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UNIVERSIDAD DE PANAMÁ

CENTRO REGIONAL UNIVERSITARIO DE COCLÉ

FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS POLÍTICAS

INTRODUCCIÓN AL DERECHO

“EL PRESTIGIO”

PROFESORA:
FLORELIA BONILLA

ESTUDIANTE:
MÓNICA ESTHER SÁNCHEZ
2-745-2255

FECHA DE REVISIÓN
5/9/2019
Introducción

A manera de realizar esta investigación, sentaremos base al


tema del “Prestigio”. Que particularmente fuera del ámbito de
la profesión del derecho, es para las personas cuestión de
honor y profesionalismo, de acuerdo a su conocimiento,
comportamiento, visión del sentido.
Pero en sí, se desarrollará el “prestigio a la abogacía” que
pretende darle sentido los abogados.
La función social de la abogacía, el fundamento esencial de su
prestigio, ha de radicar en la voluntad, en transmitir una
imagen de la profesión real y ajustada a lo que
verdaderamente es y no a lo que pueda parecer, una vez
alcanzados los parámetros deseados de formación y calidad,
basados en el estudio, el trabajo, el esfuerzo y la honestidad
como motores de la constante transformación y
modernización de la abogacía, logrando su excelencia.
EL PRESTIGIO

Frente al cometido de establecer al alcance de las exigencias


éticas vinculadas a las actividades del foro, conviene
justificar, con razones adicionales a las ya expuestas, la
pertinencia de dicho esfuerzo pero ahora, con relación a la
necesidad de prestigiar la abogacía.
Se dice que el ejercicio de la abogacía va por una dirección
correcta o adecuada cuando germe de un congruente
prestigio para esta profesión.
El ejercicio de la Abogacía requiere de una permanente
formación para la mejora profesional en el consejo y defensa
de los intereses de terceros ante los Tribunales. Compartimos
por su vigencia permanente la conclusión de Osorio al
considerar que “la Abogacía no es una consagración
académica, sino una concreción profesional”: nuestro título
universitario no es de “abogado”, sino de “licenciado en
derecho”. Y es que, para poder ejercer la profesión, el
“abogado” debe dedicar su vida a dar consejos jurídicos y
pedir justicia en los tribunales. Y quien no haga esto será todo
lo licenciado que quiera, pero no abogado. El abogado debe
aspirar a ser perfectible en su ejercicio profesional y no sólo la
madurez en la praxis resuelve esta ambición. Se precisa de un
ánimo vocacional abierto a nuevas técnicas que llevan a
adaptar y replantear en lo necesario el ejercicio al momento y
realidad social actual, lo que coadyuvará al respeto y
diferenciación de quienes usan la toga.
Juzgamos pues, que el jurista que posee una honesta
aspiración de dotar de legítimo prestigio a la abogacía, es
aquél que con genuino respeto de las normas, ha de poner,
“la moral por encima” de las leyes, paradójicamente, quien
más respeta el orden, no es quien más intensamente se
acoge a la norma, sino quien imbuido de un profundo
sentimiento de lo justo es capaz de reconocer el límite de la
norma, frente al requerimiento del ideal de justicia.
En este respecto, tomamos otra vez el planteamiento de
Osorio en donde nos dice “en el sentido que la moral nos
marque y pelear contra la ley injusta, o inadecuada o arcaica.
Propugnar lo que creemos justo y vulnerar el derecho positivo
es una noble obligación en el Letrado, porque no solo así no
sirve al bien en un caso preciso, sino que contribuye a la
evolución y al mejoramiento de una deficiente situación legal.
Para el juez, como para cualquier actividad pública, es para
quien puede ser arduo y comprometedor desdeñar la regla
escrita; y así y todo vemos que cada día los tribunales son
más equidad y menos de Derecho”..
Tomando en cuenta esta opinión decimos que la ética la ética
del abogado no se agota en la aspiración del perfeccionismo
de éste en tanto que la persona trasciende ese encomiable,
pero circunscrito objetivo, hacia un proyecto de más amplias
proporciones. Donde el el perfeccionismo del orden legal, la
elevación de la cultura política, que conlleve a la
disponibilidad institucional para la resolución pacífica de los
conflictos, y la consolidación de un entorno de tolerancia sean
premisas para la sociedad más humana; donde la abogacía
alcance la egregia condicional moral, de ser una profesión al
servicio de la justicia.

La mejor inversión es aquella que permita “fiar en si “ tanto


en lo moral como en el conocimiento del derecho, la
exhibición profesional, en su acepción noble de esos valores,
será determinante para que nos elijan, quienes a nosotros nos
juzgan: los clientes; y que en nuestra relación profesional se
mantenga y permanezca al tiempo la confianza y el respeto.
Tener recursos para vencer los momentos difíciles en los que
nos coloca el ejercicio de nuestra profesión, y resolver con
rigor y distinción jurídica sin perder la elegancia profesional
los conflictos que se nos da oportunidad de resolver, es lo
que, a mi juicio, nos otorga el prestigio y reconocimiento
profesional.
La función social de la abogacía, el fundamento esencial de su
prestigio, ha de radicar en la voluntad, tanto de los Letrados
como de los Colegios profesionales, en transmitir una imagen
de la profesión real y ajustada a lo que verdaderamente es y
no a lo que pueda parecer, una vez alcanzados los parámetros
deseables de formación y calidad -tanto humana como
profesional-, basados en el estudio, el trabajo, el esfuerzo, la
honestidad y la reivindicación como motores de la constante
transformación y modernización de la abogacía, logrando su
excelencia.
La abogacía no consiste en verter, continuamente y “ex
cátedra”, opiniones a vuelapluma que, en nada, se
corresponden con el resultado del previo estudio y la profunda
reflexión inherentes a cualquier dictamen jurídico,
conducentes inexorablemente a la reiterada comisión de
faltas, en ocasiones, insubsanables. Tampoco ha de
confundirse con la fútil búsqueda de cargos y honores que
únicamente persiga la satisfacción de vanidades personales,
sin otro noble objetivo de servicio a los demás.
Tampoco ayuda confiar la preparación, única y
exclusivamente, a las facultades de derecho y a las escuelas
de práctica jurídica, cuyo esfuerzo no puede más que
calificarse de encomiable, necesario e imprescindible para el
fin perseguido. Si toda esta labor no va acompañada de la
inestimable enseñanza del abogado veterano, experimentado
y curtido en mil batallas, incurriremos en un alto grado de
autodidactismo, tan peligroso como inconveniente.
El abogado, orientado en la dirección ética que hemos
subrayado, está en esa jerarquía de valores que plantea
Osorio, la cual pondera la moralidad por encima de la
sapiencia jurídica del letrado o letrada:
“En el abogado, la rectitud de conciencia es mil veces más
importante que el tesoro de los conocimientos. Primero es ser
bueno; luego, ser firme; después, ser prudente; la ilustración
viene en cuarto lugar; la pericia en el último.”
Estas consideraciones análogas que se exponen, las que
llevaron al autor que se ha citado a plantear en el tercero de
sus postulados del Decálogo del Abogado, aquel enfático
requerimiento: No te rindas ante la popularidad ni adules a la
tiranía.
PRESTIGIO DEL LENGUAJE
Sabido es que el lenguaje jurídico se caracteriza por la rigidez
de su estructura: esquemas invariables establecidos de
antemano (contratos, dictámenes, escritos forenses), con un
léxico muy conservador, preciso, de tecnicismos y fórmulas
con frases ausentes en muchos casos de la lengua estándar.
Ello limita la creatividad y subjetividad del emisor, pues no
puede hacer uso de metáforas no fijadas previamente, ni
improvisar una organización nueva para su mensaje, ni jugar
de forma personal con la lengua. La finalidad no es estética,
sino funcional; el estrecho margen al que debe ceñirse tiene
que servir para hacer su mensaje lo más transparente y
preciso posible: debe aprovecharse de los límites que la
norma y la tradición imponen, no asfixiar su prosa con ellos.
La pericia del que escribe y su buen uso del lenguaje
determinarán si lo que quiere expresar es entendido de forma
transparente por el receptor o si, por el contrario, la prosa es
oscura, la lectura tortuosa y el provecho poco.
El objetivo debe ser que los textos sean claros y concisos y,
por lo tanto, expliquen y convenzan de la mejor manera
posible, desterrando de los escritos todo rastro de oscuridad y
de ambigüedad.

LA TOGA DEL ABOGADO: UN SIGNO DE PRESTIGIO Y


PROFESIONALISMO
La toga de abogado es un signo de prestigio para cualquier
profesional del derecho, desde la antigüedad los concejales,
procuradores o jueces han utilizado togas para diferenciarse
de plebeyos o jerarquizar su rango, la tradición continuó, hoy
en día si entramos a un juzgado podemos observar a los
abogados y jueces vestidos con una toga de color negro.

Para los abogados la toga representa lo que la bata blanca e


inmaculada significa para los médicos, un signo de logro
profesional, es un elemento que caracteriza a los
profesionales y los distingue.

Los orígenes de la toga provienen de la antigua Roma, cuando


sus habitantes se llamaban a sí mismos como los “dueños del
mundo” y la “raza que viste la toga”, así se diferenciaban de
barbaros y esclavos.
Para aquel entonces, se distinguían cuatro tipos de toga, los
aspirantes a magistrados las llevaban de color blanco, los
magistrados adornaban sus togas con tiras de color púrpura y
los conquistadores con bordados de oro, pero las que
infundían más respeto, eran las togas de color púrpura con
adornos morados que llevaban los emperadores romanos.
La tradición de la toga permaneció hasta la actualidad, sólo
para los profesionales del derecho en el momento en que
ejercen sus funciones, es decir, llevan este atuendo en los
estrados, juzgados o actividades protocolares para
diferenciarse del público general. En muchos países la Ley
exige incluso el uso de las togas.

CONCLUSIÓN

Al ya conocer conocer aspectos que caracterizan al abogado


en su ámbito personal como a nivel profesional, hemos
acaparado que la abogacía, orientada en una dirección ética
que hemos subryado, está en una jerarquía de valores, donde
está muy bien expuesto lo citado por Osorio: “En el abogado,
la rectitud de conciencia es mil veces más importante que el
tesoro de los conocimientos. Primero es ser bueno; luego, ser
firme; después, ser prudente; la ilustración viene en cuarto
lugar; la pericia en el último.”
El abogado es un profesional liberal debidamente acreditado
por el Estado para ejercer la abogacía, conocedor de las
ciencias jurídicas y del derecho, cuya función principal es ser
auxiliar y colaborador de la justicia, y defensor de los
intereses, libertades y derechos fundamentales de los
clientes.

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