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Universidad Nacional de Colombia – sede Bogotá

Maestría en Estudios Culturales


Seminario Teorías de la Cultura I – 2019-II
Profesor: Mauricio Montenegro
Presentado por: Paula Carolina Uribe Polo

Reseña del texto La tradición cede paso a las nuevas tendencias, segunda parte del libro La cultura obrera
en la sociedad de masas. Hoggart, Richard. Grijalbo – 1990.

Contexto. Richard Hoggart (1918-2014) fue un sociólogo británico. Nació en Leeds, en un barrio obrero, en medio de una
fuerte crisis económica. Sus padres murieron cuando Hoggart era aún muy niño, quedando huérfano él y dos hermanos
más. Fue educado por su abuela. Desde muy joven, se destacó como estudiante, obteniendo así becas para su formación
básica, media y universitaria. Mientras escribía sus tesis para maestría, fue convocado para luchar en la II Guerra Mundial.

En tiempos de posguerra, Hoggart se convirtió en tutor externo de la Universidad de Hull, en programas de educación para
adultos, por 13 años; experiencia compartida por otros académicos de renombre como Raymond Williams y EP Thompson.
En 1957, R. Hoggart publica The Uses of Literacy: Aspects of Working Class Life, un hito en su vida personal y académica.
Después de publicar The Uses of Literacy, en 1962 se convierte en profesor de inglés en la Universidad de Birmingham. Allí
fundó y dirigió, con Stuart Hall, el Centro de Estudios de Cultura Contemporánea, en 1964. Durante su vida fue miembro
de una gran cantidad de comités e instituciones, especialmente las que concernían con educación, política y cultura (Ezard,
2014).

“Es chocante que lo que más temor inspira a los hombres sea aquello que les aparta de sus
costumbres.” F. Dostoyevski, Crimen y Castigo.

¿En qué medida los medios de comunicación han transformado las actitudes de la clase obrera en la Inglaterra entre
los años 30 y 50? ¿acaso los miembros de la clase obrera están fuertemente influenciados por el consumo cultural al
que han sido expuestos? Son preguntas que me surgen tras leer a Hoggart, y que él mismo expuso al iniciar la mayoría
de capítulos que componen la segunda parte del libro, la tradición cede paso a las nuevas tendencias. No sé hasta qué
punto el título haga justicia a una de las conclusiones que hizo el autor: que los miembros de la clase obrera están
mucho menos influidos por su consumo cultural de lo que podría suponerse (Hoggart, 1990). Pues entonces es
necesario revisar la detallada descripción que hizo Hoggart de la cultura obrera de Inglaterra, producto también de un
ejercicio autobiográfico, siendo él mismo uno de los desarraigados que retrata en la parte final de su obra.

Las actitudes nuevas se fusionan con las existentes (pág. 153), pero estas actitudes son mediadas por un sistema de
valores y creencias que han determinado a la clase obrera inglesa: la tolerancia, la búsqueda de la libertad y el recelo
a miembros de otras clases socio-económicas. Todo esto se conjuga con las nuevas ideas de progreso, propio de un
sistema liberal y moderno, impulsado por un sistema económico capitalista que promete a través del consumo de
productos el arribo a la vida perfecta.

La clase obrera inglesa no logra sino hasta después de la II Guerra Mundial mejorar sus condiciones de vida, producto
de una lucha que dieron miembros de la misma clase, que Hoggart etiquetó como ‘minoría seria’. Sin embargo, el
bombardeo de información y conocimiento estereotipado de medios de comunicación han socavado estos avances. La
promesa del progreso para todos y sin distinción de clase es una constante de periódicos, revistas, publicidad, emisoras
y películas. La consigna de libertad, igualdad y progreso es la favorita de los medios de comunicación, que, como
eslogan, buscan vender mercancías, productos y bienes culturales que satisfagan este deseo, que a la final resulta
insatisfecho. Las ideas más utilizadas por los periodistas son las que permiten llegar al corazón (pág. 156).

En esa medida, Hoggart afirma que la clase popular es la que está más expuesta a esta clase de mensajes de difusión
masiva, caracterizadas por un contenido vacuo y acrítico, plagado de opiniones más que de hechos, cargados de cierto
odio hacia los otros, un grupo que describe el autor como los que logran entrar en el círculo del saber y la riqueza
cultural. Por ejemplo, la prensa popular propugna por un contenido de rápido consumo, sin profundidad y que evita
cuestionar el principio real de las diferencias y desigualdades, aunque use mucho la controversia como forma de llamar
la atención de los lectores. La prensa popular se caracteriza, además, por presentar noticias fragmentadas,
descontextualizadas de los hechos. Todo esto genera opiniones vagas entre sus lectores y crea, lo que él llama:
1
opinadores reiterativos, aquellos que opinan de todo, pero no saben realmente de lo que hablan, suelen repetir lo que
leyeron en el periódico.

Hoggart afirma que medios como el cine, la publicidad, la radio, las novelas cortas y la naciente televisión, transmiten
estas ideas de progresismo y libertad, que se deforman en una especie de personalidad sin posturas políticas, miradas
críticas, una parálisis de la voluntad moral – el que acepta sin chistar, sin cuestionar. Aun a pesar de estos efectos de
los medios, la clase obrera sigue siendo tradicionalista, acata las viejas reglas sociales, continúa siendo evasiva y
desinteresada, pero solo esto aplica en lo que respecta a su vida privada. En cuanto a su vida pública, no tiene problema
en identificarse con la masa, de hecho, busca pertenecer a la masa, pues es la forma de sentirse identificado con el
otro, llenar cierto vacío ante el anonimato que genera la ciudad industrializada. Es aquí donde Hoggart advierte del
surgimiento de un grupo cultural casi tan amplio y homogéneo, pasivo ante los acontecimientos del mundo.

¿Cómo lograr identificar los efectos de los medios comunicación y su contraste con las formas tradicionales, en la
conducta de la clase obrera? Hoggart se remite a los dichos populares, las frases proverbiales. A lo largo de todo el
texto, el autor ilustra el trasfondo de las actitudes de la clase obrera a través de dichos y refranes populares, tan bien
conocidos por todos y que develan la carga simbólica cultural tanto del pasado como del presente. Estados de
desinterés, posturas apáticas, cinismo, la tolerancia (entendida por el autor como una resistencia a comprender la
postura, la opinión de los otros) que se transforma en condescendencia.

Pero no solo son los refranes, también los contenidos habituales de productos culturales como los pulp fiction, novelas
cortas con contenidos reiterativos y populares como el crimen, la ciencia ficción y el sexo. Las canciones populares que
a veces retratan ciertas actitudes del pueblo pero que, en afán de vender, pierde cierta conexión el autor y el público.
Las revistas y magazines, repletas de recetas culturales para lograr una vida más plena y acorde al estilo moderno (el
autor lo refiere al modelo del norteamericano). Toda esta variedad de contenidos y la forma en cómo son creados, su
composición y estilo, acostumbran a los lectores a no reflexionar, no interpretar. Por lo tanto, la ideología dominante es
fácilmente digerible y aceptada entre las masas.

No obstante, este consumo variado de bienes culturales dentro de una familia de clase obrera, puede que no perturbe
sus valores, como se creería. La clase obrera toma estos contenidos como pasatiempos, habladurías, formas de distraer
su mente tras una larga jornada laboral (pág. 208). En este punto, Hoggart hace un análisis etario de quienes están
más expuestos a los efectos de estos medios de comunicación que son los jóvenes, quienes son los mayores
consumidores de estos bienes culturales, y de quienes se creería que transformaran sus actitudes a largo plazo, pero,
entre las conclusiones del autor, estos jóvenes cuando pasan a la adultez (se casan, tienen hijos), hay una tendencia
de volver a las viejas tradiciones, y esto pasa tanto en la clase trabajadora como en la burguesía.

Finalmente, y lo que considero lo más problemático para Hoggart, pues es casi una reflexión de su vida, es la descripción
de los desarraigados e inadaptados. Para Hoggart, la visión de diferencia entre clases – “nosotros y ellos”, es producto
de la prensa popular y su ánimo de desprestigiar a los críticos, académicos, artistas, los subversivos, al jefe. La tensión
entre obrero y jefe es bien sabida, y los juicios que avalan ciertos comportamientos típicos como la corrupción es una
forma de expresar la diferencia entre clases.

A partir de este panorama, Hoggart entra en el terreno de los son de clase obrera pero que, a través de la educación,
entran en un proceso de aculturación. El autor los clasifica en tres rasgos: los becarios, los autodidactas y los auxiliares
intelectuales y culturales. Todos comparten la experiencia que, al poder acceder al conocimiento y los saberes
culturales, se desligan de su condición de clase, pero entran en una especie de incertidumbre al no identificarse con
sus orígenes, pero tampoco con el nuevo circulo al que ingresan, el de los otros. Los tres comparten sentimientos de
resignación y conformismo, atraviesan una crisis en sus convicciones y valores, ante el relativismo generalizado. El
desarraigado es la viva imagen de quienes desean pero saben que no lograrán obtenerlo (pág. 262).

Pues bien, Hoggart ante este panorama declara que no duda en que las fronteras de clase se están transformando por
el consumo de cultura común, esto entendido dentro de la lógica de las industrias culturales, que necesitan producir y
ganar, y para ello, se debe masificar la mercancía que producen, por lo tanto, su target de consumo debe ser lo
suficientemente amplio y homogéneo, en el que sus contradicciones de clase sean resueltas sólo en un plano simbólico.
Adicional a esto, a pesar que la clase obrera aspire a una mejor educación, no tiene a su disposición contenidos que
respondan racionalmente a su proyecto. Entre mayor sea la superación material, mayor la pérdida cultural.
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