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Retrospectiva y

perspectiva del
pensamiento
político
dominicano
RETROSPECTIVA Y PERSPECTIVA DEL
PENSAMIENTO POLÍTICO DOMINICANO
Producción general: Dirección de Información,
Prensa y Publicidad de la Presidencia
Diseño y diagramación: ERAS Diseño Gráfico
Impresión: Editora Corripio
ISBN: 978-99458721-0-1
Santo Domingo, diciembre de 2009.

Todos los derechos de la obra están reservados.


Queda prohibida su reproducción total o parcial,
sea por medios mecánicos o electrónicos, sin la
debida autorización.
contenido
CAPITULO I LA VALIDACIÓN INTELECTUAL
DE LA DICTADURA TRUJILLISTA:
Peña Batlle, Joaquín Balaguer, Fabio Mota,
Rodríguez Demorizi y Arturo Logroño 9

CAPITULO II EL PENSAMIENTO CONSERVADOR


EN EL SIGLO XIX:
Tomás Bobadilla, Antonio Delmonte y Tejada,
Manuel de Jesús Galván y Javier Ángulo Guridi 79

CAPITULO III EL PENSAMIENTO LIBERAL


CLÁSICO DOMINICANO:
Juan Pablo Duarte, Francisco Espaillat
y Francisco Gregorio Billini 139

CAPITULO IV EL POSITIVISMO, HOSTOS


Y LOS DISCÍPULOS:
Pedro Henríquez Ureña, José Ramón López, Salomé Ureña,
Félix Evaristo Mejía, Leonor Feltz, Pedro Bonó
y Américo Lugo 187

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CAPITULO V LAS RAÍCES IDEOLÓGICAS SOBRE LA
CONDICIÓN DOMINICANA EN LOS
PENSADORES CRIOLLOS:
Antonio Sánchez Valverde, Andrés López de Medrano,
José Núñez de Cáceres, Bernardo Correa y Cidrón
y Ciriaco Ramírez 245

CAPITULO VI ANÁLISIS SOCIAL DE LA HISTORIA:


CORRIENTES HISTORIOGRÁFICAS,
MARXISMO, FUNCIONALISMO,
HISTORICISMO, Y OTRAS QUE
INFLUYERON CON POSTERIORIDAD
A LA MUERTE DE TRUJILLO:
Juan Bosch y Jimenes Grullón 269

CAPITULO VII LAS ORIENTACIONES


RECIENTES DE LA
REFLEXIÓN INTELECTUAL 321

CAPITULO VIII MODERNIDAD Y POSTMODERNIDAD


EN EL PENSAMIENTO DOMINICANO
CONTEMPORÁNEO 355
INTRODUCCIÓN

CRISIS DE LAS IDEAS


Y UNA APUESTA POR
LA ESPERANZA
La familia, el conglomerado esencial de la sociedad, ha sido golpeada
por una crisis de valores. Una barahúnda social que afecta a toda la hu-
manidad, en todos los órdenes. Una descomposición que se expresa de
manera brutal a todas horas y todos los días.
Quienes hemos soñado con una sociedad con valores, vemos con
asombro cómo el mundo parece dejarse arrinconar por hechos que
aceptamos con la mayor naturalidad, a pesar de que en nuestros aden-
tros sabemos que esos hechos, luego convertidos en acontecimientos
mediáticos, nos pueden enrumbar por el abismo más profundo.
A pesar de que la mayoría coincide en construir una sociedad justa,
humana, con valores morales y éticos, hoy subyace en la mente de cada
historiador, científico o líder mundial la idea de que hay una crisis de
paradigma.
Con la caída del Muro de Berlín y el Bloque Socialista, en 1989, el
mundo ha sido unipolar. Esa unipolaridad, sin embargo, no ha resul-
tado suficiente para que todos estemos seguros de que vivimos en una
sociedad como la que aspiramos.
Todo lo contrario, desde hace un año, por ejemplo, a escala global se
vive la crisis financiera más letal que ha conocido la humanidad. A pe-
sar de los paquetes de estímulos inyectados a la principal economía, y

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Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

la lenta recuperación derivada de esas inyecciones financieras, persiste


una crisis estructural que nos llevará años superar.
Estos momentos de turbulencia global han llevado a más de un pen-
sador a reflexionar sobre el origen de este desorden, dentro del orden
mundial, y las perspectivas sobre el futuro de la sociedad, mientras
en los templos cristianos se piensa si estamos en los albores del fin del
mundo, un debate sobre el que no estamos en ánimo de ahondar.
Hay acontecimientos, empero, que nos indican que el mundo anda
por derroteros que nos obligan, como ciudadanos con responsabilida-
des públicas, a mantener la cabeza levantada y enfrentar aquellas fuer-
zas que intentan instaurar una sociedad desigual e intrínsecamente
injusta, basada en el caos.
Hay una crisis que se expresa en todos los ámbitos de la vida: en la
economía, cuando observamos que un puñado de financistas genera
una debacle financiera a escala planetaria, sólo por el egoísmo de llenar
sus cuentas bancarias; se expresa en los deportes, cuando se descubre
que un atleta utiliza mecanismos prohibidos para asegurar mejor rendi-
miento; se manifiesta en la familia, cuando un hijo mata a su padre por
absurdas diferencias de criterios; también en el que jura de rodillas ser-
vir a Dios y, no saliendo bien del templo, se descubre con un escándalo
cuyos detalles se convierten en una afrenta contra lo que dice profesar.
O cuando un servidor público se las arregla para evadir los contro-
les que no le permiten utilizar en su beneficio los recursos que admi-
nistra.
Nos quedamos perplejos cuando desde una sociedad en la que se pre-
dica el respeto a los derechos humanos, se mantiene la doble moral de
propiciar la guerra, para luego pasar factura a las empresas que después
llegan a reconstruir el país que ellos mismos convirtieron en cenizas.
No sólo hay una crisis de paradigma en relación al tipo de organiza-
ción económica y social a la que aspira la humanidad, también hay una
crisis de valores éticos y morales, hay una crisis de las ideas.

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Esta crisis de las ideas no implica, sin embargo, el fin de la esperanza.
Hemos aprendido de nuestros maestros, el profesor Juan Bosch y el pre-
sidente de la República, doctor Leonel Fernández, que una crisis debe
ser vista como una oportunidad para dar respuestas creativas, con el fin
de perfilar una sociedad más humana, justa y civilizada.
Esa crisis de las ideas se ha expresado en nuestro país en el ámbito po-
lítico. En todo el discurrir de nuestra historia vernácula, el pensamien-
to dominicano ha tenido verdaderos íconos, identificados en hombres
y mujeres que son nuestras figuras emblemáticas. En contraposición,
estos ilustres hombres y mujeres fueron combatidos por los faltos de
ideas, pesimistas consuetudinarios, que entregaron nuestro territorio
en una tarea anexionista que no tiene parangón en la historia nacional.
Esa realidad nos lleva a reflexionar sobre la necesidad de que en estos
momentos turbulentos de crisis global en todos los niveles, con una
amenaza por imponer rancios proteccionismos, levantemos nuestros
mejores valores, que son los autóctonos; descubramos nuestros mejo-
res hombres y mujeres para empoderarlos en la gran tarea nacional: el
Proyecto de Nación.
A propósito del 146 aniversario de la Restauración de la Repúbli-
ca, celebrado este año 2009, nosotros, en la Dirección de Información,
Prensa y Publicidad de la Presidencia y el Archivo General de la Na-
ción, organizamos el “Festival de las Ideas”, propicia y afortunada ini-
ciativa dirigida a exaltar el pensamiento político dominicano, desde la
ruptura colonial hasta nuestros tiempos.
En su momento, organizamos ocho paneles sobre el pensamiento po-
lítico dominicano, en alianza con siete universidades y la Fundación
Global Democracia y Desarrollo, a fin de generar un debate conceptual
y plural sobre nuestros grandes pensadores, a cargo de los principales
historiadores y catedráticos, recogido en este libro para dejarlo como
legado.
Sin lugar a dudas esta retrospectiva del pensamiento político do-
minicano, vista por los pensadores contemporáneos, resumidos en un

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Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

solo texto, servirá para que las generaciones presentes y futuras puedan
aquilatar la forma de ver a nuestros hombres y mujeres emblemáticos,
desde un análisis crítico y plural.
Este esfuerzo editorial no hubiese sido posible sin la colaboración
y entrega de los pensadores, historiadores y catedráticos de univer-
sidades, así como del personal del Archivo General de la Nación y la
Dirección de Información, Prensa y Publicidad de la Presidencia de la
República.
Como descendientes de los soldados independentistas de la Guerra
Restauradora, debemos dar un paso adelante para asumir nuestro com-
promiso histórico de rescatar nuestro pensamiento. Los desafíos que
enfrentamos, como sociedad, se deben convertir en oportunidades para
vencer, siempre con el ejemplo de Gregorio Luperón, Gaspar Polanco,
Juan Bosch y Juan Pablo Duarte.

Rafael Núñez
Secretario de Estado
Director de Información, Prensa
y Publicidad de la Presidencia

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CAPITULO I

La validación
intelectual de la
dictadura trujillista
• Peña Batlle
• Joaquín Balaguer
• Fabio Mota
• Rodríguez Demorizi
• Arturo Logroño

EXPOSITORES: COORDINADOR:
Andrés L. Mateo Wilfredo Lozano
Bernardo Vega
Franklin Franco
Richard Turits
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

En la mesa principal figuran Richard Turits, Bernardo Vega, Julio Amado Castaños, rector de
UNIBE, Wilfredo Lozano, Andrés L. Mateo y Franklin Franco.

El público escucha las conferencias del panel desarrollado el 11 de agosto de 2009


en la Universidad Iberoamericana (UNIBE).
CURIOSIDADES DE
LA LEGITIMACIÓN
DEL RÉGIMEN
TRUJILLISTA Andrés L. Mateo
“La masacre de ciudadanos haitianos ordenada por Trujillo
en el 1937 opera como un mito de confirmación. En la historia
cultural dominicana, la frontera es una línea épica. Al unir la
masacre de 1937 con el mito fundacional de la reconstrucción
de la ciudad de Santo Domingo de 1930, el trujillismo
demuestra su determinación”.

Cuando Tulio Halperin Donghi estudió las particularidades de las dic-


taduras latinoamericanas, en su libro “Historia contemporánea de América
Latina” se le acabaron todos los argumentos sociológicos al intentar des-
cribir el fundamento de la legitimación de la dictadura de Rafael Leónidas
Trujillo Molina en la República Dominicana. Su único punto de compa-
ración era el gobierno despótico de Anastasio Somoza. En ambos casos
el poder se transformó en un instrumento de acumulación capitalista. En
ambos casos las burguesías locales fueron postergadas. Ambas dictaduras
provenían de ejércitos formados por la intervención de tropas norteame-
ricanas. Pero ni siquiera la dinastía familiar de los Somoza es comparable
con el dominio absoluto del trujillismo de toda la estructura económica,
social y política de la República Dominicana.

La singularidad de la dictadura trujillista no reside, pues, en el uso po-


lítico del ejército como sostén de la dominación, factor común a muchas
otras dictaduras latinoamericanas. Ni tampoco en el carácter de fuente
de enriquecimiento personal del dictador en que se transformó el Estado,
porque es frecuente que las tiranías en el continente transformen el poder
en instrumento de conquista del predominio económico. Ni siquiera en la
subordinación que impuso a la burguesía como clase se halla esta singula-

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Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

ridad. La primera singularidad que resalta de la legitimación del régimen


trujillista es cómo la apropiación de la sociedad en su conjunto se realizó a
través de un “corpus” de legitimación cuya habla es el mito; y, en segundo
lugar, un hecho que no se ha estudiado todavía, y que atañe a la historia del
pensamiento dominicano, como lo es el matrimonio insólito que se produ-
jo entre el hostosianismo y el arielismo, para dar sustentación “ideológica”
al trujillismo.

Comencemos por establecer un hecho indiscutible: la dictadura de Tru-


jillo no se legitimó a partir de una ideología. Trujillo tenía dominio total del
ejército que había formado personalmente, luego de la retirada de las tro-
pas norteamericanas en el 1924. Logró el dominio pleno del poder político,
después de 1930, y dispersó por la violencia toda la oposición tradicional
organizada. Usando el aparato del Estado, en un tiempo muy breve, sus
riquezas personales tenían un peso específico superior al de toda la débil
burguesía nacional junta. Esta suma de factores permitió que el trujillismo
se alejara cada vez más de su base material, y que su gestión de Estado no
respondiera a la eficacia de un sistema en nombre del cual una clase ejerce
el poder.

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Sobre esa gigantesca deformación estructural, se articuló la economía con
la ideología, que se invistió también de esta deformación, y se impuso sobre
el país la simbología discursiva del régimen y sus valores fundamentales.
Todas las manifestaciones de la autoconciencia se redujeron a la exaltación
de la suficiencia triunfante del tirano. Fueron las hazañas milagrosas, sus
símbolos relacionados con la historia reciente, sus claves inscritas en la
lisura del misterio, sus combates solitarios, su signo de amparo, los que se
impusieron como ideología al resto de la débil burguesía dominicana, pri-
mero; y a la nación entera, después. Trujillo adoptó un modo superlativo de
significación, que en correspondencia con la deformación de la formación
social dominicana, sustituyó el papel de la ideología en el régimen. Siempre
con el telón de fondo de la violencia, este sistema mitológico se conformó
a partir de la deshistoricización, y usando el pasado como contraposición
al presente. Cada mito trujillista en particular era una respuesta satisfac-
toria a la decepción del pasado. Los mitos respondían siempre a una de
las decepciones que el pensamiento dominicano del siglo XIX había hecho
angustia existencial. Así, por ejemplo, el Mito Fundacional, que se origina
con la reconstrucción de la ciudad de Santo Domingo, luego del ciclón de
San Zenón, en el 1930, satisface una de las aspiraciones ideales del pensa-
miento del siglo XIX, y es el signo de apertura a la modernidad de la nación.
Mediante este mito fundacional se liquida la vieja polémica intelectual que
veía el progreso ligado al surgimiento de las urbes modernas, en contra-
posición a la barbarie rural. Con la reconstrucción de la ciudad de Santo
Domingo, el trujillismo abre la metáfora espacial en la que el campesinado
deja de ser el arquetipo de la formación del Estado nacional, y Trujillo pasa
a ser el “Padre de la Patria Nueva”.

La masacre de ciudadanos haitianos ordenada por Trujillo en el 1937


opera como un mito de confirmación. En la historia cultural dominicana,
la frontera es una línea épica. Al unir la masacre de 1937 con el mito funda-
cional de la reconstrucción de la ciudad de Santo Domingo de 1930, el tru-
jillismo demuestra su determinación. El lugar del crimen funciona como el
signo luminoso de una intención: Si hay Patria es por Trujillo, gracias a él
la nación ya no es dubitable en sus contornos. Desde el punto de vista de
la ideología, la masacre no es más que la materialización de un bello sue-

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Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

ño interior, que la enseñanza de la historia había grabado como moral de


desquite en el corazón de los dominicanos. Con este hecho Trujillo arriba
a la fulguración del nacionalismo, a la demostración tranquila de recursos
extremos para salvar la patria.

Tanto el mito fundacional derivado de la reconstrucción, como el mito


de confirmación de la Masacre, son mitos sensoriales. Pero el sistema de
legitimación trujillista asumió también el mito de La Paz, de naturaleza
puramente psíquica.

Este mito se relaciona con la rápida movilidad del trujillismo en el terre-


no de la instrucción y la cultura, y servía para imponer y notificar un orden.
Se difundió profusamente en la llamada “Cartilla Cívica”, que fue un ins-
trumento de divulgación masiva del régimen, convirtiéndose en un mito
de interpelación que expresaba el pasado y nos liberaba de él. A lo que el
mito de la paz se oponía era a la antigua tradición levantisca de los caci-
ques y manigüeros que poblaron el siglo XIX dominicano, y principios del
XX. La Paz trujillista significaba la superación del generalato conchopri-
mesco, que va desde la muerte del general Mon Cáceres, en el 1911, hasta la
intervención norteamericana de 1916. En la “Cartilla Cívica” se puede leer
lo siguiente: “La paz es el mayor bien que puede disfrutar un pueblo. En la
paz todas las vidas están seguras (…) el Presidente trabaja incesantemen-
te por la felicidad de su pueblo. El mantiene la paz; sostiene las escuelas,
hace los caminos, protege el trabajo en toda forma, ayuda a la agricultura,
ampara las industrias; conserva y mejora los puertos, mantiene los hospita-
les; favorece el estudio y organiza el ejército para garantía de cada hombre
ordenado”. Como mito, “La Paz” no tiene ambigüedad posible, notifica el
orden, hace comprender las condiciones de la interactuación social, y se-
grega al opositor del partidario. Es, incluso, la condición de la felicidad
colectiva.

Los grandes temas del sistema mitológico del trujillismo se cierran con
el mito de la independencia económica, que funciona como un espesor de
equivalencias gloriosas, que transporta a Trujillo en un plano de igualdad a
la génesis misma de la patria. Mediante este mito de equivalencia Trujillo
une el idealismo social con el pragmatismo burgués. Mientras Duarte con-

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cibió la República como un ideal, Trujillo la ha hecho verdadera. Duarte es
el ideal convertido en pensamiento, y Trujillo hizo del pensamiento una
verdad.

Como los demás, este mito es también tributario de la historia, y en el


trujillismo conduce a una escisión memorable entre el burgués ético y el
burgués político. Surgió del pago de la deuda externa que Trujillo realizó
en el 1940, y la épica del régimen hace brotar la verdadera independencia
del país de su materialización.

“Básicamente, las ideas de Eugenio María de Hostos responden a un


pensamiento racionalista, distanciado por su carácter de todo tipo
de especulación ideal. Y aunque Hostos le inyecta a su positivismo
una dosis de sublimidad argumental, el esqueleto teórico sigue
siendo el racionalismo positivo. Todos sabemos que Hostos
combinó el positivismo con el krausismo, y que esta influencia
krausista le dará una particularidad a su visión positivista”.

Sobre estos mitos elaboró la ideología toda la legitimación del régimen,


inundó la vida cotidiana, pobló las determinaciones de la historia, habi-
tando el arte, la cultura, la educación, la religión. Al hacerse destrucción
esencial del pasado, el mitosistema del trujillismo alcanzó toda la colecti-
vidad. No había forma ingenua de la vida de relación que pudiera escapar
a su presencia opresiva. Tal como propiciaba la construcción perpetua de
su verdad absoluta, ni la familia, ni el amor, ni el pensamiento, dejaban de
estar condicionados por el peso aplastante de sus símbolos.

Por ello el trujillismo no tuvo definición ideológica. Los temas clásico de


lo que se considera “ideología del trujillismo”, se pueden representar en las
siguientes propuestas recurrentes: Mesianismo, Hispanismo, Catolicismo,
Anticomunismo, Antihianismo. Todos tienen una relación instrumental
demasiado inmediata con lo político, y una simplicidad tan rotunda en su
adulteración de la historia y de la realidad, que los hace colindar con la pro-
paganda, y no con la racionalización ideológica. En rigor, cumplen las dos
funciones. Pero en su referencialidad, se bautizan en el mito que acompaña
como un esplendor inalterable a la “Era” desplegándose en la historia. Cier-
tamente no hay ideología trujillista en sentido estricto, pero el trujillismo

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Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

impuso su hegemonía ideológica fundada en la violencia sentida por todos


los sectores de clase, y consumida como un mito que transfiguraba la carga
política del mundo. Eran tantos los factores sobredeterminantes de lo so-
cial, económico y político, que la justificación ideológica echaba manos con
mayor frecuencia de la pasta divina de Trujillo, que de la racionalización de
clase que organiza una visión del mundo desde la ideología.

El otro elemento de esa singularidad atañe a la historia del pensamiento.


En el trujillismo se produjo el matrimonio insólito entre un pensamiento
racionalista y un pensamiento idealista, que se conjugaron para darle la
base a la “ideología del progreso”. Estos dos movimientos eran el hostosia-
nismo y el arielismo.

Básicamente, las ideas de Eugenio María de Hostos responden a un pen-


samiento racionalista, distanciado por su carácter de todo tipo de espe-
culación ideal. Y aunque Hostos le inyecta a su positivismo una dosis de
sublimidad argumental, el esqueleto teórico sigue siendo el racionalismo
positivo. Todos sabemos que Hostos combinó el positivismo con el krau-
sismo, y que esta influencia krausista le dará una particularidad a su visión
positivista. Desde esta perspectiva propondrá el único pensamiento de re-
generación social completo que tiene la historia de las ideas en nuestro
país. Otra cosa es, sin embargo, la práctica política a la que se vincula en la
República Dominicana. Desde la plataforma de la moral social que el hos-
tosianismo pregonó, sus encontronazos con la sórdida actividad política y
el partidarismo, no sólo son memorables desde el punto de vista que pro-
pone como sistema de regeneración posible de lo social, sino que alcanza
la estatura de martirologio, la frustración y el combate inútil del maestro,
a quien se ve partir despavorido frente a las atrocidades de la dictadura de
Ulises Heureaux. El positivismo hostosiano se enfrentó a dos dictaduras
y a las dos las venció. Pero fueron agobiantes los combates, incluyendo la
batalla postmorten que se desarrolló con motivo de la encuesta del diario
El Caribe, sobre “La influencia de Eugenio María de Hostos en la cultura
dominicana”, en el 1956.

El repliegue del normalismo hostosiano positivista y su expresión polí-


tica liberal dejó sin amparo de clase a los intelectuales. Y es en estas con-

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diciones que el arielismo llega a la República Dominicana. El libro “Ariel”,
de José Enrique Rodó, se publicó en el 1900, y su impacto casi inmediato
se hizo sentir vigorosamente en todo el continente. En la República Domi-
nicana este impacto fue notoriamente significativo, hasta el punto que la
primera edición del libro del maestro Rodó se publicó en nuestro país en
el 1901.

Contrario al fundamento racionalista del pensamiento positivista, el


arielismo descansaba en la especulación ideal. Pero el antimperialismo
pánfilo, el optimismo y el elitismo melancólico, hallaron en el país el caldo
de cultivo del nacionalismo como un credo de redención sublime. No pode-
mos olvidar que la esencia del mito trujillista es el nacionalismo, remonta-
do sobre la incertidumbre del ayer, tranquilizado por el bullicio y el alarde
de las conquistas logradas por el Príncipe. A partir de la propia frustración
positivista, las condiciones no pudieron ser más favorables para que se
regara como pólvora el nuevo lenguaje de la renovación que traía la prédica
americanista del maestro uruguayo, y el hostosianismo tomó nuevos aires,
luego de la estampida que Lilís provocó en su seno, asumiendo el lenguaje
alado del arielismo una especie de pacto con el idealismo, contrario a la
naturaleza racionalista del discurso positivo.

Los aires que el arielismo trajo consigo envolvieron a todo el mundo: las
juventudes pensantes sintieron que se alejaba la desesperanza, sobreveni-
da en sucesivas guerras fratricidas, luego de la muerte del tirano Ulises He-
reaux. Todo se tiñó de ansias inaguantables de transformación, y cuando se
produjo la intervención norteamericana de 1916, nada mejor que el rechazo
rodosiano a la “nordomanía”, y al paradigma norteamericano carente de
refinamiento espiritual que el arielismo exigía. Incluso, en el colmo de la
sublimización, el arielismo aportó el único mártir cultural que tiene la his-
toria dominicana. Me refiero a Santiago Guzmán Espaillat (dicho sea de
paso, noto su ausencia en este “Festival de las Ideas”), el héroe proverbial
del arielismo, más que un mártir político un franciscano de la desespera-
ción intelectual.

Lo curioso es que todas estas andanzas, teñidas por el martirio de la in-


adaptación entre práctica política e idealidad, acontecen en medio de un

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Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

insólito maridaje entre racionalismo e idealismo filosófico. En un momento


determinado del acontecer nacional, pero sobre todo después, e incluso
durante la intervención norteamericana de 1916, nacionalismo, hostosia-
nismo y arielismo son una misma cosa. Hay ejemplos destacados en figuras
como Federico García Godoy y el propio Américo Lugo. El trujillismo cul-
minará la simbiosis de esta evolución histórica, añadiéndole el componen-
te despótico.

Lo cierto es que así aconteció. Nadie ha estudiado en detalle las particu-


laridades de este proceso, que tiene mucho que ver con la aventura espiri-
tual de la dominicanidad. Pero allí donde ese curioso matrimonio consumó
sus delirios, las desventuras del pensamiento político dominicano levanta-
ban su estatua.

El trujillismo fue un régimen muy teatral, muy escenográfico, muy san-


griento. Su legitimación tenía siempre el telón de fondo de la violencia,
pero estas dos singularidades, que constituyen el fundamento de su auto-
concepción, lo diferencian de toda la tradición despótica americana.1

1 La conferencia de Andrés L. Mateo también fue dictada en la Universidad Nacional


Pedro Henríquez Ureña, en el contexto de la celebración del “Festival de las ideas”.

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LA JUSTIFICACIÓN
INTELECTUAL DE
LA DICTADURA Bernardo Vega
“La celebración del centenario de nuestra independencia en
1944 se convertiría, precisamente por eso, en una exaltación
del anti-haitianismo. Trujillo hasta trató de matar a Lescot en
1945. Después de 1950, con gobiernos en Puerto Príncipe que no
molestaban a Trujillo, el anti-haitianismo se reduce dentro del
discurso trujillista, aunque no desaparece totalmente”.

El golpe de Estado organizado por Trujillo contra el gobierno de Horacio


Vásquez inicialmente se trató de justificar por los esfuerzos de Vásquez de
quedarse en el poder por cuatro años más, después de seis años en el go-
bierno, los últimos dos de los cuales eran de dudosa legitimidad.

Una vez devino en dictador, políticos e intelectuales trataron de justi-


ficar el régimen enfatizando la paz, la tranquilidad, el orden y la conti-
nuidad que proveía, en contraste con el período entre 1899 y 1916, cuando
el país tuvo a diez presidentes. También citaron la existencia de una sola
fuente de poder, en contraste con la época de los caciques regionales del
pasado que tantas guerras intestinas habían provocado.

A partir de 1942, momento en que Trujillo y Elie Lescot, el entonces


presidente de Haití, después de una larga amistad, devinieron en grandes
enemigos, el dictador dominicano, por primera vez durante su régimen, au-
torizó una campaña racista anti haitiana que perduraría hasta la caída de
Lescot a principios de 1946. Esa campaña racista anti haitiana no volvería
a ser autorizada. La misma, encabezada por un discreto opositor a Trujillo
hasta 1942, el intelectual Manuel Arturo Peña Batlle, así como por Joaquín
Balaguer, defensor de Trujillo desde 1930, utilizó como nueva justificación
que el país necesitaba de un gobierno de mano fuerte para evitar que los

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Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

haitianos, cuyo número entonces era mucho mayor que el de los domini-
canos, cruzaran la frontera y ocuparan el país. Esa campaña anti haitiana
coincidió con la diseminación de la ideología falangista de Francisco Fran-
co, la cual enfatizaba el hispanismo y el catolicismo. Trujillo entonces re-
presentaría la defensa de las raíces culturales del pueblo dominicano. Con
la visita al Papa en 1954 y la firma de un concordato por parte de Trujillo,
las vinculaciones con la iglesia católica se hicieron aún más estrechas y
sacerdotes dominicanos y españoles defendieron y adularon públicamente
a Trujillo. Los trujillistas también citaron la gran amistad del dictador con
Estados Unidos y con los militares americanos, excepto durante el período
1944-1947, cuando se hizo evidente un distanciamiento del Departamento
de Estado.

Muy brevemente, entre 1933 y 1936, algunos intelectuales y políticos vie-


ron a Trujillo como un símil de Mussolini y Hitler.

A partir de 1941 , Trujillo también sería justificado como la persona que


liberó al país, después de cuarenta años, del control de sus aduanas por
parte de los Estados Unidos, argumento que cobró aún más fuerza a partir
de 1947, cuando se repagó la totalidad de la deuda externa y el peso domi-
nicano sustituyó al dólar como la moneda en circulación. La fijación, por

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acuerdo con Haití, de la frontera y luego su “dominicanización” a partir de
1936, a través del traslado de personas hacia esa zona, dotándola, además,
de infraestructura física y militar, fue otro de los argumentos utilizados
para defender al régimen, sobre todo entre 1940 y 1946.

Brevemente, entre 1946 y 1948, Trujillo trató de identificarse con el jus-


ticialismo peronista. A partir de 1947 y hasta 1960 Trujillo sería defendido
como el campeón del anticomunismo en América. Todo opositor fue de-
finido como comunista. Esa propaganda fue útil para defender a Trujillo
durante la administración republicana de Eisenhower (enero 1953-enero
1961), sobre todo entre congresistas ultraderechistas seguidores del ma-
cartismo.

Las ideas de uruguayo José Enrique Rodó, autor de “Ariel” (1900), así
como el “cesarismo democrático” (1920) del venezolano Vallenilla Lanz,
influyeron en los autores que defendieron a Trujillo.

Así como la jerga trujillista no fue constante, sino que fue más hiperbó-
lica a través del tiempo, más adulona, el “discurso”, es decir “la concepción
teórica global de lo que significaba el trujillismo”, definitivamente tampo-
co fue constante. El catolicismo, el anti-catolicismo, el hispanismo, el pro-
haitianismo, el anti-haitianismo, el anti-comunismo, el pro-socialismo, el
pro-norteamericanismo y el anti-americanismo, entre otros temas, tuvie-
ron momentos en que fueron utilizados como argumentos justificativos
del régimen, pero no fueron utilizados ni durante todo el tiempo, ni con la
misma intensidad.

Entre 1930 y finales de 1937, por ejemplo, el anti-haitianismo no apa-


rece en el discurso. Todo lo contrario: el que hablaba bien de Haití y de
los haitianos era un buen trujillista durante esos años. El criticar al vecino
país era “herejía política”, y consecuentemente, material vedado para su
publicación. (Ver nuestra obra “Trujillo y Haití”, para evidencias concre-
tas sobre lo anterior). Ese anti-haitianismo se intensificó entre 1941 y 1945,
debido a la existencia de un nuevo Presidente en Haití, Elie Lescot, quien,
aupado por Trujillo, luego lo traicionó una vez logró el poder. La celebra-
ción del Centenario de nuestra independencia en 1944 se convertiría, pre-
cisamente por eso, en una exaltación del anti-haitianismo. Trujillo hasta
trató de matar a Lescot en 1945. Después de 1950, con gobiernos en Puerto

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Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Príncipe que no molestaban a Trujillo, el anti-haitianismo se reduce dentro


del discurso trujillista, aunque no desaparece totalmente.

El enfatizar las esencias católicas de nuestra nación aparece en el discur-


so tan solo a partir de 1938 y por tres razones diferentes:
1. La sustitución de dominicanos en la cúspide de la administración ecle-
siástica nacional (Castellanos, Noüel), no admiradores de Trujillo, por un
italo-norteamericano, monseñor Pittini, a quien la propia Embajada norte-
americana reconoció como influenciado por las ideas fascistas.

2. El anti-haitianismo tenía que ser justificado, enfatizando cómo la reli-


gión de los dominicanos difería del “vodú” de los haitianos.

3. La victoria franquista en España y la popularización de las ideas fa-


langistas sirvieron para estimular la hispanidad y el catolicismo de los do-
minicanos.

El anti-catolicismo se inicia en enero de 1960 como reacción a la Pastoral


de ese mes y perdura hasta la muerte misma del dictador.

El hispanismo aparece a partir de 1939, porque forma parte del anti-hai-


tianismo y busca explicar que nosotros somos “españoles” y no africanos
y también por el surgimiento de las ideas falangistas en España y, además,
como complemento del énfasis en el catolicismo.

El anti-comunismo aparece en el discurso tan sólo con el inicio de la


guerra fría (1947) y perdura hasta 1960, pues el acuerdo coyuntural de
no agresión entre Trujillo y Fidel Castro, de fines de ese año, obliga a un
mutis. El pro-norteamericanismo se inicia en el mismo 1930, pero surgie-
ron dos interludios de fuertes ataques a ese país: los años de 1945 a 1947,
cuando Spruille Braden dominaba en el Departamento de Estado y atacaba
a Trujillo y el período entre de 1959 y 1961 cuando Trujillo, estimulado por
su hijo Ramfis, por Arturo Espaillat (“Navajita”) y por Johnny Abbes, obli-
ga a un discurso rabiosamente anti-norteamericano, que incluye piquetes
“espontáneos” frente a la Embajada de ese país, “foros públicos” contra sus
funcionarios y salida de misiones militares.

El hablar del nazi-fascismo fue parte, aunque débil, del discurso entre
1933 y 1939. La eliminación del control financiero norteamericano se enfati-

22
zó entre 1942 y 1947 y la dominicanización de la frontera entre 1935 y 1945.
El celebrar la desaparición del “conchoprimismo” se inicia en el mismo
1930, pero se deja de enfatizar después de la Segunda Guerra Mundial.

En fin, que el único tema del discurso trujillista que sí fue constante du-
rante los treinta y un años, lo fue un mesianismo que explicaba cómo el
dictador era la figura añorada, esperada, que daría fin a las guerras intesti-
nas y que fortalecía la nacionalidad.

Los principales intelectuales


También hemos creído útil mostrar los años durante los cuales algunos
de los principales intelectuales dominicanos tuvieron influencia política y,
consecuentemente, pudieron incidir sobre el discurso trujillista. Soy el pri-
mero en reconocer la dificultad de definir quién fue o no fue un intelectual.
En el caso dominicano y durante la Era de Trujillo, estamos hablando, en la
gran mayoría de los casos, de abogados oradores-pensadores, más que de
contribuyentes efectivos a la creación literaria. Sólo se incluyen a los prin-
cipales intelectuales que en algún momento tuvieron influencia política.

Nótese, por ejemplo, cómo Manuel Arturo Peña Batlle sólo tuvo esa in-
fluencia entre 1941 y 1953, período que coincidió, precisamente, con la eta-
pa anti-haitiana, hispánica y catolicista, pero no porque él influyera para
que fuese así, sino porque esos eran los temas requeridos por la coyuntura
política del momento. Nadie como él, sin embargo, supo darle contenido a
esas ideas. Si Peña Batlle hubiese pasado al trujillismo en 1930, por ejem-
plo, en vez de sufrir once largos años como “desafecto”, no hubiese podido
desarrollar su discurso anti-haitiano, sino sólo después de 1941, aún en el
hipotético caso de que hubiese sido medularmente anti-haitiano desde su
juventud. Su famoso discurso “El sentido de una política”, pronunciado en
Elías Piña, en noviembre de 1942, el más anti-haitiano de todos, fue pro-
nunciado pocos días después de que Lescot prohibiera el cruce de braceros
haitianos hacia los ingenios dominicanos como una forma de presionar a
Trujillo para que redujese sus esfuerzos por tumbarlo. El discurso de Peña
Batlle fue la respuesta pública de esa medida.

23
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Su meta mensaje lo captó Lescot, mas no los dominicanos, quienes des-


conocían la medida y cuán fuerte eran las tensiones entre los dos presiden-
tes, tanto así que ellas preocuparon al presidente Roosevelt, quien trató,
infructuosamente, por medio de cartas personales a ambos presidentes, de
que se reunieran y, ante un testigo norteamericano, arreglaran, en 1944, sus
diferencias personales.

Finalmente, está el caso del Dr. Joaquín Balaguer, cuya influencia políti-
ca adquirió importancia tan sólo a partir de 1957, y terminó siendo el único
intelectual con esa influencia durante los últimos cinco años del régimen y
luego como presidente a partir de 1966. Su énfasis en la hispanidad, frente
a los otros presidentes de América Latina en Guadalajara y Madrid, evi-
dencia como parte de ese discurso de ayer perduró aún desaparecida la
tiranía.

Manuel Arturo Peña Batlle


Peña Batlle es una figura trágica. Se le conoce esencialmente por lo que
publicó entre 1941 y 1945, cuando la línea oficial trujillista era anti haitiana.

Pero durante el gobierno de Horacio Vásquez escribió mucho sobre te-


mas políticos, así como durante la ocupación militar norteamericana. Su
primer artículo lo publicó en 1922 cuando apenas contaba con 20 años de
edad. En 1930 tenía 28 años y murió en 1954 con apenas 52 años.

Durante la ocupación fue nacionalista, favoreció la “pura y simple”, junto


a Américo Lugo y Fabio Fiallo. Fue miembro fundador del Partido Nacio-
nalista en 1924 y escribió muchos artículos entre 1922 y ese año. Se opuso a
la convención de 1924 y fue perseguido y encarcelado. Con 23 años de edad
viajó durante seis meses a Europa, regresando en 1926. Sin embargo, los
nacionalistas pactaron y apoyaron la prolongación de Horacio Vásquez a
partir de 1928. Fue miembro de la comisión fronteriza durante el gobierno
de Horacio Vásquez y después de Emilio Morel es el dominicano que más
artículos escribió durante ese gobierno, cuando tenía apenas entre 23 y 27
años de edad.

Entre 1930 y 1941 fue hostil a Trujillo, y en esa etapa casi no escribió
nada. Doce días después del 23 de febrero de 1930 renunció de la comisión

24
fronteriza, pero luego recapacitó y se volvió a incorporar a ella. Vivió un
exilio interno. Mientras durante el gobierno de Horacio Vásquez escribió
un libro y 29 artículos, entre 1930 y 1934 apenas publicó un libro y seis ar-
tículos y éstos tenían que ver más bien con la intervención de 1916, sucesos
en el exterior y temas laborales.

Hacia septiembre de 1934, Peña Batlle y su grupo seguían negociando el


asunto fronterizo con los haitianos. En febrero de 1935 se llegó en principio
a un acuerdo y poco tiempo después, para finalizar los detalles del diseño
de la “Carretera Internacional”, que delimitaría parte de la frontera, Tru-
jillo nombró nuevos miembros de la Comisión Delimitadora. Por primera
vez desde el ascenso de Trujillo al poder, Peña Batlle dejaba de ser miembro
de dicha comisión. ¿Qué había pasado? Pues simplemente ya Trujillo no
permitía que para él trabajasen desafectos. Peña Batlle era de los pocos
que, para esa época, había rehusado inscribirse en el Partido Dominicano.
La exclusión de Peña Batlle de la comisión coincidió con el descubrimiento
de un supuesto complot para asesinar a Trujillo que involucraba personali-
dades de la talla de Amadeo Barletta, Oscar Michelena y Juan Alfonseca. La
reacción de Trujillo fue la de sacar de la nómina gubernamental a los pocos
desafectos que quedaban. Se intensificó la presión contra estos grupos y el
25 de marzo Peña Batlle se inscribía en el Partido Dominicano.

La represión en el mes de abril fue tal que Trujillo hasta ordenó el ase-
sinato en Nueva York del principal exilado de entonces: Ángel Morales.
Por equivocación fue asesinado Sergio Bencosme, su compañero de ha-
bitación. Se organizaron “mítines de desagravio” por el atentado contra
Trujillo. Peña Batlle hablaría en uno de ellos, tomando la palestra pública
por primera vez en cinco años. Dijo: “Desde que imperiosas e ineludibles
divergencias de concepto impusieron mi renuncia en el año 1926, del Par-
tido Nacionalista, yo dejé de ser un factor visible en la política militante;
después de esa época y hasta hoy, si bien es verdad que en el interregno mi
nombre ha estado asociado al desarrollo de algunos acontecimientos de
interés nacional, no es menos cierto que he vivido al margen de la lucha sin
transgredir mi consigna de no participar de las contingencias de la política
y de no turbar la tranquilidad de mi vida, que deseaba consagrar por entero
a la estructuración de mi hogar y a la observación imparcial y fecunda de

25
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

nuestras deficiencias y de nuestras necesidades colectivas. Desde el año


1926, yo no he sido, en el sentido preciso de la palabra, un político activo.
De la política no espero ni deseo nada; antes que hombre de acción, soy
hombre de pensamiento. Dentro de la tesitura y cuando todavía me encon-
traba en el cumplimiento de imperiosas funciones oficiales, me sorprendió
la llegada del General Trujillo al poder; entre él y yo no había mediado nin-
guna circunstancia que me ligara ni a su política ni a su destino; creí pues
lo más prudente, una vez clausuradas mis funciones, restituir a mi familia
el calor de mi presencia y el fervor de mi cariño; así lo hice”.

Luego agregaría: “De Trujillo me han interesado en sus cuatro años de


administración el sentido francamente Nietzscheziano que ha impreso al
gobierno y, como secuela, el hondo arraigo nacionalista con que ha des-
envuelto sus gestiones de gobernante. Ni por inclinación, ni por tempe-
ramento, ni por educación libresca, yo soy un Nietzscheziano del gobier-
no, ni un nacionalista cerrado; pero después de haberlo pensado mucho,
después de haber enfocado con reposos todos los aspectos de la situación
me formé el criterio de que las contundentes necesidades del momento
en que el General Trujillo advino al gobierno, tal vez no hubieran podido
conjurarse con éxito dentro de la ideología que hasta entonces sostuvie-
ron nuestros hombres de Estado, sino mediante la adopción de un sentido
nuevo y extraordinario de gobierno que sólo un hombre singular, hubiese
podido imponer. Ese hombre fue Trujillo. Comprendí sin esfuerzo que era
necesario reprimir ambiciones para contemplar el paso de aquel hombre a
quien las circunstancias mismas habían tomado de la mano para colocarlo
a la cabeza de los dominicanos, en los precisos instantes en que la Repú-
blica, frente al cuadro pavoroso de la crisis, necesitaba fuerzas supremas
y energías inagotables. Oponerse a la trayectoria de esas fuerzas y de esas
energías, hubiese sido insensato y lo es todavía. Por eso me inscribí, hace
apenas quince días, en las nutridas listas del Partido Dominicano”.

Peña Batlle sabía que no tenía ninguna coherencia defender o tratar de


explicar, o justificar, a Trujillo fundamentándose en los valores de su ju-
ventud, de su generación: el liberalismo hostosiano. A eso es a lo que se re-
fiere Peña Batlle cuando menciona “la ideología que hasta entonces (1930)
sostuvieron nuestros hombres de Estado”. Defender a Trujillo con las ideas

26
positivistas tenía tan poco sentido como defender al comunismo con ideas
que no fuesen las de Marx o Lenin. Sólo con la aceptación intelectual de la
subversión de valores propugnada por el autor de “Así hablaba Zaratustra”
podía esa defensa ser consistente con la realidad política dominicana de
entonces. Cuando Peña Batlle pronunció esas palabras ¿era, en su fuero
interno, todavía un opositor al régimen? ¿Estaba el angustiado y atrapado
intelectual, en su intimidad, burlándose del régimen cuando describía al
gobierno de Trujillo como nietzsceniano, es decir parecido al régimen de
los “súper-hombres” que recientemente había surgido en Alemania? Los
acontecimientos de los próximos días indicarían que lo de Peña Batlle en
ese momento era una sutil burla al régimen, que posiblemente pocos cap-
taron, pues no entendieron que estaba atribuyendo a Trujillo los nuevos
valores que soplaban de la Europa de las dictaduras nacional-socialistas y
fascistas.

Pero la presión política contra Peña Batlle continuó, como un reflejo de


los serios problemas que Trujillo tenía en esos momentos en Washington,
debido al apresamiento de Barletta. Ese incidente, así como el asesinato
de Bencosme, también había provocado mucha publicidad negativa contra
Trujillo en la prensa norteamericana. Para tratar de contrarrestarla, Truji-
llo inició una campaña buscando demostrar que era “democrático”. Parte
de la misma incluyó su anuncio de que no aceptaría la propuesta de que el
nombre de la capital fuese cambiado por el de Ciudad Trujillo. De inme-
diato “surgió” una campaña en la prensa dominicana por medio de la cual
personalidades dominicanas pedían a Trujillo que aceptara la sugerencia.
Todo era una comedia bien montada para tratar de demostrar a los norte-
americanos que Trujillo se vería obligado a aceptar el cambio de nombre,
debido a la presión de la “opinión pública” nacional. El único que se atrevió
a no seguir la corriente y que dos días después del “gesto de desprendi-
miento” de Trujillo escribió públicamente, felicitándolo por su decisión,
fue Peña Batlle. (“En sensacional artículo habla sobre el alto gesto del Pre-
sidente Trujillo el Lic. Peña Batlle”). Dijo que la “trasmutación de nombres,
sin agregar nada a la obra del presente, sólo contribuiría a interrumpir la
imponencia del pasado”. Jesús de Galíndez informa en su tesis que Peña
Batlle le había comentado en 1940 que ese atrevimiento suyo por poco le
costó la vida. La realidad fue que dio inicio a un período de seis largos años

27
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

(julio 1935-septiembre 1941) durante los cuales el “exilio interno” de Peña


Batlle fue más acentuado.

Durante esos seis años no publicó un solo artículo sobre temas políticos
y apenas dos sobre temas culturales y legales. En 1937 publicó un libro so-
bre Enriquillo y en 1938 otro sobre las devastaciones de 1605-1606.

Claudicó en 1941 coincidiendo con las ideas falangistas y precisamente


en el momento que, por pleitos con Lescot, Trujillo ordena una línea oficial
anti haitiana por primera vez en su régimen.

Arturo Logroño
Fue Canciller de Trujillo entre abril de 1933 y mayo del 1935, cuando
cayó en desgracia por el incidente de Amadeo Barletta. Fue un destacado
orador, con gran conocimiento de la retórica, pero sus discursos care-
cían de sustancia. En 1934 publicó el libro “La primera administración del
Generalísimo Trujillo Molina”, de 105 páginas. Es descriptivo sobre los
progresos económicos durante ese período.

En 1939 publicaría un folleto, “Centenario de Luperón”, de apenas ca-


torce páginas. En su juventud había publicado un texto de historia patria.
Murió en 1949.

Es posible que en sus discursos aparezca alguna defensa inteligente so-


bre el régimen de Trujillo, pero no consideramos que deba ser incluido con
otras personalidades como Peña Batlle y Balaguer.

Emilio Rodríguez Demorizi


De los ciento treinta y tres libros que publicó este extremamente pro-
lífico autor, apenas cinco tratan sobre el gobierno de Trujillo. Uno es una
cronología sobre lo que hizo Trujillo casi cada día de su gobierno hasta
1955; otro, de 1956, es una bibliografía temática sobre lo que se había escri-
to sobre Trujillo. En adición de esos dos textos muy útiles para cualquier
historiador, publicó un libro de apenas treinta y tres páginas en 1956 ti-
tulado “Trujillo y Cordell Hull” y un discurso, “Trujillo y las aspiraciones
dominicanas”, en 1957, año en que también publicó “De política domínico-
americana”, otro discurso.

28
De los 301 artículos que publicó en revistas y periódicos tan sólo tres
tratan sobre Trujillo: “Un año de gobierno. La obra culminante” (1943);
“Trujillo y la expresión de la gratitud nacional” (1955) y “Un libro para
gobernadores” (1960).

Tal vez el comentario más importante hecho por Rodríguez Demorizi


sobre Trujillo está en su prólogo, escrito en 1954, a la obra de Peña Batlle
“Política de Trujillo”. Allí enfatizó “el multiforme avance del país, la pujan-
za de su economía, la liberalización de sus finanzas públicas, la victoria en
las luchas internacionales, la providencial solución de los problemas domí-
nico-haitianos y la activa, resoluta y ejemplar posición anti comunista”.

Sin embargo, no creo que sus ideas en defensa de Trujillo tuviesen algu-
na originalidad o que puedan ser comparables con los aportes de Balaguer
y Peña Batlle.

Dr. Fabio A. Mota


En 1936 publicó un folleto titulado “Neo-socialismo dominicano”, don-
de, después de aclarar que esa conferencia estaba inspirada en artículos
de Emilio A. Morel, dice que el gobierno de Trujillo representa “un neo-
socialismo nacionalista inspirado en el dominicanismo; como el nazi, en el
germánico puro, es un neo-socialismo”. Trujillo le dio acuse de recibo por
su folleto.

En 1935 Mota había pronunciado los principales discursos de bienveni-


da al profesor Adolfo Meyer, representante del gobierno de Hitler, quien
visitaba el país. En 1939 Mota, en su obra “Prensa y tribuna” se refirió a
Trujillo como “el doctrinario del neosocialismo dominicanista”.

Hasta 1939 Trujillo mantuvo relaciones abiertas con el régimen de Hit-


ler, incluyendo la presencia de un ministro. Auspició la creación del “Ins-
tituto Científico Domínico-Alemán” (1937-1939). En 1938 discutió un plan
de emigración de unos cuarenta mil alemanes arios al país, al tiempo que
el gobierno de Hitler se interesaba por los recursos mineros de República
Dominicana. También mantuvo a importantes dominicanos en cargos di-
plomáticos en Berlín, durante el régimen de Hitler.

29
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Sin embargo, una vez declarada la guerra en Europa los norteamericanos


presionaron para la clausura del instituto, cuyo real objetivo era evaluar
los recursos naturales del país. Siendo una dictadura como la de Hitler es
obvio que Trujillo, quien hasta en un momento utilizó capotes como el del
Hitler, emulara al líder nazista alemán. Ya antes, en 1933, el catedrático
de derecho Leoncio Ramos había escrito un artículo en el “Listín Diario”,
el cual el año siguiente fue reproducido por Joaquín Balaguer en su libro
“Trujillo y su obra”, editado en Madrid, pero que no circuló en Santo Do-
mingo, pues su edición fue destruida por el gobierno, donde dijo: “Si Italia
le agradece su redención a Benito Mussolini, si Alemania fía su salvación en
la energía y saber de Adolfo Hitler, si Estados Unidos presentan a la admi-
ración del mundo la proeza administrativa de Franklyn Delano Roosevelt,
el Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo es y debe ser un auténtico motivo
de orgullo para todos los dominicanos”. Rafael Estrella Ureña había sido
ministro dominicano durante el gobierno de Horacio Vásquez en Roma y
cuando retornó al país se declaró abiertamente simpatizante de Mussolini,
tanto así que la marcha desde Santiago hacia la capital de 23 de febrero de
1930 fue una copia de la marcha sobre Roma de Mussolini.

Joaquín Balaguer
Estando emparentado con la esposa de Trujillo en 1930, Balaguer fue de
los oradores en su temprana campaña electoral de ese año y es probable
que haya contribuido a la redacción del pronunciamiento de Estrella Ure-
ña del 23 de febrero, el cual justifica el golpe de Estado como una forma
de salvar al país del “naufragio económico” y “la bancarrota”, de la “dilapi-
dación de recursos” por parte del gobierno de Horacio Vásquez, “la ruina
del comercio”, el “estancamiento de la agricultura”, “la corrupción de las
escuelas”, la “anarquía moral” y el “fraude en todos los sectores de la admi-
nistración pública”. En contraste, Estrella Ureña prometía ofrecer al país
la estabilidad económica, el sosiego moral y la protección que reclamaban
el comercio y la industria.

En 1934 publicó en Madrid el antes referido texto “Trujillo y su obra”,


donde enfatizó como defensa de Trujillo la desaparición del caciquismo y
el politiqueo a cambio del establecimiento de un gobierno que se dedicaba
a administrar.

30
En 1944, con motivo del centenario, ganó un premio nacional que luego
publicaría en Argentina en 1947 bajo el título de “La realidad dominicana”.
Sería la única importante de sus obras que no editaría de nuevo después de
1966, aunque gran parte de la misma aparece en “La isla al revés”.

Otra importante contribución a su defensa a Trujillo aparece en su carta


a directores de periódicos de Colombia en octubre de 1945; en su discurso
de entrada a la Academia Dominicana de la Historia. “El azar en el proceso
histórico dominicano”, donde describe que el país ha sido víctima de su
destino y de su mala suerte hasta la llegada de Trujillo. También en otro
discurso enfatizó la no alternabilidad en el poder, algo que él mismo pon-
dría en práctica, con mucha eficiencia, a partir de 1966.

Peña Batlle, Balaguer y el Anti-haitianismo


De los argumentos de Peña Batlle y Balaguer defendiendo a Trujillo qui-
siera concentrarme hoy en los que ambos publicaron dentro de la línea ofi-
cial anti haitiana de 1942-1946.

Ni antes, ni después durante su régimen de 31 años, fue utilizado el anti


haitianismo racista. Éste, pues, se debió a la enemistad personal del dic-
tador dominicano y no a una creencia arraigada de los políticos e intelec-
tuales dominicanos de la época. Tan sólo durante tres años y diez meses
duró esa política. Si se analiza la obra de Rodríguez Demorizi, que recoge
los artículos, libros y discursos durante los primeros 25 años del régimen
trujillista y donde éstos aparecen clasificados por temas, veremos que de
los abarcados bajo “Dominicanización de la frontera” suman 23 los publi-
cados entre los siete años del período de 1939 a 1945, de un total de 32 para
los veinticinco años. Bajo “Haití-Diversos” aparecen 10 entre 46. Tan sólo
la “Cuestión fronteriza” y el “Incidente fronterizo de 1937” contienen más
material fuera de esos siete años y es lógico, ya que la negociación de los
límites fronterizos y la matanza tuvieron lugar antes de ese período.

En orden cronológico, los textos anti haitianos del período fueron:

1. El sentido de una política, de Manuel Arturo Peña Battle, de noviembre de


1942, dos meses después del decreto-ley de Lescot, prohibiendo el cruce de
braceros haitianos.

31
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

2. Las caricaturas del refugiado español José Olloza, (mayo 1943).

3. El artículo de Tomás Hernández Franco, en el primer número de los


“Cuadernos Dominicanos de Cultura” (septiembre 1943).

4. Las cátedras de Carlos Sánchez y Sánchez (febrero 1944).

5. La Realidad dominicana, de Joaquín Balaguer (febrero 1944). Publicado


en 1947.

6. La carta de Balaguer a la prensa colombiana (octubre 1945).

7. La carta de Peña Battle a Manach (noviembre 1945).

En El sentido de una política, Peña Battle enfatizó la inferioridad educacio-


nal y racial de los haitianos, así como la alta tasa de crecimiento de su po-
blación, por lo que no se les debería permitir que cruzasen la frontera.

El artículo de Hernández Franco apoya a Peña Battle por su antes citado


pronunciamiento, explicando por qué los haitianos se sentían impelidos a
cruzar la frontera y las razones por las cuales no convenía su presencia.

Sánchez y Sánchez también alude a la inferioridad racial del haitiano, su


afán por no trabajar, es decir su pereza, y la alta tasa de crecimiento de su
población. Propuso que emigrasen a África, bajo auspicio internacional.

Joaquín Balaguer, en “La realidad dominicana”, hace un análisis histó-


rico de las relaciones entre los dos países, aunque en ningún momento cita
la matanza de 1937. Atribuye a Trujillo el haber dado carácter de nación a
su país y defiende la dominicanización de la frontera, al impedir el paso de
haitianos por ella. Enfatiza el rápido crecimiento de la población haitiana,
debido a su bajo nivel de vida y cultura. Su exceso de población, unido a
lo reducido de su territorio, amenazaba a los dominicanos. Tan sólo su
desarrollo económico reduciría ese peligro. Critica el “vudú” y su popula-
ridad del lado dominicano de la frontera antes del advenimiento de Trujillo
al poder, lo que había puesto en peligro el tradicional catolicismo de los
dominicanos. Considera al negro haitiano como “tarado”, sucio y lleno de
enfermedades transmisibles, en contraste con los “blancos” dominicanos
de Baní y Jánico.

32
Plantea que el haitiano es holgazán, a pesar de su resistencia física. Cri-
tica a los braceros por quitarles empleo a los dominicanos y considera que
en Haití existía un fuerte racismo. Si los dominicanos no actuaban, la isla
llegaría a estar controlada por los haitianos, sería “indivisible”, pues el más
prolífico absorbería al más débil. Alega que Trujillo logró impedir ese pe-
ligro y por eso los dominicanos podían subsistir como pueblo español y
cristiano. Cita que el principal problema dominicano lo era el de la raza.

En su carta a la prensa colombiana, Balaguer explica que Trujillo era


necesario, porque sin su obra el país desaparecería como nación de origen
hispano y cristiano. Menciona lo pequeño del territorio haitiano, su gran
población y la gran fecundidad de la misma. El país se estuvo haitiani-
zando, el vudú se estuvo expandiendo y la moneda haitiana había reem-
plazado a la dominicana en los mercados. El campesino, influenciado por
los haitianos, había adoptado costumbres no cristianas, como las uniones
incestuosas, sobre todo cerca de la frontera. Lo ocurrido en 1937 había sido
una acción defensiva de los campesinos contra los robos. Trujillo tenía
que continuar en el poder para enfrentar el problema haitiano mientras
éste persistiese, para así garantizar la supervivencia de los dominicanos
como nación católica. Ese anti-haitianismo de Balaguer lo expresó en 1927
cuando apenas tenía 21 años de edad, en un artículo en el periódico “La
Información”, donde dijo:

“Es menos alarmante, para la salud de la República, el soplo imperialista que nos
llega de Estados Unidos que el oleaje arrollador del funesto mar de Carbón que ruge, y
como león encadenado, en el círculo que opone a sus sueños de expansión la inmutabili-
dad legal de las fronteras.

Hasta ahora sólo nos ha preocupado el imperialismo angloamericano. Pero el impe-


rialismo de Haití, irritante y ridículo, tenaz y pretencioso, conspira con mayor terque-
dad contra la subsistencia de nuestro edificio nacional, digno, sin duda, de más sólida y
firme arquitectura…

…Somos pueblos vecinos pero no pueblos hermanos. Cien codos por encima de la ve-
cindad geográfica se levantan la disparidad de origen y los caracteres resueltamente
antinómicos que nos separan en las relaciones de la cultura y en las vindicaciones de la
Historia.

33
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

De ahí que no creemos en la mentirosa confraternidad domínico-haitiana. En el Pa-


lacio Presidencial de Haití han habitado y habitan los peores enemigos de la viabilidad
de nuestro ideal republicano…

…Pero contra el imperialismo haitiano, lo que necesitamos es realizar una completa y


científica colonización del litoral fronterizo y establecer el servicio militar obligatorio
para que cada ciudadano pueda ser un baluarte desde cuyas almenas se alce la bandera
de la República desplegada a todos los vientos por la grandes del derecho armado”.

En su carta a Manach, Peña Battle le explica que debido al problema hai-


tiano la República Dominicana no podía darse el lujo de tener un gobierno
democrático. También cita el gran tamaño de la población haitiana y su
alto crecimiento dentro de un pequeño territorio, sin capa vegetal.

Nótese cómo, con excepción de la sugerencia de Sánchez y Sánchez de


una emigración a África bajo auspicio internacional, los antes citados tex-
tos son bastante homogéneos en su análisis y también en sus prejuicios.
Era la “línea oficial” típica de una dictadura. Esos argumentos son difíciles
de encontrar en los textos de intelectuales y políticos dominicanos entre
1864 y 1929, período durante el cual, con excepciones, existió bastante li-
bertad de expresión.

La línea oficial abarca la literatura


El tema haitiano estuvo sorprendentemente ausente en la literatura do-
minicana previo al régimen de Trujillo. Como tema principal, en la nove-
lística dominicana, no aparece, a pesar de que los dos países comparten
una misma pequeña isla. Sin embargo, durante el período anti haitiano
de Trujillo algunas novelas dominicanas también adoptaron la línea oficial
anti haitiana.

Caonex (Argentina, 1949) del diplomático J. M. Sanz Lajara refleja la línea


propagandística de Trujillo sobre Haití. Compay Chano (1949), de Miguel
Alberto Román, está llena de insultos contra Haití y es pura propaganda
trujillista, pues describe a los haitianos como salvajes, comedores de niños
y una tribu de antropoides. La matanza de esa “masa negra” fue un acto de
hateros defendiendo su tierra. En Trementina, clerén y bongó (1943), de Julio

34
González Herrera, Trujillo es el que salva al país del peligro haitiano. Los
dominicanos necesitaban a un hombre fuerte para enfrentar a Haití. El
autor también defiende la matanza.

Después de Lescot abandonar el poder, la literatura dominicana durante


el régimen de Trujillo, y también después de desaparecido éste, abandonó
el tema anti haitiano.

El “problema haitiano” visto en restropectiva


Sesenta y cuatro años después de la política anti haitiana de Trujillo, es
útil comparar las bases de su sustento ideológico de entonces con la reali-
dad de hoy día.

1. LAS PROYECCIONES DEMOGRÁFICAS. Joaquín Balaguer en La


realidad dominicana cita que la población haitiana de aquella época era de
unos tres millones en comparación con los 1.9 millones de dominicanos,
es decir que la haitiana excedía la dominicana en un 58%. Dada la mayor
fecundidad de los haitianos, Balaguer preveía que la diferencia entre las
dos poblaciones sería cada vez mayor, constituyendo una gran amenaza
para los dominicanos.

Sin embargo, hoy día la cantidad de dominicanos y haitianos residentes


en sus respectivas naciones, es probablemente la misma, alrededor de nue-
ve millones en cada país. La mucho mayor mortalidad infantil en Haití y
la debilidad de sus servicios de salud explica el error en las proyecciones
demográficas de los antihaitianos de la década de los años cuarenta del
siglo pasado.

2. LA NECESIDAD DE UN DICTADOR DOMINICANO. La ne-


cesidad de un dictador como Trujillo fue justificada como imprescindible
para enfrentar la presión migratoria haitiana. Trujillo desapareció en 1961,
pero en ese entonces existía en Haití la dictadura de los Duvalier, la cual
persistió hasta 1986. Durante esos veinticinco años, un cuarto de siglo de
democracia en la República Dominicana, la migración haitiana fue mínima,
ya que los militares de los Duvalier se ocupaban de impedir su paso por
la frontera. Consecuentemente, no fue necesario un dictador dominicano
para enfrentar el problema, tan sólo se requería de una dictadura en Haití.

35
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

3. EL EFECTO DE LA MIGRACIÓN HAITIANA SOBRE LA RE-


LIGIÓN Y LA HISPANIDAD. Desaparecida la dictadura de los Duva-
lier, en Haití ha surgido un período de extrema inestabilidad política que
ha provocado un gran éxodo de haitianos hacia la República Dominicana.
Nosotros estimamos que hoy día un 15% de la población de la República
Dominicana está constituido por haitianos, o por descendientes de hai-
tianos y está repartida por todo el país. Sin embargo, los dominicanos ni
practican el “vudú”, ni hablan creole. Todo lo contrario, el haitiano trata
rápidamente de aprender el español y, según encuestas recientes hechas
entre la población haitiana residente en el país, casi todos son cristianos,
aunque no necesariamente católicos y practican su religión. Por otro lado,
aproximadamente un 15% de los dominicanos son cristianos no católicos,
pero ese cambio no ha sido el resultado de la gran migración haitiana.
“El impacto negativo de la presencia de tantos haitianos en la
República Dominicana de hoy día es, pues, de carácter económico,
no cultural. Sin embargo, el gobierno dominicano no somete a la
justicia a ningún patrono por emplear haitianos indocumentados y
cuando el gobierno deporta haitianos los productores agrícolas se
quejan. Ese real peligro nunca fue citado por los anti haitianos de
la dictadura y no lo podían citar si los declaraban ‘holgazanes’ ”.

4. LA NECESIDAD DE DOMINICANIZAR LA FRONTERA. Truji-


llo construyó muchas obras en la frontera, llevó allí a muchos dominicanos
y también a sacerdotes católicos extranjeros, bajo la premisa de que esa po-
blación y esas obras servirían como un impedimento a la penetración hai-
tiana. En retrospectiva, nos hemos dado cuenta de que la gran migración
ilegal de Haití ha ocurrido por la frontera misma y a pesar de esa presencia
de dominicanos. En otras fronteras, como la de Estados Unidos y México,
los norteamericanos no han pensado en “americanizar” su frontera y más
bien han optado por construir obstáculos físicos para impedir el cruce ile-
gal, no barreras culturales. Costa Rica tampoco ha pensado que la forma
de impedir la gran migración indocumentada de nicaragüenses es llevando
a sus ciudadanos a vivir a la frontera. Es más, no conocemos de un país que
haya logrado reducir la migración poblando la frontera.

5. LA PROMOCIÓN DE UNA MIGRACIÓN HAITIANA HACIA


ÁFRICA. Unos cinco años después de surgir los textos anti haitianos de

36
la época trujillista, se inició un proceso de emigración en todo el Caribe
y que todavía persiste. Un 10% de la población de las islas más grandes,
Cuba y La Española ya vive fuera de sus países. Un 10% de los dominicanos
y un 10% de los haitianos residen fuera de su patria. En las islas más pe-
queñas, las angloparlantes, esa proporción es mucho mayor llegando hasta
un 35% en algunas de ellas. En Puerto Rico también se dio una emigración
masiva en la década de los cincuenta. Ese 10% de la población haitiana se
ha trasladado principalmente a Canadá, Estados Unidos y sobre todo a la
República Dominicana. Muchos dominicanos arriesgan su vida tratando
de cruzar el Canal de La Mona y lo mismo hacen haitianos que tratan de
llegar a La Florida. Por eso, los guardacostas norteamericanos han coloca-
do a la isla La Española “entre paréntesis” ubicando barcos en el Canal de
La Mona y en el de Los Vientos, para impedir el éxodo hacia el territorio
norteamericano de haitianos y dominicanos, por lo que hoy día práctica-
mente la única opción que tiene el haitiano que quiere emigrar es cruzar
la frontera dominicana, para quedarse allí o seguir hacia Puerto Rico o Do-
minicana. Una población importante de haitianos vive en Surinam y en
la Guayana Francesa, lugares que son los que más pudieran parecerse al
África sugerida por Sánchez y Sánchez.

6. EL HAITIANO COMO HOLGAZÁN. Los textos anti haitianos


de la época de Trujillo citan que el haitiano es un holgazán, a quien no le
gusta trabajar. En 1990 el autor de este libro, en una conferencia ante la
Asociación de Jóvenes Empresarios (ANJE) fue el primero en denunciar
como la nueva gran presencia de haitianos en la República Dominicana,
todos trabajando con mucho vigor en la recolección de cosechas de café,
cacao, arroz, en la industria de la construcción y en el comercio informal,
creaba una presión para que los salarios no aumentasen en la República
Dominicana, se pospusiese la mecanización agrícola y empeorase la distri-
bución del ingreso. Dije: “Yo, por lo menos, considero que a la República
Dominicana no le conviene la presencia de esa mano de obra y que, con la
ayuda de organismos de las Naciones Unidas, se debería promover una re-
patriación pacífica y civilizada de los haitianos que estén ilegalmente en mi
país. Mis argumentos se basan en razones puramente políticas, económi-
cas y morales y no reflejan los prejuicios de tipo racial y social de nuestras
generaciones pasadas... Desde el punto de vista económico, la presencia

37
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

haitiana retrasa la transformación de la economía, mantiene esquemas de


producción que deberían ir siendo sustituidos más rápidamente y detiene
el crecimiento de los salarios reales. Publicaciones posteriores del Banco
Mundial confirman esa aseveración nuestra en lo relativo al empeoramien-
to en la distribución del ingreso. El impacto negativo de la presencia de
tantos haitianos en la República Dominicana de hoy día es, pues, de carác-
ter económico, no cultural. Sin embargo, el gobierno dominicano no some-
te a la justicia a ningún patrono por emplear haitianos indocumentados y
cuando el gobierno deporta haitianos los productores agrícolas se quejan.
Ese real peligro nunca fue citado por los anti haitianos de la dictadura y
no lo podían citar si los declaraban “holgazanes”. Otro efecto negativo sí
fue mencionado por ellos y es el de la transmisión de enfermedades. La
malaria, por ejemplo, fue eliminada durante la Era de Trujillo y ahora ha
resurgido, traída por los inmigrantes haitianos.

7. EL IMPACTO DE LA MONEDA HAITIANA. Los escritores anti


haitianos antes citados planteaban que el gourde había sustituido a la mo-
neda dominicana en los mercados, antes de la llegada al poder de Trujillo.
Hoy día, a pesar de tantos haitianos en territorio dominicano y también a
pesar de Haití haberse convertido en el segundo mercado más importante
de exportación para la República Dominicana, superado tan sólo por el
norteamericano, el gourde prácticamente no circula en el país.

8. EL PELIGRO DE QUE LA REPÚBLICA DOMINICANA DE-


SAPARECIERA COMO NACIÓN. Si la República Dominicana no con-
tase con Trujillo los haitianos entrarían en masa al país y el país desapare-
cería como nación. Ese fue uno de los principales argumentos de los anti
haitianos de la Era. Hoy día, sin embargo, es Haití el país que es considera-
do un “estado fallido” y que requiere de tutela internacional. Varios miles
de soldados chilenos, argentinos y de varias docenas de otros países están
en Haití bajo la sombrilla de las Naciones Unidas. Más bien podría decirse
que el país que corre el peligro de desaparecer como nación es Haití, no la
República Dominicana.

38
Las raíces ideológicas
de la dictadura de
Trujillo y su proceso
de resurrección Franklin Franco
“Trujillo, en consecuencia, aparece en la concepción de los ideólogos de
su régimen como el padre, el guía, el Mesías salvador de su pueblo; un
nuevo ‘Jesús’, pero con uniforme de gendarme.Anteriormente, refiere el
mismo Peña Batlle, ‘el país vivió porque la mano de la Providencia lo
sostuvo en medio de su catástrofe y porque esa mano invisible parece
velar misteriosamente sobre su suerte azarosa’ ”.

Introducción
En los últimos cinco años se han publicado en nuestro país cerca de
veinte obras que tienen como tema central la “Era de Trujillo”. Si bien en
su mayor parte estos textos recogen ensayos de carácter historiográficos,
también hay novelas, recopilaciones de cuentos y hasta narraciones ane-
cdóticas, etc.

Y lo que es más significativo: algunas de esas obras, por cierto, de escaso


valor científico o literario, han obtenido premios nacionales.

La información anterior delata la importancia que registra en nuestra


historia la dictadura de Trujillo. Pero sí a lo ya señalado añadimos que no
pocas de tales obras contienen concepciones apologéticas sobre el tirano y
su régimen despótico, no es atrevido sostener que muchas de esas publica-
ciones forman parte de una peligrosa campaña de manipulación ideológica
dañina para la vida política presente y futura de los dominicanos.

Los anteriores párrafos explican las razones que me inclinaron, cuando


recibí la invitación para participar en este importante evento, a dedicar mi
intervención al examen, aunque resumido, del aspecto ideológico de aquel
funesto gobierno, cuyas consecuencias no terminamos de superar y, tam-
bién, a intentar una explicación sobre la peligrosa política de resurrección

39
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

de la ideología trujillista y la rehabilitación de la figura central de la satra-


pía que gobernó nuestra nación durante treinta años, campaña que han
desarrollado con éxito los abogados del olvido y la impunidad.

-I-

Los dominicanos no conocieron durante casi un siglo de vida indepen-


diente la existencia de partidos organizados. La conformación, en cambio,
de grupos políticos sin programa ni estatutos que giraban en torno a la
influencia de un jefe o caudillo nacional, quien a su vez basaba su poder en
una estrecha red de influencias personales económicas y familiares que se
extendía por casi todo el territorio nacional, fue lo común.

El primer esfuerzo dirigido a crear una organización política partidaria


moderna se efectuó durante la crisis de septiembre-octubre-noviembre de
1916, antes de la primera intervención militar norteamericana, a petición
del presidente provisional de la República, don Francisco Henríquez y
Carvajal, momento en que se realizó un intento de forjar un gran partido
unitario. Más tarde surgió en 1924 con programa político y estatutos, el
Partido Nacionalista, que organizó Américo Lugo; pero su existencia fue
efímera; apenas duró algunos años.

40
Otros esfuerzos surgieron durante las elecciones de 1924 que ganó el
caudillo Horacio Vásquez, pero no fue sino en 1931 cuando verdaderamen-
te se estructuró, siguiendo el ordenamiento del estilo moderno, el primer
partido con lineamientos programáticos y estatutarios definidos en nues-
tro país: El Partido Dominicano, fundado por Trujillo y sus intelectuales;
agrupamiento que copió casi textualmente, pero sólo momentáneamente
y con fines exclusivamente electorales, la declaración de principios del
Partido Nacionalista fundado por Lugo. Ese detalle constituye una prueba
evidente del atraso político del país, y de la indigencia mental de los gru-
pos económicamente poderosos, dueños del poder desde la fundación de
la República en 1844.

Desde el punto de vista ideológico, el régimen de Trujillo elaboró un sis-


tema armónico que se constituyó en la guía que le orientó, pero los plantea-
mientos claves que justificaron esa dictadura, como veremos, aparecieron
en nuestra realidad mucho antes, y resumen las ideas tradicionales de la
oligarquía dominicana.

El advenimiento de ese gobierno, firmemente afianzado en una solida or-


ganización militar fue además algo reclamado insistentemente por la gran
generalidad de los ideólogos de esa misma oligarquía, quienes, sacudidos
por las frecuentes crisis que padeció la República, anhelaron siempre el
establecimiento de un régimen fuerte que impusiera orden en el país, que
permitiera el disfrute tranquilo de sus tierras y negocios y al mismo tiempo
la explotación de los trabajadores del campo y la ciudad.

En 1929, un año antes del advenimiento de la dictadura de Trujillo, por


ejemplo, Federico C. Álvarez, uno de los pilares del grupo oligárquico de
Santiago, en su ensayo: “Ideología política del pueblo dominicano” sos-
tenía que los dominicanos mantenían la ilusión de que encontrarían “el
amo, un buen déspota que realice por si solo todos los anhelos de justicia,
libertad y prosperidad”.

Por todo ello hay que entender que la breve oposición a la dictadura, de
parte de la oligarquía durante los primeros años, obedeció más a diferencias
de cuestiones de mando y de usufructo del poder que a causas ideológicas.
La oligarquía anhelaba un régimen fuerte, pero en manos de un miembro

41
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

de su grupo y no de un advenedizo como Trujillo. Oportuno es señalar,


en tal sentido, que la mayor parte de las críticas hechas a su régimen en
los primeros momentos, se basaban más bien en la procedencia social de
Trujillo y no en su pasado inmediato que permitía identificarlo como un
gendarme brutal al servicio de los interventores norteamericanos.

Esta unidad ideológica del nuevo régimen con los ideales de los conser-
vadores, que veremos con mayores detalles más adelante, explica a su vez,
primero, la brevedad de la oposición de la oligarquía a Trujillo, y segundo,
la masiva integración de este sector social, el cual, al cabo de poco tiempo,
asumió las principales funciones públicas, llenando con su prestigio social
los altos cargos burocráticos.

-II-

La República Dominicana, en la interpretación de los ideólogos de Tru-


jillo, no estaba adecuada a la forma civilizada de vida democrática. Por ello
“los métodos de disciplina, si se quiere exagerados, son imprescindibles en
el vivir de los dominicanos” (Peña Battle, “Política de Trujillo”, Pág. 86, Co-
lección Trujillo, Sto. Dgo. 1944). De ahí la necesidad de un régimen fuerte,
que imponga orden.

“La democracia dominicana”, –en consecuencia– “debe ser una demo-


cracia suigéneris. Y ello así, porque la democracia, como la entienden y la
ejecutan algunos países, es lujo que no podemos gastarnos nosotros” (J.
Balaguer, “El pensamiento vivo de Trujillo”. Pág. 4, Col. Trujillo, 1944).

Todo nuevo sistema ideológico aparece luego de un largo período de ges-


tación, y su final consolidación obedece a profundos virajes históricos. En
pocas palabras, es la consecuencia natural del surgimiento paulatino de
fuerzas emergentes en el orden económico, social y político en la palestra
de la historia que un día irrumpen en forma explosiva, casi siempre violen-
ta. Por tales motivos, puesto que el advenimiento de Trujillo no significó
ningún cambio en el orden económico-social del país, el sistema teórico
que le sirvió de base registró la continuidad de las viejas elaboraciones del
pensamiento de la oligarquía dominicana.

42
Por esa razón la visión de la historia nacional elaborada por los principa-
les pensadores de este reducido, pero influyente grupo de intelectuales que
acompañó a Trujillo a partir de 1930, al igual y como ya habían expresado
otros pensadores de la oligarquía, la dominicana refleja ser una historia
azarosa y maldita.

Con anterioridad al establecimiento del gobierno de Trujillo, sostiene


Fabio A. Mota: “Solo se nos vio apandillados para cohibir tentativas no-
bles, o para menoscabar bien reputados merecimientos personales, o para
derruir todo cuanto erigió la nobleza. Todo el mundo sabe aquí que de esa
saña no escaparon ni siquiera los creadores de la patria, cuya gloria hemos
puesto públicamente en tela de juicio”.

El propio Trujillo, en uno de sus discursos (escrito por uno de sus inte-
lectuales), explica en estos términos la vida del país en los últimos años:

“Durante más de medio siglo, nuestro pueblo vio detenerse para él la


marcha del progreso. Varias generaciones de dominicanos no conocieron
sino el estupor de su inútil sacrificio, y el resultado se tradujo en una des-
confianza general que hacía imposible todo esfuerzo de rehabilitación. La
imposibilidad de gobernar no era, pues, un problema material susceptible
de ser abordado con medidas exteriores, sino que tenía el carácter de una
profunda dolencia moral que afectaba la psicología de nuestro pueblo. Y no
fue sino en estas circunstancias como hube de asumir el poder, por primera
vez, en agosto de 1930”.

En tales circunstancias, lo que llamó más poderosamente mi atención


fueron las inexplicables disensiones que dividían a la familia nacional. La
desconfianza y la duda habían hecho de nuestro pueblo un complejo labe-
rinto de pasiones sobre el cual resplandecía, a veces, la luz de una espe-
ranza que apagaba de continuo el torbellino de las más desmedidas y más
torpes ambiciones” (Trujillo. “Discurso en 1938: Joaquín Balaguer, en el
pensamiento vivo de Trujillo”, Pág. 89, Colección Trujillo, 1944).

Fue esa visión catastrófica sobre la historia dominicana la que permitió


construir el gobierno de “mano dura” de Trujillo justificado, además, con
argumentos providenciales. Por ese motivo para los intelectuales de ese

43
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

régimen, la historia dominicana se divide en antes y después de 1930; es


decir, antes y después del “Jefe”. Sólo a partir de esta última fecha, “esto es,
después de cuatrocientos treinta y ocho años del Descubrimiento –expresa
Balaguer–, es cuando el pueblo dominicano deja de ser asistido exclusi-
vamente por Dios para serlo igualmente por una mano que parece tocada
desde un principio de una especie de predestinación divina: la mano provi-
dencial de Trujillo” (15). (“Dios y Trujillo”. Discurso de Balaguer. Abelardo
R. Nanita. Biografía de Trujillo. Pág. 58, S. D. 1950).

Y en ese mismo orden, Peña Batlle sostiene: “En la personalidad de Tru-


jillo y en el sentido de su obra hay la acumulación de fuerzas trascendenta-
les, casi cósmicas, destinadas a satisfacer mandatos ineluctables de la con-
ciencia nacional”. “Trujillo –continúa el citado autor– nació para cumplir
un destino inminente, imponderable, fuera de toda previsión sentimental”.
(Abelardo R. Nanita. “Biografía de Trujillo”, Pág. 59, S. D. 1950).

Trujillo, en consecuencia, aparece en la concepción de los ideólogos de


su régimen, como el padre, el guía, el Mesías salvador de su pueblo; un
nuevo “Jesús”, pero con uniforme de gendarme. Anteriormente, refiere el
mismo Peña Batlle, “el país vivió porque la mano de la Providencia lo sos-
tuvo en medio de su catástrofe y porque esa mano invisible parece velar
misteriosamente sobre su suerte azarosa”. Pero ahora –continúa nuestro
citado autor–, “es cuando por primera vez interviene una voluntad, ague-
rrida, enérgica, que secunda la marcha de la República hacia la plenitud de
su destino, la acción tutelar y bienhechora de Trujillo” (Peña Batlle,
“Política de Trujillo”, Pág. 96. Col. Trujillo. 1944).

Con tales concepciones a cuestas, todos los mecanismos de propaganda


del Estado fueron utilizados sistemáticamente por los intelectuales de la
dictadura para enchufar en la mente de todo el pueblo esta visión casi teo-
crática sobre el nuevo tirano y su dictadura.

Debemos señalar que el régimen puso marcado énfasis en introducir tales


ideas en la educación nacional. Para tales fines fueron elaborados manuales
oficiales de historia y de educación cívica para la enseñanza nacional en sus
tres niveles. En uno de estos manuales, el más difundido, aparecen estos
criterios dirigidos a caracterizar a los opositores:

44
“Deben ver en cada revolucionario un enemigo de tu vida y de tus bienes”.

“Si por tu casa pasa un hombre que quiere alterar el orden, hazlo preso:
es el peor de los malhechores. El criminal está en la cárcel, ha matado a un
hombre o se ha robado alguna cosa. El revolucionario quiere matar a todos
los que pueda y cogerse todo lo que encuentra, lo tuyo y lo de tus vecinos;
ese es tu peor enemigo”. Este decálogo llegó, incluso, a ser usado en las
escuelas primarias como material obligatorio de lectura.

-III-

El aparato ideológico de Trujillo, forjado en gran parte, como hemos


expresado, con viejas elaboraciones de la intelectualidad de la oligarquía
nacional, no permaneció estático. Si bien determinadas ideas nunca fueron
modificadas, como la del culto a su personalidad y el providencialismo, al-
gunas situaciones políticas externas influyeron en varias oportunidades,
contribuyendo a modificaciones de matices.

Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, los primeros avan-


ces de las fuerzas alemanas hicieron pensar a muchos de los ideólogos de
la dictadura en la posibilidad del triunfo del fascismo. Por esta razón los
intelectuales trujillistas trataron de adecuar su sistema ideológico a esta
realidad; naturalmente, sin olvidar principios básicos que tenían como
epicentro la exaltación forzosa de la personalidad de Trujillo. Se inicia así
el período fascistoides de la ideología trujillista. El jefe entonces deviene
en “doctrinario del neosocialismo dominicanista”, al decir de Fabio Mota,
uno de los primeros ideólogos del extraño fascismo dominicano (Prensa y
Tribuna, pág. 122). En “sus elocuentes discursos –declara Mota refiriéndose
a Trujillo– que son la historia de esta luminosa reconstrucción, se encuen-
tran los principios básicos de esta orientación”, en los cuales se presenta la
ciencia del gobierno en tres aspectos urgentes:

“Política de Estructuración de la Entidad Pueblo”

“Política de Educación Cooperativista”

“Política de Profilaxis Social y de Eugenesia”.

Pero tales criterios constituyen más bien un escamoteo teórico frente

45
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

a la posibilidad del triunfo del fascismo en aquella guerra. En tal virtud


dada la prontitud con que pasaron estas quimeras, cuando el avance de la
fuerza alemana comienza a ser frenado en Europa y África a partir de 1941
por los aliados encabezados en aquellas regiones por Inglaterra y Estados
Unidos, Peña Batlle, “el más sagaz y decidido interprete de las ideas políti-
cas de Trujillo”, según lo calificó Rodríguez Demorizi, en lo que parece ser
un llamado al orden, oportunamente recuerda a todos sus compañeros, y
naturalmente a Trujillo, que: “La suerte de nuestra nacionalidad está fatal
e indisolublemente ligada a la de nuestra vecina del norte; los caminos de
su éxito son los del nuestro, las rutas de su caída han de ser también la de
la nuestra”.

El mismo fenómeno de adecuación ideológica según las conveniencias ocu-


rrió años después, al final del mismo conflicto bélico. En este momento, la
decisiva participación de la Unión Soviética dio pie, no solo a una seudolibe-
ración momentánea del régimen, sino a su vez permitió otras modificaciones
ideológicas, pero en dirección totalmente opuesta. En esta ocasión, el propio
Trujillo en discurso escrito al parecer por el propio Peña Batlle, se encargó de
introducirlas: “Nuestro país ofrece hoy una de las más avanzadas legislaciones
de América, que ensancha sus proyecciones en lo social hacia principios socia-
lizantes”. (J. Almoina. Yo fui Secretario de Trujillo. Pág. 142).

Y más adelante, en 1946, cuando por primera vez se organiza un partido


de tendencia comunista, al ver el ímpetu que va tomando la ola opositora,
el “Jefe” declara:

“Es bueno que repitamos el pensamiento de uno de los más eminentes


tratadistas del socialismo moderno. El ideal del socialismo es grandioso y
noble y yo estoy convencido de que su realización es posible; pero ese tipo
de sociedad no puede fabricarse; tiene que crecer. La sociedad es un orga-
nismo, no una máquina. Me parece, señores, que la República ha entrado
en un alto clima de civilidad y que a lo largo de mi gobierno he demostrado
que no solo sé desear, sino lograr que mi pueblo sea plenamente feliz. Em-
pero yo columbro ya las doradas luces del porvenir. Hacia él he dirigido a
la Nación Dominicana” (Almoina, obra citada. Pág. 302).

Pero esas poses progresistas fueron abandonadas inmediatamente. Es-


tados Unidos decretó en 1947 el inicio de la “Guerra Fría”, momento en que

46
el régimen retornó a su política anticomunista y terrorista con el inmediato
apresamiento y asesinato de los principales líderes de las organizaciones
Juventud Democrática y el Partido Socialista Popular. De la bárbara cam-
paña de aquellos día apenas una docena de los dirigentes comunistas logró
escapar y salvar la vida mediante el asilamiento en varias embajadas lati-
noamericanas.

Sin embargo, en 1960, ya casi en el ocaso de la dictadura a causa del


brusco cambio registrado en la política exterior norteamericana, y en con-
secuencia, del retiro del apoyo de Estados Unidos a Trujillo, a causa del
tremendo impacto que originó en todo el continente la llegada al poder de
Fidel Castro y su Revolución Cubana, hechos que determinaron localmen-
te el crecimiento de la oposición en el seno de la juventud y de la jugada
maestra de la Iglesia reclamándole al gobierno respeto a los derechos hu-
manos, el dictador intentó de nuevo retornar a la mascarada “progresista
y socialista”, tratando, incluso, de establecer relaciones diplomáticas con
la Unión Soviética y creando aquí una emisora de radio “fidelista”, Radio
Caribe, un pequeño grupo parlamentario izquierdista e iniciando con sus
medios informativos una campaña terrible contra sus antiguos protecto-
res: los norteamericanos y El Vaticano.

-IV-

Dentro del marco ideológico de la dictadura, podemos encontrar otros


aspectos no inherentes exclusivamente a su sistema particular de gobierno
y que expresan de manera más pura la continuidad del sistema general de
creencias de la oligarquía dominicana en nuestra sociedad.

La continua vigencia de tales ideas en el seno del pueblo, reiteramos, ha


sido la consecuencia de la sistemática campaña de tergiversación de la his-
toria del país, proceso que se origina en la primera mitad del siglo XIX.

Los aspectos ideológicos de la dictadura, que quiero resaltar ahora, es-


tán estrechamente vinculados entre sí y son los siguientes:

1.- La exaltación de la cultura hispánica y todo lo español en la formación


de la nación dominicana.

47
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

2.- El prejuicio racial expresado bajo el camuflaje de un nacionalismo


antihaitiano.
La exaltación de los valores hispánicos fue una herencia procedente del
pensamiento oligárquico recogida con toda fidelidad por el sistema ideo-
lógico del trujillato. Incluso, desde el punto de vista personal, Trujillo in-
tentó buscar su ascendencia española, al tiempo que mantenía permanen-
temente una intensa campaña de propaganda dirigida a mostrar la unidad
cultural entre nuestro país y su vieja metrópolis.
He aquí, por ejemplo y en pocas líneas, la interpretación oficial del régi-
men sobre la Independencia Nacional.
Nuestra guerra de Liberación, iniciada de hecho en este Baluarte en el
año de 1844 y continuada con arrojo sin igual hasta el año 1856, respondió
a una doble finalidad:
La de alcanzar nuestra independencia y consolidar la vida de la Repú-
blica y la de defender los valores espirituales de la cultura hispánica” (31)
(Discurso de Trujillo ante el Altar de la Patria, en el Centenario de la Inde-
pendencia. Febrero de 1944. Balaguer, obra citada, pág. 99).
El otro aspecto que tenemos que considerar, aunque sea brevemente, y
que está estrechamente ligado al anterior, es el prejuicio racial. Ese este-
reotipo surgido en América durante la época colonial, para justificar la
esclavitud del negro, tiene en nuestro caso elementos que renovados, como
lo fue la interpretación antojadiza de la historia nacional, y se constituyó
en norte y guía del pensamiento atrasado de la oligarquía.
Pero hay que apuntar, ante todo, que dicho prejuicio no se expresó aquí
de manera abierta, como generalmente se manifestó en otras sociedades,
como en Norteamérica, sino de manera velada e hipócrita.
La intelectualidad de la oligarquía, como hemos dicho, manipuló la
historia escrita del país, y sobre la base de las diferencias surgidas en el
curso de la Independencia Nacional entre nuestro país y Haití, levantó un
profundo sentimiento antihaitiano camuflado como nacionalismo (*), es-

*- Los dominicanos alcanzaron su independencia en 1844, después de 22 años


de integración a la República de Haití, nación integrada mayoritariamente por
descendientes de africanos, hecho que permitió a la oligarquía dominicana levantar
concepciones “nacionalistas” antihaitianas racistas.

48
tereotipo que fue utilizado para cimentar el prejuicio contra los propios
dominicanos de la raza negra, la mayoría de la población.

Durante el régimen de Trujillo (y aún después) el antihaitianismo fue un


elemento ideológico capital, justificado en la supuesta permanente amena-
za de invasión haitiana a la República Dominicana. En el desenvolvimiento
práctico de la vida política, este rasgo ideológico facilitó la organización de
uno de los más poderosos ejércitos de América Latina. Y fue este ejército el
principal sostén de la tiranía, pues sus miembros fueron adiestrados como
instrumento de represión contra la población. Pero además, fue la exacer-
bación sistemática de este prejuicio, excusado en la constante inmigración
ilegal de trabajadores de ese país hacia el nuestro, condujo a la horrible
matanza de cerca de diez mil haitianos, residentes en la frontera y pueblos
cercanos, ordenada por Trujillo en 1937.

Genocidio salvaje que dos de los principales ideólogos del régimen, Ba-
laguer y Peña Batlle, con elegantes argucias de interpretaciones históricas,
aquí y en el extranjero, trataron inútilmente de justificar.

-V-

El proceso de resurrección de la ideología trujillista


Las clases poderosas crean, en determinados momentos de crisis, ciertas
consignas particulares, específicas o coyunturales que expresan ideológi-
camente sus expectativas políticas inmediatas; naturalmente, enmarcadas
dentro de su concepción ideológica general.

Después de la muerte de Trujillo, por ejemplo, desde los primeros mo-


mentos en que las presiones de las masas populares iniciaron con sus mo-
vilizaciones el desmoronamiento de los remanentes de su dictadura y se
conformó, como primer resultado de esas presiones, el gobierno provisio-
nal del Consejo de Estado, creado bajo la tutela directa de Estados Unidos,
junto a las promesas de establecer un nuevo orden democrático represen-
tativo, los intelectuales al servicio de los grupos económicos y políticos del
orden establecido, casi todos experimentados ex funcionarios de Trujillo,

49
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

pero ahora muchos de los mismos convertidos en “sufridos” antitrujillistas,


levantaron la consigna de “la culpabilidad de todos” frente a la tiranía.

Papel importante en la difusión de ese estereotipo lo jugó la cúpula de la


Iglesia Católica. Algunos curas llegaron a decir, plagiando a la Biblia, que la
dictadura significó un “pago de culpas” para lavar los pecados del pueblo.
Actuaban de esa manera, seguramente, para justificar sus treinta años de
apoyo a la tiranía.

Ese estereotipo o consigna apareció como respuesta de los cómplices de


la satrapía a la demanda de casi todo el pueblo que exigía la destrujilliza-
ción de las Fuerzas Armadas y la Administración Pública y castigo para los
socios de Trujillo. Pero la que recibió el mayor apoyo de los sectores econó-
micos poderosos del país fue la de “borrón y cuenta nueva”, aparecida casi
inmediatamente después que la anterior.

Con esa consigna, que en cierta medida se derivaba de la primera, conver-


tida en bandera de su campaña electoral, logró el Partido Revolucionario
Dominicano ganar los comicios de diciembre de 1962 y llevar a la Presiden-
cia de la República al profesor Bosch, su fundador y principal estratega.

Se conoce documentalmente que muchos trujillistas de mayor y menor


cuantía, y no pocos socios comerciales e industriales del tirano, apoyaron
con calor la candidatura de Bosch.

El fenómeno se comprende: esta última consigna, que vino acompañada


del estereotipo de la “culpabilidad de todo el pueblo” libraba de culpa,
es decir, decretaba la impunidad, no solo a los sicarios convictos y confesos
de menor rango, involucrados en actividades represivas directas, sino, a su
vez, a todos los intelectuales que fomentaron e hicieron posible el mante-
nimiento de la tiranía, y al pequeño círculo de las diez o veinte familias de
la centenaria oligarquía dominicana, que habían participado como socios
junto al “Jefe” en la explotación del pueblo dominicano durante su dicta-
dura.

Tales estereotipos ideológicos, a su vez, encajaban perfectamente den-


tro de los planes estratégicos inmediatos del imperio, cuyos objetivos eran,

50
después de la muerte de Trujillo, la rehabilitación y el mantenimiento en
posiciones claves en el aparato del Estado, del experimentado grupo de
servidores de la tiranía, como garantes del nuevo ordenamiento político
“democrático representativo”, propósito que fue logrado y que permitió
de paso alejar la posibilidad del surgimiento de cualquier acción revolu-
cionaria.

Es decir, Estados Unidos se propuso (y lo consiguió) evitar por todos


los medios el desmantelamiento de los aparatos de seguridad del Estado:
ejército, policía, servicios de inteligencia etc., y mantener en la impunidad
a todos los miembros del amplio equipo burocrático civil y militar trujillis-
ta, altamente especializado en la represión. Tales propósitos fueron expre-
sados por el presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, a los pocos
días de ser enterado del ajusticiamiento de Trujillo, cuando en una reunión
con su Consejo de Seguridad que pasaba revista a la situación dominicana,
a fin de trazar los lineamientos a su política imperial en nuestro país, seña-
ló tajantemente:

“Hay tres posibilidades en orden decreciente de preferencia: un orden


democrático decente, una continuación del régimen de Trujillo o un régi-
men castrista. Debemos procurar la primera, pero no podemos realmente
renunciar a la segunda, hasta que no estemos seguros de que podemos evi-
tar la tercera”. (Carlos Ma. Gutiérrez. “El experimento dominicano”. Pág.
138. Editorial Diógenes. México. 1974).

En la dirección de apaciguamiento de los ánimos de las masas populares


(elemento clave dentro de la estrategia de Estado Unidos), que en sus mo-
vilizaciones callejeras (que en aquellos agitados días ocurrían a diario) y
que exigían con calor justicia para los autores de crímenes y abusos contra
el pueblo durante la dictadura, jugaron un papel muy importante la prensa
escrita, radial, televisa y la alta jerarquía eclesiástica, que se dedicaron día
tras día, como hemos expresado, a sumar su voz difundiendo las ideas de la
“culpabilidad general” frente a la dictadura, en nombre de la “convivencia
civilizada y pacífica”.

Lo anterior explica, en gran parte, no sólo la ayuda que le proporciona-


ron subrepticiamente antiguos personeros trujillistas al PRD durante la

51
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

campaña electoral de 1962, sino la importante integración de servidores


del tirano en ese partido, incluso, como candidatos a senadores, diputados,
síndicos y regidores. Hoy se conoce también que los altos mandos milita-
res, entusiasmados con el “borrón y cuenta nueva”, emitieron directrices
precisas ordenando a los miembros de las Fuerzas Armadas que sus fami-
liares adultos votaran a favor de Bosch en las elecciones de 1962. Como
estrategia electoral, en tal virtud, la consigna de “borrón y cuenta nueva”
fue certera, pero como demostró el golpe militar de 1963 fue al mismo tiem-
po trágica.

Es importante tener presente para los fines del análisis que la consigna
de “borrón y cuenta nueva” fue asumida por el PRD desde los primeros días
de su ingreso al país desde el exilio de sus representantes (Miolán, Silfa
y Castillo) en julio de 1961, y que tal situación condujo a la Unión Cívica
Nacional, organización supuestamente “apartidista”, fundada ese mismo
mes, el día 17, a adoptar una posición absolutamente contraria, coinciden-
te, paradoja de la historia, con los grupos más radicales de la izquierda. La
UCN en tono airado comenzó a exigir la “destrujillización de las fuerzas
armadas” y el envío a la justicia de los socios del tirano.

Sin embargo, por la forma precipitada o acelerada como se organizó en el


país el PRD y por los propios errores cometidos por el movimiento demo-
crático en esa época, (pues como se recordará el Movimiento 14 de Junio,
principal fuerza de izquierda, que también surgió a la palestra pública a
finales de julio, se abstuvo de participar en los comicios de 1962) el PRD
registró un notable desarrollo inmediato y la integración en su seno de la
clase media y media baja; de dirigentes obreros, de maestros, de profesio-
nales democráticos y sobre todo de campesinos. Y esto influyó, de manera
determinante, no solo en la conformación de su posterior gobierno, sino
también en el nuevo cuerpo legislativo de la República; y lo que es más
importante, en la orientación de la Constitución, que fue redactada en 1963
inmediatamente después de las elecciones; documento calificado con ra-
zón como la más avanzada Carta Magna que registra la historia dominica-
na desde la Independencia Nacional hasta nuestros días.

Debemos subrayar, sin embargo: si bien la estrategia electoral aplicada


por el PRD en 1962 que puso acento en la consigna de “borrón y cuenta

52
nueva” sumó un caudal importante de votos, no menos cierto es que su
candidato, el profesor Bosch, también explicó en su jornada proselitista la
necesidad que tenía la sociedad dominicana de originar cambios sociales y
económicos profundos que favorecieron, como él mismo lo expresó, a los
“hijos de Machepa”, es decir, a los desposeídos, e inauguró, asimismo, un
nuevo estilo de comunicación con el pueblo. Ambas cosas, sin duda, con-
tribuyeron también a la consolidación de su liderazgo triunfal.
“En diciembre primero de 1927, es decir, cuando apenas tenía 21 años de
edad, escribió Balaguer, en el periódico La Información, de Santiago,
un artículo que lleva por título: ‘El imperialismo haitiano’, donde
sostiene que el ‘oleaje arrollador del funesto mar de carbón’ que asoma
por la frontera, resulta más alarmante para la salud de la República,
que ‘el soplo imperialista que nos llega de Estados Unidos’ ”.

Y lo que es más significativo aún: durante su mandato como gobernante,


por primera vez los dominicanos disfrutaron de un régimen que mantuvo,
durante sus escasos siete meses de duración, el más absoluto respeto a las
libertades públicas y a los derechos humanos, y una honradez ejemplar en
la administración de los fondos públicos.

Pese al notable avance logrado con la promulgación de la Constitución


de 1963 y a la conducta democrática liberal del presidente Bosch, la con-
signa de “borrón y cuenta nueva” actuó en el ambiente político nacional
en aquel momento como una ponzoña envenenada e infecciosa, pues fue-
ron los generales y coroneles trujillistas que él no quiso poner en retiro al
asumir el poder en febrero de 1963, (rechazando los consejos de su amigo
Rómulo Betancourt, presidente de Venezuela) quienes, obedeciendo cie-
gamente las instrucciones del Pentágono, de la oligarquía dominicana y de
la cúpula de la Iglesia Católica, encabezaron su derrocamiento en septiem-
bre de 1963.

Y lo más trágico: fue la consigna de “borrón y cuenta nueva”, rehabili-


tadora de los personeros del trujillato, que permitió, a su vez, después de la
revolución de abril de 1965 y de la Segunda Intervención Militar de Estados
Unidos en nuestro país, que el Departamento de Estado seleccionara al en-
tonces exiliado con residencia en New York, Joaquín Balaguer, uno de los
principales ideólogos de la tiranía, y por tanto cómplice de todos los crí-

53
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

menes y abusos cometidos durante la “Era de Trujillo”, como el “hombre


necesario” para la solución, según los asesores del presidente Johnson, de
la “grave situación política dominicana”.

Como se conoce hoy en día, gracias a los documentos desclasificados de


los archivos norteamericanos, Joaquín Balaguer, luego de sostener varias
reuniones en Washington con los consejeros del más alto nivel del Pre-
sidente de Estados Unidos, fue enviado a la República Dominicana en el
marco de la Segunda Intervención Norteamericana, con el propósito de
que preparara sus huestes para que participará como candidato en las
elecciones nacionales que se efectuarían el año siguiente, durante el go-
bierno provisional de García Godoy, impuesto a nuestro país por medio
de las negociaciones a que obligó el imperio al gobierno constitucional del
coronel Caamaño, compromiso que fue estableció en el Acta Institucional,
firmada en septiembre de 1965.

Lo ocurrido en aquel fatal y fraudulento proceso electoral de 1966, im-


puesto a nuestro país por Estados Unidos por medio de su “ministerio de
colonias”, es decir, por la OEA, es bien conocido. Pero no está demás refres-
car la memoria: Sólo el candidato de Washington, el doctor Joaquín Bala-
guer, pudo actuar libremente durante la campaña; el profesor Juan Bosch,
candidato del PRD y de la inmensa mayoría del pueblo, permanentemente
amenazado de muerte, no pudo efectuar una sola concentración con sus
seguidores; pero, además, para evitar cualquier duda, las tropas norteame-
ricanas de la infantería de la marina, junto a tropas del Ejército Nacional
ya depurado de constitucionalistas, salieron a las calles días antes de las
elecciones, enarbolando la bandera del Partido Reformista, que no era otra
cosa que el viejo Partido Dominicano de Trujillo resucitado, reunificado y
reuniformado, incluso, con ayuda de la militancia en su ala juvenil, de la
famosa “Guardia Universitaria”, fundada por el tirano en la década de los
cuarenta, pero activa hasta el día de su muerte.

Como dato curioso sobre el proceso comicial de 1966, les ofrezco esta per-
la: Santiago Rey, asesor electoral del sanguinario dictador cubano Fulgen-
cio Batista, actuó en ese proceso como estratega del Partido Reformista.

El regreso al poder del doctor Balaguer, en 1966, no sólo significó la con-


solidación plena de la resurrección de la ideología de la tiranía, cuestión

54
que la consigna de “borrón y cuenta nueva” facilitó, sino también el re-
torno –con otras modalidades a causa de las nuevas circunstancias– de los
mismos métodos de dominación terroristas anticomunistas empleados por
la dictadura de Trujillo.

Y en ese orden son elementos probatorios terminantes las estadísticas:


sólo entre 1966 y 1974, cerca de dos mil dominicanos opositores al régimen
de Balaguer, fueron muertos o desaparecidos, acusados de formar parte
de movimientos subversivos atentatorios al orden establecido (“enemigos
de la paz, la tranquilidad y el orden”, en palabras del gobernante) una
buena parte de los cuales perdieron la vida en acciones presentadas ante la
opinión pública, como consecuencia del “intercambio de disparos con las
fuerzas del orden”, pero que todo el mundo identificaba como asesinatos
vulgares.

Agréguese a lo anterior, los centenares de dominicanos que padecieron


prisiones injustas y por tiempo indefinido sin ser enjuiciados; apresados
por las más bajas acusaciones levantadas con expedientes fabricados por
los propios cuerpos policiales; los centenares de presos políticos condena-
dos por tribunales presididos por jueces venales; muchos de ellos oficiales
de la Policía y el Ejército, disfrazados de jueces, y finalmente, los centena-
res de deportados y los miles de jóvenes que se vieron obligados a abando-
nar su patria para salvar la vida.

Como han pasado varias décadas de estas amargas experiencias, algunos


jóvenes aquí presentes que me escuchan, (que no conocieron tales viven-
cias, ni pudieron enterarse de lo aquí ocurrido en aquellos años durante sus
días de estudiantes, pues el período de la “Era” fue desterrado como tema
de los estudios escolares por muchos años) podrían pensar que exagero
cuando identificó el marco ideológico de la tiranía de Trujillo con el que se
exhibió el doctor Balaguer durante su largo mandato.

Precisamente para ellos, y también para los incrédulos, les expresó que
en un momento en que su gobierno, a causa de los abusos y crímenes co-
metidos contra la población, se sintió acosado por las permanentes pro-
testas de los dominicanos, incluso, a nivel internacional, ese hombre, que
identificó a nuestra Constitución como un “pedazo de papel” y a nuestro
ambiente político como una “hoyo de cacatas”, escribió las siguientes pa-
labras:

55
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

“Los que abogan porque los derechos humanos se apliquen y se respeten


de una manera absoluta, como si las garantías individuales no estuvieran
también sujetas al cumplimiento de deberes iguales ineludibles por parte
de cada interesado, no toman adrede en cuenta que nos hallamos en una
época de desquiciamiento general en que todos los valores tradicionales se
hallan en crisis, y en que el orden constitucional vive sujeto a una constan-
te presión conspirativa”.

Pero en verdad, donde podemos encontrar mayor identidad entre las


concepciones ideológicas de Trujillo y las del autor de “Tebaida Lírica” es
en aquellos aspectos que abordan la cuestión del continuismo, o lo que es
lo mismo, el reeleccionismo.

Cuando Balaguer fue funcionario de Trujillo (al igual que todos los ideó-
logos de la dictadura) como hemos visto, siempre presentó al “Jefe” como
un ser predestinado por la Providencia para regir los destinos de nuestro
país.

El 25 de marzo de 1970, en el marco de su primera campaña reeleccio-


nista, pronunció Balaguer las siguientes palabras sobre su proyecto con-
tinuista:

“Yo soy, en cierto modo, señores, un instrumento del destino. El movimiento


a favor de mi candidatura no lo he promovido yo, sino es el producto im-
previsible de muchas circunstancias que han sido y continúan siendo aún
ajenas a mi voluntad” (J. Balaguer, “Una Jornada Histórica”, pág. 10).

Sin embargo, donde podemos encontrar, no semejanza, sino igualdad


entre el régimen de Trujillo (1930-1961) y el de Balaguer (1966-1978) (1986-
1996) es en el manejo del rasgo ideológico racista de ambos gobernantes,
estereotipo que se expresó siempre como nacionalismo, envuelto en la co-
bertura del antihaitianismo.

Debo decir a quienes me escuchan que el examen de tal cuestión me con-


dujo a dudar sobre si en verdad Balaguer fue trujillista y me hizo pensar, no
pocas veces, que fue al revés: que Trujillo fue un sincero balaguerista.

Y es que el racismo de Balaguer se remonta tan temprano en su vida, que


asoma ya con fuerza inaudita en los primeros años de su juventud, mucho

56
antes de ingresar como mentor al proyecto político del sátrapa al que dedi-
có con servil pasión gran parte de su vida.

En diciembre primero de 1927, es decir, cuando apenas tenía 21 años de


edad, escribió Balaguer en el periódico La Información, de Santiago, un ar-
tículo que lleva por título: “El imperialismo haitiano”, donde sostiene que
el “oleaje arrollador del funesto mar de carbón” que asoma por la frontera,
resulta más alarmante para la salud de la República, que “el soplo imperia-
lista que nos llega de Estados Unidos”.

Por ese motivo clama a las autoridades de aquel entonces para que sea
establecido el servicio militar obligatorio, para que “cada ciudadano pueda
ser un baluarte desde cuyas almenas se alce la bandera de la República des-
plegada a todos los vientos por la grandeza del derecho armado”. (Fer-
nando Pérez Memén. “El joven Balaguer”. Págs. 219-200. Edit. De Colores.
2008).

El artículo en cuestión del casi adolescente escritor, que tiene el tono


belicista de un cántico guerrero, sostiene también sobre Haití:

“Somos pueblos vecinos pero no pueblos hermanos. Cien codos por en-
cima de la vecindad geográfica levantan la disparidad de origen y los ca-
racteres resueltamente antinómicos que nos separan en las relaciones de
la cultura y en las vindicaciones de la Historia. De ahí que no creemos en
la mentirosa confraternidad dominico-haitiana (subrayado nuestro). En el
Palacio Presidencial de Haití han habitado y habitan los peores enemigos
de la viabilidad de nuestro ideal republicano” (Fernando Pérez Memén. “El
joven Balaguer”. Pág. 219. Edit. De Colores. 2008).

Pero es durante el régimen de Trujillo, dictadura que él contribuyó a


forjar cuando desarrolló a plenitud su más amplia colaboración en el pla-
no del fortalecimiento de la tendencia ideológica racista seudonacionalista
antihaitiana, primero como Ministro, y en tal virtud fue figura clave en el
proceso de negociaciones internacionales que origino el genocidio de 1937
y generalmente (junto a Peña Batlle, que ingresó al tren del poder poco
después) se desempeño como principal defensor y propulsor de ese rasgo
aberrante de la cosmovisión fascistoide de esa tiranía.

Durante esos años escribió posiblemente su obra más acabada en esa


dirección “La realidad dominicana”, editada en Buenos Aires, Argentina, en

57
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

1947, y reeditada con ligeras modificaciones formales en 1982, bajo el título


de: “La isla al revés”.

Pero en verdad el rasgo ideológico racista de Balaguer comenzó a mos-


trarse de forma desnuda o como dice el pueblo “en cueros”, a mediados de
la década de los años noventa del siglo pasado. Por esos días la resurrección
de las concepciones ideológicas de la tiranía marchaban a campo abierto,
y su figura política alcanzó los más altos honores al ser proclamado por el
Congreso de la República, ¡Dios mío!, como “Padre de la Democracia”.

En aquel momento, como se recordará, cuando parecía que las leyes de la


biología habían derrotado las infinitas pretensiones continuistas del gran
estratega e ideólogo de Trujillo, con casi noventa años de edad y ciego, el
hombre y su experimentado equipo de especialistas dominicanos y extran-
jeros en fraudes electorales se prepararon con todos los medios legales e
ilegales para enfrentar en las elecciones de 1994 a su principal contendien-
te, el doctor José Francisco Peña Gómez, candidato del PRD, pero porta-
dor, en la visión de Balaguer y la oligarquía, de dos males siniestros: el ser
negro y lo que era más trágico, de origen haitiano.

En aquellos días los dominicanos fueron testigos de la utilización de los


más inverosímiles mensajes propagandísticos sucios, racistas, agresivos a
la dignidad humana, que registra la historia nacional. Las limitaciones de
este ensayo escrito a manera de resumen me obligan a no entrar en muchos
detalles, pero no debo dejar de resaltar que la figura de un mono, con un le-
trero en el pecho, que llevaba el nombre del doctor Peña Gómez, recorrió
al ritmo de alegres canciones festivas las calles de Santo Domingo.

Como todos debemos recordar, las acciones electorales fraudulentas de


los reformistas, en 1994, provocaron, incluso, la intervención de podero-
sas fuerzas extranjeras encabezadas por el ex presidente Carter, y por esa
razón el ya anciano y ciego líder se vio obligado a establecer un acuerdo
salomónico, que limitó su nuevo mandato, mediante una reforma cons-
titucional a solo dos años, y a la renuncia definitiva a sus pretensiones
reeleccionistas, y también a efectuar nuevos comicios en 1996.

Lo ocurrido en este último proceso comicial, en el que compitieron el


doctor José Francisco Peña Gómez, por el PRD, y el doctor Leonel Fernán-

58
dez, en representación del PLD, quien resultó ganador en la segunda vuelta
electoral, es de fácil recordación, y por falta de tiempo, no voy a entrar en
sus pormenores.

Pero justo es señalar que el rasgo ideológico racista antihaitiano de nue-


vo hizo acto de presencia en esas elecciones de 1996 con la misma fuerza
de 1994, ahora asumido también con singular fanatismo por el PLD, y que
en consecuencia, el Frente Patriótico creado al calor de aquellos comicios,
mediante el cual los discípulos de Balaguer y del profesor Bosch unieron
sus fuerzas para impedir la llegada al poder del líder negro del PRD, acusó
un rancio y amargo sabor racista.

Aunque es justo reconocer que en el triunfo del PLD influyeron otros


factores políticos, que no hemos tratado en esta breve reseña dedicada
fundamentalmente a cuestiones ideológicas, no es atrevido sostener que el
racismo antihaitiano exhibió en los comicios de 1996 sus delirios de “blan-
cura” más abominables.

Todo aquello fue el remate del proceso de resurrección de la ideología de


la dictadura de Trujillo que hemos intentado analizar.

59
Fundamentos
del despotismo:
los campesinos,
los intelectuales
y el régimen Richard L. Turits
de Trujillo Universidad de Michigan

“El extraordinario apoyo que concitó entre el campesinado el


régimen de treinta y un años de Trujillo también había sido
percibido por muchos observadores contemporáneos, entre los
que se encontraba Juan Bosch, importante intelectual y entonces
líder izquierdista de la comunidad de exiliados dominicanos, y
quien posteriormente fue presidente de la República (1962-63)”.

Jorge Castillo era un anciano que residía en un pequeño pueblo cerca de


La Romana, cuando yo lo conocí en 1992. Yo recababa testimonios de an-
cianos campesinos a través de la República Dominicana para una investi-
gación sobre la vida cotidiana durante la tiranía de Rafael Trujillo.1 Cuan-
do expresé mi sorpresa por el fuerte respaldo a Trujillo que él evidenciaba,
me respondió firmemente:

1 Se entrevistaron 130 habitantes, en 20 de las 30 provincias del país, entre 1992 y 1994.
A menos que se indique lo contrario, los entrevistados eran campesinos con edades
comprendidas entre los 55 y 110 años. La gran mayoría de esas personas eran amigos
o familiares, de amigos o conocidos míos de Santo Domingo, quienes me introdujeron
con ellos directa o indirectamente, de ahí que la mayoría de las entrevistas comenzaron
con cierto nivel de confianza previamente establecido. Aquellos entrevistados, que
no me habían sido presentados previamente, los conocí en lugares públicos, como los
colmados locales. La mayoría de las entrevistas se realizaron conjuntamente con el
fenecido Ciprián Soler, entonces profesor de historia de la Universidad Autónoma de
Santo Domingo y amigo cercano mío por muchos años. Su habilidad para conducir las
entrevistas resultó invaluable en el fomento de discusiones fructíferas con las personas
que conversé. Aunque nuestro estilo de entrevistar variaba, tratamos siempre de
comenzar con preguntas abiertas que permitieran a las personas enmarcar sus propias
narrativas de los “días pasados”. De acuerdo a las respuestas y planteamientos de
los entrevistados, continuábamos de manera más específica (como pedir ejemplos),
y según el decurso de la entrevista, a veces inquiríamos sobre contradicciones en
sus declaraciones, o sobre la posibilidad de interpretaciones alternativas. Nunca
presionamos a la gente para que hablara sobre un tema específico, si estaban renuentes
a ello. También he utilizado testimonios recopilados entre 1986 y 1988 en las regiones
fronterizas dominicanas, con la colaboración de la historiadora Lauren Derby.

60
No conociste a Trujillo. Por ejemplo, tú dices “Trujillo era un dictador,
un desgraciado, un hijo de la gran puta”. Pero tú lo estás diciendo porque
tú ves un mapa que hizo un hombre que no quería saber de Trujillo. Pero
no es porque tú viste a Trujillo personalmente y viste lo que él hacía.... Us-
tedes son unos niños para mí... Ustedes saben una historia porque estos
grandes... tienen esa historia, porque ya no querían saber de Trujillo y le di-
cen a ustedes: “No..., Trujillo era un desgraciado”. No señor..., en realidad,
nosotros... los jodidos no íbamos a decir que [Trujillo era un desgraciado]...
Los malos son los que lo siguen.2

En 1992 Castillo había desarrollado una opinión despectiva sobre los


críticos intelectuales del régimen de Trujillo –así me percibió él a mí– crí-
ticos que él creía vivían en un mundo de formulaciones abstractas divor-
ciadas del conocimiento concreto y personal de la vida cotidiana bajo el
régimen de Trujillo. Como sabemos, muchos intelectuales también han
apoyado dictaduras, hasta aquellas que han impuesto violencia y terror ex-
traordinarios como la de Trujillo, y como la de Hitler, Stalin y Pinochet. En
esos casos quizás aplica también la crítica de Castillo, esto es que los inte-
lectuales pueden vivir en un mundo de mapas, en la metáfora de Castillo,
abstraídos de la vida cotidiana y del sufrimiento, lo que les permite pasar

2 El comentario de Castillo “ustedes son niños para mí”, se refiere a Ciprián Soler y a
mí. Entrevista a Castillo, Catorce de Cumayasa, La Romana, 30 de diciembre de 1992.
Como lugar de las entrevistas se indica primero la sección, seguida del municipio más
cercano.

61
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

por alto los crímenes ordenados por el Estado y las violaciones masivas a
los derechos humanos. Apartados del contacto directo con el sufrimiento
impuesto por las dictaduras, ellos piensan que algunos fines supuestamen-
te reformadores y patrióticos justifican los medios, aunque esos medios
resulten tiránicos, severos y sangrientos.

¿Cuál era entonces el mapa –la visión panorámica selectiva– de los in-
telectuales que racionalizaron su apoyo y su incorporación a la dictadura?
Mi investigación sobre el régimen ha arrojado luz sobre ese asunto.3 Esta
investigación se enfocaba primariamente en las relaciones entre el Estado
y el campesinado. Pero las defensas frecuentemente apasionadas que es-
cuché sobre Trujillo, provenientes de ancianos campesinos a través de la
República Dominicana, me llevaron a estudiar seriamente, e investigar, las
políticas rurales que originalmente había subestimado como mera propa-
ganda. Y descubrí que esas políticas habían sido formuladas e implemen-
tadas en la década de 1930 por un puñado de respetables intelectuales y
funcionarios civiles que trabajaban para el régimen de Trujillo y que apa-
rentemente se habían dejado influenciar por una visión nacionalista-po-
pulista que establecía un camino a la modernidad, no por la expansión de
grandes plantaciones, generalmente propiedad de extranjeros, sino por la
creación de pequeños agricultores comerciales dominicanos. Y las visiones
de esos intelectuales y funcionarios coincidían convenientemente con la
búsqueda de Trujillo de políticas estatales que fomentaran en gran medida
un apoyo popular a su gobierno dictatorial. 4

De manera que comenzaré con lo que reveló mi investigación acerca


de la aceptación popular, y específicamente campesina, que tenía Truji-
llo. ¿Cómo pudo ese violento y corrupto tirano conquistar una acepta-
ción popular para su régimen? El extraordinario apoyo que concitó entre
el campesinado el régimen de treinta y un años de Trujillo también había

3 Richard Lee Turits, Fundamentos del despotismo: los campesinos, el régimen de Trujillo y la
modernidad en la historia dominicana, Stanford, Stanford University Press, 2003.
4 Garrido, Roger y Tolentino a Trujillo, 3 de enero de 1935, Archivo General de la
Nación (AGN), Secretaría de Agricultura, legajo 207, 1935; Turits, Fundamentos del
despotismo, 95.

62
sido percibido por muchos observadores contemporáneos, entre los que se
encontraba Juan Bosch, importante intelectual y entonces líder izquier-
dista de la comunidad de exiliados dominicanos, y quien posteriormente
fue presidente de la República (1962-63). En 1991, Bosch recordaba haber
advertido a otros exiliados revolucionarios que se embarcaron en una in-
vasión a la República Dominicana a finales de la década de 1950 que: “Es-
taban equivocados si creían que sólo enfrentarían al Ejército de Trujillo y
a nadie más, porque en adición a los soldados, tendrían que combatir a los
campesinos… ‘No crean’, les dije, ‘que el campesinado dominicano los va
a apoyar. En treinta años Trujillo ha hecho muchas cosas…’ Y eso fue lo
que ocurrió. El campesinado enfrentó a los patriotas que combatieron el
trujillato, y en muchos casos fueron ellos, el campesinado, quienes entre-
garon a los guerrilleros”.5 Los argumentos apasionados de Castillo y de
otras personas sugieren que la lealtad del campesinado hacia Trujillo, una
adherencia que impelía a un número de ellos a defender el régimen frente a
los exiliados revolucionarios, subsistiría por décadas después del asesinato
de Trujillo.

Los historiadores tienden a minimizar la evidencia del apoyo popular


que tenían las políticas de Trujillo, a la luz de las características totalitarias
e inhumanas de su régimen –y en algunos casos quizás también debido a
criterios despectivos acerca de la racionalidad política del campesinado.
Sin embargo, según he podido documentar en mi libro “Fundamentos del
Despotismo”, los esfuerzos de Trujillo para lograr una forma de populismo
rural y fomentar políticas paternalistas eran mucho más sustanciosos de lo

5 Juan Bosch, “Visión de la Era de Trujillo”, documento presentado en el Museo


Nacional de Historia y Geografía, 2 de abril de 1991. Ver también Joseph Farland al
Secretario de Estado, 14 de julio de 1959, RG59, 739.00; 26 de abril de 1960, No. 86.2-
60, Agencia Central de Inteligencia (liberado para el autor bajo la Ley de Libertad de
Información); embajada norteamericana al Secretario de Estado, 13 de julio de 1960,
No. 7, RG59, 839.00/7-1360. El historiador Theodore Draper declaró que cuando él
estuvo en República Dominicana, durante la Era de Trujillo, “descubrió que los
campesinos lo adoraban (a Trujillo), que él pudo haber ganado elecciones honestas tan
abrumadoramente como ganaba las arregladas, y que sólo parecían disgustados algunos
intelectuales y otros dudosos personajes de clase media”. Ver Theodore Draper, Castro’s
Revolution: Myths and Realities, Nueva York, Praeger, 1962, página 29. Esas declaraciones
se tradujeron originalmente del español al inglés, y ahora se hace a la inversa.

63
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

que previamente se había vislumbrado.6 Estaban sustentados por acciones


concretas de parte del gobierno y por beneficios materiales, por lo menos
para aquellos que, a cambio, estaban dispuestos a ofrecer su productividad
y pregonar su lealtad. Específicamente el régimen distribuyó y preservó el
acceso del campesinado a una gran parte del territorio nacional, mientras
trataba a los campesinos como ciudadanos activos mediante una variedad
de obligaciones civiles y rituales que los ataban al Estado.7 Más aún, el ré-
gimen tuvo la posibilidad de elaborar políticas rurales efectivas en el marco
de un discurso que no sólo aupaba el rol del campesinado en la nación,
como nunca antes se había hecho, sino que también se hacía eco de las
propias normas tradicionales del campesinado, sobre todo en lo referente
a una economía moral profundamente enraizada en los derechos sobre la
tierra.8

Las políticas territoriales del régimen de Trujillo incluían no sólo ase-


gurar el libre acceso de los campesinos a la tierra, algo de lo que tradi-

6 Para una diferencia clara con la historiografía convencional, ver San Miguel, Los
campesinos, esp. 315-16. Lowell Gudmundson ha argumentado que, aunque generalmente
se ve como un fenómeno de la clase urbana y trabajadora en América Latina (como en
Argentina y Chile), las iniciativas estatales populistas han resultado muy atractivas
entre los campesinos agricultores durante las transiciones a producción agrícola
intensiva, en un número de casos durante el período de 1850 a 1950 –en Costa Rica,
Puerto Rico, el México ranchero y los países andinos Colombia y Venezuela–, según
he podido encontrar en República Dominicana. Lowell Gudmundson, Costa Rica before
Coffee: Society and Economy on the Eve of the Export Boom, Baton Rouge, Louisiana State Univ.
Press, 1986, 153-60. Un comentario relacionado se encuentra en Catherine LeGrand,
Frontier Expansion and Peasant Protest in Colombia, 1830-1936, Alburquerque, Univ. of New
México Press, 1986, 122-23.
7 Para interpretaciones similares, ver Pedro San Miguel, “La ciudadanía de Calibán:
poder y discursiva campesinista en la Era de Trujillo”, en Política, identidad y pensamiento
social en la República Dominicana (siglos XIX y XX)”, editores Raymundo González, Michiel
Baud, Pedro San Miguel y Roberto Cassá, Madrid, Doce Calles, 1999, páginas 269-89; y
Los campesinos, páginas 300-22. Para otras perspectivas sobre la distribución de tierras
y la colonización bajo el régimen de Trujillo, ver Inoa, Estado y campesinos, 86-101; Pedro
Mariñez, Resistencia, 87-88, y Agroindustria… 106-09; y Cassá, Capitalismo… 129-31.
8 Por “economía moral” me refiero al conocimiento popular de los derechos económicos,
a las obligaciones habituales y a los límites de lo que, hasta los poderosos, pueden hacer.
Ver E. P. Thompson, Customs in Common, Nueva York, The Free Press, 1991, esp. 343, 345;
James C. Scott, The Moral Economy of the Peasant: subsistence and rebellion in Southeast Asia,
New Haven, Yale Univ. Press, 1976.

64
cionalmente habían disfrutado, sino también tornar al campesinado en
sedentario y concentrarlo, pues en ese entonces todavía estaba altamente
disperso y ambulante, acostumbrado a la siembra de tumba y quema, al uso
colectivo de los montes, y a la crianza libre en tierras sin cercas y de libre
acceso. Al distribuir parcelas fijas y, además, proveer nuevas carreteras,
materiales, créditos y canales de riego de los cuales dependen los agricul-
tores sedentarios, el Estado encajó al campesinado en el rango de su propia
visión, acceso y control efectivo.9

El apoyo de los campesinos a las políticas agrarias gubernamentales y su


aceptación de un Estado nacional expansivo e intervencionista era, en par-
te, una reacción a la onda de modernización económica y política que ya
había comenzado a mover y transfigurar parcialmente el campo dominica-
no desde principios del siglo XX. Más aún, esos cambios sucedieron a tres
centurias de lo que se puede llamar modernidad abortada y vitalidad cam-
pesina. A finales del siglo XVI colapsó, tan repentinamente como se había
desarrollado, una sociedad esclavista de plantaciones agrícolas masivas
que producía grandes cantidades de azúcar para los mercados europeos.
A ese colapso siguieron unos trescientos años de estancamiento comer-
cial. Eso abrió el espacio para que surgiera un campesinado independiente
–constituido en su mayoría por antiguos esclavos y sus descendientes– que
vivió durante generaciones de las siembras de corte y quema, así como de
la explotación colectiva de los bosques y de la fauna silvestre, a lo largo y
ancho de las vastas e indomables tierras, la mayoría de las cuales carecía de
títulos de propiedad claros o definitivos.

9 La historia de las políticas rurales del régimen de Trujillo es consistente con la tesis
del cientista político James Scott, en el sentido de que las intervenciones oficiales en
nombre del desarrollo y el progreso funcionan para apuntalar el poder estatal y el
control social (incluso si no conducen al avance económico). James Scoett, Seeing Like
a State: How Certain Schemes to Improve the Human Condition have Failed, New Haven, Yale
Univ. Press, 1998, passim. De igual forma, la cientista política Merilee Grindle ha
escrito sobre la reforma agraria en América Latina: “Las fuentes y efectos de las reformas
difieren a través de la región, pero un resultado consistente en todos los países fue el
incremento de la influencia del Estado en las condiciones políticas y económicas de las
áreas rurales. Entonces, el Estado mismo fue uno de los principales beneficiados de
las iniciativas de la reforma agraria”. Merilee Grindle, State and Countryside: Development
Policy and Agrarian Politics in Latin America, Baltimore, John Hopkins Univ. Press, 1986, 8.

65
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Sin embargo, a principios del siglo XX los campesinos enfrentaron


cambios ominosos en la tenencia de tierra y las relaciones de propiedad,
que amenazaron con eliminar su libre acceso a la tierra y la existencia de
grandes extensiones abiertas para la crianza libre y la siembra de tumba y
quema. Durante el período de 1900 a 1930, antes del ascenso de Trujillo al
poder, enclaves crecientes de agricultura comercial y el aumento del valor
de la tierra en algunas áreas habían propiciado esfuerzos para encerrar,
mensurar y reclamar tierras a través de todo el país. También se estable-
cieron nuevas formas de propiedad privada mediante leyes promulgadas
por la dictadura militar existente durante la ocupación norteamericana de
1916 a 1924. En 1930 miles de campesinos habían sido desplazados por las
compañías azucareras norteamericanas, las cuales habían obtenido títulos
de propiedad de vastas extensiones de tierra en la región Este del país, en-
tre Santo Domingo y La Romana. Y en todo el país surgieron de la noche a
la mañana reclamos de propiedades, cercas y otras formas de encerrar, con
lo que se delimitaba o amenazaba el acceso de los campesinos a las tierras
que anteriormente podían explotar sin títulos sobre ellas (tierras que por
lo general antes no tenían propiedad clara o definitiva).

Al enfrentar esa crítica coyuntural, el régimen de Trujillo se embarcó


en una campaña masiva para distribuir tierras e intervenir en el proceso
de establecer títulos sobre ellas, en un esfuerzo por ganar lealtad política
entre el campesinado y aumentar la producción agrícola, con el propósito
de incrementar la auto-suficiencia –la producción de alimentos para las
ciudades– y desarrollar las exportaciones agrícolas. Los líderes del Esta-
do buscaron integrar al campesinado a su proyecto de modernización me-
diante el ofrecimiento de tierras y, eventualmente, el otorgamiento de los
derechos de propiedad sobre ellas, pues prácticamente ningún campesino
tenía título de las tierras que explotaba. Esa campaña de distribución (de
tierras) comenzó oficialmente en 1934 y se mantuvo bastante activa duran-
te la década siguiente. Y a pesar de que continuó a lo largo del régimen, a
finales de la década de 1940 el Estado empezó la distribución de parcelas
principalmente través de las “colonias” (asentamientos agrícolas organiza-
dos por el Estado, muchos en áreas remotas), en lugar de hacerlo a través
del programa de distribución de tierras que generalmente otorgaba las par-
celas en las mismas áreas donde vivían los campesinos. Se reporta que ha-

66
cia 1958 la reforma agraria abarcaba casi medio millón de hectáreas (22%)
de la tierra agrícola del país, tanto en las colonias como a través de la cam-
paña de distribución de tierras, y que el número de beneficiados ascendía
a 140,717 (ciento cuarenta mil setecientos diecisiete) campesinos, lo que
equivalía al 31% de los terratenientes. 10 Y un gran número de campesinos
obtuvieron títulos legales en base el derecho de posesión ininterrumpida
(“prescripción adquisitiva”), en la medida en que el Estado mensuraba las
tierras ocupadas y otorgaba sus títulos a través de todo el país.

Pero el Estado protegía las tierras de los campesinos sólo bajo la condi-
ción de que ellos las hicieran productivas en la forma en que el gobierno
demandaba. Inspectores oficiales monitoreaban las parcelas cedidas para
asegurarse de que eran adecuadamente cultivadas. Y se implementó es-
trictamente en todo el país una ley que había sido promulgada en 1920,
que clasificaba como “vagos” a los campesinos que cultivaban menos de
diez tareas (63 hectáreas) de tierra. Al mismo tiempo, el Estado proveía
los equipos básicos y los insumos agrícolas, construía infraestructuras y
mejoraba el acceso a los mercados. Todo como parte de una vigorosa cam-
paña para eliminar las tradicionales prácticas itinerantes y de pasto de los
campesinos.

10 Las estadísticas de 1958 incluyen las gestiones en la “distribución de tierras” y


“colonización”, el primero representa la mayor parte de la tierra (308,144 hectáreas de
un total de 496,079) y la vasta mayoría de los beneficiarios (115,829 del total de 140,717
personas). Para calcular los porcentajes, utilicé las cifras de 1960 sobre el total de las
tierras agrícolas y los terratenientes. Las cifras de las colonias incluyen los terratenientes
de las 26 colonias, a cuyos ocupantes se les habían adjudicado sus tierras oficialmente
en 1953, como propiedad privada (en ese momento esas tierras dejaron de considerarse
como colonias). Manuel Ramos, “La ciudad y el campo: medidas para contrarrestar la
emigración rural”, Renovación 7, No. 26, julio-agosto 1960, 55-58; Quinto Censo Nacional
Agropecuario, X. Dadas las limitaciones y tendencias estadísticas producidas bajo un
gobierno dictatorial en una nación subdesarrollada, es lógico que las cifras provistas
por el régimen no sean del todo confiables. Además, se amalgaman y simplifican los
fenómenos complejos y variados, y algunas veces ambiguos. Más precisos y fiables que
las cifras oficiales, resultan los innumerables registros de campaña de los archivos de
la Secretaría de Agricultura. Más aún, esos datos fueron corroborados en el trabajo de
campo que conduje con ancianos campesinos, incluyendo entrevistas con un número
de beneficiarios de tierras reportados en los registros de la Secretaría. Al corroborar
esas fuentes se confirma la distribución de tierras por toda la nación entre ocupantes y
campesinos, lo que sugiere una historia no lejos de la que representan las estadísticas
oficiales.

67
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Ese proceso de convertir las clases rurales populares en agricultores se-


dentarios y (se esperaba) en productores exitosos, en lugar de campesinos
que explotaban el monte, la vida silvestre y la crianza libre, requirió que
muchos abandonaran aspectos de su cotidianidad a los cuales se habían
resistido a renunciar en el pasado. Durante generaciones, la mayoría de los
campesinos había preservado su alto nivel de autonomía, movilidad geo-
gráfica y explotación de los montes y las grandes extensiones abiertas, a
pesar de las legislaciones y políticas públicas que de diversas formas bus-
caban tornarlos sedentarios, agricultores, o proletarios. Pero en los inicios
del proceso de delimitaciones y desalojos que inició a principios del siglo
XX, los campesinos eran obligados a trabajar en espacios de tierra cada vez
más pequeños y de manera más eficiente, y desde luego se les amenazaba
con dejarlos sin nada de tierra a menos que se avinieran a una alianza efec-
tiva con el Estado. El programa de acceso protegido a la tierra, combinado
con la asistencia agrícola y las nuevas infraestructuras y mercados, hicie-
ron atractiva y factible la agricultura intensiva y sedentaria para la mayoría
de los campesinos por primera vez en la historia dominicana.
Esas políticas rurales, del régimen de Trujillo, fueron concebidas por
talentosos funcionarios públicos e intelectuales –como Rafael César To-
lentino, Rafael Espaillat, Rafael Vidal y Rafael Carretero– quienes busca-
ban desarrollar un prototipo alternativo para modernizar un modelo que
había resultado atractivo a los pensadores dominicanos de las décadas
precedentes.
Los líderes e intelectuales dominicanos habían preconizado la expan-
sión agrícola comercial durante largo tiempo, pero durante el período de
1900 a 1930 un creciente número de ellos se desilusionó con el desarrollo
comercial de las áreas del país que eran absorbidas por las plantaciones
cañeras extranjeras. Nuevas formas de desempleo rural y escasez de ali-
mentos en las ciudades amenazaron la estabilidad y bienestar económico y
social del país, cuando corporaciones –la mayoría de propiedad estadouni-
dense– desalojaban miles de campesinos, desplazaban terratenientes do-
minicanos y traían decenas de miles de obreros inmigrantes procedentes
de otros puntos del Caribe, para una industria azucarera en rápida expan-
sión. Como respuesta, algunos de los principales intelectuales y figuras en
el gobierno comenzaron a cuestionar si esas plantaciones e ingenios gigan-
tes, controlados por propietarios y operados por trabajadores, en su mayo-

68
ría foráneos, representaban realmente un progreso para el país y si podrían
conducirlo hacia las formas de modernidad que ellos propugnaban. 11
Esos cuestionamientos surgieron, principalmente, en el contexto de una
creciente agitación nacionalista generalizada. A principios del siglo XX al-
gunas personas hasta expresaron dudas sobre la existencia de una genuina
nación dominicana, dada su división rural-urbana, la autonomía de su cam-
pesinado, el marcado regionalismo y las continuas guerras civiles, así como
su manifiesta subordinación al poder y capital extranjeros.12 Las preocu-
paciones nacionalistas fueron provocadas nuevamente en 1904, cuando Es-
tados Unidos tomó control indefinido de las Aduanas dominicanas como
parte del acuerdo para que el país pagara la enorme deuda externa que
tenía (que fue ratificada en un acuerdo entre las dos naciones en 1907) y,
sobre todo, cuando Estados Unidos ocupó el país desde 1916 a 1924. Bajo
el fuerte yugo del control político norteamericano y de la rápida monopo-
lización de tierras por parte de las empresas azucareras norteamericanas
en la región Este del país, un grupo de pensadores inició una oposición a la
expansión del comercio agrícola en manos foráneas y comenzó a promover
el desarrollo en base a los pequeños agricultores dominicanos, y así preco-
nizaban el modelo que ya representaba una parte importante de la región
del Cibao.13 Tanto en la prensa, como en los círculos políticos, emergió

11 De hecho, tan temprano como en 1884 el intelectual y presidente Pedro Bonó condenó
la entonces novedosa industria azucarera del país. Escribió: “Antes los campesinos eran
pobres y toscos, pero al menos eran propietarios, ahora son proletarios más toscos y más
pobres. ¿Qué forma de progreso es esa?”. También escribió: “He visto la transformación
del Este, propiedades transferidas prácticamente sin costo para los nuevos ocupantes,
que se ocultan bajo el pretexto del progreso. Progreso sería si lo que ocurre fuera
progreso para los dominicanos”. Bonó, “Papeles”, 281, 327.
12 Mateo, Mito y cultura, 75-78. El prominente intelectual Santiago Guzmán Espaillat
tituló una de sus presentaciones en 1908 “Does the Dominican Republic Constitute a
Nation?”, Julio Jaime Julia, Guzmán Espaillat, el civilista, Santo Domingo, Taller, 1977, 20.
13 Durante el período 1900-1930, un número de escritores en República Dominicana
contrastó el impacto de las plantaciones azucareras en el Este, con la exitosa expansión
de las pequeñas agriculturas del Cibao. Por ejemplo, en 1906, el escritor Rafael Abreu
Licairac definió las plantaciones azucareras extranjeras como “penetración pacífica”
de “progreso”. Y en contraste con el desarrollo en el Este, Abreu ponderó los pequeños
agricultores del Cibao como modelos alternativos de progreso, en contraposición con los
enclaves azucareros extranjeros y con las prácticas de pasto supuestamente “atrasadas”
y “nómadas” del campesinado, que prevalecían en la mayor parte del país. Él presentó
el Cibao como el modelo a seguir por el resto del país para poner fin al estancamiento
rural, mientras se consolidaba la integración nacional y se beneficiaba al campesinado.

69
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

entonces una propuesta popular nacionalista alternativa para promover el


desarrollo económico y la autonomía política. Mediante esa política los
campesinos dominicanos, que todavía tenían una alta concentración en el
pasto, serían transformados en agricultores sedentarios y productivos, en
lugar de convertirse repentinamente en proletarios y migrantes urbanos,
muchos de ellos desempleados.14

Esas ideas ganaron más aceptación luego de la ocupación norteameri-


cana. Dos años antes de la salida de las fuerzas norteamericanas de ocupa-
ción, durante la presidencia de Horacio Vásquez (1924-1930), el secretario
de Agricultura, Rafael Espaillat, un cibaeño de clase media, sugirió que el
Estado “colonizara” y distribuyera la mayor cantidad posible de tierras sin
título, con el propósito de prevenir que fueran adquiridas por las empresas
azucareras y fomentar así una economía en la que los dominicanos vivie-
ran “independientes de la esclavitud económica que conlleva el trabajo por
un salario determinado”.15 El periodista Rafael Vidal elogió los esfuerzos
de Espaillat en promover esos pequeños agricultores, de manera que “el
pulpo conquistador no penetre nuestra nación, bajo el disfraz de capital

“Ahí está la vida rural real con todas sus atracciones y ventajas, caracterizada por un
trabajo remunerado, riqueza relativa, e independencia del productor… Mientras mayor
sea la distribución de propiedades y mayor sea la diversificación de las siembras, más
riqueza habrá disponible para avanzar hacia el progreso y bienestar general”. Rafael
Abreu Licairac, La cuestión palpitante, Santo Domingo, Imp. Listín Diario, 1906, 27-32.
Ver también su artículo anterior “La agricultura en el Cibao”, Eco de la Opinión, 2 de
septiembre de 1893. Para un ejemplo de los años iniciales de Trujillo que contrapone
el Cibao y el Este, ver Enrique Jiménez, Sobre economía social americana, Santo Domingo,
1932. Así, en lugar de descartar los campesinos por ser intrínsicamente primitivos e
indolentes, o tratar de arrancarlos completamente de su existencia autónoma –como
tradicionalmente habían hecho los intelectuales y líderes dominicanos–, comenzó a
emerger una nueva tendencia de intelectuales liberales que buscaban un rol para el
campesinado en el marco de una nación en modernización.
14 Un ejemplo de esa plataforma política es “Lo que ha hecho ‘La Opinión’ en dos años
de intensa lucha por el prestigio, el engrandecimiento y el porvenir de la República”,
La Opinión, 10 de enero de 1929. Ese proyecto también era apoyado por el Partido
Nacionalista, formado en 1924 al final de la ocupación norteamericana. Ver Francisco
Antonio Avelino, “Reflexiones sobre algunas cumbres del pasado ideológico dominicano”, Santo
Domingo, n. p., 1995, 198-201; González, “Notas sobre el pensamiento socio-político
dominicano”, 14-15.
15 Secretaría de Estado de Agricultura e Inmigración, Memoria 1926, Santo Domingo, 1927, 7-9, 21.

70
extranjero”.16 Editores, periodistas y funcionarios del gobierno de Vás-
quez demandaron nuevas leyes para impedir el incremento de inversionis-
tas extranjeros y el latifundio, así como el monocultivo en nombre de la
equidad social, del nacionalismo y de las políticas económicas con visión
de futuro.17

En 1927 un importante editorialista dominicano denunció la expansión


de las plantaciones azucareras norteamericanas y el supuesto crecimien-
to económico que ellas representaban. El autor urgía a los ciudadanos a
“defendernos de los lazos que (enmascara) el brillo del oro extranjero –¡so-
lamente el brillo!–(sic)” y a “no engreírse en la ilusión de falsos mirajes, ni
cometer la puerilidad de creer que el bullicio de una ciudad es ya un indicio
de prosperidad económica”.18 Ese mismo año la legación norteamericana
reportó: “Hay estudiosos de la economía del país que desde hace tiem-
po miran con aprensión la expansión gradual de los intereses azucareros.
Han citado a Cuba como ejemplo del desastre económico que resulta de
la falta de diversificación industrial, de lo cual debe cuidarse aquí… Han
favorecido los pequeños agricultores en contra de las grandes plantaciones
azucareras. El Secretario de Estado de Agricultura, Sr. Espaillat, ha estado
conspicuamente en ese grupo”.19

Tanto Espaillat, como Vidal y otros miembros de la nueva generación de


pensadores reformistas, herederos de un movimiento intelectual que gra-
dualmente ganó vigencia desde el cambio de siglo cuando el “progreso” se
vislumbró en la República Dominicana, devendrían figuras claves en los
inicios del régimen de Trujillo. Tras el ascenso de Trujillo al poder, las
ideas de esos pensadores sobre la reforma agraria y sobre una modernidad
alternativa emparejarían con un Estado poderoso y un dictador dispuesto
a imponerlas.

16 Rafael Vidal, “Las hipérboles de ‘Patria’”, Listín Diario, 2 y 3 de septiembre de 1926.


Esas declaraciones se tradujeron originalmente del español al inglés, y ahora se hace a
la inversa.
17 Ver “El Congreso Nacional debe votar leyes que nos pongan en guardia contra el
latifundismo azucarero: es necesario que se nacionalicen la tierra, el subsuelo y aquellas
industrias que existen en el país”, Listín Diario, 6 de agosto de 1927; “Notas editoriales:
otro aspecto de la industria azucarera”, La Opinión, 5 de junio de 1928.
18 “El ejemplo de Cuba”, La Opinión, 6 de julio de 1927.
19 Franklin Frost al Secretario de Estado, No. 566, 6 de agosto de 1927, RG59, 839.52.

71
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Uno de esos pensadores reformistas era Rafael César Tolentino. Como


Espaillat, Tolentino era miembro de la pequeña clase media de Santiago
y era un líder nacionalista importante, quien había sido perseguido du-
rante la ocupación militar norteamericana debido a su oposición a dicha
ocupación. A finales de la década de 1920 devino en notable periodista y
director y propietario del periódico santiaguense de circulación diaria, La
Información. Un editorial del periódico de Tolentino se hizo eco de la frase
tradicional de los revolucionarios locales “hay que irse al monte”, y decla-
raba en 1927 que: “Hay que irse al monte con las armas del machete y del
arado. Nuestro estado de pobreza es el resultado de nuestro desequilibrio,
de no ver la salvación del país en el único lugar en donde hay que buscarla:
en el campo”.20

Los primeros funcionarios del gobierno trujillista se harían eco del lla-
mado de Tolentino de acudir al campo para salvar la nación. En busca de
una nación “moderna” –pero de una que se caracterizara por autonomía
nacional y orden público, así como por crecimiento económico–, ellos pro-
movían la idea de convertir a los campesinos libérrimos en pequeños agri-
cultores comercialmente productivos, en lugar de impulsar el desarrollo en
base a negocios agrícolas de gran escala y crecientes enclaves de inversión
extranjera.21 Llama la atención el hecho de que esa visión alternativa de
modernidad no sólo daría forma a la retórica, sino también a las propias
políticas del régimen. Y es así como varios de los más destacados defen-
sores de ese proyecto de desarrollo a través de los pequeños agricultores
–entre los que se encontraban Tolentino y Espaillat–, fueron reclutados en

20 Citado en R. Emilio Jiménez, Trujillo y la paz, Ciudad Trujillo, Impresora Dominicana,


1952, 10-11; Enciclopedia Dominicana, Barcelona, Publicaciones Reunidas, 1978, 138.
21 A pesar de la expansión de la producción azucarera a gran escala en el Este, y de
los cultivos en pequeña escala de café, tabaco y cacao que se hacían en el Cibao, en
general la economía dominicana era rudimentaria cuando Trujillo asumió el poder.
La mayoría de la población estaba formada por campesinos dedicados primariamente
a la explotación de subsistencia, mientras que raramente se encontraban industrias
fuera de la azucarera, dominada por los norteamericanos. La única universidad del
país apenas tenía 169 estudiantes en 1920, a pesar de haberse fundado a principios del
siglo XVI, y la capital, Santo Domingo, tenía una población de apenas 30,000. Hoetink,
“The Dominican Republic”, 220; Juan Bosch, Composición social dominicana: historia e
interpretación, Santo Domingo, Alfa & Omega, 1991, 377.

72
el gabinete de Trujillo y, desde sus nuevas posiciones, tratarían de aprove-
char el poder del régimen para realizar su visión reformista. Esos miem-
bros del gabinete transformaron y concretaron la retórica populista de los
inicios del gobierno de Trujillo, pues diseñaron e implementaron políticas
de distribución de tierras, de asistencia agrícola y de intervención en el
proceso de mensurar y sanear la tenencia de propiedades para proteger a
los pequeños agricultores sin títulos sobre la tierra. Eso era un fructífero
esfuerzo por promover la producción y la auto suficiencia agrícolas e in-
tegrar, en lugar de dislocar y diezmar, el campesinado en los inicios del
proceso de modernización.

“Las políticas para asegurar tierras a los campesinos e incrementar


su producción ayudaron a hacer de la República Dominicana de
Trujillo un país virtualmente auto suficiente en términos agrícolas
(con la excepción del trigo), en contraste con el resto del Caribe
y muchas partes de América Latina en el siglo XX, así como a
expandir la agricultura de exportación”.

Fueron esas políticas las que eliminaron las prácticas de pasto de los
campesinos, que ayudaron a desarrollar la agricultura sedentaria, que guia-
ron a los campesinos hacia los proyectos y expectativas del Estado nacio-
nal y que los definieron, como nunca antes, como “hombres de trabajo”
cuya labor agrícola, avance y valores eran fundamentales para la nación y
su progreso. Al mismo tiempo, sin embargo, fueron esas mismas políticas,
y los que las formularon, los que ayudaron a legitimar y proveer apoyo para
esa horrenda y sangrienta dictadura personalista de Trujillo.

Tomemos a Tolentino, por ejemplo, a quien Trujillo nombró secretario


de Agricultura y quien ayudaba a conducir las políticas hacia una nueva di-
rección, en términos tanto de distribución de tierras, como de los derechos
sobre ellas. Tolentino era uno de los principales impulsadores de las políti-
cas que promovían el acceso de los campesinos a la tierra. En diciembre de
1933 hizo varias declaraciones públicas en las que, según el Departamento
de Estado norteamericano, alentaba “la ocupación de tierras privadas por
campesinos sin títulos de propiedad”, en las que se incluían los terrenos
propiedad de la Compañía Azucarera Central Romana, de capital norte-
americano. El Departamento de Estado recibió quejas en el sentido de que
“mediante un reciente decreto presidencial se permite a los ciudadanos in-

73
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

vadir y ocupar tierras baldías en la República Dominicana”. Y la legación


norteamericana en Santo Domingo reportó que sus fuentes estaban “confia-
das en que cuando este asunto llegue a la atención del presidente Trujillo,
el entusiasmo del Sr. Tolentino en defender el interés de los invasores y de
las clases pobres en general, tomará una forma más racional”. Sin embargo,
la poderosa familia Vicini, de ascendencia italo-dominicana y propietaria
del mayor conglomerado azucarero después de los pertenecientes a las cor-
poraciones norteamericanas, ya había protestado ante Tolentino, aunque
sólo para recibir una defensa firme de “sus declaraciones y de la acción que
tomaran los invasores en cumplimiento de las mismas”.22

No obstante, el Estado eventualmente se retractó. Las presiones del


Central Romana forzaron a un reacio Tolentino a emitir una circular a las
autoridades oficiales de las áreas azucareras de la región Este en la que se
les pedía repudiar las “malas interpretaciones” a sus comentarios sobre “el
plan para distribuir las tierras estatales, (así como) el interés del gobierno
dominicano de mejorar las presentes condiciones de los campesinos (y)
hacer un pequeño terrateniente de cada hombre de trabajo y de buena vo-
luntad”. “Con frecuencia”, explicaba él, “este Departamento recibe protes-
tas de parte de agricultores que ocupan tierras que han sido adjudicadas
a favor de compañías azucareras… En ese sentido, se debe tener presente
que las políticas agrarias que este Departamento ha puesto en práctica no
pueden ser interpretadas en una forma que obstaculice el funcionamiento
de la justicia”. 23 Y sin embargo, aunque aparentemente cedía ante los
poderosos intereses azucareros extranjeros, el gobierno inauguraría ese
mismo año una nueva política de distribución de tierras –promovida por
Tolentino– que esencialmente implementaría en una amplia zona del país
el planteamiento que Tolentino había promovido anteriormente. La dis-
tribución de tierras, y la legalización de las tierras ocupadas, devendría en
lo que se convertiría en la esencia de las políticas rurales subsecuentes,
especialmente durante los años siguientes.

22 H. F. Arthur Schoenfeld al Secretario de Estado, No. 1473, 2 de marzo de 1934,


“Occupation of Private Lands by Squatters”, memorándum de conversación con el juez
Robert C. Round, consejero legal para el Central Romana Inc., RG59, 839.52/89.
23 Schoenfeld al Secretario de Estado, No. 1473, 2 de marzo de 1934 y circular anexa
para Tolentino, RG59, 839.52/89.

74
Los esfuerzos realizados a través de la reforma agraria y la idealización
de la labor de los pequeños agricultores encajaban con las preocupaciones
nacionalistas. En su reporte anual de 1936 el nuevo secretario de Agri-
cultura, Rafael Espaillat, elogiaba la campaña de distribución de tierras
como un “modelo de política nacionalista prudente, con imponderables
beneficios para el bienestar, unidad e independencia de la República… Los
pueblos despojados del dominio de su tierra son pueblos esclavizados”. El
hecho de que Espaillat procediera de Santiago, al igual que Tolentino, po-
dría explicar la visión de nación que ambos tenían, pues quizás estaban
influenciados por el modelo de pequeña agricultura que ya se desarrollaba
en gran parte del Cibao. Es interesante hacer notar que Espaillat había
sido un firme opositor del general Trujillo, cuando el primero era miembro
del gabinete de Vásquez. A principios de 1930, Espaillat incluso encabezó
un esfuerzo fallido que buscaba persuadir al presidente Vásquez de que
destituyera a Trujillo de su posición como jefe del Ejército.24 Sin embargo,
ese hecho no impidió que Trujillo integrara a Espaillat a su gabinete (por el
contrario, es concebible que eso lo motivara a hacerlo). Junto con Tolen-
tino, Espaillat condujo el régimen de Trujillo por direcciones reformistas.
De hecho, Espaillat hasta comparó la campaña de distribución de tierras
con la reforma agraria de la Revolución Mexicana –entonces en pleno apo-
geo bajo la dirección de Lázaro Cárdenas– y sus políticas a favor de los
“más abandonados miembros de la ciudadanía mexicana: los indios y los
agricultores pobres del país”.25

Aunque distaba mucho de la Revolución Mexicana, el gobierno de Tru-


jillo y su reforma agraria resultaron relativamente atractivos y favorables
a la preservación de un campesinado con libre acceso a la tierra. Y esas
políticas simultáneamente ayudaron a modernizar la economía rural en la
forma en que los intelectuales y estadistas reformistas habían propuesto y
elogiado.

24 Cabot al Secretario de Estado, No. 1570, 10 de enero de 1930, RG59, 839.00/3344;


Curtis al Secretario de Estado, No. 23, 6 de marzo de 1930, RG59, 839.00/3356.
25 República Dominicana, Secretaría de Estado de Agricultura y Trabajo, Memoria, 1935,
Ciudad Trujillo, 1936, 268-69, 275-76; República Dominicana, Secretaría de Agricultura
e Inmigración, Memoria, 1926, Santo Domingo, 1927, 7-9, 20-22; Curtis al Secretario de
Estado, No. 23, 6 de marzo de 1930, RG59, 839.00/3356. Esas declaraciones se tradujeron
originalmente del español al inglés, y ahora se hace a la inversa.

75
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Eran, sin embargo, otras acciones contradictorias y sustanciales del


régimen que fomentaron el latifundio. La disposición del Estado y la ca-
pacidad para promover desarrollo económico basado en la agricultura de
menor escala, fueron desiguales en tiempo y lugar. Estaban limitadas tanto
por la resistencia de las élites económicas (particularmente los intereses
norteamericanos de la región Este), como por el propio engrandecimien-
to de Trujillo, además de las fuerzas del mercado y lo limitado de los re-
cursos.26 El contraste más evidente y opresivo con la idealización estatal
del concepto de pequeño agricultor fue la expropiación masiva de tierras
y la expansión azucarera en algunas áreas, tras la toma de control de los
intereses azucareros extranjeros por parte del gobierno, en la década de
1950. Eso conllevó el desalojo de miles de campesinos así como la pérdida
de vastas áreas de montes y pastos que se usaban colectivamente para la
crianza libre en Monte Plata y en tierras cerca de Cotuí.27

El proyecto alternativo de modernidad, a través de la reforma agraria,


estaba lejos de ser una transformación política radical, progresista, o con-
sistente bajo el gobierno de Trujillo. Por otro lado, en el marco de la vasta
perspectiva de la historia caribeña, la medida en que fue perseguido en mu-
chos aspectos el modelo de pequeño agricultor durante el régimen fue de
hecho relativamente radical, a pesar de la terrible ironía de haber ocurrido
bajo una de las dictaduras más brutales y personalistas de la historia. Vale
la pena recordar que hasta los líderes más revolucionarios y los episodios
más dramáticos de la historia caribeña, entre los que se destacan aquellos
de la revolución haitiana y también la abolición de la esclavitud en el Cari-
be británico –y, quizás ni qué decir de las ocupaciones norteamericanas de

26 En el Este, los campesinos enfrentaron las más espantosas condiciones cuando


Trujillo asumió el poder. Allí el Estado no podía, o no quería, superar la resistencia
a sus políticas agrarias, principalmente por parte de los intereses extranjeros cuyas
propiedades, en contraste con la mayoría de la tenencia de tierras del país, estaban en
proceso de adjudicación definitiva de los títulos gracias a las leyes promulgadas por el
gobierno militar norteamericano. Como resultado, en el corazón de la zona azucarera
del Este miles de ocupantes fueron eventualmente desalojados. Así, en lugar de
reflejar la recia voluntad y la incontrolable fuerza de Trujillo, parece que esos desalojos
demostraron más bien los límites del poder y la discreción del Estado. Ver Turits,
Fundamentos del despotismo, capítulo 4, esp. 130-42.
27 Ver Turits, Fundamentos del despotismo, 232-47.

76
Haití, Cuba y la República Dominicana–, todos fracasaron en trascender
las expectativas de modernidad tradicionales, a menudo racistas, en las
que se presumía la agricultura comercial en gran escala como la única ruta
hacia el progreso, e implícita, o explícitamente, se asumía que personas de
ascendencia africana –a diferencia de los blancos–, eran incapaces de desa-
rrollar una agricultura pequeña productiva y alcanzar de manera indepen-
diente una producción con superávit. Ninguno de esos regímenes concibió
una transición económica de esclavo a pequeño agricultor productivo, o de
montero y campesino libre de ascendencia africana a pequeño agricultor
productivo, que podría haber resultado atractiva para las masas rurales,
como irónicamente esbozaron e implementaron, en un amplio sentido, los
funcionarios del gobierno de Trujillo.

La historia de la extrema corrupción del dictador dominicano y su ma-


quinaria de terror está bien documentada y no admite defensa posible. Sin
embargo, al investigar las políticas públicas estatales y los testimonios de
los campesinos, nos sorprendió encontrar bases materiales y culturales
que ayudan a explicar la longevidad del despótico régimen de de Trujillo,
específicamente sus proyectos de reforma agraria y modernidad alterna-
tiva. Y esos proyectos ofrecen una explicación parcial, no sólo sobre la
duración del régimen y la base social del campesinado, sino también de
por qué prominentes intelectuales, aún de corte nacionalista-populista, así
como muchos líderes cívicos, colaboraron con el régimen de Trujillo; más
aún, esas figuras ayudaron a forjar las ejecuciones relativamente exitosas
del Estado durante la dictadura –relativamente exitosas tanto en términos
económicos como políticos–. Las políticas, para asegurar tierras a los cam-
pesinos e incrementar su producción, ayudaron a hacer de la República
Dominicana de Trujillo un país virtualmente auto suficiente en términos
agrícolas (con la excepción del trigo), en contraste con el resto del Caribe
y muchas partes de América Latina en el siglo XX, así como a expandir
la agricultura de exportación.28 En última instancia, esos intelectuales
estaban dispuestos a pasar por alto el terror estatal y las violaciones a los
derechos humanos, con tal de asegurarse un lugar prominente en un Es-
tado que, creían ellos, podría implementar con su conducción un proyec-

28 Ver Turits, Fundamentos del despotismo, 232-36, 273 n56.

77
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

to de modernidad nacionalista y popular. El hecho de que ese proyecto


pudo haber sido apoyado e implementado potencialmente sin recurrir a
la sangrienta y abarcadora represión de la dictadura de Trujillo, es quizás
algo que ellos nunca concibieron. Ese fallo en su imaginación era en parte
un razonamiento auto-protector que les permitía acomodarse al régimen
brutal, era en parte resultado de imaginar “mapas” de “progreso” en vez de
enfrentar directamente el sufrimiento humano, y era en parte producto de
la casi completa ausencia de democracia en la historia dominicana antes
del régimen de Trujillo –y de hecho, durante décadas después de él–.

78
CAPITULO II

El pensamiento
conservador
en el siglo XIX
• Tomás Bobadilla
• Antonio Delmonte y Tejada
• Manuel de Jesús Galván
• Javier Ángulo Guridi

EXPOSITORES: COORDINADORA:
Manuel Núñez, Reina Rosario
Raymundo González
José Guerrero
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Panel conformado por José Guerrero, Manuel Núñez y Raymundo González, bajo la coordina-
ción de Reina Rosario. Les acompaña, monseñor Agripino Núñez Collado, rector de la Pontificia
Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM).

El público siguió con interés las exposiciones, realizadas en la PUCMM, el 12 de agosto de 2009.
Manuel de
Jesús Galván
(1834-1910) Manuel Núñez
“¿Por qué se produce el respaldo de Galván a la Anexión a España?
Era tan vulnerable el Estado dominicano que surgieron dos grandes
tendencias: los independentistas puros, que creyeron en que la única
solución era la independencia, y que representa, de manera absoluta
y casi única, el padre de la Patria, Juan Pablo Duarte, y los que
creyeron que debíamos ponernos bajo la tutela de un Estado protector.
Participantes de esta idea fueron, en algún momento, los próceres
trinitarios Francisco del Rosario Sánchez y Ramón Matías Mella”.

La imagen que se tiene de Manuel de Jesús Galván (1834-1910) se halla


mediada por estereotipos que, andando el tiempo, han sustituido la ver-
dadera naturaleza de sus convicciones. En los mentideros intelectuales la
tesis predominante es la siguiente: Manuel de Jesús Galván es un escritor hispanó-
filo, reaccionario, conservador, que apoyó la Anexión a España y que hay que poner en la
picota. Esa es, desde luego, una visión impresionista, que, paradójicamente
no encaja con las opiniones que se extraen de la correspondencia de Gre-
gorio Luperón, Ulises Francisco Espaillat, José Martí y de otros contem-
poráneos suyos, que expresaron unos pareceres muy distintos de esos que
hoy tienen carta de vecindad.

¿Qué sabemos de Manuel de Jesús Galván?

De Galván sólo se conocía la excelente novela Enriquillo, la novela más


importante del siglo XIX y las opiniones vertidas por los historiógrafos ac-
tuales. En su caso, hemos asistido al proceso de invención del otro. Se trata
de un proceso de demonización, que permite fabricar un personaje con
las impresiones y las pasiones del presente. La labor editorial y las reve-
laciones que se han realizado de esta figura no han logrado variar el juicio
cuajado durante años de desinformación. Nosotros publicamos “Novelas

81
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

cortas”, en el año 2000, con un compendio de artículos de “La Razón”, per-


teneciente a la colección documental del Archivo de D.Vetilio Alfau Du-
rán. El Archivo General de la Nación (AGN) ha publicado este año cuatro
volúmenes... Escritos iniciales, Ensayos, Artículos y Controversia histórica, co-
rrespondencias y misiones diplomáticas, editadas por el documentalista An-
drés Blanco Díaz, una labor inestimable. Existe, desde ya, una cantera de
informaciones que podrían echar por tierra los juicios anteriores. Creemos
que el enjuiciamiento de un personaje histórico no debe construirse sobre
odios, resentimientos o sobre abstracciones ideológicas sino fundarse en
la documentación. La historiografía no ha de escribirse contra nadie, sino
para afirmar convicciones y principios, blindados con una documentación
que obre como prueba irrefutable de cuanto afirmamos.

La palabra conservador se emplea como un sambenito descalificador. Se


moteja como conservador al que cree en Dios, al que cree en la familia, en
la tradición, en los valores nacionales, al que detesta los cambios bruscos,
al que prefiere el orden a la fiesta revolucionaria. Un conservador puede,
a la vez, ser partidario de la República o de la Monarquía; pero considera
que la religión, las tradiciones, la cultura son los elementos esenciales de
la cohesión social. Siente profunda desconfianza por las teorías abstractas
y metafísicas. Prefiere la reforma, a la concepción de la ruptura. Galván

82
encaja, en algunos aspectos, con la concepción que lo tilda de conservador
sobre todo en su apego al sentido inicial de la vida dominicana. Pero si se
mira desde otra vertiente, a la luz del comportamiento político asumido en
otros momentos de su vida, podría ser tachado de liberal. No debemos juz-
gar, pues, a Galván con los juicios y la mentalidad contemporánea. En las
postrimerías del siglo XIX, los conservadores desconfiaban de la capacidad
del pueblo para gobernarse, en muchos casos detestaban el voto y la opi-
nión; se oponían a la libertad de cátedra, si ponía en entredicho el dogma
religioso. Desde luego, hasta ahora, tal como veremos, al casar su biografía
con estas perspectivas, ninguna empalma con Galván.

En 1852, estudia en el Colegio San Buenaventura. Son sus profesores el


poeta Nicolás Ureña de Mendoza, Alejandro Angulo Guridi, Félix Ma. Del
Monte, Tomás Bobadilla y el padre Gaspar Hernández, maestro de los jó-
venes de La Trinitaria. No puede decirse, entonces, que estuviese inclinado
al conservadurismo. Fueron sus condiscípulos el historiador José Gabriel
García, el prócer Manuel Rodríguez Objío, Eugenio Perdomo, Mariano
Cestero, ninguno lleva la esclavina de conservador, y todos sirvieron a los
intereses de la nación desde una concepción nacionalista. No era Galván
un hombre de abolengo. Era hijo natural de María Candelaria Galván y
del comerciante Francisco Javier Abréu. No pertenecía, pues, a las familias
linajudas que habían logrado enseñorearse desde los tiempos coloniales.
Comenzó su labor de periodista desde muy joven, y en tal función llegó a
director de El Oasis (1854-1856); director general de Correos (1858) nombra-
do por el presidente Pedro Santana, secretario del Senado, secretario par-
ticular del presidente Santana, ministro plenipotenciario ante las Cortes
de La Haya y Copenhague (1859-1860). Posteriormente, ocupa el cargo de
oficial mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores, y se casa con María
Velásquez Objío.

Por sus vínculos con Santana, en 1861, apoya la Anexión a España. Su


ideario político expresado en el lapso de tiempo que va de los 19 a los 26
años de Galván queda estampado en La Razón. Dos hombres se disputan el
liderazgo absoluto de la primera República (1844-1861), el general Pedro
Santana (1801-1864) y Buenaventura Báez (1812-1884). Santana gobernó 10
años en la primera República y Báez, seis. No representaban, sin embargo,
ideales antagónicos. Ambos caudillos, el político y el militar, compagina-

83
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

ban con el ideal anexionista. Representaban fuerzas políticas innegables:


los propietarios de hatos, grupo social predominante, apoyaban a Santana
y los exportadores de madera, del Sur, apoyaron a Báez. Los constructo-
res del nuevo Estado no eran partidarios de la independencia absoluta, y
consideraban que debían ponerse bajo la protección de una gran potencia
europea. Hubo tres soluciones. La primera intentaba consolidar la sepa-
ración de Haití mediante la intervención de un Estado protector, que nos
pusiera a buen recaudo de las ambiciones haitianas. Luego entró en el can-
delero la posibilidad de la cesión del territorio a trueque de una protección
militar que impidiera que Haití volviese a enseñorearse del territorio na-
cional y finalmente se impuso la anexión, es decir, considerar el país como
provincia de ultramar de otro Estado más poderoso, que garantizase por su
incorporación las fronteras del territorio nacional.

¿Por qué se produce el respaldo de Galván a la Anexión a España?

Era tan vulnerable el Estado dominicano que surgieron dos grandes ten-
dencias: los independentistas puros, que creyeron en que la única solución
era la independencia, y que representa, de manera absoluta y casi única,
el padre de la Patria, Juan Pablo Duarte, y los que creyeron que debíamos
ponernos bajo la tutela de un Estado protector. Participantes de esta idea
fueron, en algún momento, los próceres trinitarios Francisco del Rosario
Sánchez y Ramón Matías Mella.

En 1844, al producirse la proclamación de la Independencia nacional,


Galván tenía 10 años de edad. De 1844-1856, el país enfrenta las campañas
militares de la guerra domínico-haitiana, comenzada en la Fuente del Ro-
deo el 10 de marzo de 1844 y concluida en Sabana Larga en 1856.

Dos ideales llevaron a los hombres de ambos Estados a los campos de


batalla. El ideario haitiano, expresado en la primera Constitución de 1805,
vigente hasta 1874, era que la isla era una e indivisible; omitía el derecho a
la autodeterminación de los dominicanos. La dominación haitiana de 1822-
1844 era la expresión del deseo de anexionarse la porción oriental de La
Española. Y el ideario dominicano, expresado el 6 de noviembre de 1844,
proclama el deseo de autodeterminación del pueblo dominicano, y reco-
noce los límites de la soberanía al hablar de la frontera y renuncia a todo

84
intento de conquista de la República de Haití. Esas dos vertientes consti-
tuyen la proyección geopolítica de los dos Estados.

La visión geopolítica del liderazgo de la época


El anexionismo surgió desde antes de nuestra declaración de Indepen-
dencia en 1844. Buenaventura Báez (1812-1884), quien fungía como di-
putado del Parlamento haitiano, en comandita con D. Tomás Bobadilla
y Briones (1785-1855) estaba en negociaciones con los cónsules franceses
para anexionar la parte oriental de la isla y la misma convicción se mani-
fiesta en el caudillo Pedro Santana (1801-1864). Ambos personajes –San-
tana y Báez– monopolizarán la opinión nacional desde la fundación del
Estado en 1844 hasta el momento de la Anexión en 1861. En el caso de Báez,
su influjo se prolonga hasta los primeros seis años de la Segunda República
(1864-1916). Báez gobernó de 1868 a 1874. ¿A cuáles conclusiones nos llevan
estas maniobras? Si los hombres más influyentes proyectaban entregarle la
soberanía de la República a una potencia extranjera desde antes de nacer,
podemos inferir que ya campaba por sus respetos una ideal anexionista. El
anexionismo no era cuestión de gustos, ni obedecía a caprichos antinacio-
nales ni a una animadversión contra la Independencia, sino a los desafíos
geopolíticos que enfrentaban los dominicanos:

1. UNA FORMIDABLE SUPERIORIDAD MILITAR DE LOS HAI-


TIANOS. Boyer llega a Santo Domingo encabezando un ejército de 12.000
soldados. La República Dominicana tenía 75.000 almas. Una proporción
de un soldado por cada seis personas, incluyendo ancianos y niños. Los
haitianos habían heredado los arsenales militares dejados por el ejército
napoleónico, tras la fulminante derrota causada entre otras razones, por la
fiebre amarilla que diezmó los mayores contingentes de soldados france-
ses, más de 25.000, según se desprende de la obra “La Revolution de Saint
Domingue”, escrita por oficial francés Pamphile Lacroix. Por lo demás, en
1844 el ejército haitiano constaba de 50.000 soldados, mientras los domi-
nicanos, tanto en el ejército del Sur, como en el del Norte, apenas sumaban
unos 10.000 soldados.

2. EL FACTOR ECONÓMICO. Haití heredó el aparato productivo de


una de las colonias más ricas del continente. En su obra inconclusa “El
Estado haitiano”, Peña Batlle hace un retrato cabal de la colonia de Saint

85
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Domingue, pocos antes de su Independencia: Si se quiere apreciar con exactitud


el contenido de la economía de la colonia, son necesarios algunos datos estadísticos de
la época. En 1789 existían en la parte francesa de Santo Domingo 451 establecimientos
de azúcar blanca y 341 más que producían 93 millones de azúcar crudo. Existían 2810
plantaciones de café con una producción de 68 millones de libras y 3097 plantaciones
de índigo, cuya producción llegaba a 1 millón de libras. El valor total de los productos
exportados de la colonia se elevaba a 193 millones de libras tornesas por año. El monto
de las importaciones que hacía la colonia de Francia y de los Estados Unidos era de
unos 200 millones de libras. Se estimaba en 1000 millones de libras tornesas el valor
de la propiedad privada radicada en la colonia. El movimiento comercial que todo esto
representaba ocupaba más de 700 navíos franceses y extranjeros al año.

Este enorme aparato de riqueza descansaba sobre una organización social muy
característica: en 1789 vivían en la colonia francesa 40.000 blancos, 40.000 libertos y
600.000 esclavos” (“Ensayos históricos”, Sto. Dgo. Taller, Pág. 152).

3. EL TERCER ASPECTO ERA EL FACTOR DEMOGRÁFICO. En


1844, Haití tenía una población de unas 800.000 personas y la República
Dominicana podría alcanzar los 200.000 habitantes, es decir, que la pobla-
ción haitiana era cuatro veces mayor. Le hubiera bastado a los haitianos
una simple ocupación del territorio dominicano, para desdibujar las ca-
racterísticas esenciales de la naciente nación dominicana. Estas circuns-
tancias no se produjeron, porque el régimen implantado por Boyer, que
obligada a una adscripción a la tierra y el régimen de trabajos forzados o
corvee con vistas a mantener el funcionamiento de su poderosísimo ejérci-
to, contuvo en sus linderos a la población esclava.

En los años de su dominación, Boyer prohibió en las circulares de 1824 y


1834 el empleo de la lengua española en los actos públicos, en la enseñanza
y en toda la correspondencia judicial. Se repartieron grandes proporcio-
nes de tierra entre los militares haitianos y se firmó con la compañía de
J.Granville un acuerdo para la instalación de poblaciones de esclavos liber-
tos estadounidenses en el territorio nacional. Los inmigrantes traídos por
Boyer se instalaron en Samaná y en Puerto Plata. Basado en el conocimien-
to de estas realidades, Buenaventura Báez y Pedro Santana nunca creyeron
que podíamos llegar a constituir un Estado independiente. El anexionismo
era la idea que se había fraguado en aquellos hombres que vieron como
algo totalmente descabellado que, en condiciones tan adversas, los domi-

86
nicanos se enfrascasen en un proyecto independentista. El anexionismo no
se proyectaba en menoscabo de la idea nacional, sino de la idea de Estado.
En aquel punto y hora, muchas naciones se hallaban manejadas por Esta-
dos más poderosos, y ese proceso ha continuado. En 1947, al momento de
fundarse la Organización de las Naciones Unidas, había una cincuentena
de Estados independientes. En la actualidad, tenemos más de 180 Estados
miembros.

La independencia dominicana obedeció fundamentalmente la necesidad


de supervivencia cultural. Los dominicanos debieron luchar por su inde-
pendencia para no desaparecer, pero el sentimiento de comunidad diferen-
ciada, comunidad de destino existía desde mucho antes de la ocupación
haitiana, y ese sentimiento que no pudo ser desarraigado por los ocupan-
tes, era el que servía de base, para actuar y buscar soluciones distintas de
las que ofrecía el Estado haitiano.

La segunda solución de los dominicanos fue la del fundador de nuestra


nacionalidad Juan Pablo Duarte (1813-1876). Cuando había cumplido 25
años, en 1838, el Padre de la Patria funda la sociedad secreta La Trinitaria.
A partir de ese momento, comienza en la historia dominicana a campar por
sus fueros la idea de independencia. Era, hay que decirlo, tarea de románti-
cos. La edad promedio de los trinitarios era 28 años. En 1843, se producen
las revueltas en contra de la dictadura de Boyer en la ciudad haitiana de Los
Cayos, los dominicanos organizados por las faenas conspirativas de Juan
Pablo Duarte, quien había constituido las juntas populares en las provin-
cias del Este para echar por tierra la dictadura boyerista, aprovechan esta
oportunidad para proclamar la independencia nacional el 27 de febrero de
1844. Al leer las menudencias de nuestro esfuerzo de independencia nues-
tros escolares, a los cuales se les ha omitido la historiografía militar, tienen
la impresión de que se trató de una obra incruenta.

La independencia nacional se mantuvo merced a la determinación del


ejército dominicano. El anexionismo se mantuvo en el candelero por las
intenciones indeclinables del Ejército haitiano de apoderarse de la porción
dominicana del territorio. Todo el esfuerzo de nuestras tropas se resume
en las batallas libradas por hombres que mantuvieron vivo el ideal de una
república libre del yugo extranjero. Antonio Duvergé (1807-1855), los her-
manos José Joaquín (1808-1847) y Gabino Puello (1816-1847), María Trini-

87
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

dad Sánchez (1794-1845) y otros. A todos los fusiló Santana. Y ese hecho le
abrió las puertas al anexionismo. Fabré Geffrard logró atraerse a una parte
de los patriotas, que, temerosos de sus vidas, se refugiaron en el territorio
haitiano. Sin embargo, el objetivo del gobernante haitiano era adelantarse a
los acontecimientos, produciendo anticipadamente una incorporación del
territorio dominicano al Estado haitiano, tal como lo subraya el historiador
haitiano Jean Price Mars (“La República de Haiti y la República Domini-
cana”, v.III). Las causas que motivaron la Anexión a España pueden resu-
mirse del modo siguiente:

• La amenaza de caer, nueva vez, en manos de poderío haitiano.


Faustin Soulouque preparaba una gran invasión que tendría lugar
en 1859. No se produjo porque Soulouque fue derrocado por Fabré
Geffrard.

• La deplorable situación económica del país, tras 12 años cabales


de guerra domínico hatiana. Galván expresa las ambiciones de los
anexionistas. Lograr que la Corona Española invierta 500.000 duros
en la construcción de industrias, ferrocarriles y en el desarrollo del
comercio, tal como había acaecido en Cuba.

• La mayoría de los artículos dados a la estampa en el periódico


anexionista La Razón, dirigido por Galván, se refieren al fomento
de la industria, el ferrocarril, la agricultura, el trabajo; importación
de inmigrantes laboriosos; la apertura de la universidad y al desarro-
llo de la instrucción.

• Se esperaba, parejamente, que España reiniciase la exportación de


maderas e impulsara la agricultura; la inversión económica española
(Pág.99); asumir la deuda nacional y recoger las antiguas monedas
por una nueva.

• Que se le diera punto final a las luchas intestinas entre los caudillos
que habían dominado el escenario político. A saber: Buenaventura
Báez y Pedro Santana.

• Que el Estado español emprendiese la tarea de recuperar el terri-


torio de nuestra frontera ocupado por los haitianos. En efecto, los
haitianos habían franqueado las fronteras de Aranjuez que prescri-

88
bían que Haití poseía unos 21.085 km2. Una de las ambiciones de
Santana era recuperar esos territorios fronterizos.

• Galván enumera, concienzudamente, los problemas de Santo Do-


mingo: 1) la despoblación, la inseguridad, la incertidumbre produci-
da por la guerra con Haití. De ahí la exigencia de que España invier-
ta sus caudales en las infraestructuras necesarias para desarrollar a
la nación.

El anexionismo fue la solución ensayada por el liderazgo político más


influyente en aquel punto y hora. A Galván, que vivió en su infancia bajo
la dominación haitiana y cuyos años mozos estuvieron marcados por las
continuas invasiones haitianas y por el espantajo de una posible derrota a
manos del copioso ejército haitiano, le parecía que, en vista de la debilidad
de las fuerzas nacionales para ponerle coto a las invasiones del vecino, era
necesario una anexión o un protectorado que, mediante la incorporación,
impidiese el dominio haitiano. Al analizar a este hombre de letras, se ha
producido una caricaturización, omitiendo los datos y las circunstancias
de su entorno. Visiones maniqueas oponen liberales y conservadores. Li-
berales, buenos y conservadores, malos.

“En todas sus intervenciones Galván se convierte en un defensor


inteligente de los intereses de la nación. Se oponía radicalmente
al control aduanero de los EE.UU. Wos y Gil fue derrocado
en diciembre de 1903 y Galván renuncia al cargo de Canciller y
se queda en EE. UU, luego pasa a Puerto Rico. Desde su exilio
voluntario se opuso a la Convención Dominico Americana de 1907,
refrendada durante el gobierno del presidente Ramón Cáceres”.

A Galván se le llama conservador, reaccionario, por haber apoyado la


Anexión. Se olvida que el prócer de la Independencia y de la Restauración
Ramón Matías Mella (1816-1864) llegó en misión a España, en 1854, para
gestionar: un protectorado o una anexión a la Corona, durante la guerra
domínico haitiana como ministro plenipotenciario del General Pedro San-
tana. Se olvida que Francisco del Rosario Sánchez (1817-1861) se hallaba
vinculado a Buenaventura Báez, de cuyos gobiernos fue ministro y valedor,
y que, en algún momento, para poner su pellejo a buen recaudo aceptó la
Matrícula de Segovia.

89
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Las relaciones de Galván con el General Santana


Durante los 17 años de la Primera República (1844-1861), Santana gober-
nó durante 10 años. Era masón y, a la par, devoto de la Virgen del Carmen;
era propietario de hato y engrandeció su hato con el matrimonio con la
viuda Micaela del Rivero, mayor que él. Luego se caso, al enviudar, con Ana
Zorrilla, sexagenaria, hermana de Dominga Zorrilla, con la que tuvo dos
hijos naturales. Santana era un autócrata, y no creyó nunca que la Repú-
blica Dominicana pudiera sobrevivir a los propósitos haitianos de imponer
su soberanía. Había nacido en Hincha, que, por sucesivas incursiones hai-
tianas, se hallaba bajo la soberanía de Haití. Y, al igual que Báez, creía que
la única solución perdurable era incorporarse a una gran potencia extran-
jera que mantuviera a raya el poderío haitiano. La anexión a la Corona de
España se produjo en 1861. Pero todos los sueños de Santana se volvieron
aguas de borrajas. Se esperaba demasiado de España. Tras el cambio de
soberanía, se produjo un brevísimo paréntesis de optimismo. España cam-
bio la moneda de una nación en ruinas; pero ninguno de los beneficios se
hicieron presentes. Las contradicciones entre Santana y el mando español,
que lo había nombrado capitán general, se produjeron de inmediato. Intro-
dujeron métodos burocráticos que chocaron con la idiosincrasia del país;
comenzó una política de intolerancia religiosa con las iglesias protestantes
y con los masones, el propio Santana y Galván, ambos eran masones; se
introdujo una política que mantenía ciertos ribetes racistas, no hay que
olvidar que España mantenía la esclavitud en Cuba. Para Santana consti-
tuyó un auténtico aldabonazo el momento en que el mando español pasó a
retiro a 56 generales que lo habían apoyado durante la guerra de Indepen-
dencia. En 1862, disgustado con las cancelaciones emprendidas por los
españoles renuncia al mando, con la esperanza de que la crisis que ya había
estallado en Capotillo, le diera nuevamente las riendas de la situación. Pero
La Gándara, que le sustituye, se alegra de que éste haya dejado el campo
libre. Sus contradicciones con el mando español, lo mantienen apartado y
rebelde a las circunstancias. La Gándara considera que Santana debe pasar
por un Consejo de Guerra. Propone al general Serrano, capitán general de
Cuba, que se le embarque a La Habana o a Madrid. Santana, a chita ca-
llando, desoye todas las recomendaciones que le hace el Capitán General
de Santo Domingo. Entretanto, el Gobierno restaurador lanza un bando

90
para que se fusilase dondequiera que se le encuentre. Los últimos días de
Santana fueron trágicos, enemistado con los españoles y condenado por los
dominicanos. Según el Dr. Delgado que lo atendió, cuando se hallaba en las
últimas, falleció de un cólico hepático en 1864. Fue enterrado sin ceremo-
nias, en el patio de la Guarnición. Posteriormente se le inhumó en la Iglesia
de El Seibo, y finalmente se le exaltó al Panteón Nacional.

Habiendo cesado la influencia de Santana, su figura histórica fue someti-


da al tribunal de la historia por el historiador José Gabriel García. En esos
momentos se mantuvo una ardua polémica al través de los periódicos El
Teléfono y El Eco de la Opinión en 1899, recogida por el historiador Vetilio
Alfau Durán, con el título de la “Controversia Histórica”. En la misma Gal-
ván califica como un error de Santana la Anexión a España: “condenamos la
Anexión, lamentamos cada vez más la locura que la inspiró; pero no negamos ni destrui-
mos la gloria de Santana, ni sus dignas ejecutorias ni merecidas preseas” (p.116, v.II);
García, en cambio, trata de destruir la gloria militar de Santana, y hace in-
ventario menudo de sus yerros. En realidad durante la polémica, se enfren-
tan dos concepciones de la historiografía. Galván subraya preponderante-
mente el papel de las personalidades en los acontecimientos, para éste el
mando social lo ejercía Santana, y era éste el que determinaba el derrotero
de los acontecimientos; García, en cambio, hace hincapié en los hechos y
en los héroes militares. Aun cuando inicialmente se radica en Puerto Rico,
tras la Restauración de la Independencia, Galván dará un vuelco a sus re-
laciones políticas, que lo alejarán del influjo del Báez, caudillo anexionista
superviviente y que lo harán condenar el proyecto de Anexión a los Esta-
dos Unidos, santo y seña, del Gobierno baecista de los seis años.

La vertiente liberal
Tras la Restauración de la República en 1864, se vinculó al Partido Azul,
de tendencia liberal, capitaneado por el prócer Gregorio Luperón, a quien
sirvió como canciller. En Puerto Rico, donde se radicó tras la conclusión
de la administración española, se vinculó a la España Liberal y a los grupos
independentistas, y escribió en sus medios. En 1874 fue electo diputado
en la Convención que redactaría la Constitución de la República. Se aso-
cia a los que luchan contra el baecismo y se convierte en promotor de la
candidatura de Espaillat, quien le nombra canciller de la República. Tras

91
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

su derrocamiento, Galván acompaña a Espaillat en la decisión de asilarse


en el Consulado de Francia. Firma el Manifiesto de Curazao, encabezado
por el prócer Luperón; electo Presidente de la Sociedad Unión Nacional,
que tenía como objetivo difundir la paz, la independencia, las libertades
públicas, la democracia y el combate del caudillismo, el personalismo y los
males de la República.

En 1880, preside la Comisión de los Miembros del Consejo de Estado,


en función de Poder Ejecutivo envía el Proyecto de Ley para el estableci-
miento de las Escuelas Normales; comparte con Hostos la Cátedra de De-
recho Internacional en el Instituto Profesional; es nombrado en el Primer
Gobierno Liberal de Heureaux, ministro plenipotenciario en Washington
y allí recibe al prócer Luperón, y lleva a cabo varias misiones en defensa del
interés nacional. Llevó a cabo las misiones diplomáticas más importantes
de su época:

A) El arreglo de la cuestión domínico española (1880);


B) Elabora el tratado de reciprocidad comercial entre la Rep. Dominica
na y los EE.UU., refrendado por el protocolo con el Secretario de Estado
John Foster;

C) Gestiona la participación del país en la celebración del 4to Centena-


rio del Descubrimiento;
D) Participa en el recibimiento a José Martí; en 1893.

Cuando el Gobierno de Heureaux, nacido en las pesebreras del Partido


Azul, se volvió una dictadura intolerable, presenta renuncia irrevocable a
U. Heureaux, al cargo de canciller. Fue tal el derrotero que tomó ese ré-
gimen que Gregorio Luperón, que había sido su mentor político, tuvo que
exiliarse en Saint Thomas para poner a salvo su vida.

En 1903, el presidente Alejandro Woss y Gil lo designa canciller de la


República, y dirige las negociaciones con la San Domingo Improvement
que ya tenía el control de las aduanas desde antes de 1899, cedidas por U.
Heureaux a la Regie francesa. En todas sus intervenciones Galván se con-
vierte en un defensor inteligente de los intereses de la nación. Se oponía
radicalmente al control aduanero de los EE.UU. Wos y Gil fue derrocado

92
en diciembre de 1903 y Galván renuncia al cargo de canciller y se queda en
EE. UU., luego pasa a Puerto Rico. Desde su exilio voluntario se opuso a la
Convención Dominico Americana de 1907, refrendada durante el gobierno
del Presidente Ramón Cáceres. Consideraba que cederle las aduanas del
país a los EE. UU., de resultas de las deudas contraídas por el Estado do-
minicano, era una iniquidad.

Su muerte acaecida en San Juan (Puerto Rico) en 1910 constituyó una


conmoción en la nación entera. El traslado de sus restos a Santo Domingo
y su inhumación en la Catedral Primada en 1917, homenaje que los diarios
de la época reseñan a tambor batiente como si con ello quisieren solven-
tar una deuda antigua, fue un acto de duelo nacional. Ninguno de los con-
temporáneos de Galván tiene la mala imagen del que posteriormente han
transmitido a la posteridad los comentaristas e historiógrafos. Los comen-
tarios de los que no se han detenido en sus prosas ni en los pormenores de
su vida, le han eclipsado el conocimiento cabal de unas de las mentes mejor
dotadas del siglo XIX.

93
Notas sobre el
pensamiento
conservador
dominicano
(siglos XIX y XX) Raymundo González
“Muerto su líder y amigo Santana, el mismo Bobadilla que apoyó el
proyecto de protectorado y cesión de parte del territorio a los Estados
Unidos se opondrá militantemente al proyecto de anexión a ese país
que realizara Buenaventura Báez. A decir de Guido Despradel, esta
oposición se debía a que Báez era ‘su acérrimo enemigo’. Es decir, que
se debía a una enemistad personal, no a una oposición de principios”.

Con la venia de la coordinadora del panel, me permito, antes de iniciar


esta ponencia, proponer una sugerencia a los organizadores del seminario,
algo que expuse cuando fui consultado la primera vez y al invitarme a par-
ticipar del mismo. Se trata del nombre de la actividad, o mejor, de darle un
nombre más apropiado. En efecto, el término o el concepto de pensamiento
llama a la reflexión, a la argumentación razonada, a la palabra reposada, al
recogimiento y concentración del estudio, todo lo contrario de las signifi-
caciones que pueden ser atributos del concepto festival, aun sea “Festival
de las Ideas”. Ante todo, para decirlo brevemente, porque las ideas y los
planteamientos que contiene el pensamiento que se discutirá en estos días
de seminario han costado muchas vidas, muchos sufrimientos al pueblo
dominicano a lo largo de su historia.

Introducción
Dicho esto paso a desarrollar mi exposición: Debido, en parte, a que mi
reflexión en muchos puntos está todavía insuficientemente desarrollada y,
en parte también, por el breve tiempo de esta exposición, no podré evitar
que las ideas que esbozo aquí resulten a veces un poco confusas y en algu-
nos casos ambiguas. Por eso quiero pedir disculpas y solicitar su indulgen-
cia. Tal vez podamos luego subsanar un tanto estas deficiencias, con las
preguntas y aclaraciones al final de las exposiciones.

94
Mi propósito consiste en presentar a través de un breve esquema una
panorámica global del pensamiento conservador en nuestro país. Se tra-
ta de una suerte de periodificación en tres grandes síntesis históricas o
proyectos conservadores: 1) la síntesis “colonialista” que sustentó los pro-
yectos autoritarios anexionistas (1843-1875); 2) la síntesis o reformulación
liberal-conservadora o el proyecto de modernización autoritaria (1897-
1936); 3) el proyecto despótico modernizante y tradicionalista (1937-1983),
los cuales se corresponden con determinadas prácticas de poder, aunque
no comentaré estas últimas, ya que son más conocidas y por razones de
tiempo. Esbozaré, por último, una idea sucinta sobre la suerte actual del
pensamiento conservador.

Voy a referirme estrictamente a lo que concierne al pensamiento domi-


nicano, a los debates que se producen en nuestro suelo, aunque desde lue-
go debe hacerse un esfuerzo comparativo más amplio que dé cuenta del
intercambio y fluir de las ideas en el continente americano y no solo con
relación a Europa. Las coyunturas políticas por sí solas remiten a los Es-
tados Unidos y Europa, pero también debemos ver lo que sucede en los
países latinoamericanos con los cuales se compara o hermana a la Repúbli-
ca Dominicana. Por tanto, la imagen que saldrá de estas notas es un tanto
recortada, pues la visión que presentamos es incompleta.

95
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Antecedentes
Sin duda, una de las fuentes del pensamiento conservador está dada en la
situación colonial. La imagen del retorno al orden colonial seduce algunas
mentes. Pero ese retorno no está planteado en Santo Domingo de manera
contundente. Desde luego, Antonio Del Monte y Tejada fue partidario del
dominio colonial español, eso está fuera de discusión, pero no es un propó-
sito universal de los conservadores dominicanos después del 1844, había
otras opciones (Francia, los Estados Unidos). Sin embargo, tenemos que
referirnos a una condición, Edgardo Lander la llama “colonialidad” que, se-
gún este autor, impregna incluso la modernidad latinoamericana,1 ese otro
gran proyecto liberal. Esta condición tiene expresión en el pensamiento
anexionista, como veremos más adelante.

Esa colonialidad remite desde luego a la época colonial. Pero en esta


última el pensamiento no era único ni inconmovible, y así a fines del si-
glo XVIII había en Santo Domingo varios planteamientos ideológicos en
conflicto. Quisiera destacar solo dos que tuvieron expresión en proyectos
políticos opuestos entre el último tercio del siglo XVIII e inicios del XIX.

Uno de ellos puede hallarse expresado tempranamente en la visión de


la sociedad colonial que nos presenta el hatero banilejo Luis José Peguero
en su Historia2 que circuló manuscrita a partir de 1762; nos habla allí refi-
riéndose al trato entre los grupos sociales desiguales de “la llaneza natural
de la Isla Española”, con lo cual define ese tratamiento nivelador (para no
decir igualitario) que la sociedad patriarcal había desarrollado durante la
colonia. Por supuesto, eso no significa que no hubiera diferencias sociales
por motivo de origen, raza o riquezas, pero a Peguero le parecen que estas
diferencias se han allanado gracias a la pobreza económica y al catolicismo
que practica la población. Desde luego, como señala Hoetink, a veces la
pobreza económica es motivo de que se endurezcan las fronteras sociales

1 Edgardo Lander, “Modernidad, colonialidad y posmodernidad”, Estudios Latinoa-


mericanos, Año IV, No.8, jul-dic, 1997, pp.31-46.
2 Luis Joseph Peguero, Historia de la conquista de la Isla Española o de Santo Domingo, tra-
sumptada en 1762, 2 tomos (edición y estudio preliminar: Pedro Julio Santiago), Santo
Domingo, ediciones del Museo de las Casas Reales, 1975.

96
y no al revés. Pero dejemos aquí el punto y aceptemos el planteamiento de
Peguero de “la llaneza natural” de la sociedad dominico-hispana. No obs-
tante, los planteamientos de Peguero no gozaron en su época de simpatías
en los sectores dominantes de la colonia; eso ocurrirá más tarde, cuando lo
retome el regidor José de Heredia3 al presentar un plan de reconstrucción
de la colonia en el año 1810, poco después de la derrota del resto de las fuer-
zas napoleónicas en Santo Domingo. Y aun la podemos rastrear en la obra
de Antonio Delmonte y Tejada.

En aquel momento, a finales del siglo XVIII, los sectores dominantes de


la colonia favorecieron más bien otra propuesta que miraba más al cre-
cimiento de la desigualdad y al enriquecimiento que a la estabilidad en
la pobreza. Digamos que dicha propuesta está sintetizada como todo un
programa en la obra más conocida del racionero de la catedral dominico-
politana, Antonio Sánchez Valverde, “Idea del valor de la Isla Española”,
publicada en Madrid en 1785. Tal proyecto no es obra únicamente suya,
pero él es quien mejor lo expresa en dicha obra. En ella establece la causa
de las diferencias de riqueza entre las colonias francesa y española de la
isla y propone, en consecuencia, para superar la pobreza secular de la últi-
ma, restablecer la plantación y consolidar la ganadería y la minería con la
importación de esclavos en cantidades proporcionales al logro económico
deseado.

Por muchas razones que no vienen a cuento, el intento fomentalista


colonial fracasó en la segunda mitad del siglo XVIII. Y, más tarde, la Re-
volución en la colonia francesa de Saint Domingue –de la que surgió la
primera república latinoamericana en 1804– terminó con las aspiraciones
a un restablecimiento de la plantación esclavista que trazaría una frontera
con el atraso secular de la colonia española de Santo Domingo4. Su fracaso

3 Al respecto véase su informe en: Emilio Rodríguez Demorizi, Invasiones haitianas de


1801, 1805 y 1822, Ciudad Trujillo [Santo Domingo], Academia Dominicana de la Histo-
ria, 1955.
4 La clausura es válida incluso si se toma en cuenta que hubo intentos limitados de
aplicación del proyecto esclavista durante la dominación francesa. El proyecto de
Sánchez Valverde deberá esperar a la síntesis liberal-conservadora del siglo XX para
ser revalorada. Para una discusión del pensamiento de Sánchez Valverde y su recupe-
ración conservadora: Pedro L. San Miguel, La isla imaginada. Historia, identidad y utopía en
La Española, Santo Domingo, Librería La Trinitaria, 1997.

97
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

fue la oportunidad para la revalorizar el proyecto patriarcalista expuesto


por Peguero, que entonces viene a ser reconocido como el cimiento de una
sociedad pobre y ruda, apegada al hato, los cortes de madera y los conucos,
tal como sobrevivió hasta la época de la Anexión a España.

Ambos son proyectos contrapuestos que avanzado el siglo XIX tomarán


cuerpo en diferentes propuestas conservadoras. No en balde las obras de
Delmonte y Tejada y Sánchez Valverde volvieron a editarse durante el pe-
ríodo de la primera República y de la Anexión a España, respectivamente.

Primera formulación del proyecto conservador


Así las cosas, propongo la hipótesis de que en el siglo XIX hay una dé-
bil estructuración del pensamiento conservador, esto es, como conjunto
ideológico legitimador de una visión del país o de una forma de ejercicio
del poder, por ello cuando los necesita se ve obligado a tomar prestado del
pensamiento liberal formas y motivos. Fernando Ferrán ha reflexionado
sobre este punto y lo ha denominado “barroco”5, acaso por esa tendencia a
componer los opuestos de manera tortuosa y hasta galana. Esta debilidad
no se corresponde, en ningún caso, con la preponderancia en la estructura-
ción del poder en la sociedad que le tocó desempeñar a los grupos conser-
vadores. En cierto modo, el peso de la tradición en el ejercicio del poder no
deja de ser causa de la debilidad discursiva referida, ya que no era necesario
argumentar lo que de hecho era reconocido en las prácticas sociales vigen-
tes por largo tiempo.

Nuestro conservadurismo del siglo XIX es el anexionismo y el deseo de


dependencia, como forma de perpetuarse en el poder del grupo dominan-
te.6 “Anhelo de dependencia” lo llamó un investigador alemán.7 El reverso
de este componente era la falta de fe en que el pueblo puede sostener su

5 Fernando Ferrán, “Imágenes de lo dominicano”, Ciencia y Sociedad, 1986.


6 Véase: VV.AA., Política, identidad y pensamiento social en la República Dominicana. Siglos XIX
y XX, Madrid, Doce Calles / Academia de Ciencias de la República Dominicana, 1999,
en particular la “Introducción”.
7 Detlev Julio K. Peukert, “Anhelo de dependencia. Las ofertas de anexión de la Repú-
blica Dominicana a los Estados Unidos en el siglo XIX”, Jahrbuch für Geschichte von Staat,
Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, Vol.23, 1986, pp.305-330.

98
independencia que hay en los dirigentes políticos.8 Ante todo, es un pro-
yecto del grupo que controla el poder del Estado. El caudillo es a la vez el
jefe y garante del grupo en el poder. La lealtad del grupo depende de su
fuerza para controlar el poder. Los requisitos para conseguir este control
tienen que ver con la capacidad para solventar los gastos del gobierno y
mantener las relaciones comerciales si no crecientes, al menos constantes.
Pero las rentas del Estado eran precisamente insuficientes y, sobre todo,
muy inestables. El interés del proyecto conservador estaba marcado, en
consecuencia, por el doble objetivo de elevar y estabilizar las rentas del
Estado, de modo que permitiera la permanencia del grupo dominante en
el poder. El expediente anexionista ofreció variantes y combinaciones de
ellas: la enajenación de parte del territorio (la venta o arrendamiento de
Samaná, principalmente), el protectorado (a cambio de lo anterior o tam-
bién de tratados comerciales ventajosos), la supresión de la república (y el
grupo de poder quedaba como administrador colonial); el expediente del
crédito público fue una necesidad inmediata al inicio de la República, pero
se continuó de manera irresponsable en los gobiernos de Santana, como
lo recuerda Juan Nepomuceno Tejera en sus Apuntes9; y lo mismo puede
decirse de la ampliación del endeudamiento exterior inaugurado por Báez
durante la dictadura de los Seis Años.10

El caso de Tomás Bobadilla expresa muy bien el carácter de este proyec-


to. Promotor del protectorado francés desde antes de la fundación de la
República.11 Lo mismo hizo de manera entusiasta con relación al protecto-

8 En el caso de los pensadores liberales de la primera república el componente popu-


lista estuvo presente como rasgo distintivo. Es el caso de Duarte y Bonó, por ejemplo;
véanse nuestros trabajos al respecto: “Notas sobre las concepciones populistas-
liberales de Duarte y la independencia dominicana”, Clío, Año 77, No.175, pp.151-166; y
Bonó, un intelectual de los pobres, Santo Domingo, Centro de Estudios P. Juan Montalvo,
S.J., 1993.
9 Véanse los dichos “Apuntes” en: Emilio Rodríguez Demorizi, Documentos para la
historia de la República Dominicana, Vol. IV, Santo Domingo, Editoral del Caribe, 1981.
10 Cfr. César Herrera, De Hartmont a Trujillo, 2da. ed., Santo Domingo, ediciones Banre-
servas, 2009.
11 Véase: Víctor Garrido, Política de Francia en Santo Domingo, 1844-1846, Santo Domingo,
Academia Dominicana de la Historia, 1962.

99
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

rado norteamericano promovido por Santana, como su jefe político. Oposi-


tor a los revolucionarios del 7 de julio de 1857, pese a haber sido beneficiado
con su libertad tras la caída de su enemigo Buenaventura Báez. Apoya la
anexión a España, pese a su menor entusiasmo,12 y goza del nombramiento
de juez de la Audiencia reinstalada en Santo Domingo por la reina Isabel II,
quien también le otorgó un título nobiliario. Pero cuando las armas domi-
nicanas (que para don Tomás no eran más que “partidas de bandidos que
infestan esos lugares”) ya tenían prácticamente asegurado el triunfo sobre
el ejército colonial, expresa Bobadilla: “Justamente esto sucede cuando yo
quisiera estar fuera de aquí y no ver a ningún dominicano, porque ellos han
hecho para siempre la ruina del país y no sabemos cuál será el desenlace del
drama horroroso que se representa, pues las cosas van de peor a peor”. Y
añade: “Cual que sea el resultado me alegra de su disolución”.13

Muerto su líder y amigo Santana, el mismo Bobadilla que apoyó el pro-


yecto de protectorado y cesión de parte del territorio a los Estados Unidos
se opondrá militantemente al proyecto de anexión a ese país que realizara
Buenaventura Báez. A decir de Guido Despradel, esta oposición se debía a
que Báez era “su acérrimo enemigo”. Es decir, que se debía a una enemis-
tad personal, no a una oposición de principios. Algunas expresiones de
Bobadilla en sus últimos escritos parecen darle la razón. Bobadilla era ya
un anciano y los relevos del pensamiento conservador de ese momento, ya
fueran santanistas o baecistas, no tuvieron la fuerza ni la influencia que
Bobadilla alcanzó durante la primera república. Sin embargo, pudieron co-
laborar después con la dictadura encabezada por Ulises Heureaux, pese a
no ser de origen conservador.

Rafael Justino Castillo evaluó a finales del siglo XIX dichas prácticas de
poder, con las siguientes palabras: “Por lo que a los dominicanos respecta,

12 Señala Guido Despradel Batista que “ante la insolente carta de su antiguo ami-
go y confidente Pedro Santana, se alejó de su lado y le dejó libremente realizar sus
tétricos designios parricidas”. Véase: Aut. Cit., “Don Tomás Bobadilla y la Revolución
Restauradora”, Renovación, 30 de abril de 1971, en: Guido Despradel Batista, Obras,
tomo II (edición de Alfredo Rafael Hernández), Santo Domingo, Archivo General de la
Nación, 2009 (en prensa).
13 Citado en: Guido Despradel Batista, Obras, tomo II (edición de Alfredo Rafael Her-
nández), Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2009 (en prensa).

100
la experiencia de más de medio siglo ¿no es bastante a demostrarnos que
el falseamiento de las instituciones republicanas es causa de desmorali-
zación, de degradación y atraso?” Y, en otro lugar, da cuenta de los meca-
nismos de la dominación social: “…esos desgraciados campesinos, que los
políticos empíricos consideran como siervos por naturaleza, a los que debe
mantenerse bajo el doble yugo del fanatismo y de la sumisión incondicional
a la autoridad. (…) Si aceptaron la anexión a España; si votaron la anexión
a los Estados Unidos, fue porque el gobierno se lo ordenaba, y se les había
enseñado que estaban obligados a hacer lo que quisiera el gobierno, y sa-
bían que la desobediencia a las órdenes indiscutibles de éste se castigaba,
legal o arbitrariamente, con pena de la vida”.14

La segunda síntesis o
reformulación del proyecto conservador
El panorama intelectual de finales del siglo XIX está dominado en nues-
tro país por dos grandes problemas. Estos se refieren a la necesidad de le-
gitimación de una clase burguesa emergente, cuyos intereses comenzaban
a ser claves ordenadoras del Estado; mientras, por otra parte, las persona-
lidades que estaban llamadas a desempeñar el papel de ideólogos se man-
tuvieron más o menos distantes del ejercicio directo del poder. Hoetink
ha llamado a uno de estos problemas la cuestión del “panteón nacional” y
su replanteamiento por los intelectuales tradicionales.15 Se trata del tema
de la independencia nacional y sus héroes. En efecto, las dificultades del
afianzamiento de la independencia dominicana era un tema obvio en el si-
glo XIX: la búsqueda de un protectorado o de alguna forma de dependencia
exterior que garantizara la separación de Haití era la mejor defensa que
podía esgrimirse de la figura de, por ejemplo, un Pedro Santana, quien con-
sumó la anexión a España, y de Buenaventura Báez, quien casi consigue la
anexión a los Estados Unidos. Los “héroes” (el panteón) formaban un buen
escudo para esconder los “anhelos de dependencia” de la clase dominante.
La historiografía revisionista en dos momentos (al inicio y al final de la

14 Rafael Justino Castillo, “Política positiva”, Boletín del Archivo General de la Nación, Vol.
XXIV, No.104, ene-dic 1962, p.217.
15 Harry Hoetink, Santo Domingo y el Caribe. Ensayos sobre cultura y sociedad, Santo Domin-
go, Fundación Cultural Dominicana, 1994, p.

101
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

transición referida) ha sido estudiada por Roberto Cassá en las obras de


Rafael Abreu Licairac y de Rafael Augusto Sánchez.16

El otro problema se expresó como una especie de “juicio al atraso”, esto


es, el debate agrario,17 relacionado no solo con la transformación econó-
mica capitalista que le era contemporánea, sino también con la cuestión
de la paz, es decir, con el fin de las revoluciones. Este debate planteó la
intervención de los intelectuales como fuente de legitimación del poder
de aquella burguesía emergente. Los intelectuales discutieron los proble-
mas de la reforma de la propiedad, para adecuarla a los requerimientos de
la propiedad capitalista, de la conveniencia o no de los nuevos cultivos, y
sobre todo de la necesidad de transformación de los modos de vida de los
campesinos. Alrededor de esta problemática se trazó la gran promesa del
progreso y el camino para alcanzarlo.
“Así como el pensamiento conservador expresa en su fondo
un desprecio por el pueblo, en cuanto no lo cree apto para
conservarse independiente por sí mismo, también el pensamiento
liberal expresa su desprecio por el pueblo dominicano, aunque
de manera distinta: se le culpa por ‘la indolencia campesina’ que
es leída por los liberales como desdén por el progreso”.

La reformulación del proyecto conservador tiene como antecedente el


debate agrario, pero éste fue esencialmente un debate al interior del pen-
samiento liberal. Así como el pensamiento conservador expresa en su fon-
do un desprecio por el pueblo, en cuanto no lo cree apto para conservarse
independiente por sí mismo, también el pensamiento liberal expresa su
desprecio por el pueblo dominicano, aunque de manera distinta: se le culpa
por “la indolencia campesina” que es leída por los liberales como desdén
por el progreso. Hay varios aportes de este debate que repercuten en la

16 Roberto Cassá, “Revisionismo intelectual de la independencia dominicana”,


Anuario de Estudios Americanos. Cassá estudia aquí las obras La independencia dominicana
y sus prohombres, de Rafael Abreu Licairac, y Al cabo de los cien años, de Rafael Augusto
Sánchez, dedicadas a evaluar los resultados de la independencia al cumplir cincuenta
y cien años, respectivamente.
17 Véase al respecto: Michiel Baud, “Los cosecheros de tabaco. La transformación social de la
sociedad cibaeña, 1870-1930”, Santiago, PCUMM-CEUR, 1996; Cyrus Veeser, “A World Safe
for Capitalism. Dollar Diplomacy and America’s Rise to Global Power”, New York, Columbia
University Press, 2002, especialmente el capítulo 3.

102
reformulación del proyecto conservador como una síntesis ahora con ele-
mentos provenientes del debate liberal sobre la reforma del hombre y la
mujer del campo.

Señalemos una serie de elementos coincidentes. Me parece que el más


importante de ellos era la creencia en el progreso como valor supremo. Los
conservadores no sostuvieron antes ni ahora el retorno de la situación co-
lonial y su sistema esclavista. Eso no era posible en Santo Domingo. La re-
ticencia a la aprobación de la anexión por el gobierno español estuvo dada
por la duda sobre la conveniencia de tener en Santo Domingo un régimen
excepcional, por cuanto la esclavitud estaba abolida en Santo Domingo,
y podría tener consecuencias en el resto de las Antillas españolas, Cuba
y Puerto Rico donde el régimen esclavista estaba vigente.18 Sin embargo,
el temor a un retorno a la esclavitud fue un estímulo en la lucha contra la
Anexión.19

En cambio, los pensadores liberales tampoco confiaban enteramente en


la capacidad del pueblo de convivir en paz y mantener el orden, ya que su
ejercicio político más común era practicado en la forma de montoneras, la
“guerra civil” permanente que enfrenta a los caudillos y el gobierno, que
para Bonó era, en su fondo, expresión de la lucha del campo que se defendía
de la explotación de la ciudad.20 El argumento de la guerra civil, la cues-
tión de la paz para los liberales, va a encontrar su complemento apropiado
en el pensamiento conservador que plantea la necesidad del orden y la ca-
pacidad para imponerlo en una sociedad donde el genio civil era caracteri-
zado como anárquico, levantisco y heroico. La capacidad a que se refiere se
encontraba casi siempre resumido en un caudillo, un hombre providencial,
“el hombre único”, investido por tanto de poderes ilimitados. En conse-
cuencia, se desprecia el gobierno civil basado únicamente en la legalidad
del orden constitucional.

18 Al respecto pueden verse las discusiones en la prensa y las cortes españolas en:
Eduardo González Calleja y Antonio Fontecha Pedraza, Una cuestión de honor. La
polémica sobre la anexión de Santo Domingo vista desde España (1861-1865), Santo Domingo,
Fundación García Arévalo, 2005.
19 Cfr. Emilio Cordero Michel, “José Contreras y la rebelión de Moca”, Clío.
20 Cfr. Emilio Rodríguez Demorizi, “Papeles de Pedro Fco. Bonó”, Santo Domingo, Acade-
mia Dominicana de la Historia, 1964, pp.

103
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Las ideas positivistas en boga a finales del siglo XIX alimentaron asi-
mismo argumentos antidemocráticos, en particular con relación a la ca-
pacidad del pueblo dominicano para superar el atraso en que permanecía
sumido. Tales planteos dieron preponderancia en el discurso a la cuestión
de la civilización y el progreso, que la técnica y el capitalismo modernos
mostraban en todo su esplendor. Así, se creó una sed de progreso que al
mismo tiempo responsabilizaba a los campesinos del atraso del país. En
1897 José Ramón López los consideró una “raza degenerada” debido a sus
malos hábitos alimenticios, y no encontró en ellos más que taras como
la imprevisión, la violencia y la doblez.21 Emiliano Tejera llegó incluso a
sentenciar que: “El revolucionario y el cerdo son los dos enemigos de la
República”.22 Refiriéndose al campesino levantisco de las montoneras y
a su sistema de vida basado en la crianza libre. Sólo un gobierno suficien-
temente fuerte era capaz de aplicar un programa de reformas como el que
requería la superación del atraso. De esta manera se producía un encuentro
entre las tesis liberales y conservadoras.

He tomado el nombre para esta síntesis de un artículo escrito por José


Ramón López, quien a principios del siglo XX se refirió a la necesidad de
una síntesis liberal-conservadora; él mismo se inscribía en esta definición
que perfiló durante el régimen de Cáceres: “En política –dice López– tene-
mos dos escuelas tan apartadas que casi son hostiles entre sí: la liberal y la
conservadora. Cada una es veraz en determinada época. La liberal cuando
hay que echar por tierra instituciones corruptas, contrarias a las necesida-
des biológicas y económicas de la humanidad. La conservadora si hay que
mantener y sostener conquistas en el terreno de los principios, conquistas
que extrañen*(sic) verdad, civilización, justicia”.23 Llamaba la atención
sobre la necesidad que tenía el país de conservar lo recién adquirido y de

21 José Ramón López, La alimentación y las razas, en: El gran pesimismo dominicano, Santia-
go, UCMM, 1975.
22 Emiliano Tejera. Antología (selección y estudio preliminar de Manuel A. Peña
Batlle), colección Pensamiento Dominicano, Ciudad Trujillo, 1950. También, Emiliano
Tejera, “Párrafos de las memorias de Relaciones Exteriores de 1906 y 1907”, Clío,
23 José Ramón López, Escritos dispersos, t.II (edición a cargo de Andrés Blanco Díaz),
Santo Domingo, Archivo General de la Nación / Superintendencia de Bancos, 2005,
p.67.

104
hacer nuevas conquistas que permitieran avanzar en el camino del progre-
so y la civilización, por lo que la fórmula liberal-conservador era, a su modo
de ver, la más adecuada al momento que se vivía.

Una evaluación de la situación ideológica dominicana fue realizada por


el abogado Federico C. Álvarez en 1929. Señaló respecto a la situación an-
terior:

La tercera fomulación del proyecto conservador


Hemos esbozado cómo en el momento de esa síntesis entre proyecto
liberal y conservador, este último pensamiento –al mismo tiempo que se
nutría de la tradición liberal– se confrontó con la necesidad de legitimarse
para justificar su hegemonía en la sociedad. En atención a ello, el pensa-
miento conservador se reestructura y configura como discurso ideológico
más o menos contundente durante el trujillato. Los más conocidos expo-
nentes de ese discurso conservador son Peña Batlle y Balaguer. También
aquí hay diferentes matices. Hay muchos trujillistas que no son necesaria-
mente conservadores. Estoy pensando en el caso de Marrero Aristy, por
poner un ejemplo. Hay otros muy conservadores, que tampoco adhieren
completamente a los planteamientos de Peña Batlle o Balaguer, como es el
caso de Max Henríquez Ureña.

Sus elementos básicos son los siguientes: a) el ejercicio autoritario del


poder por parte de un jefe absoluto; b) el catolicismo y el hispanismo, como
sustitutos de la tradición; c) el anticomunismo (me vienen a la mente los
folletos del padre Montoya, “Cartilla Anticomunista” y otros, publicados
en La Vega por los años 40); d) la legitimidad del logro (la obra) y e) el
pregonado aliento divino del jefe absoluto (la persona).

Me detendré brevemente en el aspecto que se refiere a la legitimidad


basada en el logro, la cual tiene sus antecedentes en la época colonial, y
tiende así un puente con el conservadurismo del siglo XIX. Quiero, por
tanto, destacar ese continuum, pues la sustentación ideológica y política de
Trujillo y Balaguer, por poner dos ejemplos que tocan a la tercera síntesis
conservadora que comentamos, tiene resortes que se remontan a la colonia.
Se trata de una concepción de la legitimidad política como “pericia funcio-

105
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

nal”, que en la época colonial ya era conocida como “despotismo ilustrado”.


Peter H. Smith lo ha caracterizado de la siguiente forma:

“Esta noción de logro-pericia se basa en la pretensión de que la auto-


ridad debe estar en manos de gentes que tienen el conocimiento, la peri-
cia o la habilidad general para producir logros específicos –por lo general,
aunque no siempre, logros económicos–. En este caso la autoridad deriva
esencialmente de la deseabilidad del logro mismo; hay un compromiso con
el objetivo, no con los medios. Se exige así, y presumiblemente se obtiene,
la obediencia política por razones no políticas. La estructura política ‘per
se’ pierde importancia. Los dirigentes están en libertad de adoptar cual-
quier método, no importa lo represivo que sea, en tanto puedan demostrar
progresos hacia el objetivo que se busca”.24

Es de esta manera como Peña Batlle y la mayoría de los autores que


sirvieron a la dictadura han presentado a Trujillo. Se justificaba la obra (el
logro del objetivo deseado) por la persona (que se convierte en merecedora
del respeto y la obediencia) y viceversa. Y de esta manera también Balaguer
se ha presentado a sí mismo, como “factor de equilibrio”, de “moderación”,
pero sobre todo de logros. Esto último no se expresaba necesariamente con
palabras, sino que lo venía haciendo continuamente con la práctica discur-
siva de las inauguraciones de obras públicas en todo el territorio del país;
y aun en la campaña electoral de 1986 de manera explícita: “Todo lo que
está hecho, lo hizo Balaguer”, decía el eslogan que ponía en la boca de don
Chencho.

A esta síntesis del proyecto conservador autoritario y, a la vez, moderni-


zante se ha referido Roberto Cassá en el concepto de “matriz conservadora
de consenso”,25 con que se refiere a la ideología de las clases dominantes
dominicanas de los años posteriores a la dictadura de Trujillo, pero que
también se había nutrido de esta dictadura. En cierto modo, no solo se ha

24 Aut. Cit., “Political Legitimacy” en Richard Graham y Peter H. Smith: New Appro-
aches to Latin American History, Austin, University of Texas Press, 1974, p.238.
25 Roberto Cassá, Los Doce Años: Contrarrevolución y desarrollismo, tomo I, Santo Domin-

go, Alfa y Omega, 1986.

106
prolongado en los doce años, sino que sus prácticas se han perpetuado a
pesar de las reformas que iniciara el propio Balaguer al permitir formas
semicompetitivas de participación electoral.

A modo de conclusión
Para finalizar, pasaré a referirme muy rápidamente a algunos rasgos del
pensamiento conservador en la coyuntura del presente. Aunque desde lue-
go se trata de una evaluación todavía más limitada por razones obvias.

Entiendo que desde hace unas dos décadas asistimos a una nueva sínte-
sis liberal-conservadora impulsada desde el sistema de partidos, especial-
mente las tres fuerzas principales que han tenido en la práctica la capaci-
dad para sortear y negociar –con mayor o menor margen– las situaciones
de poder en el marco del sistema semicompetitivo, aunque con muchas
dificultades por su propia crisis de legitimidad. En efecto, las transiciones
en los partidos hacia nuevos liderazgos, tras el deceso de los líderes his-
tóricos, ha erosionado (debilitándolas) las fuentes tradicionales de legiti-
midad en tales organizaciones. Pero una tendencia global impulsada por
el neoliberalismo conservador, que ha dado forma a la globalización del
torno de siglo, ha indicado la tónica y el ritmo de los cambios. Esta última
formulación o síntesis del proyecto conservador está en marcha. No obs-
tante, al presente da síntomas de que puede ser abortada como tal síntesis
liberal-conservadora con la aprobación de la nueva Constitución que se
discute en el Congreso Nacional, que ya un crítico de tendencia liberal –me
refiero al doctor Pedro Catrain– considera más propia del siglo XVII que
del siglo XXI.

107
EL PENSAMIENTO
CONSERVADOR
DOMINICANO José G. Guerrero
“Los franceses se convirtieron en adversarios de “Yo quiero gobernar en familia”
los dominicanos, aunque les compraran el ganado Pedro Santana
desde dos siglos antes. Los haitianos invadieron a
Santo Domingo en 1805 después que el gobernador
francés prohibió el comercio con Haití y decretó la
esclavitud en contra de su gente”.

El pensamiento conservador surgió en Europa como reacción a la Revo-


lución Francesa y al imperio napoleónico a finales del siglo XVIII e inicios
del XIX. El término lo aplicó F. de Chateubriand en 1819 a los que pensaban
“volver al Antiguo Régimen”. Se opone a liberalismo, cuyo adjetivo se usó
después del golpe de Estado de Napoleón (1799) y de la Constitución de
Cádiz (1812).

El pensamiento conservador dominicano es de larga data. Se inició como


reacción a los cambios sociales y políticos provocados por las revolucio-
nes francesa y haitiana (1789-1793), la cesión a Francia de Santo Domingo
(1795-1809) y el gobierno haitiano (1822-1844).

No es exclusivo del conservador dominicano guiar sus ideas y conductas


por intereses económicos y coyunturas políticas. Se puede volverse liberal,
o un patriota, traidor y viceversa.

La Reconquista contra Francia (1809), la Separación de Haití (1844) y la


Anexión a España (1861) son productos del conservadurismo. El éxito de
la primera República y su fracaso, apenas 17 años después de proclamarse
como tal, lo son también de su pensamiento conservador.

Tomás Bobadilla, Antonio Del Monte y Tejada, Javier Ángulo Guridi y


Manuel de Jesús Galván son conservadores “a la dominicana”. Raramente

108
exponen los principios de sus ideas y prácticas porque se apoyan en la rea-
lidad existente, a diferencia de los liberales y revolucionarios que necesitan
explicar y anticipar los cambios en las ideas.

Aportaron tres componentes ideológicos del Estado dominicano inicial


-hispanismo, antihaitianismo e indigenismo-, sin los cuales no se compren-
de la identidad dominicana. De ahí, la necesidad del contexto histórico
como referencia.

Revolución, Reconquista y Separación


La República Dominicana nació como una reacción a los cambios pro-
ducidos por la Revolución Francesa y la haitiana. La primera inició la his-
toria moderna y la segunda, la independencia y la lucha antiesclavista en
América Latina.

En Francia, la revolución socavó las bases del sistema monárquico con-


servador, sustentado por la nobleza y la Iglesia, anulando sus privilegios en
1789. La lucha social e ideológica se complicó por la invasión a Francia de
Austria y Prusia, potencias absolutistas. Un grupo radical decretó el sufra-
gio universal y la República. Contra la revuelta campesina de la Vandée, en
marzo de 1793, duramente reprimida, se decretó la República como “única
e indivisible”.

109
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Los “vientos borrascosos” de la Revolución Francesa impactaron a la co-


lonia de Saint-Domingue, en el oeste de la isla de Santo Domingo, en aquel
entonces, la más rica del mundo.

Los blancos esclavistas de Saint Domingue, apoyados por Inglaterra y


España, declararon la secesión y reprimieron a mulatos libres y negros es-
clavos. En 1793, comisionados franceses vencieron la reacción después de
abolir la esclavitud. Dos años después, España cedió el resto de la isla a
Francia, la cual fue ocupada por Toussaint Louverture en 1801, quien abo-
lió la esclavitud.

Para retomar la situación de Saint Domingue, Napoleón Bonaparte res-


tableció la esclavitud, apresó a Toussaint y envió un ejército de 22 mil sol-
dados, pero éste fue derrotado. El 1º de enero de 1804, un ejército “indígena”
de negros proclamó la República de Haití sobre “un desierto carbonizado”.
Años después, Napoleón confesó: “una de las más grandes locuras…ha sido
la de enviar un ejército a Santo Domingo…era imposible triunfar…soy cul-
pable de no haber reconocido a la independencia de Saint Domingue” (en
Franco, L. 1971: 302).

Haití se convirtió en la amenaza para las potencias y colonias esclavistas


del mundo. Su país fue aislado como peste y su pueblo estereotipado como
“negro comegente”.

Hispanismo
Santo Domingo fue cedido a Francia en 1795, los haitianos lo invadieron
en 1805 y los criollos volvieron a ser españoles en 1809.

La identidad hispana en Santo Domingo es singular y antigua. Los crio-


llos, en su mayoría negros y mulatos, descendientes de esclavos, se consi-
deraban españoles desde que en el siglo XVII la miseria igualó socialmente
a mulatos libres y blancos pobres, y facilitó a los esclavos su manumisión
(Moya Pons 1981: 175-197), surgiendo lo que Juan Bosch llamó “democracia
racial” y “pueblo de mulatos” (1999: 191). Sin bien la esclavitud española
era patriarcal y nada comparable a la francesa, según Rubén Silié no se
puede negar su carácter clasista y discriminatorio, ni la resistencia de los
esclavos (1976: 83). Para acceder a un cargo, se exigía una prueba de “lim-

110
pieza de sangre” que descartara antecedentes de negros, judíos o herejes
(Cassá 2000: 14).

“Soy blanco de la tierra” le dijo un negro a un francés hacia 1785 afirman-


do que era dominicano o español criollo, o “negro de mentira”, como lo ac-
tualiza Federico Henríquez Gratereaux (1988: 76). Para la época, Antonio
Sánchez Valverde registraba una población de “indios”, dos siglos después
que estos desaparecieron. Un haitiano dijo en 1822 con cierta malicia que
en Santo Domingo “no hay un mulato ni un negro que quiera serlo y funda
su gloria en ser esclavo y español” (González 1974: 120). Que el hispanismo
era dominante no significa que fuera el único sentimiento de identidad
existente, como lo muestra la quintilla del padre Juan Vásquez, en 1803:
“Ayer español nací, a la tarde fui francés, a la noche etíope fui. Hoy dicen
que soy inglés: no se qué será de mí” (Del Monte y Tejada 1953: III: 237).

Los franceses se convirtieron en adversarios de los dominicanos, aunque


les compraran el ganado desde dos siglos antes. Los haitianos invadieron
a Santo Domingo en 1805 después que el gobernador francés prohibió el
comercio con Haití y decretó la esclavitud en contra de su gente.

Esto dividió a los dominicanos en dos sectores: los que apoyaron a los
franceses y enfrentaron a los haitianos y los que otros no. Los haitianos
castigaron a los primeros con el incendio y degüello de Moca y Santiago,
quemando en la iglesia al cura Juan Vásquez por llamarle “herejes y caníba-
les” (Cordero Michel 1968: 90) y ahorcando en el Ayuntamiento a los con-
cejales que le opusieron. Había otro sector compuesto por hateros blancos,
mulatos y negros, muchos residentes en Santiago y Dajabón, con grandes
haciendas en la región noroeste, que no se avino con los franceses, recibió
armas de Haití para iniciar la reconquista hispánica, rechazó la indepen-
dencia efímera y colaboró con la entrada de los haitianos en 1822. Este gru-
po, numeroso y coherente, rechazó a Francia, siguió a España y negoció
con Haití (Campillo 1980: 52-53).

A pesar del dolor causado por la cesión a Francia en 1795, la mayoría de


los criollos no pudo embarcarse con las autoridades españolas, quienes sólo
pudieron llevarse los documentos históricos y los restos de “algún difun-
to” que luego se supo no eran los de Cristóbal Colón, sino los de su hijo o
hermano. La ocupación de Santo Domingo en 1801 por Toussaint tomó a la

111
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

gente festejando, y la de Dessalines en 1805, carnavaleando. Toussaint abo-


lió la esclavitud, pero dejó intacta la estructura socio-política, a tal punto
que cuando se marchó se le apreció tanto que “sólo le faltó el palio”, lo cual
fue atestiguado por Antonio Del Monte y Tejada, el primer historiador
dominicano. Las familias blancas se marcharon a Cuba, Puerto Rico y
Venezuela llevando consigo a sus esclavos y documentos de propiedades.
Según Juan Bosch, lo hicieron “por miedo a los cambios” (1999: 202). La
mayor migración se produjo en 1805 y en 1822. En la primera se marchó Del
Monte y Tejada, y en la segunda Javier Ángulo Guridi. Después de la incur-
sión de Dessalines a Santo Domingo y la derrota de Napoleón en Trafalgar
en 1805, la idea de volver a ser españoles se convirtió en una obsesión entre
los hateros, tabaqueros, comerciantes y madereros (Bosch 1999: 191-202).

Las primeras ideas independentistas de Santo Domingo surgieron en la


lucha contra Francia, pero fueron derrotadas por la Reconquista que de-
volvió la colonia a España. Como el país quedó devastado y no mejoró la
situación durante la “España Boba” (1809-1821), el término “español” se
desacreditó (Moya Pons 2008: 137). Aprovechando la Constitución liberal
de Cádiz y el proceso de independencia de América, se proclamó el Estado
Independiente de Haití Español en noviembre de 1821, bajo el protectorado
de Colombia (Bosch 1999: 219). Su existencia fue efímera porque los hate-
ros hispanófilos y la pequeña burguesía tabaquera apoyaron un gobierno
con Haití por su comercio con Estados Unidos e Inglaterra (Pérez Memén
1995: 11).

El presidente haitiano Boyer, que dese 1820 buscaba incorporar Santo


Domingo a su gobierno, saludó la independencia de Núñez de Cáceres
porque así podía lograr su objetivo sin entrar en conflicto con España. Un
coronel haitiano en 1821, Carlos Arieu, proclamó ¡Viva la República Domi-
nicana! (Rodríguez Demorizi 1955: 29). Muchos hispanófilos acusaron a
Núñez de Cáceres de traidor a España y de confabulación con Boyer.

En 1822, los dominicanos estaban divididos en tres grupos: pro-haitiano,


pro-colombiano y pro-hispano. Boyer entró a Santo Domingo en 1822, se-
gún dijo el acta de separación, sin resistencia alguna: “ningún dominicano
le recibió entonces sin dudar del deseo de simpatizar con sus nuevos con-
ciudadanos” (1976: 88). Hasta comerciantes catalanes estuvieron a favor,

112
excepto el padre de Duarte (García 1987: II: 85). Algunas medidas del go-
bierno haitiano fueron liberales y revolucionarias, como la abolición de la
esclavitud, la aplicación del Código Napoleónico y la repartición de tierras
y cargos municipales. Según explica Wenceslao Vega, “fuimos regidos por
la misma constitución y las mismas leyes, elegimos nuestros representan-
tes ante las Cámaras Legislativas, tuvimos nuestros propios ayuntamien-
tos y muchas de las autoridades de esta parte eran dominicanos. Así no
creo que podíamos considerarnos colonia haitiana” (1976: 99).

El aumento de la población, la producción y el comercio creó un campe-


sino libre y una pequeña burguesía urbana, de donde saldría un grupo libe-
ral, encabezado por Juan Pablo Duarte, quien fue de los pocos que mantuvo
el principio de la independencia hasta el final de su vida y el único que dijo
“yo admiro al pueblo haitiano…” por abolir la esclavitud y constituir una
nación soberana.

La Trinitaria parecía al principio un movimiento exclusivo de descen-


dientes europeos. Duarte rompió su proyecto de Constitución que abolía
“la aristocracia de la sangre” por ser “contraria a la unidad de raza” cuando
fue combatido aclaradamente. Aconsejado por su tío José Diez, dio cabida a
personas como Sánchez, Mella y los Puello que tenían influencia en las cla-
ses sociales y, principalmente, entre la “gente de color” (Franco, F. 1997: 9).
Pocas horas después de la separación surgieron en Guerra y en San Cristóbal
motines porque se había difundido el rumor de que la esclavitud sería res-
tablecida. Tomás Bobadilla aclaró la situación. Duarte no recordó agravios,
mucho menos odio por el pueblo haitiano ni, como afirma Frank Peña, cayó
en el antihaitianismo o en el racismo (1982: 59; Miniño 1994. 45).

Para Duarte, entre dominicanos y haitianos no era posible una fusión.


Sus países tenían destinos diferentes, como lo habían tenido la colonia
francesa y la española, una agrícola y de esclavitud intensiva y otra gana-
dera y de esclavitud patriarcal. El gobierno haitiano no mejoró la situación
dominicana, ni respetó sus tradiciones culturales ni la propiedad de la tie-
rra. Usar el francés en documentos oficiales, permitir cultos evangélicos y
prohibir fiestas y peleas de gallos eran “agresiones” a una cultura hispano-
católica dominante. Eusebio Puello, haciéndose pasar por músico, repar-
tirá el documento de la separación en fiestas y, posiblemente, carnavales.

113
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

El general Bonet había advertido que la presencia haitiana modificaría los


usos, costumbres y creencias de la “población nómade” dominicana (Gar-
cía 1987: II: 83), aunque fueran los mulatos que gobernasen, para los cuales
la religión, la vida familiar y el sistema de propiedad son la base de la so-
ciedad. Boyer marginó del poder a los negros haitianos (Nicholls 1979: 96,
100). Una crisis europea en 1836 afectó al gobierno haitiano y en 1838, año
de la fundación de La Trinitaria por Duarte, se registraron agitaciones en
Haití y Puerto Rico. Desde esa fecha, según Bosch, existía una alianza entre
la pequeña burguesía haitiana y la dominicana, que terminó derrocando a
Boyer en 1843 (1999: 242).

Sin embargo, la alianza se rompió cuando los dominicanos liberales pa-


saron a controlar las juntas populares municipales y se exigió reconocer
el idioma español y la Iglesia Católica. Un haitiano llegó a exclamar: “es-
tamos perdidos, la Independencia de los dominicanos es un hecho” (Moya
Pons 1972: 151). La “facción” dominicana prohaitiana y el gobierno haitia-
no, los obligaron a replegarse. Esa facción, conservadora por excelencia,
fue denunciada por Duarte: “es y será siempre todo menos dominicana…
antinacional y enemigo nato de todas nuestras revoluciones, y si no, véase
ministeriales en tiempo de Boyer, luego riveristas, y aún no había sido el 27
de febrero, cuando se les vio proteccionistas franceses, más tarde anexio-
nistas y después españoles” (2002: 16-17). En 1843, existían tres grupos po-
líticos: independentista, prohaitiano y anexionista.

No es cierto, como afirma Marino Incháustegui, que la separación de


Haití el 27 de febrero de 1844 fue obra de La Trinitaria (1976: 47). La célula
revolucionaria fundada por Duarte, si no murió el mismo día de su creación
–por la denuncia de uno de sus miembros-, no existía en 1840 o en 1844. Se
llamaban filántropos, no trinitarios (Rodríguez Demorizi 1976: 96). Duarte
fue estrella fugaz que asombró y se apagó en el exilio (Peña 1982: 60), pero
resurgió a partir de 1871 con los discursos de Pedro Antonio Bobea, y de la
Sociedad Republicana que trajo sus restos en 1884 y luchó para que fuera
reconocido como padre de la patria, lo que hizo por decreto el presidente
Heureaux en 1894, agregando a Sánchez y Mella.

La separación de Haití se produjo por un pacto entre conservadores se-


paratistas –incluyendo a antiguos prohaitianos- y liberales independentis-

114
tas, algunos de los cuales pasaron después al bando contrario. Implicaba
un choque de ideas e intereses: “Santana simbolizaba la vieja sociedad jus-
tificada por ideas conservadoras y absolutismo del poder. Condicionaba la
separación de Haití al protectorado o anexión a una potencia extranjera.
Duarte, por el contrario, simbolizaba la sociedad moderna, libre, soberana
y democrática” (Pérez Memén 1995: 31-32).

Tomás Bobadilla solicitó el protectorado a Francia el 26 de mayo de


mayo de 1844, aún cuando Haití estaba dividido por una guerra civil. Duar-
te y su grupo respondieron con un golpe en su contra, pero Santana retomó
el poder y “las cosas volvieron al orden, a su antiguo curso” (Rodríguez
Demorizi 1938: 29). Para Bosch, el Estado dominicano no nació el 27 de fe-
brero, sino en noviembre de 1844, cuando se constituyó el gobierno de San-
tana (en Balcácer 1981: 74). El primer historiador dominicano, Del Monte
y Tejada, afirmó que fue Santana quien fundó la República Dominicana
(1953: III: 124).

El Cibao, donde Duarte tenía cierta popularidad, aceptó su desplaza-


miento a fin de que el conflicto no pudiera ser aprovechado por los haitianos
(Cassá 2000: 29). Exiliado Duarte y convertidos sus seguidores en santanis-
tas y baecistas, una nueva tendencia liberal prosperó en la región cuando su
principal ideólogo, Benigno Filomeno de Rojas, volvió al país en 1846 desde
los Estados Unidos e Inglaterra e introdujo su visión en las constituciones de
1854 y 1858 (Campillo 1980: 55). Alguna diferencia debió tener Duarte con
Rojas porque en 1865 lo llamó pro “yanqui” (Miniño 1994: 90).

No importa si el acta de Separación del 16 de enero de 1844 la redactó


Bobadilla o, como afirma el historiador haitiano Madiou, Sánchez o Mella.
Era una forma de restaurar el pasado hispánico, pues los haitianos pro-
hibieron el idioma y la religión, lo único “que nos quedaba de españoles”
(Doc. 1976: 91). La primera fiesta de la Independencia fue una corrida de
toros (Guerrero 2003: 27). Se reconquistó la tierra, derechos, usos, cos-
tumbres y el idioma de los antepasados. Fue una revolución moral y reli-
giosa, y un hecho providencial porque “Dios lo decidió así”. Para políticos,
militares y católicos la guerra contra Haití fue una cruzada religiosa. En
1856, se ponía como ejemplo el sacrificio de los padres por conservar la
independencia ante la juventud formada en ideas e instituciones liberales
(Pérez Memén 1995: 16-25).

115
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

El propio término separación era conservador, aunque garantizaba “el


sistema democrático y la libertad de los ciudadanos” (Doc. 1976. 93). To-
davía en 1879, lo usó José Gabriel García, el padre de la historiografía do-
minicana. Después se sustituyó por independencia, el cual para Santana,
consumada la anexión a España, era “concepto vacío de sentido” (Pérez
Memén 1995: 30). Independencia implicaba un proceso de total sobera-
nía, mientras separación, mediatizada: se hacía una separación para luego
buscar un protectorado o anexión. Al parecer sólo Duarte –y no todos sus
seguidores- era partidario de la “independencia pura y simple”. W. Vega
explica que no se usó independencia porque ésta se había realizado en 1821
y cuando la escisión no era de una metrópolis se llamaba separación (1977:
96). El término Restauración tampoco es venero liberal. Así se llamó la
reacción antinapoleónica y el levantamiento del general Francisco Franco
en España.

La primera república fracasó como proyecto de Estado y sociedad. El go-


bierno republicano fue una “revolución hacia atrás”, como sucedió, según
Hans A. Stager, en América latina: el poder colonial pasó al criollo sin cam-
bios sociales significativos (Pérez Memén 1995: 173). A esto se debe quizás
la abulia con que se celebran los símbolos patrios hasta en la actualidad.
No es sólo una cuestión de educación deficiente o de juventud alienada.
Celebramos carnaval, cuaresma y fechas patrias, como ningún otro país
lo hace, por una razón política. Santana, en un momento de impopulari-
dad o para enfrentar a la oposición, mandó o permitió que los días patrios
se celebrasen con carnavales entre 1848 y 1852, de la misma manera que
consintió, aún en contra de su gusto, que se festejara la promulgación de
la Constitución con una corrida de toros, por tener un significado antihai-
tiano (Guerrero 2003).

Una vez el país consolidado, se instrumentó la acusación de “negrofilia”


contra dirigentes que fuesen populares entre la población negra y tuviesen
cierta simpatía hacia Haití (Veloz Maggiolo 1996: 209). Eso hizo Santana
para encarcelar durante diez años al general Manuel Mora en 1845 y fusilar
a dos de los hermanos Puello en 1847.

La guerra contra Haití fue siempre la causa principal invocada para ex-
plicar la pobreza de la República (Pérez Memén 1995: 385), de la misma

116
manera que Haití justificaba sus invasiones porque una potencia extran-
jera le podría hacer la guerra desde Santo Domingo. En 1852, Alejandro
Ángulo Guridi culpó a los haitianos de nuestra pobreza, aunque habían
sido echados hacía más de ocho años. La salvación del país la cifraba el
sector dominante en el protectorado y la anexión. Haití fue derrotado mi-
litarmente sin que el país perdiera la soberanía y la anexión a España se
consumó en 1861, después que aquel perdió su última guerra en 1856 y de
que se le había propuesto una tregua de cinco años (Rodríguez Demorizi
1938: 67). La anexión la consumó Santana para adelantarse a los baecistas
que se habían hecho “españoles” con la “matrícula de Segovia” en 1855. Para
Bosch, fue un acto del sector hatero ante la inevitable extinción de su po-
der social y el traspaso de su poder político a la pequeña burguesía (1999:
249). Santana preparaba una invasión contra Haití (Marino 1976: 47).

El peligro de la guerra contra Haití le permitió a Santana consolidar su


proyecto autoritario, mantener el ejército cohesionado en torno suyo, cons-
tituirse en el único caudillo y justificar fusilamientos y persecuciones contra
adversarios (Campillo 1976: 74-77). El artículo 210 de la Constitución, que
convirtió a Santana en un déspota, lo justificó Juan Nepumoceno Tejera, uno
de los fundadores de La Trinitaria, “ante los riesgos que comportaba la anar-
quía frente a la asechanza haitiana” (Hernández, I. 2009: 120).

La tradición política dominicana hereda de la primera República: lide-


razgos en crisis, poder de manera patrimonialista y paternalista, corrup-
ción y el vicio de culpar al gobierno de todos los males (Pérez Memén 1995:
391-392). La tradición es el sedimento o lastre del pasado en el presente.
Sólo se remueve, como dice Hostos, con cambios en la educación y en la
moral social.

Antihaitianismo
“Se estudia el pasado para justificar el presente”
D. Nicholls

Si este es el país de los mulatos, que niega a los negros y anhela ser blan-
co, los es también de la pequeña burguesía, que niega su origen social y
sueña con la burguesía. La economía y la sociedad tienen una especie de
“selección natural” que permite a unos pocos ascender y condena a la ma-

117
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

yoría a vivir en un equilibrio inestable permanente. La burguesía y el pro-


letariado se formaron a partir de la Era de Trujillo, mientras la pequeña
burguesía existía desde la ocupación haitiana.

Hasta Trujillo, la historia del país es la lucha entre los sectores de la


pequeña burguesía dominicana por el poder del Estado. De ahí, la debili-
dad de mantener un Estado soberano y las incoherencias de conservadores
y liberales. Este es el gran aporte de Juan Bosch al estudio de la historia
dominicana (1999: 236-248). En términos ideológicos, según Andrés L.
Mateo, la subjetividad del pequeño burgués es un repliegue sobre sí mis-
mo y cuando opina sobre el otro construye la biografía de sus fobias y sus
filias. Porque es en la incapacidad de imaginar la otredad que naufraga. Los
vituperios y odios que les confiere su condición de sitiado hacen su carac-
terística fundamental (2009: 25). La pequeña burguesía no puede cons-
truir el otro de otra manera. El haitiano será siempre “comegente” como
dominador o dominado, como ciudadano o migrante, antítesis y campo de
lo inconsciente donde se regocijan sus triunfos, se comprenden sus frus-
traciones y se justifican sus fracasos. Según Franklin Franco, el absurdo,
negativo y anticientífico antihaitianismo es profesado por la historiografía
tradicional e incluso por defensores de la concepción materialista de la his-
toria (1971: 6).

¿Qué hizo el gobierno haitiano de Boyer para que sea el período más es-
pantoso de la historia dominicana? (en García 1971: 22). Para responder la
pregunta es necesario separar historia (hechos concretos) e Historia (la
reconstrucción ideológica posterior). La Historia construye una ideología
con hechos del pasado e intereses del presente, la cual vela e invierte la
realidad. Son hechos diferentes, la ocupación de Santo Domingo por Tous-
saint en 1801, la incursión militar de Dessalines en 1805, la unificación del
gobierno por Boyer en 1822, la migración laboral haitiana a partir de 1922 y
la matanza de haitianos en 1937.

Toussaint fue “moderado y humano”, según Del Monte y Tejada (1953:


III: 192), pero la crueldad de Dessalines en Santo Domingo no la defienden
ni siquiera todos los haitianos. A Boyer los apoyaron conservadores domi-
nicanos como Bodadilla y Joaquín del Monte. El terror de 1805 “encharca”
al humano Toussaint y al pacífico Boyer. A éste se le achaca el cierre de la

118
universidad, aún a sabiendas de que los dominicos habían salido del país
dos años antes. Se sabe por sentencia judicial, que quienes mataron a las
vírgenes de Galindo en 1823 eran dominicanos con el uniforme haitiano,
algo que silencia el drama de Félix María del Monte en 1885. Nuestros dos
primeros historiadores escribieron sus historias en el contexto del conflic-
to dominico-haitiano. Del Monte y Tejada lo hizo exiliado en Cuba des-
pués de la entrada de Dessalines a Santo Domingo, y José Gabriel García,
cabo en una guerra contra Haití, se inició como escritor en El Oasis, órgano
famoso por sus campañas contra el emperador Soulouque y el merengue,
entre 1856 y 1857.

El terror de Dessalines y Cristóbal en Santo Domingo no tiene justifica-


ción. También en Haití aplicaron el mismo esquema, por lo que sus muer-
tes fueron júbilo popular. Para el dominicano Gaspar Arredondo, testigo
de las matanzas de Moca y Santiago, era insoportable tener que bailar con
una antigua esclava. Su testimonio es el de un dueño de esclavos que, por
cierto, festejaba con haitianos tarde en la noche.

Trujillo convirtió el antihaitianismo intelectual y popular en un asunto


de Estado después de la matanza de 1937. Para Andrés L. Mateo, lleva su-
mergido la memoria de esa masacre (2004: 149). Eran muy diferentes las
campañas haitianas y la matanza de Trujillo. No es sólo el número de muer-
tos: el que los mató que saque sus cuentas. Es que no había una guerra y se
había logrado un acuerdo fronterizo. Una maquinaria político-ideológica
justificó el hecho convirtiéndolo en casi un acto patriótico. La historiogra-
fía y los estudios folklóricos no se explican sin ese hecho. La historia del
pasado fue reescrita por los mejores historiadores dominicanos con docu-
mentos y archivos, y el historiador Peña Battle fue gestor del Programa de
Dominicanización de la Frontera. Por supuesto, se acusó al exilio antitru-
jillista de estar detrás de una conspiración haitiana. En una carta de Juan
Bosch, enviada a Marrero Aristi y Emilio Rodríguez Demorizi, en 1943, les
recrimina: “me he preguntado cómo es posible amar al propio pueblo y des-
preciar al ajeno… ustedes consideran a los haitianos poco menos que ani-
males, porque a los cerdos, a la vacas, a los perros no les negarían ustedes
derecho a vivir” (Vega, B. 2007: 171). La carta fue publicada pensando que
Bosch luciría como antidominicano.

119
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

La guerra de la Restauración contra España, la verdadera Independencia


dominicana según Hostos, contó con la ayuda haitiana de manera formal o
clandestina (Hernández 1998: 18). Los anexionistas acusaron a los restau-
radores de ser prohaitianos. “Soy la bandera dominicana”, exclamó Sánchez
ante la crítica de que había entrado por Haití para combatir la anexión. La
Restauración produjo el Partido Azul, de corte liberal, algunos de cuyos
dirigentes como Gregorio Duperón y Ulises Heureaux, eran descendientes
de haitianos. El “mañé” Lilís fue presidente porque Meriño, según Álvaro
Caamaño, agregó el jus solis al jus sangunis, Luperón, Lilís y Trujillo, otro
descendiente de haitiano, no fueron vanguardias del haitianismo.

Eso sí, cada grupo político dominicano, liberal o conservador, tenía su


aliado correspondiente en Haití (Campillo 1980: 61). La lucha entre mu-
latos y negros allá repercutía ideológicamente aquí. Todavía no se ha es-
tudiado la influencia que tuvo en el pensamiento dominicano la leyenda
mulata positiva que, entre 1847 y 1867, creó la leyenda negra negativa de
Haití (Nicholls 1979: 84). No debió ser solo Del Monte y Tejada quien es-
tudió a los historiadores haitianos mulatos como B. Ardouin, H. Dumesle,
B. Lespinasse, E. Nau, J. St. Remy y B. Tonnerre. Las campañas mulatas en
contra del vudú comenzaban en Haití y terminaban en Santo Domingo.

Es comprensible que la nación, el pueblo y el Estado dominicano ten-


gan actitudes anti-haitianas. Santana, por ejemplo, quedó en la indigencia
cuando su familia perdió sus propiedades en Hincha, ciudad donde nació
y que hoy pertenece a Haití. Fue de Haití que nos separamos en 1844 y
contra ese país realizamos cuatro campañas militares hasta 1856. Poste-
riormente, la cuestión fronteriza quedó sin solución permanente hasta
1936. En este año, el antropólogo Melville Herskovits recogió en Mira-
belais, pueblo fronterizo de Haití, opiniones muy favorables a Trujillo. Es
por esto que la masacre de 1937 no se justifica. La campaña racial contra
Haití, como bien lo demuestra Bernardo Vega (2007), la realizó Trujillo
entre 1942 y 1947, cuando se opuso al gobierno de I. Lescot. La aminoró
cuando se convirtió en el mayor dueño de ingenios del país e importador
de braceros haitianos.

Las relaciones políticas y diplomáticas entre Haití y República Domini-


cana nunca han sido buenas. La mejor época fue durante el primer gobier-

120
no de Trujillo cuando se formó un Instituto Domínico-Haitiano y éste llegó
a afirmar que “por sus venas corre sangre africana” y que se habían borrado
muchos prejuicios y “quizás para siempre” malos entendidos, llegando in-
cluso a besar la bandera haitiana. Los gobiernos dominicanos post-truji-
llistas no han mejorado la cuestión. La matanza de Palma Sola en 1962 se
justificó por práctica religiosa anti-católica y posible complot trujillista di-
rigido desde Haití. El gobierno democrático de Bosch se comprometió a la
lucha contra la dictadura de Duvalier. Por eso, un grupo de militares haitia-
nos apoyó la Revolución de 1965 que intentaba reponerlo. La participación
haitiana en ese evento patriótico, tema soslayado en las crónicas, no mejoró
su estereotipo ni siquiera ante los militares y el pueblo que juntos lucha-
ban contra la intervención norteamericana. Gregorio Urbano Gilbert, un
patriota que enfrentó a los yanquis en 1916 y en 1965, escribía en un diario
que editaba entre 1927-1930, que los haitianos eran “indeseables vecinos...
de quienes nada bueno podemos esperar” (Del Castillo 1979: 37).

El gobierno autoritario de Balaguer (1966-1978) reeditó el acuerdo de


importación de braceros haitianos y los utilizó en campañas políticas, al
tiempo que promovía campañas ideológicas en su contra. Algo parecido
implementan los gobiernos desde que los norteamericanos, durante la pri-
mera intervención, trajeron para sus ingenios el primer contingente de
haitianos y luego prohibieron la inmigración. La presión internacional, que
según sectores dominicanos busca fusionar Haití y República Dominicana,
como no resuelve el problema migratorio, intensifica el prejuicio antihai-
tiano. El antihaitianismo reinante en el país no permite reaccionar ante las
injustas acusaciones internacionales de racismo. Hay un largo trecho entre
estereotipo, prejuicio y racismo. Estereotipos y prejuicios existen en el país
contra negros y pobres -sin importar que sean haitianos o dominicanos-,
y pueden justificar alguna discriminación. Racismo es una discriminación
permanente basada en una ley que ampara violaciones de derechos por
nacionalidad, cultura, género o condición soial. Los últimos dos casos de
racismo en el mundo desaparecieron en 1965, en los Estados Unidos, y en
Sur-África, en 1994.

Los medios de comunicación transmiten una imagen idealizada y etno-


céntrica del blanco caucásico. Es lo que queremos ser, pero nunca seremos.

121
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Que los negros y mulatos quieran ser indios es un mecanismo de defensa


social. Alíx se burlaba del mulato que se hace pasar por blanco olvidando
“el negro detrás de la oreja”. Si en Santo Domingo nadie quería ser negro en
1789, menos ahora. Por eso es “casi natural” que el dominicano sea antihai-
tiano. Ahí están la tradición conservadora y liberal, la política, la cultura, el
folklore y la historiografía trujillista para explicarlo y justificarlo.

Según M. Incháustegui, Toussaint inició la haitianización del pueblo


dominicano (1976: 44). Pero, es lo contrario: no son los dominicanos que se
haitianizan, sino los haitianos que se dominicanizan. El problema no es ser
antihaitiano o anti otra cosa, sino ser algo en contra que impida conocer lo
propio. Para Veloz Maggiolo, el antihaitianismo profundiza la tendencia
del dominicano a despreciar su pasado (1977:11), lo que se manifiesta en
el desconocimiento de sí mismo y, sobre todo, del otro. Para Cassá, desvía
la atención del pueblo de los reales problemas que confronta y la canaliza
hacia objetivos de las clases dominantes (1976: 127). Debe pasar lo mismo
con el anti dominicanismo en Haití. Los primeros antihaitianos fueron los
negros esclavos que huyeron del régimen francés para ganar aquí la liber-
tad y los funcionarios dominicanos que servían al Estado haitiano como el
caso emblemático de Tomás Bobadilla y Briones, considerado el Maquia-
velo o Fouché dominicano o la Caja de Pandora, de donde salieron todos
los males.

Indigenismo
El El pensamiento dominicano, conservador y liberal, se conformó bajo la
influencia del romanticismo, un movimiento político y estético que en los
siglos XVIII y XIX nacionalizó el arte y la cultura, y defendió lo autóctono
frente a lo foráneo. Fue un “grito de libertad” en la disyuntiva entre cosmo-
politismo y nacionalismo, optimismo y pesimismo. En el arte, la imitación
dio paso a un “yo creador” capaz de inventar una nueva realidad –pasada o
imaginaria- hacia la cual huye y se refugia (Santiago, A. 2009: 18-56).

En Santo Domingo, el romanticismo parió el indigenismo, el movimiento


intelectual y literario más auténtico y creativo del país. El antihaitianismo
es concepto negativo y el hispanismo, un traje ajeno que no termina de
cuadrar. Ninguno aporta algo nuevo. El primero es una negación y el se-

122
gundo una imitación. ¿Por qué los hermanos españoles no nos reconocen
como tales en España? Somos dominicanos, no españoles. El indigenismo
ha creado valores nacionales. Para Manuel García Arévalo (1997), revaluó
el pasado y legitimó las raíces ideológicas de la nación dominicana, crean-
do una fórmula original, distinta de la haitiana y la española. Hoy se ma-
nifiesta en casi todos aspectos de la vida cotidiana, en la literatura, artes
plásticas y, en especial, en el gentilicio “indio”. Bien señaló Max Henríquez
Ureña que pocos países de América tuvieron tanto cultores indigenistas
como República Dominicana.

El indigenismo dominicano tiene cierta base histórica. La isla de Santo


Domingo logró el mayor y más variado poblamiento aborigen del Caribe,
razón por la cual los españoles la escogieron para su primera colonia en el
Nuevo Mundo. El proyecto colonizador no pudo evitar la mezcla de in-
dios y españoles –la “indianización de la conquista”, según Pérez Tudela-,
ni la de estos con los negros esclavos africanos. El abandono de España y
la pobreza casi igualó a blancos, mestizos, negros y mulatos. Para Vetilio
Alfau Durán, la mezcla indo-afro-hispana hizo desaparecer la lucha racial.
El idioma español de Santo Domingo conserva un léxico abundante abo-
rigen, arcaísmos hispánicos y africanismos. La literatura dominicana del
siglo XIX resucitó o revivió librescamente gran número de indigenismos ya
olvidados, si es que alguna vez fueron conocidos (Alba 1976: 88).

No existe un estudio del término indio como categoría socio-racial en


Santo Domingo. La conversión de negros en indios se vincula con derechos
logrados por éstos, exención de la capitación y avance del mulato. Antonio
Del Monte y Tejada describió mestizos, mulatos y zambos “con privilegio
de indios”, sobre todo a partir del tratado con Enriquillo (1953: II: 67, III:
15). Para 1550, muchos ingenios registran indios, pero es probable que sean
negros con ese nombre, porque sólo quedaban tres mil de aquellos, treinta
años antes. Exquemelin describió en 1678 a esclavos medio amarillos o in-
dianos, mestizos de indios y negros, llamados alcatraces (1971: 27). Moreau
de Saint-Méry y Sánchez Valverde citaron entre 1785-1795 a criollos des-
cendientes de indios. En 1795, se describió al criollo o negro “comegente”
como indio. Al sargento Juan Díaz, presente en la Puerta del Conde el 25
de febrero de 1844, le decían “el indio”. Duarte vivió parte de su exilio en

123
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Venezuela cerca de la población indígena yanomama en San Carlos de Río


Negro y Apure, entre 1845 y 1864, y en una poesía saludó la unidad de los
“cobrizos” con la población. Baltazara de los Reyes, fallecida en 1867, era
“de color indio” (Duarte, R. 2006:95). Aún así, para Moya Pons en esa épo-
ca todavía los dominicanos no se llamaban “indios” (2008: 140). Sucedería
en el siglo XX y en la época de Trujillo, cuando se falsificaron censos para
mostrar más blancos que negros (Cassá 1976: 125).

Además de la etnicidad, el indigenismo dominicano aporta a la literatura


y al folklore desde poco antes de la Independencia cuando Francisco Javier
Ángulo Guridi escribió los poemas Maguana (1840) y La Cuita (1842) y,
más tarde, La ciguapa (1866) e Iguaniona (1867). No sólo fue el primer in-
digenista, como afirmó Max Henríquez Ureña, sino también precursor del
folklore.

Dentro de la mitología dominicana, la ciguapa es el personaje principal.


Según Bruno Rosario Candelier, Guridi fue quien creó esa leyenda mito-
lógica dominicana de los aborígenes quisqueyanos (2002: 11). Existen di-
ferencias entre la leyenda campesina de una mujer de pelo largo y pies al
revés que vive en arroyos y campos, que seduce a los hombres, pero que
es inofensiva y muere si se le atrapa, y la “ciguapa” de Guridi que puede
ser macho y hembra, no tiene pies al revés y produce la muerte de los ena-
morados. En esta versión, recogida el 4 de junio de 1860, entre Santiago y
Puerto Plata, la ciguapa roba y mata. El enlace entre la “india” ciguapa y el
dominicano estriba en su piel que es “dorada como verdadero indio” y su
naturaleza idéntica a nosotros (en Rosario 2002: 17, 205).

La ciguapa ha sido recreada en la música, la escultura, el cuento y la no-


vela. Se descarta que sea leyenda o mito aborigen, aunque un personaje mi-
tológico guaraní tiene los pies al revés, y en náhualt cigualt es ave o mujer.
Para Gabriel Atiles, vino en las naves con Colón, es decir, con la mitología
europea. Pero, ¿por qué ningún cronista la menciona entre aborígenes y
españoles? Un personaje semejante aparece en el norte de la India.

De todas maneras, el registro de Guridi de 1866 es tardío. Dos años des-


pués, según Carlos Nouel (1884), se atrapó una mujer “salvaje” en la Sie-
rra de Bahoruco, donde a partir del siglo XVI vivían indios y negros cima-
rrones. Sólo en 1791 llegaron más de dos mil negros de los que se habían

124
sublevado en el oeste (Cordero Michel 1968: 39). La mujer fue bautizada
por el padre Billini, pero murió sin aprender español. En 1854, el haitiano
Emile Nau asoció vienvienes del Bahoruco con indios de Enriquillo (1982:
276). Para Alejandro Llenas, médico y pionero de la antropología, la cigua-
pa es reminiscencia de los indios ciguayos alzados, mientras para Guaroa
Ubiñas –ciguapa y vienvienes- expresan el exterminio indígena y la per-
secución del negro por el español. Más allá del contenido, la asociación
ciguapa-vienvien indianiza a Santo Domingo y africaniza más aún a Haití.
Aquí hay ciguapa, allá vien-vien. Al parecer, la ciguapa no existe en Haití,
aunque existe un animal fantástico llamado Cigouave y una palabra creo-
le –zi goaupe- que significa pequeño bribón. Pudo haber llegado desde el
este.

La obra de Guridi es más patriótica que antropológica. Para Rosario


Candelier, es escritor costumbrista que tuvo a la ocupación haitiana como
hecho aglutinador, la independencia como motivo y el ideario romántico
como modelo literario. Hizo del indio un símbolo de la patria, del amor a la
tierra y la libertad (2002: 9-18). En su Iguaniona, una india se suicida para
no entregarse a un español.

El indigenismo dominicano alcanzó un estatuto universal con la novela


Enriquillo de Manuel de Jesús Galván (1879). Para Pedro Henríquez Ure-
ña, es la primera y más exitosa novela dominicana, paradójicamente, del
primer país de América donde desapareció el aborigen. Galván la concibió
en París como “leyenda histórica dominicana”, pero fue cuando presenció
la abolición de la esclavitud en Puerto Rico, siendo funcionario español,
en medio de vivas a España, que decidió escribirla (1990: 566). La edición
completa se hizo en 1881 y fue muy popular durante el IV Centenario del
Descubrimiento de América (1892), cuya celebración la coordinó una so-
ciedad iberoamericana presidida por el autor.

Enriquillo es el mito social más creído del país. Si para Martí en 1884
era forma novedosa de escribir la historia, para Peña y Reynoso en 1897,
era la historia misma. Es a través de Galván que se enseña la historia de
Enriquillo (Gutiérrez 1999: 11, 136). Galván advirtió en ella un “fin moral
positivo” en un siglo positivista que combatía iniquidades sociales (1990:
576). Las escuelas reproducen el mito en el imaginario social sin importar

125
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

que Demorizi publicó una carta del cacique donde se presenta de manera
diferente al de la novela (Clío 1959: 15-17). Hasta Pedro Henríquez Ureña
llegó afirmar que su abuela paterna “tenía sangre de los últimos indios do-
minicanos” que vivieron en Boyá con Enriquillo y de “algunos puros” del
siglo XVIII (2000: 29-30).

La poesis literaria mantiene su vigencia a pesar de que en 1946 Fray


Cipriano de Utrera demostró que Enriquillo no fue ningún rebelde social
–para J. J. Pérez, Enriquillo se refleja en Espartaco y Lincoln-, ni fue en-
terrado en Boyá, sino en Azua –Santana asignó una pensión a una “india”
de allí “descendiente de Enriquillo”-, que murió como español y cristia-
no –con el nombre de Enrique Vejo, según Deive-, y persiguió a indios y
negros, por lo que su pueblo fue destruido por el negro cimarrón Lemba.
Galván confundió Enriquillo con Guarocuya y lo hizo educar y cristianizar
por franciscanos, cuando según Las Casas a este indio lo ahorcaron los es-
pañoles por rebelarse en el Bahoruco.

Para Jacinto Gimbernard, Enriquillo es una novela romántica, indige-


nista entre comillas, que cabalga en la historia y el conflicto cultural al
librar su héroe “angustiosos combates internos en cuanto a su identidad
y pertenencia” (1990: 16-186). Su rebeldía no es indígena, sino española.
Es un indio idealizado como Jesús –lo advirtió Martí-, pero con su cultura
relegada al fondo y la española en el centro. Para Pedro Conde, más que
defensa aborigen, es loa a la hispanidad. La obra brillante, inteligente y
reaccionaria reproduce la historia para falsearla. Como arma de doble filo,
idealiza lo inexistente y niega lo existente (1978: 8-63).

Otra creación intelectual genial del indigenismo dominicano fue el tér-


mino Quisqueya. Lo acuñó Pedro Mártir de Anglería en 1510, quien nunca
estuvo en América. No lo mencionan los cronistas-testigos como Las Ca-
sas y Oviedo. Aunque no hay pruebas de que era término aborigen, sirvió
para alimentar el fervor nacionalista y la diferenciación de Haití, que sí es
palabra indígena recogida por Colón, Chanca y Pané en 1494. Haití tuvo su
nombre, Santo Domingo buscó el suyo.

Quisqueya, una “toponimia” colonial excepcional, se convirtió en bande-


ra política e ideológica de la dominicanidad republicana. De Mártir (1510)

126
pasó a Gómara (1550), a Herrera (1601), a Charlevoix (1731), a Muñoz
(1793) y así sucesivamente. El primer autor criollo que la citó fue Antonio
Sánchez Valverde (1785), cuyo libro se reeditó en 1853 y 1862, asociando
“dominicano”, “español” e “indios”. De ahí, lo habrían tomado J. Ángulo
Guridi (1862, 1866), Duarte (1864), Meriño (1867), Gabriel García (1867),
Rodríguez Objío (1868), Castellanos (1874), Hostos (1875), J. J. Pérez
(1877), Prud´homme (1883) y demás autores.

José Gabriel García, en Memorias para la historia de Quisqueya, o sea de


la antigua parte española de Santo Domingo (1876) atribuyó a los geógra-
fos dominicanos la gloria del “triunfo” del término que reprodujeron lite-
ratos y poetas. Según Javier Ángulo Guridi, en su geografía escolar de 1862,
Quisqueya nos pertenece por derecho histórico (en García Lluberes 1947:
90). El historiador Del Monte no conoció ese nombre; García lo plasmó en
la Historia. En 1880, Hostos propuso sustituir el gentilicio “dominicano”,
hispano-colonial, por quisqueyano: “nunca han debido llamarse domini-
canos… y puesto que hay que buscar un nombre, el mejor es el indígena”
(Rodríguez Demorizi 2004: I: 72). En Haití, según Oscar Mota, el término
apareció en 1802, 1809, 1845, 1846, 1855 y 1870. La revista pedagógica del
Archivo General de la Nación se llama Memorias de Quisqueya.

César Nicolás Penson negó en Cosas Añejas (1891), prologada por Gal-
ván, que el término fuera indígena y propuso sustituir República Domini-
cana por República de Quisqueya. En la nota 14 de su Vírgenes de Galindo
se responsabilizó de su uso popular. Explicó la identidad nacional, según
Juan Daniel Balcácer, sobre la base de una exclusiva herencia cultural his-
pánica soslayando lo afro-hispánico. Fue “uno de los primeros pensadores
de finales de siglo exponente de un marcado y entonces poco usual prejui-
cio antihaitiano” (1997: 22). Quisqueya reapareció en la obra de Mártir en
el IV Centenario del Descubrimiento de América (1892). En 1904, Apolinar
Tejera ponderó, aún siendo fabuloso y erróneo, su fervor patriótico: “Ra-
rísimo el literato dominicano que no haya empleado esta palabra, sobre
todo, al memorar en raptos de cívico entusiasmo las glorias de la patria.
El término es eufónico y en poesía viene como anillo al dedo. Pero no es
indígena, sino hijo del error que se ha propagado a despecho de la verdad”
(1976: 62-66).

127
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Parece cierta la afirmación de Marino Incháustegui de que las dife-


rencias entre Haití y República Dominicana no permiten diálogo alguno
(1976: 42). Ambas naciones, todavía no se ponen de acuerdo para acuñar
un nombre único para la isla que comparten. Los haitianos la llaman isla
de Haití y los dominicanos isla de Santo Domingo. Ante esa disyuntiva, los
norteamericanos, aprovechando la ocupación militar de la isla, acuñaron
el nombre latino de Hispaniola en 1918, el acuñado por Mártir para la Es-
pañola de Colón. Por eso las frecuencias de radio del país comienzan con
las siglas HI. Haitianos y dominicanos refutaron Hispaniola. Isla Española
–no, isla La Española- la llamaron los españoles, aclara Balcácer.

De todos modos, Alcides García Lluberes desestimó como legítima la


pretensión de justificar cualquier nombre como tradición aborigen, pues
los indios no tenían un solo nombre para la isla entera: “Nuestra isla ca-
recía de un nombre universal indo-americano, como no lo tenía tampoco
el continente. El navegante de canoa no podía tener una visión geográfica
global. El pueblo que ocupa la parte occidental de la isla tiene tanto dere-
cho como el nuestro “a estudiar, amar y hacer suyo el remoto pasado que
reconstruimos” (1947: 82). Chanca afirmó en 1494: “a esta primera parte
que primero llegamos llaman Haytí, y luego Xamaná, Bohío donde ahora
estamos… aquesta isla como es grande es nombrada por provincias”. Se re-
fería a la costa de los haytís o haitises, según García Lluberes. El regional
Haití de Chanca, lo generalizó Pané: “La isla llamada Española que antes
se llamaba Ahití”. Si Haití fue por lo montañoso, era nombre particular,
de la misma manera que Cibao era la Sierra de Jánico y se extendió a va-
lles y costas, después que Toussaint creó el departamento oriental con ese
nombre en 1801. Los españoles llamaron Haití a toda la isla, denominando
el todo por la parte, “en virtud de la figura metonimia” (1947). El primer
nombre hispano general de la isla fue La Española, acuñado por Colón el 9
de diciembre de 1492.

Colón nombró, entre 1496-1498, Santo Domingo a la ciudad primada de


América, lo que confirmó Ovando en 1502, cuando la trasladó a la margen
occidental del río Ozama. El nombre luego se extendió a toda la isla hacia
1550. De aquí se deriva el gentilicio “dominicano”, cuya mención históri-
ca más antigua es de 1621. Según Sócrates Barinas, se le aplicó a las “cin-

128
cuentenas” que entre 1621 y 1691 combatían a los franceses en el noroeste
“porque venían de la ciudad de Santo Domingo” (2005: 5). Apareció en una
novena de la Virgen de 1738 y los primeros criollos que lo mencionaron
fueron Joseph Peguero (1762) y el canónigo Sánchez Valverde (1785). Fue
ratificado por Ferrand (1808), la Junta de Cádiz (1812), y en 1821 por Kin-
delán y Núñez de Cáceres (Balcácer 1978: 10-18). El gentilicio se plasmó
en República Dominicana, ideada por Duarte en 1838 para nuestro Estado
independiente y aclamada por el haitiano Arieu en 1821. Como no es usual
que un gentilicio sea nombre propio, Pedro Henríquez Ureña propuso Re-
pública de Santo Domingo. En la primera independencia se llamó Estado
Independiente de Haití Español. Después de la muerte de Trujillo, se viene
repitiendo el error, plasmado en la Constitución, de llamar a la capital con
el nombre de Santo Domingo de Guzmán. Su nombre es Santo Domingo,
a secas.

Hostos, rabioso enemigo de todo lo hispánico, propuso sustituir el nom-


bre de Santo Domingo por evocar “al santo de las hogueras de carne huma-
na, siniestro emblema de la colonización de España” (Rodríguez Demorizi
2004: I: 49). El movimiento pedagógico hostosiano, quizás el más influyen-
te de los siglos XIX y parte del XX, diseminó Quisqueya entre profesores y
alumnos. Las letras de nuestro himno nacional, escritas por el hostosiano
Prud´homme, en 1883, comienzan con “Quisqueyanos valientes…”, a dife-
rencia del primero –música de Juan Bautista Alfonseca y letra de Félix Ma-
ría del Monte-, que llamaba “a las armas, españoles”. La canción Quisqueya
del boricua Rafael Hernández, interpretada por el Trío Quisqueya entre
1924-1930, se llamaba originalmente Borinquen, aunque ésta en Puerto
Rico no caló, mientras aquí sí.

Si Quisqueya no existió entre los aborígenes ni entre los españoles –sal-


vo Mártir-, sí fue una invención republicana, posterior a la guerra de la
Restauración. La verdad-realidad histórica no importa, sí la construcción
intelectual que se popularizó y sirvió para la diferenciación de Haití. En
República Dominicana, más que en cualquier parte, la Historia ha recons-
truido la historia. Se puede decir que ha ocurrido dos veces: primero en los
hechos y, luego, la definitiva, en las ideas.

129
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

La categoría indio se ajusta bien al mulato predominante dominicano.


Para Ernesto Sagás, después de todo, era más honroso ser descendiente
simbólico de aguerridos indios que de un esclavo africano o un español
agresor y derrotado. Ayudó somáticamente a blanquear al dominicano
para hacerlo claramente distinto del haitiano. Indio pasó a ser equivalente
de dominicano, mientras negro, de haitiano. Raza, nación y cultura se con-
fundieron de manera inseparable (1997: 135-136).

El indigenismo se desarrolló paralelo a lo que Veloz Maggiolo llama la


construcción de la imagen del “haitiano agredido y adulterado” en la lite-
ratura dominicana y la defensa de la hispanidad. El primer haitiano adul-
terado aparece en Guajiro y Papa Bocó, Un fandango en Dajabón (1874) de
Juan Antonio Alíx, el decimero más popular del país. Allí el haitiano es co-
megente, practica la brujería y es inferior. Después de 1884, según Bonó, el
comegente del siglo XVIII se convirtió en el cuco-haitiano que rapta niños
desobedientes. Para Marcio Veloz, el indio es un color inventado para en-
cubrir la hibridez cuando la misma tiene el negro como base. No es retorno
a la prehistoria ni reconocimiento al aborigen, sino comodín que esconde
la hibridación que para muchos es vergonzosa (1977: 88-89).

A partir de 1955 la artesanía dominicana desarrolló el tema neo-indio y


el Museo del Hombre Dominicano se inauguró en 1973 con una colección
predominantemente aborigen. Cuando Bernardo Vega, ocho años después,
incluyó la etnología actual y tres estatuas, una de las cuales representa al
negro esclavo, recibió mensajes intimidatorios. García Arévalo insiste en
que la categoría indio se corresponde al carácter mulato del pueblo domi-
nicano, que no es blanco ni negro, y para Pedro Mir, es una fórmula prove-
chosa de convivencia nacional (1977: 96).

La “identidad virtual aborigen” no es fenómeno exclusivo dominicano,


pues también Cuba, Puerto Rico y Haití usaron conceptos similares. El
indigenismo dominicano debió beber en fuente haitiana, pues la Indepen-
dencia de Haití la realizó un “ejército indígena” y en su constitución de
1843 eran haitianos también los que descendían de indios. Igi Aya Bomgbe,
convertida en Santo Domingo en grito de guerra aborigen “primero muerto
que esclavo”, era un canto afro-haitiano del creole, inventado para com-

130
placer al rey Enrique Cristóbal, quien se interesó en su homónimo caci-
que Enriquillo (Gimbernard 1990: 19). El haitiano mulato Emile Nau, en
su obra sobre los caciques de Haití (1854), afirma que en ambos lados de la
isla persistían indios: “en el este, donde los hay en mayor número, indios, y
del lado de acá ignes, corrupción de la palabra indio” (1982: 276). La única
diferencia es que Cuba y Puerto Rico son naciones insulares, mientras la
República Dominicana comparte una isla con Haití. Es por esto que Haití
es inseparable –aunque sea como antítesis- en la definición nacional domi-
nicana (Sagás 1997: 137).

En 2006, un intelectual dominicano observa “que los taínos aún caminan


por las calles de Quisqueya” (Nova 2006: 11). Así, no es raro que negros de
mentira se conviertan en blancos o indios de verdad.

Bobadilla, Del Monte, Guridi y Galván


Tomás Bobadilla, Antonio del Monte y Tejada, Francisco Xavier Ángulo
Guridi y Manuel de Jesús Galván comparten ideas conservadoras en un
Estado herido de muerte por el anhelo del proteccionismo y la anexión.

Si en la separación dominicana hubo un acuerdo transitorio de fuerzas


políticas, cuyo equilibrio se rompió antes del 27 de Febrero de 1844, si la
historia precedente estuvo matizada por un “conflicto identitario” según
la quintilla del padre Juan Vásquez, si los caudillos políticos triunfantes
oscilaban entre el protectorado francés, inglés, español y norteamericano
y si varios de los trinitarios apoyaron la anexión a España diecisiete años
después, es porque no había una clase social que sustentara un Estado y
una nación. El único consenso claro era la separación política de Haití y la
diferencia cultural entre haitianos y dominicanos.

Pedro Henríquez Ureña distinguió tres etapas de la nacionalidad domi-


nicana: efímera o simbólica en 1821; real, pero no popular en 1844, e inte-
lectual posterior a 1873. Para Hostos, el primer movimiento intelectual do-
minicano coherente fue la Evolución de 1876. Casi cuarenta años después,
Américo Lugo sustentaba la tesis de que el país no constituía un Estado ni
una nación. Todo esto significa que no existe una República Dominicana
hecha y derecha, sino que se construye históricamente.

131
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Las ideas conservadoras de Bobadilla, Del Monte, Guridi y Galván se


anclan en intereses políticos y coyunturas. Son pioneros que construyen
la dominicanidad sobre la negación de Haití en lo político, lo jurídico, lo
religioso, lo ideológico y lo cultural. Crearon su primera plataforma ideoló-
gica, aunque no la única, retomando el pasado colonial y fundiéndolo con
ideas antihaitianas. Forjaron una dominicanidad en variados formatos:
política, arte, literatura, folklore, música, educación, religión e ideología.
El historiador Antonio Del Monte y Tejada escribió una historia que pue-
de ser leída como literatura, según dijo Pedro Henríquez Ureña, mientras
la lectura de Enriquillo de Galván pasa más como historia que literatura.
Integraron la tradición popular y folklórica, y la devolvieron hecha mito
e ideología. No fueron científicos a carta cabal, como Bonó y Hostos, los
primeros pensadores propiamente dichos, que utilizaron categorías cien-
tíficas para estudiar la realidad social dominicana.
“Los autores conservadores se critican y rechazan por sus
posturas entreguistas y foráneas. No fueron dominicanos
célebres, ni están en el libro, con ese nombre, de José Gabriel
García (1875). El prohaitiano Bobadilla pasó a antihaitiano y
antiduartiano, Del Monte y Tejada apoyó la anexión a España,
J. Ángulo Guridi ondeó la bandera norteamericana y Galván
llamó traidores a los restauradores”.

En la teoría o en la práctica, el conservadurismo no está radicalmente


separado de posturas liberales. Bobadilla apoyó el gobierno revolucionario
de Haití e hizo oposición liberal a Santana desde el Congreso; Del Monte
y Tejada consideró que el progreso social sólo era posible con un soberano
ilustrado y liberal; Guridi fue restaurador y el primer autor que mencionó
el comunismo, y Galván se acercó al Partido Azul, a instancias de Luperón,
y hasta redactó una necrología de Duarte.

Lo mismo sucede con Duarte y Santana en la relación Estado-Iglesia.


El primero no cuestionó el papel tradicional de la Iglesia en la sociedad,
mientras el segundo no devolvió los bienes eclesiásticos que los haitianos
habían expropiado e hizo jurar la Constitución al arzobispo Portes, el mis-
mo que llamó a Duarte padre de la patria y, seis meses después, lo “exco-
mulgó” (Moya Pons 1981: 293). Que Duarte no fuera tan liberal respecto a

132
la Iglesia, habría sido una herencia de su padre, quien hizo constar su fe en
su testamento antes de morir (Peña 1982: 49).

La relación Iglesia y Estado se presta a manipulación espuria. En 1944, se


adjudicó a la devoción duartiana por la Virgen de La Altagracia los colores
de la bandera, olvidando que la que ondeó el 27 de Febrero fue “el pabellón
haitiano dividido en cuadros por una cruz blanca”, ésta como símbolo cris-
tiano (García 1982. 224). Para Leonidas García (1933), Duarte se basó, más
que en Haití, en ideas liberales de la Revolución Francesa para concebir la
Constitución y la bandera. Campillo Pérez identificó en nuestra primera
Carta Magna 133 artículos casi idénticos a los de la constitución haitiana
de 1843 (en Hernández 2009: 72). El lema trinitario Dios, Patria y Liber-
tad, reclamado como suyo por Bobadilla en 1847 –lo que nadie aclaró en
contra-, era masón, de esencia romana y sintetizaba los sectores del poder:
Iglesia (auctoritas), Estado (imperium) y Pueblo (libertas). La Trinitaria
duartiana quizás se relaciona con la “Orden de la Santísima Trinidad y de
la redención de los cautivos”, fundada en el siglo XII, cuyos miembros usa-
ban una cruz azul y roja sobre un fondo blanco y sus miembros aportaban
parte de sus bienes para sus fines.

Los autores conservadores se critican y rechazan por sus posturas en-


treguistas y foráneas. No fueron dominicanos célebres, ni están en el libro,
con ese nombre, de José Gabriel García (1875). El prohaitiano Bobadilla
pasó a antihaitiano y antiduartiano, Del Monte y Tejada apoyó la anexión
a España, J. Ángulo Guridi ondeó la bandera norteamericana y Galván lla-
mó traidores a los restauradores. Además, fueron separatistas, antihaitia-
nos, defendieron el papel de la Iglesia Católica en la sociedad, vivieron un
tiempo en el exilio, eran pro-hispánicos e indigenistas, partidarios de la
sociedad tradicional y desarrollaron ideas y escribieron bajo el influjo del
romanticismo.

Sus ideas tuvieron “efectos pertinentes” porque reflejan una sociedad


tradicional en transición y una dominicanidad “familiar”, no diversa ni
multi-étnica y se convierten en fuerza material en la historia, diría Marx,
porque se crean, se practican, se institucionalizan y se reproducen a nivel
social y popular. Sirvieron de apoyo a la historiografía que re-escribió la
historia a imagen y semejanza de Trujillo, “padre de la historia nueva”.

133
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

A pesar de su hispanismo y antihaitianismo, tenían una visión más posi-


tiva de la cultura popular que los liberales. En la disyuntiva de la sociedad
tradicional conservadora y la sociedad de élite liberal, en mayor o menor
proporción según la época, se viene construyendo hegemónicamente la
identidad nacional y cultural dominicana desde el siglo XVIII hasta hoy.

Si el pensamiento conservador ha sido y es la ideología dominante en la


historia dominicana, desde sus inicios hasta la actualidad, debe ser materia
de estudio prioritario para la historiografía.

La historia es un combate, se escribe siempre en el presente hasta prueba


en contra y tiene múltiples interpretaciones.

134
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138
CAPITULO III

El pensamiento
liberal clásico
dominicano
• Juan Pablo Duarte
• Francisco Espaillat
• Francisco Gregorio Billini

EXPOSITORES: COORDINADOR:
Juan Daniel Balcácer José Chez Checo
Adriano Miguel Tejada
Héctor Luis Martínez
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

El panel integrado por Héctor Luis Martínez, Juan Daniel Balcácer, José Andrés Aybar Sánchez,
rector de la Universidad del Caribe (UNICARIBE), José Chez Checo y Adriano Miguel Tejada.

El público escucha atentamente a los expositores del panel efectuado el 13 de agosto, en


UNICARIBE.
Duarte y
el pensamiento
liberal dominicano Juan Daniel Balcácer
“En España, Duarte fue testigo del legado de las luchas políticas
progresistas que abogaban por la independencia de la ocupación
francesa. Asimismo, el futuro fundador de la República
Dominicana pudo entonces constatar la influencia que tuvo en
esas generaciones de españoles la Constitución de Cádiz de 1812”.

Juan Pablo Duarte (1813-1876), el fundador de la conciencia nacio-


nal, al decir de Manuel Arturo Peña Batlle, es, sin dudas, el principal
exponente del pensamiento liberal clásico dominicano hacia media-
dos del siglo XIX. Por consecuencia, conviene adentrarnos aunque
someramente en los antecedentes históricos y doctrinales que sirvie-
ron de inspiración para conformar su robusto pensamiento liberal,
democrático y nacionalista.

Entre los especialistas en ciencias sociales existe consenso respec-


to de que la raíces del liberalismo, en tanto que doctrina política, se
encuentran en la Inglaterra de finales del siglo XVII con el Bill of Rights
del 13 de febrero de 1689; en las 13 colonias de América del Norte,
que el 4 de julio de 1776 proclamaron la Declaración de Independencia;
en Francia, tras la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano
del 16 de agosto de 1789; y en el resto de Europa, tanto en los albores
como a lo largo del siglo XIX, debido al resquebrajamiento del Ancien
Regime, como consecuencia del enfrentamiento entre el absolutismo
monárquico confesional y los emergentes movimientos reformistas y
revolucionarios en las nuevas urbes, tras el paso del feudalismo al
capitalismo; circunstancias que dieron lugar al surgimiento de insos-
pechadas realidades cualitativas en los ámbitos filosófico, político,
económico, social y cultural.

141
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

El liberalismo, en tanto que doctrina política, inspiró, según Rodri-


go Borja, la forma republicana de gobierno y la forma democrática de Estado,
al tiempo que en el plano económico se fundamentó sobre el sistema
capitalista de producción y distribución de bienes. Otro rasgo característi-
co del liberalismo político, que se manifiesta a partir de la eclosión re-
volucionaria primero en los Estados Unidos, tras la Declaración de
Independencia, y luego en Francia, a raíz de la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano, es el nacionalismo.

Para la época en que comenzó a cristalizarse y, sobre todo, por su


naturaleza revolucionaria y modernista, el nacionalismo es contrario
al sistema absolutista que predominó durante el feudalismo. Tanto
el liberalismo como el nacionalismo (y el sistema democrático de go-
bierno), surgieron durante el período transcurrido entre 1789 y 1848;
período que Eric Hobsbawn ha denominado acertadamente “la Era de
la Revolución” porque supuso “la mayor transformación en la historia
humana desde los remotos tiempos en que los hombres inventaron la
agricultura y la metalurgia, la escritura, la ciudad y el Estado. Esta
revolución, agrega el eminente historiador británico, “transformó y
sigue transformando [desde entonces] al mundo entero”.

Pero, a fin de comprender y contextualizar objetivamente el con-


tenido y alcance revolucionarios del pensamiento liberal preconizado
por Juan Pablo Duarte a favor del colectivo dominicano de mediados

142
del siglo XIX, permítaseme insistir en el tema del nacionalismo como
doctrina política.

Se sabe que el liberalismo, lo mismo que el nacionalismo, es una


doctrina política que tiene su punto de partida en los movimientos
revolucionarios de finales del siglo XVIII tanto en Estados Unidos
como en Europa, específicamente en Francia. En América Latina am-
bos fenómenos tuvieron un impacto decisivo en el decurso de los mo-
vimientos independentistas entre 1804 y 1825, mientras que en la pe-
nínsula ibérica, las conmociones revolucionarias que estremecieron a
los diferentes conglomerados étnicos que conformaban y conforman
el pueblo español, el liberalismo y el nacionalismo se manifestaron a
partir del movimiento independentista que se inició el 2 de mayo de
1808.

De acuerdo con los enciclopedistas franceses, la nación era el pueblo


que se constituía en el Estado nación. La Nación, por su parte, es una
entidad política definida por los límites del Estado; una unidad geo-
gráfica identificada por fronteras naturales o por alguna otra caracte-
rística territorial histórica; un pueblo autoconsciente de su identidad
y unidad comunes; y, finalmente, un colectivo caracterizado por ras-
gos afines como el lenguaje, origen étnico similar, religión y pasado
histórico-cultural comunes.

En este punto conviene subrayar que de alguna manera esos fenó-


menos sociales contribuyeron a inspirar y conformar el pensamien-
to político liberal que asimiló y preconizó Juan Pablo Duarte, quien,
cuando tuvo la oportunidad de viajar a Europa en el lapso 1824-1832,
y radicarse en España, específicamente en Barcelona, ya tenía refe-
rencias de que en la América hispánica se habían proclamado inde-
pendientes los siguientes pueblos: Haití, 1804; Paraguay, Venezue-
la, Ecuador, 1811; Colombia, 1813; Argentina, 1816; Chile, 1818; Perú,
México y Santo Domingo, 1821; Confederación Centro Americana en
1825 (que luego se escindió en El Salvador, Guatemala, Honduras,
Nicaragua y Costa Rica); Brasil, 1822; y Bolivia, en 1825.

Durante su permanencia en el extranjero, Juan Pablo Duarte fue


testigo de extraordinarias transformaciones revolucionarias que ex-

143
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

perimentaron los Estados Unidos y Europa, especialmente España,


que entre 1815 y 1848 fue estremecida por incesantes conflictos po-
líticos escenificados por los defensores del antiguo régimen absolu-
tista y por aquellos que luchaban por implantar la ideología liberal y
el sistema económico de libre competencia por el que propugnaban
las burguesías emergentes. Consecuentemente, en España se luchó
contra la ocupación francesa; se abogó por la independencia del suelo
español al amparo de una ideología renovadora que albergaba nuevas
energías nacionales, inspirada en el romanticismo literario que en-
frentó a sectores que posteriormente, en el caso de la parte española
de la isla de Santo Domingo, no resultarían desconocidos para Duar-
te: conservadores, que preferían mantener las cosas tal y como esta-
ban; tradicionalistas y reformistas, que preconizaban una que otra
reestructuración del sistema, pero, en esencia, sin introducir cambios
sustanciales que beneficiaran al colectivo; y finalmente la clase de los
liberales nacionalistas.

En España, Duarte fue testigo del legado de las luchas políticas


progresistas que abogaban por la independencia de la ocupación
francesa. Asimismo, el futuro fundador de la República Dominicana
pudo entonces constatar la influencia que tuvo en esas generaciones
de españoles la Constitución de Cádiz de 1812. Comprobó, también,
la eficacia que desempeñó la masonería como artífice de los movi-
mientos revolucionarios que presenció, al igual que un conjunto de
sociedades patrióticas que luchaban por implantar, en contraposi-
ción al decadente estado absolutista, un liberalismo económico y un
romanticismo espiritual, cuyo ámbito de acción fueron Madrid y Bar-
celona, especialmente esta última ciudad –donde Duarte estableció
residencia– que fue “centro de la vorágine liberal…, y foco del único
núcleo burgués importante de España”.

Se puede afirmar, pues, que una vez en España, Duarte también


presenció la gestación del llamado partido carlista, aun cuando fue
después de la muerte de Fernando VII en 1833 cuando se produjo el
alzamiento de su hermano Carlos de Borbón, quien se oponía a la re-
gencia de María Cristina de Borbón (madre de la niña Isabel II, here-
dera del trono), y ya para esa época el futuro fundador de la sociedad
secreta La Trinitaria había regresado a su país.

144
Se ha dicho que el nacionalismo, en tanto que teoría o doctrina po-
lítica, define claramente los conceptos de “pueblo” y “nación”, a los
que atribuye un derecho natural a la auto emancipación y auto go-
bernación; es decir, que las comunidades que habitan esos pueblos o
naciones tienen pleno derecho para establecer, por sus propios recur-
sos y potencialidades, un Estado nación soberano e independiente,
basado en un sistema político que, a diferencia del absolutismo, que
se sustenta en la monarquía, es de naturaleza democrática y se funda-
menta principalmente en el gobierno de tipo republicano.

Si se estudian cuidadosamente los escasos documentos que se con-


servan de Juan Pablo Duarte, tales como el Diario de su hermana, Rosa
Duarte y Diez, algunas cartas dirigidas a sus compañeros de lucha y,
en especial, su Proyecto de Constitución o Ley Fundamental, escrito
entre marzo y julio de 1844, se podrá constatar cuan claramente defi-
nidos aparecen, en el corpus doctrinal del líder del partido trinitario,
los conceptos de nación, pueblo, soberanía nacional, independencia nacional
y dominación extranjera.

A su regreso al país, Duarte encontró a su pueblo prácticamente


en las mismas condiciones en que lo había dejado varios años atrás.
El colectivo, contra su voluntad, desde 1822 formaba parte de la Re-
pública haitiana; y habiendo tenido Duarte la oportunidad de ser
testigo en Europa de las luchas libradas por grupos étnicos y cultu-
rales distintos por constituirse en Estado nación independiente, es
lícito conjeturar que el patricio era consciente de que entre las co-
munidades dominicana y haitiana, diferentes en sus composiciones
histórico-culturales, no era posible conformar una nación fusionada
bajo las directrices de un solo gobierno. Lo que se imponía era una
separación pacífica, si fuese posible, o violenta, si se producía algu-
na resistencia por parte de los dominadores, para entonces proceder
a la proclamación de una República libre e independiente de toda
dominación extranjera. En su lucha redentora, Duarte encontró todo
tipo de escollos y obstáculos y, al igual que los independentistas de
Barcelona y Madrid, tuvo que enfrentarse a sectores que adversaban
su proyecto revolucionario por considerar que los dominicanos no
estaban en condiciones de proclamarse independientes sin la tutela

145
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

de una potencia extranjera, ya fuera bajo la modalidad de un protec-


torado o de la anexión.

Conviene resaltar que a su llegada al puerto de Santo Domingo, en


el año 1832, cuando sus familiares y amigos fueron a recibirle, es fama
que el Arzobispo de Santo Domingo, Tomás de Portes e Infante, le
preguntó a Juan Pablo Duarte por lo que más le había impresionado
durante su estada por Europa, y la respuesta del joven revoluciona-
rio fue la siguiente: “Los fueros y libertades de Barcelona; fueros y
libertades que espero demos nosotros un día a nuestra Patria”. Esa
respuesta constituye una clara evidencia de que ya Duarte se había
convertido en un auténtico nacionalista y en un romántico por excelencia. Su per-
manencia en Barcelona, que como señalé anteriormente coincidió con un
período de intensa actividad revolucionaria, le permitió conformar su pen-
samiento liberal y nacionalista. En su Proyecto de Constitución, al referirse a
los poderes del Estado, Duarte consideró que éstos debían ser cuatro y no
tres. Además de los poderes Ejecutivo, Judicial y Legislativo, el Patricio estimó
apropiado incluir el Poder Municipal.

Sin duda, Duarte había estado influenciado por los postulados políticos
de la Constitución de Cataluña de 1702; y si se analiza meticulosamente el
proyecto de Ley Fundamental que nos legó el Padre de la Patria, se podrá
advertir cierta coincidencia, en algunos de sus artículos (incluso en la forma
en que están redactados), con la Constitución del Principado de Cataluña
a que he hecho referencia. Existe consenso, además, entre los estudiosos de
la vida de Juan Pablo Duarte, de que éste también tuvo conocimiento del
texto de la Constitución de Cádiz de 1812 y es casi seguro que lo tuviera
como modelo para redactar su célebre Proyecto de Ley Fundamental.

Duarte, es innegable, devino un fiel intérprete de las corrientes políticas


más avanzadas de su época, que irradiaban hacia el llamado Nuevo Mundo
desde la vieja Europa. La Declaración de Independencia americana, redac-
tada entre otros por Thomas Jefferson, proclamó que los hombres poseen
ciertos derechos inalienables, a saber: la vida, la libertad y la búsqueda de la fe-
licidad. La función del gobierno, sentenciaba, consistiría en preservar esos
derechos naturales y, en caso de no cumplir con esa sagrada misión, los
gobernados, entonces, tenían el derecho de sublevarse.

146
La Revolución Francesa, en cambio, tuvo repercusiones a escala uni-
versal al proclamar los principios inmortales que darían sentido y alcance
global a ese extraordinario fenómeno social y que servirían de fuente de
inspiración para los demás pueblos del orbe que vivían bajo la égida del
ancien regime y que padecían los rigores de la servidumbre feudal.

Mientras que la Declaración de Independencia americana hablaba del


derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, la Declaración de
los Derechos del Hombre y del Ciudadano preconizaba “los derechos natu-
rales e imprescindibles” de todos los hombres en el sentido de “la libertad,
la seguridad y la resistencia a la opresión”. Los norteamericanos condicio-
narían o, más bien, limitarían su consigna libertaria al afirmar que “todos
los hombres nacen igualmente libres e independientes”; los franceses, en
cambio, con mucha mayor precisión, proclamarían que “Los hombres na-
cen y permanecen libres e iguales en derechos”.

Al referirse a los derechos inherentes al pueblo dominicano, esto es, a


todos los ciudadanos oriundos de la parte española de la isla de Santo Do-
mingo, Duarte concibió la independencia nacional como “la fuente y ga-
rantía de las libertades patrias, la Ley Suprema del Pueblo Dominicano”.
Además de que la nación dominicana, decía, era “la reunión de todos los
dominicanos”, en su concepto el pueblo dominicano debía ser “siempre li-
bre e independiente de toda dominación extranjera” y jamás “patrimonio
de familia ni de persona alguna propia y mucho menos extraña”.

A diferencia del sistema monárquico, de naturaleza unipersonal y des-


pótica, el tipo de gobierno que Duarte anheló para su pueblo era el demo-
crático, republicano y representativo: “Puesto que el Gobierno se establece
para el bien general de la asociación y de los asociados –escribió–, el de
la Nación Dominicana es y deberá ser siempre y antes de todo, PROPIO
y jamás ni nunca de imposición extraña bien sea ésta directa, indirecta,
próxima o remotamente; es y deberá ser siempre POPULAR en cuanto a su
origen, ELECTIVO en cuanto al modo de organizarle, REPRESENTATI-
VO en cuanto al sistema, REPUBLICANO en su esencia y RESPONSABLE
en cuanto a sus actos. Una ley especial determinará su forma…”

Como se puede constatar, el credo político liberal de Juan Pablo Duarte


no concebía compromisos de ninguna especie; ni admitía intromisiones de

147
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

poderes extranjeros, salvo que se tratara de diáfanas relaciones entre Esta-


dos soberanos. Tampoco consentía en que a cambio de alguna ayuda –por
perentoria que ésta fuese–, los dominicanos cedieran una sola pulgada de
su territorio, porque ello constituía, según su particular cosmovisión, una
precondición sine qua non para la ulterior ocupación de la isla completa.
Esta percepción de Duarte coincidía con la tesis de los legisladores haitianos
en tiempos de Toussaint Louverture. Ciertamente, ninguna potencia impe-
rial de la época que en determinado momento ocupara una de las partes de
la isla, no se conformaría hasta tanto extendiera su dominio sobre todo el
territorio insular. Los ulteriores planes y acciones proditorias de Francia, In-
glaterra, España y, finalmente, de Estados Unidos –a raíz de estos últimos
proceder a la aplicación de la Doctrina Monroe –confirman esa tesis acerca
de la inalienabilidad del territorio de la isla de Santo Domingo.
“Como se puede constatar, el credo político liberal de Juan
Pablo Duarte no concebía compromisos de ninguna especie;
ni admitía intromisiones de poderes extranjeros, salvo que se
tratara de diáfanas relaciones entre Estados soberanos”.
Se ha discutido mucho en torno de si en 1844, tras la proclamación de la
República Dominicana, los dominicanos tuvimos o no independencia ple-
na. Incluso ha habido eminentes pensadores dominicanos, como el doctor
Pedro Henríquez Ureña, quienes han sostenido que la independencia na-
cional se materializó luego de un largo proceso de gestación, nacimiento y
desarrollo que se inició en 1821 y se cristalizó finalmente en 1874, cuando
culminó la guerra de los Seis Años contra el general Buenaventura Báez y
llegó a su término lo que el propio Henríquez Ureña denominó “el proceso
de intelección de la idea nacional”.
No cabe dudas de que, como todo gran acontecimiento histórico, la
independencia nacional no fue obra de unos cuantos hombres, ni mucho
menos se materializó plenamente en un solo día. Se trató de un proceso
social y político a través del cual el pueblo de Santo Domingo, o, lo que es
lo mismo, el pueblo dominicano, fue adquiriendo conciencia de su verda-
dera identidad cultural e histórica y de su genuina vocación por el sistema
democrático, por el Estado nación libre e independiente bajo la modalidad
de una República. Lo que no puede soslayarse es que el primer y más alto
exponente del pensamiento liberal y nacionalista dominicano en el siglo
XIX fue el general Juan Pablo Duarte, Fundador de la República y Padre
de la Patria.

148
Referencias
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mingo, Editorial Arte y Cine, C. por A., 1966.
Balcácer, Juan Daniel: El pensamiento político de Juan Pablo Duarte. Santo Do-
mingo, Cátedra Abierta Juan Pablo Duarte, Universidad Católica Santo
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Balcácer, Juan Daniel y García Arévalo, Manuel: La independencia dominica-
na. Madrid, Editorial Mapfre, Colección Independencias de Iberoamérica,
1992.
Borja, Rodrigo: Enciclopedia de la política. México, Fondo de Cultura Econó-
mica, 1998. Primera reimpresión.
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rial Tecnos, 1999, segunda edición.
Duarte, Juan Pablo: “Proyecto de Ley Fundamental”, inserto en Apuntes de
Rosa Duarte. Archivo y versos de Juan Pablo Duarte. Edición y notas de E. Rodrí-
guez Demorizi, C. Larrazábal Blanco y V. Alfau Durán. Instituto Duartia-
no, Vol. I, Editora del Caribe, C. por A., 1970.
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la biografía del general dominicano Juan Pablo Duarte y Diez”, códice me-
jor conocido como Diario de Rosa Duarte, inserto en Op. Cit.
Franco Pichardo, Franklin J.: Historia de las ideas políticas en la República Domi-
nicana. Santo Domingo, Editora Nacional, 1981.
Hobsbawm, Eric: La era de la revolución, 1789-1848. Barcelona, Crítica, Grijal-
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Pérez Memén, Fernando: El pensamiento dominicano en la Primera República


(1844-1861). Santo Domingo, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ure-
ña, 1993.

Vicens Vives, J., Director: Historia de España y América Social y Económica. “Los
siglos XIX y XX. América Independiente”, Vol. V, Barcelona, Editorial Vicens-
Vives, 1972.

Vilar, Pierre: Historia de España. Barcelona, Editorial Crítica, 1978.

149
El pensamiento
y la acción de
Juan Pablo Duarte Adriano Miguel Tejada¹
“Cuando Duarte viene al orbe, la Revolución Francesa tenía 24 años
de haber cambiado al mundo y un poco más la revolución americana.
Cuando nace, el movimiento independentista de las naciones
sudamericanas está en su apogeo y el vecino Haití hacía nueve años
que se había librado de los franceses”.

Estas palabras tienen que comenzar con una afirmación rotunda: Juan
Pablo Duarte y Diez fue un hombre de su tiempo que vivió intensamen-
te los cambios y el pensamiento político de su época, que supo asimilar y
transformar en energía liberadora hasta crear la República Dominicana.

Ese sueño, que ya tiene 165 años de existencia, es la coronación de una


vida dedicada a la libertad de su Patria y cuya permanencia en el concier-
to de las naciones libres del mundo ofrece la mejor prueba de que Duarte
no se equivocó. Su fe, en momentos en que muchos dudaban, es el mayor
mentís a todos aquellos que pensaban que las debilidades de nuestro suelo
en extensión, población y riqueza, hacían imposible el sueño de una Patria
libre.

Establecido este punto, como observación inicial, pasaremos a analizar


las ideas políticas y filosóficas dominantes en la época que a Duarte le tocó
vivir, esto es, de 1813 a 1876, aunque hay que observar que sus ideas origina-
les, las formuladas al regreso de su viaje por los Estados Unidos y Europa
van a sufrir cambios apenas perceptibles, aunque las mismas, en el viejo
continente, cambiaron mucho con el paso de los años.

1 Profesor universitario, miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la


Historia. Director del Diario Libre.

150
Cuando Duarte viene al orbe, la Revolución Francesa tenía 24 años de
haber cambiado al mundo y un poco más la revolución americana. Cuando
nace, el movimiento independentista de las naciones sudamericanas está
en su apogeo y el vecino Haití hacía nueve años que se había librado de los
franceses.

Duarte tendría nueve años cuando Jean Pierre Boyer oyó decir a José
Núñez de Cáceres en los salones del viejo ayuntamiento de Santo Domin-
go que: “Todos los políticos, trabajando por la Constitución de los Estados
y por esta misma transmutación de diferentes pueblos en uno solo, han
considerado siempre la diversidad de idioma, la práctica de una antigua
legislación; el poder de las costumbres que han arraigado desde la infancia
y la disimilitud de costumbres hasta en la alimentación y el vestido, como
también puede tener una gran influencia en sus decisiones, la contigüidad
de territorio y la proximidad de los límites. La palabra es el instrumento
natural de comunicación entre los hombres: Si no se entiende por medio de
la voz, no hay comunicación, y es ahí ya un muro de separación tan natural
como invencible; como puede serlo la interposición material de los Alpes
y de los Pirineos. En fin, yo no argumento: los hechos han tenido y tendrán
siempre más eficiencia para persuadir que los razonamientos.

La historia nos cuenta que Duarte aprendió a leer y a escribir muy joven y
que todos sus maestros le tenían afecto porque era aplicado y disciplinado.
Tomó clases de filosofía y, atendiendo a su aplicación y a la estrechez del

151
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

medio en que vivía, es que su padre, Juan José Duarte, decide aprovechar el
viaje que realizaría un amigo de la familia, el comerciante Pablo Pujols, por
Europa, pasando por los Estados Unidos.

Para esta época, 1829 Duarte tendría unos 16 años y va a emprender un


viaje que será decisivo en la formación de sus ideas y en la configuración
de su personalidad romántica, liberal y populista, en el buen sentido del
término, como ha señalado el académico Raymundo Manuel González De
Peña.
Como ha expresado este distinguido académico, “desde fines del siglo
XVIII e inicios del XIX la antigua parte española de Santo Domingo ya se
debatía en una crucial incertidumbre. Si lo dijéramos en términos actuales,
tendríamos que decir que el conglomerado dominicano atravesaba por una
crisis de identidad. La “célebre y popular quintilla… del padre Vázquez”,
cura de San Rafael y Dajabón, pueblos de la frontera norte del país, la ex-
presaba con los versos más elocuentes:
“Ayer español nací,
A la tarde fui francés,
A la noche etíope fui,
Hoy dicen que soy inglés:
¡No sé que será de mí!”
Es precisamente con esa carga emocional que Duarte encuentra en el na-
cionalismo, expresión temprana del romanticismo, en el liberalismo y en el
populismo español, la solución al problema teórico y esencialmente prácti-
co de la identidad nacional. Los Estados Unidos y, particularmente Europa,
le van a mostrar el camino de las ideas y de la acción revolucionaria.

¿Cuáles eran las ideas políticas en boga en esas naciones y cuáles va a


aprovechar Duarte para su labor revolucionaria?

Cuando Duarte llega a Europa, las ideas de moda eran el liberalismo y


el romanticismo. Este último movimiento va a influir decisivamente en el
Patricio, pues como ha expresado don Emilio Rodríguez Demorizi en su
opúsculo “Duarte Romántico, “todo en él se mueve dentro del ámbito más
definidamente romántico: su vida en el Viejo Mundo en un momento ro-
mántico culminante; su retorno a la Patria con el caudal de su experiencia

152
romántica, en los oscuros días del cautiverio haitiano, para convertir toda
esa experiencia en acción liberadora; su actividad revolucionaria, neta-
mente romántica, animada por las nuevas armas del romanticismo: la poe-
sía, los libros, el teatro, las sociedades conspirativas. En su constructiva
rebeldía, se afirma en su magisterio, en sus angustiosos versos…, en su vida
errabunda y en su soledad… en sus nostalgias, en su desolación… en todos
los aspectos de su vida atormentada y miseranda, se manifiesta su acendra-
do romanticismo”.

Juan Pablo Duarte, el hijo de Manuela Diez, tuvo el extraordinario pri-


vilegio de ser espectador –directo o indirecto– del máximo escándalo ro-
mántico de todos los tiempos: el estreno de “Hernani”. Quizás estaba en
aquel momento singular en París; quizás, con mayores posibilidades, en
Barcelona, pero siempre en un punto de febril agitación romántica…

Como se sabe, “la hora triunfal del romanticismo francés fue la del es-
treno de “Hernani”, el 25 de febrero de 1830, verdadera batalla victoriosa
librada contra los clasicistas… y que devino célebre hasta por detalles pin-
torescos como el del chaleco rojo que Gautier ostentaba en la ocasión a
manera de enseña desafiante contra los adversarios de Hugo”.

La repercusión que tuvo este movimiento en Duarte se puede notar en el


testimonio de un conocedor de la vida de la época, quien afirmó que “los
chalecos eran generalmente de color blanco y negro. Se comenzaron a usar
de otros colores en el año 1832 cuando Duarte regresó de Europa y le trajo
a sus amigos como obsequio unos muy finos que estaban de moda en París.
A Felipe Alfau le regaló uno rojo muy elegante”… Era, sin dudas, el chaleco
rojo de los románticos.
Jean Touchard, en su “Historia de las Ideas Políticas”, señala algunos
rasgos del romanticismo político, entre los que podemos citar:
1. El sentido del espectáculo (del drama, el heroísmo, el sacrificio, la gran-
deza, la sangre derramada).
2. Una concepción sentimental y elocuente de la política.
3. La piedad, piedad hacia los humildes.²

2 Touchard, Jean. Historia de las Ideas Políticas. Madrid. Editorial Tecnos.1987. Pág.402

y ss.

153
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

El segundo elemento que influyó en Duarte es el liberalismo político,


el cual es muy difícil presentar como una unidad monolítica, pero que en
tiempos de Duarte significaba lo opuesto al despotismo, fundamento doc-
trinal del gobierno representativo y de la democracia parlamentaria o re-
presentativa.

Como explica Andrés Serra Rojas, en su “Ciencia Política”, el liberalis-


mo político designa una forma de régimen político que se funda en estas
nociones:
1. La afirmación de los derechos fundamentales del hombre y del ciudada-
no, tal como se proclamaron en la Revolución Francesa.
2. Un sistema democrático basado en la elección de los gobernantes por
los gobernados.
3. Exalta la libertad del ciudadano, que se expresa esencialmente por el
voto.
4. Reconocimiento de la división de poderes en la estructura del Estado.
5. Una forma de régimen político que se funda en el parlamentarismo y en
la pluralidad de los partidos políticos.
6. La concepción de un Estado árbitro a nombre del interés general.
7. Proclamación de la igualdad de todos ante la ley.³

Otra opción a considerar ha sido la reivindicada por el académico Gon-


zález y que se define como el “populismo” suareziano vigente en España
y América. El profesor Manuel Giménez Fernández ha planteado ya hace
bastante tiempo la tesis de que: “la base doctrinal general y común de la
insurgencia americana, salvo ciertos aditamentos de influencia localizada,
la suministró … la doctrina suareziana de la soberanía popular, tendencia
–perfectamente ortodoxa dentro de su inflexión voluntarista– de la teoría
aquiniana del Poder Civil, que exige … una coyuntura existencial, para que
revierta al común del pueblo la soberanía constitucionalmente entregada a
sus órganos legítimos”.

Todavía a inicios del siglo XIX era patente, según Giménez Fernández:
“la persistencia de la concepción populista frente al absolutismo oficial”.

3 Serra Rojas, Andrés. Ciencia Política. México. Editorial Porrúa. 1985. Pág. 715.

154
Refiriéndose a la metrópoli española, tras la reacción conservadora que si-
guió a Bayona (1808) que entronizó de nuevo el absolutismo (1820), triunfó
el liberalismo anticlerical (1820) de las doctrinas populistas; se formaron
dos síntesis doctrinales: una fidelista y otra republicana, la última triunfó
políticamente. Ésta última es la que precisamente reivindica Duarte con
sus planteamientos.4

La doctrina de Francisco Suárez, por su fuerte arraigo en el cristianismo,


le va a dar a Duarte el trasfondo doctrinal para enmadejar el cristianismo,
el republicanismo y el sentido ético de la actividad política.

Y Juan Isidro Jimenes Grullón se refiere a ese momento de Duarte y de la


humanidad y aporta un dato significativo: “Cuando regresó al país, declaró
que lo que más lo había impresionado durante su estancia en Europa fue-
ron “los fueros y libertades de Barcelona”. Pues bien: se trata de conquistas
logradas por Cataluña durante el Medioevo, y que los “carlistas” –muerto
ya Fernando VII– defendieron, al igual que hicieron con la monarquía y
la religión católica. Historiadores contemporáneos precisan, refiriéndose a
este punto, que en la guerra civil desatada por el “carlismo” entonces, sus
consignas básicas fueron: “Dios, Patria, Rey, Fueros”, principios político-
religiosos de tipo tradicionalista que las masas campesinas sustentaban
con fervor. Al fundar “La Trinitaria”, Duarte hizo uso de los dos prime-
ros en calidad de lema, agregando los de libertad y República Dominicana.
Evidentemente, sigue diciendo el sociólogo, el agregado era un producto
del romanticismo liberal que él también sustentaba, pero el hecho de que
apareciera junto a los otros demuestra que el lema respondió tanto a este
último como al romanticismo histórico. Voy más lejos: estimo que lo que
más contribuyó a que en su mente surgiera la idea de la nueva República
fue precisamente el tipo de romanticismo recién citado”.5

Cuando se analiza en su conjunto el pensamiento del Padre de la Patria,


los conceptos liberales, románticos, republicanos y nacionalistas, salen a
relucir en la mayoría de sus frases y en sus versos.
4 Cf. Manuel Giménez Fernández. “Las doctrinas populistas en la independencia de
América”. En Anuario de Estudios Americanos, Vol. III, Sevilla, 1946, p. 521. Citado por
González.
5 J. I. Jimenes Grullón. “La ideología revolucionaria de Juan Pablo Duarte”. En VV.AA.,
Duarte y la Independencia Nacional, Santo Domingo, INTEC, 1975.

155
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Otros elementos importantes en las ideas políticas del Padre de la Patria


son su acendrado catolicismo, al punto que un amigo le sugirió que adop-
tara los hábitos sacerdotales, y su conocimiento de la masonería, de la que
formó parte activa. El uso de códigos, señales y otros medios de comunicar-
se y ocultar la identidad, forman parte de la tradición masónica.

Recordemos los principios fundamentales y comparemos brevemente


con la visión del Patricio:

Sabemos que del romanticismo político surge el valor del drama perso-
nal del heroísmo, del sacrificio, de la grandeza, y de la sangre derramada.
Duarte, como puede apreciarse en estos párrafos, es un “varón de dolores”,
como lo ha llamado uno de sus biógrafos.6 Por eso afirma, al regresar a la
Patria en 1864:

“Arrojado de mi suelo natal por ese bando parricida que empezando por
proscribir a perpetuidad a los fundadores de la República ha concluido por
vender al extranjero la Patria, cuya independencia jurara defender a todo
trance, he arrastrado durante veinte años la vida nómada del proscrito”.

“Sonó la hora de la gran traición..., y sonó también para mí la hora de la


vuelta a la Patria: el Señor allanó mis caminos...”

Para concluir con: “Por desesperada que sea la causa de mi Patria, siem-
pre será la causa del honor y siempre estaré dispuesto a honrar su enseña
con mi sangre”.

Sobre la concepción sentimental y elocuente de la política, la encontra-


mos en su conocida frase: “La política no es una especulación; es la Ciencia
más pura y la más digna, después de la Filosofía, de ocupar las inteligencias
nobles”.

Y la piedad hacia los humildes se hace patente en este otro párrafo de


Duarte: “La Nación está obligada a conservar y proteger por medio de leyes
sabias y… sin olvidarse para con los extraños, a quienes también se les debe
justicia, de los deberes que impone la filantropía”.

6 Cf. Balaguer, Joaquín. El Cristo de la Libertad.

156
Del liberalismo político, Duarte hace suya la afirmación de los derechos
fundamentales del hombre y del ciudadano, tal como se proclamaron en la
Revolución Francesa.

Y aquí vale la pena reflexionar sobre un tema tratado magistralmente


por el Dr. Vetilio Alfau Durán. Se trata del concepto de la unidad de las
razas.

Duarte comprendió que la independencia no podría tener lugar con ex-


clusivismos y por eso incluyó el tema de la unidad de las razas en su pro-
yecto de Constitución que rompió en un arrebato ante la incomprensión
de sus compañeros de La Trinitaria sobre la importancia del concepto.

Como cuenta Rosa Duarte, “…casi todos eran muy jóvenes los que re-
unidos el año 1838, el 16 de julio, a las once de la mañana a los sacrosantos
nombres de: Dios, Patria y Libertad, República Dominicana; se proclama-
ron en Nación Libre e independiente de toda dominación, protectorado,
intervención e influencia extranjera, jurando libertad, la patria o morir en
la demanda, declarando además, que todo el que contrariare de cualquier
modo los principios fundamentales de nuestra institución política se co-
loca ipso facto y por sí mismo fuera de la Ley, que la Ley no reconocería
más nobleza que la de la virtud, ni más vileza que la del vicio, ni más aris-
tocracia que la del talento, quedando para siempre abolida la aristocracia
de sangre como contraria a la unidad de la raza, que es uno de los gran-
des principios fundamentales de nuestra asociación política, combatido y
desaprobado acaloradamente este gran principio fundamental de nuestras
institución, Juan Pablo en un rapto de irritabilidad hizo pedazos la Consti-
tución que estaba escribiendo. Afortunadamente yo recogí lo más esencial,
digo lo más esencial por que para levantar el acta de nuestra independencia
nacional, creo que los demás principios fundamentales aunque de sumo
interés son secundarios y en vista de los que se han salvado, su falta no es
tan lamentable”.

Por eso, el Patricio termina su composición que tituló “El Criollo” con
los siguientes versos:

157
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

“Los blancos, morenos,


Cobrizos, cruzados,
Marchando serenos,
Unidos y osados,
La patria salvemos
De viles tiranos,
Y al mundo mostremos
Que somos hermanos”.7

Otro elemento es un sistema democrático basado en la elección de los


gobernantes por los gobernados, depositarios de la soberanía, como expre-
sa Duarte cuando afirma: “Puesto que el Gobierno se establece para bien
general de la asociación y de los asociados, el de la Nación Dominicana es
y deberá ser siempre y antes de todo, propio y jamás ni nunca de imposi-
ción extraña, bien sea ésta directa, indirecta, próxima o remotamente; es
y deberá ser siempre popular en cuanto a su origen; electivo en cuanto al
modo de organizarle; representativo en cuanto a su esencia y responsable
en cuanto a sus actos”.

Duarte, como buen liberal, exalta la libertad del ciudadano, que debe ser
protegida por los poderes públicos, como en estos textos, en los que diseña
un sistema que impida el establecimiento de la tiranía: “Todo poder domi-
nicano está y deberá estar siempre limitado por la ley y ésta por la justicia,
la cual consiste en dar a cada uno lo que en derecho le pertenezca”.

“La ley, salvo las restricciones del derecho, debe ser conservadora y pro-
tectora de la vida. Libertad, honor y propiedades del individuo”.

“Ningún poder de la tierra es ilimitado, ni el de la ley tampoco”.

La concepción de un Estado árbitro, a nombre del interés general, se


puede apreciar en la frase de que “La Nación está obligada a conservar y

7 Véase el estudio fundamental de Vetilio Alfau Durán. “En torno a Duarte y su idea de
unidad de razas”. En Arístides Incháustegui y Blanca Delgado Malagón (compiladores):
Vetilio Alfau Durán en Clío. Escritos (II). Santo Domingo, Gobierno Dominicano, 1994, pp.
3-21, (Publicaciones del Sesquicentenario de la Independencia Nacional II) y Apuntes
de Rosa Duarte. Archivo y versos de Juan Pablo Duarte, edición y notas de E. Rodríguez
Demorizi, C. Larrazábal Blanco y V. Alfau Durán. Santo Domingo, SEEBAC, 1994,
p.307.

158
proteger por medio de leyes sabias y justas la libertad personal, civil e indi-
vidual, así como la propiedad y demás derechos legítimos de todos los in-
dividuos que la componen…”. Y “Toda ley supone una autoridad de donde
emana la causa eficiente y radical de ésta es, por derecho inherente, esen-
cial al pueblo e imprescriptible de su soberanía”.

En su acendrado nacionalismo, también un valor romántico y liberal en


su primera etapa, no hay que hacer hincapié. Es muy conocida su afirma-
ción: “Nuestra Patria ha de ser libre e independiente de toda potencia ex-
tranjera o se hunde la isla”.
“Como se puede apreciar en este resumen, el bagaje intelectual
que Duarte recogió, en Europa y Norteamérica, las lecciones
de Gaspar Hernández y de sus eminentes profesores, dio
sustancia a su ideal revolucionario de una patria libre”.

Sin embargo, la más viril de sus afirmaciones sobre la soberanía sin má-
culas de nuestra patria es menos conocida. Era rotunda declaración, en
las postrimerías de su vida, es una reafirmación del patriota íntegro que
era Duarte, de la firmeza de sus convicciones y de su creencia en una Pa-
tria libre, sin entrega: “En Santo Domingo no hay más que un pueblo que
desea ser y se ha proclamado independiente de toda potencia extranjera,
y una fracción miserable que siempre se ha pronunciado contra esta ley,
contra este querer del pueblo dominicano, logrando siempre por medio
de sus intrigas y sórdidos manejos adueñarse de la situación y hacer apa-
recer al pueblo dominicano de un modo distinto de como es en realidad;
esa fracción, o mejor diremos esa facción, es y será siempre todo, menos
dominicana; así se la ve en nuestra historia, representante de todo partido
antinacional y enemigo nato por tanto de todas nuestras revoluciones; y
si no, véase ministeriales en tiempo de Boyer y luego rivieristas, y aun no
había sido el 27 de Febrero, cuando se les vio proteccionistas franceses y
más tarde anexionistas americanos y después españoles. Ahora bien, si me
pronuncié dominicano independiente desde el 16 de julio de 1838, cuando
los nombres de Patria, Libertad y Honor Nacional se hallaban proscriptos
como palabras infames, y por ello merecí, en el año de 1843, ser perseguido
a muerte por esa facción entonces haitiana, y por Riviére que la protegía,
y a quien engañaron; si después, en el año de 1844 me pronuncié contra el

159
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Protectorado francés, decidido por esos facciosos, y cesión a esta Potencia


de la Península de Samaná mereciendo por ello todos los males que sobre
mi han llovido; si después de veinte años de ausencia he vuelto espontánea-
mente a mi Patria a protestar con las armas en la mano contra la anexión a
España llevada a cabo a despecho del voto nacional por la superchería de
ese bando traidor y patricida, no es de esperarse que yo deje de protestar,
y conmigo todo buen dominicano, cual protesto y protestaré siempre, no
digo tan solo contra la anexión de mi Patria a los Estados Unidos, sino a
cualquier otra potencia de la tierra, y al mismo tiempo contra cualquier
tratado que tienda a menoscabar en lo más mínimo nuestra Independencia
Nacional y a cercenar nuestro territorio o cualquiera de los derechos del
Pueblo Dominicano”.

Como se puede apreciar en este resumen, el bagaje intelectual que Duar-


te recogió, en Europa y Norteamérica, las lecciones de Gaspar Hernández
y de sus eminentes profesores, dio sustancia a su ideal revolucionario de
una patria libre.

El ejemplo de su vida es una lección de humildad, apego a principios


éticos, desprendimiento y valor personal que ojalá compartieran los domi-
nicanos de todos los tiempos, pues como expresó Manuel de Jesús Galván
a la hora de la muerte del Padre de la Patria: “No se encontrará en toda su
existencia, bien que fecunda y trascendental como pocas, ni una gota de
sangre, ni una mancha de lodo”.

Un hombre cuya trayectoria fecunda y olvidada ha sido retratada ma-


gistralmente por Juan Daniel Balcácer, cuando dice: “Duarte es un singular
ejemplo de devoción y entrega a la causa de la libertad de nuestro pueblo:
por los riesgos y peligros que afrontó en el decurso de esa lucha redentora;
por los innumerables obstáculos que superó a lo largo del proceso inde-
pendentista; por el alto precio político y familiar que pagó, al no brindarse
para que su liderazgo se convirtiera en fuente de discordia entre sus com-
patriotas; y, sobre todo, por el injusto olvido al que fueron relegadas su
vida y su obra política, por virtud del caudillismo y del desmedido culto
a la personalidad imperante en la sociedad dominicana desde la Primera
República”.

160
Quiera Dios que estos encuentros nos permitan conocer mejor el pensa-
miento fecundo del Padre de la Patria, cuya única aspiración, como expresó
cuando fue proclamado Presidente de la República, “Sed justos lo primero,
si queréis ser felices. Ese es el primer deber del hombre; y ser unidos, y así
apagaréis la tea de la discordia y venceréis a vuestros enemigos, y la patria
será libre y salva. Yo obtendré la mayor recompensa, la única a que aspiro,
al veros libres, felices, independientes y tranquilos”.

Ese es el sueño inacabado de la nación dominicana.

161
Duarte y Espaillat:
símbolos del
liberalismo
clásico
dominicano Héctor Luis Martínez1
“El origen del proyecto liberador de Duarte está en
sus vivencias familiares marcadas por el rechazo a la
dominación haitiana, en su vocación por la libertad y en
las lecciones recibidas de Juan Vicente Moscoso, extrañado
de Santo Domingo durante las ocupaciones haitianas de
Toussaint L´ouverture y Jean Pierre Boyer”.

Aclaración necesaria Héctor Luis Martínez1


En fecha reciente recibimos una comunicación de la Dirección General de
Información, Prensa y Publicidad de la Presidencia de la República, en la
que se expresaba la decisión de organizar, en coordinación con el Archivo
General de la Nación, un seminario denominado Retrospectiva y perspectiva
del pensamiento político dominicano, y se nos invitaba a participar en calidad de
expositor en este encuentro de académicos, también reconocido con certe-
za con el subtítulo de “Festival de las Ideas”.
Con tales fines se nos asignó la tarea de presentar un trabajo sobre el pen-
samiento clásico dominicano a partir de sus figuras más prominentes: Juan
Pablo Duarte y Ulises Francisco Espaillat, con la precisión de que debía
cumplir, entre otros requisitos, con la limitación del tiempo a no más de
veinte minutos de exposición. Aceptamos con agrado la tarea, fácil en apa-
riencia, pero complicada si se toma en cuenta la riqueza de análisis implí-
cita en el tema referido.

1 Disertación presentada en el seminario Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político


dominicano, auspiciado por la Dirección General de Información, Prensa y Publicidad
de la Presidencia de la República y el Archivo General de la Nación, a propósito de la
conmemoración del Centenario del Nacimiento de Juan Bosch, agosto de 2009.

162
El contraste de los requisitos planteados con el corto tiempo disponible
para su puesta en práctica explica la necesidad de presentar una exposi-
ción para el gran público, no para especialistas, en la que esperamos predo-
mine la concisión apoyada en argumentos simples, sobrios y equilibrados,
sin que esto signifique sacrificar el rigor que demandan la naturaleza y los
objetivos de este importante encuentro. El reto no es simple, las líneas si-
guientes dirán si lo cumplimos.

Contenido político del liberalismo


Las premisas del liberalismo se expresan en la lucha librada por la bur-
guesía contra la persistencia de ciertos remanentes feudales –presentes
en Inglaterra durante casi todo el siglo XVII y en Francia hasta el siglo
siguiente– que limitaban el libre desarrollo de la economía y defendían la
existencia del Estado con poderes ilimitados. Como respuesta a estas con-
tradicciones, los teóricos políticos del nuevo orden burgués plantearon un
cambio de dirección en el ejercicio del poder que reorientara la relación
entre gobernantes y gobernados, y garantizara a los segundos la protec-
ción de la vida, de la propiedad y de la libertad frente a las restricciones
externas pautadas por la iglesia, el Estado, las tradiciones y la sociedad en
sentido general.2 Con el paso del tiempo, la explicación y justificación de

2 Conceptos fundamentales de la Ciencia Política (2001), Madrid, Ciencias Sociales, Alianza


Editorial, pp. 69-70. También en Várnagy, Tomás (2005), “El pensamiento político de
John Locke y el surgimiento del liberalismo”, bibliotecavirtual.clacso.org.ar.

163
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

esta búsqueda de la libertad plena del individuo pasó a conocerse con el


nombre de liberalismo.
La crítica especializada reconoce sin reservas a John Locke (1632-1704)
como padre del liberalismo político. A casi un siglo de distancia de los au-
tores que dieron contenido de doctrina política a este concepto, Locke,
considerado entre los pensadores más influyentes de la época moderna,
defendió la idea de que la propiedad, la vida, la libertad son derechos na-
turales de los hombres, y que la soberanía sólo emana del pueblo. Estas
conclusiones surgen de la interpretación del contexto en que Carlos II, y su
relevo Jacobo II, intentaron establecer la monarquía absoluta en Inglaterra
luego de la muerte de Oliver Cromwell. También apoyó sus conclusiones
en el análisis de los resultados de la revolución burguesa que había triun-
fado en Holanda en el decenio de 1630, donde permaneció como refugiado
unos cinco años; tiempo que tomó para la revisión de sus obras Ensayo sobre
el entendimiento humano y Carta sobre la tolerancia.
Locke visualizó al Estado como el instrumento encargado de velar por
el cumplimiento de los derechos del ser humano, entre los que siempre
colocó las libertades individuales en primer plano. También incluyó entre
sus objetivos la solución de las diferencias presentadas entre los individuos
sobre la base de la pluralidad y la tolerancia, lo que remite al reconocimiento de
la diversidad de opiniones e intereses presente entre los hombres.
Se trata de una corriente de pensamiento que defiende las mayores cuotas
posibles de libertad individual, que postula una filosofía tolerante de la
vida, en la que el gobernante es un mandatario del pueblo y tiene que ejer-
cer el poder en su beneficio. El pueblo, sostiene Locke, es la fuente original
de la soberanía, no cederá nunca el derecho de resistencia a la opresión. Si
el gobernante, sea persona o una corporación, ejerce de manera despótica
el poder, habrá violado el contrato y es deber, obligación y derecho del
pueblo derrocarlo.3
En sus obras Primer y Segundo Tratado del Gobierno, Locke esbozó la tesis
de la separación de poderes perfeccionada más tarde por Montesquieu.

3 Avelino, F. A. (1981), Historia del Pensamiento Político, Santo Domingo, Editora de la


UASD, p. 342.

164
Entendía que la soberanía, es decir el poder general de hacer de la ley la
necesaria acción de ejecutarla e interpretarla, no debe estar en las manos
de un mismo órgano de gobierno, por lo que defendió la idea de un poder
ejecutivo y otro federativo.
El pensamiento de Locke cobra sentido de síntesis en los análisis de Ben-
jamín Constant, quien define el liberalismo como la tendencia a buscar la
libertad en todas las manifestaciones del ser humano (…), el triunfo de la
individualidad, un cuerpo doctrinario que se concentra en el individuo y
sus derechos sobre la libertad, la igualdad, entre otros.4
En tanto doctrina política, el liberalismo surge a finales del siglo XVIII
como la más efectiva expresión ideológica de la Revolución Francesa, lo
que se tradujo en una de las expresiones ideológicas de la burguesía que
cobra vigencia como modelo sustituto del Antiguo Régimen y que sobre-
vive hasta el siglo XIX, a pesar de la oposición presentada por sus detrac-
tores.
Esta situación resultó del avance logrado por la Ilustración en Europa
desde mediados del siglo XVIII gracias al cuestionamiento de los valores
tradicionales y a la necesidad de superar viejos resentimientos sociales (…).
Vivía la humanidad una época de cambio de sentimientos y de mentalida-
des, de enfrentamientos entre el absolutismo servil y la monarquía consti-
tucional.5
Las características de la doctrina del liberalismo político se resumen en
las siguientes puntualizaciones:
1. Separación de la iglesia y el Estado. Defensa de la libertad de cultos.
2. Desconocimiento de la inmunidad del clero, declara libre la enseñan-
za y el Estado asume la enseñanza pública.
3. Concentración en el individuo y sus derechos.
4. Condicionamiento estatal del ejercicio de las libertades por medio
del orden público.

4 Jimenes Grullón, J. I. (1983), Ideas revolucionarias de Juan Pablo Duarte, Santo Domingo,
Editora Alfa y Omega, p. 19.
5 Uslar Pietri, A. (1992), La creación del Nuevo Mundo, Caracas, Editorial Texto, p. 85.

165
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

5. Reorientación de los conceptos: libertad, nación, felicidad, igualdad,


reforma…
6. División de la nación en dos componentes: el Estado y la sociedad
civil, concebida ésta en función de las garantías de movimiento ofre-
cidas por el primero.
7. Consolidación de la tesis de la separación de poderes basada en el
sistema parlamentario representativo y en el constitucionalismo de-
mocrático.
8. Ampliación legal de las libertades particulares, así como la reducción
del intervencionismo estatal. Defensa de la democracia representati-
va, lo que favorece la igualdad social.
9. Tendencia de los intelectuales a defender la tolerancia y la concilia-
ción, con lo que se enriquecen las ideas de Locke.

Las ideas liberales en la emancipación de América


En el proceso de conformación de la conciencia revolucionaria que desde
los inicios del siglo XIX impulsó la independencia de las colonias españo-
las en América incidieron, entre otros estímulos, la tradición hispánica, la
toma de conciencia (nacionalismo criollo en criterio de Linch) y la Ilus-
tración.
La tradición hispánica se manifiesta con la diferenciación entre los pe-
ninsulares y los criollos. Los primeros defendían el esquema del despotis-
mo ilustrado a partir del crecimiento económico, de la racionalización y la
eficiencia, mientras los criollos se aferraban a las aportaciones liberales y
democráticas de los intelectuales del siglo XVIII. Esta tradición sólo sirvió
de marco de referencia para justificar los postulados autonomistas.6
La toma de conciencia en torno a la defensa de intereses clasistas por par-
te de los despotismos criollos también alimentaba las ideas de la autode-
terminación desde los últimos años del siglo XVIII. Tras ese propósito
actuaron las elites apoyadas en las doctrinas populistas defendidas por

6 Martínez D. (1999), La Independencia Hispanoamericana, Madrid, Talleres Gráficos


Peñalara, p. 49. Mayores detalles al respecto en Linch , J. (2001), América Latina, entre
colonia y nación, Barcelona, Editorial Crítica, p. 161 s.

166
una minoría ilustrada compuesta por jesuitas y criollos formados en uni-
versidades especialmente europeas, luego de fracasar en sus anhelos de re-
forma del modelo colonial, y de los intentos fallidos de tomar el poder por
los mecanismos institucionales. El jesuita Vizcardo Guzmán, por ejemplo,
incitó con su Carta a los españoles americanos a luchar por la independencia
de las colonias. En ciertos pasajes de su obra casi hace una paráfrasis de
ciertos contenidos del Common Sense (1776) de Tomas Paine, autor que jus-
tifica la rebelión de las colonias como rechazo a las miserias padecidas, a
las compensaciones denegadas y por la convicción del derecho a resistir la
opresión.
De igual modo actuó el abate Raynal, quien sostuvo que América sólo
puede pertenecer a sí misma. En Historia filosófica y política de los establecimien-
tos europeos de las Indias (1770), Raynal afirma: Si alguna vez sucede en el
mundo una revolución feliz, vendrá por América. Después de haber sido
devastado, este Mundo Nuevo debe florecer a su vez, y quizá mandar sobre
el antiguo. Será el asilo de nuestros pueblos por la política o expulsados
por la guerra.7
Tan marcada fue la influencia de Paine, que en 1811 el venezolano Manuel
García de Sena publicó en español una antología de sus obras. También
presentó el libro: La independencia de Costa Firme justificada por Thomas Paine
treinta años ha, para lo que se apoyó en textos de la Constitución de los Es-
tados Unidos.
La tercera vía de la asunción del ideal de la independencia en las colonias
americanas fue la de la Ilustración. Sus postulados se difunden desde la
segunda mitad del siglo XVIII, catalogado en 1771 por Diderot como el siglo
de la libertad. Durante ese tiempo se aceleraba la crisis de los valores tradi-
cionales, lo que implicaba resentimientos sociales. Era la época del relevo
del hombre de deberes del Ancien Regimen por el hombre de derechos,
de la sustitución de la fe por la razón en las mentes de los pensadores, del
enfrentamiento entre el absolutismo servil y la monarquía constitucional.8
Esta nueva concepción de cambio giraba en torno a la idea de la libertad, la
igualdad, la tolerancia y la fraternidad, y tomó cuerpo doctrinario (liberal)
con el triunfo de la Revolución Francesa.

7 Ibid., p. 53.
8 Uslar Pietri, op. cit., p. 85.

167
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

A pesar de que pocos pensadores de los ilustrados abogaron por un cam-


bio revolucionario, lo que se explica si se toma en cuenta que no se trata-
ba de un movimiento netamente político,9 el contenido progresista de sus
ideas, la cálida defensa de la libertad y los modelos de organización del Es-
tado que plantearon constituyeron un puente de palabras orientador de la
acción revolucionaria10 para los precursores y adalides de la independen-
cia americana. Muchos criollos conocían al detalle los textos de Voltaire,
Montesquieu, Rousseau –quienes no se identificaron con la revolución–
Betham, Robertson, el abate Raynal e incluso la Enciclopedia, pues esta-
ban presentes en muchas bibliotecas particulares. En la de Antonio Nari-
ño, por ejemplo, destacaban los autores clásicos y contemporáneos cuyos
contenidos eran discutidos en tertulias celebradas con la presencia de per-
sonalidades como Francisco Antonio Zea, Camilo Torres, Pedro Martín de
Vargas y José Caicedo. Nariño tradujo e imprimió en su imprenta, el texto
de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
También el argentino Mariano Moreno tuvo la iniciativa de reproducir el
Contrato Social de Rosseau para enseñar los inalienables derechos del hom-
bre a los estudiantes: la libertad política, la separación de los poderes, el
reconocimiento de derechos ciudadanos, el rechazo a los regímenes despó-
ticos, la distinción entre iglesia y poder, y los postulados roussianos sobre
la nacionalidad. En esta traducción el tema de la religión fue suprimido, lo
que refleja la asimilación de los ilustrados bajo ciertos condicionamientos
propios del tamiz crítico que identificaba a las naciones en gestación. La
muestra más evidente de este espíritu crítico fueron las recomendaciones
de Francisco de Miranda a favor de las lecciones de la independencia de los
EEUU, y contra peligros de la Revolución Francesa.
Simón Bolívar tampoco escapó a la influencia de esta corriente política,
evidenciada en muchos de sus escritos, como la Carta de Jamaica y en el
discurso de Angostura. El propio Libertador, en carta dirigida a Santan-
der, sostuvo que nadie había estudiado tanto como él a Locke, Condorcet,

9 García Laguardia, Jorge Mario, “Independencia, nacionalismo e hispanoamerica-


nismo, El proyecto centroamericano de confederación”, en: Galeana, Patricia, coord.
(2008), Historia Comparada de las Américas, México, D. F., Asesoría Gráfica, pp. 101-123.
10 Linch, J. (2001), América Latina, entre colonia y nación, Barcelona, Editorial Crítica, p. 57.

168
Bufón, D´Alembert, Helvétius, Montesquieu, Rousseau, Voltaire, Bethot,
Hollín...

La praxis liberal de Juan Pablo Duarte


El sentir de la independencia
El rastreo de los hitos que marcan la historia colonial de Santo Domingo
refleja que al término del siglo XVIII existía una frontera, tanto mental
como física, que ponía en evidencia la ruptura entre la sociedad criolla
y la tutela peninsular. Para esos años la sociedad criolla había avanzado
en la fase de construcción de la identidad en función de la asimilación y
reconocimiento de expresiones culturales como el idioma, la religión, las
costumbres y las tradiciones impuestos por los conquistadores. En térmi-
nos de Ubieta Gómez,11 para la confirmación de la toma de conciencia y el
afianzamiento de estas expresiones culturales en el ethos criollo se necesi-
taba su confrontación con otros referentes.
La oportunidad de esta confirmación se presentó con la firma en 1795 del
tratado de Basilea, mediante el cual España cedía a Francia la parte oriental
de la isla de Santo Domingo. Esta medida fue rechazada sin reservas por
los sectores de mayor incidencia en la colonia, como se advierte en una
comunicación del gobernador Joaquín García en la que resume el sentir de
los criollos con la expresión: es que nadie quiere ser francés. Igual de con-
vincente resulta el testimonio que al respecto registró Fernando Portillo y
Torres. Destaca el prelado la conmoción sufrida por una mujer del pueblo
que al enterarse de la cesión de la colonia a Francia exclamó: tierra mía,
patria mía, y luego cayó muerta.
La consolidación de este proceso de ruptura entre lo criollo y lo penin-
sular tuvo mayores estímulos a partir de los inicios del siglo XIX. Los
efectos producidos por la unificación política de la isla llevada a cabo por
Toussaint L’ouverture, la proclamación de la independencia de Haití, el
dominio francés bajo la dirección de Ferrand y el retorno de España como

11 Ubieta Gómez, E. (1993), Ensayos de Identidad, La Habana, Editorial Letras Cubanas,


cap. II y IV. Plantea que el proceso de construcción de la identidad se da en relación
con otros: junto a otros, cuando se trata de referentes positivos, y frente a otros, cuando
se trata de referentes despreciables.

169
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

metrópoli convirtieron a Santo Domingo en un escenario de activa agita-


ción social que anunciaba la asunción del sentir de la independencia. En
ese sentido, los aprestos independentistas conocidos como la conspiración
de los italianos inspirada en el modelo en el Estado liberal del sur de Haití,
y develada en septiembre de 1810, preceden al hito que ubica al Ecuador
como zona precursora de la independencia americana.
Este primer ciclo de expresión del sentir independentista dominicano
concluye con el proyecto de independencia promovido desde finales de
1821 por José Núñez de Cáceres, cuyo fracaso facilitó la segunda unifica-
ción política de la isla –vigente durante 22 años– dirigida esta vez por Jean
Pierre Boyer.
En este contexto, por demás turbulento y de notable agitación social,
nació Juan Pablo Duarte. Sobre esta base forjó y templó su personalidad
y espíritu. Lamentablemente, las fuentes que permiten estudiar la vida y
obra de este dominicano ejemplar se limitan a sus correspondencias y a
los apuntes de su hermana Rosa Duarte. Contrario a la experiencia de los
independentistas de Suramérica, el padre de la patria no habla de su for-
mación en sus escritos, la que puede intuirse del examen de su accionar
político y de su ideario recogido por don Vetilio Alfau Durán.
Se acepta casi de manera absoluta la idea de que el sentir de Duarte por
la independencia despierta con la humillación padecida al abordar la em-
barcación que lo conduciría al extranjero, en la que se le enrostró la condi-
ción de haitiano en desmedro de sus raíces dominicanas. Se trata de una
conclusión simplista que desconecta a los actores sociales del entorno y
contexto en que actúan, lo que, obviamente, no se admite en la ciencia de
la Historia.
El origen del proyecto liberador de Duarte está en sus vivencias familia-
res marcadas por el rechazo a la dominación haitiana, en su vocación por
la libertad y en las lecciones recibidas de Juan Vicente Moscoso, extra-
ñado de Santo Domingo durante las ocupaciones haitianas de Toussaint
L´ouverture y Jean Pierre Boyer. El maestro Moscoso, considerado por sus
colegas como el Sócrates dominicano, acompañó a José Núñez de Cáceres
en su proyecto de independencia, cuya acta firmó, tal vez bajo la influencia
de la conexión indirecta que tuvo con los preceptos de las Cortes de Cádiz

170
durante los años de la España Boba. Gracias a su experiencia y solidez de
su intelecto fue incorporado a los trabajos de la Constituyente de 1844.
Aunque de filiación conservadora, el intercambio dado a finales de los
años treinta entre Gaspar Hernández y Duarte también debió dejar su im-
pronta a favor de la separación.
Las tempranas convicciones políticas de Duarte se enriquecen al tener
contacto con el ambiente todavía más caldeado vigente en Europa durante
su estancia en Barcelona, asiento de las luchas entre liberales y absolutis-
tas, de los fueros libertarios y de la Logia Constante Unión, a la que se
incorporó el fundador de la República. A esto se suma el conocimiento de
la experiencia de las Cortes de Cádiz, promotoras desde 1812 del régimen
constitucional para España, malogrado en 1814 con el retorno de Fernan-
do VII al trono español; y de las iniciativas liberales sustentadas en 1820
por Riego y Quiroga, modelos seguidos por los líderes de la independencia
suramericana, y en el país por José Núñez de Cáceres y Juan Vicente Mos-
coso.
Otras fuentes de influencia en la formación política de Duarte fueron la
Masonería y las sociedades secretas de carácter revolucionario Los Carbo-
narios, Los Templarios, Los Hijos de Padilla y Los Caballeros Racionales.

La acción revolucionaria de Juan Pablo Duarte


Al regresar al país, probablemente a finales de 1832, Duarte aprovechó
los escenarios propicios para compartir con los suyos la idea de la inde-
pendencia. Tras este ideal reparó en detalles como el ingreso a la Guardia
Nacional, la puesta en común de sus experiencias y conocimientos, el reen-
cuentro con los suyos en diferentes actos sociales y la colaboración en El
Dominicano Español, suelto utilizado por Serra para incitar a los dominica-
nos al rechazo de la dominación haitiana.
A partir del modelo de Los Caballeros Racionales, sociedad revoluciona-
ria que protegía al exilio independentista suramericano en España, entre
los que contaba Francisco de Miranda; de Los Carbonarios y La Maso-
nería, en julio de 1838, Duarte fundó la sociedad La Trinitaria. Se sostiene
que en la ceremonia de instalación pidió a los iniciados la asunción del
siguiente juramento.

171
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

“En nombre de la Santísima, Augustísima e Indivisible Trinidad de Dios


Omnipotente: juro y prometo, por mi honor y mi conciencia, en manos de
nuestro presidente Juan Pablo Duarte, cooperar con mi persona, vida y
bienes a la separación definitiva del gobierno haitiano y a implantar una
República libre, soberana e independiente de toda dominación extranje-
ra, que se denominará República Dominicana, la cual tendrá su pabellón
tricolor en cuartos encarnados y azules, atravesados por una cruz blanca.
Mientras tanto, seremos reconocidos los Trinitarios con las palabras sa-
cramentales: Dios, Patria y Libertad. Así lo prometo ante Dios y el mundo.
Si tal hago, Dios me proteja: y de no, me lo tome en cuenta, y mis consocios
me castiguen el perjuro y la traición si los vendo”.12
Se trata de una proclama patriótica de rico contenido, rigor e intensidad,
cuya extensión, unas 130 palabras, evidencia la capacidad de síntesis del
autor. En este documento, de marcada influencia liberal, Duarte supo con-
densar con maestría sin par, los pilares en que, una vez instaurada la Re-
pública, descansarían los rasgos primarios de su identidad.
El primero es el credo religioso que al día de hoy nos distingue. Duarte
inicia el compromiso de la lucha por la independencia con la invocación de
la “Santísima, Augustísima e Indivisible Trinidad de Dios Omnipotente”,
versión ampliada de la expresión inicial de la Constitución de Cataluña:
En nombre de nuestro Señor Jesucristo. Con esta expresión pone de manifiesto,
cual recalcara más adelante en su proyecto de Constitución, una indeclina-
ble devoción y fe en la religión católica.
Como segundo componente destaca su preferencia por la organización
del Estado desde la perspectiva republicana con tal convicción que esta-
blece la identificación de sus pares trinitarios con el lema de Dios, Patria y
Libertad. El tercer elemento consistió en el diseño de uno de los símbolos
patrios dominicanos por excelencia: la bandera nacional, atravesada por
una cruz blanca que, según sus palabras, representa el símbolo de la re-
dención, jamás del padecimiento. En cuarto lugar, dicho juramento ter-
mina con la referencia de las prendas morales de la dignidad y del honor,

12 Tomado de Tena Reyes, J. (1994), Duarte en la historiografía dominicana, Colección


Sesquicentenario de la Independencia Nacional, Santo Domingo, Editora Taller, p. 22.

172
tan distantes hoy en buena parte de los líderes y conductores de nuestra
América.
Duarte tuvo la luz de advertir la viabilidad de la separación de los haitia-
nos y de la proclamación de una República libre e independiente de toda
potencia extranjera. Parte de su grandeza reside en presentar, difundir y
prender esta idea en los diferentes sectores sociales de Santo Domingo,
incluyendo a los libertos que veían con recelos sus afanes por el miedo al
restablecimiento de la esclavitud. Desde la tribuna de La Trinitaria, Duarte
despertó la conciencia de la identidad y el orgullo en los dominicanos (La-
fée, 2003).13
Sin proponérselo, el Fundador de la República se convirtió en precursor
de lo que hoy se ha dado en llamar animación cultural con la integración
del arte a la práctica política. Cual acontecía en España para 1830 con las
representaciones del drama de Víctor Hugo, titulado Hernani, Duarte re-
currió al teatro con el interés de crear conciencia en sus amantes sobre los
valores de la vida en libertad e independencia. A tales fines fundó en 1840
las compañías culturales La Filantrópica y La Dramática con la integra-
ción de los trinitarios de mayores condiciones y confianza. A sabiendas
del valor del uso de la Historia como arma, hizo las veces de apuntador en
la puesta en escena de algunas obras de los autores vanguardistas Vitorio
Alfieri (Roma Libre), Martínez de la Rosa (La viuda de Padilla) y Eugenio
Ochoa (Don Carlos), muy adecuadas cuando se persigue avivar el senti-
miento del honor, las ansias de libertad y la disposición de conquistarla
por la vía revolucionaria.14

Hacia la independencia
El deterioro del régimen de Boyer se hacía más notable en Haití a partir
de 1842, año en que Charles Herard lideraba el movimiento de orientación
liberal conocido como La Reforma, vía de acción en su lucha por el control

13 Ayala Laffée, C. et al (2003), La Familia de Juan Pablo Duarte en la Caracas de 1845-1890,


Instituto Duartiano de Venezuela, Filial del Instituto Duartiano de Santo Domingo,
Santo Domingo, Gráfica William. Discurso pronunciado en Caracas el 26 de enero de
2002.
14 Martínez, Héctor Luis, “La obra revolucionaria de Juan Pablo Duarte”, en País Cul-
tural, revista de la Secretaría de Estado de Cultura, año II, No. 3, feb. 2007, pp. 29-35.

173
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

político del país vecino. Enterado Duarte de estas pretensiones envió a Los
Cayos a Juan Nepomuceno Ravelo y Matías Ramón Mella en calidad de
emisarios. Su interés era concertar acuerdos entre los trinitarios y los re-
formistas haitianos, denotando con esa iniciativa su condición de político
de fino tacto, pues resultaba evidente que la erosión de Boyer en Haití faci-
litaría la independencia de Santo Domingo. Además, esta decisión política
se orientaba por un verdadero nacionalismo revolucionario, y no por un
sentir antihaitiano propio de un chauvinismo desorientado.15
El primer resultado de la alianza concertada entre trinitarios y reformis-
tas se dio en marzo de 1843. Se trató del desconocimiento de Boyer y sus
colaboradores en ambas partes de la Isla poco después del inicio de las
acciones armadas protagonizadas por Herard en su finca de Praslin. El
documento de apoyo fue firmado, entre otros trinitarios, por Juan Pablo
Duarte, Francisco del Rosario Sánchez, Matías Ramón Mella, Juan Isidro
Pérez, Juan Alejandrino Pina, mientras que en representación del movi-
miento liberal de La Reforma firmaron Augusto Bernier, Alcius y Artidor
Ponthieux.
Tras el derrocamiento de Boyer en marzo de 1843 se instaló en Santo Do-
mingo la Junta Popular, gobierno colegiado dirigido por las principales fi-
guras de la Reforma y de La Trinitaria. En reconocimiento de su liderazgo,
a Juan Pablo Duarte se le asignó la coordinación y formación de las juntas,
especie de gobiernos locales, en el Este, ocasión que aprovechó para llevar
el mensaje de la separación a las figuras más prestantes de las comunidades
visitadas. Gracias a estos contactos, los trinitarios ganaron las elecciones
celebradas en junio de ese año, lo que significó el celo y la preocupación de
los aliados haitianos de La Reforma, pues los dominicanos habían encendi-
do la hoguera la independencia con carácter irreversible.
Alarmado por el triunfo electoral de los trinitarios, Herard se trasladó sin
retardo a Santo Domingo con el propósito de frenar el avance del ideal in-
dependentista de los dominicanos. En ese empeño desconoció los resulta-
dos de las elecciones de junio, al tiempo que atropelló, persiguió y profirió
amenazas contra Duarte, tan contundentes que no tuvo mejor opción que

15 Jimenes Grullón, op. cit., p. 26.

174
salir rumbo a Venezuela junto a Pedro Alejandrino Pina y Juan Isidro Pérez
a principios de agosto de 1843.
La prédica por la independencia desarrollada por Duarte había prendido
con firmeza entre los dominicanos, de manera que, a pesar de su ausencia
forzada, de la escasez de recursos y de las amenazas de una facción de los
conservadores, su discipulado más aprovechado, entre los que contaban
Francisco Sánchez del Rosario, Matías Ramón Mella y Vicente Celestino
Duarte, haciendo provecho de las lecciones del Maestro, concertaron con
Pedro Santana y demás conservadores la alianza que selló la proclamación
de la República el 27 de febrero de 1844.
Los años posteriores a la proclamación de la independencia de la Repú-
blica se caracterizaron por la lucha por el poder político que enfrentaba a
conservadores y liberales. Para los primeros, representados por Pedro San-
tana, Buenaventura Báez y Tomás Bobadilla, la anexión del país era inevi-
table debido a la constante amenaza haitiana, pretexto que escondía sus
debilidades como sector social. En cambio, los seguidores de la práctica
revolucionaria de los trinitarios mostraron con firmeza su oposición a todo
cuanto lesionara la causa de la independencia.
Los planes contra la independencia avanzaban gracias al control que te-
nían los conservadores de la Junta Central Gubernativa. Para frustrar esos
planes Juan Pablo Duarte, que había regresado al país poco después de la
proclamación de la República, en junio de 1844, asestó un golpe militar a
la Junta, apresando a Buenaventura Báez y a Tomás Bobadilla, defensores
del protectorado francés, al tiempo que nombró a Sánchez presidente de
la Junta e incorporó a otros trinitarios en dicho organismo. En el plano
militar, Duarte asumió la comandancia de Santo Domingo, en tanto Mella
pasó a comandar la Plaza de Santiago.16 Esta prueba de arrojo, de firmeza
política, provocó manifestaciones de adhesión en las principales plazas po-
líticas del país, lo que debió influir en la decisión de Mella de proclamarlo
presidente de la República a principios de julio del citado año; iniciativa
rechazada por el general Duarte pues consideraba que el poder sólo es legí-
timo cuando emana de la voluntad del pueblo.

16 Enciclopedia Ilustrada de la República Dominicana (2008), EDUPROGRESO, S.A.,


Santo Domingo, Impreso en Colombia, tomo 7, pp. 147-152.

175
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Enterado Santana de los reconocimientos recibidos por Duarte en el Ci-


bao, apresuró el control de la ciudad de Santo Domingo. El 12 de julio de
1844, apoyado en unos 300 hombres, y en la solidaridad del cónsul francés
Saint Denys, el hatero del Este tomó la Junta Central Gubernativa sin pro-
blemas. De ese modo borró la competencia de Duarte declarándolo traidor
a la patria junto a Francisco Sánchez, Ramón Mella; a los coroneles Pedro
Alejandrino Pina y Gregorio del Valle; el comandante Juan Evangelista Ji-
ménez, al capitán Juan José Illas y a Juan Isidro Pérez, ex secretario de
Junta, y condenándolo al exilio perpetuo. Meses después disolvió la Junta
y se hizo proclamar presidente de la República por dos períodos conse-
cutivos de cuatro años cada uno. Esas medidas de fuerza anunciaban el
predominio de los conservadores durante la Primera República coronado
con el anuncio de la anexión de Santo Domingo a España en marzo de 1861,
absurdo que revitalizó el sentir patriótico de Duarte y, en ejemplo sin par
de coherencia ideológica, lo condujo de nuevo al país a ofrecer sus servicios
contra los que llamó orcopolitas.

Proyecto de Constitución de Duarte


El proyecto de Constitución de Juan Pablo Duarte –escrito probable-
mente entre marzo y junio de 1844- resume las primeras expresiones del
pensamiento liberal dominicano. Sus fuentes de inspiración están en la
Declaración de independencia de los EEUU, en las ideas de Jefferson, en
la Constitución de Venezuela y en los fueros de Cataluña y Aragón. Estos
consistían en compilaciones o códigos generales de leyes, los usos y cos-
tumbres que, conservados por una observancia general y constante, llega-
ron a tener con el transcurso del tiempo fuerza de ley no escrita. Incluían
cartas de privilegios o instrumentos de exenciones de gabelas, concesio-
nes, gracias, mercedes, franquezas y libertades.17
A pesar de no superar la condición de borrador, el proyecto de Consti-
tución de Duarte fue la norma jurídica y política de la Junta Central Gu-
bernativa, y base clave de la Constitución de San Cristóbal.18 En la versión

17 Rodríguez Demorizi, E. “Investigación Duartiana”, en Boletín del Instituto Duartia-


no, año VI, No. 10, enero-diciembre 1974, pp. 23-30.
18 Cross Beras, J. (1984), Sociedad y Desarrollo en República Dominicana, 1844-1899, Instituto
Tecnológico de Santo Domingo, Santo Domingo, Editorial CENAPEC, p. 126.

176
parcial que se conoce por iniciativa de Rosa Duarte se desprende que en
este proyecto:
(…) se proponen 34 artículos, de los cuales tienen una numeración suce-
siva a partir del 1, los primeros 24; seis figuran sin ninguna numeración;
cuatro contienen versiones diversas de disposiciones idénticas o similares;
y por último, siete, en dos o tres textos, repiten la numeración pero contie-
nen previsiones diferentes. En suma, son veinte y siete los textos o artícu-
los que constituyen la parte del proyecto que alcanzó a ser formulado en
forma escrita por el Padre de la Patria.19
Duarte se concentra en el concepto de ley y los criterios de aplicación.
Dos de sus textos se refieren a la nación dominicana y a los dominicanos;
uno al territorio nacional, otro a la religión, tres al gobierno; y el último, al
derecho de expropiación por causa de utilidad pública.
Duarte propone la Constitución de la República a partir de una democra-
cia operante, real, capaz de dar respuesta al afán de justicia que distingue
a los pueblos del mundo. Entendía que la libertad debía florecer como un
espléndido acto de comprensión de amor.20 La vía para el logro de este ob-
jetivo debía ser el gobierno establecido para el bien general de la asociación
i de los asociados, el de la Nación Dominicana es i deberá ser siempre i ante
todo, propio i jamás ni nunca la imposición extraña, bien sea ésta directa,
indirecta, o remotamente; es i deberá ser siempre popular en cuanto a su
origen, electivo en cuanto al modo de organizarla, representativo en cuan-
to al sistema, republicano en cuanto a su esencia i responsable en cuanto a
sus actos (sic). Duarte amplió el esquema clásico sobre la separación de los
poderes: legislativo, judicial y ejecutivo, agregándole el poder municipal, y
colocándolo en primer lugar.
Siguiendo la experiencia de los libertadores suramericanos, Duarte esta-
bleció en su proyecto de Constitución que la religión predominante en el
Estado es y deberá ser siempre la Católica y Apostólica, pero sin perjui-
cio de la libertad de conciencia y tolerancia de cultos y de sociedades no
contrarias a la moral pública y caridad evangélica. Con esta visión se daba

19 Salazar, J. E., “Reflexiones sobre el pensamiento político de Duarte”, en Boletín del


Instituto Duartiano, año IV, No. 8, enero-diciembre 1972, pp.7-26.
20 ibid., p.20.

177
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

respuesta al carácter anticlerical de la administración de Boyer, defensor


de la separación entre iglesia y Estado. También respondía a las expectati-
vas de los diferentes credos religiosos, cuya feligresía había colaborado de
diferentes formas en el proceso de separación de los haitianos.

Valoraciones finales
En sus afanes y desvelos por la causa de la redención, Duarte jamás tuvo
espacio para el desvío ni la claudicación. Su indeclinable apego por el bien
patrio le hizo acreedor del amor y admiración de sus coetáneos más cer-
canos, y de todas las generaciones de dominicanos y dominicanas que, si-
guiendo la memoria leal e ingenua de la más pura tradición, valoran por
siempre sus hazañas y ejemplos conservados en el tiempo (…). La vida,
ejemplo y pensar de Duarte forman parte del legado que, haciendo las ve-
ces de antorcha de relevo, ha servido de inspiración para la defensa y cuido
del decoro de la nación, así lo muestran Luperón, Gilbert, Fernández Do-
mínguez, Caamaño y otros tantos convertidos por las circunstancias en
soldados del pueblo y militantes de la libertad.21
En el legado político de Duarte está presente:
• El político prudente y de fino tacto.
• El político que valora, siempre en primer plano, la causa de la patria.
• El forjador de la base jurídica del Estado, sus principios de libertad,
postulados democráticos y la afirmación de los preceptos de la nación
dominicana.
• El político marcado por un nacionalismo radical e intransigente, pero
sin caer en posturas chauvinistas.
• En él reside el más convencido de los liberales dominicanos. Con su
práctica política la corriente liberal cobró cuerpo doctrinario en Santo
Domingo.
• En su ejemplo está presente el político que aboga por el patriotismo
sentimental, por la independencia de los pueblos, por la justicia social y
por la fraternidad humana.22

21 Martínez, H. L., op. cit., pp. 11-12.


22 Patín Veloz, E. “El pensamiento político de Duarte”, en Boletín del Instituto Duar-
tiano, año VII, julio-dic. 1975, Santo Domingo, pp.53-74

178
Ulises Francisco Espaillat: ¿El último de los liberales?
Ulises Francisco Espaillat ocupa un lugar de honor entre las personalida-
des más respetables que ha dado el país. Desempeñó las más importantes
posiciones públicas, incluyendo la vicepresidencia y la presidencia de la
República. Figura importante en la revolución liberal de 1857 y en la Cons-
tituyente de Moca de ese año. Ocupó siempre el lado opuesto a los con-
servadores. Rodríguez Objío lo sitúa como el pensamiento inamovible de
la Revolución Restauradora, en la que ocupó las posiciones de Secretario
de Relaciones Exteriores y vicepresidente del Gobierno de la República en
Armas, cuya sede estaba en Santiago.23 Rodríguez Demorizi comparte esta
opinión al sostener que Espaillat:
Adelantándose a su época, revela, mejor que todos, a través de un siglo,
las fuentes democráticas del Gobierno de la Restauración, porque la reali-
dad es que a los actos del Repúblico, corresponden sus ideas de gobierno
y de bien patrio, suficientes para señalarlo no sólo como el primero de los
ideólogos del gobierno de Santiago, sino como el más esclarecido de nues-
tros ideólogos.24
Como miembro honorario ocupó un lugar especial en las principales so-
ciedades dominicanas, entre las que cuentan: Amigos del País, La Liga de la
Paz, de Puerto Plata, y Amantes de la Luz, de Santiago de los Caballeros.
Junto a Bonó, Espaillat ilustra el proceso iniciado en el país a fines del
siglo XIX de una intelectualidad abierta, flexible y democrática que, sin
oposición política directa de una intelectualidad dogmática y aristocráti-
ca; planea soluciones racionales y viables. En sus visiones combina la expe-
riencia analítica del pasado con una visión sintética del futuro.25
Como periodista político y social analizó con agudeza los causantes
de los males que aquejaban a la nación durante los primeros años de inde-
pendencia, destacando la inexcusable inestabilidad política reinante en el

23 Vicioso, Abelardo, “En la Fragua de la Liberación: Ulises Francisco Espaillat (1823-


1878)”, en Rev. Política, Teoría y Acción, Año 11, No. 120, marzo 1990, pp. 9-15.
24 Rodríguez Demorizi, E., “Elogio del Gobierno de la Restauración”, discurso pro-
nunciado en Santiago el 14 de septiembre de 1963, publicado en la revista Educación,
nos. 1-3, Nueva Época, 1963, pp. 39-50.
25 Pimentel, M. (2001), Liberalismo y autoritarismo, siglos XIX y XX, Santo Domingo,
Editora de la UASD, p. 222.

179
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

país durante los años posteriores a la guerra restauradora. En su estilo de


exposición destaca la tendencia a la comparación y a la ilustración de las
ideas con ejemplos cuidadosamente seleccionados. En tales afanes llegó a
escribir con el pseudónimo de María, otras veces asumía su real identifi-
cación.
La crítica social y política de Espaillat descansa en temas como:
A.- El interés por prestar atención a las demandas del pueblo, de las masas
compuestas por los trabajadores.
B.- Preocupación por problemas institucionales: conducta del poder eje-
cutivo, la justicia, la educación, la libertad, la ley, la descentralización, el
poder desmedido del presidente, el canibalismo político (clientelismo).
Consideraba que el avance de la sociedad debía apoyarse en el trípode
compuesto por la sed de libertad (sustancia de la democracia), de justicia
y de saber. Es esta la tabla de salvación de una sociedad. Dichos compo-
nentes deben actuar combinados, con la salvedad de que la garantía de su
buena acción depende de la posibilidad de que los hombres con cierto gra-
do de educación se pongan a la cabeza de la cruzada por la democracia. En
estos planteamientos su modelo era la sociedad norteamericana vista en un
plano ideal, sin tomar en cuenta su condición de nación imperialista cuya
esencia descansa en someter a las naciones bajo su esfera de influencia.26
En función de este modelo Espaillat defendió el desarrollo de la economía
a partir de la libertad de empresa. Sostuvo que era de la escuela de aquellos
que quieren para el ciudadano toda especie de libertades. Libre de ser el
que tiene el capital, para pedir por el uso o mal uso de su dinero el interés
que le plazca; y libre también debe ser el que lo necesita, para hacer de lo
suyo lo que diere la gana.27 Esta especie de sentencia fue publicada por
Espaillat ante las reacciones que provocaba la práctica de los comerciantes
de prestar al 5% mensual.

26 Mu-Kien, A. (1997), Una utopía inconclusa, auspiciada por el Instituto Tecnológico de


Santo Domingo, Santo Domingo, Editora Amigo del Hogar, p. 184.
27 Los Escritos de Espaillat, edición auspiciada por la Sociedad Amantes de la Luz con el
concurso particular del Estado, Santo Domingo, Imprenta La Cuna de América, 1909,
p. 35.

180
Espaillat veía la concertación de esfuerzos como el arma más efectiva en
la búsqueda de la superación de todos los males que aquejaban la naciente
República. Concebía una especie de acuerdo nacional como:
(…) la alianza entre los antiguos partidos es la sustitución de la ley, con
toda su magestad, a la voluntad de los mandatarios con toda su barbarie,
es el derecho que todos tienen de esperar que los agitadores se queden que-
dos y no continúen arruinando más y más al país..., es el deber de todos los
dominicanos de sostener el estado de cosas impidiendo toda conmoción,
cualquiera que ésta sea, que es el único medio de lograr que se reponga
la fortuna pública, se ilustre la Nación, se organice la Justicia y triunfe la
virtud del vicio... es el deber que todos los pretendientes a los puestos pú-
blicos tienen de esperar que a cada cual le llegue su turno, sin meterse a
inventar evoluciones políticas cuyo resultado cierto es prolongar indefini-
damente el malestar de la Nación, si a más de esto no se agregase el traer a
quien menos se piensa.28

Gobierno de Espaillat
Una convergencia de las principales fuerzas sociales del país logró sacar
a Espaillat del seno familiar y convertirlo en presidente de la República
en marzo de 1876. Su triunfo se dio con el registro de la más alta votación
lograda hasta entonces. Era el primer presidente dominicano sin rango de
general. La condición de civilista lo llevó a decir: gobernaré con maestros,
no con militares. Espaillat había llegado a la presidencia de la República
con el objetivo de respetar y hacer respetar las leyes y la Carta Sustantiva,
realizar administración honesta apoyada en la pulcritud en el uso de los
fondos públicos.
En su discurso de aceptación de la candidatura a la presidencia de la
República, marzo de 1876, sostuvo que los gobiernos no deben temer a la
libertad, ya que representa la fortaleza de los pueblos, de los cuales ad-
quieren los gobiernos su propia fuerza. Esta práctica democrática inspira
y robustece el amor a las instituciones, dando al mismo tiempo estabilidad
a los gobiernos, y asegurando el arraigo y desarrollo de las libertades pú-
blicas.29

28 Ibídem.
29 Ibid., p. 323.

181
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Con Espaillat retornaba el liberalismo azul al poder, de ahí que la compo-


sición de su gabinete incluyera a Manuel de Jesús Peña y Reynoso, minis-
tro de Interior y Policía, Manuel de Js. Galván, Relaciones Exteriores, José
Gabriel García, Justicia e Instrucción Pública, Mariano Cestero, Hacienda
y Comercio, Gregorio Luperón, Hacienda y Marina.
En su programa de gobierno incluía los siguientes componentes:
• Cumplimiento de las penas por parte de los condenados. Agilizar los
casos.
• Prohibición del uso de los presos en servicios particulares.
• Rendir culto a la justicia.
• Restablecer el crédito.
• Impulsar el desarrollo de la industria sin acudir a empréstitos.
• Desarrollar un plan de obras públicas.
• Educar a los campesinos para el mejor desempeño de sus tareas.
• Impulsar el aprovechamiento de las riquezas del país.
• Organizar y disciplinar el ejército.
• Estimular el desarrollo de la instrucción pública.
Entre las medidas tomadas por Espaillat con el propósito de aliviar el
caos que en todo orden reinaba en el país destacan la supresión de gas-
tos políticos: regalías, dietas y otra prebendas, aplicación de un plan de
ajustes orientado a enfrentar la escasez en las finanzas públicas, buscó la
anulación de las revoluciones a partir del respeto a las instituciones y de la
tolerancia a tono con lo establecido por la ley. Para Espaillat:
La tolerancia de las opiniones legalmente manifestadas, da más derecho
a las autoridades para ser rigurosamente exactos en el cumplimiento de la
ley con aquellos que pongan en peligro la sociedad (…). La Constitución
trae en su art. 13 y en sus párrafos 1 y 2, así como en el 14 y su párrafo 1, la
manera de proceder respetando las garantías y poniendo las leyes en eje-
cución con la brevedad que hace eficaces sus efectos. Es mi deseo que en
ninguna causa, ni criminal ni política, se falte a estas prescripciones.
Quiero que mi gobierno sea acreedor en lo futuro al dictado de lo justi-
ciero, pero no al de lo arbitrario, ya sea la arbitrariedad usada contra la
sociedad y a favor del delincuente, ya contra éste y en aparente favor de la
seguridad social.30

30 Ibid., p. 326.

182
La devoción de Espaillat por el respeto al orden institucional le hacía per-
der de vista el contexto en que actuaba. Envuelto en un mundo ideal, no
reparó en que la clase política dominicana, incluyendo a la militancia azul,
no estaba en capacidad de asimilar sus preceptos liberales. Tampoco tomó
en cuenta el carácter pendular de las fuerzas políticas que coyunturalmen-
te apoyaron su ascenso a la primera magistratura del Estado. No se daba
cuenta que, según expresiones posteriores de Luperón, para esa época no
se era buen presidente cuando se era leal, honrado y moral, cuando no se
era despilfarrador ni traidor, una verdad dura y severa, pero verdad.31
El desconcierto debió ser grande para Espaillat al enterarse de las figuras
integradas a los primeros movimientos sediciosos de la Línea Noroeste or-
ganizados contra su gobierno en junio de 1876, con el apoyo económico de
Ignacio María González, apoyado a su vez por el gobierno haitiano. Igual
sucedía en Moca, Puerto Plata, Santiago y San Francisco de Macorís.
En octubre de 1876 Espaillat se vio precisado a presentar renuncia de la
presidencia de la República. La frustración se apoderaba del último de los
liberales dominicanos en ocupar tan alta posición por la vía constitucio-
nal. A partir de esa experiencia los diferentes partidos políticos cayeron
en la ilegalidad, sin la exoneración del Partido Azul, cuyos miembros se
tornaron tan conspiradores y revoltosos como los otros cuando no esta-
ban en el poder, y capaces de violar la Ley cuando se encontraban en el
mismo.32 Como ejemplo destaca la decisión de Luperón, luego de ganar las
elecciones de 1878 con su ayuda, de derrocar el gobierno constitucional de
González por negarse a nombrar al general Heureaux como gobernador de
Santiago. Así lo testimonia el general Francisco Ortea en carta dirigida a
Meriño en 1881:
“(…) gobierno legítimo y constitucional cuyo presidente fue electo en el
año 1878 por voto popular. Vosotros, sin más carta de agravios que la ambi-
ción, derrocásteis ese gobierno con las armas en las manos, con la sorpresa,
y sobre todo con la traición, pisoteando sin respeto la palabra empeñada,

31 Hoetink, H., (1997), El pueblo dominicano, auspiciado por la Universidad Católica

Madre y Maestra, Santiago de los Caballeros, p. 158.


32 Domínguez, J. (1984), Notas económicas y políticas dominicanas, julio 1865-julio
1886, t. II, Santo Domingo, Editora de la UASD, p. 580.

183
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

pospactos de una alianza pública, y sin motivos que os justificasen, puesto


que el dicho gobierno apenas se acababa de constituir; prejuzgasteis car-
gos que oponerle a fin de hacer una revolución. 33
“En el plano militar, Duarte asumió la comandancia de
Santo Domingo, en tanto Mella pasó a comandar la Plaza de
Santiago. Esta prueba de arrojo, de firmeza política, provocó
manifestaciones de adhesión en las principales plazas políticas del
país, lo que debió influir en la decisión de Mella de proclamarlo
presidente de la República a principios de julio del citado año”.

Otros ejemplos de irrespeto de los azules al orden institucional fueron los


desmanes caudillistas de Luperón para decidir el control del poder entre
los años 1876-82, la elección dudosa de Francisco Gregorio Billini como
presidente de la República, los métodos usados por Ulises Heureaux para
desplazar el liderazgo de Luperón, etc. Era el fin de la doctrina liberal del
Partido Azul. Su consigna: Nacionalismo, Soberanía Popular que ampliaba
con la expresión: voto-respeto a la constitucionalidad y a la legalidad, ya
no tenía razón de ser.
Esta crisis de la mística liberal de los azules se debió, entre otras razones,
a la reorientación social provocada por inversiones extranjeras, lo que dio
lugar a un nacionalismo económico favorecedor del predominio del capital
monopolista norteamericano, junto a la burguesía local en desarrollo. En
esta dinámica, muchos líderes azules se hicieron comerciantes importado-
res y exportadores, latifundistas, ganaderos, rentistas y algunos hasta se
asociaron a la producción azucarera, como en el caso de Luperón o de los
hermanos Lithgow. Se daba la transición del nacionalismo político radical
al entreguismo al imperialismo norteamericano, con lo que se perdía la fi-
delidad al ideario trinitario y restaurador.34

33 Ibidem.
34 Cassá, R. (1989), Historia Social y Económica de República Dominicana, T. 2, Santo Do-
mingo, Editora Taller, p. 164.

184
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185
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1990.

186
CAPITULO IV

El positivismo,
Hostos y los
discípulos
• Pedro Henríquez Ureña
• José Ramón López
• Salomé Ureña
• Félix Evaristo Mejía
• Leonor Feltz
• Pedro Bonó
• Américo Lugo

EXPOSITORES: COORDINADOR:
Mu-Kien Sang Justo Pedro Castellanos
Carmen Durán
Antonio Lluberes
José del Castillo
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

En la mesa principal se encuentran Antonio Lluberes, Mu-Kien Adriana Sang, Justo Pedro
Castellanos, rector de APEC, Carmen Durán y José del Castillo.

El público escucha las exposiciones del panel, realizado en la Universidad APEC.


Hostos y el
positivismo. Una
visión desde el
siglo XXI Mu-Kien Adriana Sang1
“El liberalismo acepta la existencia del Estado como
regulador de la convivencia colectiva… La evolución de la
concepción del Estado indica la relatividad del concepto
mismo y expresa los vaivenes de la burguesía, que lo combate
en algunos momentos y lo apoya en otros”.

1Quisiera antes de iniciar con la parte central de mi participación, agra-


decer al grupo que ha organizado este “Festival de las Ideas” el haberme
invitado a formar parte de esta experiencia. Creo que nuestro pueblo ne-
cesita de actividades que le ayuden a su propia reflexión.

Tengo una pequeña objeción con el título de nuestro panel. Algunos de


los intelectuales señalados en la invitación como discípulos del positivis-
mo, en realidad no eran positivistas. Este fue el caso de Pedro Francisco
Bonó, un intelectual netamente liberal. Lo mismo ocurre con Pedro Henrí-
quez Ureña, si bien su madre era positivista, no puede afirmarse que en su
pensamiento exista ni siquiera una pizca de positivismo. Creo que muchos
de los panelistas y de los presentes coinciden con mi opinión.

Vamos de lleno a nuestro tema. Para hablar acerca del positivismo, se


hace necesario hacer una breve referencia a las corrientes de pensamientos
que nacieron en el corazón del siglo XIX, un tiempo en que los cambios se
impusieron y la sociedad tuvo que dar respuesta. Los cambios se produ-
jeron en la economía, al producirse la revolución industrial y consolidarse
la economía de mercado. En el plano político comenzaron las luchas por la

1 Mu-Kien Sang es historiadora y educadora. Ponencia ofrecida el viernes 14 de


agosto en UNAPEC, en el marco del “Festival de las Ideas”, retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano.

189
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

igualdad política y los derechos humanos. En el plano social, se iniciaba el


sector social que había dejado de ser siervo para constituirse en trabajador
asalariado, imponiéndose el salario como el punto de negociación con el
empleador, y no las relaciones de interdependencia que había impuesto el
viejo modelo feudal.

El siglo XIX es el momento de la historia de la humanidad que más pro-


fundamente ha marcado el pensamiento occidental. Diversas corrientes de
pensamientos desarrollaron visiones diferentes sobre la interpretación de
la historia y, sobre todo, cuál debía ser el camino de la transformación. Fue
el preludio teórico y práctico de la definición de aquello que muchos hom-
bres y mujeres de su tiempo prefiguraron y soñaron como nueva sociedad.
La pregunta era la misma: ¿cómo debían desafiarse los nuevos cambios?
Las respuestas fueron múltiples y contradictorias. En medio de la diversi-
dad de opiniones y opciones, existía un común denominador: la libertad, el
progreso, la preponderancia de la ciencia y la fe en el futuro. Estos valores
estaban subyacentes al pensamiento de todos y cada uno de los creadores,
padres de las diferentes teorías e interpretaciones nacidas como respuestas
a la cambiante realidad del siglo XIX europeo: Neocatolicismo, marxismo,
positivismo, idealismo, y liberalismo figuran entre las principales corrien-
tes de pensamiento que se ofrecieron como alternativas a los hombres y
mujeres del siglo XIX.

El neocatolicismo fue una vieja teoría que tuvo que renovarse para po-
der dar respuesta a la filosofía anti-clerical nacida con la Ilustración y del

190
llamado “Siglo de las Luces”. Intentó restablecer las tradiciones católicas
en la vida social y en el gobierno del Estado, pero defendiendo el progreso
y la modernidad. Los teóricos de esta corriente sustentaban que la verdad
divina debía definir los caminos que permitirían construir los destinos de
la humanidad. Abogaban por la necesaria renovación dentro de la Iglesia
Católica para no verse obligados a propugnar y, mucho menos, defender,
esos valores que consideraban obsoletos y atrasados. Los principales teó-
ricos de esta corriente fueron Ballanche, Chateuabriand y Lamennais.

En el siglo XIX apareció también el idealismo, versión más abstracta,


pero más acabada, del romanticismo alemán. En el discurso de los idealis-
tas aparecían siempre las palabras que resumían la esencia de su posición
filosófica: “Yo”, “idea”, “sustancia”, “moral”, “espíritu” y “libertad”. Su ori-
ginalidad no estribaba en la terminología, sino en la totalidad de su vehe-
mente forma de pensar. Para ellos el mundo estaba definido por el espíritu
libre que lo estructuraba y le daba sentido. El alma de los seres humanos
era considerada como algo muy superior a su propia naturaleza física ya
que les permitía elevarse y mejorar para ofrecer algo nuevo al mundo. Las
llamadas teorías del idealismo objetivo se complementaban con la teoría
metafísica. En tal sentido el objeto conocido no tenía más realidad que su
ser pensado por el sujeto, ya que la verdadera esencia del objeto se develaba
como actividad subjetiva del pensamiento.

También en el siglo XIX, nació la más controversial representación del


pensamiento revolucionario, el materialismo dialéctico y su aplicación, el
materialismo histórico de Carlos Marx. Sin duda, Marx era el más sobre-
saliente del grupo de los intelectuales denominados como de “la izquierda
hegeliana”. La nueva teoría sostenía que el sistema de Hegel no culminaba
con la historia. Pero reconocían la utilidad de la dialéctica hegeliana. Lo
que hizo el marxismo fue invertir el concepto. Ya no sería la idea, el motor
de la historia, sino la lucha de clases. Marx auspiciaba el pensamiento ma-
terialista y, sobre todo, crítico del nuevo orden económico, el capitalismo,
cada vez más dominante en el mundo.

El siglo XIX también marcó el triunfo de la doctrina liberal. Pensamien-


to político nacido en el seno de las potencias europeas. En la gestación y
desarrollo del denominado liberalismo se cruzaron pensamientos y oríge-

191
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

nes con temporalidades y nacionalidades distintos. Por eso resulta difícil


ubicar el momento preciso del nacimiento del liberalismo, pues se inicia en
el siglo XV pasando por el XVIII hasta llegar al XIX. Incluye pensadores
como Tomás Moro, Richelieu, John Locke, Rousseau, Montesquieu, entre
otros. Está claro que el liberalismo es el complemento teórico del capita-
lismo naciente.

Podríamos definir al liberalismo como el sistema filosófico, económico y


político, que defiende la libertad como principio. Promueve la democracia
representativa, la división de poderes y se opone a cualquier forma de des-
potismo. Tres son los principios que defiende:

La libertad individual.
El Estado de Derecho. Es decir defiende la igualdad ante la ley.
El derecho a la propiedad.

En principio, porque la realidad se ha encargado de negarlo, el liberalis-


mo económico defiende la no intromisión del Estado en las relaciones eco-
nómicas. Impulsa y promueve, hasta la saciedad, la reducción de impues-
tos y busca la eliminación de cualquier regulación sobre el comercio, y la
producción. Según la teoría liberal, la no intervención del Estado permite
y asegura la igualdad de condiciones. Como afirmaba en mi obra sobre Es-
paillat, la posición del anti estatismo por parte de los liberales es relativa,
ya que en algunos momentos de crisis, recurre al Estado.

El liberalismo acepta la existencia del Estado como regulador de la convivencia


colectiva… La evolución de la concepción del Estado indica la relatividad del concepto
mismo y expresa los vaivenes de la burguesía, que lo combate en algunos momentos y lo
apoya en otros.2

Así pues, podemos decir que el liberalismo fue la expresión ideológica


y política de la nueva sociedad nacida en el mundo feudal de la Europa
central. Una sociedad sustentada en la economía de mercado abierta, des-
tinada a la producción y circulación de mercancías. La nueva sociedad ne-

2 Mu-Kien Sang, Una utopía inconclusa. Espaillat y el Liberalismo Dominicano del siglo XIX,
Santo Domingo, INTEC, 1997, P.17

192
cesitaba un nuevo instrumento de poder. Por esta razón nació el Estado
liberal y republicano. Como teoría y filosofía del pensamiento, podríamos
afirmar que el liberalismo nació en Francia a partir de 1818.

La continuación de una doctrina


El positivismo nació cuando el liberalismo se había consolidado. Puede
afirmarse que su nacimiento se ubica a finales de los años 30 del siglo XIX.
El pensamiento positivista podría definirse como una doctrina filosófica
y política. Algunos autores lo ubican como el polo opuesto del neocatoli-
cismo, pues como ya hemos afirmado, proponía conservar el viejo dogma
religioso, mientras el positivismo integraba en su lenguaje las nociones de
libertad y progreso.

El nombre de positivismo, bautizado así por su creador, Augusto Com-


te, tiene su origen en la esencia misma del pensamiento. Según esta teoría
todo lo que existe proviene porque el ser humano lo creó y no la divinidad.
Lo único válido era la razón y la ciencia, a través de la experimentación, la
observación y la experiencia. Planteaba la nueva corriente que solo a través
de la ciencia era posible el progreso.

Comte sostenía que la humanidad debía pasar por tres estadios sociales,
que a su vez debían corresponderse con los distintos grados del desarrollo
intelectual: el estado teológico o ficticio, el estado metafísico o abstracto
y el estado científico o positivo. Defendía el padre del positivismo que el
tránsito de un estado a otro constituía la ley del progreso de la sociedad.
Según los planteamientos de Comte y sus discípulos, el positivismo solo
admitía como científicamente válidos aquellos que procedieran de la ex-
periencia. Por lo tanto se rechazaba toda noción a priori y todo concepto
total y absoluto.

Pero el positivismo no era un pensamiento perfecto. Estuvo marcado por


la vacilación. Dos direcciones distintas lo hacían un pensamiento ambiva-
lente. La defensa del espíritu como objetivo de la ciencia, intentando impo-
ner en la humanidad un orden de valores necesarios, por un lado. Y por el
otro, imponer, a partir de la ciencia misma, el orden universal. ¿Cuál era la
diferencia entre los dos caminos? Evidentemente no eran tan sustanciales

193
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

como podrían aparentar. Lo cierto es que en ambas visiones se presenta


una visión cientificista, que sitúa a la ciencia como el principio y el fin de
todo. Ambas opciones definen y reducen la configuración de los destinos
de la humanidad en objeto del saber científico. Así pues, pretendiendo en-
frentar a los neocatólicos, acusándolos de negar la ciencia a causa de la
trascendencia, convirtieron el supuesto saber objetivo que ofrece la ciencia
en un dogma casi religioso, y por negador de la libertad crítica.

El positivismo pretendió ser la cara opuesta de los utopistas y de los


marxistas y se mantuvo fiel a la posición que establecía una distinción en-
tre lo espiritual y lo temporal. En su lógica de una falsa perfección, cerró
sus puertas al mundo exterior y se mantuvo ajeno al movimiento social del
siglo XIX, y en los casos en que pudo tener influencia política, asumió las
posiciones más reaccionarias.

Lo cierto es que el liberalismo y el positivismo fueron dos doctrinas


que respondieron a las necesidades de la burguesía emergente. Podemos
entonces concluir que el positivismo fue la filosofía de la burguesía insta-
lada en el poder, y como respuesta a las nuevas teorías revolucionarias del
socialismo utópico y del marxismo. Sin embargo, para algunos teóricos fue
un arma ideológica de carácter reaccionario. Como bandera espiritual de
la burguesía, el positivismo fue una tendencia idealista contradictoria. Su
contradicción radicaba en el hecho de reflejar los intereses de clase de la
burguesía al tiempo que pretendía ofrecer una fórmula de reforma social.

El positivismo y la educación
Augusto Comte sostenía que la educación era el medio más eficaz para
crear el estado permanente de orden, progreso, libertad individual y res-
peto colectivo. Consideraba la revolución como la expresión política del
caos y la anarquía. Planteaba que la única solución que podía existir en el
mundo, era mediante la imposición de un régimen político que mantuviera
el orden y el progreso, aunque fuese una dictadura. Para el positivismo, el
orden debía estar al servicio del progreso. No un orden teológico ni me-
tafísico, sino de un orden concreto, cuya finalidad debía ser el progreso
material de las naciones. Así, para que las naciones pudiesen alcanzar su
identidad, requerían de un sistema educativo nacional al servicio del orden

194
y, sobre todo de la homogeneización. Las sociedades necesitaban ser más
eficientes, productivas y ordenadas; debían derrotar la ignorancia y el os-
curantismo. ¿Cuál era la mejor forma de hacerlo? Sencillamente a través de
la educación. De esta convicción nacieron las grandes reformas educativas
en el mundo.

Refiriéndose al tema, y específicamente al caso venezolano, Rafael Fer-


nández Heres,3 señala que “el positivismo penetra en Venezuela con la pre-
tensión de renovar, de reconstruir la vida intelectual (educación, ciencia y
cultura) e institucional, dentro de los principios de orden y progreso, en
momentos en que el país se desintegraba, y dio sustentación filosófica a
la educación… Así, que no es exagerado señalar que el acervo de ideas pe-
dagógicas que construye el positivismo en Venezuela toca todas las cues-
tiones que configuran un régimen de enseñanza; desde los más elevados
asuntos de carácter ético… hasta los cuidados didácticos para asegurar que
una lección de cosas fije de manera objetiva en el niño el aprendizaje del
conocimiento. De modo que el positivismo en Venezuela fue generador de
importantes iniciativas renovadoras de la educación, con repercusión en la
vida social del país…”

La pedagogía positivista y la concepción positivista de la educación tam-


bién llegaron a América Latina. En la mayoría de los países se pretendió
organizar el sistema educativo en función del dogma de la ciencia positiva.
Defendieron por los cuatro costados que la meta del progreso era derrotar
la ignorancia y el oscurantismo, solo de esta manera podría nacer una so-
ciedad europeizada, republicana y progresista.

La gran revolución pedagógica del positivismo fue la formación docente.


Desarrollaron y promovieron programas con fuerte articulación entre la
formación de los maestros y la supervisión escolar, así aseguraban la co-
herencia entre teoría y práctica pedagógica. En la concepción positivista,
el centro de la educación eran los docentes, pues los alumnos eran vistos
como meros receptores. Era, sin lugar a dudas, una educación vertical y
autoritaria.

3 Rafael Fernández Heres, La educación en el siglo XIX. Biblioteca Digital Andina, p.8.

195
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

El método científico fue la base conceptual de la pedagogía positivista.


Y el objetivo de la educación era crear individuos que tuvieran la capaci-
dad de servir al Estado. Un Estado, como hemos dicho, que defendiera el
orden y el progreso. Pero la educación servía también como un mecanismo
eficiente de transformación cultural. En su lógica de negación de la he-
rencia recibida, los positivistas planteaban la inmigración de poblaciones
provenientes de países imperiales. Esos inmigrantes, que aportarían en
mentalidad y disposición al trabajo y permitirían mejorar la mezcla racial,
debían ser introducidos a la cultura del país receptor. ¿Cuál era la mejor
manera de hacerla? A través de la educación.

El positivismo en América Latina


América Latina a principios del siglo XIX era un verdadero caos político.
Por un lado estaba España, un imperio en decadencia; por el otro las demás
potencias que veían en el continente un nuevo mercado de sus mercancías
y para la expansión de sus capitales. Y finalmente, estaban las sociedades
latinoamericanas que necesitaban liberarse del control español que no les
permitía consolidarse como clases social.
“En América Latina, tal y como sucedió en Europa, el positivismo
latinoamericano surgió después que las nuevas fuerzas sociales
lograron instalarse en el poder. El liberalismo, aunque es doloroso
decirlo, había fracasado como proyecto político”.
En medio de esas grandes contradicciones sociales y económicas, lle-
garon al continente latinoamericano las ideas liberales que habían nacido
en Europa. Los revolucionarios latinoamericanos la abrazaron con entu-
siasmo. Europa, aquel continente donde estaba la España de la que buscá-
bamos con ansias emanciparnos de sus garras, era también el continente
en donde crecieron ideas nuevas de libertad y derechos humanos. Así, en
la etapa de formación nacional, los nuevos líderes políticos acogieron los
principios del liberalismo, como sostén ideológico de la emancipación. Se
inspiraron, bebieron de las fuentes inagotables de las ideas nacidas con
la Ilustración (Rousseau, Voltaire y Montesquieu). Después se inspiraron
con Locke y Bentham, y de ellos aprendieron el concepto del poder civil.
Más tarde llegaron los vientos libertarios provenientes de Estados Unidos

196
y finalmente el espíritu de la Revolución Francesa los impulsó a luchar por
la emancipación.

En América Latina, tal y como sucedió en Europa, el positivismo latino-


americano surgió después que las nuevas fuerzas sociales lograron insta-
larse en el poder. El liberalismo, aunque es doloroso decirlo, había fracasa-
do como proyecto político. Las luchas inter caudillistas que provocaron la
incoherencia entre pensamiento y acción, acentuadas por la presencia cada
vez mayor de las fuerzas conservadoras, hicieron que un grupo de liberales
se acercaran al pensamiento de Augusto Comte. Así, del idealismo bur-
gués, defendido por los liberales radicales, pasamos a una mentalidad más
racional y práctica, que exigía líderes críticos frente a su realidad, negado-
res de la herencia recibida y especialmente capaces de garantizar el orden
y el progreso. Negaron la libertad, porque ella había provocado las luchas
intestinas, las crisis políticas, los gobiernos sucesivos y poco duraderos.

Llegó sin transición alguna el pragmatismo positivista. El discurso de la


patria y la libertad fue sustituido por el orden, pues la libertad había traído
anarquía. Y para instaurar ese orden soñado, si era necesaria la fuerza, no
importaba. Y si el orden y la fuerza traían el progreso, muchas más razones
había para defender esas ideas. De ahí nacieron las dictaduras positivistas
del siglo XIX, que en nombre del orden y progreso, atropellaron los dere-
chos humanos.

Liberalismo y el positivismo en
el ambiente político dominicano
Como ocurrió en América Latina, no así en el resto de el Caribe, las ideas
políticas liberales, primero, y las positivistas después, estuvieron presen-
tes en el discurso de los políticos y de los intelectuales dominicanos. Los
diferentes líderes de las supuestas corrientes ideológicas “antagónicas”
(así, entre comillas) se presentaban a la población como verdaderos defen-
sores de los principios de la institucionalidad democrática, de la libertad y
del respeto a los derechos ciudadanos.

Los periódicos de la época, principal (por no decir único) mecanismo


de comunicación social y educación existente, difundieron con alegría

197
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

las ideas tan de moda en el mundo occidental de mediados del siglo XIX.
Algunos medios informativos sirvieron de canales para difundir los pre-
ceptos fundamentales del catecismo político liberal. Ideas como libertad,
justicia, derechos humanos, respeto a la ley y el culto a la Ley Fundamental,
la Constitución, se convirtieron en verdaderos hitos en los discursos de los
políticos y de la intelectualidad dominicana.

¡Qué paradoja la que vivíamos en el siglo XIX! Mientras los grupos rivales
se enfrentaban dura y cruelmente, los medios de comunicación defendían
el principio de la concordia. Sin embargo, entre 1870 y 1878 pude conta-
bilizar 214 movimientos armados. Mientras hablábamos de instituciona-
lidad los golpes de estado estaban a la orden del día. Por ejemplo, de 1868
18778, es decir en 10 años, tuvimos 10 gobiernos, algunos de los cuales solo
duraron días en el poder. ¿Qué defendíamos entonces? ¿El liberalismo? ¿El
positivismo? ¿El conservadurismo? ¿O todo y nada al mismo tiempo?

El positivismo también llegó al país sin transición y, quizás, sin com-


prensión. Algunos lo asimilaron, otros usaban sus argumentos sin com-
prenderlos ni aceptarlos. Lo cierto es que en el discurso de algunos polí-
ticos dominicanos, las nociones de orden y progreso fueron incorporadas
demagógicamente.

Hostos y Espaillat. Pioneros del positivismo en RD


Ulises Francisco Espaillat fue un liberal positivista. Se le llama el Sar-
miento dominicano. Criticaba, como el intelectual argentino, la herencia
recibida. Se avergonzaba de nuestra mezcla racial. Pero, a diferencia de los
positivistas puros, no anteponía el orden y el progreso a la libertad. Fue
un defensor de la libertad y la institucionalidad. Y como buen positivista,
defendía la educación.

Eugenio María de Hostos fue el gran reformador educativo. Se tiene que


hablar antes y después de Hostos en materia educativa del siglo XIX. Fue el
responsable de las reformas educativas del siglo XIX. Maestro de maestro,
formó una nueva generación de maestros, pero especialmente, de maestras,
mujeres que dinamizaron, limpiaron el rostro y transformaron la educa-
ción dominicana.

198
Hostos como Espaillat, fueron educadores positivistas que no transigie-
ron con el tema de la libertad. Como Comte, defendían, la educación como
el vehículo para lograr la transformación, pero no antepusieron nunca el
orden y, su consecuente represión física o sicológica. Ambos eran maestros
y políticos que pensaban que solamente la educación los pueblos podría
salvarlos y redimirlos. Hostos fue muy claro cuando afirmaba:

Todos nuestros pueblos de origen latino en el continente americano, arrastrados por


la corriente tradicional que seguían las viejas nacionalidades, se han imbuido en un
sistema de pensamiento que, como prestado, no sirve al cuerpo de nuestras sociedades
juveniles.

Han ellos menester un orden intelectual que corresponda a la fuerza de su edad, a la


elasticidad de su régimen jurídico, a la extensión de horizontes que tienen por delante, a
la potencia del ideal que los dirige… 4 3

Ahora bien, aunque Hostos fue contemporáneo de Espaillat y eran li-


berales y positivistas, no siempre coincidieron en algunas ideas y plan-
teamientos. Hostos defendía la Unión Antillana, el segundo la combatía.
Planteaba el intelectual puertorriqueño que la diversidad de nacionalida-
des antillanas no era más que una ficción, pues todos los países compartían
una única nacionalidad, una misma geografía y una misma historia:

En donde acaban las Pequeñas, empiezan las Grandes Antillas. Son cuatro, escalona-
das de menor a mayor, y colocadas verticalmente, de este a oeste, al istmo americano. La
más oriental es Puerto Rico, como la han llamado los ávidos españoles; Borinquen como
la llamaban los indígenas y nos complacemos en llamarla los criollos. La más occidental
es Cuba. Entre una y otra, la victoriosa Haití-Santo Domingo. Enfrente de esta, al sur,
Jamaica…5 4

Contrario a lo que se podría suponer, Espaillat fue un severo crítico del


proyecto político hostosiano. Planteaba que habían muchas dificultades
para su materialización. Sostenía que en esta gran Confederación estarán los fran-
ceses de Guadalupe y Martinica, que no conozco; los haitianos, que conozco demasiado;

4 Hostos, Obras completas, XII, 164-165.


5 Ángel López Cantos (editor), Eugenio María de Hostos, Madrid, Ediciones de Cultura
Hispánica, p. 89.

199
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

los cubanos, a quienes voy conociendo, por verlos ocupados en el trabajo de destrucción
que con toda probabilidad continuarán después de la emancipación; los ingleses de Ja-
maica y demás islas británicas; y nosotros…¡soberbios elementos, por cierto, para cons-
truir una sociedad mixta que deba servir de valladar a las aspiraciones e invasiones de
la raza anglosajona! 6 5

Las ideas hostosianas de crear una sola República de Las Antillas, sin
lugar a dudas, inspiraron los movimientos políticos liberales de las antillas
mayores. Luperòn, Nissage Saget y Betances pusieron todo su empeño por
hacer realidad el sueño del intelectual puertorriqueño. La Liga Antillana
tenía como objetivo detener el control de las potencias imperiales en El
Caribe, pero, como ha demostrado la historia, fracasó en el intento.

El antillanismo hostosiano ha sido muy estudiado. Un trabajo muy in-


teresante de revalorización de este pensamiento es el de Arvelo. Sostiene
que su pensamiento vivió tres etapas muy diferenciadas. La primera, plan-
tea, abarca desde la publicación de La peregrinación de Bayoán, en 1863,
hasta su intervención en el Ateneo de Madrid el 20 de diciembre de 1868,
deshecho por las expectativas truncadas, herida el alma de hondo desen-
canto por la inconsistencia de Castelar, Giner y Pi y Margall, y otros, con
quienes se embarcó, en España, en la conjura que desembocó en la revolu-
ción tradicionalmente denominada «La Gloriosa», y que dio al traste con el
reinado de Isabel II, a cambio de que fuese modificado el régimen español
en Puerto Rico[1]. Es una etapa que podría decirse está dominada por un
patriotismo pasivo, en la medida en que sitúa fuera del país beneficiario la
causa eficiente de su mejoría, pero hondo, por auténtico y sentido[2]. Dig-
nidad, igualdad, libertad, abolición de la esclavitud y justicia, era cuanto
pedía Hostos a España para Cuba y Puerto Rico, en ese momento, nunca
amputación. Aún da en llamarla incluso madre patria.7 6

La segunda etapa la llamó proto-antillanista, pues a su juicio ahí se ad-


vertían vaivenes e indefiniciones que suelen tipificar a los estadios en tran-
sición. Su fuente por excelencia es el acta de la mencionada sesión del Ate-
neo de Madrid, el 20 de diciembre de 1868. Allí se columbra por primera

6 Ulises Francisco Espaillat, Escritos, p. 269.


7 http://alejandroarvelopolanco.blogspot.com/2008/07/7-intento-de-descripcin-de-la-utopa.html

200
vez desdibujada la posibilidad de una federación inter-antillana, en activa
conexión con el resto de Hispanoamérica (1976: 46). Aparece por primera
vez Santo Domingo como miembro potencial de la Federación Antillana.
Su propuesta del principio federativo de Cuba y Puerto Rico con España
sigue siendo su propósito cardinal, sin embargo (1976: 51-52)[4]. Aunque
se menciona a Jamaica en este primer atisbo, más adelante se verá que que-
da excluido y en razón de cuáles miras.8 7

En la tercera etapa, afirma Arvelo, se opera un cambio de marcha en lo


relativo al modo de enfocar el tópico de la independencia de Puerto Rico:
«la única fianza que quiere Puerto Rico es la federación, es decir, aquel sis-
tema en que la unión es hija de un pacto entre soberanos iguales, y se man-
tiene por la conveniencia mutua, hasta que la mutua conveniencia la di-
suelve» (1976: 65-66). Tan drástico es el giro que en el pensador se produce,
a lomos del despecho que en él siembra la actitud española, que comunica a
su padre “la necesidad de ir a Nueva York para desde allí, y probablemente
desde Cuba, intentar con esfuerzos personales, con las armas en la mano,
la conquista de la libertad”.9 8

A pesar del fracaso de la Liga de las Antillas, la dimensión continental de


Hostos siguió siendo un referente. Como señalamos en páginas anteriores,
el pensamiento hostosiano fue vasto, rico y diverso. Se destacó no sólo
como un teórico de la educación positivista caribeña, sino también como
un profundo pensador de política y sociología y, más aun, como un inte-
lectual capaz de concebir proyectos que guiaran la acción del movimiento
liberal antillano, como vimos en páginas anteriores.

Hostos recibió influencias de movimientos filosóficos muy diversos, el


positivismo comtiano y el neokantismo, pero no sería justo ni exacto ubi-
carlo como un simple receptor de influencias e ideas. Camila Henríquez
Ureña lo define como un racionalista con fases de idealismo, de visión ética
inspirada en Kant y con el apoyo de una fe profunda en la ciencia y en el
método moderno.

8 http://alejandroarvelopolanco.blogspot.com/2008/07/7-intento-de-descripcin-de-la-
utopa.html
9 http://alejandroarvelopolanco.blogspot.com/2008/07/7-intento-de-descripcin-de-la-
utopa.html

201
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Sus ideas pedagógicas fueron expuestas de manera dispersa en varios


trabajos. Hostos defendía el dogma “Educar la razón según la ley de la ra-
zón”, porque estaba convencido de que la razón es a quien se dirige el
esfuerzo del conocimiento, pues es como una especie de organización com-
pleta, “un verdadero organismo cuyas partes todas están íntimamente re-
lacionadas entre sí…”

Entendía Hostos que la educación individual permitía el desarrollo del


individuo y su adaptación al medio; una adaptación que contenía tres esfe-
ras vitales. A saber, la moral, la intelectual y la física. Estas esferas debían
a su vez encauzar el desarrollo natural en armonía con los fines e ideales de
la sociedad en que se desenvolvía.

Abogó Hostos por una pedagogía científica que se sustentaba en seis


elementos; el preestablecimiento de los conocimientos que han de comuni-
carse, el estudio y conocimiento de las funciones y actividades de la razón;
seguir el orden natural de la razón; aplicación de un método que permita
la aplicación sucesiva de los conocimientos; prefijarse un sistema que per-
mita seguir el ritmo impuesto por la propia naturaleza y, finalmente, el
desarrollo del método natural de la razón que contiene modos, “medios o
métodos particulares que son y deben ser en realidad los recursos prácti-
cos a que se apele para aplicar el sistema filosófico que se haya concebido y
para exponer el método natural, o lo que tanto vale, el conjunto de medios
de que la naturaleza se ha valido para organizar el entendimiento humano
y para dirigirlo en busca y adquisición de nociones y conocimientos.

Espaillat se nutrió de los autores de su época. Así como la idea del pro-
greso era una constante, la necesidad de la educación de los pueblos para
trillar el camino hacia esa civilización anhelada. Se preocupaba por la falta
de preparación de los maestros, por la baja calidad de la educación, por la
precariedad del propio sistema educativo.

Su reflexión educativa partía de lo que él denominaba esa “noble aspi-


ración de nuestro pueblo”, esa “sed de enseñanza” que por no ser cumpli-
da se mantenía inalterable a través del tiempo, y que era inalterable del
tiempo, y que era más intensa “en la clase pobre de nuestro país…” En un
cierto intento de auto responder a sus propias conclusiones, de que los

202
dominicanos se habían acostumbrado a la ignorancia y a la miseria, afirmó
en una oportunidad que “nuestro pueblo ha sido siempre mal juzgado por
nacionales y extranjeros”, pues muchos se habían dado la tarea de decir
“cosas muy poco halagüeñas”.

Reflexiones finales
Hostos y Espaillat estaban unidos en la lucha por la libertad. Hostos
pudo vislumbrar el futuro y predijo que sería más cruenta en el siglo XX.
Hoy como ayer estamos buscando caminos.

Quiero finalizar con unas reflexiones muy interesantes de Jorge Luis Gó-
mez Rodríguez.10 9

Pero lo verdaderamente peligroso del positivismo de hoy y de ayer es su intento de


volverse una teoría de la objetividad en general. Por este motivo, el evangelio positivista
siempre fue temido por otros evangelios y evangelistas. Su carácter totalizador y omnia-
barcante, siempre fue una amenaza contra la autonomía de la razón y del sujeto... Sin
sujetos reales y concretos, absorbida por los medios de comunicación y las estadísticas,
por la materialidad instrumental de las nuevas tecnologías... Al parecer, la tensión anti-
nómica del positivismo suplanta, a la autonomía de la razón y del sujeto.

La pregunta que se nos impone es ¿Hacia dónde caminar? El siglo XX


fue el dechado maravilloso de la tecnología. Quedamos huérfanos de pen-
samientos, de ideas nuevas y renovadoras. Hoy en el umbral del siglo XXI
necesitamos un pensamiento nuevo que permita el nacimiento de nuevas
esperanzas. Como lo fue el liberalismo en el siglo XIX. No queremos nue-
vos catecismos ideológicos que obnubilen, como lo hicieron el positivismo
y el marxismo, el sentido del pensar crítico y creativo.

10 http://www.usfq.edu.ec/liberarte/liberarte/vol2/resena4.htm

203
APORTES A LA
LLUVIA DE IDEAS.
SALOMÉ UREÑA:
MUJER E IDEOLOGÍA Carmen Durán
“La obra poética, la labor educativa y la influencia de
Salomé Ureña constituyen parte fundamental de los
aportes de la mujer al pensamiento social y político y a
las tradiciones intelectuales femeninas dominicanas”.

Una mirada retrospectiva nos permite reconocer los nombres y las obras
de mujeres dominicanas que conocían y expresaban las inquietudes inte-
lectuales a finales del siglo XIX. Los periódicos dominicanos de la época,
especialmente los de Santo Domingo y Puerto Plata, publicaban con fre-
cuencia artículos acerca de la situación de la mujer en la sociedad decimo-
nónica y las ideas innovadoras que hablaban sobre los cambios propuestos
para la vida de ésta.

Durante el régimen de Ulises Heureaux (1887-1899) se impuso el auto-


ritarismo político. Fue éste el período de la historia dominicana del siglo
XIX en el que se acentuó la enajenación económica del país. De acuer-
do con el análisis sobre este período... “el contenido social del régimen de
Heureaux fue servir de punto de confluencia a los intereses particulares y
al mismo tiempo coligados de la burguesía dominicana en gestación por un
lado y, por el otro, de los grupos económicos externos, sobre todo asocia-
dos al desarrollo de los monopolios de los Estados Unidos”.1

Para describir la sociedad decimonónica bajo el régimen de Heureaux,


Rufino Martínez nos dice: ... “Con la centralización completa, directa o in-
directa, según los casos, de las funciones gubernativas, tuvo el gobierno en
el puño. Desde la más insignificante ordenanza hasta los ministros, el em-

1 Cassá, Roberto. Historia Económica y Social de la República Dominicana. Tomo II, Editora
Alfa y Omega, Santo Domingo, 1986.

204
pleado que contrariaba o desatendía la centralización perdía el cargo, no
sin que antes buscase un pretexto para ello. Antes que la información de
los empleados llegaba la de los espías que esparcidos por el más apartado
y miserable rincón de la República se desvivían por enterarle de cualquier
conspiración o actitud en la cual se trasluciere alguna amenaza al sosiego
del régimen”.2

El proceso histórico dominicano, durante el siglo XIX, se caracterizó


por la necesidad de definir la conformación del estado nacional y las insti-
tuciones de soporte de dicho estado. La educación como forma de concien-
cia social estaba sujeta a la situación general que vivía el país. La historia
nos revela que en el caso específico de las mujeres, éstas tenían una situa-
ción relegada al ámbito doméstico, lo cual respondía al modelo patriarcal
de la sociedad decimonónica. Existían, sin embargo, algunas instituciones
escolares que albergaban a las niñas.

La tradición educativa de la sociedad dominicana estaba referida a lo do-


méstico, se fomentaba a partir de los valores de la familia y la influencia de
la religión católica como valor formativo. En ese marco se sitúa la relación
patriarcal en lo referente a los sectores que tenían acceso a la llamada “clase

2 Martínez, Ruino. Hombres Dominicanos: Deschamps, Heureaux y Luperón, Santana y Báez. Edi-
tora El Caribe, Santo Domingo.

205
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

de primera”, así como los sujetos subordinados de las “casas de familias”,


cuyos patrones de conducta imitaban.

El componente cultural de la educación, como cuerpo sistémico e ideo-


lógico, estaba formado por la costumbre, la tradición, lo familiar, todo lo
cual tenía como referente el modelo “hispánico”.

La educación formal de la mujer


A partir de la segunda mitad del siglo XIX se produjo en el país un im-
portante auge de la instrucción y de la educación. Debe destacarse el papel
que desempeñaron las instituciones de carácter cultural organizadas y fun-
dadas como una respuesta al trauma que significó la anexión a España en
1861. En el año de 1879, durante el gobierno provisional del general Grego-
rio Luperón, fue decretada la legislación que creaba las escuelas normales.

La educación es un soporte ideológico a la vez que fin de superación y


desarrollo cultural de las sociedades, por lo cual los sistemas económicos y
sociales y los sectores detentadores del poder, en momentos históricos de-
terminados, han actuado de forma ambivalente: aparentemente son cons-
cientes de la importancia de la educación, pero de alguna forma se han ex-
presado como obstaculizadores de los aspectos y programas reformadores
e innovadores; fue el caso del debate abierto en la sociedad decimonónica
dominicana, a partir de la reforma de la educación y la enseñanza laica y
racional propuesta por Eugenio María de Hostos.

La Iglesia y sus más conspicuos exponentes, los que manejaban “el ver-
bo y la espada”, aquellos hombres purpurados fueron abiertos opositores
al proyecto reformador hostosiano. “La educación tradicional, gobernada
por el espíritu religioso, ha sido sustituida definitivamente por programas
y métodos modernos, laicos en la enseñanza oficial”3, nos dice Pedro Hen-
ríquez Ureña al valorar este fenómeno. Situemos entonces lo que signifi-
caba la mujer y su educación en el contexto de la sociedad patriarcal del
siglo XIX.
El pensamiento social dominicano de finales del siglo XIX cuenta con
un importante número de escritores e intelectuales, quienes a pesar de la

3 Henríquez Ureña, Pedro. Obras Escogidas.

206
situación política y del autoritarismo en que se desenvolvía la sociedad,
hicieron importantes aportes en el campo de las ideas. Este fenómeno fue
fundamental para que la sociedad decimonónica no colapsara espiritual y
culturalmente bajo el influjo del autoritarismo. Figuras de pensamiento y
acción política dentro del liberalismo, el republicanismo y las ideas demo-
cráticas, desde los llamados poetas civilistas, pensadores e ideólogos como
Pedro Fco. Bonó, Benigno Filomeno Rojas, Ulises Fco. Espaillat, Eugenio
Deschamps, Manuel de Jesús Peña y Reynoso, Fernando Arturo Meriño,
Alejandro Ángulo y Guridi, Francisco Xavier Billini, entre otras personali-
dades de la pluma y el pensamiento.
Era la prensa el medio más idóneo para la divulgación de las ideas, y para
el debate y el combate de los sectores pensantes del país.
Durante el último cuarto del siglo XIX, se debatían corrientes ideológi-
cas que permeaban a la intelectualidad dominicana y cuya influencia sería
clave para la formulación del proyecto de nación dentro del cual comen-
zaba a tener importancia el programa de educación formal de la mujer. El
positivismo fue en gran medida el espectro ideológico a partir de la segun-
da mitad del siglo XIX. La visión positivista de los liberales dominicanos,
durante los años 70, era en lo fundamental de carácter romántico, aunque
salida del Romanticismo y de la Ilustración manifestaba en política la ten-
dencia liberal como en otros ámbitos de la vida cultural e intelectual.

Liderazgo intelectual de Salomé Ureña (1850-1897)


Salomé Ureña, discípula predilecta de Hostos, habría de jugar un des-
tacado papel en la vida intelectual y cívica del país. Su liderazgo marcó
varias generaciones, a través de un amplio espacio cultural-educativo que
abarcó hasta la primera mitad del siglo XX.
La obra poética, la labor educativa y la influencia de Salomé Ureña cons-
tituyen parte fundamental de los aportes de la mujer al pensamiento social
y político y a las tradiciones intelectuales femeninas dominicanas.
El Instituto de Señoritas, dirigido por la insigne educadora, constituyó
la experiencia educativa y pedagógica más importante para la educación
y formación de la mujer en el siglo XIX. En 1881, año en que fue fundado
el Instituto, contaba con 51 estudiantes, 22 particulares, 15 becadas por el

207
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Ayuntamiento y 14 por parte de la directora, la educadora Salomé Ureña


de Henríquez.

Entre las discípulas de Salomé Ureña, graduadas de maestras en 1887, se


distinguen Leonor Feltz, Altagracia Henríquez Perdomo y Catalina Pou,
además de Eva y Luisa Ozema Pellerano, directoras del Instituto de Se-
ñoritas, bautizado con el nombre de la insigne educadora en 1896. Otras
importantes maestras que continuaron la labor iniciada por Salomé Ureña
fueron Anacaona Moscoso Puello, fundadora de un nuevo Instituto en San
Pedro de Macorís, Ana María Pellerano, quien trabajó junto a su hermana
Luisa Ozema, fundadora en 1896 del nuevo Instituto de Señoritas, el cual
bautizó con el nombre de Salomé Ureña.

En Puerto Plata la educadora Demetria Betances, hermana del Dr. Ramón


Emeterio Betances, patriota puertorriqueño, antillanista, amigo y conseje-
ro de Gregorio Luperón, inició la educación formal de la mujer hacia el año
1890. Continuaron su obra mujeres de sólido talento como Antera Mota de
Reyes y su hermana Mercedes Mota y otras maestras destacadas, a quienes
les tocó la responsabilidad social de ser guías y orientadoras de conciencias
civilistas y patrióticas, asumiendo como suyas las ideas nacionalistas e in-
ternacionalistas en los momentos aciagos de la patria intervenida por los
Estados Unidos en 1916.

La importancia de analizar una sociedad que, como la dominicana de


finales del siglo XIX, planteaba un salto a la “modernidad” con elemen-
tos estructurales atrasados, autoritarios y caóticos, se valida además para
comprender la situación de las mujeres como sujetos sociales comprome-
tidos con el proyecto de nación sustentado por el positivismo y la idea de
orden y progreso como divisa.

Es la educación formal el hilo que hilvana la historia de un importante


sector de mujeres dominicanas de finales del siglo XIX con las del siglo XX.
Un importante grupo de mujeres pertenecientes a la pequeña burguesía y
burguesía urbana que a principios del siglo XX tuvo acceso a la educación
formal y que desempeñó una valiosa labor educativa y cultural durante las
primeras cuatro décadas del siglo.

208
Este fenómeno estuvo relacionado con las condiciones socio-históricas,
políticas y culturales que sirvieron de escenario a los inicios de la moder-
nidad en el país.

En el marco de la sociedad decimonónica, la revolución cultural provo-


cada por el pensador y humanista puertorriqueño Eugenio María de Hos-
tos encontró un sedimento cultural y humano forjado en las luchas sociales
y políticas de la accidentada vida dominicana. Este acervo cultural serviría
de levadura al proyecto civilizador educativo hostosiano.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, se registró el proceso de de-


finición de las relaciones capitalistas de producción en la formación social
dominicana. Se manifestó un interesante auge de la instrucción y de la
educación en la sociedad dominicana. En este contexto las instituciones
de carácter cultural, fundadas y organizadas como una respuesta al trau-
ma nacional que significó la anexión a España de 1861, desempeñaron una
importante labor cultural.

A finales del siglo XIX existían en el país diversos medios de difusión


cultural, las sociedades de inspiración cultural como Amigos del País,
Amantes de la Luz, Renacimiento, La Republicana, Amantes de las Letras,
La Progresista, La Fe en el Porvenir, entre otras, así como la masonería y los
clubes recreativos y de damas. Esas sociedades desempeñaron una impor-
tante labor de divulgación de las ideas; allí se celebraban veladas, tertulias
y peñas en las que las dominicanas pertenecientes a las familias acomoda-
das leían sus composiciones literarias y tocaban instrumentos musicales,
generalmente piano o violín y en ocasiones el arpa, para solaz de los con-
tertulios.

A principios del siglo XX se formó, en el respetable hogar de las herma-


nas Feltz, un cenáculo de intelectuales, bautizado humorísticamente por
Max Henríquez Ureña, uno de sus contertulios, como el Salón Gongourt.

Encuentros importantes en las que mujeres intelectuales eran anfitrio-


nas, fueron las proverbialmente conocidas peñas de la escritora Amelia
Marchena de Leyba (Amelia Francasci) y Leonor María Feltz. Estas re-
uniones contaban con la asistencia de la intelectualidad masculina más no-
table de la época. En la casa de las hermanas Feltz se celebraba una peña

209
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

que reunía un apreciable grupo de intelectuales entre los que se encontra-


ban Enrique Deschamps, Sócrates Nolasco, Enrique Apolinar Henríquez,
Emilio Prud´Homme, Dr. Carlos Alberto Zafra, el Dr. Francisco Henríquez
y Carvajal y los hijos de la maestra venerada de Leonor María Feltz, Pedro
y Max.

Pedro Henríquez Ureña recrea la influencia que estas peñas ejercieron


en la formación intelectual de él y su hermano Frank, en una carta dirigida
en 1900 a Leonor María Feltz, discípula predilecta de su madre:

“¡Cuan largo ha corrido el tiempo, amiga y compatriota, desde que ale-


jándome de nuestra tierra, abandoné la familiar reunión y las lecturas de
vuestra casa!... Max y yo apenas habíamos salido de la adolescencia, y vos,
con diez o doce años más, con vuestra perspicacia y vuestro saber y vuestro
refinamiento, marchabais ya segura en las regiones del pensamiento y del
arte. Vuestro amor a la solidez intelectual, vuestro don de psicología, vues-
tro gusto por el buen estilo ¿no habían de orientar nuestras aficiones? Re-
tribución había en ello: vos, predilecta hija intelectual de mi madre, figura
familiar de nuestra casa, eráis llamada a ejercer influencia en nosotros.

Bien ni sé que me guiasteis en la vía de la literatura moderna ¡Que mul-


titud de libros recorrimos durante el año en que concurrí a vuestra casa, y
sobre todo, qué río de comentarios fluyó entonces! Vuestro gusto sin olvi-
dar el respeto debido a los clásicos, a Shakespeare (que entonces releíamos
casi entero) a los maestros españoles, nos guió al recorrer la poesía caste-
llana de ambos mundos, el teatro español desde los orígenes del Roman-
ticismo, la novela francesa, la obra de Tolstoi, la de D´anunzio, los dramas
de Hauptmann y de Sudermann, la literatura escandinava reciente, y, en
especial, el teatro de Ibsen, cuyo apasionado culto fue el alma de vuestras
reuniones.

...Os digo que ésta fue para mí época decisiva (...) antes tuve para el es-
tudio todas las horas: hoy sólo puedo salvar para él unas cuentas, las horas
tranquilas, los días serenos y claros, los días alcióneos.

Y esta labor de mis horas de estudio, de mis días alcióneos, va hoy a re-
cordaros todo un año de actividad intelectual que vos dirigisteis y cuya
influencia perdura; va hacia vos, a la patria lejana y triste, triste como todos

210
sus hijos, solitaria como ellos en la intimidad de sus dolores y de sus anhe-
los no comprendidos”.

Íntima
Yo no la vi partir...

Postrada en el lecho, vacilante aún por las violentas sacudidas del vér-
tigo, luchaba en vano por alejar de mi mente el instante supremo en que
otros, más felices que yo, oirían conmovidos, su adiós de despedida. Im-
pulsada por el ardiente anhelo de verla y llevada en alas de mi enferma
fantasía, lancéme audaz hasta columbar con ojos del alma la nave que la
conducía. Y le envié mi adiós entre suspiros, lágrimas y recuerdos...

¿Qué fue de este tierno mensaje, confiado a las ondas? ¡Yo no lo sé! cuan-
do pasó la falaz excitación de mi espíritu, extraña pesantez bajó mis pár-
pados, ruido sordo, formidable atronó mis oídos, violenta conmoción agitó
mi cerebro, y no supe más... Luego... la mortal angustia, los horrores del
vacío...

Vosotros, los que un día fuisteis suspiros, lágrimas y recuerdos, sencillo


tributo de mi afecto hacia ella, trocaos en susurro blando, en dulce arrullo,
volad veloces hasta la tierra que orgullosa le ofrece su enhiesta cumbre y su
dilatado mar, y decidle cuanto os confiara mi ternura.
“Del discipulado de Salomé Ureña, Leonor María Feltz
(1870-1948) ocuparía un sitial preeminente. Entre la maestra
y la alumna se tejió un lazo afectivo y familiar de profundas
raíces”.
Resulta de gran interés apreciar la obra de Salomé Ureña desde la pers-
pectiva de sus aportes al pensamiento político liberal dominicano, como
pionera de la labor intelectual femenina expresada a través de su poesía
patriótica. Es importante resaltar que a pesar de ser hija de un letrado
conservador, el poeta Nicolás Ureña, y haberse criado en un ambiente tra-
dicionalista, Salomé Ureña se “compenetró con el espíritu de la época” y
trascendió los límites del conservadurismo para proyectar lo elevado de su
pensamiento. Sobre las cualidades estéticas de la poeta “Tal vez no como
conciencia, pero lo que traía como mensaje poético significaba algo de cali-

211
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

dad inédita. Nadie sobre el suelo dominicano había logrado tanta maestría
en el dominio de las formas y tanta pureza en la evocación de lo bello”.

“Es la educación científica y racional el hilo conductor de la educación


para la emancipación femenina. En el debate está como polémica sin tiem-
po la educación y emancipación de las mujeres, algo aparentemente supe-
rado, pero desafortunadamente latente, muy a pesar de los logros alcanza-
dos por las muertes del planeta. Se debe educar a la mujer para que sea ser
humano, para que cultive y desarrolle sus facultades, para que practique su
razón, para que viva su conciencia, no para que funcione en la vida social
con las funciones privativas de mujer. Cuanto más ser humano se conozca
y se sienta, más mujer querrá ser y sabrá ser...” Nos plantea el maestro Eu-
genio María de Hostos en la citada conferencia.

Discurso de la Srta. Leonor M. Feltz


La “Sociedad Salomé Ureña”, modesta asociación que tiene por objeto cuan-
to tiende a conservar, enaltecer y glorificar el recuerdo de la ilustre poetisa
y educadora, Salomé Ureña de Henríquez, os congrega en este recinto y
en ocasión del primer aniversario de su muerte, para la consagración de
la lápida que en homenaje de amor y de gratitud dedica a la memoria de la
egregia poetisa fenecida.

En este humilde local, donde al reflejo de sus ideas se continúa la obra


de razón y de conciencia por ella iniciada; donde el calor de su espíritu ger-
mina la simiente que ella esparció con amor, se reúne hoy la sociedad que
lleva su nombre ilustre para rendirle un tributo de admiración, ofreciendo
público testimonio de su gloria a las futuras generaciones.

No os hablaré, señores, de las brillantes manifestaciones de su talento


múltiple ni de las excelencias de su alma generosa. Por una parte, ya otros
más autorizados que yo, y en diversas ocasiones, me han precedido en la di-
fícil tarea, y por otra, aún está demasiado reciente en el corazón de los que la
amamos de cerca, el recuerdo tristísimo de su eterna ausencia, para impedir
que lágrimas de duelo fuesen a aumentar el raudal inagotable de las hondas
tristezas...Y no es éste un acto de duelo; es un acto de glorificación.

212
Once años hace que en esta misma fecha se celebraba un triunfo: el pri-
mer triunfo de la mujer dominicana en lucha con las preocupaciones y la
ignorancia. ¿Y quién sino ella, la mujer grande y fuerte, templada al fuego
del más ardiente patriotismo, obtuvo esa victoria? ¿Quién sino ella supo
aplicar tanto noble esfuerzo, tanto heroico sacrificio, a la realización de sus
más generosos ideales? Vamos, pues, a consagrar, en el undécimo aniversa-
rio de ese día de júbilo, la humilde ofrenda de nuestra admiración a la que
es honor y gloria del pueblo quisqueyano.

Y tú, Patria, ídolo y culto de su amor, presta a tus hijos el entusiasmo de


los grandes días, entona el himno triunfal, mientras vamos a exaltar con un
acto de justicia su excelso numen, su vida ilustre y su labor fecunda (Re-
vista Letras y Ciencias, Núm. 144, marzo 1898).

Del discipulado de Salomé Ureña, Leonor María Feltz (1870-1948) ocu-


paría un sitial preeminente. Entre la maestra y la alumna se tejió un lazo
afectivo y familiar de profundas raíces. Esto explica la confianza deposita-
da en ella como guía y preceptora intelectual de Pedro y Max reseñado en
más de un texto. Sus aptitudes de maestra innata cultivadas por Salomé,
su capacidad incuestionable, su serenidad y la claridad de sus conceptos,
su sólida formación intelectual hicieron de Leonor María Feltz una de las
personalidades femeninas intelectuales más destacadas. Colaboraba en
periódicos y revistas nacionales e internacionales, su labor educativa la
desarrolló en Santo Domingo, participa del cuerpo docente en el Instituto
donde se había graduado a los 17 años, fue profesora auxiliar en el Liceo
Dominicano que dirigía Emilio Prud´Homme, se desempeñó como directo-
ra de la Escuela Padre Billini, donde ejerció una bienhechora influencia en
la formación ética y estética de su alumnado. La organización y el impulso
creativo de la señora Leonor María Feltz fue un factor de gran importancia
para el desenvolvimiento del Museo Nacional, al ser designada directora
de esa dependencia gubernamental.

Manejaba la pluma con elegancia de estilo y profundidad conceptual,


lo que podemos apreciar en algunos de sus ensayos en los que vierte la an-
gustia existencial, la exaltación patriótica, la admiración por la maestra, la
vocación solidaria externada en sus opiniones sobre Cuba en pie de lucha,
entre otros.

213
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Íntima es uno de los ensayos escritos por Leonor María Feltz en el que
imbuida de una gran ternura expresa su estado de ánimo por la partida de
la maestra amada. Respecto a Salomé Ureña de Henríquez, establecida
en Puerto Plata en la búsqueda de salud, este testimonio de amor de la
discípula provocó el siguiente comentario: Vi la “Intima” de Leonor. Yo es-
taba sentada delante de la ventana respirando la brisa del mar y pidiéndole
acción saludable sobre mis pulmones, cuando recibí la correspondencia de
la Capital. Después de leídas las cartas tomé a Letras y Ciencias y me de-
tuve en la primera página. No sé qué dirían los que pasaban, porque la leí
bañada en lágrimas. ¡Ah!, me dije: no debemos ser tan defectuosos como
nosotros mismos, nos empeñamos en creerlo, cuando sabemos inspirar un
afecto tan puro, tan noble, tan desinteresado. Esto consuela y dignifica”.

Bibliografía
Henríquez Ureña, Pedro. Obra Dominicana. Sociedad de Bibliófilos, Inc.,
1988.

Hostos, Eugenio María. Conferencia La Educación Científica de la Mujer.

Lovatón Sánchez, Lugo.

Familia Henríquez Ureña. Epistolario.

Revista Letras y Ciencias, Núm. 101, julio 18 de 1896).

214
Positivismo,
Hostos y
Normalistas Antonio Lluberes, sj.
“Hostos trató casi todos los temas, las relaciones con Haití, la inmigración,
la economía azucarera, el ferrocarril, el telégrafo y la electricidad, los
restos de Colón… Tuvo buenas relaciones con algunos políticos como
Luperón, Segundo Imbert, Juan Tomás Mejía, Máximo Grullón, Horacio
Vásquez … pero no tuvo Hostos participación activa en la vida política
nacional y trató de mantener a sus discípulos distanciados de la política
tradicional, de los gobiernos militares, frutos de asonadas”.

Del Positivismo debo comenzar diciendo que, en nuestras tierras, él fue


un “ambiente”, que hubo “un positivismo ambiente” que se autogeneró al-
rededor de la crítica al atraso viviente y al deseo de progreso material e ins-
titucional que se oía existir en el Hemisferio Norte. Pero siendo estrictos,
no debemos aceptar como Positivismo el deseo de progreso, algo común
a muchos. Otra faceta del Positivismo de nuestras tierras fue el Deismo,
Teosofismo, Espiritismo que encontró espacio en las clases altas. Y aún
algo más sutil, un catolicismo cultural, no religioso, una fe con un mínimo
de prácticas religiosas. En ese caldo de cultivo se inserta, crece y rehace el
Positivismo filosófico.

El Positivismo filosófico se originó en Inglaterra y Francia alrededor del


pensamiento de John Stuart Mill y de Augusto Comte (1798-1857), pero
fue Comte quien lidereó el pensamiento. Comte, de familia aristócrata,
católica, vivió el impacto de la Revolución Francesa, se hizo crítico del ra-
dicalismo revolucionario de Rousseau y Voltaire, evolucionó al socialismo
de Saint Simón y terminó concibiendo su propio sistema en el que mezcló
la epistemología, ontología y la sociología. Entendía que lo real, lo fenomé-
nico le venía dado a la inteligencia que podía aprehenderlo mediante el uso
de la ciencia objetiva, positiva, documental, inductiva que funcionaba en
base a una serie de leyes, la primera y principal, la ley del progreso de la so-

215
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

ciedad en tres estadios a superarse. Los dos primeros estadios, el teológico


y el metafísico, de corte religioso, serían sustituidos por uno adveniente,
el positivo. El personaje de ese pensamiento, no era el revolucionario del
periodo anterior, sino el productor, el banquero, el sociólogo.

Curiosamente, cuando el Positivismo se vivía en Europa en términos


conservadores, como un recurso para mitigar y encauzar los radicalismos
de la pasante Revolución Burguesa y naciente Proletaria, y dar un orden
al progreso que demandaba la burguesía, en América se vivía desde una
óptica revolucionaria.

Eugenio María de Hostos Hostos fue el introductor de esta filosofía en el


país. Él había hecho estudios formales de bachillerato y en la universidad
en Bilbao y en Madrid. Era abogado, literato, pero también político. Era
un militante promotor de todas las causas de la libertad de la época, en
especial de la libertad de las colonias españolas, de su patria Puerto Rico
y también de Cuba.
Sufrió una gran decepción con el ascenso de sus amigos republicanos
liberales al poder en 1868, en concreto el general Francisco Serrano y el po-
lítico Emilio Castelar. Ellos le hicieron ver que antes que republicanos eran
españoles y que la independencia de Puerto Rico no estaba en su agenda.
Frustrado, abandonó España, se fue a New York en busca de los clubes in-
dependentistas cubanos. Allí encontró gran división y pasó a América del

216
Sur: Perú, Chile, Argentina, Brasil, Dominicana, Venezuela, donde casó, y
de nuevo a Dominicana.
Hostos vino por primera vez al país en 1875, a Puerto Plata, en busca de
exiliados cubanos y también puertorriqueños que habitaban en esa ciudad
del norte bajo la protección de Gregorio Luperón para fomentar las luchas
independistas de sus países. A la fecha, Dominicana vivía una euforia de
libertades después del derrocamiento de Buenaventura Báez en 1873. Para
Pedro Henríquez Ureña 1873 fue un año de ruptura representado en el
gesto simbólico de lanzar al mar los grillos y cadenas de las ergástulas de la
Fortaleza Ozama. Y fue también simbólico en el proceso de intelección de
“la conciencia nacional” y en el desarrollo de las fuerzas sociales, culturales
y económicas según expresa en carta a Federico García Godoy, en 1909.
Estas ideas las reitera y amplía en un artículo publicado en 1940 –bajo el
sino de Trujillo– en Buenos Aires con el título “La República Dominicana
desde 1873 hasta nuestros días”. Si me permiten, les trascribo las oraciones
iniciales de tres párrafos: 1) “Se desarrolla el comercio y aparecen industrias de tipo
moderno, más bien pequeñas”. 2) “Hay, sobre todo, movimiento de cultura”. 3) “La acti-
vidad política, desgraciadamente, contribuyó poco al logro de tantas esperanzas”. 1
Decreciendo sus actividades políticas, Hostos desarrolló un discurso
educativo, las escuelas normales. Cuenta Federico Henríquez y Carvajal
que “…en mayo de 1875 llegó a Puerto de Plata y el Dr. Ramón Emeterio Betances,
el Antillano, mi noble amigo, hizo su presentación en la morada del General Gregorio
Luperón, enfermo, a este prócer restaurador, a Segundo Imbert y a mí… me comunicó a
mí el primero, su docto plan de Escuela Normal de Maestros con su sistema de educación
moral y cívica y su enseñanza racional y laica”.2
De vuelta a Dominicana, en 1879, encontró mejores condiciones políti-
cas pues Cesáreo Guillermo, con el apoyo de los azules, liberales, había al-
canzado el gobierno y se le facilitaba la implementación de sus planes edu-

1 Obras completas, VIII. Santo Domingo: Publicaciones UNPHU, 1979, p. 263-265.


2 Discurso pronunciado en el Centenario a Hostos, 14 de enero de 1939. Clío 34(1939)45.
Ver narración que hace el propio Hostos en “Quisqueya, su sociedad y algunos de sus
hijos”, XIX, pero no habla ni de Henríquez Carvajal ni de las escuelas normales, sólo
de Luperón y de Betances. Emilio Rodríguez Demorizi, “Hostos en Santo Domingo”, I.
Santo Domingo: Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 2004, p. 284.

217
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

cativos. En los posteriores gobiernos de Luperón, Fernando A. de Meriño y


Francisco G. Billini pudo implementar sus ideas. A iniciativa del gobierno
de Guillermo, Manuel de Jesús Galván sometió al Congreso y se aprobó la
Ley de Educación Normal y él anunció en los periódicos la convocatoria de
40 alumnos y la apertura de su escuela.
Hostos se convirtió en un semi-dios en una sociedad tradicional, pa-
triarcal. Fue miembro de asociaciones culturales, versificado por los poe-
tas, escuchado por los estudiantes, enamorado por las mujeres,3 sospe-
chado por los eclesiásticos y observado por los políticos, en particular por
Ulises Heureaux.
Ustedes saben que él permaneció en el país hasta 1888 cuando partió
para Chile y que regresó de nuevo al país en 1900 tras la caída de Heureaux
y el repunte de sus ideas en las personas de sus jóvenes alumnos.
De sus enseñanzas, debemos destacar, en muy primer lugar, la educa-
ción. Una educación de base teórica, apoyada en filósofos y pedagogos de
moda en la época que entraban en contradicción con la escasa y empírica
educación vigente en el Santo Domingo de la época. Hostos traía en su
bagaje académico las enseñanzas de la ilustración de Kant y el positivismo
de Comte, la pedagogía de Krausse, de Froebel y de Pestalozzi y de la
Escuela de Educación Libre de Enseñanza de Sanz del Río. Traía una más
articulada organización de las ciencias, la de Comte; una pedagogía deduc-
tiva; una crítica del memorismo, un recurso a las ciencias sociales desde el
conocimiento de la geografía del barrio hasta las teorías de la sociología;
una enseñanza de la moral, la moral social, a partir del conocimiento y jui-
cio de los hechos de la vida cotidiana. Tuvo una gran confianza, quizás algo
ingenua, en la educación, en su ejército de maestros, pues pensaba que en
ella residiría el restablecimiento de la conciencia y la razón. Les trascribo
un párrafo muy conocido de su discurso en la graduación de 1884. “Para
que la República convaleciera, era absolutamente indispensable establecer un orden ra-
cional en los estudios, un método razonado en la enseñanza, la influencia de un principio
armonizador en el profesorado, y el ideal de un sistema superior a todo otro, en el propó-
sito mismo de la educación común”.

3 Américo Lugo, “Hacía sentir Hostos una simpatía irresistible a las mujeres”. El
Mundo, 7 de julio de 1949.

218
Aparte de esto, Hostos aporta a esa sociedad las enseñanzas de las nue-
vas ciencias, la economía y la sociología y el derecho constitucional que
enseñaría no sólo en su escuela normal sino también en el recién abierto
Instituto Profesional (1882). El derecho constitucional fue el vademecum
de los primeros treinta años del siglo XX. Allí abrevaron los constituciona-
listas y se inspiraron casi todas las constituciones y programas políticos.
Su realización sería un hito en la organización de la sociedad.
En segundo lugar, el laicismo religioso, un concepto algo difícil de en-
tender en aquellos años y aún hoy día. Consistía en una negación de la reli-
giosidad positiva, revelada, basada en un Dios personal actuante en la vida
de los hombres y expresada en una liturgia y vida eclesial regida por cléri-
gos. Aceptaban a Dios, pero como una idea filosófica ordenante del mundo,
principio de moralidad, que operaba a través de la razón de las personas. Y
también al Jesús histórico, dado a conocer por los evangelios, pero no con
una lectura eclesial sino racional. El texto guía de esta visión era “La Vida
de Jesús”, de Ernest Renán (1863) que con gran erudición rastrea la vida
del Jesús histórico más allá de los evangelios negando toda intencionali-
dad divina, pero reconociendo su coherencia de vida y enseñanzas morales
de ese “hombre incomparable”. Cosa curiosa, Hostos buscaba a este Jesús en
el recogimiento de las iglesias. Se dice que en particular en el Cristo de la
capilla de Bastidas de la Catedral. En 1881 escribió el artículo “Meditando”,
donde polemiza con el comportamiento relajado de los católicos presentes
en las celebraciones del Viernes Santo. Más adelante, sus discípulos eleva-
ron a categoría de religión toda actividad humana creativa, así hablaban de
la religión del arte, de la política…
En el orden social proponía una síntesis entre deber y razón que con-
vertiría al hombre en un ser responsable de sus actos, ante la sociedad y
la familia. Hostos fue un hombre de familia y un ciudadano. Algunos lo
llamaban un “santo laico”.
Hostos trató casi todos los temas, las relaciones con Haití, la inmigra-
ción, la economía azucarera, el ferrocarril, el telégrafo y la electricidad,
los restos de Colón… Tuvo buenas relaciones con algunos políticos como
Luperón, Segundo Imbert, Juan Tomás Mejía, Máximo Grullón, Horacio
Vásquez … pero no tuvo Hostos participación activa en la vida política
nacional y trató de mantener a sus discípulos distanciados de la política

219
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

tradicional, de los gobiernos militares, frutos de asonadas. Puso interés en


despertar valores ciudadanos como el deber, el patriotismo, la solidaridad…
Su gran propuesta política radicaba en el fomento de valores societales or-
ganizados: la constitución democrática, el gobierno civil, la participación
municipal y ciudadana.
A su regreso al país en 1900, su pensamiento se expandió y radicalizó.
Ahora se centró la lucha alrededor de una nueva reforma de educación y
una constitución. Aparecieron nuevos protagonistas. El hostosianismo
tenía nuevos militantes e instituciones. Aparecieron sociedades como “El
Normalismo”. Periódicos como “El Nuevo Régimen” y “El Normalismo”. Y
voceros como Federico Henríquez, Casimiro Cordero, Pelegrín Castillo, y
Carvajal, Américo Lugo, Rafael Justino Castillo, José María Cabral y Báez,
etc., que con orgullo se hacían llamar “normalistas”. En el periódico “El
Normalismo” salían listas de personas adheridas a esa causa.
La oposición al normalismo provino de las filas católicas, en particular
de Monseñor Fernando A. de Meriño y sobre todo del P. Rafael Conrado
Castellanos. No debo pasar por alto que uno de los críticos más arteros fue
Pedro Francisco Bonó, quien en su obra “El Congreso Extraparlamentario”
afirmó: “Viene el segundo mal [del país], que tiene su excusa en su universalidad en este
fin de siglo; hablo del deismo con ribetes de ateísmo profesado por la mayoría de la clase
letrada dominicana, que la prédica constantemente a las masas populares; doctrina que
es tan contraria a la religión cristiana como el ateismo puro”.4
Hostos no logró el “ejército de maestros” deseado ni se alcanzó a formu-
lar la Constitución propuesta en sus lecciones de derecho constitucional.
Pero el hostosianismo no se desgastó en la polémica religiosa, sino, por un
lado, en la pobreza del medio social. En el olvido de las enseñanzas, en la
alienación política de sus miembros. Sus principales discípulos no termi-
naron siendo maestros. Son profesionales y/o políticos. En la revolución
de Vásquez de 1902 formaron gabinete cuatro normalistas –Casimiro Cor-
dero, José María Cabral y Báez, José Francisco Guzmán y Rafael Justino
Castillo. Dos lilisistas, Juan Francisco Sánchez y Miguel Ángel Pichardo.
Y Emiliano Tejera, miembro prominente de la generación de la restaura-

4 Emilio Rodríguez Demorizi, “Papeles de Pedro F. Bonó”. Barcelona: Gráficas M. Pa-

rreja, 1980, p. 391.

220
ción. Y en la 1903, Américo Lugo quiso justificar ante Hostos el gobierno
de Alejandro Woss y Gil, aduciendo que éste había vivido en Washington
y conocía las instituciones americanas.
Otro factor de la desilusión del hostosianismo fue la intervención ame-
ricana. La intervención actuó de manera bifronte. Los hostosianos admira-
ban las instituciones y la Constitución de Filadelfia. Pero la intervención
trajo una soldadesca que plantó un campamento en el Baluarte del Conde y
hacía uso de la violencia para detectar un revólver escondido. De la misma
manera, no debemos pasar por alto que la intervención americana conllevó
una alta propuesta civilizadora de ribetes positivistas. Tomemos en cuenta
la educación, salud, producción agrícola, caminos, obras públicas, costum-
bres alimentarias, nuevos gustos musicales y estilos en el vestir. También
supuso un orden nuevo político, la supresión del sistema de partidos y la
suspensión del desgaste de las luchas partidistas, la unificación del poder
ejecutivo en un sistema militar unipersonal asistido de un equipo de mili-
tares subalternos. La unificación del país facilitada por una red vial nueva
y por la movilidad de un ejército. Yo entiendo que, en términos reales, un
buen sector de la población entendió la intervención en términos de orden
y progreso. Sería algo así como una versión americana del Positivismo.
Lugo, el más radical de los hostosianos de inicios del siglo pronto devino
en un crítico de elementos hostosianos. En una vuelta atrás pasó de ser
un acre crítico a lo católico-español a ser el promotor del Centro Español
y el defensor de la religión católica. No se debe dejar de tomar en cuenta
que la Unión Nacionalista de 1920 subió al mismo carro al viejo Emiliano
Tejera, de la generación de la Restauración, con el joven Américo Lugo, de
la generación hostosiana.
No obstante las frustraciones, las incapacidades de crear el ejército de
maestros y de redactar la Constitución deseada, el pensamiento de Hostos
permeó la sociedad académica, letrada dominicana. Si usted ve las contri-
buciones al “Directorio” de 1907, se notará la presencia de Hostos. Y ob-
servadores de la sociedad dominicana, extranjeros como Otto Schoenrich5

5 “Santo Domingo, un país con futuro”. Santo Domingo: Editora de Santo Domingo,
sa., 1977, p. 174.

221
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

y Samuel Guy Inman6 no dejan de reconocer los valores de la persona y la


vigencia de sus ideas.
Aunque Luís Felipe Mejía, en su obra “De Lilís a Trujillo” (1944), bus-
que vestigios hostosianos en la historia posterior; por ejemplo, dice que
tanto el partido nacional de Vásquez como el liberal de Peynado eran de
inspiración hostosiana, el hecho fue que el hostosianismo se fue privati-
zando en la vida y en las aulas de los hostosianos. Si tomamos el caso de
las elecciones de 1924, los tres candidatos eran de corte hostosiano: Fe-
derico Velásquez y Francisco José Peynado, egresados de la Escuela Nor-
mal; y Horacio Vásquez, considerado un normalista por el mismo Hostos.
Federico Henríquez y Carvajal heredó el título del Maestro y asumió su
promoción y defensa en la forma irénica que lo caracterizó. Rafael Justino
Castillo hizo carrera jurídica como secretario de Relaciones Exteriores y
como presidente de la Suprema Corte de Justicia. La vida política pública
se encauzó por principios pragmáticos adecuados a las condiciones. En las
escuelas se enseñó una moral y cívica inspirada en la moral social hasta la
década de 1950 en que se buscó la manera de sustituirla por el catecismo
católico y la moral de inspiración –la Cartilla Cívica– trujillista.
“No obstante, las frustraciones, las incapacidades de crear el
ejército de maestros y de redactar la Constitución deseada,
el pensamiento de Hostos permeó la sociedad académica,
letrada dominicana. Si usted ve las contribuciones al
“Directorio” de 1907, se notará la presencia de Hostos”.

La emergencia de Trujillo no supuso un corte radical con la tradición


hostosiana. Dos hechos aportan datos para la comprensión de la posteri-
dad hostosiana. La primera fue la celebración del centenario del nacimien-
to en 1939 y el segundo la encuesta del periódico “El Caribe”, de 1956.
La celebración centenaria, a nueve años del inicio del Régimen de Tru-
jillo, unió al Ateneo, la Escuela Normal, las escuelas públicas, la Academia
de Historia, la Secretaría de Educación y la Universidad de Santo Domingo
para reconocer los méritos del Maestro aunque ya envueltos en edulcoran-

6 “Through Santo Domingo and Haiti. A Cruise with the Marines”. New York: Com-
mittee on Cooperation in Latin American, 1919., p. 46.

222
tes trujillistas. En este momento, Trujillo aunque reconocido por los fun-
cionarios oficiales –Virgilio Díaz Ordoñez, Dr. Pedro Emilio de Marchena
–a nombre de la USD– se suma al reconocimiento a Hostos y dispone fon-
dos del Ejecutivo para erigir la estatua que se le esculpiría y colocó en el
patio de lo que fue la Escuela Normal y hoy se encuentra frente al Museo
de Historia. La celebración estuvo liderada por Don Federico Henríquez
y Carvajal, un hostosiano moderado, hombre de reconocido prestigio, que
siempre trató de salvar a Hostos por encima de toda polémica.
Años más tarde, en otro contexto del Régimen, está la encuesta de 1956.
Ya pasada la égida ideológica del hispanismo y catolicismo antihostosiano,
anti-haitiano, que formuló Manuel Arturo Peña Batlle, muy en particular
en el prólogo el libro del P. Antonio Valle Llano, sj.,7 se invitó a intelectua-
les de la época a contestar un cuestionario sobre la influencia de Hostos en
la sociedad dominicana, el significado de su laicismo y se preguntaba si la
escuela nacional todavía se inspiraba en el pensamiento hostosiano como
sostenía Peña Batlle.
Para interés nuestro, todos los encuestados, incluido el P. Juan Féliz Pe-
pén, y con la sola exclusión del P. Robles Toledano y el Dr. Antonio Avelino,
mostraron simpatías hostosianas, buscaron las formas de librar a Hostos
de las acusaciones de ateísmo, reconocieron sus méritos, aunque termina-
ban afirmando que la obra educativa esperaba la decisión de Trujillo. A mí
me resulta evidente que el contexto político no permitió la libertad sufi-
ciente para sincerizar esta encuesta, pero más interesante fue la fidelidad
hostosiana de la intelectualidad dominicana en aquel contexto.
Pero, repito una idea anterior, el medio social acomodó el pensamiento
a los hechos. Los hechos posteriores, las revoluciones de abril de 1902 y de
marzo de 1903, la intervención, la vuelta de la Montonera… trucaron los
valores esperados y predicados y reconformaron la sociedad dominicana
de acuerdo a principios personalistas, como llamaban entonces a los go-
biernos unipersonales y autoritarios. Los sueños constitucionales fueron
suplantados por las montoneras que dominaron los tres primeros lustros
del siglo.

7 “La Compañía de Jesús en Santo Domingo durante el período hispánico”. Santo


Domingo: Impresora Dominicana, 1950.

223
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Veamos la revolución de 1903. Allí cayó abatido uno de sus jóvenes dis-
cípulos, Casimiro Cordero, cosa que sobrepasó la capacidad de Hostos,
alma sufriente, de asimilar los reveses que padeció a lo largo de su vida.
Pedro Henríquez Ureña, al describir al Hostos que vio en 1900 dijo que “te-
nía un aire hondamente triste, definitivamente triste.”8 El testimonio del propio
Diario de Hostos nos lo confirma. En su Diario, el 18 de abril de 2003, tiene
esta entrada: “Doctrina, principios, ideas, reformas, reacción contra el lilisismo, todo
quedó sepultado en el campo de batalla”. Debatiéndose entre abandonar el país
o quedarse, con incertidumbres ante el alineamiento de sus discípulos en
partidos políticos de carácter personal y militar, enfermó y el 12 de agosto
de 2003 falleció.
Detengámonos a pensar. Quizás fue la incapacidad innata a todo pen-
samiento ilustrado, el Positivismo entre ellos, que creía que la sociedad
inexorablemente evolucionaría a través de un proceso de tres fases inelu-
dibles por el camino del progreso. En un primer momento ese progreso se
puso en manos del economista, del sociólogo, del maestro, pero incapaces
estos de constituirse en grupo gobernante, o de trasformar estos pueblos
irredentos, pobres y católicos, de “gallera y fandango”, apelaron al “go-
bernante civilizador-dictador”, como hemos podido ver en el grupo de Los
Científicos de México, ideólogos de la dictadura de Porfirio Díaz, y en
Laureano Vallenilla Lanz a la base del “gendarme necesario” de Juan Vi-
cente Gómez en Venezuela. Si escarbamos los escritos de Hostos se verá
con que frecuencia recurre el concepto de “pobre” para referirse al país y de
“barbarie” para calificar la situación de nuestros pueblos.
Recientemente, Euclides Gutiérrez Félix nos ha abierto una nueva fase
en la investigación al repetidamente afirmar que Trujillo se inspiró en el
plan de gobierno, hostosiano, del Partido Nacionalista. Esa es otra forma
de abordar al hostosianismo y al trujillismo, que está por hacer.

8 “Ciudadano de América” en Obras completas, VII. Santo Domingo: UNPHU, 1979, p.

224
Actualidad
de la Obra
de Hostos en
Santo Domingo José del Castillo Pichardo
“El país carecía de medios de transporte modernos que enlazaran
internamente sus regiones, razón del afianzamiento de economías y
sociedades regionales que operaban como si se tratase de tres países
distintos. Sólo el tráfico de cabotaje –realizado por goletas y algunos
vapores de líneas extranjeras– permitía una rápida comunicación”.

Introducción
Nos proponemos en esta presentación hacer un rápido balance de las
principales contribuciones de Eugenio María de Hostos a la sociedad do-
minicana, en su múltiple calidad de pedagogo innovador, de político liberal
que militó al lado de las causas más avanzadas de su época, de sociólogo
que auscultó con agudo sentido observador los problemas de nuestra orga-
nización socioeconómica, para proponer siempre soluciones prácticas.

Nos detendremos –como corresponde a la naturaleza primordial de esta


jornada sobre su pensamiento– en el examen de su influencia en la ense-
ñanza, tanto normalista como universitaria, particularmente en las esferas
de la Moral Social, de la Sociología y del Derecho Constitucional, cuyas
lecciones sirvió en la cátedra universitaria dominicana.

La sociedad que Hostos encontró


A su arribo a la República Dominicana, en 1875, por la ciudad noratlán-
tica de Puerto Plata, Hostos encontró una sociedad que apenas iniciaba su
tránsito hacia la modernización capitalista, motorizada por la instalación
de los primeros ingenios movidos a vapor, gracias a la iniciativa de empre-
sarios cubanos, norteamericanos, franceses, puertorriqueños y dominica-

225
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

nos, con su correlato de inmigración laboral proveniente de las Antillas


Menores y también de Puerto Rico, como luego lo sería masivamente de
Haití, ya en el siglo XX, a mediados de la década del diez. Sus principales
zonas de desarrollo en el siglo XIX serían Santo Domingo, Puerto Plata,
San Pedro de Macorís y Azua, a las cuales se sumarían en el siglo XX La
Romana y Barahona.

En la región central del país, en el Cibao, el cultivo del tabaco se hallaba


en franca expansión, dando origen a una microsociedad más igualitaria y
liberal, integrada por productores pequeños y mediados, una amplia red de
comerciantes y almacenistas, recueros o transportistas y jornaleros aplica-
dos a la limpieza, clasificación y empaque de la aromática hoja, así como a
la manufactura del saldo que no se destinaba a la exportación hacia Euro-
pa, especialmente a Alemania. Estudiado magistralmente dicho complejo
socioeconómico del tabaco por Pedro Francisco Bonó (“Apuntes sobre las
clases trabajadoras dominicanas”), en esta región se había escenificado con
mayor vigor la Guerra Restauradora, llamada a liquidar la Anexión a Espa-
ña (1861-65).

En las llanuras del Este se aposentaba otra configuración social, basada


en la crianza libre de ganado en extensos hatos indivisos, origen de una
estructura patriarcal profundamente conservadora, católica y jerárquica-
mente segmentada. De allí salieron los hateros lanceros capitaneados por
los hermanos Pedro y Ramón Santana, tan funcionales a las lides guerreras
por la independencia frente a Haití.

226
En el Suroeste –cuna del caudillo ilustrado Buenaventura Báez– se prac-
ticaban los cortes de árboles maderables para su exportación a Europa,
especialmente a Inglaterra, como la apreciada caoba para la ebanistería de
muebles, puertas y enchapados de suntuosos palacetes; el guayacán em-
pleado por sus propiedades de dureza resinosa en la industria náutica,
para tornear el eje de las aspas de los barcos; y los palos tintóreos utiliza-
dos por las factorías textiles (campeche y dividivi) para teñir los telares.
También se producía raspadura y azúcar mascabada en rústicos trapiches
y se mantenía una agricultura de subsistencia.

El país carecía de medios de transporte modernos que enlazaran inter-


namente sus regiones, razón del afianzamiento de economías y sociedades
regionales que operaban como si se tratase de tres países distintos. Sólo
el tráfico de cabotaje –realizado por goletas y algunos vapores de líneas
extranjeras–permitía una rápida comunicación. El resto descansaba en
trabajosas jornadas a lomo de mula, por accidentados caminos, vadeando
ríos y remontando cordilleras, en experiencias que motivaron a más de un
visitante extranjero a escribir su relato de aventuras.

La población mostraba el más bajo índice de densidad en las Antillas, lo


cual clamaba por una urgente política de inmigración. Integrada en comu-
nidades que exhibían, algunas, hasta un 80% de analfabetismo. Regimen-
tada por un sistema educativo arcaico, sustentado en la memorización, en
un curriculum tradicional con escasa vinculación práctica con el medio,
que empleaba con frecuencia los castigos corporales como recurso peda-
gógico.

Ya avizorando –desde el mirador de Nueva York– los que serían moti-


vos de sus desvelos ciudadanos en tierra dominicana, Hostos escribió en
la prensa de esa urbe un artículo (“El horizonte de Santo Domingo”), en el
cual planteaba:

“Si se aumenta por inmigración la población de un país, si por medio


de ferrocarriles se aumentan la producción, el tráfico, la comunicación; si
por medio de obras de piedra o de ladrillo o de hierro se aumentan las fa-
cilidades del comercio; si por medio de un establecimiento de crédito se
multiplica la actividad comercial y la industrial; si por medio de una caja

227
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

de ahorros se multiplica insensiblemente el capital del pobre; si por me-


dio de comunicaciones telegráficas y marítimas se aumentan las relaciones
directas entre países remotos o vecinos; si cultivando la caña, café, taba-
co, cereales, legumbres, flores, se aumenta el valor de las tierras rústicas
o urbanas; si explotando minas se aumenta la riqueza social; si creando
o trasplantando industrias se aumenta la prosperidad colectiva; en suma,
si cultivando todas las formas del trabajo, y fomentándolas por todos los
medios materiales se producen bienes físicos y orgánicos, que se cuentan,
se valúan, se computan y se pesan ¿son bienes exclusivamente materiales
los que se consiguen? En general, el trabajo es razón determinante de tres
bienes morales: la moralidad, la libertad y el orden”.

En su prolífica función de hombre público, Hostos abogaría por proyec-


tos específicos, encaminados a plasmar en realizaciones estas ideas. Así,
sobre el tema de la inmigración escribiría varios artículos (“Inmigración y
Colonización”, “Centro de Inmigración y Colonias Agrícolas”), describién-
dolo como uno de los dos problemas esenciales de la sociedad dominicana,
para más tarde afirmar que era el “problema de los problemas y el medio de
los medios, por que es el único que puede resolverlos todos”. Aspiraba a la
inmigración de “familias organizadas”, que fueran “agentes de trabajo”, es-
pecíficamente agricultores, que sirvieran de “ejemplo económico, domésti-
co, cívico, de la población circundante”. En este orden alentó un proyecto
de inmigración de familias canarias, que sirviera de alternativa al modelo
de colonato azucarero, al que criticaba.

Sobre la industria azucarera, cuya expansión saludaba como vehículo


de progreso, abrigaba algunas reservas, consecuencia de su conocimiento
de las realidades cubana y puertorriqueña. Le perturbaba la idea de la dis-
locación que el desarrollo capitalista ocasiona, al penetrar las estructuras
de sociedades tradicionales, casi autárquicas. Advertía contra el latifundio
azucarero, la proletarización excesiva, y la dependencia del colono frente
al industrial. Proponía la creación de un banco agrícola, capaz de proveer
recursos a los productores.

Entendía “la fabricación de azúcar como uno, y sólo uno, y no el me-


jor y el más pequeño, de los medios de producción de riqueza en nuestras
tierras; nada más. Antes que ella, o junto a ella, la industria agrícola tiene

228
en las Antillas un más vasto campo de producción, y probablemente más
adecuado a nuestro estado social”.

En el ferrocarril vio una herramienta de civilización formidable y de-


dicó varios artículos a ponderar las ventajas de proyectos que siguió muy
de cerca, como el que enlazaría a la comunidad agrícola de La Vega con el
puerto marítimo de Sánchez.

La inmigración cubana y puertorriqueña


Con el desarrollo de la primera guerra de independencia de Cuba (1868-
1878) y de las luchas anticoloniales en Puerto Rico, llegó al país una fuerte
corriente migratoria de cubanos y puertorriqueños, cuyo influjo en la so-
ciedad dominicana fue determinante en diversos órdenes.

Las motivaciones políticas de esta inmigración se reflejaron en el activis-


mo que caracterizó a sus miembros, quienes tomaron a Puerto Plata como
su bastión fundamental. Allí Hostos y otros ilustres inmigrantes formaron
asociaciones patrióticas, editaron periódicos y realizaron una vasta labor
cívica, en consonancia con elementos liberales dominicanos como Grego-
rio Luperón, que concebían la independencia de Cuba y Puerto Rico, man-
comunada a la preservación y desarrollo de la soberanía dominicana. De
esta forma, cubanos como Federico García Copley y puertorriqueños como
Hostos, figurarían en la fundación de la Liga de la Paz, que bajo el liderazgo
de Luperón dirigió la lucha contra el gobierno dominicano de aquel enton-
ces, que veía con recelo dichas actividades.

En esas jornadas, Hostos colaboraría con el periódico Las Antillas, que


al ser clausurado por el gobierno resurgiría con el nombre de Las Tres An-
tillas, seguido por Los Antillanos, bajo su dirección.

Durante esos días, fundaría la sociedad-escuela La Educadora, orientada


a “popularizar las ideas del derecho individual y público, el conocimiento
de las constituciones, dominicana, norteamericana, latinoamericana, y los
principios económicos-sociales, en resumen: educar al pueblo”.

Labor educativa
Pero la labor pedagógica de Hostos en Santo Domingo cobraría cuerpo
definitivo a partir de 1879, luego de una estancia venezolana de año y me-

229
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

dio, cuando inició su vasto plan para implantar los contenidos de una en-
señanza normada por los principios positivistas y por un rol más dinámico
del Estado en el proceso educativo. Durante nueve años de trabajo conti-
nuo, Hostos fundaría la Escuela Normal, cuya “instalación se hizo como se
hacen las cosas de conciencia: sin ruido ni discurso. Se abrieron las puertas
y se empezó a trabajar. Eso fue todo”. Iniciativa llamada a formar “un ejér-
cito de maestros que, en toda la República, militara contra la ignorancia,
contra la superstición, contra el cretinismo, contra la barbarie”.

En su discurso de graduación de los primeros maestros normalistas, el


señor Hostos –como se le llamaba en Santo Domingo– daba la nota de la
significación de ese evento germinal, al señalar:

“Todas las revoluciones se habían intentado en la República, menos la


única que podía devolverle la salud. Estaba muriéndose de falta de razón
en sus propósitos, de falta de conciencia en su conducta, y no se le había
ocurrido restablecer su conciencia y su razón.

Para que la República convaleciera, era absolutamente indispensable


establecer un orden racional en los estudios, un método razonado en la
enseñanza, la influencia de un principio armonizador en el profesorado,
y el ideal de un sistema, superior a todo otro, en el propósito mismo de la
educación común”.

En el Instituto Profesional –nombre de nuestra universidad de aquel en-


tonces– Hostos inauguró las cátedras de Derecho Público (Constitucional
e Internacional), en 1880 y de Economía Política, en 1883. Publicó, en 1887,
su obra Lecciones de Derecho Constitucional, que recoge las notas de la cátedra
universitaria llevadas por sus alumnos, y al año siguiente dio a la estampa
su Moral social, que sirvió de texto a varias generaciones de dominicanos,
en la forja de “ciudadanos para el Estado, patriotas para la patria, valedores
para la civilización, hombres para la humanidad”, como gustaba decir el
Maestro.

Como bien señala Camila Henríquez Ureña en su obra Las ideas pedagó-
gicas de Hostos, para éste “la educación tiene un valor disciplinario: desa-
rrollar los poderes del educando, y un valor ideal: perfeccionar al hombre
para que sirva a los ideales sociales de justicia y a los universales de bien y

230
de verdad”. Pero también cubre una finalidad práctica, ya que, conforme a
Hostos, la vida “es un combate por el pan, por el principio, por el puesto”.

La reacción eclesiástica
Pese a que Hostos encontró un ambiente favorable en la esfera política
e intelectual –y en el propio terreno de los negocios, donde sus ideas re-
sultaban funcionales a la modernización capitalista en proceso– su credo
positivista y laico amenazaba el andamiaje de la enseñanza escolástica. De
esta forma, entre la Iglesia y Hostos y sus partidarios se entabló una bata-
lla, cuyas armas fueron la pluma y el verbo elocuente; sus municiones, las
ideas; y el escenario, la prensa, el púlpito y la cátedra.

Monseñor Fernando Arturo de Meriño, jefe de la Iglesia y el presbítero


Francisco Xavier Billini, director del Colegio San Luis Gonzaga, de bien
ganado prestigio, emprendieron su campaña contra la enseñanza laica (“la
escuela sin Dios”), la filosofía positiva y la moral social (“doctrinas liberti-
cidas”), que “so pretexto de demostraciones científicas”, inculcaban “teo-
rías hipotéticas y degradantes”, “despojando a las conciencias timoratas de
la fe salvadora y de los sanos principios morales que ella nutre y sostiene”,
al decir de Meriño.

Para la cabeza de la Iglesia dominicana –quien había ejercido la presi-


dencia de la República como miembro del Partido Azul, o sea, del bando
liberal, y posteriormente había sido rector del Instituto Profesional– los
positivistas eran ateos y materialistas, propagadores de una “literatura fa-
laz y de una ciencia huera”. Su influencia en la sociedad dominicana sería
vista como la causa de los males que ésta padecía: “El verdadero origen,
funesto manantial de nuestras desgracias, está en la perversión de las ideas
y de los sentimientos por las doctrinas liberticidas que vienen gozando de
privanza de algunos años acá”, ocasionando que “principio de autoridad,
sujeción a instituciones y leyes, temor de castigos, miramientos sociales,
todo haya ido escandalosamente menospreciándose”.

Frente a los embates eclesiásticos, los hostosianos respondían desde


la prensa liberal: “profesores, catedráticos, alumnos ofendidos: llevantad
vuestra protesta! Decid al mundo que se os condena y se os infama porque
servís a la razón, porque ilustráis y redimís llevando el espíritu al convenci-

231
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

miento de las verdades científicas que la iglesia excomulga, y los principios


de la moral social más elevados que la civilización santifical”, ripostaba El
Eco de la Opinión, el periódico capitalino más influyente de la época.

Con la salida de Hostos de Santo Domingo, en 1888, para sembrar su


semilla fecunda en Chile y el progresivo curso autoritario que asumiría el
régimen de Ulises Heureaux, amainaría esta polémica, para volver a tomar
impulso, en 1900, cuando retorna a tierra dominicana como director del
Colegio Central, siendo designado seis meses después Inspector General
de Enseñanza Pública. Hasta que la muerte le sorprende, en 1903, “poseído
ya también del fastidio de la vida”, como escribiera en su Diario, cinco días
antes de su deceso, afectado de “asfixia moral”, al decir de Pedro Henríquez
Ureña.

Última etapa de Hostos en Santo Domingo


En lo que sería su tercera y definitiva estancia en tierra dominicana –y a
pesar del evidente desánimo que provocara en su espíritu el resultado de
su incursión en la política puertorriqueña de cara a la definición del asunto
del estatus– Hostos desplegaría nueva vez su inmensa vitalidad creadora.

Llamado por el joven presidente Horacio Vásquez y por la generación


que conformó su discipulado normalista en la década del 80, así como por
caros amigos y compañeros de propósitos liberales, el Maestro arriba en
Santo Domingo en enero de 1900. La crónica periodística registra su llega-
da en estos términos:

“Manifestación elocuentísima de adhesión y de cariño se hizo al Maes-


tro, el Día de Reyes, en ocasión de su regreso a la Primada.

Desde el muelle del Ozama a la antigua Normal tuvo numeroso acompa-


ñamiento. El local se llenó de damas y caballeros. Abundaban sus discípu-
los. Asistían las maestras normales. Brazos cordiales, húmedos ojos y labios
sinceros diéronle la bienvenida. En sus abrazos, sus miradas y su verbo vol-
vimos a ver el alma educadora y amable de Eugenio M. de Hostos.

Consigo trajo el antillano esclarecido a su distinguida familia, satisfecha


de volver a la patria dominicana.

232
Colmado sea de satisfacciones el hogar del Maestro, del compatriota,
del amigo…!”

A las pocas semanas se daba la noticia de que reanudaba sus faenas el


Colegio Central, bajo la dirección de Hostos, quien había sido selecciona-
do a unanimidad por el Consejo de Gobierno. Con un cuerpo de dieciséis
profesores encabezado por su director y su vicedirector, don Federico Hen-
ríquez y Carvajal –hermano de Ramón Emeterio Betances, Eugenio María
de Hostos y José Martí– y con más de cien alumnos, Hostos impartiría
Geografía Patria, Derecho Constitucional, Historia e idioma Inglés.

Concomitantemente, Hostos fundaba la Escuela Normal nocturna, bajo


la dirección compartida de sus antiguos discípulos Francisco J. Peynado y
Félix Evaristo Mejía, anexa al Colegio Central. Así como otra similar, que
operaría en la Villa de San Carlos, lugar que fuera residencia del Maestro
en su anterior etapa dominicana y motivo de bucólicas añoranzas en sus
días chilenos (caserón que había quedado en manos de mis abuelos Luis
Temístocles del Castillo y la educadora Dolores Rodríguez Objío, directo-
ra ella misma de un plantel sancarleño).

Más significativas resultaron sus demás actividades iniciales. A sólo tres


días de la reapertura del Colegio Central, Hostos y sus seguidores acorda-
ron las siguientes tres líneas de trabajo: el desarrollo de un programa de
conferencias populares, la celebración de asambleas cívicas con vistas a la
reanimación de la Liga de Ciudadanos o la formación de una entidad de ob-
jetivos similares y la apertura de escuelas nocturnas de educación común.

El sábado 3 de febrero se realizó la primera de estas conferencias popu-


lares, ante un auditorio compuesto por “un centenar de obreros y de jóve-
nes adscritos al estudio de los problemas económicos”. La charla, ofrecida
por Hostos, versó sobre un tema considerado de actualidad, a saber: “Cuál
debe ser el propósito racional, el sano objetivo, de la asociación obrera”.
Como se desprende de la glosa de esta conferencia y de la discusión que le
siguió, el propósito práctico era promover la organización del movimiento
obrero.

Esta iniciativa calzaba plenamente con el interés manifestado por Hos-


tos durante su efímera estancia en Puerto Rico, de fomentar la educación

233
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

nocturna para obreros, las conferencias semanales para educar a las masas
populares en la función de pensar y discernir sobre asuntos de interés lo-
cal, municipal y nacional, así como humano, y, finalmente, de promover las
cooperativas y las cajas de ahorro. Por esta vía, Hostos pretendía galvani-
zar la conciencia ciudadana, a través del despliegue de las capacidades in-
dividuales y asociativas de las personas, rompiendo con lo que entendía era
un funesto legado cultural del coloniaje español, consistente en esperarlo
todo del Estado y sus autoridades. Era en este sentido progresista –consis-
tente en asimilar rasgos positivos de la cultura política norteamericana–
que Hostos hablaba de “americanizar” al pueblo puertorriqueño.

La otra asamblea –con resultados menos exitosos que la anterior– estu-


vo enderezada a reactivar la Liga de Ciudadanos, que un año antes había
integrado a jóvenes seguidores de Hostos o a constituir una asociación pa-
triótica de mayor alcance, cuyo antecedente inmediato era la sociedad que
Hostos había creado en 1898, en Nueva York, con el objetivo de desarrollar
una conciencia cívica activa, de educar políticamente a los puertorrique-
ños y fomentar las instituciones democráticas, a imagen de las institucio-
nes norteamericanas.

Los planteamientos en debate eran: formación de una Liga de Ciudada-


nos o de un partido político doctrinario.

Guardando las diferencias de contextos nacionales, la posición de Hos-


tos era similar a aquella que lo había llevado a formar en Nueva York la Liga
de Patriotas Puertorriqueños. Se trataba de dar paso a una liga de objetivos
cívicos que se dedicara “a echar los cimientos de la verdadera república
hoy y de la confederación antillana o surcontinental mañana”, como paso
previo a la constitución de un partido doctrinario.

En su artículo titulado “Intereses de la República” estableció una amplia


agenda de lo que entendía tareas a ser cumplidas por los dominicanos en
los albores del siglo XX, para alcanzar un “efectivo desarrollo social”.

Como Inspector General de Enseñanza, desarrolló Hostos una dinámica


labor, fundando en La Vega la Escuela de Maestros, la Escuela de Agricul-
tura Práctica y las Colonias Agrícolas. En Santiago y en Puerto Plata la
Escuela de Comercio y en Moca, sendas escuelas graduadas y dos suple-
mentarias.

234
Nuevamente, la reacción sacerdotal se haría notar. Editoriales del Bole-
tín Eclesiástico, pastorales y sueltos, tronarían con fuerza para rechazar
el laicismo en auge. Bajo el epígrafe “La Escuela sin Dios”, la revista san-
tiaguesa La Vida la emprendió contra los hostosianos, en un texto que la
prensa liberal calificó de “pavoroso”:

“Tiende a restablecerse en el País la Escuela sin Dios; la Escuela en que el


Derecho no se armoniza con el deber, sino que lo supedita; la Escuela que
separa virtualmente los consortes, los padres y los hijos, los hermanos, los
deudos, los amigos, los conmunícipes, los comprovincianos, los compatrio-
tas, los hombres; la Escuela que forma los Comunistas, y los Anarquistas, y
los Nihilistas…; la Escuela cuyas doctrinas embeben –sin quererlo acaso– el
incendio, el asesinato, todos los horrores…”

A pesar de los ataques, la estrella de Hostos en Santo Domingo permane-


ció en ascenso. Sociedades como el Ateneo de Santo Domingo lo hicieron
miembro honorario, al igual que las sociedades La Progresista y Amantes
del Saber, de La Vega. Al llegar Máximo Gómez a Santo Domingo –orlado
por la gloria libertadora– le tocó a Hostos acompañarlo en el carruaje des-
cubierto por las calles de la ciudad y pronunciar un conmovedor discurso,
“con su verba magna de pensador y de patriota”, como consignó la prensa.
En 1902, sería designado Director General de Enseñanza.

Contribuciones de Hostos
Es obvio que las principales contribuciones de Hostos se encuentran en
el ámbito de la propia enseñanza, que asumió como un verdadero sacer-
docio laico. Tanto desde la cátedra de Moral Social, enfatizando las cinco
propiedades distintivas del ser social (las relaciones de necesidad, grati-
tud, utilidad, derecho y deber), como en la de Sociología y en la de Dere-
cho Constitucional, el Maestro enlazó escuela y sociedad, en un sentido
realmente revolucionario en su momento. Los contenidos de la enseñanza
hostosiana estaban concebidos para hacer ciudadanos activos, conscientes
de sus deberes y derechos, plenamente identificados en su dimensión de
entes sociales, de miembros de una comunidad más amplia de naciones, y
de afiliados al género humano que puebla el planeta.

235
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Sorprende hoy, cuando llevamos más de un siglo sobre sus huesos ve-
nerados, la frescura provocativa de su pensamiento. Como bien dijera don
Emilio Rodríguez Demorizi, de él “debe afirmarse que no ha terminado aún
su obra en Santo Domingo, en las Antillas, en el Continente”.

Cuando en muchas latitudes imperaba una concepción del Derecho ses-


gada hacia el énfasis doctrinal y normativo, Hostos abría nuevas ventanas
a esta disciplina, insistiendo en la necesidad de conjugar la norma derivada
de principios doctrinales con las realidades del medio social, buscando es-
tablecer criterios de correspondencia y funcionalidad del Derecho. A sus
alumnos de la cátedra de Derecho Constitucional les remarcaba este as-
pecto. Su visión sociológica le situaba en una posición privilegiada.

Una oportunidad de poner en movimiento estos criterios se la brindó el


proyecto de reforma constitucional presentado tras la caída de la dictadu-
ra de Ulises Heureaux, entre cuyos auspiciadores figuraban los antiguos
jóvenes alumnos que habían sido sus pupilos, en lo que él denominaba “la
Escuela de Derecho dominicana”. La serie de artículos, titulada sugestiva-
mente “El proyecto de Constitución y el medio social”, contiene algunas de
las ideas básicas de Hostos en materia de Derecho Público.

Su visión constitucional
Para Hostos “el objeto de la Constitución es armonizar derechos y po-
deres por medio de una ley oriunda de la voluntad social”. Frente a la tradi-
ción imperante de hacer enunciados superabundantes en la carta sustanti-
va, Hostos reaccionaba indicando que “la forma de gobierno se preceptúa:
que la soberanía se asume; que el territorio se posee; que la nación se afirma
por el mero hecho de existir; que nada de eso se declara; que nada de eso es
materia constitucional”.

En su concepto, “el pueblo es una verdadera entidad de derecho, que es


quien efectivamente retiene siempre la soberanía, y a quien forzosamente
hay que apelar en todo caso de soberanía”.

Indicaba, a seguidas, que la “reforma de una constitución, en definitiva,


es un caso de reconsideración de la soberanía, y nadie, excepto el pueblo,

236
puede hacer efectivo, eficaz e indiscutible ese trabajo. Por lo tanto, toda
reforma de la ley fundamental, ya sea total, ya parcial, debe ser acto plebis-
citario o acto convencional: estando ya en desuso para casos nacionales el
plebiscito –afirmaba el Maestro–, hay que apelar a la Convención”.

Presidencialismo y centralización
Hostos reflexionaba agudamente acerca de los patrones de la cultura po-
lítica hispanoamericana, que tendían a reforzar la centralización presiden-
cial, en desmedro de los poderes y las autonomías provinciales y municipa-
les. Entendía que este fenómeno castraba las posibilidades de un desarrollo
más equilibrado de las sociedades. Y su observación resulta terriblemente
vigente en nuestros días.

En su hermosa y libre prosa modernista, nos decía: “la vida de la socie-


dad, que refluye al centro, se hace pletórica en el centro y anémica en las
extremidades. Exactamente el resultado obtenido por el centralismo”. Para
a seguidas referir, “más fácil es que un etíope se haga ariano que el que un
pueblo de enseñanza latina se haga autónomo o siquiera partidario de la
autonomía en la común, en la región, en la nación”. Y exclamaba: “estas
tontas repúblicas, que creen tenerlo todo con tener un aparato de gobierno
central, mientras se desentienden por completo de la circulación de la san-
gre y de la corriente de la vida por el resto del organismo nacional”.

Su crítica iba más lejos, y proclamaba “¿cómo somos tan ciegos que no
vemos cuán atrevido, insolente y temerario es que un gobierno central se
erija en árbitro de vida de las sociedades provinciales y comunales?” Para
concluir: “aquí no es el medio social quien impone el perjuicio al derecho;
es la costumbre del error quien impone el perjuicio al derecho; es la cos-
tumbre del error quien se impone al medio social, que clama, desde cada lo-
calidad amortecida, por gobiernos propios que les devuelvan la actividad”.

Democracia y soberanía militante


Hostos abogaba por un modelo de democracia representativa que hoy se
halla en el orden del día en muchas sociedades, tanto desarrolladas como
subdesarrolladas, bajo el etiquetado de participativa. Basado en el ejercicio

237
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

militante de la soberanía del pueblo organizado, a fin de evitar lo que él


denominaba “la substracción de soberanía natural”, que da pie a la “usur-
pación de soberanía por parte de los funcionarios del Estado”.

“Son sociedades democráticas, no principalmente porque todas las en-


tidades que componen el agregado social sean iguales, sino porque todas
esas entidades son jurídicas. Y puesto que están armadas del derecho, no
para lisonjearse pasivamente de tenerlo, sino para ejecutarlo activamente,
claro es que irán perdiendo la capacidad de gobernarse por sí mismas a
medida que vayan abandonando el deber de hacer efectivo su derecho. Y
puesto que faltan sistemáticamente a ese deber cuantos, teniendo el dere-
cho de opinar e influir en los negocios públicos, descuidan su derecho, ora
por egoísmo, ora por pesimismo, ya que por desatender la relación que hay
entre los intereses individuales y los públicos, ya que por desconfianza de
su propia iniciativa, claro es que el gobierno de todos por todos irá nece-
sariamente degenerando hasta que se convierta en el mando de todos por
unos pocos, o en jefatura de uno sobre todos”.

De esta forma, en la concepción hostosiana de los deberes constitucio-


nales, figuraban –junto al deber de educación o de aprendizaje obligatorio,
al deber de contribución o tributación, y al de servicio militar el– deber de
partido político o de opinión activa y el deber del voto.

Sobre el sufragio, favorecía su extensión universal y lo veía como uno de


los medios más efectivos de educación política. “No teniendo el voto otro
objeto que el hacer efectivo el principio de representación, garantizando el
buen uso de los poderes sociales que por su medio se delegan, es induda-
blemente más lógico y mejor el sufragio universal”. Veía en el sufragio res-
tringido o censitario (reservado exclusivamente a hombres, propietarios,
personas educadas, contribuyentes al fisco) una tremenda irracionalidad,
arbitrariedad e injusticia.

Prefería los partidos doctrinales a los personalistas.

Balance de poderes
Como la mayoría de los ideólogos democráticos, Hostos era partidario
del equilibrio de los poderes públicos y frente a la disyuntiva entre autori-
tarismo centralista y ejecutivos disminuidos, planteaba:

238
“Tanto yerran los que quieren Ejecutivos débiles como los que quieren
Ejecutivos fuertes. Ni fuerza ni debilidad debe pedirse a los funcionarios
del poder social: jueces, legisladores, presidentes y electores, deben tener
las atribuciones que les correspondan; y no más, y no menos. De estos irra-
cionales sistemas de gobierno en que secretarios de la fuerza mal compren-
dida o secretarios de la libertad mal conocida manipulan derechos y pode-
res a su gusto, hay que salir lo antes posible al gobierno racional, en que los
derechos del individuo y los del ciudadano, los poderes de la sociedad y las
funciones del Estado, los deberes constitucionales de los ciudadanos y las
prohibiciones a los funcionarios del Estado, corresponden puntualmente a
las necesidades jurídicas de la sociedad”.

Civilización o muerte: la profecía vigente


Hace algo más de un siglo, Hostos nos advertía en el umbral del siglo
XX (1901) acerca del dilema que enfrentábamos como pueblo de cara al
porvenir, en el ámbito de unas Antillas situadas en el mismo trayecto del
apetito imperial: “civilización o muerte”. Su reflexión profética mantiene
hoy un frescor de rocío tempranero, habida cuenta que se anticipó a la in-
tervención americana de la isla y a la férrea dictadura de Trujillo. Sin contar
el dominio secular ejercido en el planeta por el nazismo-fascismo, el comu-
nismo y el imperialismo benefactor o malefactor.

“No va a ser lecho de rosas en el que va a descansar la familia dominicana


en este siglo. Va tocarle un trabajo ímprobo de organización y un esfuerzo
continuo de desviación”.

Lo que hoy hacemos no es más que darnos cuenta de lo que hay que
hacer, para dar estabilidad a la administración pública. Apenas si empeza-
mos a comprender cómo de la absoluta desorganización en que nos encon-
tramos no se puede llegar a la organización de nuestra vida nacional sino
a fuerza de administración recta, sana de intenciones y metódica en sus
procedimientos.

El siglo no va a permitirnos seguir por donde vamos. Por donde vamos


se llega a la barbarie corrompida, crapulosa, leprosa, lacerada, y nada más
que con ver los antecedentes de este siglo, se está viendo que él no puede
permitirnos esa obra de corrupción y destrucción.

239
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Felizmente para los pueblos débiles las premisas de donde parte el siglo
para su trabajo de cien años es el dominio puro y simple de la fuerza: de
la fuerza hecha verdad, por medio del principio terrible de la evolución;
poder, por medio del principio de las grandes nacionalidades; de la fuerza
hecha guerra, por medio del tremendo principio de esa supremacía de la
fuerza brutal.

Esos tres horribles perturbadores de la vida del siglo XIX van a ser los
constructores del siglo XX, y pese a quien pese, así será, como los que no
sepan sacar partido de sí mismos para hacerse fuertes en verdad, en poder
y en acometividad, serán pueblos absorbidos o barridos o destruidos.

Los dos pueblos que habitan esta hermosísima parte del archipiélago de
las Antillas, que no sueñen, que no dormiten, que no descansen. Su cabeza
ha sido puesta a precio: o se organizan para la civilización, o la civilización
los arrojará brutalmente en la zona de absorción que ya ha empezado.
“Cuando se otea en la fecunda errancia de Eugenio María de
Hostos por el continente americano se hace imperativo concluir
que en materia de pertenencia o identidad nacional, este hombre
libre es tan puertorriqueño como dominicano o cubano, chileno
o venezolano”.

Con el patriotismo de las pasiones enfurecidas, con la resolución de sal-


varse o de morir, con los viejos heroísmos que ya han pasado de edad, con
los resabios morales e intelectuales de aquel siglo pasado tan sujeto a espe-
jismos de la mente, con eso, con lo que no sea verdad, poder y fuerza, no se
irá en el siglo XX a parte alguna.

Los que no puedan llegar a alguna parte, aunque no sea más que a ser
dueños de sí mismos en un rincón del espacio, que se civilicen. La orden
del siglo es terminante:

“Civilización o muerte”. (El Liberal, n.170, 12/1/1901).

Su herencia dominicana
Cuando se otea en la fecunda errancia de Eugenio María de Hostos por el
continente americano se hace imperativo concluir que en materia de perte-

240
nencia o identidad nacional, este hombre libre es tan puertorriqueño como
dominicano o cubano, chileno o venezolano. En una palabra, latinoamerica-
no. Admirador de las instituciones democráticas y del impulso civilizador
anglosajón. Esperanzado con el liberalismo republicano ibero. Abogado del
género humano étnicamente pluralista. Por ello, tan universal.

En sus tres estancias en tierra quisqueyana –que totalizaron 13 años–


Hostos sembró escuelas, despertó espíritus, abogó por buenas ideas y pro-
yectos. Pero sobre todo enseñó. Desde la cátedra, la columna periodística
o el texto. En la charla y en el hogar. Enseñó con el ejemplo de una vida
consagrada a la razón, a la verdad, a los demás.

Muchos de sus principios pedagógicos perduraron en la estructura edu-


cativa dominicana. Otros fueron removidos por el tiempo y la dictadura de
Trujillo. Todavía hoy su figura genera escozor en algunos círculos.

En 1985 sus restos mortales –que hicieron exclamar a su amigo entra-


ñable don Federico Henríquez y Carvajal, “¡Oh, América infeliz que sólo
sabes de tus grandes vivos, cuando ya son tus grandes muertos!”– fueron
trasladados al Panteón Nacional. Luego de haber permanecido en los jardi-
nes del local que alojó uno de sus más caros proyectos, la Escuela Normal, a
la sazón Biblioteca Municipal, sita en la Capilla de la Tercera Orden Domi-
nica. A los pies de la estatua del escultor cubano Juan José Sicre, autor del
monumento a Martí en la Plaza de la Revolución en La Habana.

Algunas entidades universitarias y academias han realizado jornadas


destinadas a evaluar las múltiples facetas de la obra hostosiana y cada vez
más sus contribuciones motivan la atención de los estudiosos.

Obras como Moral social y “Lecciones de derecho constitucional” han sido


reeditadas por la Oficina Nacional de Administración Pública (ONAP).
Del mismo modo, textos tan hermosos como “Hostos, el sembrador”, uno
de los testimonios más elevados del entrañable cariño de los dominicanos
hacia Hostos, de la autoría de Juan Bosch –quien laboró a finales de los
años 30 en la primera edición en 20 volúmenes de sus “Obras Completas”–
él mismo un ejemplo de templanza cívica.

241
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

En Hostos, el Sembrador Juan Bosch observó, al referirse a su admirado Eu-


genio María: “Pobre sembrador antillano, semilla y flor él mismo, el ciclón
no lo dejó recoger su cosecha”. En abril de 1989 acudimos junto a Bosch a
San Juan, Puerto Rico, al Primer Encuentro Internacional sobre su pensa-
miento, con motivo del sesquicentenario del natalicio del Maestro. Y allí,
gente de todas las latitudes a las que llegó el Sembrador hicimos inventario
de su cosecha pródiga.

Pero esta labor apenas se inicia. Hostos tiene mucho que hacer en Amé-
rica. “En verdad señores –como dijera el escritor dominicano Tulio Ma-
nuel Cestero, en el homenaje rendido por la Academia de la Historia de
Argentina, con motivo del centenario del Maestro– que si la obra escrita
por Eugenio María de Hostos constituye una de las más fecundas páginas
de la historia del pensamiento americano, su vida ejemplar es una de las
más bellas realidades de la dignidad humana”.

242
Bibliografía consultada
Avelino, Francisco Antonio
Visión hostosiana de la sociedad dominicana
Museo del Hombre Dominicano, Santo Domingo, 1984.

Bosch, Juan
Hostos, el Sembrador
Ediciones Huracán, Río Piedras, 1976.

Cestero, Tulio Manuel


Hostos, hombre representativo de América.
Clio, Año IX, Núm. XLV, enero-febrero 1941, 21-32.

De Hostos, Eugenio M.
Tratado de sociología
El Ateneo, Buenos Aires, 1941.
Moral social
Editorial Losada, Buenos Aires, 1939.
Lecciones de derecho constitucional
Publicaciones ONAP, Santo Domingo, 1982.

Del Castillo, José


Ensayos de sociología dominicana
Ediciones Siboney, Santo Domingo, 1981.
Las inmigraciones y su aporte a la cultura dominicana
(finales del siglo XIX y principios del XX)
Ensayos sobre cultura dominicana
Museo del Hombre Dominicano, Santo Domingo, 1981.
Contribución Dominicana de un Ciudadano de América
Revista Jurídica de la Universidad de Puerto Rico,
vol. LV, no. 2, 1986, 211-219.

El Caribe
La Influencia de Hostos en la Cultura Dominicana
(Respuestas a la encuesta de El Caribe)
Editorial del Caribe, Ciudad Trujillo, 1956.

243
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Henríquez Ureña, Camila


Las ideas pedagógicas de Hostos
Publicaciones de la Secretaría de Educación,
Santo Domingo, 1974.

Henríquez Ureña, Pedro


La Sociología de Hostos
La Habana, 1905.

Hoetink, Harry
El Pueblo Dominicano: 1850-1900
Universidad Católica Madre y Maestra, Santiago, 1971.

López, Julio César


Eugenio María de Hostos Obra Literaria Selecta
Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1988.
Hostos: Sentido y proyección de su obra en América
Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1995.

Lugo, Américo
Obras Escogidas
Biblioteca Clásicos Dominicanos, Fundación Corripio, 1993.

Maldonado Denis, Manuel,


Eugenio María de Hostos, Sociólogo y Maestro
Editorial Antillana, Río Piedras, 1981.
Eugenio María de Hostos, América: la lucha por la libertad
Siglo XXI editores, México, 1980.
Visiones sobre Hostos
Biblioteca Ayacucho, Caracas.

Rodríguez Demorizi, Emilio


Hostos en Santo Domingo
Imp. JR. Vda. García, Ciudad Trujillo, 1939, vol. I y 1942, vol. II.
Luperón y Hostos
Editora Taller, Santo Domingo, 1975.

244
CAPITULO V

Las raíces ideológicas


sobre la condición
dominicana en los
pensadores criollos
• Antonio Sánchez Valverde
• Andrés López de Medrano
• José Núñez de Cáceres
• Bernardo Correa y Cidrón
• Ciriaco Ramírez

EXPOSITORES: COORDINADOR:
Ciriaco Landolfi José del Castillo
José Miguel Soto Jiménez
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Figuran en el panel Ciriaco Landolfi, José del Castillo, Franklin García Fermín, rector de la
UASD, y José Miguel Soto Jiménez.

Público asistente al panel efectuado el 15 de agosto de 2009, en la Universidad Autónoma de


Santo Domingo (UASD).
El pensamiento político
de cuatro intelectuales
dominicanos de fines del siglo
XVIII y principios del siguiente:
Antonio Sánchez Valverde,
Bernardo Correa y Cidrón,
Andrés López de Medrano y
José Núñez de Cáceres Ciriaco Landolfi
“La vastísima ilustración de Núñez de Cáceres no admite, en
el campo de la política, vacíos reprochables. No se le puede
exonerar de la inadvertencia del grave peligro inminente
de la invasión de los haitianos, que habían escrito en su
Constitución que ‘la isla era una e indivisible’. Lo sabía y
hay constancia documental afirmativa. Lo sabía y lo temía”.

Recién recibí el honor inesperado de hablar en este cenáculo reunido


para examinar el pensamiento político dominicano en función de pers-
pectiva histórica y misión de alumbrar el porvenir, bautizado con ingenio
“Festival de las Ideas”.

La ocurrencia de este evento es de oportunidad excepcional, en días en


que el destino de la humanidad luce emboscado por la incertidumbre de
decisiones cruciales, heroicas y quizás decisivas para la sobrevivencia de la
civilización que conocemos. Pocos disfrutan y una inmensa población del
planeta padece.

Podría decir con mi impertinencia habitual que hacemos un ejercicio de


futurología, ya ciencia tenebrosa que divisa un horizonte radicalmente dife-
rente del que aún contemplamos con una especie humana minimizada hasta
lo increíble, los inventarios zoológico y vegetal arrasados y el alga marina
como único y exclusivo alimento para nuestros lejanos descendientes.

Se viene diciendo que la historia es una ciencia. No es el momento de


discutirlo. Lo cierto es que hasta hoy no ha servido para no repetir los dos
polos de su realización absurda: La guerra y la paz, porque toda ella es el
reservorio de la estupidez o la arrogancia de la fuerza. La contraposición
incardinada en el aserto la presenta como adversaria de la inteligencia.

247
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Uno de los aciertos de uno de nuestros personajes escrutados: Andrés


López de Medrano, uno de los dominicanos intelectuales que dejaron hue-
lla escrita en el siglo XIX con visos de profundidad. El ideal de progreso de
ese nativo lo llevó a celebrar la ocupación haitiana de 1822, arrobado por el
prodigio de la liberación de los esclavos de Saint Domingue. Ese espejismo
lo llevó a loar exageradamente al presidente Boyer, por la promesa de que
reabriría la Universidad Aquina. El engaño lo desilusionó cuando era tarde
para retirar los elogios.

López de Medrano fue un virtuoso de la inteligencia progresista. Des-


afortunadamente, creyó en las argucias de la política y se dejó llevar por los
vaivenes de la época, movida entonces como siempre por la maraña de los
intereses creados.

Fue así que abrazó la Constitución de Cádiz de 1812, en la que vio un


mirador de esperanzas para la libertad y los derechos humanos –como di-
ríamos hoy– sin ahondar en el espíritu y la letra de ese instrumento que
reafirmó el privilegio clasista estatuyéndolo; que olvidó a millones de es-
clavos americanos y aspiró a una monarquía constitucional en una España,
a la sazón obscurantista con la Sagrada Hermandad –la Inquisición– como
órgano represivo del pensamiento liberal.

248
Este personaje y su obra merecen un espacio más holgado de cinco mi-
nutos, para ser examinado con solemnidad y respeto con la lupa epocal,
para perdonar sus errores de conducta política y sopesar sus juicios de
aproximación científica.

Bernardo Correa y Cidrón –el tercero de la troika tonsurada que figu-


ra en la nómina de personajes objeto de esta exposición apresurada– fue
hombre inteligente y cultivado, obnubilado por la cultura francesa. Debió
ser un admirador de Napoleón 1, si lo juzgamos por su renuencia a asumir
el compromiso de la Reconquista, o su adhesión al régimen autoritario y
esclavista del gobernador francés, Lois Ferrand de 1904 a 1808; el ejecutor
real del Tratado de Basilea en el Santo Domingo español; querencia que le
costó no accesar al trono arzobispal de la colonia recobrada.

La contradicción de su pensamiento político la cifra una miopía inte-


lectual –quizás circunstancial– en no advertir que la Revolución Francesa
había regresado a sus vísperas despóticas de la aristocracia enfatuada con
Bonaparte, repartida entre la del antiguo régimen y la novísima de los ad-
venedizos de la corte del César.

Antonio Sánchez Valverde, el último de los religiosos de la troika a mi


cargo en esta cátedra de “El Festival de las Ideas”, fue un hombre de recie-
dumbre excepcional, inteligencia fecunda y cultivada y carácter templa-
do, que rebatió con lucidez y bríos adondequiera lo llevó su itinerario de
combatiente contra la injusticia de la “pureza de la sangre”, que le cerró su
ascenso al escalafón eclesiástico en todas partes; hasta lograr abrirse paso
–ciertamente modesto– en México, donde alcanzó una posición que nunca
satisfizo su aspiración ni logró desbordar luego.

Este mulato ilustre fue un dominicano integral, que ocupó su inteligen-


cia en defender la patria deletreando su valor en obra memorable, en sínte-
sis entrañable, que habla por sí sola de una pasión intensa por la patria, la
de su cuna y antepasados blancos y negros. Este cura anduvo la geografía
colonial y conoció al hatero montero en su bohío, compartió su mesa en
compañía de su padre y anotó en su memoria las características estoicas de
su transcurrir esforzado.

249
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Sánchez Valverde descorrió el escenario escondido de la ruralidad domi-


nicana de su época y consagró en frases lapidarias la brega riesgosa de su
realización cotidiana. Pero en él, como en los otros personajes comentados
–López de Medrano y Bernardo Correa y Cidrón– hubo el desliz de valorar
la esclavitud como motor de la prosperidad.
“El balance biográfico de estos dos pensadores políticos
–López de Medrano y Núñez de Cáceres– fue la muerte en
el olvido en Puerto Rico del primero y la lápida mortuoria
lejos de la patria entrañable, para el otro. La democracia
intuida por el primero, bajo el protectorado haitiano del
presidente Boyer, fue una ilusión alienada”.

Pero en él, el equívoco tuvo atenuante: en la esclavitud que conoció en


sus romerías por toda la colonia, pudo observar –y así lo dejó escrito– que
los esclavos vivían en una suerte de compañerismo con los amos; quienes
a veces asumían personalmente el riesgo de la faena de atajar el ganado
“orejón” y la caza del puerco cimarrón.

Nadie podría confirmarlo, pero es de duda razonable que pensara en


esa socialización cimarrona, cuando propuso la “revolución esclavista” de
sembrar de esclavos el país, para potenciar su desarrollo. Una ocurrencia
de indescifrable intencionalidad, con escaso material biográfico del perso-
naje. ¿Pensó acaso que el mestizaje caudaloso era la fórmula demográfica
de preservar la identidad nacional? Si fue ese su pensamiento acertó en el
pronóstico con absoluta certidumbre; lo que también ocurrió con su defen-
sa de la raza indígena, al vindicarla de la absurda responsabilidad de haber
esparcido la sífilis entre los conquistadores.

Un ilustre historiador español en obra curiosísima –“Los grandes enig-


mas de la Historia”– probó el siglo pasado la imposibilidad real de que los
marineros colombinos del primer viaje del descubridor pudieran contagiar
de la terrible enfermedad a los italianos de Nápoles, llegando a esa ciudad
en su próxima derrota.

Antes de pasar al último de los pensadores políticos dominicanos pro-


gramados, para hoy ser comentados en este “Festival de las Ideas”, debo
hacer una reflexión de personalísima apreciación, referida a la ocurrencia

250
en tres de ellos, en el ideal de reconstruir la clase dirigente colonial expa-
triada por España en 1800.

Esto así para encuadrar en una intencionalidad –hasta ahora descono-


cida en la historia nacional social– sus razonamientos de seguro trasfondo
hispanizante, de lealtad a la estirpe y de independencia razonable.

El excluido Correa y Cidrón fue afrancesado prematuro, porque hasta


Núñez de Cáceres –a cuyo laberinto estamos entrando– reservó el estatuto
jurídico indiano para la gobernación inmediata del Estado independiente
del Haití español. A él le he reservado la parte medular de esta exposición,
lógicamente recortada a sólo veinte minutos para cuatro microbiografías
sobresalientes y el enjuiciamiento de sus ideas políticas; sencillamente
porque fue el único de los cuatro que encarnó en la realidad factual, su
ideario emancipador, desafortunadamente en éxito.

José Núñez de Cáceres falleció en 1790 después de ochenta años inin-


terrumpidos ejerciendo las funciones de deán de la Catedral de Santo Do-
mingo. Fue un religioso que no llegó a la historia, pero traspasó a su des-
cendiente el nombre y la aureola que había ganado en la capital colonial.
Fue el legado que dejó al nieto contrariado por su padre, en la vocación a la
sabiduría y quizás a la proceridad.

El laberinto biográfico de José Núñez de Cáceres tiene oquedades aún


no iluminadas desde el registro de su acta bautismal –me refiero al prócer–
donde figura una tía como madre: ese error trató de subsanarlo Gustavo
Mejía Ricart en su obra Crítica de Nuestra Historia Moderna, sin despejar la
duda razonable del por qué no se consignó el nombre de su madre muerta.

Otras facetas de ese laberinto –muchas y algunas de bulto– no tiene es-


pacio en la brevedad de esta exposición con apenas unas menciones signi-
ficativas: fue auxiliar intelectual del general Páez, el venezolano que que-
bró la unidad de la Gran Colombia; la criatura estatal federativa a la que
apostó la Independencia Efímera.

Las razones políticas de su extrañamiento de Venezuela y su estadía de-


finitiva en México podrían explicar su actitud, pero no así su enemistad vi-
talicia contra el Libertador Simón Bolívar. Restaría enfatizar el laberintico

251
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

itinerario de su gesta, el secretario del abandono del poder político como


guía y mentor de la Independencia Efímera, a los ocho días de lograrla. El
huidizo pasar “encerrado” en casa familiar el resto de los restantes 41 días
de duración del hecho patriótico consumado.

La malicia política tiene sus preguntas frente a esa actitud, porque


Núñez de Cáceres era hombre valiente, amén de muy talentoso y tozudo.
¿Quiso evitar una tragedia informado secretamente de que la invasión hai-
tiana era inevitable? ¿Quién le informaría? ¿Pablo Alí?, el haitiano a quien
confió la fuerza armada de la fortaleza de la capital colonial, desechando
para esa posición a quien la merecía, el lugarteniente de Sánchez Ramírez,
el coronel Carvajal. ¿Ese nombramiento fue recurso de estrategia política,
para tranquilizar al Presidente Boyer? ¿Hubo comunicación entre él y el
mandatario haitiano, a través de algún emisario cuyo rastro no llegó a do-
cumentarse? La historia cuestiona sin riesgo de establecer responsabilidad
donde faltan las pruebas. Pero asimismo la historia tiene el deber ineludi-
ble, inexorable, de la lucha razonable, a la hora de conceder proceridades.

Toda la vida me ha sido difícil identificarme con la proeza del 1ero de


diciembre de 1821. ¿Una independencia blanca con apenas escarceos y la
docilidad del capitán general español para avenirse al hecho cumplido? ¿O
fue un acuerdo sensato entre el gobernante y el emancipador? Nunca lo
sabremos.

Tampoco sabremos si la principalía de Núñez de Cáceres fue incitada


por el resentimiento contra el aparato indiano de la gobernación imperial,
al negársele la oportunidad de ser Oidor de la Real Audiencia de Quito, su
última aspiración burocrática. Lo cierto fue que lo aspiró con vehemencia.
Ese destino, de haberlo logrado, lo exponía a la rotación de los magistrados
y a la posibilidad de no retorno a la patria.

Ese argumento fue el más significativo que se le enrostró en el siglo XX,


por sus adversarios gratuitos y a deshora, sin éxito. El hombre sigue en pie
en la memoria nacional. Mi objeción a esa hornacina de gratitud lo viene
siendo su silencio oficial, en relación con la esclavitud, porque entendía y
entiendo inconcebible ninguna liberación nacional, con esclavitud insti-
tucionalizada. O más lejos aún, con cualquier forma de trabajo forzado en
encierro ominoso.

252
El ejercicio de recordación de ese episodio me lleva a la conclusión de
que Gustavo Adolfo Mejía Ricart no contó con todos los documentos de
la Independencia Efímera, porque en su obra citada no se menciona docu-
mento alguno que se refiera a la abolición, o que se pensara crear un fondo
para manumitir gradualmente a los esclavos dominicanos.

La vastísima ilustración de Núñez de Cáceres no admite, en el campo de


la política, vacíos reprochables. No se le puede exonerar de la inadverten-
cia del grave peligro inminente de la invasión de los haitianos, que habían
escrito en su Constitución que “la isla era una e indivisible”. Lo sabía y hay
constancia documental afirmativa. Lo sabía y lo temía.

Ese supuesto debió atormentarlo en sus días de aislamiento en la casa


solariega, quizás pensando en las palabras que debía decir a la llegada del
invasor, que ciertamente no fueron de bienvenida al entregar las llaves in-
necesarias de la ciudad de Santo Domingo. Tampoco de acritud merecida
con solo líneas de profecía cumplida, al señalarle al estadista usurpador
que la unidad de ambos pueblos no seria duradera, porque todos sus ele-
mentos culturales eran disímiles.

El prócer vencido sin disparar una bala fue tratado con divinidad y, si se
quiere, con deferencia señorial. Se le ofreció la dignidad de senador de la
República, que rechazó con hidalguía atemperada. Su negativa lo llevó la
condición de sospechoso de enemistad del régimen, que entonces ni nunca
fue opresivo para la clase social dominante de turno, que rápidamente se
acomodó a la situación imperante.

La vigilancia militar a su casa fue sistemática, como la violación de su co-


rrespondencia. Se le dio el pasaporte para viajar a Venezuela, donde tenía
amigos nostálgicos de su fracasado proyecto gran colombiano; pero buscó
el lado a los corifeos del primer sepulturero de la Gran Colombia, el gene-
ral Páez, dueño del poder político de la parcela segregada, quien obtuvo
el perdón del libertador en encuentro fronterizo, en circunstancias cuasi
dramáticas.

El Libertador de Venezuela lo recibió con los pies desnudos, pero aco-


razado de tropas leales. En los artículos que escribió para la prensa cara-
queña dio visos de sabiduría y habilidad, los méritos excepcionales de su
equipaje intelectual.

253
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

El prócer terminó entonces su breve periplo de nacionalismo fervoroso.


Lo demás acerca de él, ya ha sido dicho. Era un total desconocido en su pa-
tria cuando advino con fórceps de un trabucazo la primera y real indepen-
dencia nacional. El personaje, sin embargo, no se agota en esta exposición.

José Núñez de Cáceres y Andrés López de Medrano lucen en el mirador


histórico como intelectuales de fuste, con la gabela del primero introducir
la crónica colonial, en la historia “moderna” dominicana.

¿Fue acertado Mejía Ricart en el calificativo de “moderno”, que dio a la


criatura estatal prematura de la independencia efímera? ¿La estampa de
la efímera logró así fuere un minuto de la histórica fisonomía de Estado
nacional? Nunca.

La valoración conceptual semántica de las palabras “moderno” y “mo-


dernidad” en la textualidad hispánica –universal, si se quiere– es conven-
cional y acomodaticia medida con la vara de la historia; fue una pleitesía a
los llamados Tiempos Modernos de donde se derivaron.

Para el cientista inglés V. Gordon Childe, la edad moderna comenzó con


la invención del fuego. Claro es que no voy a entretenerme con explicacio-
nes del tópico, totalmente ajeno al tema que sí quiero explicar en todas sus
aristas.

Voluntaria o inconscientemente, los dos personajes intentaron recons-


truir con luces la clase de los criollos expatriados en 1800, el hábitat social
de sus ancestros. Es hipótesis válida en ausencia de noticias biográficas de
ese empeño en ambos.

El modelo de tal conducta se ofrecía espléndido en los pueblos hispa-


noamericanos liberados de la tutela metropolitana, con los criollos a la ca-
beza –descendientes en su mayoría del relumbrón de la clase dominante
colonial– que aspiraron, lográndolo, sustituir a los españoles en el mando
político de sus patrias nativas, con alguien entre ellos de visión continen-
tal: Simón Bolívar.

El sistema republicano adoptado por las soberanías nacionales tardó


en modificar la estructura injusta de la sociedad. La esclavitud se man-

254
tuvo viva y la servidumbre indígena, también. Recién, dos siglos después,
asoman sus rostros los pueblos sacrificados por la epopeya libertadora,
bienvenida a buena hora; pero quedó atrapada en las luchas intestinas y la
voracidad de la clase política.

Fue un tramo histórico largo y pesaroso. Sus valedores aseguran que no


hubo viabilidad democrática, por la inexistencia de factores sociales que la
auspiciaran.

Olvidan, deliberadamente, que el generalato libertador repartió su som-


bra a veces ominosa, por todo el continente. La habilidad emprestataria de
las bolsas europeas afirmaron el empobrecimiento colonial. El siglo de las
luces no embarcó sus farolas fuera de su vitrina europea.

En el Santo Domingo español la sombra fue más tupida porque lo cubrió


el autoritarismo militar foráneo, el de la ocupación haitiana de 1822 a 1844,
sólo complaciente con la clase social pudiente y cómplice.

Ese fue el producto neto de la Independencia Efímera. El revés de un


patriota improvisado de libertador y estadista. Un hombre inteligente y
bien intencionado, que ganó fama por su fracaso. Sin embargo, regatearle
sus méritos luce una injusticia. Fue engañado por vecinos, parientes por
añadidura; como lo sería el apóstol en 1844, tras el espejismo liberal de los
conspiradores de Praslin.

La represalia fue tardía y sórdida en 1937, después de abrazos cordiales


entre el presidente Vincent y Trujillo, el dueño del poder político y militar
de la República Dominicana.

El balance biográfico de estos dos pensadores políticos –López de Me-


drano y Núñez de Cáceres– fue la muerte en el olvido en Puerto Rico del
primero y la lápida mortuoria lejos de la patria entrañable, para el otro. La
democracia intuida por el primero, bajo el protectorado haitiano del Presi-
dente Boyer, fue una ilusión alienada.

La precipitación del otro, en tallar un Estado independiente, fue para


decir lo menos, un error de cálculo o un desconocimiento integral de la psi-
cología colectiva del pueblo paredaño, que los dominicanos consideramos
más que fraternal, hermano.

255
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

El muestrario de la obra escrita en uno y en otro afirma, en López de Me-


drano, la tendencia inequívoca hacia la abstracción filosófica. Pero hombre
de su tiempo, compartió esa lealtad de su pensamiento con la razón polí-
tica de adhesión, a la monarquía y sus valores. El temperamento impulsi-
vo del prócer, lo llevó a la acción revolucionaria antiespañola, después de
haber servido con fidelidad al episodio de la Reconquista. Desgranar en
recuadros estas dos vidas, es de largo ejercicio discursivo. No es la ocasión,
cuando sólo examinamos el pensamiento político en uno y en otro.

Si quisiéramos precisar brevemente, el perfil del primer demócrata teó-


rico dominicano. Tendríamos que recurrir a un solo calificativo condicio-
nado: fue un soñador con los pies en la tierra. Creyó posible la libertad y el
respeto a los derechos ciudadanos, al amparo de la Constitución gaditana–
instrumento que como llevo adelantado– regimentó el régimen señorial
peninsular, discriminó a los criollos americanos y dejó en un limbo a los
esclavos africanos y a los siervos cobrizos encomendados.

El primer boceto democrático del pueblo dominicano lo pintó el proceso


comicial de 1820, cuando fueron elegidos los primeros cuatro diputados de
la provincia Santo Domingo; quienes al año siguiente, se sumaron al movi-
miento emancipador de Núñez de Cáceres.

Una lectura rápida y superficial de esa deslealtad, puede sugerir algún


temor al alboroto popular que causó en la ciudad Santo Domingo, el drás-
tico cambio del clima político en la urbe. Ese razonamiento puede ser ex-
tensivo al Prócer de la Efímera, quien de aspirar a un cargo en la judicatura
indiana, pasó abruptamente a la ambición presidencialista; quizás pensada
en términos autoritarios.

Profundizar en ese mimetismo repentino mueve a la sospecha de un des-


contento radical con el ambiente liberal, así fuere este como lo fue precario
y de pocas letras. Ahí puede encontrarse sin dificultad una reacción clasis-
ta de los privilegiados de la casta y la tonsura, regidos individual y colecti-
vamente por el expediente de la “pureza de la sangre”. El absurdo requisito
imperial que le cerró las puertas del escalafón eclesiástico, al opulento ta-
lento cultivado de Antonio Sánchez Valverde, por ser mulato.

256
Este conato de aproximación a las personalidades escrutadas, nos em-
puja arrolladoramente hacia un callejón interpretativo sin salida diáfana,
incontrovertible. ¿Puede inferirse de la reunión de amigos, que concurrían
por las noches a la casa de Núñez de Cáceres, otro sentimiento común que
no fuera el interés de restaurar el grupo social expatriado por España, en
1800?

Rehúyo el riesgo o la tentación de entrar en consideraciones axiológi-


cas. Las que apuntan el índice para señalar el reparto de los papeles de los
personajes de la historia, entre buenos y malos. Ningún historiador profe-
sional –y yo me las doy de tal– tiene derecho al juicio ético de consagración
memorable. La verdad histórica no tiene lazarillos. Los hechos hablan a la
posteridad por sí solos, sin compañías a deshora frecuentemente banderi-
zas, interesadas.

Inmiscuirse en la memoria social de un pueblo a distancia y sin apertre-


chamiento de la circunstancialidad coetánea del colectivo y de sus actores,
podría conducir a equívocos irremediables. Advierto al auditorio que yo
no me excluyo de la veleidad de opinar del pasado granítico, inmodificable,
imantado por empatías y antipatías indescifrables.

He dado prueba de ello en el fin de fiesta de mis modestas ideas en temá-


tica de alcurnia intelectual y jerarquía histórica.

Con esta afirmación conclusiva de cuatro biografías de dominicanos


ilustres, a quienes he pretendido pesquisar su pensamiento político, en el
contexto de sus peripecias individuales, su magma social y sus principalías
relativas. Más allá de sus escritos y sus acciones, en tiempo cronometrado.
El hábil brevísimo entre una invitación repentina e inesperada, y el mo-
mento de la presentación del discurso que concluyo.

Asumo la responsabilidad de equivocarme, guiado por una objetividad


personal –con frecuencia contestataria– de la episódica histórica mal con-
tada; que enfoca el hecho sin sus adherencias contextuales y sin penetrar
temerariamente, en intencionalidades y mentalidades individuales y colec-
tivas.

257
LA BÚSQUEDA DEL
“ARCA PERDIDA Miguel Soto Jiménez
“Antonio Sánchez Valverde, Bernardo Correa y Cidrón,
Andrés López de Medrano, José Núñez de Cáceres,
son pioneros de un pensamiento político criollo. En su
momento, articularon ideas que ahora nos llaman la
atención con una curiosidad casi ‘arqueológica’ ”.

Lo primero que deseo hacer en el marco de este “Festival de las Ideas”,


es celebrar la iniciativa de la Dirección de Información, Prensa y Publici-
dad de la Presidencia de la República, y del Archivo General de la Nación
de organizar el seminario “Retrospectiva y perspectiva del pensamiento
político dominicano”.
No se trata de cumplir con protocolos, para mostrar satisfacción por la
distinción de una invitación que distingue, sino aprovechar la oportunidad
para aplaudir su propósito “político”.
La política, instrumento único para cambiar la suerte del país y de sus
ciudadanos, está inconvenientemente “desideologizada”.
El grito desolador del ciudadano Presidente de que en el país “no se con-
ceptualiza”, denuncia un mal hábito. Una “mala costumbre”, que ha im-
puesto la ausencia del pensamiento, garantizando la permanencia de esa
sucesión de absurdos que marcan nuestra historia.
“Historiar” sirve únicamente para articular una referencia indispensable
para forjar el futuro. Por lo tanto, no debe estar cimentado en la función
torpe de repetir errores.
En 165 años de historia republicana, algo necesario se nos ha perdido
entre las vorágines, las guerras y los derrumbes. Algo muy valioso, que de-
bemos urgentemente encontrar. Buscar el “Arca Perdida” del pensamiento
nacional, que aparece y desaparece en nuestra historia.
Es una lástima que hace años nuestra educación pública se privara de la
“lógica”, como materia escolar, porque enseñaba a pensar.

258
Un ideólogo es un teórico y esa palabra en República Dominicana, en
vez de ser halago, es insulto que puede ser muy ofensivo, hasta llegar a
descalificarte.
Nos han enseñado que lo importante es la acción por la acción misma.
Eso que te apresura a llevarte a ningún sitio.
No vale la pena “conceptualizar”, si el propósito no marcha en beneficio
de las grandes mayorías. Siempre habrá que tener cuidado, con esas “ideas
abstractas, sedientas de sangre”. Despropósitos maquillados de concep-
tos. Engaños para justificar desmanes con falsas razones.
La nación es “fenómeno espacial”: “comunidad de personas que viven
en el mismo territorio”. Como esta comunidad está “regida por un mismo
gobierno”, es también un fenómeno político.
“Poseer la misma historia”, las mismas tradiciones, las mismas creencias
comunes, la misma lengua, hacen de la nación un “fenómeno cultural”.
República Dominicana es “un concepto”, que hay que racionalizar veri-
ficando ese “plebiscito cotidiano” del que hablaba Renan.
“Felices los que conocen las causas de las cosas”, frase que sin ser de la
autoría de un “cientista social”, es del poeta latino Horacio. Verso suyo,
que alude a eso que decía Aristóteles: “La poesía es más profunda que la
historia”.
Conocer el origen del pensamiento político dominicano, para armar el
futuro, hace loable este intento gubernamental, para contribuir a un nuevo
tipo de “hacer política”.

259
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Asumir la tarea de reconciliarse con el hábito de pensar, es parte del


trabajo, para espantar la impremeditación de los caudillos y sus designios
“medalaganarios”. Desterrar a “Concho Primo” y sus desmanes del “in-
consciente colectivo”. Descansar el machete ese “forjador de libertades”,
y de “truculencias”, en el lecho de una democracia pletórica en contenido
social.
Compláceme que se me integre en la mesa de trabajo correspondiente
a “Las raíces ideológicas sobre la condición dominicana de los pensadores
criollos”, ya que analizando las ideas de estos personajes, encontraremos
las raíces de nuestra accidentada cultura política.
Antonio Sánchez Valverde, Bernardo Correa y Cidrón, Andrés López
de Medrano, José Núñez de Cáceres, son pioneros de un pensamiento po-
lítico criollo. En su momento, articularon ideas que ahora nos llaman la
atención con una curiosidad casi “arqueológica”.
Pensadores apreciables de una dominicanidad que existía desde hacia
tiempo, fraguada en ese trajinar de defendernos contra las agresiones ex-
ternas.
La identidad se forjó “a machete”, entre el abandono y la pobreza. La
patria surgió como “pedazo de tierra defendida”.
La dominicanidad se fraguó. Había entonces que “pensarla” para darle
alternativas. Descifrar el dialecto de sables, lanzas y arcabuces.
Estos primeros pensadores presintieron realidades que no pudieron
concretar más allá de un trabajo intelectual esforzado. Limitado por la
excepción de la cátedra y la audiencia reducida de un grupo escogido de
lectores.
Fueron intrascendentes, por ser damnificados de eso que Bosch llamó
nuestro atraso político, que sigue vigente.
Huéspedes de un olvido ingrato. Aparecen como figuras descubiertas.
Rescates que nos llenan de asombro. Dominicanos ilustres que hay que en-
señárselos al pueblo como “botijuelas desenterradas” que sirven al ejemplo.
Yo no estoy diciendo que académicos, historiadores, especialistas no los
hayan descubierto antes y estudiado. Estoy afirmando que la gran mayoría
del pueblo no los conoce.
La “gente de calle” ha oído uno que otro nombre que “le suena”, porque
designan vías urbanas. Núñez de Cáceres, en su avenida. Desacreditado

260
por muchos, parece condenado a cargar con el lastre referencial de su “In-
dependencia Efímera”.
Sánchez Valverde, conocido por su obra tan socorrida, sobrevive apenas
como “vela que se extingue”, entre los aficionados de la historia.
Correa y Cidrón, cuya mención alude de inmediato a la esquina “tal” o
al número de la residencia que se busca, es un ignorado magistral. A López
Medrano, fundador del primer partido criollo, para usar una frase cibaeña:
“No lo conocen ni en su casa”.
No obstante, no dedicaré la oportunidad brindada, para tratar de en-
mendar faltas. Destacados historiadores han hecho este trabajo de manera
encomiable.
Campillo Pérez y Coiscou con López Medrano. El historiador nacional
José Gabriel García, Rufino Martínez y don Emilio Rodríguez Demorizi
con Núñez de Cáceres. José María Morillas con Sánchez Valverde.
Roberto Cassá lo ha hecho singularmente, al tratar con espíritu didácti-
co a Sánchez Valverde, López Medrano y Núñez de Cáceres en la “Colec-
ción Juvenil”.
No redundaré en detalles biográficos, salvo en algunos casos que po-
drían ser útiles para lo propuesto. Mi esfuerzo no girará en torno a un
reconocimiento justiciero, sobre la vida y obra de estos pensadores “pre-
republicanos”.
Intentaré buscar en ellos causas de un pensamiento político “yugulado”,
“fragmentado”, “desdoblado”, por el cual el absurdo y lo irracional cam-
pean a sus anchas por la historia nacional.
Se “desdoblan” los hombres con sus ideas. Se hace la exaltación de la
brutalidad, y entonces conocemos en “carne propia”, que tan atrevida ha
sido la ignorancia.
Los héroes “caen de bruces” ante los despropósitos. Las ideas parecen
divorciadas del interés público. Las teorías y las ideas parecen no servir
para nada.
Los doctores son desechados para dar paso al tropel de “generales a ma-
chete”, “jornaleros audaces” de los que hablaba don Américo Lugo.
Desdoblados, los liberales se convierten en conservadores al llegar al
poder y desdoblados, también, los antiguos revolucionarios “transan” sus
ideas, no porque cambian de opinión, sino para “sobrevivir”, haciendo suya

261
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

la reflexión de Cervantes en “La Galatea”, de que es: “de sabios cambiar de


opinión”.
La política cede al impulso de no tener pensamiento y, entonces, el vacio
de las ideas es ocupado por el oportunismo barato, para envilecerse.
La izquierda y la derecha, sobreviven a sus avatares, como brújula de
orientación política. En nuestro medio, su aguja direccional “enloquece”
imantada por nuestras grandes contradicciones.
Personajes que tienen como punto de cohesión el intelecto, la academia
y la “difícil urgencia de la modernidad dominicana”, coinciden en sus “con-
tradicciones” que sospecho son las nuestras.
Pioneros del pensamiento dominicano. Juntos comienzan a lucubrar
sobre una realidad que los antecede, atormentados con vivencias de una
localidad miserable y sin educación.
Con las herramientas a mano, interpretan lo que perciben, pero es im-
posible que sean comprendidos por la generalidad. Su labor está dirigida a
minorías ínfimas. Élites de pensamiento, limitadas a la cátedra y a un círcu-
lo exclusivo de lectores, que ni siquiera son de la clase gobernante.
Sus ideas tienen el “tufo rancio” de ese “renacimiento tardío” de la me-
trópoli. Sus referentes no pueden ser los de la Revolución Francesa, por-
que tienen un retraso con respecto al “reloj implacable de la historia”.
Su referente político más democrático es el de la Constitución de Cádiz,
y aun esto es demasiado para la clase dominante de la parte oriental de la
isla, conservadora y autoritaria.
Sánchez, “intelectual del criollismo”, cura, hijo de militar, abogado, está
lacrado en su vida y su obra por la discriminación de que es objeto, en una
sociedad que no lo acepta en sus aspiraciones por mestizo. Vencer esa
barrera es el motivo central de su existencia.
Su rebeldía es más personal que social. Reclama reconocimiento, valori-
zación para su tierra y sus iguales, para ser aceptado en otras condiciones
por un régimen colonial que lo resiente por su origen.
La socialización intelectual es un pretexto para reclamar para sí lo de-
seado. Escrúpulo por su diligencia, más que intención política declarada.
El púlpito y el estrado son tribunas de su lucha por ascenso social.
Quiere cambios que le favorezcan, sin desertar del dominio que lo opri-
me, para insertarse dentro del mismo orden de la metrópoli, donde publi-
cará sus obras y hará grandes relaciones obteniendo reconocimientos.

262
En esta tarea, Sánchez no aboga por la abolición del régimen colonial,
abusivo, corrompido y decadente, no concibe la libertad, no la preconiza,
no la intuye.
La nación es España. La “Española”, la patria pequeña, en el sentido pa-
trimonialista del término. Sánchez oferta en el escaparate de su talento
nuestras excelencias y valores al viejo amo, que luce desatento, ingrato y
despreocupado.
Reprocha sutilmente. Susurra querellas. En vez de usar el fuego para
incendiar los escombros de una dependencia aberrante, trata de encandilar
y avivar las llamas de “un amor que ya no quema”.
Su proyecto de hacer más disciplinado, organizado, riguroso y eficiente
el sistema esclavista de la colonia, nos señala los caminos del “Racionero”.
Los referentes de su pensamiento hispanófilo podría explicar, incluso,
por qué en la “Primera República” fue reproducido varias veces a partir de
1853 su libro “Idea del Valor de la isla de Santo Domingo”, como referente
de las inclinaciones antinacionales y la falta de fe en la República de los
intelectuales conservadores de ese período.
Como dice Cassá: “Pese a su agudo sentimiento criollo, no alcanzó no-
ciones de tipo nacional: todavía no percibía a todos los habitantes como
una comunidad de iguales, fundamento histórico de la nación”. Como
Núñez después, Sánchez morirá en México olvidado, pero enamorado aún
de España.
Sin embargo, no puedo abstraerme por mi condición de profesor de
geopolítica,de señalar algo que no se ha dicho del “Racionero”.
Sánchez es primer eslabón de la cadena del pensamiento geopolítico do-
minicano y esto nos lleva también a rastrear las raíces de otra de nuestras
tragedias.
De las definiciones que se han hecho de la geopolítica, prefiero la que
pondera esta disciplina como “la conciencia geográfica del Estado”.
Esta definición sintetiza la desgracia de la mayoría de nuestros gober-
nantes que, de espaldas a la realidad geoespacial, no han tenido esta con-
ciencia.
Nuestros hábitos no son insulares, sino de tierra firme. Vivimos de
espaldas al mar. No racionalizamos nuestras fronteras. No acabamos de
insertarnos en la realidad regional. Desconocemos limitaciones y posibi-
lidades.

263
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Construimos un Estado que no se parece a nuestra realidad geográfica.


Sánchez es el primero que intuye esa realidad. Esto es a mi juicio su prin-
cipal acierto.
El pensamiento de Andrés López Medrano, filósofo, abogado, médico,
académico, burócrata, tienen como referencia las mismas razones ideoló-
gicas que Sánchez y por lo tanto las mismas contradicciones, que lo llevan
a ese “desdoblamiento” que arrastrará también a Correa y al mismo Núñez
de Cáceres.
Todas las reivindicaciones a las que aspiran, fruto de su educación, no
reniegan de la metrópoli, ni de su régimen monárquico.
Sus aprestos liberales no van más allá de los sucesos en España en 1812,
reclamando algunos derechos políticos para los súbditos de la corona. Su
humanismo es renacentista, a despecho de la Revolución Francesa y la Re-
volución Americana. Su campo de acción, para la difusión de sus ideas,
será aun más limitado, porque la cátedra era socialmente más restringida
que el púlpito.
Sus pensamientos no prenden. No repercuten. Se quedan dando vueltas
en círculos alrededor de la academia y un mundillo cultural casi inexisten-
te. Circunscrito al pequeño centro urbano donde campeaba la miseria y la
decadencia colonial.
Varios aspectos acondicionan la labor de este pensamiento que podemos
llamar “liberal”, pero que no toca la médula del régimen colonial, porque en
realidad solo reclamaba una colonia “más atendida”.
La “anomia” de la llamada “España Boba” es “anemia”. La crisis econó-
mica existente. La inamovilidad social y el asomo de corrientes indepen-
dentistas desde Haití y los corsarios suramericanos que tocaban nuestras
costas, noticiando el movimiento emancipador de ese continente, son los
ingredientes del “potaje” que se cuece.
López Medrano, Correa y Núñez, pensadores de la dominicanidad, no
se pueden catalogar de revolucionarios, todos tienen ese compromiso con
la corona, lazo que no quieren abolir, sino acondicionar.
Tienen la premonición de la independencia. Clarividencia que celebra-
mos. Conclusiones de mentes iluminadas. “Quieren casi sin querer”. “Ama-
gan sin dar”. Aproximaciones condenadas de antemano a no trascender y
ser olvidadas.
Dos circunstancias hacen fallidas sus lucubraciones: Núñez, López y Ci-
drón no logran romper el estrecho círculo aislante de la academia, donde

264
tienen también sus adversarios y, están de espaldas a la realidad del país y
su cultura popular.
Prisioneros de una realidad urbana insignificante. La población mayo-
ritaria menos educada y rústica está en el campo y allí está también aga-
zapado, el verdadero poder político, social y económico, con sus símbolos,
tradiciones y metáforas.
Como si no “faltara más”, el poder militar no residía en las pequeñas
dotaciones militares regulares menguadas y desmotivadas por “el situado”,
sino donde estuvieron siempre. “Defendiendo” la isla de las agresiones de
las potencias que le disputaban a España sus posesiones. Milicias que la
colonia no podía pagar y que mandaban los hateros.
Los hatos fueron los verdaderos polos del poder militar. Milicias man-
dadas por los dueños de haciendas, capitaneadas por sus capataces e inte-
gradas por sus peones.
Sus acciones fallidas solo lograran verificar y legitimar la vieja vigencia
de los poderes fácticos de la época, que manipulaban, como herencia natu-
ral, las corrientes más conservadoras de la sociedad dominicana.
A la nocturnidad de las tertulias de Núñez, concurren López Medrano,
Correa y otros miembros de esa exclusiva y pequeña élite académica. El
fantasma de la independencia hace “celajes” de “aparecido”, propiciado por
las calamidades de la “España Boba” y la frustración de la Reconquista.
Tras el espectro liberal está presente el espíritu omnipresente de la coro-
na y sus resortes coloniales, convidado por las concepciones complacientes
de los contertulios.
López enmarcará sus pensamientos liberales, incluyendo su partido li-
beral, en una hispanidad de la que nunca abjurará. Buscando mejores con-
diciones democráticas dentro de ese mismo contexto colonial.
Protesta, pero busca favores, participa muchas veces en el gobierno mu-
nicipal, ha estado en España. Ha estudiado en Caracas. Es sin dudas el pa-
dre de la filosofía moderna en el país.
Correa y Cidrón anda por los mismos caminos, trashuma entre disquisi-
ciones académicas y una hispanidad de la que no reniega. Sueña ser parte
de una élite dirigente de un régimen colonial más justo.
Núñez de Cáceres, el más político, no se aleja de esa hispanidad que tie-
nen todos. Su nacionalismo es el del español y su patriotismo se debe a la
“patria chica”.

265
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

La diferencia con sus compañeros es que, en Núñez, duerme “atrofiado”


un estadista. Es pionero de la política monetaria. Su proyecto de constitu-
ción es interesante. Concibe la autonomía del poder municipal.
Núñez de Cáceres es el primero también de nuestros grandes oradores.
Tenía el don de la elocuencia con el que se encantan las grandes mayorías.
Por sus luces, destrezas y esa condición de estadista, garantiza la conti-
nuidad del régimen del primer caudillo dominicano, Juan Sánchez Ramírez.
El brigadier, en lecho de muerte, tiene oportunidad de despedirse por
escrito del pueblo dominicano. Documento que sin lugar a dudas escribe
Núñez, su principal amanuense. Algunos historiadores afirman que Núñez
recomendó a su “jefe” la posibilidad de la independencia y Sánchez la re-
chazó sin que esto malograra su confianza.
“A la nocturnidad de las tertulias de Núñez, concurren López de
Medrano, Correa y otros miembros de esa exclusiva y pequeña
élite académica. El fantasma de la independencia hace ‘celajes’
de ‘aparecido’, propiciado por las calamidades de la ‘España
Boba’ y la frustración de la Reconquista”.

Sobre el particular soy escéptico, no porque Núñez no se atreviera, sino


porque Sánchez es la matriz de donde partirán los grandes déspotas do-
minicanos.
Así como se puede hacer un continuo, a partir del brigadier que une la
conducta de los autócratas dominicanos, así a partir de Núñez se puede
hacer lo mismo con esos personajes ilustrados que infieren en la política.
El poeta Núñez denuncia su hispanidad en su “Oda a los héroes de Palo
Hincado”, “sazonándola” con códices dominicanos que hay que descifrar.
Su espíritu liberal está presente en su intervención fallida amansando la
ira hatera del brigadier para castigar a los miembros de la “revuelta de los
italianos”.
Recomienda sanciones severas, pero no extremas. Los principales diri-
gentes del movimiento son ejecutados, los demás castigados.
El liberalismo de los doctos de la academia “se va de cabeza”, cuando
plantean una independencia por “despecho”, excluyendo de su pensamien-
to la abolición de la esclavitud.
Conciben y proclaman la independencia sin vocación de permanencia,
solo para hombres libres, “metedura de pata maestra” que será manipulada.

266
El golpe de estado “urbano”, excluye la ruralidad donde descansa el ver-
dadero poder de la colonia. El golpe funciona solo dentro de los muros
maltrechos de la “Ciudad Primada”. El resto del país lo adversa y se expresa
en proclamas adversas, llenas de “faltas de ortografía”.
La academia triunfa aislada, en una estrecha localidad que la condena.
Solo el batallón de pardos del coronel Pablo Alí lo respalda. Nombra mal
el “nuevo estado” en desconocimiento del alma popular como: “Haití Espa-
ñol”. Iza en la Torre del Homenaje la bandera de la Gran Colombia.
No saben los doctos que Bolívar está demasiado lejos. Que tiene deudas
de agradecimiento con Haití. Es inoportuno su proyecto, poco elaborado,
poco “pensado” en sus detalles. El híbrido es indescifrable para el pueblo
confundido.
La invasión de Boyer para hacer la isla “una e indivisible”, pone fin a su
“breve independencia”, cosa que los mismos doctos saludan entusiastas,
integrándose a su gobierno.
Núñez tomó el camino del exilio permanente. En Venezuela hace perio-
dismo bajo el amparo del general Páez, que plantea “separatista” la sobera-
nía de ese país, a despecho de la “Gran Colombia”.
Adversa a Bolívar. Verifica que se equivocó poniendo el nuevo Estado,
bajo la protección del proyecto fallido del Libertador. Se entera que Bo-
lívar, conociendo el caso dominicano, comenta en una carta a Santander,
que dada la lejanía se debía contemplar como coyuntura, para alguna ne-
gociación internacional.
Enemistado con Páez, se irá a vivir a Tamaulipas, México, donde logra-
rá nombradía como académico, intelectual y político. Será gobernador y
congresista. Un nieto suyo, Portes Gil, llegará a ser Presidente de México,
tras el asesinato de Plutarco Elías Calles en 1928, gobernará exitoso hasta
el 1930.
Núñez se enteró de la Independencia dominicana en 1846 por un pe-
riódico italiano, que le regaló un capitán de barco mercante. Tras 24 años
nadie recordaba al “precursor” de la independencia. Nadie lo menciona ni
lo mencionará.
Lo mismo sucedería con López, que después de servir al gobierno hai-
tiano, se fue a vivir a Puerto Rico, la colonia española más cercana, donde
acabaría sus días en 1856.

267
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

El fracaso de estos pioneros fue que sus ideas no prendieron en la po-


blación. Fueron “malos sembradores”. El pueblo no se “empoderó” de su
pensamiento.
No influenciaron a Duarte ni a los independentistas. Ellos no los usaron
como referentes. No “contagiaron a nadie”. Sus nombres no aparecen por
ninguna parte. Duarte aparece influenciado por los fueros de Cataluña y
así se consigna, no por ningún pensador criollo.
Las corrientes liberales de la Restauración apenas usan antecedentes
de la Independencia. La nacionalidad es racionalizada mucho tiempo des-
pués, según la opinión de don Pedro Henríquez Ureña.
El fracaso del proyecto de esos pioneros es, de alguna manera, el fracaso
del pensamiento. El intento fallido de los doctores será realmente funesto.
En adelante, se impondrá en la política el culto irreflexivo por la fuerza
bruta, la impremeditación y la desideologización. El triunfo de la acción
audaz sobre la idea como antecedente y flujo recurrente, haciendo del con-
ceptualizar un “mal ejemplo”.
El pensamiento político dominicano “yugulado”, “fragmentado” y “des-
doblado” patrocinará nuestro atraso político. Apadrinará el predominio
de las corrientes conservadoras, haciendo posible nuestra incapacidad de-
mocrática. Porque la caída de estos hombres pensantes volverá a repetirse
muchas veces en nuestra historia. El mismo Padre de la Patria, ideólogo de
la Independencia, caerá bajo los “entrotes” épicos de los toscos hateros.
La imposibilidad de alcanzar el gran sueño progresista y liberal será el amar-
go resultado de un recuento histórico que no encuentra aún su síntesis.
Solo la cruz y la espada prevalecen, para resumirlo todo y agruparlo todo,
como “símbolos tribales” de nuestro sincretismo fundamental. Debemos
procurar al fin encontrar en nosotros mismos, en nuestro pensamiento, las
herramientas políticas y las ideas necesarias para construir ese porvenir
más justo que merecemos como pueblo.

268
CAPITULO VI

Análisis
social de
la historia
corrientes historiográficas,
marxismo, funcionalismo,
historicismo, y otras que
influyeron con posterioridad
a la muerte de Trujillo.
Juan Bosch y Jimenes Grullón

EXPOSITORES: COORDINADOR:
Ángel Moreta Emilio Cordero Michel
Roberto Cassá
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

La mesa del panel compuesto por Emilio Cordero Michel, Ángel Moreta, Miguel Escala, rector
del Instituto Tecnológico de Santo Domingo, y Roberto Cassá.

El público asistente escucha con atención las conferencias, efectuadas en INTEC, en Santo
Domingo.
Sociología Política
Dominicana de
Juan Isidro Jimenes
Grullón (1903-1983) Ángel Moreta
“Hay que destacar, en cuanto a Jimenes Grullón, que éste tuvo
un gesto de grandeza al autocriticarse públicamente en varias
ocasiones reiteradas. Dedicó sus últimos años al magisterio en
la universidad estatal y a escribir artículos y materiales sobre
la realidad social económica y política dominicana, los cuales
constituyen hoy una pesada aportación al conocimiento de la
historia dominicana”.

Aspectos bio-bibliográficos
Nació en Santo Domingo el 17 de junio de 1903. Ensayista, historiador,
médico, filósofo, educador y político. Cursó su educación primaria y se-
cundaria en Santo Domingo, recibiéndose de Bachiller en Filosofía y Le-
tras. Luego ingresó a la Facultad de Derecho en la Universidad de Santo
Domingo, pero su pasión por la Filosofía lo hizo desistir de su propósito de
investirse de abogado.

Presionado por la familia, partió hacia París en 1923 a estudiar Medicina.


En 1929 recibió el título de médico y regresó a Santo Domingo al siguiente
año. En 1934, al ser descubierta la conspiración contra el gobierno del dic-
tador Rafael Leónidas Trujillo fue encarcelado y enviado al exilio, a finales
de 1935. Vivió en Puerto Rico, Venezuela, los Estados Unidos y Cuba, pero
fue en este último país donde permaneció la mayor parte de sus veintiséis
años de exilio y desde donde siguió combatiendo la tiranía trujillista.

En 1941, fundó en Cuba, con el apoyo de otros dominicanos exiliados


en esa isla, y con el profesor Juan Bosch, el Partido Revolucionario Domi-
nicano y, en Venezuela, la Alianza Patriótica Dominicana. Participó en la
organización de las fracasadas expediciones de Cayo Confite; Constanza,

271
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Maimón y Estero Hondo en 1959.1 Seis meses después del ajusticiamiento


de Trujillo retornó al país, integrándose inmediatamente a la política na-
cional.

En 1962 fue candidato a la Presidencia de la República por el partido


Alianza Social Demócrata creado por él mismo en 1961. Enseñó historia y so-
ciología en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Publicó alrededor
de veinticinco libros en las áreas de sociología, filosofía, historia y política. Es
uno de los humanistas dominicanos más importantes del siglo XX.

Sus obras “República Dominicana: una ficción”; “Pedro Henríquez Ure-


ña: mito y realidad”, “Nuestra falsa izquierda” y “El mito de los padres de
la patria”, reflejan el espíritu polemista y contestatario que caracterizó la
mayor parte de su producción científica. Murió en Santo Domingo el 10 de
agosto de 1983.2

Es autor de unos veinte libros, algunos de ellos totalmente desconocidos


en el país, entre los cuales se halla “La Filosofía de José Martí”, reeditada va-
rias veces por el régimen socialista de Cuba. Esta obra fue originalmente pu-
blicada por la Universidad de Las Villas, en 1960. “La Filosofía de José Martí”
revela una profunda tarea de investigación. Su autor, conocedor cabal de la

1 Jimenes Grullón, J. I. “Ideas y doctrinas políticas contemporáneas”, véase prólogo del


prof. F. Franco. Véase el apéndice No. 1 de la obra mencionada en la nota No. 6.

2 “Debido a las carencias económicas de la clase dominante, Jimenes Grullón visualiza


desde entonces al Estado como máquina corruptora. De acuerdo a las conclusiones,

272
vida y la obra de Martí, tuvo que hurgar durante años en ella. En este libro,
el Dr. Jimenes Grullón se propuso, y creemos que lo consigue, explicitar la
“Filosofía” de Martí: su concepción ontológica, gnoseológico, ética, estética
y metafísica, para finalmente relacionarla con su concepción política y social.
Obra de un mérito indiscutible, es citada incontables veces por el famoso au-
tor de “Radiografía de la Pampa”, de Ezequiel Martínez Estrada, en su libro
“Martí Revolucionario”, publicado en La Habana en 1967.

En Cuba aparecieron otras obras del Dr. Jimenes Grullón, una de ellas
recientemente reeditada en nuestro país. Se trata de “La República Do-
minicana: análisis de su pasado y su presente”, que vio la luz en 1940. En
Venezuela, desplegó también una intensa labor intelectual. Sirvió en la
cátedra universitaria y publicó libros: “Biología Dialéctica”, “Anti´Sabato”.
Esta última mereció el premio del concurso de ensayos de la Universidad
de Zulia.

Intelectual esencialmente polemista


Desde su juventud, Juan Isidro Jimenes Grullón fue una personalidad
académica y científica de primer orden en República Dominicana, Cuba,
Venezuela y Puerto Rico. Trabajó en distintas universidades de América,
desde la Universidad de Mérida (Venezuela), hasta la Universidad Au-
tónoma de Santo Domingo (UASD); político por excelencia, filósofo, so-
ciólogo e historiador; escritor e investigador de las ciencias sociales y la
filosofía; luchador antitrujillista y exiliado dominicano desde la primera
década de la dictadura de Trujillo; defensor del sistema democrático, luego
de la social democracia y posteriormente evolucionó hacia el marxismo y el
socialismo, y participó activamente en las luchas políticas y sociales, tanto
en la política dominicana, en el exilio, como a su regreso al país, inmediata-
mente después del ajusticiamiento del dictador Trujillo.

elaboradas a partir de una apreciación intuitiva o basada en recuerdos y experiencias,


se produjo así el paso desde la búsqueda del poder por el poder a un propósito del poder
condicionado por la obtención de riquezas… Jimenes Grullón fue el primero, gracias a
sus novedosos instrumentos metodológicos, en realizar una descripción del caudillismo
como sistema de autoridad: la precariedad en que se debatían los integrantes de la
burguesía y la clase media urbana los llevó a acentuar la primacía de lo político como
medio de subsistencia”. (Cassá, Roberto. “El surgimiento de la historiografía crítica en
Jimenes Grullón”. Conferencia pronunciada en la Academia Dominicana de la Historia
el 31/07/2003).

273
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Fue autor de los siguientes libros, publicados en Cuba, Puerto Rico, Ve-
nezuela y República Dominicana: “Una Gestapo en América”, publicada en
Cuba su primera edición en 1946, en la cual narra los sufrimientos produ-
cidos por los sicarios trujillistas en las ergástulas de Nigua y la Fortaleza
Ozama, incluyendo las referencias necesarias a los interrogatorios de la
Comisión de Investigación Criminal de las Fuerzas Armadas. (Nota).

Como establece Raúl Roa en el prólogo “Palabras de un Combatiente”:

La intimidación, la soplomería y la zalema marcaron el inicio de la tenebrosa era.


Destruidos los viejos partidos, organizado el aparato administrativo sobre una base
autoritaria, secuestrada la opinión pública, sometidos la mayoría de los intelectuales,
profesionales y jueces, entregado el negocio azucarero al soberano albedrío de las com-
pañías extranjeras, y convertido el patrimonio público en arca personal de Trujillo, no
tardaría el país en transformarse en una finca privada del usurpador. Vida y hacienda,
decoro y conciencia, quedaron a merced del monopolio dominante, insaciable por natu-
raleza. “Trujillo Siempre”; “Dios y Trujillo”. El pueblo dominicano, en supremo rapto de
desesperación colectiva, intentó sacudirse el dogal de acero que amenazaba estrangular.
Se sucedieron, en rauda teoría, conspiraciones, asonadas y motines. Se tramó en el acoso
implacable, la muerte del déspota. La réplica fue el asesinato a mansalva y el reclusorio
de Nigua.

(Raúl Roa, “Palabras de un Combatiente”, prólogo al libro “Una Gestapo


en América”, edición cubana).

En ese contexto, participó en la conspiración contra Trujillo en el año


1934, junto a un grupo de jóvenes de Santiago de los Caballeros. Fueron
investigados por la Comisión de Investigación Criminal del Ejercito Na-
cional, y sometidos a la justicia y condenados a 20 y 30 años de reclusión,
siendo que permaneció año y medio en la cárcel pública de Nigua, durante
la cual tomó anotaciones para escribir el libro “Una Gestapo en América”.

En 1935, gracias a dicha amnistía, partió al exilio y vivió en Cuba, Puerto


Rico y Venezuela, durante 26 años, hasta 1961 cuando regresó a la Repú-
blica Dominicana.

En Cuba, publicó su primer libro titulado “Luchemos por nuestra Amé-


rica”, y contribuyó a crear el Partido Revolucionario Dominicano, junto

274
con otros exiliados, entre ellos, el profesor Juan Bosch, que también vivía
en Cuba.

En Puerto Rico impartió, en 1938, un curso sobre democracia, socia-


lismo, comunismo, fascismo y nazismo, en la Asociación de Mujeres Gra-
duadas de Puerto Rico, el cual fue publicado bajo el nombre de “Ideas y
Doctrinas Políticas Contemporáneas”, en 1938.

También publicó posteriormente, en ese hermano país, su investigación


denominada “Epistemología Médica”, (1955), donde narra sus experien-
cias de campo como médico en distintas comunidades de Puerto Rico. Li-
bro interesante desde el punto de vista de la sociología y la epistemología
de la ciencia médica.

En 1940, publicó su primer libro histórico-sociológico, titulado “La Re-


pública Dominicana (análisis de su pasado y su presente)”, en la cual pre-
senta una síntesis global de la historia dominicana, en cinco partes, siendo
destacada la que se refiere a la “Era de Trujillo”, que él denomina “La Era
Tenebrosa”, siguiendo, al igual que hace el primer exiliado dominicano en
1931, Luis F. Mejía, en su libro, publicado en Colombia, “De Lilís a Trujillo”,
cuyo último capitulo se refiere también y lleva el mismo nombre de “La Era
Tenebrosa”.3

Esta obra histórica y sociológica apareció con un prólogo del profesor


Juan Bosch, llamado “Un pueblo en un libro”, en el cual destaca el valor de
las investigaciones de Juan Isidro Jimenes Grullón. Afirma:

El servicio que Jimenes Grullón hace con esta obra a su pueblo no es para ser aprecia-
do por los dominicanos de mi generación, casi todos con posiciones mentales, pasionales
o simplemente económicas tomadas ya, por no importa cuáles causas. Antes que ellos
sabrán agradecerlo los americanos a quienes interesa el hecho político continental, los
investigadores no dominicanos, que hallarán en él la explicación de movimientos socia-
les comunes a todos nuestros pueblos, y aquéllos a quienes el libro dará el conocimiento
de la entraña de un país que, como toda aglomeración humana, merece el interés de los
hombres conscientes.

3 Mejía, Luis. F., “De Lilís a Trujillo”. Tanto Jimenes Grullón como Luis F. Mejía hicieron
en la última parte de sus libros el diagnóstico de “La era tenebrosa”. El segundo en la
obra “La República Dominicana: análisis de su pasado y su presente”.

275
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Más adelante, el profesor Bosch y prologuista establece la radiografía del


método de exposición utilizado por Jimenes Grullón, y establece:

Como médico que es, Jimenes Grullón, ha aplicado al estudio del caso dominicano los
métodos de investigación acostumbrados en la Medicina. Se halla frente a un enfermo;
debe diagnosticar, porque en el diagnóstico está una gran parte de las posibilidades de
curación, y para no errar, el facultativo hurga los orígenes del quebranto, buscando sus
gérmenes aun en las más viejas generaciones relacionadas con el enfermo. Al cabo de
ese duro pero honesto y amoroso trabajo, Jimenes Grullón concluye afirmando que los
males dominicanos se deben a la explotación que a lo largo de la historia nacional ha
ejercido una casta minoritaria, secuestradora de la libertad del pueblo, de su economía y
sus derechos más elementales; para disfrutar ella de la libertad de oprimir, de los dineros
públicos, y de los barbaros derechos de satisfacer sus instintos, esa minoría no ha vaci-
lado –durante un siglo de vida independiente– en comprometer la salud de la República.
La República se encontró desde su nacimiento con un cuerpo organizado de enemigos
que la combatía desde las posiciones más encumbradas –afirma Jimenes Grullón al es-
tudiar las disensiones que aparecen al nacer aquélla–.

(Pág. 8 del mencionado prólogo de la edición dominicana del año 1974).

Durante casi 30 años que duró el periplo de exiliado antitrujillista, Jime-


nes Grullón produjo una amplia bibliografía de asuntos filosóficos, histó-
ricos, sociológicos y políticos. Originalmente vinculado a la medicina y a
las ciencias naturales, encontró el camino del pensamiento filosófico, de la
historia y la sociología.4

Jimenes Grullón, durante sus estudios en Europa, en la década del 1920,


tuvo oportunidad de relacionarse con personalidades de la talla de Don
José Ortega y Gasset, Víctor Raúl Haya de la Torre, José Vasconcelos y
otros. En ese continente, particularmente en París, tomó gran amor y afi-
ción por las ciencias políticas y sociales (sociología, historia, política y so-
ciología política).

4 En 1941, fundaron el PRD, en la población de “El Cano”, Juan Bosch, Dr. Jimenes
Grullón, Virgilio Mainardi Reyna, Romano Pérez Cabral, Leovigildo Cuello, José C.
Lora, M. Calderón, Rafael Mainardi y Víctor Mainardi; Luis A. Castillo, Ángel Miolán
y J. de Grullón. La declaración de principios fue redactada por el Dr. Cotubanamá
Henríquez. (véase “Juan Bosch al desnudo; Joaquín Balaguer al desnudo”, compilación
y edición de Ángel Moreta, Pág. 15).

276
Regresó al país en 1929, después de terminar la carrera de Medicina y
ejerció su profesión de médico; conspiró contra la tiranía trujillista, estuvo
en la cárcel pública, fue amnistiado y partió al exilio en 1936.5

Después del ajusticiamiento de Trujillo, el 30 de marzo de 1961, regresó


al país y fundó el Partido Alianza Social Demócrata, con el cual participó
en las elecciones de 1962. En 1966 pasó a ocupar cátedras de ciencias socia-
les y sociología en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, realizando
una profunda labor entre los estudiantes, tanto en las aulas como en las
asesorías de trabajos de investigación para tesis de grado; para entonces
no existían en la UASD post-grados.6

A fines de la década del 60, se declaró partidario y defensor del marxis-


mo leninismo y comienza a trabajar en su obra cumbre “Sociología Política
Dominicana”, en tres tomos, abarcando desde el 1844 hasta la dictadura de
Trujillo, dejando un legado intelectual de gran valor científico e histórico
para la sociedad dominicana. A la hora de su muerte, en agosto 1983, traba-
jaba en el último volumen, cuyos papeles y anotaciones quedaron en manos
de su inseparable compañera Doña Cuca Sabater.7

El nuevo Archivo General de la Nación (AGN) bien pudiera recabar ayu-


da para la publicación de una segunda edición de los tres volúmenes de

5 La acción contra Trujillo, en Santiago, fue la primera conspiración contra el dictador,


en el año 1934. Véase: Informe de la Comisión de Investigación Criminal de las Fuerzas
Armadas, recogido en un libro que se dio a la publicidad con la siguiente observación:
“se publica esta obra con el propósito de que la verdad histórica de algunos hechos
delictuosos sea bien conocida; y, además, para que pueda ser perfectamente apreciada,
y, sobre todo, imparcialmente juzgada la excepcional magnanimidad de un gran Jefe de
Estado”, Pág. 24. Interrogatorio a Ramón Vila Piola, 15/11/1934, condenado a 20 años de
trabajos públicos e indultado después por la magnanimidad del Jefe de Estado.

6 Jimenes Grullón, J. I. “Ideas y doctrinas políticas contemporáneas”, véase prólogo del


prof. F. Franco. Y apéndice No. 1 en la obra citada en la nota 4.

7 Durante más de 25 años, Jimenes Grullón vivió bajo alquiler en una casa propiedad
de Bienes Nacionales. Nos permitimos sugerir que ese inmueble sea donado por el
gobierno dominicano a la viuda y la familia del político, escritor e intelectual, que tan
buenos servicios rindió a la cultura de la República Dominicana; y preservado en el
futuro como museo. Lo mismo debe hacerse con la casa de Joaquín Balaguer y Juan
Isidro Jimenes Grullón.

277
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

“Sociología Política Dominicana”, que salieron a la luz a partir del año 1974,
es decir, que han transcurrido más de treinta años.8

Otras obras publicadas por Jimenes Grullón fueron las siguientes: “Al
margen de Ortega y Gasset” (3 volúmenes); “Pedro Henríquez Ureña: Mito
y Realidad”; “El Mito de los Padres de la Patria”; “Anti-Sábato”; un conjun-
to de artículos denominados “Nuestra Falsa Izquierda”, en el cual combate
las orientaciones deformadas de la izquierda dominicana; un conjunto de
artículos sobre Juan Bosch y Joaquín Balaguer, compilados y editados por
Ángel Moreta en un volumen que lleva el titulo de “Juan Bosch al desnudo;
Joaquín Balaguer al desnudo”, en el año 2000.9

A propósito de este último volumen, en el prólogo decíamos lo siguiente:

Hemos rescatado del polvo y del olvido los materiales aquí compilados con el fin de
dar a conocer a la juventud y al pueblo dominicano una obra que de seguro coadyuvará,
por su carácter académico y su pasión por la verdad, al conocimiento del pasado político
reciente y particularmente de las actuaciones y concepciones de Juan Bosch y Joaquín
Balaguer, quienes han atravesado esos años y hasta el día de hoy manteniendo una vi-
gencia cuyos orígenes y circunstancias son desconocidos para muchos dominicanos.

Y más adelante decíamos que durante las dos últimas décadas de su vida,
Jimenes Grullón se dedicó a una actividad intelectual fundamentalmente
de “desenmascaramiento” y “desmistificación apasionada y mística” que
consistía en derrumbar, como él afirmaba, fraudulentos ídolos de sus alta-
res y desnudar falsos valores para ponerlos en su sitio merecido.10

Se auto impuso esta misión de quitar máscaras, derrumbar ídolos del


ágora y romper los idola theatri de esas individualidades creadoras. En ese

8 Juan Isidro Jimenes Grullón era pariente y amigo de Don Alejandro Grullón; en
consecuencia, estamos seguros que la entidad que dirige podría financiar dicha obra en
tres volúmenes, e inclusive sus obras completas.

9 Esta compilación fue resultado de un laborioso esfuerzo de más de un año, por parte
del editor Ángel Moreta. La misma fue incluida como el número uno de la colección
de Sociología Dominicana, de la Fundación Hostos. Debió continuar inmediatamente
con el libro: “La República Dominicana, análisis de su pasado y su presente”; pero las
carencias financieras lo impidieron.

10 Ídem, prólogo del profesor Franklyn Franco.

278
sentido, representa dicho autor el precursor de una intelectualidad contes-
tataria y crítica; ese intelectual que va a las luchas políticas y sociales y a la
movilización de masas y que mantiene esa actitud de manera responsable
ante la opinión pública y el país.11

Situamos a Jimenes Grullón dentro de aquella minoría iconoclasta y por


esa causa decimos que en la República Dominicana no ha habido históri-
camente una intelectualidad contestataria del sistema capitalista subdesa-
rrollado, con honrosas excepciones; y por eso el Estado Dominicano viola
impunemente los más elementales principios democráticos y constitucio-
nales. Jimenes Grullón se dedicó a esta tarea con apasionamiento y carácter
socrático de amor a la verdad, con misticismo y radicalismo simultáneos.

En esa brega sistemática y metódica, prefirió la pobreza fundamental a


la mentira virtual; él mismo autocriticó acerbamente sus errores políticos
y concepciones filosóficas y sociológicas anteriores, y evolucionó científica,
académica y políticamente hacia el marxismo como concepción del mundo
y método de investigación sobre la base de “El Capital”; y en los marcos de
esa tradición teórica sustantiva caminó durante los últimos años de su vida
intelectual y existencial, hasta su fallecimiento en el 1983. 12

En la introducción de la obra “Juan Bosch al desnudo, Joaquín Balaguer


al desnudo”, expresábamos que:

Pocas veces vimos tanto ardor en un hombre consciente de su evolución mental, de sus
rupturas y errores. De su labor de demolición de pseudos ídolos, falsos héroes y santos,
queda una bibliografía importante sobre diversos temas de sustentación histórica y filo-
sófica, y particularmente en los tres tomos de su obra “Sociología Política Dominicana”,
se presenta una investigación sociológica de trascendencia sobre el análisis y la inter-
pretación de la historia política dominicana, aunque haya que reconocer insuficiencias
metodológicas y teóricas, pero al fin y al cabo contiene un aporte fundamental para las
ciencias sociales en la República Dominicana (Nota).

Jimenes Grullón fue un científico y académico, al igual que historiador,


sociólogo, político y filosofo, de carta cabal; un político por apasionamien-

11 Ídem, prólogo…
12 Cassá, R.: “Notas sobre historiografía dominicana” y “El surgimiento de la
historiografía crítica en Jimenes Grullón” (véase bibliografía).

279
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

to y convicción. La ciencia al servicio de la política y la verdad; el conoci-


miento al servicio de la revolución y el socialismo; y la imposibilidad total
de practicar la neutralidad científica… como dice Raúl Roa:

“La neutralidad de la cultura fue antes, como es ahora, como siempre será, el apoliti-
cismo mentido de los que militan en el partido de los ‘saciados’, reverso cómplice de los
escritores y artistas que se ponen al servicio de la opresión”… 13

En la obra “Una Gestapo en América”, el autor critica el papel desempe-


ñado por el complotado Ramón Vila Piola, a quien acusó de haber delatado
en la cárcel a otros participantes que murieron o fueron asesinados.14

Tal situación llevó a que Vila Piola publicara en Madrid un folleto de 75


páginas llamado “Esclarecimiento (La verdad sobre los sucesos políticos
acaecidos en Santiago en el 1934 y sus consecuencias)” . Dicho texto fue
leído ante un grupo de participantes en los sucesos del año 1934, en una
reunión privada celebrada en Santiago el 17 de marzo de 1963, un año des-
pués de la publicación en Santo Domingo de la obra de Jimenes Grullón.
“Las ideas de Hostos, Bonó, Espaillat, Galván, Luperón, Billini, etc., por
primera vez en nuestro país, son estudiadas en su ‘contenido’ social y
filosófico, y en el contexto económico y político de la época. Dentro de los
logros y novedades, ofrecidos por la obra del Dr. Jimenes Grullón, y en la
lista de los más importantes se encuentra, a mi juicio, el carácter precursor
de una historia científica o materialista de las ideas en Santo Domingo”.

En 1969, Jimenes Grullón insistió en la acusación contra Vila Piola, agre-


gando un posfacio, donde responde al folleto o fascículo de Vila Piola. Pos-
teriormente Jimenes Grullón se retracta y dice que “En los interrogatorios
que me hicieron al caer preso, me defendí contraatacando, de quienes me
acusaron”.15

No llevé a nadie a la cárcel y procuré demostrar la inocencia de aquellos que, por


haber sido amigos míos, fueron delatados por uno de mis acusadores. En el citado libro

13 Roa, Raúl. Prólogo citado ut-supra.


14 Informe de la Comisión de Investigación Criminal de las Fuerzas Armadas, convertido
en libro y publicado posteriormente en 1936.
15 Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Santo Domingo, 2000. Esta edición incluye el
trabajo de réplica de Ramón Vila Piola, citado en la bibliografía.

280
(“Una Gestapo en América”), confieso que me excedí en el contraataque (Pág. 152), pero
creo que hay que vivir aquellos momentos… para juzgar con ecuanimidad las actitudes
que asumimos entonces todos los encausados. Por cierto, ya en el país me enteré que
quien inició la delación fue José Najul y no Vila Piola. Con espíritu de justicia, hoy lo
reconozco. Periódico El Nacional 16/06/1969.16

Para Raúl Roa, “Una Gestapo en América” fue elaborada con sangre, en
prosa directa, vigorosa y plástica, este libro luminoso y terrible mana san-
gre de todas sus páginas. Tiene la sombría belleza del martirio evocado y el
hedor sofocante de la pústula hendida”. Y agrega:

Los círculos infernales de Dante lucen a su lado circuidos de rosas. Desde “El presidio
político en Cuba”, de José Martí, nada parecido se ha dado a la estampa en nuestra Amé-
rica. Rememora, a veces, indistintamente, “La Casa de Los Muertos”, de Fedor Dosto-
yevsky y “Los Hombres en la Cárcel”, de Víctor Serge. Muestra afinidades profundas
con “Presidio Modelo”, de Pablo de la Torriente Brau. Y, en más de un pasaje, supera
a Henry Barbusse y a Panait Istrati y se acorda y se confunde su ritmo con la tristeza
tremante de la “Balada de la Cárcel de Reading”, de Oscar Wilde. (Introducción
citada).

Otro texto importante fue publicado por la Universidad de Mérida, en


Venezuela; y lo fue “John B. Martin, un pro-cónsul del imperio Yankee”,
obra en la cual analizó el papel jugado por este personaje siniestro en los
acontecimientos del golpe de Estado contra el gobierno constitucional del
profesor Juan Bosch, en la madrugada del 25 de septiembre de 1963.17

¿Amistad o enemistad entre el profesor Juan Bosch


y el Dr. Juan Isidro Jimenes Grullón?
Sobre las relaciones de amistad y enemistad entre ambos políticos, es
preferible dejarlas a la deducción e inteligencia del observador, ayudado
por las interesantes entrevistas publicadas por la periodista Ana Mitila
Lora en el periódico Listín Diario, en fecha 10 de octubre de 1999 (“La Gue-

16 Ídem, pág. 26 y siguientes.


17 “John B. Martin, un pro-cónsul del imperio Yankee”. Dicha obra fue publicada por la
Universidad de Mérida, Venezuela, 1977.

281
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

rra de los Juanes”); y 17 de octubre de 1999, (“Entre las Faldas y la Política”,


y otros trabajos).18

Ambos escritores eran profundamente amigos, colaboradores y compa-


ñeros de partido; coincidieron en los afanes por la organización y funda-
ción del Partido Revolucionario Dominicano en 1941, en La Habana, Cuba.
Pero en el curso de esa década se produjo un distanciamiento entre ambos
que paulatinamente llegó a la enemistad ideológica, política y personal,
fundamentalmente después del 1943, en esa ciudad de La Habana.

En los primeros capítulos de la obra “Juan Bosch al desnudo, Joaquín


Balaguer al desnudo”, se vislumbra con cierta claridad la naturaleza de
dicho alejamiento.19 Se explican las circunstancias, causas y condiciones
que fueron produciendo poco a poco, por sorbos, el distanciamiento ideo-
lógico, intelectual, político y personal; alejamiento metódico, profundo,
sistemático, coherente, producto de actitudes personales y posturas psi-
cológicas, de profunda motivación sociológica, teórica y política, que se
metamorfoseó, e hipostasió probablemente en enemistad personal, pero
ésta como resultado y no como causa eficiente.

Hoy día, la juventud dominicana tiene un mal ejemplo en esta enemis-


tad. Se pregunta cuáles fueron las causas tan profundas que llevaron a una
situación lamentable como esa, que conducen a decir al profesor Franklyn
Franco lo siguiente:

Por razones aun no investigadas, que no vienen al caso, pero que causaron pena, pocos
años después ambos personajes se convirtieron más que en adversarios irreconciliables,
en enemigos, situación que condujo al primero a abandonar el PRD, organización donde
Bosch consolidó su liderazgo.20

Compartimos el criterio del profesor Franco, y lamentamos profunda-


mente que dos hombres de esa estatura hayan fallecido teniendo profunda
enemistad personal, pues constituye un deplorable ejemplo para las gene-
raciones del presente y del porvenir.

18 Artículos importantes para la dilucidación de los temperamentos y las


caracterizaciones psicológicas de ambos políticos, Juan Bosch y Jimenes Grullón.
19 Véase capítulo 1ro y 2do de la compilación mencionada en la nota No. 9.
20 Ídem, pág. 28 y siguientes.

282
Cabe reiterar, ¿cuáles fueron las causas profundas de esa enemistad?
Han sido mencionadas varias hipótesis. La periodista Ana Mitila Lora, en
los artículos citados del 10/10/1999 y 17/10/1999, presenta interesantes en-
trevistas realizadas a esposas y viudas de exiliados en Cuba, que ayudan a
interpretar las causas, pero la pregunta no queda resuelta.

Es importante resaltar que ambos tenían igual y elevada estatura moral;


1. Ambos eran escritores y exiliados, productores de textos históricos, sociológicos
y políticos;
2. académicos e investigadores dominicanos;
3. políticos antitrujillistas y organizadores;
4. académicos y científicos sociales;
5. honestos a toda prueba y circunstancia;
6. comprometidos con las transformaciones sociales de la República Dominicana;
7. partidarios de la transformación radical del sistema democrático burgués;
8. ambos fueron populistas, nacionalistas y demócratas que evolucionaron hacia el
marxismo y leninismo;
9. ambos evolucionaron hacia el marxismo y el socialismo, cada uno a su manera,
en la década del 70… como programa político fundamental para República Do-
minicana;
10. ambos eran historiadores y cientistas sociales dominicanos;
11. ambos tenían matrimonios estables con dos mujeres excepcionales y tempera-
mentos creativos.

Es decir que tenían en común gran cantidad de rasgos y caracteres funda-


mentales, aunque obedecieran a tipologías diferentes en el plano psicológi-
co y de la personalidad. Ambos son glorias de la República Dominicana.

Jimenes Grullón fue durante varios años Secretario General de la seccio-


nal del PRD en La Habana, Cuba. De esa época es su primer ensayo: “Lu-
chemos por nuestra América”; donde recoge su tesis sobre el nacionalismo
revolucionario. También de ese período, década del 40, es otro libro suyo
de vital importancia: “La República Dominicana: Análisis de su pasado y su
presente”, reeditado en Santo Domingo, 34 años después, en 1974 y poste-
riormente por el nuevo Archivo General de la Nación, en el año 2006.21

21 Editora Nacional, Santo Domingo, 1974.

283
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Este último libro es una síntesis global de la historia económica y social


dominicana, al igual que de la fundación del PRD, lo cual indica que estos
dos ilustres dominicanos, los dos mejor formados en todos los tiempos, se
encontraban unidos en las tareas políticas y en las actividades del exilio
dominicano. ¿Qué pudo separarlos?

Desde que se estableció el gobierno del PRD, en el mes de febrero del


año 1963, Juan Isidro Jimenes Grullón se convirtió en uno de sus más ague-
rridos y acerbos opositores, producto de un apasionamiento desbordado,
que beneficiaba a los sectores recalcitrantes neotrujillistas.

Nuestro autor se adhirió al grupo de los oligarcas, politicastros y milita-


res corruptos, quienes con la motivación del Pentágono, derrocaron a los
7 meses, por vía de un golpe de Estado cruento, el gobierno democrático
y constitucional que había sido establecido en la República Dominicana
como consecuencia del triunfo electoral del profesor Juan Bosch.22

Si bien Jimenes Grullón no estuvo en las preparaciones realizadas por los


conspiradores, sin embargo, cometió el grave error de su vida al firmar el
acta del golpe de Estado y hacer presencia en el Palacio Nacional apoyando
el golpe militar, ocurrido en la madrugada del 25 de septiembre del 1963.
Posteriormente reconoció reiteradamente que fue un grave error partici-
par en el golpe de Estado, en su larga trayectoria política e intelectual.23

Su participación en ese infausto y azaroso acontecimiento, originó un


trauma existencial de gran magnitud en su personalidad, trauma que vivió

22 La autocrítica fue sistemáticamente reiterativa y despiadada, mediante la cual él


mismo se sometió a un procedimiento radicalmente inquisitorial de su participación
en el golpe de Estado. Dicha autocrítica fue una auto-laceración moral… desde el fondo
del tribunal de su conciencia.
23 El Archivo General de la Nación publicará próximamente una compilación de artículos
de Jimenes Grullón; obtenidos de varios periódicos nacionales, décadas del 70 y 80, y
llevará como titulo “Textos históricos y otros materiales”, en un volumen preparado y
editado por Ángel Moreta, gracias al contrato editorial con dicha institución. Somos de
opinión que el Estado Dominicano bien pudiera publicar la obra completa de Jimenes
Grullón, en un gesto de purificación y de reconocimiento, igual como se ha hecho con
el Prof. Juan Bosch y el Dr. Joaquín Balaguer.

284
en él “Como un fantasma que lo exorcizaba día y noche y que espantó de su
alrededor la influencia que bien pudo tener su pensamiento en la juventud
de los años 70 y en lo adelante”.

Tanto el profesor Bosch como el Dr. Jimenes Grullón fueron hombres


honestos que nunca practicaron el enriquecimiento ilícito ni el dolo y por
ende no acumularon riquezas personales; y vivieron con modestia extrema
para orgullo hoy de sus familiares y amigos.24

Hay que destacar, en cuanto a Jimenes Grullón, que éste tuvo un gesto
de grandeza al autocriticarse públicamente en varias ocasiones reiteradas.
Dedicó sus últimos años al magisterio en la universidad estatal y a escribir
artículos y materiales sobre la realidad social económica y política domini-
cana, los cuales constituyen hoy una pesada aportación al conocimiento de
la historia dominicana.25

La nueva historiografía dominicana


La intensa labor intelectual del Dr. Jimenes Grullón, en relación con la
revisión de la historia dominicana, lo convierte en una de las figuras no-
tables de la nueva historiografía. Su “Sociología Política Dominicana” así
lo pone de manifiesto. Se trata de una obra de grandes dimensiones y en
extremo ambiciosa; su autor se entrega a una tarea de reconstrucción, y al
mismo tiempo de crítica de los conceptos y las categorías de la historiogra-
fía tradicional dominicana.

La llamada “nueva historiografía”, se resentía profundamente de la au-


sencia de una obra como ésta. Podemos afirmar que, en el caso concreto de
nuestro incipiente movimiento de revisión histórica, “Sociología Política
Dominicana” representa la consolidación definitiva del mismo.

El Dr. Jimenes Grullón ha confesado que “Sociología Política Dominica-


na” es su “obra de madurez”. Compartimos afirmativamente el criterio, no
porque ella sea el último servicio que dicho autor prestara a la cultura del
país, sino por las dimensiones de la investigación, por su sistematización

24 Editorial Anteo, Buenos Aires, 1973 pág. 13.


25 “Sociología Política Dominicana”, pág. 67 y siguientes. Volumen I.

285
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

y racionalidad, por su apoyo teórico y empírico, por su base documental


(poco usual en otras obras suyas, como por ejemplo en “La República Do-
minicana: una ficción”), y por el profundo y arduo esfuerzo de reflexión.

Sin entrar en la discusión académica, acerca de las categorías históricas


y filosóficas que sirven de sostén a la obra, la investigación del Dr. Jimenes
Grullón es una confiable sociología política, entendida ésta desde el punto
de vista del marxismo: estudio de las normas y los aparatos institucionales;
estudio de los manejos del poder político y de su aparato autónomo el Es-
tado; todo, desde la perspectiva de la “teoría” de la lucha de clases, previa
caracterización de la formación social existente.

El mencionado autor, en efecto, se aventura a trazar detalladamente las


características de la formación social y sus variantes, a partir de 1844, y
antes de esa fecha. También de los modos de producción (que el entiende
eran dos: el capitalista y “el colonial”), de las clases sociales y sus contra-
dicciones económicas y políticas.

En la obra que venimos comentando, el fenómeno superestructural polí-


tico-jurídico ha sido captado como “objeto de investigación”. Como la “ma-
nifestación cardinal de la vida colectiva”. Tal captación no pudo hacerla la
llamada “vieja historiografía”, pese a que casi toda su actividad ha estado
circunscrita a esa estructura.

Esta historiografía no enfoca el fenómeno político-jurídico, ni como la


manifestación cardinal de la vida colectiva, ni como estructura refleja de la
infraestructura. Ese enfoque desorientado puede ser explicado si aludimos
a dos de las características metodológicas de la mencionada historiografía:
1) separación de cada una de las ciencias sociales entre sí; 2) aislamiento de
lo ideológico, lo jurídico-político y lo económico.

La obra del autor estudiado, si bien no es un texto expositivo de historia,


trata, sin embargo, de aquellos hechos históricos de la estructura jurídico-
política que ameritan una interpretación sociológica.

Esta actitud metodológica, la compartió en la década del 60 con Nel-


son Werneck Sodré, el grupo brasileño “Historia Nova”, que en aquel país

286
dedicó inmensos esfuerzos a una revisión y reconstrucción total de la his-
toriografía tradicional. Para dicho grupo, en teoría económica, en historia
social y en historia jurídico-política. El Dr. Jimenes Grullón parece hacerlo
en cuanto al enfoque de la sociología política dominicana. De ahí que ex-
prese que lo político “fue la manifestación cardinal de la vida colectiva”.

La obra se destaca no solo por ocuparse, en un ángulo metodológico


marxista, de la “vieja historiografía”. En efecto, el lector no avisado podría
pensar que la afirmación de Jimenes Grullón en el sentido de que lo jurí-
dico-político “fue la manifestación cardinal de la vida colectiva” (durante
la Primera República y después de ella; durante la primera intervención
imperialista y bajo el trujillato), implica, a priori, una subestimación de lo
económico. No es así; sin embargo.

Respecto a la estructura jurídico-política, dice nuestro autor que “tal


vez llame la atención la preferencia que hemos dado a este fenómeno; que
siempre es –directa o indirectamente– un producto de la base económica.
Forzoso es llegar a la conclusión –agrega– de que los rasgos de nuestra so-
ciología política estuvieron presididos por el factor económico”. Por ejem-
plo, durante la primera república, el colonialismo de la clase dominante
“respondió al temor… de perder sus privilegios y bienes si Haití volvía a
dominar nuestro territorio”...

El trabajo que venimos comentando pone al desnudo las raíces socioló-


gicas del anti-haitianismo, del partidismo político y del proteccionismo o
anexionismo. Esos tres fenómenos superestructurales rigen la marcha de
la historia; la ley según la cual todas las luchas históricas, ya se desarrollen
en el terreno político, en el religioso, en el filosófico o en otro terreno ideo-
lógico cualquiera, no son, en realidad, más que la expresión más o menos
clara de luchas entre clases sociales”... (Marx, C. “Las luchas de clases en
Francia, de 1844-1850”, Ed. Anteo, Bs. Aires, 1973, p. 13). No otra cosa hace
el autor de la obra: analizar las contradicciones que ocurren en la super-
estructura como “expresión” de la lucha de clases, aún sean de carácter
“interburgués”, como en la Primera República.

Bástenos decir, en efecto, que en la investigación histórica no se trata de


coger los hechos y ajustarlos a las “tesis teóricas” previamente adoptadas;

287
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

ni tampoco ajustar las tesis teóricas a los hechos. De lo que se trata es de


explicar los hechos particulares en base a las tesis, pero investigando pri-
mero al nivel empírico esos hechos y buscándole posteriormente su expli-
cación científica a la luz de aquellas.

Los tres fenómenos superestructurales, mencionados arriba, son ana-


lizados como manifestación de la estructura económica de la época de la
Primera República. En cuanto al anti-haitianismo, expresa el autor que
mientras la clase dominante obedecía a la mentalidad colonialista, por otro
lado, “gestionaba el protectorado o la anexión a cualquier potencia, (y)
mantuvo una constante prédica anti-haitiana que tenía visibles raíces en
motivaciones económicas, mezcladas con elementos racistas”.

El proteccionismo o anexionismo, asimismo, fue un denominador común


de los sectores burgueses, tanto santanistas como baecistas. En cuanto al
partidismo político, nació vinculado al caudillismo, fenómeno particular
de la superestructura de la Primera República.

“Sociología Política Dominicana” no se limita a ser un ambicioso estudio


de la estructura jurídico-política. Su autor, desborda con frecuencia hacia
otros aspectos, como por ejemplo, “análisis críticos de mucho de lo que se
ha escrito sobre los temas estudiados, así como de la vida pública de quie-
nes actuaron en función dirigencial sustantiva”...

En vista de que, como ha dicho el autor, esos “análisis críticos desem-


bocan en conclusiones duras, que destruyen mitos y convierten en polvo
falsas glorias”, podría pensarse que la obra revela una de las características
de la vieja historiografía: la fundamentación del juicio histórico en las indi-
vidualidades cimeras. Y que, en consecuencia, no se pudo librar de ver los
hombres como “buenos” o “malos”.

El método histórico en “Sociología Política Dominicana”


En la mencionada obra, el autor desborda con frecuencia hacia dos as-
pectos: 1) “análisis críticos” de mucho de lo que se ha escrito sobre los te-
mas tratados, es decir, examen de las opiniones y enfoques de otros his-
toriadores; 2) análisis críticos “de la vida pública de quienes actuaron en

288
función dirigencial sustantiva”. En vista de que, como él mismo ha dicho,
tales análisis “destruyen mitos y convierten en polvo falsas glorias”, podría
pensarse que el libro comparte una de las características de la vieja his-
toriografía, que es fundamentar el juicio histórico en la actuación de las
individualidades.

De ser así, entonces resulta que, para el autor, a los hombres habría que
verlos como “buenos” o “malos”. Tal crítica, sin embargo, no es aplicable a
la obra que venimos comentando, por los siguientes motivos:

En primer lugar, tiene el Dr. Jimenes Grullón plena conciencia de que esa
es una de las características de la vieja historiografía. En segundo lugar, es
él mismo quien se adelanta y declara que, al detenerse en el enjuiciamiento
de las individualidades, no se está apartando de la “temática fundamental”,
dado que no es posible “adentrarse en la Sociología Política haciendo caso
omiso de la dialéctica entre lo social y lo individual”. Agrega que Marx
“puso al desnudo esta dialéctica y con trazos magistrales destacó el cinis-
mo y la infamia de figuras políticas de su época, como Adolfo Thiers, o de
nobles aburguesados, como Lord Palmerston”.

En tercer lugar, el enjuiciamiento de las figuras históricas no es el obje-


tivo básico de la investigación. En cuarto lugar, el mismo no es utilizado
como parámetro, de tal forma que le permita al autor extraer consecuencias
sustanciales que hayan alterado el curso objetivo de la historia. Esto último
es lo que hace Peña-Batlle con la personalidad de Osorio, en su estudio
sobre las devastaciones de 1605-1606. En otras palabras, el enjuiciamiento
de las figuras históricas no es utilizado como elemento constitutivo de la
explicación científica.

En quinto lugar, la conducta y las acciones públicas de las individuali-


dades no son enfocadas como permitiendo la génesis del desarrollo histó-
rico, es decir, como un principio de causalidad histórica. Valga decir, de
paso, que dicho principio está “supuesto” en su investigación, pero en una
dimensión estructural, de acuerdo al marxismo. Y, en sexto lugar, el enjui-
ciamiento no es la base de la labor de interpretación, sino parte de ella.

En efecto, la interpretación histórica montada sobre el enjuiciamiento


de las individualidades, al ser una de las características de la vieja historio-

289
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

grafía, es compartida por Peña Batlle. Refiriéndose a las devastaciones de


la primera década del siglo XVII, afirma que “es pueril querer asignarle a la
historia un curso semejante del que ella misma se ha impuesto, pero nada
nos impide buscar la causa de sucesos y acontecimientos que han influido
directamente en la transmutación de la sociología de un pueblo: sin Osorio
es muy probable que nosotros fuéramos hoy un país de naturaleza muy
distinta ya que, cuando menos, seríamos dueños de la totalidad de la isla y
nuestra población sería de tipo muy superior al actual”.

Sin Osorio, pues, Haití no existiría, con lo cual los dominicanos nos ha-
bríamos evitado muchos fastidios; y nuestra población sería menos “infe-
rior” de lo que es actualmente. Según Batlle, Osorio es la individualidad
histórica culpable de ambas consecuencias lamentables y deprimentes. El
texto citado, además de utilizar el enjuiciamiento histórico como principio
de causalidad y como elemento explicativo del curso de la historia, pone de
manifiesto los componentes racistas del pensamiento de Batlle.

Es necesario aclarar que una cosa es evaluar y enjuiciar a las individua-


lidades, como un acto de justicia, y otra extraer de aquí consecuencias,
conforme a un esquema causal. El primer caso es el del autor de “Sociolo-
gía Política Dominicana”. Creo que ha tratado de ser justo en sus juicios
acerca de la conducta y la trayectoria de las figuras históricas: Santana,
Báez, Bobadilla, Del Monte, Luperón, Hostos, Bonó, Galván, Hereaux, etc.
El segundo caso, entre otros intelectuales, es el de Peña Batlle.

El Dr. Jimenes Grullón, a lo mejor haya incurrido en excesos o en omi-


siones, dada su personal y desbordante característica de hombre de ciencia
apasionado con el esclarecimiento de la verdad. Sin embargo, si hay alguna
objetividad en sus enjuiciamientos de las individualidades históricas, ella
se debe a que los mismos han sido formulados de acuerdo con su trayec-
toria y su conducta, avalados por documentos. En este sentido, cada quien
aparece en el sitial que le corresponde, acorde a sus acciones públicas.

No basta, en efecto, como hace la historiografía tradicional, con exaltar


las figuras históricas en base a su “valor intelectual”, dejando de lado sus
actuaciones como dirigentes públicos y sus cualidades ciudadanas. Contra
este estilo de análisis, que separa una cosa y otra, se rebela el Dr. Jimenes

290
Grullón. “...siempre ha existido en el país –dice a propósito de Galván la
tendencia a ver en los intelectuales a hombres respetables en todos los ór-
denes... incapaces, por tanto, de cometer actos contrarios a los principios
morales. Dicho de otro modo: no se juzga al intelectual como hombre sino
estrictamente como intelectual, y por serlo, se le considera merecedor de
todas las alabanzas”.

Si bien, pues, para el autor que comentamos, la interpretación de la his-


toria montada sobre las individualidades es inaceptable en términos me-
todológicos, sin embargo, es necesaria que las mismas sean enjuiciadas
considerando su conducta pública y sus cualidades ciudadanas. Esto no
significa que el autor vea a los hombres como “buenos” o “malos”.

¿Forma esto último parte del quehacer histórico, para el Dr. Jimenes
Grullón? El libro no ofrece respuesta a la pregunta. Nos parece, no obstan-
te, que la obra desborda, intencionalmente, hacia el establecimiento de un
significado moral en la historia. Hacia la postulación de un sentido ético en
la conducta y las acciones de los hombres públicos.

Es posible relacionar tal intención, con la característica de hombre apa-


sionado que hemos atribuido al autor en nuestra primera parte. No es po-
sible, sin embargo, afirmar categóricamente que en la obra aparezcan vin-
culadas la interpretación científica de la historia y la interpretación ética.
Antes al contrario, la última aparece, casi siempre, como un resultado o
consecuencia de la primera. Consideramos, por lo demás, que el enjuicia-
miento ético o la interpretación moral de las figuras históricas son válidos
siempre y cuando no se utilicen con otro fin que no sea hacer justicia y
ejemplarizar a las jóvenes generaciones, con lo cual se desborda el marco
estrictamente científico, pero no se le menoscaba.

Los “análisis críticos” de las figuras históricas, en efecto, tienen en el li-


bro del Dr. Jimenes Grullón, intencionalmente, un valor de ejemplaridad
y de moralidad para la formación de las generaciones del presente y del
futuro.

No se aplica a la obra, la crítica que en el 18 Brumario formula Marx con-


tra los libros “Napoleón le Petit”, de V. Hugo, y “C´oup d’ Etat”, de Proud-

291
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

hon. Dice Marx al respecto: “V. Hugo se limita a una amarga e ingeniosa
invectiva contra el editor responsable del golpe de Estado. En cuanto al
acontecimiento mismo, parece, en su obra, un rayo que cayese de un cielo
sereno. No ve en él más que un acto de fuerza de un solo individuo. No ad-
vierte que lo que hace es engrandecer a este individuo en vez de empeque-
ñecerlo, al atribuirle un poder personal de iniciativa que no tenía paralelo
en la historia universal”. En cuanto a Proudhon, dice Marx: “…Proudhon
intenta presentar el golpe de Estado como resultado de un desarrollo his-
tórico anterior. Pero, entre las manos, la construcción histórica del golpe
de Estado se le convierte en una apología histórica del héroe del golpe de
Estado. Cae con ello en el defecto de nuestros pretendidos historiadores
objetivos”.

¿A qué defecto se refiere Marx? Pues a aquel que consiste en ver a los
individuos como hacedores de la historia. Trazando una diferencia entre su
estilo de hacer ciencia social y el de los “pretendidos historiadores objeti-
vos”, Marx agrega: “Yo, por el contrario, demuestro cómo la lucha de clases
creó en Francia las circunstancias y las condiciones que permitieron a un
personaje mediocre y grotesco representar el papel de héroe”.

Esta última afirmación de Marx pone en claro que es la lucha de clases,


y no la acción de individuos aislados, lo que determina la marcha de la his-
toria. Tal criterio lo encontramos presente en la obra del Dr. Jimenes Gru-
llón: analiza primero las condiciones materiales que vivían los hombres,
las fuerzas sociales y las contradicciones entre ellas, y después es cuando
enfoca y enjuicia a las figuras históricas como individuos. El mejor ejemplo
lo brinda su análisis de las actuaciones de Santana. Fueron “circunstancias
y condiciones” específicas, que permitieron a este personaje “representar
el papel de héroe”.

Más sobre la nueva historiografía dominicana


Nos parece adecuado, finalmente, enumerar, grosso modo, algunos de
los logros y novedades de la investigación, del Dr. Jimenes Grullón. Dada la
imposibilidad, por falta de espacio, de entrar en el análisis de cada uno, nos
detendremos únicamente, en dos de ellos.

292
“Sociología Política Dominicana”, en efecto, es portadora, a nuestro jui-
cio, de los siguientes logros y novedades: 1) explica el fenómeno superes-
tructuras de la “enajenación de las masas” por el caudillismo; 2) liquida,
con argumentos científicos, las tesis hispanistas sostenidas por la intelec-
tualidad tradicional; 3) pone en claro el infisionamiento del movimiento
restaurador por el caudillismo baecista; 4) demuestra que el Partido Azul
nació al finalizar la primera década post restauradora, y no durante la mis-
ma, tesis sustentada por otros historiadores: 5) por primera vez, se destaca
el hecho de que con la Liga de la Paz, en Santiago, surge un “grupo de pre-
sión”; 6) explica la transformación del partidismo azul en unipartidismo y
la posterior liquidación de ésta por Heureaux; 7) ofrece una caracteriza-
ción de la formación social, de la estructura de clases y de las contradiccio-
nes sociales, a partir de 1844; 8) brinda una comprensión de la estructura
ideológica a partir de la Primera República, captando los cambios habidos
en ésta, como por ejemplo, la aparición del “sentimiento nacionalista” en
la burguesía; 9) proporciona criticas de la llamada historiografía tradicio-
nal; y de las nuevas corrientes de la reciente historiografía dominicana; 10)
proporciona un estudio crítico de las diversas orientaciones político-ideo-
lógicas; liberalismo, conservadurismo, nacionalismo, anexionismo, cau-
dillismo, anti-haitianismo, hispanismo, fusionismo, colonialismo, etc; 11)
registra los cambios operados en las relaciones de producción y las fuerzas
productivas, incluyendo las formas particulares de gravitar la estructura
ideológica sobre la base económica; 12) queda, además, claro que el parti-
dismo político nació vinculado al caudillismo, fenómeno propio del subde-
sarrollo cultural, y culminó en el “absolutismo apartidista” de Heureaux;
13) finalmente, la obra es pionera del enfoque científico de la historia de las
ideas en Santo Domingo.

Otros aspectos podrían ser enumerados. Sin embargo, consideramos


conveniente –tal como dijimos al principio– circunscribir nuestro análisis
a dos de ellos; nos referimos, en particular; a los aspectos 9) y 13), que
aluden especialmente a la vieja historiografía, y al carácter pionero de las
obras en lo relativo a la historia de las ideas en nuestro país.

El Dr. Jimenes Grullón sostiene que, frente a la historia tradicional, han


surgido tres corrientes: 1) una que procura la “reconstrucción histórica mi-
nuciosa” en base a amplias investigaciones, dejando de lado la tarea inter-

293
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

pretativa; 2) otra que concede preferencia a la “labor interpretativa”, pero


ajustándola a “modelos antojadizos”, “nacidos de la fantasía”, y que expone
su “esencia novelesca”. Finalmente, 3) aquella corriente que, “partiendo de
que la historia es un producto del quehacer colectivo y de que el hombre es
un ser esencialmente social”, ve a aquélla estrechamente relacionada con la
sociología. De esta última, hace profesión de fe el autor.

En la obra late un intencional y decidido enfrentamiento a la historio-


grafía tradicional, en todos sus aspectos y manifestaciones. Los análisis
críticos que resultan del mismo, se van produciendo gradualmente, en la
medida en que el texto expone determinados hechos y se hace imperiosa la
labor de contradecir las “explicaciones” ya existentes.

El esfuerzo se torna productivo, por cuanto que, en nuestro ámbito cul-


tural, se ha hablado, tal vez excesivamente, de historiografía crítica, nueva
historiografía, etc., anteponiéndola a la historia que se ha dado en llamar
tradicional, y sin embargo, no existe un texto metodológico crítico que es-
tudie profundamente las características de ésta.

Tampoco tenemos un texto, no ya que analice las características de la


vieja historiografía, sino que, asumiendo los “fundamentos” y principios
de la nueva, se aboque sistemáticamente a estudiar aspectos de nuestra
historia social, política y económica durante un período de tiempo tan ex-
tendido como el que abarca la obra del Dr. Jimenes Grullón.

La corriente marxista, de la llamada nueva historiografía, no ha empren-


dido una labor de fundamentos. Antes al contrario, en algunas obras de
este movimiento se resbala hacia un economismo a ultranza, cuando no
a un desprecio absoluto por las cuestiones filosóficas y sociológicas. No
es, pues, una corriente firmemente consolidada. Hasta la fecha no ha pro-
ducido una investigación sistemática, si exceptuamos la del Dr. Jimenes
Grullón, que viene a constituirse en un paso progresivo a favor de dicha
corriente. Ya anteriormente se le ha echado en cara a la misma, una cierta
impotencia para generar investigaciones de grandes dimensiones.

¿A que se enfrenta la “nueva historiografía”, pues? ¿A un enemigo desco-


nocido, que no ha sido estudiado? Parece ser esta la situación: las caracte-

294
rísticas de la historiografía tradicional, que nosotros podríamos agrupar en
dos conjuntos, a) características de método; y b) características de cosmo-
visión, han sido enunciadas apenas, pero no estudiadas a fondo. Se trata,
indudablemente, de una insuficiente labor.

Entre las características de método, como le hemos llamado, de la his-


toria tradicional, y a las que, de un modo u otro, el Dr. Jimenes Grullón
critica a lo largo de su investigación, tenemos las siguientes: 1) carácter
puramente narrativo; 2) circunscripción exclusiva a hechos históricos de
la superestructura; 3) ausencia de interdisciplinaridad con la sociología,
la economía política y la antropología social; 4) formulación del juicio
histórico fundamentándolo en las individualidades; 5) desprecio de la ac-
ción de las masas, como protagonistas y hacedoras de la historia; 6) escaso
propósito de interpretación causal de los hechos económicos y sociales; 7)
separación radical de lo jurídico-político, lo económico y lo ideológico; 8)
derivación de un “carácter nacional” o de un “temperamento colectivo”, a
partir de lo geográfico y lo ecológico; 9) análisis de los hechos, separándo-
los de la situación internacional de la época.

Entre las características de cosmovisión, como también le hemos deno-


minado, están: 1) sujeción a contextos ideológicos en los cuales priman los
elementos constituyentes del colonialismo; 2) racismo: 3) etnocentrismo;
4) elogio constante de la religión católica; 5) hispanismo; 6) anti-haitianis-
mo: 7) adhesión incondicional a la filosofía oficial, importada de España.

Al hablar, pues, de vieja historiografía, debemos pensar que estas carac-


terísticas de método y de concepción del mundo, que acabamos de enume-
rar, no han sido estudiadas a fondo en nuestro país. La corriente “marxista”
ha ladrado, pero no ha mordido, lamentablemente.

En lo relativo al aspecto 13, mencionado en el segundo párrafo de este


trabajo, consideramos que “Sociología Política Dominicana I” es una inves-
tigación pionera del enfoque científico de la historia de las ideas en Santo
Domingo. Por primera vez, en la cultura científica del país, aparecen las
bases para una disciplina desconocida en nuestro ámbito.

295
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

La escasa producción que tenemos actualmente en materia de historia


de las ideas políticas, económicas y sociales, que no es de extrañar, dado lo
que venimos diciendo, ha copiado los marcos tradicionales de las ya clási-
cas y aberrantes exposiciones de nuestra historia literaria, que todos cono-
cemos. Hay ligeras excepciones, naturalmente.

Dicha producción adolece, en general, de las fallas y deficiencias de mé-


todo y de cosmovisión ya mencionadas. En particular, comparte una de las
características de método denunciada por Engels en su “Ludwig Feuerba-
ch y el fin de la filosofía clásica alemana”. Se trata de que la historia de las
ideas sea enfocada y concebida como historia de las ideas puras, salidas
y producidas exclusivamente por las mentes de los hombres, sin ninguna
“contaminación” externa. En efecto, de acuerdo con tal falla de método, las
ideas (científicas, filosóficas, sociales, etc.) tienen su génesis en el indivi-
duo, y no en una sociedad determinada, con un clima económico y cultural
específico y una particular pertenencia de clase. Al respecto dijo Engels
que “...desde Descartes hasta Hegel, y desde Hobbes hasta Feuerbach, los
filósofos no avanzaban impulsados solamente, como ellos creían, por la
fuerza del pensamiento puro. Al contrario, lo que en realidad les impulsaba
era, precisamente, los progresos formidables y cada vez más raudos de las
Ciencias Naturales y de la industria”.

Las ideas de Hostos, Bonó, Espaillat, Galván, Luperón, Billini, etc., por
primera vez, en nuestro país, son estudiadas en su “contenido” social y
filosófico, y en el contexto económico y político de la época. Dentro de los
logros y novedades, ofrecidos por la obra del Dr. Jimenes Grullón, y en la
lista de los más importantes, se encuentra, a mi juicio, el carácter precursor
de una historia científica o materialista de las ideas en Santo Domingo.

Lo que hemos expresado representa, en consecuencia, un notable


pasó de avance en lo que respecta al análisis profundo y global de nues-
tra historia.

296
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298
Régimen económico-
social y sectores
sociales en la génesis
de la historiografía
social dominicana Roberto Cassá
“Es explicable que, desde el inicio, el análisis social de la historia
estuviera acompañado por un propósito expreso de ruptura con la
tradición. Este énfasis contenía, a su vez, un componente político,
pues la historiografía tradicional asociaba la historicidad con los
sectores de poder. La aparición de la historia social se desprendió
del requerimiento de una estrategia revolucionaria, que tenía por
prerrequisito la definición del ordenamiento económico-social
para derivar intereses sociales y tareas políticas”.

Introducción de la historia social


La introducción de la historia social en República Dominicana fue un
hecho tardío y se hizo a contracorriente de lo que había sido el conjunto
de la tradición historiográfica. Por tales circunstancias, implicó una in-
novación intelectual. Esta introducción se produjo durante el período de
Trujillo, caracterizado por un contexto desfavorable para una producción
intelectual contestataria. Su desarrollo, en las décadas de 1960 y 1970, de-
bió vencer obstáculos provenientes tanto del pasado del país como de las
modalidades que asumió el discurso marxista en aquella época.

En razón de las características de la historiografía tradicional y de los


discursos prevalecientes entre los actores políticos de las décadas de 1960
y 1970, las temáticas del análisis social han quedado fundamentalmente
restringidas a los historiadores que se han fundamentado en la teoría mar-
xista.1 Expresiones recientes de la investigación histórica, posteriores a la

1 Una excepción importante es la de H. Hoetink, historiador holandés, pero que no


dejó escuela en el país. Véase El pueblo dominicano, 1850-1900”, Santiago de los Caballeros,
1971.

299
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Revolución de 1965, podrían catalogarse de economía narrativa, mientras


otras se mantienen en términos convencionales de la historia político-mili-
tar-diplomática.2 En algunos casos se da cuenta de agentes colectivos, pero
sólo como producto de circunstancias aleatorias.

El término “historia social” ha estado sujeto a interpretaciones variadas.


Se le puede considerar el enfoque basado en el estudio de grupos sociales,
sus movimientos e ideas; en segundo lugar, se comprende con este térmi-
no la tentativa de una interpretación global, cuyo componente primario
es el de la conexión entre grupos humanos y sus dinámicas. De ahí advie-
ne la acepción de contraponerla con la historia estructural, que atiende
a ordenamientos económicos fundamentales y prescinde de la acción de
los colectivos como elemento primario del análisis.3 De todas maneras, el
concepto “social” presupone la noción de totalidad en el discurrir de la
historia, sujeta a interacciones entre las partes, conforme a regularidades
o tendencias. Como tal empresa implica una conexión intelectiva entre

2 Véase la amplia producción de Bernardo Vega. Por ejemplo, Trujillo y el control financie-
ro norteamericano, Santo Domingo, 1990.
3 Véase C. F. S. Cardoso y Héctor Pérez Brignoli, Los métodos de la historia, Barcelona,

1976, pp. 289-292.

300
estructuras y dinámica de acción de los colectivos humanos, tiene por re-
quisito la aplicación de un sistema compuesto de categorías analíticas. La
historia social es una antítesis de la historia académica tradicional, que
rechaza la existencia de regularidades y se limita a un campo de sujetos
individuales que operan de manera aleatoria.

Hasta la década de 1960, salvo sobre todo las excepciones abajo indica-
das, el análisis histórico en República Dominicana únicamente reconocía
actores individuales, es decir, era ajeno a una visión de agentes colectivos
de cualquier género, salvo que pudieran quedar introducidos de manera
episódica. En el discurso tradicional podían reconocerse, por supuesto, co-
lectivos humanos, pero generalmente no tenían incidencia en la marcha de
los procesos históricos. Las clases trabajadoras estaban excluidas del cam-
po del análisis histórico, y si había referencias eventuales a ellas, era para
situarlas como sumatoria de entes inertes. Los agentes de la historicidad,
como se puede ver en la obra de José Gabriel García, eran únicamente las
personas dotadas de un mínimo de condiciones sociales y culturales.4

Hasta la década de 1930 fueron escasas las aproximaciones de otro gé-


nero, con lo que quedaba de manifiesto un desfase en el terreno ideológico
respecto a lo que acontecía en el mundo occidental. La mayor excepción la
representó Pedro Francisco Bonó, pensador solitario, quien tomó precep-
tos de la historiografía liberal de Francia e Inglaterra, de la sociólogos como
Tocqueville y del socialismo cristiano, aunque con soluciones referidas a la
sociedad dominicana.5 Otros pensadores introdujeron el campo de lo so-
cial, pero no desarrollaron propiamente un discurso historiográfico de ese
género, como aconteció con José Ramón López.6 Bonó conectó estructura
económica y grupos sociales, mientras López buscaba rasgos constantes
de la condición de sectores de la población para postular una propuesta
interpretativa de carácter general de acuerdo al paradigma positivista.

Otras visiones de cierto interés estuvieron todavía más alejadas de los


preceptos de la historia social, como la de Américo Lugo, que estableció

4 José Gabriel García, Compendio de la historia de Santo Domingo, 4 vols., Santo Domingo,
1968.
5 Raimundo González, Bonó. Un intelectual de los pobres, Santo Domingo, 1994.
6 José Ramón López, Escritos dispersos, 3 vols., Santo Domingo, 2005.

301
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

una ruptura sempiterna entre la sociedad culta urbana y la masa del pueblo
como nota dominante de una comunidad que no alcanzaba un estatus de
nación.7 Ninguno de estos autores inauguró una corriente de elaboración
historiográfica, ni siquiera Lugo, propiamente el único historiador con
sentido profesional del oficio, cuya obra principal sin embargo no pasó de
notas dispersas, coronadas por una interpretación bastante desconectada
de ellas que concluía en el efecto beneficioso del ethos religioso español.8

En definitiva, la introducción de la teoría sociológica por Eugenio María


de Hostos, mentor de la intelectualidad de vanguardia a inicios del siglo
XX, no redundó en una práctica historiográfica, sino en un estilo racional y
teorético de aproximación a la historia en abstracto. Se podía llegar preci-
samente a lo contrario a lo que presupone la historia social, como es el sen-
tido común de las clases superiores acerca de la supuesta inexistencia de
clases sociales en el país.9 Algunos intelectuales de derecha, como parte de
su aparato conceptual, acompañaron afirmaciones de ese tipo para argu-
mentar acerca del supuesto carácter original de la sociedad dominicana.10

Es explicable que, desde el inicio, el análisis social de la historia estuvie-


ra acompañado por un propósito expreso de ruptura con la tradición. Este
énfasis contenía, a su vez, un componente político, pues la historiografía
tradicional asociaba la historicidad con los sectores de poder. La aparición
de la historia social se desprendió del requerimiento de una estrategia re-
volucionaria, que tenía por prerrequisito la definición del ordenamiento
económico-social para derivar intereses sociales y tareas políticas. Surgió,

7 Américo Lugo, Obras escogidas, 3 vols., Santo Domingo, 1993.


8 Américo Lugo, Historia de Santo Domingo, Ciudad Trujillo (Santo Domingo), 1952.
9 Una de las primeras manifestaciones al respecto fue la de Rafael Justino Castillo, eminente
intelectual positivista de inicios del siglo XX, que rechazó la posibilidad de un movimiento
socialista en el país en razón de la fisonomía peculiar de la sociedad dominicana, por com-
pleto distinta a la europea. Los textos de Castillo, aparecidos principalmente en el periódico
“El Nuevo Régimen”, están recopilados en el Archivo General de la Nación para un libro de
próxima aparición. Los intelectuales tradicionalistas, en las décadas subsiguientes, como
parte de su acción cotidiana, aseguraban que la división de la sociedad en clases se produjo
bajo el dominio de Trujillo. Información de Alfredo Lebrón. Circuló después otro tópico más
absurdo: que la “lucha de clases” había sido introducida en el país por Juan Bosch.

10 Joaquín Balaguer, La realidad dominicana, Buenos Aires, 1947; Rafael Augusto Sánchez,
“Al cabo de los cien años”, Santo Domingo, 1976.

302
pues, con la agenda de estudiar el régimen económico-social, las clases so-
ciales y los sentidos de su acción de estas como eslabón primario para la
comprensión de la realidad nacional.

El hito heterodoxo de Jimenes Grullón


Todos estos componentes están conjugados en la primera tentativa his-
toriográfica de Juan Isidro Jimenes Grullón, a fines de la década de 1930,11
que constituyó un punto de inflexión en la tradición ideológica del país.
Sin embargo, como el mismo autor observó a posteriori, esa obra constitu-
yó una manifestación todavía parcial del espíritu de la historia social. Las
novedades principales contenidas en el análisis de Jimenes Grullón fueron
la introducción del análisis de clase y la penetración imperialista. Catalo-
gaba a la clase superior como burguesía, con lo que daba por sentado su
carácter moderno, aunque al mismo tiempo registraba que estaba penetra-
da de componentes contradictorios e introducía de manera relevante otros
agentes sociales, como los intelectuales y los militares.

Jimenes Grullón partía de la utilización de la teoría marxista, pero no


parece que por entonces dominase ni siquiera sus rudimentos básicos. En
realidad no establecía conexiones entre estructura económica y estructu-
ra social, y separaba los intereses económicos de los comportamientos de
los agentes políticos. Entre otras disquisiciones, acentuaba la presencia de
una burguesía patriótica y honesta. Por tal razón, la utilización de las ca-
tegorías clasistas no pasaba de consideraciones generales. Tenía razón, sin
duda, al advertir dispersión de comportamientos dentro de sectores socia-
les, pero no los explicaba más allá de motivaciones políticas o sicológicas.

En la búsqueda de dar cuenta de las especificidades de la historia domi-


nicana, se auxilió fundamentalmente de un instrumental psicológico. Por
tal razón, Juan Bosch, presentador del libro, lo calificó como un esfuerzo
inspirado en el marxismo y el psicoanálisis,12 lo que no era ajeno a corrien-
tes culturales de la izquierda, como el surrealismo y el neomarxismo.

11 Juan Isidro Jimenes Grullón, La República Dominicana. Análisis de su pasado y su presente,


(1940), Santo Domingo, 2004.

12 Juan Bosch, “Un pueblo en un libro”, en Jimenes Grullón, La República Dominicana,


pp. 27-34.

303
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

La República Dominicana. Análisis de su pasado y su presente no se basó en el


examen de fuentes, por lo que en un sentido no pasó de una reescritura
en clave social de textos existentes. La dependencia de fuentes utilizadas
por los historiadores narrativos durante mucho tiempo siguió siendo una
constante de la historia social, más atenta a la calidad del análisis que a los
detalles de los acontecimientos. De todas maneras, en Jimenes Grullón se
advierte una contribución original en el campo empírico de la interpreta-
ción de la tiranía de Trujillo. Es interesante que cumpliera con un cometido
metodológico consistente en aportar claridad sobre el presente histórico.
Su visión del trujillato todavía no ha sido superada, y es de considerable
mayor calidad intelectual que la de libros celebrados superficialmente,
como los de Jesús de Galíndez y José Almoina, ajenos a la perspectiva de
un discurso historiográfico y a un análisis social.13 En temas como la imbri-
cación entre poder político y poder económico, la gestación de una nueva
fracción burguesa asociada al entorno del poder o los métodos monopóli-
cos de la explotación de la población, Jimenes Grullón realizó una radio-
grafía de la dominación trujillista.

De todas maneras, en razón de su aparato metodológico y de la búsque-


da de explicaciones certeras, como se ha visto, Jimenes Grullón superpuso
explicaciones psicológicas sobre las clasistas. El nudo de su argumenta-
ción consiste en los comportamientos mentales de los sujetos. Muchos
años después, admitiría que la obra contiene explicaciones idealistas. Son
visibles, por ejemplo, en la fisonomía de la dominación trujillista, que asi-
miló la exteriorización de la psique del tirano.14 En contrapartida, el uso
de categorías, como la de clase obrera, carecía de contenido desde el punto
de vista de la acción social. La política estaba confinada a pugnas intrabur-
guesas por motivos ideales o doctrinarios.

A pesar de que había estudiado menos la historia dominicana, Juan


Bosch asumía una problemática común en el prólogo a esta obra pionera de
Jimenes Grullón. En un prólogo, Bosch no podía discurrir demasiado, pero
delimitó un campo central del conflicto social, no expuesto en los mismos

13 Gregorio Bustamante (José Almoina), Una satrapía en el Caribe, (1949), Santo Domin-
go, s. f.; Jesús de Galíndez, La Era de Trujillo, Buenos Aires, 1962.
14 Jimenes Grullón, La República Dominicana, pp. 174 ss.

304
términos por Jimenes Grullón, entre la masa campesina y sus opresores, los
citadinos “pueblitas”. En tal perspectiva, Trujillo no era, sino la culmina-
ción de la dictadura de los pueblitas, por lo que la tarea de la revolución no
sería otra que instaurar un nuevo orden dirigido por el campesinado.15

Jimenes Grullón y Bosch, fundadores de la historiografía social domi-


nicana, relacionaron el estudio del pasado y la comprensión del presente,
para, a su vez, fundamentar la visión del proceso revolucionario. Tal sentido
pragmático, dictado en primer término por la tarea de derrocar a Trujillo,
explica en buena medida que luego evolucionaran hacia un abandono de la
ideología marxista. El terreno de la política post-trujillista y, en especial, la
ulterior a la invasión de tropas estadounidenses en 1965, explica también
que ambos retornaran al marxismo en forma más ortodoxa que antes.

Las primeras elaboraciones del marxismo ortodoxo


Poco después de que estos dos líderes del exilio de izquierda elabora-
ran sus primeros escritos, en el interior del país surgió, en la clandestini-
dad, una corriente marxista organizada. En lo inmediato, estos luchadores
revolucionarios no pudieron plasmar textos ambiciosos. Sin embargo, la
preocupación histórica estaba en el centro de su accionar.16 En los textos
políticos de los años 1944 a 1947 se ofrecen conclusiones acerca de la gé-
nesis de la dominación trujillista, como que el tirano fue la culminación
del caudillismo depredador que condicionó el funcionamiento del Estado
dominicano desde su fundación.17

15 Juan Bosch, Un pueblo en un libro, pp. 32-33.


16 El licenciado Heriberto Núñez, uno de los adalides del temprano movimiento mar-
xista dominicano, planteaba como prerrequisito de la acción la comprensión del de-
curso de la historia dominicana, por lo cual se preocupó por conocer el movimiento
guerrillero en el Este contra la Ocupación Militar de Estados Unidos. Comunicación
de José Espaillat.
17 Véase el más importante de los documentos del Partido Democrático Revolucionario
Dominicano: “Llamamiento del Partido Revolucionario al pueblo dominicano para la formación de
la Unión de Liberación Nacional”. Según uno de sus autores, Francisco Alberto Henríquez,
un proyecto del mismo se llevó a la asamblea del 27 de febrero de 1944. La versión que
se ha consultado está fechada en octubre de ese año. Sobre el contexto, véase Roberto
Cassá, Movimiento obrero y lucha socialista en la República Dominicana, Santo Domingo, 1990,
pp. 295 ss.

305
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

El énfasis de la interpretación de estos noveles marxistas consistía en


destacar el carácter tradicional de la dominación trujillista, como se apre-
cia en el único libro que uno de ellos, Pericles Franco, publicó en un pri-
mer exilio.18 Trujillo era, ni más ni menos, el agente de la dominación del
imperialismo y del conjunto de las clases dominantes.19 Anti-trujillismo,
anti-imperialismo tradicional y espíritu de izquierda se daban cita en esta
conclusión. Si bien la caída de Trujillo no debería conducir a un retorno al
pasado, sino a un régimen revolucionario, resultaba imperativo practicar
cualquier alianza para derrocar a Trujillo, el centro de la reacción.

Tendría que pasar mucho tiempo para que algunos de estos arraigados
criterios experimentaran cuestionamientos. El primero que los hizo fue el
mismo Pericles Franco, en una serie de artículos publicados en México en
1957, en los cuales tomaba nota de la adquisición por Trujillo de los ingenios
azucareros de capital estadounidense como preludio de una nueva época
que implícitamente demandaba replanteamientos políticos.20 Se puede
leer entre líneas que esa iniciativa de Trujillo lo colocaba en equivalencia
con la “burguesía nacional”, la categoría utilizada por la Internacional Co-
munista para denotar un sector burgués contrapuesto al imperialismo, y
con el cual, por ende, se podía llegar a alianzas. De hecho, Trujillo pasaba a
desempeñar un rol progresivo en el proceso histórico, contrastante con la
tesis consuetudinaria de su carácter ultra reaccionario. Franco no tuvo que
llegar taxativamente hasta tal conclusión para que fuera objeto de la repul-
sa de casi todos los militantes en el exilio del Partido Socialista Popular.21

Al año siguiente, Ramón Grullón, uno de los dirigentes veteranos del


PSP, que, aunque expulsado, mantenía vínculos con la organización,
reunió varios artículos en un libro dirigido a refutar las tesis de Franco,

18 Pericles Franco, La tragedia dominicana, Santiago de Chile, 1946.


19 Estos criterios se reiteraron en uno de los pocos artículos de cierta elaboración con-
ceptual, publicado en el período de legalidad de los marxistas, entre agosto de 1946 y
mayo de 1947. Pericles Franco y Félix Servio Ducoudray, “Nota sobre el Manifiesto del
Partido Socialista Popular, Bases año I, No. 1” (1946).
20 Los artículos salieron sin firma, como era el estilo de Vanguardia, el órgano en el exi-
lio del Partido Socialista Popular. No se ha tenido acceso a todos los artículos. Véase,
entre ellos, “El panorama nacional”, Vanguardia, No. 51, junio de 1957.
21 Cassá, Movimiento obrero, pp. 581 ss.

306
aunque no las mencionara.22 Grullón se adscribía a los esquemas que ha-
bían cobrado mayor auge tras la Revolución China de 1949. Confeccionó
una propuesta que, aunque no tenía formato de historia social, tomaba en
cuenta la dimensión histórica. Su propuesta de estructura de clase era de lo
más convencional: aceptaba la existencia de un sector capitalista y de una
burguesía, no obstante la centralización del capital operada por Trujillo, y
le concedía peso estructural y político a la clase obrera. Grullón se preocu-
pó por clasificar estructuralmente las clases, pero no estableció los nexos
entre estas y la acción política. Sobre todas las cosas, insistió en el sentido
de continuidad que representaba Trujillo. Estos criterios quedaron como
cosa sabida para la generalidad de los marxistas organizados, como se puso
de manifiesto en textos de años posteriores.23

Un joven exiliado, que se hizo miembro de la organización comunista en


el exilio, José Cordero Michel, realizó un balance de la época de Trujillo an-
tes de enrolarse en la expedición de 1959.24 Se pronunció, en primer térmi-
no, contra el juicio generalizado entre los marxistas acerca del significado
de Trujillo. Consideró, en tal tesitura, que el rasgo más característico del
régimen había sido su orientación de desarrollar las fuerzas productivas
del capitalismo. Pero este proceso, agregaba, se había llevado a cabo me-
diante la centralización extrema del capital, por lo que había sido acom-
pañado por un constreñimiento sobre la burguesía en tanto que clase.25 El
Informe sobre la República Dominicana pasó a representar un nuevo hito en la
conformación de las problemáticas propias de la historia social del país,
desde el ángulo de la comprensión de la realidad en clave histórica, como
fundamento para la elaboración de una propuesta política revolucionaria.

La propuesta semi-feudal de la
izquierda revolucionaria
Tras la muerte de Trujillo, aunque la obra de Cordero Michel pasó a ser
uno de los principales referentes intelectuales de los izquierdistas, se im-

22 Ramón Grullón, Por la democracia dominicana, México, 1958.


23 Partido Socialista Popular, Derroquemos de raíz la tiranía trujillista, (La Habana), (1961).
24 José Ramón Cordero Michel, Análisis de la Era de Trujillo, Santo Domingo, 1999. Fue
concebido en forma de conferencias en la Universidad de Puerto Rico en la primavera
de 1959. Su primer título fue Informe sobre la República Dominicana.
25 Ibid., p. 50.

307
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

puso una perspectiva de otro corte sobre la historia dominicana. En virtud


de una operación política, la realidad del país pasó a ser ponderada, en for-
ma ampliamente mayoritaria, como “semi-feudal y semi-colonial”, por una
nueva izquierda que surgía al calor de la Revolución Cubana y que encon-
tró su mayor receptáculo en el Movimiento Revolucionario 14 de Junio.26
Esta conclusión respondió, por una parte, a una apreciación empírica, no
sustentada en estudios históricos sobre la evolución del régimen social.
Tenía un carácter apriorístico para autorizar una política revolucionaria,
basada en la incorporación del campesinado, que retomaba los paradigmas
de China y Cuba. De manera que el énfasis en el análisis fue puesto en el ca-
rácter atrasado y precapitalista de la formación social, como forma de afir-
mar la estrategia guerrillera. Bastaba tal plano del análisis, como evidencia
del mecanicismo elemental que caracterizaba el discurrir de la izquierda,
para convalidar una propuesta política.

Ese convencimiento sintetizaba el desencuentro de la izquierda con la


realidad del país. Era evidente que, al menos en el corto plazo, la única po-
sibilidad de acción política importante se encontraba en el entorno urbano.
En el Partido Comunista (todavía hasta agosto de 1965 denominado Parti-
do Socialista Popular) predominaba la hostilidad a la política del resto de
la izquierda. En una perspectiva ortodoxa, este partido insistía en el carác-
ter atrasado del país, al tiempo que reconocía un margen para una política
de clase. Pero el proceso debía conducir a una revolución democrática que
preparara el terreno, en el largo plazo, para el tránsito al socialismo.

Al agrupar a una porción importante de intelectuales, estas propuestas


ganaron espacio en el terreno conceptual. Sus tesis, sin embargo, no tarda-
ron en experimentar una mutación. El predominio de los dirigentes “jóve-
nes” en 1965 implicó que se destacase el peso del proletariado, valoración
que tendía a convalidar la tesis de que el contenido de la revolución debía
ser socialista.27

26 Se encuentra en los discursos de Manuel Aurelio Tavárez Justo, líder del Movimien-
to 14 de Junio, que agrupaba a casi toda la juventud de izquierda. Véase Manolo Tavárez,
Discursos políticos, Santo Domingo, 1997.
27 Esta caracterización se plasmó en un texto algo posterior. Partido Comunista Domi-
nicano, “El régimen económico-social dominicano”, Santo Domingo, 1967.

308
Bosch en pos de lo único y original
Mientras tanto, Bosch había publicado algunos textos sobre la historia
dominicana, con lo que iniciaba una labor intelectual de nuevo tipo, vin-
culada a la asunción de las tareas políticas que auguró desde los tiempos
finales de la dictadura.

El primero de los libros estuvo centrado en un intento de explicación de


la dictadura.28 Inició un estilo de nuevo corte en la elaboración historio-
gráfica, en el que se perfilaba una problemática propia de la ulterior obra de
Bosch, por lo que este libro alcanzó también dimensión de hito. Se centró
en la búsqueda de ordenamientos de larga duración que explicaran el sur-
gimiento de la tiranía, lo que lo llevó a realizar un recorrido alternativo por
la historia dominicana. Pero más que un examen de historia social, brindó
definiciones acerca de constantes sociológicas generales. Vio al país aque-
jado de arritmia histórica, con lo que denotaba un retraso crónico en relación
al común de las sociedades. El literato de formación perseguía identificar
lo original de la sociedad dominicana en forma elegante.

Encontró una larga continuidad de los medios sociales dirigentes, que


concluyó en la división entre “los de primera” y “los de segunda”, en ese mo-
mento, a su juicio, el factor articulador de la división y el conflicto social.
Daba curso al procedimiento de sustentar la propuesta intelectiva de las
clases a partir de las miradas de los propios sujetos. Esto evidenciaba todo
un programa de la historia, según el cual la teoría debía provenir de la mira-
da y de los medios de acción de los sujetos, aunque estuvieran enmarcados
en los parámetros de un sistema. Era evidente la centralidad conferida al
plano psicológico en la interpretación de los procesos. Intercalaba deter-
minantes constantes con acciones movidas por constituciones psicológi-
cas individuales y colectivas. Tal era el caso de Trujillo, cuya personalidad,
plagada de complejos sociales y perturbaciones psicológicas, subyacía en
el origen del ordenamiento despótico y era un resultado de la acumulación
de factores sociales, como los generados por dos intervenciones extranje-
ras en el siglo XIX.

28 Juan Bosch, Trujillo. Causas de una tiranía sin ejemplos, Caracas, 1959.

309
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Un tratamiento parecido, en el sentido de continuar la problemática


sociológica y psicológica, se encuentra presente en la siguiente obra de
Bosch, de manera precisa dirigida a orientar una tarea política: la lucha
contra el régimen golpista instaurado en 1963, tras el derrocamiento de su
gobierno.29 En este escrito se propuso efectuar una clasificación exhaus-
tiva de la estructura social del país. Desde hacía mucho había desechado
la influencia marxista temprana, por lo demás superficial, y se amparó en
la tradición sociológica funcionalista, sobre todo en vertientes de la socio-
logía estadounidense que partía de que la sociedad no estaba dividida en
forma discontinua, sino compuesta por un continuo de capas.

Este nuevo enfoque prescindía de una visión clasista, pues los sentidos
de la identidad social y, consecuentemente, los conflictos, se establecían
entre sectores delimitados por factores cuantitativos dentro de la clase
media. Con el tiempo, Bosch desarrollaría esta tesis hasta concluir con una
propuesta acabada de división de capas muy baja, baja, mediana y alta de la
pequeña burguesía. Al igual que antes, concedía centralidad a las percep-
ciones, al grado de que tipificaban la existencia de esos grupos sociales.

Tras unos años dedicados a la escritura y la investigación, lejos del país,


a fines de la década de 1960, Bosch publicó su obra maestra historiográfica,
Composición social dominicana. Desde el punto de vista formal de la discipli-
na, representó una novedad, aunque muchas de sus tesis continuaban las
elaboraciones hechas en años anteriores. En adelante, pasó a ser caracte-
rística de la obra de Bosch la dialéctica entre desarrollos de nuevas tesis,
producto de las reelaboraciones políticas y teóricas, y la recuperación de
convicciones arraigadas. De todas maneras, en Composición social dominicana
por primera vez se encuentra una propuesta global acerca de los grupos
sociales y sus actuaciones a lo largo de toda la historia dominicana. Su asi-
dero empírico es escaso, pero hizo revisión de una bibliografía que le per-
mitió realizar ese recorrido por la historia dominicana en clave social. En
todos los sentidos, este libro afirmó una alternativa contrapuesta a la que
Jimenes Grullón había elaborado treinta años antes.

Bosch aseveraba que, tras el dominio de una oligarquía azucarera y buro-


crática, que tuvo una duración bastante breve, advino el protagonismo de
29 Juan Bosch, Crisis de la democracia de América en República Dominicana, México, 1964.

310
los hateros, cuya preeminencia se basaba en ostentar la preponderancia en
el entorno local. Con los cambios de inicios del siglo XIX, continúa, habría
empezado a surgir la pequeña burguesía, relacionada con las actividades
mercantiles urbanas y la producción agrícola a pequeña escala. A la larga,
esta pequeña burguesía estaría en el origen de los procesos nacionales y se
dividiría en tres capas. Ubicaba el núcleo de la lucha social, primeramente,
entre hateros y pequeña burguesía. Tras la desaparición de la clase terrate-
niente hatera, con la muerte del general Pedro Santana, su jefe, el conflicto
se trasladó a la lucha entre alta y baja pequeña burguesía. Interpretaba que
la corriente de caudillos detrás del presidente Buenaventura Báez respon-
día a la baja pequeña burguesía, y que el liberalismo de sus rivales del Par-
tido Azul a la alta pequeña burguesía.

Negó el surgimiento de una clase burguesa a causa del acusado atraso


del país. La industria azucarera, el único aparato capitalista, se había con-
figurado al margen de la formación social, como “islas capitalistas”.30 Los
grupos comerciales urbanos habían quedado atrofiados a causa de la po-
breza del país, por lo que, a su juicio, no habían traspasado el nivel de una
alta pequeña burguesía. El proletariado, por su parte, por muchos factores,
no había cobrado importancia alguna, de manera que se había consolidado
una estructura social exclusivamente pequeño-burguesa. Con el tiempo,
Bosch elaboraría la tesis de que la inexistencia de la clase obrera se debía
imputar a su falta de conciencia de clase. Para él, además, el campesinado
constituía una extensión rural de la pequeña burguesía.

La innovación social que había traído el dilatado dominio de Trujillo,


cuando surgió un sector moderno de la economía, a su juicio fue la apari-
ción de una oligarquía. De hecho, la situó como una clase social, postura
que mantuvo en los años ulteriores. La caracterizó así por no estar asociada
a la producción industrial, sino a actividades tradicionales y a un tipo de
dominio basado en controles políticos. La categoría de oligarquía le per-
mitía cuestionar los modus operandi de los estratos adinerados del país,
refractarios a un proyecto de desarrollo nacional. El frente político-social
que propuso debía tener como blanco a tal oligarquía. Dedicó esfuerzos,

30 Juan Bosch, Composición social dominicana, Santo Domingo, 1970.

311
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

por consiguiente, a discurrir razonamientos históricos y teóricos acerca de


la oligarquía.31

Con la categoría sustentaba la apreciación acerca del extremo atraso de


la formación social, una convicción arraigada que pautaba sus propuestas
políticas. Ante todo, el país estaba obligado a transitar por un proceso de
desarrollo económico antes de enrumbarse hacia objetivos revolucionarios
más ambiciosos. Esta certeza estuvo presente en el demócrata-revolucio-
nario previo a 1965 y en el izquierdista radicalizado, hasta reencontrar el
pensamiento socialista desde fines de la década de 1960.

Esta elaboración historiográfica estaba dirigida, en efecto, a sustentar un


programa de revolución no socialista, como expuso en la tesis de la Dicta-
dura con Respaldo Popular. Por tanto, sus tesis estaban directamente diri-
gidas a rebatir las vertientes interpretativas que había estado defendiendo
la izquierda marxista.

Bosch acentuaba la búsqueda, propia de toda su empresa historiográfica,


de los rasgos originales de la formación social. No creía, empero, que fue-
ran refractarios a la aplicación de categorías del análisis histórico-social.
Pero armó su propio esquema, en el que incorporaba un reencuentro con
la teoría marxista a un legado de certezas. La problemática y las categorías
a emplear, si bien en forma creciente influenciadas por el marxismo, no se
avenían a la tradición marxista. El marxismo en Bosch se refería mucho
más a su condición de método que a un conjunto de determinaciones. Por
la estructura social vigente, el escaso nivel de desarrollo político y las men-
talidades existentes, descartaba un programa socialista y una acción de
clase. La recusación de la perspectiva de clase constituyó el punto en que
Bosch se mantuvo más distante de la ortodoxia marxista. En una sociedad
tan poco preparada objetivamente para la acción política moderna como la
dominicana, el partido revolucionario debería dirigir al pueblo y, más que
representarlo, lo debía sustituir. Es posible que, en tal sentido, a Bosch le
interesase mucho más la teorización de Lenin acerca del partido, aunque
desechase en todo momento adscribirse al leninismo.

31 Juan Bosch, Próximo paso: Dictadura con Respaldo Popular, Santo Domingo, 1970.

312
Confirmación teorética del dominio
capitalista según Jimenes Grullón
En todos esos puntos, el doctor Juan Isidro Jimenes Grullón fue desa-
rrollando una postura contraria. Al igual que Bosch, entró en un proceso
de radicalización después de 1965 que lo llevó a la adopción del marxismo.
En esa época, a diferencia de su posición en los años treinta y cuarenta,
adoptó una perspectiva ortodoxa, aunque ajena al marxismo soviético de
matriz estalinista. Pero, a diferencia de Bosch, a Jimenes Grullón le intere-
saba ajustar los rasgos de la formación social dominicana con las categorías
de la teoría marxista. Frente al empirismo literario de la obra de Bosch, en
Jimenes Grullón primó la rigurosidad teorética y la búsqueda del ajuste de
la historia nacional con las determinaciones del materialismo histórico.

Estos propósitos terminaron plasmándose en su obra cumbre, Sociología


política dominicana, de la cual salieron tres volúmenes y uno quedó incon-
cluso.32 A pesar de que la obra está dirigida a dar seguimiento a la historia
política, el autor parte de la categoría de modo de producción como forma
de dotarla del cuerpo categorial que permita la intelección de las acciones
sociales en su relación con las estructuras.

Jimenes Grullón retomó su tesis acerca del carácter capitalista de la for-


mación social, solo que ahora la sustentaba con autores de la teoría de la
dependencia. Como su historia socio-política arranca del momento de for-
mación del Estado dominicano en 1844, da por sentado que entonces do-
minaba el modo capitalista de producción. En realidad, Jimenes Grullón, a
pesar de que manejó una bibliografía adecuada y un volumen considerable
de referencias hemerográficas, no hizo una investigación documental y no
fundamentó en el plano económico su propuesta acerca de los modos de
producción. Por tal motivo, no aclaró la dinámica temporal de los modos
de producción. Originalmente había considerado que la estructura econó-
mica había sido invariablemente capitalista desde los tiempos coloniales.33
En Sociología política no asume deliberadamente esa posición y, en cierta ma-

32 Juan I. Jimenes Grullón, Sociología política dominicana, 3 vols., Santo Domingo, 1974-
1980.
33 Ver Juan I. Jimenes Grullón, La República Dominicana. Una ficción, Mérida, 1965.

313
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

nera, la abandona. Consciente de que no todo en la estructura económica


de un país atrasado era capitalismo, integró teorizaciones de historiadores
latinoamericanos acerca de un “modo de producción colonial”, con lo que
aludían a que en el subcontinente las relaciones de producción no encaja-
ban con los prototipos del modo de producción feudal y del esclavista.34
Precisó entonces que las relaciones de producción que le correspondían
comportaban ciertamente rasgos precapitalistas. Pero, para él, a mediados
del XIX este modo de producción estaba condicionado por el capitalista.
En realidad, como se ha expresado, no emprendió un estudio de las estruc-
turas económicas, por lo que la propuesta quedaba suspendida en el aire.
De ahí se desprendían supuestos que no se correspondían con los análisis
políticos fructíferos que contiene su obra. Categorías como la de burgue-
sía atípica no fueron sustentadas en forma suficiente. En otros términos,
imbuido de una perspectiva política, no conectó estructura económica y
estructura social, y tampoco estableció propiamente los nexos entre esta
última y la acción de los actores políticos.

La indagatoria estructural de Luís Gómez


Procedía retornar al estudio de las estructuras para sentar nuevas bases
para esta tarea. Fue lo que comenzó a hacer Luís Gómez en un estudio de-
dicado a la evolución de las relaciones de producción a lo largo del último
siglo, cuyo hilo conductor encuentra en el desarrollo del capitalismo, a su
juicio eje de las relaciones de producción.35 El propósito de este rastreo
histórico tendía a acentuar la importancia del proletariado en la estructura
social, llamar la atención sobre su potencialidad de lucha y concluir sobre
el contenido socialista de la revolución. En tal sentido, confería cualidad
académica a las propuestas todavía poco elaboradas del Partido Comunis-
ta Dominicano, años antes, que cuestionaban los presupuestos del ordena-
miento “semi-feudal”. Se puede decir que la obra de Gómez fue la primera
plasmación de un estudio de la historia económica conforme a las catego-
rías del marxismo, por lo que también marcó un hito en la historiografía

34 Ciro F. S. Cardoso. “Sobre los modos de producción coloniales de América”, en Los


modos de producción en América Latina, Córdoba, 1973, pp. 135-159.
35 Luís Gómez, Relaciones de producción dominantes en República Dominicana, 1875-1975, Santo
Domingo, 1977.

314
dominicana. Gómez compartió el énfasis ortodoxo de Jimenes Grullón y
muchas de sus consecuencias, pero las derivaciones políticas de sus con-
clusiones tomaron otro derrotero, lo que luego dio lugar a una polémica
entre ellos.36

Aportes colaterales de otros historiadores marxistas


Entre fines de los años sesenta e inicios de la década siguiente se amplió
la producción de textos basados en la metodología de la historia social.
En sus momentos iniciales, esta producción se centró en los tiempos co-
loniales.37 Siguieron estudios sobre el azúcar y otros temas de fines del
XIX e inicios del XX.38 Todavía después, autores como Jaime Domínguez
incursionaron en la segunda mitad del XIX e inicios del XX.39 Escapa a los
propósitos de esta ponencia analizar esta bibliografía.

En estas páginas se pretende apreciar el hilo conductor de las propuestas


comprensivas que han tratado de definir el régimen social a partir de sus
rasgos actuales y en dimensión histórica. De todas maneras, aunque estos
textos no estaban orientados por la búsqueda de una caracterización del
ordenamiento económico-social a partir del presente, abonaron muchos
problemas. Se aclararon peculiaridades de la historia social de la colonia
y el siglo XIX y se pudo profundizar en la variante que tuvo el desarrollo
capitalista azucarero en el país. En lo que respecta al debate en cuestión,
estas investigaciones pusieron en claro muchos aspectos de las relaciones

36 Juan I. Jimenes Grullón, Nuestra falsa izquierda, Santo Domingo, 1979; Max Puig et
al., Debate sobre la falsa izquierda, Santo Domingo, 1980. Después siguieron intercambios
cada vez más duros de ambas partes. Por ejemplo, Luís Gómez, Nuestra verdadera izquier-
da, Realidad Contemporánea, año II, Nos. 12-13 (1980), pp. 11-58; Juan I. Jimenes Grullón,
Respuesta a Luis Gómez Pérez, Santo Domingo, 1981.
37 Véase Pedro Mir, El gran incendio, Santo Domingo, 1970; Emilio Cordero Michel, La
Revolución Haitiana y Santo Domingo, Santo Domingo, 1968; Franklin Franco, Los negros, los
mulatos y la nación dominicana, Santo Domingo, 1969; Hugo Tolentino Dipp, Raza e historia
en Santo Domingo, Santo Domingo, 1974; Rubén Silié, Economía, esclavitud y población, Santo
Domingo, 1976.
38 Wilfredo Lozano, La dominación imperialista en República Dominicana, Santo Domingo,
1976; Franc Báez, Azúcar y dependencia en República Dominicana, Santo Domingo, 1979.
39 Por ejemplo, Jaime Domínguez, Economía y política en la República Dominicana, Santo
Domingo, 1977; La sociedad dominicana a inicios del siglo XX, Santo Domingo, 1994.

315
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

sociales y de las peculiaridades del proceso de desarrollo capitalista y de


la burguesía.

Continuidad y desarrollos en Bosch


Aunque no siempre hiciera mención de esos aportes, Bosch tuvo que to-
marlos en cuenta, incluso para combatir algunas de las conclusiones que
contenían, pero se vio compelido a refinar o a modificar sus tesis. En los
textos ulteriores, de todas maneras, persistía la dialéctica entre desarrollo
de nuevas tesis y recuperación de núcleos centrales anteriores. En los escri-
tos de avanzada de las décadas de los setenta y los ochenta, Bosch reconoce
un desarrollo capitalista importante durante la época de Trujillo, que lo
llevó a variar su conclusión de asignar condición clasista a la oligarquía. De
hecho, pasó a aceptar la existencia de una burguesía, pero redujo el alcance
de su existencia en el país a una condición incompleta, ante todo por razo-
nes políticas. El sesgo politicista fue abandonado.

Más que por determinantes económicos, que sin embargo no dejó de


aceptar, lo que interesaba en las clases era la naturaleza de su acción histó-
rica. La burguesía no era tal en la medida en que no asumía las tareas polí-
ticas que le correspondían como clase. En particular, observó tal déficit en
la distancia de la clase respecto a la gestión de los asuntos públicos. Como
la dinámica del Estado no respondía a la burguesía, concluyó que en el país
no existía una clase gobernante, problemática que mantuvo en el centro de
su atención durante años.

Pero también insistió en el carácter inacabado de la burguesía desde un


ángulo económico, para lo cual se sustentó en la teoría de Marx acerca de
la acumulación originaria de capital. Llegó a la conclusión de que lo que
caracterizaba la dinámica histórica del país, en lo concerniente al avan-
ce capitalista, tenía que ver más con la acumulación originaria que con la
propiamente capitalista. En cierta manera, extendió hasta el presente este
mecanismo de acumulación, con lo que quería reforzar su tesis acerca del
escaso desarrollo capitalista.

Aunque desde un momento dado aceptó la existencia de la burguesía,


ratificó con nuevos argumentos su concepción acerca de la universalidad

316
política de la pequeña burguesía, gestora de los asuntos públicos. Lo mis-
mo hizo respecto al proletariado, clase a la cual negó capacidad de acción
histórica, también por carecer de conciencia de clase. Elaboró nuevos y
complejos desarrollos tendentes a demostrar esta incapacidad política de
las dos clases fundamentales del sistema capitalista según Marx.40 El re-
sultado no podía ser otro que un entorno político difícil, puesto que Bosch
consideraba que la pequeña burguesía se encontraba en el origen de gran
parte de los vicios de la política del país.

Esta reiteración era sumamente importante, ya que ratificaba los rasgos


que debían acompañar al Partido de la Liberación Dominicana, como una
organización compuesta primordialmente por integrantes de la pequeña
burguesía. Era la única clase verdaderamente activa en el orden político,
y había que contar con ella no obstante sus limitaciones. Se ratificaba que
el programa del partido revolucionario no podía ser socialista. Se dio así
el caso paradójico de que el líder indiscutible de un partido democrático-
revolucionario se adelantaba a tal condición y se declaraba marxista.
“En los años siguientes, Bosch entró en una tensión en la relación
entre estructura económico-social y tareas políticas. Sentía, al
menos por períodos, que su partido debía dirigirse hacia senderos
socialistas, pero creía que las condiciones todavía no lo permitían.
Encontraba la causa principal en una categoría utilizada por
historiadores marxistas, como E. Mandel, de capitalismo tardío”.

En los años siguientes, Bosch entró en una tensión en la relación entre


estructura económico-social y tareas políticas. Sentía, al menos por perío-
dos, que su partido debía dirigirse hacia senderos socialistas, pero creía
que las condiciones todavía no lo permitían. Encontraba la causa principal
en una categoría utilizada por historiadores marxistas, como E. Mandel, de
capitalismo tardío. Para Bosch el país seguía en el ordenamiento del capita-
lismo tardío, dotado de una lógica distinta a la del capitalismo primigenio
de los países desarrollados, que conllevaba una perpetuación del atraso a
causa del lento desarrollo de las fuerzas productivas. En consecuencia, los
deslindes de clase eran menos acusados, con lo que se podían mantener

40 Bosch, Clases sociales en la República Dominicana, Santo Domingo, 1983.

317
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

por el momento los corolarios políticos derivados de los supuestos previos


acerca de la sociedad dominicana.41

Aun así, para el largo plazo cifró la esperanza en el desarrollo capitalista,


que conllevaría el del proletariado y la burguesía. Se podría vislumbrar, en
consecuencia, el paso a una tarea socialista sobre bases objetivas. Así, llegó
a la conclusión de que, en el país, el último ensayo de revolución burguesa
sería el primero de una revolución proletaria.42 Aunque no se conocen es-
critos al respecto, hay señales suficientes de que albergaba el proyecto de
que el PLD se transformara en un partido de los trabajadores, o de que su
seno diera lugar a uno de esa calidad.43 Desde luego, como dirigente polí-
tico que era, no apostaba a una sola posibilidad, al menos en lo inmediato,
lo que explica que finalmente optara por una búsqueda del poder a corto
plazo, al margen de una expectativa de transformaciones radicales.

Conclusiones
Este debate hoy parece superado en la medida en que, primeramente, la
sociedad ha cambiado, pero con ella también se han modificado muchas de
las temáticas de su intelección. Adicionalmente, hoy se presentan vacíos en
la interpretación de la actualidad del país y de su historia en función de los
requerimientos que parten del presente.

Un balance preliminar de aquellos debates entre los marxistas domini-


canos alrededor del ordenamiento económico-social pone de relieve logros
y limitaciones. Era lógico que, tras el establecimiento de un ordenamiento
revolucionario, se persiguiera definir los contornos de la sociedad. En esto
residió uno de los principales componentes pragmáticos de la aplicación
de la historia social y el materialismo histórico. Los agentes políticos de
entonces pensaban la realidad con referencias ampliamente dominantes en
los aspectos económicos y sociales.

Las propuestas pueden ser hoy objeto de un balance. No hay duda de


que, efectivamente, la sociedad dominicana entró en un largo proceso de

41 Juan Bosch, Capitalismo tardío en la República Dominicana, Santo Domingo, 1986.


42 Juan Bosch, La guerra de la Restauración, Santo Domingo, 2000.
43 Información de Fernando de la Rosa.

318
desarrollo capitalista con signo atrasado y dependiente, que pasó a ejercer
dominio creciente sobre la formación social. En forma retrospectiva que-
da claro que el supuesto de una sociedad semi-fedudal carecía de asidero
y que las propuestas políticas que se desprendían estaban condenadas al
fracaso. Estos conceptos, dogmáticamente tomados en préstamo de otras
experiencias, pusieron un velo que vetaba la comprensión de la dinámica
de la clase campesina.

El sentido realista de la acción política, que fue una de las tónicas domi-
nantes de la acción de Bosch restringía posibilidades de potenciación de la
conciencia política de la población. La evolución hacia una vertiente orto-
doxa de marxismo no fue suficiente para que Bosch lograra interpretar mu-
chos aspectos de la lógica de reproducción del capitalismo dependiente.

Los marxistas ortodoxos, en cambio, si bien reconocieron el componen-


te del atraso en el régimen social, no lograron establecer muchos de los es-
labones por medio de los cuales se interrelacionaban los determinantes de
una sociedad capitalista atrasada y con fuertes componentes precapitalis-
tas en los planos de la vida social, la política y la cultura. En este, como en
otros temas, el formalismo dogmático se reveló estéril y profundizó la dis-
tancia de los sectores organizados de izquierda de los potenciales sujetos
de un proceso revolucionario. Fue el caso de las consecuencias desastrosas
del paradigma guerrillero. En el mismo orden, el programa socialista que
se formuló, particularmente en los momentos de mayor desarrollo teórico,
entre las décadas de los setentas y la de los ochentas, carecía de viabili-
dad. Con ese programa maximalista se desechó atender a los motivos que
todavía podían movilizar a las clases trabajadoras y se perdía eficiencia
precisamente en la tarea de educar a los trabajadores en los principios del
socialismo.

A la luz de las modificaciones que se han operado en los patrones de vida


y en los problemas de la comunidad, el marxismo dominicano está obliga-
do a construir una nueva problemática que lo sitúe dentro de la historici-
dad presente. Cada relato retrospectivo depende del entorno histórico en
que se produce. Implica por fuerza, en primer término, una revisión de los
presupuestos teóricos y epistemológicos. La historia económico-social ya
no parece ser suficiente para una comprensión de la historicidad de hoy y

319
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

del pasado. El terreno de la exploración debe abrirse hacia nuevos horizon-


tes de la acción de los sujetos, la subjetividad, los mecanismos de la cultura,
los planos de la vida y los sujetos que no se desprenden directamente de las
relaciones de producción, sino de conflictos en otros planos.

Ya no basta establecer el ordenamiento económico-social para dar cuen-


ta de una formación, por lo que los debates reseñados están superados, al
menos como planteamientos exclusivos de cara a la realidad del presente.
El marxismo de hoy, por otra parte, debe avanzar hacia reformulaciones de
aspectos importantes del marxismo de Marx, como en el ámbito de deter-
minismo estructural. Esto está dado por un traslado de focos de atención
hacia la intelección de los sentidos de la acción de los sujetos. En la reali-
dad objetivo del mundo actual se producen replanteamientos de los modus
operandi de las clases sociales. Las clases, además, se han redefinido en el
orden estructural. La incorporación de nuevas perspectivas teóricas pa-
rece indispensable para una recomposición fructífera de la historia social
relacionada con la teoría marxista y el movimiento socialista. Con tales
parámetros teóricos se estaría en condición de abrir un programa de pro-
blemáticas a trabajar en la historia social, que abarca todo el pasado pero
que se compone en clave siempre presente. La intelección de las trayecto-
rias del pensamiento histórico ofrece pistas cruciales para estos programas
alternativos.

320
CAPITULO VII

Las orientaciones
recientes de la
reflexión intelectual

EXPOSITORES: COORDINADOR:
Alina Bello Pablo Mella, S.J.
David Álvarez Martín
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

En la mesa principal, David Álvarez Martín, Pedro Gil Iturbides, vicerrector del recinto Santo
Domingo de UTESA, Pablo Mella y Alina J. Bello Dotel.

Parte del público congregado para escuchar las disertaciones en el recinto Santo Domingo de la
Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA).
La identidad narrativa
dominicana entre sus
límites y posibilidades:
Modernidad o
postmodernidad Alina J. Bello Dotel
“No hay gente menos recomendable que la que alardea continuamente
de su identidad. Esos fanáticos no sólo creen que sus madrigueras son
palacios sino que siempre están dispuestos a cavar una tumba bajo los
pies de los incrédulos que les advierten de su confusión”.

Carlos Perera, citando a Rafael Argullol en su libro “El cazador de


instantes. Cuaderno de travesía 1990-1995” .

Palabras claves: Identidad, identidad narrativa, pre-modernidad,


modernidad, postmodernidad, narración, metarrelato.

Contexto
El fundamento del pensamiento moderno no es en el estricto sentido
moderno. Nace en la Grecia clásica, donde los filósofos habían descubierto
la razón y la capacidad del ser humano para utilizarla, así como la natura-
leza y sus leyes. Los griegos, pioneros en la organización de un sistema ra-
cional de pensamiento que daba respuestas a las grandes interrogantes del
ser humano ante la naturaleza, la polis y la religión, gestaron los elementos
de la tan ansiada racionalidad, y con ella traspasaron la barrera del tiempo
y llegaron hasta el siglo XV, con los albores del renacimiento y se extendie-
ron hasta la Ilustración pasando por las ideas del Racionalismo, el Empiris-
mo, el Criticismo, el Enciclopedismo, el Utopismo y el Reformismo.

Asida firmemente de la mano de la razón, la modernidad emerge de los


vestigios del medioevo, dando fundamento a sus postulados y alumbrando
los más recónditos espacios del alma social, primero de Francia, luego de
Inglaterra, Ginebra, Alemania, etc. Una muestra fehaciente de este asirse

323
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

a la razón es el racionalismo cartesiano. Ejemplo categórico del intento de


cimentar racionalmente todo el quehacer humano y de eliminar para siem-
pre las dificultades que las creencias producían en el camino de la civiliza-
ción humana.

La modernidad trajo el imperio de la razón y la creencia de que con ella


se saciarían las más insondables aspiraciones del ser humano, en sus mani-
festaciones sociales, económicas y políticas.

La crisis de ideas, producidas en el siglo XVII entre empiristas (John


Locke, David Hume, Thomas Hobbes) y racionalistas (Rene Descartes, Ba-
ruc Spinoza, Gottfried W.Leibniz) son el antecedente más cercano y el
útero donde se comienzan a formar las ideas liberales que llegarán a dar
origen, en el siglo XVIII, a la Ilustración como máximo movimiento de la
modernidad y que lleva a Emmanuel Kant a decir que, con este movimien-
to, los seres humanos abandonan la minoría de edad y alcanzan mayoría de
edad para que puedan valerse por sí mismos.

Un punto a resaltar es que en la Ilustración se gesta el germen del abso-


lutismo político que instrumentaliza la razón para convertirla en un meca-
nismo de control de la propia emancipación humana que predica. Hijos del
pensamiento ilustrado serán el totalitarismo, el darwinismo y el positivis-
mo, que impactaran fuertemente el desarrollo social y político en América
Latina, influenciando los movimientos revolucionarios que produjeron las
independencias latinoamericanas.

324
Una característica esencial a cualquier movimiento social, y la Ilustra-
ción sin lugar a dudas lo es, radica en la estructuración del sentido a partir
de un proceso narrativo en el cual la cultura sirve de transmisión. Para ta-
les fines se genera un marco interpretativo dentro del cual las narraciones
de las acciones y gestas adquieren significado.

Al igual que otras épocas, también la Ilustración creó su propio relato y


se impuso sobre el relato teocéntrico de la Edad Media, narrando el adve-
nimiento de un sistema ideal de organización política, donde la historia ya
no sería cíclica sino lineal, basada en la ciencia y el progreso como norte de
la sociedad, que alcanzaría así su máximo nivel de civilización.

Modernidad e identidad
La modernidad tiene una larga data de antecedentes y consecuentes, de-
bido a los cuales se sigue sosteniendo por sí misma en el entramado histó-
rico hasta nuestros días.

Alain Touraine (1993) nos dice: “La concepción clásica de la modernidad es pues,
ante todo, la concepción racionalista del mundo que integra al hombre en la naturaleza
y que rechaza todas las formas de dualismo del cuerpo y del alma, del mundo humano y
de la trascendencia”. (Pág.47).

Ahondando en lo expuesto por Touraine, vemos que la modernidad,


como concepción teórica y práctica del mundo, rompe con los modelos
metafísicos y se enraíza en una inmanencia naturalista, que no admite la
más ligera chispa de trascendencia. En esa postura instrumentalista de la
racionalidad humana es donde se forjan las formas de control político, so-
cial y económico que perduran hasta nuestros días.

Si el siglo XIX se caracterizó por la hegemonía de las clases sociales, el


siglo XX se caracterizó por el predominio de las naciones y el siglo XXI tie-
ne como nota característica la crisis de las estructuras representativas de
las naciones: familia, la escuela, la empresa y el gobierno. La influencia mo-
derna termina “cuando la racionalidad instrumental se separa de los actores sociales
y culturales”.(Lomeli, s/f, Pág.1) Fruto de ese fenómeno, “el eros, el consumismo,
la empresa y la nación se desvinculan y entran en coalición unos con otros”, (Lomeli,
s/f, Pág.1) dejando a la modernidad en crisis y eliminando de la sociedad

325
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

la condición de lugar natural donde las instituciones y los actores sociales


se corresponden por medio de la familia y de la escuela. Las condiciones
de crecimiento económico, de libertad política y de bienestar individual
no se dan de manera análoga e interdependiente. La economía se reduce
a un conjunto de estrategias empresariales y éstas son ajenas a un tipo de
sociedad y de cultura. Es así como el sistema social y los actores que los
constituyen están en total dispersión.

Frente a ese ideal reduccionista, extendido por influencia del modelo


ilustrado, donde la identidad pasa a ser una universalización racional del
concepto de “Ser Humano”, dejando de lado las particulares manifestacio-
nes de este ser humano, proponemos la construcción de un espacio identa-
tario desde la Identidad Narrativa de Ricoeur, donde la identidad se perci-
be como una narración construida a lo largo de la vida mediante la puesta
en escena de los acontecimientos que constituyen la trama de mi propia
vida y de los “otros” que interactúan con “mi mismo”. O a decir del autor: “…
el modelo especifico de conexión entre acontecimientos constituidos por
la construcción de la trama permite integrar en la permanencia en el tiem-
po lo que parece ser su contrario bajo el régimen de identidad-mismidad,
a saber, la diversidad, la variabilidad, la discontinuidad, la inestabilidad”.
(Ricoeur, 1996: Pág.139).

Es así como el mundo se nos presenta como narración variable, discon-


tinua e inestable. Narración de un pasado glorioso, heroicamente bizarro
o tremendamente decadente y atrasado. Sea como sea que enfoquemos la
narración del pasado, representamos nuestro ser en el mundo, desde una na-
rrativa de héroes o villanos, de luces o sombras. Eso nos legó la modernidad,
la capacidad de, mediante la luz de la razón, construirnos a nosotros mismos
en la palabra y por la palabra. Los dominicanos no escapamos a eso.

Desde la postura de ricoeuriana, nos planteamos la necesidad de una na-


rración de lo dominicano, donde pasando de la acción al personaje poda-
mos mantener los caracteres unitarios de “articulación interna y de totali-
dad” por el ejercicio de elaboración de la trama de lo dominicano, donde el
personaje mantiene en toda la historia “una identidad correlativa” a la de la
historia misma. Es decir, donde “La persona entendida como personaje de
relato, no es una identidad distinta de sus experiencias. Muy al contrario:

326
comparte el régimen de identidad dinámica propia de la historia narrada”.
(Ricoeur, 147).

Esa historia narrada nos lleva a contestar preguntas relevantes que den
sentido y significado a la trama narrada. Porque toda narración presenta
una trama donde se entreteje la vida de los personajes y surgen las pre-
guntas vitales de la narración, a saber: ¿Quién es dominicano? ¿Qué es lo
dominicano? y ¿por qué somos dominicanos? Al contestar a una de ellas,
estamos contestando a todas, ya que la trilogía establece una red de inter-
significantes que pertenecen al mismo estadio de sentido.

Frente a las diversas respuestas que damos a las preguntas por el senti-
do de lo dominicano, entretejemos con los hilos del relato la trama de una
dominicanidad, que intenta encontrar su lugar en el mundo y en especial
su razón de existir en el conjunto de las otras identidades, personales y
locales.

Ahora bien, ¿desde qué límites construimos esa identidad narrada que
constituye lo dominicano? ¿Cuáles son los relatos que tejen la red de signi-
ficaciones de ella? ¿Qué elementos se privilegian en la trama de la narrativa
identitaria dominicana?

Maceiras (2008) nos da cuatro criterios desde los que podemos contes-
tar estas preguntas, y son:

1.- La identidad como proyecto abierto: Donde la identidad se nos presenta


como una construcción ininterrumpida a lo largo del tiempo, pero abierta
a las posibilidades de la experiencia. Es así como podemos observar que,
aunque la persona a lo largo del tiempo es la misma, no es lo mismo. La
identidad está abierta a la continua forja de la experiencia, las relaciones
personales y las interrelaciones sociales.

2.- La singular “naturaleza histórica” del anthropos: El ser humano es por na-
turaleza un ser de constitución social y comunicativa. Lo que esto quiere
decir es que la sociedad y el contexto histórico, ligado a la comunicación,
no son neutros en el avance de su propia naturaleza individual, lo que lleva
a pensar su identidad como una apertura al impacto de sus vivencias e in-
teracciones, y no como algo definitivamente logrado o trabajado.

327
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

3.- La persona como estructura interactiva y comunicada: La persona está do-


tada de una configuración biológica y ontológica que la predispone a las
interrelaciones con los otros, y esta interacción es fundamentalmente co-
municativa. No es posible desarrollarse como persona, sin el contacto del
“yo” con los “otros”, ya que es a través de ellos que puedo llegar a recono-
cerme. No es posible alcanzar el propio reconocimiento sin mediación de
los demás.

4.- Formas de interacciones identitarias: La identidades se pueden definir de


múltiples formas. Dependiendo el enfoque que se les dé pueden ser presen-
tadas como:
a) Identidad por expectativa (Bloch),
b) Identidad por analogía (Cooley, Mead),
c) Identidad por resistencia (Touraine, Guiddens),
d) Identidad por co-pertenencia (Taylor, Ricoeur, Maceiras).

Nos interesa resaltar esta última, ya que la misma vincula con la trama
desde la que se construyen los relatos de la trama identitaria dominicana.

Los cuatro puntos planteados son una guía para el análisis de la proble-
mática de la identidad, desde una perspectiva integradora de los elemen-
tos más relevantes de la condición humana.

Nuestros límites
La Constitución dominicana, en su artículo 11, literal 1, define el ser
dominicano diciendo que son dominicanos “Todas las personas que na-
cieren en el territorio de la República”. Sin embargo, esto no nos define
realmente, ya que lo que verdaderamente asumimos como definición es la
contraposición con Haití. Durante los 165 años de vida ciudadana nos he-
mos narrado a nosotros mismos en contraposición a otros. Ser dominica-
nos es no ser haitianos. Porque paradójicamente se puede ser dominicano,
siendo de cualquier otra nacionalidad, pero, en la forma de narrarnos, no
entra el ser haitianos.

Las ideas que configuran nuestro ser dominicano son las ideas de una
narrativa excluyente, forjada con los resentimientos del pasado, los prejui-

328
cios del presente y las incertidumbres de un futuro que no se dibuja cla-
ramente. Es así como iniciamos un relato que nos construye y nos da una
identidad volátil, e inestable, como podemos ver en el siguiente relato que
corre por el ciberespacio, sobre el ser dominicanos:
“Los dominicanos toman en serio los chistes y hacen chistes de lo serio.
No creen en nadie y creen en todo.
¡No se les ocurra discutir con ellos jamás! Los dominicanos nacen con
sabiduría.
No necesitan leer, ¡todo lo saben! No necesitan viajar, ¡todo lo han visto!
Los dominicanos son algo así como el pueblo escogido, por ellos mismos.
No se les hable de lógica, pues eso implica razonamiento y mesura y los
dominicanos son hiperbólicos y exagerados.
Los dominicanos ofrecen soluciones antes de saber el problema.
Para ellos nunca hay problema.
Saben lo que hay que hacer para erradicar el terrorismo, el
comunismo, encausar a América Latina, eliminar el hambre en África,
y pagar la deuda externa. Saben quién debe ser presidente y cómo
Estados Unidos puede llegar a ser una potencia mundial.
No entienden por qué los demás no les entienden cuando sus ideas son tan sencillas y
no acaban de entender por que la gente no quiere aprender a hablar español como ellos”.

Nuestro proceso narrativo ha dado paso a un ser que casi es de carica-


tura, y sin el casi, como acabamos de ver. Pero ese estilo de construirnos
a nosotros mismos delata la falta de hondura en las ideas que blandimos
como estandarte de nuestra identidad cotidiana y presagia la necesidad de
grandes trasformaciones en el ámbito político, educativo y cultural para
cambiar hacia relatos que sustenten un ser dominicano más estructurado,
que no se diluya en la postmodernidad de Lyotard, donde los “grandes re-
latos” que cimientan la sociedad, desaparecen para dar paso a la fragmen-
tariedad o en la de Giddens (1993), donde “La postmodernidad se distingue por
una especie de desvanecimiento de ‘la gran narrativa’-‘linea de relato’ englobadora me-
diante la cual se nos coloca en la historia cual seres que poseen un pasado determinado y
un futuro predecible”. (Pág.16).

329
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Y es que la postmodernidad desdibuja el cuadro de las historias funda-


cionales, dejando sin marco de referencia existencial no solo a las personas,
sino también a las sociedades. Desconectados de su historia y del sentido
que la misma le confiere, los grupos sociales se entregan, se convierten en
títeres de la narrativa manipuladora de los grupos de poder que les crean.

Algunas evidencias de nuestros límites, como sociedad premoderna, nos


vienen dados por los informes a continuación citados:

1. La Encuesta Demográfica y de Salud (ENDESA 2007), donde encon-


tramos que:

“El 11 % de la población mayor de 10 años es analfabeta, lo que implica


una disminución desde el 13 % del 2002. Sin embargo, hay enormes dis-
paridades regionales, como lo demuestra el hecho de que de un 5 y 6 %
de analfabetos en el Distrito Nacional y Santo Domingo se pase a un 24 y
31 % en Bahoruco y Elías Piña. Un 5 % de la población dominicana carece
de acta de nacimiento, y un 36 % de las personas de 18 a 19 años no tienen
cédula de identidad”.

También la encuesta resalta el dato de que:

“El 20 % de las mujeres de 15 a 49 años había experimentado violencia


física alguna vez en su vida desde los 15 años… El 30 % de las mujeres algu-
na vez casadas o unidas ha sufrido violencia emocional, física o sexual por
parte de su último o actual esposo o compañero. La violencia emocional fue
la más reportada, con un 26 %”.

Un país con datos tan preocupantes como estos debe buscar la forma
de resolver los estadios de la pre-modernidad y alcanzar poco a poco la
modernidad para todos sus ciudadanos sin distinción.

2. El Informe de Índice Desarrollo Humano (2008) destaca que:

“En una sociedad como la dominicana, de gran inequidad social, econó-


mica e institucional, el acceso a las oportunidades está determinado por
el poder individual o del grupo al que se pertenece. Esto se debe a que la
sociedad no es capaz de garantizar a la ciudadanía un mínimo de capacida-
des y oportunidades; de forma que se garantice que el resultado en la vida

330
esté determinado por el esfuerzo y no por la clase social, el lugar, o el sexo
con que se nace.

Lo dramático de esta situación en el país es que, a largo plazo, la inequi-


dad en las oportunidades no ha sido consecuencia de la falta de recursos
económicos, sino resultado de malas decisiones de quienes han tenido el
poder para decidir cómo gastarlos”. (Pág.8).

La concepción pre–moderna se evidencia una vez más en el Informe


del Índice de Desarrollo Humano del 2008. En la República Dominicana
persiste la pertenencia a los grupos sociales de poder como garantía de
ascenso y éxito social. Eso es una condición pre-moderna. La modernidad
pregona el ideal de igualdad para todos. Todos los dominicanos merecen,
sin importar su condición u origen, las mismas oportunidades.

3. El Informe sobre las Políticas Nacionales de Educación: República


Dominicana (OCDE 2008):

“República Dominicana necesita fortalecer sus instituciones públicas,


crear un servicio civil eficaz, cuidar sus recursos naturales y mejorar la ca-
lidad de vida de sus ciudades y pueblos. Todo esto requiere una población
bien educada y buenas universidades, que, a su vez, requieren recursos que
el país no tiene actualmente. La expectativa es que a medida que la eco-
nomía se desarrolle y crezca, aumenten los recursos que tanto el gobierno
como el sector privado invierten en educación. Mientras tanto, no obstan-
te, persisten los problemas en cuanto a la calidad de la educación que los
estudiantes reciben en sus universidades y la utilización de los recursos
existentes”. (Pág.270).

Este último texto no necesita comentarios; por sí mismo retrata la con-


dición en que se encuentra el ser dominicano y el país.

Los datos presentados en los informes mencionados evidencian que la


República Dominicana dista mucho de alcanzar el ideal de modernidad, ya
que persisten condiciones de pobreza extrema, deficiencias educativas, de
salud y de plenitud en el ejercicio de los derechos civiles. Por eso conside-
ramos que aún cuando la desmodernización (fin del modelo racionalista de
la Ilustración que combinaba la producción racionalizada con la libertad
individual del sujeto) se apodera de los espacios y, los vientos propios de

331
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

la postmodernidad ululan por doquier, debemos esforzarnos por anclarnos


en la modernidad ya que como dice Jameson: “Cualquier discusión sobre lo pos-
moderno tiene la alarmante posibilidad de un completo relativismo....y traer la amenaza
última de la desaparición de la verdad en sí”. (Pág.38).

Y es que la postmodernidad demanda una justificación del valor de


una “historia universal” como visión única, o necesaria en el desarrollo de
la humanidad. También pregona la disolución del progreso (punto de re-
ferencia de la modernidad) y anuncia una racionalidad más frágil y formal,
afianzada sobre todo en el desarrollo de la técnica, los medios de comuni-
cación y la informática.

En la perspectiva postmoderna los “grandes relatos” modernos son cues-


tionados en su capacidad de dar sentido o revelar el sentido de la historia.
La historia sufre, en efecto, el golpe irreparable de una intensa crisis de
comprensión del mundo como producto de la razón.

Es ese nivel de complejidad lo que lleva a “…la alarmante posibilidad de un


completo relativismo…” planteada por Jameson.

La identidad narrativa dominicana


frente a la postmodernidad
Si el frágil tejido de los relatos fundantes de lo dominicano, presenta tan-
tas flaquezas, como podemos ver en las acciones que construyen nuestra
cotidianidad pública, si las ideas no alcanzan a cimentarse en un escenario
de diálogo donde se respete el valor del mejor argumento, si el respeto al
medio ambiente es un mito, si la ciudadanía plena es una categoría de fic-
ción, deberíamos preguntarnos seriamente si debemos hablar de postmo-
dernidad en el país.

Hablar de postmodernidad supone haber vivido, aunque sea efímera-


mente, los supuestos modernos de libertad de la razón, derechos humanos
y e igualdad frente al Estado, y sobre esos supuestos haber construido un
metarrelato fundacional incluyente, que nos sirva de referente identitario
a los habitantes de la nación dominicana.

332
Recordemos que la identidad es un discurso, una narración sobre “sí
mismo”, elaborada en la interrelación con los “otros” que también forman
parte del tejido social y cultural de lo dominicano. Si nos adentramos en la
postmodernidad, sin habernos anclado en la modernidad, nos perderemos
irremediablemente en la marea de los relativismos, desde donde no podre-
mos dar sentido de unidad a un relato de lo dominicano que convoque a
todos los habitantes de este país.

Nuestras posibilidades
La dominicanidad, como elemento de identidad, debe trascender hacia la
creación de una narración que sujete el colectivo dominicano a una unidad
axiológica y de propósitos capaz de superar las limitaciones ideológicas
del pasado. No es posible ser bajo la premisa de la diferenciación. Ninguna
identidad perdurable se construye desde una narrativa excluyente.

Ser dominicano demanda de un fundamento ontológico que nos arraigue


en la realidad dominicana y nos lleve a construir un país más estable y justo
para todos. Nuestra identidad narrativa debe partir de la recuperación de
una narración que nos de unidad y cohesión incluyente.

Siguiendo lo planteado por Maceiras (2008) presentamos algunos de los


elementos que entendemos deberían estar presentes en la trama narrativa
identitaria del Ser Dominicano, a fin de que la misma no sea excluyente de
las interacciones con la diversidad. A saber:

• Apertura a nuestra condición de isleños: La narración de lo domi-


nicano debe estar abierta al elemento isleño y caribeño. Vivir en una
isla puede generar sesgos en la concepción de la realidad, por des-
conexión de los procesos culturales y sociales continentales, pero
eso no debe ser fundamento de una trama que lleve a percibir a los
“otros” isleños como diferentes a “mí mismo”.

• La condición de isleños supone estar abiertos a la construcción de


un espacio común donde confluyan los metarrelatos que han dado
origen tanto al pequeño como al gran Caribe. Este espacio de reco-
nocimiento permite ir creando una nueva manera de narrarnos y de
edificar una identidad incluyente.

333
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

• El reconocimiento de la singularidad y la diversidad racial y


cultural: Ser isleños señala hacia una historia de diversidad racial
y cultural muy rica. Una amalgama de hilos narrativos entretejen
la narrativa de lo dominicano. El ser fruto de la diversidad racial y
cultural nos obliga a transitar el camino de la comunicación y el re-
conocimiento de los otros tanto en su singularidad como en su di-
versidad. La construcción de una identidad de lo dominicano debe
pasar por ver a los “otros” para reconocernos, como personas.

• Vernos como personas con una estructura interactiva y comuni-


cada: Necesitadas de una comprensión menos resentida de nuestra
historia pasada. Los resentimientos del pasado son el lastre que de-
tiene el desarrollo del presente. La construcción de identidad debe
estar liberada de los resentimientos históricos, para dejar de ser “un
pasado viviente” y convertirnos en un verdadero presente, que se
narra a sí mismo desde la interrelación comunicativa.

• Una interacción comunicativa, mediada por los resentimientos del


pasado, no genera los cambios en la identidad narrativa, caracteri-
zada por el dato de que siendo “el mismo” no soy “lo mismo”, ya que
a través del tiempo voy cambiando.

• Como dominicanos no somos los mismos del pasado histórico. So-


mos diferentes, aunque hijos de ese pasado, no somos responsables
de lo que en el aconteció y, por lo tanto, nuestra narración funda-
cional debe dar un paso al frente y liberarse del lastre del resenti-
miento.

• Coo-pertenecientes a un mismo espacio comunicativo: Partien-


do de esa premisa, proponemos el valor de la tolerancia frente a la
pluralidad de opiniones. La tolerancia frente a las diferencias, tanto
culturales como de opiniones, deja mucho que desear en la historia
dominicana reciente. El valor de la tolerancia no está presente de
manera transversal en la narración que constituye lo dominicano.
Muy por el contrario, en la trama narrativa dominicana se exaltan
los actos de fuerza, donde se avasalla a grupos o personas particula-
res porque sus ideas o sus tradiciones divergen de las de los grupos
hegemónicos social y económicamente en el país.

334
• La co-pertenencia a un mismo espacio geográfico y comunicativo,
entendido en su sentido más amplio, nos exige narrarnos dentro de
un discurso de tolerancia y respeto a las divergencias. La tolerancia
es un valor que construye interacciones sociales de reconocimiento
y respeto mutuo, creando las bases de una identidad sana, liberada
de las convulsiones del totalitarismo y el autoritarismo que tanto
daño han generado en el tejido social dominicano.

Además de esos cuatro puntos que siguen lo propuesto por Maceiras


(2008) incorporamos otros cuatro que se vinculan intrínsecamente con
los ya mencionados. Estos son:

• Los derechos civiles de todos los seres humanos: Si hay un ele-


mento característico del progreso pregonado por la modernidad, es-
tos son los derechos humanos. El respeto a los derechos de todos los
seres humanos, que habitan la República Dominicana, constituye
una demanda inaplazable. Para alcanzar la mayoría de edad no es
posible seguir viviendo en un medio social donde se conculcan los
derechos civiles, por incapacidad, complejos, malquerencias, exce-
sos de poder e insania mental en parte de los miembros de las dife-
rentes instituciones encargadas de velar por los derechos civiles de
la nación.

• El cumplimiento a las leyes establecidas: Las leyes se establecen


para garantizar la existencia en paz de los pueblos. Si las leyes no se
cumplen la vida social vuelve a estadios primigenios de la historia,
donde las infracciones a las leyes de la vida social, solo se pagaban si
se pertenencia a las clases sociales desposeídas.

• Cumplir y hacer cumplir las leyes, sin distinción de personas, es


una de las características fundamentales para que un pueblo pueda
construir una identidad que lo presente ante el mundo como mo-
derno. La República Dominicana tiene ese reto por delante si de-
sea dar un paso hacia delante en la construcción de nuevos mitos
fundacionales, menos aberrantes, que los que históricamente hemos
exhibido.

335
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

• Una ética de vida: La ética como parte fundamental de la vida ciu-


dadana no puede quedar fuera de la construcción de la identidad
social de un pueblo, por lo que se necesita fortalecer las estructuras
morales de la práctica cotidiana dominicana, a la vez que se generan
espacios reflexivos, desde la escuela y la sociedad para avanzar en
la elaboración de unos fundamentos éticos que impregnen toda la
estructura de lo dominicano.

• La ética de vida garantiza la existencia de una ciudadanía responsa-


ble, apegada a los valores que promuevan de manera justa y digna el
desarrollo social de todos los individuos que la componen. No hay
posibilidad de desarrollo sostenido y mucho menos de progreso so-
cial si los individuos no alcanzan a construir una dignidad personal
y social, desde la que se reconozcan como seres humanos.

• Esa construcción de una identidad social apegada a lo ético debe


llevar a un ejercicio ciudadano, donde la transparencia como norma
de vida social sea el norte de las acciones cotidianas en el ejercicio de
la función pública y en la ocupación privada de los ciudadanos.

• Una sociedad, donde las normas morales no se respetan y donde la


reflexión de lo ético no forma parte de la constitución de su praxis
social, tendrá siempre presente problemas de inconsistencia entre el
discurso y la acción de sus ciudadanos, debido a la ausencia de me-
canismos de diálogo para generar convenciones sobre la necesidad
de seguir determinadas normas y su beneficio social.

• Una apertura a la novedad: Además de los puntos planteados se


debe entender la vida social por la exigencia misma de la identidad
narrativa, como una construcción abierta a la novedad. Esto implica
tener la capacidad de asumir el cambio y los procesos que se presen-
tan en la sociedad con una visión amplia de futuro, desde los relatos
fundacionales que más privilegian la condición humana y el reco-
nocimiento de las diferencias características de los grupos sociales,
pero desde la aceptación y el respeto a los mismos.

336
Construir la identidad dominicana demanda primero ser modernos a
plenitud, narrarnos desde una realidad menos excluyente e integrando en
nuestra narración a los “otros” diferentes a “mí mismo”, específicamente
al haitiano en primer lugar y a los caribeños del pequeño y gran Caribe en
segundo lugar.
“Una sociedad, donde las normas morales no se respetan y donde la
reflexión de lo ético no forma parte de la constitución de su praxis
social, tendrá siempre presente problemas de inconsistencia entre el
discurso y la acción de sus ciudadanos…”

También supone asumir los postulados de razón, igualdad, libertad, pro-


pios de la modernidad, superando las rémoras de los mitos fundacionales
donde el autoritarismo, la autocracia y la tiranía han marcado el norte del
quehacer social dominicano.

La postmodernidad, en el caso dominicano, agudizará el déficit que


tenemos con la modernidad y profundizará las diferencias en un pueblo
que como ya hemos visto tiene grandes carencias educativas, sociales y de
salud.

Propongo sumergirnos en las aguas de la modernidad para alcanzar en


ellas el progreso que tanto anhelamos y solo desde allí mirar con funda-
mento la tan confusa e inestable postmodernidad.

337
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Referencias
1. Encuesta Demográfica y de Salud ENDESA (2007) Santo Domingo, R.D.
CESDEM.
2. Giddens, Anthony (1994). “Consecuencias de la modernidad”. Madrid.
Alianza Editorial.
3. Informe de Desarrollo Humano (2007) República Dominicana. PNUD.
4. Informe de Desarrollo Humano (2008) República Dominicana. PNUD.
5. Jameson, Fredric(2004. “Una modernidad singular, ensayo sobre la on-
tología del presente”. Buenos Aires. Gedisa.
6. Lyotard, Jean Françoise (1998). “La condición postmoderna”. Madrid.
Ed. Cátedra.
7. Lomelí Meillon, Luz.( S/f). “Modernidad y Sujetos Sociales en Alain
Touraine”. Recuperado en fecha 19 de septiembre del 2009.
De: www.debate.iteso.mx/numero08/Articulos/06.htm
8. Pérez Gómez, Ángel I. (1998). “La cultura escolar en la sociedad neoli-
beral”. Tercera edición. España. Ediciones Morata.
9. Ricoeur Paul, (1993). “Sí mismo como otro”. España. Siglo XXI.
10. Ricoeur Paul, (1995). “Tiempo y narración”. Tomo I. España. Siglo XXI
11. Touraine Alain (1993). “Podemos vivir juntos”. México. Fondo de Cul-
tura Económica.

338
Una prospectiva
del pensamiento
político
dominicano David Álvarez Martín
“La chispa inicial que dio inicio a la creación de un
Estado Dominicano que aglutinara a todos los que se
consideraban dominicanos y dominicanas fue un hecho
ajeno completamente a los habitantes de este territorio,
incluso ajeno a todos los habitantes de esta isla”.

1. Punto de partida
La propuesta de este ensayo es generar una prospectiva del pensamien-
to político dominicano en el seno de una necesaria identidad social domi-
nicana. Dicho de manera más simple es preguntarnos por la agenda que
debemos abordar en el presente siglo XXI para construir un pensamiento
identatario de la sociedad dominicana, fundamentado en la promoción de
los derechos humanos y la construcción de la democracia. ¡Cualquier otra
propuesta sería inhumana!
Debido a que no es posible una propuesta de construcción de la identi-
dad social de una comunidad sin abordar las tareas políticas que ello con-
lleva y debido a que en la realización misma de dichas tareas políticas se
forjan los procesos identatarios, se impone aclarar cada uno de los proce-
sos políticos que tenemos por delante para alcanzar un modelo de sociedad
razonablemente justo y equitativo, democrático al mayor grado posible y
capaz de proveer a cada uno de sus miembros de las condiciones materiales
y espirituales necesarias para su realización como persona.
Este texto tiene como precedente uno que publiqué hace precisamente
una década y que tiene por título Crítica de la Razón Dominicana. 1 Mi conclu-

1 Álvarez Martín, David. (1999) Crítica de la Razón Dominicana. En Brea, Espinal y


Valerio-Holguín (Ed.), La República Dominicana en el umbral del Siglo XXI (pp. 29-44).
Santo Domingo: PUCMM.

339
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

sión en dicho texto defendía que “la esencia de la identidad de lo domini-


cano es ante todo un asunto ético y político y sólo en un segundo momento
una cuestión histórica, folklórica o social. La pregunta sobre ¿quiénes so-
mos?, no puede ser formulada a una élite política, económica o intelectual,
tiene que ser contestada por la totalidad de los que pertenecemos a dicha
entidad. Pero responder a esta cuestión presupone un estado de democra-
cia plena y vigencia absoluta de los derechos humanos. La identidad so-
cial supone, previo a su solución real, la capacidad política, económica e
intelectual de todos los ciudadanos”.2 Es precisamente lo político lo que
pretendo abordar en este trabajo y en su seno un compromiso ético con la
dignidad de todos los seres humanos y el derecho que cada uno tiene de
alcanzar una vida digna y con significado. La defensa de estos supuestos
y su realización es lo único que justifica la existencia de algo llamado Re-
pública Dominicana y que un conglomerado de poco más de una decena
de millones de seres humanos se consideren dominicanos y dominicanas.
Si una sociedad y su Estado no tienen como objetivo esas metas no vale
la pena su existencia como entidad social y más le valdría a cada uno de
sus miembros arrimarse a otras sociedades y estados, tal como ocurre con
millones de dominicanos y dominicanas que han emigrado buscando una
vida más digna.

2 Álvarez Martín, David (1999) p. 44.

340
2. Sobre las ideas
Abordar la cuestión de las ideas en una sociedad, concretamente la do-
minicana, usualmente conduce a suponer que únicamente un pequeño
grupo de sus miembros y miembras3 se especializan en esos asuntos. Con-
secuente con esa opinión los llamados intelectuales serían los especialistas
en las ideas, de la misma manera que los cardiólogos son especialistas en
el corazón o los panaderos en la cocción de panes. Se impone deslindar esa
opinión destacando que al igual que los cardiólogos no son los únicos en
tener corazón, ni los panaderos son quienes en exclusiva comen pan, así
mismo las ideas no son propiedad de los intelectuales. Todos los seres hu-
manos4 vivimos y nos identificamos en cuanto somos capaces de pensar y
comunicar ideas. Por lo tanto, reducir el marco de reflexión sobre las ideas
de una sociedad a lo que sus intelectuales piensan es un reduccionismo
absurdo, sin negar que la influencia social de los intelectuales5 marque en
gran medida muchas de las corrientes de pensamiento de una sociedad.

En cuanto todos tenemos ideas y las comunicamos, abordar el pensa-


miento de una sociedad se convierte en una tarea titánica. Apunto a estos
cuatro aspectos como factores a ser tomados en cuenta en un proyecto se-
mejante.

Primero no existe homogeneidad en la manera de pensar de los indivi-


duos y mucho menos en los grupos que forman la sociedad. Los grupos, que

3 Contrario a la opinión del académico Gregorio Salvador de la RAE, que reciente-


mente denominó a la ministra española de Igualdad Dña. Bibiana Aído “…una persona
carente de conocimientos gramaticales, lingüísticos y de todo tipo” por utilizar el
término “miembra”, considero que es legítimo su uso y llegado su momento el diccio-
nario de la RAE lo recogerá, como lo ha hecho con otros muchos términos que en su
momento se impusieron en el habla.
4 Las patologías que excluyen la capacidad de pensar, o la mutilan, en un ser humano.
no son la norma para reconocer como identificación de lo humano la posibilidad y
efectiva del pensar.
5 El intelectual influye sobre su sociedad –en diversos grados– y a su vez la sociedad
marca en gran medida su pensamiento. La relación intelectual-sociedad es de mutua
identificación, tanto los unos tratan de definirla como ella a su vez los identifica en
cuanto especialista en el tema. Resultaría un contrasentido una sociedad moderna sin
intelectuales y un intelectual al margen de la sociedad.

341
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

son la unidad básica de una sociedad y no los individuos,6 como ingenua-


mente piensan muchos, se definen y articulan en base a multiplicidad de
intereses, superponiéndose unos y otros, confrontándose en diversos gra-
dos de beligerancia en muchos casos, negociando y articulándose en base a
unos mínimos en otros casos. Pero a su vez los grupos están constantemen-
te cambiando en sus maneras de pensar y actuar, fragmentándose o aglu-
tinándose, disolviéndose o surgiendo nuevos. Suponer que una sociedad,
por grande o pequeña que sea, tiende a ser homogénea en su manera de
pensar, logrando una identidad compacta, en cualquier grado, es una idea
carente de realismo, en el mejor de los casos, o una propuesta autoritaria,
en el peor y más común de los casos. Únicamente las dictaduras legitiman
una identidad colectiva homogénea como modelo de sociedad.

Segundo, la casi totalidad de las ideas que se comunican en una sociedad


se expresan de manera oral y en la cotidianidad, es mínimo lo que se escri-
be o graba en audio o video, y menos aun lo que se divulga en libros, perió-
dicos, revistas, programas de radio o televisión. La reciente tecnología del
Internet ha permitido la masificación de las ideas y opiniones de millones
y millones de seres humanos que tradicionalmente no accederían a expre-
sarse mediante los medios de comunicación masiva, pero precisamente su
multiplicación impresionante y la fragilidad del medio digital dificulta su
sistematización general para fines de estudio. Cuando intentamos abordar
las ideas de una sociedad nos enfrentamos a un volumen tan descomunal
de las mismas que amerita seleccionar aquellas que con mayor fuerza se
hacen presentes en los grupos que forman una sociedad, sea en el habla
coloquial o en los medios de comunicación masiva. Ideas que reflejan las
prácticas sociales más relevantes, que las justifican o las enmascaran.

Tercero, el pensamiento de los individuos en una sociedad, sean con-


siderados individualmente o como parte de uno o varios grupos, es una
amalgama compleja de opiniones, creencias, conocimientos, sentimientos,
valoraciones e ideales, heredada de sus predecesores, comunicada por sus
coetáneos, modificada por sus reflexiones y sus prácticas, permanentemen-

6 Que sean los grupos y no los individuos el engranaje de toda sociedad es un hecho,
pero eso no niega en modo alguno la dignidad de cada individuo y que ningún modelo
social es legítimo si menoscaba la dignidad plena de cualquier miembro de la socie-
dad.

342
te en cambio, incluso en escenarios donde la restricción política impida el
acceso a nuevas ideas o prácticas, siempre es posible la conciencia crítica
que se sabe oprimida (aunque no sea el caso de las mayorías). Por tanto, al
igual que el punto segundo, siempre se impone una selección, escoger un
momento en el flujo de las ideas, si deseamos realizar una tarea posible.

Cuarto y último. No necesariamente las ideas de quienes son definidos


como intelectuales, o de aquellos que tienen mayor acceso a los medios de
comunicación masiva, reflejan las ideas e intereses más relevantes para la
mayoría de una sociedad, ni tienen necesariamente como objetivo proponer
cursos de acción que efectivamente promuevan la equidad y el bienestar de
todos, el respeto a los derechos humanos fundamentales y mayores grados
de democracia y participación ciudadana. Esto debido a que toda propues-
ta de todo individuo nace en el contexto de sus intereses de grupo, sea para
defenderlos o transformarlos. La construcción de nuevas realidades socia-
les, primero en el campo de las ideas y luego, o concomitantemente en la
práctica social, amerita de la participación del mayor número de grupos y
sujetos que garanticen una “amplitud de miras” que no es capaz de aportar
ningún grupo o individuos aislados. Las “ideas de las élites” siempre refle-
jan una realidad social parcial y con impulsos autoritarios para el control
del resto de la sociedad.

Las ideas no “surgen en el aire”, son producto de prácticas sociales, y


al igual que reflejan estructuras económicas, políticas y culturales –sea
como horizonte de significación, justificación de lo existente o propuesta
de cambio–, son además generadoras de nuevas realidades en la medida
que ganan la aceptación de grupos sociales capaces de modificar las es-
tructuras existentes. La pugna entre ideas diferentes no es menos, ni más
importante, que la pugna política entre el status quo y el cambio social.
Esta cuestión amerita análisis más hondos pero para los fines de la presen-
te exposición sirven de suficiente apoyo a mis propuestas.

3. Nuestra herencia histórica


Al igual que Karl Popper, no considero que exista una “historia teórica”
como disciplina.7 La historia no nos sirve para “predecir” el futuro en nin-

7 Popper, Karl (1973) La miseria del historicismo. Madrid: Taurus ediciones. P. 12

343
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

gún caso. Ni la historia, ni ninguna ciencia social, tiene posibilidades pre-


dictivas a la manera como las ciencias de la naturaleza las tienen. Esto no
significa que no seamos capaces de prever posibilidades y hasta adelantar
comportamientos societales con bastante certeza, digamos de la sociedad
dominicana, si estudiamos a fondo su historia y su actual estructura social.
Pero cualquier tendencia o previsión que establezcamos siempre estará
sujeta a posibilidades estadísticas, a intervención de factores externos y
hasta a la misma expectativa de que ocurra o no por parte de quienes así lo
formulan o difundan. En el actuar social, económico y político el conoci-
miento de lo pretérito y de la estructura societal presente es fundamental,
ya que permite prever los grados de resistencia, respaldo o neutralidad de
nuevas realidades o estructuras. Al mismo tiempo que podemos defender
nuevas propuestas en función de sus valores y resultados previsibles, es
menester ponderar el costo social que representa impulsar una propuesta
y buscar las fórmulas más inteligentes para disminuir al máximo la resis-
tencia a la misma. Por supuesto, esta afirmación la hago desde el conven-
cimiento de que todo cambio social ha de acontecer en un proceso demo-
crático y que nunca el autoritarismo, como medio, justifica la búsqueda
de fines sociales justos.

¿Cuál es la sociedad dominicana de la que hablamos? La sociedad do-


minicana es un grupo humano amalgamado por los avatares históricos de
los últimos 200 años en estas 2/3 partes de la Isla Hispaniola o de Santo
Domingo. La chispa inicial que dio inicio a la creación de un Estado Do-
minicano que aglutinara a todos los que se consideraban dominicanos y
dominicanas fue un hecho ajeno completamente a los habitantes de este
territorio, incluso ajeno a todos los habitantes de esta isla.

Cuando los revolucionarios franceses guillotinaron a Luis XVI (21 de


enero de 1793) impulsaron que España e Inglaterra se aliaran para atacar
a Francia, pero ésta se adelantó e invadió España. España, por su parte,
logró penetrar en territorio francés, Francia recuperó su territorio y logró
cruzar los Pirineos y ocupar territorio en Cataluña, País Vasco y Navarra.
Nuevamente, con gran esfuerzo, España pudo recuperar parte de dicho
territorio. Consciente de que no resistiría un nuevo ataque francés, fue a
negociaciones con Francia, lo cual implicaba el reconocimiento del nuevo
status republicano de su vecino y la entrega de gran cantidad de ganado

344
como compensación. Pero en dichas negociaciones hubo un obsequio adi-
cional y fue la entrega de la parte española de la Isla de Santo Domingo a
Francia por parte de España. Eso fue el Tratado de la Paz de Basilea (22 de
julio de 1795).

Ese hecho que aceleró nuestra historia de manera impresionante tomó


indudablemente como materia prima los trescientos años de historia colo-
nial precedentes, basados en su mayor parte en la sobre vivencia casi salva-
je, la vida de montero, la escasa población y el mulataje, fruto de la ausencia
de un sistema productivo que hiciera efectiva la esclavitud. Sin tradición
social, sin vida urbana, sin referentes de clases sociales, sin actividad pro-
ductiva, los pobladores de esta parte de la isla iniciaron un proceso de pro-
fundos cambios políticos que en menos de un siglo daría lugar a la forma-
ción de un Estado nacional y la conciencia de ser una nación diferente a
Haití y España sucesivamente.

Que los habitantes de esta parte de la isla se llamaran a sí mismos do-


minicanos era una forma de indicar que eran españoles que vivían en este
territorio. El P. José Luís Alemán resume brillantemente ese momento del
anuncio del Tratado de Basilea indicando que “…fuimos obligados a no se-
guir siendo lo que éramos y hubiéramos querido seguir siendo todavía”.8
La conciencia de ser un pueblo diferente de cualquier otro nos tomó cons-
truirla gran parte del siglo XIX. Si se quieren fechas y hechos, siempre rela-
tivas y discutibles, pensemos que la primera formulación de lo dominicano
se incubó entre el Tratado de Basilea (1795) y la Guerra de Restauración
(1863). Los primeros dominicanos y dominicanas, en términos jurídicos,
surgieron en el 1844 y los más jóvenes de esa primera camada tendrían en-
tre 15 y 18 años al momento de la anexión. Es la Guerra de la Restauración
(1963-1965) el hecho histórico que selló definitivamente la existencia de
una identidad dominicana y la voluntad política de la mayoría del pueblo
para luchar por la existencia de un Estado Dominicano soberano.

Este primer proceso estuvo marcado por el autoritarismo, no como he-


cho necesario, si no como dato histórico. Fue la dictadura de Boyer del

8 Alemán, José Luís. (1999) El proceso de construcción de la nacionalidad dominicana. En


Brea, Espinal y Valerio-Holguín (Ed.), La República Dominicana en el umbral del Siglo XXI
(pp. 13-28). Santo Domingo: PUCMM.

345
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

1822 al 1843 quien ordenó políticamente esta parte de la isla, y la occidental


también, hasta el punto de impulsar como reacción un proyecto como el
trinitario que aglutinó a diversos sectores y prohijó la formación del primer
Estado Dominicano. Tanto la dictadura de Boyer, como la de Santana, la
guerra contra España y posteriormente la dictadura de Lilís, articularon
un primer proyecto de Estado y sociedad dominicana basado en el caudi-
llismo, el ruralismo, la subsistencia del conuco, con un reducto poblacional
urbano muy provinciano, y económicamente muy atrasado. Las primeras
industrias capitalistas llegaron al país en los años 70 del siglo XIX, y fueron
azucareras, fruto de la guerra cubana de independencia.

El segundo giro profundo de nuestra historia en la conformación de


nuestra sociedad y el Estado fue la invasión de los Estados Unidos en 1916
y su prolongación en la dictadura trujillista. Organizándonos en base a
los intereses de Estados Unidos y con Trujillo como sustituto de la bur-
guesía criolla. Es en este período que se articula la sociedad dominicana
que prohijó la actual, bajo el sometimiento a la dictadura norteamericana y
trujillista. La forma del Estado, los modelos productivos (salvo el turismo y
las zonas francas), la distribución regional, el sistema de carreteras, los nú-
cleos familiares de la burguesía criolla y la pequeña burguesía media alta, el
imaginario social, etc., que hoy aún tenemos, son producto de esa etapa.

Con la caída de la dictadura trujillista, la posibilidad de un reordena-


miento del Estado y la sociedad fracasó sucesivamente en el golpe de Es-
tado contra Bosch y la invasión norteamericana de 1965. El Estado, con el
régimen de Balaguer, pasó a ser el botín de grupos pequeños burgueses
(reformistas, perredeístas y peledístas) que acumulan fortunas para ascen-
der de clase y participar en los niveles más ventajosos de la distribución de
la renta nacional. El balaguerato marcó una tendencia política en la forma
de conducir el Estado que se ha mantenido hasta el presente. Las modifica-
ciones más importantes que han acontecido en este último período tienen
su génesis fuera del país, como lo fue en su origen mismo, en el 1795. Son
los cambios en la geopolítica mundial y regional, y las transformaciones en
los modelos productivos lo que va impactando la sociedad dominicana y
transformándola. Todavía no hemos gestado un proyecto propio en fun-
ción de los intereses mayoritarios de la población.

346
El capitalismo en nuestra sociedad sigue siendo parcial, limitado, sin un
mercado abierto y de competencia, con un sistema financiero patrimonia-
lista y acumulador de riqueza en manos de pequeños grupos (todos tra-
bajamos para los bancos), que en lugar de favorecer la distribución de la
riqueza y su potencial crecimiento en base a la masificación del emprende-
durismo, se transforma en una suerte de embudo que dirige la mayor parte
de la riqueza producida a manos de un centenar de individuos.

El Estado sigue siendo mecanismo de acumulación originaria de grupos


pequeños burgueses que se nuclean en torno a aparatos partidarios. Sin
ideologías, sin principios, el liderazgo partidario usa los recursos públicos
para poder ascender y ser parte de los sectores burgueses o emigrar. Los
colegios bilingües y los clubes sociales se han convertido en los semilleros
para “adaptar” a los hijos de los nuevos altos pequeños burgueses a su nue-
va clase y la puerta, en muchos casos, para irse a Estados Unidos y Europa.
En ese contexto el narcotráfico ha pasado a jugar un papel complementa-
rio, tanto para el enriquecimiento de esos sectores de la pequeña burgue-
sía, como para mantener la estabilidad macroeconómica del país.

Hasta el inicio del balaguerato éramos una sociedad básicamente cam-


pesina, hoy día somos urbanos y los espacios rurales no son en su mayoría
campesinos. El flujo haitiano y el turismo de permanencia están modifican-
do la composición étnica de la sociedad, favorecida además por la intensa
emigración a USA y Europa de dominicanos y dominicanas. Nuestros nive-
les educativos están en franco proceso degenerativo en conjunto y la eco-
nomía informal desactiva cualquier demanda firme por un mejor sistema
de seguridad social y sanitario. La ausencia de una conciencia mayoritaria
en defensa de lo público como plataforma colectiva de los bienes particu-
lares y vínculo material e institucional de la sociedad refuerza prácticas
individualistas en la solución de problemas comunes.9 La práctica polí-
tica partidaria ha degenerado completamente hasta volverse asociaciones
de enriquecimiento y repartición de salarios y favores en función de tener
cuotas del poder del Estado. Los “líderes” políticos actuales, en consecuen-

9 Se ha vuelto una práctica generalizada que cada cual procure su propio suministro y
almacenamiento de agua, de servicio eléctrico, de seguridad ciudadana, de transporte,
de educación, etc.

347
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

cia, no trascienden en la política criolla la fidelidad de sus asalariados y/o


el respaldo de los candidatos a ser incluidos en la nómina estatal o favore-
cidos con “negocios” del Estado.

Mientras en los grandes Estados de América Latina se apuesta por pro-


cesos sociales e institucionales más progresistas, en el caso dominicano
la tendencia es hacia mayor inequidad y mecanismos institucionales más
reaccionarios, como se atisba en conjunto con la actual reforma constitu-
cional.

4. Grandes apuestas para este siglo XXI


Tal como he argumentado hasta el momento no pretendo “adivinar el
futuro” y mucho menos impulsar una suerte de agenda política para el si-
glo XXI, pero en función de una prospectiva para el pensamiento político
dominicano de los próximos cien años –articulados con la búsqueda de
elementos identatarios y proyectos políticos progresistas– considero per-
tinente ocuparnos de los siguientes grandes temas y si las ideas tienen el
valor que le adjudicamos, impulsar el estudio y difusión de estos y otros
temas semejantes hasta que la sociedad dominicana en conjunto se com-
prometa en su ejecución.

Los siguientes puntos no están jerarquizados, ni suponen una compar-


timentalización estricta, ni entiendo que con los mismos agoto todas las
facetas relevantes posibles, como se puede notar son aspectos de un único
problema que es el desarrollo pleno de la sociedad dominicana en conjun-
to. La puesta en marcha del pensamiento en torno a dichas cuestiones y su
ejecución tiene en el Estado una responsabilidad primera, nadie lo dude,
pero es cuestión de toda la sociedad asumir la solución de los mismos. Una
cosa está clara, el estado actual de nuestra sociedad y el curso previsible
de la misma a partir del presente no ofrece posibilidades para que el ser
dominicano o dominicana sea una cuestión digna.

A) Articular un modelo educativo de alta calidad y universal que garan-


tice en el plazo de una generación el mayor grado posible de emancipación
personal de todos los dominicanos y dominicanas en el plano económico
y social.

348
No es posible en la actualidad negar el papel esencial de la educación
básica y media en el desarrollo de una sociedad y de cada uno de los indivi-
duos. No ofertarla de manera universal y con el grado de calidad necesaria
es en la actualidad claramente un crimen contra la presente y futuras gene-
raciones. Crimen, debemos enfatizarlo, que tiene sus responsables directos
en quienes dirigen y han dirigido el Estado y los grupos sociales con ma-
yor poder de influencia sobre el Estado. No existe ningún motivo valedero
para que la inversión pública en educación no sea de al menos tres veces el
monto actual.

¿Qué tipo de educación? La sociedad dominicana demanda que todos


sus miembros, y quienes habitan en nuestro territorio, alcancen su mayo-
ría de edad con una sólida formación en matemáticas, ciencias naturales,
ciencias sociales y humanidades. Capaces de comunicarse con fluidez en
una segunda lengua y con habilidades técnicas que les permitan integrarse
al aparato productivo de manera plena en el campo específico de sus habi-
lidades y talentos. El desarrollo de talentos artísticos o la preparación para
estudios universitarios han de ser complementos y nunca sustitutos de esa
formación común. Todo joven que concluya su educación media ha de es-
tar en capacidad de ser un ente productivo para su propio sustento.

B) Reconocimiento pleno de los derechos de todos los habitantes en es-


tos 48 mil kilómetros cuadrados.

Uno de los rasgos más nefastos de la cultura política y ciudadana en el


país es el profundo desprecio que sienten los sectores medios y altos de
la pequeña burguesía por la gran masa empobrecida. Es en gran medida
herencia del trujillismo y alimentado por la pequeña burguesía que anhe-
la ascender socialmente y no resiste que se le vincule con los estamentos
más pobres del país. Existe un rechazo al color de la piel de la mayoría
más pobre –que por extensión alcanza a los haitianos–, a sus expresiones
culturales, a su manera de hablar, a los espacios donde vive, a los medios
que utilizan para transportarse y los oficios que desempeñan para ganarse
la vida.

La sociedad dominicana ha articulado dos espacios completamente di-


ferentes para diferenciar a los que son pobres de aquellos que nunca lo

349
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

fueron o que si lo fueron antes ahora no lo son. Lugares donde se vive, don-
de se estudia, donde se recibe salud, donde se divierten, etc. Esta sepa-
ración es enfatizada especialmente por aquellos pequeños burgueses que
mediante el acceso a puestos públicos han acumulado recursos y procuran
distanciarse de su pasado pobre. Al ser estos quienes legislan y ejecutan las
políticas, en su accionar se devela el esfuerzo por establecer una suerte de
cerco social en torno a la mayoría empobrecida y por ser aceptados por las
capas medias y altas de la burguesía y la oligarquía dominicana.
“Uno de los rasgos más nefastos de la cultura política y ciudadana
en el país es el profundo desprecio que sienten los sectores medios y
altos de la pequeña burguesía por la gran masa empobrecida. Es en
gran medida herencia del trujillismo y alimentado por la pequeña
burguesía que anhela ascender socialmente y no resiste que se le
vincule con los estamentos más pobres del país”.

Los pobres representan un océano de suciedad con la que no desean con-


taminarse y a la que sólo acuden en momentos electorales, pero lo hacen
subidos en vehículos costosos, como navegantes protegidos encima de su
vehículo en medio de un mar de miseria. Por poner tres ejemplos, ni los al-
tos y medios funcionarios del Ministerio de Educación ponen a su hijos en
escuelas públicas, ni los altos y medios funcionarios del Ministerio de Sa-
lud acuden a un hospital cuando están enfermos y mucho menos los altos y
medios funcionarios de todo el aparato gubernamental usan el transporte
colectivo que tanto alaban por su realización.

Este trasfondo cultural y político opera como referente social para neu-
tralizar cualquier política o inversión pública que efectivamente garantice
el pleno reconocimiento de los derechos humanos de todos los que viven
en nuestro territorio.

No podemos seguir construyendo dos mundos paralelos en nuestro país,


el significado más hondo de la democracia es la igualdad de todos y la po-
sibilidad de que por iguales medios todos puedan desarrollarse. En gran
medida ese fue el objetivo pedagógico de Juan Bosch en el seno de las dos
organizaciones políticas que fundó y es su fracaso más notorio en quienes
le heredaron. Prácticamente todas las esferas del poder político dominica-
no hoy están bajo el control de los dos partidos creados por Bosch (PRD y

350
PLD) y en ningún caso se ha operado un cambio significativo en las posibi-
lidades reales de desarrollo de la mayoría pobre dominicana y los emigran-
tes haitianos que viven con nosotros.

C) Democratización absoluta de toda la vida pública. Atender al modelo


duartiano de poder municipal.

En su propuesta constitucional Juan Pablo Duarte defendió la instaura-


ción de un Poder Municipal como mecanismo de democratización frente a
un Poder Ejecutivo centralizador y con potencial actitud autoritaria. Cien-
to cincuenta años más tarde hablamos de descentralización del Estado.
Pero el dato más fuerte de nuestra estructura política es la centralización e
históricamente ha prevalecido el autoritarismo y no la democracia, incluso
en los momentos que llamamos “democráticos”. Al igual que otros tópicos
de importancia en nuestra sociedad, es mucho lo que se ha hablado y nada
lo que se ha hecho, o en el caso de las aplicaciones la desnaturalización de
los objetivos ha prevalecido. Un caso ejemplar son los ayuntamientos, que
lejos de reflejar mayor democracia y participación, se convierten en nómi-
nas partidarias al igual que el gobierno central.

La democratización de una sociedad conlleva impulsar la participación


de todos desde los ámbitos más reducidos, tal como la familia o la escuela,
hasta los espacios más públicos como las organizaciones profesionales, los
partidos políticos, los municipios o el gobierno. Desterrar los modelos je-
rárquicos cerrados, más propios de regímenes y sociedades premodernas,
generando la cultura del diálogo, la negociación y concertación para la ac-
ción común en todas las esferas de la sociedad.

D) Construir un modelo económico de interés social en todos sus obje-


tivos.

La economía dominicana no puede seguir siendo dirigida en función de


los intereses de la economía norteamericana –u otras potencias–, ni estar al
servicio del enriquecimiento de un pequeño número de familias. No tiene
sentido el que más de la mitad de la población dominicana padezca miseria
para favorecer los ingresos descomunales de una minoría, en este aspecto
el elemento de identidad y construcción de una sociedad adquiere su parte
más concreta. La vida de millones de hombres y mujeres no puede ser un

351
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

infierno para favorecer la opulencia de unos pocos. El actual ordenamiento


económico, por consiguiente, amerita su modificación o transformación
profunda hasta que pueda ser el sustento del desarrollo material de todos
los dominicanos y dominicanas.

La cuestión es garantizar que la economía dominicana promueva la ini-


ciativa privada de todos los ciudadanos y ciudadanas –no de algunos como
ocurre en el presente– y que las ganancias de la actividad económica se
distribuyan entre los reales agentes de la producción y no se concentre
en quienes ofrecen el financiamiento. De estas dos cuestiones, el principal
responsable de dichas modificaciones es el Estado en cuanto regulador de
la actividad económica. A la falta de visión y voluntad política de los gru-
pos políticos que han formado gobierno en los últimos años se debe que el
actual modelo económico siga frenando las posibilidades de desarrollo de
la sociedad dominicana y generando un espacio de mayor equidad y bien-
estar generalizado.

Este campo de la investigación, lo que tradicionalmente llamamos polí-


tica económica, ofrece para quienes se dedican al mismo en el país el reto
de ir articulando propuestas realistas que permitan modificaciones al ac-
tual modelo en función de los objetivos que necesitamos.

E) Comprometernos de manera total con el desarrollo económico y so-


cial de Haití.

El lastre más pesado que carga la cultura dominicana son los prejuicios
contra nuestros vecinos haitianos. Prejuicios que son alimentados por los
beneficiarios del trabajo barato de la mano de obra haitiana ilegal en el
país y por el liderazgo político e intelectual más conservador. Los resenti-
mientos contra el pueblo haitiano tienen de beneficiarios a una minoría en
ambos países que obtienen grandes beneficios económicos y usan el miedo
para lograr control político sobre sus respectivas sociedades. Los grandes
perjudicados por esos resentimientos son las inmensas mayorías de ambos
pueblos, el dominicano y el haitiano, que son explotados y engañados a la
vez por esos grupos, que son enemigos, a la vez, de la felicidad y prosperi-
dad del pueblo haitiano y dominicano.

352
Uno de los textos más lúcidos para enfrentar a problemas semejantes es
la Carta de la Paz dirigida a la ONU,10 documento que empezaron a redac-
tar el doctor Alfredo Rubio de Castarlenas y el profesor José Luis Socías
Bruguera cuando pronunciaban unas conferencias para universitarios en
Xian (China) en marzo de 1989.

Los cuatro primeros puntos de la Carta de la Paz establece el argumento


para desmontar semejante absurdo que es el resentimiento histórico. Afir-
ma el punto I de la Carta de la Paz que “Los contemporáneos no tenemos
ninguna culpa de los males acaecidos en la Historia, por la sencilla razón
de que no existíamos”. Es un disparate culpar a individuos o grupos socia-
les por lo que hizo Desallines en el 1805 o Trujillo en el 1937. Las acciones
las toman individuos o grupos y la responsabilidad recae sobre quienes lo
ejecutaron, no se transmite en el tiempo como si fuera un virus o los genes.
Entendiendo con claridad la evidencia de ese primer punto, el II nos revela
la principal consecuencia del punto I: “¿Por qué, pues, debemos tener y ali-
mentar resentimientos unos contra otros si no tenemos ninguna responsa-
bilidad de lo acontecido en la Historia?” No existe haitiano vivo que tenga
algo que ver con lo hecho por Desallines, ni dominicano responsable de la
masacre de Trujillo contra los haitianos y dominicanos de la frontera.

Pero la Carta de la Paz nos lleva más lejos. En el punto III se plantea:
“Eliminados estos absurdos resentimientos, ¿por qué no ser amigos y así
poder trabajar juntos para construir globalmente un mundo más solidario
y gratificante para nuestros hijos y nosotros mismos?” Reformulada esta
pregunta en nuestro caso podríamos plantearnos el ¿por qué haitianos y
dominicanos no podemos trabajar juntos para construir dos sociedades
prósperas y justas para beneficio de todos los que habitamos en esta isla?
No hacerlo es de tontos y únicamente beneficia a nuestros explotadores,
plantearnos el camino de la solidaridad y el trabajo conjunto es la única
senda inteligente, justa y progresista.

En términos económicos, de salubridad y ecológicos, por mencionar


tres, pero son muchos más, no es posible el desarrollo de ninguna de las dos
sociedades que existen en esta isla sin el desarrollo equivalente de la otra.

10 http://www.cartadelapaz.org/

353
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

La frontera es un hecho político, no un barrera para el natural intercambio


de ambos pueblos y Estados. La soberanía de ambos países estará mejor
servida en la medida que sus sociedades tengan bienestar y equidad, y eso
no es posible lograrlo sin la cooperación de los dos pueblos.

A manera de conclusión
El siglo XXI que tenemos por delante demanda una transformación
completa de la estructura económica, social y política de la República Do-
minicana en función de lograr un modelo de sociedad basado en la equidad,
el desarrollo y el respeto pleno a los derechos humanos. Si dicho modelo
no se ejecuta la identidad nacional perderá su razón de ser debido a que
carece de sentido el construir un modelo societal donde una inmensa ma-
yoría hambreada sirva de insumo para proveer un alto nivel de consumo a
un minoría. El fracaso de los proyectos políticos del PRD y el PLD, en sus
22 años de ejecución, frustra las posibilidades de que dicho nuevo modelo
estuviera avanzado al presente. La construcción de una fuerza partidaria
capaz de realizar ese proyecto y la gestación de líderes –a la altura de un
Manolo Tavárez, Francisco Alberto Caamaño, José Francisco Peña Gómez
o Juan Bosch– toma décadas de forja. Salvo que factores externos nos obli-
guen a construir una sociedad más justa y democrática, dudo que los ele-
mentos locales se comprometan en dicha tarea. Por el momento la acción
ha de ser la organización y la educación, especialmente de las juventudes,
para crear-esperar la coyuntura adecuada.

354
CAPITULO VIII

Modernidad y
postmodernidad
en el pensamiento
dominicano
contemporáneo

EXPOSITORES: COORDINADOR:
Marcos Villamán Víctor Hugo De Láncer
Rafael Morla
Odalís Pérez
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

En el panel figuran Rafael Morla, Víctor Hugo De Láncer, Marcos Villamán y Odalís Pérez.

Un amplio público, reunido en la Fundación Global y Desarrollo, FUNGLODE, siguió


atentamente las exposiciones.
LA CUESTIÓN
MODERNIDAD-
POSTMODERNIDAD
EN EL PENSAMIENTO
SOCIAL DOMINICANO Marcos Villamán P.
“Así, la modernidad, confiada en el poder de sus mediaciones,
es afirmación de la posibilidad de realización de las utopías
libertarias centradas en las ideas de autonomía, emancipación
e igualdad. Las revoluciones burguesas afirman de diferentes
maneras estas intuiciones. Como se sabe, la francesa y luego la
americana constituyen los principales referentes”.

A manera de introducción
Hay temáticas que se ponen de moda en el pensamiento social latino-
americano y que impactan en buena parte de sus pensadores. En ocasiones
estas modas son elaboradas desde el mundo de los países centrales aleja-
das de nuestras problemáticas específicas. Para algunos este fue el caso de
la cuestión de la postmodernidad. Con esta temática estaríamos frente a
una discusión “de moda” pero no siempre útil para las sociedades latinoa-
mericana y caribeñas, y sobre todo, para pensar nuestras alternativas de
organización social.

Uno de los argumentos planteados para justificar la anterior posición


es que en la región estaríamos entrando a discutir la cuestión de la post-
modernidad cuando nuestros países no pueden ser considerados todavía
países modernos, sino, una mezcla de modernidad y pre-modernidad.

En todo caso una de las cosas para lo que podría servir esta conversación
es para clarificar estos aspectos. A mi juicio la cuestión modernidad-post-
modernidad puede constituir un eje de análisis fecundo de cara a la com-
prensión de nuestras realidades si somos capaces de manejarlo con cierta
especificidad. Eso es lo que trataremos de hacer en este rato de diálogo.

357
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

1. La cuestión modernidad-postmodernidad
La postmodernidad es la autocrítica de la modernidad occidental.1 En esta
crítica se expresa fundamentalmente una actitud (teorizada o no, sistema-
tizada o latente) de desconfianza y desengaño con respecto a la moderni-
dad como propuesta civilizatoria. De manera específica se ponen en duda,
tanto las promesas como las mediaciones de la modernidad, poniendo de
manifiesto sus límites. Es por esto por lo que, antes de avanzar más, nos
parece pertinente indicar algunas de las promesas y mediaciones de la
modernidad para entender qué es aquello que la postmodernidad niega o
aquello de lo que desconfía.. En esta crítica se expresa fundamentalmente
una actitud (teorizada o no, sistematizada o latente) de desconfianza y
desengaño con respecto a la modernidad como propuesta civilizatoria. De
manera específica se ponen en duda, tanto las promesas como las media-
ciones de la modernidad, poniendo de manifiesto sus límites. Es por esto
por lo que, antes de avanzar más, nos parece pertinente indicar algunas de
las promesas y mediaciones de la modernidad para entender qué es aquello
que la postmodernidad niega o aquello de lo que desconfía.

1.1 LAS MEDIACIONES DE LA MODERNIDAD.


En continuidad con la Ilustración, la gran mediación de la modernidad
es la razón. La reivindicación de la razón –crítica– como criterio de verdad

1 Cfr. Beck, Ulrich, El Dios personal, Ed. Paidós, Barcelona, 2008, p. 140.

358
es central en este movimiento filosófico-político y social. Como se sabe, el
cogito cartesiano es la expresión de esta nueva actitud. Dudar, es decir,
someterlo todo a la crítica de la razón, será el camino para producir cono-
cimiento. La vía para conocer será la sanción de la “diosa razón”.

Evidentemente, la afirmación de la razón como criterio del conocimien-


to, conllevaba la negación de la tutela religiosa, la dogmática, como fuente
legítima del conocimiento. Se trataba de la afirmación de la autonomía
de la razón frente a cualquier otra pretensión de ordenamiento de la vida
social y del pensamiento en particular. Por esta razón, la modernidad es
afirmada como arribo de la humanidad a la mayoría de edad (Kant). Como
atrevimiento-decisión de pensar sin muletas externas a la razón. Tal como
lo indica Todorov: “A finales de siglo Kant confirmará que el principio pri-
mero de la Ilustración es la autonomía. “ ¡Ten el valor de servirte de tu
propio entendimiento”! Este es el lema de la Ilustración”. “La máxima de
pensar por uno mismo es la Ilustración.2 Esta es la intuición que desarro-
llará la modernidad.

La razón es, pues, asumida como posibilidad de comprensión y dominio


de la naturaleza y la sociedad. Ella es la herramienta fundamental para co-
nocer y adecuar la naturaleza y la sociedad (es decir, el mundo real) a los
intereses, deseos y expectativas humanas. Es obvio que desde esta pers-
pectiva el conocimiento es construido como poder y posibilidad humana
de dominación y domesticación de lo real natural y social. Al respecto con-
viene recordar la crítica fundamental realizada por la escuela de Francfort
a esta concepción, de manera particular la desarrollad por T. Adorno.3 A
propósito Habermas de manera esclarecedora: “Los intentos de Adorno se
guían por la intuición de que una subjetividad asilvestrada, que convierte
todo a su alrededor en objeto, se erige a sí misma como lo absoluto y atenta
de esta forma contra lo verdaderamente absoluto, contra el derecho incon-
dicional de cada criatura a la inviolabilidad y al reconocimiento”.4

2 Cfr. Al respecto el sencillo y muy útil texto de Tzvetan Todorov, El espíritu de la ilus-
tración, Círculo de Lectores. S.A., Barcelona. 2008, pp. 41-53.
3 Cfr. Adorno, T, Dialéctica de la Ilustración.
4 Habermas, Jurgen, Tiempo de transiciones, Ed. Trotta, Madrid, 2004, pp. 199-200).

359
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Como fruto del proceso histórico de su desarrollo, la razón instrumen-


tal, con la ciencia y la tecnología como expresión fundamental se consti-
tuyen como forma predominante de la razón. Esta racionalidad moderna
se constituye en la Razón (con mayúscula). Es decir, en el paradigma de
racionalidad. Aparece así la ciencia como el modelo ideal del conocimiento.
Esta racionalidad instrumental, se expresa como un medio para alcanzar
fines y radicaliza la relación sujeto-objeto como elemento central consti-
tuyendo en objeto todo “lo otro” que el sujeto, con todas las consecuencias
epistemológicas y sociales de esta manera de entender.

La ciencia será así, como expresión por excelencia de la racionalidad ins-


trumental, la gran mediación de la modernidad. Como indica Queraltó: “…
la ciencia llegó a ocupar este puesto porque su programa cognoscitivo y
sus contenidos epistemológicos colmaban –así al menos, se creía– las ne-
cesidades del pensamiento en aquel tiempo, las cuales, a su vez, respondían
a las necesidades antropológicas, sociales y culturales de la época. Entre
ellas quizás la más importante fue el dominio de la realidad en beneficio
del hombre. El sentido de éste como protagonista de la historia, dueño de
la naturaleza y autor de su destino…”5

Esta visión antropológica moderna, del ser humano como protagonista,


nos conduce a otras de las grandes mediaciones de la modernidad: la polí-
tica. Es decir, la acción humana en el campo de lo no natural para, también
con base en el conocimiento de las leyes de lo social por la vía de la ciencia,
lograr el ordenamiento de la vida de la sociedad de acuerdo a los dictáme-
nes de la razón.

El desarrollo producción de la razón instrumental como razón domi-


nante produce, por otra parte, la llamada fragmentación de la razón. Los
campos de la ética, la estética y la ciencia funcionarán en lo adelante como
compartimentos estancos, es decir, se hacen autoreferenciales y se desarro-
llarán respondiendo sólo a su propia lógica y dinámica. Esta fragmentación
supuso, al mismo tiempo, el abandono de la pretensión de la existencia
de cualquier centro del pensamiento o vínculo unificador en función del

5 Queraltó, Ramón, Ética, tecnología y valores en la sociedad global, Tecnos, Madrid, 2003,
pp. 32-33.

360
cual se construyese algún sentido que otorgara coherencia al proceso so-
cial, función que hasta entonces desempeñaba el pensamiento religioso. J.
Habermas, por ejemplo, “considera que desde el siglo XVIII todo el discur-
so de la modernidad ha girado bajo distintos rótulos en torno a un único
tema: “pensar en un equivalente del poder unificador de la religión” (en El
discurso filosófico de la modernidad, Madrid, Taurus, 1989, p. 172). (N. del t.).6

Se añade a lo anterior la tendencia moderna al pluralismo que trae como


consecuencia la relativización de lo que se asume como dado, conocido,
seguro e inamovible generando incertidumbre en la definición de las bio-
grafías y en las decisiones cotidianas. Berger y Luckmann lo describen muy
lucidamente en un texto de hace ya algunos años: “El pluralismo moderno
socava ese “conocimiento” dado por supuesto. El mundo, la sociedad, la
vida y la identidad personal son cada vez más problematizados. Pueden
ser objeto de múltiples interpretaciones y cada interpretación define sus
propias perspectivas de acción posible. Ninguna interpretación, ninguna
gama de posibles acciones puede ya ser aceptada como única, verdadera
e incuestionablemente adecuada. Por tanto, a los individuos les asalta a
menudo la duda de si acaso no deberían haber vivido su vida de una manera
absolutamente distinta a como lo han hecho hasta ahora”.7

1.2. LAS PROMESAS DE LA MODERNIDAD.


A través de la reivindicación de la subjetividad y la igualdad esencial
de los seres humanos, la modernidad postula los derechos humanos, la
justicia, y la democracia como horizontes de sentido. Así, la modernidad,
confiada en el poder de sus mediaciones, es afirmación de la posibilidad de
realización de las utopías libertarias centradas en las ideas de autonomía,
emancipación e igualdad. Las revoluciones burguesas afirman de diferen-
tes maneras estas intuiciones. Como se sabe, la francesa y luego la america-
na constituyen los principales referentes.

Estos son, también, una parte importante de los aportes fundamentales


de la modernidad y constituyen parte de su horizonte de promesa, parte

6 Habermas, Jurgen, Entre naturalismo y religión, Paidós Básica 126, España, 2006, p. 111.
7 Berger, Meter y Luckmann, Thomas, Modernidad, pluralismo y crisis de sentido, Ed. Pai-
dós, Barcelona, 1997, p. 80.

361
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

esencial de sus utopías libertarias, que, como se ha indicado, han domi-


nado el escenario socio-político e ideológico de los últimos dos siglos. Las
grandes ideologías de los siglos XIX y XX intentaron, desde su específico
punto de vista, concretar los valores de la modernidad referidos siempre a
sus metarelatos: la emancipación, la libertad, la justicia, la autonomía, etc.
Tal como indica Riutort Serra: “Las utopías historicistas caracterizaron la
dialéctica política durante el siglo XIX y los setenta primeros años del si-
glo XX. Dichas utopías tenían un denominador común: la creencia en el
potencial del conocimiento científico-técnico y la planificación racional.
Las diversas versiones en las que tomó forma la utopía cientificista han
fracasado y no hay razones para pensar que se pueda reeditar. El catálogo
de hechos en los que el potencial productivo deviene destructivo y en los
que la capacidad planificadora deviene manipulación y totalitarismo es tan
extenso que abonan suficientemente la desconfianza en el tipo de raciona-
lidad sobre el que se sustenta”.8

De esta manera, consecuencia de todo este proceso, la modernidad pro-


voca, entre otras cosas, la secularización de las promesas religiosas de sal-
vación planteadas por el judeo-cristianismo occidental, y propone, según
las diferentes corrientes ideológicas, una diversidad de mesías como con-
ductores de esta salvación ahora histórica. Es decir, para ser realizada ya
no en el cielo mañana, sino, en la tierra hoy.

2. Un balance en cuatro posiciones


2.1 HABERMAS Y LA MODERNIDAD INCONCLUSA.
Jurgen Habermas, sin duda uno de los más importantes pensadores de
este siglo, asume y desarrolla la crítica de la modernidad, pero asumién-
dose como moderno, es decir colocándose al interior de la modernidad, y
entendiéndola como un proyecto inconcluso.

Consecuentemente se planea este pensador la necesidad de realizar el


proyecto moderno asumiendo pero tomando distancia, por una parte, del

8 Riutort Serra, Bernat, Razón política, Globalización y Modernidad compleja, Ed. El viejo
Topo, España, 2001, p. 270).

362
optimismo de los ilustrados con respecto a la capacidad de la racionalidad
instrumental, y la ciencia de manera particular, para generar una organi-
zación racional de la cotidianidad. Al respecto comenta Habermas: “Los
filósofos del iluminismo, como Condorcet por ejemplo, todavía tenían la
extravagante esperanza de que las artes y las ciencias iban a promover no
sólo el control de las fuerzas naturales sino también la comprensión del
mundo y del individuo, el progreso moral, la justicia de las instituciones y
la felicidad de los hombres” (P.138).

A.-Por otra parte, tomando distancia crítica de una modernización so-


cietal centrada en un circuito tecno-económico que coloniza el mundo de
la vida. En el debate con los que el llama neopopulistas afirma: “Las situa-
ciones de donde surgen las protestas y el descontento se originan preci-
samente cuando las esferas de la acción comunicativa, centradas sobre la
reproducción y transmisión de valores y normas, son penetradas por una
forma de modernización regida por estándares de racionalidad económica
y administrativa, muy diferentes de los de la racionalidad comunicativa de
la que dependen esas esferas”. (P. 136).

B.- Y, reivindicando los horizontes libertarios propios de la modernidad


para colocar las condiciones de su realización histórica. (Cfr. J. Habermas,
“la modernidad inconclusa”, en: J. Picó, Modernidad-Postmodernidad, Alianza
Editorial, Madrid, 1990).

2.2 LYOTARD Y VATTIMO Y LA POSTMODERNIDAD COMO


NEGACIÓN DEL PROYECTO MODERNO.
La posición de estos dos pensadores constituye la negación del proyecto
de la modernidad, sus promesas, pretensiones y sus mediaciones. Prime-
ro, a su juicio, los grandes relatos de la modernidad conducen por cami-
nos inevitablemente conducentes al autoritarismo; segundo, denuncian la
prepotencia de la razón de un sujeto fuerte en su pretensión de alcanzar
“la verdad”, y llaman por el contrario a la necesidad de dar paso a una
razón débil-sujeto débil que se asume como contingente; tercero, toman
distancia de la tendencia hacia la concepción y percepción del futuro como
proyectualidad e insisten en la necesidad de vivir el presente asumiendo
sus limitaciones sin pretender hacerlo dar más de sí. Por este camino se

363
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

cuela el carácter “conservador” de esta posición postmoderna que critica el


presente pero declara su inevitabilidad. Consecuentemente, denuncian la
irresponsabilidad de la pretensión de construir el futuro; y finalmente rei-
vindican del principio del placer, la corporeidad, y los sentimientos ante el
agotamiento del paradigma cientifista moderno. Para estos autores, cual-
quier “negociación o concesión” a la modernidad nos conduciría de nuevo
al fracaso histórico.9

2.3 LABASTIDA Y LA POSTMODERNIDAD COMO DECADEN-


CIA Y RESISTENCIA.
Este pensador asume también las críticas a la modernidad y contribu-
ye a evidenciar sus límites e incoherencias. Sin embargo, no coincide en
abandonar el proyecto moderno como un todo e insiste en recuperar las
propuestas libertarias de la modernidad. Llama al descubrimiento de los
nuevos sujetos capaces de entroncar con aquellas viejas intuiciones y de
descubrir las nuevas demandas de signo libertario existentes en el presen-
te. Desde esta posición es también crítico de las posiciones de los post-
modernos (como Lyotard y Vattimo). Articula esta postura doblemente
crítica en torno a los conceptos de postmodernidad como decadencia y
postmodernidad como resistencia.

La postmodernidad como decadencia lo constituye para esta autor la


posición “entreguista y claudicante” de los postmodernos que acaban sien-
do conservadores del orden establecido por la vía de la negación de la posi-
bilidad de un futuro construible como alternativa al presente.

La postmodernidad como resistencia lo constituye su propia posición


y la de aquellos que se comprometen a una acción de superación de los
límites de la modernidad reivindicando sus intuiciones libertarias. Esta
posición pasa por la búsqueda de nuevos sujetos capaces de construir este
nuevo proyecto societal.

Así, Labastida resume las reivindicaciones de la postmodernidad como


resistencia insistiendo en aquellos temas que han sido aportes de la moder-

9 Cfr. J-F. Lyotard, La condición postmoderna, Ed. Rei México, México, 1990 y G. Vatti-
mo, La sociedad transparente, Ed. Paidós, Barcelona, 1990.

364
nidad, pero ocultados o dominados por las tendencias dominantes del pen-
samiento moderno. Los temas en cuestión son: Justicia, derechos humanos,
democracia y respeto a la diferencia social y de género, entre otros.

Los nuevos sujetos de estas reivindicaciones y el pensamiento en que se


expresa este tipo de posición (en el mundo europeo, pues es en él que se
ubica este autor) sería a juicio de este autor: el Feminismo, la Ecología y el
Ecumenismo.

2.4 QUIJANO, HINCKELAMMERT Y LA RAZÓN HISTÓRICA


COMO REIVINDICACIÓN DE LA DIMENSIÓN LIBERTARIA DE
LA MODERNIDAD.
Estos autores advierten sobre el peligro de un abandono (postmoderno)
de la razón. A su juicio por vía de este abandono podría propiciarse un
irracionalismo que conduciría a formas perversas de organización social.
Proponen, en contrario, la recuperación de la “razón histórica”, entendi-
da ésta como aquella que expresa los mejores proyectos modernos, y su
articulación con las tradiciones utópico-libertarias de nuestros pueblos
originarios: indígenas y negros. A su vez, estos autores, se distancian de la
postura de los postmodernos del tipo que aquí hemos brevemente reseña-
do por considerar que su crítica conduce a una posición conservadora al
afirmar el presente como único mundo posible y sin alternativas.

Coincidiendo con esta última apreciación, a nuestro juicio, a esta posición


de ciertos autores postmodernos le cabría la crítica de Todorov: “El discurso
crítico sin contrapartida positiva cae en el vacío. El escepticismo generaliza-
do y la burla sistemática tienen de sabiduría sólo la apariencia”.10

En todo caso, en estas cuatro posiciones se puede evidenciar, aún des-


de perspectivas y valoraciones no siempre coincidentes, una apreciación
crítica de la modernidad como propuesta civilizatoria. Algunos tienden
a negarla como un todo sin rescatar nada de ella. Otros, la critican pero
rescatan aspectos que consideran aportes relevantes, aún reconociendo
que en muchas ocasiones la lógica dominante de desarrollo moderno ha
privilegiado aspectos que no han permitido la irrupción de las lógicas que
alimentan las utopías libertarias propias de la misma modernidad.

10 Todorov, Tzvetan, o.c. p. 53.

365
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

A la base de la crítica a la modernidad se encuentra el juicio a las preten-


siones de la razón moderna en dos sentidos. El primero, por su tendencia a
la construcción de un saber como dominación y domesticación (T. Ador-
no) y segundo, el reconocimiento de que la propia constitución de la rea-
lidad constituye un escollo para el conocimiento desde la perspectiva de
la razón y la ciencia moderna. Esta cuestión ontológica la ha evidenciado,
entre otras, las reflexiones sobre la complejidad. Conviene traer a colación
el aporte de la física contemporánea a la cuestión del “principio de indeter-
minación” que cuestiona el modelo determinista y abona, desde la propia
ciencia, la tendencia a la incertidumbre.11

Esto habría provocado ese malestar, esa tendencia al desencanto, esa


percepción de la modernidad como “promesa incumplida” que parece ge-
nerar un determinado estado social de ánimo, una nueva situación cultural
que tiene a su base lo que algunos llaman una nueva sensibilidad epocal.

3.- Modernidad y nueva sensibilidad epocal


El concepto de sensibilidad epocal “…Nos permite dirigirnos a ese ámbi-
to de lo social cercano a la percepción de los individuos, los colectivos, y a
las consecuencias de esa percepción. A la manera cómo individuos y secto-
res sociales, en determinada situación histórica, se relacionan con el entor-
no y organizan maneras de “sentir” lo real en sentido amplio. Un sentir que,
como es sabido, condiciona de manera importante la manera de “pensar” o
“percibir” eso real, sobre todo, en nuestro caso “lo real-social”.12 Algunos
de los rasgos de esta nueva sensibilidad son los siguientes:13

Una pérdida social del sentido que se expresa como crisis de valores,
crisis de la política, crisis de las ideologías y de las formas sociales tradicio-
nales, por ejemplo, el matrimonio y la familia.

Desconfianza en la validez y utilidad de las utopías y los proyectos so-


ciales. Una sensación de que el futuro no es ya construible, pues el instru-

11 Cfr a este respecto, Queraltó, Ramón, o. c. Pp. 125-155.


12 Cfr, al respecto, Villamán, Marcos, “Espiritualidad de la liberación: imaginar, es-
perar, resistir”, Papeles del Departamento de Estudios de Sociedad y Religión, Santo Domingo,
1994, p.9 y ss.
13 Cfr. O.c. pp. 13-15.

366
mento para esa construcción: la razón, presenta justamente un déficit de
confianza. Y, si es así, si sólo tenemos presente y el futuro sólo puede ser
presente continuado (Lechner), la función de la utopía es nula. Esa capa-
cidad de construirnos un horizonte y avanzar hacia él con la conciencia de
que nunca se alcanzará, pero sabiendo hacia dónde vamos, se pierde y tal
parece que las sociedades andan en un viaje hacia ninguna parte.

La sensación de estar viviendo en un mundo cada vez más complejo e im-


penetrable. El pueblo sencillo conversando ante cualquier situación com-
plicada, por ejemplo, las crisis postelectorales que hemos conocido en el
país, afirma con una frase lapidaria: “ellos son los que saben”. Quiere, habría
un grupo de expertos, que evidentemente no son “otros” que sí entienden
y pueden tener soluciones, pero, a nosotros, al ciudadano común, sólo le
queda esperar el aporte de esa solución sin pretender entender ni sugerir.

La experiencia de la incertidumbre como condición cotidiana. Nada hay


seguro, los referentes sociales se oscurecen y relativizan. Si como nos re-
cuerda Marshall repitiendo a Marx “todo lo sólido se desvanece en el aire”,
entonces, los referentes de la acción correcta no quedan claros y sobre todo
los más jóvenes, se ven permanentemente compelidos a tomar decisiones
sin asideros sociales estables, sin valores claros. Eso provoca, con mucha
facilidad, confusión y cansancio existencial.

El presentismo o la experiencia del presente como único referente tem-


poral válido y real. El pasado es percibido sólo como prehistoria asimilada
con el error y el futuro, como vimos antes, como un tiempo sin posibilidad
de ser planificado y sin capacidad de traernos novedad alguna. Sólo queda
el presente como tiempo real.14 O como lo indica lúcidamente Maffesoli,
citado por Bauman hablando del tiempo puntillista como rasgo de la so-
ciedad actual: “La vida, ya sea individual o social, no es más que un enca-
denamiento de presentes, una colección de instantes vividos con variada
intensidad”.15

14 Una de las intuiciones de aquel famoso artículo de Fukuyama “El fin de la historia”
es justamente esa, la afirmación de encontrarnos ya en el final no de la historia como
tiempo y espacio, sino en el final de la historia, como ocurrencia de lo nuevo en el tiem-
po y el espacio. Todo será, en lo adelante, sólo lo que el presente nos presenta.
15 Bauman, Zygmunt, Vida de consumo, Fondo de Cultura Económica, Argentina, 2007, p. 52.

367
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Y si sólo tenemos presente, y todo será ya siempre igual, ¿qué es lo que


tenemos que hacer? ¿Cuál será la conducta adecuada en esta situación?
Pues, pasarla bien, disfrutar, orientarnos hacia la búsqueda exclusiva de lo
placentero, y aparece así el hedonismo como tendencia cultural que coloca,
de manera unilateral, el placer como centro de la vida. Es como decía Pablo
de Tarso en sus discusiones con los que no creían en la Resurrección, es
decir, con los que en su época se negaban a aceptar la novedad en la histo-
ria: Si no hay Resurrección, si sólo nos queda adaptarnos a este presente
desgraciado, pues “comer y beber, que mañana moriremos”.

El cinismo social o la tendencia a pensar que la pobreza, la desigualdad o


exclusión social son fenómenos naturales, inevitables es otro de estos ras-
gos. Algunos hablan de una tendencia a la naturalización de lo social como
una manera de desautorizar, deslegitimar cualquier crítica sustantiva al
orden social vigente. Si realidad social existente es “natural” es entonces
necesaria e inevitable. Cada quien deberá “rascarse con sus propias uñas”.
Y, no nos quedará más que, a lo sumo, una acción caritativa con aquellos
que han tenido la mala suerte de tocarles el lado feo de esta realidad hu-
mana. Es esta manera de entender lo que postula el llamado “pensamiento
único” que fue dominante hasta hace poco tiempo.

Unido a lo anterior irrumpe el consumismo. No el consumo, sino, el con-


sumismo porque, como bien indica Moulian, el consumo es un mecanismo
de inclusión social. El problema es el consumismo como tendencia obsesi-
va y desenfrenada al consumo que se convierte en eje central de la vida de
los individuos. “La crítica al consumo como placer y deseo no debiera ser a
que exista como tal, solo debería ser al lugar predominante que ocupa o a
que se instale como “sentido de vida”, como aquel discurso que da unidad
y proyección a una existencia”.16

Y, esto, con toda la secuela que, visto en perspectiva socio-económica, se


genera al suponer el modelo productivista vigente globalmente que atenta
dramáticamente contra el equilibrio ecológico y las condiciones de vida en
el planeta. Se genera así socialmente el individuo consumista que internali-

16 Cfr. Moulián, Tomás, El consumo que me consume, LOM ediciones, Santiago de Chile,
1999, pp. 14-15. También, Cortina, Adela, Por una ética del consumo, Ed. Taurus, Bogotá,
Colombia, 2002, pp. 233-261.

368
za el consumismo como objetivo de vida y camino de felicidad. Al respecto
Bauman nos recuerda que “…el secreto de toda ’socialización‘ exitosa reside
en hacer que los individuos deseen hacer lo que es necesario para que el
sistema logre autorreproducirse”.17

El individualismo es otro de los rasgos, no la individualidad que es uno


de los elementos importantes que aporta la modernidad. No. Es, de nuevo,
la tendencia a exacerbar esa saludable búsqueda del bienestar individual
que conduce a colocar como única referencia válida los intereses indivi-
duales. Es, dicho desde la perspectiva judeocristiana, la disolución de la
necesaria tensión entre “el prójimo y el ti mismo”, resolviéndola a favor del
ti mismo que conduce al sujeto a una vida empobrecida volcada sólo hacia
él mismo.

Finalmente, la tendencia a la reclusión en la esfera o espacio micro-so-


cial y lo que algunos llaman la vuelta de lo religioso. El desencanto de las
propuestas modernas y muy especialmente de la política como mediación
tiende a provocar que las personas, dejando de lado los grandes proyectos
colectivos de transformación, abandonen el ámbito de lo público y se con-
centren en la actuación en el espacio pequeño de lo privado como un lugar
más seguro para conseguir el objetivo de su acción: bienestar, seguridad,
identidad. Claudicando en el esfuerzo por cambiar el mundo, parecen con-
centrarse en el cambio personal para adaptarse a la situación.

En esa dinámica se inscribe la llamada “vuelta o regreso de lo religioso”.


La modificación del paisaje religioso es una realidad evidente. La diversidad
de templos correspondientes a una multiplicidad de confesiones religiosas
es probablemente la mayor expresión de este cambio, en una realidad que
se caracterizaba por la dominancia casi monopólica de una sola confesión:
la católico-romana. Para muchos, un rasgo y un problema de esta vuelta es
que ella ocurre predominantemente en clave fundamentalista con su se-
cuela de intolerancia, dificultad para un diálogo respetuoso con las cien-
cias modernas y para la construcción de sociedades democráticas.18

17 Bauman, Zygmunt, o.c. p. 97.


18 Cfr. Kienzler, Klaus, El fundamentalismo religioso, Alianza editorial, Madrid, 2005;
Boff, Leonardo, Fundamentalismo, 2006; Habermas. Jurge, Entre naturalismo y religión, Pai-
dós, Barcelona, 2006, pp. 121-155.

369
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

En general, la mayoría de estos rasgos son planteados por los muy diver-
sos pensadores y analistas sociales en el país y en la región como caracte-
rísticas de la sociedad actual. En muchos casos, sin embargo, pareciera que
estos rasgos fueran “culpa del tiempo y no de España”. Es como si estos
rasgos del ámbito cultural se explicaran en sí mismos y no encontraran ex-
plicación suficiente en la crisis civilizatoria que hemos intentado abordar
muy someramente y, de manera muy particular, en el núcleo duro de esta
crisis: el tipo de modelo tecno-económico que se ha hecho predominante,
y cuya lógica ha colonizado agresivamente los otros ámbitos sociales, el
poder y el mundo de la vida.

En su debate con los neoconservadores Habermas plantea desvincula-


ción analítica de manera clara: “El neoconservadurismo desplaza sobre el
modernismo cultural las incómodos cargas de una más o menos exitosa mo-
dernización capitalista de la economía y la sociedad. La doctrina neocon-
servadora esfuma la relación entre el proceso de modernización societal,
que aprueba, y el desarrollo cultural, del que se lamenta. Los neoconserva-
dores no pueden abordar las causas económicas y sociales del cambio de
actitudes hacia el trabajo, el consumo, el éxito y el ocio. En consecuencia,
responsabiliza a la cultura del hedonismo, la ausencia de identificación so-
cial y de obediencia, el narcisismo, el abandono de la competencia por el
estatus y el éxito. Pero, en realidad, la cultura interviene en el origen de
todos estos problemas de modo sólo indirecto y mediado”.19 A mi juicio,
ocurre igual con el pensamiento conservador en nuestro país.

4.- Modernidad-postmodernidad en América Latina


y el Caribe: la especificidad de los procesos
Si bien los procesos modernizadores han sido desde siempre procesos
con pretensión de globalidad, en cada lugar, en cada espacio social adquie-
re rasgos específicos en función de las características propias de esa deter-
minada dinámica social. En la región latinoamericana y caribeña los proce-
sos modernizadores han sido permanentemente “incompletos” (Cfr. M.D.
París-Pombo, 1990) tanto desde el punto de vista de la modernización de
los procesos económicos y sociales, como de la modernidad política. Ac-

19 Habermas, Jurgen, Modernidad, un proyecto incompleto, en: El debate modernidad-


posmodernidad, Ed. Puntosur, Buenos Aires, 1989, pp. 135-136.

370
tualmente nos encontramos viviendo en la región procesos modernizado-
res en el conjunto de la vida social, y ellos han ocurrido hasta hace muy
poco al interior de la propuesta neoliberal como “nuevo camino hacia el
desarrollo” de nuestros países.

4.1 LA MODERNIZACIÓN-MODERNIDAD NEOLIBERAL Y LA


POSTMODERNIDAD CONSERVADORA.
Si bien, en la actualidad la gran pregunta en este mundo globalizado pa-
rece ser, parodiando a Touraine: ¿Después del neoliberalismo qué?, creo
que podemos convenir en que hasta hoy, y quizás todavía, el horizonte
neoliberal fue el dominante en los procesos económicos de la región, aún
cuando su crítica fue “finalizada” hace ya un buen tiempo. La moderniza-
ción en esta última etapa histórica se pretendió realizar en la región, y de la
mano de los organismos internacionales de financiamiento, en clave neo-
liberal. La crisis financiera actual es probablemente el más contundente
desmentido práctico de buena parte de los presupuestos neoliberales.

La modernización neoliberal nos colocó al interior de una aparente con-


tradicción en la región que podría expresarse de la manera siguiente: por
una parte, es amplia y profunda la exigencia de la modernización de los
procesos institucionales a todos los niveles de la vida social. Pero, por otra
parte, en la medida en que se realiza desde la perspectiva y el modelo neo-
liberal ello parece devenir en una alianza con el pensamiento (o sentimien-
to) postmoderno de matriz conservadora o decadente.

4.1.1 EL MESIANISMO DEL MERCADO.


El pensamiento neoliberal postuló fácticamente un nuevo mesianismo:
el del mercado. El mercado estaría adornado con tantos atributos que cier-
tamente se presenta como sujeto de quien podríamos esperar la salvación.
Aquella salvación prometida por la modernidad e incumplida por ella en el
proceso histórico.

4.1.2 IRRESPONSABILIDAD SOCIAL Y AUSENCIA DE SUJETOS


SOCIALES.
Aún cuando considerar al mercado como nuevo mesías nos dé la impre-
sión de introducirnos en la lógica de la modernidad, y así lo justificaban sus

371
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

defensores, visto con un poco más de detenimiento las cosas no parecen tan
claras y más bien deberíamos considerarlo como un pensamiento de matriz
conservadora que probablemente entronca con las intuiciones postmoder-
nas decadentes. En este caso es claro que, al igual que los postmodernos,
declarar el mesianismo del mercado implica la negación de la existencia de
los seres y colectivos humanos como sujetos responsables.

Se trataría así de una sociedad sin sujetos, en la cual la categoría res-


ponsabilidad social no tiene posibilidad de existencia puesto que de ella
sólo los seres humanos pueden ser sujetos. Consecuentemente a nadie se le
puede realmente protestar, ni demandar puesto que el diseñador de políti-
cas es el mercado, institución que no es sujeto de responsabilidad.

4.1.3 LA NEGACIÓN DEL PASADO Y DEL FUTURO VÍA LA AFIR-


MACIÓN DEL PRESENTE.
Por otra parte, también la modernización neoliberal entronca con el
pensamiento conservador postmoderno por la vía de la afirmación del pre-
sente como única referencia consistente. El pasado, para el neoliberalismo,
es sólo “el tiempo del error”; todo lo que nuestros países hicieron en el pa-
sado estuvo equivocado, y la expresión más fehaciente de este cúmulo de
equivocaciones lo constituye la crisis a la cual el neoliberalismo estaría ha-
ciéndole “exitosamente” frente. Evidentemente, la actual crisis financiera
impide ya continuar pensando y argumentando de esta manera.

El futuro es entendido como “presente continuado” (Lechner) por cuan-


to la única forma de organización racional de la sociedad, y por tanto,
aquella a la cual deberemos aspirar también en el futuro sería el neolibe-
ralismo. Cualquier otra pretensión de organización social alternativo está
por definición condenada al fracaso. Esto y no otra cosa es lo que habría
demostrado la historia reciente, en específico, el fracaso de los socialismos
reales. (Cfr, F. Fukuyama).

Por demás, mientras más nos adentramos en el manejo del discurso cien-
tífico (de corte positivista), más entendemos que el futuro no es planifica-
ble por cuanto para hacerlo necesitaríamos un cúmulo tal de informaciones
(manejo de variables) al que no nos es dado acceder (Cfr. K. Poper).

372
4.1.4 LA NEGACIÓN DE LA UTOPÍA.
Según lo anterior entonces, la utopía y los utopistas son solamente ex-
presión de la irresponsabilidad social. Ellos conducen inevitablemente a la
sociedad al caos. Así, los sueños son declarados como perniciosos, y la in-
teligencia se expresa sólo pragmáticamente; el presente se absolutiza y los
excluidos y excluidas se perciben como un mal necesario y permanente.

4.1.5 LA RECONSTRUCCIÓN DE UNA CIERTA “UNIDAD” DE


LA RAZÓN DESDE LA LÓGICA DEL MERCADO.
Hay que reconocer, sin embargo, que a través de la alianza entre ciencia,
tecnología y economía –que produce lo que Habermas llama el subsistema
tecno–económico– se reconstruye una cierta unidad de la vida social desde
la lógica dominante del mercado. Esto es concretamente lo que significa la
colonización del mundo de la vida por parte del subsistema mencionado
(Habermas).

4.1.6 APARECE ASÍ LA ECONOMÍA COMO UN DISCURSO


CUESTIONABLE EN SU PRETENSIÓN DE NEUTRALIDAD CIEN-
TÍFICA, Y EN EL TIPO DE MEDIDA QUE PROPONE PARA ALCAN-
ZAR METAS QUE ELLA SABE IMPOSIBLES.

La economía no es, por tanto, un discurso desvinculado de cualquier


consideración ética como en múltiples ocasiones pretenden presentar los
teóricos neoliberales. No es “pura cientificidad”, todo lo contrario, es un
discurso que ha hecho opciones ético-políticas claras y que pretende re-
construir desde ellas al conjunto de la sociedad, normando lo que debe y
no debe hacerse.

Por otra parte, este discurso económico propone un conjunto de me-


didas a través de las cuales supuestamente arribaríamos –en un tiempo
razonable– a la solución de la crisis. Sucede que en vez de soluciones lo
que hemos experimentado es la profundización de la crisis hasta niveles
insospechados. Las medidas son pues ineficaces de cara a la solución de la
problemática social. La economía se separa así de su objetivo fundamental,
a saber, permitir un ordenamiento de la casa (oikos) que asegure la vida de
todos y todas sus habitantes.

373
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

4.1.6 ¿LA POSTMODERNIZACIÓN DE LA POLÍTICA?


Así los viejos y los nuevos desencantos con respecto a la política se ex-
presan dramáticamente en: la ausencia de proyectos, la desconfianza en las
mediaciones políticas capaces de hacerlos realidad.20 En este contexto de
desprestigio de la política –por lo menos en la vida cotidiana de la pobla-
ción– parecen prestigiarse significativamente las respuestas religiosas de
tipos muy variados. La interpelación religiosa parece dotar de nuevos senti-
dos a necesidades sociales que son elaboradas–conformadas religiosamen-
te –con mayor o menor éxito– por las diferentes propuestas religiosas.

Así, asistimos a lo que hemos designado antes como “vuelta a lo religio-


so” en un mundo en el que referentes fundamentales para la construcción
colectiva de sentido se encuentran devaluados. La religión, por una parte,
parece ofrecer certeza en momentos en que la crisis de los mencionados
referentes hace aparecer el presente como incertidumbre. Por otra parte,
esta vuelta a lo religioso estaría expresando, según algunos, una búsqueda
de significación por fuera de la racionalidad instrumental que encuentra en
la trascendencia su respuesta posible.

Hay que decir sin embargo, que en el presente, y ya desde un tiempo,


aparecen en la región respuestas “alternativas”. Nos referimos a la irrup-
ción de la llamada nueva izquierda latinoamericana cuya eficacia está aún
por verse, pero que parecen tener capacidad para convocar a sectores im-
portantes de sus respectivas poblaciones a una cierta vuelta a la política.

5.-El caso dominicano


Cuando revisamos el pensamiento social dominicano contemporáneo
nos encontramos, sin duda, con todos estos temas mayores. Sin pretender
ser exhaustivo y sólo a manera de ilustración podemos dar cuenta de la
reflexión sobre la cuestión de los valores, los trabajos de historiadores que
desde perspectivas diferentes abordan, con esta sensibilidad, una impor-
tante diversidad de temas muchos vinculados con la discusión existencial,

20 Cfr. Tanzer, La sociedad despolitizada, ed. Gedisa, Barcelona 1992.

374
los valores y el sentido; urbanismo y pobreza; el debate sobre el sistema
político y la política dominicana; la discusión acerca de la apasionante
cuestión de la Ética y la Política; los trabajos sobre sociedad civil-sistema
político, juventud, género, movimientos sociales y violencia; o los trabajos
que abordan directamente el tema de la modernidad.
“El pasado, para el neoliberalismo, es sólo ‘el tiempo del error’; todo
lo que nuestros países hicieron en el pasado estuvo equivocado, y
la expresión más fehaciente de este cúmulo de equivocaciones lo
constituye la crisis a la cual el neoliberalismo estaría haciéndole
‘exitosamente’ frente”.

No siempre encontramos explícitamente el par conceptual modernidad-


postmodernidad para dar cuenta de la dinámica social dominicana, pero es
evidente que la reflexión se enmarca en ese contexto o en la perspectiva de
lo que hoy algunos llaman la “segunda modernidad”. Es posible descubrir
autores que en su abordaje no parecen dar cuenta de esta dinámica de una
propuesta civilizatoria globalizada y en crisis que demanda nuevos senti-
dos. Esto hace que, no pocas veces, la aproximación a los fenómenos no sea
lo suficientemente fecunda para propiciar una comprensión adecuada, y
luego orientar la acción.

No soy de la opinión de que este par conceptual sea omnipotente, pero


sí creo que su uso o el de equivalentes analíticos permite captar la diná-
mica nacional, sin negar su especificidad, a lo interno de procesos sociales
globales que permiten una comprensión más adecuada de lo que acontece
en la sociedad dominicana, sobre todo, de cara a un eventual aporte para la
acción social. No hacerlo puede llevarnos a correr el peligro de pensar en
los procesos nacionales sin referencia a fenómenos actuales fundamenta-
les, que como la globalización y la crisis civilizatoria, otorgan profundidad
al análisis, ayudan a colocarlos en perspectiva, e impide asumirlos como
exclusivos sin una aproximación en perspectiva más global y compleja que
nos impida descubrir todos los días el mar Caribe.

375
Presencia de lo moderno
y lo postmoderno en
algunos pensadores
dominicanos
contemporáneos Rafael Morla
“Voltaire fue el crítico por excelencia de las tradiciones históricas;
Montesquieu, de las instituciones de su tiempo; Rousseau, de las
desigualdades; Locke, de la intolerancia religiosa; y Kant, del
conocimiento al establecer sus límites y posibilidades”.

I. Introducción
Antes de entrar en especificaciones se impone, desde la más elemental
rigurosidad, reflexionar en torno al mundo moderno, y en torno a la lógica
cultural de la postmodernidad. En este sentido, cuando hablamos de la mo-
dernidad y de la postmoderno, ¿qué se quiere significar con ello?

La sociedad moderna, aquella que brotó directamente de las condicio-


nes económicas sociales e históricas engendradas al interior de la sociedad
feudal, se caracteriza por un profundo dinamismo en todos los aspectos,
por un significativo proceso de secularización, por un vertiginoso movi-
miento de racionalización de la vida social, por el ideal emancipatorio, por
la defensa del progreso, como sentido ascendente de la historia y por el
desarrollo de la ciencia y de la técnica.

Hay que decir que todos los modos de producción premodernos y pre-
capitalistas tendían al conservadurismo y a la inmovilidad económica y so-
cial. En cambio, la sociedad moderna representa, al decir de Carlos Marx,
una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de
todas las condiciones sociales, una inquietud constante distingue la época
burguesa de todas las anteriores. “Todas las relaciones estancadas y enmohecidas,
con su cortejo de creencias e ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se
hacen añejas antes de haber podido osificarse. Todo lo estamental y sagrado se esfuma;

376
todo lo sagrado es profanado y los hombres al fin se ven forzados a considerar sus con-
diciones y sus relaciones recíprocas”.1

“Mundo desbocado” llama Anthony Giddens al mundo moderno, al ver


la rapidez con que transcurren las transformaciones económicas, sociales,
políticas e ideológicas. Hay que precisar que ello no sólo es válido para los
aspectos centrales o macro de la vida social, también la individualidad del
yo, tanto en lo relativo a la subjetividad, como en los aspectos personales
de la experiencia, se ve constantemente afectada.

Los logros materiales de la modernidad son indiscutibles, en el espa-


cio de pocas décadas se produjeron en Europa unas transformaciones que
cambiaron la faz del viejo continente de manera permanente e irreversible.
¿Qué clase social impulsó esos cambios? La burguesía, originariamente ca-
lificada por un comunista como Marx de revolucionaria. La sociedad mo-
derna tuvo origen en los siglos XV y XVI, pero sus triunfos legitimadores
en el plano económico, político, científico-técnico y cultural se produjeron
en los siglos XVII y XVIII. El paso de la etapa medieval a la posmedieval
está marcada por una serie de acontecimientos, a saber: el arte renacentis-
ta, la formación de las naciones, la expansión colonial, la reforma protes-
tante, la contrarreforma católica y las grandes revoluciones acontecidas en
Inglaterra y Francia.

1 Carlos Marx y Federico Engels, “Manifiesto comunista”, en Obras Escogidas, p. 25.

377
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Entremos ahora en la parte puramente ideológica y política. El sujeto


social que impulsa las revoluciones económicas, políticas y sociales en In-
glaterra y Francia es la burguesía. La ideología que le anima es la ideología
de la Ilustración. Para que no haya confusión no es lo mismo modernidad
que Ilustración, aunque uno no existe sin el otro. La Ilustración es la cul-
minación, el momento más elevado del proyecto moderno, encabezado por
la burguesía europea en el siglo XVIII. Las consignas orientadoras de es-
tos hombres fueron la libertad, la igualdad y la fraternidad. Ahora bien, la
Ilustración tuvo una diversidad de manifestaciones conforme a la realidad
sociocultural de cada país. En consecuencia, no es lo mismo la Ilustra-
ción en Inglaterra que en Francia, ni en Francia que en Alemania, ni en
Alemania que en España, por más que se pueda encontrar el mismo hilo
conductor, que se expresó en esa voluntad de reforma y de progreso, en el
espíritu de libertad, en esa intención de conectar el pensamiento y la ac-
ción con el ideal de un destino mejor para el hombre. Es saludable recordar
las palabras de Mendelsson, cuando dice: “Pongo siempre el destino del hombre
como medida y objetivo de todas nuestras aspiraciones y esfuerzos, como un punto en
que tenemos que fijar nuestras miradas si no queremos perdernos”.2

Las categorías básicas para entender la modernidad ilustrada son las si-
guientes: libertad, igualdad, fraternidad, razón, crítica, progreso, felicidad,
tolerancia y naturalismo. No hay que estudiar cada una de ellas, pero sa-
bemos que la libertad, la igualdad y la fraternidad son las tres consignas
directrices de la Revolución Francesa. También sabemos que es imposible
entender en profundidad el tema que nos ocupa sin esclarecer la idea que
los hombres del siglo XVIII tenían de la razón, del ejercicio de la crítica y la
idea de progreso de que eran portadores. Este esclarecimiento nos ayudará
a entender la reacción posterior de los postmodernos.

En el transcurso del movimiento ilustrado Europeo del siglo XVIII todas


las manifestaciones de la libertad humana alcanzaron un importante pun-
to de desarrollo y madurez. En este sentido se habló de libertad personal,
política, pública, social, de acción, de palabra, libertad de cultos y de idea.

2 Moses Mendelsson (1783-1804), “Acerca de la pregunta: ¿A qué se llama ilustrar?”,


en Agapito Maestre, ¿Qué es ilustración?, p. 12.

378
Nunca el humano elevó tan alto el sentimiento de libertad como en aque-
llas décadas transcurridas entre 1740 y 1789, espacio temporal en el cual
se crean las condiciones para los grandes cambios que culminaron con la
Revolución Francesa. Libertad, igualdad y fraternidad constituyen un gran
todo. La base de la libertad es la igualdad. No puede haber igualdad real,
allí donde unos seres humanos explotan y excluyen a los otros; tampoco
fraternidad, porque para que tenga eficacia cualquier ideal de tolerancia,
cooperación o convivencia, tiene que haber, al menos, un mínimo de igual-
dad entre las personas que se relacionan.

La razón ilustrada no es una facultad, sino su despliegue reflexivo y crí-


tico, para comprender la sociedad y la naturaleza, y abrir paso a un mundo
de bienestar y felicidad para todos. A la capacidad de juzgar de un modo
libre, sin ayuda de nadie, siguiendo la lógica del pensamiento se le llama
razón. Kant proclamó que la razón es libre por naturaleza y no acepta ór-
denes que le impongan tomar por cierta tal o cual cosa. Con esta tesis que-
da marcada la distancia con respecto a los poderes fácticos (el Estado, los
gobiernos y las iglesias).

En el siglo XVIII se hizo un esfuerzo extraordinario por situar la razón


como elemento ordenador y directivo de la vida humana. El gran impulso
lo había dado Descartes, en el siglo anterior, con su discurso del método,
publicado en 1637, donde plantea la tesis esencial de su filosofía: pienso,
luego, existo. Más de un autor ha escrito que desde que se escribió este
principio se colocó a la razón en los altares de la divinidad.

Razón y crítica constituyen dos caras de la misma moneda. La Razón se


realiza como crítica, y la crítica se hace realidad por medio de la razón. “La
crítica es un aspecto consustancial a la racionalidad moderna; Descartes, verdadero
padre de la modernidad filosófica, da a la crítica una dimensión teórica hasta entonces
inédita, como sabe cualquier principiante. La Ilustración llevó esta crítica teórica a as-
pectos más conflictivos y próximos a la vida cotidiana”.3

Los ilustrados sometieron a crítica el antiguo régimen feudal. A su espí-


ritu de reflexión y examen no escaparon las costumbres, la moral, el arte, la

3 Antonio Pintor Ramos, Estudio Preliminar, Juan Jacobo Rousseau, “Discurso sobre el
origen de las desigualdades entre los hombres”.

379
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

ciencia y la religión, la concepción del hombre y de la historia, las ideas eco-


nómicas, políticas, sociales y la propia visión de la naturaleza y el hombre.
Voltaire fue el crítico por excelencia de las tradiciones históricas; Montes-
quieu, de las instituciones de su tiempo; Rousseau, de las desigualdades;
Locke, de la intolerancia religiosa; y Kant, del conocimiento al establecer
sus límites y posibilidades.

Hay que aclarar que la confianza en el poder de la razón no significa ser


racionalista, tal y como manejan la razón los grandes metafísicos del siglo
XVII. Los ilustrados concibieron un concepto nuevo de razón, que los llevó
a descartar las ideas innatas, y a establecer una conexión dialéctica con el
mundo real.

La idea de progreso es otra de las categorías vitales de la modernidad


ilustrada. ¿Qué se entiende cuando hablamos de progreso? Que la sociedad,
el ser humano marchan hacia un mejoramiento permanente y continuo. “…
Esta decisiva puesta en marcha del mundo es condición de toda teoría del progreso. Y
como el hombre de la modernidad cree en la superioridad de su época sobre cualquier
otra pasada, su dictamen es, como ya hemos visto, que el transcurso del tiempo perfec-
ciona las cosas y la obra del hombre”.4

El concepto de progreso es una idea clave, porque es el contexto en que


viven y actúan otras ideas desarrolladas por los ilustrados. “Gracias a la idea
de progreso, las ideas de libertad, igualdad y soberanía popular dejaron de ser anhe-
los para convertirse en objetivos que los hombres querían lograr aquí en la tierra. Es
más, estos objetivos acabaron apareciendo como necesarios e históricamente inevita-
bles. Turgot, Condorcet, Sait-Simon, Comte, Hegel Marx y Spencer, entre muchos otros,
mostraron que toda la historia podía ser interpretada como un lento, gradual ascenso
necesario e ininterrumpido del hombre hacia cierto fin…”.5

Estudiando documentos y discursos del siglo XVIII europeo llegué a la


conclusión de que en la modernidad habían dos tipos de razón, a la pri-
mera la podemos llamar instrumental, y a la segunda liberadora. La clave
diferenciadora está en relación al lugar en que se coloque al ser humano,
es decir, como medio o como fin. Esa perspectiva estrecha y empobrece-

4 José Antonio Maraval, Antiguos y modernos, p. 581.


5 Robert Nisbert, Historia de la idea de progreso, p. 243.

380
dora (la que se deriva de la razón instrumental), que tendía y tiende a la
competencia puramente económica, a la ganancia, a la explotación de la
naturaleza y del ser humano, terminó imponiéndose al interior de la socie-
dad capitalista. Esto explica por qué la formación del ser humano, en cuan-
to medio liberador y de realización de su propia condición, fue olvidada
por las clases dominantes, desde los días inmediatos a la gran Revolución
Francesa de 1789.

Pienso, de manos de lo mejor de la propia Ilustración, que hay que volver


a la sociedad, a aquella conciencia en la cual el hombre, en su humanidad,
se convierte en la finalidad de las acciones. El fin del hombre es el hombre
mismo, y ni la humanidad como un todo, ni parte de ella, ni la persona
en su singularidad, jamás debería ser usada como medio. La modernidad
ilustrada participó de esta perspectiva, pero luego el individualismo y el
afán desmedido de riquezas lanzaron a los hombres por otros rumbos. En-
tonces, si pensamos en un proyecto para el futuro, buscando nuevos cami-
nos, propongo un modelo de sociedad en la cual haya una armonía entre
la persona y la sociedad, entre el género humano, sus especies (hombre-
mujer) y sus individuos. Lo anterior evitaría que las personas en la huma-
nidad de su singularidad, sólo piensen en sus apetencias individuales o que
terminen aplastadas por los sistemas abstractos y complejos de la propia
modernidad como son el partido, la escuela y el Estado. Todos, pensaba
Kant, estamos en el deber de cultivar la humanidad que habita en cada
uno de nosotros. Y esta expresión no se agota en la individualidad del yo,
sino que, con la fuerza de su sabiduría, es capaz de irrigar a la sociedad,
replanteando los niveles de convivencia y de cultura dialógica existente
en nuestros tiempos. Y no es que Kant se haya inventado al hombre (como
pensaba Foucault), que de por sí es una construcción histórica, sino que
con sus convicciones antropológicas le construyó un nicho de dignidad y
grandeza, que hicieron de él el centro de la vida social.

En mis horas de reflexión y escritura, estudio las ideas ilustradas de los


siglos XVIII y XIX, como aquel que busca en el pasado una parte de las
claves para entender el presente. Esto me ha permitido concluir que, en
términos de ideas filosóficas, sociales y políticas, aún vivimos, al menos
en parte, del legado ilustrado. Y la prueba más elocuente de nuestra afir-
mación es que cualquier intento de formular una propuesta filosófica o de

381
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

organización social, para nuestros tiempos, pasa necesariamente por una


crítica superadora de los pilares esenciales de la Ilustración.

Los postmodernos, por ejemplo, han planteado la muerte de los valores


supremos, es decir, aquel conjunto de supuestos metafísicos que sirvieron
de fundamento a la modernidad occidental. En este sentido, conceptos
como libertad, igualdad y fraternidad, que constituyen claves orientado-
ras del programa ilustrado y emancipatorio encabezado por la Revolución
Francesa de 1789, pretendidamente no tienen significado alguno.

Continuando con sus ideas, proclamaron la muerte de la utopía, del “pro-


greso” y el “fin de la historia”. Estas tesis, a mi entender, delatan o revelan
el programa que las multinacionales tienen frente a los pueblos del mundo,
más que una realidad tangible y absolutamente verificable en el contexto
actual de nuestras sociedades. Ponen de manifiesto, además, cuan alejadas
están nuestras clases dominantes de todo proyecto ilustrado. Y este olvido
plantea dificultades serias a la burguesía para orientarse en el propio mun-
do, construido por ella a su imagen y semejanza, al tiempo que la colocan
en la irremediable incapacidad de resolver los problemas complejos que se
plantean en la modernidad tardía en que nos encontramos.

Reivindicando tesis ilustradas, puedo decirles a los postmodernos que


una vida sin utopías no merece ser vivida. De hecho la humanidad, para ser
tal, no puede vivir sin ideales trascendentes; por eso cuando un ideal libe-
rador, esto es, respecto a determinadas ataduras espirituales y materiales,
entra en crisis, hace mucho tiempo que su sustituto viene en camino. El hu-
mano es el único ser vivo cuya existencia es un juego permanente consisten-
te en construir y destruir utopías. No morirán las utopías, mientras existan
la conciencia y el anhelo inextinguible de progreso del género humano. Es
verdad que entran en crisis, a un extremo tal que, habiendo servido de ins-
piración a millones de personas, luego pasan al olvido, y no motivan a nadie
a acción alguna con carácter históricamente independiente.

II. La Posmodernidad
El debate sobre modernidad y postmodernidad comienza su curso en
la década del ochenta y llega hasta nuestros días. ¿Cuál fue el ambiente de

382
dicho debate: “…la conciencia generalizada del agotamiento de la razón, tanto por su
incapacidad para abrir nuevas vías de progreso humano como por su debilidad teórica
para otear lo que se avecina. Así, en política asistimos al final del Estado de bienestar y a
la vuelta a posiciones conservadoras de economía monetarista, en ciencia presentamos
el boom de las tecnologías –la cibernética, la robótica abren un horizonte incalculable
a las capacidades humanas– en el arte se ha llegado a la imposibilidad de establecer
normas estéticas válidas y se difunde el eclecticismo que, en el campo de la moral, se
traduce en la secularización sin frontera de los valores, lo que constituye para algunos
una fuerza subversiva incalculable”.6

El desarrollo de la postmodernidad está en relación con la imposición a


escala internacional de la globalización económica. Ambos fenómenos re-
puntan en la década de los ochenta coincidiendo, no por casualidad, con el
fin del socialismo real. La postmodernidad, concepto que de por sí significa
una “despedida de la modernidad”7, tiene sus antecedentes en los románticos y
en las obras de los filósofos Federico Nietzsche y Martín Heiddegger, pero
no es sino hasta la década de los ochenta del pasado siglo cuando el movi-
miento postmoderno irrumpe de manera imponente y significativa en los
diferentes ámbitos del saber y de la vida social.

Al pie de la página 18 de su libro, El fin de la modernidad, Vattimo escribe:


“la diferencia entre países adelantados y países atrasados se establece hoy sobre la base
del desarrollo de la informática no de la técnica en sentido genérico. Precisamente aquí
es probable que esté la diferencia entro lo ‘moderno’ y lo ‘postmoderno’”.8 Los teóricos
de los post-industrialismo, muy afines a los postmodernos, proclamaron
que se había gestado un nuevo tipo de sociedad, la cual llamaron post-in-
dustrial, donde el obrero fabril ya no ocuparía el lugar que había ocupado
en la fase industrial, siendo desplazado por una élite profesional vinculada
al sector de los servicios.

En la introducción a la recopilación de textos sobre la modernidad y la


postmodernidad, Joseph Picó, dice:

6 Josép Picó, Modernidad y Postmodernidad (compilación), p. 13.


7 Gianni Vattimo, El fin de la modernidad, p. 18.
8 Ibíd., p, 10.

383
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

“La sociedad moderna era conquistadora, creía en el futuro de la ciencia y de la técni-


ca; en la sociedad postmoderna se disuelven la confianza y la fe en el futuro, ya nadie cree
en el porvenir de la revolución y el progreso, la gente desea vivir el ‘aquí ’ y el ‘ahora’,
buscando la calidad de vida, y la cultura personalizada. La atención por lo social se
vuelve hacia el individuo y se difunde el narcisismo individual y corporativo. El indi-
viduo sólo tiene ojo para sí mismo y para su grupo. El capitalismo autoritario cede el
paso al capitalismo hedonista y permisivo que acaba con la edad de oro del capitalismo
competitivo”.9

En un intento por establecer la diferencia entre los postmodernos y


los modernos, Fredric Jameson escribe: “Los modernos buscan rupturas, acon-
tecimientos antes que nuevos mundos, el instante revelador tras el cual nada vuelve a
ser lo mismo; el (‘cuando todo cambió’) como dice Gibson o mejor aún, las variaciones
y los cambios irrevocables en la representación de las cosas y como estas cambian. Los
modernos se interesan por los cambios y de su tendencia general: pensaban en la cosa
misma, sustantivamente, de modo utópico y esencial”.10

III. Ahora veamos algunas aplicaciones


En la Escuela de Filosofía de la UASD, que es el espacio de reflexión y
trabajo intelectual que tomaré como referencia para mis reflexiones, los
pensadores pueden dividirse entre modernos y posmodernos. Entre los
modernos tenemos a Miguel Pimentel, Alejandro Arvelo, Lusitania Martí-
nez, Julio Minaya y a Andrés Merejo. Por otro lado, entre los postmoder-
nos tenemos a Edikson Minaya.

Miguel Pimentel nació en 1951 y es egresado de la Facultad de Humani-


dades, donde estudió filosofía y letras. Su mayor prestigio intelectual le
viene por su obra Hostos y el positivismo en Santo Domingo. Un texto escrito
desde el horizonte intelectual del marxismo, específicamente el materia-
lismo histórico y dialéctico. Por eso las categorías de ideología, clase so-
cial, sociedad y burguesía están presentes a lo largo del texto. También se
siente la influencia en Pimentel del libro La ideología alemana, donde Marx

9 Jisep Picó, ob.cit., p. 37.


10 Fredrich Jameson, Teoría de la postmodernidad, p.9.

384
trabaja la clásica contraposición entre materialismo e idealismo, la cual a
mi entender maneja magistralmente.

Que las ideas del Lic. Miguel Pimentel están movidas por el paradigma
marxista, la teoría crítica por excelencia de la modernidad, se pone de ma-
nifiesto cuando tiene que asumir la crítica de la teoría de los tres estadios
en que Agusto Comte divide la evolución de la sociedad humana, a saber:
el teológico, el metafísico y el positivo. Dice: “La ciencia del materialismo y dia-
léctico ha demostrado el carácter antihistórico y dogmático de la tríada comtiana. A
propósito de ella, Chernishenki afirma: ‘Jamás ha habido un período teológico de la cien-
cia; la metafísica, en el sentido en que la entiende Augusto Comte, tampoco ha existido
nunca’ ”.11

Las autoridades intelectuales que a menudo cita son Marx y Lenin, y


los académicos de la Escuela Marxista Soviética. Las obras mencionadas,
a menudo, son la Ideología Alemana, Materialismo y empirocriticismo y el Diccio-
nario Filosófico, de la autoría de Rosental Iudin.

En el libro Modernidad, postmodernidad y praxis de liberación (2002), un tex-


to maduro de Miguel Pimentel, hay un capítulo (el VII), titulado: “Mo-
dernidad y transmodernidad desde la praxis de la liberación”, donde este
intelectual dominicano nos recuerda que las consignas orientadoras de la
Revolución Francesa, que es el evento culminante de la Ilustración, son la
libertad, la igualdad y la fraternidad.

Y algo muy importante, inusual en nuestro medio, de los dos conceptos


de razón (la razón como instrumentalización del sujeto y dominio, y la
razón como medio de liberación), Miguel Pimentel se define francamente
por esta última, y lo dice claramente y sin rodeos: “Para los pueblos pobres y
subdesarrollados, la vía racional para alcanzar e iniciar una evolución hacia el desa-
rrollo y una vida digna, decente y humana, como criterio universal de progreso es sólo
posible convirtiendo las nociones abstractas del pensamiento burgués en realidades
sociales histórico-concretas en un proceso complejo, en el cual los sujetos: los proce-
sos y los sistemas están orientados por una praxis de liberación, de reconocimiento de
las ‘diferencias’ y de ‘solidaridad ’ entre situaciones históricas de vida que marquen

11 Miguel Pimentel, Hostos y el positivismo, p. 13.

385
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

‘distancias, desigualdades, heterogeneidades y cierto nivel de intercambio dispar de los


productos del trabajo, de la creatividad técnica y artística y del goce y usufructo de la
naturaleza’ ”.12

Miguel Pimentel se revela ante la conciencia de la nación como intelec-


tual crítico: crítico frente a la realidad social en que vive, y crítico frente a
las posturas filosóficas, que en nombre de un cambio de época hunden a
la humanidad en la desesperanza y en la desorientación social y política.
Dice: “Para los postmodernos prevalece la identidad y no la ‘actividad de los otros ’, el
nihilismo o los anti-valores de los países capitalistas hegemónicos y no los ‘ nuevos valo-
res’ de la humanidad sufriente de los pueblos de la periferia, cuya necesidad histórica de
sobrevivir los obliga a la liberación y no a la libertad abstracta; a la diferencia y no a la
identidad; a la solidaridad en el diario vivir y no a la confusa y falsa ‘ falta de sentido ’
de la existencia humana”.13

Lusitania Martínez
Lusitania Martínez es una de las figuras fundamentales de la Escue-
la de Filosofía de la UASD, y probablemente la teórica más depurada del
feminismo dominicano. Marxista existencialista, discípula de Marx y de
Sartre, lo cual la revela ante la conciencia reflexiva como una pensadora
moderna. Sin embargo, es una pensadora que emplea categorías propias
del discurso ilustrado, para acometer el estudio de una problemática, que
como el discurso de género, se desplazó en nuestros tiempos hacia post-
modernidad.

Lusitania, quien fuera dos veces directora de la Escuela de Filosofía de la


UASD, se mueve creadoramente en la dialéctica modernidad-postmoderni-
dad, considerando “factible la defensa de la racionalidad, y del feminismo ilustrado
aunque abierto al de la postmodernidad, en tanto que la emergencia de la racionalidad
instrumental no la caracteriza como un todo, sino solamente como una parte patológica
que puede ser superada, entre otras, en general, siguiendo a Jurgen Habermas, a través de
un diálogo efectivamente consensuado entre los participantes del mundo en sus distintas

12 Miguel Pimentel, Modernidad, postmodernidad y praxis de liberación, págs. 334-335.


13 Miguel Pimentel, ob.cit., p. 238.

386
esferas, y en particular, siguiendo a Simone de Beauvoir, a través del cambio cultural de
las diferencias de roles”.14

La académica dominicana Lusitania Martínez aclara que solo comparte


en parte la crítica de la postmodenidad a la modernidad, pero condena la
falta de compromiso político y social de los partidarios de la postmoder-
nidad.

Alejandro Arvelo
Egresado de la Escuela de Filosofía de la UASD, es uno de los más sólidos
representantes de quehacer filosófico en la República Dominicana. Su con-
dición de pensador moderno se puede ver en uno de los textos suyos más
leídos, Filosofía del silencio. En esta obra reclama un espacio para la razón,
para la subjetividad, para la palabra, para el diálogo y para libertad.

¿Dónde radica la clave de este reclamo? Radica en que la sociedad domi-


nicana destruye aceleradamente las condiciones objetivas del diálogo. A
cada instante aumenta la despreocupación por el otro, cada segundo trans-
currido, la capacidad para escuchar se reduce a su mínima expresión. Ello
ha hecho posible, como dice Alejandro Arvelo, que “vivamos en un mundo
en el que cada cual se siente extraño en medio de sí mismo”.

Arvelo establece la más ajustado conexión entre libertad y pensamiento.


Se trata de una libertad que se consigue en intimidad consigo mismo, el
propio mundo interior del sujeto. “Pensar –dice el autor de Filosofía del Silen-
cio– es una alternativa hacia la genuina libertad. Hacia aquella que no se consigue en la
plaza ni en el mercado, ni con dinero, ni con la multitud o el poder de muerte”. 15

Julio Minaya
Filósofo y pensador dominicano, ex director de la Escuela de Filosofía,
y actualmente presidente de la Asociación Dominicana de Filósofos. Tiene
importantes reflexiones sobre ecología y medio ambiente. También enca-

14 Conversaciones con Lusitania Martínez.


15 Alejandro Arvelo, Filosofía del Silencio, p. 13.

387
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

mina investigaciones muy serias en torno al legado intelectual del prócer


dominicano Pedro Francisco Bonó, probablemente nuestro primer soció-
logo, y uno de los más sólidos intelectuales del siglo XIX dominicano.

Según confiesa Minaya, en el esfuerzo por esclarecer las problemáticas


anteriormente mencionadas, ha vivido una “tensión entre lo pre-moderno, lo
moderno y lo postmoderno”, lo cual le ha llevado a moverse en varios paradig-
mas.

El pensador Minaya acude a categorías ilustradas como libertad, igual-


dad y fraternidad para penetrar en el pensamiento y la obra de Pedro Fran-
cisco Bonó. Confiesa compartir con Bonó sus “desvelos por lo valores mo-
dernos”, pero también su “consecuente crítica al ideal de progreso enarbolado por el
liberalismo político de su época. También su enjuiciamiento de la fe ciega encarnada por
la corriente positivista respecto de la ciencia y la técnica, como medios para procurar el
bienestar y la felicidad del género humano”.16

Percibo a Minaya como un intelectual en ebullición, en la dialéctica de


un transitar, en un ir y venir de lo moderno a lo postmoderno y viceversa.
Se acomoda en el asiento, respira profundo, y lanza los siguientes destellos
de luz: “El programa moderno no está enteramente agotado en la actualidad, mucho
menos en un país como la República Dominicana… la postmodernidad en sí misma dice
muchas cosas, hay en ellas algunas reflexiones sin las cuales no es posible entender hoy
en día tendencias y aspiraciones del hombre y la sociedad con una visión amplia del con-
junto de sus circunstancias”.17

Andrés Merejo
Académico de la Escuela de Filosofía de la UASD, que vivió profunda-
mente la tensión entre la ausencia y la presencia, con relación al terruño,
a la patria. Es el único de nosotros que emigró, por efecto de la década do-
blemente perdida del ochenta, y luego retornó con un pensamiento propio,
expresión profunda de su andar y sus vivencias, de sus raíces y su desarrai-
go. Sus obras principales: La vida americana en el siglo XXI, Cuentos en New York,

16 Conversaciones con Julio Minaya.


17 Conversaciones con Julio Minaya.

388
Conversaciones en el lago y Narraciones filosóficas, no hacen más que retratarlo
en cuerpo y alma.

Mi “pensamiento filosófico –dice Andrés Merejo– es de condición moderna, en


cuanto herencia de la ilustración, el marxismo, existencialismo, poética y complejidad,
sin embargo este punto de partida converge con la postmodernidad”,18 ya que aborda
otros problemas como son los de la sociedad de la información, el conoci-
miento y el ciberespacio.
“En la Escuela de Filosofía de la UASD, que es el espacio de reflexión
y trabajo intelectual que tomaré como referencia para mis reflexiones,
los pensadores pueden dividirse entre modernos y posmodernos. Entre
los modernos tenemos a Miguel Pimentel, Alejandro Arvelo, Lusitania
Martínez, Julio Minaya y a Andrés Merejo. Por otro lado, entre los
postmodernos tenemos a Edikson Minaya”.

Andrés Merejo, una de nuestras más importantes promesas intelec-


tuales, es un crítico de las relaciones de poder, que se han derivado de la
sociedad del conocimiento y del ciberespacio. Como ilustrado defiende el
valor de la libertad del sujeto en relación con los nuevos medios, y está pro-
fundamente empeñado en elaborar “una visión ética de búsqueda de una nueva
perspectiva cognitivo y de valor social adecuada al mundo global y local de la República
Dominicana”.19 Su obra La República Dominicana en el ciberespacio del Internet así
lo pone de relieve.

Merejo, que actualmente es catedrático de la Escuela de Filosofía, em-


plea categorías ilustradas en su filosofar sobre el caber-espacio. De ahí que
el momento intelectual en que “vive es un permanente girar de lo moderno a lo
postmoderno, de mi condición de emigrante, de la diáspora, entre tradición y ruptura,
continuidad y discontinuidad, lo virtual y lo real”.20 Entiende necesaria una
nueva lectura sobre la tecnología, el conocimiento y el ciberespacio, pero
entiende, al mismo tiempo, que sin una crítica radical (y en esto se revela
como ilustrado moderno), los filósofos vivirían el paso histórico de la hu-
manidad, y no podrían desempeñar su papel en el presente.

18 Conversaciones con Andrés Merejo.


19 Conversaciones con Andrés Merejo.
20 Conversaciones con Andrés Merejo.

389
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

Edikson Minaya
Joven promesa de la Escuela de Filosofía, cuya obra, Filosofía y sentido, lo
presenta ante la comunidad intelectual de la República en lo que tiene de
presente y futuro. No es un pensador en tránsito, como Merejo y Julio Mi-
naya, pues hace mucho que está instalado en el paradigma postmoderno.
Y lo ha hecho con mucha dignidad y mucho valor, y creo que está hacien-
do un verdadero aporte. “Mis preocupaciones filosóficas – dice Edikson– se mueven
en el horizonte de la problemática de la postmodernidad, en ellas intento desarrollar
una ontología de la actualidad o filosofía del presente que hable propiamente de nuestra
condición de existencia, con el interés de esclarecer e interpretar en qué punto de la his-
toria nos encontramos, cuáles fuerzas nos gobiernan y en qué consiste nuestro abanico
de posibilidades”.21

Las pretensiones de Edikson Minaya tienen sus antecedentes en la obra


nicheana, lo cual no le quita originalidad. Las categorías principales que
orientan su quehacer son las siguientes: ser, devenir, acontecimiento, en-
tropía, realidad-sentido, existencia.

Su línea de investigación son las teorías hermenéuticas contemporáneas,


la meta- filosofía, la filosofía contemporánea y la fenomenología del sujeto.

Los autores que cita en sus escritos o los que más les influyen son los
siguientes Nietzsche, Heidegger, Vattimo, Foucault y Andrés Ortiz-Osés;
mientras que su esfuerzo busca “replantear la idea de filosofía a la luz de la globa-
lización… desarrollar una hermenéutica aplicada a la comprensión de nosotros mismos
que se transfigura en una fenomenología de lo social que atienda cuestiones específicas
como el imperio de la tecnología en el mundo de la vida, las nuevas formas de dominio
y maquinación. Por otra parte, desarrollar una interpretación en torno a la filosofía
actual y comentar autores importantes, sobre todo los que he mencionado en las influen-
cias. Esto, con el objetivo de actualizar ideas que están depositadas en la tradición filo-
sófica occidental, y que por vicios interpretativos ya no son inteligibles. Se trata de una
tarea de despojo y reinterpretación”.22

21 Conversaciones con Edikson Minaya.


22 Conversaciones con Edikson Minaya.

390
Bibliografía
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1996.

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1996.

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Ramos, Antonio Pintor (estudio preliminar), Discurso sobre el origen de las


desigualdades entre los hombres y otros escritos, Ed. Tecnos, Madrid, España,
2005.

391
EL NACIMIENTO DE
LOS SIGNOS EPOCALES.
LA HISTORIA COMO
TEXTO Y ESCRITURA Odalís G. Pérez
“Sobre la ruina histórica de estas representaciones o discursos, se yerguen
algunas posiciones intelectuales, seudofilosóficas y antipatrióticas, bajo
la consigna estratégica del nacionalismo dominicano y del hispanismo
finisecular. Estas tendencias o construcciones históricas se presentan, en
muchos casos, como ‘seudoconcreciones’ exteriores a la historicidad de
los signos y las formas culturales”.

Pautas de interpretación y comprensión


Lo que hasta el momento actual se ha denominado modernidad y pos-
modernidad en los estudios históricos y culturales de nuestros días, es una
práctica de mundos sociales y una vertiente del pensamiento y la produc-
ción intelectual que ha particularizado y sugerido a la vez una búsqueda,
una conquista, una vertiente de la imaginación científica, filosófica, esté-
tica y económica, surgente en la libertad de creación que, desde la crisis
del renacimiento europeo,1 sostiene una cosmovisión de movimiento, in-
terpretación y tejido axiológico fundado en la mirada al otro, del otro y
desde el otro.

La conjunción que hace de lo moderno y lo posmoderno estructuras,


funciones, coyunturas y perspectivas de pensamiento, justifica también el
orden objetivo y subjetivo de la representación. En el caso del pensamien-
to dominicano, podemos advertir ciertas claves y trazados que empalman
con la política de la historia, con cardinales significativas que activan los

1 Ver en este sentido Tzvetan Todorov: Las morales de la historia, Ed. Paidos, Barcelona, 1993;
principalmente en lo atinente a la valoración humanista y posthumanista en la práctica
del pensamiento social. Vid., pp. 87-98.

392
diversos imaginarios políticos y sociales; imaginarios propiciadores de una
estética y a la vez de una fenomenología y una hermenéutica dinámica del
pensar en la República Dominicana.

El vocabulario de transgresiones, hibridismos, surgimientos artístico-


culturales y sobre todo de espacios académicos reales y contingentes
anuncia, presagia y a la vez pronuncia las diversas problemáticas propias
de la socialidad y la policulturalidad posmoderna. Desde la lectura de los
textos, coyunturas, voces críticas e ideologías de representación, lenguaje,
impresión de mundos y réplicas sociopolíticas, observamos los obstácu-
los de cardinales, campos y vertientes motivadoras de este trabajo, a fin
de analizar el nacimiento de los signos y discursos epocales del siglo XIX,
pero sobre todo las diversas líneas del movimiento histórico-social que se
reconoce en la interpretación de contextos y marcos estructurales propios
de una mentalidad, de bordes y centros socioculturales materializados por
economías difusas, cuerpos diferenciales de imágenes y formas activas del
pensamiento denominado dominicano.

Sin esperar respuestas ni soluciones al respecto, cabe destacar los diver-


sos puntos de historicidad de una productividad intelectual que, si bien es
cierto que ha influido en todo el marco superestructural e ideológico de la
República Dominicana, también va perdiendo niveles de significación e in-
clusión o creatividad en el país, siendo en muchos casos interpretados en el

393
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

marco de una visión salvífica, redentora y moralizadora. Si el pensamiento


liberal y conservador del siglo XIX y comienzos del XX fijó sus puntos
claves aprovechándose de una esperanza marcada por la independencia, el
mapa de este pensamiento crea la réplica, el movimiento fragmentario de la
historia dominicana y sobre todo la pérdida de su geografía ética, política
y económica.

Todo este remolino de discursos, debilitados en la historia y la con-


trahistoria, permite advertir un fenómeno que hasta hoy vemos en su con-
tradicción y por lo mismo en su opacidad referencial en el marco de lo pro-
piamente político, filosófico, literario y sociocultural. Las indefiniciones
epistémicas y deontológicas del pensamiento moderno y tardomoderno
dominicano, conducen a una posidentidad y a un proceso de fragmenta-
ción del espacio crítico, en cuya caracterización encontramos el síndrome
de Sísifo2 como vertiente sociofilosófica.

Un análisis de variantes históricas y culturales podría contribuir a la


comprensión dialéctica de algunas formas críticas y filosóficas fundadas
en la alteridad y la réplica en algunos casos, y en la tradicionalidad de los
usos epocales, en otros casos. La historia y la política entendidas como
espaciamientos del fragmento y la totalidad, conforman sus relatos y meta-
rrelatos en la línea de mundos textualizados y socializados por cardinales
de interpretación y comprensión.

Los diferentes archivos que conforman la socialidad y el individualis-


mo como estructura mental e ideológica en la República Dominicana de
nuestros días, conectan con la mentalidad política y cultural de mediados
y finales del siglo XIX. Todo el pensamiento y la búsqueda filosófica del
siglo XX en el país se fragmenta, se condensa, vive de la desautorización de
su práctica, pero a la vez del reciclaje político, ideológico y documental.

El nacimiento de los signos epocales se reconoce en su propia geografía


imaginaria, cultural, económica, axiológica, en cuyo pronunciamiento po-

2 Se trata de un constante volver a comenzar como mito que traduce la práctica polí-
tica del pensamiento y la totalidad en tanto que eje de la historia y la historia-ficción
dominicana.

394
demos observar el relato histórico, las diversas narrativas ideológicas en
torno a la nación y lo nacional. Es entonces cuando el sujeto político y
cultural se constituye como texto, escritura y acción ideológica. De ahí su
fragmentación en el arqueado de la modernidad y la tardomodernidad.3

No podemos negar la exterioridad significante e interpretativa de los


discursos históricos y políticos, con toda la implicación de la incertidum-
bre documental que asalta al investigador y estudioso de las estructuras
históricas y literarias. La relevancia de la huella epocal4 interioriza en los
ritmos y movimientos económicos e históricos, el significado ocultado y
desocultado de acontecimientos que, en nuestro caso, permanecen en el
umbral de la transparencia cultural, escondiendo todo aquello que reposa
en la narración extraoficial y que depende de la conciencia informativa del
lector-intérprete de los signos epocales. Se trata de relatos, estructuras
modernas y tardomodernas, de narrativas ideológicas y culturales, de mo-
dos de representar o narrar la nación, de ajustar o desajustar el país como
conjunto y espacio de diferencias históricamente determinadas. Ningún
intento programático logrará periodizar, canonizar, clasificar y estructu-
rar de manera total el enunciado histórico y crítico, implementado a través
de focos narrativos, intertextuales y fundacionales, configuradores del relato
epocal y del estado político vigente. La historicidad de la visión profana,
así como el espesor de la visión sacralizadora o desacralizadora, convier-
ten la mirada crítica en significado materializado por los actores sociales
y por sus diversos hablares ya registrados en la memoria histórica fundada
en el arraigo y la función de los llamados signos originarios.5 El entendi-
miento de la travesía histórica (período republicano, período caudillista,

3 Los términos modernidad y postmodernidad no han gozado en el texto historiográ-


fico tradicional y actual del país de una explicación precisa y rigurosa. Ver a propósi-
to Odalís G. Pérez: Literatura Dominicana y Memoria Cultura. Ed. Manatí, Santo Domingo,
2005, principalmente el capítulo titulado “¿Hacia dónde va la modernidad?”, pp. 149-
166, donde iniciamos un análisis y una critica a los diversos usos políticos e históricos
modernos y posmodernos.
4 En el sentido de “lo que ha quedado”, memoria real y dispersa de una realidad y un
conjunto de signos, señales y textos epocales.
5 Nos apoyamos en este sentido en toda la primera parte de Michel Foucault: Las pala-
bras y las cosas, Ed. Siglo XXI, México, 1978; Véase pp. 25-68.

395
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

mesianismo religioso, ideología histórica de un pueblo, estructura política


del Estado, estructura económica y jurídico-política de la sociedad, no ex-
cluye la vida misma (colectiva o individual) de una comunidad histórica
y lingüística, de avances lentos y torsiones violentas, particularizadas a
través de la economía, la política, la religión, el lenguaje, la educación, la
literatura, el arte y todas las formas ideológicas vecinas enmarcadas en la
superestructura. Las instancias y regiones señaladas, caracterizan la pe-
riodización y la utilidad del significado mediante declaraciones, testimo-
nios y documentos.6 Estos últimos revelan, como se podrá observar, tanto
la mentalidad epocal, así como la mentalidad histórica y política tal como
se hace observable en los diversos relatos o relaciones historiográficas. Las
tensiones gubernamentales se convierten en tensiones del poder político,
determinantes en los diversos períodos republicanos de la segunda mitad
del siglo XIX y a todo lo largo del siglo XX. En los Documentos para la histo-
ria de la República Dominicana, compilados por Emilio Rodríguez Demorizi,
existe la revelación y relación de formas históricas divididas y validadas
por la interpretación tradicional de los textos y documentos7, pero que, de
todos modos, dicha interpretación no agota el significante histórico-cultural
que en la cronología se expande mediante el argumento, la demostración
y la conclusión, en los resultados finales de toda lectura. Los diversos
cronotopos epocales funcionan como estructuras genéticas y sincrónicas,
mostrativas de la vida misma, segmentada secuencialmente por miradas
ideológicas particulares. Veamos, pues los efectos retóricos y estratégicos
de la siguiente manifestación histórica:

“La atención decente y el respeto que se debe en la opinión de todos los


hombres y al de las naciones civilizadas, exige que cuando un pueblo que

6 Véanse en este sentido los documentos para la historia de la República Dominicana


compilados por Emilio Rodríguez Demorizi en las siguientes referencias: Emilio Ro-
dríguez Demorizi: Documentos para la historia de la República Dominicana, Ed. Montalvo,
Ciudad Trujillo, 1944, Vol.I; y, Vol.II, Ed. El Diario, Santiago, R.D., 1957. Es importante
destacar también que las nuevas perspectivas historiográficas posmodernas motivan la
necesidad de una narrativa histórica basada en la idea de reconocimiento y alteridad.
7 Como podemos observar en las opciones escriturarias de Américo Lugo, Carlos Nouel,
Federico Henríquez y Carvajal, Max Henríquez Ureña, Alcides García Lluberes, Leó-
nidas García Lluberes, Máximo Coiscou Henríquez, Vetilio Alfau Durán, Pedro Tron-
coso Sánchez, Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, Víctor Garrido, Hugo Eduardo
Polanco Brito y otros.

396
ha sido unido a otro, quisiere reasumir sus derechos, reivindicarlos, y disol-
ver sus lazos políticos, declare con franqueza y buena fe, las causas que le
mueven a su separación, para que no se crea que en la ambición o el espíritu
de novedad que pueda moverle. Nosotros creemos haber demostrado con
una constancia heroica que los males de un gobierno deben sufrirse mien-
tras sean soportables, más bien que hacerse justicia aboliendo las formas;
pero cuando una larga serie de injusticias, violaciones y vejámenes, conti-
nuando al mismo fin, denotan el designio de reducirlo todo al despotismo
y a la más absoluta tiranía, toca los sagrados derechos de los pueblos y a su
deber sacudir el yugo de semejante gobierno y proveer a nuevas garantías,
asegurando su estabilidad y su prosperidad futura. Porque reunidos los
hombres en sociedad con el solo fin de conspirar a su conservación, que es
la luz suprema, recibieron de la naturaleza el derecho de proponer y solici-
tar los medios para conseguirle; y por la misma razón, tales principios los
autorizan para precaverse de cuanto pueda privarles de ese derecho, luego
que la sociedad se encuentra amenazada”.8

Esta declaratoria, al tiempo que se produce como argumento histórico


formaliza un discurso-proyecto para la constitución de un nuevo Estado
moderno, que más tarde será negociado como veremos en otros documen-
tos de la época.9 La historia produce los diversos topoi y logoi de una crítica
en germen, y además, de un juicio que se consolida en el argumento sepa-
ratista definido por los representantes de una democracia del pensamien-
to. Una visión de los signos políticos y culturales, se articula en dicho
documento como acción ideológica y tramatización de un relato articulado
sobre la idea de cultura-sociedad. Las voces que hablan en el documento
son las voces de una intelectualidad comprometida con la idea de un Esta-
do dominicano independiente y soberano, pero como veremos, distante de
transformaciones modernas y de un marco sólido e independiente.

8 “Manifestación de los pueblos de la parte este de la isla antes Española o de Santo


Domingo, sobre las causas de su separación de la República Haitiana”. 16 de enero de
1844, en Documentos…, Vol. I, op. cit. pp.7-17. En tal sentido, ver también Emilio Rodríguez
Demorizi: El Acta de Separación Dominicana y El Acta de Independencia de los Estados Unidos de
América, C.T., 1943.
9 Ver Emilio Rodríguez Demorizi: Documentos para la historia de la República Dominicana,
Impresora Dominicana, Ciudad Trujillo, 1959, Vol. III; la línea argumental de la docu-
mentación ofrecida en este sentido, muestra en su ritmo la exégesis histórica naciona-
lista; ver, pp. 85-109 y pp.200-267, passim.

397
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

La voz oculta del texto nos informa también de cierto acuerdo tácito de
pacificación, reconocido por una parte de nuestra intelectualidad, luego de
la efímera independencia de Núñez de Cáceres. Se creyó en una bonanza
económica favorecida tanto por la parte oriental, como por la parte occi-
dental de la isla. Se accedió a la ocupación como un recurso estratégico
y temporal que más luego se derrumbó como trama política y económica.
Tanto la declaratoria, así como toda la opinión de sectores involucrados
con el compromiso de una nueva visión epocal, convergen en la articulación
esencial de un nuevo y vigoroso Estado nacional, cuya base sería la unifi-
cación de ideales patrios con finalidades creadoras desde el punto de vista
cultural, religioso, económico, político, literario lingüístico y artístico.

Sobre la ruina histórica de estas representaciones o discursos, se yer-


guen algunas posiciones intelectuales, seudofilosóficas y antipatrióticas,
bajo la consigna estratégica del nacionalismo dominicano y del hispanismo
finisecular. Estas tendencias o construcciones históricas se presentan, en
muchos casos, como “seudoconcreciones” exteriores a la historicidad de
los signos y las formas culturales. Los discursos políticos se perfilan en-
tonces mediante los hablares en contexto, como también se podrá observar
en el tramado que va de 1916 a 1924.10

Observamos todo un ensanchamiento de la escritura epocal revelada a


través del documento y la literatura instituida en el contexto de un desver-
tebramiento ideológico y una conjunción política, como relación testimonial de
las diversas alteridades tardomodernas o posmodernas, pero además, de
las necesarias y diversas promesas que promueven la univocidad y pluri-
vocidad del signo-texto histórico, escamoteado o personificado a través
del posicionamiento político y la razón de Estado.11 Ésta, indudablemente
penetra y dirige mediante las armas y la coerción burocrática, los índices
advertidos por el manuscrito, el testimonio y la tachadura textual. Dichas

10 Ver las motivaciones y consideraciones críticas de Max Henríquez Ureña en Los


Yanquis en Santo Domingo. La verdad de los hechos comprobada por datos y documentos oficiales,
Santo Domingo, Editora de Santo Domingo, 1977.
11 Para dicha problemática, véase Odalís G. Pérez: República Dominicana: el mito político
de las palabras, Ed. Manatí, Santo Domingo, 2004; principalmente el ensayo titulado “El
político y el príncipe: la miseria de la razón política”, pp. 245-263.

398
huellas, testimonios y tachaduras,12 se revelan en el documento o fuente
necesaria para la interpretación histórica y la comprensión sociodiscursi-
va, en una dramaturgia de gestos políticos que veremos específicamente en
el contexto de los años 60 y 70 del siglo XX.

El documento revela y “habla” si es interrogado; si es puesto en condi-


ciones de extender la polidiscursividad o polilogos en la intrahistoria domi-
nicana. La estructuración de formas documentales o actos de discursos, se
reconoce en la declaratoria del sujeto histórico.

Veamos qué ocurre en la primera mitad del siglo XIX con la perspectiva
de liberación o separación:

“He aquí por qué los pueblos de la parte Este de la isla antes Española
o de Santo Domingo, usando del suyo, impulsados por veintidós años de
opresión y oyendo de todas partes los clamores de la patria, han tomado
la firme resolución de separarse para siempre de la República Haitiana,
y constituirse en Estado libre y soberano… Cuando en febrero de 1822, la
parte oriental de la isla, cediendo sólo a la fuerza de las circunstancias, no
se negó a recibir el ejército del general Boyer, que como amigo traspasó el
límite de una y otra parte, no creyeron los españoles dominicanos que con
tan disimulada perfidia hubiese faltado a las promesas que le sirvieron de
pretexto para ocupar los pueblos, y sin las cuales, habría tenido que ven-
cer inmensas dificultades y quizás marchar sobre nuestros cadáveres si la
suerte le hubiese favorecido. Ningún dominicano le recibió entonces, sin
dar muestras del deseo de simpatizar con sus nuevos con ciudadanos: la
parte más sencilla de los pueblos que iba ocupando, saliéndole al encuen-
tro, pensó encontrar en el que acababa de recibir en el Norte el título de
pacificador, la protección que tan hipócritamente había prometido. Mas a

12 Utilizamos estas denominaciones en el marco de la teoría, la escritura y las deter-


minaciones gramatológicas derridaneas. Ver, Jacques Derrida: De la Gramatología, Eds.
Siglo XX, México, 1978, Posiciones, Eds. Pre-textos, Valencia, 1977; La filosofía como ins-
titución, Juan Granico Ed., Barcelona, 1984; Márgenes de la filosofía, Ed. Cátedra, Madrid,
1988; La desconstrucción en las fronteras de la filosofía, Eds. Paidós, Barcelona, 1989;La escri-
tura y la diferencia, Eds. Anthropos, Barcelona, 1989; El lenguaje y las instituciones filosóficas,
Eds. Paidós, Barcelona, 1995; Espectros de Marx, Ed. Trotta, Madrid, 1995; Mal de archiva,
Ed Trotta, Madrid, 1997; Fuerza de ley, Ed. Tecnos, Madrid, 1997; Aporías, Ed. Paidós,
Barcelona, 1998; Cómo no hablar y otros textos, Proyecto A Ed., Barcelona, 1997, y otros.

399
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

poco, al través del disfraz que ocultaba las siniestras que traía, advirtieron
todos que estaban en manos de un opresor, ¡de un tirano fiera! ¡Al entrar
en la ciudad de Santo Domingo, entraron con él de tropel los desórdenes
y los vicios! La perfidia, la división, la calumnia, la violencia, la delación, la
usurpación, el odio y las personalidades, hasta entonces poco comunes en
estos inocentes pueblos”.13

“Privándonos, contra el derecho natural, se sigue afirmando en dicho


documento hasta de lo único que nos quedaba de españoles: ¡del idioma
natal!, y arrimando a un lado nuestra augusta religión, para que desaparez-
ca de entre nosotros; porque si cuando esa religión del Estado, si cuanto
estaba protegida, ella y sus ministros fueron despreciados y vilipendiados,
¿Qué no será ahora rodeada de sectarios y de enemigos?”14

El conjunto de signos interpretados en el orden enunciativo, nos permi-


te evocar una historia trabada, bloqueada en el encuentro mismo de dos
discursos representativos de las dos metrópolis, con influencia en la isla
y que ya existían como tradición: España y Francia. Debe recordarse que
los “españolizados” y “afrancesados”, se vieron involucrados en una trama
epocal que aún espera ser estudiada y elucidada en sus efectos. Las varias
voces representativas del discurso dominante y del discurso oprimido, re-
claman en el marco de la polémica histórica conocimientos, justificacio-
nes y compromisos que, en muchos casos, se pervierten y quedan como
negocios para los futuros jefes de Estado y grupos políticos dominantes
que nada han hecho por la recuperación de una diferencia que solicita sus
funciones en el espacio de la contemporaneidad.15

A través del documento puede interpretarse una voluntad afirmativa de


un principio asumido de separación, diferencia cultural y política. El mis-
mo teatro histórico-social y político de un discurso despótico, engendra las
funciones democráticas y libertarias. El campo ideológico de resistencia y
diferencia, dramatiza los acontecimientos a través de la mirada política y
el discurso oprimido:

13 Vid. Doc. cit., vol. I, pp.8-9.


14 Ibídem; pp. 11-12.
15 Ver en este sentido nuestra crítica en República Dominicana: el mito político de las palabras,
op. cit. pp. 17-27.

400
“A pretexto de que esta parte se pensaba en una separación de territorio,
por Colombia, llenó los calabozos de Puerto Príncipe de los más ardientes
dominicanos, en cuyos pechos reinaba el amor a la patria, sin otras aspi-
raciones que las de mejorar de suerte y que se nos igualase en derechos y
respetasen nuestras personas y propiedades; otros padres de familia tu-
vieron que expandirse para librarse de las persecuciones que se les hacían.
Y cuando calculó realizados sus designios y asegurando el objeto que se
había propuesto, les puso en libertad, sin ninguna satisfacción, de los agra-
vios ni de los perjuicios recibidos. En nada ha variado nuestra condición:
los mismos ultrajes, los mismos o mayores impuestos, el mismo sistema
monetario sin garantía alguna que labra las ruinas de sus pueblos y una
constitución mezquina que jamás hará la felicidad del país, ha puesto el
sello a la ignominia…”16

La recesividad histórica. ¿No es la historia moderna un modo de pensar los


órdenes secuenciales y eventuales a través de la relación lenguaje-actua-
ción? En efecto, los actuantes históricos están asimilados en un movimien-
to ascensional de la discursividad histórica, pues el espacio de la historia
se pronuncia en la semiosis del documento o el corpus de acontecimientos.17
La materialidad documental y el espesor de sentido permiten en algunos
casos entender el fundamento crítico del significado histórico, actualizado
en el contexto de las diversas tramas ideológicas y políticas. De ahí que la
recesividad histórica sea concebida entonces como un movimiento dirigi-
do de participaciones sociodiscursivas y cronologías, cuya finalidad es la
demostratividad misma de la razón histórica.18 La disolución de la razón
histórica se percibe en la crisis institucional que en Hispanoamérica, por
ejemplo, se advierte en el conflicto de la miradas ideológicas, esto es, en a) El

16 Doc. cit, Vol. I, pp.11-12.


17 Toda esta perspectiva asegura una concepción semiótica y antropológica de la his-
toria que encontramos en Boris Uspensky: Historia sub especie Semioticae, en Jurij Lotman
y Escuela de Tartu: Semiótica de la cultura, Ed. Cátedra., Madrid, 1979, pp.209-218. El
concepto de semiósis es de proveniencia peirceana. Ver.
18 El concepto de recesividad es genético y diasincrónico pero involucra también el de
“razón histórica” en el sentido diltheyano de la hermenéutica histórica. Ver Wilhelm
Dilthey: Introducción a las ciencias del espíritu, Alianza Editorial, Madrid, 1986. Un texto
importante por su tratamiento crítico historiográfico es el de Inman Fox: La invención de
España, Ed. Cátedra, Madrid, 1997.

401
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

conflicto teológico de la historia; b) La conflictividad lógica del discurso


epocal de Indias; y c) La conflictividad ideológica de las generaciones his-
tóricas independientes (1812-1912). Este proceso se articula, en la Amé-
rica continental en el contacto político, filosófico e histórico denominado
España-América y que hoy día se manifiesta en una estructura ramificada
de corrupciones sobre el acontecer histórico común.19

El antecedente sociopolítico y cultural es lo que posibilita en este caso la


asimilación, la participación y la ruptura de un discurso epocal con acota-
ciones que parten de la mirada histórica.20

La historia: el discurso de la relevancia. La instancia general y particular del


acontecimiento real admite una explicación de los grados ocurrenciales y
de la narrativa misma de la tramatización histórica. Pero el trauma históri-
co21 produce también la relevancia político-discursiva. Siendo el discurso
histórico una semiosis agencial, sus categorías, formas y conceptos ubican
y promueven la dinámica interna y externa de los actuantes y su trama.

Los signos históricos configuran una proliferación de tiempos y espacios


ideológicos, pues los acontecimientos se suceden desde la señal, el síntoma
y por último el signo. La historia implica y explica su propio pulso a través
de una relación de espejos y signos, cuya acción principal será la signatura-
escritura. En la formación del pensamiento histórico peninsular (Pedro Com-
postelano, Luis Vives, Huarte de San Juan, Juan de Mariana y otros) la signatura, en
tanto que significancia y estructura de orientación interpretativa, traduce
las particularidades de la actuación histórica.22 En efecto, la discursividad
histórica transmite sus argumentos mediante la acción de los sujetos en

19 Un texto importante por su tratamiento crítico historiográfico es el de Inman Fox:


La invención de España, Ed. Cátedra, Madrid, 1997.
20 Y aquí, el concepto de mirada histórica no es panorámico, sino más bien crítico-cultu-
ral. Vid; Odalís G. Pérez: Literatura Dominicana y Memoria Cultural, op. cit. pp. 213-239.
21 A propósito de la escritura de la historia vista desde el trauma social y político, véase
Dominick la Capra: Escribir la historia, escribir el trauma, Ediciones Nueva Visión, Buenos
Aires, 2005.
22 El concepto de actuación histórica implica un relato, una travesía, una dialógica
intertextual. Este marco de escritura de la historia, del escrito y sus acentos ideológicos
se puede observar en Roger Chartier: El presente del pasado, Universidad Iberoamericana,
México, 2005.

402
contexto, esto es, mediante la “sujetividad” históricamente determinada.
La semiótica histórica23 será entonces la travesía conformadora de acon-
tecimientos, selecciones y soluciones, estimadas por locutores o hablantes
históricos que a su vez conforman en estructura y coyuntura el documento,
el corpus y el escenario institucional. La historia entonces impone, facilita,
reconoce y pronuncia el discurso de la relevancia a través de la disensión,
lo diverso, lo contradictorio y su dialéctica negativa.24

Historiar una formación social y cultural en esta cardinal de interpreta-


ción, significa incluirse como sujeto en la perspectiva, alteridad y tempo-
ralidad del texto o documento en cuestión. Sucede que dicha travesía, esto
es, la indagación y aproximación al estudio de la estructura epocal, da lugar
al nacimiento de los signos que hemos denominado epocales, pervertidos
por la visión teórica de las lecturas oficiales corrompidas, para así lograr su
permanencia en las clases y grupos que ejercen su influencia en, y, desde la
estructura de poder y a partir de una insurgencia alternativa.

Así pues, la literatura surgente desde la historia, verifica el criterio in-


formativo-discursivo, exteriorizando los intereses del documento social y
la filiación de una instancia histórica y administrativa. Como en el cuadro
abierto del neoliberalismo y el neoconservadurismo actual, los signos eco-
nómicos, las fuerzas productivas y las relaciones de producción, desarro-
llan la idea de progreso y estabilidad… “desestabilizada”, haciéndose visi-
ble un cuadraje de gestos, fórmulas, soluciones e imágenes predominantes,
permitiendo una dinámica observable mediante la lectura de los textos y
las visiones desencadenantes, esto es, las visiones de los representantes es-
tatales o públicos que administran el discurso institucional y político de la
época. El tiempo corroe los usos contables, argumentativos, morales, jurídicos y
lógicos, para de esa manera producir un tipo de legitimidad del escrito don-
de la razón política se desafirma en el discurso oprimido, pero se impone
desde la ley reconocida y asumida por el discurso de Estado. La historia

23 Podemos utilizar la perspectiva de John Deely: Los fundamentos de la semiótica, Univer-


sidad Iberoamericana, México, 1990, pp. 319-338.; ver, además Jorge Lozano: El discurso
histórico, Alianza Editorial, Madrid, 1980.
24 Confirmar este aserto en Luiz Costa Lima (Historia. Ficcão. Literatura) (Historia.
Ficción. Literatura) Ed. Companhia das letras, Sao Paulo, 2006.

403
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

política y gubernamental, en este caso, es legitimada por una cierta legali-


dad de los signos culturales entendidos y extendidos en la sintaxis social
y cultural, esto es, en un orden direccionalizado de signos-fuerzas cuya
movilidad es el espesor de su propia materialidad.25

Las interpretaciones filosóficas y semántico-históricas de los discursos


políticos vigentes, imponen su propia mirada y sus propios argumentos
en un proceso que se articula en la lectura de sus formaciones y desde sus
diversas conjunciones temporales. Las lecturas ocultas y estratégicas se
presentan y representan, como ya hemos visto, en tejidos que van constru-
yendo en proceso, una conciencia histórica donde se forman las estructu-
ras, categorías, signos y funciones de la identidad cultural.26 Desde esta
construcción surge la novela, el cuento, la poesía y demás géneros discur-
sivos, cuya visión encontraremos impulsadas en la historia en el sentido
estático-dinámico de toda construcción interpretativa. (Over, La Mañosa,
Cañas y bueyes, Los ángeles de hueso, La mosca soldado, La magia de la dictadura, El
masacre se pasa a pie, Princesa de Capotillo, El personero, El hombre del acordeón, Los
manuscritos de Alginatho, La estrategia de Chochueca, Papi y otros).

Si la historia documenta a través del texto y la interpretación,27 el sujeto


productor de la lectura reconocerá las estrategias de discursos muchas ve-
ces convergentes, que a su vez diseñan una constelación de juicios, cuyos
valores se pronuncian en la dinámica misma de los universos ideológicos
y narrativos, como muy bien puede observarse en la direccionalidad del
siguiente documento histórico, situado en una perspectiva un tanto rígida
y permanente del campo discursivo:

“El día 8 del corriente a la una y media de la tarde entró en esta capital


el general Pedro Santana en medio de una escolta de trescientos caballos,
al mando del general de división José M. Cabral, quien lo puso inmediata-
mente a la disposición del general Francisco Sánchez, actual comandante
de Armas, en cuya casa se le había preparado alojamiento por orden del go-

25 Consultar en este sentido Rene Remond et ali…: Hacer la historia del siglo XX, Eds.
Biblioteca Nueva, Madrid, 2004.
26 Ver Inman Fox, op. cit , pp. 111-157, y pp. 185-210.
27 Tal como podemos observar y leer en las novelas referidas.

404
bierno. A pesar de que el Honorable senado consultor había decretado de
acusación a Santana en virtud de denuncias populares y de quejas aisladas
de individuos y familias, dejando empero al Exmo. Sr. Presidente de la Re-
pública la facultad de tomar la disposición más conveniente al bienestar de
la nación, el gobierno ha querido salvar la patria sin que sus actos revelen la
más ligera irritación. Así pues, Santana después de haber sido tratado con
todo el miramiento de que él no tuvo jamás idea durante el tiempo de su
poder ha salido del país el día 11 a media noche a bordo de la goleta nacio-
nal ‘Ozama’ acompañado por el señor ministro de la guerra, el comandante
de armas, los generales del Cibao Hungría y Batista y de algunos oficiales
superiores y subalternos.”28

Los documentos epocales del siglo XIX revelan aspectos particulares y


de interés para la nación, básicamente cuando se trata de una figura his-
tórica contradictoria y cuya definición aun no logra estructurarse de for-
ma acabada. El destierro como signo-discurso de la historia política es, en
la declaración citada, la función de poder y exclusión utilizada por Pedro
Santana de manera fría y autoritaria sufrida también por él como pago es-
perado por gran parte del pueblo dominicano y de la intelectualidad que
sufrió los embates de su posición administrativa, dictatorial, militar e in-
dividualista, en el plano de las decisiones políticas y jurídicas. El juicio
histórico es aquí sobreentendido, como consecuencia de la animadversión
en contra de la Inteligencia o intelectualidad de la segunda mitad del siglo XIX.
El relato de los hechos (1857) estructurado en los tres focos principales de
todo discurso (Fi + Fd + Fc) (foco inicial = foco de desarrollo + foco de
cierre), le permite al intérprete observar los detalles de la ejecutoria estatal
en contra de quien nunca favoreció la autonomía como particularidad his-
tórica, sino que, por el contrario, destructuró el discurso de la relevancia
a favor del discurso de la figura histórica, imponiendo su fuerza y decisión
militar por encima de todo pensamiento crítico o razón abierta.

Más adelante, y en el mismo documento, se advierte a través de una re-


dacción efectual, propiciadora de una retórica del pensamiento republicano

28 Emilio Rodríguez Demorizi: Documentos para la historia de la República Dominicana, Vol.

II, 1947, op. cit. pp. 215.

405
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

predominante, la contradictoria presencia de un personaje colectivo cier-


tamente desdibujado por el juicio oficialista del documento:

“El pueblo formaba parte de aquel cortejo marcial cuya gravedad no alte-
ró con un solo signo de desorden: él supo respetar la desgracia del hombre
para quien nada hubo respetable sobre la tierra, probando con su noble
conducta la injusticia con que se le había tratado y lo digno que es de ser
gobernado por principios expansivos y filosóficos”.29

Los tópicos de este fragmento histórico-narrativo son los constituyen-


tes de un evento cuya fuerza pragmática estriba en describir la relación
personaje-historia, personaje-tiempo y personaje acción en el marco de un
pronunciamiento político y jurídicamente determinado por la burocracia
estatal republicana. Pedro Santana y el santanismo histórico, en cuyo so-
porte gubernamental descansó el principio individualista de la autoridad
militar y estatal, crearon en la República Dominicana moderna estructuras
coercitivas política y administrativamente disfuncionales. La intelectua-
lidad de tendencia liberal en sus ejecutorias antigubernamentales, guber-
namentales e independientes, alentó el principio de desobediencia civil e
ideológica, tal como puede advertirse en Emilio Rodríguez Demorizi: San-
tana y los poetas de su tiempo, Editora del Caribe, Santo Domingo, 1969.30

Siguiendo las pautas del mismo documento, arribamos al conocimiento-


presentación de la desgracia de Santana y el santanismo, así como de toda
su razón dominante en la historia y el pensamiento moderno dominicanos.
La redacción del documento, aunque defectuosa en su trama discursiva, es
reveladora del sentimiento histórico-epocal y social:

“Pero cómo marchaba al ostracismo el hombre que convirtió este castigo


en una necesidad universal?… Presentó al infortunio aquella faz adusta que
siempre manifestó al dolor de sus semejantes, y supo despotizar la desgracia
con el desdén de su alma fría y con la insensibilidad de su estoicismo… (S.N.)  No, sin
duda –¡Santana lloraba!– Santana sollozaba; y sollozaba por sí y para sí.
Su yo, tan deificado por él, era el objeto de sus pesares y al que tributaba

29 Doc. cit., vol. II, p. 216.


30 Ibídem., op. cit.

406
la ofrenda de esas primeras lágrimas que vertió en su vida, sino se cuentan
las que acaso derramó al nacer, como tributo universal de nuestra especie.
Pero lloraba… y llorando por una causa cualquiera comienza ya a reconci-
liarse con la humanidad que detestó por instinto”.31

Se asiste a una biografía del espíritu político de la época, del poder que
ya no se tiene, de un poder derruido por sus propios engendros, pero más
que eso, de un poder estratégico desarticulado y que ha sido cuestionado
por la conciencia histórica dominicana moderna. El acontecimiento del
destierro de Santana crea varias voces y registros que, a fuerza de ser polé-
micos y a veces contradictorios, merece la pena citar desde el documento
histórico mismo:

“Nosotros consignamos los hechos de acuerdo con la rigidez histórica.


Por lo demás, si hubiésemos de decir nuestro pensamiento confesaríamos
que nos hemos equivocado completamente” (¡!).32 Y más adelante, en la
misma línea argumentativa y desde un mismo registro histórico se afirma
lo siguiente:

“Nosotros creíamos que Santana no debía parecerse al común de los


hombres, así como en su prosperidad no tuvo con ellos punto de contac-
to. Pensábamos que a él solo convenía el sublime mutismo de Vergniaud.
Alguna que otra palabra conceptuosa y nada más. Santana, semejante al
estoico, debió haber dicho:

“Dolor, jamás confesaré que eres un mal” y al marchar al destierro, a la


muerte, donde quiera, debió haber manifestado aquella salvaje satisfacción,
aquel aspecto glacial con que contempló la agonía del mártir, los gritos de
la viuda, los ayes del huérfano, la miseria de tantas familias, la corrupción
de algunas; todas las consecuencias de su asolador sistema”.33

Indudablemente, el texto-documento dialoga con la contemporaneidad


y principalmente con los actores de la política actual, quienes reproducen
el esquema práctico del escenario político en cuestión. La debilidad del

31 Doc. cit. Ibíd.


32 Loc. cit.
33 Ibídem; pp. 216-217.

407
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

santanismo histórico se pone de manifiesto en dicha narración, pero tam-


bién en el período de gobierno posterior, cuando éste, olvidándose de tal
humillación, arremete aún con más decisión contra sus enemigos potencia-
les: La intelectualidad dominicana y la idea de autonomía e independencia,
construida sobre bases necesariamente democráticas; la ideología trinita-
ria de 1838-1844, todavía tiene sus adeptos, pero además su memoria será
parte de la tradición política dominicana tardomoderna.

Santana y el uso de la autoridad por la autoridad misma caen en el des-


crédito, no solamente por la corrupción, el crimen y la capacidad de mentir
y manipular procesos eleccionarios o decisionales, sino, por claudicar ante
una situación despótica y desgraciada como la analizada. Lo que pierde ca-
tegoría no es su valentía histórica, sino el hombre que desde que se mascara
se devalúa y va perdiendo terreno político:

“Este (Santana) ha sido desacreditado tristemente por su autor, que no


supo recibir al mismo precio a que acostumbraba dar; y que al afligirse
como el vulgo de los hombres al aspecto de la mala suerte se despojó del
único prestigio que podía quedarle; es decir, de la majestad del crimen, si
así puede decirse”.34

El documento no nos engaña, pues por encima de todo, aunque en el foco


de comienzo y el foco de desarrollo se nos muestre y analice a un tirano emble-
mático digno del rechazo político-ideológico de la época, al final, dicho
documento se contradice como favorecedor de una conciencia santanista
subyacente, esto es, una conciencia reivindicadora de su “moral”:

“Sin embargo, el último paso de Santana ha sido un argumento a favor de


la virtud, probando que ésta sola puede comunicar al alma suficiente ener-
gía en momentos supremos; y que todos los que hacen de la humanidad un
ludibrio se convierten en este desagradable tipo”.35 El discurso jurídico y
político de la nación somete la personalidad del tirano a un examen moral,
pero es el discurso filosófico de la nueva estructura de poder el que parte
de estos elementos, para así reconstruir al personaje y su escenario. El go-

34 Ibídem., p. 217
35 Loc. cit.

408
bernante, a pesar de su frialdad, es un hombre con ciertos “sentimientos
nobles”, lo que puede observarse en su desgracia política. Y es que desde
aquí, sólo se advierte la proyección humana, luego de desaparecer el héroe
y la máscara:

“Cayó la máscara; desaparece el héroe, y solo queda el hombre”.36

Este segmento textual ubicado dentro del contexto de una sentencia trá-
gica, admite el reconocimiento de una dualidad histórica llena de poderes y
estructuras burocráticas que ponen y disponen de la realidad social y pú-
blica y de sus circunstantes temporales. El incidente del destierro o la ex-
clusión presentan al general Pedro Santana como un hombre que, lejos de
rebelarse contra el argumento de expulsión, lo acepta con el agravante de
la impotencia que él nunca pensó sentir ante tal tipo de determinación”.37

En esta perspectiva la ideología caudillista dominicana, se impone como


una coerción de tipo político y militar, solicitando una audiencia popular
que produzca el estallido antidictatorial. El documento 76 le sirve de apo-
yatura al doc. 75, dejando para un efecto posterior la escritura y la lectura
de estos signos y discursos epocales. El general de división y comandante
de armas interino Francisco Antonio Salado, de la común de Moca, hace
una proclama y un llamado a los habitantes de dicha común donde, ade-
más se reconoce su incidencia desde la actitud militar y gubernamental
antisantanista:

“Dominicanos.- Una sola vez fue bastante para que concurrieseis al lla-
mamiento de la Patria; y trayendo con vosotros vuestras armas, habéis per-
manecido firmes hasta obtener la ulterior resolución del superior Gobier-
no: en su nombre y acatando sus órdenes, lancé las mías para convocaros
con presteza por exigirlo así la conveniencia pública. Pero, hoy que ya
cesaron las causas que dieron motivo a tomar esa medida, hoy que la Repú-
blica se ha salvado de todos los manejos secretos que fraguaran sus enemi-

36 Ibíd., loc. cit.


37 Práctica esta que se repite como “arquetipo” en la historia dominicana contemporá-
nea, y principalmente en el ámbito de la gobernabilidad y la pérdida de poder. Véase la
imagen conformada de Trujillo y Joaquín Balaguer en el ámbito de la actual historiogra-
fía y de una política de la interpretación de la historia dominicana.

409
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

gos internos; y hoy, en fin, que éstos se hallan entregados al brazo poderoso
de la justicia, me congratulo en extremo, en podéroslo anunciar en este
día, para que volváis a vuestros hogares a reposar tranquilos. Ciudada-
nos: La actitud, voluntad y patriotismo, que habéis demostrado en esta vez
me llena de la más grande satisfacción; y cuento con todos vosotros, y con
vuestra franca cooperación a favor de nuestra santa causa, en los casos de
agresiones internas o externas, para salvar como hasta aquí la república de
su criminales e infatigables enemigos”.38 Es evidente que, a través de una
retórica militar, propiciadora de principios basados en actitud, voluntad y
patriotismo, se evidencia una ejecutoria cuyo discurso será la defensa de
los intereses gubernamentales. Las palabras aquí son portadoras de signi-
ficados políticos y gubernamentales, pero también funcionan como fuerzas
significantes y formas de coerción justificadas por el aparato de poder. Esa
es la fuerza baecista, la retórica, el argumento y la demostración a partir del
contrato y la ley. Tanto el contrato como la ley serán vapuleados por un
sistema de información y contrainformación militar proveniente de ban-
dos con doble función estratégica. El patriotismo invocado en su perspec-
tiva política y militar olvida que en el transfondo de todo “juego” político,
existe una cultura de la esperanza, pero también una cultura de la palabra
aristocrática diluida en el período republicano por la ausencia de fuerzas
tradicionales, trinitarias y revolucionarias en el país.

Esta aristocracia de la palabra será una fórmula de persuasión y un modo de


imponer un tipo de instancia accional, conveniencia política y pública ins-
truida desde la palabra políticamente activada, actualizada y sagazmente
impuesta por el orden personificado históricamente por Báez o Santana
hacia finales del siglo XIX, y cuya influencia fue determinante a todo lo
largo del siglo XX.39

El mismo llamamiento pro-baecista de Francisco Salcedo pronunciado


el 18 de enero del año 1857, en Moca, constituye la discursividad política

38 Doc. 76, op. cit. pp. 217-218.


39 No en vano la historia del caudillismo en República Dominicana ha construido fi-
guras relevantes que hasta hoy han permanecido en el ecosistema político y económico
dominicano.

410
directa, movilizando a representantes no solamente de un ejército, sino
también de una política epocal en conflicto. Desde una base de pensa-
miento militar, rígida y dogmática, aprovecha Francisco Antonio Salcedo
para enviar o posicionar sus usos de poder amparado, sin embargo, en un
falso patriotismo, tal como puede observarse en el resto del documento:
“Santana y el uso de la autoridad por la autoridad misma
caen en el descrédito, no solamente por la corrupción, el
crimen y la capacidad de mentir y manipular procesos
eleccionarios o decisionales, sino, por claudicar ante una
situación despótica y desgraciada como la analizada”.

“Coroneles, comandantes, oficiales y soldados de los diversos cuerpos, os


doy en mi nombre y en el del superior gobierno las más expresivas gracias,
por vuestro exacto cumplimiento en el servicio: no digáis, que para nada
se les llamó a permanecer en esta plaza, pues razones de un interés general,
impelieron la movilización de tropas, en defensa de nuestra libertad, de
nuestra religión santa y augusta, y de nuestros más sacrosantos derechos
de propiedad, inseguridad e inviolabilidad, consignados por el pacto fun-
damental que nos rige; de este modo y sosteniendo estos principios, hemos
rechazado a los enemigos del orden, y de la república.40

Grados militares (coroneles, comandantes, oficiales, y soldados), cuer-


pos del orden ligados a funciones burocráticas específicas (superior go-
bierno, cumplimiento en el servicio, sacrosantos derechos); conceptuali-
zaciones jurídico-políticas (seguridad, inviolabilidad, pacto fundamental,
principios, enemigos del orden, república), estructuran un orden discur-
sivo impulsado por un vocabulario de instituciones políticas y públicas,
de tal manera que dicho discurso construye su visión mediante fórmulas
político-lexicales generalizadas, como muy bien puede observarse en la re-
tórica gubernamental y militar del período republicano y post-república-
no. Un análisis más concreto desde la semiótica histórica, arrojará mejores
resultados, para así contribuir al análisis de los diversos modos de signifi-
cación de la cultura dominicana moderna y contemporánea.

Discurso, Historia, Literatura y Sociedad se articulan en una interacción


donde los signos producen el acoplamiento entre materialidad y super-

40 Doc. cit. p. 218.

411
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano

estructura, texto político-texto histórico, interpretante/interpretación,


analizándose en estas relaciones los efectos y estructuraciones simbólicas
y significantes que instituyen los hablares políticos, tanto en el período
republicano, como en el período post-republicano. Todas las acciones gue-
rreras y estatales conducen a imponer un ordenamiento posicional y una
razón que hacen posible la unidad o la diversidad de un espacio referencial
restringido, pero que, a pesar de sus limitaciones, desoculta un tipo de con-
cepción propio de la figura histórica y sus funciones públicas, como muy
bien puede señalarlo toda la historiografía política, económica, filosófica e
institucional de nuestros días.

La figuración política se advierte, por lo mismo, desde la significancia


cultural y su representabilidad histórica, esto es, desde un movimiento
de configuración y mostración de estructuras políticas y psicológicas; de
todos aquellos funcionarios y militares baecistas, santanistas, lilisistas, ji-
menistas, horacistas y trujillistas que llegaron a formar una burocracia con
fines de estabilidad a nivel público, castrense y administrativo. Defender
la aristocracia de la figura histórica es sustentar el mito de la palabra po-
lítica, y a la vez el significado de una razón que lentamente abominaba
del verdadero sentimiento nacionalista.41 Dicho sentimiento fue fácilmen-
te vapuleado por la razón histórica dominante del período republicano y
post-republicano, tal como muy bien puede leerse en las gacetas oficiales
de la época (1885-1910) y en las colecciones de leyes del mismo período.

41 Vid Odalís G. Pérez: República Dominicana…, op. cit. pp. 200-246 y pp. 255-275.

412
Este libro se terminó de imprimir en diciembre de 2009
en Editora Corripio, en Santo Domingo,
República Dominicana.

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