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Hierosolymis 2017
1
PREFACIO.
El desarrollo del siguiente trabajo, tiene como fin, el concluir los estudios teológicos;
y con ello, obtener el grado académico de Bachillerato en Sagrada Teología. La
presencia de María, ha estado muy presente desde que tengo uso de razón, pues
provengo de una familia católica. Desde ese seno familiar, descubrí el valor
importante de la persona de María. La misma ciudad de donde provengo, está
impregnada de esta presencia en su advocación de la Virgen de la Expectación.
Sin duda, estas dos realidades han logrado en mí, tener presente a lo largo de mi vida
y mi vocación a María, como Madre. La figura de la llena de gracia, siempre ha
cautivado mi persona. En ella, encuentro un tesoro extraordinario, envuelto en un
misterio de encuentro con el Dios Uno y Trino. Por tal razón, ha suscitado interés en
mí, el profundizar la persona de María desde esta relación trinitaria.
La Escritura, el Magisterio, los Padres de la Iglesia, nos han enseñado que esta sierva
del Señor, es el puente del aquel extraordinario encuentro entre Dios y su creación.
En esta excelsa creatura, Dios ha manifestado su Omnipotencia. Pero en definitiva la
misma María, ha respondido en libertad, cumpliendo la voluntad del Padre con
aquella respuesta generosa de un “Sí” que se extenderá para toda la salvación de la
humanidad.
2
SIGLAS.
3
INTRODUCCIÓN.
La misma historia de la Iglesia, nos refleja dicha realidad, que ha sido profundizada,
llegando a convertirse en verdades de fe. Reflexión que parte del contexto de que
María es una mujer concreta, verdadera. No se trata de una simple invención. Si no,
que es una persona, que vivió en un espacio y un lugar concreto. Innegablemente, su
persona, su imagen, sus virtudes; y especialmente su posición en el Misterio de Dios
Uno y Trino, siempre han sido causa de conmoción y de atracción constante a través
del tiempo
Dicho misterio, que envuelve la persona de María, es el impulso del presente trabajo,
pues tiene como fin, el presentar en un esbozo general, la persona de la Virgen en su
relación con la Trinidad. De esta manera, descubriendo el misterio de María
indiscutiblemente se manifestará el Misterio del Dios Uno y Trino.
4
capítulos, que solo se podrán entender bajo esta luz trinitaria, en la persona de
Bienaventurada.
Después, de haber reflexionado a grandes rasgos esta relación entre María y las tres
divinas personas. Será necesario, dar un segundo paso en nuestro caminar, para ello
el segundo capítulo, nos conducirá a una relación que no podría ignorarse. La clave
de lectura que se presentará es la eclesiológica. Así como la imagen de la Madre, está
siempre unida a su Hijo en la obra de la redención, así mismo es necesario considerar
la relación existente entre María y la Iglesia. Como Madre de los hombres, será
importante entrar en la reflexión de esta vital relación, ocupando un lugar preciso
como miembro eminente de esta Iglesia, siendo a su vez su modelo.
Ante el panorama tan inmenso y rico de la persona de María, es claro, que este trabajo
no puede y no tiene la intención de agotar, todo lo que se puede reflexionar sobre ella.
Una figura tan especial como es la Madre del Altísimo, faltarían hojas, para descubrir
el grande tesoro de su persona. Sin embargo, el presente trabajo busca acercarse a
esta gran mujer, para con ello, adentrarnos un poco a la impronta que Dios ha hecho,
en ella.
5
CAPÍTULO I.
LA TRINIDAD Y MARÍA.
De frente al itinerario, que se desea recorrer, elemental es partir de una premisa que
nos permita conducirnos al interno del argumento a desarrollar. Por ello, al acercarnos
al Misterio de la Trinidad, es primordial tener en cuenta que nos referimos al Misterio
de los misterios. Que, en el cristianismo, es fundamento central de fe, de un Dios trino
que se manifiesta a su creación, a través de la historia del hombre.
Ante esto, obtenemos la raíz del especial lugar que María ocupará en el proyecto
específico de la restauración del género humano. Siendo elegida, por Dios, para
participar, en este evento signo de la redención del mundo. Teniendo en cuenta lo
anterior, y acercándonos a un camino de reflexión teológica en este trabajo. Necesario
es permanecer en el fundamento bíblico, que es el punto de acceso al sendero, que
1
Κεχαριτωμένη: Término usado por el Evangelista Lucas al presentar la figura de María,
subrayando la gracia de la elección.
6
nos conducirá a adentrarnos en algunas consideraciones, sobre el misterio de la
Trinidad y su relación con la figura de María:
“Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido
bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibieran la
filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros
corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!” (Gal 4, 4-6)
El texto de la Escritura, nos ofrece, por una parte, un texto trinitario, que proyecta el
plan salvífico de Dios con la participación de las tres Divinas Personas. En otras
palabras, un Dios Uno y Trino, que ha previsto no solo en un nivel cronológico, sino
escatológico, la Encarnación del Hijo. Por otra, el texto paulino, nos hace una
referencia, a la mujer de la cual, nació el Salvador. Fragmento que es considerado, el
texto más antiguo, que certifica el Nuevo Testamento, en relación a María.
Ante la pedagogía divina, del Dios hecho hombre, en el cual se coloca, y se enraíza,
el acontecimiento central, que une la Trinidad con su creación. Este misterio se
convierte en el lugar donde se revela la vida íntima de la Trinidad, es donde el hombre
puede participar del misterio divino.
2
A. AMATO, Jesús es el Señor, BAC, Madrid, 2009, p. 445.
7
Por lo tanto, el evento del Verbo Encarnado, nos refiere la expresión plena de la
realidad de Dios, que se auto-revela como comunión trinitaria3. Por ello que el
misterio trinitario y el misterio de la Encarnación se encuentran en una relación
recíproca e íntima:
Premisa, que nos permite colocar desde la reflexión teológica la figura de María, su
identificación y papel. Se puede inferir, que la razón excepcional del protagonismo
de María, se encuentra en su cooperación a este Misterio de la Encarnación del Hijo,
que es un evento único e insuperable.
3
Cfr. A. AMATO, Jesús es el Señor, 445.
4
A. AMATO, Jesús es el Señor, 446.
5
A. AMATO, Jesús es el Señor, 463.
6
M. PONCE, María: Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, HERDER, Barcelona, 2001, p. 21.
8
De ahí, que caminar en busca del Hijo de Dios, tiene como guía a la Virgen Madre.
Connotación de guía, que indica a la mujer, experta en la comunión con Dios. María,
es el tabernáculo esplendido de la Trinidad.7 En base a esta relación trinitaria que
Ella, ha experimentado, es que nos detendremos, particularmente a reflexionar, en lo
que ya la Iglesia, ha subrayado sobre la figura de María y su relación con la Trinidad.
“Efectivamente, la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios
en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como
verdadera Madre de Dios y del Redentor. Redimida de modo eminente, en previsión
de los méritos de su Hijo, y unida a Él con un vínculo estrecho e indisoluble, está
enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por
eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo; con el don de una gracia
tan extraordinaria aventaja con creces a todas las otras criaturas, celestiales y
terrenas. Pero a la vez está unida, en la estirpe de Adán, con todos los hombres que
necesitan de la salvación; y no sólo eso, «sino que es verdadera madre de los
miembros (de Cristo) ..., por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia
los fieles, que son miembros de aquella Cabeza.” 8
De esta forma, la reflexión hecha por el Concilio Vaticano II, nos ofrece una reflexión
sobre la persona de María. Proponiéndonos su aproximación, con una doble luz: la
del Misterio de Cristo y el Misterio de la Iglesia9; elementos que serán base, para el
verdadero acercamiento a la figura de la siempre Virgen.
7
Cfr. A. AMATO, Maria e la Trinità, San Paolo, Milano, 2000, p. 6.
8
LG 53, (EV 1, 427).
9
Cfr. A. CALERO, María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, CCS, Madrid, 1990, p. 21.
9
evento del Padre10. Incluso, al ver en María, la especialmente elegida, en virtud de
ser la Madre del Verbo Encarnado. No es posible, separar su vocación genérica y su
vocación especifica. Es decir, ella es Madre, como Hija del Padre, y es Hija del Padre,
como Madre del Hijo11. En efecto, el horizonte de la vocación genérica de María, es
y será la santidad, en conjunto con su llamado a participar de la filiación al Padre, del
que es considerada la Hija predilecta. A su vez la vocación específica, florecerá en
ser la Madre en toda plenitud del Hijo de Dios.
10
Cfr. A. AMATO, Jesús es el Señor, 451.
11
Cfr. M. PONCE, María: Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, 291.
12
Cfr. M. PONCE, María: Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, 293.
13
LG 56, (EV 1, 430).
10
Indiscutiblemente que, al ser la Madre del Hijo de Dios, María se encuentra en una
especial relación con la primera persona de la Trinidad. Los Padres de la Iglesia,
expresaban que Dios no utilizó a María, como un instrumento puramente pasivo, sino
que ella, ayudó a la salvación de la humanidad en la libertad de su fe y su obediencia.
Así, María se convierte en esta Hija de Sion, que simboliza a Israel, que ha añorado
la venida del Salvador, ahora puede anunciar gloriosamente su liberación. Será ella,
quien, a nombre del pueblo, acoge la promesa del Mesías. Haciendo posible, con su
respuesta, que Dios vuelva habitar en medio de su pueblo. Precisamente, en esta joven
de Nazaret, convergen el Antiguo y el Nuevo Testamento, en ella se resume la historia
del pueblo escogido, y se crea un nuevo comienzo, de la historia de la humanidad.15
Desde este enriquecimiento, de parte de Dios, de ser la llena de su gracia. María puede
dar una respuesta totalmente libre e incondicionada a las palabras del ángel:
14
Cfr. LG 55 (EV1, 429).
15
Cfr. A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, Franciscan Priting Press, Jerusalén, p.18-19.
11
“La colaboración de Nuestra Señora a la encarnación redentora se identifica con la
aceptación ilimitada (en su corazón y en su cuerpo) de la Palabra personal del Padre
por la acción del Espíritu, o sea con su divina Maternidad que se desplegó en la
entrega libre, decidida, y absoluta durante toda su vida en fe, obediencia, esperanza
y caridad, a la Persona de su Hijo y a su acción salvadora encomendada por el
Padre.”16
En este elemento de ser la Madre, la santa, la llena de gracia, es donde podemos ver
posible, lo imposible. En otras palabras, Dios Padre vierte en la persona de su Hija
predilecta, sus dones. La elección hecha por el Padre, en María, se fundamenta en la
gratuidad de su amor misericordioso, dotándola de su gracia y caridad en plenitud, en
vista de la maternidad mesiánica que llevaría en su vientre.
Por lo cual, se alude que María, ha sido la llena de gracia a priori, en cuanto ha sido
elegida para ser la Madre del Hijo de Dios17. Es de precisar que no se trata de separar
este binomio Virgen-Madre. Porque en el caso de la hija del Padre, la santidad no es
superada de la maternidad, sino que debemos considerar este binomio como
indisoluble y unido intrínsecamente.
16
M. PONCE, María: Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, 294-295.
17
A. AMATO, Maria e la Trinità, 54.
18
En el titulo sierva del Señor refiere al término Deutero-isaiano, es un apelativo que indica la fe en
Dios, obediencia a su voluntad y aceptación a la vocación.
12
Así pues, el “fíat” de María, implica un acto de fe, que supera la lógica humana.
Indudablemente, solo el Padre, sería capaz de llevarlo a cabo. No obstante, este acto,
no puede ser solamente concebido, como un acto personal, más bien, es un acto
corporativo.19 Aquello, que Israel por su incredulidad y desobediencia había perdido,
María lo asume en su nombre, con su acto de fe y obediencia. Es evidente entonces,
que Dios Padre, ha consentido que el propio hecho de la Encarnación, fuese precedido
de la aceptación de la Madre.
Esto nos lleva a hacer memoria de la propia historia de la creación, recordando que
por el “sí” de una mujer, llegó la ruina de la humanidad y con ello la muerte. Ahora
en el cumplimiento de la promesa del Padre, una mujer es quien contribuye en el
orden de la redención de esta humanidad, generando con su respuesta contribuir a la
salvación y a la vida de la nueva creación.
Interesante será, en este proyecto de salvación, que esta sierva del Señor está en
consonancia con Aquél que representa al Siervo de Jhwh: Cristo. Su vocación de
sierva del Señor, tendrá el mismo fin que el Siervo de Jhwh, la experiencia conllevará,
la oscuridad y el dolor. Así como el Padre, ha diseñado la vía del Hijo, así mismo,
será diseñado el camino de la Madre. La experiencia del abandono en la voluntad del
Padre es la pauta que dará sentido tanto al ser del Hijo de Dios y al ser de la Madre
del Verbo Encarnado.
De frente al “sí” de la hija predilecta del Padre, se puede expresar que ha comenzado
el retorno de la humanidad a Dios. Espacio concreto, que determina el comienzo de
un tiempo nuevo de la salvación. El mundo deja su oscuridad, porque la luz ya se ha
encarnado, viviendo en el seno de una Virgen. Justamente, ante este panorama, la hija
de Sión, exultará por lo que ha recibido. Elevando un canto de gozo, que en voz de
María será un agradecimiento al Padre. María, canta con el Magníficat, el reflejo
19
Cfr. A. AMATO, Maria e la Trinità, 55.
13
propio de su alma, de la experiencia de la paternidad que ha vislumbrado. Es la nueva
Eva que no es humillada por ningún enemigo.
“El canto de la Virgen es memoria de las grandiosas intervenciones pasadas del Dios
de Israel; es la celebración actual de la salvación definitiva de Cristo Señor; es
profecía radical de un futuro en el que la victoria de Dios transformará todas las
cosas. El Magníficat canta la utopía del Reino, que ha hecho su irrupción en nuestra
historia, pero que espera todavía el definitivo cumplimiento.” 21
Dicho de otra manera, aquello que había sido anunciado por los profetas, que era la
esperanza del pueblo de Israel, la Hija de Sión, lo ha llevado a su cumplimiento, por
la voluntad del Padre. En consecuencia, podemos adjuntar lo que el Magisterio de la
Iglesia ha expresado:
20
Cfr. A. STRADA, María y nosotros, Editorial Claretiana, Buenos Aires, 1989, p. 50.
21
M. PONCE, María: Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, 128.
14
y su descendencia por siempre»; que, en ella, como madre de Cristo, converge toda
la economía salvífica, en la que, «de generación en generación», se manifiesta aquel
que, como Dios de la Alianza, se acuerda «de la misericordia ».”22
Hemos ya hecho, la delimitación de María como la Hija predilecta del Padre y todo
aquello, que conlleva esta relación. Sin embargo, intrínsecamente, hemos notado que
esta identificación de hija, está en orden a la misión de la cual María ha sido llamada.
Es decir, María ha sido colmada de la gracia del Padre, para contener al Incontenible.
En su seno virginal, se encarnará el Verbo y así ella, será llamada la Madre de Dios.
Por ende, cuando se habla del Misterio de Cristo, en el cual el trascendente se vuelve
inmanente. La humanidad, se vuelve el puente de interlocución entre Dios y su
creación. Por tanto, el nacimiento del Hijo de Dios, en la historia humana se realiza
con la cooperación libre y personal de la Virgen:
22
RM, 36.
23
Cfr. A. AMATO, Jesús es el Señor, 481-482.
15
La propia Escritura nos sitúa, para entender el misterio, que se concentra en la
maternidad de María con el Hijo de Dios: “Bienaventurado el vientre que te llevó y los
pechos que te criaron. Pero él dijo: Mejor, bienaventurados los que escuchan la Palabra de
Dios y la cumplen. (Lc 11, 27-28)”.
Por su parte el texto conciliar del Vaticano II nos recuerda la extensión de la relación
de María con el Hijo de Dios: “Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la
salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su
muerte”25. Corroborando, que la maternidad de María, no tiene por objetivo un simple
hecho fisiológico, limitado a una maternidad virginal y divina del Redentor.
Más bien, se debe comprender que esta relación maternal, es una tarea salvífica
perpetua. Ya que la maternidad divina de María, la vincula a toda la persona y la obra
del Hijo. Es decir que su relación fue, es y será perenne por el mismo hecho de la
Encarnación. Perpetuidad, que implicará pasar del pesebre al calvario. Incluso
contemplar su muerte, pero también su gloria, a la cual la Madre participará.26
24
Cfr. A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 91.
25
LG 57, (EV 1, 431).
26
Cfr. D. BERTETTO, La Madonna oggi, LAS, Roma, 1975, p.143.
16
llena de gracia. En primer lugar, nos encontramos, con el evento de la Visitación (Cfr.
Lc 1, 41-45), María es proclamada beata por su fe. Es significativo matizar, que este
evento, es un hecho eclesial, porque es la inaugural prueba del Mesías. En este suceso
Isabel, con aquel gesto que en su seno ha experimentado, corrobora aquella realidad,
que ha envuelto a María como Madre del Mesías. La madre de Juan comprende que
en la Virgen-Madre, se cumplen las profecías de la Hija de Sión. Los hijos de la estéril
y de la Virgen, van a originar la gran familia del nuevo Israel. 27
27
Cfr. STRADA, María y nosotros, 49.
17
(Cfr. Lc 2, 21-39). Cumpliendo lo que prescribía la ley, María y José, debían dirigirse
a cumplir con dos preceptos. El primero, la Madre debía cumplir con los ritos de
purificación, que se exigía la ley de Moisés. El segundo, la consagración que debía
hacerse del primogénito al templo. En este mismo recinto, se encuentran con dos
personajes, que profetizarán inspirados por el Espíritu, reconociendo en el pequeño
al Redentor. Efectivamente, la profecía que Simeón dirige a María, es la que da
consonancia a nuestro argumento, porque revela la unión, que la llena de gracia,
deberá mantener en el dolor para asociarse a la misión del Hijo del Altísimo, porque
su existencia será signo de contradicción para el mundo.
Por último, la escena que describe esta relación materna de María con la infancia del
Señor, la descubrimos en el pasaje de Jesús perdido y hallado en el templo (Cfr. Lc
2, 41-51). Nuestro episodio se enmarca en la peregrinación anual, que María y José
realizaban a Jerusalén, por la fiesta de la Pascua. Sin embargo, el problema se suscita
en la pérdida temporal del niño, porque él permanece en el templo mientras sus padres
regresaban a casa.
Cabe destacar, que esta dimensión del vínculo Madre-Hijo, no se borra, sino que se
profundiza, y se transmuta en un vínculo mayor, de íntima reciprocidad: realizar la
voluntad del Padre. Su parentesco, es asumido y elevado por la fe de María, en la
persona y en la misión del Hijo.
28
Cfr. A. STRADA, María y nosotros, 57.
18
1.2.2 María, en el ministerio público de Jesús.
La orden que María da, a los sirvientes: “Haced lo que él os diga”, evidencia la fe que
la Madre tiene en el Hijo, pues confía, que su súplica sea de nuevo escuchada. Su
intervención, no trata de la acción misma del milagro, más bien de la intercesión, por
alcanzar el auxilio del Señor: “La primera adhesión creyente a la persona de Jesús, está
presidida por el ruego de María. En cana de Galilea, el Evangelio comienza a ganar
hombres y es María quien colabora en su difusión”29. En esta primera señal, la
intervención de la Virgen-Madre, será la que favorezca, a iluminar la acción de Jesús.
María se muestra en este episodio, significativamente, como Aquélla que introduce
la acción mesiánica, en la historia de la humanidad.
29
A. STRADA, María y nosotros, 60.
19
Hemos observado que, en todos los acontecimientos de la vida de Cristo, la Madre se
ha mantenido unida íntimamente a su Hijo: “Esta unión entre el Hijo y la madre se
manifestará de un modo evidente en la hora del dolor y de la muerte y en la hora de la
alegría y de la resurrección”30. Su testimonio de vida, refleja en todo su caminar el
sufrimiento. Sin embargo, será la Pasión del Hijo, el punto culminante de la vivencia
del dolor, en la vida de la Madre. El itinerario, se intensificará a partir de la condena
hecha por Pilato, hasta su muerte, que la llevará por el camino de la cruz
Por lo cual, María esta espiritualmente clavada con Él en la cruz32. Aquí al pie de su
Hijo, las palabras de Simeón cobran sentido, la dolorosa es la imagen de la profecía
que se ha cumplido: “El llanto de María es la expresión del dolor de la Virgen que llora
no solo la muerte del Hijo inocente y santo, su bien supremo sino también la pérdida de su
pueblo y el pecado de la humanidad.” 33
30
A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 67.
31
Cfr. LG 58 (EV 1, 432).
32
A. STRADA, María y nosotros, 62.
33
A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 79.
34
A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 87.
20
Otro rasgo a considerar, es la cuarta manifestación, que se sitúa cuando Jesús, que
está muriendo, consigna a la Madre, al discípulo: “Mujer ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,
26-27). Son las palabras, de una nueva encomienda, dada por el Señor a su Madre.
De nuevo sobresale el itinerario de fe, que continúa en la vida de María. Aquélla, que
está unida eternamente al Hijo, por su maternidad divina. Ahora el mismo Hijo, la
une a nueva maternidad, que se extiende ahora al Nuevo Israel. Jesús crea así una
nueva relación de maternidad espiritual entre María y el discípulo. Testamento que
evidencia un nuevo vínculo entre Madre e Hijo.
“Se puede decir que, si la maternidad de María respecto de los hombres ya había sido
delineada precedentemente, ahora es precisada y establecida claramente; ella emerge
de la definitiva maduración del Misterio Pascual Redentor.” 35
Esta nueva maternidad, es fecundada por la fe, producto de un amor nuevo que
seguramente ha florecido junto a la cruz, a través de su participación en el amor al
Cordero inmolado.
El misterio de la salvación humana, no concluye con la muerte del Señor, la obra del
Redentor, continua en su propia Resurrección y Ascensión. Sin embargo, es de
subrayar, que en estos misterios la Virgen-Madre no participa.
35
A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 94.
36
A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 117.
21
Ella, que ha sido la testigo, la discípula, la que ha conservado en su corazón las
vivencias del Hijo, es ahora, la que transmite la fe a la Iglesia naciente. Su lugar
preponderante, lo ejerce no por una jerarquía, ya que ella no pertenecía al grupo de
los apóstoles, sino que la comunidad la reconoce como la Madre del Señor, en ella se
generó el Verbo.
Dirijamos ahora nuestro enfoque, al segundo evento, que enmarca este apartado, el
final de la vida de María, que llega a su culmen en la Asunción.
Respecto a este evento, en las Escrituras, se guarda un silencio total, sobre los últimos
años de la vida de la Madre del Salvador. Cabe destacar, que ninguno de los períodos
de la vida de María, podría dejar de recibir el influjo que Dios ha otorgado a su
persona.39
37
VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 119.
38
LG 59 (EV 1, 433).
39
Cfr. A. STRADA, María y nosotros, 108.
40
Cfr. A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 168.
22
su Hijo. Ya que María participó, de una forma inseparable y profunda, en la obra de
la redención. Por ello, le es concedida la resurrección final, prometida a los justos.
Lo que los estudiosos expresarán: “lo que para nosotros es objeto de esperanza, para
ella es realidad experimentada”41. De esta forma, podemos vislumbrar, que la
elevación de María a los cielos, es la manera con la cual el Hijo, responde al amor
gratuito dado por su Madre. La visión beatifica, que vive para siempre en María con
la Asunción, es el privilegio, con el cual, ha sido hecha partícipe todo su cuerpo y
alma, de la victoria definitiva de Cristo, sobre la muerte.42
41
A. STRADA, María y nosotros, 110.
42
A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 167.
23
también juega un rol fundamental. El mismo pentecostés, usará esta misma dinámica
de acción del Espíritu, pues es Él que en su acción hace posible lo imposible.
“En relación al Espíritu Santo, María es transparencia que refleja su misterio: ser el
lugar de encuentro entre el Padre y el Hijo… como Madre se revela como el medio
gratuitamente necesario donde el Padre y el Hijo pueden encontrarse… Ella no es el
Espíritu, pero es lugar privilegiado de su presencia…”43
En base a lo anterior, podemos deducir, que existe un vínculo primordial, que une la
persona de María con el Espíritu Santo. Vínculo, que es indisoluble y estrecho, porque
se fundamenta en la propia Encarnación del Hijo de Dios. Suceso, que nos consiente
entrar en contacto con la imagen de un simbolismo, que analógicamente coloca a la
persona de la Madre, como la morada del Espíritu Santo. Claro está, que ella es el
lugar del encuentro de la Trinidad. Pero el sitio que ocupa, no brota de sí misma, sino
que es la acción de la Tercera Persona de la Trinidad que se acerca, la prepara, la
inunda y la eleva para poder ser el santuario que reciba al Incontenible.44
Cabe señalar, que, al referirnos a María, como morada, inmediatamente nos evoca
connotaciones tales como Arca de la Alianza, Nuevo Templo, Tabernáculo; que nos
expresan la significación del lugar. Dichas imágenes, convergen en expresar un
mismo significado, ser por excelencia el sitio de la presencia de Dios. Sin embargo,
esta presencia del Altísimo entre su pueblo, se realiza ahora en el seno de una Virgen,
que contiene la Palabra hecha Carne. Por lo tanto, al contener al Verbo de Dios, ella
se convierte en el primer santuario viviente, es decir la tienda donde la divinidad y la
humanidad se hallan.45
43
S. DE FIORES, Maria en la teologia contemporanea, Edizione Monfortane, Roma, 1987, p. 286.
44
Cfr. S. DE FIORES, Nuovo dizionario di Mariologia, Edizione Paoline, Milano,1985, p. 1335.
45
A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 13.
24
1.3.1 El Espíritu Santo y María, en el misterio de la Encarnación.
“Esta presencia divina que Ella desde su infancia había aprendido a venerar en un
lugar único en la tierra, allí donde el sumo sacerdote entraba una vez al año en el gran
día de la Expiación, el ángel Gabriel le enseña a adorarla dentro de sí misma.” 48
46
A. AMATO, Jesús es el Señor, 463.
47
A. AMATO, Maria e la Trinità, 88.
48
A. AMATO, Jesús es el Señor, 464.
25
Esta puntación bíblica, ratifica la constante interacción que la tercera persona de la
Trinidad posee en su participación en el evento de la salvación. Participación, que
también, lo vincula a la persona de María. Vínculo indisoluble, que produce, que la
Virgen se convierta, en el lugar de la inhabitación divina. En ella, el Espíritu Santo
construye su morada, que es la habitación de la propiciación universal, es decir lugar
donde nace la salvación para toda la humanidad.
En base a esta misma presencia del Espíritu Santo, con motivo de la Encarnación en
el ser de María, se confirma que nuestra naturaleza ha sido asumida por el Hijo del
Altísimo. Evidentemente, tal acto, no fue concebido por nuestros méritos, sino por
pura gracia y magnanimidad. Claro está, que debemos recordar que el operador de
esta gracia, es atribuida a la tercera persona de la Trinidad.49
A este punto, pareciera que se subraya una atribución especial al Espíritu Santo, como
Aquél, que ha fabricado el cuerpo del Salvador en el seno de la Virgen. Por lo cual,
es necesario puntualizar esta idea. Por una parte, se puede atribuir al Espíritu Santo
esta concepción, sin embargo, es inevitable indicar que toda la Trinidad ha cooperado
a la concepción del cuerpo de Cristo:
“Y todavía es necesario creer que fue toda la Trinidad a producir aquel cuerpo, es
decir el Padre y el Hijo y lo Espíritu Santo, porque aquellos que poseen en modo
inseparable la sustancia de la divinidad, tienen también una operación inseparable.”50
“El Espíritu Santo estrecha alianza con María descendiendo en ella según la palabra
del embajador celeste: Spiritus Santus superveniet in te. No solo Él la adorna con sus
dones… también la adorna de su misma Persona y de sus divinas propiedades.”51
49
Cfr. S. DE FIORES, Nuovo dizionario di Mariologia, 1333.
50
S. DE FIORES, Nuovo dizionario di Mariologia, 1333
51
A. AMATO, Maria e la Trinità, 92.
26
Por lo tanto, la presencia de la tercera persona de la Trinidad, en la vida de María,
nos muestra una relación permanente. En María, el Espíritu ha elevado su fuerza
generativa, a un nivel de una altura divina. Bajo este vínculo pneumatológico, María
obtiene un valor totalmente diverso a cualquier creatura pues ella se convierte en una
microcosmo único e distinto de otro orden.
“Efectivamente, la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios
en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como
verdadera Madre de Dios y del Redentor. Redimida de modo eminente, en previsión
de los méritos de su Hijo, y unida a Él con un vínculo estrecho e indisoluble, está
enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por
eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo; con el don de una gracia
tan extraordinaria aventaja con creces a todas las otras criaturas, celestiales y
terrenas.” 52
52
LG 53, (EV 1, 427).
27
Por ello, ante la desobediencia de un hombre: Adán, heredamos la muerte. Por la
obediencia de otro Hombre: Cristo, obtendremos la vida y con ello la salvación.
Igualmente, por el “sí” de una mujer, habíamos perdido el paraíso, así mismo por el
“sí” de otra Mujer conseguiríamos que el nuevo paraíso fuese abierto.
De esta forma, María ocupa esta nueva posición, como nueva creatura, ella se
convierte en la nueva Eva. En la Madre, se reescribe la historia de la humanidad que
se había perdido por el pecado de la primera creación.
En esta visión de creatura redimida, la figura de María entra en contacto con una
realidad bastante compleja, pues Ella como creatura, debía ser preparada con todo lo
necesario, para llevar acabo la misión de ser la Madre de Dios.
53
C. POZO, María la nueva Eva, BAC, Madrid, 2005, p.351.
54
J. DUNS ESCOTO, Jesucristo y María, BAC, Madrid, 2008, LXI.
28
Inmaculada concepción, la que contrapone la realidad de la consecuencia del primer
pecado, que es la muerte. Puesto que, en esta concepción de no corrupción, queda
ausente el pecado original y la propia concupiscencia en su persona desde el primer
momento de su concepción55. La Escritura, tiene presente que la humanidad es
pecadora, pero la consideración hecha a María como nueva Eva, deja entrever que
Ella no ocupa la misma línea de los otros descendientes de Adán:
“… se responde que todo hijo natural de Adán es deudor de la justicia original y por
culpa de Adán carece de ella. Y por eso, el tal contrae el pecado original. Pero si
alguien, en el primer instante de la creación del alma se le concede la gracia, este
nunca carecerá de la justicia original. Pero esto no lo obtiene de suyo, sino por mérito
de otro, caso de que por mérito de otra persona se le conceda la gracia. Por tanto, en
cuanto está de su parte, todo hombre incurre en el pecado original si otro no lo
previene como mediador.” 58
55
Cfr. M. HAUKE, Introducción a la Mariología, BAC, Madrid, 2015, p.170.
56
M. HAUKE, Introducción a la Mariología,145.
57
Cfr. A. CALERO, María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, 97.
58
J. DUNS ESCOTO, Jesucristo y María, 84.
29
“Decir que María fue redimida perfectísimamente por Cristo significa que ella nunca
y en ningún instante, estuvo con la mancha del pecado. De lo contrario supondría ser
enemiga, o al menos, haber estado distante de Dios. Lo que no corresponde a la llena
de gracia. Y a la que tenía que ser la madre del redentor.” 59
Ante esta aseveración, sobre la toda la santa, se debe tener presente, que la raíz y el
principio de la santidad, provienen de la acción del Espíritu. Siendo el caso de su
concepción inmaculada, obra de esta acción del Espíritu. En Ella, se restablece la
pureza del estado original en el Paraíso. Ella, es la tierra virgen, el nuevo paraíso,
donde habitará, el Hijo del Altísimo. Concordando con este planteamiento, San
Andrea de Creta enunciará: “La Madre de Dios es más santa que todos los santos; ella
aparece totalmente pura para Aquél que habitaba en ella con cuerpo y espíritu”. 60
De nuevo, el ser de María se ve definido, por el ser Madre de Cristo. Es este ser Madre
de Cristo, el que nos permite intuir la clave de lectura mariológica. Definiendo su ser,
no en una tarea temporal, más bien, en que Ella está terminantemente vinculada a un
cometido, que involucra toda su existencia, desde el mismo inicio de su concepción.
Por lo tanto, referir a la Madre esta vida de santidad en todo su existir, simboliza la
forma más eficaz de la redención. 61
59
J. DUNS ESCOTO, Jesucristo y María, LXVI.
60
M. HAUKE, Introducción a la Mariología,153.
61
Cfr. M. HAUKE, Introducción a la Mariología,165.
30
CAPITULO II.
Las consideraciones anteriores, nos han dejado de relieve el vínculo existente entre
cada una de las tres personas de la Trinidad y la Virgen-Madre:
“María…a la vez está unida, en la estirpe de Adán, con todos los hombres que
necesitan de la salvación; y no sólo eso, «sino que es verdadera madre de los
miembros (de Cristo) ..., por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia
los fieles, que son miembros de aquella Cabeza»”63.
62
A. AMATO, Maria e la Trinità,163.
63
LG 53 (EV 1, 427).
31
fue la primera testigo del misterio del Hijo, ahora es la primera testigo del misterio
de la Iglesia naciente.
Asumiendo esta premisa, la maternidad de María cobra una doble dirección. Pues si,
por una parte, definitivamente es Madre del Hijo de Dios, por otra, este hecho la
convertirá posteriormente en Madre de la Iglesia. En otras palabras, la misión de
María con referencia al Hijo, comporta en sí, una inseparable misión con la Iglesia65.
En este sentido, se puede percibir, que la maternidad de María, se configura en un
sentido de maternidad mística66, porque se extiende a todos los descendientes de
Adán. Ya que el hecho de su maternidad divina no se disocia de ser Madre de la
Iglesia.
64
LG 61-62 (EV 1, 435-436).
65
Cfr. J. BLANQUET, La sagrada Familia icono de la Trinidad, Hijos de la Sagrada Familia,
Barcelona, 1996, p. 129.
66
Cfr. A. GRECO, Madre dei viventi, la cooperazione salvifica di Maria nella Lumen Gentium: una
sfida per oggi, EUPRESS, Lugano, 2011, p. 342.
32
María, fue cabeza de familia de una nueva estirpe, siendo Madre de Dios, se hizo
Madre de la comunidad eclesial67. Por consiguiente, el fundamento de esta relación,
entre la mariología y la eclesiología, es la maternidad de María:
“…se puede, por lo tanto, afirmar que María es el vértice de la Iglesia, porque la
Iglesia-comunión es una comunidad no cualquiera, sino modelada por la Trinidad.
Lo que significa que, en la diversidad y superioridad de María, cada cristiano
encuentra y lee lo específico de su propia vocación, el ser llamado a hacer unidad
con Dios, no a un nivel cualquiera, sino verdaderamente trinitario” 68.
Será el evento del Pentecostés, donde María lleve a cumplimiento la misión maternal
encomendada por el Hijo de Dios, es decir ser Madre y modelo de la Iglesia. Es este
momento de la manifestación de la Iglesia, donde la llena de gracia, es reconocida
como la mujer de fe, la discípula y la fiel testigo del misterio de Cristo. La Virgen, es
el pilar de la Iglesia naciente, ella que ha guardado todo en su corazón, se convierte
en la estrella que ilumina con su fe, a los miembros de la comunidad primitiva para
recibir el don del Espíritu Santo. De esta misma manera, María continuará a ser para
todo miembro de la Iglesia, la estrella de la esperanza, que en su ejemplo nos lleva a
67
A. AMATO, Jesús es el Señor, 489.
68
H. RAHNER, Maria e la Chiesa, Jacka Book, Milano,1977, p.8.
69
Cfr. A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 121.
33
Dios. Contemplando a la Madre en el cenáculo, en medio de los apóstoles, se
vislumbra la unión que existe entre María y la Iglesia. Ella que es la morada del
Altísimo, implora junto a los apóstoles, la llegada del Espíritu, para que, así como ha
derramado gracia en ella, derrame ahora sus dones en los apóstoles. Por eso el
Concilio afirmará que la Iglesia encuentra en María su más elevada realización:
Por otra parte, el mismo título de Mater Ecclesia, otorgado a María, nos recuerda no
solo un evento acaecido en el Nuevo Testamento. Pues no podríamos olvidar la
analogía que hemos citado del Antiguo Testamento (Cfr.Gn 3, 20). Será esta relación
simbólica, de María nueva Eva, la que también de sustento a la relación entre María
y la iglesia. Puesto que así, como Adán nombró a Eva madre de todos los vivientes,
así mismo Cristo, nuevo Adán, ha nominado a María nueva Eva, como Madre de los
creyentes. Este vínculo, como ya lo habíamos referido, florecerá más evidente en el
70
LG 65 (EV 1, 441).
71
A. STRADA, María y nosotros, 126.
34
pasaje de la crucifixión, el pasaje jónico nos dejará entrever que María ha participado
por su compasión en la generación del nuevo pueblo de Dios.
Lo dicho hasta aquí, confirma que la Iglesia encuentra una identificación con María.
Este hecho, se da en identificarse con María en su maternidad, puesto que la misma
Iglesia también es madre. En cuanto madre, la Iglesia también engendra nuevos hijos
en el bautismo. En base a esto, podemos observar que María continúa a ser el modelo
para la Iglesia, que debe seguir. Ella, que ha conservado en su seno a Cristo como
Madre, enseña a la Iglesia a llevar su maternidad. De esta forma, el misterio de María
y el misterio de la Iglesia se compenetran, porque con su maternidad, la llena de
gracia, ilumina la tarea de la Iglesia como madre. Ella, que como Madre respondió
desde la fe a la misión encomendada por el Padre, la lleva a cumplimiento durante
72
Cfr. M. PONCE, María: Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, 486.
73
Cfr. M. PONCE, María: Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, 487.
35
toda su vida. Alargando en su existencia, aquel “fíat” pronunciado, convirtiéndose
por su testimonio en el arquetipo para la Iglesia:
“La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que
estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a
la regeneración de los hombres”74.
En este contexto, San Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris Mater, nos permite
apreciar la actuación de la maternidad de la Iglesia, haciendo un paralelismo con
María. Similitud que se efectúa, en poner en consonancia el evento de la Anunciación,
en la cual, María por su fe acoge la Palabra, que se encarna en su seno; con la acción
de la Iglesia que como madre acoge la Palabra de Dios para custodiarla. El mismo
San Pablo, refiere esta tarea de una forma muy concisa: “Hijos míos, por quienes sufro
de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Gal 4, 19). Razón,
que el Apóstol resalta sobre el grado de la misión maternal, que la Iglesia ya tiene
presente desde sus inicios en la Iglesia primitiva.
74
LG 65(EV 1, 445).
75
RM 43.
36
será mencionar, que esta maternidad no se expresa en un nivel físico, sobre un plano
de vida humana. Más bien, la generación de la maternidad que la Iglesia lleva a cabo,
se realiza en una verdadera transmisión de la vida divina, que claramente proviene
del único capaz de conceder dicho acto: un Dios Uno y Trino.76
Así como por obra del Espíritu Santo, María concibió al Hijo de Dios, permaneciendo
sin mancha antes, durante y después del parto, pues por su fe esta obra se cumplió.
La misma Iglesia, por obra del Espíritu Santo también es virgen: “Al mismo tiempo, a
ejemplo de María, la Iglesia es la virgen fiel al propio esposo: «también ella es virgen que
custodia pura e íntegramente la fe prometida al Esposo».”77 En este orden de ideas, se
puede establecer, la raíz más profunda de este binomio, en vista de que la misión tanto
de María como de la Iglesia es obra de la acción del Espíritu Santo.
76
Cfr. D. BERTETTO, La Madonna oggi, 331.
77
RM 43.
37
Palabra pronunciada por el Padre, se encarna en su seno, generando con ello la
encarnación del Hijo de Dios. A su vez, la acción de la Iglesia, conllevará a la
fecundidad en sus hijos, en su vida concreta, donde los interpela.
“Por consiguiente, María está presente en el misterio de la Iglesia como modelo. Pero
el misterio de la Iglesia consiste también en el hecho de engendrar a los hombres a
una vida nueva e inmortal: es su maternidad en el Espíritu Santo. Y aquí María no
sólo es modelo y figura de la Iglesia, sino mucho más. Pues, «con materno amor
coopera a la generación y educación» de los hijos e hijas de la madre Iglesia. La
maternidad de la Iglesia se lleva a cabo no sólo según el modelo y la figura de la
Madre de Dios, sino también con su «cooperación »”.79
La misma encíclica, nos deja notar que María, es un miembro de la Iglesia, pues ha
participado, y participa de la vida de la Iglesia. Justamente como miembro de la
Iglesia, no representa una imagen separada y marginada de la historia de la
humanidad. Ella, como parte de la historia de la salvación, no está exenta de ser
78
Cfr. STRADA, María y nosotros, 130.
79
RM 44.
38
humana, puesto que asumió y compartió todas aquellas experiencias características
de la humanidad. La Virgen, experimenta en su vida el amor tanto conyugal, como
maternal, vivió la incertidumbre de dicha misión encomendada por el Padre. Claro
está, que tampoco estuvo exenta de vivenciar el momento del dolor, la carencia, la
violencia, el destierro, la incomprensión y especialmente experimentó el dolor en la
muerte de su propio Hijo.80
La narración bíblica, sustenta que María en su vida, fue una mujer concreta de su
tiempo. Una mujer arraigada en su tradición religiosa de su pueblo, servicial ante la
problemática de sus hermanos. Una mujer orante, que funge como pilar para la
comunidad primitiva, especialmente en el Cenáculo.
Esta condición humana, no separa para nada el plan divino, estipulado por el Padre
para nuestra salvación, sino que hace perfecto el proyecto de la Trinidad. María,
siendo humana como nosotros, es nuestra hermana. Ella, que es signo de esperanza,
por haber sido ya redimida, de forma sublime, por los méritos de su Hijo en mira de
su misión. No ha dejado de fuera, su naturaleza humana, sino en virtud de su
humanidad, hace posible para todos los hijos de Adán, la meta de la redención.
“…en efecto, María es de nuestra estirpe, verdadera hija de Eva, (aunque ajena a la
mancha de la Madre, y verdadera hermana nuestra, que ha compartido en todo, como
mujer humilde y pobre, nuestra condición).” 81
80
Cfr. STRADA, María y nosotros, 131.
81
MC 56.
82
LG 53 (EV 1, 427).
39
Trino. En vista, de que el lugar que ocupa como miembro de la Iglesia, no procede
de sí misma, sino, por la magnífica obra de la Trinidad.
“María está presente en la Iglesia como Madre de Cristo y, a la vez, como aquella
Madre que Cristo, en el misterio de la redención, ha dado al hombre en la persona
del apóstol Juan. Por consiguiente, María acoge, con su nueva maternidad en el
Espíritu, a todos y a cada uno en la Iglesia, acoge también a todos y a cada uno por
medio de la Iglesia. En este sentido María, Madre de la Iglesia, es también su
modelo”83.
Evidente es, que la Iglesia, encuentra en la persona de María, la más genuina forma
de la perfecta imitación del Hijo del Altísimo. Pues solo ella, ha acompañado la
revelación del designio de salvación para todos los hombres. Sin embargo, no es solo
modelo en este ámbito, pues también es modelo de mujer en camino, de peregrinante:
83
MC 45.
40
“María no solo es modelo de la Iglesia en cuanto Madre y Virgen; lo es también
de la Iglesia peregrina ya que es la mujer itinerante en su camino de fe en total
obediencia al Señor, la mujer siempre dócil a la voz del Espíritu.”84
Bajo esta inferencia, se establecen las razones del eminentísimo lugar que ocupa la
llena de gracia en la Iglesia. María, responde a aquel llamado hecho en el Calvario
por su Hijo, estableciendo un nuevo nexo entre la maternidad divina y su maternidad
eclesial. Debemos tener presente que el nacimiento de la Iglesia también brota en el
momento de la crucifixión: “pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el
sacramento admirable de toda la Iglesia.” 85
Evidente es, que María es un miembro sobresaliente de la Iglesia, por la tarea que
desarrolla, en el acompañar a la Iglesia en su caminar. Sin embargo, el mérito
excepcionalísimo, que María posee en relación a la Iglesia, se encuentra en que ella,
la ha precedido en la fe, pues la llena de gracia es la primera que ha creído.
84
A. VÍTORES, Peregrinar a Jerusalén, sueño de todo cristiano, Franciscans Printing Press
Jerusalén, 2016, 205.
85
CCC 766.
86
RM 46.
41
También, precede a la Iglesia, en la dignidad que posee, pues como miembro
eminentísimo, fue enriquecida por la gracia del Altísimo, en mira de su maternidad
divina. Y sin duda, María precede a la Iglesia, en su perfección, ya que ninguna
creatura, puede igualarse a su completa adhesión a la voluntad de la Trinidad.
“María, que desde el principio se había entregado sin reservas a la persona y obra de
su Hijo, no podía dejar de volcar sobre la Iglesia esta entrega suya materna. Después
de la ascensión del Hijo, su maternidad permanece en la Iglesia como mediación
materna; intercediendo por todos sus hijos, la madre coopera en la acción salvífica
del Hijo, Redentor del mundo.”87
87
RM 45.
42
“María ha compartido, efectivamente, la oscura condición de fe que es la (condición)
de los redimidos. Tal fue su beatitud sobre la Tierra, y no otra; no aquella de la ciencia
dueña de sus conceptos o de la visión estática, sino la del espejo y la del enigma como
dice San Pablo; no la sabiduría de los sabios sino la de la locura de la cruz (1Cor
1,18-19). Cristo no la deja detenerse ni en el orgullo de la maternidad según la carne,
a pesar de todo lo legitimo que sea”88.
Por ello, es que esta condición de fe, no puede ser disipada de la vida de María. La
obediencia de fe de María, conlleva intrínsecamente su unión, como fiel discípula de
su Hijo, que cumple la voluntad del Padre. Como imitadora de su Hijo, María se
convierte en el reflejo del camino, que el creyente debe realizar, para encontrar la
unión perfecta con Cristo. Con toda razón, se puede afirmar que, en virtud del acto
de fe hecho por la Madre, con su respuesta generosa y libre, se abrieron las puertas al
“si” de Dios, de donde surgiría la Palabra redentora de la humanidad.89
88
A. CALERO, María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, 93.
89
A. CALERO, María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, 94.
90
RM 27.
43
permiten situar el misterio de María en toda su magnificencia. María y la Iglesia, son
dos misterios, que se entrelazan y se complementan: “María desemboca en la Iglesia, la
Iglesia preexiste en María. Sin María, la Iglesia es imperfecta; sin la Iglesia, María es un modelo
sin imitadores, un ejemplo sin copias, una madre sin hijos”91. En el trascurso de la historia, el
Será, la vida de María, la que permite esta prefiguración con el misterio de la Iglesia,
pues su existencia, como la fiel sierva del Señor, en la historia de la salvación, es la
que consiente que la Iglesia de Cristo, contemple su esperanza personificada en el
rostro de la Virgen. La Iglesia, obtiene la seguridad del cumplimiento de la promesa
de Dios a su humanidad. Ya que, la vida de María, es el ejemplo de la realización de
cada hombre. Su comunión perfecta con la Trinidad, recuerda a la Iglesia, que es
posible la redención para el género humano. Es en la persona de la Virgen, donde la
Iglesia realiza de una forma perfecta y prematura su esencia más profunda, la unión
con Dios Uno y Trino.
91
A. CALERO, María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, 79.
92
A. STRADA, María y nosotros, 132.
44
Iglesia. Sin duda, el evento fundante de esta convergencia es la Eucaristía, es en la
última cena, en aquella noche, en que se perpetua la presencia verdadera y real del
Hijo de Dios, por su mandato hecho a sus apóstoles, les encomienda “hacer esto en
memoria de mía” ( Lc 22,19).Es en esta Iglesia primitiva donde se hace memoria del
evento de la muerte y resurrección del Hijo de Dios.93 Respecto a la participación de
María a la última cena, es innegable que los evangelistas, no refieran a primera vista,
nada sobre la presencia de María en el Cenáculo.
De esta forma, se establece el nexo, que une a María con la Eucaristía. Más que hablar
de María a la última cena, encontramos indirectamente, en su vida, la perfecta unión,
por su actitud interior al Banquete Eucarístico.
Ella, asevera San Juan Pablo II es mujer eucarística durante toda su vida. En el seno
de esta Virgen, Cristo ha celebrado la primera Eucaristía, es el primer altar, donde el
Divino Banquete fue ofrecido. Indudable, es que, en la Encarnación, María se
convierte en el primer ostensorio, que contenga, la real y verdadera presencia de
Cristo.95 Igualmente, la Iglesia encuentra en María, el modelo a imitar en su relación
con este Misterio. De este modo, la fe eucarística que la Iglesia posee, conlleva una
connotación mariana:
93
Cfr. CCC 1323.
94
Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 53 (EV 22, 305)
95
Cfr. A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 113.
45
¿no es acaso el inigualable modelo del amor en que ha de inspirarse cada comunión
eucarística?”96.
En este sentido, puede vislumbrarse que María, fue capaz de develar en su existir la
realidad sacrificial de la Eucaristía. Su camino de preparación, fue largo hasta llegar
al Calvario, donde ella estuvo de pie junto a su Hijo (Cfr. Jn 19,25). En esta
preparación de la Madre, hacia el lugar de la muerte del Hijo, a través de la espera en
la historia, en ella se puede prefigurar una especie de Eucaristía anticipada97. Culmen
que se alcanzará en el momento de la crucifixión.
Ahora bien, para la iglesia, esta identidad de María como mujer eucarística, le permite
confrontar su identidad, con respecto a la Eucaristía. Por ello, el mismo Catecismo,
nos dirá que para la Iglesia la Eucaristía “es fuente y culmen de toda la vida cristiana…
La sagrada Eucaristía en efecto contiene todo el bien espiritual de la Iglesia es decir Cristo
mismo, nuestra Pascua”98
“La Eucaristía es, pues, constitutiva del ser y del actuar de la Iglesia. Por eso la
antigüedad cristiana designó con las mismas palabras Corpus Christi el Cuerpo
nacido de la Virgen María, el Cuerpo eucarístico y el Cuerpo eclesial de Cristo. Este
dato, muy presente en la tradición, ayuda a aumentar en nosotros la conciencia de
que no se puede separar a Cristo de la Iglesia. El Señor Jesús, ofreciéndose a sí mismo
en sacrificio por nosotros, anunció eficazmente en su donación el misterio de la
Iglesia. …La Eucaristía se muestra así en las raíces de la Iglesia como misterio de
comunión”99.
96
J. ESQUERDA, Espiritualidad Mariana, María en el corazón de la Iglesia, EDICEP, Valencia
2009, p.80.
97
Cfr. J. ESQUERDA, Espiritualidad Mariana, María en el corazón de la Iglesia, 81.
98
CCC 1324.
99
Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 15 (EV 24, 119).
46
Cristo en su ofrenda cruenta, perfecta al Padre y así mismo la Iglesia hace suyo la
misión de la Madre, que está unida perennemente al sacrificio de su Hijo.
La llena de gracia, ha hecho suya esta dimensión sacrificial. Así, como a través
del pan y el vino, se hace posible la presencia de Cristo, en el Calvario. También
María, ha estado asociada a este evento, con su consentimiento en su ser maternal;
a este nuevo misterio de la vida de su Hijo. De nuevo, será ella a recibir por
primera vez la oferta hecha al Padre, cuando Jesús es bajado de la Cruz. Con esta
perfecta unión personal de María, al sacrificio único de su Hijo. María ofrece a la
100
S. DE FIORES, Nuovo dizionario di Mariologia, 532.
101
Cfr. AMATO, María e la Trinità, 114.
102
Cfr. AMATO, María e la Trinità,115.
47
Iglesia, aquello que la misma Iglesia, vivirá posteriormente, en el sacramento de
la Eucaristía, que la comunidad celebrará.
“Desde la Anunciación hasta la Cruz, María es aquélla que acoge la Palabra que se
hizo carne en ella y que enmudece en el silencio de la muerte. Finalmente, ella es
quien recibe en sus brazos el cuerpo entregado, ya exánime, de Aquél que de verdad
ha amado a los suyos «hasta el extremo» (Jn 13,1).”103
Por consecuente, la Madre del Altísimo, posee una presencia y un rol decisivo,
tanto en la Encarnación, como en la economía sacramentaria de la Iglesia. Ella, se
convierte por su acto de fe, en el primer miembro de una nueva generación, de la
comunidad eclesial que se nutre del cuerpo y de la sangre del Señor.
“La Virgen, siempre a la escucha, vive en plena sintonía con la voluntad divina;
conserva en su corazón las palabras que le vienen de Dios y, formando con ellas
como un mosaico, aprende a comprenderlas más a fondo (cf. Lc 2,19.51). María es
la gran creyente que, llena de confianza, se pone en las manos de Dios,
abandonándose a su voluntad. Este misterio se intensifica hasta a llegar a la total
implicación en la misión redentora de Jesús” 104.
En base a este punto, se puede asumir que María sigue siendo el arquetipo de la
Iglesia, pues aún en esta dimensión sacramental, la Virgen-Madre, sigue siendo el
espejo de perfección para todo creyente. Ella, en su maternidad virginal, muestra a la
103
Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 33 (EV 24, 119)
104
Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 33 (EV 24, 119)
48
Iglesia el verdadero sendero de la vida sacramental. Paralelamente, la función
maternal de María y de la Iglesia, confluyen en la Eucaristía. El suceso de este
encuentro es Cristo mismo, que con su existencia une la realidad de la maternidad de
María, con la realidad maternal de la Iglesia.
Por ello, la maternidad de María posee una total correspondencia con la maternidad
espiritual de la Iglesia. En este ámbito, se verifica, que aquello que es aplicado a la
Virgen-Madre, es aplicado a la Iglesia. Pues como se había dicho, ella es el reflejo
perfecto de la Iglesia.
La iglesia por sí misma, desde su época primitiva, no celebra nunca la Eucaristía, sin
invocar la intercesión de la Beata Virgen María. De la misma forma como sucedió en
Cana, por intercesión de María se consigue la gracia de su Hijo. Así mismo en favor
de toda la Iglesia, ella le pide al Hijo, que haga posible tan magnifico milagro del
amor del Padre.
“Por esto, cada vez que en la Liturgia eucarística nos acercamos al Cuerpo y Sangre
de Cristo, nos dirigimos también a Ella que, adhiriéndose plenamente al sacrificio de
Cristo, lo ha acogido para toda la Iglesia. Los Padres sinodales han afirmado que
«“María inaugura la participación de la Iglesia en el sacrificio del Redentor». Ella es
105
A. AMATO, María e la Trinità, 115.
106
Cfr. J. ESQUERDA, Espiritualidad Mariana, María en el corazón de la Iglesia, 80.
49
la Inmaculada que acoge incondicionalmente el don de Dios y, de esa manera, se
asocia a la obra de la salvación. María de Nazaret, icono de la Iglesia naciente, es el
modelo de cómo cada uno de nosotros está llamado a recibir el don que Jesús hace
de sí mismo en la Eucaristía”107.
107
Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 33 (EV 24, 119)
50
CAPITULO III.
“La Iglesia sabe y enseña que «todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre
los hombres ... dimana del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos
de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma
saca todo su poder. Y, lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo,
la fomenta». Este saludable influjo está mantenido por el Espíritu Santo, quien, igual
que cubrió con su sombra a la Virgen María comenzando en ella la maternidad divina,
mantiene así continuamente su solicitud hacia los hermanos de su Hijo.”108
108
RM 38.
109
MD 3.
51
Bajo este segundo ángulo, de la relación con la Iglesia, es que podemos ingresar a
otro nivel de encuentro con María. Tal encuentro se da, en la respuesta que los
hombres redimidos, dirigen hacia la Madre del Altísimo:
Respuesta, que debe llevar al fiel cristiano, a entrar en una relación con la Madre de
Dios. Que definitivamente, surge de esta presencia de María, en la historia de la
salvación, y que se extiende a nuestros días, como modelo y protectora de la Iglesia.
110
LG 54.
111
MC, Introducción, 6.
52
3.1 Principios generales sobre el culto católico.
Prosiguiendo nuestro camino, es vital partir, del concepto propio del culto, ya que,
desde ahí, nos permite visualizar el campo, que deseamos llegar a comprender,
cuando nos referimos al ya citado culto mariano. Ahora bien, al definir la palabra
culto podemos decir:
“La palabra culto en su significado genérico, indica el honor dirigido a una persona
a causa de su excelencia. En el ámbito religioso se trata de la reverencia expresada
frente a Dios y a las criaturas unidas a él.”112
De esta forma, el concepto de culto, refiere un honor, que se dirige a una persona
concreta, por los hechos sobresalientes de su existencia, reconociéndole un grado de
una dignidad especial. Adentrándonos al ángulo religioso, nos encontramos con dos
vertientes respecto al culto. Por una parte, aquella expresión de reverencia que se hace
a Dios, y por otra el honor a algunas criaturas que están unidas a su Creador.
112
M. HAUKE, Introducción a la mariología, 282.
113
CCC 2086.
53
“La adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es
reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que
existe, como Amor infinito y misericordioso… Adorar a Dios es reconocer, con
respeto y sumisión absolutos, la “nada de la criatura”, que sólo existe por Dios.
Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el
Magníficat, confesando con gratitud que Él ha hecho grandes cosas y que su nombre
es santo (cf. Lc 1, 46-49).”114
Es claro precisar que se trata de un acto de voluntad que el hombre realiza solamente
ante su Creador, lo que el mismo Evangelio nos recordará: “está escrito: al Señor tu
Dios, adorarás y a él solo darás culto” (Lc4, 8)
De diferente manera, la Iglesia habla del honor dirigido a los santos, que, en su caso,
no se opone ni menoscaba, lo que ya hemos referido al culto de latría dirigido a Dios.
Ni mucho menos, contradice lo que la Escritura estipula, referente a este argumento.
En efecto, cuando se habla de la veneración o el culto de dulía, a los santos, este culto
no termina en ellos, sino que el punto de llegada siempre es Dios mismo. En otras
palabras, cuando se hace un culto a los santos, lo que se venera en ellos, es la
presencia de Dios en sus vidas, es decir la gracia de Dios presente en ellos.
“Veneramos la memoria de los santos del cielo por su ejemplaridad, pero más aún
con el fin de que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vigorice por el ejercicio
de la caridad fraterna (cf. Ef 4, 1-6). Todo genuino testimonio de amor que
ofrezcamos a los bienaventurados se dirige, por su propia naturaleza, a Cristo y
termina en El, que es «la corona de todos los santos» y por Él va a Dios, que es
admirable en sus santos y en ellos es glorificado.”115
114
CCC 2096-2097.
115
LG 50(EV 1, 422).
54
Dejando esto en claro, respecto al culto a los santos, es que podemos entender, que la
motivación de éste, se encuentra en su unión con Dios, que hace posible dicha
expresión de la fe de la Iglesia.
“María, ensalzada, por gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los
ángeles y de todos los hombres, por ser Madre santísima de Dios, que tomó parte en
los misterios de Cristo, es justamente honrada por la Iglesia con un culto especial. Y,
ciertamente, desde los tiempos más antiguos, la Santísima Virgen es venerada con el
título de «Madre de Dios», a cuyo amparo los fieles suplicantes se acogen en todos
sus peligros y necesidades.”116
“En efecto, por íntima necesidad, la Iglesia refleja en la praxis cultual el plan redentor
de Dios, debido a lo cual corresponde un culto singular al puesto también singular
que María ocupa dentro de él; asimismo todo desarrollo auténtico del culto cristiano
116
LG 66 (EV 1, 442).
117
Cfr. M. HAUKE, Introducción a la mariología, 282.
55
redunda necesariamente en un correcto incremento de la veneración a la Madre del
Señor.”118
Dicho de otra manera, este culto especial a María, surge naturalmente de la fe, al
reconocer el vínculo esencial y vital que existe y une a la Madre con la Trinidad.
118
MC, Introducción, 4-5.
119
A. STRADA, María y nosotros, 225.
120
MC 56 (EV5, 89).
56
ya que “la lex orandi de ésta, es eminentemente mariana a partir de la lex crendendi que
tiende hacia la lex vivendi,” dicho de otra forma “María es la garantía de autenticidad en
el creer, orar y vivir” 121. Cabe señalar, que cuando nos referimos al culto de la Virgen,
no se busca divinizar la figura de María. Ya que el mismo culto mariano, no celebra
en primer lugar la figura de la Madre, sino que celebra el plan redentor de Dios. Sin
embargo, al reconocer en ella, el puesto indiscutible e inminente que ocupa en la
historia de la redención, a su vez se reconoce el valioso lugar que ocupa para la
Iglesia, y por consiguiente en los actos cultuales122. Posteriormente tendremos
oportunidad de ahondar sobre este aspecto.
a) Argumento teológico.
Para comenzar, nos centraremos en el ángulo teológico, partiendo de la convicción
que el culto mariano, no es un elemento marginal de la espiritualidad eclesial, que
por consiguiente pueda ser reducido, a un fenómeno popular, que se debe tolerar, sino
como la misma Encíclica describe: “El culto a la Virgen tiene raíces profundas en la
Palabra revelada y sólidos fundamentos dogmáticos”124. Claro es, que uno de los
fundamentos que hace legitimo el culto mariano, se encuentra en la misma fe, que
nos ha enseñado que María, por ser quien es, ocupa un lugar excepcional en la historia
de la salvación. Ya que, como Madre del Altísimo, ha formado parte al misterio del
121
J. ESQUERDA, Espiritualidad Mariana, María en el corazón de la Iglesia, 145.
122
Cfr. M. PONCE, María: Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, 503.
123
Cfr. A. VÍTORES, Dispensa di Mariologia, Gerusalemme, 2017, 101.
124
MC 56.
57
Salvador, recibiendo un valor incomparable, y, por lo tanto, debe ser reconocida como
tal, por cada miembro del Cuerpo de Cristo.
La raíz de este fundamento teológico, respecto al culto mariano, no podría ser otro,
sino el que, de ella, ha nacido nuestra salvación, de ella la Palabra se hizo carne y
vino a habitar entre nosotros. De nuevo, está presente la relación inseparable de la
Madre con su Hijo. Ahora sin duda, que la medida o la calidad de la expresión cultual,
diferirán por las diversas expresiones que existen en la Iglesia, sin embargo, ningún
cristiano podría quedar exento de la veneración a la Madre, de la cual nos ha llegado
la redención.
b) Argumento histórico.
El mismo Concilio, remarca que el culto a María, ha sido un fenómeno, que ha estado
presente en la propia historia de la Iglesia. Confirmando a su vez, que la veneración
a la siempre Virgen, no es un hecho del presente, más bien, una constante de la vida
de la Iglesia, y que, por lo tanto, no puede ser descartada.
125
A. STRADA, María y nosotros, 227.
126
Cfr. M. HAUKE, Introducción a la mariología, 283.
58
Queda de manifiesto, que en la medida que la persona de María fue reconocida y fue
objeto de estudio, de contemplación y de oración. En esa medida María ha obtenido
la importancia que merece, por ser la Madre de Hijo de Dios. Esta toma de conciencia
de la realidad mariana, está sustentada en el propio reconocimiento, de la función
realizada por María en el Misterio de Cristo.127
c) Argumento bíblico.
Desde el ámbito bíblico, la Exhortación Apostólica “Marialis Cultus”, pone de
manifiesto, algunas citaciones del Nuevo Testamento, que ponen de evidencia el
sustento del culto y la devoción a la Virgen-Madre.
El segundo pasaje bíblico, respecto al culto mariano, nos sitúa ahora, en el pasaje ya
conocido de la visitación, SS. Pablo VI referirá, que será Isabel la prefiguración que
anticipa la futura veneración de la Iglesia a María: “Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu vientre...Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho
el Señor se cumplirá” (Lc 1,42-45). Dicho de otra forma, la afirmación hecha por
Isabel, es la primera aclamación de los hombres, ante la santidad de la Madre de
Jesús. Alusiva aclamación, condensa toda la existencia de María, que se dona, que se
entrega y que fielmente, responde a la voluntad del Padre, con su constante fíat, que
será testimonio de su fidelidad.128
Por último, el canto del Magníficat que es la primera manifestación del culto a la
Virgen, por parte de la Iglesia primitiva, poniendo en los labios de la Bienaventurada:
127
Cfr. E. MALNATI, Maria nella fede della Chiesa, PIEMME, Casale Monferrato,2001, p.139.
128
Cfr. M. PONCE, María: Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, 505.
59
“desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1, 48b). Este
testimonio profético, colocado en la boca de María, deja en claro la acción del culto
mariano, porque a través de este canto, se reconoce la intervención de la mano del
Altísimo, para hacer de María la sierva del Señor.
Teniendo en cuenta las premisas anteriores, sobre el fundamento del culto mariano,
podemos dar paso, a comprender como la figura misma de María, se convierte en el
modelo perfecto para la Iglesia y las razones de la expresión de este culto, que tiene
como fin, Dios mismo. SS. Pablo VI, lo expresará en su Exhortación Apostólica:
“El culto que la Iglesia universal rinde hoy a la Santísima Virgen es una derivación,
una prolongación y un incremento incesante del culto que la Iglesia de todos los
tiempos le han tributado con escrupuloso estudio de la verdad y como siempre
prudente nobleza de formas. De la tradición perenne, viva por la presencia
ininterrumpida del Espíritu y por la escucha continuada de la Palabra, la Iglesia de
nuestro tiempo saca motivaciones, argumentos y estímulo para el culto que rinde a la
bienaventurada Virgen. Y de esta viva tradición es expresión altísima y prueba
fehaciente la liturgia, que recibe del Magisterio garantía y fuerza.”129
La razón que sostiene, el considerar a María, como el modelo cultual para la Iglesia
no podría ser otro sino su propia existencia. Que comprueban, la experiencia de fe,
de caridad, de entrega que solo ella, ha sido capaz de cumplir, en la misión que Dios
le ha confiado, como Madre del Hijo del Altísimo. Dejando en cada cristiano, la
llamada, a reproducir con la propia existencia, el culto a su Creador. Para así, rendir
el honor más perfecto a Dios.
“La ejemplaridad de la Santísima Virgen en este campo dimana del hecho que ella
es reconocida como modelo extraordinario de la Iglesia en el orden de la fe, de la
caridad y de la perfecta unión con Cristo esto es, de aquella disposición interior con
129
MC 15.
60
que la Iglesia, Esposa amadísima, estrechamente asociada a su Señor, lo invoca y por
su medio rinde culto al Padre Eterno.”130
Dicha ejemplaridad, emana del don extraordinario, de ser la Madre del Hijo de Dios,
y por consecuente, ser la hija predilecta del Padre y por supuesto ser la morada
privilegiada del Espíritu Santo. En esta relación Trinitaria constante, en la vida de
María, Ella se convierte en maestra experta del culto. Porque con su vida, la
Bienaventurada, honora, dando alabanza a aquel que es el Creador.
Detallando esta realidad, de María como modelo cultual de la Iglesia, interesante será
la propuesta, que la exhortación “Marialis Cultus”, refiere sobre este argumento.
Pues establece, algunas características particulares, de la llena de gracia, que dejan
en claro, las razones de dicha expresión para la Iglesia.
"la bienaventurada Virgen María concibió creyendo al (Jesús) que dio a luz
creyendo"; en efecto, cuando recibió del Ángel la respuesta a su duda. Ella, llena de
fe, y concibiendo a Cristo en su mente antes que en su seno", dijo: "he aquí la esclava
del Señor, hágase en mí según tu palabra"; fe, que fue para ella causa de
bienaventuranza y seguridad en el cumplimiento de la palabra del Señor" fe, con la
que Ella, protagonista y testigo singular de la Encarnación, volvía sobre los
130
MC16.
61
acontecimientos de la infancia de Cristo, confrontándolos entre sí en lo hondo de su
corazón (Cf. Lc 2, 19. 51). 131
Esta es la virtud, que la misma Iglesia, está invitada a imitar, en su expresión cultual;
que se vive en la liturgia, que es llevada a cabo por los miembros del cuerpo de Cristo:
escuchando, acogiendo, proclamando y venerando la Palabra de Dios.
Sin duda, no podríamos olvidar el texto de los Hechos de los Apóstoles, que corrobora
a la Madre Orante. Porque en el Cenáculo, María ora con la comunidad primitiva.
Ella, está en el centro, donde se implora la venida del Espíritu Santo. Justamente, no
obstante que la Virgen, no ha recibido la misión explicita de anunciar el Evangelio,
los Apóstoles encuentran en su persona una testigo especial del Misterio de Cristo.133
131
MC 17
132
Cfr. MC 18.
133
Cfr. A. VÍTORES, La virgen María en Jerusalén, 124.
62
presentando a la Palabra encarnada, en un acto de oblación en el Templo. Hecho, que
no sólo se expresaba, el simple cumplimiento de la ley, sino una misma referencia
profética a la pasión de Cristo. El mismo San Bernardo, en una oración, contempla
esta actitud oferente de la Virgen "Ofrece tu Hijo, Virgen sagrada, y presenta al Señor el
fruto bendito de tu vientre. Ofrece por la reconciliación de todos nosotros la víctima santa,
agradable a Dios"134Sin duda, esta ofrenda hecha al Padre, llega a su culmen en el
mismo Calvario, donde María estuvo junto a la cruz. Asociándose con ánimo
materno, al único sacrificio del Hijo. Evento, que la misma Iglesia hace memorial, en
la celebración Eucarística, en el cual, imita la caridad ardiente y la fe inquebrantable
de la Virgen.
Podemos observarlo, durante el transcurso de cada año litúrgico que la Iglesia celebra,
donde claramente, se manifiesta también, la conmemoración de la participación de la
Beata Virgen al misterio de Cristo. La vida litúrgica de la Iglesia, celebra el culto a
la Madre de Dios, porque está estrictamente ligado a aquel culto realizado al Hijo.
134
MC 20.
135
LG 67 (EV1, 443).
136
Cfr. A VÍTORES, Dispensa di Mariología, 102.
63
constante, pues está presente en la vida litúrgica de la Iglesia. Esto mismo, lo
podemos corroborar en cada Eucaristía, que celebra la comunidad eclesial:
“Por esto, cada vez que en la Liturgia eucarística nos acercamos al Cuerpo y Sangre
de Cristo, nos dirigimos también a Ella que, adhiriéndose plenamente al sacrificio de
Cristo, lo ha acogido para toda la Iglesia…. «María inaugura la participación de la
Iglesia en el sacrificio del Redentor». Ella es la Inmaculada que acoge
incondicionalmente el don de Dios y, de esa manera, se asocia a la obra de la
salvación. María de Nazaret, icono de la Iglesia naciente, es el modelo de cómo cada
uno de nosotros está llamado a recibir el don que Jesús hace de sí mismo en la
Eucaristía.”137
137
Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 33 (EV 24, 44).
138
A. VÍTORES, La Virgen María en Jerusalén, 115.
64
tiene su origen y eficacia, en Cristo halla plena expresión y por medio de Cristo
conduce en el Espíritu al Padre.”139
Esta premisa, nos deja comprender, que el culto a María, es parte del único culto
cristiano; por lo tanto, su fundamento es la Trinidad, porque solo a él tiende. Por ello
es, que la Iglesia insiste en no perder de vista la dimensión trinitaria del culto mariano.
Ahora bien, es de precisar la naturaleza de este culto, para dejar en claro que el culto
mariano, jamás puede sustituir la adoración debida, solamente a Dios. Esto se basa,
en los propios principios, que ya hemos referido sobre el culto religioso. Es decir que
el culto debido a Dios es la adoración, mientras que en el caso del culto a María se
habla de la hiperdulía o la veneración especialísima.
“Este culto [...] aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de
adoración que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo,
pero lo favorece muy poderosamente" (LG 66); encuentra su expresión en las fiestas
litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios (cf. SC 103) y en la oración mariana, como
el Santo Rosario, "síntesis de todo el Evangelio" (MC 42).”140
Desde esta perspectiva, se declara, que el culto mariano, no contradice el culto que
se realiza a Dios, sino que lo favorece poderosamente. Por el mismo hecho, que
cuando se honorifica la persona de María, esta veneración directamente, reconoce en
la persona de María, la presencia del Altísimo, que ha obrado en favor de la hija
predilecta, para que llegará a nosotros la redención.
139
MC, Introducción, 3.
140
CCC 971.
65
“La Iglesia sabe y enseña que «todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre
los hombres ... dimana del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos
de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma
saca todo su poder. Y, lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo,
la fomenta». Este saludable influjo está mantenido por el Espíritu Santo, quien, igual
que cubrió con su sombra a la Virgen María comenzando en ella la maternidad divina,
mantiene así continuamente su solicitud hacia los hermanos de su Hijo.”141
“La Virgen Santísima es el medio del cual se sirvió el Señor para venir a nosotros.
Es también el medio del cual debemos servirnos para ir a Él. Pues María no es como
las demás creaturas, que, si nos apegamos a ellas, pueden separarnos de Dios en lugar
de acercarnos a Él. La tendencia más fuerte de María es la de unirnos a Jesucristo, su
Hijo, y la más viva tendencia del Hijo es que vayamos a Él por medio de su santísima
Madre. Obrar así es honrarlo y agradarle, como sería honrar y agradar a un rey el
hacerse esclavo de la reina para ser mejores súbditos y esclavos del soberano. Por
esto, los Santos Padres y luego San Buenaventura dicen que la Santísima Virgen es
el camino para llegar a Nuestro Señor.”142
Evidente es, la relación indisoluble entre Dios Uno y Trino; y la veneración a María,
pues en la medida, que se reconoce en la Madre, la misión que lleva a cabo, esa misma
confesión nos vincula al reconocimiento de los designios del Altísimo. En otras
141
RM 38.
142
L. GRIGNION DE MONTFORT, Trattato della vera devozione a Maria, SHALOM, Camerata
picena, 1997, p 81.
66
palabras, “María es el lugar en donde el proyecto del Padre, el envió del Espíritu Santo y
la misión del Hijo se actualizan.”143
Sin embargo, la misma historia nos ha enseñado, la necesidad de una renovación que
actualice y centre la misma devoción para los hombres de hoy. Sin duda, el pilar que
sustenta esta devoción, no puede ser otra, que el fundamento trinitario. Pues como
hemos dicho, el culto es, esencialmente un culto al Padre por Cristo en el Espíritu
Santo; y por consiguiente la veneración a María posee este mismo carácter.
143
A. VÍTORES, Peregrinar a Jerusalén, sueño de todo cristiano, 205.
67
Virgen, los meses dedicados a María, los santuarios marianos con los peregrinajes, la
imposición del escapulario, los ex votos, las confraternidades, etcétera.144
Visto desde este ángulo, la piedad mariana nos invita a la contemplación de la vida
de la Trinidad. Pues en la Madre, nosotros que seguimos en el camino de la vida de
fe, podemos reconocer el fin último, al cual toda la creación esta llamada, alabar al
Creador con nuestro vivir.
144
Cfr. A. VÍTORES, Dispensa di Mariología,112.
145
MC 25.
146
Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 33 (EV 24, 119).
68
3.3.3 Carácter Eclesial de la piedad hacia María.
El sentido propio de esta premisa, subraya que María establece el inicio concreto de
la Iglesia, y como miembro, ella posee una eminente y perfecta realidad que inunda
su propia vida, por su íntima santidad y comunión con Cristo.
147
S. DE FIORES, Maria presenza viva nel popolo di Dio, MONFORTANE, Roma,1980, p. 129.
69
CONCLUSIÓN.
Por ello, la travesía hecha, nos ha llevado a dirigirnos por tres estadios, siendo nuestra
primera parada, la relación existente entre la Trinidad y María. Fue vital establecer,
que el misterio de María, no puede ser interpretado, sin la presencia de la Trinidad.
Evidente fue, que el hecho central de esta relación, se encuentra en la Encarnación
del Hijo. Es ahí, donde se revela la vida íntima del Dios Uno y Trino, donde la siempre
Virgen se convierte en Madre. En pocas palabras, es el punto de convergencia entre
Dios y su creación, donde en la persona del Hijo, se une la divinidad y la humanidad;
que ha recibido un nacimiento temporal de una mujer.
El hecho de ser elegida, como la Madre del Hijo, habla de una vocación esencial para
la realización de la economía de la salvación. Donde el Padre de la Misericordia, ya
había predestinado a su hija, enriqueciéndola desde el primer momento de su
concepción, con la gracia de una santidad singular. María, como la nueva hija de Sión,
en nombre del pueblo escogido, acogió la promesa esperada por el Padre.
Otro elemento, que quedó subrayado sobre esta relación, fue que el Padre, no condujo
a María, como un instrumento pasivo de su divina voluntad. Más bien, ella en su
libertad absoluta, y con su obediencia, ha querido participar a la historia de la
salvación. Dicha respuesta la corroboramos en el famoso “fíat”, exclamado por la
Virgen. Afirmación, que involucraba un acto de fe, que supera la lógica humana, no
tratándose de un acto personal, sino de un acto corporativo, donde la Trinidad lo llevó
70
a su cumplimiento. Interesante fue encontrar, que, ante la intervención de lo alto, la
respuesta de la Madre, se convierte en la contestación que dio inicio al retorno de la
humanidad a su Creador. Hecho, que nos llevó a aquel canto del Magníficat, donde
María, elevó su voz al Padre, por los prodigios obrados en ella. Es el canto de la hija
que se ha encontrado con el Padre.
71
Por otra, será la acción del Espíritu, quien preparó, inundó y elevó la persona de
María, para contener al Incontenible.
Siguiendo esta línea, nos aproximamos a percibir en María, una vida según el
Espíritu. Aquélla, que sería el tabernáculo de Dios, debía ser concebida con el mayor
grado de santidad. De ahí, que fue necesario entrar, con algunas pinceladas en el
aspecto de la Inmaculada concepción, esta impecabilidad, es signo de que en María
esta suprimido cualquier rastro del pecado original en vista de los méritos de su Hijo.
La extensión de su maternidad divina, hacia cada cristiano, es una realidad que viene
contemplada desde el inicio de la Iglesia naciente. En el cual, nuevamente María, es
72
la primera testigo de este nuevo nacimiento. Conjuntamente, la Bienaventurada es
reconocida, como el arquetipo de la Iglesia, por su ser de Virgen-Madre. En ella, la
Iglesia se ve prefigurada, hallando la realización plena, de lo que es su ser de Iglesia.
Por consecuente, la Iglesia encuentra, su signo de esperanza cierta y consuelo, en la
siempre Virgen, que goza de la meta de la glorificación. A la cual, todo cristiano está
llamado a vivir. Por lo tanto, ulteriormente fue preciso establecer el lugar que María
ocupa en la Iglesia. Puntualizando con ello que María forma parte de esta misma
Iglesia. Sin embargo, ocupa un lugar eminentísimo en el cuerpo de la Iglesia.
73
María, como un molde que debe copiarse desde fuera. Más bien, en una realidad que
implica reproducir, en la propia vida, la actitud de Aquélla, que nos precede como
miembro de la Iglesia. Produciendo con ello, en nuestra propia existencia, el poder
responder con la misma libertad y obediencia, a la obra de la redención, a la cual.
también somos llamados.
Como estadio final, nos hemos detenido a examinar una realidad concreta del
encuentro perpetrada por el culto mariano. El eje que movió este último capítulo, se
centró en el carácter trinitario del culto mariano. Dejándonos en claro que este culto,
no se lleva a cabo en la Iglesia, con la intención de sustituir la adoración debida a
Dios Uno y Trino; ni mucho menos para divinizar la persona de María, oscureciendo
la persona de Cristo. Más bien, el culto mariano punta definitivamente al
reconocimiento de Dios en la vida de la Virgen. Dicho de otra manera, la vivencia
del culto mariano, se concreta como la vivencia, que lleva como línea fundamental,
conocer y profundizar el Misterio de Cristo, que nace de María y al cual, es asociada
a la obra de la redención.
Por consiguiente, el culto a la Madre, conlleva el reproducir en nuestra vida todas sus
virtudes. Especialmente su fidelidad a la Palabra, la obediencia a la voluntad de Dios
y a la acción del Espíritu Santo. De ahí, que podemos invocarla en el contexto mismo
de la comunión de los santos, y a su vez celebrarla, en la conmemoración del misterio
de Cristo. Por eso, cuando se ha hablado de este culto mariano, implícitamente ha
evocado siempre una dimensión salvífica, trinitaria, cristológica, pneumatológica,
eclesiológica.
74
cumplimiento de la promesa del Padre, que en su infinito amor ha designado la
Encarnación de su Hijo. A su vez, es testigo de la acción del Hijo, que, encarnado por
amor, ha completado el precio de nuestra salvación. Y es testigo de la acción del
Espíritu Santo que continúa haciéndose presente a través de su Iglesia.
Desde esta lectura, es claro, que toda su existencia, no intenta opacar el lugar
correspondiente a Dios. Sino que indudablemente y constantemente, la vida de la
Bienaventurada, continua a repetir para todos los miembros de la Iglesia, aquella
expresión dicha en el Evangelio: “Hagan lo que Él les diga”.
75
BIBLIOGRAFÍA.
76
ÍNDICE
PREFACIO………………………………………………………………..………2
SIGLAS……………………………………………………………………………3
INTRODUCCIÓN………………………………………………………………..4
CAPÍTULO I.
LA TRINIDAD Y MARÍA……………………………………………………….6
CAPITULO II.
77
2.2 María, miembro eminente de la Iglesia……………………………………38
2.2.1 La Madre de Dios, al centro de la Iglesia en camino…………….…….....40
2.2.2 María la creyente…………………………………………………………………42
2.2.3 María, la personificación de la Iglesia……………………..….………….43
CAPITULO III.
CARÁCTER TRINITIARIO DEL CULTO MARIANO……………………..51
CONCLUSIÓN…………………………………………………………………..70
BIBLIOGRAFÍA……………………………………………………………...76
ÍNDICE…………………………………………………………………………...77
78
79