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La casa encantada

Esa Cosa al final de la escalera


Charles Dickens y otros - Ray Bradbury
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Charles Dickens y otros


La casa encantada

Ray Bradbury
Esa Cosa al final de la escalera…
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Colección del
MiRADOR
Coordinadora del Área de Literatura: Laura Giussani
Editora de la colección: Karina Echevarría

Los contenidos de las secciones que integran esta obra han sido elaborados por
Verónica Piaggio

Jefe del Departamento de Arte y Diseño: Lucas Frontera Schällibaum


Coordinadora de imágenes y archivo: Samanta Méndez Galfaso
Tratamiento de imágenes y documentación: Máximo Giménez, Tania Meyer y
Pamela Donnadio
Imagen de tapa: Focus Stock Fotográfico
Correctora: Cecilia Biagioli
Gerencia de Diseño y Producción Editorial: Carlos Rodríguez

“The thing at the top of the stairs” se reproduce con autorización del autor y de sus
agentes, Don Congdon Associates, Inc. © Ray Bradbury, 1998.

Dickens, Charles
La casa encantada. - 1a ed. 2a reimp.- San Isidro: Cántaro, 2012.
160 p.: 19 x 14 cm (Del Mirador)

ISBN 978-950-753-180-4

1. Narrativa Inglesa. 2. Cuentos. I. Título


CDD 823

© Puerto de Palos S.A. 2006


Editorial Puerto de Palos S. A. forma parte del Grupo Macmillan.
Avda.Blanco Encalada 104, San Isidro, provincia de Buenos Aires, Argentina.
Internet: www.puertodepalos.com.ar
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Impreso en la Argentina.
Printed in Argentina.
ISBN 978-950-753-180-4

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ción de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias,
digitalización y otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes
11.723 y 25.446.

Primera edición, segunda reimpresión.


Esta obra se terminó de imprimir en abril de 2012, en los talleres de Gama Producción Gráfica, Dr.
Estanislao Zeballos 244, Avellaneda, provincia de Buenos Aires, Argentina.
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Puertas de acceso

¿Quién anda por ahí?

Una casa encantada es, simultáneamente, una promesa y una ame-


naza. La casa de golosinas de Hansel y Gretel es la promesa de que los
niños vean saciada su hambre, pero esconde la amenaza de la bruja que
habita esa casa.
Una casa encantada atrae irremediablemente, hay en ella algo que no
encontramos en otras, ejerce la fascinación de aquello que no podemos
controlar, que escapa de la razón humana; una casa encantada hipnotiza y
puede llevar a la cima o al abismo. Pero ¿qué hace que una casa esté
encantada? En primer lugar, debe estar rodeada de un halo de misterio,
de una atmósfera mágica, de ciertos dones que excedan la razón, el
hábito. En segundo lugar, el encanto puede consistir en hacer vivir a sus
huéspedes experiencias extraordinarias, deliciosas o aterradoras.
En una casa encantada, suelen vivir dos tipos de habitantes: los mor-
tales y los otros, los que no son de este mundo, pero aún lo rondan; los
que se han ido, pero aún están presentes… La casa encantada es el
hábitat ideal para los fantasmas.
Y las historias de fantasmas a la vez que fascinan, inquietan. Llevan
siempre al lector o al oyente a un terreno inseguro, desconocido. Nadie
sabe con certeza qué sucede cuando un ser humano traspasa los umbrales
de este mundo; por eso tal vez, las historias en que intervienen fantasmas
son tan antiguas y han cautivado –con distintos matices– a tantas gene-
raciones.
Pero ¿qué es un fantasma? En primer lugar, podríamos decir que es un
muerto que se presenta en el mundo de los vivos. Entonces, tenemos una
primera contradicción, un oxímoron1: un fantasma es un muerto-vivo.
1
El oxímoron es una figura retórica en la que se combinan, en una misma estructura sintáctica, dos pala-
bras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido; por ejemplo, nieve ardiente.
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Un fantasma es un intruso en la vida terrenal y, como nada sabemos


acerca de lo que ocurre después de la muerte, ignoramos también sus
poderes y sus intenciones. Ignoramos incluso qué tipo de entidad es. La
presencia de un fantasma en algún lugar sitúa al ser humano en un
terreno de arenas movedizas donde nada es seguro, donde un paso en
falso lo puede hacer tambalear y caer, le puede hacer perder su dignidad,
su condición humana.
En este sentido, un fantasma también es una amenaza, algo que
está detrás, escondido, al acecho. Un fantasma puede significar una
mala experiencia que tememos repetir, un secreto que a nadie se quie-
re develar, un paso en falso en el pasado que avergüenza, un paso futu-
ro que no nos atrevemos a dar, un trago amargo en la niñez… De
acuerdo con esta acepción, el fantasma habita en nuestro interior, pero
sigue siendo irreal, sigue inquietando desde lo posible, sigue desestabi-
lizando como riesgo posible; es decir, todo su poderío reside en no ser,
en no existir. Desde esa indefinición, desde esos contornos imprecisos,
prepara su ataque inesperado, que tal vez nunca suceda, y no por eso
deja de ser menos amenazador…
Podríamos decir que, a cada paso, los fantasmas dejan huellas de su
presencia pero, paradójicamente, no están en ningún lado, no se dejan
conocer. Por eso es difícil nombrarlos; designar con una palabra esa
presencia indefinida es admitir, lisa y llanamente, que se trata de seres
de ultratumba; y de acuerdo con un pensamiento racional, estos seres
no existen. Entonces, nos encontramos en una encrucijada: o darle un
nombre a lo que no es, o dejar sin nombre algo que percibimos.
Las historias de fantasmas también aterrorizan porque se trata de enti-
dades inmateriales que invaden el espacio humano, trastocan las leyes de
lo que conocemos como realidad: no es posible que un muerto, es decir,
alguien que ya no tiene cuerpo material, vuelva sólo como espíritu a
cohabitar con seres humanos cuyos cuerpos ocupan un lugar en el espa-
cio físico. Lo irreal del mundo de los muertos invade así la realidad del
mundo de los vivos; y esto los perturba: los vivos no encuentran explica-
ción a esa situación contradictoria que como tal los aterroriza.

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Buceando un poco en nuestro conocimiento de mundo, no es difí-


cil advertir que seres humanos y fantasmas (o más bien, la creencia en
fantasmas) han convivido desde tiempos inmemoriales, tal conviven-
cia entonces no podía sino quedar plasmada en la literatura.

La historia de los fantasmas

Según el Diccionario de teoría y críticas literarias, el relato de fantasmas


es “una narrativa de ficción, en general en prosa (…) de extensión varia-
ble, (…) en la cual el espíritu de una persona o de varias, liberado de las
leyes naturales, se manifiesta o parece hacerlo, ya sea corporizado en algu-
na forma o separado del cuerpo y ‘aparece’ en un lugar, ante una persona
o cosa como una especie de ‘presencia’”2.
Como se puede apreciar en la definición, el fantasma no tiene cuer-
po, se trata de una “presencia” y, como tal, se puede apenas percibir con
algunos de nuestros sentidos (un ruido de origen inexplicable, un leve
roce en la piel, un aroma que se reitera…), pero de ninguna manera se
vuelve accesible como cualquier otro ser terrenal. Para los vecinos de la
casa donde va a habitar el narrador de La casa encantada, de Dickens,
hay suficientes indicios fantasmales como para no pasar allí ni siquiera
una noche:

–Bueno, exclamó el dueño, en un estallido de franqueza que parecía


desesperación–, Yo no dormiría en ella.
–¿Por qué no?
–Si quisiera que todas las campanillas de la casa sonaran sin que nadie las
tocara; y que todas las puertas de la casa se golpearan sin que nadie las
golpeara; y que toda suerte de pies se arrastraran sin que hubiera ningún
pie; entonces, bien –dijo el dueño–, dormiría en esa casa.

Pero mucho antes de que escritores como Charles Dickens escribie-


ran cuentos de fantasmas, este tipo de relatos ya existían en diversas
2
Cuddon, J. A.: Diccionario de teoría y crítica literarias, Bs. As., Docencia, 2001.
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culturas. Es decir, los relatos de fantasmas probablemente daten de


mucho antes que cualquier tradición literaria: sus primeras manifesta-
ciones fueron orales y surgieron en comunidades distintas. En casi
todas las sociedades, se ha creído y se cree en fantasmas; en distintas
culturas, existen estos relatos orales que conectan lo natural con lo
sobrenatural; y sólo en Inglaterra, los historiadores del folclore han
registrado un sinnúmero de relatos orales relacionados con cientos de
lugares supuestamente habitados por fantasmas.
Estas creencias aparecen, con mucha frecuencia, en la literatura
precristiana europea y del Lejano y Cercano Oriente, pero también se
registran en la literatura didáctica cristiana a partir del siglo IV: cróni-
cas, colecciones de leyendas, ejemplos, homilías y sermones, manuales
teológicos. La doctrina cristiana en general, con la idea de que el alma
sobrevive en otro mundo después de la muerte del cuerpo, confirma y
alimenta la existencia de un mundo sobrenatural.
Pero hasta principios del siglo XIX, las narraciones sobre fantasmas
no podían ser consideradas como obras de ficción sino que, más bien,
eran anécdotas, algunas basadas sobre hechos reales. A partir del siglo
XIX, surge el cuento como género literario, y conjuntamente con él, el
cuento de fantasmas en la obra de los escritores alemanes Heinrich von
Kleist3 (“La vagabunda de Locarno”, 1810) y E.T.A. Hoffmann4 (“El
vínculo”, 1817).
Aunque fueron sus iniciadores, los escritores alemanes no han contri-
buido demasiado al desarrollo del relato de fantasmas: el género ha sido
dominado por los escritores de habla inglesa, especialmente, por los bri-
tánicos: casi el noventa y ocho por ciento de este tipo de relatos ha sido
escrito en inglés; y cerca del setenta por ciento, por escritores ingleses.
Entre 1850 y 1910, la producción de relatos de fantasmas es
sumamente prolífica, vigorosa y, a la vez, variada. Entre sus autores más
destacados, se encuentran el escritor estadounidense Edgar Allan Poe
3
Heinrich Wilhelm von Kleist (1777-1811), novelista y dramaturgo alemán quien, influido por el
Romanticismo, se interesó por la actividad inconsciente de la mente humana.
4
Ernst Theodor Amadeus Hoffmann (1776-1822), escritor y compositor alemán, fue una de las
figuras más representativas del período romántico.
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(1809-1849); la biógrafa y novelista inglesa Elizabeth Gaskell (1810-


1865); su colega Wilkie Collins (1824-1889), a quien se atribuye la crea-
ción de la novela de detectives; el novelista y periodista irlandés
Sheridan Le Fanu (1814-1873); el poeta y crítico literario inglés Henry
James (1784-1859); los narradores estadounidenses Ambrose Bierce
(1842-1914) y O. Henry (1862-1910), y el propio Charles Dickens5.
Este último tuvo un papel de enorme importancia dentro del género,
en especial, en la asociación del relato de fantasmas con el tema de la
Navidad6, como es el caso de los cuentos de esta publicación.
En 1851, Dickens comenzó a publicar un suplemento para la
revista Household Words, para el que invitó a contribuir a diversos
escritores. El suplemento de 1852, A Round of Christmas Stories by
the Fire (Ronda de relatos de Navidad junto al fuego), contribuyó a
consolidar la tradición de asociar los fantasmas con los relatos de
Navidad; y Wilkie Collins, muy amigo de Dickens, colaboró en
numerosas ocasiones en estos suplementos.
La época en la que vivió Dickens manifestó una especial fascinación
por los fantasmas, en parte, por las investigaciones sobre las drogas y sus
efectos, sobre el sueño y la locura; pero también, por una inclinación
hacia la brujería y lo oculto en general. Un testimonio de esta inclinación
son las “fotografías de espíritus” que pueblan el período victoriano7.
El escritor Oscar Wilde (1854-1900) fue un testigo lúcido, brillante y
crítico de este período. En 1891, publicó la novela corta El fantasma de
Canterville8, en la que aborda irónicamente la creencia en fantasmas, tan
propia de la Inglaterra de su época. A esta creencia en lo sobrenatural,
opone la practicidad y racionalidad de una familia estadounidense que va
a vivir al castillo encantado, donde un fantasma es dueño y señor desde
hace trescientos años. El efecto del tal contraste es una obra rebosante de

5 En Cuarto de Herramientas, encontrarán más información acerca de este autor.


6 Pueden consultar Una canción de Navidad, publicado en esta misma colección. Más adelante,
ampliaremos la relación de Dickens con la Navidad.
7 Nos referimos aquí al período del reinado de Victoria I (1819-1901), reina de Gran Bretaña e

Irlanda (1837-1901) y emperatriz de la India (1876-1901).


8 Wilde, O., El fantasma de Canterville, Bs. As., Cántaro, 1998.

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humor e inteligencia en la que, en pocas páginas, se elabora una pintura


de dos maneras opuestas de ver el mundo:

Frente por frente a la entrada del cuarto, a la pálida luz de la luna, vio a
un viejo de horrible aspecto. Sus ojos eran cual rojas brasas. De un gris
mate, sus largos cabellos, que caían enmarañados sobre sus hombros.
Sus vestidos, que estaban sucios y raídos, eran de antiguo corte; y de sus
muñecas y tobillos, pendían pesadas esposas y enmohecidos grilletes.
–Señor mío –dijo el señor Otis–, siento tener que rogarle que engrase
esas cadenas. Para ello, le he traído un frasquito de lubrificante Sol
Naciente, de Tammany. (…)
Con estas palabras, el ministro de los Estados Unidos colocó el frasco
sobre una mesita de mármol y, cerrando la puerta, se retiró a descansar.
Durante un momento, el fantasma de Canterville permaneció
inmóvil, presa de natural indignación9.

La Primera Guerra Mundial (1914-1918) produjo una innumera-


ble cantidad de muertes; esto afectó la sensibilidad de la gente con res-
pecto a la muerte, y en consecuencia, influyó también en la creencia
acerca de los fantasmas y en la literatura asociada a ellos. Los fantasmas
eran los miles de desaparecidos durante la guerra, los caídos en comba-
te, el herido que venía de una tierra espectral a reavivar la memoria…
En la literatura de este período, se puede destacar la producción del
estadounidense H. P. Lovecraft (1890-1937).
Con otras características, el género sigue vivo hasta nuestros días; y
autores contemporáneos escriben aun hoy sobre fantasmas. Tal es el
caso del cuento que aquí se incluye “Esa cosa al final de la escalera”, de
Ray Bradbury10.

9
Wilde, O., op. cit.
10
En Cuarto de Herramientas, pueden leer acerca de este escritor.
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Charles Dickens y otros


LA CASA ENCANTADA

Ray Bradbury
ESA COSA AL FINAL DE LA ESCALERA…
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Charles Dickens
con

Hesba Stretton
George A. Sala
Wilkie Collins

La casa encantada

The Hounted House.


Publicado por primera vez en 1862
Traducción de Evelia Romano.
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LOS MORTALES EN LA CASA


Charles Dickens

En ninguna de las conocidas circunstancias fantasmales, y rodeado de


ninguno de los convencionales paisajes fantasmales, me encontré, por pri-
mera vez, con la casa que es el tema de este relato navideño. La vi a la luz
del día, bajo un sol radiante. No había viento, ni lluvia, ni relámpagos, ni
truenos, ni situación terrible o inusitada1 de ningún tipo para aumentar su
efecto. Aún más, yo había llegado hasta ella directamente desde la estación
de tren –la casa no estaba a más de una milla de distancia de la estación–,
y parado fuera de la casa, mirando hacia el camino por el que había veni-
do, pude ver el tren de carga corriendo tranquilo por el terraplén del valle.
No diré que todo era completamente normal, porque dudo que algo lo
sea, excepto para la gente completamente normal; y afirmar tal cosa sería
vanidoso de mi parte; pero puedo atreverme a decir que cualquiera podría
ver la casa como yo la vi, una hermosa mañana otoñal.
La manera en que me topé con ella fue la siguiente.
Yo estaba viajando hacia Londres desde el Norte, con la intención de
parar en el camino para ver la casa. Por razones de salud, debía residir una
temporada en el campo; y un amigo mío que lo supo, y que había pasa-
do, una vez, frente a la casa, me había escrito para sugerírmela como un
lugar posible. Yo había tomado el tren a la medianoche, y me había que-
dado dormido y me había despertado y me había sentado mirando por la
ventana la brillante aurora boreal2 en el cielo, y me había vuelto a dormir

1 Inusitada significa ‘desacostumbrada, insólita o extraña’.


2 La aurora boreal es un fenómeno luminoso muy vistoso consistente en arcos o fajas de formas
complejas, blancas, amarillas, rojas y verdes, que se aprecia algunas veces en las latitudes alrededor
de los 70º N, y se atribuye a descargas eléctricas del sol.
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Charles Dickens

y a despertar otra vez para encontrarme con que la noche había pasado, me
había dejado con la usual convicción insatisfecha de que no había dormi-
do para nada; sobre este asunto, en ese estado temprano de imbecilidad3,
me avergüenza admitir que yo, probablemente, le hubiera presentado bata-
lla al hombre sentado enfrente mío. Ese hombre de enfrente había tenido,
durante la noche –como los hombres de enfrente siempre tienen– dema-
siadas piernas; y todas ellas, demasiado largas. Además de esta conducta
irrazonable (lo cual, por otra parte, era esperable de él), tenía un lápiz y un
cuaderno de bolsillo, y había estado constantemente escuchando y toman-
do notas. Me había parecido que estas anotaciones fastidiosas registraban
el traqueteo y las sacudidas del vagón, a lo cual me hubiera resignado asu-
miendo que él se ganaba la vida como ingeniero civil, si no hubiera estado
sentado con la mirada fija directamente sobre mi cabeza mientras escu-
chaba. Era un caballero de ojos saltones y aspecto perplejo4, y su conduc-
ta se volvió insoportable.
Era una mañana muerta, fría (el sol no había despuntado todavía); y
cuando me cansé de observar la luz desfalleciente de los fuegos en la
región del hierro5 y la pesada cortina de humo que de pronto se desplegó
entre mi mirada y las estrellas y entre mi mirada y la luz del día, me volví
a mi compañero de viaje y le dije:
–Discúlpeme, caballero, pero ¿ve algo especial en mí?
Verdaderamente parecía estar tomando notas sobre mi gorra de viaje
o mi pelo, con tal minuciosidad que rayaba en el atrevimiento.
El caballero de ojos saltones retiró la mirada posada detrás de mí,
como si el fondo del vagón estuviera cientos de millas más allá, y dijo con
una condescendiente mirada de compasión por mi insignificancia:
–¿En usted, señor? B.
–¿B, señor? –dije yo, cada vez más molesto.
–Yo no tengo nada con usted, señor –respondió el caballero–. Le
ruego me deje escuchar. O.
3 El narrador se refiere a la torpeza propia de cuando uno recién se despierta, sobre todo, después de

haber dormido poco o mal.


4 Perplejo significa ‘confuso, dudoso, que no sabe cómo comportarse’.

5 Nombre con que se designa una comarca cercana a Londres donde se fabricaban una gran variedad de

elementos de hierro a comienzos del siglo XIX, por lo que abundaban en ella las fundiciones (N. de T.).
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Los mortales en la casa

Pronunció esta vocal después de una pausa y la anotó.


Primero me alarmé, ya que la combinación de un lunático6 en el tren
expreso con falta de comunicación con el guardia es una situación delica-
da. Para mi alivio, pensé que el caballero debía ser lo que popularmente se
llama un “médium”7: uno de una secta por quien (o por algunos de ellos)
siento el más alto respeto, pero en quien no creo. Estaba por preguntarle,
cuando se me adelantó.
–Usted me disculpará –dijo el caballero con desdén–, si yo estoy
mucho más allá de los seres humanos comunes como para preocuparme
por ellos. Me he pasado la noche –como de hecho paso la totalidad de mi
tiempo ahora– conversando con espíritus.
–¡Oh! –le dije, con cierta mordacidad.
–Las conversaciones de la noche comenzaron– continuó el caballero,
pasando varias hojas de su cuadernillo– con este mensaje: “Las comunica-
ciones malignas corrompen las buenas costumbres”.
–Está bien –dije yo–, pero ¿qué hay de nuevo en eso?
–Es nuevo por provenir de los espíritus –me contestó el caballero.
Yo pude solamente repetir mi bastante mordaz “¡Oh!” y le pedí que me
concediera el privilegio de compartir conmigo el último mensaje.
–Pájaro en mano –dijo el caballero, leyendo las últimas anotaciones
con gran solemnidad– vale más que Juan volando.
–Coincido con tal opinión –dije–, pero ¿no debería ser “cien”?
–Lo que me llegó fue “Juan”, contestó el caballero.
Él luego me informó que el espíritu de Sócrates había hecho esta reve-
lación especial durante la noche: “Mi amigo, espero que estés muy bien.
Hay dos en este vagón. ¿Cómo está usted? Hay diecisiete mil cuatrocien-
tos setenta y nueve espíritus aquí, pero yo no puedo verlos. Pitágoras está
aquí. Él no se atreve a mencionarlo, pero espera que usted esté disfrutan-
do del viaje”8. De la misma manera, Galileo se dio una vuelta, con su

6 Se dice de una persona que se altera fácilmente o que tiene accesos de locura.
7 Un médium es un hombre o mujer que se supone utilizado por los espíritus para comunicarse a
través de ellos con los que los invocan.
8 Sócrates fue un filósofo griego que vivió entre el 470 y el 399 antes de Cristo. Fue discípulo de

Pitágoras (569-475 a.C.), filósofo considerado el primer matemático puro.


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Charles Dickens

científica inteligencia. “Encantado de verlo, amico. Come sta?9 El agua se


congelará cuando esté lo suficientemente fría. Addio!”10. Durante la
noche, también, había ocurrido el siguiente fenómeno. El obispo Butler
había insistido en deletrear su nombre como Bubler, ofensa contra la orto-
grafía y las buenas costumbres que le había costado la expulsión por su
falta de ingenio11. John Milton (sospechoso de inventar misterios) había
negado ser el autor de Paraíso Perdido12, y había presentado, como auto-
res conjuntos de ese poema, a dos caballeros desconocidos, Grungers and
Scadgingtone. Y el príncipe Arturo, sobrino del rey Juan de Inglaterra,
describió como tolerablemente confortable su situación en el séptimo
círculo, donde estaba aprendiendo a pintar sobre terciopelo, bajo la tute-
la de la señora Trimmer y María, la reina de Escocia13.
Si tales declaraciones le agradaban al caballero que me favorecía con
estas revelaciones, confié en que me excusaría de confesarle mi impacien-
cia por ver el sol naciente y contemplar el magnífico orden del vasto uni-
verso. En una palabra, estaba tan impaciente por verlos que me dio una
fuerte alegría bajarme en la siguiente estación y cambiar nubes y vapores
por el aire libre del cielo.
Al bajarme, era una hermosa mañana. Mientras me alejaba caminan-
do sobre las hojas que ya habían caído de los árboles dorados, marrones y
rojizos, y mientras miraba a mi alrededor las maravillas de la Creación, y
pensaba en las continuas, invariables y armoniosas leyes que la sostienen,
las conversaciones con espíritus del caballero me parecieron de todos los
9 Amigo. ¿Cómo está?... Adiós. En italiano en el original. (N. de T.)
10 Galileo Galilei (1564- 1642) fue un matemático italiano que hizo grandes descubrimientos astro-
nómicos, siendo el mayor de ellos que la Tierra giraba alrededor del Sol y no viceversa como se creía
hasta entonces.
11 El obispo inglés Joseph Butler (1692-1752), un reconocido teólogo de su época, cuyos trabajos

discuten la moral como una extensión natural del ser humano.


12 El escritor inglés John Milton (1608-1674) fue el autor del poema épico, Paraíso perdido, que

causó revuelo en su época tanto por su temática como por su original estilo.
13 El joven príncipe Arturo era el heredero legítimo al trono, pero se lo usurpó el rey Juan de

Inglaterra (1167-1216), que lo asesinó a la edad de doce años. Por eso están en el séptimo círculo, el
de la violencia, según la descripción del infierno que hace Dante en su poema alegórico la Divina
Comedia, junto a María Estuardo, reina de Escocia (1542-1587) que fue enviada al cadalso por su
prima, la reina de Inglaterra, Isabel I. La señora. Sarah Trimmer (1741-1810) fue una famosa escri-
tora de libros infantiles y una evangelista y moralista estricta. Su inclusión en el séptimo círculo por
su rígida concepción de la educación es una ironía del narrador (N. de T.).
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Los mortales en la casa

entretenimientos de viaje el más pobre que este mundo haya visto. En este
estado de paganismo, llegué a un lugar desde el que se veía la casa y me
detuve a examinarla atentamente.
Era una casa solitaria, que se levantaba en un jardín tristemente aban-
donado: un terreno bastante cuadrado de unos dos acres14. Era una casa
de la época de Jorge II15 –tan severa, tan fría, tan formal y de tan mal
gusto como podría desearla el más ferviente admirador de todo el cuar-
teto de los Jorges–. Estaba deshabitada, pero había tenido, en el trans-
curso de los últimos dos años, algunas refacciones baratas para volverla
habitable; digo baratas, porque el trabajo había sido superficial; y ya esta-
ban deteriorándose la pintura y el revoque; aunque los colores se mante-
nían frescos. Un tablón torcido se encorvaba sobre la pared del jardín,
anunciaba que la casa estaba “en alquiler. Precio razonable. Bien amue-
blada”. Estaba demasiado encerrada y pesadamente ensombrecida por los
árboles; y en particular, había seis álamos muy altos junto a las ventanas
del frente, que eran excesivamente melancólicos y cuya disposición había
sido sumamente mal elegida.
Era fácil ver que era una casa evitada –una casa rechazada por el pue-
blo que mi ojo, guiado por el capitel de la iglesia, descubrió a una media
milla de distancia–: una casa que nadie alquilaría. Y la deducción natural
fue que tenía la reputación de ser una casa encantada.
Ningún momento de las veinticuatro horas del día y la noche es tan
solemne para mí como las primeras horas de la mañana. En el verano,
con frecuencia, me levanto muy temprano y me retiro a mi habitación
para hacer el trabajo del día antes del desayuno, y siempre me impresio-
na profundamente en esas ocasiones la quietud y la soledad que me
rodea. Además, hay algo de horroroso en estar rodeado de caras conoci-
das que duermen –sabiendo que aquellos que más queremos, y que más
nos quieren, están profundamente inconscientes de nuestra presencia, en
un estado imperturbable, anticipador de esa condición misteriosa a la
cual todos nos encaminamos– la vida detenida, los hilos rotos del ayer,

14El acre es una medida inglesa de superficie.


15Jorge II (de Gran Bretaña) (1683-1760), rey de Gran Bretaña e Irlanda (1727-1760), y elector de
Hannover (1727-1760), hijo del rey Jorge I.
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Charles Dickens

la silla desierta, el libro cerrado, la tarea abandonada sin terminar: todas


son imágenes de muerte. La tranquilidad de esa hora es la tranquilidad
de la muerte. Su color y su escalofrío tienen la misma cualidad. Incluso,
un cierto aire que adquieren los conocidos objetos hogareños al emerger
de las sombras de la noche hacia la mañana, un aire de ser más nuevos y
como solían ser un largo tiempo atrás, tiene su contrapartida en la des-
gastada cara de la madurez o la vejez que, al hundirse en la muerte, recu-
pera una antigua apariencia juvenil. Además, a mí se me apareció mi
padre una vez a esta hora. Él estaba vivo y sano, y no sucedió nada, más
que verlo a la luz del día, sentado con su espalda hacia mí, en un sillón
que estaba al lado de mi cama. Su cabeza descansaba sobre su mano, y si
estaba durmiendo o llorando, no pude discernir. Asombrado de verlo
allí, me senté, cambié mi posición, me asomé por el costado de la cama
y lo observé. Como él no se movió, le hablé más de una vez. Como tam-
poco se movió entonces, comencé a alarmarme y apoyé mi mano sobre
su hombro, y como suponía, allí no había nada.
Por todas estas razones, y por otras que no pueden exponerse ni tan
fácil ni tan sucintamente, encuentro que las primeras horas de la mañana
son las más fantasmales para mí. A esas horas, cualquier casa estaría más
o menos encantada para mí; y una casa encantada raramente podría ofre-
cerme mayores ventajas que en ese momento del día.
Seguí caminando hacia el pueblo con la imagen de abandono de esta
casa en mi cabeza y encontré al dueño de una pequeña posada, echan-
do arena en el umbral. Ordené el desayuno y me atreví a sacar el tema
de la casa.
–¿Está embrujada? –pregunté.
El posadero me miró, sacudió la cabeza y me respondió:
–Yo no digo nada.
–Entonces, ¿está encantada?
–Bueno –exclamó el dueño, en un estallido de franqueza que parecía
desesperación–, yo no dormiría en ella.
–¿Por qué no?
–Si quisiera que todas las campanillas de la casa sonaran sin que nadie
las tocara; y que todas las puertas de la casa se golpearan sin que nadie las
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02.La casa encantada OBRA 19/3/10 17:23 Page 35

Los mortales en la casa

golpeara; y que toda suerte de pies se arrastraran sin que hubiera ningún
pie; entonces, bien –dijo el dueño–, dormiría en esa casa.
–¿Se ha visto algo allí?
El posadero me miró otra vez, y entonces, con su anterior actitud de
desesperación, llamó al mozo del establo por el nombre de “Ikey”.
El llamado produjo a un muchacho de hombros levantados, con una
cara redonda y colorada, una mata corta de pelo arenoso, una boca cómi-
ca de tan grande, una nariz respingada y un gran chaleco con mangas a
rayas violetas con botones de nácar que parecía estar creciendo sobre él, y
ya próximo, si no fuera podado, a cubrir su cabeza y sobrepasar sus botas.
–Este caballero quiere saber –le dijo el posadero– si se ha visto a
alguien en Los Álamos.
–Una mujer encapuchada, con un úho –le respondió Ikey, con mucha
frescura.
–¿Quieres decir con un lamento?
–No señor, con un pájaro.
–Una mujer encapuchada con un búho. ¡Dios me libre! ¿La has visto
alguna vez?
–Vi al húo.
–¿Nunca a la mujer?
–No tan claramente como al húo, pero elloz siempre están juntoz.
–¿Ha visto alguien a la mujer tan bien como al búho?16
–Dioz lo bendiga, señor, Muchoz.
–¿Quiénes?
–Dioz lo bendiga, señor, Muchoz.
–¿El tendero de enfrente, por ejemplo, que está abriendo su negocio?
–¿Perkins? Dioz lo bendiga. Perkins no iría tzerca del lugar ¡No!
–observó el muchacho, con bastante pasión–. Él no ez muy sabio, no ez
Perkins, pero no ez tan tonto como ezo.
(Aquí el posadero murmuró corroborando que Perkins no era tan
tonto).

16 Juego de palabras en inglés, entre howl (‘grito’) y owl (‘búho’). La pronunciación “anormal” del

personaje le permite a Dickens hacer este juego de palabras en inglés (N. de T.).
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04.La casa encantada CUARTO 19/3/10 17:27 Page 158

ÍNDICE

Literatura para una nueva escuela . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

Puertas de acceso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
¿Quién anda por ahí? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
La historia de los fantasmas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Un lugar para cada fantasma y un fantasma en su lugar . . . . . 15
Dickens y los fantasmas de su época . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
Dickens y la Navidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
Dickens, la Navidad y los otros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
Bradbury y los fantasmas de su época . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22

La obra: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
La casa encantada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28
Esa Cosa al final de la escalera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121

Manos a la obra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131


Sobre casas y habitantes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133
Sobre fantasmas y mortales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135
Distintos fantasmas, distintos cuentos . . . . . . . . . . . . . . . . . 137
“Esa Cosa al final de la escalera” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
Fantasmas en el siglo XIX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142
Noche de paz, noche de amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143

Cuarto de herramientas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145


Biografías de los autores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147
El mundo de Charles Dickens . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151
“La casa. Del sótano a la guardilla” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 152
La casa encantada: una iconografía muy familiar . . . . . . . . . 153
El cine y sus fantasmas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 154
Fantasy. Literatura y subversión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 156
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157

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