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Universidad de Valparaíso

Facultad de Medicina

Escuela de Psicología

LA SUMISIÓN DE LA MUJER
Una aproximación desde la perspectiva
psicoanalítica de Jessica Benjamin

Javiera Montecinos Paredes

Fernanda Retamal Gárate

17 de mayo de 2017
PROBLEMATIZACIÓN: Sumisión Femenina
Bajo la perspectiva psicoanalítica de Freud la mujer se comprende como aquel ser defectuoso,
carente de un miembro, castrado, aquello que no es hombre y, por tanto, su condición se traduce
en inferioridad (Ribas, 1999). Cuando la infante se percata de su privación del falo y que está será
permanente, asume en el marco de una relación donde la aspiración humana por la omnipotencia
es inevitable, una posición de sumisión respecto a un otro masculino, opuesto y poderoso. En otras
palabras, la sumisión femenina en términos freudianos se explica bajo un sistema cerrado y opuesto
compuesto por quien domina y el dominado (sumiso), donde el sujeto sólo puede posicionarse bajo
un aspecto a la vez y proyectar el restante en el otro (Benjamin, 1996). Esta estructura relacional de
dominancia masculina y sumisión femenina se organiza tras la superación del complejo de Edipo
que supone el establecimiento del desarrollo de la subjetividad de acuerdo al género. En este
modelo androcéntrico, para los varones la renuncia a la madre producto de la identificación paterna
permite el desarrollo de una subjetividad independiente, en este sentido, la figura materna supone
una amenaza para la autonomía de sus hijos al ser una fuente atractiva hacia la regresión infantil,
donde el padre, idealizado como el salvador y protector, permite liberarlos de su prisión afectiva
como un paso necesario para el desarrollo de la madurez. Por otro lado, las niñas al identificarse
con la figura materna mantienen la continuidad de un sí-mismo castrado, reconociendo que el padre
tiene más poder que ella y que la madre, asumiendo la inferioridad de su género. A su vez, como la
niña tampoco posee ningún medio para des-identificarse de la madre, es decir, no posee un
miembro, no enfatiza la autonomía, manteniendo el vínculo primario como soporte principal de su
identidad (Bochar, 2017). De ahí que, como el padre es el único capacitado para intervenir en pos
de un progreso hacia una adultez independiente, al no identificarse con la figura paterna, las niñas
no desarrollan un sí-mismo en términos de independencia, autonomía y autocontrol, por lo tanto,
el sometimiento se explica como el único medio por el cual la mujer sustituye la envidia del pene a
través de la dominación masculina (Ribas, 1999) (Benjamin, 1996).

De acuerdo con este enfoque, el problema de la sumisión femenina emerge de manera inevitable
ante el dominio masculino, aceptando una autoridad patriarcal como orden natural. Esta afirmación
revela un fuerte sesgo falocéntrico, así como una tendencia a ignorar la dimensión sociocultural
desde donde emerge la teoría (Espínola, 2005). En efecto, las contribuciones del padre del
psicoanálisis en cuanto a la psiquis femenina surgían desde observaciones clínicas carentes de una
postura científica y sin considerar la estructura sociocultural que envolvían sus casos. Para él, las
mujeres que no se reducían al sometimiento natural era producto de una fijación infantil de envidia
fálica (Ribas, 1999). En base a lo anterior, a propósito de una mayor incidencia del enfoque de
género en los diferentes campos de estudios, aparece el interés por la teórica psicoanalítica
respecto a la constitución de la subjetividad femenina entrelazando la perspectiva de género con el
psicoanálisis. Esta reformulación implicó incluir la noción de complejidad a fin de mantener un
carácter flexible y tolerante a las contradicciones, abordando y sosteniendo tensiones y paradojas
que resulten de este paradigma (Burin, 1996). A partir de esta configuración conceptual resulta
menester comprender la sumisión femenina desde una teoría psicoanalítica que abogue por una
mirada crítica, compleja y con enfoque de género a fin de no acarrear con los sesgos anteriormente
expuestos. Para propicios de esta revisión abordaremos la problemática con énfasis en la
comprensión de cómo emerge la subordinación femenina considerando las etapas tempranas de su
desarrollo infantil, todo esto bajo el marco del análisis crítico y feminista de la autora psicoanalista
Jessica Benjamin.

JESSICA BENJAMIN
Como psicoanalista y activa participante del movimiento feminista, Jessica Benjamin interpela al
psicoanálisis tradicional en su cuestionamiento respecto a la construcción de la subjetividad
femenina, respondiendo al beneficio evolutivo del pensamiento psicoanalítico a propósito de la
progresiva crítica de la sociedad contemporánea al orden patriarcal como al creciente aumento de
estudios con enfoque género. La crítica al falocentrismo de Freud ha permitido articular el discurso
psicoanalítico y el discurso feminista, desde donde surgen nuevas hipótesis avanzando en la
comprensión profunda de temas como la sumisión femenina (Espínola, 2005). De ahí que, la postura
feminista de Benjamin se hace patente a partir de su crítica al pensamiento freudiano que postula
la sumisión como asunto propio de la naturaleza humana. En su primer libro “Los Lazos de amor:
Psicoanálisis, feminismo y el problema de la dominación” publicado en 1988 y traducido al español
en 1996, la autora realiza un análisis crítico y expone una re-interpretación feminista de las teorías
psicoanalíticas sobre la relación dominación-sumisión. A partir de su reflexión cuestiona las
premisas freudianas sobre la constitución de la subjetividad femenina anteriormente mencionadas.
Para examinar el problema de la dominación-sumisión la autora parte desde las lecturas de Simone
de Beauvoir (1949), en particular la idea de que la mujer se determina y diferencia en relación al
hombre y no al revés. De ahí que, Benjamin enfatiza más el problema de la dominación masculina
que el de la sumisión femenina, no obstante, en su análisis se establece la problemática en función
de las relaciones humanas, lo que nos permite profundizar en la estructura y las premisas
fundamentales que subyacen en esta relación de dominación masculina, ofreciendo una
aproximación hacia la sumisión femenina en cuanto a su génesis, aceptación y perpetuación desde
un paradigma feminista.

LA SUMISIÓN FEMENINA DESDE LA PERSPECTIVA DE JESSICA BENJAMIN


De acuerdo con Benjamin, los individuos crecen y se desarrollan en y a través de la interacción con
otros sujetos, encontrándose el self frente a otro sí-mismo por derecho propio, siendo capaz de
reconocerlo como un sujeto distinto y semejante al compartir experiencias, intenciones y afectos
análogos. En este sentido, nuestras acciones y sentimientos tienen significado en la interacción con
un otro y por lo tanto que éste otro reconozca nuestra subjetividad nos permite confirmarnos como
self diferentes siempre y cuando nosotros también podamos reconocer la subjetividad del otro. La
clave entonces recae en mantener la tensión necesaria entre la autoafirmación del self, así como en
el mutuo reconocimiento, es decir, el equilibrio del sí-mismo depende del equilibrio entre el sí-
mismo y un otro (Benjamin, 1996). Para la autora, desde este enfoque intersubjetivo del desarrollo
del self, una transformación en las relaciones entre el sí-mismo y un otro que implique una falla en
el reconocimiento del otro como persona separada, semejante y diferente, permitiría la existencia
de una relación de dominancia y sumisión. En otras palabras, cuando un sujeto es incapaz de
experimentar la subjetividad de otra persona negando el reconocimiento mutuo, su relación con el
otro se traduce en un esquema de dominación-sumisión, donde la autoafirmación como sujeto sin
reconocer la subjetividad del otro responde a la dimensión del dominante mientras que, por otro
lado, la necesidad de reconocimiento que es negado, así como el deseo de seguir en armonía con
otro se entiende como sumisión (Benjamin, 1996). De ahí que la sumisión se distingue como una
posición voluntaria dentro de las relaciones humanas donde se le ha rechazado el reconocimiento,
no obstante, para comprender la estructura de esta dimensión es necesario ahondar en las primeras
experiencias de interacción temprana, desde donde, a propósito del proceso de la diferenciación
sexual de los infantes, la sumisión tiene carácter de género.

Al alero del progresivo avance que han tenido los nuevos modelos del desarrollo infantil que han
cuestionado la perspectiva psicoanalítica de la pasividad del infante, aparece el supuesto de que los
seres humanos son fundamentalmente seres sociales, otorgándole una mayor importancia al rol
que cumple la estimulación social y el intercambio afectivo en las fases tempranas del desarrollo, lo
cual permite comprender al niño/a como un ser capaz de relacionarse con el mundo de manera
incipiente a lo largo de su desarrollo, implicando que el sí-mismo del infante es activo y dependiente
de otros sí-mismos (Benjamin, 1996). Bajo este marco, la autora reinterpreta el proceso de
diferenciación que propone la teoría edípica donde la subjetividad de los infantes se modula de
acuerdo a la identificación con uno de los progenitores, de modo que el reconocimiento es
unidimensional, sólo uno al ser semejante contribuye de manera protagónica al desarrollo del self
del niño o niña, negando el reconocimiento del otro como un sujeto/a distinto, negando el
reconocimiento mutuo entre el padre y la madre, hombre y mujer. En este sentido, el desarrollo se
reduce a la oposición o rechazo de la subjetividad de un otro, y como el padre es percibido como
base para la autonomía e independencia, es necesario rechazar la subjetividad de la figura materna
para la afirmación de un sí-mismo diferente de otros. En oposición a este esquema, Benjamin
propone que el problema surge desde la confusión entre una representación simbólica idealizada
de las figuras parentales y la realidad concreta, es decir, atribuir el crecimiento o la regresión de
acuerdo a la convención social que se tenga respecto al género, donde bajo una cultura patriarcal
que define las pautas de ser y actuar en la sociedad, al hombre se le asignan cualidades como la
independencia y a la mujer como la dependencia (Benjamin, 1996) (Bochar, 2017). Conforme a ello
al imponer principalmente a la madre la responsabilidad de la crianza de los hijos e hijas entra en
cuestión la represión social de la idealización de la maternidad que exige que el cuerpo materno
responda al servicio del bienestar de otros a través del cuidado, percepción y satisfacción de
necesidades. Este ideal se constituye por medio del espacio intersubjetivo enmarcado dentro de
una estructura social patriarcal que avala y reproduce una autoridad moral de la maternidad donde
la mujer que todo lo da y se realiza en el hogar se considera como la mejor madre posible (Benjamin,
1996). Como resultado de esta conceptualización de la figura materna adherida al cuerpo de la
mujer madre, surge la incapacidad de experimentarla como un sujeto con existencia independiente
a la de sus hijos, reduciendo su psiquis en el dialecto intersubjetivo que termina volviéndose real
para ella. En otras palabras, el reconocer la subjetividad de la mujer implica incluir la imperfección
en ella, contradiciéndose con la omnipotencia materna en cuanto al cuidado y la crianza de la
idealización materna, fantasía que es reforzada por la cultura patriarcal donde es más preferible
destruir la subjetividad femenina que destruir a la madre valorada (Benjamin, 1996). Como el
quehacer maternal es asumido por la mujer, en las primeras etapas del desarrollo tanto el niño
como la niña mantienen una conexión primaria con la madre que va más allá de una identificación,
desde la teoría intersubjetiva al introducir la sintonía como un concepto relevante en el desarrollo
de la subjetividad infantil, la sensación de compartir un sentimiento asegura una conexión que
supone la capacidad de cooperación y reconocimiento mutuo por medio del entonamiento
recíproco (Benjamin, 1996). Cuando los niños(as) alcanzan el año de edad pueden experimentar el
conflicto entre el deseo de hacer lo que quiere y el deseo de seguir en armonía con su madre. En el
primer caso, se advierte el principio de afirmación del self mientras que en el segundo la necesidad
de reconocimiento mutuo que permite mantener la armonía afectiva con la madre. Ante este
conflicto inevitable, la separatividad permite la coexistencia de ambos anhelos siempre y cuando se
mantenga la conexión primaria, es decir, reconocer a la madre como otro fuera del sí-mismo, pero
a la vez conectarse con ella manteniendo un equilibrio entre la separatividad y la conexión primaria
(Benjamin, 1996) (Costantino, Amiconi, Nora, & Alejandro, 2015)

De ahí que, al considerar lo anterior, las niñas se encuentran con la desventaja de no tener un motivo
que incentive la separación del vínculo primario puesto que la madre no sólo es objeto de amor sino
también el soporte de su identidad. En palabras de la autora:

“A la niña la angustia afirmar la diferencia porque al hacerlo destruirá


(internamente) a la madre, que no es sólo un objeto de amor sino también un
soporte principal de la identidad. Entonces ella protege el objeto materno
todopoderoso y totalmente bueno, al precio de la obediencia. Se vuelve incapaz de
distinguir lo que quiere ella respecto de lo que quiere la madre. El miedo a la
separación y la diferencia se ha convertido en sumisión.” (Benjamin, 1996 p. 104)

Siguiendo a Benjamin, cuando la niña afirma su self como un sí-mismo diferente a la madre
fragmenta una parte de su propia identidad, negar a la madre como sujeto fuera del sí-mismo es
negar al sí-mismo. El sentido del sí-mismo de la niña se basa en la compresión del self materno que
permite mantener la continuidad de su identidad, así, cuando la madre presenta una subjetividad
débil a propósito de lo mencionado anteriormente, la niña encarna en ella la identificación del
autosacrificio altruista de la madre quien sacrificó su propia independencia en respuesta a la
fantasía materna. Bajo esta misma línea, la niña no es capaz de reconocer a la madre como un self
separado y autónomo, no sólo porque efectivamente, la madre no es un sujeto independiente, sino
también porque al incorporar el self materno en su identidad, no logra distinguir sus necesidad y
deseos de ella de las necesidades y deseos de la madre, no puede separarse internamente de ella.
A su vez la madre tampoco percibe el sí-mismo de la niña como independiente a su self puesto que
tiende a identificarse con ella como una extensión de su self, dificultando el reconocimiento de la
hija como un sí-mismo separado y autónomo a la luz de que el propio self de ella tampoco lo es,
favoreciendo el desequilibrio entre la separatividad y la conexión primaria confiriendo un mayor
protagonismo a esta última (Benjamin, 1996) (Costantino, Amiconi, Nora, & Alejandro, 2015)
En consecuencia a esta interacción entre el sí-mismo de la infanta y el sí-mismo de la madre desde
donde se enfatiza la vinculación primaria, se potencializa la probabilidad de que en las relaciones
posteriores de la niña donde falle el reconocimiento mutuo ésta se posicione bajo la sumisión. Pues,
como hemos visto, al alero de que la conexión primaria permite mantener la continuidad de la
identidad de la niña, el miedo de la pérdida de esta conexión, el desplazamiento hacia la
separatividad de la madre se traduce en una pérdida de su identidad, ante lo cual la infanta renuncia
a todo sentido diferencia y separación para seguir conectada a la madre y así seguir conectada sí-
misma, protegiendo al self de la madre como al suyo por medio de la sumisión. De ahí que, cuando
una relación no se basa en la mutualidad de reconocimientos, la necesidad y el deseo infantil de
mantener el vínculo con la madre para mantener su identidad se traducen en la necesidad de ser
reconocida así como en el deseo de seguir en sintonía con otro a fin de que el sí-mismo de la mujer
sumisa tenga un sentido y significado dentro del espacio interrelacional. Resulta entonces, que
través de la sumisión adulta las mujeres re-escenifican su relación temprana con la madre, siendo
la sumisión una réplica de la actitud materna (Benjamin, 1996).

CONCLUSIONES
Con todo y lo anterior, la sumisión femenina se comprende como resultado entre el fracaso de las
relaciones intersubjetivas en cuanto al mutuo reconocimiento y las implicancias de la
conceptualización sociocultural de la maternidad que reducen a la figura materna a un ser carente
de subjetividad autónoma, que termina por afectar incipientemente a la díada madre/hija desde las
primeras fases del desarrollo subjetivo de la niña.

Desde este planteamiento, se puede advertir que, a través de la implicancia de la fantasía materna
en la interacción temprana entre la madre y la niña, existe una relación entre la construcción de la
subjetividad y la estructura social, en donde la primera se ve influida por la segunda y, por lo tanto,
en la medida que se transformara la idealización social que se tiene de la figura materna esta
acarrearía un cambio tanto en la subjetividad de la madre como en el de la niña. En este sentido, al
asentar nuevas bases para el ideal de la maternidad, donde se reconozca la subjetividad de la mujer
como imperfecta, con deseos y necesidades propias que no respondan linealmente al servicio del
bienestar de un otro, se permitiría fortalecer el sí-mismo de las mujeres madres, haciendo que sus
acciones no se limiten a la crianza de sus hijos sino también al autocuidado personal,
reencontrándose con el amor propio y permitiendo que en el espacio intersubjetivo estas tengan la
facultad de reconocerse como sujetas con derecho propio. Al sostener este planteamiento,
consecuentemente, las hijas de esas madres desarrollarían un sentido de identidad más fuerte,
donde la niña pueda integrar en su self la idealización de una madre cuyo poder no se resguarda en
el autosacrificio sino en la decisión personal, en donde al ser una decisión personal se compromete
la aceptación de una subjetividad independiente. No obstante, de acuerdo con Benjamin, la
autoafirmación del sujeto no es suficiente para la abolición de una relación de dominancia y
sumisión, de modo que, aunque la mujer se autoafirme como sujeto necesita de reconocer a otro
en su calidad de sujeto y que éste la reconozca como tal. En este sentido, la transformación de la
idealización materna si bien es necesaria esta no es suficiente, emergiendo la necesidad de que esta
nuevas bases de la fantasía materna sean reconocidas y mantenidas por la sociedad en su conjunto
y que a su vez no se atribuya exclusivamente al cuerpo de la mujer, dando por entendido que el
concepto de maternidad en tanto a crianza de los hijos es una responsabilidad compartida entre los
géneros, y por tanto la idealización de la figura paterna así como de la figura materna deben
descansar bajo los mismos principios que la constituyen, a fin de afianzar las relaciones parentales
en pos de un desarrollo igualitario entre las subjetividades de los varones y las niñas, permitiendo
la autoafirmación y reconocimiento mutuo entre los géneros para finalmente, abolir la estructura
relacional basada en la dominación y sumisión.

No obstante a lo expuesto, como se puede advertir a lo largo de esta revisión Benjamin sobrevalora
el plano intersubjetivo desde la dimensión afectiva, de los sentimientos y emociones compartidas,
dando a entender que el reconocimiento es válido sólo cuando éste es afectivo. De modo que
aparece como deficiente en cuanto a la ausencia de una teoría que enmarque de manera más
concreta el rol del reconocimiento en la sumisión desde las implicancias de otras dimensiones
sociales que influyen ciertamente en el plano intersubjetivo puesto la interacción del sujeto con un
otro no se limita exclusivamente a los afectos. De ahí que, al mantener la necesidad de
reconocimiento exclusivamente ligada al plano emocional, permite replicar las mismas actitudes
que vinculan a la mujer con el patrón social construido desde la cultura patriarcal, a saber, la
primacía del componente afectivo, suave y dócil en su calidad de ser mujer, en donde al ser vista
desde, exclusivamente, la dimensión afectiva, se relaciona directamente con la maternidad.
Relación que se sustenta por el constructo social de la cuidadora ideal que privilegia la calidad del
afecto en el desarrollo infantil. Así, como la autora prioriza el plano afectivo y a la vez, concuerda
con la idea que la niña desarrolla su feminidad por medio de la identificación directa con la madre
(Benjamin, 1996), termina por reproducir los esquemas sociales de maternidad aun cuando busque
lo contrario.
Desde el párrafo anterior, surge el cuestionamiento respecto al rol que cumplen las diversas
intervenciones del contexto social en la comprensión de la sumisión femenina, rol que la autora no
hace mención aun cuando, bajo su planteamiento, asume que el desarrollo del self se constituye en
el espacio intersubjetivo y por tanto siempre se encuentra en relación con otro. Entonces, cuando
éste otro no responde ni a la figura paterna ni a la figura materna en qué medida influiría en la
formación del sí-mismo de la niña. Tomando como condición que en esta relación entre el sujeto-
niña existe un mutuo reconocimiento de una subjetividad separada y a la vez, se mantiene un
vínculo afectivo no primaria que permite que esta mutualidad de reconocimientos. Para abordemos
este punto, tomemos el caso del rol de las parvularias o alguna familiar que, al no ser la figura
maternal la infanta no integra su sí-mismo en el de ella lo que le permite reconocerla como sujeto
independiente y a la vez, semejante por su género y el lazo afectivo comprometido. Si consideramos
el hecho de que toda mujer alguna vez fue niña y que toda niña tuvo una madre que estuvo bajo la
autoridad de una idealización maternal, donde ésta fantasía maternal no sólo redujo su subjetividad
sino también se impregnó en los modelos de crianza dándole pautas del cómo educar a la niña,
resulta entonces que la sumisión femenina se entendería como una especie de cualidad latente en
todas las mujeres que se hayan criado al alero de esta idealización materna, esperando que ante la
negación de reconocimiento automáticamente respondan de manera sumisa. Por tanto, dentro de
esa relación entre la niña y la parvularia o alguna pariente, la interacción terminaría por reproducir
y avalar esa misma cualidad de sumisa latente. Lo cual, correspondería a una limitación no sólo
pesimista, sino que traduciría la sumisión a una condición de ser mujer bajo una dimensión
sociocultural específica, en donde sólo a través del auto cuestionamiento de la propia construcción
de la psique se podría aproximar una transformación de esa condición subordinada.
REFERENCIAS
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Paidos.

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Obtenido de http://www.aperturas.org/articulos.php?id=202&a=Sexualidad-y-genero-
nuevas-perspectivas-en-el-psicoanalisis-contemporaneo

Bochar, J. E. (2017). Feminismos, perspectiva de género y psicoanálisis. GenEros: Revista de


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Burin, M. (1996). Género y Psicoanálisis: Subjetividades femeninas vulnerables. Obtenido de


http://www.academia.edu/download/33673425/Genero_y_Psicoanalisis.doc

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Apuntes teóricos de Nancy Chorodow y Jessica Benjamin. VII Congreso Internacional de
Investigación y Práctica Profesional en Psicología - XXII Jornadas de Investigación Décimo
Encuentro de Investigadores en Psicología (págs. 85-90). Buenos Aires: Universidad
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Ribas, J. (1999). Sexualidad, psicoanálisis y crítica feminista. Realidad. Revista de Ciencias Sociales y
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