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188-La Casa Encantada PDF
188-La Casa Encantada PDF
Ray Bradbury
Esa Cosa al final de la escalera…
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Colección del
MiRADOR
Coordinadora del Área de Literatura: Laura Giussani
Editora de la colección: Karina Echevarría
Los contenidos de las secciones que integran esta obra han sido elaborados por
Verónica Piaggio
“The thing at the top of the stairs” se reproduce con autorización del autor y de sus
agentes, Don Congdon Associates, Inc. © Ray Bradbury, 1998.
Dickens, Charles
La casa encantada. - 1a ed. 2a reimp.- San Isidro: Cántaro, 2012.
160 p.: 19 x 14 cm (Del Mirador)
ISBN 978-950-753-180-4
Puertas
de
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Puertas de acceso
Frente por frente a la entrada del cuarto, a la pálida luz de la luna, vio a
un viejo de horrible aspecto. Sus ojos eran cual rojas brasas. De un gris
mate, sus largos cabellos, que caían enmarañados sobre sus hombros.
Sus vestidos, que estaban sucios y raídos, eran de antiguo corte; y de sus
muñecas y tobillos, pendían pesadas esposas y enmohecidos grilletes.
–Señor mío –dijo el señor Otis–, siento tener que rogarle que engrase
esas cadenas. Para ello, le he traído un frasquito de lubrificante Sol
Naciente, de Tammany. (…)
Con estas palabras, el ministro de los Estados Unidos colocó el frasco
sobre una mesita de mármol y, cerrando la puerta, se retiró a descansar.
Durante un momento, el fantasma de Canterville permaneció
inmóvil, presa de natural indignación9.
9
Wilde, O., op. cit.
10
En Cuarto de Herramientas, pueden leer acerca de este escritor.
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Ray Bradbury
ESA COSA AL FINAL DE LA ESCALERA…
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Charles Dickens
con
Hesba Stretton
George A. Sala
Wilkie Collins
La casa encantada
Charles Dickens
y a despertar otra vez para encontrarme con que la noche había pasado, me
había dejado con la usual convicción insatisfecha de que no había dormi-
do para nada; sobre este asunto, en ese estado temprano de imbecilidad3,
me avergüenza admitir que yo, probablemente, le hubiera presentado bata-
lla al hombre sentado enfrente mío. Ese hombre de enfrente había tenido,
durante la noche –como los hombres de enfrente siempre tienen– dema-
siadas piernas; y todas ellas, demasiado largas. Además de esta conducta
irrazonable (lo cual, por otra parte, era esperable de él), tenía un lápiz y un
cuaderno de bolsillo, y había estado constantemente escuchando y toman-
do notas. Me había parecido que estas anotaciones fastidiosas registraban
el traqueteo y las sacudidas del vagón, a lo cual me hubiera resignado asu-
miendo que él se ganaba la vida como ingeniero civil, si no hubiera estado
sentado con la mirada fija directamente sobre mi cabeza mientras escu-
chaba. Era un caballero de ojos saltones y aspecto perplejo4, y su conduc-
ta se volvió insoportable.
Era una mañana muerta, fría (el sol no había despuntado todavía); y
cuando me cansé de observar la luz desfalleciente de los fuegos en la
región del hierro5 y la pesada cortina de humo que de pronto se desplegó
entre mi mirada y las estrellas y entre mi mirada y la luz del día, me volví
a mi compañero de viaje y le dije:
–Discúlpeme, caballero, pero ¿ve algo especial en mí?
Verdaderamente parecía estar tomando notas sobre mi gorra de viaje
o mi pelo, con tal minuciosidad que rayaba en el atrevimiento.
El caballero de ojos saltones retiró la mirada posada detrás de mí,
como si el fondo del vagón estuviera cientos de millas más allá, y dijo con
una condescendiente mirada de compasión por mi insignificancia:
–¿En usted, señor? B.
–¿B, señor? –dije yo, cada vez más molesto.
–Yo no tengo nada con usted, señor –respondió el caballero–. Le
ruego me deje escuchar. O.
3 El narrador se refiere a la torpeza propia de cuando uno recién se despierta, sobre todo, después de
5 Nombre con que se designa una comarca cercana a Londres donde se fabricaban una gran variedad de
elementos de hierro a comienzos del siglo XIX, por lo que abundaban en ella las fundiciones (N. de T.).
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6 Se dice de una persona que se altera fácilmente o que tiene accesos de locura.
7 Un médium es un hombre o mujer que se supone utilizado por los espíritus para comunicarse a
través de ellos con los que los invocan.
8 Sócrates fue un filósofo griego que vivió entre el 470 y el 399 antes de Cristo. Fue discípulo de
Charles Dickens
causó revuelo en su época tanto por su temática como por su original estilo.
13 El joven príncipe Arturo era el heredero legítimo al trono, pero se lo usurpó el rey Juan de
Inglaterra (1167-1216), que lo asesinó a la edad de doce años. Por eso están en el séptimo círculo, el
de la violencia, según la descripción del infierno que hace Dante en su poema alegórico la Divina
Comedia, junto a María Estuardo, reina de Escocia (1542-1587) que fue enviada al cadalso por su
prima, la reina de Inglaterra, Isabel I. La señora. Sarah Trimmer (1741-1810) fue una famosa escri-
tora de libros infantiles y una evangelista y moralista estricta. Su inclusión en el séptimo círculo por
su rígida concepción de la educación es una ironía del narrador (N. de T.).
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entretenimientos de viaje el más pobre que este mundo haya visto. En este
estado de paganismo, llegué a un lugar desde el que se veía la casa y me
detuve a examinarla atentamente.
Era una casa solitaria, que se levantaba en un jardín tristemente aban-
donado: un terreno bastante cuadrado de unos dos acres14. Era una casa
de la época de Jorge II15 –tan severa, tan fría, tan formal y de tan mal
gusto como podría desearla el más ferviente admirador de todo el cuar-
teto de los Jorges–. Estaba deshabitada, pero había tenido, en el trans-
curso de los últimos dos años, algunas refacciones baratas para volverla
habitable; digo baratas, porque el trabajo había sido superficial; y ya esta-
ban deteriorándose la pintura y el revoque; aunque los colores se mante-
nían frescos. Un tablón torcido se encorvaba sobre la pared del jardín,
anunciaba que la casa estaba “en alquiler. Precio razonable. Bien amue-
blada”. Estaba demasiado encerrada y pesadamente ensombrecida por los
árboles; y en particular, había seis álamos muy altos junto a las ventanas
del frente, que eran excesivamente melancólicos y cuya disposición había
sido sumamente mal elegida.
Era fácil ver que era una casa evitada –una casa rechazada por el pue-
blo que mi ojo, guiado por el capitel de la iglesia, descubrió a una media
milla de distancia–: una casa que nadie alquilaría. Y la deducción natural
fue que tenía la reputación de ser una casa encantada.
Ningún momento de las veinticuatro horas del día y la noche es tan
solemne para mí como las primeras horas de la mañana. En el verano,
con frecuencia, me levanto muy temprano y me retiro a mi habitación
para hacer el trabajo del día antes del desayuno, y siempre me impresio-
na profundamente en esas ocasiones la quietud y la soledad que me
rodea. Además, hay algo de horroroso en estar rodeado de caras conoci-
das que duermen –sabiendo que aquellos que más queremos, y que más
nos quieren, están profundamente inconscientes de nuestra presencia, en
un estado imperturbable, anticipador de esa condición misteriosa a la
cual todos nos encaminamos– la vida detenida, los hilos rotos del ayer,
Charles Dickens
golpeara; y que toda suerte de pies se arrastraran sin que hubiera ningún
pie; entonces, bien –dijo el dueño–, dormiría en esa casa.
–¿Se ha visto algo allí?
El posadero me miró otra vez, y entonces, con su anterior actitud de
desesperación, llamó al mozo del establo por el nombre de “Ikey”.
El llamado produjo a un muchacho de hombros levantados, con una
cara redonda y colorada, una mata corta de pelo arenoso, una boca cómi-
ca de tan grande, una nariz respingada y un gran chaleco con mangas a
rayas violetas con botones de nácar que parecía estar creciendo sobre él, y
ya próximo, si no fuera podado, a cubrir su cabeza y sobrepasar sus botas.
–Este caballero quiere saber –le dijo el posadero– si se ha visto a
alguien en Los Álamos.
–Una mujer encapuchada, con un úho –le respondió Ikey, con mucha
frescura.
–¿Quieres decir con un lamento?
–No señor, con un pájaro.
–Una mujer encapuchada con un búho. ¡Dios me libre! ¿La has visto
alguna vez?
–Vi al húo.
–¿Nunca a la mujer?
–No tan claramente como al húo, pero elloz siempre están juntoz.
–¿Ha visto alguien a la mujer tan bien como al búho?16
–Dioz lo bendiga, señor, Muchoz.
–¿Quiénes?
–Dioz lo bendiga, señor, Muchoz.
–¿El tendero de enfrente, por ejemplo, que está abriendo su negocio?
–¿Perkins? Dioz lo bendiga. Perkins no iría tzerca del lugar ¡No!
–observó el muchacho, con bastante pasión–. Él no ez muy sabio, no ez
Perkins, pero no ez tan tonto como ezo.
(Aquí el posadero murmuró corroborando que Perkins no era tan
tonto).
16 Juego de palabras en inglés, entre howl (‘grito’) y owl (‘búho’). La pronunciación “anormal” del
personaje le permite a Dickens hacer este juego de palabras en inglés (N. de T.).
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ÍNDICE
Puertas de acceso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
¿Quién anda por ahí? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
La historia de los fantasmas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Un lugar para cada fantasma y un fantasma en su lugar . . . . . 15
Dickens y los fantasmas de su época . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
Dickens y la Navidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
Dickens, la Navidad y los otros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
Bradbury y los fantasmas de su época . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22
La obra: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
La casa encantada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28
Esa Cosa al final de la escalera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121