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Sobre la restricción del sistema recursivo

en un modelo oral con eje en la


inmediación: lo que no se dice en el debate
en torno a la reforma procesal civil
"... La falta de inmediación no puede ser óbice para la existencia de un sistema
recursivo amplio, por una razón muy simple: todos los elementos que deben ser
usados por el sentenciador para emitir su decisión sobre el asunto deben
constar en el proceso y estar dotados de una garantía de racionalidad..."
Miércoles, 13 de enero de 2016 a las 11:06 | Actualizado 11:06
Cristian Contreras, Jordi Delgado, Diego Palomo y Nelson Lorca
A partir de la actual tendencia del legislador patrio por restringir el control que puede
desarrollar el tribunal superior, tal como se ha consagrado en las reformas a los procesos
penales y laborales, pero teniendo especialmente en cuenta el recurso de apelación sui
generis previsto en el proyecto de Código Procesal Civil —que se ubica a medio camino entre
nuestra clásica apelación civil y el recurso de casación en la forma—, nos hemos sentido
motivados a reflexionar acerca de lo siguiente: ¿es deseable mantener un modelo recursivo que
permita una revisión amplia del fallo? ¿Es esto compatible con un primer grado civil construido
a la luz de los comúnmente denominados “principios” de la oralidad e inmediación?

Esas son las cuestiones que nos proponemos abordar en las líneas que siguen, en las que
nos —mejor, les— proponemos apreciar este asunto desde una perspectiva que deja de
manifiesto la conveniencia de prever la posibilidad de una revisión amplia en el nuevo
procedimiento civil, situación que perfectamente puede conciliarse con un modelo oral e
inmediato, especialmente cuando se tiene a la vista un enjuiciamiento a cargo de un tribunal
unipersonal.

Ahora bien, uno de los principales argumentos que se ha esgrimido para impedir que el tribunal
de alzada pueda revisar en toda su amplitud la decisión del juez de primera instancia, es que
los ministros de la Corte no han estado presentes en la práctica de la prueba, particularmente
de las declaraciones personales, motivo por el cual carecen de todos los insumos necesarios
para analizar a cabalidad, y eventualmente modificar, la sentencia que ha sido dictada por el
juez del fondo.

A lo anterior se ha agregado la insoslayable necesidad por conseguir la tramitación de procesos


eficientes, en que se respeten los principios de economía procesal y celeridad, poniendo
siempre como telón de fondo aquella máxima que nos recuerda que una decisión tardía nunca
podrá ser considerada justa.

Vamos por parte. De entrada, creemos pertinente reivindicar las bondades de un modelo
recursivo no restringido ni marcado por la excepcionalidad, porque aunque no se diga
demasiado, la revisión amplia y completa de la sentencia emanada del juez del fondo posee
beneficios de los que se privan aquellos modelos de enjuiciamiento que han optado por
privilegiar la restricción y la excepcionalidad. En este sentido, una cuestión evidente, pero que
nunca debe ser desatendida, es que resulta perfectamente posible que los jueces erren en sus
decisiones, más aún en un escenario donde se ha ido instalando el paradigma de una justicia
acelerada, que por acelerada, se encuentra más expuesta a errores, lo que torna imprescindible
que alguien —en este caso, la Corte de Apelaciones— esté habilitado para acudir al llamado
que le formulen los litigantes que se sienten agraviados por una decisión que estiman
equivocada. De hecho, si analizamos esta cuestión desde la perspectiva de los justiciables, es
tremendamente difícil encontrar motivos razonables o de envergadura para impedir el control
amplio de la decisión por un órgano superior, pues lo discutido en los procesos contenciosos
civiles amerita a todas luces una doble revisión de lo decidido, ya que si así no se hiciera, se
estaría cercenando una parte importante del debido proceso.

Ante esto se dirá que así como los jueces de primer grado no son infalibles, tampoco gozan de
esta cualidad los ministros de nuestras Cortes de Apelaciones, realidad que haría necesaria la
existencia de una cadena interminable de revisiones en busca del fallo correcto, situación que
ningún sistema procesal puede tolerar, debido a las aludidas razones de prontitud y celeridad
en la obtención del fallo, como asimismo por la imposibilidad de contar con los recursos
humanos, materiales y financieros que permitan llevar a la práctica una cantidad suficiente de
escrutinios.

No obstante, la revisión —toda revisión— de lo decidido colaborará necesariamente en


aumentar sus probabilidades de acierto, más aun si esto se lleva a cabo por un tribunal
compuesto por una pluralidad de miembros dotados de mayor experiencia jurídica que el juez
que ha sentenciado en el primer grado, lo que de suyo permitirá acercarnos a la meta final, que
no es sino que el sistema otorgue las herramientas suficientes y adecuadas para la consecución
de decisiones justas. En este aspecto, debemos recordar que el proceso judicial y sus
intervinientes siempre transitan por el sendero de las probabilidades, nunca de las certezas
absolutas, de modo que en esa línea podemos sostener, sin miedo a equivocarnos, que la
revisión amplia del fallo llevada a cabo por la Corte de Apelaciones permite asegurar una mayor
probabilidad de acierto y justicia de la decisión, y a la inversa, un espacio más reducido para la
arbitrariedad o el error. En otras palabras, junto con reconocer el componente garantístico de la
configuración del recurso, conviene no perder de vista su componente epistemológico y las
mejores posibilidades que brinda en procesos que declaran determinados objetivos ligados a la
verdad y justicia de la decisión.

Dejando sentado lo anterior, es momento de analizar brevemente la compatibilidad de un


modelo civil centrado en la oralidad y la inmediación con una revisión amplia del fallo por un
tribunal superior. Como hemos dicho, el argumento central de quienes están por la negativa
está dado por la imposibilidad de que un tribunal que no ha presenciado de forma directa la
práctica de las pruebas—particularmente las personales— pueda estar dotado de las
herramientas para revisar el componente fáctico de la sentencia que ha dictado un juez que sí
ha estado presente, que ha visto y oído in situ las declaraciones de las partes, testigos y
peritos, y ha podido interactuar con ellos. Básicamente se argumenta que el tribunal de
segundo grado no puede llevar a cabo una revisión amplia de la sentencia porque carece del
conocimiento de todos los elementos adicionales que se pueden percibir en el acto de la
declaración y que solo están disponibles para quienes han gozado de inmediación.

Dejando incluso de lado la consideración, especialmente potente, que la prueba estrella en los
procedimientos civiles es la instrumental-documental (lo que le quita bastante presión al debate
real), debemos aterrizar acá los beneficios de la inmediación judicial, o dicho de otra forma,
determinar si aquella información conductual de los declarantes que solo puede ser percibida
por los presentes en la diligencia probatoria puede ser legítimamente usada para fijar su valor.

En este panorama, manifestamos categóricamente que la falta de inmediación no puede ser


óbice para la existencia de un sistema recursivo amplio, por una razón muy simple: todos los
elementos que deben ser usados por el sentenciador para emitir su decisión sobre el asunto
deben constar en el proceso y estar dotados de una garantía de racionalidad. Toda la
información conductual que supuestamente queda de manifiesto en el acto de la declaración
gracias a la inmediación carece de ambos requisitos, ya que difícilmente todas las reacciones y
ademanes del declarante podrán ser registrados fehacientemente como material del proceso, ni
siquiera contando con medios técnicos audiovisuales de primer nivel. A ello se agrega que
cualquier inferencia sobre el mérito de la declaración que se extraiga a partir de dicha
información no puede superar la barrera de racionalidad, pues dichas conclusiones serán el
fruto de impresiones o sensaciones subjetivas de quien presencia las declaraciones, mas no el
resultado de un ejercicio que pueda ser racionalmente justificado y defendido ante los terceros.

De ahí que el material que se utilice para alcanzar la decisión, al menos en lo que a pruebas
personales respecta, está dado únicamente por el contenido verbal de la declaración, que debe
estar recogido en el proceso y a disposición de cualquier persona, incluyendo, obviamente, al
sentenciador de segundo grado, que de esta forma contará con lo necesario para revisar la
decisión pronunciada por el tribunal del fondo. Será el análisis de los dichos de los deponentes
lo único que podrá conducir a conclusiones objetivas y contrastables sobre el mérito de estas
evidencias, pues el resguardo de la racionalidad impide otorgarle algún papel en este ejercicio a
las señales externas que emita el deponente.

En definitiva, un sistema procesal construido sobre los pilares de la oralidad y la inmediación es


perfectamente compatible con un sistema recursivo amplio, lo que si se compara con un
sistema restringido y excepcional, mejora las perspectivas de acierto de las decisiones
jurisdiccionales. Lo es también con un sistema sostenido en la valoración probatoria de acuerdo
con los postulados de la sana crítica, que si bien concede un amplio margen de maniobra al
sentenciador, como contrapartida le impide llevar a cabo actuaciones irracionales, arbitrarias o
caprichosas, todo lo que debe quedar expresado en la motivación de las decisiones, para de esa
manera permitir su control e impugnación por los litigantes. Recordemos que el cumplimiento
del deber de motivación permite a las partes conocer las razones precisas que han llevado al
juez a asignarle un peso determinado a las declaraciones, no siendo la inmediación la vía para
llevar a cabo este ejercicio valorativo, pues no permite extraer conclusiones válidas sobre la
credibilidad de las partes, testigos o peritos.

En suma, resulta imprescindible que el recurso habilite al tribunal ad quem para controlar que la
sentencia de primer grado contenga una justificación completa, clara y precisa del valor de
convicción específico que se haya asignado a cada una de las pruebas practicadas, para lo cual
resulta necesario que el juez haya dado cuenta de la actividad racional que le permitió arribar a
sus conclusiones y que dicho ejercicio se desarrolle exclusivamente sobre el material objetivo
que conste en el proceso, pues en caso contrario, la decisión podrá (deberá) ser revocada. Es a
nuestro juicio una de las bases que debe respetarse por el legislador a la hora de definir
completamente el nuevo modelo, para no caer en lo que podríamos denominar una
paradójica reformatio in peius, y apartarnos de los criterios o estándares que la CIDH ha venido
fijando en diversos fallos que si bien se enmarcan principalmente en el orden penal, no
apreciamos razones para discriminar entre las distintas materias que se ventilen en un proceso
determinado, menos cuando con motivo de la función consultiva que también se reconoce a la
Corte (Opinión Consultiva 11/90), y atendiendo requerimiento de la Comisión, ha dejado
establecido que las garantías a que alude el Art. 8.2 de la CADH, son exigibles no sólo en el
“contencioso punitivo” sino también en las cuestiones civiles, laborales, fiscales o de cualquier
otro carácter, en las que el individuo tiene derecho también al debido proceso que se aplica en
materia penal.

* Cristian Contreras R., Jordi Delgado C. y Diego Palomo V. son profesores jornada completa de
Derecho Procesal en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Talca.
Cristian Contreras es, además, director de la Clínica Jurídica; Jordi Delgado es director de la
Revista Ius et Praxis y Diego Palomo es decano de la Facultad. En tanto, Nelson Lorca P. es
relator titular de la Corte de Apelaciones de Talca y profesor de Derecho Procesal en la Facultad
de Ciencias Jurídicas y Sociales de la U. de Talca.

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