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Arte Afroamericano

¿Cuál fue el papel del arte en la batalla que los descendientes de esclavos libraron
en los tiempos de la segregación en Estados Unidos? Una exposición en el Museo
del Quai Branly de París, especializado en arte primitivo y antropología, se
esfuerza en responder con esmero a esa pregunta. Hasta el 15 de enero, la
muestra analiza la importancia que disciplinas como la pintura, la escultura, la
fotografía o el cine cobraron en la lucha por reafirmar una identidad afroamericana.
La exposición se titula The color line, en referencia a la famosa expresión sobre la
segregación inventada por el líder negro Frederick Douglass en 1881. Dos
décadas más tarde, otro pionero en la lucha por la emancipación, W.E.B. Du Bois,
formulaba este pronóstico: “El problema de la línea del color será el problema del
siglo XX”. La exposición demuestra que no falló.

En la entrada de la muestra reluce la bandera estadounidense. Ahí están las


barras y las estrellas, aunque los colores no sean los mismos que de costumbre.
El cotizado artista David Hammons los ha teñido con los tonos del panafricanismo
—rojo, negro y verde—, que durante los años sesenta fueron un emblema de la
lucha por la emancipación. Algunas salas más allá aparecen postales que, a
principios del siglo pasado, servían para dar cuenta de los linchamientos a negros
en los Estados sureños. Una de ellas reproduce el cuerpo carbonizado de William
Stanley, quemado vivo en la Texas de 1915. En el reverso, un remitente llamado
Joe relata la escena a sus padres: “Esta es la barbacoa que celebramos anoche”.

La muestra oscila entre esos dos extremos para demostrar que el arte
afroamericano nació como reacción a los ataques racistas. A través de 600
pinturas, esculturas, fotografías, carteles, fragmentos de películas y otros
documentos, la exposición recorre el periodo que arrancó con el  final de la Guerra
de Secesión, en 1865, y termina con la aprobación, un siglo después, de la ley de
derechos civiles de 1964, que puso fin a la segregación que prohibía que blancos
y negros coincidieran en escuelas y hospitales, en las filas del Ejército e incluso en
las aceras de cualquier ciudad. La muestra señala que esos avances no siempre
tuvieron el resultado esperado. “La historia de los afroamericanos es una larga
sucesión de desilusiones. Al final de la guerra, la prohibición del esclavismo no
trajo una mayor igualdad, sino una segregación apuntalada por leyes que dejaron
a los negros en una posición subalterna durante décadas”, explica el comisario de
la muestra, Daniel Soutif.
ver fotogaleríaMickalene Thomas reinterpretó en 2012 el célebre cuadro de
Courbet 'El origen del mundo' con su obra 'Origin of the Universe'. ADAGP

Al inicio del recorrido, aparece una obra de David Drake, un esclavo y alfarero de
Carolina del Sur, considerado por muchos el primer artista afroamericano:
fabricaba vasijas en las que inscribía pequeños poemas. A poca distancia cuelgan
las numerosas caricaturas de un tiempo en el que la cultura popular funcionó
como un reflejo de la supremacía blanca, pero también como un instrumento para
afianzarla. Por ejemplo, los minstrels eran vodeviles protagonizados por negros
dotados de sonrisas dentudas que tocaban el banjo y robaban sandías,
interpretados por blancos maquillados de negro —el famoso blackface, habitual
hasta los años sesenta del pasado siglo— que encarnaban a personajes
arquetípicos como Jim Crow (el joven holgazán), Mammie (la criada de pocas
luces) o Wench (la esclava tentadora). Los artistas afroamericanos se opusieron a
ese cúmulo de estereotipos racistas y propusieron una representación más
fidedigna de su comunidad. The Octoroon Girl, un delicado lienzo firmado por
Archibald Motley, en 1925, supone una prueba de que un simple retrato femenino,
de rasgos realistas e incluso deseables, podía suponer un arma política en toda
regla.

La muestra hace escala en el llamado Renacimiento de Harlem, periodo de


efervescencia cultural en el barrio neoyorquino que se convertiría en un territorio
mítico en el imaginario afroamericano. El lugar concentró a hombres y mujeres
negros llegados de todo el país, incluidos los hijos de esclavos, que huían de los
linchamientos y convivieron con la élite intelectual afroamericana. Escritores como
Langston Hughes, Richard Wright o Zora Neale Hurston se toparon con pintores
como Aaron Douglas o Malvin Gray Johnson —que influirían en figuras más
tardías, como Jacob Lawrence y Romare Bearden—, mientras el jazz emanaba de
los escenarios del Apollo Theatre y el Cotton Club. Como apostilla la exposición, la
música afroamericana proporcionó, como también haría el deporte, una serie de
héroes fácilmente asimilables por la América blanca, que a veces maquillaron la
brutal discriminación que seguía imperando en la vida cotidiana.

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