Está en la página 1de 3

20 de marzo de 2020

Juárez Millán Alberto

Michel Foucault – Vigilar y castigar


Resumen

Michel Foucault, filósofo, sociólogo, historiador, psicólogo francés, que nació en


1926 y murió en 1984. Dice de sí mismo: “resulta que yo había hecho estudios
de…, como suele decirse, letras, filosofía, un poquito de psicología, esas cosas…,
y además siempre había estado muy tentado, fascinado incluso, por los estudios
médicos, pero, en fin… la pereza, también la necesidad de tener una profesión, de
ganarme la vida, hicieron que no me dedicara a ellos luego de estudiar filosofía,
aunque de todos modos trabajé en un hospital psiquiátrico, en Sainte-Anne, y lo
hice con un estatus particular; fua más o menos hacia 1955 […] En el fondo, la
pregunta que me hice no fue tanto saber qué pasaba por la cabeza de los
enfermos sino qué pasaba entre estos y los médicos.” 1
La obra Vigilar y castigar fue publicada, en su versión original en 1975, y su
objetivo es “una historia correlativa del alma moderna y de un nuevo poder de
juzgar; una genealogía del actual complejo cientifico-judicial en el que el poder de
castigar se apoya, recibe sus justificaciones y sus reglas, extiende sus efectos y
disimula su exorbitante singularidad”2, según palabras del mismo Foucault.
El libro se divide en cuatro partes: Suplicio, Castigo, Disciplina y Prisión.
Según Foucault, entre los siglos XVII y XIX comenzó a desaparecer el suplicio, el
cual, en la Edad Media, constituía un ritual político donde la pena no solamente
debía reparar el daño cometido, sino que suponía también una venganza a la
ofensa que se había hecho al rey; se trataba de un espectáculo. Sin embargo, a
partir del siglo XIX comienza a desaparecer el espectáculo punitivo, sobre todo
porque el suplicio propiciaba desorden entre el público y admiración hacia el
condenado, así, el castigo pasa a ser una parte oculta en el proceso penal. Por
otro lado, el objetivo del castigo cambia, en el suplicio era el cuerpo el destinatario
de la pena, a partir de entonces, el objeto será el alma y pasaran a juzgarse una
serie de pasiones, instintos, anomalías, inadaptaciones, las cuales sirven para
calificar a un individuo como delincuente. A partir de entonces, se toma en cuenta
no solamente lo hecho sino lo que un individuo es, será o puede ser. Con este
cambio aparecen una serie de expertos alrededor del castigo, tales como los
psiquiatras, los educadores y los funcionarios administradores.
Por otro lado, en la segunda mitad del siglo XVIII, se da una protesta generalizada
contra el suplicio por parte de filósofos, teóricos del derecho y juristas, lo cual hace

1
FOUCAULT, Michel; El poder, una bestia magnifica. Sobre el poder, la prisión y la vida, Siglo XXI, Buenos
Aires, 2012, pp. 29-30.
2
FOUCAULT, Michel; Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Siglo XX, México, 2009, p. 32.
que el suplicio se vuelva intolerable, irritante, vergonzoso y peligroso. Esta
necesidad de un castigo sin suplicio se formula, en primer lugar, como un grito del
corazón o de la naturaleza indignada, pues se piensa que hasta en el peor de los
asesinos hay una cosa que debe respetarse cuando se castiga: su humanidad. Lo
cual lleva a constituir una nueva economía y tecnología del poder de castigar.
Castigar, por tanto, será un arte de los efectos, más que oponer la enormidad de
la pena a la enormidad de la falta es preciso adecuar una a otra las dos series que
siguen al crimen: sus efectos propios y los de la pena. Así, al final del siglo XVIII,
nos encontramos ante tres maneras de organizar el poder de castigar. La primera
es la que funcionaba todavía y se apoyaba en el viejo derecho monárquico. Las
otras corresponder a una concepción preventiva, utilitaria, correctica, a un derecho
de castigar que pertenecía a la sociedad entera. La primera manera es el derecho
monárquico, en donde se castiga y se marca el cuerpo ante espectadores. La
segunda la representa el proyecto de los juristas transformadores, que utiliza
signos en lugar de marcas. La tercera es el proyecto de institución carcelaria,
donde el castigo es una técnica de coerción de los individuos que pone en acción
procedimientos de sometimiento del cuerpo, con las huellas que deja, en forma de
hábitos, en el comportamiento. Las tres son modalidades según las cuales se
ejerce el poder de castigar, son tres tecnologías del poder.
Por otro lado, según Foucault, en el transcurso de los siglos XVII y XVIII surgen
fórmulas generales de dominación diferentes a la esclavitud, llamadas disciplinas,
métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que
garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y le imponen una relación de
docilidad y utilidad. El momento histórico de las disciplinas es el momento en el
que nace un arte del cuerpo humano que no tiende únicamente al aumento de sus
habilidades, ni tampoco a hacer más pesada su sujeción, sino a la formación de
un vínculo que, en el mismo mecanismo, lo hace tanto más obediente cuanto más
útil, y viceversa. Se conforma entonces una política de las coerciones que
constituye un trabajo sobre el cuerpo, una manipulación calculada de sus
elementos, de sus gestos, de sus comportamientos. El cuerpo humano entra en un
mecanismo de poder que lo explora, lo desarticula y lo recompone. Así, nace una
anatomía política o una mecánica del poder que define cómo se puede apresar el
cuerpo de los demás, no simplemente para hagan lo que se desea, sino para que
operen como se quiere, con las técnicas, según la rapidez y la eficacia que se les
determina. Con ello, la disciplina fabrica cuerpos sometidos, ejercitados, cuerpos
dóciles. Esta disciplina se constata en las instituciones sociales, tales como los
hospitales, los cuarteles, las fábricas y las escuelas.
Las disciplinas de basan en la utilización de instrumentos como la inspección
jerárquica, la sanción normalizadora y el examen. Las instituciones disciplinarias
secretan una maquinaria de control que funciona como un microscopio de la
conducta. Así, los edificios escolares se construyen mediante la inclusión de
compartimentos y aberturas que permitan la vigilancia continua, como el
panóptico, además de incluir estrados elevados que los convierten en un aparato
para vigilar. Este esquema es representado por el modelo de enseñanza mutua
donde se da una observación recíproca y jerarquizada. Por otro lado, en el taller,
en la escuela, en el ejército, reina una verdadera penalidad del tiempo, de la
actividad, de la manera de ser, de la palabra, del cuerpo y de la sexualidad. El arte
de castigar, en régimen del poder disciplinario, no tiende ni a la expiación ni a la
represión, utiliza cinco operaciones distintas: referir los actos, los hechos
extraordinarios, las conductas similares a un conjunto que es a la vez campo de
comparación, espacio de diferenciación y principio de una regla a seguir.
Diferenciar a los individuos unos respecto de otros y en función de esta regla de
conjunto. Medir en términos cuantitativos y jerarquizar en términos de valor las
capacidades, el nivel, la naturaleza de los individuos. Hacer que entre en juego la
coacción de una conformidad a realizar. Y, por último, trazar el límite que habrá de
definir la diferencia respecto de todas las diferencias, la frontera exterior de lo
anormal. La penalidad perfecta que atraviesa todos los puntos y controla todos los
instantes de las instituciones disciplinarias, compara, diferencia, jerarquiza,
homogeniza, excluye, es decir, normaliza. A su vez, el examen combina las
técnicas de jerarquía que vigila y las de la sanción que normaliza, una mirada
normalizadora, una vigilancia que permite calificar, clasificar y castigar.
Así, la escuela pasa a ser una especie de aparato de examen ininterrumpido que
acompaña en toda su extensión la operación de la enseñanza, así, se convierte en
una comparación perpetua de cada cual con todos, que permite a la vez medir y
sancionar. El examen no se limita a sancionar el aprendizaje, es uno de sus
factores permanentes, subyacentes, según un ritual de poder constantemente
prorrogado. También, el examen permite al maestro, a la par que transmite su
saber, establecer sobre sus discípulos todo un campo de conocimientos, crea un
verdadero y constante intercambio de saberes pues garantiza el paso de los
conocimientos del maestro al discípulo, pero toma del discípulo un saber
reservado y destinado al maestro. Así, la escuela pasa a ser el lugar de
elaboración de la pedagogía; la época de la escuela examinadora ha marcado el
comienzo de una pedagogía que funciona como ciencia.
A partir de lo dicho, ¿puede extrañar que la prisión se asemeje a las fábricas, a las
escuelas, a los cuarteles, a los hospitales, los cuales, a su vez, se asemejan a las
prisiones?
Entonces, se impone una pregunta para los docentes, ¿cómo escapar a la
realidad, aparentemente determinista, de la vigilancia y el castigo del sistema
escolar?, ¿cuáles podrían ser las formas para resistir a la estructura del poder y
del saber?

También podría gustarte