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Carisma

Laura Parker

Carisma (1996)
Título Original: Charisma (1995)
Antología Historias de amor en Verano 1996
Editorial: Harlequín Ibérica
Sello / Colección: Internacional 127
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Nick Bauer y Eva James

Argumento:
Ella era una mujer enamorada; el un atractivo viudo que vivía del
recuerdo. Y en una carretera calurosa y polvorienta a las montañas, ella se
decidió a poner todos sus encantos en marcha.
Laura Parker – Carisma – Antología Historias de amor en verano 96

Capítulo Uno
¡Al fin viernes!
El aire crujía de energía desbordada cuando una avalancha de analistas
financieros, secretarias, y personal en general salieron de las oficinas en el corazón de
Manhattan. Los rayos del sol veraniego inspiraban sueños de un largo y tranquilo fin
de semana en alguna costa de New Jersey, Long Island o Connecticut.
Un hombre destacaba entre la multitud que se marchaba a casa bajo el calor de
la tarde de últimos de junio. No era sólo por su traje elegante que mostraba un físico
formado a base de disciplina. Tampoco era su llamativo pelo prematuramente
plateado. Era la forma en que emanaba autoridad. Era un hombre muy exigente,
difícil de complacer que pensaba que sólo había un modo de hacer las cosas; el suyo.
Algunos admiraban y otros envidiaban su aspecto frío e imperturbable. Todo el
mundo sabía quién era. Era Nick Bauer. Bauer, que representaba los intereses
financieros de tres de las mayores corporaciones de la ciudad, podía, con un gesto de
cabeza, asegurar un nuevo parque, o garantizar la viabilidad financiera de una
campaña política. Lo que no lograba con su encanto engatusando a aliados y
oponentes, lo conseguía con una combinación de ingenio agudo e impresionante
inteligencia. En su cara lo llamaban duro, brillante, un genio de los negocios. A sus
espaldas lo llamaban «Él Hombre de Hielo».
Las dos largas arrugas en su ancha frente reflejaban su humor esa tarde en
particular. Una arruga significaba que estaba pensando. Dos significaban que no eran
pensamientos agradables. Cuando Nick Bauer no estaba contento, normalmente
había docenas de personas en su camino que se comían nerviosas las uñas.
Al llegar a la acera, su chófer se adelantó para abrirle la puerta de la limusina.
—Buenas tardes, señor Bauer.
—Hola, James —dijo relajándose, cosa que siempre le sucedía al ver a James—.
¿Qué tenemos esta noche?
—Un cóctel para los patrocinadores del nuevo espectáculo en Guggenheim.
Cena en la Tavern on the Green con las señorita Ralston. Luego, copas con los Evans
en Essex House.
Nick entró y se sentó en el sillón de cuero.
—¿Quiénes son esos?
—Los Evans de Menphis.
—Bien —Nick esperó paciente hasta que James se puso tras el volante—. Coge
el camino largo y lento hacia la parte residencial. Necesito un poco de paz. Y luego
voy a necesitar los documentos del proyecto Dillinger para los Evans. ¿No los
tendrás dentro de tu chistera por casualidad?
James sonrió al retrovisor.

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—Hablé con la señorita Roberts. Ella se los enviará por fax antes de que
lleguemos la reunión. Tiene un té helado de banana y mango esperándole y una
toalla caliente en el calentador.
—Siempre tan eficiente, James.
Nick se quitó las gafas oscuras y cogió el vaso del frío líquido. Durante años usó
bebidas fuertes para aliviar la tensión de sus días duros y prepararse para las veladas
igual de exigentes. Desde que James empezó a trabajar para él, Se encontró con que le
ofrecía algún té herbal cuando entraba en la limusina. Al principio gruñó por la
sugerencia, hasta que averiguó que una toalla caliente puesta unos minutos sobre la
cara hacía maravillas. El masajeador de pies portátil que James introdujo más tarde,
era igual de efectivo.
Tras dar un sorbo de té refrescante, Nick cerró los ojos y se puso la toalla cálida
y aromática en la cara. Para una persona de su posición, los momentos de relax eran
muy pocos, y James sabía cómo hacerlos inapreciables.
—¿Señor?
—¿Hmm?
—Quería decirle lo mucho que he disfrutado trabajando para usted.
Nick frunció el ceño. Esas palabras no eran un buen comienzo para una
conversación. Levantó una esquina de la toalla.
—¿A qué te refieres exactamente?
Unos sonrientes ojos castaños lo miraron desde el retrovisor.
—Hoy es mi último día.
—¡Ni hablar!
Nick apartó la toalla y se echó hacia delante. El día anterior miró su agenda y
vio que aún tenía dos semanas para planear su estrategia y conseguir que James se
quedara con él.
—Nadie me ha dicho nada.
—Señor Bauer —replicó paciente James—, hace dos semanas usted dijo que era
una buena idea que me tomara unas vacaciones.
Nick frunció el ceño.
—Por supuesto. Eso siempre ha estado claro. Quieres tiempo libre y lo tienes.
Te tomaste un mes en enero para estudiar unas oposiciones.
—Sí, y gracias a usted, las aprobé.
—No necesitas agradecerme nada.
Él también le ayudó a conseguir el trabajo que se iba a llevar a James. Pero
cuando escribió las recomendaciones, pensó que perder a su chófer era un proyecto
demasiado lejano para preocuparse.
—Pero esto es un cambio de planes, James.

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—Nadie espera que un hombre de su posición se preocupe con problemas


menores de su personal, señor Bauer. Pero si quiero tomarme un descanso antes de
empezar con mi nuevo trabajo, debo hacerlo ahora.
Nick se apoyó en el respaldo y empezó a juguetear con el botón de la ventanilla.
—No me gusta esto. Será imposible reemplazarte.
—Lo dudo, señor. La señorita Roberts ya se ha ocupado de todo. Apenas notará
que me he parchado.
Nick sonrió, un gesto poco común en él que suavizó las líneas duras de su
rostro elegante.
—¿Será mi nuevo chófer tan bonita como tú?
—No podría decirlo, señor. ¿Desea otra conductora?
Conductora… Si sólo fuera eso él no se sentiría como si fuera a ser abandonado.
No debía suceder así. El había pasado seis años aprendiendo a vivir con las
emociones congeladas. Pero la verdad era que no imaginaba la vida sin la mujer
evasiva que ocupaba el asiento delantero.
—Voy a echarte de menos, James.
—Y yo a usted, señor. Ha sido un buen jefe.
—¿Es eso todo?
Él la sintió vacilar deliberadamente al frenar para girar a la derecha, metiendo
la limusina en un atasco. Sabía que ella estaba decidiendo cómo ocuparse de la
situación. James era la mejor evitando sutilmente un tema que no quisiera discutir.
Entonces volvió a mirarlo por el retrovisor con gesto de pregunta.
—Disculpe, señor. ¿Decía algo?
Nick se rió, pero no fue un sonido agradable.
—Siempre discreta, James. ¿Insistirás hasta el último momento en que nos
tratemos con tanta formalidad? —preguntó viendo su expresión divertida en el
espejo.
—Me llamo Eva, señor.
—Sí, lo sé.
¡Como si tuviera que recordárselo!
Durante meses, visiones de Eva James le habían acompañado en las
interminables noches. Durante la semana veía su nuca y los suaves rizos cobrizos
saliendo bajo su gorra, escuchaba su voz algo ronca y relajante y trataba de
imaginarse cómo sería tocar su piel de melocotón, mordisquear su cuello o su oreja.
Los deliciosos sueños le sacaban de su mundo agotador.
Pero si sólo se trataba de atracción sexual, en seguida se habría aburrido del
juego. Tenía como regla no tener ninguna relación personal con sus empleadas. Por
ésa y otras razones, nunca intentó nada. Bueno, si no se contaba el beso en
Nochevieja. Pero aquel día bebió mucho y ella pareció pensar que eso lo explicaba

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todo, aunque no fue cierto. Ese beso no consiguió reducir la atracción. Él la deseaba
entonces y seguía haciéndolo.
No, era más que puro deseo sexual. Durante casi un año, la sutil atracción había
estado moldeándose entre ellos poco a poco. Él lo sabía. Ella lo sabía también. Lo
único que lo detenía eran las reservas de Eva. Bajo la superficie de Eva James había
algo intrigante. Pero Nick sospechaba que ella saldría de su vida sin mirar atrás a
menos que él la detuviera.
—¿Realmente me echarás de menos, Eva?
—Por supuesto. Trabajar en un despacho abarrotado en Albany no será tan fácil
ni interesante como llevar la limusina de una de las personalidades de la ciudad.
—Me refiero a mí, Eva. ¿Me echarás de menos a mí!
—Claro, señor Bauer. Todo el mundo sabe que la mitad de las solteras de la
ciudad están enamoradas de usted. Casi todas quieren casarse con usted, y el resto
acostarse con usted.
—¿En qué mitad estás tu? —le preguntó con malicia.
Ella sonrió.
—¿Qué más da cuando todas estamos condenadas a la decepción?
Nick no respondió. Ella se refería a su reputación de hombre que atraía a las
mujeres a docenas pero que casi siempre dormía solo. Ella, por otro lado, le contó
que quería una relación con un futuro. Y la verdad era que cuando él salía con una
mujer y ella empezaba a insinuar algo similar, Nick huía. Pero tenía para ello buenas
y sólidas razones.
Seis años antes, su vida quedó destrozada cuando él se salvó milagrosamente
de un accidente de avión que acabó con las vidas de su esposa y su hijo de cuatro
años. Los efectos de aquella tragedia provocaron dos resultados; dejó de volar y su
paz mental que tanto le había costado conseguir estaba basada en la decisión de
congelar su vida sentimental. Tenía aventuras con mujeres. Eran breves, intensas e
insatisfactorias. Pero prefería eso a la otra alternativa. Con sus sentimientos
congelados, no podía ganar nada, pero tampoco tenía riesgo de sufrir.
Entonces Eva llegó a su vida con su calor tranquilo y genuino. Largas horas
viajando juntos a Boston y Chicago cimentaron su amistad. Lo supiera ella o no, poco
a poco se había abierto un camino en su caparazón. Despacio, sin quererlo, Nick
empezó a preguntarse si sería posible amar de nuevo.
Nick se hundió en el asiento. Esos eran pensamientos peligrosos, muy
peligrosos.
El fax empezó a funcionar en la consola a su lado. Unos momentos después
aparecieron los documentos de los Evans, como Eva le prometió.
En el asiento delantero, Eva se dijo que debía concentrarse en la hora de tráfico
de ese viernes por la tarde, pero no podía, ya que sólo pensaba en su pasajero. Él
había vuelto a ponerse la barrera de sus gafas oscuras y las líneas duras de su rostro
podrían estar hechas de hielo. Pero ella vio sus ojos antes, y reflejaron un miedo que

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aumentó esas arrugas verticales bajo sus mejillas que hacían que su boca pareciera
cruel a veces.
Ella había deseado a menudo suavizar esas arrugas con sus dedos, acariciar el
pelo plateado de sus sienes, relajar y calentar esa boca dura con sus besos.
Eva suspiró y sonrió. Sus pensamientos eran tan típicos que eran vergonzosos.
Pero ahí estaban. A pesar de sus buenas intenciones, se había enamorado de su jefe.
La primera vez que vio a Nick Bauer pensó en que era uno de esos hombres que
parecía demasiado estupendo para ser real. Estaba de pie mirando a los ventanales
que perfilaban su figura contra el horizonte de Manhattan. Cuando se dio la vuelta,
las gafas oscuras que llevaba brillaron con el sol. Tras esas gafas su rostro se veía
duro e impenetrable. Entonces se las quitó antes de estrecharle la mano para
saludarla. Esa mirada chocolate agridulce hizo que a Eva se le doblaran las rodillas.
No le extrañó que casi siempre llevara las gafas. Esos ojos inesperadamente
expresivos revelaban el alma de un hombre apasionado y reservado tras la dura
imagen pública.
Ella supo que no debía delatar sus sentimientos. Necesitaba un trabajo más de
lo que necesitaba un hombre, y además, el señor Bauer estaba decididamente fuera
de su alcance.
Al principio él se negó a tener una mujer como chófer. Dijo que tener una mujer
atractiva a su lado continuamente no le parecía políticamente correcto. Pero ella no
podía permitirse ser rechazada. Defendió su caso como la licenciada en leyes que era.
Le dijo que era tan capaz como un hombre y que necesitaba el sueldo para continuar
con sus estudios, y le pidió una oportunidad para demostrarle que podía hacerlo
bien. Y Nick se la dio.
Como su chófer, había aprendido cómo eran las mujeres en su vida. Todas eran
top models, personalidades sociales, ricas herederas y jóvenes empresarias, todas con
las ideas fijas en el éxito y el dinero. Ser vistas con Nick Bauer era importante. Pero él
rara vez se aprovechaba de las ofertas descaradas que le hacían.
Lo sorprendente era que su imagen no respondía la realidad. La gente pensaba
que Nick Bauer tenía todo lo que quería y cuando lo quería, Sólo veían el exterior del
hombre poderoso, sexy y carismático. No veían su soledad ni su tristeza. Sólo ella
había visto a veces su expresión triste sentado en la limusina.
Sumida en sus pensamientos, no se fijó en el semáforo rojo, y tuvo que dar un
frenazo brusco.
—Perdone señor.
—Busca una calle tranquila y para, Eva.
—Sí, señor —dijo sorprendida.
Tardó unos minutos en salir del tráfico y encontrar una calle pequeña
relativamente tranquila en Greenwich Village donde pudo parar en doble fila. Miró
por encima de su hombro.
—¿Algo más, señor?
—Sí. Ven.

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Ella lo hizo, saliendo y abriéndole la puerta, pero él solamente le hizo un gesto


con un dedo.
—Entra y cierra la puerta.
A menudo se habían sentado juntos a trabajar en el examen de Eva en el asiento
trasero, pero hacía mucho tiempo, y Eva se sintió incómoda al sentarse enfrente de él.
—¿Qué necesita, señor Bauer?
—Un rato en tu compañía.
De pronto ella se sintió vulnerable bajo su mirada. Nick abrió el frigorífico y
sacó la botella de champán que siempre estaba fría.
—Podríamos brindar por tu último día —la miró con calor—. Somos amigos,
¿no?
—Claro —dijo esperando que su sonrisa no fuera demasiado boba.
Era absurdo que tuviera el pulso acelerado y que le temblaran los labios.
Intentó pensar de forma práctica mientras él abría la botella. Se dijo que no
debía ver nada personal en sus acciones. Sólo estaba siendo amable.
Lo vio servir dos copas de cristal. Cuando terminó miró su reloj, que costaba
más que el coche de segunda mano de Eva. Y luego la miró de nuevo a ella.
—Tenemos unos minutos antes de marcharnos, pero hay algo que quiero
decirte…
Cogió las dos copas, le dio una a Eva y brindó.
—Por el futuro, Eva.
—Gracias, señor.
—No quiero perderte, Eva.
Ella levantó la mirada de su copa a su cara. Había algo nuevo en esos ojos
expresivos, algo más que el calor, algo más rico que el humor y más letal que el
encanto. Vio en esas profundidades oscuras el calor del deseo.
—¿Qué puedo hacer para que te quedes?
Algo la hizo vacilar. Eso era una locura. Le quedaban pocos días para
marcharse de la ciudad. Años antes, se lanzó sin pensar a una relación que terminó
en un matrimonio fracasado. Oh, pero él era tan tentador…
—¿Y bien, Eva?
—Por favor, señor Bauer. Terminemos nuestra relación del mismo modo
amistoso que hemos tenido todos estos años.
—¿Porqué?
—Porque —respondió con total sinceridad—, la alternativa es impensable.
—¿Lo es?
Nick puso la mano en su nuca al mismo tiempo que inclinaba la cabeza y la
besaba. No fue el beso más romántico que había recibido Eva, pero sí el más potente.

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Nick devoró su boca, chupando, besando, buscando su respuesta como si su vida


dependiera de ello. Ella no se atrevía a tocarlo, ni a empujarlo ni a abrazarlo. Sólo
registraba su voracidad y el calor del beso y la presión de sus dedos en la nuca. Él la
deseaba. Ella lo deseaba. Era perfecto.
—Ven a mi apartamento esta noche —dijo él sin aliento—. Averiguaremos si es
posible.
—Señor Bauer…
—Nick —le corrigió, y se inclinó para besarla de nuevo, pero ella se apartó
porque todo estaba sucediendo demasiado deprisa.
Y en cuanto lo hizo, supo que fue un movimiento equivocado. La luz
desapareció de esos ojos ricos y vivos y la boca recobró su gesto duro.
—¿Es ésa tu respuesta?
—Yo… sí… Necesitas un chófer, no una nueva amante.
Sonó muy tranquila y serena cuando en realidad apenas podía controlarse y
evitar saltar sobre él y besarlo.
Las arrugas aparecieron en su frente.
—Entiendo. Lo siento.
Pero no sonaba arrepentido. Sonaba furioso. Se apoyó contra el respaldo y
murmuró una vulgaridad cuando se derramó champán en el asiento. Se terminó la
copa de un trago y luego la miró. Esa vez su mirada fue helada.
—No sé en qué estaba pensando. Perdona, Eva.
—No pasa nada —Eva le dio su copa sin tocar—. No debo beber. Tengo que
conducir.
Antes de que él pudiera detenerla, Eva abrió la puerta y salió.
Todo el camino sintió los ojos de Nick en su cabeza. Casi se sorprendió de que
el pelo no le echara humo por lo intenso de su mirada. Pero Nick no habló.
Cuando ella paró al fin delante de Guggenheim, el silencio entre ellos era
siniestro.
Entonces, Nick se sentó en el asiento justo detrás y le tocó el hombro. Ella miró
hacia atrás y vio su cara a pocos centímetros. Su expresión era seria.
—Mira, te debo una disculpa.
—No hace falta —intentó sonreír, pero no lo consiguió del todo.
Nick estaba demasiado cerca, y su respiración le calentaba la mejilla.
—Bien —dijo él echándose hacia atrás de nuevo—. Volveré en veinte minutos
—dijo cuando ella salió a abrirle la puerta.
Eva no lo miró.
—De acuerdo, señor Bauer.

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Nick salió y se quitó las gafas. Un momento después ella sintió sus dedos en la
barbilla levantándole la cara.
—Me llamo Nick, Eva. Nick.
Dio media vuelta y se marchó con sus pasos enérgicos propios de un hombre de
la mitad de sus cuarenta años.
Eva respiró profundamente y enderezó los hombros. Intentó verlo todo con
filosofía. Estaba a punto de cambiar una gorra de chófer por un traje, el asiento
delantero de una limusina por un despacho con aire acondicionado. Había trabajado
mucho para conseguirlo. Pero antes de eso, tenía un billete para pasar diez días en
Cancún; sol, arena y exotismo. Era el descanso que necesitaba. A lo mejor al final
conseguiría no pasar las noches pensando en él. O a lo mejor un día se despertaría y
se daría cuenta de que había sido una tonta al darle la espalda a la oportunidad de
estar con él aunque sólo fuera una noche.

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Capítulo Dos
—¿Ha echado a los tres?
—Sí —explicó la señorita Roberts por teléfono—. Ninguno se ajustaba a sus
necesidades. Estamos desesperados, señorita James. El señor Bauer tiene que estar en
Carolina del Norte el fin de semana para una conferencia.
—Y quiere que le lleve yo.
Eva puso los ojos en blanco a su compañera de habitación Ayn, que escuchaba
descaradamente. Ayn negó con la cabeza.
—Por supuesto sería generosamente recompensada.
Eva miró la pulsera de plata en su muñeca con una piedra multicolor. Incluso al
barato precio mexicano, era un extra que no había calculado en los gastos de sus
vacaciones.
—¿Cómo de generosa? —abrió mucho los ojos al oír la cantidad—. Realmente
deben estar desesperados.
—Lo estamos. También sabemos que la esperan en Albany el lunes. La
enviaremos en avión allí directamente desde Carolina del Norte.
—¿Y cómo volverá a casa el señor Bauer?
—Con el plazo de unos días más, seguro que encontraremos a alguien que no le
tenga miedo. El ladrido del señor Bauer es peor que su mordisco.
Eva se rió, pensando que el dinero era un buen incentivo. Pero había otras
cuestiones a considerar.
—¿Sabe el señor Bauer que me está llamando?
La voz al otro lado vaciló.
—La verdad es que no. Pero cada vez que presentaba una queja contra un
chófer, mencionaba sus habilidades de modo comparativo.
—Pero puede que él no esté de acuerdo con esto.
—Estará encantado en cuanto se lo comuniquemos.
—Deje que me lo piense, señorita Roberts.
Ayn se levantó del sofá.
—¿Estás bromeando?
Cuando Eva se encogió de hombros, Ayn empezó a moverse por la habitación
imitando a un mono. Eva le dio la espalda.
—Debo ver si es posible cambiar mis planes, señorita Roberts. Había alquilado
una furgoneta y planeaba llevar todas mis cosas a Albany este fin de semana.
—Considérelo hecho —le aseguró la señorita Roberts—. Haga todo lo que tenga
que hacer. Nosotros se lo pagaremos.

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—La llamaré con mi respuesta dentro de una hora —prometió Eva colgando.
Suspiró y miró el montón de equipaje junto a sus pies. Acababa de regresar de
sus vacaciones. Diez días de sol y agua la habían animado considerablemente. Si no
se hubiera rendido a la tentación de oír los mensajes del contestador nada más llegar,
no sentiría semejante confusión.
—¿Estás pensando en serio aceptar el trabajo? —preguntó Ayn asombrada,
Eva volvió a encogerse de hombros.
—¿Qué es esto? ¿Cada vez que ese ricachón levanta la barbilla la pequeña Eva
tiene que actuar? —Ayn empezó a rascarse los sobacos imitando los sonidos de
Chita.
—No te pases —dijo Eva indignada—. Me vendría bien el dinero extra.
Amueblar un apartamento nuevo es caro.
—¡Entonces realmente estás considerándolo!
Con un gruñido de frustración, Ayn se tumbó en la hamaca de su diminuto
apartamento. A los veinticinco años, Ayn era actriz y trabajaba en pequeños papeles.
Para pagar el alquiler en las temporadas que no tenía trabajo, servía mesas y
trabajaba para un organizador de fiestas infantiles haciendo de payaso y mimo.
—No lo entiendo. ¿Por qué iba a esperar Bauer que dejaras tu vida para correr
en su ayuda? Ya no trabajas para él. Eres abogado. ¿O lo has olvidado?
—No creo que devolverle su llamada a la señorita Roberts sea una muestra de
senilidad —se defendió Eva mientras recogía sus cosas.
—¿Antes de haberte ocupado del equipaje? ¿Lo primero nada más llegar? Por
supuesto, señor Bauer, lo que usted quiera, señor Bauer —se burló agitando las
pestañas.
—¿Quién ha pedido tu opinión.
—Realmente tú no. Pero la tendrás de todos modos. He visto tu cara siempre
que oyes su nombre —continuó observando a Eva con gran atención—. Y estás
buscando una excusa para verlo de nuevo. Estás enamorada de él —sonrió satisfecha
—. Admítelo.
Dándose cuenta de que Ayn no pararía hasta que consiguiera una respuesta,
Eva habló de mala gana.
—Admito que aún no he decidido qué voy a hacer.
—¡Me rindo! —Ayn se levantó y fue hacia la puerta—. Mira, lo siento si me he
pasado. Pero no quiero que te hagan daño —sonrió con timidez—. Soy malísima
tratando de consolar un corazón roto. Hasta luego.
—Adiós.
Eva cogió sus bolsas y fue al cuarto de baño. Para ser totalmente honesta, había
estado esperando un mensaje de Nick. Algo romántico, desesperado, algo que la
hiciera acceder a verlo antes de abandonar la ciudad. La oportunidad de ser su
chófer hasta Carolina del Norte no era lo que tenía en mente cuando fantaseaba con
una cita juntos. Y lo triste era que se lo estaba pensando.

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Su autoestima posiblemente exigía que se negara. El sentido común le advertía


de no cambiar sus planes para satisfacer las necesidades de un hombre que ni
siquiera se había molestado en llamarla.
Eva siguió pensando mientras abría las maletas y luego se duchaba. Pero
cuando salió de la ducha y se envolvió en una toalla seca, sólo podía pensar en la
última imagen del rostro de Nick cuando ella lo dejó en su apartamento diez noches
antes. Pareció un hombre resignado a perder algo muy importante en su vida. Y así
fue como ella se sintió.
Se quitó la toalla de la cabeza y se secó el pelo mojado. Durante casi un año
había querido derretir el exterior helado de Nick Bauer, calentar su sonrisa y
suavizar las arrugas tristes de su expresión. No era simplemente deseo lo que sentía.
Ayn tenía razón. Estaba enamorada de él. Y sospechaba que él sentía por ella algo
más que simple lujuria.
Era tan obvio que no podía dejar así las cosas, sin resolver.
Cogió un peine mientras una sonrisa secreta se curvaba en sus labios. Dos días
a solas con Nick. Dos días para hacer que se diera cuenta de que la amaba y que por
amor merecía la pena arriesgarse. La tentación era demasiado buena para dejarla
escapar.
Mirándose en el espejo, estudió su imagen provocadora envuelta en una toalla.
Si aceptaba el trabajo, pondría sus condiciones. Sin uniforme. Sin gorra. Sin
pantalones. Y sin formalidades. Derretir un iceberg requería calor concentrado. Al
menos hacía falta una antorcha para Nick.
Nick subió al ascensor en la última planta y le dio al botón del vestíbulo. Se
apoyó contra la pared y dejó que su maletín y su bolsa de viaje cayeran al suelo.
Había estado trabajando toda la noche, atando los cabos sueltos antes de abandonar
la ciudad. Tenía los ojos irritados y los músculos doloridos tras su rutina matinal en
el gimnasio privado de la empresa. Con suerte podría dormir en la limusina. No le
apetecía nada la idea de pasar dos días en la carretera con un extraño conduciendo.
A pesar de lo que todo el mundo pensaba, no había echado a sus tres últimos
conductores por rabia debido a la marcha de Eva James. No era tan mezquino.
El primer chófer pensaba que estaba en una competición de velocidad. El
segundo soltaba insultos por la ventanilla a la mínima provocación, y Nick no
necesitaba ese tipo de imagen. El tercero simplemente no se conocía Manhattan. Se
perdió dos veces tan completamente que ni Nick supo dónde estaban.
Se pasó una mano por su pelo plateado, húmedo de la ducha. Se había
resignado a la pérdida de Eva en su personal, pero no en su vida.
Se dijo repetidamente que mejor era dejar las cosas como estaban, ¿pero cómo?
Al haber desaparecido Eva, pensaba continuamente en ella. Algunas veces durante
los diez días anteriores, se encontró pensando en su sonrisa, recordando la
inclinación de su cabeza cuando le escuchaba. El aroma de su perfume aún se olía en
la limusina. El recuerdo de su voz serena y ronca resonaba en el asiento trasero. La
ausencia de sus brillantes ojos sonrientes hablando con él a través del espejo
retrovisor le recordaban que una vez más estaba completamente solo.

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No era propio de él soñar despierto, mirar atrás o arrepentirse. Pero hacía días
que no era el mismo. Sus pensamientos y sentimientos estaba relacionados con Eva
James. Si el trabajo no se lo hubiera hecho imposible, habría hecho el tonto
siguiéndola a Cancún.
Miró su reloj. Eran las siete menos cuarto de la mañana. El día anterior intentó
localizarla dos veces, sabiendo que ya habría regresado de Cancún, pero sólo oyó su
contestador. Era demasiado pronto para llamarla, pero tenía que hablar con ella. A lo
mejor accedía a verlo antes de que él abandonara la ciudad.
Sintiéndose nervioso como un adolescente que finalmente se hubiera armado
de coraje para invitar a salir a una chica, sacó el teléfono móvil de su bolsillo y llamó
al número que se sabía de memoria.
El teléfono sonó cuatro veces antes de que una voz femenina adormilada
respondiera.
—¿Quién diablos es?
—Soy Nick Bauer. Me gustaría hablar con Eva James.
—Demasiado tarde. Se ha marchado a unirse al circo.
Nick frunció el ceño mientras colgaba. Obviamente había despertado a la
compañera de piso de Eva de un profundo y extraño sueño. ¿Por qué sino le habría
hecho sonidos imitando a un mono antes de colgar de un golpe? Pero lo malo era que
Eva no estaba.
El ascensor llegó a su destino. Unos minutos después estaba en la calle. El aire
balsámico de la mañana y el cielo sin nubes anunciaban un día de julio muy caluroso.
Frunció el ceño. Había contado con ver a Eva antes de marcharse, pero no supo
cuánto hasta ese momento.
Eva llevaba esperando casi veinte minutos cuando finalmente vio a Nick salir
del edificio. Ella salió de la limusina con el pulso acelerado. Con la luz matinal, él
apenas era más que una silueta.
Vio que cojeaba levemente con la pierna izquierda y supo que había pasado
otra noche sin dormir. La mayoría de las veces, las secuelas del accidente de avión al
que sobrevivió apenas se notaban. Pero cuando estaba agotado, el control de hierro
que ejercía sobre su cuerpo se relajaba levemente y la vulnerabilidad era visible para
un atento observador.
Eva rodeó la parte delantera de la limusina y esperó junto al capó.
Nick pestañeó cuando vio la figura femenina junto a la limusina. No podía
ser… Se quitó las gafas oscuras.
—¿Eva?
Ella sonrió cuando él se detuvo a pocos metros.
—Hola, Nick.
Eva llevaba traje. Pero a diferencia del uniforme con pantalones se había puesto
una americana beige corta y ajustada que marcaba sus curvas femeninas. La
minifalda a juego mostraba una buena cantidad de sus piernas bronceadas. Tenía el

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pelo suelto, y las ondas color cobre caían sobre sus hombros. Eva vio su mirada de
admiración y sus facciones serias relajarse y sonreír.
—Es estupendo verte —miró el asiento delantero de la limusina vacío—. ¿Pero
qué haces aquí a esta hora?
¡Nick no sabía nada! Sorprendida, Eva se dio cuenta de que la señora Roberts le
había mentido. Se disgustó, pero duró poco. Había visto el rostro de Nick iluminarse
al verla. No era un mal comienzo. Pero debía tener cuidado.
—Creo que viajaremos juntos a Carolina del Norte.
Nick se sorprendió agradablemente.
—¿Tú vas a llevarme?
Eva asintió.
—Si no tienes ninguna objeción.
—Dios, no. Ninguna.
La miró de nuevo, fijándose en sus larguísimas piernas. Eran espectaculares. Un
par de piernas bronceadas nunca parecieron más sedosas o sexys. El día se estaba
animando. Todo se estaba animando. ¡Tendría a Eva para él durante dos días
enteros!
Cuando volvió a mirar su cara, se preguntó si ella podría adivinar lo que verla
le estaba haciendo a su sistema nervioso. Vio el suave rubor en sus mejillas y esperó
que estuviera causado por él, y no por el sol tropical bajo el cual se había bronceado.
—Te han sentado bien las vacaciones.
—Gracias —Eva se fijó en su rostro cansado—. Tú, por otro lado, estás hecho un
desastre. No deberías trabajar toda la noche.
—No tenía más remedio —movió su hombro dolorido—. No hay nadie que me
cuide desde que te marchaste —de pronto vaciló—. ¿Por qué no devolviste mis
llamadas? Eva abrió mucho los ojos.
—¿Qué llamadas?
Nick frunció el ceño.
—Llamé dos veces ayer y cada vez dejé un mensaje en tu contestador. Incluso
he despertado a tu compañera esta mañana. Me dijo algo de que te habías marchado
a unirte al circo. Por cierto, ¿grita como un mono a todo el que llama?
—Así es Ayn —murmuró Eva muy seria.
Primero la señorita Roberts y luego Ayn. Parecía que todo el mundo pensaba
que podía interferir en su vida. Eva cogió la bolsa de Nick.
—Permíteme.
Nick negó con la cabeza.
—No puedo creer que hayas accedido a esto —dijo siguiéndola al maletero,
llevando él su equipaje—. ¿No tienes que empezar tu trabajo en Albany el lunes?
Eva se giró y lo miró directamente a los ojos.

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—¿Habrías preferido que no aceptara?


Él la miró con la misma sinceridad.
—¿Por qué lo has hecho?
La sonrisa de Eva fue enigmática.
—Pregúntamelo de nuevo dentro de cuarenta y ocho horas.
Maravillado, Nick la vio alejarse. Había algo distinto en Eva ese día, y no era
sólo que él no dejara de disfrutar continuamente de sus estupendas piernas. Parecía
más segura y menos cautelosa con él. Eso era. Eva estaba dejando más claro su
interés por él con tanta sutileza que Nick no sabía si abrazarla o simplemente
esperar. Decidió que sería más prudente seguir el segundo plan.
Cuando Eva le abrió la puerta, Nick se detuvo y puso su mano sobre la de ella.
—Me alegro de verte, Eva. Mucho.
—¿Tienes alguna petición o necesitas algo especial para el viaje?
—Sí. Quiero que los dos viajemos juntos como amigos y no como jefe y
empleada, ¿de acuerdo?
—Claro, Nick —dijo ella sonriendo.
—Bien, pues necesitaré un par de horas de sueño, y luego charlaremos, Eva.
Eva volvió al asiento delantero aliviada. A él le gustó verla aunque no la había
esperado. Ella sabía que a Nick no le gustaban las sorpresas ni los cambios
repentinos de planes que no le daban tiempo para ensayar su reacción o su
acercamiento. Pero parecía confiar en ella. De repente, supo qué hacer durante los
dos días siguientes. Lo mantendría desequilibrado, forzándolo suavemente a ser
espontáneo y sincero emocionalmente. Entonces, cuando le tuviera vulnerable y
receptivo, descubriría lo que había en el corazón del Hombre de Hielo.
Arrancó, sintiendo que era el comienzo de una aventura. Durante los dos días
siguientes tendría a su Príncipe Azul con ella. Sólo que era el siglo veinte, y esa vez,
Cenicienta, iría en el asiento del conductor.
Nick se chupó los dedos para limpiárselos de consomé de pollo.
—No sabía que la comida preparada estuviera tan buena. Eva sonrió.
—Deberías ampliar tus horizontes. Estaban sentados a la sombra en una zona
de descanso, comiendo una ración de pollo y patatas que ella había comprado unos
kilómetros antes. Nick se había despertado de su siesta de dos horas con un hambre
voraz, y mientras que la señorita Roberts había programado el almuerzo en un
elegante restaurante al norte de Baltimore, él optó por lo más cómodo.
—No he tomado macarrones con queso desde que era niño —dijo Nick
mientras se metía un puñado en la boca con el tenedor.
—Yo creía que los niños ricos comían platos de gourmet.
—Es posible, no lo sé. Nosotros éramos extranjeros. En los momentos difíciles,
cenábamos macarrones con queso.
Ella lo miró con dudas.

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—¿Creciste siendo pobre? Yo he visto la casa de tu madre en Greenwich y no es


la casa de una granjera.
Él sonrió con orgullo.
—Yo se la compré. Y también pagué los arreglos en la granja de mi hermano y
su esposa. Ahora que tienen las instalaciones apropiadas, les va mucho mejor.
Eva seguía sin creerlo mucho.
—¿Entonces por qué nadie ha publicado la historia de tu origen pobre?
—Porque yo soy muy bueno ocultando todas las pistas.
—Pero con todo lo que se ha escrito de ti y tu esposa —añadió Eva,
adentrándose en lo que sabía eran temas delicados—. Yo creía que tú eras de una
buena familia de Boston, como ella.
Nick dejó su tenedor y la miró un momento en silencio. Eva sintió su mirada
penetrante mientras se preguntaba cómo había tenido el valor de hablarle de su
esposa cuando nadie lo hacía.
—Yo soy un hombre reservado, Eva. Procedo de una familia reservada. Cuando
tuve cierta reputación, ya había decidido cómo ocuparme de la publicidad que
siempre ocasiona ser una figura prominente, de tal modo que no convirtiera la vida
de mi familia en un circo. Para evitar los cotilleos, yo ofrecía materiales sobre mi
origen que me parecieron bien y me inventé el resto. Janet, mi esposa, era de una
buena familia adinerada. Nos conocimos en la universidad.
—En Harvard —comentó Eva—. No está mal para un granjero.
Nick sonrió.
—Fue el mundo de Janet el que ofrecimos a la prensa. A ella no le importó y mi
familia estuvo agradecida por todo el montaje. Hmm —miró el montón de huesos de
pollo delante de él—. A veces echo de menos los placeres sencillos.
—¿Como conducir un coche?
Él la miró con expresión risueña.
—¿Crees que no sé conducir?
Eva se encogió de hombros.
—Nunca te he visto detrás de un volante. ¿Tienes coche?
—Tres —dijo algo incómodo—. Supongo que tienes razón. No hay nada que
impida que yo conduzca a mi aire.
—Nada excepto el sentido común y la conveniencia. La limusina es práctica y
ahorra tiempo.
—Pero crees que no podría conducirla.
Eva se rió.
—Como no tienes carnet de chófer, no vamos a averiguarlo.
Nick estiró la mano y frotó el pulgar contra la comisura de sus labios.

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—Mayonesa.
Aunque fue sólo un roce, Eva sintió un escalofrío. Rindiéndose a su deseo de
tocarlo, levantó la mano y rodeó su muñeca con los dedos. Volvió a ponerle la mano
en su boca y chupó rápidamente la mayonesa de su dedo. Vio la mirada de Nick
oscurecerse.
—Eva, yo…
—Espera —Eva le puso la mano libre en la boca—. Quedan tres horas más para
llegar a Washington D.C. y luego según el itinerario que me han dado tienes
reuniones con un senador y dos diputados.
Nick gruñó. Había olvidado las reuniones. Se había olvidado de todo excepto
de Eva. Incluso en ese momento su cuerpo le animaba a que se olvidara del trabajo,
se pusiera tras el volante y fueran al algún lugar donde nadie los encontrara. Pero
por supuesto él nunca se dejaba llevar por la pasión.
—Supongo que tendré que ir a las malditas reuniones —dijo con tono frustrado
—. Pero prométeme que cenarás conmigo esta noche.
Eva negó con la cabeza.
—Tienes un compromiso para esta noche. Un inversor que quiere convencerte
para que avales su centro de saneamiento de residuos industriales en el Hudson —
sonrió—. Pero se van a decepcionar porque sus planes no se acercan en nada a los
requerimientos ecológicos que tú apoyaste el año pasado.
Nick se quedó pasmado.
—¿Cómo sabes eso?
—El paquete que me envió la señorita Roberts anoche incluía los detalles de
último minuto de tu reunión y un itinerario. Por curiosidad los leí… Espero que no te
importe.
—En absoluto. Confío en ti, Eva. Pero tengo una duda. ¿Por qué no te contraté
de abogado? Eva lo miró con sinceridad.
—No lo sé. ¿Por qué?
¿Por qué no lo hizo? ¿Porque le pareció que Eva parecía saber muy bien lo que
quería hacer? Ella quería dedicarse a temas de leyes domésticos, a temas
relacionados con mujeres y niños. Le había dicho repetidamente que su mejor
oportunidad para influenciar en la legislación era trabajar en Albany. ¿Pero era ésa la
respuesta?
De pronto, Nick supo que no. Inconscientemente a lo mejor, él no consideró la
opción de contratar a esa brillante mujer porque seis meses antes no quería una
relación profesional permanente con una mujer que le hacía sentirse tan confundido.
Pero en ese momento vio que negándose incluso a considerarlo a lo mejor le había
hecho mucho daño.
Eva lo miraba como si supiera lo que pensaba. Nick se sintió tonto y
avergonzado.
Ella miró al cielo, decidiendo cambiar de tema.

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—Esta noche va a llover.


Nick conocía su táctica. Otra persona podría haber montado una escena y
hacerle sentirse peor de lo que ya estaba. Pero Eva era extraordinaria en más de un
aspecto.
Agradecido por su delicadeza, Nick miró al cielo azul lleno de nubes. El sol
picaba con fuerza.
—Será mejor que nos marchemos si quiero tener tiempo para ir al hotel y
cambiarme antes de ir a esas reuniones.
Se puso de pie y ella empezó a recoger los restos de la mesa.
—Déjalo. Yo lo haré.
Ella lo miró y vio que era importante para él.
—De acuerdo.
Cuando él terminó de tirar la basura, se acercó a Eva que esperaba junto al
coche.
—Eva, deja que te saque esta noche a algún sitio tranquilo y agradable.
Por primera vez Eva le dejó ver su alegría.
—Me encantaría, Nick.
Se inclinó y le besó rápidamente en los labios, y el modo en que le sonrió le
hicieron sentirse a Nick como si le hubiera besado el sol.

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Capítulo Tres
Nick apenas escuchaba las conversaciones de política que tenían lugar en su
mesa y tampoco tomaba parte en ellas. Detrás de sus gafas, de un tono más claro
para llevar de noche, toda su atención estaba centrada en la mujer que ocupaba la
mesa en la esquina del elegante restaurante.
Más de una hora antes, la vio entrar, y admiró la elegancia con la que cruzó el
salón y se sentó sola. Todo en ella era digno de elogio. La nube del suave pelo
ondulado, las elegantes piernas enfundadas en medias negras, el sencillo vestido
ajustado color champán marcando sus pechos y los esbeltos contornos de su cuerpo,
el bello movimiento de sus caderas que hacía que las capas de la falda se agitaran
suaves en sus piernas. Todo en ella le hechizó. Aunque la mirada de la mujer fue
directa al frente y su expresión era seria, hizo que se giraran varias cabezas en el
restaurante. Y no era extraño.
Se sentó y, sonriente, pidió un vaso de vino antes de volverse con naturalidad
para examinar la sala. Él no se dio cuenta de lo tenso que estaba esperando que lo
viera. Como un rayo láser, la mirada de Eva James le encendió. Nunca sintió sus
mejillas más calientes. Y más abajo… Bueno, no debía pensar en ello.
A lo largo de tres platos y sesenta y cinco tediosos minutos, la vio tomarse sola
la comida que tanto había querido compartir con ella. Miró su plato a medio comer y
disgustado le dijo al camarero que se lo llevara.
Cuando accedió a tomar una copa después de la reunión, no esperó que eso se
convirtiera en una cena interminable. Sin querer renunciar a la esperanza de pasar
una velada tranquila con Eva, la llamó a la habitación del hotel para decirle que le
había reservado una mesa en el mismo restaurante donde cenaría él. Tenía pensado
escabullirse de su mesa y cenar con ella en cuanto llegara. Pero sus planes se vieron
frustrados cuando la senadora de Nueva York, que estaba cenando allí, fue invitada a
unirse a su mesa. Entonces la cena se convirtió en un compromiso obligatorio, ya que
varios de sus clientes la apoyaban. Así que mientras él trataba de comportarse con
civismo, la única persona en el mundo con quien realmente quería estar se
encontraba a pocos metros de distancia.
Con cada movimiento de su cabeza, las joyas en las orejas de Eva brillaban bajo
la cortina de su pelo sedoso. La luz de la vela jugaba sobre su piel. El elegante
movimiento de su mano al coger la taza de café dio a Nick gran placer. Todo en ella
merecía su interés y su aprobación. Era como si nunca la hubiera conocido hasta ese
día.
Pero Nick no era el único que la miraba. Incluso hombres con parejas la
miraban de reojo, y Nick deseó poder decirles a todos que ella era suya.
Mientras continuaba mirándola, Eva cogió una fresa de su postre y se la llevó a
los labios, mirando a la distancia. Pareció un acto completamente natural aunque
sensual. Nick vio el brillo de sus dientes blancos. Entonces la punta de su lengua
salió y chupó el labio inferior una y otra vez para coger las gotas de almíbar de la

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fresa. La temperatura de Nick aumentó peligrosamente. Y entonces ella giró la


cabeza y le sonrió con los labios húmedos.
¿Estaba deliberadamente intentando seducirle? No, Eva James no hacía ese tipo
de cosas. ¿O sí? Él no sabía cómo se portaba con un hombre que le gustara.
—Bonita mujer —comentó el hombre a su derecha mirando en la misma
dirección que él—. ¿Quieres decirle que se una a nosotros?
—No lo haría.
—¿Por qué no? Está cenando sola. Ninguna mujer se viste así si quiere seguir
sola. Creo que ha venido con la esperanza de conocer a alguien.
—No lo dudo.
—Entonces si no vas tú, lo haré yo.
—No sería sensato.
El hombre se rió.
—¿Por qué no?
Nick miró fijamente al hombre.
—Porque me está esperando a mí.
—¡Oh! ¿Por qué no lo has dicho? Algunos hombres tienen suerte.
¿Entonces a qué esperaba él?
Nick se levantó de la mesa, dejando la servilleta junto a su plato. Sólo tardó
unos minutos en terminar con los apretones de mano, pero cuando levantó la mirada
de nuevo, vio que Eva no seguía en la mesa.
Se acercó a un camarero que empezó a recoger su plato.
—¿Dónde está la dama que había aquí sentada?
—¿Cómo puedo saberlo?
Nick salió a la calle, y entonces vio sus rizos cobrizos desaparecer dentro de un
taxi y marcharse. Él llamó a otro taxi, le dio instrucciones de que la siguiera.
Nick murmuró una palabrota por el calor pegajoso que hacía en el vehículo.
—¿No tiene aire acondicionado?
—No, señor. Se ha roto. Pero esta noche es como una buena mujer. Húmeda,
caliente, ¿eh?
—Cierto.
Nick se desplomó contra el asiento pegajoso. Nada esa noche había salido como
planeó. En ese momento Eva y él deberían estar cenando juntos. Y en lugar de eso él
estaba pensando frases de disculpa.
En la distancia, el cielo se iluminó levemente. Nick se aflojó la corbata y se
desabrochó el botón superior. Quizá la lluvia mejorara su humor, aunque lo dudaba.
El viaje en taxi pareció durar una eternidad. Ellos se alojaban en un hotel en
Alexandria, al sur de la capital.

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Cuando finalmente llegó al hotel y entró al vestíbulo, vio las puertas del
ascensor cerrándose. Corrió y llamó a un segundo ascensor. Mientras subía se
preguntó qué le diría cuando la alcanzara.
Al salir del ascensor fue directamente a su habitación y llamó. Al principio no
obtuvo respuesta. Llamó de nuevo. La puerta se abrió una fracción y apareció el lado
derecho del rostro de Eva.
—¿Sí?
Nick sonrió.
—Eva, necesito verte.
Ella abrió mucho los ojos.
—¿Sucede algo?
—No… sí… Mira, sólo quiero hablar, ¿puedo entrar?
Ella quitó la cadena.
—Dame un segundo antes de que entres. Estaba desnudándome —dijo dejando
la puerta abierta una fracción. Cuando registró en su mente su estado medio
desnudo, se olvidó de todo y empujó la puerta.
Ella iba hacia el dormitorio dándole la espalda y caminando deprisa Nick vio
dos prendas de seda rosa. Una formaba una estrecha banda en medio de su espalda
desnuda y la otra un triángulo invertido que dejaba expuestos una generosa porción
de sus nalgas. El resto de ella eran piernas largas y perfectas.
Aguantó la respiración cuando ella pasó frente al espejo. El reflejo le mostró su
sujetador de encaje que dejaban al descubierto una generosa porción de sus
generosos pechos. Tenía bastantes curvas, más de las que él había imaginado, ¡y
había imaginado mucho!
Nick oyó su risita antes de que entrara en el cuarto de baño y cerrara la puerta.
Cuando Eva salió se había puesto una bata larga de motivos orientales.
—Siéntate, Nick.
Le señaló una silla y ella se sentó en el borde de la cama. Cruzó las piernas y la
bata se abrió, mostrando sus esbeltas pantorrillas. Nick vio las uñas de los pies
pintadas de rosa y se preguntó si tendría cosquillas. Cuando volvió a mirar a Eva a la
cara, ella sonreía con calidez y sus ojos marrones brillaban divertidos.
—¿Querías algo en particular?
«Sí, a ti», pensó Nick.
Casi lo dijo en voz alta. Su mirada bajó de sus ojos a su boca. Era una boca
preciosa de mujer, de labios gruesos y tono rosado. Nick sabía que el color era
natural.
—Quería disculparme por la cena.
Ella sonrió.

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—No hace falta. Reconocí a algunos de tus compañeros de mesa. La senadora


debía estar encantada de que la vieran en tu compañía tan pronto en su campaña de
reelección. La publicidad será tan buena para conseguir fondos como los fondos
comprometidos por tus clientes.
Él sonrió.
—Me alegra que lo entiendas. Muchas mujeres no lo habrían hecho.
Ella se rió.
—Yo no soy como muchas mujeres, Nick.
—Lo sé.
Minuto a minuto se daba cuenta de lo singular que era Eva James.
Entonces el sonido de la seda cuando ella volvió a cruzar las piernas le hizo
mirar directamente a su entrepierna.
—¿Querías algo más, Nick?
Nick no movió un músculo. Su agudo ingenio le había abandonado de pronto.
Su libido estaba atacando. Le decía que estaban solos y ella estaba vestida de modo
exótico. ¿A qué esperaba?
Vio los intentos de Eva por ocultar un bostezo apretando los labios y recordó
culpable que mientras él había dormido, ella había estado conduciendo.
—Debes estar cansada —dijo al fin.
—¿Lo estás tú?
Eva se puso de pie, haciendo que la mirada de Nick fuera de sus pechos a su
rostro ligeramente sonrosado. ¿Era su imaginación o sus mejillas estaban más
encendidas que unos momentos antes?
—Yo no estoy cansada. De hecho estoy inquieta. Es por todas esas horas tras el
volante. Tras un largo viaje normalmente necesito ejercicio para poder dormir.
—No lo sabía —admitió Nick—. Supongo que siempre he estado demasiado
ocupado para preguntarme cómo pasabas tu tiempo libre cuando viajábamos juntos.
—Soy una experta usando el servicio de habitaciones. Y no me he perdido una
película en todo el año, pero esta noche había pensado dar un paseo para estirar las
piernas.
—No es seguro para una mujer caminar sola de noche.
Ella sonrió.
—¿Te gustaría venir conmigo?
Nick asintió, contento por cualquier excusa de seguir en su compañía.
—Es un placer.
—Bien, voy a terminar de cambiarme.
En menos de un minuto entró y salió del baño con una blusa de tirantes,
pantalones cortos y sandalias. Miró el traje caro de Nick y sonrió.

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—Deberías cambiarte. Va a llover.


—No hace falta.
Nick se quitó la americana y la corbata. Se abrió el cuello y se subió las mangas
hasta los codos.
Eva cogió su paraguas, lo miró un momento y volvió a echarlo en la cama.
Sonrió y le guiñó un ojo a Nick.
—Vivamos peligrosamente.
—¿Estás segura de que quieres helado?
Nick había esperado llevarla a un elegante y pequeño bar que servía champán
importado.
—Completamente. Aún hace mucho calor. Nada mejor que un helado.
Le cogió con naturalidad del brazo y le llevó por la puerta abierta de una
heladería. El lugar estaba lleno de turistas, parejas adolescentes y padres jóvenes con
sus hijos pequeños.
Cuando terminó de examinar la lista, Eva se volvió a Nick.
—¿Qué quieres tú?
Sin querer dejarse tentar por las calorías, Nick negó con la cabeza.
—Bueno —Eva se dirigió al joven tras el mostrador—, quiero un cucurucho con
esto, esto y esto —señaló tres sabores de helado de chocolate—. Y con chocolate
caliente por encima y nata montada. El joven la miró sonriendo y le preparó su
cucurucho.
Salieron a la calle. Se detuvieron en la esquina y Eva lo miró.
—Toma —metió la cucharilla en su helado rebosante y le ofreció.
Él se apartó.
—No pienso comer eso. Siento mis arterias endureciéndose sólo de mirarlo.
—Tomarás —dijo ella sujetando la cucharilla delante de él—. ¿Quieres vivir
eternamente?
—Es posible.
Ella lo miró muy seria.
—¿Por qué, Nick? ¿Para qué tienes que vivir?
Vio que la inesperada pregunta le sobresaltó.
—¿Qué esperas de la vida? ¿A quién te arrepentirás de haber dejado detrás?
No esperó a que respondiera y le puso junto a la boca la cucharada. Obediente,
él abrió la boca y se la tomó.
Sus ojos se iluminaron cuando el delicioso sabor se derritió y mezcló en su
lengua.
—Auténtico helado —murmuró—. Para ser sincero está delicioso.

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Eva sonrió radiante como si hubiera logrado una misión difícil.


—¿Lo ves? A veces hay que arriesgarse aunque sólo sea para recordar el gran
sacrifico que es hacerlo todo correcto.
—Eres peligrosa —dijo cuando Eva le ofreció otra cucharada.
—Exacto. Esta noche voy a animar todos tus impulsos imprudentes.
—¿En serio? —preguntó él con picardía.
Eva sonrió y empezaron a caminar junto al río. Mientras Nick le hablaba de sus
primeras experiencias como recepcionista en Washington D.C., Eva no dejaba de
darle helado. Pareció lo más natural del mundo cuando se detuvieron a sentarse en
un banco y él puso el brazo por sus hombros. El hecho de que ella no pudiera calmar
su pulso a pesar de la naturalidad de su acción era sólo su culpa. Por el interés
romántico que había demostrado por él podría ser su hermana o su tía. Era el
momento de que pusiera algo de su parte.
Lo miró.
—Nick, quiero que…
Primero fue un rayo y luego un fuerte trueno agitó la noche. Un instante
después cayeron las primeras gotas de lluvia.
Eva se puso de pie y levantó los brazos.
—¡Va a llover!
Nick se puso de pie a su lado y la lluvia empezó a caer torrencial.
—¡Vámonos de aquí! Eva negó con la cabeza.
—Yo no. Me encantan las cálidas lluvias de verano —bailó alejándose de su
mano extendida—. Vamos, veamos cuánto podemos mojarnos.
—¿Estás loca? —Nick se acercó y la cogió del brazo—. Está diluviando. Eva se
rió apoyándose contra él y poniéndole una mano en el pecho.
—¿Nunca jugabas bajo la lluvia de niño?
—Hay rayos, Eva. Es peligroso.
Eva sonrió.
—Lo sé. A veces un poco de peligro es bueno.
Vio su expresión cuando otro rayo iluminó el cielo. Sus ojos negros parecían
piedras. Se le veía frío y controlado. Pero ella sabía que todo era mentira. Bajo su
mano el corazón de Nick latía algo deprisa para un hombre que guardaba sus
emociones en un bloque de hielo.
Sin vacilar le dio un suave empujón.
—Relájate. No hay nadie que te vea hacer el tonto.
Giró y se marchó corriendo.
Nick la siguió medio divertido y medio furioso de que ella hubiera elegido ese
momento para ponerse caprichosa. La lluvia caía con fuerza.

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No era fácil alcanzar a Eva. Llegó a un quiosco cerrado donde varias personas
se habían cobijado. Al meterse bajo el estrecho tejado Nick la oyó reírse a su costa.
Cuando llegó a su lado, ella corrió de nuevo y salió a la lluvia.
Nick la observaba. El cielo se encendió, iluminando su esbelta figura contra la
oscuridad.
—¿Su novia? —le preguntó uno de los hombres refugiados en el quiosco.
—No exactamente. Es mi chófer.
El hombre se rió.
—¿Así lo llaman hoy? Supongo que «secretaria personal» ya ha pasado de
moda.
Nick sonrió. No tenía sentido discutir que Eva era demasiado independiente
para ser la amante de un hombre.
Finalmente dejó de girar y se quedó mirándolo. Él negó con la cabeza. La vio
extender la mano y llamarlo con un dedo. Furioso consigo mismo por estar tan
confundido e incapaz de pensar en una alternativa, Nick salió a la lluvia. En ese
momento, ella dio media vuelta y empezó a correr de nuevo.
Murmurando palabrotas, Nick salió detrás, totalmente decidido a no dejarla
escapar esa vez.
La alcanzó al fin y la cogió de las muñecas. Ella dio media vuelta para mirarlo.
—¿A qué estás jugando?
La sonrisa de Eva era radiante.
—Estoy divirtiéndome, Nick —dijo feliz—. Tú sabes cómo divertirte, ¿no?
—¿Quieres saber a qué le llamo yo diversión? —dijo llevándola hasta un parada
de autobús vacía y poniéndola delante de él—. A esto, Eva.
Inclinó la cabeza y la besó.

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Capítulo Cuatro
A Nick le sobresaltó el frío de sus labios húmedos y luego se sorprendió por lo
rápidamente que se calentaron. La oyó suspirar mientras se echaba más sobre él.
Un beso llevó a otro, alimentándose de la pasión del momento. Los labios de
Eva eran suaves y se movían con avidez bajo los suyos. No había la vacilación propia
del primer encuentro. Eva parecía saber lo que quería.
Sus lenguas se encontraron y Nick se rindió al puro placer de besarla tan
profundamente como había querido durante casi todo un año. Y en su interior, un
nudo duro y frío empezó a disolverse.
Eva suspiró y se acurrucó contra él, murmurando suspiros femeninos de placer
mientras las manos de Nick la exploraban. Una hora antes ella había renunciado a
cualquier esperanza de estar con él esa noche. Y en ese momento la estaba tocando y
derritiendo. Cuando Nick tocó su pecho bajo la seda de la blusa ella sintió el pezón
reaccionar a sus dedos. Eva nunca había estado tan cerca de él antes, y no quería
desperdiciar un solo momento.
Ella le sacó la camisa húmeda de los pantalones y acarició los contornos duros
de su espalda. A pesar de la lluvia su piel estaba caliente y suave.
Nick había dejado de oír la lluvia, y tampoco veía los rayos ni oía los truenos.
Sólo estaba Eva, la dulce Eva, encendiendo su cuerpo con su juego erótico. Se sentía
tan caliente y preparada que cuando ella rozó la cremallera abultada de su pantalón
con los dedos, pensó que reventaría de la presión en esa zona.
—Espera, espera —le dijo jadeante, la besó en la frente y la apartó un poco,
perplejo por su propia falta de control—. Hay un sitio mejor para terminar esto.
Eva lo miró con ojos llenos de deseo.
—Me preguntaba cuándo te darías cuenta.
Él sonrió.
—¿Y si no lo hubiera hecho?
—Entonces supongo que nos habríamos arriesgado a ser arrestados por
escándalo público.
Riéndose, Nick la besó de nuevo. Miró alrededor rápidamente y para su
desolación vio que llovía con más fuerza que antes.
Ella estornudó.
Nick le frotó los brazos desnudos con vigor ya que se le había puesto carne de
gallina.
—Estás helada.
—No creía que pudiera refrescar tan deprisa —respondió abrazándose y
estornudando de nuevo—. ¿Podrías encontrar un taxi?

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—No sé si habrá alguno con este temporal —la abrazó unos instantes para
calentarla—. En seguida vuelvo.
Salió a la lluvia y corrió hasta el cruce más cercano. Milagrosamente, un taxi
vacío apareció justo en ese momento. Nick se puso en la calzada para llamarlo y se
metió en un charco hasta los tobillos. Abrió la puerta antes de que el taxi se detuviera
del todo. Miró por encima de su hombro y gritó a Eva.
—¡Ven!
Pero ella ya corría hacia él. Entraron los dos y Nick le dio al conductor el
nombre del hotel. Eva había empezado a temblar de frío.
—Por favor, quite el aire acondicionado.
El taxista gruñó pero una mirada al rostro de Nick le hizo obedecer.
Nick se quitó la camisa y aunque estaba empapada la puso sobre los hombros y
brazos desnudos de Eva.
—No te secará, pero algo protegerá —añadió no muy seguro.
Eva miró su pecho desnudo.
—¿Qué vas a decir cuando lleguemos al hotel? Nick se secó la humedad de la
cara con una mano y se rió.
—¿A quién le importa lo que piensen otras personas? Todo lo que importa
ahora es que te des una ducha caliente y te metas en la cama antes de que te resfríes.
—Me temo que tienes razón —lo miró—. Y además, tengo que trabajar mañana.
Nick no protestó ante su indirecta de que no seguirían juntos. Era su culpa que
la noche para ellos no hubiera comenzado antes.
—Me lo he pasado muy bien, Eva… aunque nada ha salido como esperaba. No
me había divertido tanto desde hacía años.
Eva le cogió la mano y apretó suavemente.
—Me alegro. Yo también me he divertido.
Los números rojos del reloj digital brillaban en la oscuridad. Eran las tres y
cinco de la madrugada. Eva se puso boca abajo. Pero daba igual. No se dormía.
Con un gruñido de resignación, se puso de espaldas. Debía aceptar que estaba
tan despierta como tres horas antes cuando Nick la acompañó hasta su puerta.
Su beso final fue una demostración maravillosa y controlada de su poder para
excitarla. Todo lo que habría hecho falta era una invitación por parte de ella y en esos
momentos sabría lo que sería hacer el amor con él. Saciada y con sueño, podría estar
acurrucada contra él, desnudo y caliente.
Se levantó y encendió la luz. Quizás una ducha fría aliviaría su tensión. Pero lo
dudaba. Posiblemente sólo conseguiría enfermar del todo. Apoyó los codos en sus
piernas cruzadas y descansó la barbilla sobre la palma.
No podía sacarse a Nick de la cabeza. Cuando lo miró durante el beso, vio su
propio futuro como podría ser. Podía imaginar a Nick en los momentos tranquilos, al
final de los días duros, necesitando el consuelo de la sonrisa y la intimidad de Eva.

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Podía verlos a los dos compartiendo los placeres y las frustraciones de sus vidas
profesionales, quizás incluso trabajando juntos.
Eva suspiró, hundiéndose más en sus pensamientos. Así que ahí estaba sentada
en medio de la noche, atrapada entre los conflictos de su corazón y su cabeza. ¿O era
entre el amor y el orgullo? No, era esperanza y deseo. Tenía la esperanza de que Nick
admitiera que su deseo por ella era más que pura lujuria.
Miró el reloj de reojo. Las tres y cuarto.
Nick cambió de canal con el control remoto, sin prestar mucha atención a la
televisión. A su lado había dos minibotellas vacías de whisky y una bolsa vacía de
cacahuetes.
Miró el reloj. Las tres y cuarto. No podía dormir. No podía leer. No podía
trabajar. No podía estar tranquilo y ver una película.
Echó el mando a un lado, se puso de pie y empezó a caminar por la habitación.
Probó a darse una ducha caliente, pero no le sirvió. Había intentando trabajar en su
ordenador portátil, y casi se había vestido y se había ido a buscar un bar o un cine.
Cualquier cosa por sacarse a Eva de la cabeza.
—Esto es ridículo —murmuró—. ¡Una locura!
Los besos de Eva le habían dejado agitado, y perplejo de descubrir que no era
tan viejo y sofisticado, ya que le habían dejado en un estado de excitación
permanente.
Miró la puerta. Eva estaba en la habitación al otro lado del pasillo. La imaginó
echada sobre la cama en bello abandono, con los brazos levantados, invitándolo…
¿Para qué quieres vivir?
Ella le había retado con esa pregunta. ¿Por qué quería vivir? Bueno, porque
todo el mundo quería. El instinto de supervivencia superaba cualquier explicación
racional. Pero a veces el precio de sobrevivir era brutal. Sólo cerrando sus
sentimientos había podido vivir aquel primer año tras las muertes de su esposa y su
hijo. Poco a poco, se convirtió en una costumbre. Pero había un precio. La soledad se
había vuelto tan total, que a veces sentía que el alma se le había congelado. ¿Por qué
no se lo había contado a Eva? ¿Y por qué no había admitido que tenía miedo de
volver a sentir, de abrirse a la posibilidad de perder de nuevo? Pues porque
admitiendo eso tendría que admitir lo que sentía por ella.
Durante seis años se había apartado de cualquier tipo de compromiso. Pero
ninguna mujer antes que Eva le había hecho sentir algo tan profundo.
Se acercó a la puerta. La abrió.
El pasillo estaba suavemente iluminado, pero la luz que asomaba bajo la puerta
de Eva era inconfundible. Sonrió. Así que ella tampoco podía dormir. Salió al pasillo
y entonces se dio cuenta de que estaba en ropa interior.
Rápidamente entró de nuevo en su dormitorio. Cogió su bata, pensando si
debía llamar o no a su puerta. Ante la duda fue al teléfono y marcó.
Ella lo cogió al momento.

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—¿Diga?
—¿Eva?
—¿Nick? —preguntó sorprendida.
—Sí, he visto luz bajo tu puerta. Me preguntaba si estás bien.
—Sí, pero no puedo dormir.
Nick sonrió.
—Yo tampoco. ¿Por qué será?
—A lo mejor es el helado de chocolate. Toda esa cafeína.
—A lo mejor… Eva, esta noche me preguntaste que para qué quiero vivir.
¡Menuda pregunta!
—Lo sé —dijo medio divertida—. ¿Por qué he nacido? ¿Cuál es el significado de
mi vida…? Es de ese tipo de preguntas.
—Exacto. Así que siento curiosidad. ¿Por qué te importa la respuesta?
—Somos amigos, ¿no?
—Sí, pero yo he conocido a mucha gente durante mi vida y nunca se me habría
ocurrido hacer semejante pregunta.
—Nick, a lo mejor lo pregunté porque me parece que tú necesitas pensar en la
respuesta más que otras personas.
—¿Por qué crees eso?
—Estás solo. Completamente solo. Si fueras feliz así, no se me habría pasado
por la cabeza preguntártelo.
—Así que crees que soy infeliz.
—¿Lo eres?
Él se puso tenso.
—¿Qué interés puede tener eso para ti?
—Tienes razón. Quizá no sea asunto mío.
—No, no me refería a eso… Hay algo entre nosotros. Tú lo sabes y yo lo sé. Son
las tres y media de la madrugada y estamos hablando por teléfono cuando
cualquiera podría cruzar fácilmente el pasillo. Así ninguno estaría solo.
—¿Estás seguro de que eso es cierto? ¿Estarías realmente menos solo en mi
cama, o sólo distraído de tu soledad?
—Es un poco tarde para debates metafísicos, Eva… ¿Y si lo intentamos para
averiguarlo?
—Me gustaría, Nick, pero…
—Tienes miedo de no gustarte por la mañana —terminó cortante.
—Oh, claro que me gustaría —respondió ella con completa sinceridad—. Y tú
me gustarías más de lo que querrías. Ése es el problema. No querrías que yo

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empezara a albergar sueños tontos de mi futuro porque tú no crees en finales felices


para siempre, ¿verdad? Pero me temo que yo no podría parar.
Eva aguantó la respiración cuando el silencio al otro lado se alargó. Era lo más
cerca que ella había llegado de admitir sus sentimientos por él. Como los segundos
pasaron y él no habló, tuvo la sensación de haber cometido un terrible error.
—Perdona, Nick. Pensé que estábamos siendo sinceros. Son casi las cuatro. Será
mejor que durmamos algo. Hasta luego.
Casi había colgado cuando oyó un grito desesperado.
—¡Eva!
Ella se lo llevó despacio a la oreja.
—¿Sí, Nick?
—No renuncies a mí… A lo mejor no lo merezco, pero no quiero que renuncies.
¿Me entiendes?
—Lo entiendo.
—Eres importante para mí, Eva. Lo siento si te he metido prisa.
Ella sonrió.
—Si fuera así no estaría despierta ahora, ¿verdad?
Casi sintió la sonrisa de alivio de Nick, pero su tono seguía siendo demasiado
tenso.
—Si supieras lo que me estás haciendo…
—¡Oh, no! —exclamó Eva intentando sonar divertida—. Al menos necesito tres
horas de sueño. Recuerda que pones tu vida en mis manos.
—Confío en ti con todo mi ser. Lo que digas, Eva.
—Buenas noches.
Eva colgó con una gran sonrisa de triunfo en su rostro. De repente le entró
sueño. Cuanto antes se durmiera antes amanecería y antes volvería a ver a Nick.
La tercera taza de café fue tan fuerte y amarga como la primera. Mientras ella se
echaba más leche buscaba el pelo plateado de Nick entre la gente que salía del
ascensor.
Algo que iba más allá de la atracción cobraba vida en su interior cuando lo veía.
Cuando él cruzó el vestíbulo vestido con pantalones de lino y camisa color marfil y
sus gafas apartándolo del mundo, era la imagen de la pura sofisticación. Pero ella
sabía cosas de él que otro observador no habría sospechado. Nick no había dormido.
Eso se notaba en la pequeña cojera.
Lo amaba.
La noche anterior se había arriesgado a herirlo, pero sólo lo justo para romper
sus reservas, y fue recompensada con el hombre apasionado que había oculto en él.

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Levantó la taza y por encima del borde lo vio buscándola. Normalmente ella le
dejaba un mensaje en recepción, diciéndole cuándo le esperaba con la limusina en la
puerta. Ese día no lo había hecho. Decidió mantenerle algo confundido.
Lo vio hablar con el empleado. El hombre respondió señalando en dirección a la
cafetería. Cuando Nick la vio sentada justo a la entrada, su rostro se iluminó.
Eva se puso de pie mientras él se acercaba y vio su expresión feliz alterarse
cuando la vio vestida con el uniforme. Se quitó las gafas y miró de arriba a abajo su
americana y pantalones azul marino.
—¿Qué es esto, Eva?
Ella sonrió.
—¿Café, señor Bauer?
—He desayunado en la habitación —frunció el ceño mirando su uniforme, pero
ella no dijo nada—. Llamé a tu habitación a las seis y media, esperando que
desayunaras conmigo… No respondiste.
—He salido a correr por el río. Necesito ejercicio para despertarme. Y luego
tuve que echar gasolina a la limusina.
—Al menos podrías haberme dejado un mensaje. Llevo más de una hora
buscándote por todas partes.
—Lo siento, señor.
Eva bajó la mirada. Así que a pesar de lo que compartieron la noche anterior, él
había esperado que ella volviera a ser la empleada deseosa de agradarle. Se sintió
decepcionada.
Cogió varias hojas de papel que había en la mesa junto a su taza y se las ofreció,
intentando sonar eficiente y serena.
—He recogido los faxes que ha enviado la señorita Roberts.
—Gracias.
—Para eso se me paga —respondió cortante.
—Eso supongo —Nick la miró con timidez—. ¿Has dormido bien?
—Lo suficiente.
Él la miró fijamente.
—Yo no, Eva.
Eva se preguntó si no estaría siendo demasiado dura. A lo mejor él había estado
realmente preocupado por ella y se sintió decepcionado de que no hubieran podido
disfrutar de un desayuno juntos.
Ignoró su deseo de cogerle de la mano y llevarlo a su habitación. No dudaba
que él le haría el amor. Era lo que él quería, lo que ella quería. Pero el sentido común
le advirtió de que estaba enfrentándose a algo más importante que acostarse juntos.
Ella quería entrar en su vida.
Nick le cogió la mano.

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—Sobre anoche…
Eva apartó la mano despacio.
—Aquí no, Nick.
Él se puso las gafas.
—Lo que tú digas. Lo que tú quieras.
Eva se había levantado con una nueva determinación. A las tres de la mañana él
le pidió que no renunciara a él. Nick no sabía lo decidida que estaba a mantener esa
promesa.
Unos minutos después salieron a otra mañana nublada.
—¡Vaya día! —murmuró Nick.
Eva le abrió la puerta. Para su sorpresa, él le quitó la mano y la cerró.
—Me sentaré delante, gracias.
Eva lo miró y sonrió.
—Eso va en contra de nuestras reglas.
—Yo he hecho las reglas. Puedo romperlas.
Ella le saludó a modo militar.
—¡Sí, señor Bauer!

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Capítulo Cinco
—No pude… salvarlos.
Nick soltó las palabras con dificultad, como si fuera una tortura admitirlas.
—No pude hacer… nada… —respiró profundamente—. Un hombre debería ser
capaz de proteger a su esposa y a su hijo. Yo les fallé.
Eva mantenía los ojos fijos en la carretera. Esa inesperada confesión había salido
de la nada. Ella ni siquiera recordaba de qué habían hablado justo antes… Llevaban
dos horas en la carretera, estaban en el campo de Virginia lleno de vallas blancas,
establos radiantes y praderas inmaculadas. ¡Eso había sido! Nick había mencionado
el amor de su esposa por los caballos. Y al siguiente momento estuvo hablando de su
matrimonio y luego del fin del mismo.
Eva tenía un nudo en la garganta. Era la primera vez que él le hablaba del
accidente. No hacía falta ser un genio para saber el gran esfuerzo que le estaba
costando a ese hombre tan reservado y que estaba haciendo el esfuerzo por ella. Era
crucial que ella dijera algo reconfortante.
Lo miró. Estaba sentado muy rígido, mirando hacia delante. Su perfil podría
haber estado hecho de hielo y su tono fue impersonal. Sólo el ligero temblor de su
boca delataba lo mucho que estaba controlándose. Ése era el quid de su soledad, el
origen de la barrera de hielo que lo mantenía emocionalmente separado de cualquier
persona en su vida. A Eva nunca se le había ocurrido que él pudiera culparse de las
muertes. Sabia que sería inútil decirle las palabras típicas de consuelo que todo el
mundo debía haberle dicho. Él esperaba sinceridad, no tópicos.
—Dices que es tu culpa. ¿Provocaste que los gansos fueran absorbidos por el
motor?
Él la miró perplejo.
—¿Pensabas que no sentiría curiosidad por el accidente? Fui a la biblioteca y leí
los periódicos de la época. ¿Provocaste tú sólo que el avión se estrellara? ¿Elegiste
quién viviría y quién moriría? ¿Saliste huyendo aterrorizado? ¿Dónde fallaste?
—No es tan simple.
—Leí que salvaste a otros tres pasajeros a pesar de que tenías la pierna herida.
La señorita Roberts me dijo que sufriste tal conmoción que ni siquiera recordabas
dónde estuviste durante los primeros tres días que estuviste en el hospital.
—No quería saberlo —murmuró él mirando hacia delante de nuevo. Ella
respiró profundamente, sintiendo una gran tristeza por él. Pero él no necesitaba ni
sus lágrimas ni su comprensión.
—Nunca lo comprenderás, Nick. Lo que sucedió no se ajusta a la lógica. No fue
algo que se pueda medir como lo bueno y lo malo. Fue un horrible accidente al azar.
Amabas a tu esposa y a tu hijo. Tu dolor ha sido largo y profundo. Pero, Nick… —
esperó hasta que él la miró—. Ellos se han ido y tú estás aquí. ¿Habrías deseado que
tu esposa llevara seis años viviendo como has hecho tú, solo y sin ser amado?

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—Claro que no —algún recuerdo suavizó el dolor en su expresión—. Janet


adoraba la vida. Ella habría querido que yo siguiera con la mía.
—Entonces hazlo —sugirió Eva suavemente.
Nick se giró hacia ella, y su mirada poco a poco fue abandonando el pasado y
entrando en el presente. Una suave sonrisa reemplazó su expresión de dolor.
—No sé que hice para meterte en mi vida, Eva.
Ella sonrió.
—Creo recordar que al principio no querías darme el trabajo. Yo tuve que
luchar por conseguirlo.
—Cierto. Y desde entonces has estado derribando mis barreras.
—A lo mejor deberías tener cuidado con lo que pides. Podrías conseguirlo.
—Cuento con ello… y contigo, Eva —apoyó la cabeza en el asiento y cerró los
ojos, aunque su mano seguía en el cuello de Eva—. Cuento con ello —repitió
cansado.
Se quedó dormido rápidamente. Eva supo que había pasado entre ellos un
momento infinitamente difícil pero necesario. Lo que sucediera entre ellos sería ya
sobre el presente, y quizás sobre el futuro.
—Él nunca me amó. Sólo fui parte de sus «grandes planes», la parte más
prescindible como se vio más tarde.
—¿Y no sospechaste nunca la verdad hasta que fue demasiado tarde? —
preguntó Nick mientras Eva se metía un poco de ensalada en la boca.
Estaban sentados en un pequeño restaurante fuera de la reserva Cherokee en las
montañas Great Smoky del oeste de Carolina del Norte.
Eva había dejado que Nick durmiera durante la mayor parte del día. Y en algún
momento durante la comida salió el tema del matrimonio de Eva.
—Yo tenía sólo veinte años. Crecí con pocos medios en una pequeña ciudad.
Bill Rawlston era el sueño de todas las chicas, guapo, brillante y con dinero. Nos
conocimos en una fiesta que dieron unos amigos comunes. Él era varios años mayor
que yo. ¿Quién era yo para cuestionarme su arrogancia y seguridad, especialmente
cuando estaba dirigiendo su gran encanto hacia mí? Pensé que era perfecto y muy
maduro. Escuchaba pacientemente todo lo que yo le decía, me preguntaba por mis
sentimientos cada vez que estábamos juntos. Y me enamoré de él. Fue un gran error.
Nick la miró fijamente.
—Háblame de ello.
Eva estudió la belleza simétrica de hueso y músculo del hombre sentado frente
a ella. De pronto pensó que Bill y Nick se parecían; guapos, inteligentes, ricos. Pero
ésas eran todas las similitudes. Bill no tenía capacidad para verdaderos sentimientos,
y carecía de la habilidad para arrepentirse. Las sutiles pero definitivas líneas de
carácter que no había en el rostro agradable de Bill, llenaban el de Nick. Ningún
hombre egocéntrico podría tener ojos que reflejaran tanta fuerza, tanta tristeza, tanta
ternura. Y en ese momento, la ternura era para ella.

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Eva jugueteó con una hoja de lechuga en su plato, intentando recordar la joven
novia infeliz que fue una vez. Pero los recuerdos eran tan lejanos que le parecían de
otra persona.
—Todo fue muy rápido. El me pidió en matrimonio a los dos meses de
conocernos. Así que dejé los estudios en el último año y me casé con él. Fue una vez
casada cuando me di cuenta de que para Bill, preguntar no era lo mismo que
importar y que escuchar no era lo mismo que oír. Había perfeccionado los modales
de un hombre sensible, pero todo era fingido. El que yo fuera desgraciada desde el
primer día no significaba nada. Él tenía lo que quería; una esposa sumisa y dócil.
—No puedo imaginarte sumisa y dócil —observó Nick.
—Él era egoísta incluso en la cama, pero yo no tenía experiencia, supuse que era
mi culpa y que mejoraría. Pero a los seis meses, un día llegó a casa del trabajo y dijo
que no estaba seguro de que yo hubiera tomado la decisión acertada casándome con
él. Que si yo realmente hubiera escuchado a mi corazón me habría dado cuenta de
que no lo amaba, al menos no con la absoluta devoción con la que él necesitaba ser
amado.
—Bastardo —murmuró Nick.
Eva asintió.
—Una semana más tarde oí el rumor de que él había reanudado un romance
con una ejecutiva de su departamento con la que rompió poco antes de casarnos. Ella
tenía ocho años más que él, y estaba en una posición en la que podía ayudarle mucho
en su carrera. Le dejé.
Eva pinchó un tomate.
—Y me sorprendió y alivió realmente que él no intentara ni siquiera una
reconciliación. Fue un divorcio rápido —se metió el tomate en la boca.
—¿Y la pensión?
Eva negó con la cabeza.
—Me negué a pedirle la pensión que me correspondía según mi abogado. Bill
tenía razón. Cometí un error. El dinero no habría cambiado eso.
Nick puso gesto de disgusto.
—Un hombre decente te lo habría ofrecido.
Eva lo miró con cariño, adorando que le importaran tanto las cosas que le
sucedieron a ella mucho antes de que se conocieran.
—Piensa en las experiencias que me habría perdido si no hubiera tenido que
trabajar para ganarme la vida.
—¿Y por qué no hay ahora ningún hombre en tu vida?
Eva se encogió de hombros.
—He tenido otras prioridades.
—¿Y ahora?
Eva sonrió de forma enigmática y apartó la mirada.

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Estaban sentados junto a una ventana que tenía macetas con llores fuera. Eva se
había quitado la americana por el calor, y se había bebido tres vasos de té helado. En
la calle, varios niños habían rodeado la limusina, intentando mirar dentro.
Normalmente ella mantenía a los mirones a raya, pero no tenía valor para echarlos, y
además, hacia demasiado calor para salir.
Levantó la mirada y le habló a la camarera cuando se acercó.
—Pensaba que refrescaría cerca de las montañas.
—Cuarenta grados a la sombra —replicó la rubia—. Sin duda hace un día
perfecto para darse un chapuzón.
Los ojos de Eva se encendieron.
—¿Está eso en el menú?
La joven se rió mientras les daba la cuenta.
—Podría ser.
—¿En serio? —preguntó Eva ignorando la expresión sorprendida de Nick.
—Oh, hay un desfiladero no lejos de aquí donde uno de los riachuelos forma
una piscina natural —guiñó un ojo—. Toda la gente lo conoce. Yo he ido varias veces.
—¿Es difícil de encontrar? —preguntó Eva con mirada maliciosa.
La joven sonrió.
—Unos cinco kilómetros subiendo por la montaña —miró a la calle y se fijó en
la limusina negra—. Pero la carretera es estrecha y con muchas curvas. Y en algunas
partes muy empinada.
—Le sorprendería por los sitios donde he metido esa monstruosidad. Si hay
una carretera, me las arreglaré.
—Entonces le dibujaré un mapa —se ofreció cogiendo una servilleta y
escribiendo en ella —. Hoy es un día perfecto para ir allí —dijo dándosela a Eva.
Eva le echó un vistazo al mapa.
—Gracias.
—De nada. Todo el mundo va. Por supuesto va en contra de la ley. Pero la
mayor parte de las veces el sheriff tiene cosas mejores que hacer que perseguir a la
gente que se está bañando.
La camarera cogió los billetes que Nick le dio con los ojos muy abiertos.
—Quédese con el cambio.
—Gracias. Vuelvan cuando quieran. Tengan cuidado. Han anunciado lluvia
para más tarde. No han visto un auténtico temporal si no han visto una tormenta en
estas montañas. Que disfruten del baño —terminó marchándose.
—Seguro que la camarera cree que estamos locos por querer intentarlo.
Eva se puso de pie y cogió su americana.
—Yo lo estoy.

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Nick se puso de pie.


—¿Hablas en serio? No he traído bañador.
Eva sonrió con picardía.
—Yo tampoco.
El mundo Cambió en el momento en que salieron de la autopista que recorría
las montañas y entraron en pequeña y estrecha carretera mal señalizada. De repente
se encontraron atravesando un mundo fantasmal, frío y silencioso donde árboles
altísimos se cerraban sobre ellos.
Se miraron con complicidad y al momento siguiente Eva y Nick abrieron sus
ventanillas. El aire fresco de montaña suplió la necesidad del aire acondicionado,
llevándoles los aromas de la naturaleza.
Al cabo de un rato empezaron a subir zigzagueando. A un lado de la carretera
se cernía la montaña oscura. Al otro, el terreno caía en profundas pendientes y veían
lo alto de los árboles cuyas ramas habían tenido junto a ellos minutos antes. La
impresionante subida requirió toda la concentración de Eva.
Cuando finalmente la carretera se niveló un poco, sonrió a su pasajero.
—Dije que podría hacerlo.
Nick la miró con dudas.
—Bajar será muy duro también.
Eva sonrió con seguridad. Pero Nick había visto el leve temblor de sus manos al
volante cuando él la miraba. Sentía igual que él la lenta pero inexorable tensión entre
ellos.
Le cogió un mechón de pelo sedoso que le caía por el hombro. Enroscó el
mechón en su pelo y le acarició con él la barbilla. Eva se sonrojó y Nick se excitó.
Eva no podía apartar la mirada de la carretera porque estaban comenzando el
descenso al desfiladero marcado en la servilleta de papel. Nick observaba cómo
expertamente conducía la limusina por un lugar muy empinado. Le puso una mano
bajo el pelo y empezó a acariciarle la nuca.
—Estás muy tensa. ¿Es la fatiga o soy yo, Eva?
Eva lo miró. ¿Cómo podía preguntarlo a esas alturas?
—Nunca te mentiría deliberadamente, Nick.
Nick sonrió.
—Ésa es una clásica respuesta tuya, sutil, evasiva y con el suficiente misterio
para dejarme intrigado. Muy bien. Guárdate tus secretos de momento.
Un rato después el coche llegó a una zona plana y soleada junto a la carretera.
Salieron del coche.
—Creo que estoy lista para darme un baño.
—Eva se quitó la americana y la echó al asiento antes de cerrar la puerta y
volverse para cruzar la pradera que llevaba al agua.

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El desfiladero era pequeño y llevaba agua. En un extremo del estrecho valle se


levantaba una pequeña pared formando una barrera protectora contra el viento y el
calor. Era ahí donde la comente formaba una piscina rodeada de árboles. En la
profunda sombra de la pared había musgo.
—Es perfecto —declaró Eva entusiasmada cuando llegó—. Debe haber por los
menos diez grados menos aquí.
—Cierto —dijo Nick poniéndose detrás—. ¿Entonces por qué no disfrutamos
simplemente de la vista? No hay necesidad de mojarse.
Eva giró y lo miró con picardía.
—¿No?
Sus miradas se encontraron, y Nick recordó con absoluto detalle la tensión
durante todo el viaje entre ellos. Recordó con absoluta claridad lo que casi había
sucedido la noche anterior. Sintió sus músculos tensarse. Quiso besarla de nuevo.
Pero algo que no podía explicar le volvió reacio a terminar lo que tan
desesperadamente quería terminar.
—No estoy seguro de que tengamos tiempo para esto, Eva.
Ella sonrió.
—Sólo son las cuatro. No te esperan en la conferencia hasta las seis.
—¿Y si alguien viene y nos ve?
Eva puso expresión de sorpresa.
—¿Desde cuándo te preocupa lo que piensen los demás?
Eso no le importaba, pero le importaba ella.
—¿Y si es el sheriff?
—Tú le explicarás usando tu ingenio y encanto que no sabías que iba contra la
ley. Que no somos de este estado y no volveremos a hacerlo de nuevo.
Nick la vio quitarse los zapatos y pisar la hierba descalza. Dio un paso hacia ella
sonriendo despacio.
—Te estás tomando a la ligera una situación que puede ser muy peligrosa.
—¿Peligrosa para quién? —preguntó desabrochándose el primer botón de la
camisa.
—Para mi imagen —insistió obstinado—. Piensa en lo que pasaría si la prensa
se entera de que me he bañado desnudo con mi chófer.
—La publicidad sin duda alteraría tu imagen pública —dijo soltando una risita
—. Ya veo los titulares… El Hombre de Hielo se descongela con compañera
desnuda… El trasero desnudo de Bauer…
Se rió de nuevo, pero la expresión de Nick le dijo que él no compartía su risa.
Eva planto las manos en las caderas y lo miró de arriba a abajo.
—¿Qué es lo que tienes miedo de enseñar?

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Nick consideró sus opciones. Podía simplemente bajarse los pantalones y


enseñárselo o podría decírselo. O podría…
Eva dejó de mirar su expresión testaruda y siguió desabrochándose la camisa.
Nunca había hecho algo así en toda su vida. Se iba a desnudar descaradamente
delante de un hombre con el que nunca había hecho el amor. ¿En qué estaba
pensando? No, no iba a pensar. Era el momento para la acción. Pasara lo que pasara
no se arrepentiría a menos que no se arriesgara.
Cuando se abrió el último botón, se quitó despacio la camisa, mostrando un
sujetador de satén y encaje rosa. Menos mal que se había puesto su lencería sexy.
Aún dándole la espalda, se bajó las cremallera y se quitó los pantalones de una
patada antes de que pudiera cambiar de opinión.
Nick estaba con la boca abierta y embobado. Dio varios pasos silenciosos hacia
ella mientras Eva se desabrochaba el sujetador. Se detuvo justo detrás. Vio fascinado
cómo las tiras de satén del sujetador se deslizaron por sus brazos bronceados. Eva
movió los brazos y la prenda cayó a la hierba.
Eva oyó su respiración agitada detrás, pero no tenía valor para darse la vuelta.
En lugar de eso corrió en la dirección del agua.
—¡El último es tonto! —gritó.
Nick dejó de pensar en el sheriff o en las consecuencias y sólo pensó en Eva
James corriendo por la hierba en braguitas con los pechos agitándose provocadores
mientras lo desafiaba a seguirla. Se desnudó a toda velocidad y fue tras ella.
Cuando él se dio cuenta de lo que Eva iba a hacer gritó. Pero fue demasiado
tarde. Ella cayó al agua tirándose elegantemente de cabeza.
Nick corrió al lugar donde había saltado, y respiró aliviado cuando la vio
emerger con un grito de alegría.
—¡Está fresca y buenísima!
Pero Nick no compartía su entusiasmo.
—¡Maldición, Eva! Nadie con algo de cabeza se tira así en una zona
desconocida. No es seguro.
Sabía que sonó como un padre, pero se había asustado mucho. Ella podía
haberse roto la cabeza con una piedra o haberse matado.
—¡Tienes razón! —gritó ella nadando hacia la orilla y cuando se puso de pie con
el agua hasta el pecho, lo miró arrepentida—. Perdona si te he asustado…
Nick se quedó de pie en calzoncillos viendo cómo su cabeza entraba y salía del
agua cristalina. Veía claramente sus pechos. Tenía los pezones duros y rosas. Eva era
compleja y complicada, una extraña mezcla de mujer práctica y caprichosa. Pero
ninguna otra mujer le había hecho sentirse tan a gusto con ella y consigo mismo.
Cuando se casó, Nick era muy joven, demasiado centrado en su trabajo para apreciar
del todo los gozos emocionales de amar a una mujer. Y luego perdió la oportunidad
de experimentar ese conocimiento.
Y mientras miraba a Eva se preguntó si sería posible sentir lo que sentía por ella
y no llamarlo amor. Lo dudaba mucho.

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—¿Bueno, vienes o no? —lo llamó Eva.


Nick miró por encima de su hombro donde habían dejado la ropa. Volvió a
mirar a Eva y sonrió.
—Parece que te has olvidado de las reglas de bañarte desnuda.
—Cierto.
Pataleó unos instantes y entonces sujetó triunfante sus braguitas. Tras girarlas
sobre su cabeza las lanzó hacia la orilla. La prenda aterrizó sobre el pie derecho de
Nick.
—¡Vaya puntería! —se rió—. ¿Vienes o no?
Entonces Nick sin dejar de sonreír se quitó los calzoncillos.
Eva pudo ver su impresionante erección antes de que él se tirara al agua estilo
bomba, levantando un oleaje que momentáneamente sumergió a Eva.

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Capítulo Seis
Nick salió a la superficie gritando.
—¡Está helada!
Se echó el pelo hacia atrás con las manos y sonrió a Eva.
—Eres una mujer loca.
Eva se encogió de hombros donde hacía pie.
—Y tú me sigues. Sorprendente, ¿verdad?
La sonrisa de Nick se agrandó y su rostro se relajó. Eva empezó a nadar en
paralelo a él, dando lentas brazadas.
—En seguida te acostumbras a la temperatura. Esto es lo que necesitábamos
para enfriarnos —le dijo poniéndose de espaldas.
Olvidando sus escalofríos, Nick la vio flotar hacia él, con los pechos
sobresaliendo del agua. Aunque el resto de su cuerpo estaba sumergido, podía verlo
a través del agua cristalina. Parecía una ninfa, esbelta, seductora y muy deseable. De
repente se dio cuenta de que no servía de nada que el agua fuera fría. Su temperatura
interna aumentaba a cada minuto.
Cuando llegó cerca, Nick estiró una mano y la cogió del brazo, tirando de ella
hasta que sus cuerpos se deslizaron uno sobre otro. Eva estaba fría y resbaladiza.
—Ven aquí…
Nick inclinó la cabeza despacio, dándole tiempo para darse cuenta de lo que
estaba pasando.
Sintiendo que él iba a besarla, Eva no esperó. Se puso de puntillas para recibir
sus labios y subió los brazos a su cuello. No tenía sentido fingir que no deseaba eso.
Lo amaba y había esperado mucho para saber cómo sería amarlo con su cuerpo.
La boca de Nick estaba caliente. Eva sintió que se le doblaban las rodillas.
Nick se tomó su tiempo, ofreciéndole un sorprendente placer erótico con el
sencillo acto de un beso.
Y cuando la sintió vibrar de deseo y pasión, le cogió un pecho. Ella gimió
suavemente y él saboreó su deseo.
A Nick le maravilló lo rápidamente que ella cobraba vida bajo sus manos y lo
rápidamente que respondía. Ninguna otra mujer se había excitado tanto con él.
Nick supo que no haría falta más que eso, besarla y tocarla para estar
terriblemente excitado, incapaz de esperar o pensar en nada más que estar dentro de
ella. La acercó más para que ella notara la magnitud de su necesidad.
Sintiendo el cambio en su anatomía, Eva puso una mano en su espalda hasta la
cintura y luego la llevó delante…

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Cuando ella lo soltó al fin, su sexo duro empezó a moverse buscando el


triángulo entre sus muslos. Ella abrió ligeramente las piernas y le sujetó así. Nick
gimió y la sujetó de las nalgas, empezando a dar empujones con sus caderas sin dejar
de besarla.
Eva estaba consumiéndose con el placer de lo que él le estaba haciendo. La
presión creciendo entre sus piernas era sólo un pequeño indicio de lo que le haría a
continuación. Pero Nick en ningún momento tocó el lugar que ella tanto quería.
—Nick —suplicó jadeante—. ¡Nick, por favor!
Nick sabía lo que quería.
—¡Rodéame la cintura con las piernas!
Pero el fondo era demasiado resbaladizo. Cuando ella intentó subirse, Nick casi
perdió el equilibrio. No había forma de sujetar a Eva contra una pared y por tanto él
se resbalaba. Se dio cuenta de que no podían hacerlo, y la decepción le hizo apartar la
boca de golpe.
Respirando con dificultad, la apartó. La separación fue tan dolorosa como si
hubiera salido de dentro de ella. Miró desesperado hacia la orilla y se fijó en la
hierba.
—Nick, ¿qué ocurre? ¿No me deseas, Nick?
—¡Claro que sí!
La llevó hacia la orilla.
—Éste no es exactamente el lugar que yo habría elegido, Eva, pero no creo que
pueda esperar.
Cuando llegaron y salieron del agua, Nick se detuvo y la miró.
—¿Me dejarás que te haga el amor aquí y ahora, en la hierba?
El cuerpo de Eva temblaba de deseo y de frío.
—Si tú sientes lo que yo, Nick, éste es el lugar perfecto.
Nick sonrió con ternura y la abrazó.
Se quedaron así durante un rato. Luego Nick levantó las manos y le cogió la
cara antes de besarla.
Y al siguiente momento ella estaba echada sobre la hierba. Las manos de Nick y
su boca se movían por todas partes. Sus labios besaron los suyos, luego la frente, los
ojos, los pechos, haciéndola gemir de placer. Ambos se acariciaron… Y entonces los
dedos de Nick bajaron a acariciarla en su interior con tanta dulzura que el cuerpo de
Eva encontró el ritmo irresistible.
La primera oleada de placer la sorprendió por su intensidad Las pequeñas
convulsiones internas de su cuerpo eran deliciosas. Levantó las caderas contra sus
dedos y se avergonzó al instante, por su falta de inhibiciones. Pero entonces oyó a
Nick susurrando palabras de aprobación en su oído.
—Así, Eva, sí. Así me gusta.

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Y antes de que las sensaciones empezaran a disminuir él estaba arrodillado


entre sus piernas separadas.
Durante un momento ella lo miró. La visión la llenó de amor. Nick estaba
diciéndole algo, pero ella no entendía las palabras. No importaba. Sintió sus manos
en sus caderas y la fuerte presión de su sexo.
Su empujón no fue suave. Eva se dio cuenta de que Nick gastó el poco control
que le quedaba dándole placer. Y mientras entraba, ella se sorprendió de no sentir
dolor, sólo una intensa sensación de ser invadida por una fuerza grande y poderosa.
Eva levantó las caderas para recibirlo y su cuerpo se ajustaba a él a cada movimiento.
Un placer mayor del que nunca experimento llenó su cuerpo.
Nick se sintió llevado por maravillosas sensaciones. Nunca se había sentido
más gobernado por sus sentimientos y más fuera de control.
Se inclinó buscando como un hombre cegado su boca. La encontró y la besó con
el mismo ritmo con el que empujaba en sus entrañas.
Eva oyó el gruñido de Nick señalando su climax y se aferró a él mientras su
cuerpo se liberaba también.
Y entonces un trueno pareció sacudir la tierra.
Miraron al cielo. Por el oeste se acercaban nubes negras. Mientras miraban un
rayo cruzó el cielo. En ese momento oyeron el sonido del viento que fue seguido de
las gotas de lluvia cayendo sobre sus cuerpos desnudos. Un momento después las
gotas eran mayores.
Nick se puso de pie rápidamente y levantó a Eva.
—¡Vamos! —gritó poniéndola de pie.
Y cuando la rodeó con un brazo para protegerla, la lluvia cayó torrencial.
Corrieron hacia la limusina como dos niños traviesos. Nick abrió la puerta
trasera dejándola entrar a ella primero. El saltó detrás y cerró la puerta.
Con el pelo aplastado a sus cabezas y las gotas de lluvia cayéndoles por la cara,
echaron a reír simultáneamente. En ese momento otro rayo iluminó la
semioscuridad. Instintivamente se abrazaron cuando otro trueno sacudió la limusina.
—Eres preciosa —dijo Nick cogiéndole la cara entre las manos—. Y maravillosa.
Estoy loco por ti —dijo señalando cada palabra con un beso.
Durante un momento Eva se dejó llevar por sus besos. Todos los sentimientos
que había estado tan insegura de expresar salieron de su interior, casi ahogándola
con su intensidad. Se apartó de sus brazos con una risa temblorosa que terminó en
un sollozo.
—Estás llorando… ¿Te hice daño?
Eva negó con la cabeza.
—No, sólo… Lo había deseado durante mucho tiempo. Abrázame.
—Así está mejor —dijo Nick satisfecho tumbándose en el asiento y echándola a
su lado.

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Eva miró su cuerpo desnudo y puso la mano sobre su entrepierna, empezando


a acariciarla.
—No tenemos nada que ponernos. La ropa está fuera.
—Sí, lo sé. Eres una plaga para mi vestuario. Voy a tener que comprarme trajes
de goma para salir contigo.
—A mí me gustas así.
—Eva… estás buscándote… problemas…
Eva se inclinó sobre él y le besó las cejas, los ojos, las mejillas y la boca.
—Te quiero, Nick Bauer.
Para su desolación, Eva vio unas leves sombras de duda en sus ojos.
—Eva… Me siento más halagado que tú. Seguro que has adivinado lo que yo
siento por ti.
—Claro que no —respondió ella con sinceridad, apartando la mirada de él y
tocando la punta de su erección con un dedo—. Nunca me lo has dicho. Nick empujó
su pelvis de forma sugerente contra su mano.
—¿Te gustaría otra demostración de lo que me haces?
—Imagino que sé lo que sientes, Nick —dijo ella despacio eligiendo sus
palabras con cuidado—. ¿Pero lo sabes tú?
—¿Por qué no lo averiguamos?
Nick inclinó la cabeza y le besó un pezón. Se tomó su tiempo, acariciándolo con
la lengua. Ella se arqueó. En pocos segundos su cuerpo necesitó de nuevo que la
tomara. Aunque sabía que era una táctica de Nick para ganar tiempo, no podía
culparlo por elegir un método tan delicioso.
Cuando se apartó de ella, tenía el rostro ligeramente enrojecido y la boca
satisfecha.
—Sé cómo me haces sentir. De maravilla, feliz, vivo… ¿Es eso suficiente de
momento?
Eva hubiera preferido que le dijera otra cosa, pero aceptó lo que le ofrecía; ese
momento.
Se besaron y Nick le separó las piernas. Entró en ella con un gemido. Mientras
se movía contra ella, Eva cerró los ojos y suspiró de gozo.
Después, se quedaron tumbados escuchando la tormenta que se alejaba hasta
que desapareció del todo.
Pero Eva siguió oyendo la respiración rápida de Nick y supo que estaba
pensando qué hacer y decir a continuación. Aunque le hubiera gustado ponérselo
fácil, no debía nacerlo. Ella se había arriesgado emocionalmente. Y le tocaba a él.
Nick estaba sudoroso y nervioso. Eva le había declarado su amor. Había dicho
las palabras con valentía. La declaración le hizo sentirse orgulloso y humilde, pero
también le aterrorizó. Su amistad el año anterior había sido lo mejor en su vida, pero
no estaba preparado para…

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Nick se obligó a dejarse de excusas. Había deseado estar con Eva ese fin de
semana más que nada. Y con ella se sentía como si hubiera vuelto a vivir. Pero no
quería la responsabilidad de su amor porque tenía miedo de fallarle y romperle el
corazón. Pero si no le ofrecía algo a cambio, la perdería.
—Quédate el fin de semana conmigo.
—¿En la conferencia? ¿Cómo explicarías mi presencia?
—Nunca doy explicaciones.
Eva intentó no reaccionar a su actitud segura, pero no pudo evitar pensar en lo
que significaba. No se sentía incómodo llevando a una mujer a una conferencia de
negocios porque no sería la primera vez. Pero ella imaginó las miradas que le
echarían de reojo. Sus compañeros imaginarían que era su amante. Pero ni siquiera
eso le hubiera importado si él le hubiera confesado sus sentimientos. Quizás había
cometido un gran error. A lo mejor él no sentía lo mismo que ella. El dolor en su
interior aumentó.
—Yo no tendré simplemente una aventura contigo, Nick.
—No estoy hablando de una aventura —Nick la abrazó—. Acabamos de
encontrarnos, Eva. No quiero dejarte marchar aún.
Aún. Eva se sentía más fría y sola a cada segundo.
—Si me quedara contigo, tendríamos una aventura. Yo sé lo que quiero. Y no es
eso. No voy a fingir otra cosa.
—De acuerdo, Eva. Lo haremos a tu manera. Vete a Albany si debes hacerlo.
Pero prométeme que estaremos juntos el fin de semana que viene.
Nick miró al asiento de enfrente donde estaba su agenda. Fue a cogerla pero
cambió de opinión.
—No importa si tengo citas. Las anularé —sonrió dándole ánimos—. Estoy
deseando cambiar mis prioridades por ti. ¿No significa nada para ti?
—Sí —dijo Eva con tristeza—. Significa que te gusta hacer el amor conmigo lo
bastante como para importunar a otras personas para conseguirlo.
—Eso es una distorsión de mis intenciones, Eva. Es injusto.
Eva se mordió el labio.
—Tienes razón. Perdona. Y admito que me tienta la oferta —le tocó la mejilla—.
¿Pero recuerdas cuando hace dos semanas te dije que la mitad de las mujeres de
Nueva York estaban enamoradas de ti mientras que la otra mitad sólo quería
acostarse contigo? —Nick asintió—. Bueno, pues yo soy la que quiere casarse
contigo, Nick.
Sus palabras se quedaron suspendidas en el aire y el silencio se hizo entre ellos.
—Supongo que tampoco he debido decir eso.
—No, no. Admiro tu honestidad, Eva. Es que es demasiado… repentino.
A pesar de todo Eva se rió.
—Oh, Nick, hablas como la heroína de una novela romántica.

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Para su asombro, él enrojeció.


—¡Eva, lo haces todo muy difícil! —murmuró, respirando profundamente antes
de continuar—. Las cosas son fáciles para ti. No lo son para mí. No lo han sido
durante mucho tiempo.
Nick le cogió una mano entre las suyas.
—Sé que quiero estar contigo, que me haces feliz. Pero no sé si eso es amor —
dijo con expresión infinitamente triste—. No quiero engañarte con la posibilidad de
tener algo que yo no pueda darte.
Eva le acarició el pelo.
—Nick, si no sientes lo que yo, no puedes fingirlo.
—No sé lo que siento —dijo con amargura con rostro desencajado de dolor—.
¡Pero no permitiré que me dejes!
Eva lo miró. Vio a un hombre con más miedo de resultar herido que ella. Le
tocó la boca, endurecida por la angustia, y sintió que la tensión en sus labios
disminuía bajo las suaves caricias de sus dedos. Ella quería darle placer, no dolor. Ya
sabía lo que era estar entre sus brazos y sentirse saciada y feliz. Sabía que podía
hacerle reír y sentirse despreocupado y apasionado. ¿Cómo podía dejarlo aunque
quedarse pudiera significar romperse el corazón?
Por primera vez, Eva deseó estar vestida. De repente se vio como la vería un
extraño: desnuda, mojada, aún enrojecida por la locura de hacer el amor
apasionadamente con su jefe. Su jefe… Tenía trabajo.
—De acuerdo, Nick. Tú ganas. Daremos un paso cada vez. Pero no me quedaré
contigo. Tengo que empezar mi vida en Albany. Hablaremos cuando tú vuelvas a
Manhattan.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
Eva miró alrededor como si esperara que sus ropas aparecieran mágicamente y
vio el reloj de la consola.
—Llegarás tarde —dijo ausente—. Abriré el maletero. Necesitaremos ropa seca.
Eva abrió la puerta y salió. La lluvia aún caía con suavidad. Fue a la puerta
delantera y la abrió. Una vez hecho accionó la palanca del maletero. Nick estaba
esperando allí y sacó rápidamente dos maletas, cerrando con demasiada fuerza.
Eva se movió hacia él y él hacia ella. Vio los ojos de Nick recorrer su cuerpo y
deteniéndose para mirar unas gotas brillando en sus pechos. Ella siguió el camino de
las gotas por el pecho de Nick hasta la base de su estómago. Incluso en ese momento
estaba preparado para tomarla de nuevo. Ella sabía que sólo haría falta un suspiro,
un gesto y volverían al asiento de la limusina.
Eva le cogió su maleta de la mano.
—Me cambiaré delante —dijo.
Pero él la cogió del codo.

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—Sé que estás enfadada.


—No estoy enfadada, Nick —le dio un beso en la mejilla—. No me arrepiento
de nada. Ha sido un sueño hecho realidad. Pero hasta los sueños terminan, ¿no?
—¿Por qué le pedimos tanto a la vida? —le oyó murmurar mientras se
marchaba—. ¿Por qué no podemos estar satisfechos con menos?
Su voz sonaba desesperada. ¿Era aún muy difícil para él considerar amar de
nuevo? Para ella era lo más natural y necesario en su vida.

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Capítulo Siete
El camino de vuelta subiendo la montaña era lento. La carretera estaba mojada
y llena de piedras de la tormenta. En el viaje de ida Eva vio señales advirtiendo de
posibles derrumbamientos de rocas, pero no le dio mucha importancia. En ese
momento sí. No había mucho sitio entre la pared a un lado y la pendiente al otro.
Aunque era por la tarde, el sol había desaparecido detrás de las montañas y la
carretera estaba en sombras. Incluso sin el aire acondicionado, el aire frío de la
montaña le puso la piel de gallina En su prisa por vestirse, se había puesto lo más
fácil, vaqueros y una camiseta. La lluvia había estropeado su uniforme, aunque no lo
necesitaría después de ese día. Sus días como chófer de Nick Bauer habían finalizado.
Miró por el retrovisor. Nick iba vestido igual de informal, estaba sentado
mirando hacia delante. ¿La estaría viendo? Eva volvió a mirar la carretera. No había
podido leer su expresión. Se había puesto las gafas oscuras. Ella no sugirió que fuera
delante a su lado y él no lo intentó. Se inquietó. Detrás de las gafas parecía un
auténtico extraño.
Pasaron unos instantes antes de que pudiera arriesgarse de nuevo a apartar la
mirada de la carretera. Lo que vio en el retrovisor la sorprendió. Debía haberse
equivocado. Miró de nuevo por el espejo. Vio una lágrima salir bajo las gafas.
Se sintió triste y feliz a la vez. Si él podía sentir tanta angustia, debía haber en su
corazón sitio para otros sentimientos como la alegría, la esperanza y el amor.
Suspiró aliviada cuando la limusina llegó a lo alto de la montaña. Ahí el sol aún
brillaba. Había una enorme planicie, la carretera era más ancha y las vistas eran
espectaculares. Disminuyó la marcha, fijándose en el valle más abajo, que se veía
azulado y cubierto de lluvia por las nubes que se iban alejando. Entonces volvió su
atención a la carretera, y empezó el descenso.
La limusina tomó la primera curva suavemente. La pendiente en ese lado de la
montaña era más gradual y los árboles crecían en abundancia a ese lado de la
carretera. Cuando iba a entrar en la siguiente curva, Eva tuvo la sensación de que
podía relajarse un poco. Lo peor había pasado.
El tractor apareció de la nada, saliendo de la curva y poniéndose en su camino.
Eva frenó y soltó un grito y giró el volante a la derecha. Oyó a Nick gritar su
nombre mientras ella trataba de recuperar el control. Los neumáticos patinaron en la
superficie húmeda y entonces Eva sintió el impacto antes de que una fuerza como un
puño le golpeara en la cara y el pecho.
Nick tragó sangre medio inconsciente. Olía a goma quemada y a gasolina.
Durante un momento le pareció que estaba reviviendo una pesadilla.
¡No podía estar pasando! ¡No de nuevo!
Se obligó a abrir los ojos y vio el techo almohadillado de la limusina.
—¡Eva! —gritó aún atontado.

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En lugar de su respuesta, una sombra apareció en la ventanilla a su lado. Era la


cabeza de un hombre.
—¿Estáis bien? ¡No os vi!
—¡Hay una mujer delante! —gritó Nick—. ¿La ves?
El hombre fue a mirar.
—Sigue ahí. ¡Oh, Dios, está muy quieta!
Nick ignoró las implicaciones de esas palabras. No tenía tiempo para el pánico
o el miedo. Tenía que actuar. Se liberó del cinturón y se levantó de forma que miró al
hombre a la cara.
—Ve a buscar ayuda. ¡Rápido!
—¡Claro, claro! —gritó el joven camionero—. Llamaré al sheriff.
Nick asomó la cabeza por la ventana.
—¡No se te ocurra dejarnos! ¡Te he visto la cara! ¡Si te vas te juro que te
perseguiré!
—Sólo voy a llamar —dijo el joven palideciendo—. Cayeron unas rocas al otro
lado. No pude parar a tiempo. Le juro que conducía con precaución. El sheriff podría
decírselo. Le juro que volveré.
Un gemido del asiento delantero llamó la atención de Nick. Gateando se acercó
lo más que pudo a Eva.
—Estoy aquí, Eva.
—¿Nick? —su voz fue muy débil.
—Gracias a Dios que estás viva. Tenemos que salir de aquí.
—No puedo. Estoy atrapada. Mi pierna.
Nick se asustó.
—¿Estás sangrando? ¡Respóndeme!
—No lo creo. Me he golpeado la cabeza, pero…
Eva se tocó la cara con la mano libre. Sentía la piel muy tierna, pero no tenía
sangre en los dedos cuando apartó la mano. A pesar de lo que le dolía la cabeza se
obligó a concentrarse en sus brazos y piernas, intentando determinar su situación.
Estaba atrapada entre el asiento y el salpicadero. Podía mover los brazos pero no las
piernas.
—Tengo las piernas atrapadas.
Nick no dejó que su pánico se notara en su voz.
—No te preocupes. Voy buscar ayuda.
—¿Nick?
—¿Sí?
—Tienes que salir. El coche caerá por la pendiente en cualquier momento.

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—No te preocupes. Hemos chocado contra un árbol. La limusina no se moverá.


Esperó sonar convincente, aunque sentía el ligero movimiento de la limusina
suspendida.
—Espera, Eva. Voy a ver si funciona el teléfono del coche.
—Marca el 911.
—De acuerdo.
Nick encontró el teléfono bajo su zapato izquierdo y marcó el número.
—Operadora, esto es una emergencia. Es un accidente de coche. Necesito hablar
con la policía de Carolina del Norte… ¿Cómo voy a saberlo? Usted es la operadora…
Bien, dése prisa.
La conexión le llegó con sorprendente rapidez.
—Acabo de tener un accidente de coche en… —Nick levantó la cabeza—.
¿Dónde estamos, Eva?
—No recuerdo el nombre. Diles que es la carretera que lleva a la autopista
Gorge en el Blue Ridge Parkway.
Nick lo repitió al teléfono.
—No me importan las dificultades creadas por la tormenta. Nosotros tenemos
dificultades mayores. Hay una mujer atrapada en un coche. No nos deben dejar aquí
después de anochecer o nunca nos encontrarán.
Eva se preguntó si la tormenta habría bloqueado alguna carretera. ¿Cuánto
tardaría en llegar la ayuda?
En ese momento el coche se inclinó una fracción sobre la pendiente, y el metal
chirrió.
Nick sintió un escalofrío de miedo.
—Eva —dijo acercándose a ella de nuevo—. Tienes que ver si puedes liberarte
sola.
—Es imposible. Lo he intentado. No creo que tenga nada roto, pero no puedo
moverme a menos que alguien llegue con herramientas adecuadas. Pero tú debes
salir mientras puedas, Nick. ¿De acuerdo?
—Bien, saldré y veré si puedo abrir tu puerta.
Eva cerró los ojos mientras le oía intentar abrir su puerta. Al menos él estaría a
salvo y ella podría concentrarse en preocuparse de sí misma. Notó algo caliente caer
por su cara y se dio cuenta de que estaba sudando a pesar que sentía helado el resto
de su cuerpo. Se dijo que tenía que ser valiente. Nick estaba cerca. De algún modo él
la protegería y la salvaría.
Oyó sus pasos mientras rodeaba el coche. Sabía que estaba mirando los daños y
calculando las posibilidades que ella tendría si había otro desprendimiento.
Cuando Eva oyó la voz de otro hombre, intentó girar la cabeza y ver quién era.
A lo mejor habían llegado los rescatadores. Pero no vio nada.
—¿Nick? ¿Nick?

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Unos segundos más tarde la puerta del copiloto se abrió y apareció el rostro de
Nick.
—Todo está bien, Eva. Estaba hablando con el camionero que nos dio. Él
también ha llamado para pedir ayuda, pero tardará un rato. Voy a hacerte compañía
mientras esperamos.
—¡No! —gritó ella desesperada.
Pero él ya estaba subiendo.
—No deberías estar aquí, Nick. Podría pasar algo.
—¿Recuerdas qué me preguntaste anoche, Eva? Me preguntaste por qué quería
vivir. No tenía una respuesta entonces, pero ahora sí. Quiero vivir para poder estar
contigo.
—Nick, no. Por favor.
—¿No qué? Crees que estoy diciéndolo sólo para mantenerte entretenida. Si
fuera así podría hablar del tiempo. No entiendo en qué me equivoqué. Pensé que
mientras no permitiera que nadie fuera muy importante para mí, nada podría
hacerme daño de nuevo. Eso fue un error. No había planeado que aparecieras en mi
vida.
—Lo sé —Eva lo miró indefensa—. Lo siento.
—Debes sentirlo —dijo él con filosofía—. Estropeaste mis planes perfectos, Eva,
y no creo que nunca me vaya a recuperar.
El coche se movió cuando una nueva roca cayó. Nick la oyó gemir de terror.
—Aguanta, Eva. ¿Me oyes? En seguida llegará la ayuda. Eva, te necesito. No
puedes dejarme.
—No voy a dejarte, Nick. Voy a quedarme aquí… y luchar por ti… y casarme
contigo… y darte hijos… y hacerte sonreír.
Nick sintió un nudo en el corazón.
—Siempre me haces sonreír.
—Y luego me ocuparé de que vivas mucho para ser abuelo. Aunque nunca
tendrás aspecto de viejo. Siempre serás un rompecorazones de pelo plateado.
—Sólo para ti, Eva. Sí, me gustaría eso. Si aún me quieres…
—Te quiero —dijo ella estirando la mano hacia él—. Sujétame, Nick.
Él cogió su mano y la apretó contra su mejilla.
—Estás muy fría. Ojalá pudiera calentarte. ¿Te duele mucho, Eva?
—No, no me duele nada. Eso es lo extraño. No siento nada, excepto ese maldito
picor en el pie derecho. No puedo rascarme.
—El picor es bueno, Eva. Significa que aún tienes sensaciones en las piernas.
Ella le apretó la mano.
—Me alegra mucho que estés aquí, Nick.

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—Siempre estaré donde estés tú, Eva —le acarició la mejilla—. Te quiero.
—Lo sé.
Durante veinte minutos charlaron de todo y de nada. Y después se oyeron las
sirenas de la policía.
—Ya están aquí, Eva —dijo Nick alegre—. Están aquí.
Eva perdió la noción del tiempo que tardaron en poner en coche en posición
segura y en el lento procedimiento de separar metal de metal para liberarla sin
hacerle daño. Respondió con calma a las preguntas de los médicos y evitó mirar la
aguja que le clavaron en el brazo.
Finalmente la levantaron y con sumo cuidado la pusieron en una camilla.
—¿Cómo está? —le preguntó Nick al médico.
—Parece que bien. Pero no podemos estar seguros hasta que sea examinada en
el hospital.
—Me pondré bien —le aseguró Eva Nick—. ¿Cómo me bajarán de aquí? —le
preguntó al médico.
—En primera clase —respondió el médico sonriente—. Espero que le guste
volar. Hemos venido en helicóptero.
—Yo voy con ella.
Eva miró perpleja a Nick. De las cosas que él había eliminado de su vida, volar
era la primera.
—No hace falta que lo hagas, Nick.
Él la miró con amor y determinación.
—Sí.
Subieron a la planicie en silencio. Nick subió al helicóptero y se sentó al lado de
Eva, con expresión seria pero no asustada.
—Aguanta un poco más. Ya casi ha terminado.
Eva lo miró con adoración.
—Hay sólo una cosa que necesito.
—¿El qué? Dilo y lo tendrás.
Eva sonrió al ver su expresión preocupada.
—Bésame, Nick. Para darme buena suerte.
Él sonrió.
—Cualquier cosa para complacer a mi dama.
La besó con tanta suavidad que a Eva se le llenaron los ojos de lágrimas. Pero
cuando él fue a levantarse, ella le cogió del pelo y profundizó y alargó el beso.
Al final Nick levantó la cabeza con ojos llenos de pasión.
—Eres una mujer temeraria, Eva.

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—Sólo contigo.
—Ponte bien deprisa, amor mío. Hay mil cosas que quiero hacer contigo. Y
algunas incluso fuera de la cama.

Fin

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