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ESPAÑA E HISPANOAMÉRICA
VOLUMEN 4
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8 Índice general
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126 1700-1730: nuev o siglo, nueva dinastía
La renovación instrumental
La música religiosa del siglo XVII era eminentemente vocal. La participación ins-
trumental, si bien existía, no tenía autonomía. Mientras que en las plantillas de
las capillas encontramos numerosos instrumentistas, sobre todo de tecla y viento
(y cuerda en la Capilla Real), en las fuentes musicales las únicas partes escritas
para instrumentos corresponden al acompañamiento (normalmente órgano, arpa
y violón). De esta divergencia se deduce que, con la excepción del continuo, los
instrumentos, o bien doblaban, o bien sustituían a las voces, pudiendo hacer tam-
bién versiones ornamentadas (glosadas) de las partes escritas. O sea, no existía
una concepción instrumental independiente del tejido vocal que pudiera consi-
derarse un embrión de la orquesta ni tampoco un lenguaje idiomático de los ins-
trumentos, diferenciado del lenguaje vocal. Un ejemplo característico pueden ser
las obras de Carlos Patiño (1600-1675), maestro de la Capilla Real desde 1634
hasta su muerte. El conjunto a su disposición al final de su magisterio incluía,
además de unos 30 cantores, intérpretes de órgano, arpa, archilaúd, bajón, chiri-
mía, sacabuche, corneta, violones (cinco instrumentos de la familia del violín y
vihuelas de arco. En cambio, la música conservada de este compositor no pide
otra participación instrumental que el acompañamiento. Lo mismo ocurre con la
mayoría de las escasas composiciones conservadas de sus sucesores en el magis-
terio como Cristóbal Galán (c. 1615-1684) o Diego Verdugo (c. 1650-1700), si
bien unas pocas ya incluyen instrumentos agudos obligados.
En el otro extremo podríamos poner cualquier obra religiosa compuesta a
partir del segundo tercio del siglo XVIII. La práctica totalidad de las composi-
ciones escritas desde entonces en cualquier lugar de la Península incorporan al
menos un trío de cuerdas (la viola será un instrumento, por lo general, ajeno a
la música eclesiástica española hasta finales de siglo, con la excepción de la
Capilla Real, que la incorpora en su plantilla a partir de 1739). Algo parecido
ocurre con los instrumentos de viento: los característicos de la tradición espa-
ñola van desapareciendo o siendo relegados paulatinamente a funciones muy
limitadas, y es raro encontrar una partitura con chirimías o bajoncillos obliga-
dos compuesta después de 1720, frente a un incremento creciente de oboes,
flautas, clarines y trompas.1
1. La pervivencia de las chirimías en fanfarrias ceremoniales y del bajón doblando o sustituyendo al bajo
en el tejido polifónico no contradice su progresiva marginación en las partituras. Véase C. Bordas, «Tradición
e innovación en los instrumentos musicales», pp. 201-217.
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2. Sobre la renovación de la plantilla instrumental de la Capilla real, véase P.-L. Rodríguez, Música, poder
y devoción. La Capilla Real de Carlos II (1665-1700).
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Sin embargo, no fue este tipo de combinación el más común, sino la escri-
tura para «coros» de instrumentos combinados con coros vocales. De este
modo, buena parte de las composiciones policorales de principios de siglo
incluyen dos o tres coros vocales y uno o dos instrumentales, agrupados éstos
por familias y generalmente con la textura de sonata en trío común en Italia
hasta mediados del settecento (dos partes agudas y una grave a las que a veces se
añade un instrumento polifónico como el órgano o el arpa). La combinación
más extendida será de dos violines y violón, si bien, en una primera fase,
muchas catedrales adoptan este modelo para los instrumentos «antiguos», de
manera que encontramos coros de dos bajoncillos y bajón o dos chirimías y
sacabuche (en vez de la copla de tres chirimías y sacabuche con las tesituras del
cuarteto vocal, que se usaba ocasionalmente en el siglo XVII). Uno de los pio-
neros fuera de Madrid parece haber sido Francisco Valls (c. 1671-1747), maes-
tro de la catedral de Barcelona: la mayoría de sus composiciones policorales
incluyen al menos un coro instrumental, alternando o combinando chirimías y
sacabuche con violines. Un ejemplo temprano es Piedad, cielos, piedad (1696),
dedicado a la recuperación de la salud de Carlos II, uno de cuyos cuatro coros
está escrito para la primera combinación,3 mientras que obras de principios de
siglo como Al son de los clarines (1702) tienen tres coros vocales, otro de vio-
lines y otro de chirimías y sacabuche, ambos con un incipiente tratamiento
idiomático.
Las obras de compositores catedralicios alejados de los centros neurálgicos
ofrecen una perspectiva diferente del proceso. El caso de Antonio Ortells (c.
1650-1706), maestro de capilla de la catedral de Valencia hasta su muerte, es
Yanguas apenas compone obras nuevas para clarín tras su llegada como maestro
a la catedral de Salamanca en 1718, lo que sugiere que el instrumento no estaba
disponible regularmente. De hecho, la primera y aislada obra con clarín obligado
en esta ciudad es un villancico de Tomás Miciezes (1655-1718) compuesto para
celebrar en 1710 la restitución de los rehenes capturados por las tropas austría-
cas en 1707, cuyo título es bastante elocuente, Militares afectos, pero posterior-
mente sólo se utiliza muy excepcionalmente hasta la incorporación en la plan-
tilla de intérpretes de clarín y trompa en 1740. Precisamente la trompa es el
último instrumento emblemático de la modernidad, que se incorpora tardía-
mente en todos los centros. En la Capilla Real su uso está constatado desde al
menos 1732 pero no se introduce en la plantilla hasta 1739, cuando se estable-
cen puestos para tres clarines «que también toquen trompas». Ese mismo año se
compraron dos trompas en Santiago de Compostela, y un año más tarde en la
catedral de Salamanca, donde se llevaban utilizando esporádicamente desde al
menos 1733. La rápida aceptación en Salamanca contrasta con la Catedral Pri-
mada, donde hubo intentos de introducir el clarín en 1702 y 1713 y junto a la
trompa en 1738; sin embargo, no fue hasta una década más tarde, cuando ya eran
instrumentos de curso corriente en toda España, que éstos fueron aceptados.
Una perspectiva muy interesante del establecimiento de una sonoridad ins-
trumental moderna en España (aunque quizás no extrapolable a otros lugares
de la península) lo da la comparación de dos misas de Francisco Valls, la famosa
Scala Aretina, compuesta en 1702, probablemente para celebrar la clausura de
las Cortes Catalanas por parte de Felipe V (sobre la controversia que provocó
esta misa hablamos más abajo), y la Ut queant laxis, compuesta hacia 1710/11
para alguna celebración de la corte del archiduque (quizás su coronación como
emperador el 19 de noviembre de 1711, que se festejó en Barcelona en presen-
cia de la ya Emperatriz). La plantilla de la primera misa encaja en el modelo
descrito más arriba: tiene tres coros vocales y un cuarto coro de violines y vio-
lón; en el mismo coro hay además dos partes de oboe –que no son más que sen-
das copias de violines a las que se cambió la portada– y una pareja de clarines
con música independiente que parecen añadidas después de 1702. La segunda
misa tiene tres coros vocales (el tercero es de ripieno, que duplica en algunos
momentos el segundo coro, una práctica italiana que se adoptaría en España
algunas décadas más tarde),4 y una plantilla instrumental que incluye cuerdas,
cuatro oboes con su bajo, dos clarines y timbales, distribuidos de manera más
irregular entre los coros 2 y 3 (ambas plantillas en Tabla 5). Sin embargo, esta
disposición no se corresponde con el tratamiento de cada grupo de instrumentos
4. «Acostumbran los italianos trabajar sus obras no más que a cuatro voces, y después echarle un ripieno
(que es duplicar aquellas voces, que viene a ser como un coro de capilla) lo que han tomado ya en España los
compositores de poca monta por ahorrar trabajo», F. Valls, Mapa armónico práctico, cap. XXVI, § 2.
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Figura 13. Francisco Valls. Partichela de timpana (timbales) de la misa Ut queant laxis
(© Barcelona, Biblioteca de Cataluña, M 1489/3)
Esta misa es la primera obra compuesta en España con timbales obligados. Es una obra más
cercana a la práctica vienesa e italiana que a la tradición española y sin duda se escribió para
un gran acontecimiento de la corte del archiduque Carlos.
9. Á. Torrente, «Las secciones italianizantes de los villancicos de la Capilla Real, 1700-1740», pp. 87-94.
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ción del Arte Poética de Rengifo que realizó Josep Vicens. En Salamanca el pri-
mer ejemplo de recitado se encuentra en un villancico de 1707 compuesto por
Tomás Miciezes en homenaje a la visita de Felipe V (aunque dedicado al Santí-
simo, concluye con un coro que dice «Viva Filipo, viva la ley de Dios»). Sin pre-
tender ser exhaustivo, se puede afirmar que las principales capillas españolas
empezaron a introducir recitados y arias en los villancicos entre la primera y la
segunda década del siglo, y estas secciones se convirtieron rápidamente en ele-
mentos habituales del género, si bien, con la excepción de la Capilla Real, no
suplantaron la forma tradicional del villancico sino que convivieron con ella. El
proceso pudo ser algo más tardío en iglesias periféricas como la catedral de
Jaca, donde los ejemplos más tempranos están fechados en 1722, coincidiendo
con la llegada de un nuevo maestro de capilla desde Barcelona.
Figura 14. Portada del pliego de los villancicos interpretados en 1705 en Barcelona
(© Barcelona, Biblioteca de Cataluña, F. Bon. 5682)
Hacia el segundo cuarto del siglo XVIII se puede considerar que recitados y
arias son ya elementos estructurales del villancico, tan asentados como las seccio-
nes tradicionales. Pero también por esa época se consolida un nuevo tipo de
villancico llamado de pastorela, que introduce en el molde tradicional de estri-
billo y coplas el estilo musical de la pastorella italiana, caracterizado por el
ritmo alla siciliana (6/8 con puntillo en la primera corchea de cada tres), la uti-
lización de notas pedal y movimiento en terceras y sextas paralelas en los ins-
trumentos agudos imitando la rusticidad de la música pastoril (también lla-
mado stylus rusticanus fuera de España), y, sobre todo, unos textos que subrayan
lo bucólico y repiten enfáticamente las palabras pastoral o pastorela. Los albo-
res de este tipo de villancico se detectan también en la Capilla Real y otras ins-
tituciones cercanas hacia 1709, pero fue a partir de 1732 cuando su popularidad
se extendió por toda la Península, llegando a suponer en algunas décadas cerca
de un tercio de los villancicos cantados en el ciclo navideño.10
10. P. Ramos, «Pastorelas and the pastoral tradition in 18th-century Spanish villancicos», pp. 283-306.
11. El villancico completo está publicado en Á. Torrente, Fiesta de navidad en la Capilla Real de Felipe V.
Villancicos de Francisco Corselli de 1743, pp. 313-314.
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12. F. Bonastre i Bertrán, «Aquí de la fe, oratori de Lluís Vicenç Gargallo (c. 1636-1682): Estudi i edi-
ció», pp. 77-147. Véase también cap. VI de HMEH 3.
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13. Sobre las convenciones tonales en el siglo XVII, véase HMEH, vol. 3, capítulo de Luis Robledo.
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una variante del quinto modo «punto bajo» (o sea, transportado un tono des-
cendente). En conjunto se utilizaban de manera habitual una docena de com-
binaciones que podrían asimilarse grosso modo a las modernas tonalidades
mayores de Do, Re, Fa, Sol, y Sib y menores de Re, Mi, Sol y La, además del
mismo modo de La con final en la dominante (lo que vulgarmente se conoce
como modo frigio).
Además de sus raíces en el sistema de solmisación gregoriano, el principal
motivo de esta limitación era las características técnicas de los instrumentos
más usuales: los instrumentos de viento y tecla tenían una afinación fija que,
debido al temperamento mesotónico utilizado, permitía un número reducido
de alteraciones (Do#, Mib, Fa#, Sol# y Sib) y por ello restringía la paleta de
sonidos y tonalidades.14 En algunos instrumentos como el arpa o el clave se
podía modificar la afinación de ciertos intervalos para permitir el empleo de
otras alteraciones, por ejemplo, convertir un Sol# en un Lab, pero no era viable
hacerlo sobre la marcha sino antes de empezar a tocar.15 Por otro lado, los ins-
trumentos con trastes como la guitarra usaban desde antiguo el temperamento
igual, que podía modificarse ligeramente sobre la marcha con la presión y des-
plazamiento de las cuerdas. Tampoco podemos descartar que en la Capilla Real
se utilizara el temperamento igual en el acompañamiento, ya que contaba desde
los años setenta del siglo anterior con un clave con ese sistema.16 En este con-
texto, una de las principales diferencias que aporta la entrada regular del violín
es la flexibilidad en la afinación: al carecer de trastes, posibilitaba al intérprete
distinguir sonidos que en los temperamentos mesotónicos tienen pequeñas
diferencias, como Sol# y Lab. El uso de nuevos sonidos sirvió para ampliar la
paleta de tonalidades utilizadas por los compositores, pero también fue funda-
mental en el aspecto melódico al permitir movimientos cromáticos hasta
entonces apenas usados en España.
Coincidiendo con la incorporación regular del violín, comenzará a expan-
dirse el sistema tonal mediante la introducción en la práctica de mayor número
de alteraciones que, aunque aparecen en algunos teóricos desde el siglo XVI
(como Tomás de Santa María, Cerone o Nassarre), apenas se encontraban en la
música escrita. Se utilizarán por primera vez de manera regular los llamados
«tonos accidentales» con sostenidos en la armadura o mayor número de bemo-
les. Las nuevas tonalidades resultantes se definen inicialmente como versiones
transportadas «punto alto» o «punto bajo» de los modos tradicionales (esto es,
un tono arriba o abajo), pero la expansión progresiva acabará rompiendo las
Ejemplo 3. José de Torres, ritornelo del aria «A eso vengo» del villancico
Divino hijo de Adán (1712)
17. El único teórico que recoge este tipo tonal es Valls (Mapa armónico práctico, op. cit., cap. V, § 3) como
«apuntación moderna» del segundo tono.
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18. Publicada en Á. Torrente, The Sacred Villancico in Early Eighteenth-Century Spain, vol. 2, pp.
214-227.
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Figura ejemplo musical 4. José de Torres, villancico Divino hijo de Adán (1712),
Tiple del Grave, cc. 1-27 (© Archivo de la Catedral de Salamanca, AM 61.12)
Este ejemplo corresponde a la última sección de la cantada de Torres Divino hijo de Adán,
un grave característico como cierre de las cantadas tempranas. En él se puede observar, ade-
más de las pocas barras de compás, el uso de corcheas y semicorcheas con cabeza blanca (que
en la transcripción se escriben como corcheas y semicorcheas convencionales de cabeza negra),
así como mínimas, semibreves y breves con cabeza negra (que en la transcripción valen como
negra, blanca y redonda respectivamente). En todos los casos, las notas ennegrecidas, o bien ini-
cian una síncopa, o bien un acento en parte débil del compás.
A finales del siglo XVII se detectan los primeros indicios de un nuevo tipo de
notación métrica que, a lo largo de varias décadas, acabará por desplazar el viejo
sistema mensural para adoptar una nueva paleta de compases, la mayoría de los
cuales se tienden a representar con dos números, equivalentes a los que se
siguen utilizando en la actualidad. Estos nuevos compases se habían empezado
a popularizar en Francia e Italia durante el último tercio de siglo y sin duda lle-
garon a España de la mano del repertorio violinístico, especialmente las obras
de Corelli, y de arias de cantatas y óperas de compositores como Scarlatti y
Bononcini (véanse caps. II, § 3, y III, § 3). Es a partir de entonces cuando los
viejos compases de proporción serán sustituidos por compases ortocrónicos de
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tres blancas o tres negras (3/2 o 3/4) y se empezarán a usar regularmente com-
pases de subdivisión ternaria como 6/4, 6/8 y 12/8. En los compases binarios
continuará el uso de la subdivisión binaria pero se incorporarán nuevos com-
pases como el 2/4. La transición se puede considerar consumada a mediados de
siglo, cuando un teórico «moderno» como José Herrando, autor del Arte y pun-
tual explicación del modo de tocar el violín (1756), expone un sistema perfecta-
mente ortocrónico en el que se emplean los siguientes compases: compasillo
(dividido ya como en la actualidad en cuatro partes), compás mayor (el llamado
alla breve, de dos tiempos), 2/4, 3/4, 3/8, 6/8 y 12/8; Herrando puntualiza que
«hay proporción mayor y menor, pero se practican poco o nada».
El cambio de un modelo a otro fue muy lento, ya que, mientras que a prin-
cipios del siglo ya encontramos compases ternarios ortocrónicos, el compás de
proporción menor todavía se utiliza en la tercera década del siglo. Se produce
además el interesantísimo fenómeno de que coexistan en la misma partitura
sistemas de notación mensural y ortocrónico, los primeros usados por las
voces, los segundos por los instrumentos. El ejemplo más temprano es proba-
blemente la misa Scala Aretina (1702) de Valls, en la que los clarines (proba-
blemente añadidos después de la fecha de composición) se escriben en 6/4
cuando el resto de las partes están escritas en proporción menor (probable-
mente porque los intérpretes fueron músicos italianos o alemanes). Los violi-
nes recurren a la misma notación de las voces, excepto en algunos pasajes como
el segundo Kyrie en que están escritos en 12/8 frente al resto de las partes escri-
tas en compasillo, lo que corresponde en la práctica a una figuración repetida
de tresillos. Un ejemplo algo más tardío es el villancico de Antonio Yanguas
Haciendo un millón de cocos (1721), en el que, tanto en la partitura como en las
partichelas, las partes de violines están escritas en 3/4 mientras que las voces lo
están en compás de proporción menor (véase Fig. 15).
Un segundo aspecto en el que se renovó la rítmica musical fue la prolifera-
ción de figuras más breves. Los teóricos del siglo XVII no hablan de figuras infe-
riores a la semicorchea, aunque en la práctica la de menor duración solía ser la
corchea. El uso de nuevos compases va a impulsar una tendencia a que la uni-
dad de tactus más común pase de la blanca (mínima) a la negra (semimínima)
o la negra con puntillo, con la consiguiente utilización de valores más peque-
ños. Pero más significativa en este aspecto es la aparición de una escritura idio-
mática para los nuevos instrumentos, en especial el violín, caracterizada por un
movimiento mucho más ágil y la abundancia de notas breves en escalas, arpe-
gios y otras figuraciones características.
Una perspectiva curiosa se puede observar en la obra de Antonio Yanguas.
El éxito profesional de este compositor tiene mucho que ver con su dominio de
las técnicas modernas que debió de aprender durante su breve estancia en Madrid:
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Años de controversias
parece haberse calmado en los años siguientes, probablemente debido a las con-
secuencias de la Guerra (al igual que Durón y Torres, Paris fue represaliado en
1706 por su apoyo al archiduque Carlos, mientras Martínez consolidaba su
posición al escribir la música de la comedia proborbónica Los desagravios de
Troya en 1712).
La crítica a la modernidad toma un nuevo giro en 1726, cuando el benedic-
tino Benito Feijoo publica, en el primer tomo de su Teatro crítico universal, un
extenso ensayo titulado «Música de los templos», donde expone una detallada
censura de las novedades musicales de su tiempo, deteniéndose en varios pun-
tos desarrollados por Paris y Royo pero ampliando su argumentación a otros
aspectos de la práctica musical.21 Sobre los nuevos instrumentos afirma que
«los violines son impropios en aquel sagrado teatro. Sus chillidos, aunque
armoniosos, son chillidos, y excitan una viveza como pueril en nuestros espíri-
tus».22 Igualmente critica por indecorosas las novedades formales porque «Las
cantadas que ahora se oyen en las Iglesias, son, en cuanto a la forma, las mis-
mas que resuenan en las tablas. Todas se componen de Menuetes, Recitados,
Arietas, Alegros, y a lo último se pone aquello que llaman Grave; pero de eso es
muy poco, porque no fastidie».23 Feijoo demuestra una comprensión profunda
de la ciencia musical y de la naturaleza de los cambios vividos en España al cri-
ticar también las novedades del sistema tonal por «los frecuentes tránsitos del
género diatónico al cromático, y enharmónico, mudando a cada paso los tonos
con la introducción de sostenidos, y bemoles»,24 y la «mudanza de tonos den-
tro de la misma composición» que, cuando se hace sin moderación «sacan la
armonía de sus quicios». Asimismo, el benedictino censura las novedades
métricas, en especial «diminución de figuras [que] destruye la música» porque
«rarísimo ejecutor se hallará que pueda dar bien, ni en la voz, ni en el instru-
mento puntos tan veloces»,25 y «son de tan breve duración, que el oído no
pueda actuarse distintamente de ellos, no percibe armonía, sino confusión».26
Algunas de sus críticas más contundentes se refieren a aspectos de la interpre-
tación, por ejemplo la práctica del glissando, «aquellas inflexiones lascivas […]
que enseñó el demonio a las comediantas, y estas a los demás cantores, […] aque-
llas caídas desmayadas de un punto a otro, pasando, no sólo por el semitono,
mas también por todas las comas intermedias: tránsitos, que ni caben en el arte,
ni los admite la naturaleza».27
21. A. Martín Moreno, El padre Feijoo y las ideologías musicales del XVIII en España.
22. B. J. Feijoo, «Discurso XIV. Música de los templos», p. 293.
23. Ibid., p. 275.
24. Ibid., p. 286.
25. Ibid., p. 285.
26. Ibid., p. 286.
27. Ibid., p. 277.
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Figura 16. José Ferrer. Escudo Político (© Abadía de Montserrat, B.CXXXII, 12.44)
pero sin abandonar nunca las reglas tradicionales que magistralmente expone
en su tratado Mapa armónico práctico (c. 1737). Más allá de esto, resulta muy
difícil de creer que una disonancia aislada en una composición que probable-
mente nunca se interpretó fuera de la catedral de Barcelona pudiera desatar
reacciones tan enconadas y de tantas personas, por más que no hubieran llegado
a España los ecos del madrigal italiano armónicamente experimental de
Gesualdo y Monteverdi, que provocó un debate de trasfondo similar un siglo
antes. La explicación más plausible es que el detonante de esta discusión esté-
tica fue el clima de enfrentamiento inmediatamente posterior a la Guerra
(Civil) de Sucesión.29 La distribución de los participantes en un mapa de la
Península coincide en gran medida con los territorios que apoyaron a uno u
otro bando; algunos de los detractores de Valls –el iniciador Albors o Martí-
nez de la Roca– se distinguieron por su apoyo a la causa borbónica, mientras
que el propio Valls trabajó al servicio del archiduque y fue represaliado por ello
años más tarde.
29. Esta lectura política de la controversia fue propuesta en F. Bonastre, «Pere Rabassa “…lo descans del
mestre Valls”. Notes a l’entorn del tono Elissa gran Reyna de Rabassa i de la missa Scala Aretina de Francesc
Valls».
30. L. Jambou, «Transmisión, evolución y transformaciones musicales en Martín y Coll». Una edición
parcial en Flores de música.