendo a d’Orbigny, éste no detiene su viaje en Sicasica, donde se encuentran
ricas minas de plata; prosigue su ruta hacia la ciudad agrícola de Cochabamba y en su
camino se cruza con varios campamentos mineros. Bolivia, desde sus albores cuando los
Conquistadores se instalaron en su territorio, es un país esencialmente minero. Del
siglo XVI al XVIII, la plata fue el principal recurso explotado por los españoles. El Cerro
de Potosí, por ejemplo, fue un emporio argentífero que enriqueció los cofres de la
Corona. Más tarde se descubre vetas de estaño y se inicia el auge de ese mineral al
constatarse sus innumerables usos. El aprecio por el estaño aumenta en proporción a la
codicia de los industriales mineros que producen de manera intensiva, acumulando
poder económico y político en detrimento de la población nativa.
28 D’Orbigny no permanece mucho tiempo en las minas. Observaciones y estudios sobre
los recursos minerales son poco abundantes con relación a sus investigaciones sobre la
fauna y la flora de la región.
265

29 Atraviesa varias provincias de Cochabamba (Pocona, Totora, Pampa Grande) hasta


llegar a Samaipata. Seguramente, las primeras lecturas de nuestro héroe sobre el
Imperio Inca despertaron su curiosidad y avivaron su imaginación durante su presencia
en el fuerte de Samaipata (recientemente declarado por la unesco "Patrimonio Cultural
de la Humanidad"). Ciertamente, es el punto extremo de la conquista de los Incas en el
"hinterland" de l'América del Sur. Las posesiones incaicas comprendían los actuales
territorios del Ecuador, Perú, Bolivia, una parte de Colombia, el norte de Chile y el
norte de Argentina.
30 El 17 de noviembre de 1830, a su arribo a Santa Cruz descubre la selva amazónica.
D’Orbigny recorre por un año la Chiquitania y Moxos, alejado de toda civilización. En
ese cuadro, entra al mundo barroco de los jesuitas y la insuperable "Compañía de
Jesús"que instaura su dominio por medio de sus misiones fundadas en el siglo XVIII.
31 Concepción, San Miguel, San Ignacio y Santa Ana han sido -también- declaradas por la
UNESCO como Patrimonio Mundial de la Humanidad. Esas misiones, así como todo el
territorio que hoy se conoce como Paraguay, fueron -según nuestra colega académica
Elisabeth Duforcq- "prácticamente una nación soberana, con su escritura, su economía de
trueque y sus armas. Las 39 reducciones devinieron verdaderas ciudades con sus campos de
ganadería y plantaciones organizadas, con una plaza de armas espiritual trazada al modelo
español...". D’Orbigny encuentra cincuenta años más tarde, después de la expulsión de
los jesuitas, vestigios aún frescos de ese escenario.
32 ¿Pero que hacía nuestro naturalista todo un año entre las tribus de los Quitomocas,
Paziconecas y Chiquitos?... No sólo se contentó de emprender investigaciones
etnográficas, de estudiar fósiles, plantas exóticas, la fauna local; se interesa también
por la música barroca llevada por los jesuitas al corazón del bosque amazónico.
33 Sobre este punto, nos sorprende d’Orbigny al recordar que:
34 "El gran exceso en nuestra arquidiócesis de instrumentos de música, de chirimías, flautas, violas,
trompetas y el gran número de indios que pasan su tiempo en tocar como en cantar, nos lleva a
encontrar un remedio y poner fin a esa sobreabundancia. Solicitamos, entonces y ordenamos que
en el futuro, no se toquen las trompetas en las iglesias durante el servicio divino, y exigimos que
ya no se compren más de ellas. Aquellas iglesias que ya las poseen, las utilizarán solamente en
ocasión de procesiones exteriores y no en el acompañamiento de la liturgia.
35 Asimismo, las chirimías y flautas serán depositadas en las principales aldeas y solamente usadas
para las fiestas patronales; igualmente para las violas y otros instrumentos, presionamos al clero
a instalar órganos de manera a impedir en la iglesia el uso de todos esos instrumentos impropios
y desgraciados. El órgano es el instrumento apropiado al servicio de la Iglesia y deseamos que su
uso se universalice..." He aquí un d’Orbigny muy académico en cuanto a la música
litúrgica, pero, aparentemente, poco convencido por la "misa criolla".
36 Dejando Chiquitos se dirige hacia el nordeste al territorio de Moxos atravesando el país
de los indomables Guarayos. Es en enero de 1832 que realiza un admirable recorrido a
lo largo de los afluentes del Amazonas. Imaginemos cuán grande sería la impresión de
d’Orbigny al tomar contacto con ese universo hidrográfico que nace en la Cordillera de
los Andes y desemboca en el Atlántico. La Amazonia en esa época era un mundo
enigmático e impenetrable. Su cuenca fluvial, estimada en 7 millones de kilómetros
cuadrados, está situada en el centro de América del Sur. Sus 6.280 kilómetros de
longitud son alimentados por múltiples afluentes que conectan a casi todos los países
sudamericanos, con excepción de aquéllos ubicados en el cono sur.
266

37 D’Orbigny sale de ese entorno tropical y húmedo hasta los plácidos valles de
Cochabamba, donde se empeña en encontrar un camino más corto hacia Trinidad,
ciudad ubicada en el dominio de los Moxos.
38 El 12 de diciembre de 1832, lo encuentra en Chuquisaca. Desde allí se encamina a las
regiones mineras y al legendario Cerro de Potosí. En marzo, tal cual lo hiciera Simón
Bolívar en 1825, asciende la famosa montaña, cuya cima culmina a 4.200 metros de
altitud. Ciento cincuenta anos más tarde, a su vez, Juan Carlos, primer y único Rey de
España que visita sus antiguas colonias en América, emprende igualmente esa mítica
ascensión.
39 Dejando Potosí, cruzando el altiplano boliviano, d’Orbigny prosigue su viaje en
dirección a Oruro, otra ciudad minera rica en plata. A lo largo de su expedición puede
admirar numerosos rebaños de llamas y vicuñas, peculiares compañeros de ruta del
indio altiplánico.
40 Cuando llega al lago Poopó y a Pucara, dice que "descubre el espectáculo grandioso de dos
cordilleras paralelas, coronadas por el Sajama y el Illimani...".
41 El 19 de abril de 1833, entra triunfalmente a La Paz, entonces una pequeña villa de
25.000 habitantes, convertida -ahora- en la sede de gobierno boliviana, con una
población que sobrepasa el millón.
42 A una distancia de 80 kilómetros accede al lago Titicaca y se asienta en sus riveras. El
Titicaca es un verdadero mar interior cuyos 8.000 kilómetros cuadrados reflejan azules
aguas bordeadas por el altiplano que se eleva a 4.000 metros sobre el nivel del mar. El
Titicaca, en la actualidad condominio del Perú y de Bolivia, está fuertemente
entroncado con la tradición mitológica de los Incas. En sus veneradas islas del Sol y de
la Luna, aparecieron -se dice- Manco Kapaj y Mama Okllo, la pareja primigenia de la
dinastía que controla el Imperio hasta la llegada de los españoles, en 1535.
43 Pertinentemente, hace pocos años, otra celebridad francesa, Jacques Cousteau, pudo
observar las profundidades del Lago, desde su pequeño submarino, y así recoger
amplios datos sobre esa masa lacustre.
44 En junio de 1833, d’Orbigny abandona La Paz después de haber cumplido, durante tres
años, un viaje que pocos bolivianos de ayer y de hoy podrían imitar.
45 En esas circunstancias, el naturalista escribe:
46 "Pude, entonces, decir adiós a los buenos paceños que me habían recibido tan bien. Hacia finales
de junio, repasé por ultima vez la Cordillera, por la ruta que había seguido en 1830 cuando iba de
Tacna a La Paz y así dejaba por siempre Bolivia, luego de haberla atravesado por todo lado
durante tres años. Me llevo de esta bella y rica parte del Continente americano no solamente una
inmensa cantidad de materiales de toda especie, propias a darlas a conocer bajo diferentes
puntos de vista, pero más aún el más vivo reconocimiento de su gobierno y sus habitantes, de
quienes sólo recibí muestras de estima y hospitalidad, de los más delicados.
47 "Un espectáculo admirable queda en mis pupilas al contemplar la cumbre de la Cordillera; en las
bellas noches en esas altas regiones de la atmósfera, sobre el cielo más puro del mundo, pude
admirar, a mi gusto, desde mi observatorio, a 1.500 metros sobre los océanos, un eclipse total de
luna, donde todas las fases no podían estar mejor marcadas. Cuando no se ha visto esos
fenómenos de la Naturaleza, desde nuestros brumosos países en Europa, donde el cielo está
constantemente cargado de vapores, uno no se puede imaginar cuán diferente es en la cumbre de
los Andes, donde durante nueve meses al año ninguna nube asoma al horizonte, mientras los
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astros se destacan en la noche, sobre el más profundo de los azules. La luna ofrece una claridad
desconocida en las regiones inferiores a la atmósfera y las estrellas tintinean el más vivo
resplandor. Es un espectáculo realmente imponente, que hace olvidar al viajero el picante frío de
que es presa...".
48 El 25 de julio de 1833, se embarca en el puerto peruano de Callao. Luego de una breve
visita a Lima, retoma la ruta hasta Burdeos, en compañía de seis jóvenes bolivianos,
deseosos de seguir sus estudios en Francia.
49 D’Orbigny lleva consigo muestras de la flora y de la fauna boliviana, miles de especies
de plantas, mamíferos, aves, peces, reptiles, insectos, moluscos, crustáceos que
enriquecen, aún en nuestros días, los museos franceses.
50 Su contribución a la ciencia ha sido primordial no solamente en los campos de las
ciencias naturales, sino también en la geografía, la historia, la economía y las
estadísticas. En efecto, Bolivia le debe un esquema de su primera carta geográfica.
51 Por otra parte, es importante señalar el marcado interés de d’Orbigny por las etnias
locales. A la América andina le legó las bases de su etnohistoria. Sus investigaciones,
particularmente en Bolivia, son de una riqueza increíble, sobre todo si se tiene en
cuenta los limitados medios con que contaba. Citemos como ejemplo sus tareas en
Moxos, donde levanta un censo de la población, con repartición por sexo, número de
nacimientos, matrimonios, decesos e incluso el porcentaje de casados y de solteros. En
breve, una multitud de datos que fueron valiosos para el estudio de esa categoría de
comunidades autóctonas en vías de extinción.
52 La obra escrita del gran viajero inspirado es monumental. Once volúmenes intitulados
Viaje a la América Meridional (1835-1847). A ello, puede añadirse la considerable
correspondencia que mantuvo con su familia durante sus ocho años de ausencia..
Asimismo, escribió varios otros libros y numerosos artículos. El conjunto de su obra
revela otra faceta del naturalista: su inquietud por los derechos humanos, su vocación
democrática y su repulsión del autoritarismo.
53 El profesor Jean Claude Roux, en un estudio aún inédito, define a d’Orbigny como un
"precursor de los derechos humanos y de la geografía del desarrollo de Bolivia". Roux nos
muestra a un d’Orbigny que trata de promover su pensamiento político modernizador,
sus reflexiones sobre la organización social de los pueblos sin estructura institucional
que visita e incluso sus concepciones acerca de un desarrollo económico armónico que
preserve la naturaleza. La travesía de d’Orbigny permitió descubrir "la otra Bolivia", la
nación amazónica y tropical. Hacia 1830, el Estado Boliviano ocupaba de manera
efectiva escasamente los contrafuertes de la Cordillera de los Andes y de sus valles
adyacentes. En 1825, contaba apenas con un millón de habitantes en una superficie de
dos millones de kilómetros cuadrados.
54 D’Orbigny es testigo privilegiado de un Estado en formación que presenta todas las
características desfavorables: Un territorio invertebrado, una economía sometida a
monopolios mineros, fronteras internacionales en constante disputa y la seguridad
interna inestable. Sus observaciones y reflexiones integran un diagnóstico completo en
su obra Descripción geográfica, histórica y estadística de Bolivia aparecida en 1845,
únicamente en lengua española.
55 En otro nivel señalemos que la inflexible sensibilidad política del naturalista cuando
discurre acerca del perfil negativo que, habitualmente, se atribuía al indio, dice: "No
solamente los indígenas están dotados de talento, pero si se toma el trabajo de estudiar sus
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lenguas, se descubrirá un grado de perfección en nada inferior a nuestros conocimientos


actuales".
56 En cuanto a su evaluación de la conquista española y de su vinculación con la población
indígena, escribe: "Los españoles, aunque se mezclan con los nativos, se consideran a sí mismos
como si no pertenecieran a igual especie de seres. Se sirven de los indígenas para todo tipo de
quehaceres, ocupándolos en los más penosos trabajos, incluyendo el de las minas; además, los
indios fueron sometidos a la más rigurosa esclavitud, incluso en las casas particulares. Los
primeros propietarios del suelo no tenían derecho a la más mínima participación... ".
57 En esa misma óptica, aunque d’Orbigny reconoce el loable trabajo cumplido por los
jesuitas en las misiones asentadas en la Bolivia oriental en el área de la música y las
lenguas de las tribus chiquitanas, no se priva de emitir críticas francas cuando se trata
de juzgar la tolerancia del clero frente a los abusos cometidos por propietarios de la
tierra o por las autoridades locales. Con respecto a la expulsión de los jesuitas
decretada en 1767, declara: "En cincuenta o sesenta años habían logrado el tránsito de un
gran número de hombres de la vida más salvaje a un estado que no vaciló de poner encima del
nivel de civilización de una buena parte de nuestros campesinos...".
58 El profesor Roux evoca los avatares de la aculturizacion, al comentar el proceso de
imposición a fortiori de la religión católica. Al respecto, comenta una anécdota de pura
lógica ingenua, citando a d’Orbigny: "El viernes santo, esos indios se dicen: puesto que Dios
está muerto, no podrá saber lo que nosotros hagamos y, en esa creencia, los dos sexos se
abandonan a todas sus pasiones; y así tienen lugar todo tipo de fantasías, sin el menor escrúpulo.
Es para ellos un instante de libertad absoluta que resiste a todas las observaciones de los curas".
59 En el campo de la economía, d’Orbigny es partidario de la apertura de vías fluviales.
Piensa que constituyen un medio de interconexión entre las montañas andinas y los
valles orientales. En ese sentido, propone una división del trabajo agrícola, su
diversificación y la distribución que seguiría hacia los centros de consumo.
60 Más adelante, a partir de 1825, se desarrolla con empeño -en Boliviala explotación de la
quinquina planta medicinal originaria de la provincia de Caupolicán, de la cual se extrae
la quinina, medicina exclusiva usada para combatir la malaria, enfermedad que
diezmaba los pueblos en las posesiones coloniales europeas en Africa y en Asia.
D’Orbigny propone crear un monopolio estatal que controle la producción y la
exportación de ese producto tan apreciado por las metrópolis colonialistas.
61 El joven naturalista, creativo y romántico se enamora del país que lo retuvo por tanto
tiempo, no obstante el profesor Roux se pregunta si "su encanto por ese pueblo no se debe
también y en mucho a sus amores con las bellas criollas de Santa Cruz, a pesar de las graves
complicaciones que le llevaron incluso a invocar una intervención -en su favor- del propio
Presidente de la Republica boliviana ...?"
62 El viaje de retorno al viejo Continente continúa en Valparaíso a bordo del
"Philanthrope"el 18 de octubre de 1833. D’Orbigny, el gran viajero inspirado recuerda:
63 "Divise primero las islas de Juan Fernández, cubiertas de vegetación, y dos días después,
descendía en Valparaíso. Tres años de ausencia habían cambiado para mí, el aspecto de esta
ciudad. Luego de mi paso, se había construido un vasto edificio para la administración de
aduanas y un embarcadero de madera destinado a facilitar el desembarco de botes, reemplazaba
la playa arenosa sobre la cual antes había que fondearse a pesar de las olas. Ví nuevamente, con
interés los lugares que tan frecuentemente había recorrido y donde hice nuevas investigaciones
pero, como no estaba sino de paso en Chile, no me detuve mucho para encontrar el mínimo
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placer. Finalmente el 18 de octubre, abandoné esa República y comenzó la travesía. Hice mis
últimos adioses a las costas americanas, no sin deplorar un momento de tristeza al pensar que no
las veré jamás. Fui tan favorecido durante mi estadía en el Nuevo Mundo que no podía dejarlo
sin extrañar a sus habitantes; pero el pesar de esta perdida encontraba en mi la compensación en
el sentimiento de la más viva gratitud que me inspiraba la gentileza con la cual fuí siempre
tratado.
64 "Acompañado de seis jóvenes bolivianos, favorecidos por el gobierno para estudiar en
Francia, viajé lentamente hacia Europa.
65 Después de haber recorrido las costas chilenas, me encontré a comienzos de noviembre,
en una calma perfecta, a algunas leguas del Cabo de Hornos, cuyo aplastado cono,
cubierto de nieve, se dibujaba en el horizonte. Era la última parte de América que podía
percibir. Una navegación larga pero feliz, me conducía a mi querida Patria. El 1 de
febrero de 1834, habiéndose observado la aproximación a tierra, sentí una felicidad
inigualable. Por la noche el ancla tocó el suelo de Francia. Me levanté para ver los
primeros granos de arena, sintiendo una emoción imposible de definir. Pocos instantes
después, el faro de la torre de Cordouan anunciaba la boca de la Gironda, donde
entramos el 2 de febrero. Todos mis sufrimientos pasados fueron olvidados. Volvía a ver
a mi familia, a mis amigos ... y debía comenzar una nueva existencia...".
66 ¿Comenzar una nueva existencia? ... para nada... nuestro naturalista apenas tocó suelo
francés empezó a luchar con denuedo contra los excesos de todo tipo de academicismos
burocráticos.
67 Su primer objetivo fue publicar las memorias de su viaje, con todas las notas y las
muestras recogidas en cerca de ocho años. Sin embargo, tuvo que esperar diez largos
años para lograr su deseo. El costo de la impresión de los once volúmenes de su
monumental obra fue, finalmente, financiado por suscripción pública; la cátedra de
paleontología que obtiene años más tarde le es concedida sólo después de una
intervención al más alto nivel real. Pero sin duda la contrariedad más penosa que debió
soportar fue el rechazo por siete veces consecutivas de su candidatura como Miembro
de la Academia de Ciencias. Su terquedad es verdaderamente sorprendente. Durante
doce años, de 1838 a 1857 (hasta algunas semanas antes de su muerte), persiste en su
empeño sin éxito alguno.
68 Chantal Boone, que se interesa en las causas y efectos de sus malogrados esfuerzos,
intitula su ensayo Alcide d’Orbigny ou l’immortalite refusée, en el que subraya las
mezquindades humanas que existieron, existen y existirán en las colectividades
profesionales, y cita algunas razones para ese rechazo. Por ejemplo, "su anticonformismo
social que se puede decir estaba ligado al conservatismo político de la época y a las nuevas
tradiciones profesionales de los hombres de ciencia, fue lo suficiente para impedir su ingreso a
un cenáculo normalmente dedicado a las investigaciones intelectuales...?
69 La autora señala -igualmente- el hecho de que d’Orbigny no hubiese culminado una
carrera universitaria, "su educación podía haber parecido retrógrada en esa época o por lo
menos provincial, puesto que no obstante haber frecuentado el liceo de La Rochelle, él recibió lo
esencial de su educación de naturalista de parte de su padre, Charles d’Orbigny, un corresponsal
del Museum y antiguo médico....
70 Finalmente, muy objetivamente, Boone afirma que "cuando se presenta al Instituto, él no es
todo un candidato modelo ni tampoco un outsider; su título de naturalista-viajero no le sirve
gran cosa, pero su carrera tardía no es tampoco un escollo infranqueable...".
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71 En fin, permítanme, a guisa de conclusión, basado en ese lazo personal que creó el azar
al llevar a una mano juvenil hacia un viejo libro, de dirigirme directamente a Alcide
d’Orbigny en vísperas del bicentenario de su nacimiento para decirle gracias: Gracias
Alcides d’Orbigny por tu pasión de descubrir la América Meridional, gracias por tu
irreemplazable testimonio que permite aclarar el presente y retomar el futuro, gracias
también, y quizás sobre todo, por el profundo amor que has profesado a Bolivia, mi
Patria...

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