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PONTIFICIA UNIVERSITAS ANTONIANUM

FACULTAS SCIENTIARUM BIBLICARUM ET ARCHEOLOGIAE

STUDIUM THEOLOGICUM JEROSOLYMITANUM

Luis Jesús Neri Rodríguez, O.F.M

María en el Misterio de la Trinidad

Elementos bíblicos y dogmáticos.

Dissertatio ad Baccalaureatum in S. Theologia adsequendum

Moderator: Prof. Artemio Vítores González O.F.M.

Hierosolymis 2017

1
PREFACIO.

El desarrollo del siguiente trabajo, tiene como fin, el concluir los estudios teológicos;
y con ello, obtener el grado académico de Bachillerato en Sagrada Teología. La
presencia de María, ha estado muy presente desde que tengo uso de razón, pues
provengo de una familia católica. Desde ese seno familiar, descubrí el valor
importante de la persona de María. La misma ciudad de donde provengo, está
impregnada de esta presencia en su advocación de la Virgen de la Expectación.

Sin duda, estas dos realidades han logrado en mí, tener presente a lo largo de mi vida
y mi vocación a María, como Madre. La figura de la llena de gracia, siempre ha
cautivado mi persona. En ella, encuentro un tesoro extraordinario, envuelto en un
misterio de encuentro con el Dios Uno y Trino. Por tal razón, ha suscitado interés en
mí, el profundizar la persona de María desde esta relación trinitaria.

La Escritura, el Magisterio, los Padres de la Iglesia, nos han enseñado que esta sierva
del Señor, es el puente del aquel extraordinario encuentro entre Dios y su creación.
En esta excelsa creatura, Dios ha manifestado su Omnipotencia. Pero en definitiva la
misma María, ha respondido en libertad, cumpliendo la voluntad del Padre con
aquella respuesta generosa de un “Sí” que se extenderá para toda la salvación de la
humanidad.

Agradezco infinitamente al buen Dios, por permitirme llegar a la conclusión de mis


estudios teológicos, con la elaboración del presente trabajo. Permitiéndome
conocerlo, más profundamente a lo largo de estos años de estudio. A su vez
agradezco, a mi Provincia SS. Francisco y Santiago, por haberme apoyado en mi
formación y estudios; así como también a la Custodia de Tierra Santa, por haberme
permitido estudiar la teología. Doy gracias a mi familia y amigos que siempre me han
apoyado en mí caminar. En especial, un cálido agradecimiento y reconocimiento, al
Padre Artemio Vítores, por cada instante de su acompañamiento y dedicación
incansable, en la insigne asesoría para la realización y buen desarrollo de este trabajo.

Jerusalén, Mayo 8 del 2017, Mes dedicado a María.

2
SIGLAS.

CCC Catecismo de la Iglesia Católica.

EV Enchiridion Vaticanum (Documentos oficiales de la Iglesia).

LG Lumen Gentium (“La Iglesia” del Vaticano II).

MC Exhortación apostólica Marialis Cultus

MD Exhortación apostólica Mulieris dignitatem.

RM Encíclica Redemptoris Mater.

3
INTRODUCCIÓN.

A lo largo de la historia del cristianismo, la persona de María, ha estado siempre


presente, como una figura fundamental para el camino de la fe de cada cristiano. La
razón de dicha importancia, está en ser la Madre del Hijo de Dios, conciencia que la
misma Iglesia primitiva, ha conservado hasta nuestros días.

La misma historia de la Iglesia, nos refleja dicha realidad, que ha sido profundizada,
llegando a convertirse en verdades de fe. Reflexión que parte del contexto de que
María es una mujer concreta, verdadera. No se trata de una simple invención. Si no,
que es una persona, que vivió en un espacio y un lugar concreto. Innegablemente, su
persona, su imagen, sus virtudes; y especialmente su posición en el Misterio de Dios
Uno y Trino, siempre han sido causa de conmoción y de atracción constante a través
del tiempo

Dicho misterio, que envuelve la persona de María, es el impulso del presente trabajo,
pues tiene como fin, el presentar en un esbozo general, la persona de la Virgen en su
relación con la Trinidad. De esta manera, descubriendo el misterio de María
indiscutiblemente se manifestará el Misterio del Dios Uno y Trino.

Fundamental será esta relación, con la cual, podremos acercarnos a descubrir la


persona de María, que íntimamente nos vincula con las tres personas divinas. Cabe
señalar, que si por una parte es verdad, que María no es el centro de la historia de la
salvación. Por otra, es necesario reconocer en ella, el lugar preponderante del cual
participa, por las gracias recibidas. De esta forma, el camino a desarrollar nos llevará
por tres momentos. Nos detendremos a la luz de la Escritura y el Magisterio de la
Iglesia, que nos brindarán las luces necesarias para dicho acercamiento.

El primer capítulo, nos llevará a establecer la relación existente entre María y el


misterio de la Trinidad. Desglosando con ello, el vínculo inseparable entre la llena de
gracia y cada una de las tres personas divinas. Nos acercaremos a María como la hija
predilecta del Padre, pero también como la Madre del Hijo y definitivamente como
la morada del Espíritu Santo. Con referencia a lo anterior, este primer capítulo será
el pilar que sostenga nuestro caminar. Desde ahí cobrará sentido los dos siguientes

4
capítulos, que solo se podrán entender bajo esta luz trinitaria, en la persona de
Bienaventurada.

Después, de haber reflexionado a grandes rasgos esta relación entre María y las tres
divinas personas. Será necesario, dar un segundo paso en nuestro caminar, para ello
el segundo capítulo, nos conducirá a una relación que no podría ignorarse. La clave
de lectura que se presentará es la eclesiológica. Así como la imagen de la Madre, está
siempre unida a su Hijo en la obra de la redención, así mismo es necesario considerar
la relación existente entre María y la Iglesia. Como Madre de los hombres, será
importante entrar en la reflexión de esta vital relación, ocupando un lugar preciso
como miembro eminente de esta Iglesia, siendo a su vez su modelo.

El último trayecto, de nuestra travesía, nos llevará a detenernos en una realidad


concreta. Conectando la persona de María, con nuestra realidad personal. Es decir
que el tercer capítulo, nos guiará a colocar sobre la mesa el culto mariano. La
peculiaridad de dicho capítulo, se centrará en hacer una lectura, donde este culto
cobre su verdadero carácter trinitario. Partiremos de las cuestiones generales sobre el
culto, para después ingresar al denominado culto mariano en la Iglesia. Finalizando
posteriormente, con la dimensión trinitaria del culto a la Virgen-Madre.

Ante el panorama tan inmenso y rico de la persona de María, es claro, que este trabajo
no puede y no tiene la intención de agotar, todo lo que se puede reflexionar sobre ella.
Una figura tan especial como es la Madre del Altísimo, faltarían hojas, para descubrir
el grande tesoro de su persona. Sin embargo, el presente trabajo busca acercarse a
esta gran mujer, para con ello, adentrarnos un poco a la impronta que Dios ha hecho,
en ella.

5
CAPÍTULO I.

LA TRINIDAD Y MARÍA.

De frente al itinerario, que se desea recorrer, elemental es partir de una premisa que
nos permita conducirnos al interno del argumento a desarrollar. Por ello, al acercarnos
al Misterio de la Trinidad, es primordial tener en cuenta que nos referimos al Misterio
de los misterios. Que, en el cristianismo, es fundamento central de fe, de un Dios trino
que se manifiesta a su creación, a través de la historia del hombre.

Siendo la Trinidad, cimiento de los demás misterios cristianos, especialmente del


misterio de la Encarnación, en la cual, la economía de la salvación se manifiesta en
su plenitud. Podemos entender, que la contemplación de este evento se observa en
una dirección descendiente, Dios mismo, es quien se revela a su creación: “Nadie ha
visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.”
(Jn 1, 18). Sin embargo, es en esta revelación de Dios, donde el proyecto de salvación
se descubre. El testimonio de este evento, lo encontramos en la Escritura, que nos
relata la historia de la salvación del género humano. En la cual, Dios ha designado, a
hombres y mujeres concretos, para colaborar en este proyecto.

Retomando, este excelso acontecimiento de la historia de la salvación, la nombrada


Encarnación del Hijo de Dios, logramos apreciar el eje central que nos permite
relacionar el vínculo que existe entre la Trinidad con la persona de María. La
cooperación de la humanidad al proyecto de Dios, de entre todos ellos, María es la
especialmente elegida1, puesto que su tarea consistirá en ser la Madre del Verbo
Encarnado.

Ante esto, obtenemos la raíz del especial lugar que María ocupará en el proyecto
específico de la restauración del género humano. Siendo elegida, por Dios, para
participar, en este evento signo de la redención del mundo. Teniendo en cuenta lo
anterior, y acercándonos a un camino de reflexión teológica en este trabajo. Necesario
es permanecer en el fundamento bíblico, que es el punto de acceso al sendero, que

1
Κεχαριτωμένη: Término usado por el Evangelista Lucas al presentar la figura de María,
subrayando la gracia de la elección.

6
nos conducirá a adentrarnos en algunas consideraciones, sobre el misterio de la
Trinidad y su relación con la figura de María:

“Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido
bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibieran la
filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros
corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!” (Gal 4, 4-6)

El texto de la Escritura, nos ofrece, por una parte, un texto trinitario, que proyecta el
plan salvífico de Dios con la participación de las tres Divinas Personas. En otras
palabras, un Dios Uno y Trino, que ha previsto no solo en un nivel cronológico, sino
escatológico, la Encarnación del Hijo. Por otra, el texto paulino, nos hace una
referencia, a la mujer de la cual, nació el Salvador. Fragmento que es considerado, el
texto más antiguo, que certifica el Nuevo Testamento, en relación a María.

Es de observarse, que el punto culmen de la historia de la salvación, se encuentra en


el gran misterio del Verbo hecho carne. A lo cual, no se puede olvidar, que la
iniciativa de la salvación del hombre, es y proviene de Dios. Así mismo, el texto a
los Gálatas, nos ofrece, no solo el nuevo inicio del mundo, con la Encarnación. Sino
también, nos presenta la persona de María, como la creatura participe del Misterio.
En otras palabras, es la mujer que se encuentra en el corazón del misterio de Dios.

Ante la pedagogía divina, del Dios hecho hombre, en el cual se coloca, y se enraíza,
el acontecimiento central, que une la Trinidad con su creación. Este misterio se
convierte en el lugar donde se revela la vida íntima de la Trinidad, es donde el hombre
puede participar del misterio divino.

“Jesucristo es, por tanto, el lugar personal de encuentro y de diálogo entre la


divinidad y la humanidad, entre la trascendencia y la inmanencia, entre el eterno y la
historia, entre el absoluto y lo relativo. Su persona y su acontecimiento constituyen
la síntesis y el cumplimiento supremo de toda mediación salvífica, presente y futura.
En él, que es camino, la verdad y la vida…los hombres encuentran la plenitud de su
vida religiosa y Dios reconcilia consigo todas las cosas.” 2

2
A. AMATO, Jesús es el Señor, BAC, Madrid, 2009, p. 445.

7
Por lo tanto, el evento del Verbo Encarnado, nos refiere la expresión plena de la
realidad de Dios, que se auto-revela como comunión trinitaria3. Por ello que el
misterio trinitario y el misterio de la Encarnación se encuentran en una relación
recíproca e íntima:

“La encarnación tiene su fuente y su explicación en la Trinidad y la Trinidad


encuentra en la encarnación su expresión y su prolongación ad extra…La
encarnación es por tanto como la flor de una raíz que tiene su origen en el proceso
trinitario, como el desarrollo de un germen sembrado allí, como el fluir de una
corriente abundantísima que brota de la abundancia trinitaria.”4

Ante estas consideraciones, entre el misterio de la Trinidad y la Encarnación,


ineludible es precisar, que el Verbo Encarnado además de la generación eterna del
Padre, recibe un nacimiento temporal de una mujer: “A la irrupción desde arriba del
don de Dios corresponde la apertura acogedora de la humanidad: En ella el Verbo se hace
carne (Verbum-caro) y la carne se hace totalmente carne por el Verbo (María-Virgo).” 5

Premisa, que nos permite colocar desde la reflexión teológica la figura de María, su
identificación y papel. Se puede inferir, que la razón excepcional del protagonismo
de María, se encuentra en su cooperación a este Misterio de la Encarnación del Hijo,
que es un evento único e insuperable.

Consecuentemente, al hablar del Misterio de Cristo, es hablar del misterio de María,


porque en el misterio de la Virgen se encuentra el misterio del Hijo de Dios.

“..la existencia de la Virgen-Madre es signo de todos los misterios cristianos: del


misterio trinitario, por ser Hija elegida del Padre, madre santa del Hijo, esposa
amorosa del Espíritu; del misterio de la Encarnación, por su maternidad divina; del
misterio pascual pentecostal, por haber estado como socia del Salvador bajo la cruz
y compañera de los apóstoles en el cenáculo; del misterio de la Iglesia, por ser su
madre y su modelo; del misterio del fin, por estar ya asunta en la gloria trinitaria.”6

3
Cfr. A. AMATO, Jesús es el Señor, 445.
4
A. AMATO, Jesús es el Señor, 446.
5
A. AMATO, Jesús es el Señor, 463.
6
M. PONCE, María: Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, HERDER, Barcelona, 2001, p. 21.

8
De ahí, que caminar en busca del Hijo de Dios, tiene como guía a la Virgen Madre.
Connotación de guía, que indica a la mujer, experta en la comunión con Dios. María,
es el tabernáculo esplendido de la Trinidad.7 En base a esta relación trinitaria que
Ella, ha experimentado, es que nos detendremos, particularmente a reflexionar, en lo
que ya la Iglesia, ha subrayado sobre la figura de María y su relación con la Trinidad.

“Efectivamente, la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios
en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como
verdadera Madre de Dios y del Redentor. Redimida de modo eminente, en previsión
de los méritos de su Hijo, y unida a Él con un vínculo estrecho e indisoluble, está
enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por
eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo; con el don de una gracia
tan extraordinaria aventaja con creces a todas las otras criaturas, celestiales y
terrenas. Pero a la vez está unida, en la estirpe de Adán, con todos los hombres que
necesitan de la salvación; y no sólo eso, «sino que es verdadera madre de los
miembros (de Cristo) ..., por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia
los fieles, que son miembros de aquella Cabeza.” 8

De esta forma, la reflexión hecha por el Concilio Vaticano II, nos ofrece una reflexión
sobre la persona de María. Proponiéndonos su aproximación, con una doble luz: la
del Misterio de Cristo y el Misterio de la Iglesia9; elementos que serán base, para el
verdadero acercamiento a la figura de la siempre Virgen.

1.1 María, la hija predilecta del Padre.

Después de lo mencionado, es tiempo de dar el siguiente paso, para sumergirnos en


el tenor del ámbito mariano. Condensando lo que hemos referido, respecto al evento
del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, como el suceso que vincula la
persona de María con la Trinidad. Es inevitable insistir, que el agente principal de
todo este acontecimiento, es el Padre, ya que, al citar el evento de Cristo, es aludir al

7
Cfr. A. AMATO, Maria e la Trinità, San Paolo, Milano, 2000, p. 6.
8
LG 53, (EV 1, 427).
9
Cfr. A. CALERO, María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, CCS, Madrid, 1990, p. 21.

9
evento del Padre10. Incluso, al ver en María, la especialmente elegida, en virtud de
ser la Madre del Verbo Encarnado. No es posible, separar su vocación genérica y su
vocación especifica. Es decir, ella es Madre, como Hija del Padre, y es Hija del Padre,
como Madre del Hijo11. En efecto, el horizonte de la vocación genérica de María, es
y será la santidad, en conjunto con su llamado a participar de la filiación al Padre, del
que es considerada la Hija predilecta. A su vez la vocación específica, florecerá en
ser la Madre en toda plenitud del Hijo de Dios.

Conviene tener presente, que la maternidad de María no le quita su identidad de hija.


A lo cual, debemos considerar, que la vocación de María, es una vocación esencial;
ya que, si la confrontamos con otras, en la economía de la salvación. Podemos
descubrir, que las otras vocaciones están ordenadas, para servir de preparación a la
economía de la salvación. Mientras, la vocación de María, se manifiesta necesaria y
fundamental, para la realización de dicha economía. Significa entonces, que el Padre,
ha querido manifestarse de una manera concreta, haciendo posible que, en María, se
lleve a cabo, la realización económica de la Trinidad. Porque en ella, se manifiesta el
ser receptora y engendradora del Hijo de Dios.12

Efectivamente, que al dirigirnos a la creatura que es María, automáticamente


debemos partir de la relación con el Padre:

“Pero el Padre de la misericordia quiso que precediera a la encarnación la aceptación


de la Madre predestinada, para que, de esta manera, así como la mujer contribuyó a
la muerte, también la mujer contribuyese a la vida. Enriquecida desde el primer
instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular, la
Virgen Nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la Anunciación
como «llena de gracia» (cf. Lc 1, 28), a la vez que ella responde al mensajero
celestial: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.” 13

10
Cfr. A. AMATO, Jesús es el Señor, 451.
11
Cfr. M. PONCE, María: Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, 291.
12
Cfr. M. PONCE, María: Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, 293.
13
LG 56, (EV 1, 430).

10
Indiscutiblemente que, al ser la Madre del Hijo de Dios, María se encuentra en una
especial relación con la primera persona de la Trinidad. Los Padres de la Iglesia,
expresaban que Dios no utilizó a María, como un instrumento puramente pasivo, sino
que ella, ayudó a la salvación de la humanidad en la libertad de su fe y su obediencia.

1.1.1 María hija de Sión.

El vaticano II, en la Lumen Gentium14, atribuye el título de hija de Sion a la Virgen


(Cfr. Sof 3, 14; Zac 9, 9). Mención, que también nos remonta al Nuevo Testamento:
“Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 26-28). Fragmento, que sintetiza
y cumple, la promesa añorada por el pueblo elegido, es el momento de la exultación
a Dios Padre. La creación, había esperado prolongadamente, este extraordinario
evento. Con el cual, se hace visible la plenitud de los tiempos, instaurando con ello,
una nueva economía de la salvación. Del seno de una Virgen, Dios tomaría nuestra
naturaleza humana, para así redimir al género humano.

Así, María se convierte en esta Hija de Sion, que simboliza a Israel, que ha añorado
la venida del Salvador, ahora puede anunciar gloriosamente su liberación. Será ella,
quien, a nombre del pueblo, acoge la promesa del Mesías. Haciendo posible, con su
respuesta, que Dios vuelva habitar en medio de su pueblo. Precisamente, en esta joven
de Nazaret, convergen el Antiguo y el Nuevo Testamento, en ella se resume la historia
del pueblo escogido, y se crea un nuevo comienzo, de la historia de la humanidad.15

De esta forma, la experiencia que María ha tenido de la paternidad divina, no solo


abarca la maternidad, sino que la respuesta que pudo dar ante la propuesta de Dios,
también surge de la santidad de la cual goza. Ya que su relación más íntima, de ser la
llena de gracia, parte de saberse que Dios esta con María y ella esta con Dios.

Desde este enriquecimiento, de parte de Dios, de ser la llena de su gracia. María puede
dar una respuesta totalmente libre e incondicionada a las palabras del ángel:

14
Cfr. LG 55 (EV1, 429).
15
Cfr. A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, Franciscan Priting Press, Jerusalén, p.18-19.

11
“La colaboración de Nuestra Señora a la encarnación redentora se identifica con la
aceptación ilimitada (en su corazón y en su cuerpo) de la Palabra personal del Padre
por la acción del Espíritu, o sea con su divina Maternidad que se desplegó en la
entrega libre, decidida, y absoluta durante toda su vida en fe, obediencia, esperanza
y caridad, a la Persona de su Hijo y a su acción salvadora encomendada por el
Padre.”16

En este elemento de ser la Madre, la santa, la llena de gracia, es donde podemos ver
posible, lo imposible. En otras palabras, Dios Padre vierte en la persona de su Hija
predilecta, sus dones. La elección hecha por el Padre, en María, se fundamenta en la
gratuidad de su amor misericordioso, dotándola de su gracia y caridad en plenitud, en
vista de la maternidad mesiánica que llevaría en su vientre.

Por lo cual, se alude que María, ha sido la llena de gracia a priori, en cuanto ha sido
elegida para ser la Madre del Hijo de Dios17. Es de precisar que no se trata de separar
este binomio Virgen-Madre. Porque en el caso de la hija del Padre, la santidad no es
superada de la maternidad, sino que debemos considerar este binomio como
indisoluble y unido intrínsecamente.

1.1.2 La respuesta al Padre: el fíat de María.

Siguiendo el testimonio bíblico, específicamente la narración de la Anunciación, en


donde María, manifiesta su respuesta, ante la propuesta del Padre, exclamando: “He
aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Respuesta, que
comporta la fe y la obediencia, que se deposita, en cumplir la voluntad del Padre;
implicando la aceptación de convertirse en Madre del Verbo, expresando así la
confirmación de su vocación. Con este famoso “fíat”, María entra en la consonancia,
de ser la Hija de Sión, y también, se reconoce como la sierva del Señor18. De ahí, que
su vocación, sea el servicio al Padre en el Hijo.

16
M. PONCE, María: Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, 294-295.
17
A. AMATO, Maria e la Trinità, 54.
18
En el titulo sierva del Señor refiere al término Deutero-isaiano, es un apelativo que indica la fe en
Dios, obediencia a su voluntad y aceptación a la vocación.

12
Así pues, el “fíat” de María, implica un acto de fe, que supera la lógica humana.
Indudablemente, solo el Padre, sería capaz de llevarlo a cabo. No obstante, este acto,
no puede ser solamente concebido, como un acto personal, más bien, es un acto
corporativo.19 Aquello, que Israel por su incredulidad y desobediencia había perdido,
María lo asume en su nombre, con su acto de fe y obediencia. Es evidente entonces,
que Dios Padre, ha consentido que el propio hecho de la Encarnación, fuese precedido
de la aceptación de la Madre.

Esto nos lleva a hacer memoria de la propia historia de la creación, recordando que
por el “sí” de una mujer, llegó la ruina de la humanidad y con ello la muerte. Ahora
en el cumplimiento de la promesa del Padre, una mujer es quien contribuye en el
orden de la redención de esta humanidad, generando con su respuesta contribuir a la
salvación y a la vida de la nueva creación.

Interesante será, en este proyecto de salvación, que esta sierva del Señor está en
consonancia con Aquél que representa al Siervo de Jhwh: Cristo. Su vocación de
sierva del Señor, tendrá el mismo fin que el Siervo de Jhwh, la experiencia conllevará,
la oscuridad y el dolor. Así como el Padre, ha diseñado la vía del Hijo, así mismo,
será diseñado el camino de la Madre. La experiencia del abandono en la voluntad del
Padre es la pauta que dará sentido tanto al ser del Hijo de Dios y al ser de la Madre
del Verbo Encarnado.

1.1.3 El cántico de agradecimiento al Padre: el Magníficat.

De frente al “sí” de la hija predilecta del Padre, se puede expresar que ha comenzado
el retorno de la humanidad a Dios. Espacio concreto, que determina el comienzo de
un tiempo nuevo de la salvación. El mundo deja su oscuridad, porque la luz ya se ha
encarnado, viviendo en el seno de una Virgen. Justamente, ante este panorama, la hija
de Sión, exultará por lo que ha recibido. Elevando un canto de gozo, que en voz de
María será un agradecimiento al Padre. María, canta con el Magníficat, el reflejo

19
Cfr. A. AMATO, Maria e la Trinità, 55.

13
propio de su alma, de la experiencia de la paternidad que ha vislumbrado. Es la nueva
Eva que no es humillada por ningún enemigo.

La Virgen-Madre, alaba al Dios de su vida, a Aquél que, con su mirada, ha visto en


la pequeñez de su esclava, el lugar para manifestar su poder. Indudablemente, que,
en esta acción de gracias, hecha cántico, estamos de frente a la oración por excelencia
de la Virgen, que exclama su alabanza al Altísimo, que la ha contemplado en su
misericordia20. El mismo cántico, es expresión de su condición como Madre, Ella
hace presente el nuevo advenimiento, para la historia de la humanidad. Ella,
representa al resto de Israel, que ha puesto su confianza en su Señor, para alcanzar la
liberación. La Madre, es la primera testigo del obrar de Dios a favor de su pueblo:

“El canto de la Virgen es memoria de las grandiosas intervenciones pasadas del Dios
de Israel; es la celebración actual de la salvación definitiva de Cristo Señor; es
profecía radical de un futuro en el que la victoria de Dios transformará todas las
cosas. El Magníficat canta la utopía del Reino, que ha hecho su irrupción en nuestra
historia, pero que espera todavía el definitivo cumplimiento.” 21

En definitiva, que el trasfondo exclamado por María, tiene su alusión en la


experiencia de Israel. La historia de este pueblo, tiene un nuevo comienzo en la hija
de Sión. Es ella, la que representa a la nueva Jerusalén, y es encargada de recoger
todas las esperanzas y aspiraciones de su pueblo, para con ello, dirigirlas al Padre.

Dicho de otra manera, aquello que había sido anunciado por los profetas, que era la
esperanza del pueblo de Israel, la Hija de Sión, lo ha llevado a su cumplimiento, por
la voluntad del Padre. En consecuencia, podemos adjuntar lo que el Magisterio de la
Iglesia ha expresado:

“María es la primera en participar de esta nueva revelación de Dios y, a través de


ella, de esta nueva «autodonación» de Dios. En su arrebatamiento María confiesa que
se ha encontrado en el centro mismo de esta plenitud de Cristo. Es consciente de que
en ella se realiza la promesa hecha a los padres y, ante todo, «en favor de Abraham

20
Cfr. A. STRADA, María y nosotros, Editorial Claretiana, Buenos Aires, 1989, p. 50.
21
M. PONCE, María: Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, 128.

14
y su descendencia por siempre»; que, en ella, como madre de Cristo, converge toda
la economía salvífica, en la que, «de generación en generación», se manifiesta aquel
que, como Dios de la Alianza, se acuerda «de la misericordia ».”22

Innegablemente, al divisar en María, su identidad de hija del Padre, se comprende,


que no se trata de una simple alienación; ni mucho menos de un despojamiento de la
propia humanidad, que se consume en una propia perdida de la identidad personal,
más bien, su identificación como hija, nos hace reencontrarnos con la verdadera
imagen del hombre, que ha sido creado a imagen y semejanza de su Creador.

1.2 María, Madre del Hijo de Dios.

Luego de habernos detenido, en este proceso de la relación de la Madre con Dios


Padre. Es tiempo, de dar el siguiente paso, que nos permita, entrar en contacto con la
segunda persona de la Trinidad, esto sin duda, en relación con la figura de María.

Hemos ya hecho, la delimitación de María como la Hija predilecta del Padre y todo
aquello, que conlleva esta relación. Sin embargo, intrínsecamente, hemos notado que
esta identificación de hija, está en orden a la misión de la cual María ha sido llamada.
Es decir, María ha sido colmada de la gracia del Padre, para contener al Incontenible.
En su seno virginal, se encarnará el Verbo y así ella, será llamada la Madre de Dios.

Por ende, cuando se habla del Misterio de Cristo, en el cual el trascendente se vuelve
inmanente. La humanidad, se vuelve el puente de interlocución entre Dios y su
creación. Por tanto, el nacimiento del Hijo de Dios, en la historia humana se realiza
con la cooperación libre y personal de la Virgen:

“Su gran fe en el poder misericordioso de Dios hace florecer su seno, mediante la


acción misteriosa y sumamente espiritual del Espíritu. Siendo éste el comienzo de la
historia de la salvación, María como Madre del Señor (Cfr. Lc 1, 43).” 23

22
RM, 36.
23
Cfr. A. AMATO, Jesús es el Señor, 481-482.

15
La propia Escritura nos sitúa, para entender el misterio, que se concentra en la
maternidad de María con el Hijo de Dios: “Bienaventurado el vientre que te llevó y los
pechos que te criaron. Pero él dijo: Mejor, bienaventurados los que escuchan la Palabra de
Dios y la cumplen. (Lc 11, 27-28)”.

La magnificencia de la maternidad, no se encuentra en ser la Madre biológica del


Señor, más bien, el signo más grande de María es el cumplimiento de la voluntad del
Padre, que ha decido, que el Hijo se encarnase en su vientre. Es aquí, que las Palabras
de Jesús, reconocen en su Madre, el privilegio de ser declarada como la
Bienaventurada porque ha creído.24

Por su parte el texto conciliar del Vaticano II nos recuerda la extensión de la relación
de María con el Hijo de Dios: “Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la
salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su
muerte”25. Corroborando, que la maternidad de María, no tiene por objetivo un simple
hecho fisiológico, limitado a una maternidad virginal y divina del Redentor.

Más bien, se debe comprender que esta relación maternal, es una tarea salvífica
perpetua. Ya que la maternidad divina de María, la vincula a toda la persona y la obra
del Hijo. Es decir que su relación fue, es y será perenne por el mismo hecho de la
Encarnación. Perpetuidad, que implicará pasar del pesebre al calvario. Incluso
contemplar su muerte, pero también su gloria, a la cual la Madre participará.26

1.2.1 María, en los misterios salvíficos de la infancia de Jesús.

Continuando nuestra travesía, para establecer el camino de la relación inquebrantable


entre la Madre y el Hijo, en la obra de la redención. Recorreremos algunos pasajes
referidos en la Escritura, respecto a la colaboración de María en la vida de su Hijo.
estas consideraciones, tienen su fundamento, en la Constitución Lumen Gentium, que
ha señalado estos pasajes de la vida del Señor como fundamentales al encuentro de

24
Cfr. A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 91.
25
LG 57, (EV 1, 431).
26
Cfr. D. BERTETTO, La Madonna oggi, LAS, Roma, 1975, p.143.

16
llena de gracia. En primer lugar, nos encontramos, con el evento de la Visitación (Cfr.
Lc 1, 41-45), María es proclamada beata por su fe. Es significativo matizar, que este
evento, es un hecho eclesial, porque es la inaugural prueba del Mesías. En este suceso
Isabel, con aquel gesto que en su seno ha experimentado, corrobora aquella realidad,
que ha envuelto a María como Madre del Mesías. La madre de Juan comprende que
en la Virgen-Madre, se cumplen las profecías de la Hija de Sión. Los hijos de la estéril
y de la Virgen, van a originar la gran familia del nuevo Israel. 27

Analógicamente, podríamos pensar, que incluso cuando el Evangelio todavía no es


oficial, ya es un mensaje recibido por María, encarnado en su seno. El verbo, ya ha
tomado la naturaleza de la Madre, y con ello, está operante en su vida. La vida
escondida del Verbo, ya es una realidad que transforma el ambiente y el corazón de
los que estén en contacto con la Madre.

Un segundo momento, lo encontramos en la Natividad del Señor, específicamente


cuando María muestra al Hijo, ante los pastores y los magos (Cfr. Lc 2, 16ss; Mt 2,
1-12). El hecho incomprensible, de haber dado a luz, en la pobreza de un pesebre, es
una de las dimensiones más difíciles de comprender, sobre el nacimiento del Hijo de
Dios. Aquél, que es de condición divina, se ha despojado de sí mismo, tomando la
condición de Siervo, haciéndose igual a nosotros.

Ante inigualable acontecimiento, la salvación cobra una nueva significación, la


propia epifanía del Hijo de Dios, hecha a los pastores y a los magos, es el evento que
simboliza la extensión de la salvación, no solo ya al pueblo elegido, sino a una
universalidad que incluye en ella a toda la humanidad, que ha encontrado a su
Salvador. Además, las dos narraciones bíblicas resaltan en su escena la presencia de
la Madre, que es testigo de la fe de los pastores y de los magos. La Virgen, es quien
les muestra la esperanza anhelada, la promesa esperada del rostro del Verbo
Encarnado

Continuando nuestro recorrido, en la infancia de Jesús, nos encontramos con el tercer


momento del encuentro entre la madre y el Hijo: la presentación de Jesús al Templo

27
Cfr. STRADA, María y nosotros, 49.

17
(Cfr. Lc 2, 21-39). Cumpliendo lo que prescribía la ley, María y José, debían dirigirse
a cumplir con dos preceptos. El primero, la Madre debía cumplir con los ritos de
purificación, que se exigía la ley de Moisés. El segundo, la consagración que debía
hacerse del primogénito al templo. En este mismo recinto, se encuentran con dos
personajes, que profetizarán inspirados por el Espíritu, reconociendo en el pequeño
al Redentor. Efectivamente, la profecía que Simeón dirige a María, es la que da
consonancia a nuestro argumento, porque revela la unión, que la llena de gracia,
deberá mantener en el dolor para asociarse a la misión del Hijo del Altísimo, porque
su existencia será signo de contradicción para el mundo.

Por último, la escena que describe esta relación materna de María con la infancia del
Señor, la descubrimos en el pasaje de Jesús perdido y hallado en el templo (Cfr. Lc
2, 41-51). Nuestro episodio se enmarca en la peregrinación anual, que María y José
realizaban a Jerusalén, por la fiesta de la Pascua. Sin embargo, el problema se suscita
en la pérdida temporal del niño, porque él permanece en el templo mientras sus padres
regresaban a casa.

El trozo de la Escritura, nos permite identificar diversas dimensiones de la relación


entre el Señor y su Madre. Por un lado, María cuida y educa a su hijo, un vínculo que
podíamos denominar clásico de una maternidad física. Por otro, este vínculo es
superado a un nivel más profundo, un vínculo de fe:

“María genera a Cristo, lo cuida, lo educa… Cristo genera a María en el Evangelio,


la cuida y la educa como oyente de su Palabra. Cristo es hijo de María, María es
discípula de Cristo. Cristo se hace hombre en María y a través de María. María se
vuelve hija de Dios en Cristo y a través de Él, por quien y para quien existe.” 28

Cabe destacar, que esta dimensión del vínculo Madre-Hijo, no se borra, sino que se
profundiza, y se transmuta en un vínculo mayor, de íntima reciprocidad: realizar la
voluntad del Padre. Su parentesco, es asumido y elevado por la fe de María, en la
persona y en la misión del Hijo.

28
Cfr. A. STRADA, María y nosotros, 57.

18
1.2.2 María, en el ministerio público de Jesús.

Siguiendo la línea anterior, se resaltan tres manifestaciones de la asociación de María,


en la vida pública de su Hijo. La primera manifestación, la descubrimos en las bodas
de Caná (Cfr.Jn 2, 1-11.). El problema de este episodio reside, en que se ha acabado
el vino. María, percibe la situación e intercede, recordando su vocación de servicio;
y se dirige al Señor, para pedir su intervención. Se revelan dos elementos en este
pasaje, el primero, la grandeza de compasión de la Madre; y el segundo, el poder que
el Hijo, manifiesta con el signo del vino.

La orden que María da, a los sirvientes: “Haced lo que él os diga”, evidencia la fe que
la Madre tiene en el Hijo, pues confía, que su súplica sea de nuevo escuchada. Su
intervención, no trata de la acción misma del milagro, más bien de la intercesión, por
alcanzar el auxilio del Señor: “La primera adhesión creyente a la persona de Jesús, está
presidida por el ruego de María. En cana de Galilea, el Evangelio comienza a ganar
hombres y es María quien colabora en su difusión”29. En esta primera señal, la
intervención de la Virgen-Madre, será la que favorezca, a iluminar la acción de Jesús.
María se muestra en este episodio, significativamente, como Aquélla que introduce
la acción mesiánica, en la historia de la humanidad.

De diversa manera, se desarrollará la segunda manifestación, según la Constitución


Dogmática, refiere que se da durante la predicación del Señor (Cfr. Mc 3, 35; Lc 11,
25-27). Predicación, que exalta el vínculo de la fe, sobre el vínculo de la sangre.
Elemento, que en ocasiones ha traído a interpretaciones despectivas en relación a la
figura de María. Precisando, estas expresiones hechas por el Hijo, no entienden
rechazar la figura de la Madre. Ella, es la primera que participa de esta beatitud, pues
no ha sido otra la ocupación de María, cumplir la voluntad del Padre.

La tercera manifestación, se llevará a cabo en el Calvario, en el momento del


sacrificio cruento y redentor del Hijo. El peregrinaje de María, había recorrido su
infancia, su vida pública, y ahora el culmen de la vida del Hijo llega a su inicio.

29
A. STRADA, María y nosotros, 60.

19
Hemos observado que, en todos los acontecimientos de la vida de Cristo, la Madre se
ha mantenido unida íntimamente a su Hijo: “Esta unión entre el Hijo y la madre se
manifestará de un modo evidente en la hora del dolor y de la muerte y en la hora de la
alegría y de la resurrección”30. Su testimonio de vida, refleja en todo su caminar el
sufrimiento. Sin embargo, será la Pasión del Hijo, el punto culminante de la vivencia
del dolor, en la vida de la Madre. El itinerario, se intensificará a partir de la condena
hecha por Pilato, hasta su muerte, que la llevará por el camino de la cruz

María, se asocia con su Hijo, para continuar en la peregrinación de la fe, uniéndose


hasta la cruz, sufriendo intensamente con su Unigénito. Asociándose con su ser
maternal, a su sacrificio; y amorosamente consintiendo la ofrenda cruente de Aquél
que ella, había llevado en su vientre31. Debido a esto, es que la figura de María no
podría desaparecer, pues su presencia, no es simple casualidad del vínculo sanguíneo,
más bien está allí, como la Mujer, de donde ha surgido el linaje de la salvación. De
nuevo, no se habla de una presencia pasiva, más bien de una asociación al Señor.

Por lo cual, María esta espiritualmente clavada con Él en la cruz32. Aquí al pie de su
Hijo, las palabras de Simeón cobran sentido, la dolorosa es la imagen de la profecía
que se ha cumplido: “El llanto de María es la expresión del dolor de la Virgen que llora
no solo la muerte del Hijo inocente y santo, su bien supremo sino también la pérdida de su
pueblo y el pecado de la humanidad.” 33

Será el Calvario, el lugar de la desolación de la Madre, recibiendo por segunda vez,


aunque de forma diversa, al Hijo. Así como en Belén, había acogido en sus brazos la
vida del Verbo, así mismo será ella, a recibir al Cordero inmolado, ofrecido por
nuestra salvación en sus brazos. María es la virgen oferente34, pues no ha ofrecido
solo a su Hijo, sino que se ha ofrecido a sí misma, como ofrenda al Padre.

30
A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 67.
31
Cfr. LG 58 (EV 1, 432).
32
A. STRADA, María y nosotros, 62.
33
A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 79.
34
A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 87.

20
Otro rasgo a considerar, es la cuarta manifestación, que se sitúa cuando Jesús, que
está muriendo, consigna a la Madre, al discípulo: “Mujer ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,
26-27). Son las palabras, de una nueva encomienda, dada por el Señor a su Madre.
De nuevo sobresale el itinerario de fe, que continúa en la vida de María. Aquélla, que
está unida eternamente al Hijo, por su maternidad divina. Ahora el mismo Hijo, la
une a nueva maternidad, que se extiende ahora al Nuevo Israel. Jesús crea así una
nueva relación de maternidad espiritual entre María y el discípulo. Testamento que
evidencia un nuevo vínculo entre Madre e Hijo.

“Se puede decir que, si la maternidad de María respecto de los hombres ya había sido
delineada precedentemente, ahora es precisada y establecida claramente; ella emerge
de la definitiva maduración del Misterio Pascual Redentor.” 35

Esta nueva maternidad, es fecundada por la fe, producto de un amor nuevo que
seguramente ha florecido junto a la cruz, a través de su participación en el amor al
Cordero inmolado.

1.2.3 María, después de la Ascensión.

El misterio de la salvación humana, no concluye con la muerte del Señor, la obra del
Redentor, continua en su propia Resurrección y Ascensión. Sin embargo, es de
subrayar, que en estos misterios la Virgen-Madre no participa.

Por eso, retomaremos, lo que ya Lumen Gentium ha señalado. Partiendo ahora, de


otros eventos consecutivos, en los cuales la presencia mariana es presente. El primer
evento a considerar, es el Pentecostés (Cfr. Hch 2, 1-11). La Escritura, nos recuerda
que el Cenáculo, será la última mención, que se haga de María. Ella preside la oración
de los apóstoles, pues su existencia, es el más claro espejo de Cristo, lo que otros
denominarían “María, es el Evangelio vivo de Jesús”36.

35
A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 94.
36
A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 117.

21
Ella, que ha sido la testigo, la discípula, la que ha conservado en su corazón las
vivencias del Hijo, es ahora, la que transmite la fe a la Iglesia naciente. Su lugar
preponderante, lo ejerce no por una jerarquía, ya que ella no pertenecía al grupo de
los apóstoles, sino que la comunidad la reconoce como la Madre del Señor, en ella se
generó el Verbo.

Así como ella, fue participe de la Anunciación a Nazaret, igualmente es testigo


presente, en el anuncio del cenáculo de Jerusalén, donde por medio del Espíritu nace
la Iglesia. En otras palabras, María que participa perennemente del misterio de Cristo
en su encarnación, asimismo participa del nacimiento de la Iglesia.37

Dirijamos ahora nuestro enfoque, al segundo evento, que enmarca este apartado, el
final de la vida de María, que llega a su culmen en la Asunción.

“Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa


original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la
gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que
se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y
vencedor del pecado y de la muerte.” 38

Respecto a este evento, en las Escrituras, se guarda un silencio total, sobre los últimos
años de la vida de la Madre del Salvador. Cabe destacar, que ninguno de los períodos
de la vida de María, podría dejar de recibir el influjo que Dios ha otorgado a su
persona.39

De esta manera, al acércanos al misterio de la Asunción de la Virgen, debemos


considerar que su eje central, no se establece en el final de su vida terrenal. Sino que
se fundamenta en el nuevo modo de existencia que la persona de María posee: “la
Asunción es la garantía de nuestra participación futura a la gloria pascual del
resucitado”40. El triunfo del cual María goza, se debe a su configuración perfecta con

37
VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 119.
38
LG 59 (EV 1, 433).
39
Cfr. A. STRADA, María y nosotros, 108.
40
Cfr. A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 168.

22
su Hijo. Ya que María participó, de una forma inseparable y profunda, en la obra de
la redención. Por ello, le es concedida la resurrección final, prometida a los justos.

Lo que los estudiosos expresarán: “lo que para nosotros es objeto de esperanza, para
ella es realidad experimentada”41. De esta forma, podemos vislumbrar, que la
elevación de María a los cielos, es la manera con la cual el Hijo, responde al amor
gratuito dado por su Madre. La visión beatifica, que vive para siempre en María con
la Asunción, es el privilegio, con el cual, ha sido hecha partícipe todo su cuerpo y
alma, de la victoria definitiva de Cristo, sobre la muerte.42

1.3 María, morada del Espíritu Santo.

Prosiguiendo nuestra travesía, es momento de detenernos en la relación que tiene


María con la tercera persona de la Trinidad. Pareciera que llegar a este nivel, dé por
entendido, la acción constante del Espíritu de Dios, en la vida de la Virgen.
Reconocemos que toda la Sagrada Escritura es obra de Él y por consecuente, su
participación es perenne.

Al resonar la acción del Espíritu Santo, en la persona de María, nos lleva a


particularmente a recordar, lo que ya hemos mencionado sobre el misterio de la
Encarnación y su nacimiento. Pero en esta ocasión nos concentraremos en la acción
de esta persona de la Trinidad.

Lucas lo especificará en la Anunciación cuando refiere la manera en que será posible


tan grandioso evento: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá
con su sombra” (Lc 1, 35). Por su parte, Mateo dejará en claro en su genealogía, que
ha nacido de una Virgen, pero por obra del Espíritu Santo (Cfr. Mt 1, 18.). De estos
fragmentos de la Escritura, podemos notar la acción significativa del Espíritu Santo
en María, dado que, tanto en la Encarnación como en su nacimiento, son obras
realizadas por la acción de la tercera persona de la Trinidad. Evento donde María,

41
A. STRADA, María y nosotros, 110.
42
A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 167.

23
también juega un rol fundamental. El mismo pentecostés, usará esta misma dinámica
de acción del Espíritu, pues es Él que en su acción hace posible lo imposible.

“En relación al Espíritu Santo, María es transparencia que refleja su misterio: ser el
lugar de encuentro entre el Padre y el Hijo… como Madre se revela como el medio
gratuitamente necesario donde el Padre y el Hijo pueden encontrarse… Ella no es el
Espíritu, pero es lugar privilegiado de su presencia…”43

En base a lo anterior, podemos deducir, que existe un vínculo primordial, que une la
persona de María con el Espíritu Santo. Vínculo, que es indisoluble y estrecho, porque
se fundamenta en la propia Encarnación del Hijo de Dios. Suceso, que nos consiente
entrar en contacto con la imagen de un simbolismo, que analógicamente coloca a la
persona de la Madre, como la morada del Espíritu Santo. Claro está, que ella es el
lugar del encuentro de la Trinidad. Pero el sitio que ocupa, no brota de sí misma, sino
que es la acción de la Tercera Persona de la Trinidad que se acerca, la prepara, la
inunda y la eleva para poder ser el santuario que reciba al Incontenible.44

Cabe señalar, que, al referirnos a María, como morada, inmediatamente nos evoca
connotaciones tales como Arca de la Alianza, Nuevo Templo, Tabernáculo; que nos
expresan la significación del lugar. Dichas imágenes, convergen en expresar un
mismo significado, ser por excelencia el sitio de la presencia de Dios. Sin embargo,
esta presencia del Altísimo entre su pueblo, se realiza ahora en el seno de una Virgen,
que contiene la Palabra hecha Carne. Por lo tanto, al contener al Verbo de Dios, ella
se convierte en el primer santuario viviente, es decir la tienda donde la divinidad y la
humanidad se hallan.45

43
S. DE FIORES, Maria en la teologia contemporanea, Edizione Monfortane, Roma, 1987, p. 286.
44
Cfr. S. DE FIORES, Nuovo dizionario di Mariologia, Edizione Paoline, Milano,1985, p. 1335.
45
A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 13.

24
1.3.1 El Espíritu Santo y María, en el misterio de la Encarnación.

Dentro de la Anunciación emana sintéticamente una afirmación, que el símbolo


Niceno-Constantinopolitano, ha asumido sobre el Misterio de Cristo. Condensándolo
en una fórmula: “Se encarnó del Espíritu Santo y de María virgen y se hizo hombre”46.

Afirmación, que corrobora la inserción de la persona de María, en la realidad


trinitaria, respecto al Misterio de la Encarnación. Los especialistas recuerdan, que la
esencia de este Misterio, se encuentra en la obra del amor del Padre, que envía al Hijo
para encarnarse, tomando nuestra condición; y el Espíritu que en su donación guía la
acción del amor entre el Padre y el Hijo llevando a su cumplimiento dicho encuentro
de interrelación47. Por su parte, María se convierte en el nuevo templo, donde Dios
vuelve a habitar, su seno intacto, toma una nueva significación, ya que su persona se
transforma en un viviente, Santo de los Santos:

“Esta presencia divina que Ella desde su infancia había aprendido a venerar en un
lugar único en la tierra, allí donde el sumo sacerdote entraba una vez al año en el gran
día de la Expiación, el ángel Gabriel le enseña a adorarla dentro de sí misma.” 48

El mismo relato de la Anunciación, nos da las pausas para evidenciar la participación


del Espíritu Santo en tan extraordinario acontecimiento: “Alégrate llena de gracia….
El Espíritu vendrá sobre ti...” Hechos que corroboran, que el evento de Cristo, halla en
la Tercera persona de la Trinidad su dinamismo fundamental. Él, que es el don de
amor entre el Padre y el Hijo, es quien hace posible la presencia salvífica de Dios en
medio de su pueblo.

El mismo evangelista Mateo en su genealogía, nos permite continuar esta línea de


concordancia. En el cual, el seno de la Madre, se convierte en el lugar, en el que se
formaba la humanidad de Jesús, obra del Espíritu Santo. Posteriormente en el anuncio
a José, confirmará esta misma concepción: “no temas acoger a María tu mujer, porque
la criatura que hay en ella, viene del Espíritu Santo” (Mt 1, 20).

46
A. AMATO, Jesús es el Señor, 463.
47
A. AMATO, Maria e la Trinità, 88.
48
A. AMATO, Jesús es el Señor, 464.

25
Esta puntación bíblica, ratifica la constante interacción que la tercera persona de la
Trinidad posee en su participación en el evento de la salvación. Participación, que
también, lo vincula a la persona de María. Vínculo indisoluble, que produce, que la
Virgen se convierta, en el lugar de la inhabitación divina. En ella, el Espíritu Santo
construye su morada, que es la habitación de la propiciación universal, es decir lugar
donde nace la salvación para toda la humanidad.

En base a esta misma presencia del Espíritu Santo, con motivo de la Encarnación en
el ser de María, se confirma que nuestra naturaleza ha sido asumida por el Hijo del
Altísimo. Evidentemente, tal acto, no fue concebido por nuestros méritos, sino por
pura gracia y magnanimidad. Claro está, que debemos recordar que el operador de
esta gracia, es atribuida a la tercera persona de la Trinidad.49

A este punto, pareciera que se subraya una atribución especial al Espíritu Santo, como
Aquél, que ha fabricado el cuerpo del Salvador en el seno de la Virgen. Por lo cual,
es necesario puntualizar esta idea. Por una parte, se puede atribuir al Espíritu Santo
esta concepción, sin embargo, es inevitable indicar que toda la Trinidad ha cooperado
a la concepción del cuerpo de Cristo:

“Y todavía es necesario creer que fue toda la Trinidad a producir aquel cuerpo, es
decir el Padre y el Hijo y lo Espíritu Santo, porque aquellos que poseen en modo
inseparable la sustancia de la divinidad, tienen también una operación inseparable.”50

Dicho lo anterior, en razón de la relación interna de la Trinidad, María se convierte


en una Tierra nueva, gracias a la relación pneumatológica, que se establece en el
dialogo interpersonal, dado en la Anunciación. Derivando su respuesta en una
expresión del Espíritu de Dios. Pierre de Bérulle nos específica esta relación:

“El Espíritu Santo estrecha alianza con María descendiendo en ella según la palabra
del embajador celeste: Spiritus Santus superveniet in te. No solo Él la adorna con sus
dones… también la adorna de su misma Persona y de sus divinas propiedades.”51

49
Cfr. S. DE FIORES, Nuovo dizionario di Mariologia, 1333.
50
S. DE FIORES, Nuovo dizionario di Mariologia, 1333
51
A. AMATO, Maria e la Trinità, 92.

26
Por lo tanto, la presencia de la tercera persona de la Trinidad, en la vida de María,
nos muestra una relación permanente. En María, el Espíritu ha elevado su fuerza
generativa, a un nivel de una altura divina. Bajo este vínculo pneumatológico, María
obtiene un valor totalmente diverso a cualquier creatura pues ella se convierte en una
microcosmo único e distinto de otro orden.

1.3.2 María, nueva creatura en el Espíritu Santo.

Considerando lo anterior y retomando este apelativo otorgado a María como morada


del Espíritu. Patente fue, que este título exterioriza la inhabitación del Espíritu Santo
en María, transportando a la persona de la Madre en un nivel que ninguna otra
creatura goza.

“Efectivamente, la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios
en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como
verdadera Madre de Dios y del Redentor. Redimida de modo eminente, en previsión
de los méritos de su Hijo, y unida a Él con un vínculo estrecho e indisoluble, está
enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por
eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo; con el don de una gracia
tan extraordinaria aventaja con creces a todas las otras criaturas, celestiales y
terrenas.” 52

La concepción de creatura redimida, confirma que María se encuentra completamente


ligada a la presencia del Espíritu Santo. Además, nos remite al propio origen de la
creación, pues si se habla de una creatura redimida, indica que la anterior creación se
había corrompido.

Indudablemente, hablamos del pasaje de la Génesis (Cfr. Gn 3 ,1-23), del cual se


describe la caída de Adán y Eva. Suceso que llevó a la ruina a la humanidad, por el
pecado consumado por nuestros primeros padres. No obstante, la desobediencia a
Dios, el Padre en su iniciativa, pondrá el remedio para la salvación de su humanidad.

52
LG 53, (EV 1, 427).

27
Por ello, ante la desobediencia de un hombre: Adán, heredamos la muerte. Por la
obediencia de otro Hombre: Cristo, obtendremos la vida y con ello la salvación.
Igualmente, por el “sí” de una mujer, habíamos perdido el paraíso, así mismo por el
“sí” de otra Mujer conseguiríamos que el nuevo paraíso fuese abierto.

Esta analogía entre la figura de Adán-Eva y Cristo-María, sitúan específicamente la


vida de María al considerarla una nueva creatura redimida. San Ireneo, nos ilumina
respecto a este argumento:

“El tema es María que obedece, en contraposición a Eva desobediente. No es que


haya intercedido por ella, que haya salido por ella, que haya hecho valer algunos
méritos a su favor. Es sencillamente que ha realizado lo contrario de lo que hizo Eva
y de ese modo ha destruido su obra (ha deshecho el nudo trabajando en sentido
contrario); por lo cual ha conseguido rectificar también las funestas consecuencias
dela desobediencia de Eva.” 53

De esta forma, María ocupa esta nueva posición, como nueva creatura, ella se
convierte en la nueva Eva. En la Madre, se reescribe la historia de la humanidad que
se había perdido por el pecado de la primera creación.

1.3.3 María, una vida según el Espíritu: la toda santa.

En esta visión de creatura redimida, la figura de María entra en contacto con una
realidad bastante compleja, pues Ella como creatura, debía ser preparada con todo lo
necesario, para llevar acabo la misión de ser la Madre de Dios.

Dado que en este misterio de la Encarnación, el Verbo de Dios se revestiría de la


naturaleza humana, Aquélla que sería el tabernáculo que contendría al Hijo del
Altísimo, debía también ser concebida, con el mayor grado de santidad, en virtud no
de sí misma, sino por la virtud de Aquél de quien sería Madre: “A María hay que
atribuirle la mayor santificación posible que se puede pensar después de Cristo.”54 Será su

53
C. POZO, María la nueva Eva, BAC, Madrid, 2005, p.351.
54
J. DUNS ESCOTO, Jesucristo y María, BAC, Madrid, 2008, LXI.

28
Inmaculada concepción, la que contrapone la realidad de la consecuencia del primer
pecado, que es la muerte. Puesto que, en esta concepción de no corrupción, queda
ausente el pecado original y la propia concupiscencia en su persona desde el primer
momento de su concepción55. La Escritura, tiene presente que la humanidad es
pecadora, pero la consideración hecha a María como nueva Eva, deja entrever que
Ella no ocupa la misma línea de los otros descendientes de Adán:

“El fundamento bíblico del dogma se concentra en el Protoevangelio (Gn3,15) y en


el saludo angélico (Lc 1,28). El Protoevangelio describe la enemistad entre la mujer
y su estirpe por una parte y la serpiente por otra…. María está unida a Jesús en la
oposición a Satanás. Visto que todo el pecado abre el espacio al diablo, una
contraposición total con Satanás exige también la ausencia absoluta del pecado.”56

La impecabilidad de María, conlleva la preservación del pecado original. Siendo Ella,


separada de toda mancha de la culpa original. En María, se suprime todo aquello que,
por naturaleza, en el momento de nuestra concepción, indeliberadamente adquirimos:
el pecado original. De esto se deduce que “María vivía en santidad antes de su vocación-
anunciación”57. En palabras del beato Juan Duns Escoto:

“… se responde que todo hijo natural de Adán es deudor de la justicia original y por
culpa de Adán carece de ella. Y por eso, el tal contrae el pecado original. Pero si
alguien, en el primer instante de la creación del alma se le concede la gracia, este
nunca carecerá de la justicia original. Pero esto no lo obtiene de suyo, sino por mérito
de otro, caso de que por mérito de otra persona se le conceda la gracia. Por tanto, en
cuanto está de su parte, todo hombre incurre en el pecado original si otro no lo
previene como mediador.” 58

En este sentido, se puede comprender que el privilegio de María, indudablemente


proviene de Cristo. Redención que expresa, que en Ella jamás y en ningún instante,
existió la mancha del pecado. Si esto se negara el mismo Escoto expresaría

55
Cfr. M. HAUKE, Introducción a la Mariología, BAC, Madrid, 2015, p.170.
56
M. HAUKE, Introducción a la Mariología,145.
57
Cfr. A. CALERO, María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, 97.
58
J. DUNS ESCOTO, Jesucristo y María, 84.

29
“Decir que María fue redimida perfectísimamente por Cristo significa que ella nunca
y en ningún instante, estuvo con la mancha del pecado. De lo contrario supondría ser
enemiga, o al menos, haber estado distante de Dios. Lo que no corresponde a la llena
de gracia. Y a la que tenía que ser la madre del redentor.” 59

Ante esta aseveración, sobre la toda la santa, se debe tener presente, que la raíz y el
principio de la santidad, provienen de la acción del Espíritu. Siendo el caso de su
concepción inmaculada, obra de esta acción del Espíritu. En Ella, se restablece la
pureza del estado original en el Paraíso. Ella, es la tierra virgen, el nuevo paraíso,
donde habitará, el Hijo del Altísimo. Concordando con este planteamiento, San
Andrea de Creta enunciará: “La Madre de Dios es más santa que todos los santos; ella
aparece totalmente pura para Aquél que habitaba en ella con cuerpo y espíritu”. 60

De nuevo, el ser de María se ve definido, por el ser Madre de Cristo. Es este ser Madre
de Cristo, el que nos permite intuir la clave de lectura mariológica. Definiendo su ser,
no en una tarea temporal, más bien, en que Ella está terminantemente vinculada a un
cometido, que involucra toda su existencia, desde el mismo inicio de su concepción.
Por lo tanto, referir a la Madre esta vida de santidad en todo su existir, simboliza la
forma más eficaz de la redención. 61

Consecuentemente, al hablar de este privilegio, que María poseyó, de ser la llena de


gracia. Descubrimos, que el Espíritu y Ella, conservaron una relación sinérgica
neumática, ya que el Espíritu actúa en María, no tanto como una causa eficiente, sino
como una causa formal. Es de notar que dicha causa, es propia de la tercera persona
de la Trinidad, que actúa la potencia operativa en María. En la toda santa, se reúne la
magnificencia de la nueva creatura, reconstituida en su libertad y en su santidad
original.

59
J. DUNS ESCOTO, Jesucristo y María, LXVI.
60
M. HAUKE, Introducción a la Mariología,153.
61
Cfr. M. HAUKE, Introducción a la Mariología,165.

30
CAPITULO II.

MARÍA MADRE DE CRISTO, MADRE DE LA IGLESIA.

Las consideraciones anteriores, nos han dejado de relieve el vínculo existente entre
cada una de las tres personas de la Trinidad y la Virgen-Madre:

María es una creatura plasmada de la Trinidad y revestida de Trinidad: En el misterio


di Cristo ella está ya presenté antes de la creación del mundo, como aquella que el
Padre ha elegido como madre de su Hijo en la encarnación; y junto al Padre, el Hijo
la ha elegido, confiándola eternamente al Espíritu de santidad. 62

Indiscutiblemente, esta premisa nos permite sintetizar de una manera global, el


argumento presentado en el anterior capítulo. Recalcando concisamente, que el
vínculo que une a la Trinidad con María, es el Misterio de Cristo. Ahora bien, será
necesario establecer otra vía, que el octavo capítulo, de la Constitución Lumen
Gentium, nos ofrecen para un acercamiento integral a la figura de María. Es decir,
que la perspectiva de reflexión teológica sobre la Virgen, incluye no solo una
dimensión cristológica, sino también una dimensión eclesiológica. Bajo esta
consideración, podemos entender, lo que ya habíamos referido con anterioridad y que
el Concilio ha especificado:

“María…a la vez está unida, en la estirpe de Adán, con todos los hombres que
necesitan de la salvación; y no sólo eso, «sino que es verdadera madre de los
miembros (de Cristo) ..., por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia
los fieles, que son miembros de aquella Cabeza»”63.

El Vaticano II, confirma, que por fe María se ha convertido en Madre de Dios, y


consecuentemente por fe, María se convertirá en Madre de los creyentes. Recordemos
lo que ya habíamos mencionado, sobre la relación existente de la participación de
María en la Encarnación, y su participación en el nacimiento de la Iglesia. Así como

62
A. AMATO, Maria e la Trinità,163.
63
LG 53 (EV 1, 427).

31
fue la primera testigo del misterio del Hijo, ahora es la primera testigo del misterio
de la Iglesia naciente.

“Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el


templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma
enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la
ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es
nuestra madre en el orden de la gracia. Esta maternidad de María en la economía de
gracia perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en
la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz hasta la consumación
perpetua de todos los elegidos.”64

Asumiendo esta premisa, la maternidad de María cobra una doble dirección. Pues si,
por una parte, definitivamente es Madre del Hijo de Dios, por otra, este hecho la
convertirá posteriormente en Madre de la Iglesia. En otras palabras, la misión de
María con referencia al Hijo, comporta en sí, una inseparable misión con la Iglesia65.
En este sentido, se puede percibir, que la maternidad de María, se configura en un
sentido de maternidad mística66, porque se extiende a todos los descendientes de
Adán. Ya que el hecho de su maternidad divina no se disocia de ser Madre de la
Iglesia.

2.1 María, modelo de la Iglesia, en cuanto Madre y Virgen.


Resulta ahora notable, puntualizar la relación existente entre María y la Iglesia, este
binomio se sostiene, al considerar a María como figura de la Iglesia. Es en la Iglesia,
donde María extiende su misión maternal, el mismo Calvario ya nos ha recordado
esta tarea encomendada por el Salvador: “Mujer, he ahí a tu hijo” (Jn 19,26). Donde
parecía que la maternidad física terminaba, con la muerte del Hijo, la Virgen acoge
un nuevo nacimiento espiritual, en el discípulo amado. De esta forma, se concibe que

64
LG 61-62 (EV 1, 435-436).
65
Cfr. J. BLANQUET, La sagrada Familia icono de la Trinidad, Hijos de la Sagrada Familia,
Barcelona, 1996, p. 129.
66
Cfr. A. GRECO, Madre dei viventi, la cooperazione salvifica di Maria nella Lumen Gentium: una
sfida per oggi, EUPRESS, Lugano, 2011, p. 342.

32
María, fue cabeza de familia de una nueva estirpe, siendo Madre de Dios, se hizo
Madre de la comunidad eclesial67. Por consiguiente, el fundamento de esta relación,
entre la mariología y la eclesiología, es la maternidad de María:

“…se puede, por lo tanto, afirmar que María es el vértice de la Iglesia, porque la
Iglesia-comunión es una comunidad no cualquiera, sino modelada por la Trinidad.
Lo que significa que, en la diversidad y superioridad de María, cada cristiano
encuentra y lee lo específico de su propia vocación, el ser llamado a hacer unidad
con Dios, no a un nivel cualquiera, sino verdaderamente trinitario” 68.

El trasfondo de esta idea, permite hallar el sentido de la relación de este binomio.


Pues ella, la Madre, es el modelo de la Iglesia, por el mismo hecho de su fe, de su
caridad y especialmente de su perfecta unión con Cristo. La llena de gracia, se
convierte en el espejo, que todo miembro de la Iglesia, debe contemplar e imitar, ya
que la Bienaventurada ha precedido a la Iglesia en la fe, la esperanza y la caridad. En
pocas palabras, María se convierte en la Iglesia realizada.

María, que perennemente ha participado del Misterio de Cristo, participa eternamente


del misterio de la Iglesia. La Madre, ha estado presente desde el inicio de la Iglesia,
en el misterio de la Encarnación, en su constitución en el calvario, donde el agua y
sangre, son figura naciente de la Iglesia y en su manifestación que se expresa en el
Pentecostés.69

Será el evento del Pentecostés, donde María lleve a cumplimiento la misión maternal
encomendada por el Hijo de Dios, es decir ser Madre y modelo de la Iglesia. Es este
momento de la manifestación de la Iglesia, donde la llena de gracia, es reconocida
como la mujer de fe, la discípula y la fiel testigo del misterio de Cristo. La Virgen, es
el pilar de la Iglesia naciente, ella que ha guardado todo en su corazón, se convierte
en la estrella que ilumina con su fe, a los miembros de la comunidad primitiva para
recibir el don del Espíritu Santo. De esta misma manera, María continuará a ser para
todo miembro de la Iglesia, la estrella de la esperanza, que en su ejemplo nos lleva a

67
A. AMATO, Jesús es el Señor, 489.
68
H. RAHNER, Maria e la Chiesa, Jacka Book, Milano,1977, p.8.
69
Cfr. A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 121.

33
Dios. Contemplando a la Madre en el cenáculo, en medio de los apóstoles, se
vislumbra la unión que existe entre María y la Iglesia. Ella que es la morada del
Altísimo, implora junto a los apóstoles, la llegada del Espíritu, para que, así como ha
derramado gracia en ella, derrame ahora sus dones en los apóstoles. Por eso el
Concilio afirmará que la Iglesia encuentra en María su más elevada realización:

“….la Iglesia ha alcanzado en la Santísima Virgen la perfección, en virtud de la cual


no tiene mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), los fieles luchan todavía por crecer en
santidad, venciendo enteramente al pecado, y por eso levantan sus ojos a María, que
resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos…Pues
María, que por su íntima participación en la historia de la salvación reúne en sí y
refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe, cuando es anunciada y
venerada, atrae a los creyentes a su Hijo, a su sacrificio y al amor del Padre”70.

Esta imagen de realización, está presente, porque María ha creído, su condición de


Madre, está precedida por la fe. Su presencia en la comunidad postpascual, corrobora
su misión perenne y actual, como madre de la Iglesia. Irrebatible es, que el título de
Madre de la Iglesia, se establece por el hecho de ser la Madre del Hijo de Dios, es
decir que la misión que María lleva en la Iglesia, emana de la relación existente con
la Trinidad, pues su maternidad divina está vinculada inseparablemente al Hijo: “Por
ser madre de aquel que desde el primer instante de la encarnación en su seno virginal se
constituyó en cabeza de su Cuerpo místico, que es la Iglesia.”71

Por otra parte, el mismo título de Mater Ecclesia, otorgado a María, nos recuerda no
solo un evento acaecido en el Nuevo Testamento. Pues no podríamos olvidar la
analogía que hemos citado del Antiguo Testamento (Cfr.Gn 3, 20). Será esta relación
simbólica, de María nueva Eva, la que también de sustento a la relación entre María
y la iglesia. Puesto que así, como Adán nombró a Eva madre de todos los vivientes,
así mismo Cristo, nuevo Adán, ha nominado a María nueva Eva, como Madre de los
creyentes. Este vínculo, como ya lo habíamos referido, florecerá más evidente en el

70
LG 65 (EV 1, 441).
71
A. STRADA, María y nosotros, 126.

34
pasaje de la crucifixión, el pasaje jónico nos dejará entrever que María ha participado
por su compasión en la generación del nuevo pueblo de Dios.

“Importa dejar constancia de que esta maternidad singularísima influye realmente en


la generación de los hijos, cuando nacemos a la vida de Dios, y que continúa siendo
eficaz también en su crecimiento hasta la glorificación en el cielo. Su función
específica se concentra en una intercesión ante Dios Trinidad y, además, bajo la
acción del espíritu santo nos conduce “haced lo que él os diga” hasta la identificación
con su Hijo” 72.

Indispensable será, no perder de vista que la Madre de la Iglesia, no reemplaza la


acción del Trinidad, pues en su razón de Madre, se reconoce dependiente de la gracia
que ha recibido de Dios, es claro que, así como cooperó a la Encarnación del Hijo de
Dios, así mismo coopera con la tercera persona de la Trinidad para formar a Cristo
en los corazones de los creyentes.73

2.1.1 María, modelo de la Iglesia-madre.

Ya hemos acentuado el papel maternal que María desarrolla a lo largo de la historia


de la salvación. Sin duda, su papel de nueva Eva, de ser la nueva Madre de los
vivientes, concede la significación que vincula su relación maternal con la Iglesia.

Lo dicho hasta aquí, confirma que la Iglesia encuentra una identificación con María.
Este hecho, se da en identificarse con María en su maternidad, puesto que la misma
Iglesia también es madre. En cuanto madre, la Iglesia también engendra nuevos hijos
en el bautismo. En base a esto, podemos observar que María continúa a ser el modelo
para la Iglesia, que debe seguir. Ella, que ha conservado en su seno a Cristo como
Madre, enseña a la Iglesia a llevar su maternidad. De esta forma, el misterio de María
y el misterio de la Iglesia se compenetran, porque con su maternidad, la llena de
gracia, ilumina la tarea de la Iglesia como madre. Ella, que como Madre respondió
desde la fe a la misión encomendada por el Padre, la lleva a cumplimiento durante

72
Cfr. M. PONCE, María: Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, 486.
73
Cfr. M. PONCE, María: Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, 487.

35
toda su vida. Alargando en su existencia, aquel “fíat” pronunciado, convirtiéndose
por su testimonio en el arquetipo para la Iglesia:

“La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que
estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a
la regeneración de los hombres”74.

En este contexto, San Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris Mater, nos permite
apreciar la actuación de la maternidad de la Iglesia, haciendo un paralelismo con
María. Similitud que se efectúa, en poner en consonancia el evento de la Anunciación,
en la cual, María por su fe acoge la Palabra, que se encarna en su seno; con la acción
de la Iglesia que como madre acoge la Palabra de Dios para custodiarla. El mismo
San Pablo, refiere esta tarea de una forma muy concisa: “Hijos míos, por quienes sufro
de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Gal 4, 19). Razón,
que el Apóstol resalta sobre el grado de la misión maternal, que la Iglesia ya tiene
presente desde sus inicios en la Iglesia primitiva.

La dimensión de la vocación maternal, que la Iglesia persigue en María, busca imitar


a través de su ejemplo su ineludible acto de fe, de caridad, y de esperanza, en el
servicio inseparable al Misterio de Cristo. Especialmente será la maternidad de la
llena de gracia, que, en su testimonio de vida, se convierte en un faro, para que la
Iglesia encuentre al Salvador, y así cumpla también su misión de madre:

“Si la Iglesia es signo e instrumento de la unión íntima con Dios, lo es por su


maternidad, porque, vivificada por el Espíritu, «engendra» hijos e hijas de la
familia humana a una vida nueva en Cristo. Porque, al igual que María está al
servicio del misterio de la encarnación, así la Iglesia permanece al servicio del
misterio de la adopción como hijos por medio de la gracia”75.

Desde esta realidad maternal, la Iglesia descubre en María, su realización cumbre,


pues así, como María ha permanecido, por su maternidad unida al Misterio de su Hijo.
De la misma forma, la Iglesia como madre, desea permanecer unida a Cristo. Justo

74
LG 65(EV 1, 445).
75
RM 43.

36
será mencionar, que esta maternidad no se expresa en un nivel físico, sobre un plano
de vida humana. Más bien, la generación de la maternidad que la Iglesia lleva a cabo,
se realiza en una verdadera transmisión de la vida divina, que claramente proviene
del único capaz de conceder dicho acto: un Dios Uno y Trino.76

2.1.2 María, modelo de la Iglesia-virgen.

Simultáneamente al ejemplo de María como Madre, se adhiere un segundo elemento


característico de la persona de la Virgen, dicha característica también interpela el
propio ser de la Iglesia, porque se enraíza en la virginidad de la Madre del Altísimo.

Así como por obra del Espíritu Santo, María concibió al Hijo de Dios, permaneciendo
sin mancha antes, durante y después del parto, pues por su fe esta obra se cumplió.
La misma Iglesia, por obra del Espíritu Santo también es virgen: “Al mismo tiempo, a
ejemplo de María, la Iglesia es la virgen fiel al propio esposo: «también ella es virgen que
custodia pura e íntegramente la fe prometida al Esposo».”77 En este orden de ideas, se
puede establecer, la raíz más profunda de este binomio, en vista de que la misión tanto
de María como de la Iglesia es obra de la acción del Espíritu Santo.

Ahora bien, el testimonio de la vida de María, permite a la Iglesia confrontarse, al


observar en ella, el modelo para llevar a cabo su misión. De esta forma, la acción de
la Iglesia, se ve interpelada en dos dimensiones, que se conectan entre ellas. Por una
parte, así como la Virgen-Madre, ha sido fiel en la promesa recibida por el Padre
desde la eternidad, así también, la Iglesia debe conservar la pureza de la doctrina.
Diciéndolo de otra manera, la Iglesia es Virgen, porque conserva el mensaje de Cristo
sin adulterarlo o mutilarlo, ya que reconoce, que la Palabra recibida no proviene de
un factor humano sino divino. Por otra parte, la segunda dimensión, nace de esta
misión de la conservación fiel de la Palabra, que es parte del ser de la Iglesia, que
comporta la fecundidad en la vivencia de esta Palabra. Dicho de otra manera, así
como la llena de gracia, por el acto de fe, ha asumido ser la Madre de Dios, donde la

76
Cfr. D. BERTETTO, La Madonna oggi, 331.
77
RM 43.

37
Palabra pronunciada por el Padre, se encarna en su seno, generando con ello la
encarnación del Hijo de Dios. A su vez, la acción de la Iglesia, conllevará a la
fecundidad en sus hijos, en su vida concreta, donde los interpela.

La virginidad de María, no es estéril, sino que ha producido en su seno a Aquél que


es la vida, sin perder su identidad virginal. Por consiguiente, la Iglesia está invitada a
ser una virgen fecunda, que produce frutos de vida. A ejemplo de María, que ha
expreso y extendido su misión, fecundizándola en el servicio de su Hijo. Así mismo
la Iglesia, al encontrar su identidad de Iglesia-virgen, ella tiene la tarea de producir
en su virginidad frutos de redención para sus hijos. 78

2.2 María, miembro eminente de la Iglesia.


Hemos desglosado algunas características de María, como modelo de la Iglesia, pero
esta travesía suscita encontrar el lugar que María ocupa en la Iglesia. Si ella, es
modelo de constante virtud, es necesario especificar el sitio que le corresponde. La
conciencia de ello, parte de que la Bienaventurada, no es sólo modelo de la Iglesia,
sino cooperadora en la generación y construcción de los miembros de la Iglesia:

“Por consiguiente, María está presente en el misterio de la Iglesia como modelo. Pero
el misterio de la Iglesia consiste también en el hecho de engendrar a los hombres a
una vida nueva e inmortal: es su maternidad en el Espíritu Santo. Y aquí María no
sólo es modelo y figura de la Iglesia, sino mucho más. Pues, «con materno amor
coopera a la generación y educación» de los hijos e hijas de la madre Iglesia. La
maternidad de la Iglesia se lleva a cabo no sólo según el modelo y la figura de la
Madre de Dios, sino también con su «cooperación »”.79

La misma encíclica, nos deja notar que María, es un miembro de la Iglesia, pues ha
participado, y participa de la vida de la Iglesia. Justamente como miembro de la
Iglesia, no representa una imagen separada y marginada de la historia de la
humanidad. Ella, como parte de la historia de la salvación, no está exenta de ser

78
Cfr. STRADA, María y nosotros, 130.
79
RM 44.

38
humana, puesto que asumió y compartió todas aquellas experiencias características
de la humanidad. La Virgen, experimenta en su vida el amor tanto conyugal, como
maternal, vivió la incertidumbre de dicha misión encomendada por el Padre. Claro
está, que tampoco estuvo exenta de vivenciar el momento del dolor, la carencia, la
violencia, el destierro, la incomprensión y especialmente experimentó el dolor en la
muerte de su propio Hijo.80

La narración bíblica, sustenta que María en su vida, fue una mujer concreta de su
tiempo. Una mujer arraigada en su tradición religiosa de su pueblo, servicial ante la
problemática de sus hermanos. Una mujer orante, que funge como pilar para la
comunidad primitiva, especialmente en el Cenáculo.

Esta condición humana, no separa para nada el plan divino, estipulado por el Padre
para nuestra salvación, sino que hace perfecto el proyecto de la Trinidad. María,
siendo humana como nosotros, es nuestra hermana. Ella, que es signo de esperanza,
por haber sido ya redimida, de forma sublime, por los méritos de su Hijo en mira de
su misión. No ha dejado de fuera, su naturaleza humana, sino en virtud de su
humanidad, hace posible para todos los hijos de Adán, la meta de la redención.

“…en efecto, María es de nuestra estirpe, verdadera hija de Eva, (aunque ajena a la
mancha de la Madre, y verdadera hermana nuestra, que ha compartido en todo, como
mujer humilde y pobre, nuestra condición).” 81

Es la primera, que como miembro de la Iglesia alcanza el ideal de todo cristiano; en


la Virgen-Madre, la Iglesia puede vivir anticipadamente el fruto de la redención. Su
misma glorificación personal, es signo de esperanza, que es reservada a los hijos de
la Iglesia. Por ello, María “con el don de una gracia tan extraordinaria aventaja con creces
a todas las otras criaturas, celestiales y terrenas”82. Reconociendo este don
extraordinario, resuena de nuevo, que el camino para comprender a María como
miembro de la Iglesia, se fundamenta en su relación radical y total con Dios Uno y

80
Cfr. STRADA, María y nosotros, 131.
81
MC 56.
82
LG 53 (EV 1, 427).

39
Trino. En vista, de que el lugar que ocupa como miembro de la Iglesia, no procede
de sí misma, sino, por la magnífica obra de la Trinidad.

Desde este ángulo, se puede comprender que María, es un miembro eminentísimo de


la Iglesia. Puesto que el lugar que ocupa ha sido otorgado por las gracias recibidas,
para el cumplimiento de su misión. La Madre del Altísimo, ocupará un lugar
excelentísimo, pues es un miembro sobresaliente de entre todas las creaturas, dado
que el mismo hecho de su cooperación supera a cualquier miembro del cuerpo místico
de Cristo.

2.2.1 La Madre de Dios, al centro de la Iglesia en camino.


Se ha expresado que María es ciertamente un miembro eminente de la Iglesia, pero
es necesario desglosar esta consideración, sin perder de vista que, así como es
miembro de la Iglesia, le precede primordialmente su ser de Madre del Redentor.

Esta doble realidad, de la maternidad de María, denota la conexión inseparable de su


identidad como Madre de Cristo y como Madre de la Iglesia. Lo que en palabras de
San Juan Pablo II expresará:

“María está presente en la Iglesia como Madre de Cristo y, a la vez, como aquella
Madre que Cristo, en el misterio de la redención, ha dado al hombre en la persona
del apóstol Juan. Por consiguiente, María acoge, con su nueva maternidad en el
Espíritu, a todos y a cada uno en la Iglesia, acoge también a todos y a cada uno por
medio de la Iglesia. En este sentido María, Madre de la Iglesia, es también su
modelo”83.

Evidente es, que la Iglesia, encuentra en la persona de María, la más genuina forma
de la perfecta imitación del Hijo del Altísimo. Pues solo ella, ha acompañado la
revelación del designio de salvación para todos los hombres. Sin embargo, no es solo
modelo en este ámbito, pues también es modelo de mujer en camino, de peregrinante:

83
MC 45.

40
“María no solo es modelo de la Iglesia en cuanto Madre y Virgen; lo es también
de la Iglesia peregrina ya que es la mujer itinerante en su camino de fe en total
obediencia al Señor, la mujer siempre dócil a la voz del Espíritu.”84

Bajo esta inferencia, se establecen las razones del eminentísimo lugar que ocupa la
llena de gracia en la Iglesia. María, responde a aquel llamado hecho en el Calvario
por su Hijo, estableciendo un nuevo nexo entre la maternidad divina y su maternidad
eclesial. Debemos tener presente que el nacimiento de la Iglesia también brota en el
momento de la crucifixión: “pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el
sacramento admirable de toda la Iglesia.” 85

En este doble nacimiento, que germina en la crucifixión de Cristo, María ha acogido


en su corazón de Madre, a esta Iglesia naciente del costado de su Hijo, y la Iglesia ha
recibido en la llena de gracia, el arquetipo perfecto para su nuevo caminar de vida.

Evidente es, que María es un miembro sobresaliente de la Iglesia, por la tarea que
desarrolla, en el acompañar a la Iglesia en su caminar. Sin embargo, el mérito
excepcionalísimo, que María posee en relación a la Iglesia, se encuentra en que ella,
la ha precedido en la fe, pues la llena de gracia es la primera que ha creído.

“La Virgen de Nazaret se ha convertido en la primera «testigo» de este amor


salvífico del Padre y desea permanecer también su humilde esclava siempre y por
todas partes. Para todo cristiano y todo hombre, María es la primera que «ha creído»,
y precisamente con esta fe suya de esposa y de madre quiere actuar sobre todos los
que se entregan a ella como hijos. Y es sabido que cuanto más estos hijos perseveran
en esta actitud y avanzan en la misma, tanto más María les acerca a la «inescrutable
riqueza de Cristo» (Ef 3, 8).”86.

En esta perspectiva, María ha precedido a su vez a la Iglesia en el tiempo, por el


mismo hecho, de ser la primera en ser libre de toda mancha de pecado, y por
consecuente ser la primera en ser incorporada perfectamente a Cristo.

84
A. VÍTORES, Peregrinar a Jerusalén, sueño de todo cristiano, Franciscans Printing Press
Jerusalén, 2016, 205.
85
CCC 766.
86
RM 46.

41
También, precede a la Iglesia, en la dignidad que posee, pues como miembro
eminentísimo, fue enriquecida por la gracia del Altísimo, en mira de su maternidad
divina. Y sin duda, María precede a la Iglesia, en su perfección, ya que ninguna
creatura, puede igualarse a su completa adhesión a la voluntad de la Trinidad.

La precedencia de María ante la Iglesia, impregna la vida de cada uno de los


miembros de la comunidad, pues su presencia operante, no ha abandonado la misión
establecida por el Hijo, de ser la Madre de los creyentes. Sin duda alguna, ella ha
acompañado y acompaña el caminar de la vida de la Iglesia.

“María, que desde el principio se había entregado sin reservas a la persona y obra de
su Hijo, no podía dejar de volcar sobre la Iglesia esta entrega suya materna. Después
de la ascensión del Hijo, su maternidad permanece en la Iglesia como mediación
materna; intercediendo por todos sus hijos, la madre coopera en la acción salvífica
del Hijo, Redentor del mundo.”87

En este orden de ideas, se concibe que María, se encuentre al centro de la Iglesia en


camino, por el hecho mismo, que, desde ahí, ella ejerce por su ser maternal, un
servicio en favor de los hermanos de su Hijo. No se trata, de una posición de simple
privilegio, más bien de un encuentro, de la fiel sierva del Señor, que cumple la misión
encomendada, por su Hijo en el Calvario.

2.2.2 María la creyente.


Todo lo antes mencionado, nos lleva a recordar, que, a lo largo de la historia de la
salvación, la acción de la sierva del Señor, está fundamentada en el gran acto de fe,
hecho por María. Indiscutible es, que la Madre, goza de este título, no por una simple
acción pasiva, con respecto al proyecto que Dios tenía para ella. Más bien, María vive
activamente en su propio existir, el acto de fe. Como mujer libre, accede por fe a ser
la Madre del Verbo Encarnado.

87
RM 45.

42
“María ha compartido, efectivamente, la oscura condición de fe que es la (condición)
de los redimidos. Tal fue su beatitud sobre la Tierra, y no otra; no aquella de la ciencia
dueña de sus conceptos o de la visión estática, sino la del espejo y la del enigma como
dice San Pablo; no la sabiduría de los sabios sino la de la locura de la cruz (1Cor
1,18-19). Cristo no la deja detenerse ni en el orgullo de la maternidad según la carne,
a pesar de todo lo legitimo que sea”88.

La misma vida de María, es un acto de fe constante y prolongada, pues su constancia,


permanece desde el inicio de su misión en la Encarnación, hasta el final de los
tiempos. Ella, representa para la Iglesia el modelo del creyente. La Virgen, es la mujer
que ha creído y cree en la Palabra prometida por el Padre. Su “fíat”, alcanza la propia
realidad de los hijos de Adán, porque su “sí” abre el horizonte del paraíso perdido.

Por ello, es que esta condición de fe, no puede ser disipada de la vida de María. La
obediencia de fe de María, conlleva intrínsecamente su unión, como fiel discípula de
su Hijo, que cumple la voluntad del Padre. Como imitadora de su Hijo, María se
convierte en el reflejo del camino, que el creyente debe realizar, para encontrar la
unión perfecta con Cristo. Con toda razón, se puede afirmar que, en virtud del acto
de fe hecho por la Madre, con su respuesta generosa y libre, se abrieron las puertas al
“si” de Dios, de donde surgiría la Palabra redentora de la humanidad.89

2.2.3 María, la personificación de la Iglesia.


Sintetizando, lo expresado hasta este momento, se aprecia que María ha permanecido
perennemente tanto en el misterio de Cristo, como también mantiene su presencia
perpetua en el misterio de la Iglesia. A este punto, es de precisar, que no pueden
existir dilemas, que traten de presentar a María sin Cristo, ni María sin la Iglesia, ya
que “María pertenece indisolublemente al misterio de Cristo y pertenece además al misterio
de la Iglesia desde el comienzo, desde el día de su nacimiento” 90. Bajo esta clave, se
corrobora, que Cristo y la Iglesia, son ejes inseparables e indispensables, que

88
A. CALERO, María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, 93.
89
A. CALERO, María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, 94.
90
RM 27.

43
permiten situar el misterio de María en toda su magnificencia. María y la Iglesia, son
dos misterios, que se entrelazan y se complementan: “María desemboca en la Iglesia, la
Iglesia preexiste en María. Sin María, la Iglesia es imperfecta; sin la Iglesia, María es un modelo
sin imitadores, un ejemplo sin copias, una madre sin hijos”91. En el trascurso de la historia, el

misterio de María se ha esclarecido en el misterio de la Iglesia y viceversa. Por lo


tanto, se puede aseverar que María, es la personificación de la Iglesia, porque a través
de ella, el misterio de la Iglesia se ve prefigurado, recogido y cumplido.

“A lo largo de su destino, la Virgen realiza de antemano todo lo que la Iglesia


realizará más tarde. Antes de que la Iglesia apareciese, María es santa e inmaculada.
Antes de que la Iglesia, María se une a Cristo, forma con Él un solo cuerpo, una sola
vida, un solo amor. Antes que la Iglesia, María se une a sus sufrimientos y coopera a
su redención”92.

Será, la vida de María, la que permite esta prefiguración con el misterio de la Iglesia,
pues su existencia, como la fiel sierva del Señor, en la historia de la salvación, es la
que consiente que la Iglesia de Cristo, contemple su esperanza personificada en el
rostro de la Virgen. La Iglesia, obtiene la seguridad del cumplimiento de la promesa
de Dios a su humanidad. Ya que, la vida de María, es el ejemplo de la realización de
cada hombre. Su comunión perfecta con la Trinidad, recuerda a la Iglesia, que es
posible la redención para el género humano. Es en la persona de la Virgen, donde la
Iglesia realiza de una forma perfecta y prematura su esencia más profunda, la unión
con Dios Uno y Trino.

2.3 María y la Iglesia, que celebra la Eucaristía.

A lo largo de este capítulo, se ha presentado a grandes rasgos los elementos


constitutivos de la relación entre María y la Iglesia. Pasando por las diferentes
particularidades que representa este trayecto. Ahora bien, llegamos a un punto que
será necesario establecer el punto de convergencia entre la Trinidad, María y la

91
A. CALERO, María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, 79.
92
A. STRADA, María y nosotros, 132.

44
Iglesia. Sin duda, el evento fundante de esta convergencia es la Eucaristía, es en la
última cena, en aquella noche, en que se perpetua la presencia verdadera y real del
Hijo de Dios, por su mandato hecho a sus apóstoles, les encomienda “hacer esto en
memoria de mía” ( Lc 22,19).Es en esta Iglesia primitiva donde se hace memoria del
evento de la muerte y resurrección del Hijo de Dios.93 Respecto a la participación de
María a la última cena, es innegable que los evangelistas, no refieran a primera vista,
nada sobre la presencia de María en el Cenáculo.

“En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María. Se


sabe, sin embargo, que estaba junto con los Apóstoles, «concordes en la oración» (cf.
Hch 1, 14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de
Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones
eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos «en la fracción
del pan» (Hch 2, 42)”94.

De esta forma, se establece el nexo, que une a María con la Eucaristía. Más que hablar
de María a la última cena, encontramos indirectamente, en su vida, la perfecta unión,
por su actitud interior al Banquete Eucarístico.

Ella, asevera San Juan Pablo II es mujer eucarística durante toda su vida. En el seno
de esta Virgen, Cristo ha celebrado la primera Eucaristía, es el primer altar, donde el
Divino Banquete fue ofrecido. Indudable, es que, en la Encarnación, María se
convierte en el primer ostensorio, que contenga, la real y verdadera presencia de
Cristo.95 Igualmente, la Iglesia encuentra en María, el modelo a imitar en su relación
con este Misterio. De este modo, la fe eucarística que la Iglesia posee, conlleva una
connotación mariana:

“María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la


Iglesia…. Ella es el primer tabernáculo de la historia… la mirada embelesada de
María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos,

93
Cfr. CCC 1323.
94
Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 53 (EV 22, 305)
95
Cfr. A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 113.

45
¿no es acaso el inigualable modelo del amor en que ha de inspirarse cada comunión
eucarística?”96.

En este sentido, puede vislumbrarse que María, fue capaz de develar en su existir la
realidad sacrificial de la Eucaristía. Su camino de preparación, fue largo hasta llegar
al Calvario, donde ella estuvo de pie junto a su Hijo (Cfr. Jn 19,25). En esta
preparación de la Madre, hacia el lugar de la muerte del Hijo, a través de la espera en
la historia, en ella se puede prefigurar una especie de Eucaristía anticipada97. Culmen
que se alcanzará en el momento de la crucifixión.

Ahora bien, para la iglesia, esta identidad de María como mujer eucarística, le permite
confrontar su identidad, con respecto a la Eucaristía. Por ello, el mismo Catecismo,
nos dirá que para la Iglesia la Eucaristía “es fuente y culmen de toda la vida cristiana…
La sagrada Eucaristía en efecto contiene todo el bien espiritual de la Iglesia es decir Cristo
mismo, nuestra Pascua”98

Perceptible es, que el corazón de la Iglesia, se encuentra en el sacramento de la


Eucaristía, pues de este sacramento brota su ser constitutivo:

“La Eucaristía es, pues, constitutiva del ser y del actuar de la Iglesia. Por eso la
antigüedad cristiana designó con las mismas palabras Corpus Christi el Cuerpo
nacido de la Virgen María, el Cuerpo eucarístico y el Cuerpo eclesial de Cristo. Este
dato, muy presente en la tradición, ayuda a aumentar en nosotros la conciencia de
que no se puede separar a Cristo de la Iglesia. El Señor Jesús, ofreciéndose a sí mismo
en sacrificio por nosotros, anunció eficazmente en su donación el misterio de la
Iglesia. …La Eucaristía se muestra así en las raíces de la Iglesia como misterio de
comunión”99.

Descubriendo en la Eucaristía, el culmen y el corazón de la Iglesia, es que


podemos presenciar que ella, crece y vive por el memorial que celebra, como
comunidad eclesial. La iglesia en el Banquete Eucarístico, se une totalmente a

96
J. ESQUERDA, Espiritualidad Mariana, María en el corazón de la Iglesia, EDICEP, Valencia
2009, p.80.
97
Cfr. J. ESQUERDA, Espiritualidad Mariana, María en el corazón de la Iglesia, 81.
98
CCC 1324.
99
Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 15 (EV 24, 119).

46
Cristo en su ofrenda cruenta, perfecta al Padre y así mismo la Iglesia hace suyo la
misión de la Madre, que está unida perennemente al sacrificio de su Hijo.

En este ángulo, se descubre, la riqueza de la relación inseparable que une a la


Iglesia y a la Eucaristía. No obstante, no podemos olvidar a María, Madre y
modelo de la Iglesia. Efrén Siro nos ofrece un acercamiento de esta relación: “la
Eucaristía es el misterio del cuerpo de Cristo nacido de María y presente en la Iglesia.
María es madre del cuerpo de Cristo que se convierte en sacramento de salvación.” 100

2.3.1 María, une la Iglesia con la Eucaristía.


El vínculo entre María y la Eucaristía, emana de la realidad, que este Cuerpo
eucarístico, es el mismo cuerpo formado en el seno de la Virgen101. El mismo
cuerpo, que Cristo ofrecerá a sus apóstoles en la última cena. En este sentido puede
apreciarse, que el ofrecimiento de la Eucaristía, es la expresión del don de la vida
divina trinitaria.102

Indispensable, es tener presente que María, desde el momento de ser asociada en


la Encarnación a la persona de Cristo, no podría separársele del Cristo Eucarístico.
Puesto, que el misterio de la presencia verdadera del Cuerpo y Sangre del Señor,
nos remite automáticamente, al misterio de la Encarnación, del cual María fue
partícipe.

La llena de gracia, ha hecho suya esta dimensión sacrificial. Así, como a través
del pan y el vino, se hace posible la presencia de Cristo, en el Calvario. También
María, ha estado asociada a este evento, con su consentimiento en su ser maternal;
a este nuevo misterio de la vida de su Hijo. De nuevo, será ella a recibir por
primera vez la oferta hecha al Padre, cuando Jesús es bajado de la Cruz. Con esta
perfecta unión personal de María, al sacrificio único de su Hijo. María ofrece a la

100
S. DE FIORES, Nuovo dizionario di Mariologia, 532.
101
Cfr. AMATO, María e la Trinità, 114.
102
Cfr. AMATO, María e la Trinità,115.

47
Iglesia, aquello que la misma Iglesia, vivirá posteriormente, en el sacramento de
la Eucaristía, que la comunidad celebrará.

“Desde la Anunciación hasta la Cruz, María es aquélla que acoge la Palabra que se
hizo carne en ella y que enmudece en el silencio de la muerte. Finalmente, ella es
quien recibe en sus brazos el cuerpo entregado, ya exánime, de Aquél que de verdad
ha amado a los suyos «hasta el extremo» (Jn 13,1).”103

Por consecuente, la Madre del Altísimo, posee una presencia y un rol decisivo,
tanto en la Encarnación, como en la economía sacramentaria de la Iglesia. Ella, se
convierte por su acto de fe, en el primer miembro de una nueva generación, de la
comunidad eclesial que se nutre del cuerpo y de la sangre del Señor.

2.3.2 La maternidad virginal de María y de la Iglesia, y la Eucaristía.

Otro aspecto a considerar sobre María, se revela en la dimensión de la aseveración de


encontrar en ella, el modo sacramental perfecto, con el cual Dios por su iniciativa, se
ha acercado de nuevo a establecer una alianza con su humanidad. María, en su
libertad, se muestra como la creatura disponible a la acción de Dios, ya que su fe
perenne, le permite asumir en su existencia, la acción del Altísimo.

“La Virgen, siempre a la escucha, vive en plena sintonía con la voluntad divina;
conserva en su corazón las palabras que le vienen de Dios y, formando con ellas
como un mosaico, aprende a comprenderlas más a fondo (cf. Lc 2,19.51). María es
la gran creyente que, llena de confianza, se pone en las manos de Dios,
abandonándose a su voluntad. Este misterio se intensifica hasta a llegar a la total
implicación en la misión redentora de Jesús” 104.

En base a este punto, se puede asumir que María sigue siendo el arquetipo de la
Iglesia, pues aún en esta dimensión sacramental, la Virgen-Madre, sigue siendo el
espejo de perfección para todo creyente. Ella, en su maternidad virginal, muestra a la

103
Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 33 (EV 24, 119)
104
Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 33 (EV 24, 119)

48
Iglesia el verdadero sendero de la vida sacramental. Paralelamente, la función
maternal de María y de la Iglesia, confluyen en la Eucaristía. El suceso de este
encuentro es Cristo mismo, que con su existencia une la realidad de la maternidad de
María, con la realidad maternal de la Iglesia.

“María genero el Cristo terreno, la Iglesia genera el Cristo eucarístico. La vida de


María fue toda concentrada en la educación y en la custodia de Cristo, la vida íntima
de la Iglesia y su más grande preocupación es la atención del tesoro de la
Eucaristía…como María participó al sacrificio de la cruz, así toda la Iglesia participa
al santo sacrificio de la misa”105.

Por ello, la maternidad de María posee una total correspondencia con la maternidad
espiritual de la Iglesia. En este ámbito, se verifica, que aquello que es aplicado a la
Virgen-Madre, es aplicado a la Iglesia. Pues como se había dicho, ella es el reflejo
perfecto de la Iglesia.

De esta forma, se entrevé que la siempre Virgen, acompaña con su presencia a la


comunidad eclesial, que manifiesta, el mandato hecho por el Señor, hacer esto en
conmemoración suya, al momento que celebra la Eucaristía. Por lo tanto, así como se
refiere la unión inseparable entre la Eucaristía y la Iglesia, conjuntamente, se deduce
la inseparabilidad del binomio Eucaristía-María. 106

La iglesia por sí misma, desde su época primitiva, no celebra nunca la Eucaristía, sin
invocar la intercesión de la Beata Virgen María. De la misma forma como sucedió en
Cana, por intercesión de María se consigue la gracia de su Hijo. Así mismo en favor
de toda la Iglesia, ella le pide al Hijo, que haga posible tan magnifico milagro del
amor del Padre.

“Por esto, cada vez que en la Liturgia eucarística nos acercamos al Cuerpo y Sangre
de Cristo, nos dirigimos también a Ella que, adhiriéndose plenamente al sacrificio de
Cristo, lo ha acogido para toda la Iglesia. Los Padres sinodales han afirmado que
«“María inaugura la participación de la Iglesia en el sacrificio del Redentor». Ella es

105
A. AMATO, María e la Trinità, 115.
106
Cfr. J. ESQUERDA, Espiritualidad Mariana, María en el corazón de la Iglesia, 80.

49
la Inmaculada que acoge incondicionalmente el don de Dios y, de esa manera, se
asocia a la obra de la salvación. María de Nazaret, icono de la Iglesia naciente, es el
modelo de cómo cada uno de nosotros está llamado a recibir el don que Jesús hace
de sí mismo en la Eucaristía”107.

En esta prospectiva, se vislumbra que María, se convierte por su participación al


sacrificio único de Cristo, en la maestra perfecta, del encuentro con el misterio de
la Trinidad. Pues su vida, establece el vínculo necesario para establecer dicho
encuentro. Dado que ella, es la maestra que ha escuchado la Palabra, ha orado con
la Palabra y por consecuente ha ofrecido el mensaje de esperanza a toda la
humanidad, guiada por la acción del Espíritu.

107
Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 33 (EV 24, 119)

50
CAPITULO III.

CARÁCTER TRINITIARIO DEL CULTO MARIANO.

El camino presentado hasta ahora, nos ha permitido embarcarnos en un acercamiento


a la persona de María, que al igual que el Hijo, permanecen presentes hasta nuestros
días, no solo como un hecho histórico, de un evento ya pasado, sino que su actuar,
continúa haciéndose presente en la vida de la Iglesia.

“La Iglesia sabe y enseña que «todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre
los hombres ... dimana del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos
de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma
saca todo su poder. Y, lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo,
la fomenta». Este saludable influjo está mantenido por el Espíritu Santo, quien, igual
que cubrió con su sombra a la Virgen María comenzando en ella la maternidad divina,
mantiene así continuamente su solicitud hacia los hermanos de su Hijo.”108

A este punto, no se puede fundamentar la figura de María, fuera de la misma Trinidad,


ya que su comprensión, depende absolutamente de esta relación, que a través de la
acción de las tres divinas personas, cobra el verdadero sentido de la existencia y
actuar de la vida de María: “la autorrevelación de Dios, que es la inescrutable unidad de
la Trinidad, está contenida, en sus líneas fundamentales en la anunciación de Nazaret”109.

Por consiguiente, se comprende que la correcta clave de lectura de la persona de


María, efectivamente se encuentra en la Trinidad, y es así como la misma Iglesia, ha
buscado perpetuar la acción de María hacia sus hijos. Que deriva y está unida a la
inseparable acción de la Trinidad. Dichos argumentos, ya han sido abordados en los
anteriores capítulos, indispensable será ahora, para desarrollar este tercer capítulo,
recordar lo que el mismo Concilio Vaticano II, a través del documento Lumen
Gentium, ha subrayado constantemente sobre la figura de la Virgen-Madre,
resaltando por un parte, la función de María en la economía de la salvación y por otra
su relación con la Iglesia.

108
RM 38.
109
MD 3.

51
Bajo este segundo ángulo, de la relación con la Iglesia, es que podemos ingresar a
otro nivel de encuentro con María. Tal encuentro se da, en la respuesta que los
hombres redimidos, dirigen hacia la Madre del Altísimo:

“Por eso, el sagrado Concilio, al exponer la doctrina sobre la Iglesia, en la que el


divino Redentor obra la salvación, se propone explicar cuidadosamente tanto la
función de la Santísima Virgen en el misterio del Verbo encarnado y del Cuerpo
místico cuanto los deberes de los hombres redimidos para con la Madre de Dios,
Madre de Cristo y Madre de los hombres, especialmente de los fieles…”110

Respuesta, que debe llevar al fiel cristiano, a entrar en una relación con la Madre de
Dios. Que definitivamente, surge de esta presencia de María, en la historia de la
salvación, y que se extiende a nuestros días, como modelo y protectora de la Iglesia.

“La reflexión de la Iglesia contemporánea sobre el misterio de Cristo y sobre su


propia naturaleza la ha llevado a encontrar, como raíz del primero y como coronación
de la segunda, la misma figura de mujer: la Virgen María, Madre precisamente de
Cristo y Madre de la Iglesia. Un mejor conocimiento de la misión de María, se ha
transformado en gozosa veneración hacia ella y en adorante respeto hacia el sabio
designio de Dios, que ha colocado en su Familia -la Iglesia-, como en todo hogar
doméstico, la figura de una Mujer, que calladamente y en espíritu de servicio vela
por ella y protege benignamente su camino hacia la patria, hasta que llegue el día
glorioso del Señor.”111

Todo esto, parece confirmar, que, a través de la historia de la Iglesia, la presencia de


María, ha sido salvaguardada y viene continuamente testimoniada, en la lex orandi y
en la lex vivendi de la Iglesia, es decir que la presencia histórica de la Virgen-Madre
ha sido conservada en la piedad litúrgica y en la vida del pueblo cristiano. Por ello
este tercer capítulo, busca adentrarse en el carácter trinitario del culto mariano.

110
LG 54.
111
MC, Introducción, 6.

52
3.1 Principios generales sobre el culto católico.

Prosiguiendo nuestro camino, es vital partir, del concepto propio del culto, ya que,
desde ahí, nos permite visualizar el campo, que deseamos llegar a comprender,
cuando nos referimos al ya citado culto mariano. Ahora bien, al definir la palabra
culto podemos decir:

“La palabra culto en su significado genérico, indica el honor dirigido a una persona
a causa de su excelencia. En el ámbito religioso se trata de la reverencia expresada
frente a Dios y a las criaturas unidas a él.”112

De esta forma, el concepto de culto, refiere un honor, que se dirige a una persona
concreta, por los hechos sobresalientes de su existencia, reconociéndole un grado de
una dignidad especial. Adentrándonos al ángulo religioso, nos encontramos con dos
vertientes respecto al culto. Por una parte, aquella expresión de reverencia que se hace
a Dios, y por otra el honor a algunas criaturas que están unidas a su Creador.

El punto clave, a tener presente, para comprender el culto religioso, lo encontramos,


ante todo, en la premisa de que el culto de esta clase, es debido a Dios como Señor y
fin de toda creatura. Vale destacar, que, desde el ámbito religioso, el mismo culto
obtiene una cierta clasificación.

3.1.1 El culto de adoración.

Retomando la concepción de culto, desde el ángulo religioso, el Catecismo de la


Iglesia, nos permite comprender la razón que fundamenta el culto a Dios: “¿Y quién
podrá no amarlo contemplando todos los tesoros de bondad y de ternura que ha derramado
en nosotros?”113. Por lo tanto, el culto de este ámbito, es una reverencia expresada al
Creador. Dicha reverencia, es la forma más alta, con la cual el hombre se dirige y
ofrece a Dios, lo que le corresponde. Esta expresión de culto, es denominada
adoración o culto de latría, el mismo Catecismo nos específica su sentido:

112
M. HAUKE, Introducción a la mariología, 282.
113
CCC 2086.

53
“La adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es
reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que
existe, como Amor infinito y misericordioso… Adorar a Dios es reconocer, con
respeto y sumisión absolutos, la “nada de la criatura”, que sólo existe por Dios.
Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el
Magníficat, confesando con gratitud que Él ha hecho grandes cosas y que su nombre
es santo (cf. Lc 1, 46-49).”114

Es claro precisar que se trata de un acto de voluntad que el hombre realiza solamente
ante su Creador, lo que el mismo Evangelio nos recordará: “está escrito: al Señor tu
Dios, adorarás y a él solo darás culto” (Lc4, 8)

3.1.2 El culto de veneración.

De diferente manera, la Iglesia habla del honor dirigido a los santos, que, en su caso,
no se opone ni menoscaba, lo que ya hemos referido al culto de latría dirigido a Dios.
Ni mucho menos, contradice lo que la Escritura estipula, referente a este argumento.
En efecto, cuando se habla de la veneración o el culto de dulía, a los santos, este culto
no termina en ellos, sino que el punto de llegada siempre es Dios mismo. En otras
palabras, cuando se hace un culto a los santos, lo que se venera en ellos, es la
presencia de Dios en sus vidas, es decir la gracia de Dios presente en ellos.

“Veneramos la memoria de los santos del cielo por su ejemplaridad, pero más aún
con el fin de que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vigorice por el ejercicio
de la caridad fraterna (cf. Ef 4, 1-6). Todo genuino testimonio de amor que
ofrezcamos a los bienaventurados se dirige, por su propia naturaleza, a Cristo y
termina en El, que es «la corona de todos los santos» y por Él va a Dios, que es
admirable en sus santos y en ellos es glorificado.”115

114
CCC 2096-2097.
115
LG 50(EV 1, 422).

54
Dejando esto en claro, respecto al culto a los santos, es que podemos entender, que la
motivación de éste, se encuentra en su unión con Dios, que hace posible dicha
expresión de la fe de la Iglesia.

3.1.3 Un culto especial a la Madre de Altísimo.

Aplicando esta denominación, a la persona de María respecto al culto, sin duda,


tendríamos que hacer una particularísima observación, que envuelve la persona de la
Virgen. Puesto que partimos, de lo que ya por principio cambia la realidad propia de
su ser personal, su identidad como la Madre de Dios; y como ya lo habíamos referido,
supera en dignidad a toda creatura. Por consecuente, a ella, se le honorifica de una
forma especial, en un culto de todo singular.

“María, ensalzada, por gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los
ángeles y de todos los hombres, por ser Madre santísima de Dios, que tomó parte en
los misterios de Cristo, es justamente honrada por la Iglesia con un culto especial. Y,
ciertamente, desde los tiempos más antiguos, la Santísima Virgen es venerada con el
título de «Madre de Dios», a cuyo amparo los fieles suplicantes se acogen en todos
sus peligros y necesidades.”116

De esta manera, el concepto para determinar este particular culto a María, es


denominado con el término hiperdulía. Que, en el sentido estricto de la palabra, quiere
dar entender un culto que sobrepasa la simple dulía, de la que ya habíamos
mencionado117. Cierto es que se habla de una veneración, pero ésta es, de una forma
especialísima, en fundamento de su dignidad como Madre. Que la coloca, en un lugar
preponderante como sierva del Señor.

“En efecto, por íntima necesidad, la Iglesia refleja en la praxis cultual el plan redentor
de Dios, debido a lo cual corresponde un culto singular al puesto también singular
que María ocupa dentro de él; asimismo todo desarrollo auténtico del culto cristiano

116
LG 66 (EV 1, 442).
117
Cfr. M. HAUKE, Introducción a la mariología, 282.

55
redunda necesariamente en un correcto incremento de la veneración a la Madre del
Señor.”118

Este lugar peculiarísimo, que la Virgen ocupa en el culto de la Iglesia, respecto a


aquel que es otorgado a los santos, no es un fruto de exageraciones o de un
pensamiento teológico de épocas pasadas, que surgen de nuevo. Sino como el mismo
SS. Pablo VI ha expresado en la “Exhortación Marialis Cultus”, en el cual la
devoción hecha a María, comporta un elemento cualificador de la legítima piedad de
la Iglesia. Desde esta perspectiva, se puede decir entonces, que la devoción mariana,
no se comprime en aseveraciones de pura doctrina, donde se predica y se medite sobre
su persona. Sino que específicamente se dirige a ella, rindiéndole culto como Madre
del Altísimo.

“María no es un mito fabricado por el espíritu humano, necesitado de la figura cálida


de la mujer, del cobijamiento de la madre o del encanto de los valores femeninos.
Cuando la Iglesia promueve la devoción mariana, lo hace por obediencia al plan de
Dios. Dios mismo colocó a María como colaboradora maternal de Cristo en toda la
obra de la Redención, manifestando así con claridad el puesto que ella debe ocupar
en la vida de la Iglesia y de cada cristiano.”119

Dicho de otra manera, este culto especial a María, surge naturalmente de la fe, al
reconocer el vínculo esencial y vital que existe y une a la Madre con la Trinidad.

3.2 Culto mariano en la vida de la Iglesia.

Teniendo este panorama general, sobre el culto de la Iglesia y específicamente la


peculiaridad del citado culto mariano. Necesario es, adentrarnos en esta expresión de
veneración dirigida a la Madre de Dios. SS. Pablo VI nos recuerda que “la piedad de
la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano.”120
Constatando, que, en la vida de la Iglesia, la dimensión mariana no puede ser negada,

118
MC, Introducción, 4-5.
119
A. STRADA, María y nosotros, 225.
120
MC 56 (EV5, 89).

56
ya que “la lex orandi de ésta, es eminentemente mariana a partir de la lex crendendi que
tiende hacia la lex vivendi,” dicho de otra forma “María es la garantía de autenticidad en
el creer, orar y vivir” 121. Cabe señalar, que cuando nos referimos al culto de la Virgen,
no se busca divinizar la figura de María. Ya que el mismo culto mariano, no celebra
en primer lugar la figura de la Madre, sino que celebra el plan redentor de Dios. Sin
embargo, al reconocer en ella, el puesto indiscutible e inminente que ocupa en la
historia de la redención, a su vez se reconoce el valioso lugar que ocupa para la
Iglesia, y por consiguiente en los actos cultuales122. Posteriormente tendremos
oportunidad de ahondar sobre este aspecto.

3.2.1 Legitimidad del culto mariano.

Ahora es necesario, dar razones que sustenten el camino de la Iglesia, respecto al


culto a María. Para estar convencidos, de esta legitimidad del culto mariano, nos
valdremos de tres argumentos, que el Concilio nos ofrece, para demostrar que, la vida
cultual que la Iglesia dirige a la Madre de Dios está plenamente justificada.123

a) Argumento teológico.
Para comenzar, nos centraremos en el ángulo teológico, partiendo de la convicción
que el culto mariano, no es un elemento marginal de la espiritualidad eclesial, que
por consiguiente pueda ser reducido, a un fenómeno popular, que se debe tolerar, sino
como la misma Encíclica describe: “El culto a la Virgen tiene raíces profundas en la
Palabra revelada y sólidos fundamentos dogmáticos”124. Claro es, que uno de los
fundamentos que hace legitimo el culto mariano, se encuentra en la misma fe, que
nos ha enseñado que María, por ser quien es, ocupa un lugar excepcional en la historia
de la salvación. Ya que, como Madre del Altísimo, ha formado parte al misterio del

121
J. ESQUERDA, Espiritualidad Mariana, María en el corazón de la Iglesia, 145.
122
Cfr. M. PONCE, María: Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, 503.
123
Cfr. A. VÍTORES, Dispensa di Mariologia, Gerusalemme, 2017, 101.
124
MC 56.

57
Salvador, recibiendo un valor incomparable, y, por lo tanto, debe ser reconocida como
tal, por cada miembro del Cuerpo de Cristo.

“Nadie está obligado a la devoción o culto peculiar a un santo determinado. Pero


María no queda envuelta en la multitud de los santos, ya que se encuentra en un plano
singular. Ella tiene una supremacía sobre todo por su relación especial con cada
bautizado. Todo cristiano es hijo de María porque de ella nos viene Cristo.”125

La raíz de este fundamento teológico, respecto al culto mariano, no podría ser otro,
sino el que, de ella, ha nacido nuestra salvación, de ella la Palabra se hizo carne y
vino a habitar entre nosotros. De nuevo, está presente la relación inseparable de la
Madre con su Hijo. Ahora sin duda, que la medida o la calidad de la expresión cultual,
diferirán por las diversas expresiones que existen en la Iglesia, sin embargo, ningún
cristiano podría quedar exento de la veneración a la Madre, de la cual nos ha llegado
la redención.

b) Argumento histórico.
El mismo Concilio, remarca que el culto a María, ha sido un fenómeno, que ha estado
presente en la propia historia de la Iglesia. Confirmando a su vez, que la veneración
a la siempre Virgen, no es un hecho del presente, más bien, una constante de la vida
de la Iglesia, y que, por lo tanto, no puede ser descartada.

Analizando el desarrollo histórico, del culto mariano en la Iglesia, podemos encontrar


en los tres primeros siglos, algunos testimonios fragmentarios, respecto a esta
devoción. Será entre los siglos III o IV, donde localicemos las primeras huellas
sólidas, de la invocación que la Iglesia hace a María en la oración: “Sub tuum
presídium” de autor anónimo. Posteriormente, el crecimiento de este culto, se
fortalecerá, sobre todo, con la definición de la Maternidad divina de María, en el
Concilio de Éfeso. Donde también crecerá el número de Iglesias dedicadas a la
Virgen, en su entera devoción a la “Theotokos”. El camino mariano, continuará
tomando fuerza con el desarrollo de las fiestas marianas.126

125
A. STRADA, María y nosotros, 227.
126
Cfr. M. HAUKE, Introducción a la mariología, 283.

58
Queda de manifiesto, que en la medida que la persona de María fue reconocida y fue
objeto de estudio, de contemplación y de oración. En esa medida María ha obtenido
la importancia que merece, por ser la Madre de Hijo de Dios. Esta toma de conciencia
de la realidad mariana, está sustentada en el propio reconocimiento, de la función
realizada por María en el Misterio de Cristo.127

c) Argumento bíblico.
Desde el ámbito bíblico, la Exhortación Apostólica “Marialis Cultus”, pone de
manifiesto, algunas citaciones del Nuevo Testamento, que ponen de evidencia el
sustento del culto y la devoción a la Virgen-Madre.

El primer pasaje, lo encontramos en las palabras extraordinarias, que ángel dirige a


María: “Alégrate llena de gracia el Señor está contigo…” (Lc 1, 28ss). En ellas
encontramos, el fundamento principal de toda la doctrina, sobre el culto mariano. Ahí,
es donde se descubre la esencia de la persona de María. Aquélla, que ha sido
ensalzada por la misión que desarrollará, es reconocida como la llena de Dios, es
decir, de nuevo el fin último de la veneración, es la acción de Dios que se hace
presente en la vida de su sierva.

El segundo pasaje bíblico, respecto al culto mariano, nos sitúa ahora, en el pasaje ya
conocido de la visitación, SS. Pablo VI referirá, que será Isabel la prefiguración que
anticipa la futura veneración de la Iglesia a María: “Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu vientre...Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho
el Señor se cumplirá” (Lc 1,42-45). Dicho de otra forma, la afirmación hecha por
Isabel, es la primera aclamación de los hombres, ante la santidad de la Madre de
Jesús. Alusiva aclamación, condensa toda la existencia de María, que se dona, que se
entrega y que fielmente, responde a la voluntad del Padre, con su constante fíat, que
será testimonio de su fidelidad.128

Por último, el canto del Magníficat que es la primera manifestación del culto a la
Virgen, por parte de la Iglesia primitiva, poniendo en los labios de la Bienaventurada:

127
Cfr. E. MALNATI, Maria nella fede della Chiesa, PIEMME, Casale Monferrato,2001, p.139.
128
Cfr. M. PONCE, María: Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, 505.

59
“desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1, 48b). Este
testimonio profético, colocado en la boca de María, deja en claro la acción del culto
mariano, porque a través de este canto, se reconoce la intervención de la mano del
Altísimo, para hacer de María la sierva del Señor.

3.2.2 La Virgen, modelo de la Iglesia en el ejercicio del culto.

Teniendo en cuenta las premisas anteriores, sobre el fundamento del culto mariano,
podemos dar paso, a comprender como la figura misma de María, se convierte en el
modelo perfecto para la Iglesia y las razones de la expresión de este culto, que tiene
como fin, Dios mismo. SS. Pablo VI, lo expresará en su Exhortación Apostólica:

“El culto que la Iglesia universal rinde hoy a la Santísima Virgen es una derivación,
una prolongación y un incremento incesante del culto que la Iglesia de todos los
tiempos le han tributado con escrupuloso estudio de la verdad y como siempre
prudente nobleza de formas. De la tradición perenne, viva por la presencia
ininterrumpida del Espíritu y por la escucha continuada de la Palabra, la Iglesia de
nuestro tiempo saca motivaciones, argumentos y estímulo para el culto que rinde a la
bienaventurada Virgen. Y de esta viva tradición es expresión altísima y prueba
fehaciente la liturgia, que recibe del Magisterio garantía y fuerza.”129

La razón que sostiene, el considerar a María, como el modelo cultual para la Iglesia
no podría ser otro sino su propia existencia. Que comprueban, la experiencia de fe,
de caridad, de entrega que solo ella, ha sido capaz de cumplir, en la misión que Dios
le ha confiado, como Madre del Hijo del Altísimo. Dejando en cada cristiano, la
llamada, a reproducir con la propia existencia, el culto a su Creador. Para así, rendir
el honor más perfecto a Dios.

“La ejemplaridad de la Santísima Virgen en este campo dimana del hecho que ella
es reconocida como modelo extraordinario de la Iglesia en el orden de la fe, de la
caridad y de la perfecta unión con Cristo esto es, de aquella disposición interior con

129
MC 15.

60
que la Iglesia, Esposa amadísima, estrechamente asociada a su Señor, lo invoca y por
su medio rinde culto al Padre Eterno.”130

Dicha ejemplaridad, emana del don extraordinario, de ser la Madre del Hijo de Dios,
y por consecuente, ser la hija predilecta del Padre y por supuesto ser la morada
privilegiada del Espíritu Santo. En esta relación Trinitaria constante, en la vida de
María, Ella se convierte en maestra experta del culto. Porque con su vida, la
Bienaventurada, honora, dando alabanza a aquel que es el Creador.

Detallando esta realidad, de María como modelo cultual de la Iglesia, interesante será
la propuesta, que la exhortación “Marialis Cultus”, refiere sobre este argumento.
Pues establece, algunas características particulares, de la llena de gracia, que dejan
en claro, las razones de dicha expresión para la Iglesia.

a) María, la Virgen oyente.


En primer lugar, SS Pablo VI, hace referencia a María, como la Virgen oyente.
Reconociendo en Ella, la virtud de la escucha y acogida de la Palabra; que produce
en el corazón de la Madre, la concepción del Hijo de Dios. El primer lugar donde la
Palabra se hizo carne, fue el acogimiento, que la Madre realiza en su corazón. Ya que,
por fe, ha recibido a Aquél, que se le anuncia en boca del ángel. En otras palabras, la
Maternidad divina de María, tiene su primera respuesta, en el acto voluntario de la
escucha del mensaje, que viene de lo alto. Para ser acogido por la sierva del Señor.
En palabras de San Agustín expresará:

"la bienaventurada Virgen María concibió creyendo al (Jesús) que dio a luz
creyendo"; en efecto, cuando recibió del Ángel la respuesta a su duda. Ella, llena de
fe, y concibiendo a Cristo en su mente antes que en su seno", dijo: "he aquí la esclava
del Señor, hágase en mí según tu palabra"; fe, que fue para ella causa de
bienaventuranza y seguridad en el cumplimiento de la palabra del Señor" fe, con la
que Ella, protagonista y testigo singular de la Encarnación, volvía sobre los

130
MC16.

61
acontecimientos de la infancia de Cristo, confrontándolos entre sí en lo hondo de su
corazón (Cf. Lc 2, 19. 51). 131

Esta es la virtud, que la misma Iglesia, está invitada a imitar, en su expresión cultual;
que se vive en la liturgia, que es llevada a cabo por los miembros del cuerpo de Cristo:
escuchando, acogiendo, proclamando y venerando la Palabra de Dios.

b) María, la Virgen orante.


En segundo lugar, la Exhortación, nos recuerda otra virtud en la Bienaventurada,
reconociéndola como la Virgen orante. Desde esta perspectiva, viene a nuestra
memoria, aquella visita hecha a Isabel, donde con el Magníficat, una creatura se dirige
al Altísimo para glorificarlo. Reconociéndose en ella su pequeñez, ante las maravillas
que ha realizado su Creador. Es ésta la oración por excelencia de María. Donde se
expresan firmemente el gozo, la exultación por Dios, que se ha dignado a mirarla con
benevolencia.

Maestra de oración, pues su misma vida interior, en el silencio, convierte su existencia


en el modelo que la Iglesia está obligada a contemplar e imitar. Así mismo como
María, ha proclamado incesantemente a Dios "Mi alma engrandece al Señor..." así
mismo, la Iglesia no debe cansarse nunca, de ofrecer la oración por su pueblo.132

Sin duda, no podríamos olvidar el texto de los Hechos de los Apóstoles, que corrobora
a la Madre Orante. Porque en el Cenáculo, María ora con la comunidad primitiva.
Ella, está en el centro, donde se implora la venida del Espíritu Santo. Justamente, no
obstante que la Virgen, no ha recibido la misión explicita de anunciar el Evangelio,
los Apóstoles encuentran en su persona una testigo especial del Misterio de Cristo.133

c) María la Virgen oferente.


En tercer lugar, se reconoce en María, la virtud de ser la Virgen oferente. Esta figura
encontrada en María, nos transporta, al hecho de la presentación de su Hijo al Templo.
La reflexión de la Iglesia en este documento, remarca una actitud en la Madre,

131
MC 17
132
Cfr. MC 18.
133
Cfr. A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 124.

62
presentando a la Palabra encarnada, en un acto de oblación en el Templo. Hecho, que
no sólo se expresaba, el simple cumplimiento de la ley, sino una misma referencia
profética a la pasión de Cristo. El mismo San Bernardo, en una oración, contempla
esta actitud oferente de la Virgen "Ofrece tu Hijo, Virgen sagrada, y presenta al Señor el
fruto bendito de tu vientre. Ofrece por la reconciliación de todos nosotros la víctima santa,
agradable a Dios"134Sin duda, esta ofrenda hecha al Padre, llega a su culmen en el
mismo Calvario, donde María estuvo junto a la cruz. Asociándose con ánimo
materno, al único sacrificio del Hijo. Evento, que la misma Iglesia hace memorial, en
la celebración Eucarística, en el cual, imita la caridad ardiente y la fe inquebrantable
de la Virgen.

3.2.3 El culto a la Virgen, en la Liturgia de la Iglesia.

Desglosado todo lo anterior, es ineludible, puntualizar la manera concreta, donde se


lleva acabo, el ya referido culto mariano. Siguiendo las directivas de la Iglesia, nos
deja en claro, la invitación a promover el culto mariano “especialmente litúrgico”135,
porque será la liturgia de la Iglesia, el lugar privilegiado del culto mariano.136

Podemos observarlo, durante el transcurso de cada año litúrgico que la Iglesia celebra,
donde claramente, se manifiesta también, la conmemoración de la participación de la
Beata Virgen al misterio de Cristo. La vida litúrgica de la Iglesia, celebra el culto a
la Madre de Dios, porque está estrictamente ligado a aquel culto realizado al Hijo.

Particularmente, lo podemos contemplar en las celebraciones de la Inmaculada


Concepción, la maternidad de María, la Anunciación, la Asunción, la Natividad de
María, la Visitación, la Dolorosa, la Presentación del Señor. También, es de recordar
aquellas celebraciones, donde María está muy presente en el culto de la Iglesia: el
Adviento, la Natividad del Señor. Indudablemente, la presencia de María es

134
MC 20.
135
LG 67 (EV1, 443).
136
Cfr. A VÍTORES, Dispensa di Mariología, 102.

63
constante, pues está presente en la vida litúrgica de la Iglesia. Esto mismo, lo
podemos corroborar en cada Eucaristía, que celebra la comunidad eclesial:

“Por esto, cada vez que en la Liturgia eucarística nos acercamos al Cuerpo y Sangre
de Cristo, nos dirigimos también a Ella que, adhiriéndose plenamente al sacrificio de
Cristo, lo ha acogido para toda la Iglesia…. «María inaugura la participación de la
Iglesia en el sacrificio del Redentor». Ella es la Inmaculada que acoge
incondicionalmente el don de Dios y, de esa manera, se asocia a la obra de la
salvación. María de Nazaret, icono de la Iglesia naciente, es el modelo de cómo cada
uno de nosotros está llamado a recibir el don que Jesús hace de sí mismo en la
Eucaristía.”137

Esta presencia de María en la Eucaristía, se ve confirmada especialmente en cada una


de las plegarias Eucarísticas, que se usan en la celebración de este sacramento.
Confirmando así, la presencia de la Madre de Dios en el culto de la Iglesia,
reconociendo con ello, la veneración profunda y particular, de la llena de gracia, que,
a través de la historia misma de la Iglesia, ha acompañado el culto a María. Lo que
en pocas palabras se diría: “Creed en Jesús, en el significado de la Eucaristía, no es otra
cosa que la continuación sacramental de la Encarnación de Dios en el seno de María.138

3.3 Dimensión trinitaria del culto mariano.

Ahora, es indispensable centrar nuestra atención, en el corazón del famoso culto


mariano. Dentro de este trayecto, hemos podido esbozar a grandes rasgos los aspectos
generales sobre esta veneración, sin embargo, al irnos adentrarnos a este argumento,
ha emanado directamente la raíz, a la cual está sujeta indudablemente la respuesta del
cristiano, a la Madre del Hijo de Dios. Lo que la exhortación, rotundamente ha
expuesto sobre el culto a la Virgen-Madre:

“El desarrollo, deseado de la devoción a la Santísima Virgen, insertada en el cauce


del único culto que "justa y merecidamente" se llama "cristiano" porque en Cristo

137
Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 33 (EV 24, 44).
138
A. VÍTORES, La Virgen María en Jerusalén, 115.

64
tiene su origen y eficacia, en Cristo halla plena expresión y por medio de Cristo
conduce en el Espíritu al Padre.”139

Esta premisa, nos deja comprender, que el culto a María, es parte del único culto
cristiano; por lo tanto, su fundamento es la Trinidad, porque solo a él tiende. Por ello
es, que la Iglesia insiste en no perder de vista la dimensión trinitaria del culto mariano.

3.3.1 Naturaleza del culto Mariano.

Ahora bien, es de precisar la naturaleza de este culto, para dejar en claro que el culto
mariano, jamás puede sustituir la adoración debida, solamente a Dios. Esto se basa,
en los propios principios, que ya hemos referido sobre el culto religioso. Es decir que
el culto debido a Dios es la adoración, mientras que en el caso del culto a María se
habla de la hiperdulía o la veneración especialísima.

“Este culto [...] aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de
adoración que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo,
pero lo favorece muy poderosamente" (LG 66); encuentra su expresión en las fiestas
litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios (cf. SC 103) y en la oración mariana, como
el Santo Rosario, "síntesis de todo el Evangelio" (MC 42).”140

Desde esta perspectiva, se declara, que el culto mariano, no contradice el culto que
se realiza a Dios, sino que lo favorece poderosamente. Por el mismo hecho, que
cuando se honorifica la persona de María, esta veneración directamente, reconoce en
la persona de María, la presencia del Altísimo, que ha obrado en favor de la hija
predilecta, para que llegará a nosotros la redención.

Teniendo en claro, la centralidad de la vida cultual de la Iglesia, y que a su vez no


descarta en ningún momento la presencia de María, pues ella misma está presente en
cada una de estas dimensiones, de la historia de la salvación: como la hija predilecta
del Padre, como la Madre del Hijo y como la morada del Espíritu Santo.

139
MC, Introducción, 3.
140
CCC 971.

65
“La Iglesia sabe y enseña que «todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre
los hombres ... dimana del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos
de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma
saca todo su poder. Y, lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo,
la fomenta». Este saludable influjo está mantenido por el Espíritu Santo, quien, igual
que cubrió con su sombra a la Virgen María comenzando en ella la maternidad divina,
mantiene así continuamente su solicitud hacia los hermanos de su Hijo.”141

De ahí resulta, que el verdadero culto mariano, no radica en un simple


sentimentalismo pasajero, o donde se diviniza la persona de María. Puesto que, si se
fundamenta así, el fruto de este culto, será una esterilidad y un vacío permanente en
la vida del cristiano. Al contrario, cuando un verdadero culto mariano es vivido, éste
produce frutos de vida, pues procede de la misma fe, que nos lleva a reconocer la
grandeza de la Madre, por la acción constante de las tres divinas personas. El
reconocimiento de esta presencia Trinitaria en María, confirma que el culto debido a
la Virgen, es un encuentro directo, no solo con la Madre sino con el Hijo:

“La Virgen Santísima es el medio del cual se sirvió el Señor para venir a nosotros.
Es también el medio del cual debemos servirnos para ir a Él. Pues María no es como
las demás creaturas, que, si nos apegamos a ellas, pueden separarnos de Dios en lugar
de acercarnos a Él. La tendencia más fuerte de María es la de unirnos a Jesucristo, su
Hijo, y la más viva tendencia del Hijo es que vayamos a Él por medio de su santísima
Madre. Obrar así es honrarlo y agradarle, como sería honrar y agradar a un rey el
hacerse esclavo de la reina para ser mejores súbditos y esclavos del soberano. Por
esto, los Santos Padres y luego San Buenaventura dicen que la Santísima Virgen es
el camino para llegar a Nuestro Señor.”142

Evidente es, la relación indisoluble entre Dios Uno y Trino; y la veneración a María,
pues en la medida, que se reconoce en la Madre, la misión que lleva a cabo, esa misma
confesión nos vincula al reconocimiento de los designios del Altísimo. En otras

141
RM 38.
142
L. GRIGNION DE MONTFORT, Trattato della vera devozione a Maria, SHALOM, Camerata
picena, 1997, p 81.

66
palabras, “María es el lugar en donde el proyecto del Padre, el envió del Espíritu Santo y
la misión del Hijo se actualizan.”143

3.3.2 Carácter Trinitario de la piedad hacia María.

Existe un hecho verificable en la historia de la Iglesia, que nos obliga a extender la


misma expresión del culto mariano. Ya que éste, no puede ser reducido a un contexto
meramente litúrgico. Pues la misma historia del cristianismo a lo largo del tiempo, ha
conservado en su tradición, diversas formas de piedad.

Sin embargo, la misma historia nos ha enseñado, la necesidad de una renovación que
actualice y centre la misma devoción para los hombres de hoy. Sin duda, el pilar que
sustenta esta devoción, no puede ser otra, que el fundamento trinitario. Pues como
hemos dicho, el culto es, esencialmente un culto al Padre por Cristo en el Espíritu
Santo; y por consiguiente la veneración a María posee este mismo carácter.

Esto lo descubrimos, cuando el ejercicio de piedad, manifiesta esta triple realidad, es


decir, cuando todo es relativo a Cristo y depende de Él. Donde la devoción, consolida
la identificación con la Madre de Dios y a su vez se convierte en el instrumento para
llegar al conocimiento del Hijo. Por otra parte, el mismo acto de piedad está en
dirección al Padre, pues la veneración a la Virgen, revela también el plan de Dios, en
la vida de su hija predilecta. A la cual, ha ensalzado con gracias particulares, que
automáticamente cuando se contempla a María, se descubre el reflejo de su Creador,
pues la adornado con los dones del Espíritu Santo.

Por último, la veneración a la Madre, manifiesta en su piedad y pone de resalto, la


persona y la obra del Espíritu Santo, pues esta obra, que se ha cumplido en la joven
de Nazaret, ha sido ejecutada, por la presencia de la tercera persona de la Trinidad.
La misma Tradición de la Iglesia, posee una grande riqueza de estas expresiones de
piedad, podemos citar. algunas de los más importantes: celebraciones de la Palabra
en honor a la Virgen, el Ángelus, el Regina Caeli, el Santo Rosario, las Letanías a la

143
A. VÍTORES, Peregrinar a Jerusalén, sueño de todo cristiano, 205.

67
Virgen, los meses dedicados a María, los santuarios marianos con los peregrinajes, la
imposición del escapulario, los ex votos, las confraternidades, etcétera.144

La piedad mariana, no se limita a las expresiones anteriormente citadas. Más bien, la


historia de la Iglesia, nos permite asumir, que existen una gran variedad de estas
manifestaciones, que son particulares expresiones, de la comunidad eclesial. No
obstante, esta realidad de la piedad, la orientación principal fundante de éste, no puede
ser cambiada.

“Ciertamente, la genuina piedad cristiana no ha dejado nunca de poner de relieve el


vínculo indisoluble y la esencial referencia de la Virgen al Salvador Divino. Sin
embargo, nos parece particularmente conforme con las tendencias espirituales de
nuestra época, dominada y absorbida por la "cuestión de Cristo", que en las
expresiones de culto a la Virgen se ponga en particular relieve el aspecto cristológico
y se haga de manera que éstas reflejen el plan de Dios, el cual preestableció "con un
único y mismo decreto el origen de María y la encarnación de la divina Sabiduría”.
Esto contribuirá …a incrementar el culto debido a Cristo mismo porque, según el
perenne sentir de la Iglesia, confirmado de manera autorizada en nuestros días, "se
atribuye al Señor, lo que se ofrece como servicio a la Esclava; de este modo redunda
en favor del Hijo lo que es debido a la Madre; y así recae igualmente sobre el Rey el
honor rendido como humilde tributo a la Reina.”145

Visto desde este ángulo, la piedad mariana nos invita a la contemplación de la vida
de la Trinidad. Pues en la Madre, nosotros que seguimos en el camino de la vida de
fe, podemos reconocer el fin último, al cual toda la creación esta llamada, alabar al
Creador con nuestro vivir.

“todos nosotros estamos todavía en camino hacia el pleno cumplimiento de nuestra


esperanza, esto no quita que se pueda reconocer ya ahora, con gratitud, que todo lo
que Dios nos ha dado encuentra realización perfecta en la Virgen María, Madre de
Dios y Madre nuestra.”146

144
Cfr. A. VÍTORES, Dispensa di Mariología,112.
145
MC 25.
146
Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 33 (EV 24, 119).

68
3.3.3 Carácter Eclesial de la piedad hacia María.

En el marco de las observaciones realizadas, finalizamos acentuando, que todos los


ejercicios de piedad hacia María, deben manifestar el lugar, que ella ocupa en la
misma Iglesia. Es claro, que somos parte de la Iglesia, pero cada uno ocupa un lugar
particular en este cuerpo, donde Cristo es cabeza.

Es de recordar, que María debe situarse en la comunión de los santos, resonando


aquella misma experiencia de la comunidad primitiva, que reconoce en Ella, su
participación y su función en la historia de la salvación. En otras palabras “María no
está en orden intermedio entre Cristo y la Iglesia, pero está en la Iglesia como inicio y
presencia materna y salvífica.”147

El sentido propio de esta premisa, subraya que María establece el inicio concreto de
la Iglesia, y como miembro, ella posee una eminente y perfecta realidad que inunda
su propia vida, por su íntima santidad y comunión con Cristo.

Por ello, la piedad mariana, no puede estar desvinculada de la vida de la Iglesia,


porque el mismo sentido de comunión, a la cual pertenece, le hace imposible una
actuar individual. Bajo esta concepción, se puede comprender, que el culto a María,
beneficia a la misma Iglesia, pues realiza en Ella, la tarea, de encontrar su vocación.
Centrando así la piedad popular, en este ámbito de pertenencia trinitaria y eclesial,
hacen, que la perspectiva verdadera de la piedad mariana no llegue a perderse, y con
ello, la verdadera respuesta que el hombre debe a Dios.

147
S. DE FIORES, Maria presenza viva nel popolo di Dio, MONFORTANE, Roma,1980, p. 129.

69
CONCLUSIÓN.

Al plantear este argumento, sobre la persona de María, en su relación indisoluble con


la Trinidad, era indispensable no caer en una disyuntiva o disociación. Porque
indiscutiblemente, debemos situar nuestras coordenadas en el Misterio de Cristo y en
el misterio de la Iglesia, línea que la misma Lumen Gentium nos ha recordado.

Por ello, la travesía hecha, nos ha llevado a dirigirnos por tres estadios, siendo nuestra
primera parada, la relación existente entre la Trinidad y María. Fue vital establecer,
que el misterio de María, no puede ser interpretado, sin la presencia de la Trinidad.
Evidente fue, que el hecho central de esta relación, se encuentra en la Encarnación
del Hijo. Es ahí, donde se revela la vida íntima del Dios Uno y Trino, donde la siempre
Virgen se convierte en Madre. En pocas palabras, es el punto de convergencia entre
Dios y su creación, donde en la persona del Hijo, se une la divinidad y la humanidad;
que ha recibido un nacimiento temporal de una mujer.

Resultó oportuno, continuar nuestro trayecto, adentrándonos a especificar esta


relación. Para ello, nos acercamos desde una perspectiva general, a la realidad
concreta de María, con cada una de las tres divinas personas. Dicha aproximación,
nos llevó a descubrir a María, como la hija predilecta del Padre. Quedó de manifiesto,
que el hecho de la maternidad divina, no cancela su identidad filial con Dios Padre.

El hecho de ser elegida, como la Madre del Hijo, habla de una vocación esencial para
la realización de la economía de la salvación. Donde el Padre de la Misericordia, ya
había predestinado a su hija, enriqueciéndola desde el primer momento de su
concepción, con la gracia de una santidad singular. María, como la nueva hija de Sión,
en nombre del pueblo escogido, acogió la promesa esperada por el Padre.

Otro elemento, que quedó subrayado sobre esta relación, fue que el Padre, no condujo
a María, como un instrumento pasivo de su divina voluntad. Más bien, ella en su
libertad absoluta, y con su obediencia, ha querido participar a la historia de la
salvación. Dicha respuesta la corroboramos en el famoso “fíat”, exclamado por la
Virgen. Afirmación, que involucraba un acto de fe, que supera la lógica humana, no
tratándose de un acto personal, sino de un acto corporativo, donde la Trinidad lo llevó

70
a su cumplimiento. Interesante fue encontrar, que, ante la intervención de lo alto, la
respuesta de la Madre, se convierte en la contestación que dio inicio al retorno de la
humanidad a su Creador. Hecho, que nos llevó a aquel canto del Magníficat, donde
María, elevó su voz al Padre, por los prodigios obrados en ella. Es el canto de la hija
que se ha encontrado con el Padre.

Más tarde, nos concentramos en la segunda persona de la Trinidad. Reconociendo, la


relación de María con el Hijo, que está unida por la maternidad. Será, el evento de la
Encarnación, donde converge, la presencia real del Dios Uno y Trino. Dicha
experiencia, en la persona de María, corrobora la misión fundamental, a la cual la
Madre, libremente ha elegido: ser la sierva del Señor. Concibiendo con ello, la
extensión de la Maternidad divina, a lo largo de la vida de su Hijo, continuando,
después de la misma Ascensión. Ya que esta, no queda simplificada, con el evento de
la Encarnación.

El fundamento bíblico, a su vez, nos hizo resaltar, el vínculo indestructible que se


crea, entre María y su Hijo. Así como el Hijo desea cumplir la voluntad del Padre,
María se une a esta misma misión, de cumplir la voluntad paterna, para con ello
establecer la nueva creación. Por lo tanto, María no puede ser separada de Cristo.

La experiencia extraordinaria de María como Madre del Altísimo, la llevó a transitar


desde la gloriosa Encarnación, hasta el propio evento de la pasión muerte y
resurrección del Hijo de Dios. Con el cual, compartió el mismo camino hecho por su
Hijo. Dejando claro, la tarea de la Madre, que, a ejemplo del Hijo, no podría terminar
en esta vida terrena, pues la Madre no podría, por la realidad de ser quien es,
permanecer fuera del influjo de Dios. Esta participación de la gracia, que ha recibido,
la llevó a configurarse perfectamente al Hijo, de aquí que ella, la Madre, fuese elevada
a los cielos.

Enseguida, se dio paso a la relación de María, con la tercera persona de la Trinidad.


Centrándonos en contemplar, la acción constante del Espíritu Santo en la vida de
María, este vínculo, que permanecerá perenne desde el inicio, durante y después. Se
precisó, que si, por una parte, María es el lugar del encuentro del Dios Uno y Trino.

71
Por otra, será la acción del Espíritu, quien preparó, inundó y elevó la persona de
María, para contener al Incontenible.

Este dinamismo fundamental, está unido por el misterio de la Encarnación. Sin


embargo, para que este evento se llevará acabo, era indispensable, que Aquélla que
fuese la nueva morada que contendría al Hijo, fuese Tierra nueva. Y es por medio del
Espíritu Santo, que María es redimida, de una forma eminente, llevándola a un nivel,
del cual ninguna otra creatura goza. De este modo, reconocimos que María, es una
nueva creatura en el Espíritu Santo. La obediencia de María, es el nuevo signo de la
nueva creación, con su ser de nueva creatura, ella toma el lugar que se había perdido,
convirtiéndose en la nueva Eva, por obra de la acción del Espíritu Santo.

Siguiendo esta línea, nos aproximamos a percibir en María, una vida según el
Espíritu. Aquélla, que sería el tabernáculo de Dios, debía ser concebida con el mayor
grado de santidad. De ahí, que fue necesario entrar, con algunas pinceladas en el
aspecto de la Inmaculada concepción, esta impecabilidad, es signo de que en María
esta suprimido cualquier rastro del pecado original en vista de los méritos de su Hijo.

A este punto, sobresalió que al hablar sobre la Bienaventurada y su encuentro con


cada una de las tres divinas personas, no trata sólo de explicar una creatura que se
relaciona con su Creador. Más bien la vida de María, es el modelo de encuentro de la
presencia Trinitaria. A lo largo de su existencia, María mantuvo un encuentro
constante con el Padre, con su Hijo y con el Espíritu Santo, y es ahí, cumpliendo su
misión, donde nos lleva al encuentro de la Trinidad.

Prosiguiendo fue ineludible, presentar el vínculo entre María y la Iglesia. Ingresando


en este segundo estadio, pudimos percibir, ciertamente los lazos que están presentes,
entre la Madre de Dios y la Iglesia. El punto de convergencia, fue la misma
maternidad divina, ella siendo la Madre de Cristo, se convierte en la Madre de la
Iglesia. Este binomio nos precisó, que la vida de María comporta una doble dirección:
su Hijo y los miembros de la Iglesia.

La extensión de su maternidad divina, hacia cada cristiano, es una realidad que viene
contemplada desde el inicio de la Iglesia naciente. En el cual, nuevamente María, es

72
la primera testigo de este nuevo nacimiento. Conjuntamente, la Bienaventurada es
reconocida, como el arquetipo de la Iglesia, por su ser de Virgen-Madre. En ella, la
Iglesia se ve prefigurada, hallando la realización plena, de lo que es su ser de Iglesia.
Por consecuente, la Iglesia encuentra, su signo de esperanza cierta y consuelo, en la
siempre Virgen, que goza de la meta de la glorificación. A la cual, todo cristiano está
llamado a vivir. Por lo tanto, ulteriormente fue preciso establecer el lugar que María
ocupa en la Iglesia. Puntualizando con ello que María forma parte de esta misma
Iglesia. Sin embargo, ocupa un lugar eminentísimo en el cuerpo de la Iglesia.

Esto nos dejó de manifiesto, que la persona de María no se encuentra fuera de la


historia de la humanidad, siendo ella, el fruto más esplendido de la redención, también
compartió las vivencias propias de la realidad humana. Realidad que la conecta
totalmente, no solo a su identidad como Madre de Cristo, que está asociada a su Hijo;
instituyendo con ello, un nuevo vínculo en su maternidad divina, los nuevos hijos,
que han sido entregados por Cristo en el Calvario. Ante esta nueva maternidad, María
nos ofrece un nuevo acogimiento de su misión y ahora nos coloca, al centro de la
misma Iglesia en camino, pues como miembro ha precedido en el acto de fe, el recibir
el anuncio del Mesías. Bajo esta perspectiva, surge la gran característica que María
posee, como la maestra de fe, que con su “fíat” prolongado y renovado, en toda la
vida del Hijo, cumple la promesa hecha por el Padre. Implicando, una misión que no
termina con el evento de la Encarnación, sino que continua a manifestarse en la vida
de la Iglesia.

Referido lo anterior, se pudo reconocer que, en la Madre del Altísimo, la Iglesia


encuentra su personificación. En este sentido, María es esa promesa cumplida, de lo
que la Iglesia desea alcanzar, es en ella, donde se realiza, prematuramente la unión
perfecta con la Trinidad. Relevante, fue vislumbrar el punto de confluencia entre estas
tres realidades: la Eucaristía, donde se entrelazan los tres misterios.

Al finalizar este capítulo, se puede afirmar, que la realidad de la maternidad de María


sobre la Iglesia, comprende un sentido dinámico. Que coloca en movimiento a cada
uno de los miembros de la Iglesia, llevando a una concepción, que no contemple a

73
María, como un molde que debe copiarse desde fuera. Más bien, en una realidad que
implica reproducir, en la propia vida, la actitud de Aquélla, que nos precede como
miembro de la Iglesia. Produciendo con ello, en nuestra propia existencia, el poder
responder con la misma libertad y obediencia, a la obra de la redención, a la cual.
también somos llamados.

Como estadio final, nos hemos detenido a examinar una realidad concreta del
encuentro perpetrada por el culto mariano. El eje que movió este último capítulo, se
centró en el carácter trinitario del culto mariano. Dejándonos en claro que este culto,
no se lleva a cabo en la Iglesia, con la intención de sustituir la adoración debida a
Dios Uno y Trino; ni mucho menos para divinizar la persona de María, oscureciendo
la persona de Cristo. Más bien, el culto mariano punta definitivamente al
reconocimiento de Dios en la vida de la Virgen. Dicho de otra manera, la vivencia
del culto mariano, se concreta como la vivencia, que lleva como línea fundamental,
conocer y profundizar el Misterio de Cristo, que nace de María y al cual, es asociada
a la obra de la redención.

Por consiguiente, el culto a la Madre, conlleva el reproducir en nuestra vida todas sus
virtudes. Especialmente su fidelidad a la Palabra, la obediencia a la voluntad de Dios
y a la acción del Espíritu Santo. De ahí, que podemos invocarla en el contexto mismo
de la comunión de los santos, y a su vez celebrarla, en la conmemoración del misterio
de Cristo. Por eso, cuando se ha hablado de este culto mariano, implícitamente ha
evocado siempre una dimensión salvífica, trinitaria, cristológica, pneumatológica,
eclesiológica.

Finalmente, podemos decir que, en la búsqueda propia, de aproximarnos a la persona


de María, no existe nada en la propia historia de la salvación, que sea propio de la
Madre, sin una referencia inmediata a Jesús. Por consecuente, la clave de lectura de
toda la vida de María es la luz de la Trinidad, pues es en ella, donde María se convierte
en el signo del Creador, que obra en ella, y con ella. De esta forma, se puede decir
que María, se encuentra en el corazón de la Trinidad. Ella, es el testimonio vivo, que
ha contemplado en su vida, la omnipotencia de Dios Uno y Trino. Ella, es testigo del

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cumplimiento de la promesa del Padre, que en su infinito amor ha designado la
Encarnación de su Hijo. A su vez, es testigo de la acción del Hijo, que, encarnado por
amor, ha completado el precio de nuestra salvación. Y es testigo de la acción del
Espíritu Santo que continúa haciéndose presente a través de su Iglesia.

Desde esta lectura, es claro, que toda su existencia, no intenta opacar el lugar
correspondiente a Dios. Sino que indudablemente y constantemente, la vida de la
Bienaventurada, continua a repetir para todos los miembros de la Iglesia, aquella
expresión dicha en el Evangelio: “Hagan lo que Él les diga”.

Desde esta perspectiva, se fundamenta la verdadera raíz de un auténtico acercamiento


a la persona de María. Su existencia, es el reflejo perfecto de la acción de la Trinidad,
así como el sol hace brillar la luna, así mismo las tres divinas personas, alumbran la
existencia de Aquélla, que es la llena de gracia, para dar a luz a Aquél que cumpliría
la promesa de la salvación para toda la humanidad.

El mismo Magisterio, nos ha hecho recordar, que no se trata de un mariocentrismo,


en el cual, el cristianismo, pierda su piedra angular. Más bien, la figura de María, es
la historia de fidelidad al Dios Altísimo, y por consiguiente la vida de la Madre, tiene
un único fin. Que todo hombre, pueda encontrar a Cristo. María es quien te coloca,
en el camino de la redención, en el sendero de Cristo. Ella que ha vivido y que
participa de la redención en su Hijo, es la maestra para conocer a Jesús.

María, no es un simple personaje de un evento acaecido, su misma identidad asumida


por su obediencia, evidencia su presencia en medio de los hijos de Dios. En ella, la
humanidad, puede asegurar la esperanza de la redención. En María, el Padre de las
benevolencias, ha puesto su obra, por la acción del Espíritu Santo, para que, en el
Hijo, llegará la salvación para toda su creación. Por ello, el tema de María, continuará
a estar presente y actual en la vida de la Iglesia. Puesto que, al hablar de María, nos
introducimos al Misterio de la Trinidad. Ella es la lámpara, que ilumina el sendero
del encuentro con el Dios Uno y Trino.

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BIBLIOGRAFÍA.

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ÍNDICE

PREFACIO………………………………………………………………..………2
SIGLAS……………………………………………………………………………3
INTRODUCCIÓN………………………………………………………………..4
CAPÍTULO I.

LA TRINIDAD Y MARÍA……………………………………………………….6

1.1 María, la hija predilecta del Padre…………………………………………..9


1.1.1 María hija de Sión………………………………………………………………..11
1.1.2 La respuesta al Padre: el fíat de María…………………………..……….12
1.1.3 El cántico de agradecimiento al Padre: el Magníficat………………………13

1.2 María, Madre del Hijo de Dios……………………………………………...15


1.2.1 María, en los misterios salvíficos de la infancia de Jesús………………...16
1.2.2 María, en el ministerio público de Jesús………………………………….19
1.2.3 María, después de la Ascensión……………………………………….......21

1.3 María, morada del Espíritu Santo………………………………………….23


1.3.1 El Espíritu Santo y María, en el misterio de la Encarnación……………….25
1.3.2 María, nueva creatura en el Espíritu Santo…………………………….....27
1.3.3 María, una vida según el Espíritu: la toda santa…………………...…..…28

CAPITULO II.

MARÍA MADRE DE CRISTO, MADRE DE LA IGLESIA…………………30

2.1 María, modelo de la Iglesia, en cuanto Madre y Virgen………………….32


2.1.1 María, modelo de la Iglesia-madre…………………………………………….35
2.1.2 María, modelo de la Iglesia-virgen…………………………………………….37

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2.2 María, miembro eminente de la Iglesia……………………………………38
2.2.1 La Madre de Dios, al centro de la Iglesia en camino…………….…….....40
2.2.2 María la creyente…………………………………………………………………42
2.2.3 María, la personificación de la Iglesia……………………..….………….43

2.3 María y la Iglesia, que celebra la Eucaristía………………………………..44


2.3.1 María, une la Iglesia con la Eucaristía……………………………………..…47
2.3.2 La maternidad virginal de María y de la Iglesia y la Eucaristía…………..48

CAPITULO III.
CARÁCTER TRINITIARIO DEL CULTO MARIANO……………………..51

3.1 Principios generales sobre el culto católico………………………………...53


3.1.1 El culto de Adoración……………………………………………………………...53
3.1.2 El culto de veneración…………………………………………………………..…54
3.1.3 Un culto especial a la Madre del Altísimo………………………………………55

3.2 Culto mariano en la vida de la Iglesia……………………………………...56


3.2.1 Legitimidad del culto mariano…………………………………………………...57
3.2.2 La Virgen modelo de la Iglesia, en el ejercicio del culto...…………………..60
3.2.3 El culto a la virgen, en la Liturgia de la Iglesia……………………………….63

3.3 Dimensión trinitaria del culto mariano…………………………………….64


3.3.1 Naturaleza del culto Mariano…………………………………………………….65
3.3.2 Carácter Trinitario de la piedad hacia María……………………………….…67
3.3.3 Carácter Eclesial de la piedad hacia María……………………………………68

CONCLUSIÓN…………………………………………………………………..70
BIBLIOGRAFÍA……………………………………………………………...76
ÍNDICE…………………………………………………………………………...77

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79

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