Está en la página 1de 20

M.

MARCELA MAZZINI

EL SAGRADO ARTE DE DESPEDIRSE


Una reflexión sobre el final de la vida y su acompañamiento

RESUMEN
El artículo aborda el tema de la muerte como despedida, desde el punto de vista del
proceso espiritual que tiene lugar en dicha circunstancia. Valiéndose de un testimonio
biográfico, se analiza la experiencia a partir de la conceptualización que hace del tema
una autora norteamericana (J. Rupp) en su libro Orar nuestros adioses y se extraen al-
gunas conclusiones sobre este proceso.
Palabras clave: Muerte, duelo, oración, despedida, proceso espiritual, acompaña-
miento.

ABSTRACT
The article addresses the subject of death as departure from the standpoint of the spi-
ritual process that takes place in such circumstances. Using a biographical testimony,
the author examines the experience from the conceptualization of the subject made
by an American author (J. Rupp) in her book Praying our goodbyes and draws some
conclusions about this process.
Key Words: Death, Mourning, Prayer, Grieff Process, Farewell.

La inquietud acerca de la muerte es una pregunta que acompaña al


ser humano desde siempre y que lo define como tal: de todos los vivien-
tes somos los únicos que sabemos acerca del fin de nuestra existencia en
la forma que nos es conocida.
En efecto, la muerte de un ser querido es una experiencia extrema,
que requiere un trabajo radical de duelo. Este evento constituye un gran
desafío para que la persona desarrolle su propio potencial en la elabora-

Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320 301


M. MARCELA MAZZINI

ción de los cambios. El duelo puede ser así una posibilidad de desarrollo.
Esto que es verdad para una situación extrema como la pérdida de un fa-
miliar o amigo, también puede serlo en situaciones menos difíciles, de
“muertes parciales”, pero que requieren de nosotros el desapego y una
nueva conceptualización, se trata de los pequeños duelos -llamados mi-
cro-duelos- de los que está poblada nuestra vida, y sin los cuales ésta no
sería viable ni habría crecimiento.1
En estas páginas, partiendo de un testimonio biográfico, voy a desa-
rrollar algunos conceptos que considero centrales para el análisis del te-
ma de la muerte, vista desde el lugar de alguien que muere y del proceso
espiritual que tiene lugar en dicha circunstancia, incluido un eventual
acompañamiento espiritual. El desafío máximo del desprendimiento de la
propia vida, nos ayudará a pensar también nuestras muertes parciales o
las despedidas que conforman la dinámica de estar vivo.
Para el desarrollo de dichos conceptos me serviré del marco teórico
que ofrece Joyce Rupp, en su libro Orar Nuestros Adioses.2
Finalmente elaboro algunas reflexiones conclusivas que pretenden
en realidad, más que cerrar el tema, provocar el pensamiento del lector en
orden a profundizar en esta cuestión ineludible.

1. Una despedida que da qué pensar

La teología espiritual tiene por objeto la reflexión sistemática sobre


la experiencia espiritual cristiana;3 éste es su contenido, su finalidad, su
ámbito reflexivo. La experiencia cristiana cuestiona y el teólogo espiritual
se interroga y piensa a la luz de la revelación, buscando claves hermenéu-
ticas que le permitan introducirse con alguna certeza en la búsqueda de
respuestas a dichas preguntas.
Traigo aquí un testimonio, una biografía o un trozo biográfico, que
interrogó mi reflexión teológica y me instó a buscar respuestas. De he-
cho, las biografías cristianas constituyen la gran cantera de materiales a
partir de los cuales reflexiona la teología espiritual, comenzando por

1. Cf. V. KAST, A Time to Mourn. Growing through the Grief Process, New York, 1988, 63-68.
2. Buenos Aires 2004. Original inglés: Praying our goodbyes, Indiana, EE.UU., Ave María
Press, 19881 (última edición de 2009).
3. Cf. CH. BERNARD, Teología espiritual. Hacia la plenitud de la vida en el Espíritu, Madrid,
1994, 77ss.

302 Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320


[EL SAGRADO ARTE DE DESPEDIRSE]

aquellas experiencias cristianas cualificadas, que son las biografías de los


santos.4 Pero también reflexionamos a partir de otras biografías, las de los
creyentes, que en su seguimiento cotidiano del Señor, nos van mostrando
la marcha del Espíritu en la historia. Karl Rahner planteaba ya hace tiem-
po que el futuro de la teología no podrá:

“…limitarse a acumular vastos conocimientos sobre cuestiones históricas, especula-


tivas y teológicas, sino que habrá de esforzarse hasta donde alcancen sus fuerzas en
arrojar una luz sobre las verdaderas condiciones reales de la existencia humana”.5

Es en este contexto que traigo el testimonio de Florencia, a un artí-


culo de reflexión teológica, convencida que la teología debe hacer un “ida
y vuelta” con lo más concreto de la vida, para no perder su razón de ser
y su misión.
Conocí a Florencia6 en la escuela cuando ambas teníamos entre 6 y
7 años; durante la primaria y la secundaria coincidimos ocasionalmente
en algunos espacios, pero la amistad llegó cuando, terminado el colegio
compartimos una etapa de intensa búsqueda espiritual, fuimos a misionar
varias veces con otros jóvenes al interior del país y vimos pasar nuestra fe
de la adolescencia a la juventud.
Era una chica muy buena, simpática y con un gran sentido del humor,
de tal modo que resultaba imposible aburrirse en su compañía y tenía la ca-
pacidad de simplificar y desdramatizar las situaciones más difíciles. Por es-
to mismo, estuvo siempre rodeada de afecto, de amigas y amigos.
Pasaron los años y la volví a encontrar en una circunstancia que otra
vez unió los caminos: Florencia apareció como integrante de un grupo de
pacientes oncológicos del que yo participaba. De inmediato retomamos
la amistad en el punto en que la habíamos dejado, a pesar del tiempo
transcurrido. Además, como yo había terminado la primera etapa de mi
tratamiento, me convertí en una especie de referencia para el suyo. Aun-
que su patología era distinta, las etapas de los respectivos tratamientos
médicos eran similares y los sentimientos y fantasías, también.

4. Denominadas por Balthasar “existencias teológicas”. Cf. H. U. VON BALTHASAR, “Teología y


santidad”, en Ensayos Teológicos I. Verbum Caro, Madrid, 1964, 235-268.
5. K. RAHNER, Schriften zur Theologie, Einsiedeln-Zurich-Köln, 1970, vol IX 157. Citado por M.
SCHNEIDER, Teología como biografía. Una fundamentación dogmática, Bilbao, 2000, 15.
6. Cambio los nombres y algunos detalles de esta historia por obvios motivos de discreción.
Pido disculpas por la referencia a mi persona, pero la conservo para poder comunicar mejor el
proceso de acompañamiento, que llevé adelante en un sentido amplio, es decir, en mi condición
de amiga de Florencia.

Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320 303


M. MARCELA MAZZINI

En largas charlas, Florencia compartió sus miedos sobre los males-


tares de la enfermedad y la muerte, la vi sobrellevar como pudo las qui-
mioterapias, que eran fuertes en su caso.
En aquel momento, Florencia parecía por momentos muy asustada y
en otros hasta hipocondríaca, incluso le hacíamos bromas en el grupo so-
bre sus descripciones minuciosas de dolores leves… esa tormenta pasó y en
marzo de 2008 le dieron el alta, porque sus estudios estaban impecables.
Florencia -como sucede habitualmente en estas circunstancias-, ha-
bía reflexionado a fondo sobre lo que quería hacer con el resto de su vi-
da. Con el alta médica, decidió no postergar más un viejo sueño, que la
llevó a vivir a Catamarca.
Los primeros días de Diciembre, el panorama cambió radicalmente,
con una fuerte indisposición; se tomó un avión a Buenos Aires y de Ae-
roparque fue directamente al sanatorio. Su condición de profesional de la
salud, le hizo ver que era algo serio. Así fue: estudios y una cirugía reve-
laron la presencia de un cáncer de páncreas avanzado. Una patología muy
extraña por lo agresiva, y porque según lo que dijeron los médicos no era
ni recidiva ni metástasis de cáncer anterior.
En el posoperatorio, Florencia no habló, no preguntó y nadie se ani-
maba a decirle nada. Por otra parte, su familia cercana y sus amigos está-
bamos en shock y nos debatíamos entre la tristeza y el miedo.
En esos días, tuve el reflejo de llevarle una imagen de la Virgen de
Guadalupe, de la que la sabía devota. Ella aceptó la imagen y cuando me
vio llegar, se reía del tamaño, ya que era una réplica en dimensión original:
medía 1,70m. Quiso siempre tenerla a su lado y allí se quedó la imagen,
hasta su partida. Esta imagen formó parte de una cantidad de encuentros
y de rituales familiares que tuvieron lugar en los siguientes meses.
Una semana después de la operación, Florencia pidió hablar con el
cirujano que le dijo la mitad de la verdad y ella completó la información
faltante por vía de deducción. Lloró varios días seguidos, al cabo de los
cuales, cuando fui a verla, encontré a una persona distinta: triste, pero fir-
me y valiente, me dijo: “mi hora Dios la conoce; quiero calidad de vida”.
Me contó su estrategia y empezó a ejecutarla desde el sanatorio: llamó a
la psicoterapeuta que la había atendido cuando vivía en Buenos Aires,
convocó a un médico especialista en cuidados paliativos y le contó lo que
ella deseaba hacer de ahí en más. El médico le propuso un tratamiento,
pero le aseguró que ella tendría siempre la decisión final, y esto la alivió
muchísimo.

304 Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320


[EL SAGRADO ARTE DE DESPEDIRSE]

La visité durante todo el verano y conversamos mucho, ella tenía ne-


cesidad de hablar de sus sentimientos respecto de la muerte y del tiempo
final. Obviamente, no encontraba muchos interlocutores para hablar del
tema, por ese motivo, agradecía las charlas o me llamaba para conversar.
Nuestras conversaciones iban creciendo en profundidad, la vida y la
muerte no eran problemas filosóficos, sino temas de candente actualidad.
Mi amiga, que siempre había sido una persona muy buena y con una pro-
funda espiritualidad, creció durante ese verano a pasos agigantados, real-
mente la vi “florecer” a pesar del avance de la enfermedad; tenía incluso
una belleza especial, transfigurada.
Al salir de su casa alguna vez, sentí una extraña envidia, pensé lo
bien que se estaba preparando para encontrarse con el Señor, lo valiente
y rodeada de amor que iba a partir de este mundo. No quedaba nada de
la persona temerosa e hipocondríaca con la que bromeábamos un año an-
tes. Ella estaba haciendo de su sufrimiento, un lugar creador; incluso, fue-
ra de estos momentos tan especiales, había espacio para las bromas y a su
alrededor había una alegría serena. No estaba centrada en sí misma, ni se
autocompadecía.
Iba para acompañar a Florencia para escucharla, pero esas conversa-
ciones me hacían bien en lo más hondo; la veía en paz aún en los momen-
tos en los que me decía que se sentía temerosa. En realidad, no le temía a
la muerte, sino al modo en el que ésta sobrevendría. Ella sabía que la eta-
pa final iba a ser muy dolorosa.
Se preocupó por preparar a su familia, hicieron algunos encuentros
con su terapeuta y el médico de cuidados paliativos. Para realizar esos en-
cuentros, pedía que trajeran la imagen de la Virgen, que ordinariamente
estaba donde ella durmiera.
Florencia decía que quería hablar, mientras pudiera comunicarse sin
dolor y con lucidez.7 Incluso les explicó a sus sobrinos pequeños que es-
taba muy enferma y que pronto se iba a encontrar con Jesús.
Así empezó el tramo final que sería mucho más difícil. Florencia se
encaminaba al parto que le permitiría nacer para la Vida.

7. Hay muchas necesidades de las últimas etapas de la vida, que a los seres queridos les
cuesta aceptar, en primer lugar, porque las desconocen. Cf. H. DOPASO, El Buen Morir, una guía
para acompañar al paciente terminal, Buenos Aires, 1994, 56-64. Hay una reedición “enriqueci-
da”: H. DOPASO, El Buen Morir, una guía para acompañar al paciente terminal, Buenos Aires,
2006. La expresión “el buen morir”, proviene de la súplica cristiana por la cual se imploraba -es-
pecialmente por intercesión de san José-, la gracia de una buena muerte. Sobre esta devoción,
ver http://www.cofradiacristobuenamuerte.com (consulta: 16 de junio de 2009).

Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320 305


M. MARCELA MAZZINI

Para los primeros días de marzo, tal como sucede en el trabajo de


parto, empezaron las señales de la inminencia del suceso.8 En el caso de
Florencia, aumentaron los dolores y las complicaciones. La morfina ya
era una aplicación sistemática y ante cada nuevo síntoma que denotaba su
empeoramiento, ella lo registraba como un indicio de la muerte próxima.
Florencia se preparaba internamente para el final. Hay muchas cosas im-
portantes que ella dijo en esos últimos días de su vida, muchas cosas fuer-
tes y significativas, relato una sola que nos da el indicio que pudo vivir su
adiós, su despedida, con fe en la resurrección y viviendo el sufrimiento de
un modo creador. Debido a los calmantes, dormía mucho tiempo y ha-
blaba en sueños. Una tarde, cuando la cuidaba una amiga, le dijo: “escri-
bí estas cuatro cosas y decíselas a todos, cuando llegue el momento: “los
quiero mucho”, “gracias por todo”, “la vida estuvo buena”, “me divertí
mucho”.
Este sencillo testamento espiritual, no sólo la pintaba de cuerpo en-
tero, sino que nos regaló a todos una valiosa lección sobre la vida, más
que sobre la muerte y sobre el modo de atravesar las crisis y los adioses
que la vida nos presenta.
Como muchas de las cosas que sucedieron entonces, la fecha de su
muerte fue un mensaje para el que lo pudiera recibir: murió el 25 de mar-
zo, día de la Anunciación. En su entierro, se leyeron muchas de las cosas
que ella había dicho y surgió de los presentes una espontánea acción de
gracias por la vida de Florencia y un pedido unánime al Señor: enfrentar
los desafíos de la vida, con el mismo coraje con el que ella enfrentó su
muerte y tener la gracia de poder despedirse de esta vida con el amor y la
lucidez de Florencia.

2. La despedida como tarea y proceso espiritual

¿Por qué una situación tan penosa, y tan aparentemente “sin-senti-


do” como es la agonía y la muerte de una persona joven, aunque doloro-
sa, resultó una experiencia amorosa e iluminadora? La enfermedad y la
muerte estaban allí, como tantas veces. Fue Florencia, con su manera de

8. En la literatura sobre cuidados paliativos es frecuente la comparación entre la muerte y el


parto, así lo hace, por ejemplo, M. DE HENNEZEL, La muerte íntima. Los que van a morir nos ense-
ñan a vivir, Barcelona, 1997, 77.

306 Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320


[EL SAGRADO ARTE DE DESPEDIRSE]

transitarlas la que hizo la diferencia: hizo de su sufrimiento un lugar crea-


dor, de transformación; dejó que la gracia hiciera en esos breves meses su
obra en ella, y se volvió así una bendición para todos.
Jesús hizo de la despedida de los suyos un espacio de transforma-
ción y se entregó a la muerte, dando frutos de vida para todos. Como Je-
sús, todos aquellos que atraviesan sus despedidas de manera creadora son
una bendición para los demás y se transforman en fuentes de esperanza,
consuelo y alivio para quienes los rodean, o sencillamente tienen la gra-
cia de encontrárselos en el camino.
Voy a reflexionar la experiencia de Florencia, valiéndome de los
conceptos que Joyce Rupp,9 desarrolla en su libro Orar nuestros adioses.
La importancia de la obra se puede percibir en la rápida difusión que tu-
vo en USA y en las traducciones que se hicieron a otros idiomas.10 Joyce
Rupp es religiosa, miembro de la comunidad de las Siervas de María. Es-
tá diplomada en Inglés, en Ciencias Sagradas y en Psicología Transperso-
nal; pero se dedica sobre todo a animar ejercicios espirituales, a dar con-
ferencias y encuentros, al acompañamiento espiritual y a la escritura. Se
ha dedicado por años a trabajar en “hospice” -casas para enfermos termi-
nales-.11 La riqueza de este material se ve incrementada porque la autora
le añade experiencias de otras personas y grupos de personas viviendo
cambios y adioses significativos en sus vidas.12
El libro parte precisamente de allí, de la experiencia de un adiós sig-
nificativo en la existencia de la autora, la muerte de su hermano Dave. A

9. Reside actualmente en Des Moines, Iowa, y es una reconocida escritora espiritual en


EE.UU., no sólo para los católicos, sino para muchas personas incluso no-cristianas. Gracias a la
traducción de sus obras, su repercusión es amplia también en otros países. Entre sus libros pu-
blicados -son aproximadamente 50-, además del que nos ocupa en este artículo, podemos citar
en relación con el tema: Fresh Bread and Other Gifts of Spiritual Nourishment, Notre Dame,
1995; Dear Heart, Come Home: The Path of Midlife Spirituality, Lanham, 1996; The Star in My
Heart: Experiencing Sophia, Inner Wisdom, Notre Dame, 1999; Little Pieces of Light: Darkness
and Personal Growth, New Jersey, 1999; The Cup of Our Life: A Guide for Spiritual Growth, No-
tre Dame, 1997; Your Sorrow Is My Sorrow: Hope and Strength in Times of Suffering, Notre Da-
me, 2000; en colaboración con Joyce Hutchinson May I Walk You Home? Courage and Comfort
for Caregivers of the Very Ill, Notre Dame, 2002; Prayer (Catholic Spirituality for Adults), New
York, 2007; Open the Door: A Journey to the True Self, Notre Dame, 2008; God’s Enduring Pre-
sence, Strength for the Spiritual Journey, New York, 2008.
10. Solamente en nuestro país, el libro va por la segunda reimpresión de la segunda edición,
en Ed. San Pablo, Buenos Aires, 2004.
11. Su página web: www.joycerupp.com (consulta: 16 de junio de 2009), la define en primer
lugar como “partera espiritual”.
12. Tal como la misma autora lo refiere en sus agradecimientos, cf. RUPP, Orar nuestros adio-
ses, 7-8.

Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320 307


M. MARCELA MAZZINI

la luz de ese duelo, Joyce Rupp hace una relectura de todos los adioses y
despedidas que le tocaron vivir, y toma una pauta para el futuro; tanto pa-
ra sí misma, como para el acompañamiento de otras personas. Por este
motivo, el libro tiene la estructura de una meditación, en la que se va re-
flexionando sobre distintos aspectos de una realidad profunda y vital, que
no se pretende agotar, sino “orar” -como expresa el título-, e integrar co-
mo experiencia humana y espiritual.
Alguien me podría decir que hay otras referencias de mayor peso y
consenso para citar en el tema del duelo o la terminalidad,13 de hecho to-
do lo que la autora expone me ha parecido muy consonante con los teó-
ricos del duelo, en especial con E. Kübler-Ross14 y V. Kast;15 pero el
aporte de Rupp tiene un plus: el de la fe, la posibilidad de unir nuestras
despedidas a la Pascua de Cristo. Todo esto más que un plus, marca una
diferencia radical.
La idea central que Rupp quiere trasmitir es la siguiente: los adioses
forman parte de la vida, la cual está hecha de una sucesión de adioses y
bienvenidas. Por mucho que nos cueste, hemos de cambiar para crecer y
desapegarnos profundamente de lo anterior, para poder abrazar lo que si-
gue.

13. Hay mucha bibliografía y muy buena. Más allá de Kübler-Ross y V. Kast, que citaré más
abajo, destaco algunas obras como referencia: J. W. WORDEN, El tratamiento del duelo: asesora-
miento psicológico y terapia, Barcelona, 1991; A. PANGRAZZI, La pérdida de un ser querido. Un via-
je dentro de la vida, Madrid, 1993; C. COBO MEDINA, El valor de vivir, Madrid, 1999; R. A. NEIMEYER,
Aprender de la pérdida. Una guía para afrontar el duelo, Barcelona, 2002; J. C. BERMEJO, La muer-
te enseña a vivir. Vivir sanamente el duelo, Madrid, 2003; J. L. TIZÓN, Perdida, pena, duelo. Viven-
cias, investigación y asistencia, Buenos Aires, 2004; M. CORTINA; A. DE LA HERRÁN, La muerte y su
didáctica. Manual para educación infantil, primaria y secundaria, Madrid, 2006. Dada la natura-
leza de estas páginas cito el libro de M. J. VALDERRAMA, Al Final de la vida... Historias y Narrativas
de Profesionales de Cuidados Paliativos, Madrid, 2008. El libro recoge testimonios recabados
mediante entrevistas abiertas realizadas a profesionales de enfermería y medicina de Gipuzkoa,
pioneros en Cuidados Paliativos. De hecho mucha literatura académica sobre duelo y terminali-
dad, se escribe sobre la base de testimonios.
14. Entre sus publicaciones más relevantes sobre el tema, señalo las siguientes: E. KÜBLER-
ROSS, Sobre la muerte y los moribundos, Barcelona, 1970; La muerte, un amanecer, Barcelona,
1989; Vivir hasta despedirnos, Barcelona, 1991; Carta a un niño con cáncer, Barcelona, 1991;
Morir es de vital importancia, Barcelona, 1995; Preguntas y respuestas a la muerte de un ser
querido, Barcelona, 1998. En colaboración con D. KESSLER escribió: E. KÜBLER-ROSS; D. KESSLER,
Lecciones de vida, Barcelona, 2003; E. KÜBLER-ROSS; D. KESSLER, Sobre el duelo y el dolor. Cómo
encontrar sentido al duelo a través de sus cinco etapas, Barcelona, 2006. Versión original en in-
glés: On grief and grieving, Finding the Meaning of Grief Through the Five Stages of Loss, New
York, 2005. Este fue el último trabajo de la Dra. Kübler-Ross, y tiene un fuerte valor de síntesis de
su pensamiento.
15. Cf. V. KAST, A Time to Mourn. Growing through the Grief Process, New York, 1988.

308 Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320


[EL SAGRADO ARTE DE DESPEDIRSE]

La autora envía parte del manuscrito a diversas personas que están


viviendo sus adioses, para que los enriquezcan con la sabiduría de su ex-
periencia. Esto se da especialmente en el marco de un curso que ha dado
numerosas veces y que se llama, precisamente, “Orar nuestros adioses”.
De esta manera, es un material que invita a la oración y a la vida, porque
tiene la fuerza de ambas: detrás del texto hay experiencia y oración.
El propósito del libro apunta a que los lectores descubran que:

“los dolores, los pesares y las pérdidas no tienen por qué destruirlos, sino que pue-
den conducirlos a una mejor comprensión de la vida, a ser más sabios y misericor-
diosos, y a fortalecer su coraje para continuar el camino que finalmente nos con-
ducirá a todos a nuestra morada”.16

La autora aborda el tema de la despedida en el horizonte de lo que


ella llama “el dolor existencial”, es decir, cada dolor de la vida está enmar-
cado en nuestra aspiración profunda a una existencia sin sufrimientos ni
injusticias, nuestro corazón reclama esta plenitud y padece su finitud, su
incompletez radical.
Podemos eludir el tema toda nuestra vida, y eso sólo traerá más do-
lor. Haremos bien pues, en integrar esta instancia: la vida es una sucesión
de adioses y bienvenidas ¿A qué llama la autora un “adiós”? A todo lo
que en nuestra vida deja un vacío. Puede ser un ser querido que muere,
una etapa de la vida que termina, una mudanza, algo que no podemos lo-
grar, etc.
Identificar nuestros adioses, interiorizarlos y valorarlos puede ser
un camino de sanación interior.

2.1. Las despedidas y bienvenidas como dinámicas vitales

La autora cita la parábola de la parturienta del Evangelio de Juan,


aplicando esta dinámica vital de adioses y bienvenidas a la existencia de
Jesús.17 Con mucha claridad muestra todos los adioses que Jesús vivió;
desde los más comunes y frecuentes, que están dados por atravesar las
distintas etapas de la existencia, hasta los últimos tres años de su vida,
marcados fuertemente por el adiós y la separación, la prueba física y es-
piritual. Vio a muchas personas desgarradas por la pena y vivió sus pro-
pios adioses, hasta llegar al total anonadamiento. Pero es muy importan-

16. Jn 16, 21. Citado en RUPP, Orar nuestros adioses, 15-16.


17. Ibídem, 47-62.

Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320 309


M. MARCELA MAZZINI

te para comprender la historia de Jesús y la nuestra, percibir que el Evan-


gelio no termina con la muerte, sino con la resurrección de Jesús. Por lo
tanto, es vital que conservemos nuestros ojos y nuestros corazones pues-
tos en la resurrección como respuesta última de Dios a los hombres. Es-
to es especialmente importante cuando el dolor nos arrasa interiormente.
Otro punto fuerte en el desarrollo de esta idea, es lo que la autora
llama “el sufrimiento creador”. Nosotros no podemos elegir nuestro su-
frimiento, pero podemos elegir el modo en que vamos a vivirlo, entonces
puede ser para nosotros maestro y purificador. Si volvemos a nuestra
fuente más profunda, a propósito del sufrimiento, descubriremos allí raí-
ces de vida, alegría y crecimiento. El sufrimiento entonces, será transfor-
mador,18 y se volverá una luz también para quienes asisten al proceso, en
especial para quienes están sufriendo sus adioses. La autora narra el en-
cuentro que tiene con un hombre que quedó ciego después de la guerra
de Vietman, y que se dedicaba a la rehabilitación de jóvenes no videntes;
ella pudo percibir en la alegría y vitalidad de ese hombre, un camino do-
loroso y profundo que lo había llevado de la muerte a la vida. Su testimo-
nio era capaz de provocar en otros la resurrección.
Rupp reflexiona de un modo muy llano y con un estilo vívido, so-
bre la pena que nos invade en las despedidas.19 Toma el ejemplo de las
grullas como metáfora del corazón peregrino, en movimiento, de la nos-
talgia que siempre permanece en nosotros. Este gemido interior se vuel-
ve particularmente acuciante frente a determinados adioses y despedidas.
La vida es un préstamo, si la vivimos así, si vivimos así nuestra rela-
ción con las cosas, con las personas y con la vida en general, estaremos
continuamente agradecidos y agradeciendo, no tomaremos nada como
debido y nos resultará más fácil ser desprendidos porque ya que no esta-
bleceremos un nexo de posesión absoluta con las cosas: no nos pertene-
cen. Esta “filosofía del préstamo” es la que nos ayuda a conservar un co-
razón de peregrinos, nos sostiene en los momentos difíciles y nos ayuda
a mantener una actitud de desapego. Por otra parte nos ayuda a disfrutar
del momento presente, sabiendo que todo es fugaz y efímero.
Joyce Rupp invita a quienes están tratando de adquirir un corazón
de peregrinos, que lean el libro del éxodo y que traten de ver en las peri-
18. Esto nos evoca las afirmaciones de A. GRÜN, quien en su libro Transformación, tiene un
capítulo dedicado al sufrimiento como lugar de transformación. Cf. A. GRÜN, Transformación.
Una dimensión olvidada de la vida espiritual, Buenos Aires, 1997, 87-92.
19. En el cuarto capítulo, “Como una bandada de grullas nostálgicas”, en RUPP, Orar nuestros
adioses, 63-78.

310 Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320


[EL SAGRADO ARTE DE DESPEDIRSE]

pecias del pueblo en el desierto, sus propias luchas, sus tentaciones y los
ángeles que Dios nos envía para confortarnos.
La autora invita a reconocer a los “ángeles de Dios” en los amigos ge-
nerosos, en las ayudas inesperadas, en la resolución de algún conflicto, etc.

2.2. ¿Cómo se “reza” un adiós?

Joyce Rupp nos va enseñando un camino concreto de introducir un


adiós en nuestro proceso oracional.20 La oración de un adiós se compo-
ne de cuatro elementos: reconocimiento, reflexión, ritualización y reo-
rientación.
Todos nos encontramos con adioses en nuestra vida, algunos ni si-
quiera quieren verlos y otros los ven, pero les resulta difícil integrarlos a
la vida y mucho más, orarlos, rezar con sus pérdidas y duelos.
Orar un adiós es animarse a vivirlo, y poner esa vivencia profunda-
mente sentida, en contacto con Dios, con la fe puesta en que Él puede cu-
rarnos, que Él puede transformarnos. Paradójicamente en esos momen-
tos de dolor, cuando más necesitaríamos de la oración, es cuando menos
podemos orar. La autora invita a tomar conciencia de la importancia de la
oración diaria, de la fe cultivada cotidianamente: esa convicción honda,
junto con algún versículo de la Escritura y la oración de los/as hermano-
s/as, sostendrá nuestra incapacidad de dirigirnos a Dios.
¿Cómo se ora un adiós? Rupp propone los antedichos pasos:21
1. Reconocimiento: hay que comenzar por identificar el dolor de
la pérdida experimentada. Parece algo obvio, pero a veces pue-
de demorar mucho tiempo el hecho de reconocer el dolor real
que nos ha ocasionado determinada situación. Puede ser un do-
lor reciente o lejano. Suele suceder con el tema de los duelos por
la pérdida de un ser querido, cuyo dolor no fue identificado en
su momento. Al principio, este proceso de reconocimiento e
identificación, puede aumentar nuestra pena, pero es un paso
necesario para transitar adecuadamente el duelo.

20. Cf. “Orando nuestros adioses”, en RUPP, Orar nuestros adioses, 79-98.
21. Estos pasos tienen ciertas similitudes con las etapas del duelo descriptas por la Dra. Kü-
bler-Ross, expuestas por primera vez en E. KÜBLER-ROSS, Sobre la muerte y los moribundos, Bar-
celona, 1970. Estas etapas han sido referencias desde la aparición de la primera edición del libro
-versión original en inglés: On death and Dying, New York, 1969-, incluso siendo discutidas y cri-
ticadas -hoy se prefiere hablar de tareas, más que de etapas en el duelo-, esta sistematización tie-
ne un valor fundamental en el tratamiento de la terminalidad.

Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320 311


M. MARCELA MAZZINI

2. Reflexión: el segundo paso es un momento algo extraño y difícil


para nuestra cultura, que es el hecho de dedicar tiempo a la refle-
xión, a la introspección. En este segundo paso nos dedicamos a
prestarle atención al dolor que hemos identificado. La autora dice
que “nos sentamos a su lado, lo miramos, lo enfrentamos, a pesar
que nos lastime hacerlo”.22 Es un momento de meditar y ponderar
la pérdida. Es nuestro momento no sólo de escuchar la pena, de oír
lo que nos dice esa parte nuestra, sino también de escuchar a Dios.
Lo importante es permanecer a la escucha de la verdad y del con-
suelo de Dios, es el espacio de nuestra intimidad con Él. Permane-
cer fiel en la quietud y la soledad es la clave para poder escuchar, pe-
ro al mismo tiempo es muy difícil, ya que hemos sido educados pa-
ra salir rápidamente de los espacios de dolor. Esta reflexión no só-
lo no es autocompasión ni complacencia en las propias heridas, si-
no su contrario: poder enfrentar el dolor y fortalecerse, pero a par-
tir de la realidad de la herida, la cual constituye una oportunidad y
una involuntaria pero concreta apertura a la gracia.
3. Ritualización: después de meditar sobre el adiós y haberlo pon-
derado, es necesario que lo ritualicemos, dos elementos compo-
nen este ritual:
a. Tomar alguna imagen o símbolo: la autora comenta cómo la
vaina seca y vacía de una planta que había desprendido de sus
semillas, la ayudaron a elaborar un momento de pérdida en su
vida. Ella invita a que, cuando estamos orando un adiós, bus-
quemos esos elementos o esas imágenes que nos ayuden a ela-
borar la despedida; b. Utilizar determinados actos en nuestra
oración: así, por ejemplo, escribir una carta nos puede ayudar a
descubrir los lazos afectivos que permanecen aún en los mo-
mentos de pérdida de nuestras vidas.
La autora invita a revalorizar el tacto: un apretón de manos, un
abrazo o una palmada pueden infundirnos valor en un momen-
to de pérdida y dolor. Ésta es una anotación muy interesante,
porque la nuestra es una civilización que tiende a perder contac-
to, especialmente físico, con el prójimo.
4. Reorientación: después que hemos reflexionado y ritualizado
nuestro adiós, llega el momento de la reorientación. La autora

22. RUPP, Orar nuestros adioses, 88.

312 Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320


[EL SAGRADO ARTE DE DESPEDIRSE]

cita el pasaje de Emaús, cuando a los discípulos “se les abrieron


los ojos” al partir el pan (cf. Lc 24, 30-32) ¿Qué significa esto?
Ellos comenzaron a darse cuenta y a aceptar lo que la experien-
cia pasada había significado para ellos. Entonces pudieron al-
bergar esperanza en sus corazones y lograron abrirse al futuro.
La reorientación es un elemento fundamental cuando oramos
una pérdida, porque allí podemos unir nuestra pérdida a la pre-
sencia de Dios. Llega cuando hemos podido transitar adecuada-
mente las tres etapas anteriores, comprendemos algo que quizás
siempre estuvo allí pero que recién en ese momento tenemos
“ojos para ver”.

2.3. El poder de la resurrección en nosotros

Cuando hemos vivido plenamente y a fondo el proceso de la aflicción,


llega un momento en que hemos “llorado todas nuestras lágrimas” y por
fin podemos avanzar. Toma un tiempo vivir todo el proceso y recorrer el
camino, pero finalmente sucede. A algunas personas les lleva más tiempo
que a otras y no se pueden comparar los procesos, pero es algo que final-
mente ocurre. Seguir creciendo debe ser el motivo principal de este viaje.
En el proceso de la pérdida, hay un tiempo en el que las personas so-
lamente se dejan llevar, luego, pequeños “chispazos de esperanza” co-
mienzan a aparecer.
Para poder seguir avanzando tiene que existir una actitud interior de
desapego, de soltar lo que nos detiene, deshaciéndonos de viejas segurida-
des, aunque esas seguridades estén dadas por aferrarnos a nuestra herida.
Rupp constata que siempre es difícil desapegarse y que ello no se lo-
gra sino cuando se acepta la renuncia. El desapego no significa dejar de
amar o darse por vencido, significa reorientar nuestra energía vital hacia
el crecimiento. Posiblemente sigamos preocupándonos por lo que nos
apena, pero tomando conciencia de que toda nuestra preocupación no
puede, por ejemplo, devolvernos al ser querido que hemos perdido, ni
deshacer errores, ni evitar enfermedades.
La autora enumera en este capítulo, una cantidad de cosas a desape-
garse: personas, expectativas, sueños y objetivos, heridas, seguridades, ri-
quezas materiales y espirituales.
Si queremos desapegarnos, primero tenemos que reconocer nuestro
apego, luego decidir soltar aquello a lo que estamos apegados y por últi-

Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320 313


M. MARCELA MAZZINI

mo empezar a tomar decisiones en orden a dejar realmente atrás el dolor


de la pérdida. Aunque cuesta dar ese paso, hacerlo otorga una enorme li-
bertad para seguir creciendo y evolucionando.
La renuncia en el planteo de la autora es correlativa al desapego: “re-
nunciar es entregarse a Dios, no empeñarnos más en algo que nos sometía
y nos aferraba al pasado”.23 Ella plantea esta entrega a Dios como el ver-
dadero acontecimiento liberador: entregarnos a Dios y sentirnos incondi-
cionalmente amados/as por Él, es la condición de posibilidad para poder
desprendernos de otras seguridades. Parte de nuestra dificultad para re-
nunciar está dada por nuestro deseo de controlarlo todo: queremos que las
cosas sucedan cuándo y cómo nosotros las deseamos. Cuando logramos
desapegarnos y renunciar, estamos en camino de curación.
Rupp destaca el poder curativo de la naturaleza y la autora opta por
un camino de curación simbólico-espiritual. Por ejemplo, narra de qué
manera la observación de las luciérnagas le hicieron tomar conciencia de
la importancia de mantener encendida una luz en la oscuridad de nuestras
pruebas. Esto que podría parecer sólo una reflexión algo “romántica” o
simple, se percibe como un elemento muy auténtico en el acompaña-
miento de personas que están atravesando un gran dolor. Dichas perso-
nas se muestran muchas veces refractarias a las ideas o razonamientos es-
pirituales, pero se conmueven o se sienten consoladas por la contempla-
ción de la naturaleza, o por un gesto sencillo de alguien que se acerca.
Otro elemento curativo es la afinidad entre las personas, entendida
ésta no como una simpatía superficial, sino como una comunión profun-
da. Hablamos de afinidad cuando una persona puede ponerse en el lugar
de otra y escucharla desde el corazón, y se da entre seres humanos que
comparten inquietudes hondas. La afinidad entre las personas resulta su-
mamente importante en la curación de las heridas. La afinidad favorece la
curación y con ella renace en nosotros la esperanza, así nuestras historias
se acercan a los relatos de aparición de Jesús Resucitado: los discípulos se
debaten entre la fe y la incredulidad, tienen miedo de creer y luego desilu-
sionarse, sólo después de Pentecostés, la curación de sus corazones estará
consolidada. Otro tanto nos sucede a nosotros: nos tomará tiempo volver
a creer y a confiar, pero al fin y al cabo nos sorprendemos siempre con la
capacidad de recuperación del espíritu humano.24

23. RUPP, Orar nuestros adioses, 107.


24. Sobre la cuestión de la afinidad se apoyan los grupos de ayuda mutua, orientados a per-
sonas que están atravesando un duelo. En Argentina podemos destacar la acción del P. Mateo

314 Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320


[EL SAGRADO ARTE DE DESPEDIRSE]

Joyce Rupp da algunas indicaciones para ayudar en el proceso de sa-


nación de un adiós: saber escucharse a sí mismo sin atender las tinieblas
de nuestro corazón, desarrollar la aceptación y el desapego, mantenerse
apoyado en Dios y en su poder.

3. Algunas reflexiones conclusivas

Aunque ya pasaron algunos meses de la muerte de Florencia, toda-


vía resulta difícil una reflexión serena de la experiencia. Prevalece el de-
seo de hacer silencio frente al cercano paso del Señor por nuestras vidas,
ya que la proximidad con el misterio hace que las palabras queden chicas,
intrascendentes. Todavía falta el espacio que da el tiempo, para poder
pensar con mayor claridad. Dejo aquí algunas ideas que pretenden empe-
zar a pensar sobre este tema, más que concluirlo.
Aún así y casi en simultáneo con los acontecimientos finales de la vi-
da de mi amiga, pude darme cuenta que ella estaba haciendo algo más que
despedirse: estaba orando el final de su vida, y nos estaba ayudando a to-
dos a vivir su pascua, que era un poco la nuestra, de otra manera. Esto tam-
bién es importante percibirlo para quien acompaña a un ser querido en su
partida: junto a quien muere, morimos un poco quienes lo o la amamos.
Florencia dio, sin conocer el pensamiento de Rupp, los cuatro pasos
para orar un adiós: reconoció el momento que estaba viviendo, pudo re-
flexionar sobre cómo quería vivir su adiós, lo ritualizó con pequeños ges-
tos -incluso dejó instrucciones para su funeral, gestos conmovedores, pe-
queños e íntimos pero que estaban encaminados al consuelo de sus alle-
gados- y reorientó el sentido de lo que estaba sucediendo, entendiendo y
verbalizando la muerte como encuentro con Jesús y alimentando a su al-
rededor la fe en la resurrección y la certeza del reencuentro.
En torno a ella se dio el fenómeno de la afinidad y de la empatía;
quienes pudieron ayudarla en su despedida, pudieron ayudarse a sí mis-
mos en el duelo.
Repasando los pasos para orar un adiós, recordé que el libro de
Rupp proviene de un taller; seguramente la autora sistematizó, para po-
der explicar a otros, un proceso que ella realizaba espontáneamente.
Bautista en este sentido en la formación y animación de estos grupos, además de sus muchas pu-
blicaciones sobre el tema. Puede consultarse www.pastoralduelo.com (consulta: 16 de junio de
2009) y www.gruporesurreccion.com.ar (consulta: 16 de junio de 2009). Para ver las publicacio-
nes del P. Bautista: www.pastoraldelasalud.com.ar (16 de junio de 2009). Allí también hay otros
links de interés.

Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320 315


M. MARCELA MAZZINI

Si bien la muerte sucede un día y a una hora determinados, el duelo


no es un evento puntual, sino un proceso, un camino. Lo cual implica
tiempo e instancias sucesivas a través de las cuales se van cumplimentan-
do diversos pasos. Un proceso que requiere también acompañamiento,
pues aunque Rupp no hable del tema en sentido estricto, lo supone al de-
cir que ella hace con el mismo material del libro un curso-taller, que tie-
ne mucho de grupo de ayuda mutua.25
Todo el proceso de Florencia, me mostró la trascendencia de dos
ideas sobre las que insiste Joyce Rupp: la fe en la resurrección y la con-
vicción acerca del sentido creador que puede tener el sufrimiento.26 Y una
tercera, la de la muerte como acontecimiento íntimo, que aunque no está
planteada explícitamente, se desprende del planteo del libro analizado y
está presente en el relato de Florencia. Las planteo a continuación, breve-
mente.

3.1. La fe en la resurrección

El hecho de que la resurrección sea la palabra final, el hecho defini-


tivo, cambia totalmente el sentido de los acontecimientos que hacia allí
conducen, por difíciles que sean. Esto tiene una relevancia teológica, pas-
toral y espiritual muy importante.27
Si uno sabe que podrá resolver con éxito un problema, encara de un
modo totalmente distinto todas las dificultades que se pudieran ir presen-
tando. De hecho la tristeza, el temor y la incertidumbre son nuestros peo-
res enemigos a la hora de atravesar situaciones de vida complicadas.
Todos los cristianos creemos que Jesús ha resucitado, pero los mo-
mentos de crisis o de dolor, nos revelan si nuestra fe es auténtica o sólo re-
tórica. Si una persona de verdad cree que Jesús ha resucitado y que “hasta
nosotros ha llegado la plenitud de los tiempos (1Cor 10,11), y la renova-
ción del mundo está irrevocablemente decretada y empieza a realizarse en

25. Habla de esto, al tocar el tema de la afinidad, cf. RUPP, Orar nuestros adioses, 112. Estos
grupos son instancias especiales de acompañamiento espiritual. Una persona entrenada guía la
reflexión y la actividad, pero hay un verdadero acompañamiento que se hacen unos a otros los
miembros del grupo, por medio de su presencia, sus reflexiones y gestos.
26. De hecho las coloca una a continuación de la otra. Cf. RUPP, Orar nuestros adioses, 55-62.
27. Me animaría a decir que tiene incluso relevancia antropológica. En los textos sobre due-
lo en los que falta esta perspectiva, me resulta difícil imaginar el acompañamiento a la persona
en duelo y a sus allegados. Al menos desde la experiencia cristiana, hay algo que me resulta trun-
co o incompleto.

316 Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320


[EL SAGRADO ARTE DE DESPEDIRSE]

cierto modo en el siglo presente”,28 su vida adquirirá una dimensión total-


mente distinta de aquel que no cree o que adhiere con dudas a la resurrec-
ción, como probabilidad entre otras y para después de la muerte.
El cristiano hace desde la resurrección una relectura de todas las al-
ternativas existenciales y va descubriendo lentamente la gran posibilidad
que nos abre el evangelio: descubrir en la vida de Jesús, respuestas a los
dilemas de la nuestra. En este caso y concretamente, en su soledad, en sus
crisis y tentaciones, las que se nos van presentando en el camino. De este
modo nos vamos transformando en “discípulos” en sentido bíblico: los
que comparten vida y destino con el maestro.29 Con la inmensa bendi-
ción de encontrar en el Señor la respuesta a nuestras preguntas, y sentido
a muchas situaciones que parecen no tenerlo.
Rupp dice de qué modo nos reconocemos en la vida de Jesús y en
especial en su pasión, en los momentos de mayor dolor y dificultad:

“Debilitado, agotado, desamparado, Jesús «Exclamó en alta voz: ‘Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?’» (Mt 27,46). Ese clamor del hijo bienamado es el cla-
mor de todos los que padecen un adiós devastador en sus vidas, cuando el sentimien-
to agobiante de soledad, vacío, desolación y abandono colman el espíritu humano. Es
el clamor interior que pregunta: «¿Dónde estás, Dios, ahora que te necesito tanto?
¿Dónde estás? ¿Por qué este intenso dolor? ¿Por qué no siento tu presencia?».”30

Esta identificación con Cristo atravesando el misterio pascual, es un


don del Espíritu que fortalece para vivir la propia pasión y muerte hasta
resucitar con Él. Éste es el horizonte de sentido de las crisis vividas en co-
munión con el Señor, aquí el mensaje pascual despliega toda su fuerza
transformadora, para ésta vida y la venidera.

3.2. El sentido creador que puede tener el sufrimiento

Afianzada la persona en esta certeza, es posible dar el segundo paso


y hacer que el dolor de la despedida se transforme en un lugar de renova-
ción interior, de paz, de fortaleza y hasta de alegría interior y profunda.
Rupp parte de una base que no nos permite suavizar, “edulcorar” o
abordar de modo romántico el problema: “el sufrimiento en sí mismo no

28. LG 48.
29. Cf. A. FEUILLET, “Discípulo” en X. LEON-DUFOUR (dir), Vocabulario de Teología Bíblica, Barce-
lona, Herder, 1977, 250-252.
30. RUPP, Orar nuestros adioses, 54-55.

Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320 317


M. MARCELA MAZZINI

tiene ningún valor. La diferencia reside en lo que hacemos con nuestro


sufrimiento”.31
Otra vez aquí la referencia central es Jesús, El que se hizo grano de
trigo que muere para dar mucho fruto (cf. Jn 12,24). Continúa Rupp:

“En momentos de sufrimiento y en épocas de adioses podemos escudriñar en


nuestras propias tumbas de lo inconcluso o lo incompleto, y descubrir inmensos
depósitos de capacidad de recuperarnos, de vitalidad, de fidelidad, amor y resisten-
cia (…) No es Dios quien nos prueba sino el sufrimiento que, al llegar a nuestra vi-
da a raíz de nuestra condición humana, puede cauterizar nuestro espíritu de mane-
ra tal que nos volvamos más puros de corazón, más apaciguados, más amables, más
comprensivos, devotos y misericordiosos. El sufrimiento puede ser un elemento
que refine y purifique.”32

Es interesante lo que dice la autora; notemos que no dice que el su-


frimiento sin más nos hace mejores, sino que “puede ser la ocasión de”
mejorar y enriquecerse personalmente. Esta experiencia la conocemos:
hay personas a quienes los intensos sufrimientos que han vivido, les han
dejado un residuo de amargura y resentimiento. No sabemos lo que su-
cede en la intimidad de sus corazones, pero lo que se puede ver no deno-
ta enriquecimiento a partir de la experiencia dolorosa.
Otras personas hacen un camino distinto, viven el sufrimiento de
modo que las purifica, las libera, las transforma interiormente. A. Grün,
habla del sufrimiento como lugar de transformación,33 y lo hace en un
sentido similar; es decir, así como una persona puede endurecerse y ce-
rrarse interiormente, otra persona puede abrirse y desarrollar lo mejor de
sí misma a partir de un momento doloroso que le toque experimentar.

3.3. La muerte “íntima” 34

Algo que me parece interesante del proceso que se da en torno a la


muerte, es la característica de intimidad que revisten todos los momentos
que acercan a la persona y a sus allegados, al desenlace final de la vida. No

31. Ibídem, 57.


32. Ibídem, 58.
33. Cf. A. GRÜN, Transformación. Una dimensión olvidada de la vida espiritual, Buenos Aires,
1997, 75ss.
34. La expresión está tomada del libro ya citado de M. DE HENNEZEL, La muerte íntima. Los
que van a morir nos enseñan a vivir, Barcelona, 1997.

318 Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320


[EL SAGRADO ARTE DE DESPEDIRSE]

sólo lo vivido con Florencia, sino la bibliografía sobre terminalidad35 y


los relatos de los grupos de duelo,36 confirman la experiencia: la muerte
es un acontecimiento de máxima intimidad, como es íntimo y agudo el
dolor de los que se despiden de su ser querido.
Enfrentarse a la muerte requiere una instancia de proximidad de ca-
da persona involucrada consigo misma, con la historia de su vida, en par-
ticular con su historial de pérdidas y despedidas y con las otras personas
que comparten la vivencia. Un ritual, un abrazo, aún una carta escrita en
dichas circunstancias, implican un momento de profunda intimidad.
La muerte supone una desnudez total y para vivir esa desnudez del
alma, se requiere intimidad. De hecho, no se comparten la profundidad
de estos sentimientos, sino con los “íntimos”, con los deudos, que son
aquellos que tienen en común una relación parecida de cercanía con la
persona que muere.
Ante la pérdida de un ser querido, podemos constatar la dificultad que
tiene nuestra cultura para enfrentarse con el dolor y la muerte; en esa mis-
ma línea hay que entender los problemas que se presentan para vivir situa-
ciones que implican proximidad e intimidad emocional. De hecho, la muer-
te es lo más íntimo que una persona puede “vivir”, y es una de las razones
de nuestro sistemático alejamiento de todo lo que tiene que ver con ella.
Pero desde el misterio pascual, podemos tener también una com-
prensión liberadora de la muerte. La intimidad a la que nos lleva, nos des-
nuda, para revestirnos del resucitado; nos vacía, para colmarnos. Quien
se anime a permanecer tres días en el sepulcro –o a vivir a fondo sus due-
los–, encontrará el verdadero sentido de estar vivo y ansiará la Resurrec-
ción final con paz y esperanza.

35. El libro de Rupp que he analizado, alude al tema de varios modos, uno de ellos es la situa-
ción de soledad a la que nos conduce el duelo, que nos pone en contacto con nuestro interior: Cf.
RUPP, Orar nuestros adioses, 68-69. Todo el libro de M. De Hennezel, de donde hemos tomado la
expresión, relata esto a través de las vivencias que tienen lugar en un Hospice en París. Ver tam-
bién KÜBLER-ROSS; KESSLER, Sobre el duelo y el dolor, 92-96; D. LIBERMAN, Es hora de hablar del
duelo. Del dolor de la muerte al amor a la vida, Buenos Aires, 2007, 187-194.
36. Una persona que trabaja hace años con grupos de padres que perdieron uno o varios hi-
jos, me decía que en dichos grupos es muy evidente el clima de honda intimidad que se da ante
el relato de la muerte de los hijos; sobre todo de sus últimos momentos. Es una emocionalidad
muy particular, difícil de describir o de encontrar en otras circunstancias. La misma persona me
refería que algunos padres y madres que iban desesperados/as a su encuentro en busca de con-
suelo tras la muerte de sus hijos, no volvían luego de su propuesta sobre el trabajo de duelo. Al-
gunos de esos padres y madres le explicaron -a veces años después- que estando tan “en carne
viva” a raíz de la pérdida, no sólo no toleraban la intimidad con otros/as, sino que ni siquiera po-
dían resistir la intimidad con ellas mismas, que implica la elaboración de un duelo.

Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320 319


M. MARCELA MAZZINI

A partir de la pérdida, se comprende y se valora de un modo nuevo


todo lo que en la vida es “ganancia” y finalmente se entiende que todo
puede transformarse en ganancia, participando en la muerte y resurrec-
ción de Jesús. Hay una transformación en marcha, sólo nos hace falta ad-
herirnos a ese proceso transformador.
A alguna experiencia similar se refería Juan de la Cruz cuando decía:

“Porque el más puro padecer trae más íntimo y puro entender, y por consiguien-
te, más puro y subido gozar, porque es de más adentro saber”.37

Intimidad, dolor, gozo, sabiduría, muerte y vida, resultan conceptos


que leídos desde el final de la existencia, revelan profundas conexiones
que haríamos bien en explorar para tener una vida más integrada, en de-
finitiva, para ser más felices.
Pienso que es muy cierto lo que dice E. Kübler-Ross: “morir es de
vital importancia”,38 no sólo para quien se enfrenta a su muerte próxima
sino para todos, y en especial para quienes rodean y acompañan a quien
le toca partir. La preparación para la muerte,39 tan importante como ta-
rea espiritual en otros tiempos para los cristianos, hoy generalmente es
dejada de lado, tal vez por influencia de una sociedad negadora de la
muerte y del dolor.
Quizás sea el momento de profundizar en este tema, para preparar-
nos juntos para el encuentro con el Señor, y para poder acompañar a
quienes se encuentran hoy en este trance.

M. MARCELA MAZZINI
20.05.09 / 30.05.09

37. “Cántico Espiritual B” 36,12, en JUAN DE LA CRUZ, Obras Completas, revisión textual, intro-
ducciones y notas al texto por J. V. RODRÍGUEZ. Introducción y notas doctrinales por F. RUIZ SALVA-
DOR, Madrid, 1992.
38. Así se titula un libro que recopila cinco conferencias suyas. Cf. E. KÜBLER ROSS, Conferen-
cias: Morir es de vital importancia, Barcelona, 2005.
39. En el Siglo XIV, frente a la peste negra y a otros azotes naturales, se popularizó una for-
ma devocional, llamada “Ars Moriendi”. Se trataba de un escrito breve -y otro más extenso- que
enseñaban de modo sencillo la manera de encomendarse a Dios frente a la muerte próxima. Da-
ba también algunas pautas de acompañamiento espiritual al moribundo. Esta forma devocional
tuvo un notable éxito pastoral, ya que los cristianos, lejos de atemorizarse, agradecían la ayuda y
el consuelo que esta literatura les prestaba. Cf. ANÓNIMO, “The Art of Dying Well”, en JOHN SHIN-
NERS (ed.), Medieval Popular Religion, 1000-1500, a Reader, Londres, 1997; M.C.O’CONNOR, The
Art of Dying Well: The Development of the Ars Moriendi, Madrid, 1967.

320 Revista Teología • Tomo XLVI • N° 99 • Agosto 2009: 301-320

También podría gustarte