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Bowles y Gintis - La Educacion Como Escenario de Las Contradicciones en La Reproduccion de Las Relaciones Capital-Trabajo PDF
Bowles y Gintis - La Educacion Como Escenario de Las Contradicciones en La Reproduccion de Las Relaciones Capital-Trabajo PDF
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Este ensayo representa una aplicación al problema de la educación escolar de postulados teóricos
más generales desarrollados en dos ensayos recientes: Herbert Gintis, “Theory, Practice, and the
Tools of Communicative Discourse” (La teoría, la práctica y los instrumentos del discurso
comunicativo), Socialist Review, 1980, y Samuel Bowles y Herbert Gintis, “The Crisis of Liberal
Democratic Capitalism” (La crisis del capitalismo democrático liberal), Politics and Society, 11 (1),
1982, pp. 51-93.
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SAMUEL BOWLES Y HERBERT GINTIS
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LA EDUCACIÓN COMO ESCENARIO DE LAS CONTRADICCIONES EN LA REPRODUCCIÓN DE LA RELACIÓN CAPITAL-TRABAJO.
REFLEXIONES SOBRE EL “PRINCIPIO DE CORRESPONDENCIA”
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REFLEXIONES SOBRE EL “PRINCIPIO DE CORRESPONDENCIA”
eran, también, los límites del movimiento de los sesenta, porque los estudiantes no
se rebelaban como trabajadores, sino contra el hecho de convertirse en trabajadores.
Sin duda nuestro análisis de las contradicciones de la educación superior se
ha visto confirmado por los acontecimientos subsiguientes. En Estados Unidos, la
respuesta al movimiento estudiantil, en la década de los setenta, fue una tendencia
a la vocacionalización de la educación superior: exigencias crecientes, promoción de
los estudios profesionales de dos años frente a los cuatro años de las carreras
liberales, rediseño de los planes de estudio para eliminar el “pensamiento crítico” y
a favor de las “capacidades ocupacionales”, promoción de las escuelas urbanas en
vez de las residencias universitarias donde pudiera desarrollarse una “cultura
juvenil” de oposición. El programa llamado Back to the Basics *, aunque
escasamente racional en términos pedagógicos o tecnológicos, se puede entender
como parte de una respuesta a la falta de correspondencia entre las escuelas y la
producción capitalista, producida por la dinámica del proceso de acumulación
frente a la inercia de las estructuras educativas.
Este principio de contradicción es, sin embargo, claramente insuficiente para
una intervención política efectiva. Porque es puramente pasivo e inerte: la
educación simplemente se retrasa frente al desarrollo del sistema de producción.
Tal modo de análisis no proporciona ninguna explicación de por qué puede haber
algo más que una simple dinámica de retraso y puesta al día en el sistema
educativo. Como hemos señalado, esa dinámica no está en absoluto ausente. Pero
no puede elucidar la dinámica de cambio interna del sistema educativo. Por esa
razón, no proporciona ninguna guía clara para la intervención política en ese
proceso.
La búsqueda de un principio de contradicción adecuado entre la educación y la
producción capitalista, además del principio de correspondencia, se ve
obstaculizada, pensamos ahora, por la propia postura metodológica que adoptamos
al analizar la vida social. Nos impresionaba el paradigma marxista clásico de base/
superestructura, según el cual el sistema económico forma una base de relaciones
materiales que definen la esencia de la vida social, respecto de la cual instituciones
como la familia, el Estado, el sistema educativo, los medios de comunicación, las
relaciones culturales en general, aparecen como meros reflejos superestructurales.
Según esta concepción, las contradicciones del sistema económico pueden
reverberar en otras esferas de la vida social, pero éstas no pueden tener ningún
efecto contradictorio autónomo sobre el proceso de reproducción en su conjunto
más que en una no-correspondencia pasiva que, por tanto, se convirtió en
fundamento de nuestro razonamiento. No es por lo tanto sorprendente que
pasáramos por alto una contradicción central de la relación entre educación y
producción capitalista.
Si una formación social no debe ser considerada como una “base” económica
con una serie de niveles sociales amontonados sucesivamente sobre ella, ¿cómo
hemos de concebirla? Sugerimos que se considere la sociedad como un conjunto de
esferas de la práctica social estructuralmente articuladas. Por esfera** entendemos
un área cohesionada de vida social, caracterizada por un conjunto especificado de
relaciones o estructuras sociales características. Esas distintas “reglas del juego”
* “Vuelta a los fundamentos”, i. e., en este caso, al orden, la disciplina y los viejos métodos
pedagógicos. N. de T.
** Traduzco site, literalmente “sede”, como “esfera”, término que se adapta mejor en castellano a la
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regulan las múltiples prácticas sociales en cada esfera. Así, el Estado democrático
liberal, la familia patriarcal y la producción capitalista son esferas de la mayoría de
las formaciones sociales del capitalismo avanzado contemporáneo. En pocas
palabras, la esfera de la producción capitalista se caracteriza por la propiedad
privada de los medios de producción, el intercambio mercantil, el trabajo asalariado
y el control capitalista de la producción y la inversión. El Estado democrático liberal
se caracteriza por el sufragio casi universal y las libertades civiles generales, y la
familia patriarcal, por una estructura basada en el parentesco, la diferencia sexual
y las relaciones generacionales.
Estas tres esferas —Estado liberal democrático, familia patriarcal y producción
capitalista— las consideramos fundamentales para la dinámica de las formaciones
sociales capitalistas avanzadas. Definen las tres principales relaciones que tienen
los individuos con su sociedad; cada persona tiene a la vez una ciudadanía
específica, un status de edad, sexo y parentesco, y una posición de clase. Ninguna
de ellas se puede considerar reductible a, o derivativa de las demás. Cada una de
estas esferas es capaz de sostener relaciones distintas de dominio y subordinación.
Así pues, caracterizaríamos la esfera de la producción capitalista como la esfera del
dominio del capital sobre el trabajo, y la familia como la esfera del dominio de los
hombres sobre las mujeres. Por contraste, el Estado, en su forma liberal
democrática, aunque es central para la reproducción de las condiciones de dominio
y subordinación en la familia y la economía, no es en sí mismo necesariamente una
esfera de dominio. La estructura del Estado liberal democrático admite una amplia
gama de posibles relaciones: desde el dominio del ciudadano por el aparato del
Estado hasta un grado significativo aunque limitado de poder popular sustancial.
Esta observación será importante para nuestro análisis de las contradicciones en el
sistema educativo.
Aunque la reproducción de las relaciones que caracterizan cada esfera posee
un grado de autonomía, la dinámica de una esfera no se puede deducir
simplemente de su propia estructura —sus relaciones sociales características— ni
por sí misma ni en relación con la estructura de las demás esferas. Más bien,
consideramos que las esferas simplemente estructuran las prácticas que tienen lugar
dentro de ellas. Por su parte, las prácticas no deben ser consideradas ni como
efectos ni como reflejos de las estructuras, sino como elementos fundamentales e
irreductibles de la dinámica social. La relación entre una esfera y las prácticas que
tienen lugar dentro de ella es análoga a la relación entre una lengua y la
conversación; la lengua estructura la conversación en términos de sintaxis y
gramática, mientras ejerce sólo un control parcial sobre el contenido del
intercambio comunicativo.
Pero hemos de ser más precisos en relación con nuestro uso del término
“práctica”. Por práctica en general entendemos una intervención social por parte de
un individuo, grupo o clase, cuyo objeto es algún aspecto de la realidad social y
cuyo proyecto es la transformación (o estabilización) de ese objeto. Prestaremos
especial atención a cuatro tipos básicos de práctica: apropiativa, política, cultural y
distributiva. Por práctica apropiativa entendemos el trabajo en su sentido corriente
de transformación de la naturaleza; su objeto es el mundo natural y su proyecto es
la creación de productos útiles. Por práctica política entendemos una intervención
social encaminada a alterar las relaciones sociales en una esfera, a cambiar las
“reglas del juego”. El objeto de una práctica política, entonces, es la estructura de
una esfera o su articulación con otras esferas, y su proyecto es la transformación de
estas relaciones sociales. Con cultura nos referimos al conjunto de instrumentos del
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ha florecido en los años recientes en una serie de demandas, cada vez más
conscientes, de democracia en el lugar de trabajo y control de la inversión.
Así pues, las formaciones sociales del capitalismo avanzado son sistemas
contradictorios, enfrentados a la dificultad de mantener las fronteras reproductivas
entre las esferas de la aplicación de los derechos de la propiedad, los derechos de la
persona y las prerrogativas del varón adulto. Y las formaciones sociales del
capitalismo avanzado no han logrado mantener esas fronteras. Si el análisis de las
luchas sociales que presentábamos en los párrafos anteriores es correcto, un talón
de Aquiles del sistema capitalista avanzado reside en su característica articulación
del Estado democrático liberal, la producción capitalista y la familia patriarcal. El
Estado liberal democrático es a la vez la ciudadela de la propiedad privada y el
instrumento de las incursiones contra esta venerable institución. Lo que E. P.
Thompson ha llamado la “lógica del proceso” de las luchas sociales ha influido en la
forma que adopta la reivindicación del dominio de los derechos de la persona sobre
los de la propiedad y sobre el privilegio masculino. Estas luchas han
complementado los enfrentamientos directos en la esfera de la familia y de la
producción, y se puede esperar que formen un elemento integral en cualquier
movimiento socialista efectivo en los años venideros.
Antes de pasar a las implicaciones de este análisis para la educación, debemos
subrayar un aspecto de esta dinámica de la lucha social: tiene lugar enteramente
dentro del discurso liberal democrático de los derechos naturales. El discurso liberal
sobre los derechos, y no una cultura feminista aparte, ha producido la movilización
efectiva contra el dominio patriarcal. De igual manera, los trabajadores se han
opuesto al dominio del capital, no saliéndose del discurso liberal democrático, sino
volviendo uno de sus principios internos contra el otro. Los socialistas han
lamentado a menudo esta tendencia del movimiento obrero, ya que ven en ella una
falta de conciencia obrera acerca de su condición de clase. Si los obreros captaran
adecuadamente la verdadera naturaleza de su condición social y sus intereses
objetivos, sostienen, rechazarían el discurso liberal en favor de una conciencia
proletaria y un análisis marxista de la vida social. Los trabajadores exigirían
entonces el fin de la explotación y del trabajo alienado, y lucharían por una
sociedad sin clases.
Sin embargo, esta interpretación del discurso liberal democrático es muy
inadecuada y ciertamente idealista. El discurso liberal democrático no es una
filosofía política ni un conjunto de ideas coherentes. Ni fue la creación instrumental
de las clases dirigentes de la sociedad que buscaban la legitimación de la
explotación del trabajo. El discurso liberal democrático es la estructura de las
prácticas culturales en las formaciones sociales del capitalismo avanzado. Como
conjunto real de relaciones sociales, no tiene más capacidad de ser “falso” o
“verdadero” que la que tiene una estructura política o apropiativa. Es mucho más
que un conjunto de ideas, es un medio de comunicación. Debemos rechazar la
noción de que los términos del discurso tienen significados, a favor de la noción
más operativa de que tienen usos sociales concretos y gamas de aplicación
específicas determinados por convenciones sociales modificables. Como otras
estructuras, no determina en modo alguno el acto de comunicación que tiene lugar
dentro de él, aunque ciertamente delimita la gama de las formas comunicativas que
se pueden expresar en su interior. Finalmente, aunque deben proponerse y se
propondrán alternativas al discurso liberal democrático, éste sólo se puede
transformar internamente mediante las prácticas culturales conscientes de los
grupos impugnadores.
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movimiento similar para el control del proceso educativo por los enseñantes y los
padres. Para los enseñantes, como trabajadores, ello formará sin duda parte del
movimiento por la democratización de la vida económica, y para los padres, como
miembros de la comunidad, también formará parte de la ampliación de los poderes
de la comunidad local en la toma de decisiones.
Más allá de esto, la filosofía de la educación debe desarrollarse en la dirección
requerida para que el desarrollo personal a través de la escuela se encamine a
lograr que los alumnos puedan controlar sus vidas como ciudadanos, miembros de
una familia, trabajadores y miembros de la comunidad. En particular, el proceso
educativo debe estar estructurado de forma que los alumnos lleguen a controlar
gradualmente cada vez más esferas sustanciales de su educación, conforme
avanzan de los primeros a los últimos niveles de enseñanza.
Las actuales teorías sobre la educación progresiva insisten en que se dé a los
estudiantes rienda suelta para desarrollar sus personalidades individuales, para
que se auto-motiven y se auto-realicen. Aunque gran parte de la sustancia de tales
reformas educativas ha de conservarse, se les puede criticar en general que no
reconocen el carácter inherentemente social de la formación educativa. Como
subrayamos en nuestro libro, no hay un “sí mismo verdadero” que haya de emerger
antes de las interacciones sociales concretas que experimentan los individuos. Ello
no significa que los individuos sean infinitamente maleables o que debieran ser
sometidos a una enseñanza rígidamente conformista. Más bien, significa que el
impacto ineludiblemente social de la educación no se puede ignorar.
Lo admirable de la filosofía educativa del auto-desarrollo reside en el poder que
obtiene al apoyarse en una categoría central del discurso sobre los derechos: el
derecho a la libertad ante toda interferencia injustificada, del que John Stuart Mill
fue el expositor más elocuente. Su defecto, el ser incurablemente asocial, se puede
remediar recurriendo al énfasis comunitario relativo al control democrático conjunto
de las condiciones de vida social por los grupos e individuos afectados. Sin duda,
hay formidables obstáculos para el desarrollo de tal filosofía de la estructura
educativa, y no estamos personalmente preparados para emprender esa tarea. Pero
sigue siendo una cuestión central para el crecimiento de un movimiento efectivo
hacia la educación socialista.
Finalmente, los educadores progresistas deben explotar las contradicciones
internas del discurso liberal desarrollando planes de estudios que dramaticen las
principales oposiciones inherentes al alegato mixto que defiende los derechos de las
personas y los de la propiedad. Además, deben insistir en la subordinación de los
derechos de la propiedad y del sexo a los de las personas, en una sociedad justa.
Esto no excluye, desde luego, la insistencia en el papel que han de cumplir los
derechos de la propiedad y del sexo como ayuda y apoyo de los derechos de las
personas —por ejemplo, el derecho de una mujer para elegir cuándo concebir y dar
a luz un hijo, independientemente de las preferencias del padre natural o los
derechos de un individuo a la propiedad personal (no productiva) con libertad ante
toda interferencia social.
El liberalismo hace una promesa que no puede cumplir. Su promesa es la de la
democracia, la igualdad, la libertad y la realización personal para todos, dentro del
contexto del capitalismo. A diferencia del tradicional bálsamo de la teología, que
consistía en una beatífica vida eterna, esta promesa se refiere al ahora y aquí. Y es
la codificación de dos siglos de lucha, ideales y aspiraciones de los grupos
oprimidos en la sociedad capitalista. Debe exhibirse la vacuidad de esa promesa y
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tal ha sido el proyecto de los socialistas desde hace años. El socialismo, si llegara a
establecerse en los países de capitalismo avanzado, poco tendría que ver con el
proceso inevitable de las fuerzas de producción que avanzan para liberarse de sus
grilletes capitalistas y lanzar al famoso basurero de la historia la falsa conciencia
creada por la ideología burguesa. Más bien, sería el pleno cumplimiento y la
trascendencia de la promesa liberal democrática, y con ello la transformación de las
herramientas del discurso comunicativo del capitalismo liberal democrático.
Nuestro argumento será sin duda fácil blanco de la mala interpretación y la
calumnia. ¿No estamos justificando el liberalismo? ¿No estamos defendiendo al
socialismo como su culminación lógica? No. Argumentamos que el discurso liberal
democrático no es ni una derrota ni una victoria, sino un hecho. Es una esfera de
intervención para estudiantes, padres, maestros y todos los que desean construir
una sociedad democrática y sin clases. Encarna los logros emancipatorios de los
trabajadores y de otros grupos populares a lo largo de los siglos desde los levellers
del siglo XVII y los sans cullottes del siglo XVIII, hasta el movimiento obrero y
feminista de nuestros días. Su culminación lógica, si tiene alguna, es su propia
extinción. Cómo pueda producirse ésta, depende de lo que hagamos al respecto.
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